Por Iñaki
Gil de San Vicente - La Haine : Más artículos de esta autor aquí
31/3/2014
El reformismo, cualquiera de ellos, se niega a realizar una crítica
revolucionaria del Estado realmente existente, planteando sólo denuncias
parciales
1. Es urgente ampliar e
intensificar un antiguo debate que se mantuvo entre pequeños núcleos comunistas
internacionales a raíz de la Primera Guerra Mundial y en especial de la oleada
revolucionaria iniciada en 1917: ¿Ha entrado el modo de producción capitalista
en una fase de declive histórico o por el contrario mantiene todavía fuerzas
expansivas sustanciales como las que tenía en el siglo XIX? Nótese que aquí
hablamos de modo de producción y no de formaciones económico-sociales, es
decir, aquí y por ahora, nos mantenemos en el plano de lo genético-estructural
del modo de producción, o si se quiere, de su esencia básica permanente a pesar
de los cambios formales por importantes que sean. Nótese también que no
hablamos de la tesis estalinista de la «Crisis General» del capitalismo
precisamente cuando este estaba iniciando una fase expansiva en una parte del
mundo, fase conocida como keynesiana y taylor-fordista, y que ahora, una vez
concluida, se le ha denominado como los «Treinta Gloriosos».
2. Hablamos del debate que va
cobrando fuerza y rigor sobre el agotamiento interno del modo capitalista de
producción, agotamiento que impedirá otra larga fase expansiva mundial de la
misma fuerza que la finiquitada, o de zonas importantes aunque tal vez puede
permitir estabilizaciones locales transitorias y hasta fugaces repuntes al alza
muy localizados, que serán armas de lucha ideológica propagandística a nivel
mundial. Ahora mismo se emplean varios términos para referirse a la misma
problemática: capitalismo senil, declinante, decadente, etc.; incluso el debate
sobre las fases u ondas largas conduce a la misma interrogante: ¿se están
acortando las fases entre las crisis a la vez que aumenta su gravedad,
intensidad y extensión? ¿Cómo serán las siguientes crisis y sus inter-fases, y
las fases inter-crisis? En definitiva ¿se ha agotado la fuerza expansiva del
capitalismo y de ser cierto, qué consecuencias globales acarrea su decadencia
constrictiva y cómo afrontarlas?
3. Un modo de producción es
históricamente expansivo en la medida en que sus fuerzas productivas son
superiores a sus fuerzas destructivas, es decir, en la medida en que su impacto
objetivo sobre la naturaleza no impide todavía su capacidad de carga, de
regeneración y de reproducción en la zona afectada por ese modo de producción,
y en la medida en que la especie humana puede mejorar relativamente sus
condiciones de existencia en comparación a las alcanzadas en el anterior modo
de producción. La obtención y uso racionales de la energía es uno de los
baremos objetivos en su relatividad sociohistórica para medir con alguna
fiabilidad el ascenso y declive de un modo de producción. Dicho a grandes
rasgos, la ley del ahorro de energía, o ley del mínimo esfuerzo, explica muchas
cosas decisivas en la evolución biológica, y la ley de la productividad del
trabajo las explica en la antropogenia. En los modos injustos y explotadores,
los constreñidos por la propiedad privada de las fuerzas productivas, la ley
del valor-trabajo va mostrando la irracionalidad global inherente a la
propiedad privada. Un ejemplo lo tenemos en la continuidad de fondo y en los
cambios de forma de la propiedad patriarcal de las mujeres por su exclusiva
capacidad de instrumento de producción sexo-económico y sexo-afectivo para
reproducir fuerza de trabajo humana que, en el modo capitalista, es una
mercancía.
4. Hay que tener en cuenta que
junto al modo de producción dominante coexisten otros modos anteriores,
subsumidos, superados ya o todavía declinantes, coexistencia que si bien
dificulta la medición de las potencialidades del modo de producción dominante,
no la anulan totalmente, de manera que siempre es posible calibrar a grandes
rasgos los avances potenciales y reales del nuevo y dominante con respecto a
los superados. Aquí debemos volver a la ley de la productividad del trabajo,
que consiste en que con la misma unidad de tiempo y/o energía puede realizarse
más producto de trabajo que otro colectivo o persona, o lo que es lo mismo pero
a la inversa, que el mismo producto de trabajo se ha realizado con menos gasto
de energía y/o menos tiempo que otro colectivo o persona.
5. El ahorro de tiempo y energía,
o sea, la productividad sociohistórica media, es la base objetiva,
materialista, que permite valorar con alguna fiabilidad el menor o mayor
desarrollo contradictorio y relativo de cada modo de producción comparado con
el precedente y con el posterior. Desarrollo relativo y contradictorio. Según
evolucionen estas dinámicas, puede llegar el momento en el que el crecimiento
de las fuerzas productivas choque con las relaciones sociales de producción,
abriéndose una fase revolucionaria que puede terminar con la victoria de uno de
los bandos en conflicto o con el hundimiento del sistema en su conjunto.
Existen varios posibles futuros, y el resultante último depende de la evolución
de la lucha de clases a nivel mundial.
6. ¿Cómo saber que un modo de
producción llega al límite de sus fuerzas expansivas y entra en su fase
declinante? Ahora sólo vamos a sugerir cuatro evaluadores. Uno, el incremento
de las crisis socio-económicas, la reducción de los tiempos entre crisis y
crisis, el aumento de su gravedad e interacción, y el retroceso en las
condiciones de vida y trabajo de los pueblos. Dos, la dificultad creciente en
la obtención de energías hasta entrar en la fase de agotamiento, con su
sinergia negativa. Tres, el aumento de las resistencias a la explotación y
consiguientemente el aumento de las represiones y de las violencias opresoras
para contener no sólo las luchas al alza, sino el mismo deterioro del sistema
en su globalidad. Y cuatro, el debilitamiento de la legitimidad de la clase
dominante, el reforzamiento de la legitimidad de las clases dominadas y la
aparición de alternativas al sistema, que no sólo al poder. Exceptuando el del
comunismo primitivo, cada modo de producción tiene sus formas específicas de
interacción sinérgica de esos cuatro puntos y de otros que no hemos expuesto;
cada modo tiene sus ritmos de crecimiento y desaparición. No podemos trasladar
nuestro pensamiento y coordenadas mentales al pasado.
7. En el capitalismo las crisis
socioeconómicas se acortan en el tiempo, se hacen más devastadoras, y se
propagan por el mundo casi a la velocidad de la luz. Se inician como subcrisis
parciales, y aunque las subcrisis financieras son las detonantes por lo general,
también hay subcrisis en el capital industrial y en el de servicios. Pero la
razón de fondo es el accionar lento y oscilante de la tendencia a la caída de
los beneficios medios como contradicción subterránea que impulsa al resto. En
la medida en que los beneficios tienden a caer, en especial en el capital
industrial y en menor cuantía en el de servicios, entonces los capitalistas
apenas reinvierten en la poco rentable industria volcándose en el financiero,
que se agiganta y se hace ingobernable.
8. El capital industrial tiende a
la caída de los beneficios porque los costos crecientes en capital constante
reducen el plusvalor obtenido. El capital constante debe incrementarse porque
la tecnología es cada vez más cara, y por mucho que se reduzca el capital
variable, los sueldos, para compensar, la inversión en capital fijo es cada vez
más costosa y necesaria. Por otra parte, aumenta la capacidad productiva y
disminuye la capacidad de compra por lo que aumenta el stock almacenado y con
él las pérdidas. En un principio, la inversión en capital financiero alivia la
crisis industrial y aumenta la circulación de capitales y los beneficios, pero
a costa de ir creando diversas burbujas que estallan siempre con efectos cada
vez más desastrosos. Así, sobre la base de la ley de la caída tendencial de la
tasa media de ganancia como dinámica desestabilizadora profunda, se desarrollan
tres detonantes diferentes pero interrelacionados de la crisis:
sobreproducción, subconsumo y no correspondencia entre el sector I y II: la
crisis llega a ser mundial.
9. Si el inicio de la crisis
siempre responde a causas estrictamente económicas, la salida de la crisis
responde a soluciones políticas que dirigen en un sentido u otro las
posibilidades opuestas insertas en las contradicciones sociales del
capitalismo, posibilidades que se deciden por la lucha de clases. Ahora bien,
yerra quien separe e incomunique las causas económicas de la lucha de clases
expresada en los conflictos sociales, políticos, militares, etc. El capitalismo
es una totalidad en la que la contradicciones económicas actúan con relativa
autonomía del contexto sociopolítico en circunstancias normales; es el accionar
interno de esa autonomía económica el que, con sus contradicciones específicas,
enciende los fuegos de las crisis, pero más pronto que tarde las decisiones
sociopolíticas empiezan a azuzar o apagar esos fuegos que pueden terminar en un
incendio arrasador. Una de las pruebas de que el capitalismo está en fase de
senilidad es que el tremendo intervencionismo estatal y de otras instituciones
privadas burguesas no consiguen impedir el estallido de crisis cada vez más
duras y frecuentes.
10. La burguesía cabalgó el tigre
revolucionario de las masas campesinas y urbanas enfurecidas por el hambre, el
frío, la peste y el fuego de la represión. En mayor o en menor medida, las
cuatro revoluciones burguesas -Países Bajos, Gran Bretaña, Estados Unidos y
Estado francés-, estuvieron provocadas además de otros factores también por una
sostenida bajada de las temperaturas medias, por un agotamiento de la madera
como combustible, por unas cosechas desastrosas y por las hambrunas y las
enfermedades. Los molinos de agua y de viento, y la fuerza humana y de otros
animales, ya no daban abasto. La salvación energética del capitalismo vino del
carbón y de la hulla, de la máquina de vapor y del paso de la manufactura a la
industria. Para finales del siglo XIX estos recursos energéticos eran
insuficientes y el crudo de petróleo y la electricidad aparecieron como la
segunda salvación unida al tránsito del colonialismo al imperialismo.
11. La época feliz de los Treinta
Gloriosos disparó el consumo energético irracional a niveles insoportables para
la naturaleza. La energía nuclear apareció en la segunda mitad del siglo XX
como la alternativa a un seguro agotamiento del crudo de petróleo, pero los
problemas generados por la energía nuclear son irresolubles y destructivos,
suicidas, lo que no asusta a la burguesía militarista y pro-atómica. Un sector
de la burguesía lanzó la moda del «desarrollo sostenible», del capitalismo
verde, del eco-capitalismo, de las energías blandas y renovables pero en
propiedad suya y no de los pueblos, y el reformismo lanzó la moda del
decrecimiento. También se busca con desesperación la llamada «energía inagotable
y limpia», la energía de fusión, pero aunque teóricamente es factible, técnica
y prácticamente es casi irrealizable, al menos durante mucho tiempo. Como
solución inmediata, el método conocido como fracking puede aliviar la escasez a
corto plazo, pero sólo retrasa el problema energético creando otros nuevos de
índole ecológica.
12. Además de económico, el
problema energético es político, de poder político en el diseño y ejecución del
abastecimiento y gasto energético de las poblaciones. La alimentación también
es energía, y lo es la cultura y la libertad, energía moral y ética. Y lo es la
salud. Todo ello es un problema político de control y mando sobre el capital
transnacional propietario de las industrias energéticas, alimentarias,
sanitarias, y sobre los Estados imperialistas que protegen los espacios de
realización y almacenaje del capital acumulado por las transnacionales.
Mientras que la capacidad de carga del planeta se reduce alarmantemente, a la
vez que los minerales estratégicos han llegado al límite de la sobreexplotación
y reciclaje, y mientras los costos de la llamada «segunda contradicción» del
capital se añaden a los efectos de la ley de caída tendencial de la tasa media
de ganancia, mientras esto sucede, las reservas energéticas naturales, incluida
la principal, la de la fuerza de trabajo humana, se reduce imparablemente. Una
vez que el problema energético aparece como lo que es, un problema de poder
político, un problema de forma de propiedad: colectiva o privada, entonces, hay
que saber que sólo existen dos salidas: caos o comunismo.
13. Como hemos dicho, toda crisis,
por pequeña, parcial y aislada que fuere, genera una correspondiente dosis de
represión, de destrucción de fuerzas productivas obsoletas. Pero no se trata de
una especie de autodepuración automática y mecánica del sistema, sino que
siempre existe un contenido político en la salida de cualquier crisis. Y cuanto
más profunda, sistémica y prolongada es la catástrofe más contenido político,
represivo y militar, tiene su resolución, sea en el sentido que sea. Desde el
siglo XVII las guerras mundiales han sido las soluciones últimas para
desatascar el atolladero capitalista, pero las dos últimas, la de 1914-1918 y
1940-1945, marcan un punto de inflexión por su letalidad y por las fuerzas destructivas
reales que han generado. Ahora bien, las salidas represivas y militares
responden en definitiva y antes que nada a la necesidad de acabar con las
resistencias de las clases y pueblos explotados, así como de vencer las
oposiciones de otras burguesías competidoras.
14. La oleada revolucionaria
iniciada en 1917 y reforzada en 1929, que había tenido un aviso en la
revolución mexicana de 1910, entre otras luchas, fue aplasta mediante el
fascismo, la descarada traición socialdemócrata, los errores del estalinismo y,
como verdadera «solución final», la Segunda Guerra Mundial que duró más que de
1940 a 1945. Si ya en la guerra de 1914-1918 se fortaleció el complejo
industrial-militar, fue a partir de entonces cuando lo industrial-militar
empezó a fusionarse con la tecno-ciencia y el control represivo policial bajo
la dirección estratégica del Estado, y en estrecha simbiosis con grandes
corporaciones financiero-industriales. A partir de aquí, la tendencia objetiva
es la del reforzamiento del Estado interventor, fuerte y dotado de casa vez más
poderes. Esta tendencia no se debilitó durante los famosos Treinta Gloriosos,
1945-1975, y se fortaleció durante la denominada «guerra fría», 1949-1991, que
ha sido en realidad un continuo de pequeñas y grandes guerras calientes,
sanguinarias mucha de ellas, que también han sido silenciadas bajo el aséptico
nombre de «descolonización», o peor, de «alianza por el progreso» según la
propaganda yanqui.
15. La fase keynesiana y
taylor-fordista en el llamado «occidente» no pudo detener las contradicciones
capitalistas en sus dos formas extremas y unidas: la caída tendencial de la
tasa media de beneficios que se concretó en la crisis iniciada a finales de los
años 60, y la lucha de clases que, dialécticamente, azuzó esa crisis. Es muy
significativo que a mediados de los años 70 y al poco del golpe fascista de
Pinochet de 1973, fuera la Alemania Federal la que iniciase la aplicación en la
Europa capitalista del monetarismo neoliberal, aunque no recibiera aún ese
nombre. Desde entonces hasta ahora, el deterioro de las condiciones de vida y
trabajo, de la misma democracia burguesa y el desarrollo del llamado «Estado
fuerte» a la vez que la tendencia al alza del neofascismo, semejante dinámica
ha ido en aumento, siendo reforzada con la segunda fase de la guerra fría a
mediados de los años 80 y con la implosión de la URSS. La formación de la Unión
Europea como cuarta reordenación en la historia del capitalismo europeo está
inserta en esta dinámica a la vez mundial. Ahora bien, aunque la propaganda
intente negarlo, poco a poco se va debilitando la legitimidad del orden del
capital.
16. Al igual que ocurrió desde 1916
en adelante, desde 1944 la esperanza cundía en amplias masas explotadas, pero
fue enfriada y defraudada, tardando dos décadas en reaparecer a finales de los
años 60 manteniéndose hasta mediados de los 80. Sin embargo, y en contra de lo
que se cree, la implosión de la URSS no supuso la total victoria de la
ideología burguesa, para 1995 las luchas reaparecían en Europa y sobre todo
nunca habían desaparecido del resto del mundo. Desde esta época asistimos a
tres fenómenos que pueden confluir: luchas autoorganizadas de carácter popular
y vecinal, en defensa de los servicios sociales, derechos democráticos y bienes
comunes, que surgen al margen de los partidos reformistas y de «izquierda»
clásicos que las desvirtúan llamándolas «movimientos cívicos», «sociedad
civil», «ciudadanía», etc., que intentan controlarlos. Luchas más
específicamente obreras, salariales y sindicales en defensa de los puestos de
trabajo, más o menos controladas por la burocracia sindical. Y las luchas en el
resto de países y Estados no imperialistas, sometidos de mil formas, y cuyas
masas explotadas cada vez aguantan menos las crecientes exigencias de sus burguesías
siervas del imperialismo.
17. La legitimidad de la
civilización burguesa está debilitándose pero el retraso de adecuación de las
izquierdas revolucionarias y el alto grado de centralidad estratégico-represiva
y propagandística alcanzado por los Estados imperialistas y por las
instituciones internacionales del capital, así como el miedo en todas sus
gamas, son poderosos frenos al avance de la conciencia crítica. Además, como
siempre en las grandes crisis, también se refuerzan las opciones derechistas y
contrarrevolucionarias. La polarización social todavía no ha alcanzado el nivel
prerrevolucionario desarrollado en crisis sistémicas anteriores, pero ahora dos
circunstancias nuevas añaden una cualidad que debemos tener muy en cuenta: la
rapidez casi instantánea de conocimiento y debate entre las izquierdas del
grueso de las luchas mundiales lo que está acelerando su recomposición si la
vemos en perspectiva histórica y, sobre todo, como fuerza objetiva de fondo, la
financiarización del capitalismo, su necesidad ciega de mercantilizarlo todo lo
más rápidamente posible, lo que exacerba al máximo sus contradicciones internas
como nunca antes en su historia.
18. El capitalismo ha entrado en su
fase declinante aunque siga acumulando ganancias, pero lo hace sobre todo
mediante las finanzas y no mediante la producción, es decir un «enriquecimiento
improductivo». Para mantener, al menos, esta situación el capital ha de
reprimir el potencial emancipador de la ciencia libre y crítica, desarrollando
sólo la tecnociencia militarizada y autoritaria; ha de industrializar sólo para
minorías ricas la salud, la alimentación y la enseñanza entre hambrunas,
enfermedades y analfabetismo funcional; ha de mercantilizar la naturaleza aun a
costa de destruirla; ha de ha de convertir los arados en espadas y la
mantequilla en submarinos nucleares; ha de blindar su libertad y derecho de
clase contra las masas expropiadas de todo y casi hasta de su aliento. Y si
además quiere abrir una fase expansiva con un incremento sostenido de la tasa
media de ganancia de modo que se logre un «enriquecimiento productivo», aparte
de lo anterior, ha de asestar un golpe destructor a la humanidad trabajadora
más brutal que el del período 1917-1945, y a disciplinar y hasta derrotar sin
contemplaciones a las burguesías competidoras en el mercado mundial, y para
ello se prepara el imperialismo yanqui apoyado por el europeo y el japonés.
19. El capitalismo declinante tiene
empero dos fundamentales bazas de supervivencia a pesar de su senectud: el
miedo a la represión salvaje, y el componente de obediencia y sumisión a la
«figura del Amo» aun en medio del desempleo empobrecedor y mísero, de la
penuria y del hambre, componente irracional fuertemente anclado en la
estructura psíquica de masas; y los efectos del fetichismo de la mercancía, que
invierte la realidad, que crea fetiches, ídolos y dioses a los adorar y
obedecer en donde sólo existe explotación, opresión y dominación. El modo
capitalista es el único de todos los basados en la propiedad privada que invisibiliza
sus contradicciones bajo un celofán de «derechos naturales del ser humano»
legitimándose a sí mismo siempre con nuevas formas ideológicas. Pero al llevar
sus contradicciones al paroxismo, esta diabólica capacidad debe ser reforzada
por el terrorismo más descarnado y metódico, lo que hace que sus miserias
salgan inevitablemente a la luz. Día a día, la práctica del terror desplaza al
efecto narcótico, opiáceo, del fetichismo de la mercancía. Otro signo de
decadencia porque la civilización del terror necesita devorarse a sí misma,
como Uróboros, pero sin poder eternizarse por ello.
20. Pues bien, visto lo visto, en
las condiciones actuales es vital para las izquierdas profundizar y popularizar
el debate sobre el declive del modo de producción capitalista, huyendo del
catastrofismo tan obtuso y peligroso a medio plazo. En los países
imperialistas, y a pesar de la dureza creciente de la vida, la mayoría de la
clase explotada cree que este sistema es eterno porque cree que «el socialismo
ha fracasado» no existiendo alternativa posible. Hundida en este agujero
obscuro, la opción más realista para quienes tienen alguna conciencia
progresista es la de votar al reformismo duro, mientras que el resto lo hace al
blando o a lo sumo al centro. No merece la pena hablar de quienes ni siquiera
tienen conciencia. Combatir la creencia de que el socialismo no es posible y
que siempre se malvivirá en el capitalismo exige la práctica de la filosofía de
la praxis, es decir, de la simultaneidad de la acción y de la teoría que debe
basarse en luchas concretas que aporten experiencias prácticas sin las cuales
la teoría se esclerotiza y dogmatiza rápidamente.
21. Desde luego que lo mejor para
la toma de conciencia teórica de que el socialismo no sólo es posible sino que
sobre todo es necesario, es conseguir victorias en las luchas concretas que
realizamos, aunque ello no es imprescindible inmediatamente sino a medio plazo.
Lo decisivo siempre es empezar a luchar porque es en la acción en donde se
conocen los límites objetivos del capitalismo, sus contradicciones y
debilidades. Sin lucha no hay teoría revolucionaria, pero sin esta no hay
práctica revolucionaria. Como se aprecia, existe una distancia entre la primera
acción de lucha concreta y la posterior práctica revolucionaria, distancia que
consiste en el avance de un pobre conocimiento inicial del capitalismo cuando
se inicia la acción a otro más profundo que se adquiere mediante la crítica y
la autocrítica realizada conforme se sostiene la lucha y se valoran sus
resultados últimos. Ahora bien, el momento crucial en el que puede asegurarse
el enriquecimiento de la conciencia revolucionaria es cuando resolvemos
teóricamente el problema de la explotación, del poder y del método de
pensamiento.
22. El problema radica en que desde
hace mucho tiempo las fuerzas reformistas que se dicen de izquierda se niegan
deliberadamente a organizar e impulsar las luchas que pueden sacar a la crítica
pública la explotación, el poder y la patraña ideológica. Estas fuerzas sólo impulsan
lo que siendo electoralmente rentable no cuestiona la legalidad vigente y menos
aún los pilares de la civilización del capital. Por su parte, las todavía
reducidas fuerzas revolucionarias intentan superar cuatro obstáculos que frenan
su crecimiento: la todavía insuficiente legitimidad del socialismo; la
pervivencia de la desconfianza de las masas en las organizaciones de
vanguardia; el retraso teórico con respecto a los cambios del capitalismo; y el
sectarismo de muchas izquierdas. No se pueden negar los esfuerzos que se hacen
para superar tales obstáculos así como los avances reales que lentamente se van
logrando. Mientras tanto, mal que bien las resistencias sectoriales y de masas
aportan experiencias muy ricas en contenido que deben ser estudiadas a la luz
de las constantes insertas en el modo de producción como a la luz de las
innovaciones producidas y su materialización en las sociedades concretas, en
las formaciones económico-sociales.
23. Vamos a analizar cuatro bloques
de problemas fundamentales del capitalismo que sólo tienen solución si se actúa
sobre ellos con la radical perspectiva histórica comunista, que se basa en la
certidumbre de que el futuro terrible puede ser guiado hacia la emancipación
humana, evitando el caos, pero sólo a condición de la construcción de un poder
revolucionario enraizado en la democracia socialista, vivida por la burguesía
como dictadura del proletariado contra ella, lo que es cierto.
24. El primer bloque trata sobre el
sujeto colectivo que puede y debe dirigir ese proceso. Cuando decimos «debe» no
nos referimos a la ética kantiana sino a la marxista, diferencia cualitativa en
la que no podemos extendernos ahora pese a su importancia: todos los
reformismos han retrocedido de la ética marxista a cualquier variante de la
kantiana. El sujeto colectivo no es otro que el trabajo explotado, es decir,
esa fuerza de trabajo humana que lo crea todo con su esfuerzo pero que no tiene
nada porque el producto queda en manos de la propiedad privada. En cada modo de
producción injusto el sujeto colectivo adquiere una expresión precisa y
adecuada a las necesidades del sistema, pero en sus formaciones
económico-sociales, en sus países y sociedades particulares, el trabajo
explotado se presenta con diferencias más o menos marcadas que no afectan a la
naturaleza esencial de la explotación del trabajo social por la clase
dominante. En el nivel del modo de producción, la fuerza de trabajo explotado y
explotable está constituida por las mujeres, los pueblos oprimidos y las clases
expropiadas de todo menos de su fuerza de trabajo.
25. Lo que une e identifica
esencialmente a mujeres, pueblos y clases expropiadas que no sufren opresión
nacional es que forman el trabajo social explotado en su conjunto en beneficio
de una minoría que en su conjunto es única propietaria de las fuerzas
productivas. Desde que surgió la propiedad privada en forma de sistema
patriarcal la resistencia del trabajo explotado ha alimentado la lucha de
clases entre él y la propiedad explotadora como motor de la historia. En el
modo capitalista, la fuerza de trabajo sexo-económico y sexo-afectivo de las
mujeres, la de los pueblos oprimidos y la de las clases trabajadoras no
oprimidas nacionalmente, esta cualidad básica de la especie humana-genérica,
constituye el Trabajo en sí mismo, mientras que todas las formas en las que se
plasma la propiedad burguesa, constituye el Capital. Trabajo contra Capital,
unidad y lucha de contrarios irreconciliables.
26. La historia es incomprensible
si negamos u olvidamos la lucha de clases entre explotados y explotadores, lo
que supone en el plano teórico abandonar la teoría marxista y aceptar la
burguesa. En la segunda década del siglo XIX surgió la sociología como la supuesta
«ciencia social» neutral, positivista, encargada de sustituir la lucha de
clases por la competencia entre personas, estamentos, elites, o en todo caso
por el «conflicto funcional» entre las clases. A raíz de la Comuna de París en
1871 se redobló el esfuerzo de la sociología por sustituir el estudio crítico
de la lucha de clases por la enumeración de castas, estatus, élites,
desconectadas de las relaciones de propiedad y explotación. Con altibajos
dependientes de los vaivenes de la lucha de clases mundial, han aparecido y
desaparecido en el mercado de las modas intelectuales sucesivas mercancías
ideológicas de usar y tirar que siempre «coincidían» en menospreciar o negar la
unicidad del sujeto colectivo revolucionario, del Trabajo explotado en sí y de
sus formas de expresión particulares, sustituyéndolo por expresiones abstractas
como «los de abajo», «el 99 por ciento», «multitud»,
«ciudadanía» y un largo etcétera.
27. De esta forma, y especialmente
desde finales de la década de 1960 cuando se fabricó la moda de la «sociedad
post-industrial» en medio de las convulsiones del mayo del 68 y de las
represiones posteriores, la fábrica de ideología
burguesa no ha parado de lanzar productos novedosos: «fin de las ideologías»,
«muerte del proletariado», «fin de la historia», «lucha de civilizaciones»,
post-modernismo y post-marxismo, alter-mundialismo y antiglobalización, «otro
mundo mejor», multitud e Imperio, y las más recientes de post-capitalismo,
anti-capitalismo, etc. Simultáneamente en los medios de prensa
desaparecía todo rigor teórico-crítico y el empleo de conceptos como «explotación», «opresión», «dominación», «imperialismo»,
«clase burguesa», por no hablar del desprecio del marxismo, comunismo,
socialismo. Así, la despolitización de las conciencias seguía inmediatamente a
los ataques neoliberales. Todo pensamiento que inquiriera sobre el futuro del
capitalismo era inmediatamente marginado y denigrado. Sólo se admitía y se
admite la tautología sobre un presente petrificado del que se ocultan sus contradicciones
internas explosivas.
28. Por lo general, tras cada gran
derrota obrera y popular se produce la despolitización y el debilitamiento del
rigor teórico por razones obvias que no podemos exponer ahora. Suelen hacer
falta varios años de crisis y de renacer de las luchas, con sus experiencias
nuevas, para que la teoría vuelva a recuperar su radical rigor crítico. Desde
2007 en Europa, y desde antes en las Américas, asistimos a un reverdecimiento
del potencial teórico sobre el sujeto colectivo, aunque también vemos esfuerzos
por mantener las abstracciones metafísicas del inmediato pasado. Ahora mismo,
para entender los objetivos a largo plazo de la ofensiva capitalista
necesitamos la teoría marxista de la crisis y de la lucha de clases, de la
opresión nacional, de la explotación patriarco-burguesa y del imperialismo en
su fase financiera, lo que nos obliga a emplear conceptos despreciados por el
reformismo de «izquierdas», pero que tienen la virtud de llamar a las cosas por
su nombre, meter los dedos en las llagas y ojos del capital.
29. El segundo bloque sólo puede
desarrollarse a partir del primero, como los otros dos que le siguen, porque su
exposición depende de los conceptos que utilicemos. Si
usamos generalidades vacías -sociedad, consumidores, personas- para
definir las fuerzas clasistas y populares necesitadas urgentemente de una
racionalización progresista y democrática de la política energética y de su
modelo productivo y consumista, nos será imposible explicar que la razón de la
pobreza energética que condena al frío a cada vez más familias obreras es la
propiedad privada de la industria hidroeléctrica y energética. Pero este
ejemplo es sólo uno entre millares posibles. Siguiendo con el mismo ejemplo, si
queremos impulsar un poderoso movimiento de masas no sólo contra la
irracionalidad consumista sino a favor de otro modelo productivo tendente a la
emisión cero de CO2 no «podemos» creer que basta con llamamientos en abstracto
a la mera voluntad del poder, una voluntad que además acepta todas las restricciones
de la legalidad burguesa.
30. La urgente reducción drástica
de las emisiones de CO2, y otras medidas similares destinadas a revertir la
destrucción ambiental es incompatible con la obsesión electoralista de las
«izquierdas» que no quieren acabar con la propiedad burguesa ni con la
mercantilización de la naturaleza. La importancia clave de la perspectiva
histórica a largo plazo en cuanto al posible futuro del capitalismo y del
riguroso empleo de los conceptos aparece aquí de nuevo: en 1976 altas instancias
oficiales del medioambientalismo reformista propusieron en un evento
internacional el empleo del término «ecodesarrollo» rechazado
pocos días después por H. Kissinger, que entre otras hazañas ecologistas había
planificado el golpe de Pinochet de 1973, y en poco tiempo se impuso el ambiguo
y manipulable concepto de «desarrollo sostenible» que
es desde entonces el tópico-insignia del eco-capitalismo,
del capitalismo verde, etc., y de los reformismos. Mientras que las izquierdas revolucionarias usan términos
como «socialismo ecológico antiimperialista», «eco-comunismo», «eco-socialismo»
y otros, el electoralismo parlamentarista necesita, para aunar la mayor
cantidad de votos, licuar la radicalidad práctica y teórica en la defensa del
ecosistema.
31. Llegamos así al tercer bloque,
también decisivo: el del poder estatal, el poder de decidir y aplicar medidas
de clase, de nación oprimida y de sexo-género, es decir de medidas a favor del
Trabajo si se trata de un poder obrero y popular que ha construido su propio
Estado revolucionario, o de medida a favor del Capital en el caso opuesto.
Tanto el sujeto colectivo como la lucha por un modelo socialista que acelere la
reunificación de la especie humana con la naturaleza y en ella, nos llevan
directamente al problema del poder, o mejor dicho, desde la perspectiva
histórica aquí expuesta, sujeto, naturaleza y poder forman un sistema que,
junto al problema del método de pensamiento, define la praxis revolucionaria.
32. Del mismo modo en que la
formación de las clases antagónicas y su lucha está condicionada por la
intervención del poder estatal de la clase dominante, también la lucha de la
clase explotada condiciona al poder estatal y a la clase a la que este sirve.
La mercantilización de la naturaleza es inseparable de las decisiones burguesas
reforzadas y protegidas por el poder de su Estado. Por efecto de «venganza de
la naturaleza», la irracionalidad del capital se vuelve contra él mismo
mediante los desastres socio-ecológicos que multiplican los costos mal llamados
«externos» y que reducen la tasa media de beneficios. El Estado burgués toma
entonces medidas precisas para descargar esos costos sobre las clases
explotadas, condicionando negativamente su composición y desarrollo.
33. Más en concreto, al endurecerse
el ataque del Capital contra el Trabajo mediante la intervención del poder
estatal, el sujeto colectivo puede empezar a resistir, puede empezar a
construir alternativas opuestas que en lo básico siempre nos remiten a la
economía del tiempo de trabajo y de la ordenación del espacio, es decir, al
control de la energía. La victoria popular de la Comuna
de Gamonal, en Burgos, es un ejemplo de lo que estamos diciendo. Pero
frente a una victoria obrera y popular, hay muchas derrotas y muchas otras
luchas aún en tablas y ello fundamentalmente por la astucia y la fuerza del
poder estatal como centralizador estratégico de todas las represiones. Peor
todavía, hay infinidad de reivindicaciones potencialmente muy liberadoras que
están sin iniciarse por efecto de la alienación y del fetichismo, del miedo,
del soborno y corrupción, del papel nefasto del reformismo político-sindical…
El Estado es un instrumento clave en la centralización estratégica de estos y
otros obstáculos que impiden el inicio de esas luchas, o que las abortan justo
al comenzar.
34. El
reformismo, cualquiera de ellos, se niega a realizar una crítica revolucionaria
del Estado realmente existente, planteando sólo denuncias parciales
contra tal o cual injusticia aislada, contra tal o cual ministro, ley,
corrupción o «abuso policial». A la vez, su modelo de futuro pasa por volver al
Estado «neutral», al «Estado social», «benefactor», «del bienestar», al Estado
cumplidor y protector de los «derechos constitucionales de todos los españoles»
recomponiendo el «contrato social» (¿?) supuestamente roto. El reformismo
parece haber retrocedido a la política feudal y absolutista que denunciaba a
los consejeros del rey como los responsables de todos los males, salvando al Estado
y a la monarquía: bastaría cambiarlos para restablecer la justicia, ese pacto
entre el pueblo y sus «representantes». Ahora, en caso extremo basta cambiar de
gobierno para salvar el Estado y la «democracia». La puerilidad de esta
fantasía se multiplica cuando es aplicada a la Unión Europea, creyendo que una «democracia ciudadana» puede reformar el
euroimperialismo.
35. Como se aprecia, y pasando a la
cuarta cuestión, en esta triple problemática -el sujeto colectivo que dirige la
lucha de clases, la incompatibilidad entre el Capital y la Naturaleza, con
mayúsculas, y el papel decisivo del Estado y de su violencia explotadora-, lo
que está en cuestión también es el método de pensamiento, es decir, la pregunta
siempre actual de si podemos conocer y transformar radicalmente el mundo o si
por el contrario siempre habrá una parte incognoscible de la realidad, lo que
nos impide su efectiva transformación. Una de las primeras diferencias
cualitativas entre el marxismo y el resto de corrientes socialistas desde la
década de 1840 fue la insistencia del primero en la lucha teórica, que no
debemos rebajarla a «lucha ideológica», como fuerza política material en la
medida en que prende en la conciencia de las masas. Las otras corrientes
socialistas, incluido el anarquismo, también admitían esta necesidad pero desde
una interpretación mucho más blanda y limitada del término «teoría» porque
nunca han llegado a entender la dialéctica materialista, o incluso la rechazan.
36. Los muy contados marxistas del
último tercio del siglo XIX redoblaron su lucha teórica y reconocieron su error
al insistir más en la importancia de la economía reduciendo la de otros
aspectos de la realidad, como la cultura, la política, la historia, la opresión
nacional y patriarcal, la venganza de la naturaleza, los avances científicos,
etc. Explicaron por qué tuvieron que hacerlo en el pasado y advirtieron de lo
peligroso que resultaría volver a cometer el mismo error. A comienzos del siglo
XX los contados marxistas sacaron lecciones autocríticas de la revolución de
1905 llevando la lucha teórica a la misma esencia de la teoría del conocimiento
de la época, al choque entre materialismo e idealismo, por ejemplo. Luego
pasaron a estudiar la irrupción de la fase imperialista y a raíz de la guerra
mundial de 1914-1918 y de la revolución de 1917 aportaron al caudal de la
cultura humana una masa de conocimientos sociales que ridiculizaba las
divagaciones burguesas de la época. Las represiones desatadas desde la mitad de
la década de 1920 y tras 1945 -fascismo, dogmatismo
estalinista, «guerra fría cultural»- redujeron el caudal marxista en
«occidente» pero su aportación fue decisiva en el resto del mundo, aportación
que ahora empieza a conocerse. Desde comienzos del
siglo XXI el marxismo vuelve a demostrar ser la única teoría válida.
37. Nos hemos extendido ligeramente
sobre la historia de la lucha teórica, inseparable de la de la lucha
revolucionaria, porque ahora mismo uno de los lastres más pesados que la frenan
es la mercantilización de las modas ideológicas de «izquierda». La industria
político-mediática descubrió el suculento negocio de la manipulación patriotera
de los imperialismos en lucha desde 1914, por no retroceder más. Desde 1940
Gran Bretaña y Estados Unidos crearon agencias oficiales y secretas para
conocer la evolución de la «opinión pública», disponiendo así de datos
relativamente fiables para dirigir la «guerra fría
cultural» anticomunista a escala mundial. En la segunda mitad de la
década de 1960 la industria mediática francesa descubrió el filón de las
mercancías intelectuales de la izquierda blanda comparada con la anterior
producción bolchevique y comunista en general. La casta intelectual, francesa
sobre todo y también el «marxismo occidental» se desentendieron de los
problemas capitales: el poder, la represión, el imperialismo. De este modo,
mientras la casta intelectual profetizada sobre la desaparición del sujeto y
del Estado, el marxismo oficial abandonaba la lucha del sujeto colectivo contra
el Estado.
38. El neoliberalismo tenía vía libre
en el plano ideológico porque la izquierda no hacía lucha teórica. La
diferencia entre la propaganda ideológica y la lucha teórica es que la primera
se orienta hacia lo irracional y en todo caso al sentido común, nada más, mientras
que la segunda busca la conciencia crítica y autocrítica. La propaganda
ideológica no necesita de la praxis, de la lucha de clases cotidiana y de sus
lecciones, sino de la manipulación de las dependencias, ansiedades, miedos y
tópicos, en todo caso del sentido común, pero no más allá del sentido común. La
lucha teórica supera el sentido común y ataca a la raíz del miedo y de las
dependencias afectivo-emocionales, de los tópicos. Una de las dificultades de
la lucha teórica es que necesita de la historia crítica, real y dura en extremo,
para basar su argumentación, mientras que la propaganda ideológica sólo
necesita de la historia oficial, suave, tranquila e irreal, la de la «revolución democrática» sin contradicciones
irreconciliables que estallan en insoportables crisis y en violentas luchas de
clases. El «ciudadano» no soporta la ensangrentada tensión de la historia y por
eso no quiere pensar sobre los futuros.
39. Pero si se quiere que sea
efectiva la intensificación de la lucha teórica hay que sustentarla tanto en la
lucha de clases práctica como en la permanente referencia a los futuros
posibles del modo capitalista de producción. Las victorias concretas son la
base del optimismo, fuerza subjetiva que azuza y acelera la concienciación
teórica, pero el optimismo es ciego si la teoría no le alumbra en las tinieblas
de un futuro que la burguesía falsifica y tergiversa. Saber que nuestras
acciones presentes pueden decidir qué futuro de los posibles se irá haciendo
probable para terminar siendo real; saber que mañana podemos ser más libres
porque hoy luchamos para ser menos oprimidos; conocer gracias a la teoría que
sí existe un sujeto de la historia y que somos nosotros ese sujeto; aprender a
pensar históricamente y a actuar para dirigir la historia por la senda de la
libertad, condenando a la explotación al museo del pasado, aplicar esta
perspectiva histórica que tiene un neto sentido filosófico antropocéntrico,
refuerza internamente la razonada y fundamentada ilusión optimista que refuerza
cada lucha incluso aunque la perdamos, esa perspectiva histórica nos enseña que
la única libertad definitivamente perdida es la que no nos hemos atrevido a
conquistar.
40. Terminando, la perspectiva
histórica sobre los futuros posibles del capitalismo es hoy más necesaria que
nunca antes porque jamás sus contradicciones presentes habían llegado a tal
grado de evolución descontrolada con respecto a las organizaciones y Estados
con que la burguesía mundial intenta domeñar las fuerzas infernales desatadas
por los conjuros del irracionalismo global del capital. Nunca antes la
locomotora de la acumulación ampliada había cogido tanta velocidad hacia un
futuro lleno de curvas estrechas y cerradas, con precipicios y temblores
sísmicos, y nunca antes el maquinista de la locomotora del máximo beneficio a
la mayor velocidad posible había tenido tantas dificultades para llegar a la
palanca y freno y accionarla. Estamos parafraseando símiles empleados por Marx
y Engels.
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¿Para qué sirve El Capital? Un balance contemporáneo de la obra principal de
Karl Marx
Los peligros
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