NOTA DEL
EDITOR DE ESTE BLOG: He copiado directamente del formato en pdf a Word, y le he
añadido todos los enlaces al folleto de Rosa Luxemburgo.
[Desde hace
tiempo se reconoce el 4 de agosto de 1914 como una de las fechas más negras en
la historia del movimiento socialista internacional. En los meses que la
precedieron se veía claramente que la guerra era inminente, y los partidos
socialdemócratas de Europa occidental habían denunciado los planes de sus
burguesías imperialistas.
[El 4 de
agosto, cuando los ejércitos de Alemania, Austria y Francia y los zaristas ya
estaban en marcha, el Reichstag 100
se reunió para discutir y aprobar los fondos necesarios para la guerra del
Káiser. Con frases encendidas de condena, no del capitalismo alemán y del
militarismo prusiano sino del enemigo zarista, el conjunto del bloque
socialdemócrata del Reichstag, de más de cien diputados, votó a favor del
presupuesto de guerra y la “defensa de
la patria”.
[Siguiendo
las huellas del PSD -esa joya de la Segunda Internacional, 101 el partido de la autoridad revolucionaria indiscutida, a la que
todos consideraban modelo de internacionalismo proletario- la mayoría de los
socialdemócratas franceses e ingleses también votaron el apoyo a sus
respectivos gobiernos. Sólo en Rusia, Servia, Polonia, Italia, Bulgaria y
Estados Unidos la mayoría de los partidos socialdemócratas se negó a rendirse ante la ola de chovinismo y la histeria patriótica
de la guerra.
Para las
tendencias revolucionarias de la Segunda Internacional, el voto del bloque
parlamentario socialdemócrata fue un golpe tremendo. Cuando Lenin recibió los
diarios alemanes portadoras de la noticia, creyó que se trataba de una
falsificación de la policía alemana. Rosa Luxemburgo, a pesar de su
conocimiento íntimo del grado de degeneración oportunista alcanzado por el PSD,
quedó anonadada. No había osado extraer las conclusiones últimas de la
podredumbre interna del PSD, aceptar el hecho de que el
100 Reichstag: el parlamento de Alemania.
101 A diferencia del carácter revolucionario y
centralizado de la Primera Internacional y de la Tercera en sus cuatro primeros
congresos leninistas (ver notas 45 y 150), la Segunda Internacional era una
asociación laxa de partidos socialistas nacionales de todo tipo. En el congreso
de 1904 (en Amsterdam) se denunciaron el revisionismo de Bernstein (n. 146) y
el ministerialismo de Millerand y Jaurés (ns. 152 y 39), pero la teoría y la
práctica del reformismo la fueron copando y en 1914 la mayoría de sus secciones
votaron el apoyo a sus respectivos gobiernos durante la guerra. Fue reflotada
después de la Primera Guerra Mundial y sigue existiendo nominalmente. Algunos
de sus partidos encabezan gobiernos capitalistas, como en Alemania, el
Laborismo en Inglaterra y el Mapam en Israel.
partido más
grande e influyente de la Internacional fuera capaz de traicionar tan
totalmente los principios más elementales del marxismo revolucionario sin
siquiera tratar de negarlo. [Rosa se abocó inmediatamente a la tarea de agrupar
al pequeño núcleo de socialdemócratas revolucionarios que repudiaron la
posición oficial del PSD. Los primeros resultados fueron magros. Un mes más
tarde, el 10 de setiembre, dos diarios suizos publicaron la noticia de que en Alemania
había socialdemócratas que se oponían a la política oficial del partido. El
comunicado llevaba las firmas de Karl Liebknecht, Franz Mehring, Clara Zetkin y
Rosa Luxemburgo.102
[Liebknecht,
a la sazón diputado en el parlamento provincial prusiano y en el Reichstag, se
había manifestado rotundamente en contra del presupuesto militar. Había
dirigido a los disidentes dentro del bloque socialdemócrata, pero se había
sometido a la disciplina partidaria en la votación del 4 de agosto. Fue la
última vez. Se unió inmediatamente a la oposición revolucionaria y, debido a su
cargo público, se convirtió en su vocero principal. Al final de la guerra el
nombre de Liebknecht era sinónimo de las fuerzas revolucionarias en Alemania.
En diciembre de 1914, cuando se votó un nuevo incremento de los fondos bélicos,
el de Liebknecht fue el único voto en contra.
[El trabajo
de organizar una tendencia sólida, coherente, procedía con suma lentitud. En la
primavera de 1915 apareció el primer número de Die Internationale, que fue
inmediatamente prohibido por el gobierno. Desde entonces se difundió mediante
una red clandestina. Durante el transcurso de la guerra circularon ilegal-mente
las cartas Espartaco, primero mimeografiadas y luego impresas. Recién en el día
de Año Nuevo de 1916, casi un año y medio después del comienzo de la guerra,
delegados provenientes de toda Alemania se reunieron secretamente en el bufete
de Liebknecht para crear el Gruppe Internationale, que aprobó las “Tesis sobre
las tareas de la socialdemocracia internacional” como programa y el Folleto
Junius como primera declaración política. El Gruppe Internationale tomó el
nombre de
102 Karl Liebknecht (1871-1919): hijo de Wilhelm
Liebknecht (n. 43) y desde su juventud militante del ala izquierda del PSD.
Sentenciado en 1907 por alta traición por su libro Militarismo y
antimilitarismo. Fue el primero que votó contra el presupuesto de guerra en el
Reichstag en 1914. Encarcelado por su actividad antibélica en 1916-1918.
Dirigente del Grupo Internacional y la Liga Espartaco. Arrestado y asesinado
junto con Rosa Luxemburgo en 1919. Franz Mehring (1846-1919): estudioso e historiador
alemán, biógrafo de Marx. Socialdemócrata de izquierda,
dirigente del Grupo Internacional y la Liga Espartaco. Clara Zetkin (1857-1937): compañera de Rosa
Luxemburgo en la socialdemocracia alemana antes de la guerra. Editora del
periódico femenino del partido. Fundadora, teórica y activista del movimiento
feminista. Miembro fundador de la Liga Espartaco. Destacada militante del
Partido Comunista Alemán y de la Internacional Comunista.
Liga
Espartaco en noviembre de 1918 y fue el núcleo inicial del Partido Comunista
Alemán, fundado a fines de diciembre del mismo año.
[Durante la
guerra surgió otro grupo de oposición. La camarilla centrista del bloque
parlamentario socialdemócrata -que tenía pocas dudas respecto de la política
oficial pero no quería comprometerse— se volvió más audaz a medida que avanzaba
la guerra y su falta de popularidad en la clase obrera alemana fue en aumento.
En diciembre de 1915, un año después de que Liebknecht emitiera su voto
solitario de protesta, un total de veintisiete diputados votó contra el nuevo presupuesto
de guerra y otros veinte se abstuvieron. Este grupo, llamado Grupo de Trabajo
Ad Hoc, se convirtió en el núcleo del Partido Social Demócrata Independiente,
fundado en enero de 1917, agrupación que osciló constantemente entre el PSD y
Espartaco, siendo su única constante su falta de principios o de estructura. Su
dirección volvió al PSD al finalizar la guerra, mientras que buena parte de la
base ingresó al Partido Comunista Alemán.
Por supuesto
que el gobierno alemán quería a toda costa silenciar a sus críticos
revolucionarios y logró enviar a la mayoría de ellos a prisión. Cuando comenzó
la guerra Rosa Luxemburgo ya había sido sentenciada a un año de cárcel por un
discurso antibélico pronunciado a principios de 1914. En octubre le fue negada
la apelación y, aunque por razones de salud se le permitió postergar el
cumplimiento de la sentencia, fue aprehendida en febrero de 1915. Mientras
cumplía la sentencia redactó lo que posteriormente se conoció con el nombre de
Folleto Junius. Lo terminó en abril de 1915 y consiguió sacarlo de la prisión,
pero dificultades de orden técnico, la falta de una imprenta y otros problemas,
impedirían su publicación hasta abril de 1916.
Rosa Luxemburgo. Tesis
sobre las tareas de la socialdemocracia
de la socialdemocracia internacional (1916)
[Al mismo
tiempo redactó las “Tesis sobre las tareas de la socialdemocracia
internacional”. Tenía el propósito de presentarlas en la conferencia de Zimmerwald 103
de socialdemócratas opuestos a la guerra, pero en virtud de un error de
información respecto de la fecha de la conferencia y el secreto que
necesariamente la rodeaba, los amigos de Rosa no pudieron sacar a tiempo de la
prisión el borrador de las Tesis como para poder llevarlas a Zimmerwald.
[Rosa
Luxemburgo fue liberada en enero de 1916 y permaneció en libertad durante seis
meses. Fue arrestada nuevamente en julio de 1916 y encarcelada sin juicio hasta
que la primera oleada de la Revolución Alemana la liberó en noviembre de 1918.
103 En Zimmerwald, Suiza, se reunieron en setiembre de
1915 las corrientes y partidos internacionalistas que se oponían a la guerra.
La mayoría eran pacifistas, y el ala izquierda, liderada por Lenin, formaba una
pequeña minoría. T
V. I. Lenin.
EL SOCIALISMO Y LA GUERRA (La actitud del P. O. S. D. R. ante la guerra)
Lenin 1915. RESOLUCIONES
SOBRE LA GUERRA IMPERIALISTA
Partido
Obrero Socialdemócrata Ruso
Conferencia de las Secciones en el extranjero
27 de febrero al 4 de marzo de 1915
Conferencia de las Secciones en el extranjero
27 de febrero al 4 de marzo de 1915
Escrito a
principios de 1915 y publicado en el núm. 40 del Sozial Demokrat,
de 29 de marzo del mismo año. La conferencia se celebró en Berna, del 27 de
febrero al 4 de marzo de 1915. Tomaron parte en ella los representantes
bolcheviques de las secciones de París, Zurich, Ginebra, Berna y Lausana. Lenin
representó al Comité Central y al órgano central del partido (el Sozial
Demokrat) y fue orador en el punto más importante del orden del día: "La
guerra y las tareas del partido". Las resoluciones, escritas por
Lenin, fueron aprobadas por la Conferencia.
|
Lenin y Trotsky: la consigna los
Estados Unidos de Europa, el socialismo en un solo país y el capitalismo de
Estado
Sobre la
consigna los Estados Unidos de Europa
Escrito: Mayo de 1917
La posición
de Rosa Luxemburgo con respecto a la consigna de los Estados Unidos de
Europa, muy diferente de Lenin y Trotsky. 7 años antes que Lenin y Trotski
abordara el tema.
Rosa
Luxemburgo: Utopías pacifistas - Estados Unidos de Europa 1911
[Liebknecht,
protegido parcialmente por sus fueros parlamentarios, permaneció en libertad
hasta mayo de 1916. El Primero de Mayo de 1916 el grupo Espartaco resolvió
organizar una demostración en el centro de Berlín. Había invitado al Grupo de
Trabajo Ad Hoc a participar, pero cuando este grupo se negó, los partidarios de
Espartaco lo hicieron solos. Varios cientos se reunieron en la Potsdamerplatz
para escuchar a Carlos Liebknecht decir “¡Abajo el gobierno! ¡Abajo la guerra!”
antes de que lo arrestaran. [Ante su arresto, los ex colegas de Liebknecht en
el bloque socialdemócrata del Reichstag se apresuraron a quitarle su inmunidad.
Puede medirse hasta qué punto se hundió la política reaccionaria del PSD
durante la Primera Guerra Mundial en este discurso del diputado Landsberg: 104
[“Caballeros
[...] vemos en Liebknecht a un hombre que quiso, apelando a las masas, obligar
a declarar la paz a un gobierno que repetidas veces ha expresado su deseo de
paz ante todo el mundo. [...] Esta guerra es una guerra por nuestros hogares
[...] cuan grotesco fue su intento [...] cómo puede alguien imaginarse que
[Liebknecht] podría influenciar al mundo, jugando a la alta política tirando
panfletos, haciendo una demostración en la Potsdamerplatz [...] Comparad esta
inestabilidad patológica con nuestra calma clarividente, sensata [del partido
oficial] [...]”, (citado en Rosa Luxemburg, J.P. Nettl, Londres, Oxford
University Press, 1966, p. 649.)
[Liebknecht
fue sentenciado en junio y su arresto detonó, para sorpresa de todos, la
primera gran huelga política de la guerra. En diciembre de 1916 comenzó a
cumplir una sentencia de cuatro años y un mes.
[El
verdadero título del folleto de Rosa fue “La crisis de la socialdemocracia
alemana” y lo firmó con el seudónimo Junius. El nombre proviene probablemente
de Lucius Junius Brutus, legendario patriota romano de quien se dice que
dirigió una revolución republicana en la Roma clásica. También utilizó ese
nombre un autor inglés no identificado cuyos ataques al ministerio del duque de
Grafton aparecieron bajo la forma de cartas al diario londinense Public
Advertiser en 1769-1772.
[El
contenido del folleto se refiere no tanto a la crisis del PSD como a las raíces
y causas de la guerra. Dirigido a los obreros alemanes más conscientes, explica
cuidadosamente los factores que hicieron que el holocausto fuera inevitable: es
decir, los intereses de las clases capitalistas competidoras de Europa.
Denuncia exhaustivamente los mitos con que el PSD justificó su apoyo a la
guerra.
Lo que no
trata de hacer, como explica Lenin en su comentario, incluido como apéndice al
final de esta selección, es dar una explicación clara del derrumbe del PSD, ni
de analizar el
104 O. Landsberg: socialdemócrata alemán.
Miembro del gabinete de Ebert en 1918 (ver nota 124).
papel del
grupo de Kautsky que, con el paso de los años, había capitulado cada vez más
ante el ala derecha. Durante un cuarto de siglo se habían ido sentando las
bases políticas y organizativas del 4 de agosto de 1914. Y el folleto tampoco
da una perspectiva clara de qué hacer ahora, por dónde comenzar. Pero, como
dice Lenin, a quien no le gustaban las alabanzas extravagantes, “de conjunto,
el Folleto Junius es un espléndido trabajo marxista”. [En su comentario, Lenin se detiene largamente en dos errores
que le pareció importante corregir: el error de afirmar que no habría más
guerras nacionales y el error de hacer la menor concesión a la consigna de “defensa de la patria”.
Lenin
escribió esta crítica del Folleto Junius
V. I.
Lenin. El programa militar de la
revolución proletaria
Escrito: En septiembre de 1916.
J. Stalin. Escribió
esta crítica del Folleto Junius
J. Stalin. Sobre algunas cuestiones de la historia del bolchevismo
Escrito: 1931
V.I, Lenin.
Acerca del Folleto Junius
Lenin
escribió esta crítica del Folleto Junius en julio de 1916
[Lenin
comprendió plenamente la importancia de que semejante trabajo apareciera en
Alemania y el papel que jugaría en la lucha contra el PSD. Saludó cálidamente
al autor, a quien probablemente desconocía, y planteó sus críticas en un
espíritu de colaboración fraternal con los individuos aislados que obviamente
trataban de llevar las consignas revolucionarias hasta sus últimas
consecuencias.
En inglés
[La
traducción inglesa apareció por primera vez en un folleto de la Socialist
Publication Society en Nueva York, 1918, con las firmas de Rosa Luxemburgo,
Karl Liebknecht y Franz Mehring. Hemos omitido el capítulo cuarto, que hace una historia larga y
detallada de la dominación del imperialismo alemán en los Balcanes y Asia
Menor, sobre todo Turquía, en las dos décadas que precedieron a la guerra. [Las
Tesis siguen la traducción publicada en Fourth International (Amsterdam,
invierno de 1959-1960.]
I
La escena ha
cambiado totalmente. La marcha de 6 semanas sobre París se ha convertido en un
drama mundial. El asesinato en masa se ha convertido en una tarea monótona,
pero la solución final no parece estar más cerca. El capitalismo ha quedado
atrapado en su propia trampa y no puede exorcisar el espíritu que ha invocado.
Ha pasado el
primer defirió. Pasaron los tiempos de las manifestaciones patrióticas en la
calle, de la persecución de automóviles de aspecto sospechoso, los telegramas
falsos, de los pozos de agua envenenados con el germen del cólera. Ya terminó
la época de las historias fantásticas de estudiantes rusos que arrojan bombas
desde los puentes de Berlín, o de franceses que sobrevuelan Nuremberg; se
acabaron los días en que el populacho cometía excesos al salir a cazar espías,
de las multitudes cantando, de los cafés con coros patrióticos; no más turbas
violentas, prestas a denunciar, a perseguir mujeres, a llegar hasta el frenesí
del delirio ante cada rumor; se ha disipado la atmósfera del asesinato ritual,
el aire de Kishinev, que hacía que el vigilante de la esquina fuera el único
representante que quedaba de la dignidad humana.*
El espectáculo
ha terminado. El telón ha descendido sobre los trenes colmados de reservistas,
que parten en medio de la alegre vocinglería de muchachas entusiastas. Ya no
vemos sus rostros risueños, sonriendo alegremente desde las ventanillas del
tren a una población hambrienta de guerra. Trotan silenciosamente por las
calles, con los atados al hombro. Y el público, con rostro preocupado, vuelve
al quehacer diario.
En la
atmósfera de desilusión de la pálida luz del día resuena otro coro: el severo
graznar de los gavilanes y las risas de las hienas del campo de batalla. Diez
mil tiendas, garantizadas según las instrucciones, cien mil kilos de tocino,
cacao en polvo, sustituto del café, pagadero contra entrega. Metralla,
instrucción militar, bolsas de municiones, agencias matrimoniales para las
viudas de guerra, cinturones de cuero, órdenes de guerra: sólo se tendrán en
cuenta las propuestas serias. Y la carne de cañón que subió a los trenes en
agosto y setiembre se pudre en los campos de batalla de Bélgica y los Vosgos
mientras las ganancias crecen como yuyos entre los muertos.
Los negocios
florecen sobre las ruinas. Las ciudades se convierten en escombros, países
enteros en desiertos, aldeas en cementerios, naciones enteras en mendigos,
iglesias en establos. Los derechos del pueblo, las alianzas, los tratados, las
palabras santas, las más grandes autoridades, están hechos pedazos; cada
soberano por la gracia de Dios recibe el mote de estúpido, de desgraciado y
desagradecido por parte de su primo del otro lado de la frontera; cada
canciller califica a sus colegas de los países enemigos de criminales
desesperados; cada gobierno mira a los demás como si fueran el ángel malo de su
pueblo, digno tan sólo del desprecio del mundo. El hambre campea en Venecia, en
Lisboa, en Moscú, en Singapur; la peste en Rusia, la miseria y la desesperación
en todas partes.
Avergonzada,
deshonrada, nadando en sangre y chorreando mugre: así vemos a la sociedad
capitalista. No como la vemos siempre, desempeñando papeles de paz y rectitud,
orden, filosofía, ética, sino como bestia vociferante, orgía de anarquía, vaho
pestilente, devastadora de la cultura y la humanidad: así se nos aparece en
toda su horrorosa crudeza.
* Se refiere a los rumores oficiales y semioficiales
que circulaban a principios de agosto para justificar la declaración de guerra:
que las tropas rusas habían penetrado en Alemania, que los ejércitos franceses
habían bombardeado Nuremberg, que un médico francés había envenenado los pozos
en Montsigny, que dos franceses habían sido muertos al intentar volar un túnel
ferroviario. “Aire de Kishinev” simboliza una atmósfera de pogromo. [N. ed.
norteamericana.]
Y en medio
de esta orgía, ha sucedido una tragedia mundial: la socialdemocracia alemana ha
capitulado. Cerrar los ojos ante este hecho, tratar de ocultarlo, sería lo más
necio, lo más peligroso que el proletariado internacional puede hacer: “El demócrata (o sea, la clase media
revolucionaria) —escribe Carlos Marx— sale del pozo más vergonzoso tan
inmaculado como cuando entró inocentemente en él. Con su confianza en la
victoria fortalecida, tiene más que nunca la plena certeza de que él y su
partido no necesitan principios nuevos, que los acontecimientos y las
circunstancias se deben ajustar a él.” Tan gigantescos como sus problemas son
sus errores. Ningún plan firmemente elaborado, ningún ritual ortodoxo válido
para todos los tiempos le muestra el camino a seguir. La experiencia histórica
es su único maestro, su Via Doloroso hacia la libertad está jalonada no sólo de
sufrimientos inenarrables, sino también de incontables errores. La meta del
viaje, la liberación definitiva, depende por entero del proletariado, de si
éste aprende de sus propios errores. La autocrítica, la crítica cruel e
implacable que va hasta la raíz del mal, es vida y aliento para el
proletariado. La catástrofe a la que el mundo ha arrojado al proletariado
socialista es una desgracia sin precedentes para la humanidad. Pero el
socialismo está perdido únicamente si el proletariado es incapaz de medir la
envergadura de la catástrofe y se niega a comprender sus lecciones.
Están en
juego los últimos cuarenta y cinco años de historia del movimiento obrero. La
situación actual es un cierre de cuentas, un resumen del debe y el haber de
medio siglo de trabajo. En la tumba de la Comuna de París yace enterrada la
primera fase del movimiento obrero europeo y la Primera Internacional. En lugar
de tas revoluciones, motines y barricadas espontáneas, después de los cuales el
proletariado volvía a caer en la pasividad, apareció la lucha diaria y
sistemática, la utilización del parlamentarismo burgués, la organización de
masas, la unión férrea de la lucha económica con la política, de los ideales
socialistas con la defensa tenaz de los intereses más inmediatos. Por primera
vez el conocimiento científico guiaba la causa de la emancipación del
proletariado. En lugar de sectas y escuelas, de empresas y experimentos
utópicos en cada país, total y absolutamente separados unos de otros, tenemos
una base teórica uniforme e internacional que une a las naciones. Las obras
teóricas de Marx fueron para la clase obrera de todo el mundo una brújula para
fijar su táctica horas tras hora, en busca de la única meta inmutable.
El portador,
el defensor, el protector del nuevo método fue la socialdemocracia alemana. La
guerra de 1870 y la derrota de la Comuna de París habían trasladado el centro
de gravedad del movimiento obrero europeo a Alemania. Así como Francia fue el
país clásico de la primera etapa de la lucha de clase del proletariado, así como
París fue el corazón, roto y ensangrentado, de la clase obrera europea, la
clase obrera alemana se convirtió en vanguardia de la segunda etapa. Con
incontables sacrificios, en forma de trabajo agitativo, ha construido la
organización más fuerte, la organización modelo del proletariado, ha creado la
prensa mayor, ha desarrollado los métodos más efectivos de educación y
propaganda. Ha reunido bajo sus banderas a las masas trabajadoras más
numerosas, y ha elegido los bloques más grandes a los parlamentos nacionales.
En general
se reconoce que la socialdemocracia alemana es la encarnación más pura del
socialismo marxista. Ha adquirido y utilizado un gran prestigio como maestra y
dirigente de la Segunda Internacional. En su famoso prólogo a Las luchas de clases
en Francia de Marx, Federico Engels escribió: “Pero, ocurra lo que ocurriere en
otros países, la socialdemocracia alemana tiene una posición especial, y con
ello, por el momento al menos, una tarea especial también. Los dos millones de
electores que envía a las urnas, junto con los jóvenes y mujeres que están tras
de ellos y no tienen voto, forman la masa más numerosa y más compacta, la
‘fuerza de choque’ decisiva del ejército proletario mundial.”105 Como dijo el Wiener Arbeiterzeitung
del 5 de agosto de 1914, la socialdemocracia alemana era la joya de las
organizaciones del proletariado consciente. Las socialdemocracias de Francia,
Italia y Bélgica, los movimientos obreros de Holanda, Escandinavia, Suiza y
Estados Unidos, seguían ilusionados sus pasos. Las naciones eslavas, los rusos
y los socialdemócratas de los Balcanes contemplaban al movimiento alemán con
admiración infinita, casi ciega. En la Segunda Internacional la
socialdemocracia alemana era sin duda el factor decisivo. En cada congreso, en
cada plenario del Buró Socialista Internacional, todo dependía de la posición
del grupo alemán.
Especialmente
en la lucha contra la guerra y el militarismo, la posición de la
socialdemocracia ha sido siempre decisiva. Bastaba un “los alemanes no lo
podemos aceptar” para determinar la orientación de la internacional. Con ciega
confianza se sometía a la dirección de la muy admirada y poderosa
socialdemocracia alemana. Era el orgullo de todos los socialistas, el terror de
las clases dominantes de todos los países.
¿Y qué
ocurrió en Alemania cuando sobrevino la gran crisis histórica? La peor caída,
el peor cataclismo. En ningún lugar la organización proletaria se sometió tan
dócilmente al imperialismo. En ningún lugar se soportó el estado de sitio con
tanta sumisión. En ningún lugar se amordazó así a la prensa, se ahogó tanto a
la opinión pública; en ningún lugar se abandonó tan totalmente la lucha
política y sindical de la clase obrera como en Alemania.
105 Citado de Federico Engels, prólogo a Las luchas de clases
en Francia, Carlos Marx, Buenos Aires, Polémica, p. 33.
Pero la
socialdemocracia alemana no era solamente el organismo más fuerte de la
Internacional. Era también su cerebro pensante. Por eso, el proceso de
autoanálisis y apreciación debe comenzar en su propio movimiento, en su propio
caso. Su honor la obliga a encabezar la lucha por el rescate del socialismo
internacional, a iniciar la crítica implacable de sus propios errores.
Ningún otro
partido, ninguna otra clase en la sociedad capitalista puede atreverse a
reflejar sus errores, sus propias debilidades en el espejo de la razón para que
todo el mundo los vea, porque el espejo reflejaría la suerte que la historia le
tiene reservada. La clase obrera siempre
puede mirar la verdad cara a cara, aunque esto signifique la más tremenda
autoacusación, porque su debilidad no fue sino un error, y las leyes
inexorables de la historia le dan fuerzas y aseguran su victoria final.
Esta crítica implacable no sólo es
una necesidad fundamental, sino también uno de los máximos deberes de la clase
obrera. Tenemos los mayores tesoros de la humanidad, y la clase obrera está
destinada a ser su protector. Mientras la sociedad capitalista, avergonzada y deshonrada,
corre en medio de la orgía sangrienta al encuentro de su destino, el
proletariado internacional reunirá los preciados tesoros que fueron arrojados a
las profundidades en el torbellino salvaje de la guerra mundial en un momento
de confusión y debilidad.
Una cosa es
cierta. Es una ilusión necia creer que basta con sobrevivir a la guerra, como
un conejo se oculta bajo un arbusto hasta que pase la tormenta, para seguir
alegremente su camino al paso acostumbrado cuando todo pasa. La guerra mundial
ha cambiado las circunstancias de nuestra lucha, y sobre todo nos ha cambiado a
nosotros. No es que hayan cambiado o se hayan minimizado las leyes del
desarrollo capitalista o el conflicto entre el capital y el trabajo. Aún ahora,
en medio de la guerra, las máscaras caen y las viejas caras que conocemos nos
sonríen con sorna. Pero la evolución ha recibido el poderoso ímpetu del
estallido del volcán imperialista. La enormidad de las tareas que se presentan
ante el proletariado socialista en el futuro inmediato hacen que, en
comparación, las luchas del pasado parezcan un delicioso idilio.
La guerra
posee la misión histórica de darle un poderoso ímpetu a la causa de los
trabajadores. Marx, cuyos ojos proféticos previeron tantos acontecimientos
históricos mientras yacían en el vientre del futuro, escribe el siguiente
párrafo significativo en Las luchas de clases en Francia: “En Francia, el
pequeño burgués hace lo que normalmente debiera hacer el burgués industrial; el
obrero hace lo que normalmente debiera ser la misión del pequeño burgués; y la misión del obrero, ¿quién la cumple?
Nadie. Las tareas del obrero no se cumplen en Francia; sólo se proclaman.
Su solución no puede ser alcanzada en
ninguna parte dentro de las fronteras nacionales; la guerra de clases dentro de
la sociedad francesa se convertirá en una guerra mundial entre naciones. La solución comenzará a partir del
momento en que, a través de la guerra mundial, el proletariado sea empujado a
dirigir al pueblo que domina el mercado mundial, a dirigir a Inglaterra. La
revolución, que no encontrará aquí su término, sino su comienzo organizativo,
no será una revolución de corto aliento. La actual generación se parece a los
judíos que Moisés conducía por el desierto. No sólo tiene que conquistar un mundo
nuevo, sino que tiene que perecer para dejar sitio a los hombres que estén a la
altura del nuevo mundo.”106
Esto fue
escrito en 1850, cuando Inglaterra era el único país con un desarrollo
capitalista, cuando el proletariado inglés era el mejor organizado y parecía
destinado, por el desarrollo industrial de su país, a asumir la dirección del
movimiento obrero internacional. Leamos Alemania donde dice Inglaterra, y las
palabras de Carlos Marx se convierten en una profecía genial de la presente
guerra mundial. Esta tiene la misión de llevar al proletariado alemán “a la
dirección del pueblo y así crear el comienzo del gran conflicto internacional
entre el capital y el trabajo por la supremacía política del mundo”.
¿Es que
alguna vez tuvimos una concepción distinta del papel a desempeñar por la clase
obrera en la gran guerra mundial? ¿Acaso nos hemos olvidado cómo describíamos
este inminente acontecimiento hace apenas unos años? “Entonces sobrevendrá la
catástrofe. Toda Europa será convocada a las armas, y dieciséis a dieciocho
millones de hombres, la flor de las naciones, armados con las mejores
herramientas para el asesinato, librarán la guerra unos contra otros. Pero
pienso que detrás de esta marcha se asoma la caída final. No somos nosotros
sino ellos quienes lo realizarán. Están llevando las cosas al extremo, nos
dirigen derecho a la catástrofe. Cosecharán lo que han sembrado. Estamos ante
el Götterdämmerung 107 del mundo
burgués. Podéis estar seguros de ello. Se lo ve venir.” Así habló Bebel, 108 vocero de nuestro bloque en el
Reichstag, sobre la cuestión de Marruecos.
106 Carlos Marx, op. cit., p. 142.
107 Götterdämmerung: literalmente ocaso de los dioses.
Título de la cuarta y última ópera de la tetralogía El anillo de los Nibelungos
de Wagner; simboliza un estado de decadencia y disolución acompañado de
tremenda violencia y caos
108 Auguste Bebel (1840-1913): uno de los fundadores y
dirigentes del Partido Social Demócrata Alemán y la Segunda Internacional. Fue
sentenciado a prisión junto con W. Liebknecht por traición (ver nota 43). Autor
de La mujer y el socialismo. Adversario de las tendencias revisionistas.
Una hoja
oficial publicada por el partido, Imperialismo y socialismo, distribuida en
cientos de miles de ejemplares hace unos pocos años, termina con las siguientes
palabras: “Así, la lucha contra el
militarismo es cada vez más una lucha decisiva entre el capital y el trabajo.
¡Guerra, precios elevados: capitalismo; paz, felicidad para todos: socialismo!
La opción es vuestra. La historia se apresura a llegar al desenlace. El
proletariado debe bregar incansablemente por cumplir su misión mundial, debe
fortalecer el poder de su organización y la claridad de su comprensión.
Entonces, pase lo que pase, si logra mediante el ejercicio de su poder salvar a
la humanidad de las horribles crueldades de la guerra mundial, o si el
capitalismo vuelve atrás en la historia y muere como nació, en la sangre y la
violencia, el momento histórico encontrará a la clase obrera preparada, y la
preparación lo es todo.”
La guía
oficial para el votante socialista de 1911, año de la última elección
parlamentaria, contiene en la página 42 el siguiente comentario sobre la guerra
que se avecinaba: “¿Osan nuestros gobernantes y clases dominantes exigir
semejante horror al pueblo? ¿No cundirá en todo él país un clamor de furia, de
horror, de indignación que llevará al pueblo a poner fin a este asesinato? No
preguntarán, tal vez, ‘¿Para quién y para qué? ¿Acaso somos locos para que se
nos trate así, o para que aceptemos semejante trato?’ Quien estudie con
objetividad las posibilidades de una gran guerra mundial europea no puede
arribar a otra conclusión.
“La próxima guerra
europea será un juego de va banque como el mundo nunca ha visto. Será,
probablemente, la última guerra.”
Con esas
palabras los socialistas ganaron sus ciento diez escaños en el Reichstag.
Cuando en el
verano de 1911 el Panther hizo un breve viaje a Agadir, y el ruidoso clamor de
los imperialistas alemanes precipitó a Europa hacia una guerra mundial,* una reunión internacional, celebrada
el 4 de agosto en Londres, aprobó la siguiente resolución:
“Por la
presente, los delegados de las organizaciones obreras de Alemania, España,
Inglaterra, Holanda y Francia, se proclaman dispuestos a oponerse a toda
declaración de guerra con todos los medios a SU disposición. Cada una de las
nacionalidades aquí
* En julio de 1911 el crucero de guerra alemán Panther
salió rumbo a Agadir, en Marruecos, para “proteger los intereses alemanes”, es
decir, para conseguir minas de hierro para las fábricas de acero Mannesmann. La
guerra estuvo a punto de estallar entre Francia y Alemania, pero ante la
amenaza de intervención británica, Alemania se retiró. En el Tratado de Berlín,
noviembre de 1911 Alemania recibió una parte del Camerún, y abandonó sus
pretensiones en Marruecos. [N. ed. Norteamericana]
representadas
se compromete, de acuerdo con las resoluciones aprobadas en sus respectivos
congresos nacionales e internacionales, a oponerse a las maniobras criminales
de las clases dominantes.”
Pero cuando
el Congreso Internacional por la Paz se reunió en noviembre de 1912 en Basilea, ** cuando la inmensa columna de
delegados obreros penetró en la Catedral, el presentimiento de que se avecinaba
la hora fatal los hizo temblar, y la heroica resolución se hizo carne en todos.
Víctor
Adler,109 frío y escéptico, exclamó:
“Camaradas, es sumamente importante que aquí, en la fuente común de nuestro
poder, todos y cada uno de los presentes, derive de aquí la fuerza para hacer
en su país todo lo que pueda, por todos los medios y formas de que disponga,
para oponerse al crimen de la guerra, y si lo logramos, si realmente impedimos
el estallido de la guerra, que sea ésta la piedra basal de nuestra victoria
próxima. Ese es el espíritu que anima a nuestra Internacional.
“Y si el
asesinato y la destrucción arrasan toda la Europa civilizada, esta idea provoca
nuestro horror e indignación, y los gritos de protesta brotan de nuestro
corazón. Y preguntamos: ¿acaso los proletarios de hoy son ovejas que se dejan
llevar mansa y calladamente al matadero?”
Troelstra 110 habló en nombre de las naciones
pequeñas, y también de los belgas: “Con su sangre y con todo lo que posee, el
proletariado de los países pequeños jura su adhesión a la Internacional en
todas las medidas que ésta resuelva para impedir la guerra. Y reiteramos que
esperamos, cuando las clases dominantes de las naciones poderosas llamen a los
hijos del proletariado a las armas para saciar su apetito de poder y la codicia
de sus dirigentes a costa de la sangre y las tierras de los pueblos pequeños,
esperamos que los hijos del proletariado, bajo la influencia poderosa de sus
padres proletarios y de la prensa
** El Congreso de Paz de Basilea, Suiza, se reunió en la
Catedral de esa ciudad el 24 y 25 de noviembre de 1912. La causa inmediata era
el temor de una guerra europea, puesto que Montenegro le había declarado la
guerra a Turquía en octubre, provocando un problema en los Balcanes. Fue ésta
la última reunión general de la Segunda Internacional antes de la guerra, y su
importancia reside en que por primera vez una conferencia de paz socialista
reconoció que había pasado la época de las guerras nacionales en Europa y de
ahí en más todas las guerras serían imperialistas. [N.
ed. norteamericana]
109 Victor Adler (1852-1918): fundador y dirigente de
la socialdemocracia austríaca, miembro de la dirección de la Segunda
Internacional. Defensista durante la guerra.
110 Pieter Jelles Troelstra (1860-1932): dirigente de la socialdemocracia
holandesa; miembro de la dirección de la Segunda Internacional; defensista
durante la guerra.
proletaria,
lo pensarán tres veces antes de venir a dañarnos a nosotros, sus amigos, al
servicio de los enemigos de la cultura.”
Leído el
manifiesto antibélico del Buró Internacional, 111 Jaurés, 112 en su
discurso de cierre, dijo: “¡La Internacional representa las fuerzas morales del
mundo! Cuando suene la hora trágica, cuando debamos sacrificamos, esto nos
apuntalará y fortalecerá. ¡Declaramos, no con ligereza sino desde el fondo de
nuestros corazones, que estamos dispuestos a afrontar todos los sacrificios!”
Fue como el
juramento de Ruetli. El mundo dirigió su vista a la Catedral de Basilea, donde
las campanas, lenta y solemnemente, doblaban por la gran lucha entre los
ejércitos del capital y el trabajo.
El 3 de
setiembre de 1912, el diputado socialdemócrata David habló en el Reichstag:
“Fue el momento más hermoso de mi vida. Lo afirmo aquí. Cuando las campanas de
la Catedral doblaron para la gran columna de socialdemócratas
internacionalistas, cuando las banderas rojas flamearon en la nave en torno al
altar, cuando el gran órgano hizo resonar su mensaje de paz para saludar a los
emisarios del pueblo, me produjo una impresión que jamás olvidaré [...]
“Todos
ustedes deben comprender lo que ha pasado aquí. Las masas han dejado de ser un
rebaño sin voluntad ni conciencia. Es un hecho nuevo en la historia universal.
Hasta ahora las masas han seguido ciegamente a aquéllos a quienes les interesa
la guerra, a los que conducen a los pueblos a la matanza masiva. Esto se
acabará. Las masas han dejado de ser los instrumentos, los soldados de los que
hacen sus ganancias con la guerra.”
El 26 de
julio de 1914, una semana antes del estallido de la guerra, la prensa
partidaria alemana dijo: “No somos títeres; luchamos con todas nuestras fuerzas
contra un sistema que convierte a los hombres en instrumentos impotentes del
destino ciego, contra este capitalismo que se apresta a transformar a Europa,
sedienta de paz, en un sangriento campo de batalla. Si la destrucción prosigue,
si la resuelta voluntad de paz del proletariado alemán e internacional, que se
expresará en el curso de los próximos días en grandes manifestaciones, se
demuestra incapaz de impedir la guerra mundial, ésta será, al menos, la última
guerra, el Götterdämmerung del capitalismo.”
111 El Buró Socialista Internacional,
creado en 1900, era el centro de la Segunda Internacional. Su sede estaba en
Bruselas.
112 Jean Jaurés (1859-1914): máximo dirigente del
socialismo francés. Fundó el periódico L’Humanité en 1890. Después del caso
Dreyfus (ver nota 104), Jaurés formó un bloque de socialistas y radicales para
apoyar a Millerand (ver nota 152 y tomo I de este libro) en el gobierno
burgués. Gran adversario del militarismo y la guerra. Asesinado el 31 de julio
de 1914, el asesino fue absuelto por patriota.
El 13 de julio de 1914, el órgano central de la
socialdemocracia alemana proclamó: “El proletariado socialista rechaza toda
responsabilidad por los acontecimientos precipitados por una clase dominante
ciega y al borde de la locura. Sabemos que para nosotros surgirá una nueva vida
de las ruinas. Pero la responsabilidad recae sobre los gobernantes actuales.
”¡Para ellos, se trata de su existencia misma!
”¡Es el juicio final de la historia mundial!”
Y entonces llegó el espantoso, el increíble 4 de agosto de
1914.
¿Era necesario que ocurriera? Un acontecimiento de tamaña
importancia no puede ser un mero accidente. Debe obedecer a profundas causas
objetivas. Pero quizás esas causas se encuentren en los errores de la dirección
proletaria, la propia socialdemocracia, en el hecho de que nuestra disposición
para la lucha ha flaqueado, de que nuestro coraje y nuestras convicciones nos
han abandonado. El socialismo científico
nos enseñó a reconocer las leyes objetivas del desarrollo histórico. El hombre
no hace la historia por propia voluntad, pero la hace de todos modos. El
proletariado depende en su acción del grado alcanzado por la evolución social.
Pero la evolución social no es algo aparte del proletariado; es a la vez su
fuerza motriz y su causa, tanto como su producto y su efecto. Y aunque no
podemos saltear una etapa en nuestro proceso histórico, así como un hombre no
puede saltar por encima de su propia sombra, está en nuestro poder el
acelerarlo o retardarlo.
El socialismo es el primer movimiento popular del mundo que
se ha impuesto una meta y ha puesto en la vida social del hombre un pensamiento
consciente, un plan elaborado, la libre voluntad de la humanidad. Por eso
Federico Engels llama a la victoria final del proletariado socialista el salto
de la humanidad del reino animal al reino de la libertad. Este paso también
está ligado por leyes históricas inalterables a los miles de peldaños de la
escalera del pasado, con su avance lento y tortuoso. Pero jamás se logrará si
la chispa de la voluntad consciente de las masas no surge de las circunstancias
materiales que son fruto del desarrollo anterior. El socialismo no caerá como
maná del cielo. Sólo se lo ganará en una larga cadena de poderosas luchas en
las que el proletariado, dirigido por la socialdemocracia, aprenderá a manejar
el timón de la sociedad para convertirse de víctima impotente de la historia en
su guía consciente.
Federico
Engels dijo una vez: “La sociedad
capitalista se halla ante un dilema: avance al socialismo o regresión a la
barbarie”. ¿Qué significa “regresión a la barbarie” en la etapa actual
de la civilización europea? Hemos leído y citado estas palabras con ligereza,
sin poder concebir su terrible significado. En este momento basta mirar a
nuestro alrededor para comprender qué significa la regresión a la barbarie en
la sociedad capitalista. Esta guerra mundial es una regresión a la barbarie. El
triunfo del imperialismo conduce a la destrucción de la cultura,
esporádicamente si se trata de una guerra moderna, para siempre si el periodo
de guerras mundiales que se acaba de iniciar puede seguir su maldito curso
hasta las últimas consecuencias. Así nos encontramos, hoy tal como lo profetizó
Engels hace una generación, ante la terrible opción: o triunfa el imperialismo
y provoca la destrucción de toda cultura y, como en la antigua Roma, la
despoblación, desolación, degeneración, un inmenso cementerio; o triunfa el
socialismo, es decir, la lucha consciente
del proletariado internacional contra el imperialismo, sus métodos, sus
guerras. Tal es el dilema de la historia universal, su alternativa de hierro,
su balanza temblando en el punto de equilibrio, aguardando la decisión del
proletariado. De ella depende el futuro de la cultura y la humanidad. En esta
guerra ha triunfado el imperialismo. Su espada brutal y asesina ha precipitado
la balanza, con sobrecogedora brutalidad, a las profundidades del abismo de la
vergüenza y la miseria. Si el proletariado aprende a partir de esta guerra y en
esta guerra a esforzarse, a sacudir el yugo de las clases dominantes, a
convertirse en dueño de su destino, la vergüenza y la miseria no habrán sido en
vano.
La clase obrera moderna debe pagar un alto precio por cada
avance en su misión histórica. El camino al Gólgota de su liberación de clase
está plagado de sacrificios espantosos. Los combatientes de Junio, las víctimas
de la Comuna, los mártires de la Revolución Rusa: 113 una lista interminable de fantasmas sangrantes. Han caído en el
campo del honor, como dijo Marx refiriéndose a los héroes de la Comuna, para
ocupar para siempre su lugar en el gran corazón de la clase obrera. Ahora
millones de proletarios están cayendo en el campo del deshonor, del
fratricidio, de la autodestrucción, con la canción del esclavo en sus labios.
Ni eso se nos ha perdonado. Somos como los judíos que Moisés llevó por el
desierto. Pero no estamos perdidos y la victoria será nuestra si no nos hemos
olvidado cómo se aprende. Y si los dirigentes modernos del proletariado no
saben cómo se aprende, caerán para “dejar lugar para los que sean más capaces
de enfrentar los problemas del mundo nuevo”.
113 La Revolución Rusa de 1905 surgió del descontento
creado por la guerra ruso-japonesa y el despotismo zarista. Comenzó en enero
con la masacre de una manifestación pacífica, el “Domingo sangriento”, y desató
una oleada de huelgas que culminaron en la formación de un comienzo de poder
dual en los soviets (el más importante el de Petersburgo). Fue aplastada en
diciembre del mismo año.
II
“Nos
encontramos ante el hecho irrevocable de la guerra. Nos amenazan los horrores
de la invasión. Hoy no se trata de decidir a favor o en contra de la guerra;
para nosotros, el problema es uno solo: ¿cómo conducir esta guerra? Mucho, sí,
todo nuestro pueblo y nuestro futuro
están en peligro si el despotismo ruso, manchado con la sangre de su propio
pueblo, resulta vencedor. Hay que evitar este peligro, salvaguardar la
civilización e independencia de nuestro
pueblo. De modo que cumpliremos lo que siempre hemos prometido: en la hora
de peligro no abandonaremos a nuestra
patria. En esto creemos estar de acuerdo con la Internacional, que siempre
ha reconocido el derecho de los pueblos
a su independencia nacional, así como estamos de acuerdo con la
Internacional en la denuncia enérgica de toda guerra de conquista. Llevados por
estas motivaciones, votamos a favor del presupuesto de guerra que exige el
gobierno.”
Estas
palabras del bloque parlamentario fueron la contraseña que fijó y controló la
posición de la clase obrera alemana durante la guerra. La patria en peligro, la defensa nacional, la guerra popular por la
supervivencia, la Kultur, 114 la
libertad: tales eran las consignas
proclamadas por los representantes parlamentarios de la socialdemocracia. Lo
que vino después fue la consecuencia lógica. La posición de la prensa sindical
y partidaria, el frenesí patriótico de las masas, la paz civil, la
desintegración de la Internacional, todos estos hechos fueron la consecuencia
inevitable de esa determinada orientación del bloque parlamentario.
114 Kultur: se refiere a la cultura nacional alemana.
Si es cierto
que en esta guerra se juega la existencia nacional, la libertad, si es cierto
que sólo la herramienta de acero del asesinato-puede salvaguardar estos tesoros
inapreciables, si es cierto que esta
guerra es la causa santa del pueblo, entonces debemos aceptar todas las
consecuencias de la guerra como parte del trato. El que desea el fin debe
aceptar los medios. La guerra es asesinato gigantesco, metódico, organizado.
Pero en los seres humanos normales este asesinato sistemático es posible sólo
si previamente se ha alcanzado cierto grado de ebriedad. Este ha sido siempre
el método verificado y garantido de los que libran las guerras. La acción
bestial debe contar con la misma bestialidad de pensamiento y sentido; ésta
prepara y acompaña a aquélla. Así, el Wahre Jacob del 28 de agosto de 1914, con
su retrato brutal de la trilladora alemana, los periódicos partidarios de
Chemnitz, Hamburgo, Kiel, Francfort, Coburgo y otros, con sus alegatos
patrióticos en verso y en prosa, fueron el estupefaciente necesario para un
proletariado que podía rescatar su existencia y su libertad sólo a costa de
hundir el acero mortífero en el cuerpo de sus hermanos franceses e ingleses.
Estos periódicos chovinistas son, después de todo, mucho más coherentes que los
que trataron de unir el valle a la montaña, el asesinato con el amor fraterno,
el voto por el presupuesto de guerra con el internacionalismo socialista.
Si la
posición asumida por el bloque socialista del Reichstag alemán el 4 de agosto
fue correcta, se ha pronunciado la sentencia de muerte para la Internacional
proletaria, para esta guerra y para siempre. Por primera vez desde la aparición
del proletariado moderno, hay un abismo entre los mandamientos de solidaridad
internacional de los proletarios del mundo y los intereses de libertad y de
existencia nacional de los pueblos; por primera vez descubrimos que la
independencia y libertad de las naciones exigen que los obreros se maten y
destruyan mutuamente. Hasta ahora creíamos que los intereses de los pueblos de
todas las naciones, que los intereses de clase del proletariado, forman una
unidad armoniosa, que son idénticos, que no pueden entrar en conflicto. Esta
era la base de nuestra teoría y práctica, el espíritu de nuestra agitación.
¿Acaso equivocamos el eje cardinal de toda nuestra filosofía universal? El
socialismo internacional está en tela de juicio.
Esta guerra
mundial no constituye la primera crisis por la que atraviesan nuestros
principios nacionales. La primera prueba para nuestro partido fue hace cuarenta
y cinco años. El 21 de julio de 1870, Wilhelm Liebknecht 115 y Auguste Bebel hicieron la siguiente declaración histórica en
el Reichstag: “Esta guerra es una guerra dinástica, que sirve a los intereses
de la dinastía Bonaparte, así como la guerra de 1866 sirvió a los intereses de
la dinastía Hohenzollern.
”No podemos
votar a favor de los fondos que el gobierno exige para la guerra porque
equivaldría a un voto de confianza para el gobierno prusiano. Y sabemos que el
gobierno prusiano, con su acción de 1866, preparó esta guerra. Al mismo tiempo
no podemos votar contra el presupuesto, porque podría interpretarse como que
apoyamos la política irresponsable y criminal de Bonaparte.116
”Como
opositores principistas a toda guerra de dinastías, como republicanos
socialistas y miembros de la Asociación Internacional de Trabajadores, 117 que, sin distinción
115 Wilhelm Liebknecht (1826-1900): participó en la
Revolución Alemana de 1848. Fue al exilio en Inglaterra donde se hizo discípulo
de Marx y Engels. Volvió a Alemania luego de la amnistía de 1860 y construyó un
partido marxista que se unió al de Lasalle para constituir el PSD. Encarcelado
en 1872. Defendió la ortodoxia marxista contra el revisionismo.
116 Se refiere a Napoleón III (Luis Bonaparte)
(1808-1873), sobrino de Napoleón I y emperador de 1852 a 1870
117 Asociación Internacional de Trabajadores (Primera Internacional): fundada por Marx y Engels en 1864.
Después de la denota de la Comuna de París (1871) su centro se trasladó a
EE.UU. El último congreso se celebró en 1876.
de
nacionalidad, ha luchado contra todos los opresores, ha tratado de unificar a
todos los oprimidos en una gran hermandad, no podemos prestar apoyo directo ni
indirecto a esta guerra. Por lo tanto, nos negamos a votar, a la vez que
expresamos nuestra sincera esperanza de que los pueblos de Europa, aleccionados
por estos acontecimientos indignos, lucharán por ganar el control de sus propios
destinos, para liquidar el dominio del poder y de clase, causa de todos los
males sociales y nacionales.”
Con esta
declaración los diputados del proletariado alemán colocaron su causa,
claramente y sin reservas, bajo el estandarte de la Internacional, repudiaron
la guerra contra Francia como guerra nacional de independencia. Todos saben que
muchos años después, en sus memorias, Bebel dijo que hubiera votado contra el
empréstito de guerra si hubiese sabido lo que ocurriría en los años siguientes.
Así, en una
guerra que toda la burguesía y una gran mayoría del pueblo influenciados por la
estrategia bismarckiana consideraban que servía a los intereses nacionales de
Alemania, los dirigentes de la socialdemocracia alemana se aferraron a la
convicción de que el interés nacional y el interés de clase del proletariado es
uno solo y ambos se oponen a la guerra. Esta guerra mundial y este bloque
socialdemócrata han descubierto por primera vez la terrible alternativa: libertad nacional o ... socialismo
internacional.
Ahora bien,
es un hecho casi seguro que la declaración del bloque parlamentario fue una
inspiración repentina. Fue un simple eco del discurso de la corona y del
discurso del canciller del 4 de agosto. “No nos impulsa el deseo de conquista
-leemos en el discurso de la corona- nos inspira la decisión inalterable de
conservar la tierra que Dios nos dio para nosotros y para las generaciones
venideras. Del documento que os hemos presentado, habréis visto que mi gobierno
y sobre todo mi canciller bregaron, hasta el último momento, por evitar la
guerra. Tomamos la espada en defensa propia, clara la conciencia y las manos
limpias.” Y Bethmann-Hollweg 118
declaró: “Caballeros, actuamos en defensa propia, y la necesidad no conoce de
restricciones. El que se ve amenazado como lo estamos nosotros, el que lucha
por los objetivos más elevados sólo puede guiarse por una consideración: cómo
evitar la lucha. Luchamos por los frutos
de nuestro trabajo pacífico, por el legado de nuestro gran pasado, por el
futuro de nuestra nación.”
¿En qué
difiere esto de la declaración socialdemócrata? (1) Hemos hecho lo posible por preservar la paz, el enemigo nos
obliga a la guerra. (2) Ahora que la
guerra ha llegado, debemos defendernos. (3)
En esta guerra el pueblo alemán corre
peligro de perderlo todo. Esta declaración de nuestro bloque parlamentario es
obviamente una repetición de la
declaración
del gobierno con otras palabras. Así como éste basa sus pretensiones en las
negociaciones diplomáticas y los telegramas imperiales, el bloque socialista
recuerda las manifestaciones pacifistas de la socialdemocracia antes de la
guerra. Allí donde el discurso de la corona niega todo afán de conquista, el
bloque del Reichstag repudia toda guerra de conquista invocando al socialismo.
Y cuando el emperador y el canciller proclaman: “Luchamos por los más elevados
principios. No conocemos partidos, sino alemanes”, la declaración
socialdemócrata repite, como un eco: “Nuestro pueblo arriesga todo. En esta hora
de peligro no abandonaremos a nuestra patria.”
Hay un solo
punto en que la declaración socialdemócrata difiere de su modelo, el
gubernamental: coloca al despotismo ruso en el centro de su orientación, como
peligro para la libertad alemana. El discurso de la corona dice, con respecto a
Rusia: “Con gran pesar me he visto obligado a movilizarme contra un vecino a
cuyo lado he combatido en tantos campos de batalla. Con sincero dolor he visto
cómo una amistad respetada fielmente por Alemania cae hecha pedazos.” El bloque socialdemócrata transforma esta
penosa ruptura de una amistad sincera con el zar ruso en un alegato por la
libertad contra el despotismo, utilizando el prestigio revolucionario del
socialismo para muñir a la guerra de un manto democrático, de una aureola
popular. Es en este único punto que la declaración socialdemócrata demuestra
independencia de pensamiento de parte de nuestros socialdemócratas.
Como hemos
dicho, ésta fue una inspiración repentina revelada a la socialdemocracia el
cuatro de agosto. Todo lo dicho anteriormente hasta ese día, toda declaración
hasta el día de la víspera, se opone diametralmente a la declaración del bloque
del Reichstag. El 25 de julio, cuando el ultimátum de Austria a Servia tomó
estado público, el Vorwärts escribió: “Los elementos inescrupulosos que
influencian y manejan al Wiener Hofburg quieren la guerra. Quieren la guerra:
la prensa negra y amarilla lo viene pidiendo a gritos. Quieren la guerra: el
ultimátum de Austria a Servia lo proclama lisa y llanamente ante todo el mundo.
“¿Acaso
porque la sangre de Francisco Fernando y su mujer 119 fue vertida por un fanático demente, habrá que verter la sangre
de miles de obreros y campesinos? ¿Habrá que purgar un crimen demente mediante
otro, más demente aun?... El ultimátum austríaco bien puede ser la antorcha que
prenda fuego a Europa por los cuatro costados.
119 Francisco Femando (1863-1914):
Archiduque de Austria heredero del trono de los Habsburgo. Fue asesinado con su
esposa Sofía en Sarajevo, Austria, por un nacionalista servio. El asesinato
sirvió de pretexto para el ultimátum de Austria a Servia y la declaración de
guerra, el 27 de julio de 1914.
”Porque este
ultimátum es tan desvergonzado en su forma y contenido, que cualquier gobierno
servio que retroceda humildemente ante el mismo, tendría que considerar la
posibilidad de ser derrocado por las masas populares en menos de lo que canta
un gallo...
“Fue un
crimen de la prensa chovinista alemana el incitar a nuestro querido aliado a la
guerra con todos los medios a su alcance. Y no cabe duda que Herr von
BethmannHollweg le prometió a Herr Berchtold 120 nuestro apoyo. Pero el juego de Berlín es tan peligroso como el
de Viena.”
El Leipziger
Volkszeitung dijo el 24 de julio: “El partido militar austríaco se ha jugado a
una sola carta, porque en ningún país del mundo el chovinismo nacional y
militar tiene algo que perder. En Austria los círculos chovinistas se
encuentran en la bancarrota total; con aullidos nacionalistas intentan
desesperadamente encubrir la ruina económica de Austria, con el pillaje y el
asesinato de la guerra llenar sus arcas [...]”
El Dresden
Volkszeitung del mismo día dijo: “Hasta ahora los locos de la guerra del Wiener
Ballplatz 121 no han aportado una
sola prueba que justifique las exigencias de Austria a Servia. Mientras el
gobierno austríaco no esté en posición de hacerlo, se coloca, con sus insultos
y provocaciones a Servia, en una posición falsa ante toda Europa. Y aunque se
demostrara la culpabilidad de Servia, aunque el asesinato de Sarajevo se
hubiera preparado a la vista del gobierno servio, las exigencias que contiene
la nota trascienden todos los límites normales. Sólo la más inescrupulosa sed
de guerra puede justificar semejantes exigencias a otro estado [...]”
El Münchener
Post del 25 de julio dijo: “Esta nota austríaca es un documento sin parangón en
la historia de los dos últimos siglos. En el transcurso de una investigación,
cuyo resultado no ha sido revelado hasta ahora al público europeo, sin
emprender acción legal contra el asesino del presunto heredero y su esposa, se
le formulan a Servia exigencias que, de ser aceptadas, significarían el
suicidio político de ese país [...]”
El
Schleswig-Holstein Volkszeítung del 24 de julio declaró: “Austria está
provocando a Servia. Austria-Hungría quiere la guerra, y está cometiendo un
crimen que bien puede ahogar a Europa en sangre... Austria está jugando a va
banque. Osa provocar al estado servio en forma tal que éste, a menos que se
halle totalmente impotente, no lo tolerará [...]”
120 Conde Leopold Berchtold (1863-1942): terrateniente,
empresario, el hombre más rico de Austria. Diplomático, embajador en Rusia en
1906-1911. Ministro de relaciones exteriores en 1912-1915.
121 Ballplatz: cancillería alemana, dominada por
aristócratas militaristas.
”Toda
persona civilizada debe protestar enérgicamente contra la conducta criminal de
los gobernantes de Austria. Es deber de todos los trabajadores, y de todos los
seres humanos que honran la paz y la civilización, esforzarse hasta el límite
de sus fuerzas por evitar las consecuencias de la sangrienta locura que ha
hecho presa de Viena.”
El
Madgeburger Volksstimme del 25 de julio dijo: “Cualquier gobierno servio que
siquiera pretendiese considerar seriamente esas exigencias sería derrocado en
ese mismo instante por el parlamento y el pueblo.
”La acción
de Austria es tanto más repudiable por cuanto Berchtold aparece ante el
gobierno servio y ante Europa con las manos vacías.
”Precipitar
una guerra como ésta en la actualidad equivale a invitar a una guerra mundial.
Actuar de esa manera demuestra un deseo de perturbar la paz de todo un
hemisferio. Así no se pueden obtener conquistas morales ni convencer a los
observadores de la rectitud de nuestras propias intenciones. Puede creerse con
seguridad que la prensa de Europa, y con ella los gobiernos europeos, llamarán
a los vanagloriosos e insensatos estadistas vieneses al orden, en forma clara e
inequívoca.”
El 24 de
julio el Frankfurter Volksstimme escribió: “Con el respaldo de la prensa
clerical, que llora en Francisco Fernando su mejor amigo y exige que por su
muerte caiga la venganza sobre el pueblo
servio, respaldado por los patriotas
belicistas alemanes, cuyo lenguaje se vuelve día a día más despreciable y
amenazante, el gobierno austríaco se ha dejado llevar a enviarle a Servia un
ultimátum, escrito en un lenguaje que en punto a insolencia nada deja que
desear, con exigencias que el gobierno servio obviamente no puede cumplir”.
El mismo día
el Elberfelder Freie Presse dijo: “Un cable del semioficial Buró Wolff informa
de los términos del ultimátum de Austria a Servia. Del mismo puede inferirse
que los gobernantes de Viena buscan la guerra con todas sus fuerzas. Porque las
condiciones de la nota presentada anoche en Belgrado significan nada menos que
convertir a Servia en protectorado austríaco. Es muy necesario que los
diplomáticos berlineses hagan comprender a los agitadores belicistas vieneses
que Alemania no moverá un dedo en apoyo de tan monstruosas exigencias y que
convendría retirar las amenazas.”
El Bergische
Arbeiterstimme de Solingen dice: “Austria exige un conflicto con Servia y
utiliza el asesinato de Sarajevo como pretexto para demostrar la culpabilidad
moral de Servia. Pero todo el asunto ha sido conducido de manera demasiado
torpe como para influenciar a la opinión pública europea...
”Pero si los
agitadores belicistas de la Wiener Ballplatz creen que sus aliados de la Triple
Alianza, Alemania e Italia, acudirán en su ayuda en un conflicto con Rusia, que
también se verá involucrada, se encuentran bajo el influjo de una ilusión
peligrosa. Italia vería de buen grado el debilitamiento de Austria-Hungría, su
rival en el Adriático y los Balcanes, y por cierto que no estaría dispuesta a
ayudar a Austria. En Alemania, por otra parte, los poderes dominantes -aunque
tuvieran la insensatez de desearlo— no osarían arriesgar la vida de un solo
soldado para satisfacer la criminal avidez de poder de los Habsburgo sin
provocar la furia del pueblo todo”.
Así toda la
prensa obrera, sin excepción, juzgó la causa de la guerra una semana antes del
estallido de la misma. Era obvio que no se trataba de la existencia ni la
libertad de Alemania, sino de una aventura vergonzosa del partido belicista
austríaco; no se trataba de un problema de autodefensa, protección nacional y
una guerra santa a la que nos veíamos obligados en nombre de la libertad, sino
de una provocación audaz y una amenaza odiosa contra la independencia y
libertad de un país extranjero, Servia.
¿Qué fue lo
que sucedió el 4 de agosto, que dio vuelta esta posición tan definida y
unánimemente aceptada de la socialdemocracia? Había un solo factor nuevo: el
Libro Blanco que el gobierno alemán puso a consideración del Reichstag ese día.
Y éste decía, en su página cuatro:
”En estas
circunstancias Austria debe convencerse de que es incompatible con la dignidad
y seguridad de la monarquía permanecer inactivos ante lo que ocurre allende la
frontera. El gobierno imperial de Austria nos ha notificado acerca de su
actitud y nos solicita nuestra opinión. De todo corazón no pudimos menos que
asegurar a nuestro aliado nuestra conformidad con esa interpretación de la
situación y asegurarle que cualquier acción que le parezca necesaria para poner
fin a los atentados servios contra la existencia de la monarquía austríaca
contaría con nuestra aprobación. Comprendimos plenamente que eventuales medidas
de guerra por parte de Austria no dejarían de arrastrar a Rusia a los
acontecimientos y que nosotros, en cumplimiento de nuestro deber de aliados,
podríamos vernos arrastrados a la guerra. Pero, comprendiendo que estaban en
juego los intereses más vitales de Austria-Hungría, no podíamos aconsejar a
nuestro aliado que adoptara una política conformista que de ninguna manera
estaría acorde con su dignidad, ni negamos a prestarle ayuda.
”Y lo que
más nos impedía adoptar semejante actitud es el hecho de que la persistente
agitación subversiva de Servia nos afecta seriamente. Si se hubiera permitido a
los servios, con la ayuda de Rusia y Francia, continuar amenazando la
existencia de la monarquía vecina, hubiera sobrevenido la caída gradual de
Austria y el sometimiento de todas las razas eslavas bajo el cetro ruso, lo que
hubiera hecho insostenible la situación de las razas germanas en Europa
Central. Una Austria moralmente debilitada, que cayera ante el avance del
paneslavismo ruso, ya no sería un aliado con el cual contar, del cual depender,
como nos vemos obligados a hacerlo en vista de las crecientes amenazas
provenientes de nuestros vecinos de Oriente y Occidente. Por tanto le dimos a
Austria mano libre en sus medidas contra Servia. No hemos participado en los
preparativos.”
Tales las
palabras puestas a consideración del bloque parlamentario socialdemócrata el 4
de agosto, las únicas frases importantes y decisivas de todo el Libro Blanco,
una concisa declaración del gobierno alemán al lado de la cual todos los libros
amarillos, grises, azules y anaranjados sobre los juegos diplomáticos que
precedieron a la guerra y sus causas más inmediatas perdían absolutamente toda
significación y relevancia. He aquí que el bloque parlamentario tenía en sus
manos la clave para juzgar correctamente la situación. Una semana antes toda la
prensa socialdemócrata había clamado que el ultimátum austriaco era una
provocación criminal de guerra mundial y exigía acción preventiva y pacifista
de parte del gobierno alemán. Toda la prensa socialista suponía que el
ultimátum había caído sobre el gobierno alemán, al igual que sobre el público,
como una bomba.
Pero ahora
el Libro Blanco declaraba, clara y sintéticamente: (1) Que el gobierno austríaco había solicitado la aprobación alemana
antes de tomar la última medida contra Servia. (2) Que el gobierno alemán comprendía claramente que la acción
emprendida por Austria conduciría a la guerra con Servia y, en última
instancia, con toda Europa, (3) Que
el gobierno alemán no aconsejó que Austria cediera sino, por el contrario, que
una Austria conformista y debilitada no sería considerada digna aliada de
Alemania. (4) Que el gobierno alemán
aseguró a Austria, antes de que ésta marchara contra Servia, su ayuda en todas las
circunstancias en caso de guerra y, por último, (5) Que el gobierno alemán, por añadidura, no había reservado para
sí el control del ultimátum de Austria a Servia, del que dependía la guerra
mundial, ano que le había dado a Austria “mano absolutamente libre”.
Nuestro
bloque parlamentario supo todo esto el 4 de agosto. Y supo por el gobierno de
otro hecho: que las fuerzas alemanas ya habían invadido Bélgica. Y de allí todo
el bloque socialdemócrata infirió que se trataba de una guerra de defensa
contra la invasión extranjera, por la existencia de la patria, por la “Kultur”,
una guerra por la libertad, contra el despotismo ruso.
¿Fue el
marco obvio de la guerra, y la puesta en escena que sirvió tan poco para
ocultarla, fue toda la actuación diplomática que se efectuó a comienzos de la
guerra, con su clamor acerca de un mundo de enemigos, todos acechando la vida
de Alemania, todos motivados por el deseo de debilitar, humillar, someter al
pueblo y nación alemanes; fue todo esto una sorpresa total? ¿Acaso estos
factores exigían más juicio, más capacidad crítica de la que poseían? Esto es
menos cierto para nuestro partido que para cualquiera. Ya había pasado por dos
grandes guerras alemanas, habiendo recogido importantes enseñanzas en ambas.
Cualquier
estudiante de historia mal informado sabe que Bismarck 122 preparó sistemáticamente la guerra de 1866 contra Austria mucho
antes de que estallara, y que su política conducía desde el vamos a la ruptura
de relaciones y a la guerra con Austria. El príncipe heredero, luego emperador
Federico, habla de esto en sus memorias, en la parte correspondiente al 14 de
noviembre de ese año: “Cuando él (Bismarck) asumió sus funciones, tenía la
firme resolución de provocar la guerra entre Prusia y Austria, pero tuvo mucho
cuidado de no revelar este propósito, en ese momento o en cualquier otro, a Su
Majestad, hasta que llegó el momento que le pareció oportuno”. “Comparemos esta
confesión -dice Auer 123 en su
folleto Die Sedanfeier und die Sozialdemokratie [La conmemoración de Sedán y la
Socialdemocracia]—, con la proclama que el Rey Guillermo dirigió ‘a mi pueblo’.
”¡La patria está en peligro! Austria y
gran parte de Alemania se han levantado en armas contra nosotros.
”Fue hace
pocos años que yo, por propia voluntad, sin pensar en malentendidos anteriores,
tendí una mano fraternal a Austria para salvar a Alemania de la dominación
extranjera. Pero mis esperanzas se han visto frustradas. Austria no puede
olvidar que alguna vez sus señores fueron los dueños de Alemania; se niega a
ver en la joven y viril Prusia un aliado, insiste en considerarla un peligroso
rival. Prusia -cree Austria— debe ser contrariada en todos sus objetivos,
porque lo que favorece a Prusia daña a Austria. Los viejos celos malditos han
vuelto a surgir. Prusia debe ser debilitada, destruida, deshonrada. Todos los
tratados con Prusia quedan invalidados, a los señores germanos no sólo se les
llama, sino que se les convence, de que deben romper su alianza con Prusia.
Dondequiera que dirigimos la vista en Alemania, vemos enemigos cuyo grito de
guerra es: ¡Muera Prusia!”
122 Otto von
Bismarck (1815-1898): estadista prusiano y alemán reaccionario. Jefe del estado
prusiano en 1862-1871, canciller del Imperio Alemán en 1871-1890. Organizó la
unificación de Alemania en la Guerra de las Siete Semanas contra Austria, y en
la Guerra Franco-Prusiana. Promulgó las leyes antisocialistas
123 Ignaz Auer (1846-1907): socialdemócrata bávaro. Secretario de la
social-democracia desde 1875. Reformista.
Rogando la
protección del cielo, el Rey Guillermo decretó un día dedicado a la oración y
la penitencia para el 18 de julio, diciendo: “Dios no ha querido coronar con el
éxito mis esfuerzos por asegurar la bendición de la paz para mi pueblo”. ¿Acaso
el acompañamiento oficial al estallido de la guerra el 4 de agosto no debería
haber despertado en la memoria de nuestro bloque antiguas palabras y melodías?
¿Es que han olvidado la historia de su partido?
Pero no es
suficiente! En 1870 comenzó la guerra con Francia y la historia ha unido ese
estallido a un hecho inolvidable: el despacho de Ems, documento que se ha
convertido en símbolo clásico del arte gubernamental capitalista de la guerra,
y que marca un episodio memorable en nuestra historia partidaria. ¿No fue el
viejo Liebknecht, no fue la socialdemocracia alemana quien se sintió en el
deber de denunciar esos hechos y de mostrar a las masas “cómo se hacen las
guerras”?
Digamos de paso que el hacer la
guerra lisa y llanamente para la protección
de la patria no fue invento de Bismarck. El sólo aplicó, con su
inescrupulosidad característica, una vieja y probada receta internacional de
los estadistas capitalistas. ¿Cuándo y dónde ha habido una guerra, desde que la
llamada opinión pública ha tenido cabida en los cálculos del gobierno, en que
todos y cada uno de los bandos beligerantes no haya sacado con profundo pesar
el sable de la vaina, con el único propósito de defender a su patria y a su
santa causa contra los vergonzosos ataques del enemigo? Esta leyenda es tan
parte del juego de la guerra como la pólvora y el plomo. El juego es viejo. Lo
nuevo es que el Partido Socialdemócrata lo juegue.
III
Nuestro
partido debería haber estado preparado para reconocer los verdaderos objetivos
de esta guerra, recibirla sin sorpresas y juzgar los motivos profundos a la luz
de su gran experiencia política. Los acontecimientos y fuerzas que provocaron
el 4 de agosto de 1914 no eran secretos. El mundo se había preparado durante
décadas, a plena luz, y con la más amplia difusión, paso a paso, hora tras
hora, para la guerra mundial. Y si hoy algunos socialistas amenazan destruir la
“diplomacia secreta” que ha preparado sus maldades en la trastienda, les
atribuyen a los pobres infelices un poder mágico que no poseen, así como los
botokudos azotan a sus fetiches para que hagan llover. Los autotitulados
capitanes del barco del estado son, en esta guerra como en cualquier otra
ocasión, simples peones del ajedrez, movidos por fuerzas y acontecimientos
todopoderosos de la historia, sobre el tablero de la sociedad capitalista. Si
hubo alguna vez personas capaces de entender estos acontecimientos y hechos,
esas eran los militantes de la socialdemocracia alemana.
Hay dos procesos en la historia
reciente que conducen directamente a la actual guerra. Uno
se origina en el período en que se constituyeron por primera vez los llamados
estados nacionales, es decir, los estados modernos, a partir de la guerra
bismarquiana contra Francia. La guerra de 1870 que, con la anexión de Alsacia y
Lorena, arrojó a la República Francesa a los brazos de Rusia, dividió a Europa
en dos bandos contrarios e inició un periodo armamentista competitivo
frenético, encendió la chispa de la actual conflagración mundial.
Las tropas
de Bismarck se hallaban todavía en Francia cuando Marx escribió al
Braunschweiger Ausschuss: “Quien no se ensordezca con el clamor momentáneo, y
no desee ensordecer al pueblo alemán, debe comprender que la guerra de 1870
lleva necesariamente consigo los gérmenes de la guerra de Alemania contra
Rusia, así como la guerra de 1866 engendró la de 1870. Digo necesariamente, a
menos que ocurra lo improbable, o sea que estalle antes una revolución en
Rusia. Si eso no ocurre, puede considerarse que la guerra entre Alemania y
Rusia es ya un fait accompli. El que esta guerra haya sido útil o peligrosa
depende enteramente de la actitud del vencedor alemán. Si toman Alsacia-Lorena,
Francia y Rusia tomarán las armas contra Alemania. Sería superfluo señalar las
desastrosas consecuencias.”
En ese
momento esta profecía provocó risas. Los vínculos que unían a Rusia con Prusia
parecían tan sólidos, que se consideraba una locura creer en la posibilidad de
una alianza entre la Rusia autocrática y la Francia republicana. Quienes
apoyaban semejante profecía eran considerados locos. Y sin embargo todo lo que
profetizó Marx se ha cumplido plenamente, hasta la última palabra. “Porque en
esto —dice Auer en su Sedanfeier...— consiste la política socialdemócrata, en
ver las cosas claramente como son, a diferencia de la política cotidiana de
otros, que se inclinan ciegamente ante cada victoria coyuntural.”
No hay que
malinterpretar estas palabras en el sentido de que es el deseo francés de
vengarse del robo perpetrado por Bismarck lo que ha llevado a ese país a la
guerra con Alemania, de que el meollo de la guerra actual es la tan trillada
“venganza por Alsacia Lorena”. Esta es la leyenda nacionalista que tanto le
conviene al agitador belicista alemán, que crea fábulas de una Francia
obsesionada, que “no puede olvidar” su derrota, así como los periodistas
turiferarios de Bismarck echaban denuestos contra la destronada princesa
Austria que no podía olvidarse de su vieja superioridad sobre la encantadora
Cenicienta Prusia. De hecho la venganza por Alsacia-Lorena ha pasado a ser
parte del patrimonio escénico de unos cuantos payasos patrioteros, y el “León
de Belfort” no es más que un antiguo remanente.
Hace mucho
que la anexión de Alsacia-Lorena dejó de jugar un papel de importancia en la
política francesa, cediendo ante preocupaciones nuevas y más apremiantes; ni el
gobierno ni ningún partido francés serio ha pensado en la guerra contra
Alemania por esos territorios. Si de todas maneras la herencia de Bismarck es la
chispa que encendió el fuego de la guerra mundial, lo es en el sentido de haber
lanzado a Alemania por un lado, y Francia con todo el resto de Europa por el
otro, por la pendiente de la competencia militar, de haber provocado la alianza
franco-rusa, de haber unificado a Austria con Alemania, corolario inevitable de
lo anterior. Esto le dio al zarismo ruso un prestigio enorme como factor en la
política europea. Alemania y Francia han solicitado sistemáticamente sus
favores. Y fue entonces que se forjaron los vínculos de unión de Alemania con
AustriaHungría cuya fuerza en esta guerra reside, al decir del Libro Blanco, en
su “hermandad en armas”.
Así la
guerra de 1870 trajo como consecuencia el agrupamiento político formal de
Europa en torno a los ejes del antagonismo franco-germano, e impuso el reinado
del militarismo sobre las vidas de los pueblos europeos. El proceso histórico
le ha otorgado a este agrupamiento y a este reinado un contenido enteramente
nuevo. El segundo proceso que conduce a la actual guerra mundial, que confirma
nuevamente y en forma brillante la profecía de Marx, se origina en
acontecimientos internacionales acaecidos luego de la muerte de Marx: el
desarrollo imperialista de los últimos veinticinco años.
La expansión
acelerada del capitalismo, por una Europa reconstituida después de las guerras
de los años sesenta y setenta, sobre todo después de la gran depresión que
siguió a la inflación y el pánico de 1873, llegó a su cenit en la prosperidad
de los años noventa y abrió una nueva etapa de tormenta y peligro entre las
naciones europeas. Estas competían en su expansión hacia los países y áreas no
capitalistas del mundo. Ya en los años ochenta se reveló una fuerte tendencia
hacia la expansión. Inglaterra se aseguró el control de Egipto y creó un
poderoso imperio colonial en el sur de África. Francia tomó posesión de Túnez
en el norte de África y Tonkín en el este de Asia; Italia se estableció en
Abisinia; Rusia logró conquistas en Asia Central y penetró en Manchuria;
Alemania ganó sus primeras colonias en África y en el Mar del Sur, y Estados
Unidos ingresó al círculo con la conquista de las Filipinas y la adquisición de
“intereses” en el este de Asia. Este periodo de conquistas febriles ha
provocado, a partir de la guerra chino-japonesa de 1895, una cadena casi
ininterrumpida de cruentas guerras, que alcanzaron el clímax en la Gran
Invasión China y culminaron con la guerra ruso-japonesa de 1904.
Todos estos
acontecimientos, uno tras otro, crearon en todas partes antagonismos nuevos,
extraeuropeos: entre Francia e Italia en el norte de África, entre Francia e
Inglaterra en Egipto, entre Inglaterra y Rusia en el Asia central, entre Rusia
y Japón en el Asia oriental, entre Japón e Inglaterra en China, entre Estados
Unidos y Japón en el Pacífico, un océano muy turbulento, lleno de conflictos
bruscos y alianzas temporarias, de tensión y relajamiento, amenazando cada
tanto con provocar el estallido de la guerra entre las potencias europeas. No
cabía duda, entonces, de (1) que los
juegos bélicos secretos de cada nación capitalista contra todas las demás,
sobre las espaldas de los pueblos africanos y asiáticos, debía llevar tarde o
temprano a una rendición general de cuentas; que los vientos sembrados en
África y Asia volverían a Europa en forma de una tempestad terrorífica, tanto
más en cuanto cada aventura asiática o africana traía aparejada la consiguiente
escalada armamentista en los estados europeos; (2) que la guerra mundial europea estallaría apenas los conflictos
parciales y transitorios entre los estados imperialistas encontraran un eje
centralizado, un conflicto de magnitud suficiente como para agruparlos, por el
momento, en grandes bandos opositores. Esta situación fue creada por la
aparición del imperialismo alemán.
En Alemania
es posible estudiar el desarrollo del imperialismo, comprimido en el lapso más
breve posible, en forma concreta. La rapidez inigualada de la expansión
industrial y comercial alemana desde la fundación del imperio produjo en los
años ochenta dos formas peculiares de acumulación capitalista: la
monopolización más pronunciada de Europa y el sistema bancario más desarrollado
y centralizado del mundo. Los monopolios han organizado la industria
metalúrgica y siderúrgica, es decir, la rama de producción capitalista que más
interés tiene en las compras del gobierno, en el equipamiento militar y en las
empresas imperialistas (construcción de ferrocarriles, explotación de minas,
etcétera) para convertirla en el factor más influyente de la vida nacional. Ha
cimentado los intereses monetarios en una totalidad rígidamente organizada, de
inmensa y viril energía, creando un poder que domina autocráticamente la
industria, el comercio y el crédito de la nación, que predomina tanto en el
sector público como en el privado, con poderes de expansión ilimitados, siempre
ávida de ganancias y actividades, impersonal y, por tanto, de mentalidad
liberal, impetuosa e inescrupulosa, internacional por su propia naturaleza,
destinada por sus funciones a tener el mundo por teatro de su accionar.
Alemania se
halla bajo un régimen personalista, de fuerte iniciativa y actividad
espasmódica, con un parlamentarismo del tipo más débil, incapaz de montar una
oposición, que une a todos los sectores capitalistas en abierta oposición a la
clase obrera. Es obvio que este imperialismo vivo, irrestricto, que llegó al
mundo en un momento en que éste está prácticamente dividido, con un apetito
voraz, no tardó en convertirse en un factor irresponsable de malestar general.
Esto ya se
preveía en la convulsión radical suscitada en la política militar del imperio a
fines de siglo. En ese momento se presentaron dos presupuestos navales que
duplicaron el poder naval de Alemania y crearon un programa naval para más de
dos décadas. Esto significó un cambio drástico en la política financiera y
comercial de la nación. En primer lugar, implicaba un cambio llamativo en la
política exterior del imperio. La política de Bismarck se basaba en el
principio de que el imperio es y debe seguir siendo una potencia terrestre, que
la flota alemana no es, en el mejor de los casos, sino un requisito no
indispensable para la defensa de la costa. El secretario de estado Hollmann
declaró en marzo de 1897 ante la Comisión Presupuestaria del Reichstag; “No
necesitamos una marina para la defensa de las costas. Nuestras costas se
protegen solas.”
Con los dos
decretos navales se creó un programa enteramente nuevo: en la tierra y en el
mar, ¡Primero Alemania! Esto marca el viraje de la política continental
bismarquiana a la Welt Politik [política mundial], de la defensiva a la
ofensiva como fin y objetivo del programa militar alemán. El lenguaje de estos
hechos eran tan inequívoco que el propio Reichstag lo comentó. Lieber,
dirigente del Centro124 en ese
momento, habló el 11 de marzo de 1896, después de un famoso discurso del
emperador en ocasión del vigésimo quinto aniversario de la fundación del
imperio alemán, en el que había formulado el nuevo programa como precursor de
los proyectos de leyes navales, y mencionó unos “planes navales sin costa” contra
los cuales Alemania deberá prepararse para luchar. Otro dirigente del Centro,
Schadler, exclamó en la sesión del 23 de marzo de 1898, en medio de la
discusión del primer proyecto naval, “La nación cree que no podemos ser
primeros en la tierra y primeros en el mar. ¡Vosotros, caballeros, contestáis
que no es eso lo que queremos! Sin embargo, caballeros, os encontráis en los
comienzos de semejante concepción, ¡en un comienzo muy fuerte!”
Cuando llegó
el segundo proyecto el mismo Schadler, hablando ante el Reichstag el 5 de
febrero de 1900, refiriéndose a una promesa anterior de que no habría más
proyectos
124 Centro: partido católico alemán. Ocupaba las bancas
centrales en la Cámara del Reichstag. Maniobraba entre el oficialismo y la
izquierda.
navales,
dijo: “y ahora viene este proyecto, que significa nada más y nada menos que la
inauguración de una flota mundial, como base de apoyo a una política mundial,
duplicando la marina y comprometiendo las dos próximas décadas”. En realidad el
gobierno defendió abiertamente el programa político de su nuevo curso. El 11 de
diciembre de 1899, von Buelow, secretario de relaciones exteriores, dijo en
defensa del segundo proyecto: “cuando los ingleses hablan de una ‘Gran
Inglaterra’, cuando los franceses hablan de la ‘Nueva Francia’, cuando los
rusos abren Asia central para su penetración, también nosotros tenemos derecho
a aspirar a una Alemania más grande. Si no creamos una marina apta para
defender nuestro comercio, nuestros nativos en tierras extranjeras, nuestras
misiones y la seguridad de nuestras costas, amenazamos los intereses vitales de
nuestra nación. En el próximo siglo el pueblo alemán será el martillo o el
yunque.” Despojemos esto de la frase ornamental sobre la defensa de nuestras
costas, y queda el programa colosal: la gran Alemania que cae como un martillo
sobre las demás naciones.
No es
difícil determinar en qué dirección apuntaban principalmente estas
provocaciones. Alemania se convertiría en rival de la gran potencia naval
mundial: Inglaterra. E Inglaterra no tardó en comprender. Los proyectos de
reforma naval, con sus discursos concomitantes, no dejaron de producir gran
inquietud en Inglaterra, inquietud que subsiste hasta el día de hoy. En marzo
de 1910, en el curso de un debate sobre asuntos navales en la Cámara de los
Comunes, Lord Robert Cecil dijo: “Desafío a cualquiera a que me dé una razón
lógica para la formidable marina que Alemania está construyendo, que no sea la
de luchar contra Inglaterra”. La lucha por el dominio del mar, que en uno y
otro bando duró una década y media, y culminó en la construcción febril de
acorazados y superacorazados fue, en efecto, la guerra entre Alemania e
Inglaterra. El decreto naval del 11 de diciembre de 1899 fue una declaración de
guerra por parte de Alemania. Inglaterra recogió el guante el 4 de agosto de
1914.
Debe notarse
que esta lucha por la supremacía naval nada tenía que ver con la rivalidad
económica por el mercado mundial. El “monopolio del mercado mundial” de
Inglaterra que obstaculizaba ostensiblemente la expansión industrial alemana,
tan discutida en la actualidad, pertenece a la esfera de las leyendas de
guerra, de las cuales la fábula siempre lozana de la “venganza” francesa es la
más útil. Este “monopolio” se había convertido en un cuento de hadas, con gran
pesar de los capitalistas ingleses. El desarrollo industrial de Francia,
Bélgica, Italia, Rusia, India y Japón, y, sobre todo, Alemania y Estados
Unidos, había liquidado este monopolio en la primera mitad del siglo XIX. Junto
con Inglaterra, una nación tras otra entró en el mercado mundial, el
capitalismo se expandió automáticamente y, a pasos agigantados, devino una
economía mundial.
La
supremacía naval británica, que a tantos socialdemócratas les ha quitado el
sueño, y que, según estos caballeros, debe ser destruida para bien del
socialismo internacional, había molestado tan poco al capitalismo alemán hasta
el momento, que éste pudo convertirse, bajo el “yugo”, en un joven vigoroso, de
mejillas sonrosadas. Sí, la propia Inglaterra junto con sus colonias, fue la
piedra basal del crecimiento industrial alemán. Al mismo tiempo Alemania se
convirtió, para Inglaterra, en su cliente más importante y necesario. Lejos de
estorbarse mutuamente, el desarrollo capitalista británico y el alemán fueron
altamente interdependientes, unificados por un amplio sistema de división del
trabajo, fuertemente apuntalado por la política librecambista de Inglaterra.
Por eso el comercio alemán y sus intereses en el mercado mundial nada tuvieron
que ver con el cambio de frente en la política y la construcción de la marina.
Tampoco las
posesiones coloniales alemanas entraron en conflicto con la supremacía naval
británica. Las colonias alemanas no necesitaban la protección de una potencia
naval de primera. Nadie, menos aún Inglaterra, envidiaba las posesiones
alemanas. Que Inglaterra y Japón se adueñaron de las mismas durante la guerra,
que el botín cambió de manos, no es más que una medida de guerra aceptada por
todos, de la misma manera que el apetito imperialista de Alemania clama por la
anexión de Bélgica, deseo que nadie fuera de un manicomio se hubiera atrevido a
expresar en época de paz. África del sudeste o del sudoeste, Wilhelmsland o
Tsingtau jamás hubieran provocado una guerra, terrestre o marítima, entre Alemania
e Inglaterra. En realidad, justo antes del estallido de la guerra, estas dos
naciones habían concertado un trato de reparto pacífico de las colonias
africanas de Portugal.
Cuando
Alemania desplegó su estandarte de poderío naval y política mundial, anunció su
deseo de mayores y más amplias conquistas para el imperialismo alemán. Con una
marina agresiva de primera categoría, y con fuerzas militares terrestres
creciendo en la misma proporción, se creó el aparato para la futura política,
abriendo las puertas de par en par a posibilidades sin precedentes. La
construcción naval y los armamentos militares pasaron a ser la gloriosa
ocupación de la industria alemana, abriendo perspectivas ilimitadas para nuevas
operaciones del capital monopolista y financiero en todo el ancho mundo. Así se
obtuvo el acuerdo de todos los partidos capitalistas y su agrupamiento en torno
a la bandera del imperialismo. El Centro siguió el ejemplo de los liberales
nacionalistas, los más firmes defensores de la industria del acero y del hierro
y, al aprobar el proyecto de ley naval que había denunciado vigorosamente en
1900, se convirtió en el partido oficial. Los progresistas corrieron tras el
Centro cuando apareció el sucesor del proyecto naval (el festín de los altos
impuestos); mientras los Junkers, 125
los más firmes opositores de la “horrible marina” y del canal, cerraban la
marcha como los cerdos y parásitos más entusiastas de esa misma política de
militarismo naval y pillaje colonial a la que se habían opuesto con tanta vehemencia.
Las elecciones parlamentarias de 1907, llamadas Elecciones Hottentote,
encontraron a toda Alemania en un paroxismo de entusiasmo imperialista,
firmemente unida bajo una sola bandera, la de la Alemania de von Bülow, 126 la Alemania que se sentía destinada
a desempeñar el papel de martillo en el mundo. Estas elecciones, con su
atmósfera de pogromo espiritual, fueron un preludio a la Alemania del 4 de
agosto, un desafío no sólo a la clase obrera alemana, sino también a otras
naciones capitalistas, desafío dirigido a nadie en particular, un guantelete
que se agitaba ante el mundo entero...
V
¡Pero el
zarismo! En los primeros momentos de la guerra éste fue indudablemente el
factor que decidió la política del partido. La declaración socialdemócrata
planteaba la consigna ¡abajo el zarismo! Y con esto la prensa socialista ha
entablado una lucha por la cultura europea.
El
Frankfurter Volksstimme del 31 de julio dijo: “La socialdemocracia alemana
siempre ha odiado al zarismo por ser el sangriento guardián de la reacción
europea: desde que Marx y Engels siguieron con ojos clarividentes cada
movimiento de este gobierno bárbaro, hasta el día de hoy, en que sus cárceles
están repletas de presos políticos y sin embargo tiembla ante cada movilización
obrera. Ha llegado la hora en que debemos arreglar cuentas con estos terribles
canallas, bajo la bandera de guerra alemana.”
El
Pfälzische Post de Ludwighafen escribió el mismo día: “Este es un principio
formulado por primera vez por nuestro Auguste Bebel. Es la lucha de la
civilización contra la barbarie, y en esta lucha el proletariado cumplirá con
su cometido.”
El Münchener
Post del 1° de agosto decía: “Cuando se trata de defender a la patria del
zarismo sediento de sangre, no seremos ciudadanos de segunda clase”.
125 Junkers: aristocracia terrateniente prusiana. Sus
posiciones eran extremadamente militaristas y antidemocráticas.
126 Príncipe Bernhard von Bülow (1849-1929): secretario
de relaciones exteriores de Alemania en 1897, canciller en 1900-1909, embajador
en Italia en 1914.
El Halle
Volksblatt escribió el 5 de agosto: “Si es así, si Rusia nos ha atacado, y todo
parece corroborarlo, la socialdemocracia debe por supuesto votar a favor de la
defensa por todos los medios. ¡Debemos luchar con todas nuestras fuerzas para
echar al zarismo de nuestro país!”
Y el 18 de
agosto: “Ahora que la suerte está echada a favor de la espada, no es sólo el
deber de la defensa nacional y la existencia nacional el que pone el arma en
nuestras manos al igual que en la de todo alemán, sino que comprendemos que al
combatir al enemigo que viene del este, golpeamos al enemigo de toda cultura y
progreso [...] La caída de Rusia es sinónimo de victoria de la libertad en
Europa.”
El Braunschweiger
Volksfreund del 5 de agosto escribió: “La fuerza irresistible de los
preparativos bélicos barre todo lo que encuentra a su paso. Pero el movimiento
obrero consciente no obedece a una fuerza foránea sino a sus propias
convicciones, cuando defiende la tierra sobre la que está parado del ataque
proveniente del este.”
El Essener
Arbeiterzeitung del 3 de agosto: “Si la decisión rusa amenaza al país, entonces
los socialdemócratas, puesto que la lucha es contra el sanguinario zarismo
ruso, contra el perpetrador de millones de crímenes de lesa humanidad y
cultura, no permitirán que nadie los supere en el cumplimiento de su deber, en
su disposición al sacrificio. ¡Abajo el zarismo! ¡Abajo la patria de la
barbarie! ¡Sea ésta nuestra consigna!”
Asimismo el
Bielefelder Volkswacht del 4 de agosto dice: “En todas partes, el mismo grito:
abajo el despotismo y la mala fe de Rusia”.
El órgano
partidario de Elberfeld decía el 5 de agosto: “Toda Europa occidental tiene un
interés vital en eliminar al zarismo podrido y asesino. Pero este interés
humano está aplastado bajo la avidez de Inglaterra y Francia de controlar sus
ganancias, posibilitadas por el capital alemán.”
El
Rheinische Zeitung de Colonia: “Cumplid vuestro deber, amigos, dondequiera que
el destino os envíe. Lucháis por la civilización europea, por la independencia
de vuestra patria, por vuestro propio bienestar.”
El
Schleswig-Holstein Volkszeitung del 7 de agosto: “Desde luego que vivimos en la
era del capitalismo. Desde luego que la lucha de clases continuará cuando
termine la gran guerra. Pero estas luchas de clases serán libradas en un estado
más libre, quedarán mucho más relegadas al terreno económico que antes. En el
futuro, una vez vencido el zarismo ruso, será imposible tratar a los socialdemócratas
de parias, de ciudadanos de segunda clase, desprovistos de derechos políticos.”
El 11 de
agosto el Hamburger Echo proclamó: “Luchamos no tanto para defendernos de
Francia e Inglaterra como contra el zarismo. Pero libramos esta guerra con todo
entusiasmo, porque es una guerra por la civilización.”
Y el 4 de
setiembre el órgano del partido de Lübeck declaraba: “Si se salva la libertad
europea, Europa deberá agradecérselo a las armas germanas. Nuestra lucha es
contra el peor enemigo de toda libertad, de toda democracia.”
Así sonaba y resonaba el coro de la
prensa del partido alemán.
Al comienzo
de la guerra el gobierno alemán aceptó la ayuda ofrecida. Con todo aplomo ciñó
el laurel de salvador de la cultura europea a su casco. Sí, trató de desempeñar
el papel de “libertador de naciones”,
aunque frecuentemente con manifiesta incomodidad y torpeza. Aduló a los polacos
y judíos de Rusia, y lanzó una nación contra otra, utilizando la política que
con tantos éxitos la había coronado en la guerra colonial, donde una y otra vez
levantaba un jefe contra otro. Y los socialdemócratas siguieron cada cabriola y
salto del imperialismo alemán con notable agilidad. Mientras el bloque
parlamentario encubría cada acto vergonzoso con un discreto silencio, la prensa
socialdemócrata llenaba la atmósfera de jubilosos cánticos, regodeándose en la
libertad que las “culatas alemanas” habían traído a las pobres víctimas del
zarismo.
Hasta el
órgano teórico del partido, Neue Zeit, dijo el 28 de agosto: “La población de
las fronteras del reino del ‘padrecito’ [el zar] recibió a las tropas germanas
con clamoroso júbilo. Porque para estos polacos y judíos la única concepción de
patria está asociada a la corrupción y el reino del látigo. ¡Qué pobres
diablos, qué criaturas sin patria verdadera, estos súbditos oprimidos del
sanguinario Nicolás! Por más que lo deseen nada tienen que defender sino sus
cadenas. Y así viven y trabajan, esperando y deseando que los fusiles alemanes,
portados por alemanes, vengan a aplastar todo el sistema zarista... En la clase
obrera alemana subsiste un propósito claro y definido, aunque una guerra
mundial truene sobre su cabeza. Se defenderá de los aliados occidentales de la
barbarie rusa hasta concluir una paz honorable. Entregará a la tarea de destruir
el zarismo hasta el último aliento de hombres y bestias.”
El bloque
socialdemócrata caracterizó la guerra como de defensa de la nación alemana y la
cultura europea, después de lo cual la prensa socialdemócrata procedió a
bautizarla “salvadora de las naciones
oprimidas”. Hindenburg pasó a ser el albacea de Marx y Engels.
La memoria
le ha jugado una mala pasada a nuestro partido. Olvidó sus principios, sus
compromisos, las resoluciones de los congresos internacionales, precisamente en
el momento en que debía ponerlos en práctica. Y, para su gran infortunio,
recordó la herencia de Carlos Marx y le sacudió el polvo de los años en el
momento en que solamente podía servir para decorar el militarismo prusiano, por
cuya destrucción Carlos Marx estaba dispuesto a sacrificar “hasta el último
aliento de hombres y bestias”. Cuerdas largamente olvidadas que Marx había
pulsado en el Neue Reinische Zeitung contra el estado vasallo de Nicolás I,
durante la revolución alemana de marzo de 1848, volvieron a sonar nuevamente en
los oídos de la socialdemocracia alemana en el año de Nuestro Señor 1914,
llamándolos a las armas, codo a codo con los junkers prusianos, contra la Rusia
de la Gran Revolución de 1905.
Es allí
donde se debió haber efectuado la revisión; se deberían haber puesto las
consignas de la revolución de marzo a tono con la experiencia histórica de los
últimos setenta años.
En 1848 el
zarismo ruso era, en verdad, “el guardián de la reacción europea”. Producto de
las condiciones sociales rusas, firmemente arraigadas en su estado medieval,
agrícola, el absolutismo era el protector y a la vez el gran rector de la
reacción monárquica. Este era más débil, sobre todo en Alemania, allí donde
imperaba un sistema de estados pequeños. Todavía en 1851 le era posible a
Nicolás I asegurarle a Berlín por intermedio del cónsul prusiano von Rochow
“que a él verdaderamente le hubiese complacido ver la revolución destruida
desde sus cimientos cuando el general von Wrangel 127 marchó sobre Berlín en noviembre de 1848”. En otra época, el
zar advirtió a Manteuffel 128 que
“confiaba en que el gabinete imperial, presidido por su Alteza, defendería los
derechos de la corona contra las cámaras y observaría el debido respeto para
con los principios del conservadorismo”. El mismo Nicolás I llegó a otorgar la
Orden de Alejandro Nevski a un presidente del gabinete prusiano en
reconocimiento de sus “esfuerzos constantes por mantener el orden legal en
Prusia”.
La Guerra de
Crimea obró un cambio notable en este sentido. Provocó la bancarrota militar y
por tanto política del viejo sistema. El absolutismo ruso se vio obligado a
conceder reformas, modernizar su gobierno, adaptarse a las condiciones
capitalistas. Así le tendió su meñique al diablo, que le ha tomado el brazo y
eventualmente le tomará el cuerpo entero. La Guerra de Crimea fue, digámoslo al
pasar, un ejemplo aleccionador sobre el tipo de
127 Ernst von Wrangel (1784-1877): general prusiano, el
verdadero poder detrás del trono.
128 Edwin von Manteuffel (1809-1885): mariscal prusiano,
secretario de interior en 1849. Comandante militar en la Guerra de las Siete
Semanas contra Austria y en la Franco-Prusiana de 1871. Dirigió la ocupación de
Francia en 1871-1873, y fue gobernador militar en Alsacia-Lorena en 1879-1885.
liberación que
se le puede dar a un pueblo pisoteado “por la fuerza de las armas”. La derrota
militar en Sedán le dio a Francia su república. Pero esta república no fue
obsequio de la soldadesca de Bismarck. Prusia, en esa época al igual que ahora,
no le puede dar a otros pueblos sino su propio gobierno junker. La Francia
republicana fue el fruto maduro de las luchas sociales internas y de tres
revoluciones que la precedieron. El choque en Sebastopol tuvo efectos similares
al de Jena. Pero como en Rusia no había movimiento revolucionario, condujo a la
renovación externa y afirmación del viejo régimen.
Pero las
reformas que le abrieron el camino al desarrollo capitalista de Rusia en la
década del sesenta sólo fueron posibles con el dinero de un sistema
capitalista. Este dinero provino del capital del oeste de Europa. Vino de
Alemania y Francia y creó una relación que aún subsiste. El absolutismo ruso ya
no recibe subsidios de la burguesía europea occidental. Ni tampoco el rublo
ruso “va rodando por los salones diplomáticos -como se lamentaba amargamente el
rey Guillermo de Prusia en 1854— hasta la propia cámara real”. Por el
contrario, el dinero alemán y francés se va rodando a Petrogrado a alimentar a
un régimen que hubiera dado su último aliento hace tiempo si no fuera por este
jugo vital. El zarismo ruso ya no es el producto de las condiciones rusas; sus
raíces se hunden ahora en el capitalismo de Europa occidental. Y esta relación
cambia de década en década. En la misma medida en que se va destrozando la
vieja raíz rusa del absolutismo ruso, su nueva raíz europea se va
fortaleciendo. Además de prestarle apoyo financiero, Alemania y Francia, desde
1870, han competido en su envío de apoyo político. A medida que surgen fuerzas
revolucionarias del seno del pueblo ruso para combatir al absolutismo, éstas se
estrellan contra la creciente resistencia de la Europa occidental, siempre
dispuesta a prestarle al zarismo acechado su apoyo moral y político. De modo
que, cuando al comienzo de la década del ochenta el viejo movimiento socialista
ruso conmovió severamente al gobierno zarista y destruyó parcialmente su
autoridad interna y exterior, Bismarck cerró su tratado con Rusia y fortaleció
su posición en la política internacional.
El
desarrollo capitalista, alimentado amorosamente por las propias manos del
zarismo, finalmente rindió sus frutos: en la década del noventa surgió el
movimiento revolucionario del proletariado ruso. El viejo “guardián de la
reacción” se vio forzado a conceder una constitución insípida, a buscar un nuevo
protector que lo resguardara de la marea en ascenso en su propio país. Y halló
este protector: Alemania. La Alemania de Bülow debe saldar la deuda de gratitud
en la que incurrió la Prusia de Wrangel y Manteuffel. Las relaciones se
trastornaron completamente. El apoyo ruso a la contrarrevolución alemana es
superado por la ayuda alemana a la contrarrevolución rusa.
Espías,
violaciones, traiciones: una agitación demagógica como la de la época de la
Santa Alianza fue desatada en Alemania contra los combatientes de la causa
libertaria rusa, y llegó hasta el mismo umbral de la revolución rusa. Esta ola
persecutoria llegó a su momento culminante en el juicio de Königsberg de 1904.
Este juicio arrojó una luz enceguecedora sobre todo el proceso histórico a
partir de 1848, y demostró el cambio total de las relaciones entre el
absolutismo ruso y la reacción europea. “Tua res agitur” [¡estamos abocados a
tu problema!] aseguró el ministro de justicia prusiano a las clases dominantes
alemanas, señalándoles los cimientos tambaleantes del régimen zarista. “La instauración de una república democrática
en Rusia influenciaría decisivamente a Alemania”, declaró el primer fiscal
de distrito Schulze en Königsberg. “Cuando la casa de mi vecino se incendia, la
mía corre peligro.” Y su ayudante Casper señaló: “Incumbe naturalmente al
interés público de Alemania, si este baluarte del absolutismo se mantiene o
cae. Por cierto que las llamas de un movimiento revolucionario ruso bien pueden
hacer presa de Alemania...”
La
revolución fue derrocada, pero las propias causas que provocaron esta derrota
temporaria son valiosas para la discusión de la posición asumida por la
socialdemocracia alemana en esta guerra. Si
la insurrección rusa de 1905-1906 no triunfó a pesar del gasto sin precedentes
de energía revolucionaria, la claridad de objetivos y la tenacidad, esto se
debe a dos causas bien definidas. Una
concierne al carácter interno de la propia revolución, su inmenso programa
histórico, la masa de problemas políticos y económicos que se vio obligada a
enfrentar. Algunos, por ejemplo el problema agrario, son insolubles en la
sociedad capitalista. Existía la dificultad adicional de crear un Estado
clasista para la supremacía de la burguesía moderna contra la oposición
contrarrevolucionaria de la burguesía en su conjunto. A un observador podía parecerle que la revolución rusa estaba condenada
al fracaso por tratarse de una revolución proletaria con tareas y problemas
burgueses o, si se quiere, una revolución burguesa librada con métodos proletarios
socialistas, el choque de dos generaciones entre rayos y truenos, el fruto del
desarrollo industrial retrasado de las condiciones de clase en Rusia y su
excesiva madurez en Europa occidental. Desde este punto de vista su derrota en
1906 no significa su bancarrota, sino el cierre natural del primer capítulo, al
que debe seguir el segundo con la inevitabilidad de una ley natural.
La segunda causa reviste una naturaleza
externa, y se la debe buscar en Europa Occidental. La reacción europea acudió
una vez más en ayuda de su protegido en peligro; no con plomo y balas, aunque
había “fusiles alemanes” empuñados por alemanes ya en 1905 y sólo esperaban la
señal de Petersburgo para lanzarse contra los polacos vecinos.
Europa
prestó una ayuda igualmente valiosa: subsidio financiero y alianzas políticas
concertadas para ayudar al zarismo en Rusia. El dinero francés financió las
fuerzas armadas que aplastaron la revolución rusa; de Alemania vino el respaldo
moral y político que ayudó al gobierno ruso a salir del pozo de vergüenza donde
lo habían arrojado los tropedos japoneses y los puños proletarios rusos. En
1910, en Potsdam, la Alemania oficial recibió al zarismo ruso con los brazos
abiertos. La recepción del monarca manchado de sangre en las puertas de la capital
alemana no era sólo la bendición alemana por el estrangulamiento de Persia sino
también y sobre todo por su trabajo de verdugo de la contrarrevolución rusa.
Fue el banquete oficial de la “Kultur” alemana y europea sobre lo que creían
que era la tumba de la revolución rusa.
¡Qué
extraño! En esa época, cuando el festín desafiante sobre la tumba de la
revolución rusa se celebraba en su propia patria, la socialdemocracia alemana
permaneció en silencio, olvidando por completo el “legado de nuestros maestros”
de 1848. En ese momento, cuando el verdugo fue recibido en Potsdam, ni un solo
ruido, ni una protesta, ni un artículo vetó esta expresión de solidaridad con
la contrarrevolución rusa. Recién desde el comienzo de la guerra, desde que la
policía lo permite, hasta el órgano partidario más pequeño se embriaga con
sangrientos ataques dirigidos al verdugo de la libertad rusa. Sin embargo, nada
hubiese demostrado con mayor claridad que esta gira triunfal del zar en 1910,
que el proletariado ruso oprimido era víctima, no sólo de la reacción
autóctona, sino también de la reacción europea. Su lucha, como la de los
revolucionarios de marzo de 1848, iba contra la reacción, de su propio país y
de sus guardianes en todos los países europeos.
Cuando
cesaron un tanto las cruzadas inhumanas de la contrarrevolución, el fermento
revolucionario del proletariado ruso comenzó a revivir. La marea comenzó a
crecer y hervir. Las huelgas económicas en Rusia, según los informes oficiales,
comprendieron a 46.623 obreros y 256.386 días en 1910; 96.730 obreros y 768.556 días en 1911; y 89.771 obreros 1.214.881 días en los primeros cinco meses
de 1912. Huelgas políticas de masas,
protestas y movilizaciones comprendieron 1.005.000 obreros en 1912, 1.272.000
en 1913. En 1914 la marea siguió en aumento. El 22 de enero, aniversario del
comienzo de la revolución, hubo una huelga conmemorativa de masas de 200.000
obreros. Como en las jornadas que precedieron a la revolución de 1905, la llama
se encendió en junio, en el Cáucaso. En Bakú 40.000 obreros salieron a la
huelga. Las llamas se extendieron a Petersburgo. El 17 de junio 80.000 obreros
petersburgueses abandonaron sus herramientas y para el 20 de julio ya había
200.000 obreros en huelga; el 23 de julio la huelga se extendía por toda Rusia,
se erigían barricadas, la revolución estaba en marcha.
Pocos meses
más y hubiera estallado con banderas al viento. Pocos años más y quizás hubiese
cambiado toda la constelación política mundial, frenándose el impulso demente
del imperialismo.
Pero la
reacción alemana frenó el movimiento revolucionario. De Berlín y Viena vinieron
las declaraciones de guerra, y la Revolución Rusa quedó sepultada bajo las
ruinas. Los “fusiles alemanes” están destrozando no al zarismo sino a su
enemigo más peligroso. La bandera de la revolución, que ondeaba esperanzada, se
hundió en el torbellino de la guerra. Pero bajó con honor y volverá a surgir de
la horrenda masacre, a pesar de los “fusiles alemanes”, a pesar de la victoria
o derrota de Rusia en los campos de batalla.
Las
revueltas nacionales en Rusia que los alemanes trataron de fomentar tampoco
tuvieron éxito. Las provincias rusas estaban menos propensas a caer presa de la
carnada de las cohortes de Hindenburg
129 que la socialdemocracia alemana. Los judíos, como pueblo práctico que
son, se dieron cuenta con toda facilidad de que realmente no puede esperarse
que los “puños alemanes”; que han sido incapaces de derrocar a la reacción
prusiana, sean capaces de aplastar al absolutismo ruso. Los polacos, expuestos
a la guerra en tres frentes, no estaban en posición de responder en lenguaje
audible a sus “libertadores”. Pero aquellos polacos que de niños aprendieron a
decir el padrenuestro en alemán, al son de azotes que les llagaban las
espaldas, no habrán olvidado la liberalidad de las leyes antipolacas prusianas.
Todos ellos, polacos, judíos y rusos no tuvieron dificultad alguna en
comprender que el “fusil alemán”, cuando desciende sobre sus cabezas, no trae
la libertad sino la muerte.
Unir la
leyenda de la liberación rusa con el legado marxista es, viniendo de la
socialdemocracia alemana, algo más que un mal chiste. Es un crimen. Para Marx,
la revolución rusa era una divisoria de aguas en la historia universal. Hizo
depender todas sus perspectivas políticas e históricas de la única
consideración: “siempre que no haya estallado la revolución rusa”. Marx creía
en la revolución rusa y la esperaba, en una época en que Rusia era un estado de
vasallos. Cuando estalló la guerra la Revolución Rusa había tenido lugar. Su
primer intento no había triunfado, pero no se la podía ignorar; está a la orden
del día. Y, sin embargo, nuestros socialdemócratas alemanes vinieron con
“fusiles alemanes”, declararon nula a la revolución rusa y la arrancaron de las
páginas de la historia. En 1848
129 Paul von Hindenburg (1847-1934): militarista prusiano
que luchó contra Francia en 1870-1871. Comandante en jefe de las fuerzas
alemanas en la Primera Guerra Mundial, luego presidente de la República de
Weimar. Los socialdemócratas lo apoyaron como “mal menor” frente a Hitler.
Nombró a Hitler canciller en enero de 1933.
Marx hablaba
desde las barricadas alemanas; en Rusia imperaba la reacción irrestricta. En
1914 Rusia se hallaba en la agonía de la revolución; sus “libertadores”
alemanes en el puño de los junkers prusianos, totalmente acobardados.
Pero la
misión libertadora de los ejércitos alemanes era sólo un episodio. El
imperialismo alemán se quitó esa máscara incómoda y se volvió abiertamente
contra Francia e Inglaterra. En esto también fue respaldada valientemente por
una gran cantidad de periódicos partidarios. Dejaron de atacar al sanguinario
zar y expusieron a la “pérfida Albión” y su alma mercantilista al desdén
general. Emprendieron la liberación de Europa, no ya del absolutismo ruso sino
de la supremacía naval británica. La confusión total en la que se vio envuelto
el partido se ve ilustrada drásticamente en el intento desesperado que hicieron
los sectores más reflexivos de la prensa partidaria de explicar este nuevo
cambio de frente. En vano trataron de encauzar la guerra por los canales
originales, ajustaría al “legado de nuestros maestros”... esto es, al mito que
ella, la socialdemocracia, había creado. “Con gran pesar me he visto obligado a
movilizar un ejército contra un vecino a cuyo lado he combatido en tantos
campos de batalla. Con sincero dolor he visto cómo una amistad respetada
fielmente por Alemania cae a pedazos.” Esas palabras eran sencillas, francas,
honestas. Pero cuando la retórica de las primeras semanas de guerra cedió ante
el lenguaje lapidario del imperialismo, la socialdemocracia alemana perdió su
única excusa plausible.
VI
Reviste
igual importancia en la actitud de la socialdemocracia la adopción de un
programa de paz civil, 130 es decir,
la cesación de la lucha de clases hasta el fin de la guerra. La declaración del
bloque socialdemócrata en el Reichstag el 4 de agosto era fruto de un acuerdo
con representantes del gobierno y los partidos capitalistas. Fue poco más que
un recurso teatral patriótico, preparado entre bambalinas y pronunciado a
beneficio del pueblo, en casa y en el extranjero.
Para los
dirigentes del movimiento obrero, el voto a favor de los créditos de guerra por
el bloque parlamentario fue la señal para la terminación de todos los
conflictos laborales. Más aun, se lo anunciaron a los empresarios como deber
patriótico asumido por el movimiento obrero cuando acordó observar la paz
social. Los mismos dirigentes obreros se abocaron a encontrar trabajadores de
la ciudad para el campo, para garantizar la rápida recolección de la cosecha.
Las dirigentes del movimiento femenino socialdemócrata
130 Paz Civil: en la Edad Media, estado de cesación de
toda lucha interna ante la amenaza de un peligro exterior.
se unieron
con las mujeres capitalistas para el “servicio nacional” y colocaron los
elementos que quedaron luego de la movilización a disposición del trabajo
nacional samaritano. Las socialistas fueron a trabajar a las ollas populares y
comisiones asesoras en lugar de agitar por el partido.
Bajo las
leyes antisocialistas el partido había utilizado las elecciones parlamentarias
para difundir su agitación y mantener una firme ligazón con la población a
pesar del estado de sitio declarado contra el partido y la persecución a la
prensa socialista. En esta crisis, el movimiento socialdemócrata ha abandonado
voluntariamente toda propaganda y educación por la lucha de clase del
proletariado, durante las elecciones al Reichstag y a los landtag.131 En todas partes se ha reducido las
elecciones parlamentarias a la simple fórmula burguesa; la obtención de votos
para los candidatos del partido sobre la base de acuerdos amigables y pacíficos
con sus adversarios capitalistas. Cuando los representantes socialdemócratas de
los landtag y las comisiones municipales —con las honrosas excepciones de los
landtag de Prusia y Alsacia—, con referencias altisonantes al estado de paz
civil imperante, votaron a favor del presupuesto de guerra exigido, sólo
demostraron hasta qué punto el partido había roto con su pasado prebélico.
La prensa socialdemócrata, con pocas
excepciones, proclamó el principio de unidad
nacional como máximo deber del pueblo
alemán. Advirtió
al pueblo que no retirara sus fondos
de los bancos de ahorro para no poner en peligro la vida económica de la nación, ni impedir a los bancos de
ahorro la compra de grandes cantidades de bonos de guerra. Rogó a las proletarias
que no les contaran a sus maridos en el frente de los sufrimientos que ellas y
los niños debían soportar, que soportaran en silencio la negligencia del
gobierno, que alentaran a los combatientes con hermosas historias sobre la
feliz vida familiar e informes favorables de ayuda inmediata por parte de las
agencias gubernamentales. Se alegraban de que el trabajo educativo de tantos
años en el movimiento obrero y por su intermedio se hubiera convertido en
factor tan conspicuo para conducir la guerra. El siguiente ejemplo revela algo
de este espíritu:
“Un amigo en
las malas es realmente un amigo. El viejo dicho ha demostrado una vez más su
validez. El proletariado socialdemócrata, perseguido y golpeado por sus
opiniones salió, como un solo hombre, a proteger nuestros hogares. Los
sindicatos alemanes que tantos sufrimientos han padecido en Alemania y Prusia
informan que sus mejores afiliados se han puesto bajo bandera. Hasta los
diarios capitalistas como el General Anzeiger reconocen y expresan la convicción
de que ‘esa gente’ cumplirá con su deber como cualquier hombre, que los golpes
serán más duros donde estén ellos.
131 Landtag: Parlamentos provinciales alemanes.
”En cuanto a
nosotros, estamos convencidos de que nuestros sindicalistas pueden hacer algo
más que dar golpes. Los modernos ejércitos de masas no han simplificado en
absoluto el trabajo de los generales. Es casi imposible movilizar a grandes
divisiones de tropa en orden cerrado bajo el fuego mortífero de la artillería
moderna. Es necesario agrandar las filas, controlarlas con mayor precisión. La
guerra moderna exige disciplina y claridad de miras no sólo en las divisiones
sino también en cada soldado individual. La guerra demostrará cuan enormemente
ha mejorado el material humano con la tarea educativa de los sindicatos, cuanto
le servirá su actividad a la nación en estas épocas de tremenda tensión. El
soldado ruso y el francés podrán ser capaces de actos de valentía maravillosos.
Pero en cuanto a serenidad y frialdad de juicio ninguno superará a los
sindicalistas alemanes. Además muchos de nuestros obreros organizados conocen
los caminos y senderos de la frontera como la palma de su mano y no pocos de
ellos son verdaderos lingüistas. Se ha calificado al avance prusiano de 1866 de
victoria de maestros de escuela. Este será el triunfo de los dirigentes
sindicales.” (Frankfurter Volksstimme, 18 de agosto de 1914.)
Con el mismo
tenor el Neue Zeit, órgano teórico del partido, declaró (n° 23, 25 de setiembre
de 1914): “Hasta tanto se haya resuelto el problema del triunfo o la derrota,
toda duda debe desaparecer, inclusive en cuanto a las causas de la guerra. Hoy
no puede haber distinciones de partido, clase ni nacionalidad en el ejército o
en el seno de la población.”
Y en el n° 8
del 27 de noviembre de 1914, el mismo Neue Zeit, en un artículo sobre “Las
limitaciones de la Internacional”, afirmó: “La
guerra mundial divide a los socialistas del mundo en distintos bandos, sobre
todo en distintos bandos nacionales. La Internacional no puede impedirlo. En
otras palabras, la Internacional deja de ser un instrumento idóneo en época de
guerra. Es, en general, un instrumento de paz. Su gran problema histórico es la
lucha por la paz y la lucha de clases en época de paz.”
En pocas
palabras, pues, desde el 4 de agosto
hasta el día en que se declare la paz, la socialdemocracia da por terminada la
lucha de clases. El primer trueno de los cañones Krupp en Bélgica
transformó a Alemania en un país de las maravillas donde reina la solidaridad
de clases y la armonía social.
C. Marx.
Carta a Joseph Weydemeyer En Nueva York Londres, 5 de marzo de 1852
Por lo que a mí se refiere, no me cabe el mérito de haber descubierto la
existencia de las clases en la sociedad moderna ni la lucha entre ellas. Mucho
antes que yo, algunos historiadores burgueses habían expuesto ya el desarrollo
histórico de esta lucha de clases y algunos economistas burgueses la anatomía
económica de éstas. Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: 1)
que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases
históricas de desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases
conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3)
que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición
de todas las clases y hacia una sociedad sin clases...
¿Cómo
entender este milagro? Se sabe que la lucha de clases no es un invento
socialdemócrata que se puede dejar arbitrariamente de lado durante un tiempo
cada vez que parezca oportuno. La lucha
de clases proletaria es más antigua que la socialdemocracia, es un producto
elemental de la sociedad de clases. Apareció en Europa apenas el
capitalismo se adueñó del poder. La socialdemocracia no llevó al proletariado
moderno a la lucha de clases. Por el contrario, la lucha de clases creó el
movimiento socialdemócrata internacional para darle objetivo y unidad
conscientes a los distintos fragmentos locales y dispersos de la lucha de
clases.
¿Qué cambió
cuando estalló la guerra? ¿Acaso dejaron
de existir la propiedad privada, la explotación capitalista y el dominio de
clase? ¿Acaso las clases poseedoras,
en un rapto de fervor patriótico,
han declarado: en vista de las necesidades de la guerra entregamos los medios
de producción, la tierra, las fábricas y las plantas de elaboración al pueblo?
¿Han renunciado al derecho de sacar ganancias de dichas posesiones? ¿Se han
despojado de sus privilegios políticos, los sacrificarán en el altar de la
patria, ahora que ésta se halla en peligro? Lo menos que se puede decir es
que se trata de una hipótesis bastante ingenua, que parece sacada de un libro
de cuentos del jardín de infantes. Y, sin embargo, la declaración de nuestros dirigentes oficiales de que la lucha de
clases está en suspenso no permite otra interpretación. Desde luego que
nada de esto ha ocurrido. Los derechos propietarios, la explotación y el
dominio de clase, hasta la opresión política en toda su perfección prusiana,
permanecen intactos. Los cañones en Bélgica y el este de Prusia no han ejercido
la menor influencia sobre la estructura política y social fundamental de
Alemania.
Por eso, la
cesación de la lucha de clases fue lamentablemente un hecho unilateral.
Mientras que la opresión y explotación capitalistas, los peores enemigos de la
clase obrera, siguen existiendo, los dirigentes socialistas y sindicales ponen
generosamente a la clase obrera a disposición del enemigo por todo el
transcurso de la guerra, sin presentar batalla. Mientras las clases dominantes
están armadas de sus derechos de propiedad y supremacía, la clase obrera,
aconsejada por la socialdemocracia, ha abandonado las armas.
Ya una vez,
en 1848 en Francia, el proletariado conoció este milagro de la armonía entre
las clases, esta fraternidad de todas las clases en un estado capitalista
moderno de la sociedad. En Las luchas de clases en Francia, 1850. Marx dice: “Así, en la mente de los proletarios, que
confundían la aristocracia financiera con la burguesía en general; en la
imaginación de los probos republicanos, que negaban la existencia misma de las
clases o la reconocían, a lo sumo, como consecuencia de la monarquía
constitucional; en las frases hipócritas de las fracciones burguesas excluidas
hasta allí del poder, la dominación de la
burguesía había quedado abolida con la implantación de la república. Todos los
monárquicos se convirtieron, por aquel entonces, en republicanos y todos los
millonarios de París en obreros. La frase que correspondía a esta
imaginaria abolición de las relaciones de clase era la fraternité, la confraternización y la fraternidad universales. Esta
idílica abstracción de los antagonismos de clase, esto de conciliar
sentimentalmente los intereses de clase contradictorios, de elevarse en alas de
la fantasía por encima de la lucha de clases, esta fraternité fue, de hecho, la
consigna de la Revolución de Febrero [...] El proletariado de París se dejó
llevar con deleite por esta borrachera generosa de fraternidad [...] El
proletariado de París, que veía en la república su propia obra, aclamaba,
naturalmente, todos los actos del gobierno provisional que ayudaban a éste a
afirmarse con más facilidad en la sociedad burguesa. Se dejó emplear de buena
gana por Caussidiére en servicios de policía para proteger la propiedad en
París, como dejó que Louis Blanc fallase con su arbitraje las disputas de
salarios entre obreros y patronos. Era su point d’honneur el mantener intacto a
los ojos de Europa el honor burgués de la república.”132
Así, en
febrero de 1848, un ingenuo proletariado parisino dejó de lado la lucha de
clases. Pero no olvidemos que inclusive ellos incurrieron en este error recién
después de que cayó la monarquía de julio ante el embate de su acción
revolucionaria, después de la instauración de una república. El 4 de agosto de
1914 es una Revolución de Febrero invertida. Es el dejar de lado las
diferencias de clase, y no bajo una república sino bajo una monarquía militar;
no después de una victoria del pueblo sobre la reacción sino del triunfo de la
reacción sobre el pueblo; no con la proclama de Liberté, Egalité, Fraternité,
sino con la proclama del estado de sitio, la estrangulación de la prensa y la
aniquilación de la constitución.
Imponentemente,
el gobierno de Alemania proclamó la paz civil. Solemnemente, los partidos
juraron acatarla. Pero estos políticos experimentados saben bien que es fatal
confiar en semejantes promesas. Aseguraron la paz civil para sí mismos con la
implantación de una dictadura militar. El bloque socialdemócrata también lo
aceptó sin protesta ni oposición. En las declaraciones del cuatro de agosto y
del dos de diciembre no hay una sola sílaba de indignación por la afrenta
contenida en la proclama del gobierno militar. Al votar por la paz civil y el presupuesto de guerra, la
socialdemocracia asintió tácitamente a la implantación del gobierno militar y
se colocó, atada de pies y manos, a los pies de la clase dominante. La
instauración de la dictadura militar fue una medida puramente antisocialista.
De ningún otro sector cabía esperar resistencia, protesta, movilización ni
dificultades. El premio que recibió la socialdemocracia por su capitulación es
lo mismo que hubiera recibido en cualquier otra circunstancia, inclusive
después de una resistencia infructuosa: dictadura militar. La imponente declaración del
bloque
132 Marx, Las luchas..., pp. 54-55 y 56.
parlamentario pone el
acento en el viejo principio socialista del derecho de las naciones a su
autodeterminación para justificar su voto a favor del presupuesto de guerra.
Autodeterminación fue, para el proletariado alemán, el chaleco de fuerza del
estado de sitio. Jamás en la historia universal un partido quedó tan en
ridículo.
¡Más aun! Al refutar la existencia de la lucha de
clases, la socialdemocracia ha negado su propia razón de existir. ¿Cuál es
su aliento vital, si no es la lucha de clases? ¿Qué papel espera desempeñar en
la guerra, una vez sacrificada la lucha de clases, el principio fundamental de
su existencia? La socialdemocracia ha destruido su misión, para el periodo que
dure la guerra, como partido político activo, como representante de la política
de la clase obrera. Se ha despojado del arma más importante que poseía, el
poder de criticar la guerra desde el enfoque particular de la clase obrera. Su
única misión ahora es la de actuar como gendarme sobre la clase obrera bajo un
Estado de gobierno militar.
La libertad
alemana, la misma libertad en cuyo nombre, de acuerdo con la declaración del
bloque parlamentario, están tronando los cañones de Krupp, se ve amenazada por
esta actitud socialdemócrata mucho más allá de la duración de la guerra actual.
Los dirigentes de la socialdemocracia están convencidos de que el premio que le
darán a la clase obrera por su fidelidad a la patria serán las libertades
democráticas. Pero jamás en la historia universal una clase oprimida ha
recibido derechos políticos como premio por los servicios prestados a la clase
dominante. La historia está plagada de ejemplos de engaños vergonzosos por
parte de las clases dominantes, aun en los casos en que se formularon solemnes
promesas antes del estallido de la guerra. La socialdemocracia no ha
garantizado la extensión de la libertad en Alemania. Ha sacrificado las
libertades que poseía antes del estallido de la guerra.
La
indiferencia con que el pueblo alemán permitió que se lo despojara de la
libertad de prensa, del derecho de reunión y de vida pública, el hecho de que
no sólo aceptó con calma sino que también aplaudió el estado de sitio, no tiene
parangón en la historia de la sociedad moderna. En ningún lugar de Inglaterra
se ha violado la libertad de prensa, en Francia la libertad de opinión pública
es incomparablemente mayor que en Alemania. En ningún país ha desaparecido tan
completamente la opinión pública, en ningún país ha sido sustituida por la
opinión oficial, por orden del gobierno, como en Alemania. Inclusive en Rusia
sólo existe la obra destructiva de una censura pública que elimina los
artículos que expresan opiniones opositoras. Pero ni aun allí se han rebajado a
la costumbre de dar a los diarios de oposición artículos ya preparados.
En ningún
otro país el gobierno ha obligado a la prensa de oposición, a expresar en sus
columnas la política dictada y ordenada por el gobierno en “reuniones
confidenciales”. Semejantes medidas eran desconocidas en Alemania, inclusive
durante la guerra de 1870. En esa época la prensa gozaba de libertad
irrestricta y acompañaba los vaivenes de la guerra, con gran resentimiento por
parte de Bismarck, con críticas que solían ser sumamente fuertes. Los diarios
rebosaban una animada discusión sobre los planes de guerra, el problema de las
anexiones y la constitucionalidad. Cuando Johann Jacobi 133 fue arrestado, una ola de indignación recorrió toda Alemania,
que obligó al mismísimo Bismarck a negar toda responsabilidad en este “error”
cometido por la reacción. Tal era la situación en Alemania en la época en que
Bebel y Liebknecht, en nombre de la clase obrera alemana, negaron toda
comunidad de intereses con el imperialismo dominante. Se necesitó una
socialdemocracia de cuatro millones y medio de votos para concebir la
emocionante Burgfrieden [paz civil], aceptar el presupuesto de guerra, imponernos
la peor dictadura militar que jamás se haya tolerado. El hecho de que ello sea
posible en Alemania hoy, de que no sólo la prensa burguesa, sino también la
altamente difundida e influyente prensa socialista permita que ocurran estas
cosas sin siquiera afectar una oposición, tiene una significación fatal para el
futuro de la libertad alemana. Demuestra que la sociedad alemana contemporánea
no posee fundamentos internos para la libertad política, puesto que permite con
tanta ligereza que se la despoje de sus más sagrados derechos.
No olvidemos
que los derechos políticos que existían en Alemania antes de la guerra no se
ganaron, como en Inglaterra y Francia, en tremendas y sucesivas luchas
revolucionarias, no están firmemente arraigados en la vida del pueblo por el
poder de la tradición revolucionaria. Son el regalo de una política
bismarquiana, concedido luego de un periodo de veinte años de contrarrevolución
triunfante. Las libertades alemanas no maduraron en el campo de la revolución,
son el producto de los cálculos diplomáticos de la monarquía militar prusiana,
son el cemento con el que la monarquía militar unió el imperio alemán actual.
El peligro que acecha a la libre expansión de la libertad alemana no proviene,
como cree el bloque parlamentario alemán, de Rusia, sino de las entrañas mismas
de Alemania. Yace en el singular origen contrarrevolucionario de la
constitución alemana, es la sombra negra de los poderes reaccionarios que han
regido el gobierno alemán desde la fundación del imperio, dirigiendo una guerra
silenciosa pero implacable contra estas miserables “libertades alemanas”.
133 Johan Jacobi (1805-1877): periodista y político
alemán, dirigió a la izquierda prusiana contra Bismarck. Socialdemócrata a
partir de 1872.
Los junkers
del este del Elba, los empresarios
patrioteros, los archireaccionarios del Centro, los despreciables
“liberales alemanes”, el gobierno unipersonal, el imperio de la espada, la
política Zabern que había triunfado en toda Alemania antes del estallido de la
guerra, estos son los verdaderos enemigos de la cultura y la libertad; la
guerra, el estado de sitio y la posición de la socialdemocracia fortalecen los
poderes del oscurantismo en todo el país. Por cierto que el liberal explica el
cementerio en que se ha convertido Alemania con razones típicas de los
liberales; para él, se trata de un sacrificio momentáneo, que durará mientras
dure la guerra. Pero para un pueblo políticamente maduro, el sacrificio de sus
derechos y vida pública, por temporario que sea, es tan imposible como para un
ser humano sacrificar momentáneamente su derecho a respirar. Un pueblo que
acepta tácitamente el gobierno militar en época de guerra demuestra con ello
que la independencia política es superflua en todo momento. La sumisión
pacífica de la socialdemocracia al estado de sitio imperante y su voto por el
presupuesto de guerra sin el menor cuestionamiento, ha desmoralizado al pueblo,
único pilar del gobierno constitucional, y ha fortalecido a los gobernantes,
enemigos del gobierno constitucional.
Además, al
sacrificar la lucha de clases, nuestro partido ha perdido, de golpe y para
siempre, la posibilidad de hacer sentir su influencia en la determinación de la
duración de la guerra y los términos de la paz. Sus actos han herido de muerte
a su propia declaración oficial. A la vez que protesta contra todas las
anexiones que, después de todo, son el resultado lógico de una guerra
imperialista que logra éxitos desde el punto de vista militar, ha entregado
todas las armas que poseía la clase obrera, las que le hubieran permitido
movilizar a la opinión pública en su dirección propia, a ejercer una presión
efectiva sobre los términos de la guerra y la paz. Al garantizarle al
militarismo la paz interna, la socialdemocracia les ha dado a los gobernantes
militares permiso para seguir su propio curso sin tener en cuenta siquiera los
intereses de las masas, ha desatado en los corazones de la clase dominante las
pasiones imperialistas más desenfrenadas. En otras palabras, cuando la socialdemocracia aprobó la plataforma
de paz civil y el desarme político de la clase obrera, condenó a la impotencia
a su propia consigna de no anexión.
Así, la
socialdemocracia ha agregado a su ya pesada carga un nuevo crimen: la
prolongación de la guerra. El dogma, difundido y aceptado, de que nos podemos
oponer a la guerra mientras se trate nada más que de una amenaza, para la
socialdemocracia se ha vuelto una trampa peligrosa. La consecuencia inevitable
es que, iniciada la guerra, la acción política socialdemócrata llega a su fin.
Entonces sólo queda una cuestión, o sea victoria o derrota, y la lucha de
clases debe cesar hasta el fin de la guerra. Pero en realidad, el problema
mayor que se le plantea a la actividad política socialdemócrata comienza recién
después del estallido de la guerra. En los congresos internacionales de
Stuttgart en 1907, y Basilea en 1912, los dirigentes partidarios y sindicales
alemanes votaron unánimemente a favor de una resolución que dice: “Si, de todas maneras, la guerra llegara a
estallar, será el deber de la socialdemocracia movilizarse por una paz rápida,
y luchar con todos los medios a su disposición para utilizar la crisis política
e industrial para despertar al pueblo, acelerando así la caída del dominio de
clase del capitalismo”.
¿Qué ha
hecho la socialdemocracia en esta guerra? Exactamente
lo contrario. Al votar a favor del presupuesto de guerra y la paz social,
ha luchado, por todos los medios a su disposición, por impedir la crisis
industrial y política, por impedir que la guerra despierte a las masas. Lucha
“con todos los medios a su disposición” para salvar al Estado capitalista de su
propia anarquía, por disminuir el número de sus víctimas. Se dice -más de una
vez escuchamos este argumento en boca de los diputados parlamentarios- que ni
un hombre menos hubiera caído en el campo de batalla si el bloque
socialdemócrata hubiera votado en contra del presupuesto de guerra. Nuestra
prensa partidaria insiste en que debemos apoyar la defensa de nuestro país y
unirnos a ella para reducir la cantidad de víctimas que se cobrará esta guerra.
Pero la
política que hemos aplicado ha ejercido el efecto contrario. En primer lugar, gracias a la paz civil y la actitud
patriótica de la socialdemocracia, la guerra imperialista desató su furia
sin temor. Hasta ahora, el temor a la inquietud interna, a la furia de la
población hambrienta, ha pesado en la mente de las clases dominantes y mantuvo
en jaque sus deseos belicistas. En las conocidas palabras de Von Bülow: “Están
tratando de evitar la guerra sobre todo por temor a la socialdemocracia”.
Rohrbach134 en su Krieg und die
Deutsche Politik [La guerra y la política alemana] página 7, dice: “a menos que
se interponga una catástrofe natural, el único elemento que puede obligar a
Alemania a firmar la paz es el hambre de los sin pan”. Es obvio que se refiere
a un hambre que llama la atención, que se impone desagradablemente a las clases
dominantes para obligarlas a escuchar sus exigencias. Veamos, por último, lo
que el prominente teórico militar, general Bernhardi, 135 dice en su importante obra Von Heutigen Kriege [Acerca de la
guerra actual]: “De modo que los modernos ejércitos de masas dificultan la
guerra por varias razones. Además, constituyen, en sí y para sí, un peligro que
jamás hay que subestimar.
134 Paul Rohrbach (1869-0000): periodista alemán,
comentarista oficioso de asuntos militares.
135 Friedrich von Bernhard (1849-1930): general de la
caballería prusiana, autor de un libro en que exalta el pangermanismo y la
gloria de la guerra.
”El
mecanismo de semejante ejército es tan inmenso y complicado, que será eficaz y
flexible mientras, en general, se pueda confiar en sus engranajes y ruedas y se
evite la confusión moral abierta. Son cosas que no se pueden evitar totalmente,
así como no podemos conducir una guerra con puras victorias. Se las puede
superar si aparecen solamente dentro de ciertos límites restringidos. Pero
cuando las grandes masas compactas se sacan de encima a sus dirigentes, cuando
se difunde el espíritu de pánico, cuando se hace sentir la falta de víveres,
cuando el espíritu de rebelión se posesiona de las masas del ejército, éste se
vuelve no sólo ineficaz respecto del enemigo sino también una amenaza para sí y
para sus dirigentes. Cuando el ejército rompe los límites de la disciplina,
cuando interrumpe voluntariamente el curso del operativo militar, crea
problemas que sus dirigentes son incapaces de solucionar.
”La guerra,
con sus ejércitos de masas modernos es, en todas circunstancias, un juego
peligroso, un juego que exige el mayor sacrificio, personal y financiero, que
el Estado pueda proponer. En dichas circunstancias va de suyo que en todas
partes deben tomarse los recaudos, una vez iniciada la guerra, para ponerle fin
lo antes posible, para aliviar la extrema tensión que acompaña ese esfuerzo
supremo de las naciones.”
Así, tanto
los políticos capitalistas como las autoridades militares creen que la guerra,
con sus ejércitos de masas modernos, es un juego peligroso. Y esto daba a la
socialdemocracia la mejor oportunidad de impedir que los gobernantes del
momento precipitasen la guerra y obligarlos a ponerle fin lo antes posible.
Pero la posición de la socialdemocracia ante esta guerra barrió todas las
dudas, derribó los diques de contención de la marea militarista. De hecho creó
un poder con el cual ni Bernhardi ni ningún otro estadista capitalista hubiese
soñado, ni siquiera en sus fantasías más extravagantes. Del campo de los
socialdemócratas vino la consigna: “Durchhalten” [hasta el fin], es decir,
continúen con la masacre humana. Y así, las miles de víctimas que han caído en
los últimos meses en los campos de batalla pesan sobre nuestra conciencia.
VII
“Pero puesto que hemos sido incapaces
de impedir las guerra, puesto que a pesar nuestro ha estallado y nuestro país
aguarda la invasión, ¿Lo dejaremos indefenso? ¿Lo entregaremos al enemigo?
¿Acaso el socialismo no exige el derecho de las naciones a la determinación de
sus propios destinos? ¿No significa eso que cada pueblo tiene la justificación,
mejor dicho el deber, de proteger su libertad, su independencia? ‘Cuando la
casa se incendia, ¿no pagaremos el fuego antes de ponernos a descubrir quién es
el incendiario?’”
Estos argumentos se han repetido una y otra vez, en defensa de la posición de la socialdemocracia en Francia
y Alemania.
Este
argumento ha sido utilizado hasta en los países neutrales. En su versión
holandesa leemos: “Cuando el barco hace agua, ¿no debemos acaso tratar de
reparar la avería en primer término?”
Por
supuesto. ¡Ay del pueblo que capitula ante la invasión!, ¡ay del partido que
capitula ante el enemigo interno!
Pero hay una cosa que los bomberos de
la casa incendiada olvidan: que, en boca de un socialista, “defensa de la patria” no puede
significar hacer de carne de cañón de una burguesía imperialista.
¿Es una
invasión realmente el horror de horrores ante la magia sobrenatural? Según la teoría policíaca de patriotismo
burgués y gobierno militar, toda manifestación de la lucha de clases es un
crimen contra los intereses nacionales porque —según ellos— debilita la nación.
La socialdemocracia se ha permitido degenerar hasta adoptar ese punto de vista
distorsionado. ¿Acaso la historia de la sociedad capitalista moderna no
demuestra que para la sociedad capitalista una invasión extranjera no es ese
horror espantoso que generalmente se supone, que, por el contrario, es una
medida a la que la burguesía recurre frecuentemente y gustosamente como arma
efectiva contra el enemigo interno? ¿Acaso los Borbones y aristócratas franceses
no llamaron a una invasión extranjera contra los jacobinos? ¿Acaso la
contrarrevolución austríaca de 1849 no llamó a la invasión francesa contra
Roma, a la rusa contra Budapest? ¿Acaso el Partido de la Ley y el Orden francés
de 1850 no amenazó abiertamente a la Asamblea Nacional con una invasión de
cosacos si ésta no se avenía a sus propósitos? ¿Acaso no quedó en libertad el
ejército de Bonaparte y se aseguró el apoyo del ejército prusiano contra la
Comuna de París mediante el famoso contrato entre Jules Favre, 136 Thiers y Cía., 137 y Bismarck?
La evidencia
histórica llevó a Carlos Marx, hace 45 años, a denunciar los fraudes miserables
que son las guerras “nacionales” de la sociedad capitalista moderna. En su
famoso discurso ante el Congreso General de la Internacional a propósito de la
derrota de la Comuna, dijo: “Que, después de la guerra más grande de los
tiempos modernos, los ejércitos beligerantes, el vencedor y el vencido, se unan
para la masacre conjunta del
136 Jules Favre (1809-1880): político francés, miembro
del gobierno provisional luego de la revolución de 1848. Dirigente de la
Oposición Republicana bajo Luis Napoleón. Reprimió la Comuna de París.
137 Louis-Adolphe Thiers (1797-1877): político e
historiador francés. Primer ministro en 1836-1840, presidente en 1871-1873.
Aplastó la Comuna.
proletariado,
este hecho increíble demuestra, no lo que Bismark quiere que creamos, la
derrota final del nuevo poder social, sino la desintegración total de la vieja
sociedad burguesa. La prueba mayor del heroísmo de la que es capaz el viejo
orden es la guerra nacional. Y esto se ha revelado como un fraude perpetrado
por el gobierno con el único motivo de frenar la lucha de clases, fraude que
queda al descubierto apenas la lucha de clases estalla en guerra civil. El dominio de clase ya no puede ocultarse
tras un uniforme nacional. Los gobiernos nacionales se han unido contra el
proletariado.”
En la
historia capitalista invasión y lucha de clases no son opuestos, como nos
quiere hacer creer la leyenda oficial, sino que una es el medio y la expresión
de la otra. Así como la invasión es el arma probada y certera en manos del
capital contra la lucha de clases, ésta, en su lucha audaz, siempre ha
demostrado ser el mejor medio preventivo contra las invasiones extranjeras. En
el albor de los tiempos modernos podemos citar como ejemplos las ciudades
italianas de Florencia y Milán, con su siglo de guerra sin cuartel contra los
Hohenstaufen. La tempestuosa historia de estas dos ciudades, desgarradas por
conflictos internos, prueba que la fuerza y la furia de las luchas de clases
internas no sólo no debilitan el poder defensivo de la comunidad, sino que, por
el contrario, de sus fuegos estallan las únicas llamas capaces de detener
cualquier ataque del enemigo exterior.
Pero el
ejemplo clásico de nuestro tiempo es la Gran Revolución Francesa. En 1793
París, el corazón de Francia, estaba rodeado de enemigos. Y sin embargo París y
Francia en ese momento no sucumbieron ante la invasión de la tremenda marea de
la coalición europea; por el contrario, forjaron su fuerza ante el peligro
creciente para formar una oposición más gigantesca. Si en ese momento crítico
Francia pudo enfrentar cada coalición enemiga con una combatividad milagrosa
que nunca decayó, esto se debió a la impetuosa irrupción de las fuerzas más
profundas de la sociedad en la gran lucha de clases francesa. Hoy, con una
perspectiva de un siglo, se puede discernir claramente que sólo la
intensificación de la lucha de clases, sólo la dictadura del pueblo francés y
su intrépida radicalización, podía hacer brotar del suelo francés los medios y
fuerzas como para defender y apuntalar una sociedad recién nacida contra un
mundo de enemigos, contra las intrigas de una dinastía, contra las traicioneras
maquinaciones de la aristocracia, contra los atentados del clero, contra la
traición de sus generales, contra la oposición de sesenta departamentos y
capitales provinciales, y contra los ejércitos y marina unificadas de la Europa
monárquica. Los siglos demuestran que no
es el estado de sitio sino la lucha de clases implacable lo que despierta el
espíritu de abnegación, la fuerza moral de las masas; que la lucha de clases es
la mejor protección y la mejor defensa contra un enemigo foráneo.
El mismo
quid pro quo trágico hizo presa de la
socialdemocracia cuando ésta basó su oposición ante la guerra en la doctrina
del derecho a la autodeterminación nacional.
Es cierto que el socialismo otorga a
cada pueblo el derecho a la independencia y la libertad de control
independiente de sus propios destinos. Pero es una verdadera perversión del
socialismo considerar que la sociedad capitalista contemporánea constituye una
expresión de esta autodeterminación de las naciones. ¿Dónde hay una nación en la que el
pueblo haya tenido el derecho de determinar la forma y condiciones de su
existencia nacional, política y social? En Alemania la determinación del pueblo
encontró su expresión concreta en las consignas formuladas por los demócratas
revolucionarios alemanes de 1848; los primeros combatientes del proletariado
alemán, Marx, Engels, Lassalle, Bebel y Liebknecht proclamaron y lucharon por
una República Alemana unificada. Por este ideal las fuerzas revolucionarias de
Berlín y Viena vertieron su sangre en las barricadas, en las trágicas jornadas
de marzo. Para realizar este programa Marx y Engels exigieron que Prusia tomara
las armas contra el zarismo. La primera consigna en este programa nacional fue
por la liquidación de ese “basural de la decadencia organizada, la monarquía de
Habsburgo”, al igual que otras dos docenas de monarquías en miniatura dentro de
la propia Alemania. La derrota de la revolución alemana, la traición de la
burguesía alemana sus propios ideales democráticos, llevó al régimen de
Bismarck y a su hija la Gran Prusia contemporánea, veinticinco patrias bajo un
solo timón, al Imperio Alemán.
La Alemania
moderna está construida sobre la tumba de la Revolución de Marzo [de 1848]
sobre la destrucción del derecho a la autodeterminación del pueblo alemán. La
guerra actual, que apoya a la monarquía de los Habsburgo y a Turquía, y
refuerza la autocracia militar germana, es la segunda masacre de los
revolucionarios de marzo y del programa nacional del pueblo alemán. Es una
broma diabólica de la historia que los socialdemócratas, herederos de los
patriotas alemanes de 1848, marchen a la guerra bajo el estandarte de la “autodeterminación de las naciones”.
Pero, ¿quizás la Tercera República Francesa, con sus posesiones coloniales en
cuatro continentes, sus honores coloniales en dos, es la expresión de la
autodeterminación de la nación francesa? ¿O la nación británica, con su India,
con su Sudáfrica donde un millón de blancos dominan a cinco millones de negros?
¿Quizás Turquía, o el imperio del zar?
Los políticos capitalistas, para
quienes los que gobiernan al pueblo
y las clases dominantes constituyen la
nación, pueden con toda honestidad hablar del “derecho a la autodeterminación
nacional” en relación al imperio colonial.
Para el socialista, ninguna nación es libre si su existencia nacional se basa
en la esclavización de otro pueblo, porque para él los pueblos coloniales
también están formados por seres humanos y, como tales, son parte del estado
nacional. El socialismo internacional
reconoce el derecho de las naciones libres e independientes, con igualdad de
derechos. Pero sólo el socialismo puede crear tales naciones, puede dar a sus
pueblos la autodeterminación. Esta consigna del socialismo, como todas las
demás, no es una defensa de las condiciones imperantes sino una guía, un
acicate para la política revolucionaria, regeneradora, combativa del
proletariado. Mientras existan los estados capitalistas, es decir, mientras la
política mundial imperialista determine y regule la vida interna y externa de
una nación, no puede haber “autodeterminación nacional” ni en la guerra ni en
la paz.
En este medio imperialista no puede
haber guerras de defensa nacional. Todo programa socialista que dependa de este medio histórico
determinante, que esté dispuesto a fijar su política para el torbellino mundial
desde el punto de vista de un solo país,
tiene pies de barro.
Ya hemos
tratado de demostrar el trasfondo del conflicto actual entre Alemania y sus
adversarios. Fue necesario mostrar más claramente las verdaderas fuerzas y
relaciones que constituyen la fuerza motriz de esta guerra porque esta leyenda
de la defensa de la existencia, libertad y civilización de Alemania desempeña
un importante papel en la posición de nuestro bloque parlamentario y nuestra
prensa socialista. Contra esta leyenda, es necesario resaltar la verdad
histórica para demostrar que se trata de una guerra preparada por el militarismo
alemán y sus ideas políticas mundiales durante años, que fue provocada por la
diplomacia austríaca y alemana en el verano de 1914, con perfecta conciencia de
sus consecuencias.
En la
discusión acerca de las causas generales de la guerra y su significación, no se
trata de ver el problema del “culpable”. Alemania ciertamente no tiene el menor
derecho de hablar de una guerra de defensa, pero Francia e Inglaterra no tienen
mayor justificación. Ellos tampoco protegen su existencia nacional, sino su existencia
política mundial, sus viejas posesiones coloniales, de los ataques del
advenedizo alemán. Sin duda las incursiones del imperialismo austríaco y alemán
en Oriente detonaron el conflicto, pero el imperialismo francés, al devorar
Marruecos, y el imperialismo inglés, al tratar de invadir la Mesopotamia, junto
con todas las medidas destinadas a fortalecer su dominación por la fuerza en la
India, la política rusa en el Báltico, que apunta hacia Constantinopla, todos
estos factores han juntado y apilado, rama por rama, la leña que alimenta la
conflagración. Si los armamentos capitalistas jugaron un papel importante en
calidad de resorte que decide el estallido de la catástrofe, se trató de una
competencia armamentista de todas las naciones. Y si Alemania puso la piedra
basal de la competencia armamentista por intermedio de la política de Bismarck
en 1870, esta política fue proseguida por la del Segundo Imperio y por la
policía militar colonial del Tercer Imperio, por su expansión en el este de
Asia y en África.
Los
socialistas franceses tienen en que basar su ilusión de la “defensa nacional”, porque ni el pueblo
ni el gobierno de Francia abrigaban el menor sentimiento belicista en julio de
1914. “Hoy toda Francia está, honesta, correcta y desinteresadamente, a favor
de la paz”, insistió Jaurés en el último discurso de su vida, en vísperas de la
guerra, cuando dirigió la palabra a un mitin en la Casa del Pueblo en Bruselas.
Esto es totalmente cierto y explica sicológicamente la indignación de los
socialistas franceses ante esta guerra criminal a la que su país se ve forzado
a entrar. Pero esto no basta para fijar la posición socialista frente a la
guerra mundial en cuanto hecho histórico.
Los
acontecimientos que gestaron la guerra no comenzaron en julio de 1914 sino que
se remontan a varias décadas antes. Un hilo tras otro ha sido urdido en la
rueca de un proceso natural inexorable hasta que la red implacable de la
política mundial imperialista envolvió los cinco continentes. Es un gran
complejo histórico de acontecimientos cuyas raíces se hunden hasta las
plutónicas profundidades de la creación económica, cuyas ramas superiores se
extienden hacia un nuevo mundo que está naciendo; acontecimientos ante cuya
inmensidad, que todo lo abarca, las concepciones de culpa y castigo, defensa y
ataque, se pierden en la nada.
El imperialismo no es la creación de un estado o grupo de estados imperialistas. Es el
producto de determinado grado de madurez en el proceso mundial del capitalismo,
condición congénitamente internacional, una totalidad indivisible, que sólo se
puede reconocer en todas sus relaciones y del que ninguna nación se puede
apartar a voluntad. Solamente desde este punto de vista es posible comprender
correctamente el problema de la “defensa
nacional” en la guerra actual.
El estado nacional, la
unidad nacional y la independencia fueron el escudo ideológico bajo el cual se
constituyeron las naciones capitalistas de Europa central en el siglo pasado. El capitalismo es incompatible con
las divisiones económicas y políticas que acompañan el desmembramiento en
pequeños estados. Para desarrollarse requiere grandes territorios unificados y
un grado de desarrollo mental e intelectual de la nación que eleve las tareas y
necesidades de la sociedad a un plano concomitante con el estadio prevaleciente
de la producción capitalista y el mecanismo del moderno dominio de clase
capitalista. El capitalismo, antes de poder desarrollarse, trató de crear para
sí un territorio demarcado en forma tajante por las limitaciones nacionales.
Este programa se realizó únicamente en Francia en la época de la Gran
Revolución, puesto que en la herencia nacional y política que la Edad Media
feudal legó a Europa, esto podría ser fruto únicamente de medidas
revolucionarias. En el resto de Europa esta nacionalización, al igual que el
movimiento revolucionario en su conjunto, siguió siendo un remiendo de promesas
semicumplidas. El Imperio Germano, la Italia moderna, Austria-Hungría, Turquía,
el Imperio Ruso y el Imperio Británico mundial son pruebas vivientes de este
hecho. El programa nacional podía
desempeñar un papel histórico siempre que representara la expresión ideológica
de una burguesía en ascenso, ávida de poder, hasta que ésta afirmara su
dominación de clase en las grandes naciones del centro de Europa de uno u otro
modo, y creara en su seno las herramientas y condiciones necesarias para su
expansión. Desde entonces, el
imperialismo ha enterrado por completo el viejo programa democrático burgués
reemplazando el programa original de la burguesía en todas las naciones por la
actividad expansionista sin miramientos hacia las relaciones nacionales. Es
cierto que se ha mantenido la fase nacional pero su verdadero contenido, su
función ha degenerado en su opuesto diametral. Hoy la nación no es sino un
manto que cubre los deseos imperialistas, un grito de combate para las
rivalidades imperialistas, la última medida ideológica con la que se puede
convencer a las masas de que hagan de carne de cañón en las guerras
imperialistas.
Esta
tendencia general del capitalismo contemporáneo determina las políticas de los
estados individuales como su ley suprema y ciega, así como las leyes de la
competencia económica determinan las condiciones de producción del empresario
individual.
Supongamos
un instante, para seguir la discusión e investigar el fantasma de las “guerras
nacionales” que controla en este momento la política socialdemócrata, que en
uno de los estados beligerantes la guerra fuera, al comienzo, una guerra de
defensa nacional. El éxito en el terreno militar exigiría la ocupación
inmediata de territorio enemigo. Pero la influencia de grupos capitalistas
interesados en la anexión imperialista despertará apetitos imperialistas a
medida que prosigue la guerra. La tendencia imperialista que al comienzo fue,
quizás, embrionaria, crecerá y se desarrollará en el invernadero de la guerra y
en poco tiempo determinará su carácter, fines y resultados.
Además, el
sistema de alianzas militares que ha regido las relaciones políticas de estas
naciones durante décadas significa que en el curso de la guerra cada uno de los
campos beligerantes tratará de conseguir la ayuda de sus aliados, nuevamente
desde un punto de vista puramente defensivo. Así, uno tras otro, todos los
países son arrastrados a la guerra, se tocan inevitablemente nuevos círculos
imperialistas, se crean otros. De esa manera Inglaterra arrastró a Japón y, con
la entrada de la guerra en Asia, la China ha entrado en el círculo de problemas
políticos y ha influenciado la rivalidad existente entre Japón y Estados
Unidos, entre Inglaterra y Japón, y así se acumulan motivos para conflictos
futuros. De esta manera Alemania arrastró a Turquía a la guerra, poniendo el
problema de Constantinopla, los Balcanes y Asia occidental en primer plano.
Inclusive
aquél que en sus comienzos no comprendió que la guerra mundial obedece a causas
puramente imperialistas, después de un análisis objetivo de las consecuencias
no puede dejar de comprender que, en las actuales circunstancias, ésta se
convierte automática e inevitablemente en un conflicto por la división del
mundo. Esto era obvio desde el comienzo. El equilibrio inestable de poder entre
los dos campos beligerantes obliga a cada uno de ellos, aunque más no sea por
razones de táctica militar, para fortalecer la propia posición o frustrar
posibles ataques, a controlar los países neutrales mediante negociaciones que
involucran a pueblos y naciones enteros: tales como las ofertas austrogermanas
a Italia, Rumania, Bulgaria y Grecia por un lado, y las anglorrusas por el otro.
La “guerra de defensa nacional” ha surtido el efecto sorprendente de crear,
inclusive en las naciones neutrales, una transformación general de la propiedad
y del poder relativo, siempre en línea directa con las tendencias
expansionistas. Por último, el hecho de que todos los estados capitalistas
modernos poseen colonias que, aunque la guerra haya comenzado como guerra por
la defensa nacional, se verán arrastradas al conflicto por razones de táctica
militar; el hecho de que cada país tratará de ocupar las posesiones coloniales
de su adversario o, al menos, tratará de fomentar el desorden allí,
automáticamente transforma todas las guerras en conflictos imperialistas
mundiales.
Así la
concepción de esa modesta guerra defensiva, de devoto amor a la patria, que se
ha convertido en el ideal de nuestros parlamentarios y editores, es pura
ficción y demuestra, de su parte, una falta total de comprensión de la guerra y
sus relaciones mundiales. Lo que determina el carácter de la guerra no son las
declaraciones solemnes, ni siquiera las intenciones honestas de los políticos
prominentes, sino la configuración momentánea de la sociedad y sus
organizaciones militares. A primera vista la frase “guerra nacional de defensa”
parecería aplicable en el caso de un país como Suiza. Pero Suiza no es un
estado nacional y, por lo tanto, no es pasible de comparación con otros estados
modernos. Su misma existencia “neutral”, su milicia de lujo, son los frutos
negativos del estado de guerra latente en los grandes estados militares vecinos.
Mantendrá esta neutralidad hasta tanto decida oponerse a esta situación. Cuánto
tarda el talón de hierro del imperialismo en aplastar a un estado neutral en
una guerra mundial lo demuestra la suerte que corrió Bélgica.
Lo que nos
lleva a la posición peculiar de la “pequeña nación”. Un ejemplo clásico de
“guerra nacional” es Servia. Si hubo alguna vez un estado que poseyó, según las
pautas formales, el derecho a la defensa nacional, ese estado es Servia.
Despojada, en virtud de las anexiones austríacas, de su unidad nacional,
amenazada su existencia misma como nación por las pretensiones austríacas,
obligada por Austria a entrar en guerra, está luchando, según todas las pautas
humanas, por su existencia, libertad y civilización. Pero si el bloque socialdemócrata
tiene razón, entonces los socialdemócratas servios que protestaron contra la
guerra en el parlamento de Belgrado y se negaron a votar los presupuestos de
guerra son, en verdad, traidores a los intereses vitales de su propio país. En
realidad los socialistas servios Laptchevic y Kaclerovic no sólo han inscrito
sus nombres en letras de oro en los anales del movimiento socialista
internacional, sino que han demostrado poseer una clara concepción histórica de
las verdaderas causas de la guerra. Al votar en contra del presupuesto bélico
le han prestado a su patria el mejor servicio posible. Servia participa, desde
el punto de vista formal, en una guerra por la defensa nacional. Pero su
monarquía y clases dominantes están tan animadas de deseos expansionistas como
todas las clases dominantes de todos los estados modernos. Los rasgos étnicos
les son indiferentes y, por tanto, su guerra posee características agresivas.
Servia extiende sus brazos hacia la costa del Adriático donde está librando un
conflicto netamente imperialista con Italia a costa de los albanos, conflicto
que no será resuelto por ninguna de las dos potencias que tienen intereses
directos en el mismo, sino por las superpotencias que tendrán la última palabra
en cuanto a los términos de la paz. Pero, por encuna de todo, no debemos olvidar que detrás del
nacionalismo servio está el imperialismo ruso. Servia no es más que un peón
en el gran tablero de la política mundial. Cualquier análisis de la guerra en
Servia que no tome en cuenta estas grandes relaciones y el trasfondo político
mundial general carece necesariamente de fundamento.
Lo propio
ocurre con la reciente guerra de los Balcanes. Considerado como hecho aislado,
los jóvenes estados balcánicos tenían una justificación histórica al defender
el viejo programa democrático del estado nacional. En su conexión histórica,
empero, que convierte a los Balcanes en un punto crítico y centro de la
política imperialista, estas guerras balcánicas eran objetivamente sólo un
eslabón en la cadena de acontecimientos que condujeron, fatalmente, a la
presente guerra mundial. Después de la guerra de los Balcanes la
socialdemocracia internacional, reunida en el congreso de paz de Basilea,
recibió a los socialistas de los Balcanes con una estruendosa ovación por
haberse negado firmemente a dar su apoyo moral y político a la guerra. Con este
acto la Internacional repudió por adelantado la posición asumida por los
socialistas franceses y alemanes en la guerra actual.
Todos los
estados pequeños, Holanda por ejemplo, están en la misma situación que los
estados balcánicos. “Cuando el barco hace agua hay que reparar la avería”; ¿y
qué motivo tendría, en verdad, la pequeña Holanda para luchar, si no es su
existencia nacional y la libertad de su pueblo? Si no tenemos en cuenta más que
la decisión del pueblo holandés, incluso de sus clases dominantes, se trata
indudablemente de un problema de defensa nacional lisa y llana. Pero aquí
nuevamente la política proletaria no puede juzgar de acuerdo a las intenciones
subjetivas de un solo país. En este caso, también, debe asumir una posición
como parte de la Internacional, según la totalidad compleja de la situación
política mundial. Holanda, también, quiéralo o no, es sólo un pequeño engranaje
de la gran máquina de la política y diplomacia mundial modernas. Esto quedaría
en claro inmediatamente si Holanda se viera arrastrada al torbellino de la
guerra mundial. Sus enemigos atacarían sus colonias. Automáticamente Holanda se
volcaría a la defensa bélica de sus posesiones. La defensa de la independencia
nacional del pueblo holandés en el Mar del Norte se expandiría para abarcar
concretamente la defensa de su derecho de dominio y explotación de los malayos
en el Archipiélago del Océano Indico. Más aun: el militarismo holandés, de
confiar únicamente en sí mismo, sería aplastado como una cáscara de nuez en el
torbellino de la guerra mundial. Queriéndolo o no, se uniría a alguna de las
grandes alianzas nacionales. De un lado u otro sería portadora e instrumento de
tendencias puramente imperialistas.
Así es como
el medio histórico del imperialismo moderno determina el carácter de la guerra
en los países individuales y este mismo medio imposibilita la guerra de defensa
nacional.
Kautsky
también lo dijo, hace apenas unos años, en su folleto Patriotismo y
socialdemocracia, Leipzig, 1907, páginas 12-14: “Aunque el patriotismo de la
burguesía y del proletariado son dos fenómenos distintos, en verdad opuestos,
hay situaciones en las que ambos tipos de patriotismo pueden unirse para la acción,
inclusive en tiempo de guerra. La burguesía y el proletariado de una nación
están interesados por igual en su independencia y autodeterminación nacionales,
en la liquidación de toda forma de opresión y explotación a manos de una nación
extranjera. En los conflictos nacionales que han surgido de tales intentos, el
patriotismo del proletariado siempre se ha unido al de la burguesía. Pero en
toda gran convulsión nacional el proletariado se ha convertido en un poder que
puede resultarle peligroso a la clase dominante; la revolución acecha al final
de cada guerra, como lo demuestran la Comuna de París de 1871 y el terrorismo
ruso que surgió después de la guerra ruso-japonesa.
”En vista de
esto, la burguesía de las naciones que no se encuentran lo bastante unificadas
ha llegado a sacrificar sus pretensiones nacionales allí donde las mismas sólo
puedan conservarse a expensas del gobierno, porque su odio y temor a la
revolución supera de lejos su amor a la independencia y grandeza nacionales.
Por eso la burguesía sacrifica la independencia de Polonia y permite la
existencia de antiguas constelaciones como Austria y Turquía, aunque hace más
de una generación que están condenadas a la destrucción. Las luchas nacionales
en cuanto generadoras de revoluciones han cesado en la Europa civilizada. Los
problemas nacionales que sólo la guerra o la revolución pueden solucionar serán
resueltos en el futuro solamente por la victoria del proletariado. Pero
entonces, gracias a la solidaridad internacional, asumirán una forma completamente
distinta de la que impera hoy en un estado social de explotación y opresión. En
los estados capitalistas este problema ya no debe preocupar al proletariado en
su lucha. Debe emplear todas sus fuerzas en otras tareas.”
“Mientras
tanto, la posibilidad de que el patriotismo burgués y el proletario se
unifiquen para proteger la libertad del pueblo se vuelve cada vez más remota.”
Kautsky explica luego que la burguesía francesa se ha unido al zarismo, que
Rusia ha dejado de ser una amenaza para Europa occidental porque la revolución
la ha debilitado. “En estas circunstancias no se puede esperar una guerra en
defensa de la libertad nacional en la que se unan el burgués y el proletario.”
(Ibídem, p. 16.)
“Ya hemos
visto que los conflictos que, en el siglo XIX, podrían haber llevado a pueblos
amantes de la libertad a guerrear contra sus vecinos, han dejado de existir.
Hemos visto en todas partes que el militarismo moderno de ninguna manera
defiende derechos populares importantes, sino que apoya las ganancias. Sus
actividades no apuntan a defender la independencia e invulnerabilidad de su
propia nacionalidad, que en ninguna parte se ve amenazada, sino a asegurar y
extender las conquistas de ultramar que sólo sirven para acrecentar las
ganancias capitalistas. En la actualidad los conflictos entre estados no
podrían dar lugar a guerra alguna que el proletariado no tenga el deber de
repudiar enérgicamente.” (Ibídem, p. 23.)
En vista de
todas estas consideraciones, ¿cuál será la posición de la socialdemocracia en
esta guerra? ¿Declarará, acaso: puesto que se trata de una guerra imperialista,
puesto que en nuestro país no gozamos de autodeterminación socialista alguna,
su existencia o no existencia nos es indiferente, y lo entregaremos al enemigo?
El fatalismo pasivo jamás puede cuadrarle a un partido revolucionario como el
socialdemócrata. No puede colocarse a disposición del estado clasista
existente, al mando de las clases dominantes, ni esperar en silencio a que pase
la tormenta. Debe adoptar una política clasista activa, una política que
acicatee a las clases dominantes en toda gran crisis social y llevará a la
crisis misma a trascender de lejos su alcance original. Tal es el papel que
deberá desempeñar la socialdemocracia a la cabeza del proletariado combatiente.
En lugar de cubrir esta guerra imperialista con el manto engañoso de la
autodefensa nacional, la socialdemocracia debería haber exigido seriamente el
derecho a la autodeterminación nacional, lo debería haber utilizado como
palanca contra la guerra imperialista.
La exigencia
más elemental de la defensa nacional es que la nación tome su defensa en sus
propias manos. El primer paso en este sentido es la milicia; no sólo el
inmediato armamento de toda la población masculina adulta, sino también, y sobre
todo, la decisión popular en todas las cuestiones referentes a la guerra y la
paz. Debe exigir, además, la liquidación inmediata de toda forma de opresión
política, puesto que la mayor libertad política es la mejor base para la
defensa nacional.
Proclamar
estas medidas fundamentales de defensa nacional, exigir su realización, es el
primer deber de la socialdemocracia.
Durante
cuarenta años hemos tratado de demostrar tanto a las masas como a las clases
dominantes que sólo la milicia es capaz de defender a la patria y hacerla
invencible. Y, sin embargo, ante la primera prueba, pusimos la defensa de
nuestro país en manos del ejército permanente como si tal cosa, para
convertirnos en carne de cañón bajo el garrote de las clases dominantes.
Nuestros parlamentarios aparentemente ni se dieron cuenta de que las
bendiciones fervientes que derramaron sobre estos defensores de la patria que
partían rumbo al frente constituían, en la práctica, un reconocimiento total de
que el ejército imperial prusiano permanente es el verdadero defensor de la
patria. Evidentemente no comprendieron que con ese reconocimiento sacrificaban
el punto de apoyo de nuestro programa político, que desechaban la milicia y
disolvían en la nada el significado práctico de cuarenta años de agitación
contra el ejército permanente. En virtud de este acto del bloque
socialdemócrata, nuestro programa militar se convirtió en una doctrina utópica,
una obsesión doctrinaria que nadie puede tomar en serio.
Los maestros
del proletariado internacional analizaron el problema de la defensa de la
patria bajo otra luz. Cuando el proletariado de París, rodeado de prusianos en
1871, tomó en sus manos las riendas del gobierno, Marx escribió con entusiasmo:
“París
centro y sede de los viejos poderes gubernamentales y simultáneamente centro
social de gravedad de la clase obrera francesa, París se ha levantado en armas
contra el intento de Monsieur Thiers y su pandilla de junkers de reinstaurar y
perpetuar el gobierno de los viejos poderes de dominio imperial. París pudo
resistir, únicamente porque en el sitio perdió su ejército, porque en su lugar
puso una guardia nacional compuesta principalmente de obreros. Era necesario
convertir esta innovación en una institución permanente. El primer acto de la Comuna fue, por tanto, la sustitución del ejército
permanente por el pueblo armado... Si ahora la Comuna era el verdadero
representante de todos los elementos sanos de la sociedad francesa y, por
tanto, un verdadero gobierno nacional, era al mismo tiempo, como gobierno proletario, como valiente
luchador de la emancipación del trabajo, internacional en el sentido más
auténtico de la palabra. Bajo la vista del ejército prusiano, que ha anexado
dos provincias francesas a Alemania, la Comuna ha anexado a todos los obreros
del mundo a Francia. (Discurso ante el Consejo General de la Internacional.)
¿Pero qué
dijeron nuestros maestros con respecto al papel de la socialdemocracia en la
guerra actual? En 1892 Friedrich Engels expresó la siguiente opinión con
respecto a los lineamientos fundamentales a los que debía ajustarse la política
de los partidos proletarios en una gran guerra: “Una guerra en el curso de la
cual rusos y franceses invadieran Alemania, sería para este país una lucha de
vida o muerte. En esas circunstancias sólo podría asegurar su existencia
nacional con los métodos más revolucionarios. El gobierno actual, a menos que
se vea obligado a hacerlo, no provocará la revolución, pero tenemos un partido
capaz de obligarlo a ello o, de ser necesario, de reemplazarlo: el Partido
Social Demócrata.
”No hemos
olvidado el glorioso ejemplo de Francia en 1793. Nos acercamos al centenario de
1793. Si el deseo de conquista de Rusia, o la impaciencia chovinista de la
burguesía francesa detienen la marcha victoriosa, aunque pacífica, de los
socialistas alemanes, estos están preparados -que nadie lo dude— para
demostrarle al mundo que los proletarios alemanes de hoy no son indignos de los
sansculottes138 franceses, que 1893
será digno de 1793. Y si los soldados de Monsieur Constans llegan a poner el
pie en suelo alemán saldremos a su encuentro con las palabras de la
‘Marsellesa’:
Contra nosotros la
tiranía
levanta su sangriento
estandarte
¿Oís en los campos
138 Sansculottes: en francés significa
sin calzones. Los que no usaban los pantalones hasta la rodilla (culottes) de
los caballeros sino los largos de las clases bajas. Las masas que hicieron la
Revolución Francesa.
El rugir de
fieros soldados?
”En fin, la
paz garantiza el triunfo del Partido Social Demócrata en alrededor de diez
años. La guerra significará su victoria en dos o tres años o su liquidación
total para los próximos 15 a 20 años.”
Cuando
Engels escribió estas palabras tenía en mente una situación muy distinta a la
de hoy. El veía el acecho del antiguo zarismo. Ya hemos visto la gran
Revolución Rusa. Pensaba, además, en una verdadera guerra de defensa, en una
Alemania atacada desde oriente y occidente por dos fuerzas hostiles. Por
último, sobrestimaba la madurez de la situación alemana y la posibilidad de la
revolución social, como los verdaderos combatientes, que tienden a sobrestimar
el verdadero ritmo del proceso. Pero, con todo, sus frases demuestran con
extraordinaria claridad que, para Engels, defensa de la patria en el sentido
socialdemócrata no era el apoyo al gobierno militar de los junkers prusianos y
su estado mayor, sino una acción revolucionaria, cuyo modelo eran los jacobinos
franceses.
Sí, los
socialistas tienen el deber de defender a su país en las grandes crisis
históricas, y en esto yace la gran traición del bloque parlamentario
socialdemócrata. Cuando anunció el 4 de agosto “en esta hora de peligro no
abandonaremos a la patria”, negó al mismo tiempo sus propias palabras. Porque
en verdad ha desertado a la patria en el momento de mayor peligro. El más alto
deber de la socialdemocracia para con la patria exigía que denunciara el
verdadero trasfondo de la guerra imperialista, que rompiera la trama de
mentiras imperialistas y diplomáticas que tapa los ojos del pueblo. Era su
deber hablar fuerte y claramente, proclamar ante el pueblo alemán que la
victoria sería tan funesta como la derrota, oponerse al amordazamiento de la
patria mediante el estado de sitio, exigir que sólo el pueblo decidiera el
problema de la guerra y la paz, exigir que el parlamento sesionara
permanentemente durante la guerra, imponer un control vigilante del parlamento
sobre el gobierno y del pueblo sobre el parlamento, exigir la eliminación
inmediata de toda desigualdad política, puesto que sólo un pueblo libre puede
gobernar adecuadamente su país, y, por último, oponer a la guerra imperialista,
apoyada en las fuerzas más reaccionarias de Europa, el programa de Marx, Engels
y Lassalle.
Tal era la
bandera que debería haber ondeado sobre Alemania. Esa hubiera sido una política
verdaderamente nacional, verdaderamente libre, acorde con las mejores
tradiciones alemanas y de la política clasista internacional del proletariado.
La gran hora
histórica de la guerra mundial exigía obviamente un accionar político unánime,
una actitud tolerante y amplia que sólo la socialdemocracia puede asumir. En
lugar de esto los representantes parlamentarios de la clase obrera capitularon
miserablemente. La socialdemocracia no adoptó una política errónea. Simplemente
no tuvo política. Se ha autoliquidado totalmente como partido con concepción
del mundo propia, ha entregado el país, sin la menor protesta, a la suerte de
la guerra imperialista afuera, a la dictadura de la espada adentro. Más aun, ha
asumido la responsabilidad por la guerra imperialista. La declaración del
“bloque parlamentario” dice: “Sólo hemos votado por la defensa de nuestro país.
No aceptamos la menor responsabilidad por la guerra.” Pero, en realidad, la
verdad es lo opuesto. Los medios para “la defensa nacional”, es decir, para la
masacre masiva por parte de las fuerzas armadas de la monarquía militar no
fueron votados por la socialdemocracia. Porque el presupuesto de guerra no dependía
en lo más mínimo de la socialdemocracia. Como minoría que era, se enfrentaba
con una mayoría compacta de las tres cuartas partes del Reichstag capitalista.
Al votar a favor del presupuesto de guerra la socialdemocracia logró tan sólo
una cosa. Puso a la guerra el sello socialdemócrata de defensa de la patria, y
apoyó y respaldó las ficciones propagadas por el gobierno sobre la verdadera
situación y los problemas de la guerra.
Así, la
profunda alternativa entre los intereses
nacionales y la solidaridad internacional del proletariado, la trágica
opción que puso a nuestros parlamentarios “con amargura en el corazón” del lado
del belicismo imperialista, fue un mero invento de su imaginación, una ficción
nacionalista burguesa. En realidad, entre los intereses de la nación y los
intereses de clase del proletariado, en la guerra y en la paz, existe la más
completa armonía. Ambos exigen llevar adelante la lucha de clases con toda
energía, aplicar el programa socialdemócrata con toda decisión.
Pero, ¿qué
debía hacer nuestro partido para dar peso y énfasis a nuestra oposición
antibélica y a nuestras consignas acerca de la guerra? ¿Llamar a una huelga
general? ¿Llamar a los soldados a negarse a cumplir con el servicio militar?
Así se plantea generalmente el interrogante. Contestar con un simple sí o no
sería tan ridículo como decidir: “Cuando
estalle la guerra iniciaremos una revolución”. Las revoluciones no se
“hacen” ni las grandes movilizaciones populares se producen según recetas
técnicas que los dirigentes partidarios guardan en sus bolsillos. Pequeños
grupos de conspiradores pueden organizar un tumulto para cierto día y a cierta
hora, pueden darle al pequeño núcleo de sus partidarios la señal de empezar.
Las movilizaciones de masas en medio de grandes crisis históricas no se pueden
iniciar con medidas tan primitivas.
La huelga de
masas mejor organizada puede fracasar miserablemente en el momento en que los
dirigentes dan la señal, puede ceder completamente ante el primer ataque. El
éxito de los grandes movimientos populares, sí, hasta el propio momento y las
circunstancias de su iniciación, están sujetos a una serie de factores
económicos, políticos y psicológicos. El grado de tensión entre las clases, el
nivel de inteligencia de las masas y el grado o madurez de su espíritu de
resistencia: todos estos factores, incalculables, constituyen premisas que
ningún partido puede crear artificialmente. Tal es la diferencia entre las
grandes convulsiones históricas y las pequeñas manifestaciones de protesta que
un partido bien disciplinado puede llevar a cabo en tiempos de paz: actos
tranquilos, bien organizados, que responden obedientemente a la batuta
esgrimida por los dirigentes del partido. El gran momento histórico crea los
métodos que llevarán a la movilización revolucionaria al triunfo, crea e
improvisa armas nuevas, enriquece el arsenal del pueblo con armas desconocidas,
que los partidos y sus dirigentes ni siquiera habían oído mencionar.
Lo que
debería haber podido brindar la socialdemocracia, en tanto que vanguardia del
proletariado consciente, no eran
preceptos ridículos y recetas técnicas, sino una consigna política, claridad
respecto de los problemas políticos e intereses del proletariado en época de
guerra.
Porque lo
que se ha dicho respecto de la huelga de masas en la Revolución Rusa también
puede decirse de cualquier movilización de masas: “Si bien el propio período
revolucionario exige la creación, el cálculo y el pago de los costos de la
huelga de masas, los dirigentes socialdemócratas tienen una misión enteramente
distinta que cumplir. En lugar de preocuparse del mecanismo técnico de la
huelga de masas, es el deber de la socialdemocracia asumir su dirección
política, inclusive en medio de una crisis histórica. Formular la consigna,
determinar la dinámica de la lucha, plantear las tácticas del conflicto
político de modo que en cada fase de la movilización la suma total de fuerzas
activas del proletariado, disponibles y ya movilizadas encuentren su expresión
en la posición del partido, que la decisión y vigor de la táctica
socialdemócrata jamás sea más débil que la fuerza que las respalda, antes bien
se adelante a ella, tal es el problema importante que se le plantea a la
dirección del partido en una gran crisis histórica. Entonces, esta dirección se
convertirá, en cierto sentido, en dirección técnica. Una línea de acción
decidida, coherente y progresiva de parte de la socialdemocracia generará en
las masas seguridad, confianza y una voluntad combativa inquebrantable. Un
curso débil, vacilante, basado en la subestimación del poder del proletariado,
frena y confunde alas masas. En el primer caso, la acción de masas estallará
‘por su cuenta’ y ‘en el momento apropiado’; en el segundo, el llamado a la
acción por parte de los dirigentes suele ser ineficaz.” (Huelga de masas,
partido político y sindicato.)
Mucho más
importante que el aspecto técnico, externo, de la movilización, es su contenido
político. Así, por ejemplo, la escena parlamentaria, el único escenario
internacionalmente conspicuo y de largo alcance, podría haber sido una poderosa
fuerza motriz para el despertar del pueblo, si los diputados socialdemócratas
la hubiesen utilizado para proclamar fuerte e inequívocamente los intereses,
problemas y demandas de la clase obrera.
“¿La
posición antibélica de la socialdemocracia habría contado con la aprobación de
las masas?” Imposible responder a ese interrogante. Pero carece de importancia.
¿Acaso nuestros diputados les exigieron a los generales prusianos una garantía
absoluta de su victoria antes de votar por el presupuesto de guerra? Lo que es
válido para los ejércitos militares es igualmente válido para los ejércitos
revolucionarios. Van a la guerra cuando las circunstancias lo exigen, sin
garantías previas de triunfar. En el peor de los casos el partido se habría
visto condenado, en los primeros meses de guerra, a la ineficacia política.
Quizás su
posición viril habría desatado contra nuestro partido las duras persecuciones
que se ganaron Liebknecht y Bebel en 1870. “Pero, qué importa eso —dijo Ignaz
Auer con toda sencillez en su discurso acerca del Sedanfeier en 1895—. El partido
que ha de conquistar el mundo debe mantener en alto sus principios sin contar
los peligros que esto pueda acarrearle. ¡El partido que actúe de otra manera
está perdido! “
“Nunca es
fácil nadar contra la corriente -dijo el viejo Liebknecht—. Y cuando la
corriente viene con la rapidez y fuerza de un Niágara es más difícil aun.
Nuestros camaradas viejos recuerdan aún el odio de ese año de vergüenza
nacional, bajo las leyes antisocialistas de 1878. En esa época millones
consideraban a los socialdemócratas asesinos y viles criminales por su
actuación en 1870; el socialista había sido un traidor y un enemigo a los ojos
de las masas. La furia elemental del ‘alma popular’ puede ser agobiadora,
avasallante, asombrosa. Uno se siente impotente, como si se tratara de un poder
superior. Es una verdadera forcé majeure. No hay un enemigo corpóreo. Es como
una epidemia en el seno del pueblo, en el aire, en todas partes.
”No
obstante, no se puede comparar el estallido de 1878 con el de 1870. Este
huracán de pasiones humanas que dobla, rompe, destruye todo lo que encuentra en
su camino, y junto con él la terrible maquinaria del militarismo en plena y
horrible actividad; y nosotros nos hallamos entre los engranajes de hierro,
cuyo roce significa la muerte inmediata, entre los brazos de hierro que
amenazan a cada rato con atraparnos. Al lado de esta fuerza elemental de
espíritus liberados estaba el mecanismo más completo para el arte del asesinato
que se había visto en la historia de la humanidad; todo en la más frenética
actividad, cada caldera a punto de estallar. En ese momento, ¿cuál es la
voluntad y fuerza del individuo? Sobre todo cuando uno sabe que representa a
una pequeña minoría, sin respaldo popular.
”En esa
época nuestro partido se hallaba en estado de desarrollo. Estábamos ante una
prueba durísima, cuando aún no poseíamos la organización necesaria para
enfrentarla. Cuando llegó el movimiento antisocialista, en el año de la
vergüenza de nuestros enemigos, en el año de honor de la socialdemocracia, ya
teníamos una organización fuerte y arraigada. Todos y cada uno de nosotros
sentíamos un poderoso apoyo que nos fortalecía en el movimiento organizado que
nos respaldaba, y ninguna persona cuerda podía concebir la destrucción del
partido.
”De modo que
en esa época nadar contra la corriente era una hazaña nada despreciable. Pero
lo que ha de hacerse, se hará. De modo que apretamos los dientes ante lo
inevitable. No era momento para caer presa del temor [...] Por cierto que Bebel
y yo [...] jamás hicimos caso de las advertencias. No retrocedimos. ¡Debíamos
mantenernos firmes, costara lo que costase!”
Se
mantuvieron firmes, y durante cuarenta años la socialdemocracia se alimentó de
la fuerza moral con la que había enfrentado un mundo de enemigos.
Lo mismo
habría ocurrido ahora. Al principio no hubiéramos logrado nada excepto
salvaguardar el honor del proletariado, y miles y miles de proletarios que
están muriendo en las trincheras en la más espantosa oscuridad mental no
hubieran muerto en medio de la confusión espiritual, sino con la certeza de que
aquello que lo había sido todo en sus vidas, la internacional, la
socialdemocracia emancipadora, era algo más que un sueño.
La voz de
nuestro partido hubiera caído como un baldazo de agua sobre la embriaguez
chovinista de las masas. Hubiera protegido al proletariado inteligente del
delirio, le hubiera dificultado al imperialismo la tarea de envenenar y
obnubilar la mente del pueblo. La cruzada contra la socialdemocracia hubiera
despertado al pueblo en un lapso increíblemente breve.
Y a medida
que prosiguiera la guerra, a medida que creciera el horror del derramamiento de
sangre y la masacre sin fin, que la pezuña imperialista se hiciera más
evidente, que la explotación por parte de los especuladores ávidos de sangre se
tomara más desvergonzada, cada elemento vivo, honesto, progresista y humano de
las masas se habría agrupado junto al estandarte de la socialdemocracia. La
socialdemocracia alemana, en medio del torbellino enloquecido del colapso y la
decadencia, hubiera parecido una roca en medio de un mar proceloso, el faro de
toda la Internacional, guiando y dirigiendo a los movimientos obreros de todos
los países del mundo. El inigualado prestigio moral de los socialistas alemanes
hubiera actuado sobre los socialistas de todas las naciones en poco tiempo. Los
sentimientos de paz hubieran corrido como un reguero de pólvora, y la consigna
popular de paz en todos los países hubiera acelerado el fin de la masacre,
hubiera disminuido la cantidad de víctimas.
El
proletariado alemán seguiría siendo el faro del socialismo y la emancipación
humana.
Tarea muy
digna, por cierto, de los discípulos de Marx, Engels y Lassalle.
VIII
A pesar de
la dictadura militar y la censura de prensa, a pesar de la caída de la
socialdemocracia, a pesar de la guerra fratricida, la lucha de clases surge de
la paz civil con fuerza tremenda: de la sangre y el humo de los campos de
batalla se levanta la solidaridad del movimiento obrero internacional. No en un
esfuerzo débil por tratar de levantar artificialmente a la Internacional, no en
juramentos aislados de mantenerse unidos cuando termine la guerra. No, aquí, en
la guerra, de la guerra, se levanta con nuevo poder e intensidad el
reconocimiento de que los proletarios de todos los países tienen los mismos
intereses. La guerra mundial destruye todas las mentiras que ella misma creó.
¿Victoria o
derrota? Esa es la consigna del militarismo todopoderoso en las naciones
beligerantes, y los dirigentes socialdemócratas se han hecho eco de la misma.
Victoria o derrota se ha convertido en la gran aspiración de los obreros de
Alemania, Francia, Inglaterra y otros países, al igual que para las clases
dominantes de esas naciones. Cuando truenan los cañones, todos los intereses
proletarios ceden ante los deseos de victoria —para su país, es decir, de
derrota del enemigo. Y, sin embargo, ¿qué puede traerle la victoria al
proletariado?
Según la
versión oficial de los dirigentes de la socialdemocracia, aceptada rápidamente
y sin críticas, la victoria alemana significaría para Alemania una expansión
industrial ilimitada; la derrota, la ruina industrial. Esta concepción
coincide, en términos generales, con la que se sostenía durante la guerra de
1870. Pero la etapa de expansión capitalista que siguió a la guerra de 1870 no
fue producto de la guerra, sino más bien de la unificación política de los
distintos estados alemanes, aunque esta unificación tomó la forma de la figura
lisiada que Bismarck llamó Imperio Germano. El ímpetu industrial provino de la
unificación, a pesar de la guerra y los distintos escollos reaccionarios que la
siguieron. Lo que consiguió la guerra fue implantar la monarquía militar y el
gobierno junker prusiano en Alemania; la derrota de Francia en cambio provocó
la caída de su imperio y la instauración de una república.
Pero hoy la
situación es diferente para todas las naciones afectadas. Hoy la guerra no
actúa como fuerza dinámica capaz de proveerle al capitalismo joven y en ascenso
las condiciones- políticas indispensables para su desarrollo “nacional”. La
guerra moderna cumple este papel únicamente en Servia, como fragmento aislado.
Reducida a su significación histórica objetiva, la guerra no es sino la
competencia armada de un capitalismo plenamente desarrollado que lucha por la
hegemonía mundial, por la explotación de los remanentes de las áreas no
capitalistas del mundo. Esto otorga a la guerra y a sus consecuencias políticas
un carácter enteramente nuevo. El alto grado de desarrollo industrial mundial de
la producción capitalista se refleja en el extraordinario avance tecnológico
destructivo de los instrumentos de guerra, así como en el grado de perfección
prácticamente uniforme que ha alcanzado en todos los países beligerantes. La
organización internacional de la industria bélica se refleja en la
inestabilidad militar que vuelve la balanza, a través de estadios y variaciones
parciales, a su verdadero punto de equilibrio y posterga la decisión final para
un futuro cada vez más remoto. Por otra parte, la indecisión de los resultados
militares provoca una afluencia constante de reservas nuevas al frente,
provenientes tanto de las naciones beligerantes como de países hasta hoy
considerados neutrales. En todas partes la guerra encuentra material suficiente
para los deseos y conflictos imperialistas, o crea ella misma combustible para
alimentar la hoguera que se extiende como un incendio forestal. Pero cuanto
mayores sean las masas y el número de naciones arrastradas a la guerra mundial,
mayor será su duración.
Todos estos
factores demuestran, antes de que se llegue a la victoria o derrota, cuál será
el resultado de la guerra: la ruina económica de todas las naciones
participantes y, en medida creciente, de las naciones formalmente neutrales,
fenómenos no observados en las guerras anteriores de la era moderna. Cada mes
de guerra que transcurre confirma y fortalece este efecto y quita así, por
adelantado, los frutos que se espera dará la victoria militar. Esto no lo podrá
alterar, en última instancia, ni la victoria ni la derrota; por el contrario,
probablemente la solución no será de tipo militar y aumenta la probabilidad de
que la guerra termine en virtud del cansancio general total. Pero aun una
Alemania victoriosa, en esas circunstancias, aunque los agitadores belicistas
imperialistas lograran llevar el asesinato en masa hasta la destrucción total
de sus adversarios, aunque se cumplieran sus sueños más osados, lograría a lo
sumo una victoria a lo Pirro. Sus trofeos serían una serie de territorios
anexados, empobrecidos y despoblados, y la ruina bajo su propio techo.
El
observador más superficial no puede dejar de observar que la nación más
victoriosa no puede contar con reparaciones de guerra que compensen las
heridas. Tal vez vean en la mayor ruina económica de Inglaterra y Francia, los
países más cercanos a Alemania en virtud de sus vínculos comerciales, de cuya
recuperación depende su propia prosperidad, un sustituto y un agregado a su
victoria. Tales son las circunstancias bajo las que el pueblo alemán se vería
obligado, aun después de una guerra victoriosa, a pagar al contado los empréstitos de guerra “votados” por el
parlamento patriota; es decir, tomar sobre sus hombros la carga
inconmesurable de los impuestos y una dictadura militar fortalecida como único
fruto tangible y permanente de la victoria.
Si
tratáramos ahora de imaginar las peores consecuencias de la derrota,
encontraríamos que, con la única excepción de las anexiones imperialistas,
serían en todo idénticas a las consecuencias inevitables de la victoria que
pintamos más arriba: las consecuencias de la guerra actual poseen una
envergadura tal y están tan profundamente arraigadas, que el resultado militar
poco puede alterar las consecuencias definitivas.
Pero
supongamos por un momento que la nación victoriosa se encontrara en una
situación tal que fuera capaz de evitar la gran catástrofe para su propio
pueblo, que pudiera arrojar todo el peso de la guerra sobre los hombros del
enemigo vencido, pudiera estrangular el desarrollo industrial de éste mediante
toda clase de impedimentos. ¿Puede el movimiento obrero alemán abrigar
esperanzas de desarrollarse mientras la actividad de los trabajadores
franceses, ingleses, belgas e italianos se ve impedida por el retraso
industrial? Antes de 1870 los movimientos obreros de los distintos países
crecieron en forma independiente. La acción del movimiento obrero de una sola
ciudad bastaba para controlar los destinos del movimiento obrero en su
conjunto. Las batallas de la clase obrera se libraron y resolvieron en las
calles de París.
El
movimiento obrero moderno, su ardua lucha cotidiana en las industrias del
mundo, su organización de masas, se basan en la colaboración de los
trabajadores de todos los países donde impera la producción capitalista. Si es
cierto el axioma de que la causa del trabajo sólo puede prosperar donde exista
una vida industrial activa y vigorosa, esto es válido no sólo para Alemania,
sino también para Francia, Inglaterra, Bélgica, Rusia e Italia. Y si el
movimiento obrero de todos los estados capitalistas europeos se estanca, si la
situación industrial provoca bajos salarios, sindicatos debilitados y un poder
de resistencia minado, el sindicalismo alemán no tiene posibilidades de
florecer. Desde este punto de vista la pérdida experimentada por la clase
obrera en su lucha será idéntica, sea que el capital alemán se fortalezca a
expensas del francés, o el inglés a expensas del alemán.
Veamos las
consecuencias políticas de la guerra. Aquí la diferenciación debe ser menos
difícil que en el aspecto económico, porque las simpatías del proletariado
siempre tienden a asumir la causa del progreso contra la reacción. En esta
guerra, ¿cuál de los bandos representa el
progreso, cuál la reacción? Es claro que no se puede responder de acuerdo a
los rótulos que designan superficialmente el carácter político de las naciones
beligerantes como “democracia” y absolutismo. Debe juzgárselas exclusivamente
en base a la dinámica de sus respectivas políticas mundiales.
Antes de
poder determinar qué le puede aportar la victoria de Alemania al proletariado
alemán, debemos estudiar los efectos que ejercerá sobre la situación política
general de Europa. La victoria definitiva de Alemania significaría, en primer
término, la anexión de Bélgica, además de algunos territorios en el este y en
el oeste y parte de las colonias francesas; el mantenimiento de la monarquía
Habsburgo y el agregado de algunos territorios nuevos a su corona, por último,
la instauración de una “integridad” ficticia para Turquía bajo protectorado
alemán, o sea la conversión de Asia Menor y la Mesopotamia, de algún modo, en
provincias alemanas. Eso resultaría, por último, en la hegemonía militar y
económica de Alemania en Europa. Estas son las consecuencias que se pueden
esperar de una victoria militar absoluta de Alemania, no porque concuerde con
los deseos de los agitadores imperialistas sino porque surgen inevitablemente
de la posición política mundial asumida por Alemania, del conflicto de sus
intereses con Francia, Inglaterra y Rusia que, en el curso de la guerra, ha
crecido mucho más allá de sus dimensiones originarias. Basta recordar estos
hechos para comprender que en ningún caso podrían lograr un equilibrio político
mundial permanente. Aunque esta guerra puede significar la ruina de todos los
participantes, sobre todo para los derrotados, los preparativos de una nueva
guerra mundial, bajo la dirección de Inglaterra, comenzarían al día siguiente
de la declaración de paz, para sacudir el yugo del militarismo prusiano-germano
que pesaría sobre Europa y Asia. La victoria alemana sería el preludio de una
próxima segunda guerra mundial y, por la misma razón, la señal para iniciar una
nueva carrera armamentista febril, para desatar la más negra reacción en todos
los países, sobre todo en Alemania.
Por otra
parte, el triunfo de Francia e Inglaterra probablemente significaría para
Alemania la pérdida de sus colonias además de Alsacia y Lorena y con toda
seguridad la bancarrota de la posición política mundial del militarismo alemán.
Pero esto significaría la desintegración de Austria-Hungría y la liquidación de
Turquía. Por reaccionarios que sean estos estados, por más que su liquidación
corresponda a las necesidades del avance progresista, en el contexto político
actual la desintegración de la monarquía Habsburgo y la liquidación de Turquía
significaría la entrega de sus pueblos al mejor postor: Rusia, Inglaterra,
Francia o Italia. Esta gran redistribución del mundo y el cambio en la relación
de fuerzas en los Balcanes y el Mediterráneo precedería al mismo fenómeno en
Asia: la liquidación de Persia y la redivisión de China. Esto traería el
conflicto anglorruso al igual que el anglojaponés al centro de la escena
política mundial y significaría, en relación directa con la liquidación de esta
guerra, una nueva guerra, quizás por la posesión de Constantinopla; la
provocaría inevitablemente en un futuro cercano. De modo que la victoria de ese
bando también conduciría a una nueva y febril carrera armamentista de todas las
naciones —encabezadas, desde luego, por la Alemania derrotada— e iniciaría una
era de dominio general del militarismo y la reacción en toda Europa, cuya meta
final sería una nueva guerra.
De modo que
el proletariado, de querer volcar su influencia sobre uno u otro platillo de la
balanza en bien del progreso y la democracia, se colocaría entre Escila y
Caribdis, considerando la política mundial en su aplicación más amplia. Dadas
las circunstancias, el problema de la victoria o la derrota se vuelve, para la
clase obrera europea, una opción entre dos derrotas, tanto en sus aspectos
políticos como económicos. Por eso, los socialistas franceses caen en una
locura peligrosa si creen que pueden herir de muerte al imperialismo y al
militarismo, y allanar el camino para la democracia pacífica derrotando a Alemania.
El imperialismo y su sirviente, el militarismo, reaparecerán después de toda
victoria y de toda derrota en esta guerra. Sólo cabe una excepción: que el
proletariado internacional intervenga para derribar todos los cálculos previos.
La lección
importante que debe derivar el proletariado de esta guerra es el hecho
inmutable de que no puede ni debe hacerse eco de la consigna “victoria o derrota”, ni en Alemania ni
en Francia, tampoco en Inglaterra o en Austria. Porque es una consigna real
únicamente para el imperialismo, y se identifica, ante los ojos de todas las
grandes potencias, con la ganancia o pérdida de poder político mundial, de
anexiones, de colonias, de supremacía militar.
Para el
proletariado europeo en tanto clase, la victoria o derrota de cualquiera de los
dos bandos sería igualmente desastrosa. Porque la guerra en sí, cualquiera que
sea su resultado militar, es la peor derrota que puede sufrir el proletariado
europeo. Si la acción revolucionaria
internacional del proletariado logra liquidar la guerra y obligar a una paz
rápida, ésta será la única victoria posible. Y sólo esta victoria puede
rescatar a Bélgica e imponer la democracia en Europa.
Que el
proletariado consciente identifique su causa con la de cualquiera de los dos
bandos es una posición insostenible. ¿Significa eso que los intereses
proletarios exigen una vuelta al “statu quo”, que no tenemos otro plan más que
la esperanza de que todo vuelva a ser lo que era antes de la guerra? Las condiciones imperantes jamás fueron
nuestro ideal, jamás han sido la expresión de la autodeterminación de nuestro
pueblo. Además, es imposible reinstaurar las condiciones prebélicas, aunque
no cambien las fronteras nacionales. Porque antes de su término formal, esta
guerra ha provocado cambios enormes, en el reconocimiento mutuo de las fuerzas
respectivas, en alianzas y en conflicto. Han modificado enormemente las
relaciones entre países, entre las clases que componen la sociedad, ha
destruido viejas ilusiones y esperanzas, ha creado nuevas fuerzas y problemas
nuevos en medida tal, que será imposible volver a la Europa anterior al 4 de
agosto de 1914, así como es imposible volver a la situación que imperaba antes
de una revolución aunque ésta no haya triunfado. El proletariado no puede
retroceder, sólo avanzar en pos de una meta que trasciende hasta las
condiciones creadas más recientemente. Sólo en este sentido es posible que el
proletariado oponga su propia política a la de ambos bandos de la guerra
imperialista mundial.
Pero a esta
política no le pueden preocupar las recetas para la diplomacia capitalista
elaboradas por los partidos socialdemócratas individualmente, o juntos en
conferencias internacionales, para determinar cómo hará el capitalismo para
concertar la paz en forma tal que asegure un proceso futuro pacífico y
democrático. Toda demanda de desarme total o gradual, de abolición de la
diplomacia secreta, de partición de las grandes potencias en entidades
nacionales más pequeñas, o cualquier otra proposición similar, es totalmente
utópica mientras la clase capitalista permanezca en el poder. Para el
capitalismo, en su fase imperialista actual, deshacerse del militarismo, de la
diplomacia secreta y de la centralización de muchos estados nacionales es tan
imposible, que sería mucho más coherente unificar estos postulados en una sola
consigna “abolición de la sociedad
capitalista de clases”. El movimiento proletario no puede reconquistar el
lugar que se merece mediante consejos utópicos y proyectos para debilitar,
domeñar o liquidar al imperialismo en el marco del capitalismo mediante
reformas parciales.
El verdadero
problema que la guerra mundial les ha planteado a los partidos socialistas, de
cuya solución depende el futuro del movimiento obrero, es la disposición de las
masas proletarias para luchar contra el imperialismo. El proletariado
internacional no adolece de falta de postulados, programas y consignas, sino de
falta de hechos, de resistencia efectiva, del poder de atacar al imperialismo
en el momento decisivo, es decir, de guerra. No ha podido poner en práctica su vieja consigna de guerra contra la
guerra. He aquí el nudo gordiano del movimiento proletario y de su futuro.
El
imperialismo, con su política de fuerza bruta, con la cadena incesante de
catástrofes sociales que provoca es, por cierto, una necesidad histórica de las
clases dominantes del mundo contemporáneo. Sin embargo, nada podría ir en mayor
detrimento del proletariado, que el que éste arribara a la menor ilusión, a
partir de la guerra actual, de que es posible un desarrollo idílico y pacífico
del capitalismo. Hay una sola conclusión que el proletariado puede extraer de
la necesidad histórica del imperialismo. Capitular ante el imperialismo
significará vivir para siempre a su sombra, alimentándose de las migajas que
caigan de las mesas de sus victorias.
La historia avanza por medio de
contradicciones, y por cada necesidad que trae al mundo, trae también su
opuesto. La sociedad capitalista es, sin duda, una necesidad histórica, pero
también lo es la rebelión de la clase obrera en su contra. El capital es una
necesidad histórica, pero en la misma medida lo es su sepulturero, el
proletariado socialista. El dominio mundial del imperialismo es una necesidad
histórica, que la internacional proletaria lo derribe también lo es. Las dos
necesidades históricas coexisten en constante conflicto. Nuestra necesidad es
el socialismo. Nuestra necesidad recibe su justificación en el momento en que
la clase capitalista deja de ser la portadora del progreso histórico, cuando se
convierte en un freno, en un peligro para el desarrollo futuro de la sociedad.
La guerra mundial demuestra que el capitalismo ha alcanzado esa etapa.
La avidez
capitalista por la expansión imperialista, como expresión de su máxima madurez
en el último periodo de su vida, tiene una tendencia económica a transformar
todo el mundo en naciones donde impera el modo de producción capitalista, a
barrer todos los métodos productivos y sociales perimidos precapitalistas,
sojuzgar todas las riquezas de la tierra y todos los medios de producción al
capital, convergir a las masas trabajadoras de todos los pueblos de la tierra
en esclavos asalariados. En África y en Asia, desde las regiones más
septentrionales hasta el extremo austral de Sudamérica y en los Mares del Sur,
el capitalismo destruye y liquida los remanentes de los viejos grupos sociales
comunitarios, de la sociedad feudal, de los sistemas patriarcales y de la
antigua producción artesanal. Pueblos enteros son exterminados, antiguas
civilizaciones destruidas, y en su lugar se instalan las formas más modernas
del lucro.
Esta bárbara
marcha triunfal del capitalismo en todo el mundo, acompañada por la fuerza, el
pillaje, la infamia en todos sus aspectos, tiene un rasgo bueno: ha creado las
premisas para su propia liquidación final, ha implantado el dominio capitalista
en el mundo, cuyo único sucesor puede
ser la revolución socialista mundial.
Tal es el
único rasgo cultural y progresivo de las llamadas obras magnas de la cultura
llevadas a otros países primitivos. Para los economistas y políticos
capitalistas, progreso y cultura es ferrocarriles, cerillas, cloacas y
almacenes. En sí estas obras, injertadas en las condiciones primitivas, no
significan cultura ni progreso, porque se las paga demasiado caras con el
repentino desastre económico y cultural de los pueblos que deben beber el
amargo cáliz de miseria y horror de dos órdenes sociales, del terratenientismo
agrícola tradicional y de la explotación capitalista supermoderna y
supersofisticada al mismo tiempo. Las consecuencias de la marcha triunfal
capitalista a través del mundo no pueden llevar el blasón del progreso en un
sentido histórico, más que en su carácter de creadora de las condiciones
materiales para la destrucción del capitalismo y la abolición de la sociedad de
clases. También en este sentido, el imperialismo actúa a favor nuestro.
La guerra
mundial actual es una divisoria de aguas en la historia del imperialismo. Por
primera vez las bestias feroces que Europa lanzó sobre el resto del mundo han
saltado, de un brinco terrible, al seno de las naciones europeas. El mundo
lanzó un grito horrorizado cuando Bélgica, esa joyita invalorable de la cultura
europea, cuando los venerables monumentos artísticos del norte de Francia,
cayeron hechos pedazos por el ataque avasallante de una fuerza ciega y
destructora. El mundo “civilizado” que contempló con calma la masacre de
decenas de miles de héroes a manos de este imperialismo, cuando el desierto de
Kalahari se conmovió con el grito de los sedientos y los estertores de los moribundos,
cuando diez años más tarde, en Putumayo, cuarenta mil seres humanos fueron
torturados a muerte por una pandilla de piratas europeos, y lo que quedaba de
todo un pueblo fue golpeado hasta la locura, cuando la antigua civilización
china fue entregada a la destrucción y anarquía, a sangre y fuego, de la
soldadesca europea, cuando Persia se ahogaba en el nudo corredizo del
imperialismo que se estrechaba inexorablemente en torno a su garganta, cuando
en Trípoli los árabes fueron masacrados bajo la espada del yugo capitalista que
también arrasaba sus hogares: este mundo civilizado se acaba de enterar de que
las fauces de la bestia imperialista son mortíferas, que su aliento es el
tenor, que sus garras se han hundido en los pechos de su propia madre, la cultura
europea. Y este reconocimiento tardío llega a Europa bajo la forma
distorsionada de la hipocresía burguesa, que lleva a cada nación a reconocer la
infamia únicamente cuando viste el uniforme de la otra. Se habla de la barbarie
germana, ¡como si todo pueblo que se organiza para el asesinato no se
transformara en una horda bárbara! Se hablan de los horrores perpetrados por
los cosacos, como si la guerra misma no fuera el mayor de todos los horrores,
como si la alabanza de la masacre humana en un periódico socialista no fuera la
esencia misma del cosaquismo mental.
Pero los
horrores de la bestialidad imperialista en Europa han tenido otra consecuencia,
a la que el “mundo civilizado” no ha vuelto sus ojos cargados de honor, ni sus
corazones desbordantes de pena. Es la destrucción en masa del proletariado
europeo. Jamás se ha visto una guerra que liquidara naciones enteras; jamás, en
el siglo pasado, la guerra se extendió por todas las grandes naciones de la
Europa civilizada. Millones de vidas humanas fueron tronchadas en los Vosgos y
en las Ardenas, en Bélgica, en Polonia, en los Cárpatos y en el Save; millones
han quedado irreparablemente lisiados. Pero las nueve décimas partes de esos
millones provienen de las filas de la clase obrera de las ciudades y el campo.
Es nuestra fuerza, nuestra esperanza la que ha caído, día tras día, ante la
guadaña de la muerte. Eran las mejores, las más inteligentes, las más educadas
fuerzas del socialismo internacional, los portadores de las tradiciones más
sagradas, del más alto heroísmo, el movimiento obrero moderno, la vanguardia
del proletariado mundial, los obreros de Inglaterra, Francia, Bélgica, Alemania
y Rusia los que están siendo amordazados y masacrados en masa.
Sólo de
Europa, únicamente de las naciones capitalistas más viejas, puede venir, en su
debido momento, la señal para iniciar la revolución social que liberará a las
naciones. Solamente los obreros ingleses, franceses, belgas, alemanes, rusos e
italianos juntos pueden dirigir el ejército de los explotados y oprimidos. Y
cuando llegue el momento, solamente ellos pueden exigirle al capitalismo que
rinda cuentas de siglos de crímenes perpetrados contra los pueblos primitivos;
sólo ellos pueden vengar la destrucción de un mundo entero. Pero para el avance
y triunfo del socialismo necesitamos un proletariado fuerte, educado y
dispuesto, masas cuyas fuerzas residen en los conocimientos, tanto como en el
número. Y estas mismas masas están siendo diezmadas en todo el mundo. La flor
de nuestra fuerza juvenil, cientos de miles cuya formación socialista en
Inglaterra, Francia, Bélgica, Alemania y Rusia es el producto de décadas de
educación y propaganda, otros cientos de miles dispuestos a recibir las
lecciones del socialismo, han caído y se pudren en los campos de batalla.
El fruto de
los sacrificios y el trabajo de varias generaciones queda destruido en pocas
semanas, la flor del ejército proletario internacional es arrancada de raíz.
El
derramamiento de sangre de junio aplastó al movimiento obrero francés por una década
y media. El derramamiento de sangre de la Comuna volvió a retrasarlo en más de
una década. Lo que vemos ahora es una masacre como el mundo jamás ha conocido,
que reduce a la población trabajadora de todas las naciones principales a los
viejos, las mujeres y los lisiados; un derramamiento de sangre que amenaza
desangrar al movimiento obrero europeo.
Una guerra
más, y la esperanza del socialismo quedará enterrada bajo la barbarie
imperialista. Es algo más que la destrucción de Lieja y de la Catedral de
Rheims. Es un golpe que no atenta contra la civilización capitalista del
pasado, sino contra la civilización socialista del futuro, un golpe mortal
contra la fuerza que lleva al futuro de la humanidad en su vientre, la única
que puede trasmitir los preciados tesoros del pasado a una sociedad mejor. Aquí
el capitalismo muestra su calavera, demuestra que ha sacrificado su derecho
histórico de existir, que su dominio ya no es compatible con el progreso
humano.
Pero
demuestra también que la guerra no es sólo el asesinato en gran escala, sino
también el suicidio de la clase obrera europea. Los soldados del socialismo,
los obreros de Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, Bélgica, se matan
mutuamente bajo las órdenes del capitalismo, clavan hierros asesinos en sus
pechos, tambalean sobre sus tumbas, se estrechan en abrazos mortales.
“Deutschland,
Deutschland uber alles” [Alemania, Alemania por encima de todo], “viva la
democracia”, “viva el zar y la esclavitud”, “diez mil lonas para tiendas, según
las instrucciones”, “cien mil libras de tocino”, “imitación café, envío
inmediato”... las divisas suben, los proletarios caen, y con cada uno cae un
luchador del futuro, un soldado de la revolución, un emancipador de la
humanidad del yugo del capitalismo, a su tumba.
La demencia
no tendrá fin, la sangrienta pesadilla del infierno no cesará hasta que los
obreros de Alemania, de Francia, de Rusia y de Inglaterra despierten de su
borrachera; se estrechen fraternalmente las manos y ahoguen al coro brutal de
los agitadores belicistas y el grito ronco de las hienas capitalistas en el
poderoso grito del trabajo, “¡Proletarios de todos los países, uníos!”
Tesis sobre las tareas de la
socialdemocracia internacional
Un gran
número de camaradas de distintas partes de Alemania han aprobado las siguientes
tesis, que constituyen una aplicación del programa de Erfurt 139 a los problemas contemporáneos del
socialismo internacional.
1— La guerra
mundial ha aniquilado la obra de cuarenta años del socialismo europeo:
destruyendo al proletariado revolucionario como fuerza política; destruyendo el
prestigio moral del socialismo; dispersando la Internacional obrera;
enemistando a las distintas secciones en la lucha fratricida; ligando las
aspiraciones y esperanzas de las masas populares de los principales países
capitalistas a los destinos del imperialismo.
2— Al votar
a favor del presupuesto de guerra y proclamar la unidad nacional, las
direcciones oficiales de los partidos socialistas de Alemania, Francia e
Inglaterra (con excepción del Independent Labour Party) han fortalecido al
imperialismo, inducido a las masas populares a resignarse a la miseria y
horrores de la guerra, contribuido a desatar el frenesí imperialista sin
límites, a la prolongación de la masacre y el aumento del número de víctimas, y
asumido su parte de la responsabilidad por la guerra y sus consecuencias.
3— Esta
táctica de las direcciones oficiales de los partidos en los países
beligerantes, en primer término en Alemania, hasta hace poco cabeza de la
Internacional, constituye una traición a los principios elementales del
socialismo internacional, a los intereses vitales de la clase obrera, y a los
intereses democráticos de todos los pueblos. Esto bastó para condenar a la
política socialista a la impotencia inclusive en aquellos países donde los
dirigentes han permanecido fieles a sus principios: Rusia, Servia, Italia -con
algunas excepciones— Bulgaria.
4— Esto solo
basta para afirmar que la socialdemocracia oficial de los países más
importantes ha repudiado la lucha de clases en tiempo de guerra y la ha
suspendido hasta el fin de la misma; le ha garantizado a la clase dominante de
todos los países una demora que les permite fortalecer monstruosamente, a
expensas del proletariado, sus posiciones económicas, políticas y morales.
5— La guerra
mundial no sirve a los intereses políticos y económicos de las masas populares,
cualesquiera que sean, ni a la defensa nacional. No es sino el producto de la
rivalidad imperialista de las clases capitalistas de distintas naciones en
pugna por la hegemonía mundial y por el monopolio de la explotación y opresión
de las zonas que aún
139 Programa de Erfurt: elaborado por Karl Kautsky y
aprobado en el congreso socialdemócrata de Erfurt, en 1891, en reemplazo del de
Gotha. Introduce el concepto de “programa mínimo”, realizable en el marco del
capitalismo, y “programa máximo”, con objetivos socialistas más lejanos. No
menciona la dictadura del proletariado, y más adelante quedó claro el pleno
significado de esta omisión.
no se
encuentran bajo el talón del capital. En esta era de imperialismo desatado, ya
no puede haber guerras nacionales. Los intereses nacionales sólo sirven de
pretexto para poner a las masas trabajadoras populares bajo la dominación de su
enemigo mortal, el imperialismo.
6— La
política de los estados imperialistas y la guerra imperialista no pueden
otorgar la libertad e independencia a una sola nación oprimida. Las naciones
pequeñas, cuyas clases dominantes son cómplices de sus socios mayores en los
grandes estados, no son más que peones en el tablero imperialista de las
grandes potencias, quienes las utilizan, junto con sus masas trabajadoras en
tiempos de guerra, como instrumentos para ser sacrificados a los intereses
capitalistas después de la guerra.
7— Esta
guerra mundial significa, sea en caso de “derrota”, o de “victoria”, una
derrota para el socialismo y la democracia. Cualquiera que sea su resultado
—exceptuando la intervención revolucionaria del proletariado— incrementa y
fortalece el militarismo, los antagonismos nacionales y las rivalidades
económicas en el mercado mundial. Acentúa la explotación capitalista y la
reacción en el terreno de la política interna, hace más precaria y formal la
influencia de la opinión pública, y reduce a los parlamentos al estado de
instrumentos más o menos dóciles del imperialismo. Esta guerra mundial lleva el
germen de futuros conflictos.
8— No puede
garantizarse la paz mundial con proyectos utópicos, en el fondo reaccionarios,
tales como tribunales de arbitraje conducidos por diplomáticos capitalistas,
congresos diplomáticos de “desarme”, “libertad en los mares”, abolición del
derecho de arresto en el mar, “Estados Unidos de Europa”, una “unión aduanera
para Europa central”, estados tapón y demás ilusiones. Jamás se podrá abolir ni
paliar el militarismo, el imperialismo y la guerra mientras la clase
capitalista ejerza su hegemonía de clase sin cuestionamientos. La única manera
de resistir con éxito, la única manera de garantizar la paz mundial, está en la
capacidad combativa y en la voluntad revolucionaria con que el proletariado
internacional arroja su peso en la balanza.
9— El
imperialismo, en tanto que última fase y punto culminante en la expansión de la
hegemonía mundial del capital, es el enemigo mortal del proletariado de todos
los países. Pero bajo su mando, al igual que en las etapas anteriores del
capitalismo, las fuerzas de su enemigo mortal han crecido a la par de las
suyas. Acelera la concentración de capital, la pauperización de las clases
medias, el refuerzo numérico del proletariado, suscita una resistencia cada vez
mayor entre las masas; intensifica, por tanto, la agudización de los
antagonismos de clase. Tanto en la paz como en la guerra, la lucha del
proletariado como clase debe dirigirse, en primer término, contra el
imperialismo. Para el proletariado internacional, la lucha contra el
imperialismo es, a la vez, la lucha por el poder, la rendición final de cuentas
entre el capitalismo y el socialismo. El proletariado internacional realizará
el objetivo último del socialismo solamente si se opone constantemente al
imperialismo, si hace de la consigna “guerra a la guerra” el norte y guía de su
política en la acción; y bajo la condición de desplegar todas sus fuerzas y
mostrarse dispuesto, con su coraje y heroísmo, a realizarla.
10— En este
marco, la tarea más importante del socialismo en la actualidad consiste en
reagrupar al proletariado de todos los países en una fuerza revolucionaria
viva; convertirlo mediante una poderosa organización internacional, con una
única concepción de sus tareas e intereses y una única táctica universal apta
para la acción política, tanto en la paz como en la guerra, en el factor
decisivo de la vida política: así podrá cumplir su misión histórica.
11— La
guerra ha aplastado a la Segunda Internacional. Su ineficacia ha quedado
demostrada con su incapacidad para impedir la segmentación de sus fuerzas tras
las fronteras nacionales en época de guerra, y dirigir al proletariado de todos
los países en una sola táctica y un solo accionar común.
12— En vista
de que los representantes oficiales de los partidos socialistas de los
principales países han traicionado los objetivos e intereses de la clase
obrera; en vista de que se han pasado del campo de la Internacional obrera al
campo político del imperialismo, constituye una necesidad vital para el
socialismo crear una nueva Internacional obrera, que tome en sus manos la
dirección y coordinación de la lucha revolucionaria de clases contra el
imperialismo mundial.
Para cumplir
su misión histórica, el socialismo debe guiarse por los siguientes principios:
1— La lucha
de clases contra las clases dominantes dentro de las fronteras de los estados
burgueses, y la solidaridad internacional de los obreros de todos los países,
son dos normas de vida, inherentes a la lucha de clase obrera, y de importancia
histórica mundial para su emancipación. No hay socialismo sin solidaridad
proletaria internacional, y no hay socialismo sin lucha de clases. El
renunciamiento a la lucha de clases y a la solidaridad internacional por parte
del proletariado socialista, tanto en la paz como en la guerra, equivale al
suicidio.
2— La
actividad del proletariado de todos los países, tanto en la paz como en la
guerra, debe ponerse a la altura de su tarea suprema: la lucha contra el
imperialismo y la guerra. La actividad parlamentaria y sindical, como cualquier
otra del movimiento obrero, debe subordinarse a este fin, de modo que el
proletariado de cada país se oponga de la manera más tajante a su burguesía
nacional, para que la oposición política y espiritual que los separa sea en
todo momento el problema más importante, y se subraye y practique la
solidaridad proletaria internacional.
3— El centro
de gravedad de la organización del proletariado como clase es la Internacional.
La Internacional decide en tiempo de paz la táctica que deben adoptar las
secciones nacionales en cuestiones de militarismo, política colonial, política
comercial y la celebración del Primero de Mayo y, por último, la táctica común
a aplicar en caso de guerra.
4— Se debe
dar prioridad a la obligación de llevar a cabo las decisiones de la
Internacional. Las secciones nacionales que no se encuadren dentro de estos
principios quedan fuera de la Internacional.
5— La puesta
en marcha de las filas del proletariado de todos los países es decisiva en las
luchas contra el imperialismo y la guerra.
Así, la
táctica principal de las secciones nacionales apunta a capacitar a las masas
para la acción política y la iniciativa resuelta para asegurar la cohesión
internacional de las masas en la acción; construir las organizaciones políticas
y sindicales de manera tal que, por su intermedio, se garantice en todo momento
la colaboración rápida y efectiva de todas las secciones, y de modo que la
voluntad de la Internacional se vea materializada en la acción por la mayoría
de las masas obreras del mundo.
6 — La
misión inmediata del socialismo es la liberación espiritual del proletariado de
la tutela de la burguesía, que se expresa a través de la influencia de la
ideología nacionalista. Las secciones nacionales deben denunciar en la prensa y
el parlamento que el palabrerío hueco del nacionalismo es un instrumento de la
dominación burguesa. La única defensa de la verdadera independencia nacional es
la lucha de clases revolucionaria contra el imperialismo. La patria obrera, a
cuya defensa se subordina todo lo demás, es la Internacional Socialista.
Rosa Luxemburgo. La cuestión nacional (1909)
Respuesta de
Lenin a esta obra de Rosa Luxemburgo. La cuestión nacional (1909)
V. I. Lenin. El derecho de las naciones a la
autodeterminación
Escrito: Entre febrero y mayo de 1914.
Programa de
Erfurt
El Programa
de Erfurt. Reloaded casi 125 años más tarde
CRÍTICA DEL
PROGRAMA DE GOTHA Carlos Marx
CRÍTICA DEL
PROGRAMA DE ERFURT Federico Engels
F.
ENGELS. Contribución a la crítica del
proyecto de programa socialdemocrata de 1891[1]
Clara zetkin. Rosa Luxemburg: su lucha contra los traidores alemanes del socialismo internacional (1919)
ResponderEliminarRosa Luxemburg(introducción al Folleto de Junius ), mayo de 1919
https://www.marxists.org/archive/zetkin/1919/05/junius.htm
Apéndice B. Rosa Luxemburgo. De notas de un periodista, por V. I. Lenin
ResponderEliminarhttp://www.archivochile.com/Ideas_Autores/luxembr/s/luxemburgorsobre0014.pdf
Apéndice A. Rosa Luxemburgo. Acerca del folleto Juniu, por V. I. Lenin
http://www.archivochile.com/Ideas_Autores/luxembr/s/luxemburgorsobre0004.pdf
Apéndice A. Acerca del folleto Junius
ResponderEliminarPor V.I. Lenin
http://www.archivochile.com/Ideas_Autores/luxembr/s/luxemburgorsobre0004.pdf
VI Lenin
El folleto de Junius
https://www.marxists.org/archive/lenin/works/1916/jul/junius-pamphlet.htm
Apéndice B. De notas de un periodista
Por V.I. Lenin
http://www.archivochile.com/Ideas_Autores/luxembr/s/luxemburgorsobre0014.pdf
Apéndice C. Fuera las manos de Rosa Luxemburgo.
Por León Trotsky
http://www.archivochile.com/Ideas_Autores/luxembr/s/luxemburgorsobre0015.pdf
Apéndice D. Luxemburgo y la IV internacional
Por León Trotsky
http://www.archivochile.com/Ideas_Autores/html/luxemb_r.html
Clara Zetkin 1857-1933
ResponderEliminarRosa Luxemburgo(introducción al Folleto de Junio), mayo de 1919
https://www.marxists.org/archive/zetkin/index.htm
Rosa Luxemburgo(introducción al Folleto de Junio), mayo de 1919
Clara zetkin. Rosa Luxemburg: su lucha contra los traidores alemanes del socialismo internacional (1919)
https://www.marxists.org/archive/zetkin/1919/05/junius.htm
El pensamiento de Rosa Luxemburgo. M. Roca Monet
ResponderEliminarhttp://laberinto.uma.es/index.php?option=com_content&view=article&id=48:el-pensamiento-de-rosa-luxemburg&catid=35:lab1&Itemid=54
1898: el desarrollo industrial de Polonia
https://www.marxists.org/archive/luxemburg/1898/industrial-poland/index.htm
Rosa Luxemburgo: La acrobacia programática de los socialpatriotas (1902). Rosa Luxemburgo: La cuestión nacional (sexta parte)
ResponderEliminarhttp://eljanoandaluz.blogspot.com/2018/01/rosa-luxemburgo-la-acrobacia.html
Anwar Shaiky Valor, acumulación
ResponderEliminarEnsayo de economía política
http://resistir.info/livros/shaikh_valor_acumulacion_y_crisis.pdf
“Valor, acumulación y crisis”: Anwar Shaikh
https://marxismocritico.com/2011/10/05/valor-acumulacion-y-crisis-anwar-shaikh/
https://razonyrevolucion.org/valor-acumulacion-y-crisis-ensayos-de-economia-politica-anwar-shaikh/
Mi Lanbide
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