[Texto
completo de la ponencia leída por Enrique Rodríguez, que fue miembro del Comité
Ejecutivo del POUM, el 25 de septiembre de 1985, en el Centre d’Estudis
Historics Internacionals, de la Universidad de Barcelona, en conmemoración del
cincuentenario de la fundación del POUM. Publicado originalmente en los números
11 y 12 de la revista Iniciativa Socialista (1990) y reeditado en el boletín
digital de la Fundación Andreu Nin, diciembre 2002].
Enrique Rodríguez. El POUM en Madrid
Viento Sur
nº 68:
Enrique
Rodríguez
[“¿Cómo
la historia ha olvidado a gente así?”. El novelista Juan Eduardo
Zúñiga, autor de obras tan hermosas sobre el Madrid resistente como “Largo noviembre
en Madrid”, o la recién publicada, “Capital de la gloria”, le hacía la pregunta
a José Gutiérrez, evocando a Enrique Rodríguez.
Si el olvido de la “historia” es injusto, ese olvido o desconocimiento de los
militantes de la izquierda alternativa de ahora mismo sería, además, una
autoamputación.
La reedición por la Fundación Andreu Nin de una conferencia de Enrique
Rodríguez en septiembre de 1985, conmemorativa del 50 aniversario de la
fundación del POUM, nos sirve de pretexto para recordar su vida militante
contada por él mismo, con la naturalidad, la inteligencia y el sentido común
que le eran propios. José Gutiérrez añade unas líneas cordiales sobre el amigo
y el camarada.
Mientras preparábamos este número de VIENTO SUR, nos llega la noticia del fallecimiento
de José Rodríguez Arroyo, hermano de Enrique y de Antonio, otra persona
inolvidable, especialmente para quienes tuvieron el privilegio de tratarlo en
la redacción de Combate, el periódico de la LCR, en los primeros años
de la Transición. José participó en la guerra civil en el frente de Sigüenza y
fue uno de los militantes del POUM procesados en la persecución del partido después
de mayo del 37. Enviamos desde aquí a sus familiares y amigos el afecto y el
respeto a su memoria].
Los
organizadores del Seminario, conmemorativo del 50 aniversario de la
fundación del POUM, han creído conveniente incluir un punto dedicado al
POUM madrileño. Ello puede suscitar en algunos, sobre todo en aquellos que no vivieron
dicho período, cierta confusión o error. Está claro –lo estuvo siempre que no
hubo un POUM en Madrid y otro distinto en Cataluña, Levante u otras nacionalidades
o regiones del Estado. En materia de organización, los antecedentes, tanto del
BOC (Bloque Obrero y Campesino) como de la ICE (Izquierda Comunista de España),
en algunos quizás más lejanos que en otros, hay que buscarlos en el movimiento
comunista que surgió tras la victoriosa Revolución del Octubre ruso. Por ello,
al fusionarse ambas organizaciones, plasmaron en su programa las ideas y
principios que informaron los primeros tiempos de la Internacional Comunista.
Entre ellos, naturalmente, el tan discutido hoy del llamado centralismo
democrático, que rigió la vida del partido.
La sección madrileña del POUM, pues, era y fue una sección más, como lo
fueron, por ejemplo, las de Gerona, Sitges o Llerena.
Es cierto que la mayoría de los historiadores que han escrito sobre el POUM, incluso
camaradas del partido, han ignorado las secciones existentes fuera de las fronteras
de Cataluña. Sólo para salvar este bache informativo, pero también para rendir
homenaje a las decenas de camaradas que, unos ante los pelotones de ejecución
franquista y otros, la mayoría, en los frentes de Sigüenza, Toledo y Madrid
cayeron bajo la bandera del POUM, la misma bandera por la que también sacrificaron
sus vidas muchos camaradas de Cataluña, y pese a mis modestos recursos
intelectuales, he aceptado cubrir este punto que, reitero, creo debió
englobarse en aquellos otros que tratan de la historia general del POUM.
La fundación
El POUM se fundó en septiembre de 1935, después de la revolución asturiana de
octubre de 1934, y como consecuencia de una gran corriente de unidad que se
expresaba con carácter general en toda la clase obrera española, y por la necesidad
de dotar a ésta de un auténtico partido comunista. No existiendo en Madrid
sección del BOC, la sección de la ICE se transformó en POUM. Puede decirse por
ello que el proceso de unificación que condujo a la creación del partido no lo
vivimos realmente como tal. En los meses precedentes, último del 34 y primeros
del 35, nuestra sección, todavía ICE, estuvo enfrascada en discutir la
propuesta de Trotski, que nos aconsejaba ingresar en los partidos socialistas, la
llamada táctica del “entrismo”. La victoria de Hitler y el hundimiento sin lucha
del potente Partido Comunista alemán –la gran esperanza entonces de los comunistas y del proletariado europeo– llevó a Trotski a considerar caducas sus
ilusiones en una posible regeneración de la Internacional Comunista. A partir
de ahora, nos decía, había que orientarse hacia la construcción de una nueva internacional:
la IV. Consciente de la extrema debilidad de los grupos trotskistas para
realizar tan gigantesca tarea, en un mundo en el que los acontecimientos se sucedían
a gran velocidad, consideró que su incorporación a los partidos socialistas,
muy radicalizados entonces por las modificaciones que el hitlerismo impuso en
la situación internacional, permitiría alcanzar tan ambicioso objetivo.
Conviene recordar que por aquel entonces, en España, con las variantes propias
a su formación y origen, las Juventudes Socialistas de Santiago Carrillo, y la
izquierda intelectual del PSOE, opinaban esencialmente lo mismo sobre este
problema.
Nuestras relaciones con ellos no podían ser más cordiales. Ello no impidió, sin
embargo, que la mayoría de la sección y de las secciones del resto de España de
la ICE, no creyera en la posibilidad de “bolchevizar” al PSOE, por emplear el lenguaje
tan en boga entonces, y rechazó la idea del “entrismo”. Sólo media docena de
valiosos camaradas optaron por el ingreso, aunque lo hicieron sin mucha fe en
ello.
Resuelta esta cuestión esencial sobre el “entrismo” propuesto por Trotski, las perspectivas
como organización no se nos aparecían muy claras. Fue entonces cuando supimos,
por la correspondencia que Andrade mantenía frecuentemente con Nin, que en
Barcelona se habían iniciado conversaciones entre los partidos que componían la
Alianza Obrera, tendentes a la constitución de un nuevo partido, inspirado en
los principios del comunismo. Ello nos animó extraordinariamente.
Principalmente, porque la noticia coincidió con una importante escisión que se produjo
en el Radio Sur de las Juventudes Comunistas de Madrid. Una treintena de jóvenes
militantes, llenos del entusiasmo combativo de aquellos días, ingresaron en
nuestra sección, reforzándola considerablemente. Querían trabajar con nosotros para
poder ofrecer al proletariado español una alternativa revolucionaria distinta
al
reformismo socialdemócrata y al nuevo frentepopulismo estalinista. Las cosas,
sin embargo, no se presentaron fáciles. Nos llegaba noticias de que las conversaciones
de Barcelona iban reduciendo el número dc sus participantes, quedando solos el BOC
y la ICE. Pero aún debíamos recibir otra noticia –mala para nosotros– que nos enviaba
Nin, en carta dirigida a Andrade: parece que en Barcelona, decía, se orientaban
hacia la constitución de un partido exclusivamente catalán. y nos aconsejaba,
en aquélla carta, a los militantes dc la ICE no catalanes, el ingreso en el
PSOE, siguiendo en esto la proposición dc Trotski que acabábamos de rechazar.
Naturalmente, y un tanto decepcionados, reiteramos nuestro rechazo a tal idea,
a la que –lo supimos más tarde– ya se habían opuesto nuestros camaradas dc
Barcelona, terminando Nin por rechazarla.
El POUM en marcha
Sin más contratiempos, el BOC y la ICE decidieron fusionase y constituir un
nuevo partido, en una reunión a la que no pudo asistir ningún delegado de
Madrid, aunque nosotros aceptáramos totalmente los acuerdos que allí se
tomaron.
El lanzamiento del nuevo partido no hizo más que confirmar nuestras
esperanzas y todas las perspectivas que se nos ofrecían. La venta de La
Batalla, el órgano central del partido, se extendió extraordinariamente.
Todas las barriadas obreras del Madrid de entonces se habían acostumbrado a
ver, semanalmente, a los grupos de militantes poumistas difundiendo y gritando nuestro
periódico. El modesto local que alquilamos en la calle Pizarro se hallaba siempre
animado, principalmente a las horas de salida del trabajo. La fundación del
POUM nos confirmaba, sobre todo, que entre bastantes millares de trabajadores
españoles se sentía la necesidad de un partido diferente del socialismo
reformista y del estalinismo, y que quisiera superar los errores y la táctica
aventurerista de la FAI.
El pacto electoral.
Al
poco tiempo de su constitución, el Partido tuvo que afrontar el primer problema
político nacional que se le planteaba: el del Bloque Electoral Popular ante las
elecciones del 16 dc febrero dc 1936. Largo Caballero,
que era ya denominado el “Lenin español”, y que tenía una influencia casi total
en el movimiento obrero, incluso en los medios anarcosindicalistas, convocó una
reunión de los partidos obreros, PCE, Partido Sindicalista, JJ SS, PSOE y POUM.
El Comité Ejecutivo dcl POUM confió a Juan Andrade la misión de representarle en
dicha reunión, a la que acudieron igualmente Jesús Hernández por el PCE, Ángel Pestaña
por el Partido Sindicalista, Cazorla por las Juventudes Socialistas y Largo Caballero
por el PSOE. Inmediatamente de comenzada la reunión –nos contaba Andrade– el
delegado comunista, como era ritual entre ellos, expuso su oposición
a la presencia dcl POUM, alegando esta vez, no que éramos “trosko-fascistas” como venían repitiendo en su prensa y mítines,
sino porque éramos “escisionistas del movimiento obrero”. El pretexto no podía
ser más torpe en una reunión semejante de gente informada. Parece que se produjo
una reacción violenta de Largo Caballero –era conocido el carácter duro e intransigente
de éste– para decir que de allí no se eliminaba a nadie, y que, después de
todo, el PC era también fruto
de una escisión en el PSOE. El resto de los delegados se expresó de forma
parecida y Hernández tuvo que batirse en retirada.
En aquella reunión, Largo Caballero expuso que se trataba de ponerse de
acuerdo los partidos obreros para establecer un pacto electoral con los
partidos republicanos de izquierda, para lo cual había que designar un delegado
que representase a todos los reunidos. Largo Caballero fue designado para tal
misión.
En una reunión posterior, éste dio cuenta del acuerdo a que había llegado con los
republicanos, expresando al propio tiempo el poco valor político del Pacto, ya
que de lo que se trataba era de presentar un bloque unido y compacto frente a
las derechas. Pese a ello, Andrade solicitó un breve plazo que le permitiera poner
en conocimiento del CE los términos del mismo, y que éste decidiera si debía o
no firmarlo. La respuesta, como se sabe, fue positiva y el POUM firmó aquel
documento que valió al partido, por parte de Trotski y del trotskismo internacional,
una de las campañas más estúpidas y que, en algunos recalcitrantes del mismo,
aún perdura.
Por nuestro reciente pasado, a nadie puede extrañar que fuéramos sensibles a
tales críticas, aunque nos doliera la falta de rigor y seriedad que las
informaba. Porque en febrero del 36 –es preciso decirlo– no existió en ningún
momento organismo de frente popular, ni siquiera, por no existir, tampoco hubo
comisión de seguimiento o algo por el estilo, encargada de velar por el
cumplimiento del documento firmado.
Tampoco nadie pensaba en ello. La realidad del país discurría ya por senderos distintos,
o más bien, por torrentes imposibles de ser encauzados por textos escritos.
No, ni Andrade, que fue encargado por el CE para firmar el mencionado
documento, ni el resto del partido, estaba por el Frente Popular, al que considerábamos un instrumento de colaboración de
clases, destinado a frenar la revolución. El partido le oponía entonces la Alianza Obrera. Por otra parte, La
Batalla, antes, durante y después de dicha firma combatió, desde posiciones
de clase, revolucionarias, al frente popular. Y toda la actuación del partido
en la calle, en las manifestaciones, en las huelgas, etc., se mantuvo en esta
orientación. No hubo en todo el partido ni una
sola protesta por semejante determinación, sino más bien entusiasmo por las
posibilidades de propaganda que el acuerdo nos facilitaba. Era una ocasión
espectacular y eficaz de dar a conocer a las masas nuestro partido, era romper
el aislamiento en que habíamos estado y, una satisfacción no menor para los
militantes, el que el PC se hubiera visto obligado a transigir con nuestra
presencia, sin que por ello hubiéramos contraído ningún compromiso formal. En
Madrid, donde nunca habíamos podido celebrar un acto importante, se celebró un
mitin en uno de los cines más grandes de la barriada obrera de Ventas, con
público hasta la calle, donde Maurín pronunció un gran discurso, que se
trasmitió a otras dos salas de la capital, también completamente llenas.
Ocasión que aprovechamos para vender toda la prensa del partido de que disponíamos
y recoger fondos para el Socorro Rojo del partido.
Resumiendo este capítulo, diremos que el POUM supo sacar ventaja de una situación
tan fluida y confusa como aquélla, en donde lo que predominaba era el sentimiento
fuertemente unitario de las masas populares, que buscaban cambiar la
desfavorable situación que les había creado el bienio negro. Buscaban, sobre todo,
poder arrancar a los millares de presos de las cárceles y reintegrar en sus puestos
de trabajo a los miles de represaliados. Este sentimiento era tan profundo que
hasta la CNT-FAI renunció a su apoliticismo tradicional y aconsejó votar a las
izquierdas. Y su voto –no lo olvidemos– fue decisivo en aquellas elecciones.
Después de las elecciones
Después de la victoria electoral de febrero del 36, España entró en un proceso político
donde la agitación violenta en las calles, las huelgas en campos y ciudades,
los atentados políticos, incendios de iglesias, etc., presagiaban ya la guerra
civil. El gobierno Azaña, igual que durante el primer bienio, se mostraba incapaz,
por su propia naturaleza política, de adoptar medidas radicales encauzadas a
solucionar los problemas esenciales. Entre ellos, el problema agrario, que
impulsó a miles de campesinos a ocupar revolucionariamente las fincas y tierras
de los grandes propietarios.
En las ciudades, y en Madrid, las huelgas se sucedieron unas a otras,
participando en las mismas sectores y capas de la población no acostumbrados a este
tipo de luchas. Pero la que destacó, en medio de aquel clima de violencia, fue
la huelga de la construcción de Madrid. Desde sus comienzos tuvo un carácter
político innegable, revolucionario. Los huelguistas discutían y hablaban más de
cambiar la sociedad que de sus reivindicaciones. Los dirigentes más significados
de la misma, que lo eran asimismo de la CNT madrileña, fueron encarcelados por
el gobierno republicano y sus locales clausurados. Camaradas nuestros
participaron activamente en dicho conflicto al lado de la CNT, conflicto que
aparecía ligado igualmente a los enfrentamientos diarios con las bandas de Falange.
Y la sublevación militar llegó sin que la huelga hubiera encontrado solución.
En este clima de crisis revolucionaria, los poumistas madrileños vivieron,
como el resto de las organizaciones obreras, permanentemente movilizados. Los rumores
de un inminente golpe militar eran diarios, y el gobierno republicano, en vez
de adoptar las medidas que se imponían, se dedicaba a desmentirlos.
Para nosotros estaba claro que España y Europa se encontraban ante la
disyuntiva histórica de decidir su destino entre el fascismo o el socialismo. Así lo proclamaba constantemente La
Batalla, lo reiteraba Maurín en las Cortes y en las conferencias que
pronunció en nuestro local madrileño. En las asambleas sindicales, en las
reuniones en calles y plazas que tanto abundaban en aquel tiempo, en todas
partes, el POUM de Madrid, como el partido en general, propagaba esta
orientación central de nuestra política.
Diremos también que durante este breve período, la sección se vio reforzada con
la presencia semanal de Maurín, que venía a Madrid en su condición de diputado.
Cuando podía, asistía a las reuniones del Comité Local. Nos aconsejaba sobre muchos
problemas y, sobre todo, nos infundía sus esperanzas e ilusiones en la lucha
por la creación del partido revolucionario peninsular, que tanto necesitaba el
proletariado de nuestro país. Maurín, cuya personalidad, igual que la de otros dirigentes
del partido, rebasaba las fronteras del mismo, conquistó inmediatamente la
adhesión y simpatía de los poumistas madrileños. La reciente aparición de su
libro, Hacia la segunda revolución, que los militantes leían y discutían
ávidamente, aumentaba aún más su prestigio. Las circunstancias permitieron a la
sección madrileña tener un trato relativamente frecuente con él
durante ese periodo, y comprender, ya entonces, que constituía la fuerza
esencialmente integradora del nuevo partido. Nosotros, que nunca practicamos el
culto al jefe, no tardaríamos en comprenderlo aún mejor. Alguien le acusó injustamente
de “provinciano”, cuando era justamente lo contrario. Perseguía apasionadamente
la construcción del partido peninsular, convencido como estaba de que la
solución de los problemas de la Revolución sólo se encontraría en el marco del
Estado, y entre ellos, claro está, el de las nacionalidades. Esta ilusión, y la
fatalidad, quiso que al acudir al Congreso de la federación gallega del POUM, en
el que debían participar prestigiosos anarcosindicalistas de aquella
nacionalidad que evolucionaban favorablemente hacia nuestras posiciones
políticas, quedara descolgado de la revolución a la que había entregado su
vida.
El 19 de julio de 1936
La sublevación militar no sorprendió a nadie. Hacía semanas, meses, que todo el
mundo la esperaba. Salvo el gobierno, al menos aparentemente, que creía tranquilizar
a las organizaciones obreras y a las numerosas personalidades que de diferentes
horizontes políticos le advertían de los preparativos del golpe militar.
Incluso Largo Caballero, días antes, fue a solicitarle el que se facilitaran armas
a los sindicatos, sin resultado. Temían
más a la revolución que a los militares.
Así, los días 17, 18 y 19 de julio, los obreros madrileños buscaban por todas partes
la manera de hacerse con armas. Acudían a los centros obreros, a la casa del
pueblo, etc., donde se esperaba que las gestiones de sus dirigentes cerca de las
autoridades, las obtendrían. La situación era muy confusa e inquietante.
Unas relaciones personales de camaradas del partido nos permitieron que en el Ayuntamiento,
donde la noche del 19 acudimos unos ochenta camaradas, se nos facilitara un
fusil a cada uno, permaneciendo allí hasta la madrugada siguiente, desde donde
nos trasladaron, en camiones de fortuna, a la Casa de Campo. Se encontraban
allí numerosos milicianos como nosotros y, por lo que pudimos observar,
igualmente novatos en el manejo de las armas, que camaradas más experimentados
se afanaban por enseñar lo más elemental de su empleo.
También se encontraban allí algunos diputados socialistas. Transcurrido un poco
de tiempo, a los poumistas nos encargaron la misión de participar, junto con
otras pequeñas columnas que se estaban formando, en el asalto al Cuartel de Campamento,
cuyos jefes estaban comprometidos en la sublevación. Tras breves y desordenadas
escaramuzas, a las que respondían los fascistas con tiros de artillería desde
el cuartel, a finales del mediodía terminaron por rendirse. Circunstancia que
aprovecharon milicianos y obreros para entrar
en él y recuperar armas y ametralladoras que pronto servirían para organizar
las primeras compañías de milicias. Otros camaradas, los que participaron en el
asalto al Cuartel de la Montaña, recuperaron igualmente numerosos fusiles que trajeron
al local del Partido.
Con este pequeño arsenal pudimos constituir nuestra primera compañía de milicias
–unos 150 hombres– que se dirigieron hacia Guadalajara y Sigüenza, población
esta última donde se estabilizó el frente por este lado de la Sierra. Al mando
de esta unidad se encontraba el excelente y querido camarada Hipólito Etchebéhère,
nacido en la Argentina, de origen vasco-francés, al que acompañaba su compañera
Mika, que más tarde había de jugar un papel relevante en nuestra guerra civil.
Políticamente, ambos procedían del grupo francés Que faire?,
desprendido del trotskismo.
Mientras
tanto, la sección, al calor de los acontecimientos, se iba desarrollando.
Empezamos a disponer de locales por todas partes: una gran imprenta;
transformamos un convento, contiguo al Cuartel de la Dirección de la Guardia
Civil, que inicialmente también requisaron nuestros camaradas, en el Cuartel “Lenin”
del POUM.
Montamos unos talleres de confección de ropa para los milicianos, comedores, y
una clínica de la barriada de la Prosperidad se hallaba regida por camaradas nuestros.
Aunque en los primeros momentos nos llegaba regularmente La Batalla y Juventud
Obrera, no tardamos en editar El Combatiente Rojo, destinado a
los milicianos, y POUM como semanario. La incorporación al partido
en esos días de un ingeniero técnico en materia de radio, nos permitió construir
una emisora en último piso del edificio Capitol, desde donde el partido, por
medio de conferencias y discursos, lectura de prensa, etc. difundía la política
del POUM. También fue utilizada por los camaradas que, próximos a nuestras
ideas, se encontraban en Madrid.
Naturalmente, la preocupación central en ese período era el curso desfavorable que
iban tomando los acontecimientos militares. Todos los esfuerzos y energías se
desplegaban ya impregnados por esta preocupación mayor. Las tropas franquistas
ascendían desde Extremadura, sin hallar otra resistencia que la de campesinos
indefensos, y la que iba oponiéndole heroicamente la acción desorganizada de
las milicias que llegaban de la capital. Ante la gravedad de la situación, el
problema del mando único primero, y la formación de un Ejército disciplinado que oponer al Ejército de Franco, se presentaba de forma apremiante. Las consignas que los comunistas lanzaban en ese sentido eran fácilmente
comprendidas por la mayoría de la población que resumían con el equivoco de: “Primero,
ganar la guerra”.
El Ejército Popular que se estaba creando, y en el que los comunistas, gracias
a la ayuda soviética, tenían una posición predominante, llegó a constituir la
pieza esencial en la reconstrucción del Estado republicano. Nosotros éramos
partidarios intransigentes de ligar la acción militar a la defensa y desarrollo
de las conquistas revolucionarias de Julio, y siendo también partidarios de la
constitución de un mando único y un ejército disciplinado, lo condicionábamos a
la defensa de las mismas. Pero nuestra posición tenía pocas posibilidades de
imponerse, no sólo a causa de nuestra debilidad como organización, sino al
hecho importante, que ya
desde los primeros meses no se resolvió favorablemente el problema central de
toda crisis revolucionaria: el problema del Poder.
El POUM en Sigüenza
En los primeros meses de la guerra, el frente de Sigüenza lo componían fuerzas de
la CNT, comunistas, ferroviarios y el POUM. Cada una de ellas con su jefe respectivo,
pero todas bajo el mando de Martínez de Aragón, coronel del Ejército. Los
entendidos en cuestiones militares hablaban de la imposible defensa de la
plaza. Pero en aquellos días nadie pensaba en pararse allí. Así se intentó
repetidas veces asaltar el castillo y la ciudad de Atienza, situada a unos 30
km., y que constituían un nudo importante de comunicaciones para los fascistas
en la sierra. Todos los intentos fracasaron y en ellos perdimos a varios camaradas,
entre los que se encontraba Rodolfo Mejías, miembro del Comité Local del POUM
de Madrid y a Etchebéhère, jefe de nuestras milicias, al que reemplazó
inmediatamente G. Baldris, quien meses más tarde había de mandar
una Brigada de la XXV División.
Tras estos fracasos, los fascistas no tardaron en contraatacar y preparar, a su
vez, el asalto a Sigüenza. Martínez de Aragón ordenó recluirse en la Catedral pensando,
decían algunos, repetir una operación similar a la del Alcázar de Toledo. Pero
la Catedral no era el Alcázar. Tras largos días de asedio, que muchos
milicianos aprovecharon para escapar del cerco, la Catedral cayó en sus manos.
Antes habían fusilado a los milicianos heridos que se encontraban en la casa-hospital
del pueblo, y otros muchos cayeron combatiendo en las calles de Sigüenza, fuera
de la Catedral, como el camarada Emilio Freire, del comité local de Madrid, y
dirigente del Sindicato de Zapateros de UGT.
Con la Catedral en sus manos, donde se encontraba una parte de la población civil,
los fascistas procedieron a seleccionar a aquellos que más se habían distinguido
en su defensa y que seguidamente fusilaron. Así murió Eugenio Izquierdo,
destacado militante del POUM; joven y ya veterano revolucionario.
Otros, entre
los que se encontraban decenas de milicianos del Partido, fueron llevados a
cárceles y campos de concentración.
La campaña de los comunistas
Ya en las primeras semanas de la guerra civil, Julia Blanco y José Vallecillo,
que marcharon a Andalucía para luchar en las milicias, donde el último tenía
amigos, fueron asesinados por los comunistas. Eran las primeras víctimas de una
larga lista que en el curso de la guerra los estalinistas se cobrarían, no sólo
entre los militantes del POUM –conviene señalarlo– sino también de
anarcosindicalistas, socialistas y militantes de su propio partido. Era el
nuevo estilo que la GPU introducía en nuestro país para dirimir las diferencias
políticas. Desde que comenzó la ayuda soviética a España, allá por octubre del
36, centenares de sus agentes, como diplomáticos, consejeros políticos o
periodistas, llegaron a Madrid, precediendo a las Brigadas Internacionales. A
partir de ese momento, la
prensa comunista, que no desperdiciaba ocasión para calumniarnos, desató una campaña
contra el POUM sin precedentes en el movimiento obrero. Con una falta total de
escrúpulos, nos presentaban como confabulados con Hitler, Mussolini o Franco.
Día tras día iban intoxicando a la población. Así llegaron a organizar una
manifestación contra el local de nuestras juventudes, que sólo la llegada de
camaradas del partido, previamente advertidos, impidió que lo asaltaran. Les
exasperaba no sólo que denunciáramos su política en defensa de la república
burguesa, el que les recordáramos diariamente el abandono que hacían de los
principios del comunismo, sino, principalmente, que habláramos de la gran farsa
de los procesos montados por Stalin en Moscú, para deshacerse de la vieja
guardia bolchevique.
La situación era para nosotros, dada nuestra debilidad como organización, en extremo
difícil. Los comunistas contaban ya, para esta sucia tarea, con la cobarde
complicidad de los republicanos y una parte importante de los
socialistas. Sólo los anarcosindicalistas, y sus periódicos CNT y Castilla
libre
nos defendían, enfrentándose valientemente a la prensa y actuación comunista.
Mientras tanto, la situación militar continuaba agravándose. Las tropas
franquistas, que habían recuperado ya el Alcázar, se dirigían hacia Madrid sin grandes
resistencias. Las milicias luchaban ya en los pueblos cercanos a la Capital.
Entre ellas, el batallón “Lenin” del POUM que comandaba G. Baldris, formado por
milicianos procedentes de Sigüenza, y cientos de campesinos de Llerena,
Andalucía y Extremadura que habían llegado a nuestro cuartel. También participó
en estos desordenados combates la columna “Joaquín Maurín” que el POUM de
Cataluña envió a Madrid y que el pueblo, días antes, recibió cariñosamente a su
paso por las calles de la capital. Apenas sí las dejaron descansar, pues al día
siguiente de permanecer en nuestro cuartel recibió la orden de incorporarse al
frente. Decenas de militantes y camaradas dejaron sus vidas en estas batallas
que precedieron a la salida del gobierno, que me permito simbolizar en los
nombres de Eulogio
Fernández, Luis Medina, Paco Marrón, Joaquín Pastor y García Palacios, hijo de nuestro
camarada Luis García Palacios, todos ellos miembros de las Juventudes Comunistas
Ibéricas (JCI) de Madrid. El sacrificio de nuestros militantes en los frentes
les traía sin cuidado a los directores de orquesta comunistas, que proseguían su
campaña de infamias contra nosotros.
Constituida la Junta de Defensa, una vez el Gobierno en Valencia, ésta no tardó
en aparecer como un instrumento estalinista. Anteriormente, los agentes estalinistas
habían impedido la participación del POUM en la misma. Manuel Albar, destacado
dirigente del PSOE, al que una delegación del Comité Local fue a ver por tal
motivo, les dijo, que, lamentándolo mucho, pues conocía el coraje con que
luchaban nuestros milicianos en el frente, y convencido de la injusticia que se
cometía con el POUM, reconocía, sin embargo, que “entre la ayuda rusa y la
que ellos podían ofrecer en aquella situación, la opción no ofrecía dudas”.
El chantaje de la mencionada ayuda les permitía todo a los agentes de la GPU.
En aquellos primeros días de noviembre del 36 el pueblo fue capaz, con su lucha
y sacrificio, de evitar la caída de Madrid. Días después, la llegada de las
brigadas internacionales, y la presencia también en los cielos madrileños de la
aviación rusa, hizo que la situación militar se consolidara. Siguieron,
naturalmente, sangrientos y encarnizados combates en los perdimos a nuestro
querido por todos Jesús Blanco, secretario general de las JCI de Madrid y a
Emilio García, destacado militante del partido.
Obligados por la militarización de las milicias, que presuponía la desaparición
de las mismas como tales, las nuestras se integraron en unidades mandadas por confederales,
junto a las cuales estábamos combatiendo. Y así llegamos hasta enero del 37, en
que la Junta de Defensa procedió a la incautación de la emisora del POUM, so
pretexto que “< i>desde ella se
vertían agresiones verbales contra el gobierno legítimo de la República, contra
el Frente Popular y sus dignos
representantes, contra las figuras destacadas en la defensa de nuestra invicta ciudad,
etc.”. Siguió la suspensión de nuestros modestos periódicos, El combatiente
rojo y el semanario del POUM.
Todavía no se atrevieron a operar detenciones de militantes, quizá porque la mayoría
de ellos se hallaban confundidos con la actividad del frente o, más probablemente,
porque el principal objetivo de sus planes fuera la dirección del partido en
Barcelona. Por entonces, en Cataluña la correlación de fuerzas, pese al
retroceso que la revolución venía sufriendo, no les era muy favorable. Como sabemos,
hubieron de esperar unos meses. En este sentido puede decirse que la represión
estalinista contra el POUM en general, empezó en Madrid, diríamos que por el
eslabón más débil del partido.
Las semanas que siguieron a este desmantelamiento de los medios de
comunicación del partido, no nos impidieron continuar el funcionamiento como organización,
ya que los locales no fueron clausurados. Y en ellos seguimos celebrando
reuniones políticas con los camaradas que venían del frente, muy cercano, las
reuniones propias del partido, etc. Nuestros delegados acudían a las reuniones
del Comité Central en Barcelona, y nos preparábamos para participar en el
congreso del POUM, que se iba a celebrar en el mes de mayo.
Ya en abril nos encontrábamos en Barcelona una importante delegación de camaradas
de Extremadura, Andalucía y Madrid, por tal motivo. Y allí nos alcanzaron los
sucesos de mayo, en los que participamos junto a los camaradas de Barcelona.
Durante los mismos cayó el camarada Julio Cid, delegado por Andalucía al
Congreso.
La represión que siguió a los hechos de mayo en Barcelona, alcanzó a la
mayoría de los miembros significados de la sección madrileña, que permanecieron
en cárceles o campos de concentración hasta el final de la contienda.
Algunos pudieron pasar a Francia y otros acabaron en las cárceles franquistas o
en la nueva y ya más dura clandestinidad que comenzaba en España para nosotros
y para la mayoría del pueblo.
En la clandestinidad franquista
En los meses que siguieron a la caída de Madrid conseguimos reencontramos una
veintena de camaradas, no sólo madrileños, que habían logrado escapar de los
campos o batallones de trabajo. La situación personal y legal de la mayoría de
ellos es de imaginar. Para tratar de resolverla y contribuir con nuestras modestas
fuerzas a proseguir la lucha contra el franquismo, decidimos reorganizar la
sección. Se constituyó una comisión formada por Julio Granell, Teodoro Sanz y
Enrique Rodríguez, a la que más tarde se incorporaría Luis Portela, encargada
de esta tarea. Aprovechando una circunstancia excepcional, pudimos editar en multicopista
dos números de El Combatiente rojo, destinado exclusivamente a
camaradas y amigos.
Había comenzado la segunda guerra mundial, y empezamos a tener noticias de las
actividades del partido en Barcelona. Desde allí, nos enviaron algunos
ejemplares de Front de la Llibertat y no tardamos en contactar
personalmente con Utges, excelente y activo camarada que se presentó en Madrid
huyendo de la policía de Barcelona. Con él mantuvimos conversaciones de cara a
reorganizar el partido en
el interior, y no nos ocultamos las divergencias que nos separaban en torno a algunos
problemas importantes. Este contacto, sin embargo, no tardó en dar frutos.
Poco tiempo después, José Pallach nos visitaba portador de una voluminosa tesis
sobre la situación nacional e internacional, que debía servir de base a la
primera conferencia clandestina que estábamos preparando en Barcelona. Ésta se
celebró a finales de 1943, a la que asistieron como delegados por Madrid Julio
Granell y Enrique Rodríguez. En la misma se eligió un comité ejecutivo
compuesto por José Pallach, David Rey, José Pané, Miguel Utges, Enrique
Rodríguez y Estarán.
Incorporado Enrique Rodríguez al comité ejecutivo, la sección continuó
funcionando bajo la dirección de Teodoro Sanz, Luis Portela y Julio F. Granell,
hasta que en 1946 la policía la desarticuló, al detener a Urbano Armesto,
Teodoro Sanz, Aymerich y Emma Roca. Todavía, durante un cierto período, el POUM
siguió manteniendo relaciones en Madrid con las direcciones de la CNT y el
PSOE, por medio de la breve estancia de Joaquín Maurín y también de Luis
Portela.
Poco he hablado, principalmente por falta de información, de aquellas
secciones que desde los primeros días de la sublevación cayeron bajo el dominio
de los militares. Pero quiero aprovechar esta ocasión para rendir homenaje a
sus hombres más significados, que supieron morir como poumistas. En La Coruña, Luis
Rastrollo, condenado por un consejo de guerra, fue fusilado. Igualmente lo fue
Fernando Sendón, hermano de L. Fersen. En Sevilla lo fueron, asimismo, Emiliano
Díaz y J. Herrera. Felix Alutiz, secretario del sindicato ferroviario de Navarra,
fue ejecutado en Pamplona. José Martín y otros camaradas de Llerena fueron
fusilados en Badajoz. Y al veterano revolucionario Eusebio Cortezón, lo ejecutaron
en Santander. Y, por último, José Luis Arenillas, miembro del comité
central, médico de profesión, jefe de sanidad del ejército de Euskadi, fue
hecho prisionero y ejecutado a garrote vil en marzo de 1938. Antes, los
comunistas habían asesinado a su hermano José María, joven economista, en
Asturias.
Había ejercido el cargo de secretario de la junta de comisarios de Vizcaya. Y termino
esta información, bastante incompleta, sobre lo que fue la sección madrileña,
reafirmando mi fe en las ideas que hace 50 años motivaron su creación.
[Texto completo de la ponencia leída por Enrique Rodríguez, que fue miembro del
Comité Ejecutivo del POUM, el 25 de septiembre de 1985, en el Centre d’Estudis
Historics Internacionals, de la Universidad de Barcelona, en conmemoración del
cincuentenario de la fundación del POUM. Publicado originalmente en los números
11 y 12 de la revista Iniciativa Socialista (1990) y reeditado en el boletín
digital de la Fundación Andreu Nin, diciembre 2002].
En
este enlace hay muchos documentos sobre el POUM
Wilebaldo
Solano. En memoria de Enrique Rodríguez
Arroyo "QUIQUE"
1 de noviembre de 1990
La vieja guardia del POUM va desapareciendo.
El paso de los años es implacable. No hace muchos meses tuvimos que despedimos
de María Teresa Andrade y sentimos cruelmente
la muerte en Toulouse de Pedro Durán, uno de esos militantes modestos,
inteligentes y eficaces que constituían la armadura política de nuestro
movimiento. Era un hombre bueno y abnegado, representación viva de los cuadros
militantes que mantuvieron durante largos años, en el corazón de la emigración
española en Francia, la llama de la resistencia contra la dictadura franquista.
Ahora tenemos que evocar la figura de Enrique Rodríguez Arroyo, Quique para sus
camaradas, fallecido en Madrid, su ciudad natal, a principios
de agosto de 1990.
En un acto íntimo celebrado en Barcelona durante
la revolución y la guerra civil, Juan Andrade dijo que en el POUM convivían
armoniosamente dos generaciones, la de los que tenían alrededor de los 40 años
y la de los que contaban alrededor de 20 años, es decir, la que se forjó en las
luchas de los años 20 al resplandor de la revolución de Octubre, y la que hizo
sus primeras armas en las luchas de la República y fue la fuerza de choque en
el proceso revolucionario de 1936. Enrique Rodríguez, que comenzó a militar a
los 16 años, pertenecía, más por su inteligencia y su madurez que por sus años,
al sector de enlace entre las dos generaciones citadas. Colaboró con la
Juventud Comunista Ibérica, la organización juvenil del POUM, pero casi siempre
asumió responsabilidades en el Partido. ¡Y qué responsabilidades!
Son muchos los militantes del POUM que
participaron en las luchas más duras y más dramáticas de su partido y a los que
las circunstancias impusieron tareas y responsabilidades para las que no se
consideraban preparados. Quique no tenía pretensiones de dirigente. Hablaba
bien y podía ser excelente en un debate político, pero no fue conferenciante y
raras veces apareció como orador en los actos públicos. Escribía bien, como lo
prueban sus cartas y artículos, pero habla que empujarle para que colaborara en
la prensa. Siempre pensaba que había gente con mejores cualidades que las suyas
para hablar o escribir. Todo esto se explica porque era un tipo de militante
muy propio de los años 20 y 30. Era un obrero (fue fotograbador y pintor) que
se había formado intelectualmente gracias a un enorme esfuerzo personal y a su
infatigable curiosidad. Era, como tantos otros en nuestro país, un autodidacta.
Ahora bien, se impone decir que era un autodidacta con una excelente
inteligencia natural y con una capacidad de asimilación y de síntesis de los
conocimientos adquiridos que excluía rotundamente la confusión y el barullo
mental. Yo le dije en una ocasión que, en España, todos somos autodidactas,
incluso los que hemos pasado por las Universidades, mas no se lo creyó. Siguió
pensando que determinadas tareas eran propias de los intelectuales en la
sociedad capitalista.
Toda una vida militante
La vida militante de Enrique Rodríguez fue de
una riqueza extraordinaria. Podría decirse de él que estuvo en los combates del
POUM y afrontó sin vacilaciones todas las vicisitudes que éstos comportaron.
El resumen escueto podría ser éste: fue un
partidario entusiasta de la fusión del Bloque Obrero y Campesino y de la
Izquierda Comunista y, por tanto, de la creación del POUM; admiró mucho a
Maurín desde que le conoció y fue uno de los principales dirigentes de la
sección del POUM en Madrid en el período 1935-1937; permaneció en Madrid el 7
de noviembre del 36 y llevó las negociaciones tendentes a que el POUM formara
parte de la Junta de Defensa de la capital, que fracasaron por el veto del
representante de Stalin; en 1937 participó en las Jornadas de Mayo en Barcelona
y fue detenido y encarcelado en la Modelo de Barcelona y, luego, en el campo de
trabajo de Omells de Nagaya, dirigido por un estalinista; al terminarse la
guerra fue detenido y trasladado al campo de concentración franquista de San
Marcos de León, donde no lograron identificarle; en cuanto recobró la libertad,
se trasladó a Madrid, donde participó en 1939 en la reorganización del POUM y
en la publicación de dos números de E] Combatiente Rojo, una de las primeras
publicaciones clandestinas antifranquistas que aparecieron en España; a finales
de 1943 fue elegido miembro del comité ejecutivo del POUM en una conferencia celebrada
en Barcelona, junto con Pallach, David Rey, Utges, Estarán y Pané; este grupo
sacó de nuevo La Batalla en septiembre de 1944, pero sus animadores fueron
detenidos y conducidos a la Cárcel Modelo, entre ellos Quique, Pallach y David
Rey; cuando logró salir de la prisión se incorporó de nuevo al comité ejecutivo
del POUM e intervino activamente en la reorganización de la UGT de Cataluña y
en la publicación de La Batalla, Catalunya Socialista, Adelante y UGT; asistió
a la conferencia general del POUM que se celebró en Toulouse a fines de 1947 en
representación de la organización clandestina de España; en 1948, perseguido
por la policía, pasó a Francia y se instaló en París con su compañera Emma
Roca, miliciana en la Columna Motorizada del POUM en Madrid, a la que se dio
por muerta tras los combates de Sigüenza, y militante en los años 40 en la
clandestinidad madrileña; en Francia, Quique fue elegido miembro del CE del
POUM y participó en toda una serie de tareas internacionales; en 1976-77, al
producirse la crisis del POUM, se opuso a los que querían ingresar en la
socialdemocracia; se traslado en 1979 a Madrid, donde fue uno de los creadores
y animadores de la Fundación Andreu Nin.
Este resumen excesivamente esquemático da una
idea, sin embargo, de lo que podrías ser una biografía de Enrique Rodríguez.
Cada uno de sus enunciados podría convertirse en el título de un extenso
capítulo de la biografía de una extraordinaria vida militante. Pero como aquí
no podemos extendernos mucho, no queda otro remedio que concentrarse en algunos
aspectos de su aventura personal, siempre inserta en un trabajo colectivo, en
una actividad consciente y tenaz que tenían como motores esenciales la lucha
contra el franquismo y la reivindicación permanente de los valores del socialismo
auténtico frente a la gran impostura del estalinismo.
Cuando no era fácil ser del POUM
No era fácil ser del POUM en Madrid entre
noviembre de 1936 y el fin de la guerra. Las calumnias estalinistas,
sistemáticas y atroces, abrumaban a los mejor templados. Pero Quique lo fue en
su puesto responsable, como lo fueron los que combatieron en la unidad mandada
por Mika Etchebéhère en las trincheras de la Moncloa o en los batallones de
Cipriano Mera. Porque no hay que olvidarlo: la represión contra el POUM comenzó
en Madrid con el asalto al local de la JCI y la suspensión de La Antorcha y de
El Combatiente Rojo, mucho antes de las Jornadas de Mayo, que se tomaron como
pretexto en junio de 1937 para justificar la detención de Nin y de centenares
de militantes. Mas tampoco era fácil ser del POUM bajo el terror franquista en
1939-1943, cuando las cárceles y los campos de concentración estaban atestados,
cuando reinaba el nuevo orden" de Franco y de Hitler en España y en
Europa. Pero Quique lo fue en Madrid y en Barcelona, lanzando algunas de las
primeras publicaciones clandestinas, como el increíble El Combatiente Rojo en
1939, Frente de la Libertad el mismo año y La Batalla en 1944, organizando y
animando en los días más aciagos la resistencia obrera y popular a la opresión
dominante.
Yo conocí a Enrique Rodríguez cuando vino a
Barcelona al primer gran mitin nuestro después de la represión de octubre de
1934 y de la creación del POUM. Por iniciativa de Joaquín Maurín, nos habíamos
escrito antes para contrastar nuestras opiniones sobre el viraje de Carrillo
hacia el estalinismo y la unificación de las Juventudes Comunistas y
Socialistas en las JSU. Habíamos escrito sobre el particular en La Batalla y en
La Nueva Era y nuestra coincidencia al respecto era completa. Hablamos juntos
en el mitin que celebró la Juventud Comunista Ibérica en octubre de 1936 en
Madrid, que suscitó las iras de Carrillo y su aparato. Nos vimos bastante
durante el período revolucionario. Pero lo conocí sobre todo a partir del viaje
que hicimos juntos a Barcelona y a Madrid en diciembre de 1946. El comité
ejecutivo del POUM en el exilio me había confirmado la tarea de asistir a la
Conferencia que iba a celebrar la organización de España en Barcelona y de
enlazar con Joaquín Maurín, que había sido liberado al mismo tiempo que
Cipriano Mera y se encontraba en residencia vigilada en Madrid. Como
Quique estaba de paso en París (los contactos entre las organizaciones de
España y del exilio eran muy frecuentes), decidimos hacer el viaje juntos y con
Alberto Aranda, uno de los mejores guías de nuestro servicio especial de enlace
con España.
La frontera con Francia estaba cerrada y los
españoles necesitaban un salvoconducto para trasladarse a las poblaciones
próximas a los Pirineos. Mi documentación falsa fue preparada en Perpignan.
Dormimos en Bourg Madame y pasamos la frontera al amanecer para tomar en
Puigcerdá el primer tren de la mañana. Nos colocamos en vagones diferentes y en
primera clase para suscitar menos sospechas. Pese a un pequeño incidente, que
me decidió a bajar en Vic y a confundirme con los campesinos que iban a la
feria local, llegamos a Barcelona los tres. Yo llegué en un tren diferente y
bajé en el apeadero del Clot. Me pareció más prudente. Quique y Aranda se
alarmaron y pensaron que me habían detenido. Pero no tardé en ponerme en
comunicación con ellos.
En Barcelona había un fuerte movimiento
huelguístico. Las organizaciones clandestinas -muy pocas- estaban en una fase
de gran actividad. La Conferencia de la ONU en San Francisco y la ofensiva
internacional contra Franco habían creado un clima eufórico entre la gente. El
régimen parecía condenado. Pasé cerca de dos semanas en Cataluña trabajando con
Quique y la organización ilegal del POUM. Me enseñaron la imprenta que habían
instalado en una torre de Vallvidriera donde residían Enrique Sancho y su
compañera, militantes ejemplares que vivían en un mundo irreal, convencidos de
que la empresa que ocultaban iba a resistir mucho tiempo. Les ayudé a modificar
la maqueta de La Batalla y alivié la carga de Quique escribiendo en el
periódico. Asistí a la Conferencia del POUM, en la que por cierto
participaron delegados de casi todas las secciones.
Fue emocionante volver a ver a tantos
camaradas en aquellas condiciones. Eran los sobrevivientes más activos de los
años de terror franquista. Recuerdo la satisfacción de Luis Portela por
el trabajo que se realizaba y su deseo de que "gente del exilio"
fuera a reforzar la organización. El secretario político era Quique, que, al
mismo tiempo, asumía la mayor responsabilidad en la dirección de la UGT
clandestina de Cataluña.
Después de la Conferencia de Barcelona, Quique
me propuso acompañarme a Madrid. Acepté, pese a las reticencias de algunos
compañeros que juzgaban que íbamos a "aumentar los riesgos". Hicimos
el viaje juntos. Fue una ocasión para charlar largamente con Quique sobre
multitud de cosas. Nos asombró que en el tren la gente se expresara con tanta
audacia y criticara abiertamente el régimen. Nosotros decidimos permanecer silenciosos
y, cosa curiosa, esta actitud determinó que los viajeros nos miraran con
desconfianza. Bajamos en Caspe para ver a compañeras del partido que trabajaban
en la estación. Su sorpresa fue mayúscula. ¡Cómo si hubiéramos caído del cielo!
En la estación de Sigüenza paramos al lado de
un tren repleto de militares (jefes y oficiales) que se trasladaban a Zaragoza
para asistir a un acto en la Academia Militar. No pudimos por menos que evocar
la lucha heroica de los militantes del POUM de Madrid en la catedral de
Sigüenza durante la guerra. Fue entonces cuando Quique me habló de Emma Roca,
su compañera, a la que habíamos dado por muerta en Sigüenza durante bastante
tiempo y ahora se encontraba en la cárcel de Madrid. Con su gracejo madrileño,
me dijo: "A lo mejor te has creído que voy a Madrid por ti y por Maurín.
Pues, no señor; voy a ver a Emma". A renglón seguido, comenzó a hacer
elogios de Maurín, de su conducta ejemplar en la Cárcel Modelo de Barcelona, de
su valía y de sus cualidades. Para él, era indispensable que Maurín estuviera
al frente del partido: "Tienes que convencerle".
Con Maurín en el Madrid de 1946-47
Permanecimos en el Madrid de diciembre
1946-enero 1947 unos 15 días. Quique se ocupó de casi todo con
su diligencia de buen militante: me alojó en casa de un linotipista de la CNT,
gallego y simpatizante del POUM, que era poco conocido en la capital y en el
que tenía una confianza absoluta. "Portela te había buscado una
pensión segura que tiene un republicano amigo suyo. Pero
estarás mejor en Cuatro Caminos".
Concertó una cita con Portela y otra con
Maurín, que estaba en residencia vigilada. Me llevó a una reunión de la UGT y a
otra del comité nacional de la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas. Fuimos
juntos a elegir pasteles y flores para Emma... A decir verdad, Quique se
movía con más soltura en Madrid que en Barcelona. Por lo demás, en Madrid se
vivía en plena euforia en los medios de la oposición antifranquista. Todos
imaginaban que Franco tenía que desplomarse corno consecuencia de la caída de
Mussolini y de Hitler. Las esperanzas en la ONU y en su Conferencia de San
Francisco eran ilimitadas. Cuando yo decía -reflejando el criterio menos
optimista que prevalecía en París- que la situación era más compleja, que los
gobiernos de los Estados Unidos y de la URSS no se proponían derribar a Franco,
no me creían. Les defraudaba mi escepticismo. Pensaban que los que
vivíamos en París estábamos mejor informados y que, por lo tanto, teníamos que
confirmarles que estaban en lo cierto. Quique me aconsejaba
que fuera menos categórico en mis juicios para "no desanimar a la
gente".
El encuentro con Joaquín Maurín fue muy
emocionante. Nos abrazamos en la entrada del Museo del Prado, donde me había
dado cita. Y, luego, en seguida, desfilando por las salas, me abrumó con mil
preguntas: sobre los compañeros, el partido, el exilio, la guerra civil, la
segunda guerra mundial, la situación internacional, el movimiento obrero
europeo, París... Su interés y su curiosidad eran tan apremiantes que no
resultaba fácil contestarle. Pasábamos de una cosa a otra de un modo
desordenado. De repente, me preguntó cuanto tiempo podía permanecer en
Madrid y propuso que ordenáramos la conversación por temas. Proseguimos la
charla en el Retiro. Y quedamos para el día siguiente en el Museo del Prado.
Tuvimos en total diez o doce entrevistas, más una reunión con tres dirigentes
de la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas.
No puedo extenderme aquí sobre las entrevistas
y las discusiones con Maurín. Sólo quiero dejar constancia de que él creía
también que el fin de Franco estaba próximo y que, por consiguiente, no era
cuestión de pensar en su traslado a París -proposición que yo le hice en nombre
del comité ejecutivo del POUM-, sino del regreso progresivo de los exiliados a España.
La Batalla que
se publicaba en París era excelente, pero había que prepararse para lanzarla en
Barcelona. Al interrogarle sobre su situación material en Madrid, me dijo que
podía vivir con el producto de las traducciones que realizaba para el editor
catalán Janés, para el que ya había trabajado en la Cárcel Modelo de Barcelona.
Naturalmente, Maurín me explicó su odisea: su desesperación al encontrarse en
Santiago y La Coruña en plena insurrección franquista, sus prisiones, y el
drama que supuso para él verse impotente, aislado y cortado de sus camaradas y
de su partido. Pero este es un tema que no puedo abordar aquí.
En 1946-47 había en Madrid un buen núcleo de
militantes del POUM: Luis Portela, Julio F. Granell, Aymerich (ex-comisario
político de la29ª División en el frente de Aragón) y otros que no recuerdo.
Maurín mantenía una relación discreta con ellos en razón de su situación
especial. Quique y yo nos reunimos con ellos varias veces. Un día frío y de
espléndido sol, Portela y Quique me llevaron a la Ciudad
Universitaria, donde las huellas de los combates de la guerra civil estaban
terriblemente presentes. Nos paramos en las trincheras de la Moncloa, donde
habían combatido algunos de nuestros mejores compañeros. Frente a nosotros, a
unos metros de distancia, un oficial del Ejército explicaba a su novia que
"los rojos eran duros de pelar". Por iniciativa de Quique,
nos fuimos.
Quique y
yo regresamos a Barcelona juntos. Durante nuestra ausencia se habían producido
detenciones de compañeros responsables, Alberich, Rocabert, Verdejo. Pero la
policía no descubrió nuestra imprenta. Yo regresé a Francia, con Sancho como
guía para cruzar la frontera. Lo pasamos muy mal a causa de la nieve. Llegamos
a Bourg Madame con los pies casi helados. Quique permaneció en
Barcelona hasta fines de 1948. Cuando su situación se hizo casi imposible,
puesto que la policía le buscaba hasta por motivos en los que no estaba
implicado, decidimos que se refugiara en Francia. En París, pudo reunirse con
Emma y rehacer su vida, tras largos años de luchas y dificultades. Trabajó como
pintor. Pero requerimos su concurso para muchas tareas y, finalmente, se
incorporó al comité ejecutivo del POUM.
El último acto político
En los largos e interminables años del exilio,
nada fue fácil tampoco. Hubo períodos de exaltación y de interna actividad y
fases de depresión y de crisis. Es absolutamente imposible resumir la actividad
del POUM y sus múltiples tareas. Quique era un madrileño profundamente
internacionalista. El exilio le permitió completar su formación y abrirse a
nuevos horizontes. Pero lo vivió con los ojos puestos en Madrid. En 1985, en
una interviú que le hizo Pelai Pagés y que fue publicada en la revista catalana
L'Avenç, Quique resumió el exilio del POUM en Francia con las siguientes
palabras: "Pese a todo, el POUM en el exilio desarrolló una tarea
magnífica. Estuvo presente en todas las manifestaciones de la vida
política, editó folletos interesantes, estuvo en contacto con las fuerzas
estudiantiles y sindicatos del interior y ayudó cuanto pudo a las huelgas y
protestas que se producían en España. Pero sobre todo supo mantener hasta el
último momento La Batalla, reconocido como uno de los mejores y más
interesantes periódicos del exilio".
En 1976, cuando se produjo la crisis más grave
del POUM, no reaccionamos de la misma manera. Aprobó la reaparición de Tribuna
Socialista y su orientación política, que tendía al reagrupamiento de los
marxistas revolucionarios sobre la base de la experiencia del POUM. Osciló
entre nosotros y los que se orientaban hacia la socialdemocracia. El y otros
compañeros nos complicaron la tarea emprendida. Recuerdo con pena ese período.
Sin embargo, Quique se opuso a la disolución del POUM y se mantuvo fiel a sus
ideales hasta el fin. El proceso de desmoronamiento del estalinismo le reafirmó
en sus convicciones políticas. Su principal actividad la desarrolló en la
Fundación Andreu Nin.
Su último acto político consistió en formar
parte de la delegación que el 26 de junio de 1990 presentó en la embajada de la
URSS el documento suscrito por más de 300 intelectuales y militantes de
izquierda reclamando a Gorbachov y a la comisión de rehabilitaciones del PCUS
el esclarecimiento de las condiciones en que fue detenido, secuestrado y
asesinado Andrés Nin en 1937 por agentes de la GPU rusa. En el salón de la
Embajada, mientras hablábamos con los diplomáticos soviéticos, observé un
momento a Quique, que estaba sentado frente a mí. Le sentí muy frágil, muy
disminuido, y me asusté. Pero a la salida y, luego, en la terraza de la
Castellana, contento entre tantos amigos, me dijo: "hacía mucho tiempo que
no me sentía tan feliz". Eran las siete de la tarde, el termómetro marcaba
37 grados y una suave brisa vino a colmar nuestra alegría y a animar las conversaciones
de nuestro grupo. Quique se nos fue unas semanas después, el 3 de agosto, en su
Madrid. Ni le olvidamos ni le olvidaremos.
1 de noviembre de 1990
NECROLÓGICAS
Enrique
Rodríguez Arroyo, ex dirigente del Partido Obrero de Unificación Marxista
(POUM)
Enrique
Rodríguez Arroyo, del POUM. Cementerio Civil del Este. Madrid
NECROLÓGICA:
Emma
Roca, miliciana del POUM
Capitanes sin medallas: 2. Enrique Rodríguez alias
“Quique”, el alma del POUM en el frente de Madrid
31 Julio 2012
Cuando hablamos de partidos, sindicatos, de grandes
ideas, lo hacemos sobre todo de los hombres y mujeres que la han encarnado en
la acción. En los años más oscuros del franquismo, esas ideas y esas personas
podían parecer tan lejanas como la Atlántida...
Cuando hablamos de partidos, sindicatos, de
grandes ideas, lo hacemos sobre todo de los hombres y mujeres que la han
encarnado en la acción. En los años más oscuros del franquismo, esas ideas y
esas personas podían parecer tan lejanas como la Atlántida. Una historia
perdida que, primero lentamente, y luego de una manera mucho más intensa,
comenzamos a reconocer e incluso a tratar. Ese trato con los que habían luchado
contra el fascismo, y lo habían hecho por la civilización de la libertad y el
trabajo, fue como una recompensa. Sobre todo considerando que durante muchos
años, el único rostro que se nos permitió conocer fue el de la cultura de la
derrota.
Entre esos hombres y esas mujeres resulta
obligatorio evocar a “Quique” Rodríguez, y de Emma Roca, una pareja de
poumistas tan modestos como inolvidables, dos militantes que representaron como
pocos al pequeño pero intrépido POUM de Madrid sobre el que la FAN ha tratado
en sus últimas jornadas. Sobre “Quique”, Paco Carvajal que ha estudiado esta
época, nos decía que apenas si dormía. Y desde que Juan Andrade tuvo que
marchar a Barcelona para trabajar en “La Batalla”, “Quique” fue el “alma mater”
del POUM madrileño.
Los Rodríguez del trotskismo madrileño de los
años treinta fueron tres, todos ellos comunistas desde la juventud. De entre
ellos, “Quique”, alias de Enrique Rodríguez Arroyo (Madrid, 1913-1990), fue el
más destacado, pero también el historia del su hermano Antonio, alias
“Rodas”, fue igualmente integra y prolongada.
Ambos compartían algunas características
comunes como la actitud fraternal y el buen humor por más que le separaban
matices de peso. Mientras “Quique” era más poumista que trotskista, Antonio era
al revés, además de más “discutidor”…No llegué a conocer a José (Madrid,.
1917-2003), hay que decir que ingresó en la Juventud Ibérica (POUM) a últimos
de 1935. Sindicalmente perteneció al Sindicato Metalúrgico, de la CNT, en
Madrid. En julio de 1936, marchó con la columna motorizada de la sección
madrileña del POUM al frente de Sigüenza. Después ocupó el cargo de responsable
político de los transportes del POUM, hasta que la policía estalinista se
incautó de dicho material, en febrero de 1937. Más tarde ingresó en la
Editorial Marxista, siendo detenido en Barcelona el 16 de junio de 1937 en la
operación represiva contra el POUM. Inicialmente incluido en el proceso contra
la dirección del POUM posteriormente fue sobreseída su acusación. Continúo su
actividad política después del triunfo del franquismo.
Tanto “Quique” como Antonio eran
militantes “de tropa”, de formación y rasgos personales muy marcados,
personalidades recias y entregadas no muy diferentes a otros que había conocido
en las filas comunistas o anarquistas, aunque con unos grados de debate y
formación política superiores. Si había una diferencia, era que “Quique”
mostraba perfectamente capacitado de tener opiniones propias bastante
desarrolladas sobre todos y cada uno de los problemas de la crisis española de
los años treinta (y por extensión sobre el significado del fascismo de la
URSS de Stalin), sin olvidarse de las críticas y autocríticas sobre el POUM,
tema sobre el que nunca dejó de debatir amigablemente, con genio pero siempre
con buen humor. Con rabia pero también con ironía.
Siempre con una ironía a punto, “Quique” era
el rostro más reconocible del trotskismo de Madrid, el lugar donde alcanzó una
mayor fuerza organizativa. Allí residía la dirección del PCE, era la
"capital del marxismo hispano". Desde Madrid se intentó incidir en el
PCE, en las Juventudes socialistas y en el ala izquierda del PSOE y luego del
POUM en Madrid y eso imprimía carácter. En Madrid amigo –comentaba con su tono
peculiar- éramos los últimos monos, pero no agachábamos la cabeza. Era
parte natural del pueblo madrileño más llano, un obrero de los “de antes”,
extrovertido, castizo, con un sentido de oficio en lo que hacía. Aunque
ignoraba el álgebra de la teoría, sabía hacer las cuentas de la abuela,
y desde luego, sin citas ni otros adornos, sus intervenciones eran intensas y
razonables, eso aparte de divertidas, además bajaba los humos y a ser posible,
los “malos rollos”. Recuerdo una ocasión en que conversando con Juan Eduardo
Zúñiga, un escritor que tan bien conocía el Madrid resistente a raíz de un
encuentro motivado por el interés común por Panait Istrati, le ofrecí un
pequeño retrato de “Quique” acompañado por alguna anécdota todavía fresca sobre
su papel en la defensa de Madrid. Zúñiga me comentó como era posible que la
historia hubiera acabado olvidando gente así. Le contesté que, como él
bien sabía, la historia la escriben los vencedores, y los poumistas
fueron perdedores por partida doble.
Cuando “Quique” hablaba de su historia
madrileña, no se olvidaba de ofrecer sus propios datos sobre otros poumistas
madrileños, algunos de la talla de un Luís García Palacios (1896-1947),
empleado de banca y dirigente de las Juventudes Socialistas en 1920, luego
primer secretario de las Juventudes Comunistas, fue arrestado muchas veces
durante la dictadura de Primo de Rivera. En 1922, Luís viajó a Moscú y
“su camino se cruzó con el de Trotsky” cuando es el único que aplaudió a éste
en un Plenum de la Internacional ante el silencio tétrico de los burócratas.
Luís pasa al Partido Comunista en Oviedo, y llega a ser el principal
organizador sindical de Palencia como empleado de banca. En 1931 era miembro de
la Agrupación autónoma de Madrid, pero se une a la ICE en 1932, escribe en
Comunismo. Dirigente del sindicato UGT de empleados de banca en el que
consigue actuar como “permanente”, y miembro del Comité de Madrid del POUM en
1936, era el que expresaba en la prensa poumista las preocupaciones del
colectivo madrileño. “Quique” recordaba la preocupación existente ante lo que
se veía venir, por reorganizar y rearma las milicias cuyo embrión había surgido
al calor de la Alianza Obrera. Raro era el día en los grupos fascistas no
hicieran de las suyas, y calentaran un ambiente en el que la tentación golpista
aparecía expresada abiertamente por líderes de vocación fascista como Calvo
Sotelo.
Los poumistas criticaban con dureza la
"retórica demagógica" del PSOE, y más aún al PCE, por dedicarse a
enardecer los sentimientos de las masas en mítines, uniformarse y organizar
desfiles militares, pero sin embargo no mover un dedo por estructurar
cabalmente las milicias. Es más se dirigían al gobierno para que éste
respondiera a las "provocaciones fascistas" y a desarmar las bandas
reaccionarias. En la parte que le correspondía, ellos tenían capacidad de
movilizar barrios como Vallecas, y más de una vez organizaron respuestas
contundentes cuando a los falangistas se les ocurrió asomar el hocico. En un
Imprecor de octubre de 1984, “Quique” contó con detalle como sucedo la huelga
general del 34 en Madrid como actor y casi como periodista. Lo recuerdo
evocando las discusiones entre los trabajadores eran antes sobre cómo iba a ser
el socialismo, que sobre sus exigencias inmediatas Pero él sabía que
había que ponerle el cascabel al gato, y que para llegar al comunismo
libertario o no, había que hacer la revolución, destruir el poder burgués, y
para ello se necesitaba un partido, sino fíjate, con la fuerza que tenían
socialistas, anarquistas, y los comunistas, que los habían buenos, y fíjate
chico, fíjate que desastre, qué lástima.
Pero las cosas no daban para más, no podíamos
cambiar las condiciones de la noche a la mañana como pretendía "El
Viejo", chico que pena, no se enteraba, estaba muy mal informado. “Quique”
lo repetía: en el caso de España, Trotsky no comprendió, no conocía nuestra
realidad.
“Quique” era un personaje forjado en la calle
y esos que conocían “a todo el mundo”, de todas las izquierdas. Militante
comunista de los de verdad desde los 16 años (1929) en las juventudes del
partido, miembro del comité de Madrid, y un comunista trágico que trataba de
entender cosas terribles como el desastre del comunismo alemán –del que citaba
personajes y referentes como otra gente lo hace sobre los equipos de fútbol-, y
todavía no podía evitar el estupor que la causaba el hecho de que el
estalinismo hubiera llegado a “arrastrar” a gente de buena madera militante,
que los había y él los conocía, y ofrecía su propio retrato de Gabriel León
Trilla y su trágico destino, Trilla que callaba cuando los trotskistas le hacía
preguntas “envenenadas” sobre el curso burocrático del PCE.
“Quique” tenía por entonces no más de veinte
años. Era un obrero (fue fotograbador y pintor) que se había formado
intelectualmente gracias a un enorme esfuerzo personal y a su infatigable
curiosidad...Su universidad fue la lucha, en 1934 ya era secretario del
sindicato de fotograbadores de la UGT donde consiguió ser un crítico
acerbo apreciado y respetado por los mismos que torcían la cara cuando aparecía
con sus propuestas en el sindicato, pero que le iban a decir a él los pequeños
funcionarios que los domingos se llenaban la boca de palabras sobre el
socialismo, a los que ponía nerviosos cuando les preguntaba cuándo y cómo iba a
llegar, quien le iba a poner el cascabel al gato.
Su partido fue el POUM, y lo conocía como si
lo hubiera parido. No en vano fue uno de los miembro más jóvenes del Central,
viajó entre Madrid y Barcelona, estaba al detalle de cada acción, además, por
la vía de Juan Andrade y Mª Teresa, era de los más sensibles al debate con
Trotsky. Para “Quique” esto no era cualquier cosa, tres décadas después le seguía
afectando como algo que acabara de ocurrir, y tenía sus argumentos. Él sabía cómo
pocos el alcance y los límites de la izquierda caballeriotas, los conocía a
todos, a Largo, a Araquistáin, buena gente, creían en la necesidad de una
revolución, pero seguían presos de los esquemas socialdemócratas que habían
mamado. De la ICE al POUM hubo mucho trecho. Él lo podía contar siguiendo su
propia odisea, que no era moco de pavo. Desde el primer día en el Cuartel de la
Montaña, los del POUM estuvieron en la primera línea del frente de Madrid para
hacer la guerra y la revolución. Recordaba como en los primeros días Dolores
Ibárruri que lo conocía le había sonreído, porque ellos fueron a buscar armas a
los locales del PCE en busca de armas, pero a finales de 1936 todo comenzó a
cambiar.
Ya no había lugar para las sonrisas, sí acaso
calumnia y muerte. Escapó por los pelos. “Quique” fue arrestado después de los
acontecimientos de mayo del 37 en Barcelona, y estuvo preso en un campo de
concentración hasta diciembre de 1938 con guardianes comunistas con los que
trataba de discutir, pero camarada, ¿no me conoces, no te acuerdas de tal
momento o tal huelga?, ¿cómo puedes creer que somos de la "Quinta
Columna"?. Como uno de los dirigentes más activos de la sección del
POUM en Madrid en el período que va entre 1935-1937, “Quique” llevó las
negociaciones tendentes a que el POUM formara parte de la Junta de Defensa de
la capital, y que fracasaron por el veto del representante de Stalin, punto en
el que algunos han encontrado una contradicción con su desaprobación a la
presencia de Andreu Nin en el gobierno de la Generalitat catalana. La
casualidad quiso que durante las jornadas de mayo del 37 coincidiera con una de
sus asistencias a una reunión en Barcelona con la que “Quique” garantizó a lo
largo de la contienda la conexión entre Madrid y Barcelona, y además en las
barricadas. Fue detenido y encarcelado en la Modelo de Barcelona y, luego, en
el campo de trabajo de Omells de Nagaya, dirigido por el siniestro
Astorga, un estalinista que descrito por ““Quique” “parecía alguien
extraído de las páginas de 1984.
No pudo escapar y las huestes franquistas lo
detuvieron y lo trasladaron al campo de concentración de San Marcos de León,
pero afortunadamente no sabían quién era. Esto le permitió recuperar la
libertad, y el “año de la Victoria” se encuentra trabajando por la
reorganización del POUM, sacando dos números de su órgano "El
Combatiente Rojo", sin duda una de las primeras publicaciones clandestinas
antifranquistas que aparecieron en España. Estos son años agotadores. En una
conferencia celebrada en Barcelona a finales de 1943, es elegido para el
Ejecutivo poumista junto con Josep Pallach, David Rey, Utges, Estarán y Pané.
Hay una foto de esta época en la que sus componentes parecen ajenos a las
caídas y al desánimo. Estaban seguros que más tarde o más temprano la dictadura
acabaría cayendo.
Éste es un POUM dinámico que publica de nuevo
“La Batalla”, hasta que “Quique”, Pallach y David Rey dan con sus
huesos en la cárcel Modelo de Barcelona. Al acabar la guerra mundial, descubre
que su compañera Emma Roca, está viva, y regresa a Madrid en compañía de Solano
con la misión de entrevistarse con Maurín, y Solano que le acompañaba: “Fue
entonces cuando “Quique” me habló de Emma Roca, su compañera, a la que habíamos
dado por muerta en Sigüenza durante bastante tiempo y ahora se encontraba en la
cárcel de Madrid. Con su gracejo madrileño, me dijo: `A lo mejor te has creído
que voy a Madrid por tí y por Maurín. Pues, no señor; voy a ver a Emma´. A
renglón seguido, comenzó a hacer elogios de Maurín, de su conducta ejemplar en
la Cárcel Modelo de Barcelona, de su valía y de sus cualidades. Para él, era
indispensable que Maurín estuviera al frente del partido: Tienes que
convencerle”. Aunque estrechamente relacionado con Andrade y Mª Teresa (a los
que visitó cada semana durante años, cometiendo –según de Cabo- la proeza de no
enfadarse nunca con ellos), y provenir del trotskismo, “Quique” había asumido
con su actuación catalana, una voluntad de síntesis que le llevaba a polemizar
agriamente con los críticos más duros del maurinismo.
Con Emma de nuevo a su lado, la lucha
continuaba. De nuevo en Barcelona, “Quique” despliega toda su capacidad
en la reorganización de la UGT de Cataluña de la que actuara como
secretario. Editó nuevamente "La Batalla", y llega a hacerlo también
con "Catalunya Socialista", "Adelante", y lo hará también
en la prensa de la UGT. Será uno de los pesos fuertes de la conferencia general
del partido (Toulouse, finales de 1947), como secretario político de la
organización clandestina. En 1948, la policía le sigue de cerca, y se ve
obligado a pasar a Francia. Se instaló en París un año más tarde con
Emma, con la que formó una de esas parejas militantes cuya relación había
superado toda clase de avatares. Finalmente, entre las caídas y la escisión del
"Moviment Socialista de Catalunya", más tarde conocidos como “los
músicos”, dieron al traste con el arduo proyecto de reconstrucción de parido, y
ya no había mucho más ““Quique”s” o Daniel Rebull, alias David Rey en la
reserva.
A partir de entonces, participará en las
actividades del exterior, y allí estaba en el París del 68, entusiasmado con el
mayo, e involucrado en la marcha de la UGT. En 1985, en una minuciosa entrevista
con Pelai Pagès y que fue publicada en la revista de historia
"L´Avenç", “Quique” resumió el exilio del POUM en Francia con las
siguientes palabras: "Pese a todo, el POUM en el exilio desarrolló una
tarea magnífica. Estuvo presente en todas las manifestaciones de la vida
política, editó folletos interesantes, estuvo en contacto con las fuerzas
estudiantiles y sindicatos del interior y ayudó cuanto pudo a las huelgas y
protestas que se producían en España. Pero sobre todo supo mantener hasta el último
momento La Batalla, reconocido como uno de los mejores y más interesantes
periódicos del exilio". Sin embargo, esto no fue suficiente para
garantizar un relevo generacional que se presentó conflictivo.
Aparte del calor humano que desprendía,
“Quique” era de los pocos veteranos atentos a todo lo nuevo, capaz de
escudar a los jóvenes sin atribuirse ningún magisterio de viejo
revolucionario... No había tenido acceso a otra cultura que no fue la obrera,
no tenía pluma, aunque no la faltaba una capacidad verbal tan llana como llena
de sentido común. Hablaba con veneración de editoriales como Fontamara, al
tiempo que evocaba lo que para un obrero como él o como sus hermanos o Emma,
había significado la labor de un Juan Andrade del que parecía a veces su escudero
con el tono socarrón y prosaico de Sancho Panza que era tan propio de “Quique”.
En 1976-77, al producirse la crisis del POUM, se opuso –dolorosamente, sobre
todo considerando que también tenía sus ilusiones en el desarrollo de una
izquierda socialista como la representada por Arsenio Gimeno o por Joan
Raventós- a los que querían ingresar en la socialdemocracia. Ya estaba bastante
enfermo con todas sus pastillas a cuesta cuando regresó en 1979 a su Madrid y
se mantuvo en un área de proximidad con la LCR, y más tarde sería uno de los
creadores y animadores de la Fundación Andreu Nin en el Madrid que tan bien
conocía.
Su fallecimiento nos cogió a todos más bien
tristes, y quizás no hicimos todo lo que tocaba para reivindicar una memoria
que siempre tenemos que rescatar del cemento del olvido. Su último acto
político consistió en formar parte de la delegación que el 26 de junio de 1990
presentó en la embajada de la URSS el documento suscrito por más de 300
intelectuales y reconocidos militantes de izquierda para reclamar a Gorbachev y
a los responsables de comisión de rehabilitaciones del PCUS, el esclarecimiento
de las condiciones en que fue detenido, secuestrado y asesinado Andreu Nin.
Aquel día cuenta Solano que estaba feliz, pero mi último recuerdo es más bien
triste. Data del invierno de 1989 con ocasión de las jornadas que la Fundación
Andrés Nin organizó en el Ateneo de Madrid para conmemorar el centenario del
nacimiento de Trotsky. Un apagado “Quique” tomó parte en un acto en el que el
invitado “estrella” era nada menos que el historiador oficialista, un
prepotente Juan Pablo Fusi que tomó la ofensiva como uno de esos abogados en
una película norteamericana que no dejan hablar al acusado. Hablaba en nombre
de una democracia que parecía colgada en el cielo, y atribuía a Trotsky errores
autoritarios que parecían ubicados en el infierno. La mirada del viejo
revolucionario era ya apagada y triste.
Su alegría natural de tiempos atrás se me
antojaba entonces, en aquellos días, muy lejana. De hecho, ya estaba muy mal,
tenía que andar todo el día con la leche de las pastillas, tantas que se hacía
a veces un lío, menos mal que Emma siempre estaba pendiente. Y un buen
día se fue en silencio, pero no quedó en el olvido.
Revista Viento Sur Nº 43 año XVI
Andreu Nin POUM 1937- 2007
1936- 1937 Combates por la revolución en la guerra civil española
La larga
marcha por la verdad sobre Andreu Nin
Wilebaldo Solano