Este texto reproduce un capítulo del libro Contra
el estalinismo, publicado por Editorial Laertes en diciembre de 2001
[Libro] Julián Gorkin. Contra el estalinismo.
Editorial Laertes. Primera edición 2001
Índice
Presentación de la edición (Fundación Andreu
Nin)
Experiencia y pensamiento anti-totalitario en
Julián Gorkin (Juan Manuel Vera)
Capítulo 1. Testimonios de un hombre de acción
Mi ruptura con Moscú
Capítulo 2. Los comunistas contra la revolución
española
Los métodos de Stalin en España y las jornadas
de Mayo
El sacrificio de Andrés Nin
Evasión tras la caída de Cataluña
Capítulo 3. Por un nuevo socialismo
Conclusiones generales sobre los problemas del
socialismo
Por un reagrupamiento socialista: algunos
enunciados programáticos
La revolución y la contrarrevolución de
nuestro tiempo
BIBLIOGRAFIA DE JULIÁN GORKIN
El sacrificio de Andrés Nin
Este texto reproduce un capítulo del libro
Contra el estalinismo, publicado por Editorial Laertes en diciembre de 2001. El
texto original apareció en 1974. Debe tenerse en cuenta que al escribirse aún
no se conocían, lógicamente, los documentos descubiertos, después de 1989 ,en
los Archivos de Moscú que fueron dados a conocer en la película Operación Nikolai (1992)
, producción de TV3 dirigida por María Dolors Genovés y Llibert Ferri. En lo
esencial, lo fundamental de los testimonios del ex-ministro comunista Jesús
Hernández (en su libro Yo fui un ministro de Stalin) y el relato de Gorkin se
ven en gran medida confirmados aunque se añaden aspectos que ni Hernández ni
Gorkin podían conocer y sobre los que únicamente podían especular. Los hechos
fundamentales pendientes de confirmación son la identidad del ejecutor material
del crimen (que Gorkin, a partir de confidencias de Enrique Castro Delgado,
atribuye a Vittorio Vidali) y el lugar donde fue ocultado el cadáver de
Nin.
Antes de proseguir el relato de nuestra odisea, trataré de reconstruir el
trágico calvario conocido por Andrés Nin desde el momento de su detención hasta
el de su sacrificio supremo. Sacrificio vil y al margen de toda ley por parte
de sus verdugos; heroico y noble por su parte, ya que con él salvó el honor y
la vida de sus compañeros y rescató a todas las víctimas, españolas e
internacionales -y pasadas y futuras- de la vesania estaliniana. Fue, sin duda
-y la opinión a este respecto es casi general-, el crimen más monstruoso de la
intervención del Kremlin en la guerra de España. Durante los primeros años de
nuestra posguerra constituyó un misterio, o poco menos, lo concerniente a su
detención, al itinerario que lo obligaron a recorrer, y, finalmente, a las
circunstancias de su asesinato. Y otro la discriminación de las
responsabilidades de quienes, de una u otra manera, y en mayor o menor grado,
intervinieron en este tenebroso asunto. Ya en 1941 contribuí a descorrer un
tanto el velo de este misterio en el libro que edité en México; hoy, y mediante
diversos testimonios, mi propia investigación y las consiguientes deducciones,
me creo en situación de establecer, si no la verdad con todos sus detalles,
tanto el fondo político como la materialidad de los hechos.
Al margen de toda ley
(...) Lo que interesaba a Stalin, a sus esbirros de la NKVD y, en general, a
sus aparatos en España e internacionalmente, no era el asesinato puro y simple
de Nin y de sus principales compañeros -y es evidente que este asesinato
hubieran podido perpetrarlo desde el día en que caímos en sus manos-, sino
nuestro sometimiento a un proceso público y a la faz del mundo, nuestra condena
y nuestra inmediata ejecución guardando las apariencias de la legalidad
republicana. (Lo mismo que en los procesos de Moscú y, más tarde, en los de las
llamadas democracias populares). Las apariencias de esta legalidad estaban
contenidas en el Decreto promulgado con fecha 23 de junio de 1937, cuyo
articulado era a la vez lo suficientemente amplio y preciso para maniatar, e
incluso liquidar, a todos los opositores al Gobierno Negrín, imponer una férrea
disciplina de tiempos de guerra y sembrar el terror lo mismo en los frentes que
en la retaguardia. Este Decreto no había recibido la sanción del Parlamento y,
además, los Tribunales de Espionaje y Alta Traición por él creados, y
compuestos por tres magistrados civiles y dos militares, eran nombrados por el
propio Gobierno. Saltaba a la vista, por consiguiente, su carácter dictatorial
o, si se prefiere, ejecutivo. Establecía, por otra parte, las siguientes
figuras de delito: el hecho “de cumplir actos hostiles hacia la República, en
el interior o fuera del territorio nacional”; el hecho “de defender o propagar
noticias y emitir juicios desfavorables al desarrollo de las operaciones
militares o al crédito y la autoridad de la República”; los “actos o
manifestaciones tendentes al debilitamiento de la moral pública, la
desmoralización del Ejército o el socavamiento de la disciplina colectiva”. Las
penas previstas eran de seis años de prisión firme a la pena de muerte, y ello
lo mismo para los delitos comprobados que para las “tentativas fracasadas, la
conspiración y la simple intención conspirativa, así como la complicidad o la
protección”. Añádase a esto el poder discrecional conferido a la policía y “la
exención de pena para aquellos que, después de haber dado su conformidad para
la comisión de uno de estos delitos, lo denunciaran a las autoridades antes de
su cumplimiento o ejecución”. Y lo más grave de todo: el carácter retroactivo
del Decreto, que permitía juzgar y aplicar estas categorías de delito a los
actos cometidos con anterioridad a su publicación y, por consiguiente, a la
constitución del Gobierno Negrín. Y si se añade que, con fecha 14 de agosto, y
mediante una circular oficial, quedó reforzada la censura no sólo respecto del
Gobierno de la República, sino de las críticas y los ataques respecto del
Gobierno de la Unión Soviética, así como la creación, con fecha 15 de agosto,
del SIM (Servicio de Investigación Militar), que no tardó en caer -como habían
caído anteriormente los Servicios de Orden Público- bajo el control de los
comunistas, a pesar de los esfuerzos del ministro de Defensa Nacional,
tendremos el cuadro completo de la nueva legalidad y del uso que podía hacerse
de ella.
En el ánimo de los ministros socialistas moderados y de los ministros
republicanos, se trataba de liquidar la obra de la revolución -o de someterla
pura y simplemente a las necesidades de la guerra-, con la esperanza de
reforzar la ayuda rusa y de conquistarse la de las potencias occidentales. En
el ánimo de los comunistas, se trataba de eso, y, sobre todo, de imponer su
dictadura de hecho, una dictadura legalizada en nombre de la cual podían
cometer las peores ilegalidades, no sólo contra las oposiciones declaradas, sino
contra las potenciales. Salvo el ambicioso Negrín, obligado a pagar el precio
de su reciente e inesperada jefatura, y Álvarez del Vayo, dócil instrumento
suyo, al igual que un Hernández o un Uribe, no tenían que tardar en darse
cuenta de ello los ministros socialistas y republicanos. Y, por encima de
ellos, el propio Presidente de la República. La prueba más contundente y
escandalosa iba a constituirla nuestro proceso y, como veremos seguidamente, el
problema mayúsculo planteado por el secuestro y el asesinato de Andrés Nin.
Detenido el 16 de junio, hacia mediodía, Andrés Nin fue conducido tres horas
más tarde de Barcelona hacia Valencia. Según los informes recogidos más tarde,
se usaron para su conducción tres automóviles: iba él en el del medio, maniatado
y entre policías madrileños, y abrían y cerraban la marcha los otros dos con
agentes extranjeros pertenecientes a la NKVD ¿Hicieron un alto en Valencia? ¿Lo
llevaron siquiera a Madrid? Como veremos seguidamente, Manuel de Irujo,
ministro de Justicia, declaró que “Nin no había estado nunca en una prisión del
Estado”. Para los dos jefes principales de la operación contra el POUM, Alejandro
Orlov y Carlos J. Contreras (Vittorio Vidali), era Nin la pieza fundamental del
proceso y no querían que pudiera ser rescatada. Doy por seguro, o poco menos,
que lo llevaron directamente a la checa especial preparada en Alcalá de
Henares. De salirles bien el montaje preparado con todo detalle, lo hubieran
hecho aparecer en el momento oportuno. Este montaje respondía a una hábil
combinación, de acuerdo con la técnica habitual de la NKVD -y, en general, de
los métodos político-policíacos del estalinismo-, de los aspectos legales con
los ilegales. Pues lo que se pretendía -conviene no olvidarlo- era un proceso
público, a cubierto de la nueva legalidad, si bien con pruebas ilegalmente
amañadas en aplicación del socorrido principio de que el fin justifica los
medios. Lo que era posible en Rusia, en esto como en todo, debía serlo
forzosamente en España.
Aun anticipándonos al desarrollo de los acontecimientos, teníamos que poseer
una prueba de lo apuntado. El abogado defensor requerido por nuestros
compañeros, Benito Pabón, diputado independiente por Zaragoza -le hicieron la
vida imposible al punto de verse obligado a huir de España-, recibió para
estudio, durante veinticuatro horas, el sumario del proceso del POUM. En este
sumario aparecieron cuatro declaraciones prestadas por Nin ante la policía y
fechadas los días 18, 19, 20 y 21 de junio. Quiere ello decir que se había
procedido a su interrogatorio dos días después de su detención en Barcelona y
durante los tres días siguientes. Pero, contrariamente a las normas
establecidas, no se daban en los preámbulos de las declaraciones ni el lugar
donde las prestó ni los nombres de los interrogadores. Sin embargo, y a pesar
de estas irregularidades por demás significativas, el hecho de figurar en el
sumario indicaba la intención de darle a su proceso, formando uno solo con el
nuestro, un carácter público y legal. Añadiremos que los tres primeros
interrogatorios giraban en torno a las acusaciones formuladas contra nosotros,
y muy singularmente contra él: el complot de la Quinta
Columna, el mensaje al dorso firmado con una N, sus
implicaciones con el espionaje descubierto en Gerona, la insurrección de mayo
en Barcelona... En una palabra: en torno al plan montado por Slutski-Orlov. Las
respuestas de Nin denotaban una mezcla de indignación y desprecio. La cuarta
declaración, completamente inusual, contenía un resumen biográfico de su
carrera revolucionaria, y en la parte final reconocía que, en 1927, había sido
expulsado del Partido Comunista (bolchevique) de la URSS, en 1930 de la propia
URSS, y que hasta 1934 “había militado en la Oposición Comunista orientada
principalmente por Trotski”. ¿Sin duda esto último en España como en Rusia -y
universalmente-, constituía un delito para los agentes de la NKVD? No podía ser
otra la explicación de la autobiografía.
¿Cuándo y por qué se le arrancó de la checa de Alcalá de Henares? Ante el juez
especial nombrado por el ministro de Justicia, los dos guardianes que
aparecieron maniatados tenían que dar la fecha del 22 o el 23 de junio. Era,
sin duda, el único dato cierto, ya que el artículo sobre “La fuga del bandido
Nin”, aparecido en Mundo Obrero, llevaba la fecha del 25. El porqué se nos
aparece por demás claro. Como veremos, el asunto Nin estuvo a punto de provocar
la crisis del Gobierno. Los ministros de Justicia y de Gobernación habían dado
órdenes terminantes de descubrir su paradero y de rescatarle. La opinión
internacional acumulaba las protestas. Ante esta situación, Alcalá de Henares
se convertía en una posición mucho más vulnerable para la NKVD que El Pardo.
Había que sacar a Nin de mediante un simple traslado, sino simulando una
evasión por la Gestapo en colaboración con la Falange, creando así la confusión
y ofreciéndole las consiguientes armas a la propaganda comunista y
comunistizante. Especialistas del terror, y sabiendo que estaba en juego su
propia vida, Orlov y Vidali no podían permitirse el lujo de un fracaso. Todo
menos eso.
Resumiré en este punto los testimonios existentes sobre este escándalo, y a la
vez trataré de establecer, con la máxima imparcialidad posible, las
consiguientes responsabilidades. En la mañana siguiente a la detención y el
traslado de Nin, Juan Negrín llamó urgentemente a Jesús Hernández a la
Presidencia y le preguntó sin preámbulos: “¿Qué han hecho ustedes de Nin?” y
ante la sorpresa y la ignorancia manifestadas por su ministro, se lamentó: la
policía soviética actuaba en Barcelona como en su propia casa, sin advertir
siquiera a las autoridades del país; detenía a los ciudadanos españoles y los
trasladaba de ciudad en ciudad y de calabozo en calabozo sin autorización ni
mandato. Y ahora había hecho desaparecer a Nin. Companys, inquieto y
escandalizado, le había llamado por teléfono. Si existían pruebas delictivas
contra Nin, en su calidad de ex Consejero de la Generalidad de Cataluña, su
caso debía ser sometido al Tribunal de Garantías Constitucionales (1). Y
mostrando sobre su mesa un montoncito de telegramas, Negrín concluyó altamente
preocupado:
-Esta tarde tendremos dificultades en el Consejo de Ministros. Prieto, Irujo y
Zugazagoitia provocarán el consiguiente escándalo. ¿Qué puedo decirles? ¿Que no
sé nada? ¿Y dirá usted que no sabe nada tampoco? ¡Todo esto es lamentable!
Corrió Hernández a comunicarles lo sucedido a Togliatti y Codovila. El primero
escuchó el relato en silencio, impenetrable y sin pestañear siquiera. Por fin
se limitó a decir que no había que tomar las cosas por lo trágico, pues los
camaradas del Servicio sabían lo que se hacían. Se trasladó, sin embargo, a la
Embajada soviética, cercana al edificio del Comité Central. Volvió diciendo que
en la Embajada nadie sabía nada. y al anunciarle Hemández que en esas
condiciones se negaba a concurrir a la reunión del Consejo de Ministros, le
dijo fríamente:
-Rehuir el debate sería absurdo. Podéis eludir lo concerniente a Nin y haceros
fuertes ofreciéndonos a demostrar que los dirigentes del POUM mantienen contactos
con el enemigo. Abrid la discusión sobre la existencia de una organización de
espionaje y nosotros demostraremos que existe efectivamente, y dejará de ser un
escándalo la detención de Nin. y si aparece, será juzgado como traidor.
La reunión del Consejo de Ministros se celebró en una atmósfera de tensión
dramática. Julián Zugazagoitia tomó la palabra el primero y planteó crudamente
el asunto de Nin. Lo único que sabía es que había sido detenido, lo mismo que
sus compañeros, por un servicio extranjero que no obedecía a otra ley que la de
su fantasía. “Deseo saber -añadió a guisa de conclusión- si en mi calidad de
ministro de Gobernación dependo de ciertos técnicos soviéticos. El
reconocimiento hacia ese país no debe obligarnos a abdicar de nuestra dignidad personal
y nacional”. Prieto e lrujo protestaron a su vez de los ultrajes que los
soviéticos les hacían a los españoles y contra su pretensión, a cambio de sus
armas, de vigilarles, e incluso de gobernarles. Estaban dispuestos a dimitir
antes que someterse al papel de simples comparsas. Los ministros republicanos
Velao y Giner de los Ríos -y tras ellos la mayoría de los otros- exigieron el
rescate de Nin y la destitución del coronel Ortega, Director General de
Seguridad y cómplice de Orlov. Nadie podía admitir, por otra parte, que los dos
ministros comunistas ignoraran la suerte corrida por nuestro compañero -y por
nosotros mismos-, sobre todo teniendo en cuenta el tono de sus discursos y de
su prensa. Hábilmente, Hernández empezó aceptando la destitución de Ortega:
¿qué importancia tenía el sacrificio de un instrumento secundario? Pero
seguidamente, y obedeciendo al mandato de Togliatti, amenazó “con hacer
públicos los documentos comprometedores para el POUM, así como los nombres de
todos aquellos que, dentro y fuera del Gobierno, y por simples cuestiones de
procedimiento, se hacían los defensores de los espías”. Conciliador, y atento
tan sólo a evitar la crisis, Negrín propuso finalmente que se suspendiera el
debate en espera de la investigación de los hechos y de las pruebas anunciadas
por los ministros comunistas. Unos días más tarde haría suya la tesis de la
NKVD y, al correr de los meses, se iría deshaciendo de todos los que se oponían
a sus mandatos.
Forzoso es señalar que uno de los que mantuvieron una actitud más digna e
independiente, en el seno del Gobierno y fuera de él, fue Manuel de Irujo,
nacionalista y católico vasco. Varias veces recibió a Olga Taréeva, esposa de
Andrés Nin, en el Ministerio de Justicia. En la primera entrevista, celebrada
el 22 de junio, aseguró ya que “los ministros ignoraban por completo la orden
de detención contra Nin y sus compañeros, así como la orden de clausura de los
locales del POUM. Que se hacían gestiones para encontrar a los detenidos y que
no creía que se hubieran encontrado documentos comprometedores ni que los
militantes del POUM fueran falangistas ni agentes de Hitler y Mussolini”.
Afirmó en la segunda que “estaba completamente seguro de que Nin vivía. Él y el
ministro de Gobernación trataban de rescatarle, y el segundo había hecho,
incluso, un viaje a Madrid en busca de Nin, pero había tenido que volver sin
él”. En las siguientes entrevistas fue todavía más explícito: “Sólo los
confidentes de otros ministros pueden saber lo que le ha sucedido a Nin. El
proceso contra los dirigentes del POUM será por los hechos de mayo, y no por
espionaje. Eso del espionaje es falso: el falangista Golfín, al que querían
complicar con ellos, ha declarado que no conoce a Nin ni a nadie del POUM. Los
documentos que he visto pertenecen a la Falange, y lo que se ha puesto en uno
de ellos con una N se ha comprobado que es falso, pues alguien extrajo esos
documentos de los archivos de la policía y añadió todo lo referente al POUM. El
proceso contra sus jefes no será a puerta cerrada y, por mi parte, daré todas
las facilidades para que puedan defenderse”. Esta última entrevista se celebró
el 9 de agosto. Pero ya el 4 del mismo mes, en una nota oficial, había
reconocido públicamente el rapto de Nin y la incapacidad del Gobierno para
rescatarle. Equivalía ello a reconocer a los cuarenta y nueve días de su
detención, que la NKVD podía más en ciertos dominios que los propios ministros.
Durante este corto lapso de tiempo llegaron dos delegaciones extranjeras a
Valencia en prueba de solidaridad con los detenidos del POUM y altamente
inquietos por su suerte. Presidía la primera Fenner Brockway, secretario
general del Partido Laborista Independiente y futuro defensor Internacional del
derecho de los pueblos a disponer de sí mismos. Encabezaba la segunda el gran
orador James Maxton, diputado y presidente de dicho Partido, y la componían
Pierre Foucaud, delegado del Frente Popular Francés; André Weil-Curiel, abogado
de París, e Yves Levy, del Partido Socialista. Irujo les confirmó que “Andrés
Nin no había pasado por ninguna prisión del Estado, y que lo más verosímil era
su secuestro por elementos de una brigada internacional”. Zugazagoitia,
altamente inquieto, les dijo: “Hay que llevar las gestiones en favor de Nin con
un cuidado extremo, pues si nos precipitamos no encontraremos más que un
cadáver”. Y Prieto: “Los soviéticos nos mandan armas, y, a cuenta de eso, se lo
creen todo permitido. Otra cosa sería si nos las mandaran Francia e
Inglaterra”. En una nota remitida a la prensa española e internacional, esta
delegación dijo en síntesis: “La encuesta realizada en España nos ha demostrado
que sólo los periódicos comunistas acusan al POUM de espionaje, de traición y
de mantener relaciones con Franco. La acción terrorista del comunismo contra un
partido independiente y la inquietante desaparición de Nin le hacen un gran
daño a la causa de la República”.
Con el ministro de Justicia, Manuel de Irujo, el hombre que más esfuerzos hizo
para el rescate de Nin, fue el de Gobernación, Julián Zugazagoitia. En su libro
Guerra y vicisitudes de los españoles tenía que dedicarle al asunto un largo
capítulo. Naturalmente, sólo un somero resumen puedo hacer aquí: contiene el
más valioso de los testimonios y establece claramente las responsabilidades.
“Peor suerte había de correr el infortunado Nin -dice-. Preso como militante
del POUM, trasladado a Madrid a efectos de esclarecimientos policíacos, aislado
e incomunicado en una finca de Alcalá de Henares, supe su evasión después de su
fuga, que me notificó, en un restaurante de la plaza de Valencia, donde Miaja
había invitado a comer a una parte del Gobierno, por el Director de Seguridad,
Ortega.
-No tenga usted cuidado -afirmó éste-, que daremos con su paradero, muerto o
vivo. Déjelo de mi cuenta.
-Cuidado -le advertí-. El cuerpo de Nin no me interesa; me interesa su vida.
Miaja, que escuchaba la conversación, como oyese decir que lo probable era que
Nin estuviese escondido en alguna unidad poumista del frente, intervino con su
violencia verbal:
-Si es así y lo detienen los soldados, yo doy orden de que lo fusilen sin más
preámbulos.
-Perdón, general. Lo que corresponde hacer con Nin compete a la justicia, y
usted no tiene por qué ordenar, en este sentido, nada.
Por la tarde, en mi despacho, como no pudiese digerir la noticia y temiese lo
peor, llamé a Ortega y, con pretexto de preguntarle si había noticias sobre
Nin, le planteé la cuestión de fondo.
-¿Vive o no vive Andrés Nin? ¿Me lo puede usted decir?
-No se lo puedo decir. No conozco más que lo que decía el teletipo de este mediodía.
He dado órdenes de que lo busquen por todas partes, conforme a su mandato.
Cualquiera sabe en estos negocios en que interviene la Gestapo qué es lo que ha
podido pasar “.
La inopinada invocación de la Gestapo convirtió las sospechas de Zugazagoitia
en certezas. Intentó saber en razón de qué noticia especial invocaba el
Director de Seguridad al organismo policiaco alemán, y no supo decírselo. Era
una suposición suya... Una intuición...
“Solicité -prosigue Zugazagoitia- una entrevista del Presidente del Gobierno, a
quien creí obligado informarle de lo sucedido y de mis sospechas, adelantándole
al mismo tiempo mi dimisión irrevocable si no rescatábamos la vida de Andrés
Nin, y la previsión del escándalo de tipo internacional que se desencadenaría
contra el Gobierno de su Presidencia en el supuesto de que no consiguiéramos el
rescate.
-Si, como temo, se confirman esas sospechas, le ruego encarecidamente que me
busque un sucesor. Yo no puedo seguir en el Ministerio. Para mí, la vida humana
tiene un precio altísimo, y si comienzo por admitir la existencia de la
Gestapo, la historia que comienza con el secuestro de Nin tendrá infinidad de
capítulos sangrientos.
-No descarte usted en absoluto, a lo que le veo muy inclinado, la posibilidad
de que se trate de una represalia de la Gestapo. No es que lo afirme, pues no
tengo especial información, siendo la primera la que usted me da; pero conozco
bastante bien a los alemanes y sé de lo que son capaces. ¡No tiene usted idea
de su audacia!”
Zugazagoitia hizo que se trasladara secretamente a Valencia su correligionario
David Vázquez, Comisario General de Madrid. Le hizo éste un informe y le dio a
conocer una serie de documentos; tenía la impresión, por otra parte, de que Nin
vivía, si bien “en una unidad del frente” de la que no era fácil recuperarle.
El ministro le llevó todo esto a Negrín, rogándole que hiciera una gestión
cerca de los servicios diplomáticos soviéticos, que no dio el menor resultado.
“Se le dijo que el secuestro era obra de la Gestapo, interesada en que un
colaborador suyo de tanto precio no fuese interrogado por nuestros policías y
descubriese sus servicios en la España republicana. Este embuste no podía ser
más grosero. Dimitió, después de dos Consejos de Ministros casi feroces, el
Director General de Seguridad. Los ministros comunistas defendieron a su
correligionario con una pasión extraordinaria. Yo afirmé que el Director
General podía continuar en su puesto, pero que en tal caso yo abandonaría el
mío. Prieto, con palabra segura, reprochó a los comunistas su manera de
conducir el debate, y declaró que, solidarizado con mi posición, sumaba su
dimisión a la mía en el supuesto de que no se destituyera a Ortega”. Y éste,
después de hacerle a su superior una escena sentimental, si bien rehuyendo el
problema fundamental de la desaparición de Nin, dimitió.
El viaje del propio Zugazagoitia a Madrid no dio resultado alguno. Ni tampoco
las gestiones del Presidente de la Audiencia, que se declaró impotente.
“¿Existía, o no existía Nin? Ni siquiera eso sabíamos. Los rumores eran
variadísimos. Para unos, había sido enviado como prisionero en un buque a
Rusia; según otros, había sido ejecutado por un batallón internacional. En
concepto de la policía, seguía estando preso en una unidad del frente”.
No obstante la crisis latente conocida por el Gobierno durante este tiempo, en
torno a la desaparición de Nin, no se creyó Negrín obligado a informar al
Presidente de la República. El IV tomo de las Obras Completas de Manuel Azaña,
tomo en el que se publica su Diario, contiene varias notas sobre nuestras
detenciones y la desaparición de Nin. En la correspondiente al 29 de junio
asegura que se había enterado de todo por los periódicos; que Prieto le afirmó
que los raptores de Nin eran comunistas, y que había escrito una carta a Negrín
como consecuencia de una gestión hecha por Víctor Basch, presidente de la Liga
de los Derechos del Hombre, llamándole la atención sobre la importancia del
suceso. (Basch recordó a Prieto la visita que le hicimos juntos en París,
después de octubre de 1934, y mi colaboración en el órgano de la Liga). Fue
Azaña quien primero habló a Negrín de este escándalo.
La nota correspondiente al 22 de julio revela la doblez de Negrín, y cómo, para
conservar la confianza de Stalin, había hecho suyas las falsedades de la NKVD.
Véase por el siguiente extracto: “Me habló el Presidente (Negrín) del
espionaje. En Madrid se han hecho descubrimientos importantes. Yo no los
conocía. Una emisora, instalada en un sótano, daba noticias de todo a los
rebeldes. Se ha encontrado un plano cuadriculado de Madrid, hecho por un
arquitecto llamado Golfín, que está convicto y confeso, y que parece haber
servido para dar indicaciones a la artillería. Cuenta Negrín que se consiguió
revelar unas líneas escritas con tinta simpática, al dorso del plano, parte en
claro y parte en cifra, que resultó ser uno que había usado el Estado Mayor. De
las indicaciones obtenidas así resultó la detención de Nin y de doscientos o
más individuos, casi todos del POUM, que no niegan su inteligencia con los
rebeldes. Sobre esto, vuelvo a preguntar por el caso de Nin. Dice el Presidente
que una noche se presentaron en la cárcel de Alcalá unos individuos con
uniforme de las Brigadas Internacionales, maniataron a los guardianes y se
llevaron al preso. No cree, como se ha dicho, que fuese obra de los comunistas.
Por supuesto, los comunistas se indignan ante la sospecha. Negrín cree que lo
han raptado por cuenta del espionaje alemán y de la Gestapo, para impedir que
Nin hiciese revelaciones. El asunto ha sido entregado a un juez instructor para
que lo esclarezca”. Y Azaña, escéptico, se limitó a preguntar: “¿No es
demasiado novelesco?”. Y Negrín, imperturbable: “No, señor. Ahí está lo
ocurrido al Estado Mayor ruso, de Madrid, que parece también obra de la Gestapo.
Se hospedaba dicho Estado Mayor en el Gaylors. Una noche han estado a punto de
perecer todos envenenados. Dos, entre ellos el jefe, estuvieron entre la vida y
la muerte. El espionaje alemán es formidable. Las Brigadas Internacionales
tienen dentro muchos espías nazis. Algunos han sido descubiertos y fusilados”.
¿Era Negrín, como tenía que describirle más tarde Luis Araquistáin, una mezcla
de tonto útil y de cínico, de frívolo y de ambicioso, tipo aupado y explotado a
fondo por el estalinismo? No seré yo quien niegue, claro está, la habilidad y
la audacia de la temible organización nazi. No decía, sin embargo, la verdad:
que en este caso se trataba de encubrir las habilidades y los crímenes de la
NKVD detrás de la Gestapo. Sólo André Marty, de las Brigadas Internacionales,
tenía que hacer fusilar a unos quinientos de sus miembros. Nos encontraremos
con otros muchos en las cárceles, viejos militantes comunistas algunos de
ellos. No eran ciertamente espías nazis, sino voluntarios que vinieron a
defender la causa de la libertad en España y descubrieron -y algunos
criticaron- la farsa que pretendía hacerles jugar Stalin.
Mientras tanto, y a medida que los comunistas sentían que, debido a las
resistencias en el interior y a las protestas del exterior podíamos escapar al
pelotón de ejecución, intensificaban más y más sus amenazas y sus gritos de
muerte. En un pleno del Comité Central, José Díaz dijo: “El pueblo pide que el
pelotón de ejecución funcione contra los traidores”. Y Antón, el portavoz de
Togliatti y de la Pasionaria: “Si los obreros y los antifascistas siguen viendo
que los criminales trotskistas y demás canallas de la Quinta Columna entran en
la cárcel por una puerta y salen por la otra, nada ni nadie podrá evitar que,
celosos de asegurar la victoria, tengan con estos enemigos encarnizados del
pueblo una actitud que les impida continuar su trabajo de provocación, de
sabotaje y de espionaje con entera libertad”. Aparecieron estas amenazas
concretas, irrogándose en España como en Rusia el monopolio del pueblo y del
antifascismo, en el diario comunista Verdad, de Valencia. Añadiré que la
asfixia llegó a ser tal, que no sólo se hacía imposible nuestra defensa en la
prensa española contraria al comunismo -o simplemente independiente-, sino que,
salvo L´'Humanité y otros órganos comunistas extranjeros, se impedía la
circulación de los otros periódicos en la zona republicana.
En este ambiente, y al margen de toda ley, se perpetró el asesinato de Andrés
Nin.
El crimen fue en El Pardo
¿Dónde, cuándo y cómo fue asesinado Andrés Nin? No pretendo dar aquí una
respuesta completa - no creo que nadie, salvo quienes cometieron el crimen, sea
capaz de darla-; me atrevo a asegurar, sin embargo, que mi versión es la más
verosímil que puede darse. Se funda principalmente en dos testimonios, a la vez
coincidentes y complementarios: el que logré arrancarle a Jesús Hemández,
cotejado seguidamente con él mismo, y con el de Enrique Castro Delgado, primer
comandante español del famoso Quinto Regimiento, y, a mi juicio, el militante más
sincero y honesto de los que lograron salir de Rusia y rompieron con el
comunismo. Fue Castro, -por ejemplo, quien más de cerca conoció a Carlos J.
Contreras (Vittorio Vidali), comisario político y principal organizador
extranjero de este Quinto Regimiento, especializado, por otra parte, en los
grandes asesinatos de la NKVD (2). No fue, pues, un azar si Alejandro Orlov lo
eligió como su colaborador inmediato en el asunto Nin y en otras fechorías
menos escandalosas.
¿Dónde se cometió el crimen? Los testimonios reunidos en el capítulo anterior,
de personalidades políticas de primera importancia, concuerdan todos en que
estuvo en Alcalá de Henares, de donde fue raptado. El misterio comienza con
esta interrogante: ¿y después? Una de las razones para arrancarle de allí, ya
lo he indicado, fue que lo sabía demasiada gente. Según Hernández, la propia
organización comunista de Madrid comunicó al Buró Político que estaba allí. Y
al plantearle la cuestión a la delegación soviética, con el fin de hacer frente
a la manifiesta hostilidad que se les venía creando, confesó “que acababa de
enterarse de que Nin, de paso hacia Madrid sin detenerse en Valencia, había
sido trasladado a Alcalá por Orlov hasta la llegada de los otros detenidos, que
debían ser trasladados de la prisión de Valencia a la de Madrid. Pues temían
que Nin pudiera evadirse de Madrid”. Lo que temían era que pudiese
rescatársele, cosa que tenían orden de evitar sin reparar en medios. Añádase a
esto que las cuatro declaraciones prestadas por Nin en Alcalá no podían
satisfacer, naturalmente, a los terroristas Orlov y Vidali: abundaban en su
favor, como hombre y como revolucionario, y no en su contra. Para llevar
adelante un proceso por espionaje necesitaban algo más comprometedor, y este
algo sólo creían posible arrancárselo por los medios aplicados en la siniestra
Lubianka de Moscú. Me parece, además, evidente que sin la esperanza de una
confesión en regla, adaptada al plan establecido, no hubieran dejado huella de
los cuatro primeros interrogatorios.
El lugar propicio para someterlo a la tortura era El Pardo; Alcalá sólo había
servido para preparar la coartada de la evasión, por encontrarse cercana a los
frentes. Recuérdese que García Pradas y sus dos compañeros de la CNT -uno de
ellos policía- fueron los primeros en revelarnos que Nin había sido trasladado
a El Pardo. Y Garmendía, encargado por Irujo de organizar nuestro traslado a
Valencia, me dijo a mí que, para recuperar a nuestro compañero del lugar donde
lo tenían secuestrado necesitaría unas fuerzas militares que el Gobierno no
quería o no podía poner a su disposición, ya que “habría que reñir una batalla
contra otras fuerzas militares”. La fortaleza poco menos que inexpugnable de
estas últimas sólo podía ser El Pardo: en él estaban emplazados los mandos del
Quinto Regimiento -aun cuando éste fue normalmente disuelto al convertir a las
Milicias en el Ejército Popular, los comunistas siguieron denominándolo así-,
los de las Brigadas Internacionales que operaban en los frentes de Madrid y, a
cubierto de estas fuerzas, los servicios de la NKVD, a cuya disciplina de
hierro quedaba sometido todo (3). Tengo la firme convicción, por consiguiente,
de que el crimen fue cometido en El Pardo.
¿Cuándo se perpetró? No me es posible dar una fecha exacta; creo, empero, que
no fue inmediatamente después de su llegada. Si se hubiera tratado de
suprimirlo pura y simplemente, eso podían hacerlo, si no en Alcalá mismo, en el
trayecto entre Alcalá y El Pardo. No habrían quedado huellas, y a la propaganda
comunista hubiérale sido más fácil sostener la leyenda de la evasión. La
desintegración física y moral de un hombre, al punto de obligarle a confesar
unos delitos que no ha cometido, exige cierto tiempo, por lo menos algunas
semanas. La farsa del rapto de Alcalá se produjo, como he apuntado en otra
parte, durante la noche del 22 o el 23 de junio. La ofensiva de Brunete a
Navalcarnero se desencadenó los días 5 y 6 de julio, con un éxito inicial
debido principalmente a los abundantes medios y a la sorpresa; sólo a partir
del 12, las tropas franquistas, con importantes refuerzos procedentes de otros
frentes y un gran lujo de aviación, recobraron la iniciativa y desencadenaron
la contraofensiva que les permitió recuperar todo o casi todo el terreno
perdido, y ello a costa de unas 25.000 bajas del Ejército popular, y de no
menos de un centenar de aviones. Si el plan de los mandos soviéticos y de la
NKVD era, de haber salido bien la operación, el traslado a Madrid del Gobierno
de la Victoria, y en su pos el Tribunal de Espionaje y Alta Traición, con el
propósito de iniciar el juicio que debía llevarnos ante el pelotón de
ejecución, como pedía a gritos la propaganda comunista, es evidente que
necesitaban para entonces la confesión suscrita por Nin. (Es más que probable
que este plan de conjunto hubiera encontrado resistencias en el seno del
Gobierno; sin embargo, en el ambiente de euforia que no podía dejar de crearse,
y teniendo en cuenta los medios de que disponían ya los comunistas, su
neutralización no hubiera sido difícil. y la mejor prueba es la amenaza
esgrimida contra “los cómplices de los espías, dentro y fuera del Gobierno”).
¿Vivía Nin o había sido asesinado cuando se nos trasladó a nosotros de Madrid a
Valencia? Tanto Garmendía como García Pradas y sus compañeros creían que aún
vivía. Una creencia, naturalmente, no es una seguridad: no podían tener, y no
tenían, la menor prueba material. Yo me inclino a creer que lo asesinaron
inmediatamente después de nuestro traslado a Valencia, fracasado su plan y,
sobre todo, al ver que Nin oponía una resistencia desconcertante -al menos para
su mentalidad inquisitiva- ante la monstruosidad que exigían de él.
¿Cómo lo asesinaron? Nada más fácil, para unos terroristas doctrinarios y
obedeciendo a una razón de Estado -de un Estado en pleno ensayo de conquista a
cubierto de un internacionalismo vaciado de su contenido-, que asesinar a un
hombre totalmente en su poder, indefenso. Unos terroristas que saben, por
añadidura, que si no cumplen su cometido se condenan ellos mismos a la tortura
y a la muerte. Lo espantoso, lo inconcebible y realmente único en el siglo XX,
es el previo asesinato moral de un militante que le ha dedicado toda su vida a
una causa y luego, de repente, se le exige que se reconozca él mismo, a la faz
del mundo, como el más abyecto renegado y traidor a esa causa, y que vaya a la
muerte entonando loas a la gloria de su propio verdugo. Tal era la experiencia
de los procesos de Moscú, y se quería su trasplante a España como primer ensayo
universal. Para quien ha leído un buen número de testimonios sobre las torturas
-en Rusia y más tarde en los países satélites-, ha sido el transcriptor de La
vida y la muerte en la URSS, de El Campesino, después de su audaz evasión de
los presidios y los campos de concentración soviéticos, y ha analizado las
reseñas estenográficas de las audiencias públicas de Moscú, le es fácil
comprender los métodos aplicados con Nin bajo la dirección de dos especialistas
como Orlov y Vidali.
Jesús Hemández y Castro Delgado no presenciaron personalmente la tortura y el
asesinato de Nin; pero el uno y el otro -principalmente el primero- recibieron
las debidas confidencias. Antes de hacer uso de estas confidencias, permítaseme
una somera explicación. Orlov y Vidali contaban en su banda con un cierto
número de militantes españoles, la mayoría jóvenes y destinados al aprendizaje
terrorista. Fanáticos al comienzo de Stalin y de la Unión Soviética, “el único
jefe y la única potencia que habían corrido en ayuda del pueblo español”, al
paso de los meses, y al socaire de la experiencia, empezaron a sentir ciertas
dudas y a hacerse las consiguientes preguntas. ¿Por qué habían expedido a
España a unos consejeros políticos, unos técnicos militares y unos agentes
policíacos que, sin el menor conocimiento de las características de los
españoles, pretendían imponerse a ellos cual si fueran seres inferiores? ¿Por
qué aseguraba la propaganda que Rusia poseía el mejor armamento moderno –un
armamento que veían desfilar en las películas ante el mausoleo de Lenin- y, sin
embargo, el expedido a España era tan deficiente y tan escaso? ¿Y por qué un
Largo Caballero, exaltado al comienzo como el Lenin español , era atacado y
liquidado unos meses más tarde como un traidor? Más o menos sensible y
conscientemente, fueron imponiéndose en muchos de ellos los reflejos nacionales
como un eco de la reacción que observaban en la población española y, en primer
lugar, en el seno de las otras fuerzas políticas y sindicales. ¿No era natural
que les expusieran éstas y otras dudas a sus líderes españoles, a los que
conocían y bajo cuya dirección habían luchado durante años? (4). El principal
confidente de Hernández había practicado el terrorismo con él en Bilbao, sobre
todo en el curso de las huelgas; pero una cosa muy diferente era el uso de la
tortura, y la aplicada a Nin, en la que lo obligaron a participar, le produjo
una viva impresión. Incluso despertó en él su resistencia -me aseguró
Hernández-, una irresistible admiración. Lo cierto es que sintió necesidad de
confiarle, no sólo lo referente a Nin, sino a la preparación de un pérfido
atentado que estuvo a punto de costarle la vida a Indalecio Prieto (5).
La tortura de Andrés Nin se prolongó durante días y noches, sin tregua ni
descanso, hasta el agotamiento físico y la pérdida, por momentos, de los
reflejos mentales. La fase preparatoria consistió en meterle en una celda de
paredes desnudas, sin mueble alguno ni el menor ruido exterior. Tenía que
permanecer de pie o sentarse y tumbarse en el suelo. y ni tan sólo luz había.
Evidentemente, no tenía ni siquiera conciencia del lugar al que lo habían
traído. El silencio, la oscuridad, la falta de un mueble o un objeto al que
asirse, la ignorancia completa del lugar en que estaba, el cansancio físico y
moral que lo iba ganando, y la convicción de que nadie podría hacer nada por
sacarle de allí constituían ya una horrible tortura. ¿Y otra, sin duda, el
recuerdo de los grandes torturados soviéticos, a los que había tratado
íntimamente, denunciándose unos a otros y autoacusándose como poseídos o
embrujados? (Acude a mi memoria su profunda desolación -su inmenso
sufrimiento-- cuando nos llegó la noticia del primer proceso de Moscú y luego
la de sus dieciséis fusilados). Y hombre de corazón fraternal, ¿no le acuciaba
asimismo la idea de que nuestra situación -la de sus compañeros de combate- era
semejante a la suya? Abrigo la firme convicción de que no dudó un solo momento
de nosotros, como no dudamos nosotros un solo momento de él. Añádase a esto que
lo habían despojado de todo lo que pudiera servir a atentar contra su vida, y
que el agua y los alimentos que le servían eran los indispensables para
sostenerse. Sus verdugos no ignoraban, por otra parte, que era un hombre
disminuido por la enfermedad. ¡Y es que había sido la suya una vida tan
abnegada y agotadora! ¿Quizá contaron con eso para destruir sus resortes
morales y obligarle a firmar una declaración de culpabilidad a tenor con sus
planes?
Después de esta fase preparatoria, que duró no menos de cinco días, conducido a
la celda de los interrogatorios lo obligaron a permanecer de pie durante horas
y horas -hasta treinta seguidas-, repitiendo machaconamente las mismas
preguntas, las acusaciones, las injurias y las amenazas por parte de tres
interrogadores que se iban relevando, ganados ellos mismos por el cansancio y
obedeciendo a la vez a un cálculo psicológico. Los interrogadores eran,
efectivamente, tres: a Orlov y a Vidali habíase añadido Bielov, que seguía al
primero en categoría entre los agentes de la NKVD enviados a España. Orlov y
Bielov empleaban con Nin el ruso, su lengua vernácula; Vidali, un castellano
mexicanizado, con interjecciones e insultos en italiano. Y Nin, tras de dar
durante horas y horas las mismas respuestas -las machaconas respuestas dictadas
por la verdad-, guardaba largos silencios. Porque el diálogo era inútil,
imposible: no lo hay entre unas monstruosas mentiras y la simple verdad. Estos
silencios, que además le permitían recuperar un tanto su equilibrio interior y
fortalecer los resortes de su voluntad, provocaban por eso mismo el furor de
los interrogadores. Recurrieron entonces al peor de los suplicios, al más usual
y desintegrador de los empleados por la NKVD: al suplicio del sueño. Cuando el
torturado caía en un sopor letárgico, al punto de titubear, e incluso de
desplomarse en el suelo, le acordaban un cuarto de hora -dos a lo sumo- de
sueño. ¿Quería dormir una hora entera? ¿Dos incluso? Debía pagar el precio,
reconocer, declarar, confesar ... Pero Nin no cedía, no capitulaba; en un
estado entre la vida y la muerte, su conciencia y su voluntad seguían luchando,
resistiendo. No y no: lo que había sido posible en la Lubianka -y en todas las
Lubiankas pasadas, presentes y futuras- no lo sería, por un milagro de espíritu
independiente, en El Pardo. Los que perdían la cabeza, medio enloquecidos por
la sorpresa y el furor, eran sus inquisidores. Recurrieron entonces a unos
extremos de violencia, de crueldad, de sadismo, cuya evocación resulta
difícilmente tolerable para quien como yo fui su compañero.
Andrés Nin, reducido corporalmente a una masa informe, venció al amo del
Kremlin y a sus terroristas aterrorizados. ¿Qué hacían con él? No podían
dejarle con vida sin que se descubriera, ante la conciencia universal, la
monstruosa trama de nuestro proceso y, por ende, de los procesos de Moscú. De
arrancarle los últimos soplos de vida y cortar para siempre el heroico hilo de
su conciencia se encargó el asesino profesional Carlos J. Contreras (6), y de
comunicar directamente el asesinato a Moscú, su compañero y jefe Palmiro
Togliatti (7) .
Entre los innumerables testimonios de homenaje a la memoria -y al sacrificio-
de Andrés Nin, citaré unos pocos, los más significativos. Y, en primer lugar,
la declaración que le hizo Francisco Largo Caballero a nuestro abogado Benito
Pabón a los pocos días de nuestra detención. “Conozco desde hace mucho tiempo a
Nin, Gorkin y demás compañeros; a pesar de ser adversarios políticos, sé que no
son ni pueden ser espías fascistas. Si Nin y los otros miembros del POUM son
perseguidos por espionaje, es únicamente por razones políticas, tan sólo porque
el Partido Comunista quiere destruir al POUM y si en esta necesidad el Partido
Comunista se ve apoyado por los otros partidos gubernamentales (socialistas de derecha
y partidos burgueses), es únicamente porque tienen necesidad del apoyo
comunista para la salvaguardia de la democracia burguesa. Las persecuciones
contra el POUM son el rescate que éstos pagan al Partido Comunista”.
En una declaración redactada y firmada por León Trotski, con fecha 8 de agosto
de 1937, el ex organizador y jefe del Ejército Rojo decía, entre otras cosas:
“Cuando Nin, el dirigente del POUM, fue detenido en Barcelona, no podía caber
la menor duda: los agentes de la GPU no lo soltarían vivo. Las intenciones de
Stalin se aclararon con un cinismo excepcional cuando la GPU, que tiene bajo
sus garras a la policía española, lanzó una declaración acusando a Nin y a
todos los dirigentes del POUM de ser “agentes de Franco”. La absurdidad de esta
acusación es evidente para todos los que conocen los hechos elementales de la
Revolución española. Los miembros del POUM se han batido heroicamente en todos
los frentes de España contra el fascismo. Nin es un viejo e incorruptible
revolucionario. Defendía los intereses del pueblo español y catalán contra la
burocracia soviética. Precisamente por esta razón, la GPU se ha deshecho de él.
La información enviada e inspirada por la GPU designa a Nin como trotskista. El
revolucionario muerto ha protestado frecuentemente contra esto, y con razón. Es
cierto que, en los años de 1931-1932, Nin, que estaba entonces fuera del POUM,
mantenía una correspondencia amistosa conmigo. Pero, desde comienzos de 1933,
divergencias sobre cuestiones esenciales condujeron a una ruptura entre
nosotros. Durante los últimos cuatro años, sólo hemos intercambiado artículos
polémicos. El POUM ha excluido a los trotskistas de sus filas. Pero, para
facilitar su propia tarea, la GPU llama trotskistas a todos los que se oponen a
la burocracia soviética. Esto facilita la represión sangrienta. Pese a las
divergencias que me separan del POUM, tengo que reconocer que, en la lucha que
Nin llevaba contra la burocracia soviética, la justicia estaba enteramente de
su parte. Nin se esforzaba en defender la independencia del proletariado
español respecto de las maquinaciones diplomáticas y de las intrigas de la
camarilla que ocupa el poder en Moscú. No quería que el POUM se convirtiera en
un instrumento dominado por Stalin. Y se negaba a colaborar con la GPU y
arruinar los intereses del pueblo español. Éste ha sido su único crimen. y este
crimen lo ha pagado con la vida”.
Entre las notas manuscritas dejadas por el gran militante y escritor Víctor
Serge -y que obran en mi poder-, destinadas a algunos de sus artículos y a sus
Memorias, hay una fechada el 25 de agosto y titulada “Adiós a Andrés Nin”. Contiene diversos
apuntes biográficos trazados a vuelapluma. y la conclusión: “Detenido el 16 de
junio, fue conducido inmediatamente a una prisión comunista de Madrid. Y se
acabó: nadie sabe qué se ha hecho de uno de los tribunos más ardientes del
proletariado de España. Que lo hayan embarcado con destino a Rusia o asesinado
en una calleja, como afirman los rumores, ¡se acabó! Adiós, amigo mío. Nos
queda tu gran vida valerosa, sembrada de obras y de acciones. y nos queda
también tu muerte. Hay que luchar hasta el fin para que el socialismo sea
libre”.
Obsérvese que, tanto Trotski como Serge, conocedores directos y a fondo de la
vesania de Stalin y de su GPU o NKVD -y sus víctimas-, no dudaron un solo
instante de que, detenido Nin por esta última, no lograría salir con vida. ¡Se
acabó! ¿No había sido Serge el primero en advertirme en Bruselas que Stalin no
podía asesinar a los grandes revolucionarios rusos y tolerar nuestra oposición
en España , y que nos haría suprimir traicioneramente y en primer lugar a Nin?
¡Y Nin y yo, que habíamos creído que no sería posible la exportación de esos
métodos a España! André Leroux, redactor de política internacional de Le
Populaire -, de París, bajo la dirección de León Blum, afirmó en una de sus
crónicas que “la unidad antifascista constituía más que nunca una necesidad
indispensable en España”. Y añadía: “Pero esta unidad no puede ser restablecida
si no se les pone fin al sectarismo y a los actos que alimentan la exasperación
de los espíritus. El asesinato de algunos de los dirigentes del POUM, las
persecuciones y las calumnias, las desapariciones totalmente imprevistas no
tienen nada que ver con la defensa, legítima y necesaria, respecto del
espionaje y el sabotaje fascistas”. (El gran periodista, historiador y
sociólogo sabía a qué atenerse. Con su verdadero nombre, Angelo Tasca, había
sido el fundador, junto con Gramsci y otros grandes militantes socialistas, del
comunismo italiano. y su representante, durante años, cerca del Ejecutivo del
Komintern en Moscú, donde sostuvo a Bujarin frente a Stalin, tanto en la
política agraria soviética como en la política respecto de Alemania, que
favoreció el triunfo de Hitler. Sustituido en Moscú por el zorruno y
prostituido Togliatti, escribió en París, con el nombre de A. Rossi, el mejor
libro que se conoce sobre el nacimiento del fascismo italiano. Colaboramos
juntos en la revista Monde, de París, y nos hicimos íntimos amigos. Y tenía que
ser, terminada la Segunda Guerra Mundial, el historiador más documentado sobre
las intrigas secretas de Stalin y del estalinismo francés).
Por su parte, Marceau Pivert, el honesto líder de la izquierda socialista
francesa, y uno de nuestros mejores defensores, manifestó su repulsa con esta
frase lapidaria: “Nin era el símbolo de la Revolución Española, sacrificada a
los cálculos egoístas del Este y del Oeste”. En fin, el gran escritor y
moralista Albert Camus tenía que escribir más tarde, en 1954: “La muerte de
Andrés Nin constituyó un viraje en la tragedia del siglo XX, que es el siglo de
la revolución traicionada”.
Julián Gorkin
Notas
(1) El Tribunal de Garantías Constitucionales, creado por la República, era el
único habilitado para juzgar a los diputados. a los ministros o ex ministros y
al propio Presidente de la República. De ahí el caso extra-constitucional de
Nin.
(2) Entre los crímenes de que le acusé en México, figuran el del líder
estudiantil cubano Julio Mella, que había manifestado veleidades oposicionistas
y a cuya esposa, Tina Modotti, había convertido en su amante y colaboradora –en
España fue conocida con el nombre de María Ruiz-; el del militante negro
Sandalio Junco, que conocía los pormenores de este asesinato; más tarde, en
Nueva York, el del gran anarquista de origen italiano Carlo Tresca, mi amigo y
defensor, y el defensor de todas las causas nobles. Y fue él quien preparó y
dirigió, con el pintor Alfaro Siqueiros, el primer asalto a la casa de Trotski.
Antes de usar en Italia su verdadero nombre, Vittorio Vidali usó en Cuba, en
los Estados Unidos, en México y en España -y ello desde 1928-, los de Eneas
Sormenti y Carlos J. Contreras.
(3) Uno de los principios impuestos por Contreras-Vidali, organizador
extranjero del Quinto Regimiento, fue el siguiente: “Si un hombre avanza o
retrocede sin recibir órdenes, tenemos derecho a disparar contra él”. Un
principio aplicado reglamentariamente en el Ejército Rojo. Con una
particularidad: que en España, lo mismo que en Rusia y en el frente como en la
retaguardia, debía ser aplicado a los que no se sometían a la disciplina
ideológica del comunismo. No se conocerá nunca el número de asesinatos
cometidos en su nombre.
(4) Esta misma experiencia tenía que repetirse, años más tarde, en todos los
países satélites del Este, conduciendo a la ruptura titista y a las explosiones
que todo el mundo conoce, principalmente en Berlin, Budapest y Praga.
Añadiremos que la mayoría de los militantes sacrificados por el Kremlin habían
pasado por la escuela española.
(5) A este atentado fracasado tenía que dedicarle Indalecio Prieto un capítulo
de su folleto Entresijos de la guerra de España (Editorial Bases, Buenos Aires,
1953).
(6) Según Gorkin, la atribución a Vidali de la ejecución material la realizó
Enrique Castro Delgado. Sin embargo, el ejecutor final del crimen pudo ser otro
[nota del editor].
(7) Para comunicarse directamente con Moscú, los tres delegados principales del
Kremlin, Togliatti, Codovila y Stepanov, habían instalado una estación de radio
directa y secreta en una alquería de El Vedat, pueblecito cercano a Valencia.
Esto cuando consideraban que no debían servirse de la propia Embajada
soviética. Esta alquería estaba guardada día y noche por los servicios de la
NKVD.
Edición digital de la Fundación Andreu Nin, agosto 2002