Covid 19. La respuesta
autoritaria y la estrategia del miedo
Nota del editor de este blog:”Covid-19,
año uno: balance de una pesadilla autoritaria y de una gestión fracasada”. He buscado diferentes fuentes del artículo
y he encontrado otro artículo censurado por El Salto Diario. Los dos artículos
censurado por El Salto diario son: Covid-19, año uno: balance de una pesadilla
autoritaria y de una gestión fracasada. Y Covid-19: una vacunación
controvertida.
He copiado el índice, el prólogo y la introducción del [Libro]Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del
miedo
He copiado
el Prólogo a la segunda
edición. Lo que nos hace falta es el coraje
He tratado el tema aquí y aquí
Aconsejo para poder leer los
artículos en lengua inglesa, poner el título del artículo en el buscador de
google, te saldrá que puede leer la traducción en castellano.
Una de las
fuentes, que ha reproducido el artículo.
Covid-19, año uno: balance
de una pesadilla autoritaria y de una gestión fracasada. 25 de mayo de 2021. Por Paz Francés, José R. Loayssa,
Ariel Petruccelli. Reproducido aquí, aquí. Unos textos censurado por El Salto Diario (aquí, aquí, aquí, aquí, aquí)
Autores del
libro “Covid 19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo”
(Ed. EL SALMÓN)
Escrito por Paz Francés Lecumberri, José R. Loayssa
Lara, Ariel Petruccelli
Paz Francés Lecumberri (Buñuel, 1983) madre, feminista y
antipunitivista. Doctora en Derecho penal por la Universidad Pública de Navarra
(UPNA) y criminóloga por la Universidad de Barcelona (UB). En la actualidad
está desarrollando su segunda tesis doctoral para la obtención del título de
doctora en criminología en la Universidad Pública Vasca (UPV/EHU). Es profesora
contratada doctora en el Departamento de Derecho de la Universidad Pública de
Navarra (UPNA) y activista desde hace más de 15 años en la defensa de las
personas presas y sus familiares. Su trayectoria investigadora se ha centrado
en los ámbitos de los delitos económicos, prisión, justicia restaurativa y
Derecho penal y género. Entre sus publicaciones más destacadas se encuentran:
Mujeres presas en el franquismo, en Niños desaparecidos, mujeres silenciadas,
Tirant Lo Blanch, 2017; El delito de falsedad documental societaria y la
contabilidad creativa, Tirant Lo Blanch, 2017; La justicia restaurativa y el
art. 15 del Estatuto de la víctima del delito ¿un modelo de justicia o un
servicio para la víctima? Eguzkilore, 2018; ¿Se puede terminar con la prisión?
Críticas y alternativas al sistema de justicia penal, Los libros de la
Catarata, 2019, junto con Diana Restrepo Rodríguez; Mitos sobre delincuentes y
víctimas. Argumentos contra la falsedad y la manipulación, Los libros de la
Catarata, 2019, junto con Gema Varona y Lohitzune Zuloaga; A la búsqueda de
alternativas en la justicia desde los feminismos, en: Alianzas Rebeldes. Un
feminismo más allá de la identidad, Ediciones Bellaterra, 2021. Traductora al
castellano del libro de Vicenzo Guagliardo, De los dolores y de las penas.
Ensayo abolicionista y sobre la objeción de conciencia, Traficantes de Sueños,
2013.
José R. Loayssa Lara es médico de Familia en las
Urgencias del Servicio Navarro de Salud. Doctor en Psicología, ha trabajado en
las unidades de Docencia e Investigación del Servicio Navarro de Salud, y
dentro de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (SemFYC) ha
tenido responsabilidades en Investigación y Salud mental.
Ariel Petruccelli (Lanús, Argentina, 1971), es
historiador, docente de Teoría de la Historia y de Historia de Europa en la
Universidad Nacional del Comahue. Ha publicado Ensayo sobre la teoría marxista
de la historia (1998), Docentes y piqueteros (2005), Materialismo histórico:
interpretaciones y controversias (2010), El marxismo en la encrucijada (2011),
Ciencia y utopía (2015), Conversaciones con Ariel Petruccelli (ed. de Salvador
López Arnal, 2019), La revolución: revisión y futuro (2020) y, junto a Juan Dal
Maso, Althusser y Sacristán: itinerario de dos comunistas críticos (2020).
Covid-19, año uno: balance de una
pesadilla autoritaria y de una gestión fracasada.
[Artículo
que resume y presenta el contenido del libro de los mismo autores Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo’, Ediciones El Salmón (2021). Presentación del libro
en València a cargo de uno de los autores, José Ramón Loayssa, el domingo 24 de
octubre de 2021, a las 12h, en El Punt, espacio de libre aprendizaje (C/
Garcilaso 11, bajo-dcha, El Carme, València)
Índice del contenido
del artículo
Una
respuesta de espaldas a la ciencia.
La letalidad
en las residencias de ancianos.
Un espectro
clínico muy polarizado.
Algunas
evidencias para desarmar la desmesura.
Más allá de
la paranoia: ¿qué tan peligroso es el SARS-Cov-2?
El mundo
enloquecido: el pánico y la desmesura.
Extremismo
médico como sustituto de una respuesta científicamente fundamentada.
Insolvencia
científica, “éxito” político y mediático.
¿Qué ha sido
de la perspectiva de género? ¿Qué ha sido de la perspectiva de clase?.
¡Y llegaron
las vacunas!.
Pensar al
revés.
El autoritarismo
con que se ha afrontado la epidemia actual no tiene una justificación sanitaria
y la historia nos muestra que en nombre del derecho de emergencia se han dado
graves abusos de poder y de restricciones de derechos
Artículo por Paz Francés Lecumberri,
José R. Loayssa y Ariel Petruccelli. Autores del libro: ‘Covid 19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo’,
Ediciones El Salmón (2021).
Ha pasado
poco más de un año desde el momento en que la mayor parte de los países del
mundo decidieron tomar medidas drásticas de aislamiento social para enfrentar
la pandemia del coronavirus SARS-CoV-2. Parece un tiempo suficiente para intentar un balance. Y, sin embargo,
cualquier balance es profundamente dificultoso no solo por las incertidumbres
aún reinantes en torno al fenómeno, sino ante todo por el clima de tremendismo
e irracionalidad que lo ha rodeado, que todavía persiste
Una respuesta de espaldas a la
ciencia.
La ciencia
intenta ayudar a comprender fenómenos y eventos. Ante situaciones nuevas —pero
que parecen tener puntos en común con otras conocidas—, la primera tarea
debería ser comprobar en qué medida lo que conocemos sobre esos fenómenos
previos que pueden servir de referencia, sirve para entender y actuar ante los
nuevos desafíos y en qué medida no. Por lo tanto, tenemos que plantearnos cómo
se presenta el SARS-CoV-2 desde esta perspectiva. Estamos ante
un virus que la misma OMS ha considerado dentro del espectro de virus que
originan enfermedades similares a la gripe (flu-like), pero es un germen que ya
en las primeras semanas mostró algunos rasgos propios que lo diferenciaban del
patrón gripal.
Algunos
podían considerarse simplemente variaciones cuantitativas como puede ser su
mayor contagiosidad, pero no hay que olvidar que la contagiosidad de un virus
respiratorio no solo depende de su naturaleza biomolecular (mayor afinidad de
la proteína S por los receptores celulares o la mayor duración del periodo
asintomático, por ejemplo), sino de su adaptación a la vida social, a los
patrones de interacción humana. Los mecanismos de trasmisión también son
comunes con el resto de virus respiratorios, las famosas gotículas (doplets) y
el contacto con superficie. Pero en este caso el peso de la transmisión por aerosoles en interiores parece
ser mayor.
Aunque este hecho dista mucho de estar completamente clarificado; es la hipótesis que mejor parece
explicar el hecho de que este virus “odie” el aire libre —los espacios abiertos
y ventilados— con mucha mayor intensidad que los virus gripales.
Sin embargo,
dando la espalda a las características específicas del virus, las políticas
mayormente adoptadas por los gobiernos proceden a incentivar la vida en
espacios cerrados, con contactos prolongados o cuando son cortos en
habitaciones y estancias en las que es posible que el virus se encuentre
“flotando” en cantidades considerables, y donde existe
la posibilidad de su aspiración.
La letalidad en las residencias de
ancianos.
La especial
contagiosidad y virulencia del SARS-COV2 en espacios cerrados se puso de
manifiesto desde los primeros momentos con la terrible mortandad en las
residencias de ancianos. Aunque hay otras causas de la elevada letalidad en
esas instituciones, el hecho de estar encerrados —incluso antes de que se
decretaran las medidas excepcionales en el mundo— creemos que contribuye a
explicar la brutal diferencia de la mortalidad entre las personas ancianas
institucionalizadas —se contagiaron más y con mayores cargas virales— y las que
no lo estaban. En Bélgica se realizó un estudio que cuantificaba esa diferencia
en la onda de primavera de 2020. Arrojó unas cifras especialmente demostrativas
porque en ese país europeo el exceso de mortalidad total coincidía con el número
de fallecidos covid-19, hecho que no sucedió en otros países —como España—. Los
datos son espeluznantes, teniendo en cuenta que se trata de letalidad por
casos, no por infectados, lo que haría que la diferencia fuera todavía más
escandalosa.
La mayor letalidad en
residencias de ancianos no solo nos habla de su espectro de contagio de riesgo,
sino que ha servido para elevar la letalidad global del virus como luego
comentaremos, haciéndola aparecer como más mortal en cualquier lugar y
circunstancia.
Si atendemos
al porcentaje de fallecimientos en las residencias de ancianos nos encontramos
con que en la franja de edad de 60 a 69 años es de 31,42 %; de 70 a 79 años,
45,91 %; de 80 a 90 años, 18,46 %, y más de 90, el 26,27 %. El porcentaje de
letalidad de personas institucionalizadas de todas las edades integradas es de
20,98 %. Por el contrario, los porcentajes para esas mismas franjas de edad
respectivamente, entre la población en general, es: de 60 a 69 años, 0,53 %; de
70 a 79 años, 1,23 %; de 80 a 90 años, 1%, y de más de 90 años, el 2,42 %. El
dato de todas las edades integradas es de 0,58. Los datos conjuntos de
letalidad nos indican que entre las personas de 60 a 69 años la mortalidad se
sitúa en 0,68 %; de 70 a 79 años, en 2,09%; de 80 a 90 años, en 2,75, y en
personas de más de 90, años en 10,18 %. El porcentaje de letalidad de todas las
edades integradas es de 1,47 %.
En febrero
de 2021, a pesar de que el porcentaje de fallecidos en las residencias con
respecto al total había ido disminuyendo —entre otras razones porque los más
susceptibles habían muerto— el porcentaje del total de fallecimientos
analizando 22 países desarrollados era del 41%. Mientras en Singapur o Nueva
Zelanda los fallecidos constituían una pequeña minoría del total de residentes (0,02%
y 0,04% respectivamente), en España, Bélgica, Suecia (explica su mayor
mortalidad comparando con el resto de países nórdicos), Reino Unido, EE UU,
Francia, Holanda y Eslovenia más de uno de cada 20 (>5%) de los residentes
en esas instituciones ha fallecido por causas relacionadas con el covid-19. La mayor
letalidad en residencias de ancianos no solo nos habla de su espectro de
contagio de riesgo, sino que ha servido para elevar la letalidad global del
virus como luego comentaremos, haciéndola aparecer como más mortal en cualquier
lugar y circunstancia; lo que no es cierto.
Datos internacionales de
muertes atribuidas a la COVID-19 entre personas que viven en residencias.
22 de febrero de 2022
Un espectro clínico muy polarizado.
Hay otra
característica —si no inusual sí más destacada— del covid-19: se trata de la
amplitud de su espectro patológico. Si bien la gran mayoría de las personas
infectadas no sufre síntomas o estos son leves, una minoría, entre los que
predominan personas mayores y/o con enfermedades serias, padecen cuadros muy
graves e incluso fatales —desencadenando el fallecimiento—, generalmente
asociado a una insuficiencia respiratoria.
Podemos
afirmar que, a diferencia de la gripe, el espectro de morbilidad parece estar
más polarizado entre los extremos asintomáticos y leves, por un lado, y un
porcentaje bajo pero impactante de cuadros dramáticos, por el otro. Pero es
esta minoría de cuadros graves, antes que la mayoría de cuadros leves, los que
son aireados masivamente por los medios de comunicación. Por mera lógica y
sentido común, que se mal aplica para defender el talibanismo sanitarista, lo
razonable sería que la estrategia tomara en consideración esta diferencia de
riesgo y no actuara como si estuviéramos ante una enfermedad cuyas
consecuencias se distribuyen uniformemente en todos los espectros de la
población
Esta actitud
no selectiva se repite con una vacunación universal que incluye a personas de
riesgo bajo con preparados con efectos secundarios no desdeñables y grandes
incógnitas sobre sus efectos a medio y largo plazo. Se ha adoptado esta
estrategia indiscriminada sin dar ni siquiera la posibilidad de plantear una
discusión científica seria con quienes discrepan de la estrategia adoptada —una
verdadera legión—, y defendieron estrategias de protección selectiva,
comenzando por los prestigiosos firmantes de la declaración de Great Barrington (aquí), a la que más adelante volveremos a
hacer referencia.
La Gran Declaración de Barrington
4 de octubre
de 2020
La
Declaración de Great Barrington: como epidemiólogos de enfermedades infecciosas
y científicos de salud pública, tenemos graves preocupaciones sobre los
impactos dañinos en la salud física y mental de las políticas predominantes de
COVID-19, y recomendamos un enfoque que llamamos Protección enfocada
Viniendo
tanto de la izquierda como de la derecha, y de todo el mundo, hemos dedicado
nuestras carreras a proteger a las personas. Las políticas de confinamiento
actuales están produciendo efectos devastadores en la salud pública a corto y
largo plazo. Los resultados (por nombrar algunos) incluyen tasas de vacunación
infantil más bajas, peores resultados de enfermedades cardiovasculares, menos
exámenes de detección de cáncer y deterioro de la salud mental, lo que lleva a
un mayor exceso de mortalidad en los próximos años, con la clase trabajadora y
los miembros más jóvenes de la sociedad llevando la carga más pesada. .
Mantener a los estudiantes fuera de la escuela es una grave injusticia.
Mantener
estas medidas vigentes hasta que haya una vacuna disponible causará un daño
irreparable, y los desfavorecidos sufrirán un daño desproporcionado.
Afortunadamente,
nuestra comprensión del virus está creciendo. Sabemos que la vulnerabilidad a
la muerte por COVID-19 es más de mil veces mayor en los ancianos y los enfermos
que en los jóvenes. De hecho, para los niños, el COVID-19 es menos peligroso
que muchos otros daños, incluida la influenza.
A medida que
aumenta la inmunidad en la población, el riesgo de infección para todos,
incluidos los vulnerables, disminuye. Sabemos que todas las poblaciones
eventualmente alcanzarán la inmunidad colectiva, es decir, el punto en el que
la tasa de nuevas infecciones es estable, y que esto puede ser asistido por
(pero no depende de) una vacuna. Por lo tanto, nuestro objetivo debe ser
minimizar la mortalidad y el daño social hasta que alcancemos la inmunidad
colectiva.
El enfoque
más compasivo que equilibra los riesgos y los beneficios de alcanzar la
inmunidad colectiva es permitir que aquellos que tienen un riesgo mínimo de
muerte vivan sus vidas normalmente para desarrollar inmunidad al virus a través
de la infección natural, mientras protegen mejor a aquellos que están en el más
alto. riesgo. A esto lo llamamos Protección Enfocada.
La adopción
de medidas para proteger a los vulnerables debe ser el objetivo central de las
respuestas de salud pública al COVID-19. A modo de ejemplo, los hogares de
ancianos deben utilizar personal con inmunidad adquirida y realizar pruebas
frecuentes al resto del personal y a todos los visitantes. Se debe minimizar la
rotación del personal. Las personas jubiladas que viven en casa deben recibir
alimentos y otros artículos esenciales en su hogar. Cuando sea posible, deben
reunirse con los miembros de la familia afuera en lugar de adentro. Se puede
implementar una lista completa y detallada de medidas, incluidos enfoques para
hogares multigeneracionales, y está dentro del alcance y la capacidad de los
profesionales de la salud pública.
A aquellos
que no son vulnerables se les debe permitir de inmediato reanudar su vida con
normalidad. Todos deben practicar medidas de higiene simples, como lavarse las
manos y quedarse en casa cuando están enfermos, para reducir el umbral de
inmunidad colectiva. Las escuelas y universidades deben estar abiertas para la
enseñanza en persona. Las actividades extracurriculares, como los deportes,
deben reanudarse. Los adultos jóvenes de bajo riesgo deben trabajar
normalmente, en lugar de hacerlo desde casa. Los restaurantes y otros negocios
deberían abrir. Las artes, la música, el deporte y otras actividades culturales
deben reanudarse. Las personas que están en mayor riesgo pueden participar si
lo desean, mientras que la sociedad en su conjunto disfruta de la protección
conferida a los vulnerables por aquellos que han acumulado inmunidad colectiva.
El 4 de
octubre de 2020, esta declaración fue redactada y firmada en Great Barrington,
Estados Unidos, por:
Dr. Martin Kulldorff , profesor de medicina en la
Universidad de Harvard, bioestadístico y epidemiólogo con experiencia en la
detección y seguimiento de brotes de enfermedades infecciosas y evaluaciones de
seguridad de vacunas.
Dra. Sunetra Gupta , profesora de la Universidad de
Oxford, epidemióloga con experiencia en inmunología, desarrollo de vacunas y
modelos matemáticos de enfermedades infecciosas.
Dr. Jay Bhattacharya , profesor de la Escuela de Medicina
de la Universidad de Stanford, médico, epidemiólogo, economista de la salud y
experto en políticas de salud pública que se enfoca en enfermedades infecciosas
y poblaciones vulnerables.
co-firmantes
Médicos y científicos de salud
pública y médicos
https://gbdeclaration-org.translate.goog/?_x_tr_sl=en&_x_tr_tl=es&_x_tr_hl=es&_x_tr_pto=sc
El que los individuos y
colectividades humanas evalúen de manera errada o equívoca las amenazas que
enfrentan o la situación en que se encuentran es, por cierto, un fenómeno
habitual: la especie de la razón suele tener comportamientos profundamente
irracionales.
El covid-19
continúa difundiéndose en muchos países en forma de ondas epidémicas, que en
ningún caso presentan un perfil exponencial. Son unas ondas cuyo ascenso se
produce durante unas pocas semanas, estabilizándose pronto para luego iniciar
una pendiente descendente, también durante algunas semanas, sin que, en
general, se pueda establecer relación alguna con las medidas de control que
toman los gobiernos.
La magnitud
de esas ondas es variable entre las diferentes regiones del mundo y entre
países concretos, como lo es su traducción en personas enfermas, hospitalizadas
y fallecidas. Europa y América han conocido dos ondas —una en primavera y otra
en otoño-invierno—. Es difícil determinar en qué punto de la
evolución de la pandemia nos encontramos, pero es claro que solamente una estrategia de protección
selectiva permite —y hubiera permitido—, además de salvar vidas, conseguir una
inmunidad robusta en la población que hiciera muy probable esa evolución
favorable e incluso minimizar la posibilidad de variantes de escape.
La evasión inmune significa
que necesitamos un nuevo contrato social COVID-19
Algunas evidencias para desarmar la
desmesura.
Cualquier
estudio comparativo con epidemias pasadas y/o con otros problemas sanitarios
presentes deja al covid-19 en el lugar de un problema sanitario de rango
considerable, aunque no dramático; pero lo cierto es que la percepción pública
lo ha erigido en el problema sanitario, la amenaza más grande que la humanidad
enfrentara en décadas. Y aunque esta representación carece de sustento —la polución ambiental, el tabaco, el cáncer
y la desnutrición, por citar algunas, han causado muchas más muertes en 2020
que la covid-19—, lo cierto es que basta encender el televisor para creerse
que nada es más amenazador que el virus del espanto. El que los individuos y
colectividades humanas evalúen de manera errada o equívoca las amenazas que
enfrentan o la situación en que se encuentran es, por cierto, un fenómeno
habitual: la especie de la razón suele tener comportamientos profundamente
irracionales.
En ocasiones
estos yerros son fruto de simple e incluso inevitable ignorancia. Pero hay
casos en los que los yerros parecen estar sesgados por perspectivas ancladas en
lo social y en lo político. Tal parece ser el caso de la presente pandemia. El
sesgo, en este caso, tiene tres fundamentos.
El primero es que las enfermedades infecciosas —aquellas transmitidas de un
ser humano a otro— han sido la principal causa de mortalidad del neolítico en adelante;
pero, en las últimas décadas, en los países opulentos del capitalismo
desarrollado han retrocedido ostensiblemente. Y ha sido justamente en estos
países donde el virus impactó con más fuerza. El segundo es que las enfermedades infecciosas amenazan a toda la
población de una manera en que no lo hacen otras enfermedades. La desnutrición
es sin duda el principal problema sanitario global, pero no es contagiosa y no
es una amenaza para quienes no sean pobres.
Los sectores más
dinámicos y con vocación de hegemonía de los grandes poderes económicos han
visto en la Pandemia una “oportunidad” para favorecer sus intereses. Las
empresas tecnológicas y las corporaciones farmacéuticas en primer lugar.
El tercer y principal fundamento es que el
virus impactó rápidamente en países y clases sociales con mucha capacidad para
establecer agenda política. Si mundialmente percibimos al covid-19 como el gran
problema sanitario, ello no se debe a que sea un problema mayor que otros. Se
debe a que es un problema para estados, clases y grupos sociales con capacidad
para convertir sus problemas en los problemas, sus demandas en las primeras en
ser atendidas, sus miedos en los miedos generales. A esto podríamos añadir que
los sectores más dinámicos y con vocación de hegemonía de los grandes poderes
económicos han visto en la Pandemia una “oportunidad” para favorecer sus
intereses. Las empresas tecnológicas y las corporaciones farmacéuticas en
primer lugar.
Podemos
traer a colación tres datos cruzados que prueban la absoluta desmesura de la
obsesión planetaria con la covid-19. Dos de ellos los desarrollaremos a
continuación, el tercero, en relación con la letalidad del virus, en un
epígrafe posterior.
El primero es que a nivel mundial no ha habido
ningún aumento de la mortalidad claramente apreciable. Aunque no hay aún cifras
consolidadas, todo indica que se ha mantenido en cifras parecidas de decesos por mil habitantes que en años
anteriores. En
cualquier caso, el exceso de mortalidad global ha sido entre nulo y bajo:
situaciones ambas que no justifican la sensación apocalíptica que imperó en
2020. España, uno de los países más afectados por la pandemia, registró un aumento de la tasa de
mortalidad de 16 décimas: pasó de 8,83 decesos por mil habitantes en 2019 a
10,58 en 2020. La vilipendiada Suecia ha registrado sin medidas de
confinamiento un exceso de mortalidad ajustada por edad de 1,5 %: ocho veces menos que España, que ostenta un exceso de 12,9 %.
Es cierto que nos encontramos con un exceso de mortalidad significativo en
muchos países, entre ellos algunos de Europa y los EE UU. Pero también lo es que la región
más poblada —Asia del Sureste— no ha sufrido una tasa de mortalidad destacada
en este periodo.
Exceso de
mortalidad entre países en 2020. 3 de
marzo de 2021
https://www.thelancet.com/journals/lanpub/article/PIIS2468-2667(21)00036-0/fulltext
También
África se ha librado (de momento) de consecuencias graves por la enfermedad.
Han sido América y Europa donde se ha concentrado el mayor impacto mortal. El
número de fallecimientos registrados con covid (no por covid) en las diferentes
regiones del mundo a principios de abril del 2021 muestran lo que se está
diciendo:
América ha sufrido 1.398.392; Europa, 1.005.141; Asia del Sur y del Este,
227.371; Este del mediterráneo y Asia Occidental, 164.399; África, 79.423, y
Pacífico Oeste, 33.205. Si estableciéramos un mapa del mundo el hemisferio
occidental salvo África se situaría en torno a 1.000 muertos por millón
mientras África, Asia del Este y Oceanía se situarían en 30 muertos por millón.
El este del Mediterráneo y el llamado Próximo Oriente se colocaría en una
posición intermedia.
Las consecuencias
sociales, culturales, económicas y educativas (con la expansión desenfrenada de
la educación en entornos virtuales) son muchos más importantes (en términos
cuantitativos y cualitativos) que las consecuencias sanitarias.
Pero si el
aumento de la mortalidad a nivel global no parece muy destacable, sí han
crecido exponencialmente el desempleo, la pobreza y la pobreza extrema —esta
última ha aumentado luego de dos décadas de descenso sostenido—. El impacto
social y económicamente negativo de las medidas de confinamiento, además, ha
afectado especialmente a los países pobres de Asia, África y América Latina. La ONU estima que al menos 130 millones de
personas cayeron en la extrema pobreza durante 2020. Durante la pandemia
los ricos se hicieron más ricos y los pobres más pobres. Las consecuencias
sociales, culturales, económicas y educativas (con la expansión desenfrenada de
la educación en entornos virtuales) son muchos más importantes (en términos
cuantitativos y cualitativos) que las consecuencias sanitarias.
El segundo dato cruzado tiene que ver con la
percepción y la realidad. Aunque el discurso imperante ha azuzado permanentemente
el miedo, bajo la presunción de que el problema sanitario es uniformemente
enorme, como si en todo momento y lugar estuviéramos siempre en la misma
situación —en medio de una ola epidémica o a la espera de la siguiente—, lo
cierto es que la cantidad de casos y de decesos a nivel mundial —que fue en
franco crecimiento desde febrero de 2020 y continuó creciendo hasta setiembre
de ese año— desde octubre de 2020 y en lo que va de 2021 se ha estabilizado.
Hasta octubre, aunque las olas epidémicas pasaran en alguna región, a escala
global eran compensadas sobradamente con el ascenso de los contagios en otras
regiones. Pero de octubre de 2020 para esta parte la situación ha cambiado.
Pero de ello no le informarán los medios: puede que saberlo le tranquilice y
eso le haga bajar la guardia, como dicen.
Más allá de la paranoia: ¿qué tan
peligroso es el SARS-Cov-2?
El tercer dato relevante que ya hemos dejado
antes apuntado, para fundamentar la desmesura con el abordaje del covid-19, lo
constituye la tasa de letalidad del virus.
En junio de
2020, el boletín de la OMS publicó un artículo firmado por el profesor de la
Universidad de Standford, John Ioannidis, en el que concluía tras el análisis
de 61 estudios de seroprevalencia frente al SARS-Cov-2 que la letalidad entre
los infectados iba desde el 0,01% a 1,63%, con una media de 0,27%. Para los
menores de 70 años la tasa se situaba en el 0,05%. Posteriormente el profesor
Ioannidis actualizó sus datos, al percatarse de que las estimaciones anteriores
estaban basadas en países que habían sido especialmente golpeados por el
covid-19 en los primeros meses, y calculó que el virus causa la muerte de entre
el 0,15 y el 0,20% de los infectados y en los menores de 70 años de edad estimó
una tasa de letalidad del 0,03-0,04%
Estamos, pues, a
distancia sideral de la tasa de letalidad de 3,4 % que estimó la OMS en marzo
de 2020 y que tanto ayudó a desatar el pánico e incentivó a tomar medidas
desesperadas.
A principios de octubre la propia Organización Mundial de la Salud admitía involuntariamente en una sesión pública estas cifras de letalidad (5–6 de octubre de 2020). Mike Ryan, director del Programa de Emergencias de la OMS, afirmaba que, según los cálculos de la organización, un 10% de la población mundial (esto es, setecientos cincuenta millones de personas) se había infectado. En esos momentos, los fallecidos a causa del covid-19 se contaban en algo más de un millón, lo que implicaba que solo fallecía 1 de cada 750 personas infectadas, esto es, el 0,14%. Pese a las importantes implicaciones de esta declaración, muy pocos medios se hicieron eco de ello (hasta donde sabemos, ninguno en castellano).
Las nuevas
estimaciones de la letalidad siguen ofreciendo cifras aún más modestas que las
previas y sobre todo pone de relieve los sesgos que sufrían algunas revisiones
que habían calculado tasa más altas (0,6%). En estos momentos se podría estimar
la letalidad global del virus en el ~0,15% y la población que habría sido
infectada sería de ~1.5‐2.0 miles de millones de persona en febrero del 2021. Estamos, pues, a distancia sideral
de la tasa de letalidad de 3,4 % que estimó la OMS en marzo de 2020 y que tanto
ayudó a desatar el pánico e incentivó a tomar medidas desesperadas.
El mundo enloquecido: el pánico y la
desmesura.
Todas estas
cifras, absolutamente indesmentibles y que muestran la real magnitud del
problema pandémico, parecen ser sin embargo completamente insuficientes para
traer tranquilidad social y adoptar medidas más eficientes y menos desastrosas
en sus consecuencias. ¿Por qué sucede esto? Influyen, desde luego, los
discursos interesados, tanto de quienes medran con el pánico colectivo —como la
industria farmacológica y las empresas tecnológicas que han “virtualizado” la
cotidianeidad de una manera increíble—, como de quienes se benefician
políticamente: azuzar al miedo permanente facilita que no se medite sobre tres
puntos claves: a) la relación
estrecha entre nuestro sistema económico y los saltos zoonóticos; b) la tardía respuesta de muchos
estados en términos de identificación y aislamiento de casos y de
neutralización de focos de contagio como los propios servicios sanitarios; c) la incapacidad para proteger a la
población anciana institucionalizada en asilos: este es el sitio donde los
muertos se apilan; y es absurdo pensar que el encierro protegió a esa población
vulnerable, que en conjunto todavía concentra casi el 50 % de los decesos,
siendo menos del 1 % de la población total
Pero un
fenómeno de tanto calado debe tener causas más profundas. Lo que ha sucedido es
que una porción si no mayoritaria al menos sumamente numerosa de la población
—y social y políticamente influyente, de países que a su vez inciden en la
agenda política mundial— entró en estado de pánico. Y cuando sentimos pánico la
razón se paraliza y la propensión a emprender acciones desmesuradas e incluso
contraproducentes crece de manera exponencial.
La
disonancia cognitiva ante el fenómeno socio-político-sanitario del covid-19 no
acaba con la percepción sesgada y fundamentalmente errada de la magnitud
relativa que representa. A ello se agregan dos componentes adicionales. La
sobrevaloración de la efectividad de las medidas de aislamiento social severo
—confinamiento domiciliario, cercos perimetrales, limitaciones horarias para
salir a la calle, cierre de aeropuertos, clausura de escuelas, etc.— en la
mitigación de la expansión viral; y la subvaloración —o, quizá, la valoración
apropiada pero no considerada relevante— de las consecuencias sociales,
psicológicas, educativas, económicas e incluso sanitarias de las drásticas
medidas adoptadas.
El discurso
dominante entre autoridades y medios de comunicación es que, si no se hubieran
tomado las medidas de confinamiento, las consecuencias hubieran sido mucho
peores. Y esto es algo que todavía cree cierto la mayor parte de la población,
incluso muchos y muchas de quienes reclaman la apertura de ciertas actividades
porque su sustento depende de ellas, escindidas entre el temor al contagio y el
temor a la penuria económica. Sin embargo, se acumulan en las publicaciones
científicas investigaciones y más investigaciones que concluyen que los confinamientos no han
sido efectivos para reducir la propagación viral.
Es verdad
que hay estudios que defienden lo contrario. Aunque creemos que no son
metodológicamente correctos y que sus conclusiones están erradas, no queremos
aquí entrar en esa polémica. Solamente nos conformamos con que se admita que
esa efectividad está en discusión. Cuando eso ocurre —cuando existen estudios
sólidos en favor y en contra de un determinado vínculo causal—, lo que debemos
decir es que ese vínculo es discutible. En nuestro caso: lo que cabe decir es
que la magnitud de la efectividad sería en todo caso pequeña, y no olvidemos
que estamos ante consecuencias negativas enormes que ningún estudio pone en
duda
Esta quizá sea una de
las consecuencias más nefastas de haber afrontado la crisis sanitaria como una
guerra: no solo se convirtió a quien tuviera dudas o expusiera críticas en un
peligroso saboteador; también se activó la dinámica propia de toda guerra: es
fácil entrar en ellas, lo difícil es salir.
Y, sin
embargo, no hay remedio. Las autoridades persisten en la misma línea de
actuación, con escasa oposición social y en el marco de un fuerte consenso
político. Es verdad que algunos países,
como España, han moderado las medidas adoptadas en la primavera de 2020 —se ha
pasado de un confinamiento severo a uno light profundamente naturalizado— pero han dejado intacto el mismo discurso
del miedo. El autoritarismo con que se ha afrontado la epidemia actual no
tiene una justificación sanitaria y la historia nos muestra que en nombre del
derecho de emergencia se han dado graves abusos de poder y de restricciones de
derechos. Esta quizá sea una de las
consecuencias más nefastas de haber afrontado la crisis sanitaria como una
guerra: no sólo se clausuró el debate antes siquiera de comenzarlo (en la
guerra se obedece, no se discute), no sólo se convirtió a quien tuviera
dudas o expusiera críticas en un peligroso saboteador del “esfuerzo de guerra”
(“negacionista” ha sido el insulto
preferido); también se activó la dinámica propia de toda guerra: es fácil
entrar en ellas, lo difícil es salir.
Negacionismo como concepto, Negacionismo de la COVID-19
Una vez que
se entronizó al problema covid-19 en el problema más importante sin discusión;
una vez que se optó por la vía de las restricciones, el aislamiento y el
recurso a legislaciones de excepción; una vez que se comenzó a soñar con el
objetivo (pocas veces confesado, pero ciertamente operante) de aniquilar al
virus (covid-cero), cambiar de perspectiva o adoptar otras vías de actuación se
tornó sumamente dificultoso, si no lisa y llanamente imposible. Y así nos
encontramos un año después.
Es muy
difícil deshacer de manera coherente, frente a tanta desmesura y falta de
transparencia, todo el miedo que se ha instalado en la población: el miedo a
enfermar, a contagiar y a morir. Es muy difícil reconocer (si no imposible) por
parte de los gobiernos los errores cometidos en las dinámicas de guerra y
punitivas en las que hemos transitado el último año. Políticamente es mucho más
fácil seguir complejizando el fenómeno, seguir haciendo legislaciones de
excepción para mantener la tensión a toda costa, que cambiar los abordajes para
enfrentar al virus afinados con la evidencia científica, basados en el
principio de proporcionalidad, centrados en la salud integral y abriendo
espacios de participación social para un abordaje colectivo del covid-19.
Extremismo médico como sustituto de
una respuesta científicamente fundamentada.
En realidad,
todo el recurso a los confinamientos y las limitaciones indiscriminadas de la
vida social —la productiva la reanudaron pronto, vale hacerlo notar— se
fundamenta en un extremismo sanitario que no tiene ninguna base científica y
puede haber aumentado no solo de forma indirecta los daños a la salud —comenzando por la epidemia de salud mental
que estamos empezando a vivir— sin que hayan disminuido de manera
significativa los casos graves y mortales del covid-19. Más aún: pudo también
aumentar directamente los contagios graves y mortales. Hipócrates afirmaba que
“los remedios extremos se justifican ante
enfermedades extremas”.
A día de hoy
nadie puede defender que a nivel mundial —que es el ámbito en el que las
medidas se han propuesto— estemos ante una enfermedad extrema: siendo muy
generosos el aumento de mortalidad en el mundo habría sido del 2%. Sin embargo,
las medidas adoptadas fueron —y en muchos lugares siguen siendo— extremas.
Además, el recurso a medidas de semejante entidad debería estar ligado a la
ausencia de conocimientos científicos que permitiera una actuación más dirigida y selectiva
(aquí). En el covid-19 pronto la falta de
conocimientos científicos dejó de ser una excusa creíble. El extremismo frente
al covid-19 contrasta con el hecho de que no se adopten medidas suficientes
frente a la muerte de miles de personas, sobre todo niños, por enfermedades
tratables
Todas las
estrategias adoptadas por la mayoría de los gobiernos se basan en ideas sin ningún fundamento científico como resume un tuit de David
Thunder. Entre
ellas destacan la defensa del no comprobado efecto protector de las mascarillas fuera de
localizaciones y condiciones muy concretas (un
dispositivo que incluso podría facilitar ciertos contagios), o la defensa de las restricciones
estrictas a la vida social de personas independientemente de que padezcan o no
síntomas. Este supone el peligro de subvalorar la
mayor contagiosidad de los sintomáticos sobre todo en espacios de alto
riesgo.
Consideraciones para el uso
de cubrebocas en la comunidad en el contexto de la variante preocupante Omicron
del SARS-CoV-2
7 de febrero de 2022
Transmisión doméstica de
SARS-CoV-2: una revisión sistemática y metanálisis
Insolvencia científica, “éxito”
político y mediático.
El “éxito”
de los partidarios de los confinamientos y otras medidas restrictivas de
derechos y de la vida social en hacer creíble y aceptable su estrategia, se
funda en que la misma encaja perfectamente con el sentido común. Dos más dos
son cuatro: si se reducen los contactos sociales se reducen necesariamente los
contagios. A simple vista parece innegable. Pero, como sucede con tantísimas
cosas, las realidades profundas de los fenómenos son más complejas de lo que
parecen al sentido común, y muchas veces completamente contra-intuitivas. La
fácil y rápida ecuación propia del sentido común —los contagios se reducirán en
proporción a la reducción de los contactos— falla porque, en realidad, más que
de la cantidad total de contactos, la transmisión viral depende del contexto en
el que tienen lugar los mismos. Es más
determinante la duración del contacto y la ventilación del lugar donde se produce, que cualquier
medida de distanciamiento concreta o el uso de mascarilla
Heterogeneidades de
transmisión, cinética y controlabilidad del SARS-CoV-2
Y el impacto
mortal no depende tanto de la cantidad bruta de contagiados, sino de quiénes se
contagian. Una vez que se pone esto sobre la mesa, el carácter aparentemente
obvio de muchas medidas adoptadas se desploma. La probabilidad de contagio al aire libre es bajísima: sin embargo, hay
muchos países —entre los que se encuentra España— en los que es obligatorio el
uso de mascarilla incluso para circular por las calles. Los toques de queda
o las restricciones de ciertas actividades a partir de determinada hora no solo
son medidas ineficaces: son lisa y llanamente absurdas. ¿En cuánto pueden
reducir la probabilidad de contagios?
Es más probable contagiarse en una
oficina cerrada o en un taller atestado de trabajadores que en un bar —sobre todo si las mesas están al
aire libre—; pero se cierran los segundos mientras permanecen en actividad los
primeros. A excepción de los hospitales y las residencias de ancianos, los
lugares en que se producen más contagios son los hogares, aunque se ha
instalado la falsa idea de que en ellos estamos protegidos. Los contagios se
producen entre personas conocidas que interactúan cotidianamente, aunque el
discurso mediático nos lleve a ver el peligro en el paseante desconocido que
nos cruzamos en la acera. Sin duda el hashtag #quedateencasa ha resultado ser
erróneo y perverso especialmente si se atiende a la falta de información
rigurosa que se ha ofrecido acerca de cómo atender y cuidar a las personas
enfermas en las casas o a la importancia de ventilar los espacios —muchas
personas durante los meses del confinamiento más duro no lo hacían por miedo a
que el virus entrase por las ventanas— lo cual fue fuente de importantes contagios.
Las medidas
adoptadas son duras para las personas, pero ineficientes para protegerlas, dan
una falsa sensación de seguridad y hacen pensar que las autoridades hacen lo
que deben. Pero es más cierto lo contrario
La
estrategia de los confinamientos también fracasa porque no es sostenible a
largo plazo y porque no resulta suficiente para erradicar al virus. Son medidas
que afectan más a la población que a la circulación viral. A largo plazo, allí
donde el virus esté presente el umbral de la circulación comunitaria la
cantidad de contagios y decesos variará poco sin protección selectiva, hagan lo
que hagan las autoridades. Es una verdad difícil de tragar, y ello explica
parte de la “locura colectiva” en que estamos inmersos. Pero la consecuencia de
no aceptarla está produciendo daños irreparables e innecesarios. https://collateralglobal.org/
El cierre total de
Hubei fue posible porque no representaba más que el 4% de la población china
total, que fue abastecida en sus propias casas por las fuerzas de seguridad
enviadas desde otros sitios.
Los
confinamientos no han funcionado porque —como ya sugería la evidencia previa—
no es viable bloquear la trasmisión comunitaria de un virus respiratorio pasado
cierto umbral relativamente bajo de circulación comunitaria. Para conseguirlo
sería necesario un prolongado confinamiento TOTAL: cerrar todo, suspender todas
las actividades (no sólo las consideradas con grados variables de arbitrariedad
“no esenciales”) por un periodo de tiempo prolongado (varios meses). Esto es lo
que se hizo en China pero a una escala relativamente pequeña para las
dimensiones y la población del país. El cierre total de Hubei fue posible
porque no representaba más que el 4% de la población china total, que fue
abastecida en sus propias casas por las fuerzas de seguridad enviadas desde
otros sitios. Además, se procedió a llevar a cabo el aislamiento de casos y la
cuarentena de positivos en establecimientos hoteleros, lo que eliminó una
fuente de contagios numerosos y graves: la convivencia entre infectados y no
infectados si recomendaciones claras.
Sin ese
confinamiento absoluto y prolongado, cuando ya se ha producido una diseminación
comunitaria amplia, el virus ‘espera’ la relajación y, por lo tanto, en el
mejor de los casos sólo se pospondrían algunas muertes. Pero con un porcentaje
importante de la población que no puede permanecer en su domicilio (si es que
en verdad alguien puede hacerlo de manera saludable por un periodo tan largo de
tiempo) —ya sea por actividades de aprovisionamiento básico, responsabilidades
de cuidados, obligaciones laborales impostergables por estar clasificadas como
esenciales u obligada a garantizar la mera superveniencia diaria en los
sectores más precarizados— el virus permanece en circulación.
En los
países ‘desarrollados’, los trabajadores de servicios esenciales representan
alrededor de 30% del total de trabajadores: una suficiente masa crítica para
mantener el virus en circulación. Esta es la causa por la que tantísimos
estudios de carácter comparativo —entre estados diferentes pero también entre
regiones diferentes de un mismo estado—, histórico —basados en el estudio de
epidemias pasadas, como la de 1918—, experimentales —se han realizado algunos
experimentos en relación a la covid-19, por ejemplo con marines— e incluso de
prospección matemáticamente modelada concluyen que la reducción de contagios y
decesos a largo plazo atribuibles a
las medidas no farmacológicas son escasas o nulas.
Las medidas
no farmacológicas podrían ser incluso sanitariamente contraproducentes —por la
prolongación de la epidemia, la dificultad de proteger a la población
vulnerable por lapsos tan prolongados y por la afectación negativa del sistema
inmunológico de todas las personas producida por el estado de estrés, la
tristeza, la falta de ejercicio, la carencia de sol, etc.—.En paralelo, las
consecuencias negativas de las medidas no farmacológicas mayoritariamente
adoptadas son tan ostensibles como graves en términos de la atención inadecuada
de otras enfermedades, efectos físicos y psicológicos en la infancia y juventud
confinada, cierre de empresas y comercios, aumento del paro, crecimiento de la
pobreza, limitación de las libertades públicas, dinámicas de disciplinamiento
social, etc.
Un fenómeno de alcance
planetario y ya tan prolongado en el tiempo difícilmente pueda ser explicado
por una oscura conspiración. La explicación es sumamente compleja.
Estas
consecuencias son tan evidentes como para facilitar la credibilidad de todo
tipo de teorías simplistas de lo que está sucediendo. Esta es la base de las
creencias en la “plandemia”, un plan previsto de antemano ya sea para reducir la población anciana, oprimir a
la gente, ocultar la crisis capitalista, instaurar una dictadura, favorecer a
la industria farmacológica o modificar en algún sentido el sistema social
Un fenómeno
de alcance planetario y ya tan prolongado en el tiempo difícilmente pueda ser
explicado por una oscura conspiración. La explicación es sumamente compleja.
Comprender y explicar la reacción ante la pandemia debe necesariamente incluir
ciertas condiciones de posibilidad que se fueron gestando a nivel social,
económico, sanitario y cultural a lo largo de décadas: entre ellas la obsesión
por la salud y la seguridad en la cultura capitalista actual, la abrumadora
hegemonía ideológica de las clases altas y medias en el universo contemporáneo,
la pérdida de sentido histórico propia del sentido común posmoderno, el
reduccionismo biologicista de la medicina mainstream, la consolidación de
lógicas profundamente patriarcales y punitivas en el abordaje de los problemas
sociales, etc. Sin ellas la patológica obsesión con un único problema sanitario
de rango medio difícilmente hubiera tenido lugar. Pero una adecuada explicación
debe estar atenta también a los desencadenantes, entre ellos la aparición de un
virus desconocido entre las poblaciones humanas. Ni en las condiciones de
posibilidad ni en los desencadenantes parece haber nada mínimamente relacionado
con algo que pueda ser considerado una conspiración.
Pero una vez
iniciado el proceso y desatada la locura social —sería ingenuo ignorarlo—
ciertos sectores particularmente poderosos hallaron en la crisis una enorme
ventana de oportunidades, y comenzaron a operar abierta o solapadamente para
que el clima de temor no se desvaneciera. En primerísimo lugar, desde luego, el
poderoso complejo farmacológico y las empresas tecnológicas, devenidas ya
definitivamente el sector hegemónico de la acumulación de capitales. Habiéndose
dado de bruces con la crisis, los grandes tiburones aprovecharon el estado de
conmoción social para acelerar transformaciones políticas, económicas y
culturales en su beneficio, y de carácter profundamente reaccionario. Todas las
empresas de la economía virtual han visto en la pandemia una ocasión para
inflar aún más sus beneficios.
¿Qué ha sido de la perspectiva de
género? ¿Qué ha sido de la perspectiva de clase?.
Si algo se
ha reivindicado de manera clara desde los feminismos es que la neutralidad
muchas veces es una falsa pretensión patriarcal. Algunos relatos con
aspiraciones de neutralidad —e incluso de objetividad— solo encubren el lugar
ideológico desde donde se analiza la realidad, y por ello no necesita ser
justificado. Desde luego, las políticas de gestión de la covid-19 no son
neutras. Independientemente de que a la cabeza de las decisiones hayan estado
mujeres u hombres, las políticas desplegadas se han dado en el marco político y
mental del patriarcado. Sin embargo, la ausencia de una reflexión profunda por
parte de los feminismos sobre la forma en que ha sido abordada la pandemia y
las medidas adoptadas, y, en consecuencia, de una acción o respuesta coordinada
y organizada en la calle, ha sido la línea general.
Entre los
temas más criticables desde esta perspectiva está la práctica del
confinamiento. Lo primero que se debe decir es que aun habiéndose evidenciado
por la genealogía de los encierros que el encierro privado, el del hogar, ha
sido el primero de los encierros que han sufrido las mujeres, no ha habido
capacidad de evidenciar esta cuestión tan básica en ningún espacio de reflexión
feminista para criticar las medidas de confinamiento —estricto o light—.
Si atendemos
al abordaje transversal de los cuidados, también el desprecio de esta cuestión
es muy preocupante. Y resulta más preocupante todavía, cuando observamos que el
estado se erige como el único y validado cuidador de su ciudadanía en este
contexto pandémico; y lo hace, además, sostenido por todo un aparataje militar,
policial y jurídico que nos dice que nos cuida mediante el despliegue de una
fuerte narrativa punitivista. Se podría incluso afirmar que las medidas
adoptadas y/o recomendadas confrontan constantemente con los cuidados. Los
feminismos vienen considerando como central para repensar un proyecto que
verdaderamente ponga a la vida en el centro, la idea de que todos y todas somos
interdependientes, todas y todos necesitamos ser cuidados y cuidar y la idea de
que detrás de la represión no hay verdaderamente cuidados. Las personas
necesitamos de bienes, servicios y cuidados para sobrevivir. Los cuidados son
relacionales e interdependientes. Aquí es donde la escisión entre las
recomendaciones de los gestores y burócratas de la pandemia y las necesidades
de la vida es brutal.
Pensamos que dio en la
diana el epidemiólogo sueco Martin Killdorf cuando afirmó que “no hay razones
científicas ni de salud pública para mantener las escuelas cerradas” y que
estamos presenciando “el mayor asalto a las condiciones de vida de la clase
obrera en décadas”.
Sería
demasiado escandaloso para algunos proyectos políticos apelar continuamente a
la institución familiar como paradigma del nuevo higienismo. Sin embargo, las
campañas para el fomento de las medidas sanitarias muestran continuamente el
núcleo de la familia tradicional: padre, madre y niños, como paradigma de lo
“normal” y lo “correcto”. Sin duda ha habido una vuelta al concepto de familia
tradicional en este último año. En estas campañas esa familia representada es
una familia muy concreta. Tres son las principales características: blanca,
heteronormativa y de clase social media burguesa acomodada. En concreto, el
confinamiento ha idealizado ese modelo concreto de familia, tirando al traste
tantos esfuerzos (especialmente por los feminismos) en mostrar e interiorizar
la diversidad, y de visibilizar otros modelos de convivencia alejados del
modelo blanco-cis-hetero-patriarcal, así como la importancia de la mirada
interseccional, fortaleciéndose claros elementos racistas y de clase.
De hecho
menos dramático se presenta el panorama si aplicamos una perspectiva de clase.
Los trabajadores precarizados y cuentapropistas o bien no pudieron confinarse,
o bien sufrieron —y siguen sufriendo— un deterioro económico atroz. Y no hay
que mirar sólo en derredor. En la India, por ejemplo, donde también se
implementó un aislamiento social severo, las medidas adoptadas condenaron a
millones de personas a la inanición. Literalmente. Cosas semejantes ocurrieron
en Filipinas y en muchos Estados africanos. Por razones de espacio no podemos
desarrollar aquí adecuadamente este aspecto fundamental. Digamos simplemente
que pensamos que dio en la diana el epidemiólogo sueco Martin Killdorf cuando
afirmó que “no hay razones científicas ni de salud pública para mantener las
escuelas cerradas” y que estamos presenciando “el mayor asalto a las condiciones de vida de la clase obrera en
décadas”.
¡Y llegaron las vacunas!.
La cuestión
de la vacuna es sumamente compleja, pero hasta el momento, se pueden señalar
algunos hechos irrefutables. Hay un primer hecho incontestable: hemos
presenciado la búsqueda contra reloj de una vacuna salvadora. Y las vacunas han
llegado, todas, desde grandes laboratorios privados (la Big Pharma es una de las mayores industrias a nivel mundial), y en
prácticamente todo el mundo se han articulado agresivas campañas vacunales. Las
vacunas han sido presentadas como la única tabla salvadora, pero dudamos de que
vayan a acabar con el covid-19. Creemos antes bien que serán empleadas para
proporcionar una coartada a nuestros gobiernos y servir de justificación a las
políticas adoptadas. Suceda lo que sucediere, se dirá que las vacunas, y no la
inmunidad natural, han domeñado a la pandemia.
Otra
cuestión meridiana es que se ha abandonado la idea de la importancia del
sistema inmunitario para enfrentar una enfermedad, aunque es cierto que
precisamente entre los más vulnerables destacan los que sufren las peores
consecuencias del virus, independientemente de contar o no con una vacuna. La
inmunidad se puede alcanzar de forma natural por la propagación de la
enfermedad en la comunidad en amplios sectores de bajo riesgo, de forma
artificial por la administración de una vacuna eficaz, o por una combinación de
ambas. Una combinación que, por ejemplo, reservara la vacuna para la población
de riesgo.
Sin embargo,
la primera idea de la noche a la mañana pasó a ser considerada aberrante. La
premisa parece ser: que la inmunidad artificial por la administración de la
vacuna es superior a la natural, cuando todos los datos apuntan en sentido
contrario. Las vacunas disponibles parecen poseer una efectividad a corto plazo
indiscutible, pero sus efectos secundarios son notables y afectan de manera muy
llamativa a personas para las que padecer la enfermedad no supone un riesgo
importante. Queda la incógnita de los efectos a largo plazo que no se han
establecido. Tampoco se puede descartar que favorezcan el surgimiento de nuevas
variantes que es ya uno de los problemas que afrontamos.
¿Había alternativas a
la gestión autoritaria de la pandemia? Desde luego. Hubo países que se
concentraron en la detección de enfermos y el aislamiento selectivo de los
mismos. Se trata de un virus de amplio espectro patológico.
La tercera
cuestión irrefutable es que existen dudas razonables e importantes para
considerar que, aun en la actual situación de excepcionalidad por pandemia y de
estados de alarma, excepción, toques de queda etc., declarados en prácticamente
todos los países, con la legislación disponible no se puede imponer en toda la
población mundial una vacunación obligatoria. Una medida sanitaria que
impusiese la vacunación con carácter obligatorio constituiría una restricción
de derechos fundamentales. Sin embargo, nuevamente, no parece que sea (al menos
aparentemente) la senda que está guiando a las políticas de vacunación,
sumando, nuevamente, un nuevo argumento a la desmesura y a las prácticas
autoritarias
Por lo
demás, queda la incógnita de las consecuencias a medio y largo plazo de las
vacunas —tanto de su eficacia como de su impacto en la salud de las personas— y
de haber optado por una estrategia de vacunación masiva de toda la población.
Pensar al revés.
¿Había
alternativas a la gestión autoritaria de la pandemia? Desde luego. Hubo países
que se concentraron en la detección de enfermos y el aislamiento selectivo de
los mismos. Se trata de un virus de amplio espectro patológico. Si bien la gran
mayoría de las personas infectadas no sufre síntomas o estos son leves, una
minoría, entre los que predominan personas mayores y/o con enfermedades serias,
padecen cuadros muy graves e incluso fatales —desencadenando el fallecimiento—,
generalmente asociado a una insuficiencia respiratoria.
Sin embargo,
se ha adoptado esta estrategia indiscriminada sin dar ni siquiera la
posibilidad de plantear una discusión científica seria con quienes discrepan de
la estrategia adoptada, una verdadera legión, que defendieron esas estrategias
de protección selectiva comenzando por los prestigiosos
firmantes de la declaración de Great Barrington. En prácticamente todo el mundo se
optó por las medidas sobradamente conocidas: encierro masivo e indiferenciado
de la población primero, seguido de fuertes restricciones y medidas dudosamente
efectivas de todo tipo que continúan hasta hoy.
Y en todo
esto ¿dónde ha quedado la izquierda? Aunque sería exagerado decir que las
organizaciones de izquierdas apoyaron sin reservas la estrategia de supresión
del virus y las cuarentenas masivas, lo cierto es que, en general, no se
opusieron de manera frontal. Criticaron sus excesos o algunas facetas, pero no
su naturaleza. El hábito tacticista de tratar de acompañar las demandas de las
masas dejó al grueso de las organizaciones de izquierdas desarmadas, cuando lo
imperioso era cuestionar el ‘sentido
común’. Por ello, se optó por lo que parecía la ‘vía más segura’,
acompañando el gran miedo que había hecho presa de las masas a la espera de que
la pandemia pasara y se pudiera volver a la política de siempre.
El hecho de
que la izquierda radical haya sido en general presa del pánico al igual que la
derecha, el centro y la izquierda reformista, asumiendo además la hipótesis de
la eficacia y viabilidad del encierro, es un indicio de falta de autonomía e
independencia de criterios. Que se haya descartado la posibilidad de proteger a
la población vulnerable como cosa imposible, creyendo al mismo tiempo que sería
posible proteger a toda la población, habla bastante a las claras de la pobreza
intelectual franciscana y de la carencia de toda lógica en el debate público
contemporáneo. Que la creencia en que la vacuna será la solución a la pandemia
se haya impuesto con tan pocas críticas muestra la eficacia de la propaganda de
los laboratorios, la expropiación de la salud por el capital y la escasa
independencia de la izquierda en términos de política sanitaria. Que algunas
fuerzas de izquierdas defiendan abiertamente la política de confinamiento
resulta especialmente incomprensible por la falta de lectura de clase: entre
otras, el cierre de escuelas afecta más a los pobres que a los ricos, y el
encierro aumenta el desempleo, la miseria y las desigualdades.
Sin embargo,
al cabo de más de un año, no se ha logrado instalar en el debate público de la
mayoría de los países (ni siquiera en aquellos gobernados supuestamente por
fuerzas progresistas) cuestiones tan básicas como la necesidad de un único
sistema de salud que ofrezca a todas las personas las mismas oportunidades, o
la condena popular a la medicina comercializada, o la necesidad del estrecho
control público sobre la producción de medicamentos, o la relación ente la
agricultura y la ganadería industriales y los saltos zoonóticos, o lo imperioso
que resulta asumir que las residencias de ancianos constituyen un modelo
fallido para afrontar los problemas de la vejez, y una fuente de lucro
capitalista particularmente obscena. Si una crisis sanitaria, social y
económica de la magnitud de la actual no ha logrado instalar a gran escala
estos problemas y estas perspectivas, ello es, por cierto, un indicio de la
hegemonía cultural y política de las fuerzas del capital. Pero puede ser
también, en parte, consecuencia de errores políticos cometidos por las
izquierdas.
“La verdad es siempre revolucionaria” (aquí, aquí, aquí,) reza una vieja máxima atribuida
normalmente a Antonio Gramsci. La máxima viene a significar que por cruda que
sea, los revolucionarios deben apegarse a la verdad, sin edulcorarla y sin
autoengañarse. Esto entraña en cierto modo un compromiso con el realismo. Pero
entraña también algo mucho más profundo. Las clases dominantes siempre han
dispuesto de medios de difusión inmensamente más poderosos que los que podrían
disponer las clases explotadas. Si no hay una verdad objetiva, si todo es un
relato, si todo son narraciones, entonces quienes dispongan del poder y la
riqueza podrán imponer sus representaciones, sus intereses, sus visiones. Sólo
si hay relatos verdaderos y relatos falsos en algún sentido significativo es
posible la impugnación de las ideologías de las clases dominantes. Si no hay
verdad, si todo es uniformemente ideología, entonces es imposible, o totalmente
improbable, que no se impongan socialmente los intereses, las creencias y las
representaciones de las clases explotadoras y de los grupos favorecidos. La
pandemia del coronavirus ha sido un gran episodio de posverdad.
Pero no nos
desanimemos. Los anhelos de libertad y los sueños de emancipación son
inextinguibles. Comprender lo que sucede, por duro que sea, es una tarea
imprescindible para cambiar el mundo. Y este mundo hay que cambiarlo
urgentemente.
COVID-19, AÑO UNO: Balance
de una pesadilla autoritaria y de una gestión fracasada
Notas:
[i] https://www.thelancet.com/journals/lancet/article/PIIS0140-6736(21)00869-2/fulltext
[ii] https://f1000research.com/articles/10-232/v1
[iii] https://www.pnas.org/content/118/17/e2018995118
[iv] Belgian COVID-19 Mortality, Excess Deaths, Number of
Deaths per Million, and Infection Fatality Rates (9 March – 28 June 2020) |
medRxiv.
[v] Mortality associated with COVID-19 outbreaks in care
homes: early international evidence – Resources to support community and institutional
Long-Term Care responses to COVID-19 (ltccovid.org).
[vi] https://gbdeclaration.org/
[vii] https://www.thelancet.com/journals/lanpub/article/PIIS2468-2667(21)00036-0/fulltext
[viii] https://www.indexmundi.com/g/g.aspx?v=26&c=sp&l=es&fbclid=IwAR2cLtkEqX7JkbfLTNNFePlySsAqpoEgnSw6-5CEl-BinwQhrh1jm_MquM4
[ix] https://www.cebm.net/covid-19/excess-mortality-across-countries-in-2020/?fbclid=IwAR12iQx_6d5PLLgThJPLBq4IxLE9wS3CxGaQE9E3HAgYB4e4monKG76Jo2M
[x] https://www.cebm.net/covid-19/excess-mortality-across-countries-in-2020/
[xii] John P. A. Ioannidis, «Infection fatality rate of COVID-19
inferred from seroprevalence data», Bulletin of the World Health Organization,
14 de octubre de 2020.
[xiii] El vídeo de esta sesión puede consultarse en la web de la
OMS: https://www.who.int/news-room/events/detail/2020/10/05/default-calendar/executive-board-special-session-on-the-covid19-response. Las palabras de Mike Ryan figuran en
la sesión 1, en el minuto 1:01:33.
[xiv] https://onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1111/eci.13554
[xv] https://onlinelibrary.wiley.com/doi/full/10.1111/eci.13484
[xvi] https://www.thelancet.com/pdfs/journals/lancet/PIIS0140673603150519.pdf
[xvii] https://twitter.com/davidjthunder/status/1384481546371956736?s=20
[xviii] https://www.ecdc.europa.eu/en/publications-data/using-face-masks-community-reducing-covid-19-transmission
[xix] https://aip.scitation.org/doi/10.1063/5.0038380
[xx] https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/33315116/
[xxi] https://science.sciencemag.org/content/371/6526/eabe2424
[xxii] https://collateralglobal.org/
[xxiii] https://www.nature.com/articles/s41598-021-84092-1
[xxiv] https://www.infobae.com/america/ciencia-america/2020/09/12/martin-kulldorff-epidemiologo-de-harvard-no-hay-razones-cientificas-ni-de-salud-publica-para-mantener-las-escuelas-cerradas/
[xxv] SARS-CoV-2 infection rates of antibody-positive compared
with antibody-negative health-care workers in England: a large, multicentre,
prospective cohort study (SIREN) – PubMed (nih.gov).
[xxvi] Autores del libro: Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo, Ediciones El Salmón (2021).
Expresión
coloquial para referirse a los grandes laboratorios farmacéuticos que dominan
la investigación farmacológica mundial: Pfizer, Johnson & Johnson,
GlaxoSmithKline, Sanofi-Aventis, Novartis, Roche, Merck, AstraZeneca, Abbott y
Bristol-Myers Squibb. En la mayor parte de los casos, puede traducirse sin
problemas por las multinacionales farmacéuticas o las grandes multinacionales
farmacéuticas.
https://www.esteve.org/otras-sugerencias/diccionario-big-pharma/
Big Pharma
conspiracy theory / Teoría de la conspiración de las grandes farmacéuticas
https://en.wikipedia.org/wiki/Big_Pharma_conspiracy_theory
La 'Big
Pharma', nosotros y la pandemia
https://www.eldiario.es/comunitat-valenciana/opinion/big-pharma-pandemia_129_7830816.html
La cara
luminosa de la ‘Big Pharma’
https://elpais.com/elpais/2017/06/02/ciencia/1496415114_026011.html
Coronavirus:
Bienes comunes mundiales contra el Big Pharma
https://www.cadtm.org/Coronavirus-Bienes-comunes-mundiales-contra-el-Big-Pharma
Big Pharma
https://www.oxfam.org/es/taxonomy/term/5010
Artículos
sobre Big Pharma
https://theconversation.com/es/topics/big-pharma-113873
Las ‘big
pharma’ se suman a los esfuerzos para encontrar tratamientos contra el Covid-19
a través de la IMI
Big Pharma
https://saludconlupa.com/tags/big-pharma/
Documentos complementarios:
Un texto
censurado: “Covid-19: una vacunación controvertida”. .
Paz Francés, José R. Loayssa y Ariel Petruccelli
http://www.juanirigoyen.es/2021/08/un-texto-censurado-covid-19-una.html
Un texto
censurado: “Covid-19: una vacunación controvertida”. .
Paz Francés, José R. Loayssa y Ariel Petruccelli
Hoy es un
día importante para este blog porque aparece un texto despublicado en El Salto. Sus autores, José Ramón Loayssa y Ariel Petruccelli
son los que, junto a Paz Francés, han publicado el fértil libro “Covid-19. La
respuesta autoritaria y la estrategia del miedo”. Es la segunda vez que ocurre
esto recientemente en este medio. Pero ya han sido objeto de censuras y
prohibiciones en actos de presentación de su libro. La ínclita institución de
la censura y todas las prácticas que lleva consigo, se reactualizan adaptándose
al capitalismo desorganizado, mediático y posmoderno.
El contenido
del texto interpela a la vacunación, que como acontecimiento singular se
manifiesta mediante la paradoja de representar simultáneamente el formidable
salto científico e industrial, junto con la regresión intelectual que elimina
la pluralidad y la deliberación, además de instituir un modo de marginación y
persecución de las voces externas al complejo de poder que la impulsa. El
hermetismo informativo, la bunkerización de la comunidad científica, la
intensificación de una comunicación fundada en la propaganda dura, el mutismo
del mundo del arte y de la cultura, el monolitismo de la profesión médica y el
endurecimiento de las instituciones políticas, convergen y se retroalimentan,
generando una situación y una evolución preocupante.
Los malos
resultados con respecto al control de la pandemia, así como el progresivo
derrumbe de la idea central del final dorado, con la imagen de la alegre
población vacunada, generan una situación de desfondamiento en todos los
niveles. Por un lado los jóvenes protagonizan una rebelión sin discurso,
desafiando el orden epidemiológico al caer la tarde. Por otro, grandes sectores
de la población han adquirido competencia en burlar las normativas y moverse
entre las grietas de las actuaciones oficiales. También los segmentos de
población vinculados a los intereses de más penalizados por la respuesta a la
pandemia. Esta desobediencia latente refuerza las mentalidades y prácticas
autoritarias del complejo de gobierno del nuevo capitalismo epidemiológico
El resultado
de esta situación es el refuerzo de la tentación macartista. El estado
epidemiológico y la constelación de medios que lo sustenta, tiende a imponer
una unanimidad pétrea y silenciar las voces disconformes. La suspensión de la
cuenta de Juan Gérvas en twitter es
un indicio de un proceso en el que se acrecienta la construcción de un enemigo
público, que como en el macartismo originario, siempre es difuso y subrepticio
y se puede ubicar en cualquier lugar. Las condiciones para generar un
acontecimiento vinculado a la imagen de la traición. Esta posibilidad se
encuentra respaldada por los intereses de las industrias de las vacunas, que,
ahora claramente sí, materializan la vieja idea de complejo médico-industrial.
Juan Gérvas https://www.actasanitaria.com/jgervascmeditex-es_10084_115.html
Juan Gérvas
Camacho https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1783165
Desde estas
coordenadas se puede comprender la lógica de los actores en este evento.
Entiendo que lo peor de esta historia es la suspensión y congelación de la
inteligencia, que solo puede desarrollarse mediante una multiplicación de las
interacciones y las conversaciones en un clima de libertad sin constricciones.
Prohibir y castigar a los sospechosos de traición es un delirio que tiene
consecuencias demoledoras para toda la sociedad. Esta es la razón por la que
acojo cálidamente este texto y a sus autores.
Este texto
se puede leer aquí en el formato en que fue publicado
originalmente. Yo lo recomiendo, pero para quien lo prefiera este es el
artículo
COVID-19: UNA VACUNACIÓN
CONTROVERTIDA
Índice del contenido del
artículo
¿Una
efectividad deslumbrante pero engañosa?
La eficacia
prometida y la realidad
Unas vacunas
controvertidas desde el minuto uno
Efectos
secundarios ¿subregistro o sobrevaloración?
Las vacunas
COVID: algunas propiedades que demandan precaución
Modificaciones
y novedades peligrosas
Variantes y
ausencia de capacidad esterilizante
La cuestión
decisiva: ¿qué vacuna para quién?
Una campaña
deshonesta y autoritaria: ¿ciencia o ideología?
La discusión
no es si vacunas sí o no en general —ni siquiera en la Covid-19—. El debate
científico es qué tipo de vacunas emplear.
Pensamos que
la vacunación es recomendable en la población con alto riesgo de cuadros
graves, pero no en poblaciones con menor riesgo, dado el balance
costo-beneficio. Las vacunas no son inocuas. La idea de que es posible
erradicar el virus con las vacunas actuales no está justificada. Es probable
que en un período no muy lejano contemos con vacunas más seguras y efectivas.
En todo caso, no estamos ante una campaña de vacunación basada en una decisión
libre e informada. Se está utilizando la intimidación contra la más elemental
ética sanitaria.
A pesar de
que sigue adelante la campaña de vacunación masiva, puede apreciarse un
descenso del entusiasmo que mostraban nuestros gobernantes y su corte de
expertos, cuando hablaban del avance imparable del número de vacunados y, por
lo tanto, de la proximidad de la inmunidad de rebaño. En España se cifraba en
el 70% de la población vacunada. En torno a dicha inmunidad de rebaño ha
existido un malentendido: se ha dado a entender que es un umbral de todo o nada
cuando, en realidad, la inmunidad es gradual y es muy improbable que sea
completa. Si se equipara inmunidad colectiva a la erradicación del virus,
probablemente sea inalcanzable. Y las promesas de su pronta consecución solo
pueden entenderse en boca de personajes habituados a realizar promesas
electorales que no necesariamente deben cumplir. La expectativa de que la
vacuna iba a ser la “solución” a la pandemia es temeraria e imprudente.
En torno a dicha
inmunidad de rebaño ha existido un malentendido: se ha dado a entender que es
un umbral de todo o nada cuando, en realidad, la inmunidad es gradual y es muy
improbable que sea completa.
Las
restricciones se imponen de nuevo a consecuencia del esperable rebrote
veraniego. Un rebrote que cada día que pasa incluye a más personas con la
vacunación completa: ya está claro que no sólo se contagian sino que pueden ser
contagiadoras. A pesar de ello, se arbitran “privilegios” para los vacunados
como fórmula para “animar” a los renuentes. Las perspectivas de reflotar la
economía se enturbian, sobre todo para los países en los que el turismo es un
sector económico clave. Por lo tanto, es necesario un debate que permita
entender por qué con porcentajes considerables de la población vacunada (en
España sobre el 50%) la situación de este verano no es mejor que la del año
anterior. Culpabilizar de nuevo a los jóvenes del incipiente fracaso es
intolerable: después de todo, durante el verano pasado la vida social fue más
amplia e intensa que ahora, sin grandes consecuencias en términos de
hospitalizaciones y mortalidad.
La aparición
de casos, hospitalizaciones e, incluso, de muertes entre las personas vacunadas
es preocupante, entre otras razones por el escaso tiempo transcurrido desde la
vacunación. Se trata, por lo tanto, de un problema que tiene muchas
posibilidades de agravarse. Con ello no queremos decir que las vacunas que se
están aplicando no tengan ningún grado de protección. Pero la duración y el
alcance de ésta pueden ser mucho menor de lo que se daba a entender cuando se
inició la vacunación. De hecho, se difundieron previsiones optimistas en
términos de efectividad y seguridad, hechas solo con estudios limitados y a
corto plazo, que ahora no se confirman. En consecuencia, algunas farmacéuticas
proponen administrar una tercera dosis. Es una propuesta que llama la atención,
dado que la menguante efectividad de las vacunas podría deberse, entre otras
razones, a que son menos útiles contra las variantes.
Ante este
preocupante panorama es necesario repasar los preparados y la estrategia
vacunal adoptada, y evaluar si lo que está sucediendo era realmente tan
impredecible. Las vacunas recibieron la autorización (condicional) bajo tres
premisas: que estábamos ante una emergencia sanitaria catastrófica; que
presentaban una altísima efectividad; y que los estudios proporcionaban una
estimación de la seguridad aceptable.
Con ello no queremos
decir que las vacunas que se están aplicando no tengan ningún grado de
protección. Pero la duración y el alcance de ésta puede ser mucho menor de lo
que se daba a entender cuando se inició la vacunación.
¿Una efectividad deslumbrante pero
engañosa?
Como hemos
dicho, la segunda premisa es que las vacunas muestran una alta eficacia. Entre
las revistas medidas, solamente el BMJ se permitió incluir artículos que ponían
en cuestión los análisis oficiales de los datos proporcionados por las empresas
farmacéuticas que han desarrollado y comercializado las vacunas. Uno de sus
editores, Peter Doshi, ha publicado dos análisis, uno de ellos como contenido
revisado por pares, en los que expuso las razones que lo llevaban a cuestionar
las cifras de eficacia que permitieron la autorización. También manifestó sus
reservas con el diseño de los ensayos clínicos en los que se basó la autorización.
El mismo
artículo en PDF traducido al castellano aquí.
Pero hay
otra cuestión sobre la eficacia de las vacunas: se utiliza exclusivamente la
variación del riesgo relativo, obviando la reducción del riesgo absoluto o el
Numero Necesario a Tratar (NNT). Como ha señalado Juan Gérvas, lo único que los ensayos clínicos utilizados para su
autorización demostraban es que por cada 10.000 vacunados se evitaría 124 casos
de Covid (la mayoría son leves), y no ofrecerían ningún beneficio a las otras
9.876 personas que, además, se verían expuestas a los posibles efectos
secundarios de la vacuna. En esos ensayos se demostraba una
reducción del riesgo absoluto del 1,1%, en el caso de Moderna y del 0,7 % en el
caso de Pfizer. La disminución del riesgo absoluto
—es decir, la probabilidad de presentar un Covid-19 con síntomas (una vez más
no necesariamente grave)— en otro análisis publicado por Lancet se establecía
en 1,3% para AstraZeneca–Oxford, 1,2% para Moderna–NIH, 1,2% para Janssen &
Janssen, 0,93% para Spunik for the Gamaleya, y 0,84% for the Pfizer–BioNTech. Un ejemplo podría ayudar a entender
la diferencia entre el riesgo relativo y el riesgo absoluto. Si tomamos el
ensayo de la vacuna Pfizer, entre los aproximadamente 18.000 vacunados se
produjeron 8 casos, mientras que, entre los 18.000 que no lo estaban, se
infectaron 162 personas. Es decir, el riesgo de infectarse de Covid-19 era del
0,0088 sin vacunación y del 0,0004 con vacunación. Karina Acevedo ha puesto un ejemplo muy gráfico de la diferencia entre ambas magnitudes. Si una medicina
provoca que el riesgo de sufrir un infarto pase del 2% al 1%, la reducción del
riesgo relativo es del 100% pero la del riesgo absoluto es solo del 1%.
Deberían darse ambos datos al ofrecer la vacuna, porque si la medicina
aumentara el riesgo de morir por otra causa en un 2%, sería una decisión con un
100% de error.
Al presentar
solamente la reducción del riesgo relativo nuestros gobernantes y “sus”
expertos están recurriendo a la propaganda y no a la información.
La eficacia prometida y la realidad
No solo los
datos de los ensayos sirven para cuestionar la eficacia de la vacunas. También
lo hace la evolución de las curvas epidémicas: hasta el momento, en casi ningún
sitio se observa una caída clara asociada a las vacunas. Esta afirmación puede
resultar sorprendente porque, después de todo, se repite día y noche que las
vacunas son tremendamente efectivas y se elogia a los países que habrían
mejorado su situación gracias a una vacunación masiva y temprana. Un caso
paradigmático es Israel, promocionado como modelo de las bondades de la
vacunación. Y, efectivamente, las curvas de casos y de decesos se desplomaron
tras la inoculación masiva. Si sólo observáramos a Israel, sería razonable
concluir que esa significativa caída es consecuencia del efecto vacunal. Pero
esta conclusión optimista se desmorona como un castillo de naipes cuando
comparamos sus curvas epidémicas con las de la vecina Palestina: son
prácticamente idénticas, aunque la diferencia en la tasa de vacunación sea de
10 a 1. Lo mismo sucede si comparamos Uruguay con Paraguay. Ambos países habían
evitado que el virus superara el umbral epidémico durante todo 2020, pero los
casos se dispararon desde febrero de 2021. Uruguay ha vacunado seis veces más
que Paraguay, pero la tasa de decesos por millón ha sido idéntica (Paraguay, al
parecer, ha tenido la mitad de casos, pero como el dato depende del nivel de
testeo, es incierto). Ejemplos semejantes se podrían ofrecer en cantidad, y de
todos los continentes. Quien quiera puede cotejar la información en la página Our World in Data.
Las curvas epidémicas
de Israel son prácticamente idénticas a las de la vecina Palestina, aunque la
diferencia en la tasa de vacunación sea de 10 a 1.
Hasta el
momento —acaso con la única excepción de algunos países europeos durante la
llamada “primera ola”— el ascenso y descenso de las curvas epidémicas ha
seguido en gran medida una evolución estacional. Y eso es lo que cabría
esperar, por insoportable que les resulte a quienes creen que pueden tener a la
naturaleza y a los virus bajo control. Si comparamos las mismas semanas de 2020
y de 2021, no se observa de manera clara y uniforme que la situación haya
mejorado en 2021, exceptuando —en Europa— los meses de marzo/abril. En
Sudamérica se observa una pauta semejante.
Unas vacunas controvertidas desde el
minuto uno
Aunque se ha
repetido machaconamente, la afirmación categórica de que las vacunas son
eficaces y seguras no está justificada. La preparación apresurada —que entre
otros protocolos habituales soslayados, no contempló una experimentación animal
suficiente— hace que los efectos de las vacunas presenten muchas incógnitas.
Muchas más, de hecho, que cualesquiera otras vacunas anteriores. Los ensayos
que permitieron una autorización condicional por emergencia tenían muchas
limitaciones, algunas ya señaladas más arriba, como la exclusión de sectores de
la población (embarazadas, personas que habían pasado la Covid-19, individuos
con patologías significativas, etcétera). Incluso la población anciana, que es
la que tiene una mayor necesidad de protección, estaban infrarrepresentada en
la mayoría de los estudios. A pesar de ello, las autoridades dieron seguridades
casi absolutas y “animaron” a toda la población a ponerse en la cola de la
inoculación. Esto contrastaba con que ya desde las primeras semanas se
informaba a los vacunados que los efectos secundarios (leves, eso sí) eran
esperables y que incluso era recomendable una medicación preventiva. A todos
los que señalaban las incertidumbres que se planteaban se les atacó como
anti-vacunas o negacionistas, sin abrir ningún espacio para debatir una cuestión
tan seria. Se continuó con la lógica de la prepotencia en la acción, y con la
negativa al debate iniciada con los confinamientos.
En esta
ocasión, el negacionismo estuvo a cargo de los gobiernos y de los expertos
oficiales. Primero afirmaron que las vacunas no tenían efectos secundarios
considerables; cuando estos aparecieron dijeron que no estaban relacionados con
la vacuna; cuando a cada día que pasaba era más claro que sí que lo estaban,
dijeron que eran pocos y que el costo-beneficio era favorable. Pero se trata de
costos-beneficios que no se basan en estudios sólidos. Los defensores de las
vacunas se han preocupado más por censurar estudios costo-beneficio
—discutibles, es verdad, como todo en ciencia— que por ofrecer análisis alternativos. Las limitaciones que los ensayos
ofrecen hasta el momento hacen necesarias las comprobaciones durante su
distribución y utilización. Ello requeriría un registro de los efectos
secundarios de calidad y un análisis con datos de un periodo amplio. Tenemos
dudas de que se está actuando de forma transparente porque se busca el éxito a
cualquier precio.
Efectos secundarios ¿subregistro o
sobrevaloración?
Nadie que
trabaje en la práctica clínica puede negar que estas vacunas presentan efectos
secundarios inmediatos con una frecuencia incomparablemente superior a
cualquier vacuna previa. Los presenta además en sectores de población en los
que la Covid-19 es asintomática o benigna en una enorme proporción. Nuestra impresión
es que estos eventos son mucho más frecuentes de lo que queda registrado. Hemos
visto decenas de historias con efectos secundarios que no han sido declarados
por el profesional que los atendió. El hecho de que se trate de un medicamento
nuevo obliga a considerar que todo síntoma o signo que se produce después de su
inoculación es consecuencia de la vacuna hasta que se demuestre lo contrario.
Así se ha actuado hasta ahora en el caso de nuevos productos farmacéuticos. Sin
embargo, muchos profesionales parecen pensar que para declarar una sospecha de
efecto secundario, éste debe estar asociado a la vacuna más allá de toda duda.
La diferencia de eventos registrados en diversos países también apunta a que
hay una cultura profesional variada respecto a la vigilancia de las reacciones
adversas de los medicamentos. En todo caso, y por lo que conocemos, es muy
probable que muchos efectos secundarios no queden registrados (incluso se habla
que normalmente solamente un 5% lo son) ya sea porque el paciente no consulta,
o porque el médico no tiene a bien considerar una posible relación con el
medicamento o vacuna. Este hecho se explica porque no es fácil establecer la
relación. Si un anciano frágil y vulnerable es vacunado y muere en los días
siguientes, no se puede afirmar que sea a causa de la vacuna, pero tampoco
excluirlo. Las autopsias serian imprescindibles pero se llevan a cabo con
cuentagotas. En cualquier caso, podemos afirmar con seguridad que la vacunación
puede desencadenar la muerte en algunas personas.
En segundo
lugar están los efectos secundarios diferidos, que aparecen a los días, semanas
o meses de la administración del medicamento, y que precisamente son aquellos
sobre los que los ensayos clínicos iníciales de las vacunas ofrecían menos
información. En este caso, sin embargo, hemos tenido prontas evidencias de la
relación entre (todas) las vacunas con material genético actual y los efectos
secundarios no esperados. Ha sido gracias a que una de ellas dio lugar a
fenómenos trombóticos muy inusuales (trombosis de los senos venosos craneales)
y otra a un cuadro tan poco frecuente como la miocarditis en jóvenes. Indicios
insoslayables. Pero, ¿qué hubiera pasado si las vacunas solamente hubieran
incrementado el riesgo de los cuadros vasculares más habituales? Hubiera sido
mucho más difícil detectar estas reacciones adversas tan graves.
Nadie que trabaje en la
práctica clínica puede negar que estas vacunas presentan efectos secundarios
inmediatos con una frecuencia incomparablemente superior a cualquier vacuna
previa.
En general,
los efectos secundarios deben no solo cuantificarse sino que hay que encontrar
una explicación fisiopatogénica: cómo y por qué se producen. Los efectos
secundarios que aparecen tras la comercialización de un nuevo fármaco pueden
ser la “punta del iceberg”, es decir, la señal de alarma de muchos daños que no
se manifiestan en síntomas y signos con carácter inmediato, sino que son lesiones
que quedan “latentes”. No puede descartarse que detrás de los miles de trombos
que se han visto, existan lesiones más extendidas en vasos sobre las que el
trombo pueda estar comenzando a establecerse y que solamente después de un
largo periodo ocasionen, por ejemplo, la oclusión de una arteria o un fenómeno embólico.
Por ello, merece la pena detenerse en las posibles causas de los efectos
secundarios que vemos, aunque no pretendemos ser exhaustivos en un tema tan
complejo.
Las vacunas COVID: algunas
propiedades que demandan precaución
Ante la
pandemia de un virus desconocido (del que cada vez sabemos más) y que está en
permanente evolución, empleamos una tecnología vacunal también desconocida. A
primera vista, aplicar un remedio poco conocido a una enfermedad con preguntas
todavía sin responder no parece demasiado prudente.
La Covid-19
ha servido para poner en marcha un nuevo proceso de investigación, producción,
testeo y distribución de vacunas. La urgencia creada llevó a Donald Trump a
aprobar la “Operation Warp Speed (OWS)” (aquí) —término de la “guerra de las
galaxias” que significa velocidad mayor que la de la luz— en marzo del 2020.
Para ello implicó al Ministerio de Defensa en la operación de comercializar una
vacuna contra la Covid-19 cuanto antes. Se pusieron en marcha lazos de
colaboración para desarrollar “vacunas sin precedentes” que lo permitieran, en
concreto las basadas en la tecnología del ARN mensajero (ARN-m). Pero cualquier
tecnología sin precedentes carece de una historia que permita evaluar de forma
completa riesgos, seguridad y eficacia a largo plazo. Se intercambian
estimaciones del costo-beneficio por estimaciones que en gran medida tienen en
el numerador esperanzas-ilusiones, acortando temerariamente el proceso de
desarrollo y testeo de las nuevas vacunas. Antes de la Covid-19 se había
estimado que las nuevas vacunas de ARN-m precisarían de al menos 12 años para
estar disponibles y solo con un 5% de probabilidades de éxito. De hecho,
creemos que las compañías del “Big Pharma” se han lanzado a desarrollar este
tipo de vacunas, no tanto por los beneficios económicos inmediatos, sino por la
posibilidad “sin precedentes” de probar masivamente una nueva tecnología con un
riesgo muy disminuido a la hora de asumir responsabilidades por circunstancias
adversas.
Incluso se
ha hablado de ruleta rusa, y se ha insistido que su utilización debería
limitarse a aquellos con un riesgo alto de consecuencias graves por el
SARS_COV-2. Sorprendentemente, se ha excluido una estrategia vacunal centrada
en este grupo, optándose por una estrategia universal. Como si todas las
personas corrieran el mismo grado de riesgo cuando los estudios al respecto son
abundantes y concluyentes: el riesgo de la Covid-19 para
menores de 30-50 años es similar e incluso inferior (si se trata de niños y
adolescentes) al de la gripe estacional. Se ha implementado esta decisión
política con un alto grado de incertidumbre, con riesgos elevados, y sin un
debate abierto.
El riesgo de la
Covid-19 para menores de 30-50 años es similar e incluso inferior (si se trata
de niños y adolescentes) al de la gripe estacional.
Se trata de
una tecnología nueva, y tenemos razones para estar preocupados. La primera es
que en realidad no sabemos cuál es la dosis del inmunógeno que estamos dando.
Como se ha divulgado, son vacunas cuyo producto inoculado no genera los
anticuerpos (inmunidad sería más correcto), sino que emite una orden genética
para que nuestras células produzcan la proteína S1, la destinada a estimular la
respuesta inmunitaria. Pero no en todas las personas la orden genética va a
producir la misma cantidad proteína S1, ya sea por la persistencia del
preparado vacunal, ya sea por la capacidad de respuesta de las células del
receptor. Quizás eso explique los mayores efectos secundarios inmediatos en los
más jóvenes (sus células también lo son). ¿Se está produciendo en muchos casos
un “exceso” de dosis? Es una hipótesis plausible, ya que el diseño de la vacuna
tenía como objetivo central producir gran cantidad de la proteína Spike.
Pero hay más
cuestiones preocupantes. Es difícil creer que la proteína S1 producida no
circule por el torrente sanguíneo (los fenómenos trombocitos y la miocarditis
postvacunal prácticamente lo aseguran) y se difunda por los tejidos del
receptor. También hay dudas sobre qué células reciben y ejecutan la orden genética
contenida en la vacuna. ¿Es seguro que una célula del SNC produzca una proteína
con indicios de propiedades neuroinflamatorias en animales? Pero es que la propia proteína S1
esta implicada en los mecanismos por los que el SARS-COV 2 produce daño tisular
(en los tejidos). Se ha demostrado que la proteína S1 causa daño endotelial. ¿No es peligroso someter a un organismo
a una cantidad considerable de esa proteína, en un corto espacio de tiempo? El
relativo contrasentido que implica utilizar una proteína tan tóxica como la S1
como único inmunógeno ha sido puesto de relieve incluso por uno de los
desarrolladores de la tecnología ARN-m que inmediatamente a sido expulsado al
infierno de los negacionistas.
Por otra
parte, hay dudas sobre la recombinación del material genético de la vacuna con
otros virus e, incluso, con el genoma humano, hecho de consecuencias
impredecibles. Es improbable pero no puede descartarse, a pesar de que
inicialmente se ridiculizó a quienes lo sugirieron.
Asimismo,
algunos de los efectos detectados indican que la vacuna podría contribuir a
desencadenar reacciones de autoinmunidad (anticuerpos monoclonales contra la
proteína Spike mostraron reactividad cruzada con proteínas de nuestro organismo). No puede descartarse tampoco que, en un futuro, las
vacunas basadas en material genético sean capaces de precipitar la denominada
enfermedad aumentada por anticuerpos (ADE), que puede manifestarse como
trastornos autoinmunes o inflamatorios crónicos.
Modificaciones y novedades peligrosas
Un artículo
reciente ha hecho repaso de las características de las vacunas genéticas frente
a la Covid-19 centrándose en aquellos preparados basados en la tecnología ARN-m y su relación
con los efectos secundarios que se están viendo. Plantea la hipótesis de que
las reacciones alérgicas detectadas que incluyen casos de anafilaxia, que
ocasionaron varias muertes, se relacionen con compuestos de las actuales
vacunas vectorizadas en adenovirus o de ARN-m como el PEG (polyethyleno
glycol), que es un alérgeno reconocido inyectado por primera vez en humanos.
Las reacciones alérgicas severas se producen con otras vacunas, pero la
Covid-19 las provoca con una frecuencia mucho mayor. Un estudio publicado en
sanitarios vacunados reportó que un 2,1% de estos sufrió reacciones alérgicas agudas, que es un cifra mucho mayor que la
reconocida por el CDC.
Vacuna de
ARN https://es.wikipedia.org/wiki/Vacuna_de_ARN
ARN
mensajero https://es.wikipedia.org/wiki/ARN_mensajero
Otras modificaciones
realizadas tenían como objetivo evitar que el ARN-m, que tiene en sí mismo
capacidad de generar respuesta inmunitaria, fuera desactivado y degradado
rápidamente. Una de las soluciones elegidas fue envolverlo con una cubierta
lipídina que simulara los exosomas naturales. Pero esos lípidos ionizables
pueden inducir una potente respuesta inflamatoria en ratones y estimular la secreción de
citokinas como TNF-α, interleukina-6 e Interleukina-1β desde las células
expuestas. Estos lípidos pueden encontrarse entre las causas de muchos de los
síntomas inmediatos que experimentan los vacunados: dolor, inflamación local,
fiebre e insomnio.
También se
realizaron modificaciones genéticas en la secuencia original del virus
destinadas a hacerlo más similar al ARN-m humano. Esto no solo retrasaría su
inactivación, sino que podría hacerlo más eficiente en su tarea de ser traducido
a la proteína antigénica. El ARN-m de la vacuna presenta características, en su
contenido relativo, diferentes de la mayoría de los parásitos intracelulares
—incluyendo los virus— y se parece en mayor medida al de nuestras células. Todo ello parece destinado a
producir mayores cantidades de la proteína S1, y a que ésta tenga más
similitudes con proteínas humanas (ya hemos mencionado sus consecuencias no
deseadas). A estos peligros de la tecnología y de la composición de las vacunas
génicas se podrían añadir otros como el surgimiento de priones, pero no
pretendemos ser exhaustivos.
Variantes y ausencia de capacidad
esterilizante
Otra
característica de las vacunas que debería preocupar es que la inmunidad
generada está focalizada en una única proteína de las 28 que contiene el virus.
Ello hace más probables las mutaciones que sorteen la inmunidad. Si los
anticuerpos vacunales reaccionan ante varias proteínas del virus, nuestro
sistema inmune tendría más fácil reconocerlo
De hecho, se
ha señalado que la capacidad inmunógena de una formulación que contenga
instrucciones de síntesis de tres proteínas es mayor en el propio estudio que
describe el diseño de la vacuna de Pfizer o Moderna. Esas tres proteínas —S, H
y E— son los requisitos mínimos para el ensamblaje de partículas que mimetizan
el virus.
Diseño de vacuna de ARNm de
SARS-CoV-2 habilitado por preparación prototipo de patógenos
Ante un virus como
éste, que está experimentado una difusión comunitaria no desdeñable, la
vacunación indiscriminada va a constituir una presión evolutiva considerable
hacia variantes más transmisibles.
Las
variantes son y van a ser un problema central. Este virus ha mostrado una
notable disposición a mutar (la cual era previsible). Ello debería condicionar
la estrategia vacunal. Ante un virus como éste, que está experimentado una
difusión comunitaria no desdeñable, la vacunación indiscriminada va a
constituir una presión evolutiva considerable hacia variantes más
transmisibles. Si a esto se le añade que las vacunas no son esterilizantes —es
decir, que previenen más la enfermedad que la infección—, la réplica del virus
en los vacunados —de personas con anticuerpos— va a ayudar al virus a
adaptarse, con toda probabilidad, y se producirá una selección de las variantes
con menos susceptibilidad a ser neutralizadas. Esto puede estar sucediendo ya,
y ser la causa del panorama que se está viviendo en parte de Europa en estos
momentos. Es verdad que, hasta la fecha, el descenso de la capacidad
neutralizante de los anticuerpos vacunales frente a nuevas variantes es modesto
según algunos estudios. Pero, por otro lado, encontramos noticias que parecen
sugerir que puede ser mayor en personas con inmunidad débil, como son muchas de
las más vulnerables a la Covid-19. Todo ello en un periodo inmediatamente
posterior a la vacunación: las variantes resistentes a la vacuna empiezan ya a
aparecer —como la Delta— y podrían explicar el contagio de gran cantidad de
personas con vacunación completa en países como Israel.
La cuestión decisiva: ¿qué vacuna
para quién?
Contrariamente
a lo que se intenta presentar, en una nueva maniobra de “embarrar la cancha”,
la discusión no es si vacunas sí o no en general —ni siquiera en la Covid-19—.
El debate científico es qué tipo de vacunas emplear, y respecto a las actuales,
dado que son experimentales, tal y como indica su autorización condicional por
emergencia, si deben restringirse a los perfiles de alto riesgo. Pero los
gobiernos insisten en la vacunación general. Quieren vacunar, con preparados
que presentan notables efectos secundarios, a población a la que el virus no
causa daños significativos. También proponen la vacunación de los que ya han
sufrido la enfermedad. No creemos que ninguna de estas medidas tenga base
científica.
La discusión no es si
vacunas sí o no en general —ni siquiera en la Covid-19—. El debate científico
es qué tipo de vacunas emplear.
Vacunar a
niños, niñas y jóvenes carece de justificación epidemiológica, por su perfil
bajo de morbilidad y letalidad. Tampoco está justificado vacunar a los que ya
han sufrido la infección y la enfermedad. Uno de los ejes de la campaña
publicitaria orquestada con las vacunas ha sido subvalorar implícitamente (en
algunos casos explícitamente) la potencia protectora de la inmunidad natural.
Por el contrario, todos los indicios apuntan a que se trata de una protección
más potente y duradera que la inmunidad vacunal. Las propias tasas relativas de reinfecciones tras la
enfermedad natural (que existen, aunque sean de momento muy poco frecuentes), y
las infecciones tras la vacunación, apuntan claramente hacia la superioridad de
la inmunidad natural. El perfil de anticuerpos que produce la vacuna es
diferente y posiblemente inferior al de la infección natural, y su actividad
podría resistir peor el paso del tiempo.
Una campaña deshonesta y autoritaria:
¿ciencia o ideología?
Aunque las
vacunas que se están administrando permitieran acabar con la pandemia sin daños
colaterales altos, no estaría justificado que se haya recurrido a la
desinformación, al miedo, a la manipulación e, incluso, a la coerción. Es
discutible el costo-beneficio de las actuales vacunas, pero es difícil defender
que estamos ante una vacunación basada en una decisión informada, autónoma y
libre de la población. No hay un consentimiento informado que merezca tal
nombre en unas vacunas que no tienen una autorización definitiva ni estudios
que las avalen más allá de dudas razonables.
Aunque la
pandemia ha sido percibida como un fenómeno “natural” y las medidas adoptadas
como una operación “científica” sin supuestos o connotaciones políticas e
ideológicas, lo cierto es todo lo contrario. La pandemia es al menos un
fenómeno tan social como biológico o natural, y su abordaje no escapa en modo
alguno a las representaciones sociales, las opciones políticas o las premisas
ideológicas. La vacunación experimental ante la Covid-19 se apoya en el
solucionismo tecnológico, un paradigma, o creencia, según el cual las
relaciones sociales y los ciclos metabólicos naturales que la especie humana
fractura pueden luego enmendarse con tecnología. Una de las premisas implícitas
es: “pueden destruirse selvas y bosques, y acorralarse especias animales,
porque cuando se produzcan saltos zoonóticos hallaremos soluciones
experimentando con virus peligrosos en laboratorios, y si un virus se escapa ya
lo solucionaremos también”.
En el caso
de la medicina, la propaganda del fetichismo tecnológico asocia el aumento de
la esperanza de vida al desarrollo de la tecnología. El mayor impacto, sin
embargo, se debe a la mejora de las condiciones de vida, los cambios en los
hábitos de higiene y el desarrollo de sistemas públicos de agua potable y
cloacas. Se vende la imagen de que las vacunas son, a diferencia de otros
medicamentos, prácticamente inocuas y “naturales”. Insistimos, sin negar su
utilidad, la espectacular disminución de las enfermedades infecciosas en el
siglo XX tiene mucho más que ver con la mejoras de las condiciones sociales e
higiénicas.
La pandemia un fenómeno
tan social como biológico o natural, y su abordaje no escapa en modo alguno a
las representaciones sociales, las opciones políticas o las premisas
ideológicas.
Que la
percepción y representación de la pandemia no es ajena a la ideología es
sencillo de observar. La Covid-19 estuvo
muy lejos de ser la principal causa de muerte mundial en 2020, y al parecer no
ha sido la principal causa de muerte en ningún país. La desnutrición, la
polución ambiental, los infartos y el cáncer se cobraron un número de víctimas
entre dos y cinco veces superior (y afectando a una población más joven).
Sólo si asumimos, simultáneamente, que la mayor parte de esas “otras” muertes
eran inevitables y que las muertes por Covid-19 deben (y pueden) ser evitadas,
es posible conceder a esta epidemia la atención casi exclusiva (y no sólo a
nivel sanitario, vale reparar en ello) que se le ha concedido por espacio de un
año y medio, y subiendo. Pero ambas presunciones son mucho más ideológicas que
científicas. Científicamente, de hecho, son más bien falsas. Evidentemente, un
porcentaje enorme de esas “otras” muertes prematuras podrían ser evitadas con
recursos menores (conocidos y disponibles) que los empleados para tratar de
evitar de manera incierta las muertes por Covid-19. La displicencia mostrada
ante esos “otros” problemas sanitarios verdaderamente graves contrasta obscenamente
con la obsesión patológica con el nuevo virus. Ni una cosa ni la otra parecen
en modo alguno razonables, y ello nos conduce al componente de irracionalidad
que ha modelado la percepción, la representación y las respuestas dadas a la
presente pandemia. Una irracionalidad determinada fundamentalmente por un temor
desproporcionado ante un problema sanitario real, pero en modo alguno
catastrófico.
Durante el
siglo XX, todas las pandemias de virus respiratorios duraron aproximadamente
dos años. Luego esos virus se convertían en endémicos, aunque de la mano de
mutaciones podían, de forma transitoria, provocar un nuevo brote epidémico
amplio. No hay razones para pensar que sería distinto con el Sars-CoV-2. La
obsesión por erradicar (y hacerlo a la mayor brevedad) al nuevo coronavirus es
una apuesta biológicamente incierta, sanitariamente imprudente y políticamente
reaccionaria: conllevará de manera casi ineludible (ya lo estamos viendo)
pasaportes sanitarios, restricciones, controles policiales y obligaciones
absurdas.
Para abordar
de manera sensata la nueva amenaza viral, evitando el riesgo de ser “aprendices
de brujas” capaces de provocar daños mayores que los que se pretenden evitar,
es indispensable abordar a la Covid-19 como un problema sanitario más, y
dedicarle atención y recursos de manera proporcionada. Se debería también
asumir lo más probable: que el virus sea endémico y que conviviremos con él de
aquí en adelante. Es improbable que sea erradicado a nivel mundial, y si lo
fuera, no será a corto plazo. El discutible impacto positivo demostrado hasta
el momento por las vacunas es una razón de peso para pensarlo todo de nuevo y
cambiar la perspectiva. Necesitamos más ciencia y menos ideología. Y ante todo,
menos ideología burguesa.
La displicencia
mostrada ante esos “otros” problemas sanitarios verdaderamente graves contrasta
obscenamente con la obsesión patológica con el nuevo virus.
Medidas tan
poco éticas para promover la vacunación —como los pasaportes sanitarios o los
privilegios de las personas vacunadas—, no se justifican en modo alguno por la
ausencia de capacidad de transmisión. Porque, precisamente, no se puede
descartar que una de las causas de la onda que vivimos sea consecuencia de la
capacidad para contagiar de las personas vacunadas (sumada a su muy relativa
“protección”). Todavía no se sabe si las vacunadas contagian más, menos o igual
que las no vacunadas. Y ya hay indicios de que serían más vulnerables ante
algunas variantes nuevas.
Como
decíamos en nuestro libro Covid-19: La
respuesta autoritaria y
la estrategia
del miedo, los
gobiernos, atrapados en su propio relato, tenían que encontrar una solución
“milagrosa” para justificar las restricciones y para reiniciar la economía. La
vacuna los convertía en los héroes de la película, en los protagonistas del
final feliz. Las sorpresas, sin embargo, pueden ser muchas y variadas.
http://www.juanirigoyen.es/2021/08/un-texto-censurado-covid-19-una.html
“Covid-19:
una vacunación controvertida”, texto censurado por El Salto Diario
Covid-19:
una vacunación controvertida
http://infoposta.com.ar/notas/11970/covid-19-una-vacunaci%C3%B3n-controvertida/
La pandemia del
virus Ébola
La pandemia del virus Ébola: ¿”Un arma de destrucción
masiva”?, Artículos relacionados
http://eljanoandaluz.blogspot.com/2014/08/la-pandemia-del-virus-ebola-un-arma-de.html
El nuevo brote de Ébola y la farmacéutica Tekmira: El
antídoto del virus cotiza en bolsa. Tu pánico es mi negocio.
http://eljanoandaluz.blogspot.com/2014/08/el-nuevo-brote-de-ebola-y-la.html
Ebola emergencia el foco de atención en materia de
drogas experimentales
http://eljanoandaluz.blogspot.com/2014/08/ebola-emergencia-el-foco-de-atencion-en.html
Ebola Vacuna que fabricará Criminal Drug Company con
antecedentes penales; Corrió al mercado con casi cero ensayos de seguridad
http://eljanoandaluz.blogspot.com/2014/08/ebola-vacuna-que-fabricara-criminal.html
Entrevista sobre el libro
«Covid 19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo»
Entrevistamos
a Paz Francés, José R. Loayssa y Ariel Petruccelli, autores del libro
¿De dónde parte la necesidad de escribir
este libro? ¿Por qué es necesario?
Es evidente para todo el mundo que la
pandemia de covid-19 es el acontecimiento más importante en lo que va del siglo
XXI, y que estaría a la par de los sucesos más relevantes del siglo XX. Dada su
extensión y su carencia de final previsible, es pertinente considerarla un
proceso. Esto por sí sólo ya haría necesario ocuparse de ella. Pero nuestra
motivación fundamental ha sido que disentimos profundamente con la percepción
social de la amenaza viral, que se ha promovido como una catástrofe inaudita y
sin precedentes, cosa manifiestamente falsa y exagerada. Así mismo disentimos
con las respuestas políticas mayormente adoptadas para afrontar el problema.
Estamos convencidos de que los encierros masivos mitigaron poco la expansión
viral, y ocasionaron innumerables daños sanitarios, sociales, psicológicos,
económicos y educativos. Además de fomentar una ciudadanía infantilizada y un
miedo y un autoritarismo de consecuencias muy nocivas.
Ciencia o ideología ¿Cuánta diferencia
habría entre las informaciones y recomendaciones oficiales y los datos que
maneja la comunidad científica en torno al covid-19?
Es la pregunta clave. Las ideologías son
creencias profundas, existenciales, aunque en general débilmente articuladas,
sobre las que en el mejor de los casos cabe argumentar, pero sin que nada puede
ser demostrado de manera fehaciente. Uno cree o no cree en Dios, simpatiza o no
con en el capitalismo, se juega o no se juega por la revolución. La ciencia se
basa en datos comprobables, aunque interpretables, por lo que ninguna teoría
científica a nivel explicativo o predictivo es reductible a tales datos. Por lo
demás, ninguna decisión política es una deducción mecánica de ningún análisis
científico. No hay una frontera tajante entre ciencia e ideología, aunque en su
núcleo no son lo mismo. Sin embargo, hay decisiones políticas (o concepciones
ideológicas) mejor o peor fundadas en lo que se conoce científicamente. Bien,
las decisiones tomadas por la mayor parte de los Estados carecían de respaldo
científico previo, y no se ven validadas por los datos posteriores. Las
pandemias no son un fenómeno desconocido. La historia está plagada de ellas. Y
en ningún caso los encierros masivos fueron una solución. Puede comprenderse el
impulso a confinar, como se comprende que quien tiene ronchas se vea tentado a
rascarse. Pero eso no mejora su situación, y puede empeorarla. Por lo demás, en
la historia de las pandemias la del covid-19 no es especialmente destacada en
términos de morbilidad y mortalidad. Puede afectar gravemente (según los
países) a un segmento de la población que rara vez supera al 5%. Para el resto,
la inmensa mayoría, la infección es asintomática o con síntomas leves o
moderados. La sociedad entró en pánico, azuzada por la irresponsabilidad de
gobiernos y medios de comunicación. El alarmismo fue siempre exagerado, pero
podría ser en parte comprensible a partir de las primeras informaciones, que
atribuían al virus tasas de letalidad verdaderamente preocupantes. Cuando el
grueso del mundo implantó cuarentenas ―en marzo de 2020― la OMS le atribuía una
letalidad del 3,4%. Pero muy pronto estudios bien precisos mostraron que eso
era exagerado. La letalidad promedio del virus (con grandes diferencias según
las edades y también según los países), es del orden del 0,14%. Sin embargo, se
reaccionó ante el virus como si nos enfrentáramos a un peligro tremendo y completamente
indiscriminado, cuando la realidad es que es un peligro moderado (aunque
importante), pero sumamente sesgado: la covid-19 representa un riesgo cercano a
nulo (inferior a una gripe) para los niños, pero un riesgo muy considerable
para la población mayor de 70 años (bastante más que una gripe, en términos
cuantitativos, y con cuadros diferentes cualitativamente).
Una buena manera de ver los vínculos
entre ciencia e ideología es analizar el discurso público sobre las vacunas. Ya
dijimos que ninguna política puede fundarse enteramente en ninguna evidencia
científica. Esto significa que si los estudios mostraran concluyentemente que
una persona vacunada no puede contagiar a otra persona, tendría entonces
sentido la discusión ética, política, ideológica sobre si debemos vacunarnos
(con los riesgos que ello implica) para proteger a otros. Digamos: asumir un
riesgo personal en pos de un bien colectivo. Y quien concluyera que correrá el
riesgo no tiene por qué pensar que entonces se deba imponer la obligatoriedad.
Dados los mismos datos científicos: hay muchas opciones posibles (incluso
asumiendo que los datos científicos no son controvertidos, lo cual en general
no es el caso). Gobiernos y prensa nos repiten todos los días: «vacúnate,
protégete y protégeme», y los privilegios para los vacunados ganan terreno en
tanto que la espada de la vacunación obligatoria pende sobre nuestras cabezas.
Sin embargo, todos los estudios científicos muestran que las vacunas
anti-covid-19 no producen inmunidad de rebaño ―no proporcionan protección
colectiva―, por la sencilla razón de que, si protegen de algo, es de los
cuadros graves de enfermedad, no de la infección: las personas vacunadas se
contagian y pueden contagiar. Entonces la premisa científica que podría dar
sustento a la discusión ética, política e ideológica sobre la obligatoriedad se
desmorona. La obligatoriedad no tiene sustento científico porque estas vacunas
no producen inmunidad colectiva, no impiden que el vacunado difunda la
enfermedad. Los pases sanitarios o la vacunación compulsiva carecen de sustento
científico, son pura ideología.
Covid-19. La respuesta autoritaria y la
estrategia del miedo ha provocado
polémica y hasta censura en sectores de lo que llamaríamos «izquierda crítica».
¿Por qué creéis que se ha reaccionado así?
Es una pregunta difícil, porque para
nosotr@s ha sido una sorpresa y una decepción. Se ha producido (no sólo en la
izquierda) un fenómeno de que un relato construido apresuradamente condiciona
la percepción de la realidad y la interpretación de los datos que van
apareciendo, sesgando esa percepción y esa interpretación para reforzar el
propio relato. Es un sesgo cognitivo de confirmación. El relato de una epidemia
catastrófica que requería medidas excepcionales fue creado, tras un
desconcierto inicial, por los gobiernos y los medios de comunicación casi al
unísono. Se construyó no sobre un análisis de datos epidemiológicos, sino sobre
imágenes y sucesos truculentos como las morgues llenas o los hospitales
colapsados. Se reforzó por el mimetismo de las imágenes en China de calles
desiertas y la vida económica y social detenida. Los gobiernos y los medios
masivos de comunicación, que son los grandes voceros de la ideología dominante,
erigieron a la pandemia en el gran problema del momento y lo enfrentaron como
si se tratara de una guerra. Ya sabemos que en una guerra la primera baja es la
verdad.
La izquierda, sus militantes y
dirigentes, no eran inmunes al miedo irracional que se promovía y que se
utilizaba sin ningún recato. Se ha demostrado que la apelación a armas
biopolíticas es tremendamente efectiva y las clases dominantes tomarán buena
nota de ello. En nuestra sociedad, por muy indigna que sea la vida que nos
hacen vivir, esquivar la muerte cruda representa una motivación profunda que
desafía cualquier racionalización. Ha sido toda una campaña mediática basada en
el potencial de la irracionalidad.
Pero en la izquierda ha jugado un papel
no despreciable limitaciones de su perspectiva teórica e incluso, en algunos
casos, su composición social (mucha gente de izquierda se cuenta entre el
sector de trabajadores con empleos protegidos y posibilidad de teletrabajar).
También su carencia secular de una reflexión propia en el ámbito de la salud,
en la que a menudo hace gala de un desarrollismo medicalizador (que podría
expresar la consigna «menos militares y más hospitales»). Por último, cabe
mencionar las contradicciones entre la fascinación con el Estado y las
perspectivas antiautoritarias.
La izquierda se metió en el relato
oficial y, una vez dentro, encontró que era una posición cómoda. Estar en favor
de la corriente es una sensación seductora. Más aún cuando podía ejercer las
veces de sector radical de la ortodoxia Covid, pidiendo medidas más duras con
unos tintes sociales (vacunas para todos), lo que satisfacía su
necesidad de mantener algún tipo de «desmarque». Un desmarque que se vio
favorecido por la presencia de unos personajes como Trump y Bolsonaro que,
además de encontrarse en la derecha, mantenían un discurso con evidentes
contradicciones y oscilaciones. También la aparición en papel estelar de grupos
«negacionistas» que mantenían posiciones con escasa base científica. La
izquierda pudo sentir que está justificado alinearse con la derecha
«progresista» y el cientifismo tecnocrático frente a la derecha cavernícola y
los sectores «antivacunas» e incluso «esotéricos». La permanente tentación de
colaboración de clases se hizo realidad incluso para los sectores que han hecho
de su oposición a tal conciliación una seña de identidad.
Los análisis de «clase» se olvidaron,
tanto para valorar la repercusión de las medidas como para entender el
trasfondo de intereses que había detrás de la cuasi unanimidad de los gobiernos
y de las corporaciones económicas y financieras. Es cierto que la pandemia no
fue fruto de una conspiración, pero las clases dominantes comenzaron a
conspirar desde el primer día.
Finalmente, unas consideraciones sobre
la falta de sensibilidad antiautoritaria de una parte de la izquierda,
fundamentalmente de raíces marxista-leninista. Es cierto que hay, como decía
Bensaid, un Lenin libertario, pero también el leninismo contiene un gen
dirigista y «sustitucionalista» que no hay que olvidar. Porque no es
principalmente el contenido de las medidas anticovid lo que debemos discutir,
sino cómo se han aplicado. Es verdad que la izquierda ha criticado algunos
excesos, pero eso sabe a muy poco cuando se ha aceptado el «encuadre». Estamos
ante la expresión de una profunda desconfianza en la efectividad de
participación y la autoorganización comunitaria en las epidemias, cuando la
historia demuestra que ésta es considerable. Se ha hecho oídos sordos ante la
represión y el autoritarismo omnipresente que era consustancial a las medidas
sanitarias y sociales adoptadas. Se justifican restricciones generales porque
se dice que siempre va a haber sectores incumplidores. Se justifica por ello el
castigo colectivo. Una vez que cualquier crítico de los abordajes dominantes
pudiera ser visto como un saboteador del «esfuerzo de guerra», un potencial
criminal, un peligroso «negacionista», se entró en una peligrosa escalada
autoritaria y represiva, de la que la izquierda mayoritaria no supo escapar.
Que muchas fuerzas de izquierdas o progresistas se hayan plegado al clima
dominante es indicio, en el fondo, de que la ideología burguesa y las pulsiones
represivas están mucho más arraigadas de lo que nos gustaría creer. También
habla de un déficit de pensamiento crítico: para quien quisiera revisarlos, los
datos han estado disponibles. Y los datos oficiales desmienten el relato
oficial. O, para más precisión: dan poco o nulo sustento a la visión de la
pandemia como si fuera el principal problema sanitario, y no justifican la
creencia de que las medidas adoptadas hayan sido adecuadas. En el último año y
medio ha muerto mucha más gente de infartos y de cáncer, y por supuesto de
desnutrición (si sacamos nuestra mirada de los países opulentos), que de
covid-19. Una comparación entre los resultados obtenidos por los países que
establecieron cuarentenas «duras» (duras para las personas, no para el virus,
claro), restricciones más o menos débiles o casi ninguna restricción no arroja
ningún resultado favorable a la tesis de que a mayor confinamiento mejor
resultado sanitario. Y arroja indicios bastantes concluyentes de que, a mayor
confinamiento, peores resultados psicológicos, educativos y económicos.
¿Se pueden ya hacer predicciones sobre
la influencia futura de esta plaga en nuestra vida social y sanitaria? ¿Qué
medidas pensáis que puedan mantenerse para siempre?
Toda previsión es incierta, por lo mucho
que ignoramos, por un lado, y porque lo que suceda depende en gran medida de lo
que hagan los gobiernos, las personas, las organizaciones sociales, las fuerzas
políticas, etc. Si la sociedad civil, si las clases trabajadoras, si la
intelectualidad crítica no reflexionan sobre lo sucedido y no se disponen a
luchar contra las medidas o hábitos implantados, entonces cualquiera podría durar
para siempre. La educación virtualizada o el uso de mascarillas, por ejemplo
(un porcentaje grande de la ciudadanía continúa usándolas en las calles, aunque
ya no sea obligatorio y aunque los estudios científicos no muestren ninguna
efectividad en el uso de mascarillas al aire libre). También podrían subsistir
los pases sanitarios, si no hay una oposición importante a los mismos. No
habría que olvidar que en los próximos lustros la situación ecológica a escala
global se volverá cada vez más dramática, y las poblaciones desplazadas serán
ingentes. En tales condiciones, el llamado «pase verde», por ineficiente que
sea en términos sanitarios, es un excelente medio de control fronterizo que
permite cerrar con «buena conciencia» las puertas a millones de personas: «No
somos racistas, ¡qué va!, pero ustedes no pueden entrar porque son un peligro
sanitario». Podría continuar el miedo (a este virus, a otros o a lo que se les
ocurra a los sectores de poder), y arraigarse aún más la percepción burguesa
sobre los otros: vistos crecientemente como una amenaza, lo que redundará en
lógicas crecientemente individualizadoras propias del neoliberalismo salvaje.
No es sano vivir con miedo permanente. Y puede continuar la censura, que ha
alcanzado cotas insospechadas muy poco tiempo atrás. Pero en fin, todo
dependerá de cómo reaccionemos.
¿Qué herramientas tenemos las personas
para distinguir entre lo que es verdad o manipulación histérica en esta
situación de sobresaturación informativa?
Es la pregunta del millón. La respuesta
es muy simple de enunciar, y muy difícil de realizar. La clave es el
pensamiento crítico. Tener capacidad para analizar datos e información. No es
tan difícil, pero desgraciadamente, nuestros sistemas educativos nos forman más
en la repetición que en la reflexión. El pensamiento crítico (la ciencia bien
entendida sería una de las principales manifestaciones de pensamiento crítico)
presupone libertad, incluso para sostener cosas que parecen insostenibles. Pero
también presupone colectividad: intercambio de pareceres, diálogo, debate. Y
capacidad para revisar los procesos y respuestas de los Estados sin alejarse de
ciertos principios básicos basados en el respeto a los derechos individuales y
colectivos. Por último, dado el poder enorme de los Estados y de las empresas
capitalistas ―que tienen intereses propios y ajenos a los de la gente común o a
los de la clase trabajadora― se necesitan también organizaciones sociales
(políticas, sindicales, comunales, etc.) que recreen otras formas de vivir y de
pensar, más allá del productivismo histérico y el consumismo compulsivo en que
se funda ―y a los que nos impulsa― esta civilización del plástico y de la
basura, que es una manera ciertamente sesgada y parcial, pero no falsa, de
describir a la civilización capitalista.
Fuente:
Redacción RyN
Presentación
del libro Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo
Presentación
en La Pantera Rossa el libro "Covid-19. La respuesta autoritaria y la
estrategia del miedo" (Ediciones El Salmón)
Pandemia,
desinformación y control social
A propósito
de Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo, escrita por
Paz Frances, José Loaissa y Ariel Petruccelli.
https://www.laizquierdadiario.com/spip.php?page=voice&id_article=208527
Covid-19.
Año uno. Una pesadilla autoritaria y una gestión fracasada
Paz Francés,
José R. Loayssa y Ariel Petruccelli Autores del libro: «Covid 19. La respuesta
autoritaria y la estrategia del miedo»
[Libro]Covid-19. La respuesta
autoritaria y la estrategia del miedo
Paz Francés
José R. Loayssa Ariel Petruccelli
Con la
colaboración de: Federico Mare, Alexis Capobianco, Alberto Pardos Cañardo, Juan
Simó Miñana, Adrià M., Iñaki Moreno Sueskun y Roberto Colino Martínez.
Primera
edición: mayo de 2021
Está el índice, el prólogo y la introducción
Prólogo
Las tres
personas que firmamos este libro nos conocimos (o reconocimos) en 2020, tras la
declaración de pandemia en el mundo. Antes de este evento, sólo de manera
coyuntural, dos de nosotros habíamos coincidido en distintos proyectos
políticos. Por lo demás, poco o nada sabíamos los unos de los otros. Se puede
decir que la covid-19 cruzó nuestros caminos cuando, desde distintos
territorios, convergimos en la imperiosa necesidad de pensar, desde lógicas que
fundamentalmente rompían con el discurso que predominaba en la práctica totalidad
de los partidos políticos y los medios de comunicación, qué estaba sucediendo
en torno al «fenómeno covid-19». Aunque suceda con poca frecuencia, resultó que
tres personas con edades, formación y experiencias vitales distintas (aunque
con una conciencia política similar), nos encontramos y nos sentamos a trabajar
con total confianza, generosidad y respeto mutuo, como si nos conociéramos de
toda la vida.
Cuando Ariel
Petruccelli escuchó las primeras noticias de un extraño virus que provocaba
graves neumonías en China, casi no les prestó atención. Era verano en
Argentina, y se encontraba en las montañas de la Patagonia norte, en el corazón
de Wallmapu, donde pensaba mudarse desde tiempo atrás. Lo mismo le sucedió a
Paz Francés. Estaba terminando el invierno en España y acababa de ser madre;
hacía apenas tres semanas que había nacido su primera hija cuando se decretó el
estado de alarma en España. Entre toma y toma, recibió la cuestión con la
ligereza de quien ya había vivido los distintos shows mediáticos de las «vacas
locas», la «gripe aviar», la «gripe porcina», el ébola en Europa… Ambos
convergíamos ya entonces en la sensación de que se trataba de una crisis
sanitaria de rango medio, aunque en todo el mundo se estuviera reaccionando
como si se tratara de un auténtico Apocalipsis zombi. Esto nos llevó a escribir
por separado (aún no nos conocíamos) varios textos y reflexiones en prensa o
revistas desde nuestra formación, en Historia y en Derecho y Criminología,
respectivamente, planteando interrogantes y tratando de buscar otros
interlocutores.
José Ramón
Loayssa siguió la evolución de la epidemia en China con un interés relativo:
los precedentes anteriores también le llevaron a pensar que se trataba de otro
bluf. Cuando China tomó las medidas de cierres y confinamiento comenzó a
tomarse más en serio la pandemia, debido al precio económico y político de las
medidas tomadas en el país asiático. Esa atención se volvió preocupación cuando
en el norte de Italia se produjo la diseminación viral explosiva y las
víctimas, ya era innegable, empezaban a preocuparse. De la preocupación pasó a
la zozobra e incluso el miedo, que trató de no expresar directamente, en
concordancia con su estilo personal. La incertidumbre abstracta sobre el
impacto del virus se tornó inseguridad personal y preocupación por la salud de
su familia y amigos. Vivió días, a principios de marzo, de cierta angustia. Las
estimaciones oficiales ya eran más preocupantes y contenían suficientes datos
para que no se pudieran obviar. En esos días comenzaron a aparecer probables
enfermos de covid-19: su trabajo como médico de urgencias le hizo tener
contacto directo con personas gravemente afectadas, algunas de edades medias.
Personas con insuficiencia respiratoria severa que no respondían al tratamiento
y que pasaban a un estado crítico. Comenzaron a divulgarse las primeras
infecciones entre sanitarios, y se intuía que hospitales y centros de salud
eran un foco significativo de contagio. Comenzó a adoptar algunas precauciones
en casa, como dormir en una habitación separada. En aquellos momentos las
mascarillas escaseaban y sólo se disponía de unas pocas FFP2 y mascarillas
quirúrgicas. En marzo, su padre enferma y muere sin tener que ingresar,
afortunadamente, en el hospital. Su reacción fue escarbar en la información
disponible: encontró datos que permitían una cierta y relativa tranquilidad. A
sus compañeros y amigos les dijo: «Vamos a tener una epidemia hasta
principios/mediados de abril seria, y va a haber entre veinte mil y cincuenta
mil muertos en España». Aciertos bastante casuales, pero con algún fundamento:
los experimentos involuntarios del crucero Diamond Princess y los datos del
personal sanitario italiano (en ambos casos con contagios masivos) mostraban
que la letalidad de la covid-19 era mucho menor de lo que se afirmaba. Había un
problema sanitario importante, pero no estábamos ante una catástrofe. Cuando se
iniciaron los confinamientos, Loayssa ya tendía a pensar que la magnitud del
peligro no justificaba arrojarse a semejante vacío, y que las medidas adoptadas
no tenían justificación sanitaria suficiente, que era dudoso que fueran a
contener la diseminación del virus y que estaban inscritas en una línea de
acción autoritaria que siempre le había repelido. Más aún, consideraba que
podrían ser un remedio peor que la enfermedad. También él publicó distintos
textos en la prensa y se mostró abierto a participar en entrevistas y debates.
Su postura crítica con las medidas adoptadas por los gobiernos y su defensa de
estrategias alternativas conllevó un aislamiento de sus compañeros de trabajo,
aunque manteniendo relaciones cordiales. Pero nadie quería escucharle ni
contrastar datos. Sus colegas preferían evitar cuestionar las decisiones de las
autoridades políticas y sanitarias. Se convirtieron, en su gran mayoría, en
fieles creyentes de la «ortodoxia covid». Si alguna vez trataba de expresar sus
opiniones o compartir artículos y datos, se le ignoraba y se le señalaban de
forma indirecta los casos trágicos que veíamos, como diciendo: «Mira este paciente
y luego atrévete a decir que esta epidemia no es tan grave».
Fue desde los escritos públicos de cada uno de nosotros como entramos en contacto* . Había en nuestros textos una clara sintonía en aspectos claves. El primero, que la letalidad del virus SARS-CoV-2
* En El
Salto, José R. Loayssa publicó: «¿Hay alternativas al estado de alarma y al
confinamiento?», 27 de marzo; «Confinamiento total: un golpe brutal e
injustificado», 6 de abril; «No se puede matar el covid-19 a martillazos», 22
de mayo; «¿Políticas gubernamentales más peligrosas que la covid-19?», 4 de
agosto.
Ariel
Petruccelli publicó en La Izquierda Diario los artículos: «Paradojas virales»,
25 de marzo; «La política del terror», 10 de abril de 2020; «Contra la
arrogancia y la omnipotencia sanitaria: entrevista a Juan Gérvas», 25 de junio;
en Rebelión, publicó: «Paranoia e hipocresía global en tiempos de capitalismo
tardío» (con Federico Mare), 31 de marzo; «Shock pandémico y posverdad», 2 de
septiembre; en Contrahegemonía, publicó: «Covid-19: estructura y coyuntura,
ideología y política» (con Federico Mare), 19 de mayo; «La encerrona» (con
Andrea Barriga), 3 de julio; en Hemisferio izquierdo, publicó: «Cientificismo
posmoderno» (con Alexis Capobianco), 31 de julio. Loayssa y Petruccelli firmaron
conjuntamente «Covid-19, autoritarismo e izquierda confinada», en El Salto, 27
de octubre.
Por su parte, Paz Francés publicó «Expresiones punitivas en
la emergencia de la Covid-19», La Marea, 20 de abril, ampliado después para el
libro colectivo Pandemia. Derechos Humanos, Sistema Penal y Control Social (en
tiempos de coronavirus), Ed. Tirant Lo Blanch. Además, el 31 de julio presentó
una denuncia ante el Defensor del Pueblo frente a los protocolos del Ministerio
de Sanidad y Educación en centros educativos para el curso académico 2020-2021
por vulneración de la Convención de los derechos del niño.
“Fue desde
los escritos públicos de cada uno de
nosotros como entramos en contacto.”
He buscado las referencias:
¿Hay
alternativas al estado de alarma y al confinamiento?
José R. Loayssa 27 de marzo de 2020
https://www.elsaltodiario.com/coronavirus/hay-alternativas-al-estado-de-alarma-y-al-confinamiento
Confinamiento total: un golpe brutal e
injustificado
José R. Loayssa
6 de abril de 2020
https://www.elsaltodiario.com/coronavirus/confinamiento-total-golpe-brutal-injustificado
No se puede
matar el covid-19 a martillazos
José R. Loayssa
22 de mayo de 2020
https://www.elsaltodiario.com/coronavirus/no-se-puede-matar-la-covid-19-a-martillazos
¿Políticas
gubernamentales más peligrosas que la covid-19?
4 de agosto
de 2020
https://www.elsaltodiario.com/coronavirus/politicas-gubernamentales-mas-peligrosas-que-la-covid-19-
Paradojas
virales
Ariel Petruccelli
25 de marzo de 2020
https://www.laizquierdadiario.com/Paradojas-virales
La política
del terror
Ariel Petruccelli 31 de marzo de 2020
https://www.izquierdadiario.es/La-politica-del-terror
Contra la
arrogancia y la omnipotencia sanitaria: entrevista a Juan Gérvas
Ariel Petruccelli
25 de junio de 2020
Shock
pandémico y posverdad
Por Ariel Petruccelli
2/09/2020
https://rebelion.org/shock-pandemico-y-posverdad/
Paranoia e
hipocresía global en tiempos de capitalismo tardío
Por Ariel Petruccelli, Federico Mare | 31/03/2020 | Mundo
https://rebelion.org/paranoia-e-hipocresia-global-en-tiempos-de-capitalismo-tardio/
Covid-19,
estructura y coyuntura, ideología y política
Ariel Petruccelli, Federico Mare 19 de Mayo,
2020
https://contrahegemoniaweb.com.ar/2020/05/19/covid-19-estructura-y-coyuntura-ideologia-y-politica/
La encerrona
Andrea Barriga, Ariel Petruccelli 3 de Julio, 2020
https://contrahegemoniaweb.com.ar/2020/07/03/la-encerrona/
Cientificismo
posmoderno
31 de julio
de 2020
https://www.hemisferioizquierdo.uy/single-post/2020/07/31/cientificismo-posmoderno
Covid-19,
autoritarismo e izquierda confinada
José R. Loayssa. Ariel Petruccelli 27 de octubre de 2020
https://www.elsaltodiario.com/coronavirus/covid-19-autoritarismo-e-izquierda-confinada
https://pakitoarriaran.org/articulos/covid-19-autoritarismo-e-izquierda-confinada
Expresiones
punitivas en la emergencia de la COVID-19
Paz Francés Lecumberri 20 de abril de
2020
https://www.lamarea.com/2020/04/20/expresiones-punitivas-en-la-emergencia-de-la-covid-19/
ampliado después
para el libro colectivo Pandemia. Derechos Humanos, Sistema Penal y Control
Social (en tiempos de coronavirus), Ed. Tirant Lo Blanch.
Además, el 31 de julio
presentó una denuncia ante el Defensor del Pueblo frente a los protocolos del
Ministerio de Sanidad y Educación en centros educativos para el curso académico
2020-2021 por vulneración de la Convención de los derechos del niño.
a nivel
global no era tan grande ni justificaba que la humanidad se embarcara en un
experimento sin precedentes para enfrentarlo. El segundo, que los abordajes
frente a la situación sanitaria se habían hecho desde puras lógicas
autoritarias, con medidas desproporcionadas (y a espaldas de la evidencia
científica disponible) impuestas por las autoridades y asumidas por una
ciudadanía aterrorizada por la irresponsabilidad de los gobiernos y medios de
comunicación. Los tres reparábamos en que las consecuencias, políticas,
económicas y sociales de las medidas adoptadas frente a la pandemia serían
mayúsculas, y que eran mucho más que «daños
puntuales y colaterales», como se trataba de mostrar (y se sigue
insistiendo) en todo momento y en todo lugar. Lejos de esa idea, ya entonces
los tres coincidíamos en que la manera de lidiar con esta crisis sanitaria
podría acarrear más daños de los que se proponían evitar, y se explicaban en el marco ideológico
capitalista, securitario y patriarcal ya existente, si bien en sí mismo, y
a su vez, el fenómeno de la covid-19 venía a reconfigurar de manera importante
nuestras sociedades, agudizando y acelerando transformaciones que ya se venían
produciendo en el amplio marco del capitalismo. Frente a esto, y he aquí la
última coincidencia importante, asistíamos atónitos ante la falta de mirada
crítica de la izquierda y de los feminismos, que asumían que la crisis
sanitaria era mayúscula y aceptaban casi sin crítica las severas medidas
impuestas, incluso la más grave de la reclusión domiciliaria.
En este
recorrido surgió la propuesta de Ediciones El Salmón de elaborar un libro. Les
estamos enormemente agradecidos por confiar en que podríamos hacerlo.
Las personas
que firmamos este libro no infravaloramos una epidemia global que se ha
difundido con rapidez por todo el planeta. Pero cabría decir que no hemos
sucumbido al acomodamiento forzoso a la cultura covídica oficial. Hemos sabido
mantener cierta autonomía y hemos acudido siempre a las fuentes primarias de
cada dato ofrecido por uno u otro gobierno, contextualizándolos y
contrastándolos. Hemos recurrido a los análisis científicos disponibles en cada
momento sobre los distintos temas en liza y, por supuesto, no hemos abandonado
ejes de análisis importantes para nosotros: la clase, el género y una perspectiva global o, por
decirlo a la vieja usanza,
internacionalista. Todo ello no quiere decir que pensemos que tenemos
la verdad y que estamos acertados en todas nuestras apreciaciones.
Lo hemos
hecho así pese a que, personalmente, Paz Francés se encontraba en su particular
diada con su hija. Pero precisamente por ello, incumplió sistemáticamente, día
tras día, las restricciones del estado de alarma en España, particularmente del
confinamiento. ¿Cómo iba a privar a su hija de tres semanas de la luz natural,
del aire, de un paseo relajante las dos juntas? ¿Qué peligro había en todo
aquello y a quién ponían en riesgo? Los peligros sólo se concretaron en algunos
insultos del vecindario, varios controles de la policía y, desde entonces,
sostener el estigma de «negacionista»
en su comunidad cercana, todo lo cual le llevó a estudiar con más ahínco todo
lo que iba aconteciendo.
Mantuvimos
el espíritu crítico y el escepticismo metodológico a pesar del enorme peso
social de un omnipresente sentido común covídico. Nos convertimos, pues, en
disidentes. Con plena conciencia de ser parte de una minoría que no compartía
el clima de histeria dominante, contemplamos atónitos el extraño fenómeno de
sociedades enteras obsesionadas y patológicamente atemorizadas por un problema
sanitario real, pero en modo alguno catastrófico. Nos indignó la hipocresía
general que rodeaba la covid-19: ¿Por qué no había tanta preocupación por los
más de seis millones de niños que mueren cada año, en su mayor parte por causas
asociadas al hambre? Nos noqueó la crueldad ante miles de duelos sin cerrar,
porque se prohibía a los familiares despedirse de sus seres queridos con un
beso y un abrazo en el último aliento de sus vidas. Con estupor, presenciamos
impotentes el colapso educativo en Argentina (también en España, aunque en
menor medida debido a la llegada de las vacaciones de verano), con millones de
niños sin clases. Con no menos perplejidad asistimos al curioso fenómeno de que
todas las soluciones que se proponían para abordar la educación durante la
crisis coincidían sustancialmente con las propuestas educativas del capitalismo
digital, como si los trabajadores y trabajadoras de la educación hubieran
perdido capacidad imaginativa y dejado a un lado su tradicional voluntad de
resistencia. Por insólito que pareciera, para la gran mayoría, los problemas de
la desigualdad educativa parecían reducirse a tener o no tener internet. El
aumento de la pobreza, el desempleo y la miseria, así como la resignación con
que todo ello era asumido por la mayor parte de sus víctimas, nos llenó de
desazón, aunque apoyamos y festejamos cada acción de protesta o reclamación de
las clases populares durante el aislamiento. No menos desazón sentimos al ver
que casi todas las condenas públicas a los confinamientos compulsivos provenían
de la derecha ultra y neoliberal, con la que, a excepción del aprecio por la
libertad (entendida aun así de diferente manera), no nos une ningún acuerdo
filosófico sustantivo.
Acostumbrados
a estar en minoría, pocas veces nos sentimos tan minoritarios. Acostumbrados a
nadar contracorriente, nunca antes enfrentamos una marejada tan grande. Pero no
nos callamos.
Algo más hay
que decir: el acuerdo entre autores y colaboradores no es absoluto. En una obra
colectiva de tantas páginas, donde se abordan un sinfín de temas candentes con
implicación política e ideológica, un consenso unánime sería imposible. Existen
aquí y allá diferencias. No obstante, sopesando todo en la balanza intelectual
y ético-política de nuestras conciencias, entendimos y asumimos que los
acuerdos superan con creces a las diferencias. El nivel de consenso alcanzado
nos pareció el suficiente para converger en un mismo libro, tanto más aún por
tratarse de una intervención pública de parecía urgente, frente un problema
mundial demasiado grave —y un adversario demasiado poderoso— como para
sacrificar sin más, en el altar de la perfecta armonía de opiniones y el
preciosismo retórico, toda la energía contradictora que encierra el esfuerzo
mancomunado de mentes y voces disidentes. En las actuales circunstancias, en
este duro trance del mundo, comprendimos que no podíamos darnos el lujo de
renunciar a la potencia sinergética de la heterodoxia coral.
El lector
encontrará aquí un libro totalmente alejado de las teorías conspiranoicas y
simplistas de lo que ha sucedido. Al contrario, se ha procurado ofrecer siempre
un análisis que trata de complejizar todos y cada uno de los temas propuestos:
relación del modelo socioeconómico dominante con las pandemias; las
características fundamentales del nuevo virus (SARS-CoV-2) y de la enfermedad
que provoca (covid-19); el análisis de las medidas adoptadas por las
autoridades políticas y del discurso detrás del clima social de miedo en el que
se han justificado todo tipo de medidas autoritarias y represivas; las
restricciones de derechos o el desigual impacto de la pandemia (ejes
geográficos, clase, género, edad…). Con todo, muchos temas se han quedado
fuera, y esperamos que sean objeto de futuros trabajos.
El texto
finaliza con algunas cuestiones en las que hemos querido poner especial énfasis.
Nos preguntamos cómo fue posible haber llegado hasta aquí, y planteamos algunas
alternativas a la gestión autoritaria y neoliberal de esta pandemia,
interpelando específicamente a la izquierda, que ha cedido toda la crítica y
defensa de los derechos y las libertades a la derecha libertariana*, dejando el
campo abonado para más austericidio, autoritarismo y capitalismo.
De este modo, el trabajo pretende, ante todo, poner algunas
cuestiones en el debate público y en la agenda de la izquierda, bastante olvidadas
en este último año de histeria colectiva.
* En
términos filosóficos, la perspectiva «anarcocapitalista», que se autodenomina
«libertaria», tiene su obra clásica en el libro de Robert Nozick Anarquía,
estado y utopía. Sin embargo, dado que la perspectiva de Nozick y de sus
seguidores es rotundamente procapitalista, a diferencia del anarquismo —que
muchas veces se llamó a sí mismo libertario y desarrolló una perspectiva
comunista «antiautoritaria»—, optamos por llamar «libertariana» a esta
corriente individualista de derechas inspirada consciente o inconscientemente
en Nozick, conservando el término libertario para la izquierda antiautoritaria.
Introducción
El año 2020
fue vivido y será recordado como el año de la pandemia. Para la inmensa mayoría
de la humanidad la lucha contra el coronavirus ocupó casi todas las energías
psíquicas y materiales, absorbió una enorme cantidad de los recursos estatales
y privados, trastornó la vida de casi todas las personas y ocupó sin
competencias la atención de los medios de comunicación. Durante meses vivimos
en un clima apocalíptico: la muerte instalada en las pantallas, el miedo
convertido en una especie de obligación moral, el pánico asomando en las
miradas. Durante meses vivimos en una perenne sensación de catástrofe, histeria
y angustia existencial, con miles de millones de personas confinadas en sus
casas: algo nunca antes visto. Ni siquiera las dos grandes guerras mal llamadas
mundiales afectaron a tantos países ni cerraron tantas fronteras. En 1942,
cientos de millones de personas ignoraban por completo que las potencias
industriales estaban propinándose mutuamente matanzas inauditas, y otras tantas
tenían un vago conocimiento de las mismas, sin que ello las afectara
mayormente, las ocupara o las preocupara.
La crisis
del coronavirus fue diferente: sólo un estricto ermitaño podía llegar a ignorar
su existencia, y su impacto afectó en mayor o menor medida a la inmensa mayoría
de los habitantes del planeta. De China a Canadá, de Chile a Senegal, de
Andorra a Vietnam, de Sudáfrica a Islandia, millones de personas vieron sus
vidas fuertemente afectadas. No hizo falta afirmar que la humanidad afrontaba
una catástrofe inaudita o la más peligrosa de las pandemias jamás vividas (algo
que, de haberse afirmado, habría sido fácilmente refutado), porque se consiguió
que, sin decirlo, la mayoría de la población de todo el mundo se sintiera
amenazada por un germen como nunca antes* .
La pandemia
de la covid-19 que asola nuestras vidas (en gran medida por las medidas
adoptadas para su control) hizo su aparición en diciembre del 2019, aunque es
probable que el virus circulara ya en meses anteriores en China, y no es
descartable que también en otros países. En un inicio fue acogida mayormente
con actitud expectante. Fiascos previos como la gripe A del 2009, o la falsa
alarma desencadenada por el SARS en el 2003, no inducían a repetir una vez más
escenas de pánico injustificado. En los dos casos precedentes, a pesar de los
anuncios premonitorios de que estábamos a las puertas de una descomunal
epidemia mortal que podía extenderse por todo el planeta, a la postre no
sucedió nada: la gripe A de 2009 provocó menos de 20.000 decesos en todo el
mundo, en tanto que el SARS causó unos 800 en 2003. Pero la actitud de relativa
prudencia en los primeros dos meses dio lugar a una alarma creciente conforme
se asistía a su evolución en China, con miles de afectados e ingresados,
cientos de víctimas mortales y, sobre todo, drásticas medidas de confinamiento
domiciliario y paralización de la vida económica y social. Una alarma que se
disparó hasta límites inesperados con la difusión en Italia y los primeros
casos en otros países europeos.
En cuestión de quince días la situación evolucionó a histeria
y pánico generalizado. Uno tras otros los países europeos fueron adoptando un
discurso cada vez más dramático que se acompañó de medidas en la línea que
China había adoptado previamente y que parecían contener la epidemia en la
provincia de Wuhan. En pocos días les seguirían la mayor parte de los gobiernos
del resto del mundo. El giro de los gobiernos desde una posición de actuar en
función de la evolución de la epidemia en su país, a una línea de actuación que
se basaba en un escenario de difusión sin control, de incontables víctimas y
desbordamiento de servicios de salud (en la mayoría de los casos no confirmado
por los datos posteriores), se fundó en la sensación de pánico motivada por el
temor a lo desconocido e incentivada por pronósticos catastróficos formulados
por modelizaciones matemáticas que, a la postre, se revelaron erradas. Prevenir
a cualquier precio un desastre terrible parecía casi de sentido común. Se
impuso la actuación urgente, sin medir o evaluar consecuencias futuras.
* En un trabajo fundamental publicado en el
Medical Anthropology Quarterly, «What Went * Wrong. Corona and the World after
the Full Stop», Carlo Caduff escribía con plena justicia: «Lo que hace que esta
pandemia no tenga precedentes no es el virus, sino su respuesta». Años antes,
en 2015, Caduff había publicado The Pandemic Perhaps: Dramatic Events in a
Public Culture of Danger, un libro en el que revela anticipadamente los
presupuestos intelectuales que llevaron a muchas personas a estar esperando la
emergencia de un virus apocalíptico, sentando así parte de las bases para
respuestas no sólo desproporcionadas, sino fundamentalmente contraproducentes
y, en consecuencia, irracionales.
Insistimos:
lo dicho no significa que infravaloremos esta epidemia global, cuya gravedad no
es despreciable. Sin embargo, sobre todo en los primeros momentos, su letalidad
fue sobrestimada. Esto tiene una importancia capital, dado que las medidas no
farmacológicas adoptadas por una gran cantidad de países supuestamente se basaban
en este dato «duro». Sin embargo, como veremos, se fundaban más bien en un
clima de temor cuyo fundamento excedía a los datos, pruebas e indicios. Cuando
un cúmulo imponente de investigaciones demostró que la letalidad del nuevo
virus no era a fin de cuentas tan grande, siendo capaz de generar un problema
sanitario considerable, pero en modo alguno tremendo, el clima de pánico global
ya estaba instalado y el tipo de respuesta basada en intervenciones de alto
impacto social, económico, educativo e incluso sanitario no se revirtió. Al
contrario. Tampoco modificó sustancialmente el abordaje público de la pandemia
la acumulación creciente de indicios sobre la muy escasa eficacia de las
medidas de confinamiento para detener a largo plazo la expansión viral, allí
donde el virus ya estuviera circulando por encima de cierto umbral.
La presente
es una pandemia en la que confluyen cuatro factores principales: un
microorganismo virulento; la escasez de inmunidad en la población; la carencia
de una vacuna; y la facilidad de transmisión de persona a persona por
secreciones respiratorias, básicamente de forma directa pero a veces también a
través de aerosoles en el aire y por superficies contaminadas. Se trata de un
virus no exento de peligros cuyo origen no es ajeno a nuestros hábitos de
producción y consumo (como veremos más adelante). Nuestras formas de vida
urbanas, metropolitanas y globales han facilitado la difusión acelerada por los
mismos caminos que transita el capital.
Para
comprender adecuadamente lo que hemos vivido y continuamos viviendo es
imprescindible colocar la presente pandemia en su dimensión histórica. La
pandemia del SARS-CoV-2 es una más dentro de una larga serie, como se verá en
el capítulo I, redactado por Federico Mare. Lo que la distingue del resto no es
la letalidad del nuevo virus, sino la reacción de las autoridades. No menos
necesario resulta explorar la relación que tienen las pandemias con el modelo socioeconómico
dominante, y en especial con la crisis ecológica y el agrocapitalismo. Dado que
este libro no es un texto divulgativo de virología, en el capítulo II
comentaremos someramente las características fundamentales del nuevo virus
(SARS-CoV-2), y mostraremos que es errado concebirlo como una amenaza que
«viene del exterior»: los saltos zoonóticos se han incrementado en los últimos
años, y esto tiene que ver con el modelo de agroindustria impulsado en las
últimas décadas por el capitalismo. En el capítulo III nos ocuparemos de la
enfermedad que provoca (covid-19). Afortunadamente, el SARS-CoV-2 posee grandes
similitudes con otros virus con los que hemos convivido desde hace mucho
tiempo, y la enfermedad que produce no es propia y exclusiva de este virus,
aunque sí presenta algunos rasgos propios, tanto en su patogenia como en su
morbimortalidad (los síntomas, secuelas y los trastornos en el funcionamiento
del organismo que provoca o facilita y eventualmente pueden llevar a la
muerte). Trataremos con un poco más de detenimiento algunos aspectos polémicos
de la trasmisión del virus: en concreto, el papel de las personas asintomáticas
y de los aerosoles (la trasmisión por el «aire») en la difusión. También
analizaremos la evolución de la pandemia en diferentes «olas» u «ondas» en las
diferentes regiones planetarias (capítulo IV).
Con mucho
mayor detenimiento abordaremos las medidas que han tomado las autoridades
políticas con el respaldo de algunos expertos sanitarios, evaluando tanto su
justificación científica previa como los resultados obtenidos a posteriori
(capítulos V y VI). Se trata de medidas impuestas en casi todas partes de
manera compulsiva, por medio de la represión y el autoritarismo, apoyándose en
un control casi total de los medios de comunicación y una manipulación
informativa sin precedentes en el campo de la sanidad. Veremos que existen
serias dudas respecto a la eficacia de los confinamientos y los cierres para
disminuir la transmisión viral a largo plazo, y lo mismo ocurre con la
prescripción de mascarillas fuera de determinados lugares. Mostraremos con
detalle y recurriendo a las mejores investigaciones disponibles, que las
severas medidas adoptadas carecen de base científica: se han impuesto con un
clima de intimidación y en medio de la promoción del miedo colectivo,
produciendo la indefensión de la sociedad y causando enfrentamientos entre ciudadanos
en casi todos los países. En el capítulo VII analizaremos el andamiaje
discursivo sobre el que se ha sostenido un clima social de espanto y temor, y
justificado todo tipo de medidas autoritarias y represivas.
El impacto
de la pandemia ha sido muy desigual en las diferentes regiones geográficas. Un
rasgo característico es que ha afectado en mayor medida a los países altamente
«desarrollados»: los países más pobres de Asia y África casi no han
experimentado mortalidad por covid-19, aunque casi todos ellos han sufrido
(dada su situación, incluso en mayor medida) las consecuencias sociales,
laborales y educativas de las medidas de confinamiento y aislamiento social.
Estas medidas, además, han tenido una repercusión desigual según las clases
sociales, y han tenido un impacto especial en determinados grupos, como las
mujeres, los ancianos, los jóvenes y los niños (capítulo VIII). Un capítulo
específico estará referido a distintas cuestiones que apelan a la falta de
perspectiva de género en el abordaje de la pandemia y la ausente crítica
feminista, algo sorprendente, cuando las medidas tienen un marco tan patriarcal
(capítulo IX). La puesta en cuestión de los derechos humanos, el retorcimiento
de las leyes para permitirlo y la materialización de auténticos estados de
excepción permanente, merece otro capítulo (el X).
Un capítulo
especial (el XI), escrito por Alexis Capobianco, está dedicado a las
consecuencias de la pandemia en la educación: uno de los sectores más afectados
y en el que se han abierto amplias puertas a las perspectivas educativas
patrocinadas por el gran capital. En el capítulo XII Alberto Pardos reflexiona
sobre la necesidad de un enfoque sanitario basado en la participación
comunitaria, en contraste con el abordaje vertical y autoritario dominante. En
el capítulo XIII se aborda la difícil explicación del porqué de una respuesta
completamente exagerada en relación a la amenaza, sin justificación científica
previa, sin resultados positivos y curiosamente sostenida a pesar de las
crecientes pruebas de que el virus no es suprimido ni los confinamientos
reducen a largo plazo la mortalidad por covid-19. Para explicar este extraño
fenómeno social y político es necesario recurrir a un complejo cóctel de causas
y razones difíciles de asir y calibrar. Ello ha facilitado el recurso a
explicaciones simplistas, propiciando la proliferación de teorías conspirativas
de todo tipo. Aquí intentaremos ofrecer un esbozo de explicación alejado de
cualquier simplista teoría de la conspiración, atento a las condiciones de
posibilidad de larga data que han operado y a los desencadenantes
circunstanciales, pero atento también a los elementos actuantes en lo que hace
a rentabilidad política y oportunidades para grandes corporaciones de la
economía capitalista farmacológica y digital. Al final de la obra nos
preguntaremos sobre las alternativas a la gestión autoritaria y neoliberal de
esta pandemia (capítulo XIV). Conscientes de que es posible que asistamos en el
futuro a situaciones similares a las que hemos vivido en este último año,
plantearemos algunas claves acerca de cómo podría ser posible una gestión
distinta, donde los ejes no sean los que han determinado la presente. En el
epílogo ofreceremos un puñado de reflexiones sobre el futuro que ya ha llegado,
desde una óptica política anticapitalista,
internacionalista y feminista.
Índice
Prólogo 13
Introducción 21
I. Breve historia de las pandemias
-Federico Mare 27
II. El SARS-CoV-2: de la selva a la
jungla urbana 65
III. La covid-19 como enfermedad:
entre catarros y muertes 85
IV. La pandemia: el virus en
movimiento. 129
V. La reacción de los gobiernos: más
virulenta que el virus 155
VI. ¿Ha salvado vidas el
confinamiento? 187
VII. La pandemia discursiva: el
miedo, la mentira y la «ortodoxia Covid» 205
VIII. Las víctimas entre las
víctimas: desigualdad social y pandemia.
239
IX. ¿Qué ha sido de la perspectiva de
género en la gestión de la covid-19?. 269
X. La gestión de la pandemia:
derechos humanos, libertades políticas, autoritarismo y estado de
excepción 289
XI. La educación: un terreno
privilegiado en el reset del capitalismo -Alexis Capobianco 305
XII. Participación comunitaria y
sociedad civil: una perspectiva desde la facilitación -Alberto Pardos
Cañardo 335
XIII. ¿Es posible explicar tanta
desmesura?. 353
XIV. Alternativas a la gestión
autoritaria y neoliberal 379
EPÍLOGO. Una mirada política de la
pandemia: ¿Dónde ha quedado la izquierda?
405
Lista de figuras 416
Agradecimientos 417
Notas 419
https://www.udllibros.com/adjuntos/9788412188745.pdf
Prólogo
13
Introducción 21
I. Breve historia de las pandemias
-Federico Mare 27
Pandemia e
historiografía del espanto 29
Las
enfermedades infecciosas: pasado y presente
30
Génesis de
las enfermedades infecciosas de masas.
32
La peste
antonina, primera pandemia de la historia
36
La plaga de
Justiniano 39
La peste negra 40
Pandemias
modernas. 43
La pandemia
de gripe «española» .46
Las pandemias
de la historia reciente 51
Pandemia y emergencia sanitaria 53
A modo de balance 60
II. El SARS-CoV-2: de la selva a la
jungla urbana 65
Un nuevo virus:
¿casualidad o causalidad? 65
Pandemia y modelo de producción y consumo: una
relación oculta(da) 67
¿Qué es y de dónde viene el nuevo virus? 69
¿Cómo se trasmite el virus y quién lo
hace? 73
Defensas e
inmunidad 74
¿Un virus criminal en una familia de
inocentes? La construcción de una leyenda
78
Mutaciones y nuevas variantes 82
III. La covid-19 como enfermedad:
entre catarros y muertes 85
¿Un virus
excepcional o un alumno aventajado de su estirpe? 85
¿Qué pasa
cuando nos infectamos por el SARS-CoV-2? Historia natural de la enfermedad
covid-19 89
¿De qué mueren los que mueren de covid-19? 93
¿En qué
medida es mortal la covid-19? Ni tigre ni gato doméstico 97
¿Pandemia o
sindemia? 110
Secuelas y
«covid crónica» 111
Una mortalidad desigual entre países y
regiones 115
El exceso de
mortalidad, ¿qué nos dice y qué no nos dice?
122
IV. La pandemia: el virus en
movimiento. 129
La
epidemiologia de la covid-19. Casos e infectados. ¿Qué es un caso de
covid-19? 129
Covid-19:
jugando y engañando con las palabras 131
La trampa de
las PCR: distorsionando la evolución de la pandemia 132
Una
epidemia-pandemia de un virus respiratorio
135
Una
enfermedad con una diseminación potencial extensa y rápida 136
La
transmisión, el periodo asintomático y la diseminación del SARS-CoV-2 136
Una pandemia
que no desarrolla su potencial de diseminación A vueltas con la inmunidad de
rebaño 140
La heterogeneidad de la población: un factor
importante ignorado 144
La pandemia:
una transmisión en ondas sucesivas 147
Ondas
epidémicas de la covid-19: una curva epidémica habitual 148
Las ondas de
la pandemia 149
¿Es ya el SARS-CoV-2 un virus endémico? 152
V. La reacción de los gobiernos: más
virulenta que el virus 155
Covid-19: la
estrategia cambia brusca e injustificadamente
156
Confinamientos,
restricciones y bloqueos: bases de un balance
157
Los
confinamientos perimetrales y cierre de fronteras: un absurdo al cuadrado 160
La
democracia, la vida social y las bases de la economía en grave riesgo 161
Defensores
del confinamiento: ¿razones o sinrazones?
162
El
confinamiento y las restricciones indiscriminadas: el fracaso previsible se
confirma 168
¿Dónde está el aplanamiento de las curvas? 169
La
efectividad ilusoria del confinamiento y la paralización económica 171
¿Estaba ya
la epidemia en fase descendente antes de los cierres y confinamientos? 173
El confinamiento
en España 173
Nuevos estudios con mayor control de
variables 175
Razones de un
fracaso 176
¿Medidas
contraproducentes? 179
Confinamiento:
muy efectivo para dañar 181
Los efectos
de las medidas sobre la salud física y psicológica 183
VI. ¿Ha salvado vidas el
confinamiento? 187
Estudios
históricos 188
Análisis comparativos 191
Suecia: la
nota discordante 193
Resultados
experimentales 197
Modelos
matemáticos 199
¿Hemos
cruzado el umbral? Realidad y percepción
202
VII. La pandemia discursiva: el
miedo, la mentira y la «ortodoxia Covid» 205
Una gestión
a espaldas a la ciencia 205
¿Sirven las mascarillas para prevenir la
trasmisión del virus de la covid-19?
207
El bullying
a los científicos disidentes 213
Propaganda e información sesgada: miente que
algo queda 215
Negativa al debate
político y científico 216
Una política
común casi sin excepciones. 216
Mantener la
tensión para justificar el curso adoptado
217
El miedo a
toda costa 218
Un discurso
del terror sin medida ni tregua 221
Una campaña
engañosa de enormes proporciones 223
Desdeñar las
evidencias desconfirmantes y refutatorias
224
Seguridad
fingida y negación de la incertidumbre 227
No es hora de las críticas 228
La «ortodoxia covid»: ¿Una nueva caza de brujas? 229
Una
sugestiva analogía histórica 235
VIII. Las víctimas entre las
víctimas: desigualdad social y pandemia. 239
Una pandemia
global con enormes diferencias 239
Clase
sociales y regiones geográficas 241
Clase trabajadora 246
Los niños y
niñas más inocentes que nunca, y los jóvenes más víctimas de la
irresponsabilidad que responsables 249
Las personas
presas 260
Las
residencias de ancianos: epicentro del terremoto pandémico 263
El
confinamiento y las residencias de ancianos: un testimonio 265
Reflexiones
finales 268
IX. ¿Qué ha sido de la perspectiva de
género en la gestión de la covid-19?. 269
La tiranía
de lo urgente 271
La covid-19 y la muerte de mujeres: enfermedad
y violencia de género 272
El cautiverio. Los cuidados. Acumulación de
trabajos sobre las mujeres, y no sólo
276
Los derechos
reproductivos. Embarazo, parto, lactancia y puerperio en tiempos de pandemia 279
La idealización de la familia en tiempos de la
covid-19 .281
¿Son neutras
las políticas de gestión de la covid-19?
283
X. La gestión de la pandemia:
derechos humanos, libertades políticas, autoritarismo y estado de excepción 289
Bajo la
bandera del autoritarismo. Un estado de excepción permanente 289
La vulneración de principios básicos de salud
como expresión del autoritarismo 297
La
desproporción de las sanciones como expresión del autoritarismo 298
La otredad y
la delación .301
XI. La educación: un terreno
privilegiado en el reset del capitalismo -Alexis Capobianco
305
La educación
encierra un tesoro 305
El encierro educativo 310
Fetichismo
tecnológico educativo .313
Las promesas
pedagógicas 315
Los
problemas sanitarios ignorados 322
La promesa
igualitaria 326
Casa tomada 329
¿La muerte del
estudiantado? 331
Lo que
vendrá: bimodalidad o utilización racional de herramientas informáticas 332
XII. Participación comunitaria y
sociedad civil: una perspectiva desde la facilitación -Alberto Pardos Cañardo 335
Participación
ciudadana en la covid-19: la gran ausente
335
La participación.
Un desafío individual y colectivo 337
Fenomenología
de la participación social durante la pandemia
340
Humanizar
los modelos sociales y de salud 343
Niveles de participación
comunitaria en salud 345
Experiencias de participación a la
participación durante la pandemia 346
La sociedad civil ante la pandemia 348
Ejemplos de
participación comunitaria 349
Algunas
propuestas de transformación a nivel individual y colectivo 351
XIII. ¿Es posible explicar tanta
desmesura?. 353
Precondiciones 358
Desencadenantes 372
Motores de la continuidad 374
XIV. Alternativas a la gestión
autoritaria y neoliberal 379
Medidas
sanitarias proporcionadas y selectivas 381
¿Qué hacer y
qué no hacer? 382
La cuestión
clave: la protección de los vulnerables
387
Sanar las
heridas psicológicas y sociales 389
La
participación comunitaria como instrumento esencial 394
La ciencia
posnormal: una perspectiva alternativa
394
¡Y llegaron
las vacunas! 396
EPÍLOGO. Una
mirada política de la pandemia: ¿Dónde ha quedado la izquierda? 405
Lista de
figuras 416
Agradecimientos 417
Notas 419
https://www.udllibros.com/adjuntos/9788412188745.pdf
Covid-19. La
respuesta autoritaria y la estrategia del miedo
Por Pedro Pozas Terrados -19/09/2021
https://www.fronterad.com/covid-19-la-respuesta-autoritaria-y-la-estrategia-del-miedo/
Covid-19
https://www.fronterad.com/tag/covid-19/
La OMS está financiada por
farmacéuticas y multimillonarios como Bill Gates (Microsoft)
Prólogo a la segunda
edición. Lo que nos hace falta es el coraje
Tú ya sabes
lo suficiente. Yo también lo sé. No es conocimiento lo que nos falta. Lo que
nos hace falta es el coraje para darnos cuenta de lo que sabemos y sacar
conclusiones.
Sven
Lindqvist
Exterminad a
todos los salvajes
Este libro
comenzó a gestarse un año atrás. Poco después de que apareciera el artículo «Covid-19, autoritarismo e
izquierda confinada» (El Salto, 27 de octubre de 2020),
sus autores nos contactaron para tantear la posibilidad de ampliarlo y elaborar
un libro. La lectura de su artículo supuso al fin un respiro (o, como habría
dicho Orwell, subir a por aire). Demostraba que era posible construir un relato
alternativo a la narrativa oficial sobre la pandemia: reuniendo y examinando
los datos oficiales suministrados por los gobiernos, estudiando los aportes de
científicos y médicos de prestigio ajenos a la «ortodoxia covid», y con una
perspectiva política fundada en los mejores valores de la izquierda, lo que les
permitía identificar y denunciar el autoritarismo sobre el que se ha erigido y
se sigue sustentando el conjunto de restricciones. Los autores del artículo
eran José R. Loayssa, médico de urgencias navarro, y Ariel Petruccelli,
historiador y ensayista argentino; poco después se les sumó Paz Francés,
jurista y doctora en Derecho Penal, también navarra, y en mayo se publicaba
Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo.
Más de
cuatrocientas páginas donde se buscaba abarcar todos los aspectos posibles de
la pandemia decretada en marzo de 2020: una perspectiva histórica sobre las
pandemias del pasado; un análisis minucioso de todo lo referente al virus y la
enfermedad que provoca; un examen detallado de las medidas adoptadas por los
gobiernos, de su pretendida eficacia y de su virulencia (con un capítulo
específico para el confinamiento); varios capítulos dedicados a analizar a las
«víctimas entre las víctimas», poniendo el foco en la desigualdad, la
educación, la perspectiva de género, los derechos humanos o las libertades
políticas; y, por fin, las páginas donde tratan de explicar los porqués de la
desmesura en la respuesta a la pandemia, de la caza de brujas contra todo
disenso de la «ortodoxia covid», y las posibles alternativas a una gestión
fundada en el disciplinamiento de la sociedad y la difusión del miedo.
En sus
escasos tres meses de vida, el libro ha sido objeto de tres tipos de acogida:
silencio e indiferencia; censura; agradecimiento, consuelo y solidaridad.
El silencio y la indiferencia de quienes han preferido mirar
hacia otro lado, sin querer mojarse ni pronunciarse en uno u otro sentido sobre
la pandemia, no sólo en lo tocante a este libro en concreto, sino en general
respecto a otras perspectivas críticas con la gestión de los gobiernos.
Escritores, intelectuales y activistas siempre comprometidos con causas
tradicionalmente consideradas como de «izquierda» y que ahora callan frente a
los atropellos, abusos y ataques a las libertades civiles y los derechos
políticos* . Proyectos editoriales encantados de publicar a autores «radicales»
del pasado y del presente, pero que ahora no encuentran pertinente dar cabida
en su catálogo a las pocas voces disidentes de la ortodoxia covid —o que, de
hacerlo, lo hacen sin demasiado entusiasmo, sin mucho afán por difundirlo y
publicitarlo—, temerosos de perder apoyos, prestigio, capital social.
Periódicos y revistas que en otras ocasiones se han acercado a esta casa
editorial para elogiar nuestras publicaciones sobre Pier Paolo Pasolini, Rachel
Carson, George Orwell, Simon Leys, Neil Postman, Nicholas Carr o E. M. Forster,
y que ahora se sumen en el mutismo.
* Existen,
desde luego, honrosas excepciones. Podemos citar unas cuantas: los médicos Juan Gérvas y Juan Simó, el biólogo Jon Ander Extebarria,
los responsables del blog Contra el encierro, los sociólogos Juan Irigoyen y Juanma Agulles, el filósofo
italiano Giorgio Agamben, los escritos de Ander Berrojalbiz y Javier Rodríguez
Hidalgo. En la prensa, Gara ha hecho gala de una valiente pluralidad
ideológica, publicando artículos de opinión críticos muy alejados de su línea
editorial.
La censura
ha sido otra de las respuestas: dos artículos borrados horas después de su
publicación y dos presentaciones del libro canceladas.
Mientras el
libro estaba en imprenta, los autores acordaron con El Salto Diario la
publicación de un artículo a modo de resumen de las tesis del libro: «Covid-19,
año uno: balance de una pesadilla autoritaria y de una gestión fracasada».
Horas después de aparecer en la sección de opinión del medio, el artículo fue
liquidado; en un mensaje a los autores, se les explicó la censura arguyendo
que: 1) el contenido del artículo no era compatible con la postura de El Salto;
2) se mezclaba análisis científico y opiniones políticas, siendo un formato
incompatible con el del medio; 3) se podía herir la sensibilidad de miles de
personas que han perdido a seres queridos; 4) el artículo contendría
«afirmaciones falsas». En su réplica, los autores proponían que el medio
añadiera una nota afirmando no compartir lo expuesto en el artículo; aducían
que entre los autores también había habido pérdidas personales fruto de la
pandemia; e instaban a El Salto a explicar cuáles serían esas «afirmaciones
falsas» y por qué. Nunca hubo respuesta a este último punto, y el medio no
reconsideró su decisión. Desde la editorial publicamos un comunicado* que jamás
fue respondido, como tampoco dieron una explicación pública de lo sucedido.
Tres meses después, este mismo medio incurría en un acto de
censura idéntico, eliminando un artículo, firmado por José R. Loayssa y Ariel
Petruccelli, horas después de haber sido publicado en la sección vasca,
Hordago. El artículo versaba sobre las vacunas, y su título era «Covid-19: una
vacunación controvertida». (Al final de esta segunda edición se incluye el
artículo en cuestión a modo de adenda). Fue publicado el 17 de agosto a las
11:00 de la mañana, siendo eliminado horas después. A los autores sólo se les
explicó que el texto habría sido suprimido de la web no tanto por su contenido,
sino debido al comunicado publicado en mayo referido a la primera censura;
comunicado, como acabamos de señalar, que El Salto jamás ha respondido,
matizado, refutado, ni privada ni públicamente.
* «¿Libertad
de prensa? Censura en El Salto Diario», 9 de mayo de 2021
[https://www.edicioneselsalmon.com/2021/05/09/libertad-de-prensa-censura-en-el-salto-diario/]
Ante nuestro
estupor debido tanto a la censura como a la razón esgrimida para borrar este
segundo artículo, el 18 de agosto dirigimos una carta a todo el equipo de El
Salto, en la que les instábamos a: 1) ofrecer una explicación pública, a sus
socios y lectores, de los hechos acaecidos tanto ahora como en mayo; 2) brindar
en el medio un espacio donde las individualidades de El Salto disconformes con
el doble acto de censura pudieran manifestar su punto de vista.
En su
respuesta, la «redacción» de El Salto aducía que la decisión respecto a los
contenidos del medio y las propuestas de artículos que se aprueban corresponde
únicamente a El Salto; y que «no es de recibo que unas personas que emitieron
un comunicado llamando al boicot al medio vuelvan a publicar en él».
Nuestro
asombro fue si cabe todavía mayor. Quienes respondían en nombre de El Salto
asumían: a) que quien critique algo hecho por El Salto no puede ni debe querer
publicar nunca más en ese medio; b) que un acto de censura tan evidente como
retirar un artículo ya diseñado y publicado no debe ser denunciado; c) que los
autores del artículo y/o Ed. El Salmón habrían llamado a boicotear a El Salto,
cosa manifiestamente falsa.
Cabe añadir
que las dos censuras no han contado con unanimidad en el seno de El Salto:
ambas se resolvieron con sendas votaciones, siendo la segunda de ellas muy
ajustada, en favor de la no publicación. Nos consta asimismo el malestar de
Hordago, al haber visto secuestrada su autonomía para publicar artículos en su
sección. Y también es fácil percibir que muchos lectores y suscriptores
acogieron con mucho interés los artículos publicados durante la pandemia por
Loayssa y Petruccelli, en especial el texto aparecido en octubre de 2020 al que
hacíamos referencia al comienzo del prólogo; no cabe duda de que muchas de las
lectoras habituales de El Salto habrían agradecido leer un artículo distinto
sobre la controversia en torno a las vacunas y los llamados «pases sanitarios».
La primera presentación frustrada del libro tuvo lugar en
Barcelona. La Fira Literal de «libros e ideas radicales» suspendió —con menos
de veinticuatro horas de antelación— la presentación del libro acordada dos
meses antes. Ofrecimos nuestra versión de los hechos en un comunicado público*
; de lo acaecido cabe destacar que:
* https://www.edicioneselsalmon.com/2021/05/27/comunicado-ante-la-censura-en-lafira-literal-2021/
1) Literal
suspendió el acto sin que nadie de la organización hubiera leído el libro:
«alguien» les había facilitado unos fragmentos que contendrían «discursos
ambiguos» sobre la pandemia.
2) Literal
impidió la celebración de un coloquio informal en el recinto ferial entre uno
de los autores del libro y dos decenas de personas; el autor y los editores
decidimos que el encuentro tuviera finalmente lugar extramuros, con el fin de
no avivar la tensión.
3) Salvo un escueto tuit escrito en la noche
previa al acto cancelado, Literal nunca ha explicado públicamente todo lo
acontecido durante ese fin de semana.
4) Sin
embargo, uno de los organizadores, Simón Vázquez, se despachó contra la
editorial y los autores en varios tuits plagados de mentiras y calumnias.
5) Tras
publicarse nuestro comunicado, Simón Vázquez eliminó dichos tuits (ignoramos si
por voluntad propia), pero Literal continúa, a día de hoy, sin dar
explicaciones públicas sobre la censura de la presentación del libro.
La siguiente cancelación tuvo lugar en junio. La librería
Antígona, sita en Zaragoza, había acordado con la universidad la presentación
del libro en el paraninfo universitario. Una semana antes, la universidad
reculó aludiendo al contenido del libro. Al no disponer Antígona de aforo
suficiente para celebrar el acto, éste fue acogido generosamente por la
librería La Pantera Rossa, quien difundió una nota admirable al respecto* .
* «En la
uniformización del pensamiento o en la militarización de las crisis es
imposible progresar como humanidad. La discusión pública sobre la covid-19, en
particular, sobre cómo afrontar sus dramáticas consecuencias, ha venido siendo
silenciada en medio del pánico social; de este modo se impide encontrar en la
pluralidad y riqueza de miradas y alternativas existentes la inteligencia
colectiva necesaria para conseguir las mejores soluciones al conflicto que
sufrimos. Deseamos en La Pantera Rossa que sirva la presentación de este libro
para poner en valor la libertad de opinión, el debate social y la diversidad de
respuestas honestas que hay por el bien común, más allá del acuerdo o
desacuerdo que podamos tener con cada una de ellas».
El tercer
tipo de respuesta a la edición del libro ha consistido en una mezcla de
consuelo, agradecimiento y solidaridad. Son decenas las personas que, a través
de cartas o en persona, han dado las gracias a la editorial y a los autores porque
desde la izquierda se haya tenido el coraje de plantear un análisis sobre la
pandemia distinto al de los gobiernos, las grandes empresas y medios de
comunicación. En estos mensajes ha estado también omnipresente la solidaridad y
apoyo ante las censuras padecidas.
Hace unos
meses circuló masivamente un vídeo en inglés que mostraba una sucesión de
frases encabezadas por «It’s just…», es sólo:
Es sólo una
mascarilla.
Es sólo un
metro y medio.
Es sólo
durante tres semanas.
Es sólo para
no saturar los hospitales.
Es sólo
hasta que los casos bajen.
Es sólo para
aplanar la curva.
Es sólo para
los trabajadores no esenciales.
Es sólo un bar.
Es sólo un
restaurante.
Es sólo por
unas semanas más.
Es sólo un
gimnasio.
Es sólo el
deporte.
Es sólo
cantar y celebrar.
Es sólo
viajar.
Es sólo un
confinamiento de tres meses.
Es sólo
hasta que tengamos una vacuna.
Es sólo una
app.
Es sólo para
rastrear contagios.
Es sólo para que la gente sepa que es seguro
estar a tu lado.
Es sólo para
saber con quién has estado en contacto.
Es sólo por
tu bien.
Es sólo para
proteger a los demás.
Es sólo
verificación de hechos, no censura.
Es sólo para
proteger a los demás de la incitación al odio.
Es sólo
obligatorio.
Es sólo la
ley ahora vigente.
Es sólo
ciencia.
Es sólo unos
científicos en concreto, no todos.
Es sólo a
causa de la segunda ola.
Es sólo para
salvar a nuestros abuelos.
Es sólo otro
confinamiento.
Es sólo
durante cuatro semanas más.
Es sólo la
navidad.
Es sólo la
escuela, pueden estudiar desde casa.
Es sólo un
año, pronto estaremos mejor.
Es sólo un
test.
Es sólo una
vacuna.
Es sólo
hasta vacunar al 70% de la población.
Es sólo para recabar información médica.
Es sólo un
documento para guardar tu historial médico.
Es sólo para
que puedas viajar.
Es sólo para
tu pasaporte.
Es sólo para la vacuna contra el coronavirus.
Es sólo para
que puedas entrar en bares y tiendas.
Es sólo para
que puedas ir a conciertos.
Es sólo para que los niños puedan volver a la
escuela.
Es sólo un
puñado de efectos secundarios.
La última
frase contenía un juego de palabras de imposible traducción en castellano:
«It’s not just. It’s unjust. Start resisting now» (No es sólo. Es injusto. No
esperes más para rebelarte).
El vídeo
había tocado una fibra sensible: la percepción de que la pandemia no tiene fin,
de que las restricciones —mascarillas, aforos, toques de queda, confinamientos,
etc.—, pueden ir y venir según criterios harto arbitrarios, de que la vida que
conocíamos antes de marzo de 2020 nunca va a volver, de que debemos
habituarnos, lo queramos o no, a la «nueva normalidad», de que habrá que
vacunarse eternamente, una dosis tras otra, para no ser marginados y expulsados
de la sociedad.
El llamado
«pasaporte o pase sanitario» fue establecido a nivel global en junio con el fin
de poder cruzar las fronteras, y el siguiente paso ha sido instaurar en varios
países —Francia, Italia, Grecia, Estonia…— su obligatoriedad con el fin de
acceder a la vida social y cultural: consumir en bares y pubs (terrazas
incluidas), asistir a festejos al aire libre, entrar en gimnasios, museos,
centros comerciales, viajas en trenes y autobuses, etc. Habida cuenta de que
los test PCR o de antígenos cuestan dinero, y que son muchas las personas que
no han pasado la enfermedad de la covid-19, o bien no pueden demostrar haberla
pasado, la medida supone de facto establecer la vacunación obligatoria; y, de
hecho, en Francia o en Italia ya es así para varios colectivos de trabajadores.
Pero además en el horizonte se dibuja la obligatoriedad de dosis continuas de
«refuerzo» de la vacuna; en Israel, uno de los primeros países en vacunar
ampliamente a su población y en establecer el pase sanitario, a partir del 1 de
octubre «se considerará como no vacunado en lo tocante a las restricciones a
quienes hayan recibido su segunda dosis de la vacuna hace seis meses o más* ».
Con todo, un
aspecto notable de este año y medio de pandemia es el silencio generalizado en
torno a aquellos países donde se ha optado por una gestión política y sanitaria
diferente. Destaca el caso de Suecia, cuya estrategia, ajena a confinamientos,
uso obligatorio de mascarillas, así como al resto de medidas coercitivas
decretadas en la mayoría del globo, ha obtenido resultados iguales o mejores
que los países con restricciones más duras. Tras ser vilipendiado de forma casi
unánime por los medios, pareciera que Suecia ha desaparecido de la faz de la
tierra: son ya varios meses sin información alguna que dé cuenta sobre cómo ha
evolucionado allí la pandemia.
Algo similar
sucede con aquellos países o regiones donde han eliminado todas o casi todas
las restricciones: la mayor parte de Estados Unidos, Inglaterra o Dinamarca,
entre otros, han optado por regresar a la vida previa a marzo de 2020. Sin
embargo, los medios se han atrincherado tras un miserable muro de silencio,
pasando prácticamente por alto estos hechos**.
El rol desempeñado durante la pandemia por la televisión, los
periódicos y los mass media en general merecerá algún día un examen exhaustivo
por su responsabilidad en la extensión de la irracionalidad y el pánico: tanto
para informar y hacerse eco de las decisiones de los gobiernos, como a la hora
de dar voz a un perfil de científicos y expertos, pero no a otros, así como
para elaborar una miríada de noticias donde han podido hacer gala del
sensacionalismo más abyecto***.
* «Israel Expands Covid Booster Campaign to
Vaccinated 12-year-olds and Up», Haaretz, * 29 de agosto de 2021.
** Como
excepción, véase el ridículo artículo sobre el «enigma» del «experimento» en
Inglaterra, donde para los «expertos» y la «comunidad científica» (así, sin
excepción) era un misterio que los casos hubieran descendido abruptamente
«pese a» el fin de las restricciones: «El enigma del experimento británico: caen los contagios de
covid tras eliminar todas las restricciones», El País, 30 de
julio de 2021.
*** Un solo ejemplo. Durante el verano, la prensa
se hacía eco de los «fallecidos por covid» en Canarias durante una semana,
destacando en los titulares la muerte de un niño pequeño. Al leer con atención
la noticia, se comprobaba que el niño había muerto... ahogado en la playa. Un
test positivo hecho con posterioridad servía para inflar, sin el menor asomo de
vergüenza o ética periodística, las estadísticas de mortalidad («Muere por Covid un niño de 5 años en Canarias»,
EFE, 23 de julio de 2021) (aquí, aquí, aquí). En este año y medio de pandemia, no
han sido pocas las ocasiones en que los telediarios se han afanado en informar
de la muerte de niños por covid, aunque con posterioridad se demostrara que no
había sido ésa la causa del deceso, y nunca se corrigiera la información.
Desde el
mundo periodístico, así como desde la política y la intelectualidad, se ha
difamado toda opinión mínimamente crítica con la gestión de la pandemia,
atribuyendo a quien osara alzar la voz toda una pléyade de adjetivos descalificativos:
conspiranoico, terraplanista,
ultraderechista, antivacunas, covidiota y, por supuesto, negacionista. Se trata, como bien señalaba Giorgio Agamben, de vocablos infames. En
parte por asimilar la crítica a la gestión pandémica con la negación del
exterminio ejecutado por los nazis; en parte por ignorar que a lo largo de la
historia, «individuos de grupos o partidos han actuado con determinación para
conseguir sus objetivos, enfrentándose a circunstancias más o menos predecibles
y adaptando su estrategia a ellas* ».Y constituye, ante todo, una manera de
secuestrar la posibilidad de que se dé un debate político, médico, científico,
jurídico y social, en libertad y con pluralidad, sobre las medidas adoptadas
para combatir la pandemia, así como sobre sus efectos en la vida privada,
política y social.
Agamben tiene razón: COVID 19 y estado de excepción
permanente.
Aquí en PDF
En este sentido, la dimisión de la izquierda constituye uno
de los hechos más lamentables y preocupantes de la pandemia. Dimisión y
renuncia a dialogar continuamente con los acontecimientos, a favorecer y
construir un discurso crítico propio desde el que comprender las consecuencias
políticas de esta «arquitectura de la opresión» (en palabras de Edward Snowden)
que gobiernos y grandes corporaciones vienen erigiendo en el último año y
medio. Atrapada en una trampa dialéctica —Ayuso, Bolsonaro y Trump son malos,
neoliberales, y sólo piensan en la economía; nosotros, los progresistas,
anteponemos la salud—, la izquierda está inmolándose en medio de la
deflagración epidemiológica, como lo definiera con tanto tino Juan Irigoyen**.
* Continúa
Agamben: «Evidentemente, como en todo acontecimiento humano, el azar juega un
papel, pero explicar la historia de la humanidad mediante el azar no tiene
sentido y ningún historiador serio lo ha hecho. No hace falta hablar de
“conspiración” para ello, pero no cabe duda de que quienes definen como
conspiranoicos a los historiadores que han intentado reconstruir con detalle
estas tramas y su desarrollo estarían demostrando ignorancia, cuando no
idiotez. […] Como siempre en la historia, también en este caso [en la pandemia
de la covid-19] hay individuos y organizaciones que persiguen sus objetivos
lícitos o ilícitos e intentan conseguirlos por todos los medios posibles, y es
importante que quienes quieran entender lo que está pasando los conozcan y los
tengan en cuenta. Hablar, por tanto, de una conspiración no añade nada a la realidad
de los hechos. Pero llamar conspiranoicos a quienes buscan conocer los
acontecimientos históricos como lo que son, es simplemente infame». «Due
vocaboli infami», en Una Voce, columna personal del autor en la web de la
editorial Quodlibet, 10 de julio de 2020.
** «Ayuso y
la deflagración epidemiológica de la izquierda», Política & Letras, 8 de
junio de 2021.
Tú ya sabes
lo suficiente. Yo también lo sé. No es conocimiento lo que nos falta. Lo que
nos hace falta es el coraje para darnos cuenta de lo que sabemos y sacar
conclusiones. Ese coraje intelectual ha sido el gran ausente desde marzo de
2020, salvo unas pocas excepciones: el libro de Paz Francés, José R. Loayssa y
Ariel Petruccelli constituye una de ellas, y en esta casa editorial estamos muy
contentos por haber acogido su trabajo, y por que su labor se haya visto
reconocida, agotándose muy pronto la primera edición, y propiciando esta
segunda.
Ediciones El
Salmón
1 de septiembre de 2021
Lo que nos
hace falta es el coraje
http://barcelona.indymedia.org/newswire/display/533709
http://infoposta.com.ar/notas/12007/lo-que-nos-hace-falta-es-el-coraje/
https://ecotropia.noblogs.org/files/2021/11/Lo-que-nos-hace-falta-es-el-coraje.pdf
Segunda
edición. Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo
Descarga
aquí el prólogo a la segunda edición: Lo que nos hace falta es el coraje
Descarga
aquí el epílogo a la segunda
edición: el artículo censurado por El Salto
Vacunas y covid-19. Una nueva controversia negada.
Adenda a la
segunda edición
Vacunas y
covid-19: una nueva controversia negada
Si los datos
actuales de la pandemia sirven para extraer una conclusión, esta es que no hay
razones para ser demasiado optimistas respecto a la efectividad y seguridad de
las vacunas contra la covid-19 que se administran en Europa. Para ello
solamente bastaría preguntarse por qué este verano en el Estado español la
situación de infectados, casos, hospitalizados y muertos es mayor (sin ser
dramática) que en el mismo periodo del 2020, cuando en estos momentos el
porcentaje de la población vacunada es casi del 70% y hace un año era 0%. Se
puede aducir que el hecho se explica por la aparición de nuevas variantes, pero
entonces habría que demostrar, contra la lógica de la biología evolucionista, que
el predominio de las nuevas variantes no tiene relación con la selección
natural que pueden propiciar las medidas contra la covid-19 y, especialmente,
las vacunas. Nosotros creemos que no hay razones para desechar esa hipótesis
relacional. Más bien es necesario considerarla una sospecha fundada, como
opinan personas de tanta solvencia en la materia como uno de los creadores de
la técnica del RNA mensajero, el Dr. Richard Malone.
Pero hay
otras razones para dudar de que las vacunas sean «la solución a la pandemia» y
que no avalan la estrategia vacunal indiscriminada adoptada. La primera es que
las vacunas actuales no son inocuas, más bien al contrario. De hecho, todos los
sistemas de vigilancia detectan posibles efectos secundarios, entre los que se
encuentran muertes, con una frecuencia mucho más elevada que con ninguna vacuna
previamente comercializada. Asimismo, vemos una efectividad que dista mucho de
ser la que proclamaban los gobiernos. La reclamación de una tercera dosis como
solución a una respuesta inmunitaria en declive es poco menos que temeraria e
irresponsable: una peligrosa huida hacia adelante. En definitiva, las vacunas
que se están administrando son menos seguras y menos eficaces de lo que se
decía. Los gobiernos, a pesar de todo, siguen insistiendo en que presentan un
balance costo/beneficio favorable. Hay voces autorizadas que lo dudan,
especialmente en la población de bajo riesgo. Sería imprescindible un debate
abierto y plural sobre esta cuestión, pero no parece que haya ninguna intención
de promoverlo, como atestiguan las acusaciones de «antivacunas» a aquellos que
se limitan a expresar dudas sobre «estas» vacunas.
Los efectos
secundarios, más allá de su frecuencia, son intrínsecamente preocupantes:
podrían ser la punta de un iceberg que indiquen lesiones subclínicas latentes
que puedan tener consecuencias graves en el futuro. Los efectos involucran
mecanismos inflamatorios neurológicos y cardiovasculares, así como reacciones
autoinmunes. Son efectos que pueden asociarse a características concretas de
las vacunas y del proceso de ingeniería genética que se empleó en su
fabricación, como veremos a continuación. Consideramos que la vacunación es
recomendable en la población con alto riesgo de cuadros graves, pero no en
poblaciones con menor riesgo, dado el balance costo-beneficio: las vacunas no
son inocuas, y la idea de que es posible erradicar el virus con las vacunas
actuales no está justificada. Es probable que en un periodo no muy lejano
contemos con vacunas más seguras y efectivas. En todo caso, no estamos ante una
campaña de vacunación basada en una decisión libre e informada. Se está
utilizando la intimidación contra la más elemental ética sanitaria
A pesar de
que sigue adelante la campaña de vacunación masiva, puede apreciarse un descenso
del entusiasmo que mostraban nuestros gobernantes y su corte de expertos,
cuando hablaban del avance imparable del número de vacunados y, por lo tanto,
de la proximidad de la inmunidad de rebaño. En España se cifraba en el 70% de
la población vacunada. En torno a dicha inmunidad de rebaño ha existido un
malentendido: se ha dado a entender que es un umbral de todo o nada cuando, en
realidad, la inmunidad es gradual y es muy improbable que sea completa. Si se
equipara inmunidad colectiva a la erradicación del virus, probablemente sea
inalcanzable. Y las promesas de su pronta consecución sólo pueden entenderse en
boca de personajes habituados a realizar promesas electorales que no
necesariamente deben cumplir. La expectativa de que la vacuna iba a ser la «solución»
a la pandemia es temeraria e imprudente.
Las
restricciones se imponen de nuevo a consecuencia del esperable rebrote
veraniego. Un rebrote que cada día que pasa incluye a más personas con la
vacunación completa: ya está claro que no sólo se contagian sino que pueden ser
contagiadoras. A pesar de ello, se arbitran «privilegios» para los vacunados
como fórmula para «animar» a los renuentes. Las perspectivas de reflotar la
economía se enturbian, sobre todo para los países en los que el turismo es un sector
económico clave. Por lo tanto, es necesario un debate que permita entender por
qué con porcentajes considerables de la población vacunada (en España, a lo
largo del verano, ha ido desde el 50% al casi 70% mientras cerramos esta
adenda) la situación de este verano no es mejor que la del año anterior.
Culpabilizar de nuevo a los jóvenes del incipiente fracaso es intolerable:
después de todo, durante el verano pasado la vida social fue más amplia e
intensa que ahora, sin grandes consecuencias en términos de hospitalizaciones y
mortalidad.
La aparición
de casos, hospitalizaciones e, incluso, de muertes entre las personas vacunadas
es preocupante, entre otras razones por el escaso tiempo transcurrido desde la
vacunación. Se trata, por lo tanto, de un problema que tiene muchas
posibilidades de agravarse. Con ello no queremos decir que las vacunas que se
están aplicando no tengan ningún grado de protección. Pero la duración y el
alcance de ésta pueden ser mucho menores de lo que se daba a entender cuando se
inició la vacunación. De hecho, se difundieron previsiones optimistas en
términos de efectividad y seguridad, hechas sólo con estudios limitados y a
corto plazo, que ahora no se confirman. En consecuencia, algunas farmacéuticas
proponen administrar una tercera dosis. Es una propuesta que llama la atención,
dado que la menguante efectividad de las vacunas podría deberse, entre otras
razones, a que son menos útiles contra las variantes.
Ante este
preocupante panorama es necesario repasar los preparados y la estrategia
vacunal adoptada, y evaluar si lo que está sucediendo era realmente tan
impredecible. Las vacunas recibieron la autorización (condicional) bajo tres
premisas: que estábamos ante una emergencia sanitaria catastrófica; que
presentaban una altísima efectividad; y que los estudios proporcionaban una
estimación de la seguridad aceptable.
Índice
del contenido
¿Una efectividad deslumbrante pero
engañosa?
La eficacia prometida y la realidad
Unas vacunas controvertidas desde el
minuto uno
Efectos secundarios, ¿subregistro o
sobrevaloración?
Las vacunas covid: algunas
propiedades que demandan precaución
Modificaciones y novedades peligrosas
Variantes y ausencia de capacidad
esterilizante
La cuestión decisiva: ¿qué vacuna para
quién?
Una campaña deshonesta
y autoritaria: ¿ciencia o ideología?
¿Una efectividad deslumbrante pero
engañosa?
Como hemos
dicho, la segunda premisa es que las vacunas muestran una alta eficacia. Entre
las revista médicas, solamente el bmj se permitió incluir artículos que ponían
en cuestión los análisis oficiales de los datos proporcionados por las empresas
farmacéuticas que han desarrollado y comercializado las vacunas. Uno de sus
editores, Peter Doshi, ha publicado dos análisis, uno de ellos como contenido
revisado por pares, en los que expuso las razones que lo llevaban a cuestionar
las cifras de eficacia que permitieron la autorización. También manifestó sus
reservas con el diseño de los ensayos clínicos en los que se basó la
autorización350.
Pero hay
otra cuestión sobre la eficacia de las vacunas: se utiliza exclusivamente la
variación del riesgo relativo, obviando la reducción del riesgo absoluto o el
Número Necesario a Tratar (NNT). Como ha señalado Juan Gérvas, lo único que los
ensayos clínicos utilizados para su autorización demostraban es que por cada
10.000 vacunados se evitarían 124 casos de Covid (la mayoría son leves), y no
ofrecerían ningún beneficio a las otras 9.876 personas que, además, se verían
expuestas a los posibles efectos secundarios de la vacuna351. En esos ensayos se demostraba una reducción del riesgo
absoluto del 1,1%, en el caso de Moderna y del 0,7% en el caso de Pfizer352. La disminución del riesgo
absoluto —es decir, la probabilidad de presentar un covid-19 con síntomas (una
vez más, no necesariamente grave)— en otro análisis publicado por The Lancet se
establecía en 1,3% para AstraZeneca–Oxford, 1,2% para Moderna–NIH, 1,2% para
Janssen & Janssen, 0,93% para Sputnik, y 0,84% para Pfizer–BioNTech353. Un ejemplo podría ayudar a
entender la diferencia entre el riesgo relativo y el riesgo absoluto. Si
tomamos el ensayo de la vacuna Pfizer, entre los aproximadamente 18.000
vacunados se produjeron 8 casos, mientras que, entre los 18.000 que no lo
estaban, se infectaron 162 personas. Es decir, el riesgo de infectarse de
covid-19 era del 0,0088 sin vacunación y del 0,0004 con vacunación. Karina
Acevedo ha puesto un ejemplo muy gráfico354
de la diferencia entre ambas magnitudes. Si una medicina provoca que el riesgo
de sufrir un infarto pase del 2% al 1%, la reducción del riesgo relativo es del
100% pero la del riesgo absoluto es sólo del 1%. Deberían darse ambos datos al
ofrecer la vacuna, porque si la medicina aumentara el riesgo de morir por otra
causa en un 2%, sería una decisión con un 100% de error.
Al presentar
solamente la reducción del riesgo relativo nuestros gobernantes y «sus
expertos» están recurriendo a la propaganda y no a la información.
La eficacia prometida y la realidad
No sólo los
datos de los ensayos sirven para cuestionar la eficacia de la vacunas. También
lo hace la evolución de las curvas epidémicas: hasta el momento, en casi ningún
sitio se observa una caída clara asociada a las vacunas. Esta afirmación puede
resultar sorprendente porque, después de todo, se repite día y noche que las
vacunas son tremendamente efectivas y se elogia a los países que habrían
mejorado su situación gracias a una vacunación masiva y temprana. Un caso
paradigmático es Israel, promocionado como modelo de las bondades de la
vacunación. Y, efectivamente, las curvas de casos y de decesos se desplomaron
tras la inoculación masiva. Si sólo observáramos a Israel, sería razonable
concluir que esa significativa caída es consecuencia del efecto vacunal. Pero
esta conclusión optimista se desmorona como un castillo de naipes cuando
comparamos sus curvas epidémicas con las de la vecina Palestina: son
prácticamente idénticas, aunque la diferencia en la tasa de vacunación sea de
10 a 1. Lo mismo sucede si comparamos Uruguay con Paraguay. Ambos países habían
evitado que el virus superara el umbral epidémico durante todo 2020, pero los
casos se dispararon desde febrero de 2021. Uruguay ha vacunado seis veces más
que Paraguay, pero la tasa de decesos por millón ha sido idéntica (Paraguay, al
parecer, ha tenido la mitad de casos, pero como el dato depende del nivel de
testeo, es incierto). Ejemplos semejantes se podrían ofrecer en cantidad, y de
todos los continentes. Quien quiera puede cotejar la información en la página
Our World in Data.
Hasta el
momento —acaso con la única excepción de algunos países europeos durante la
llamada «primera ola»— el ascenso y descenso de las curvas epidémicas ha
seguido en gran medida una evolución estacional. Y eso es lo que cabría
esperar, por insoportable que les resulte a quienes creen que pueden tener a la
naturaleza y a los virus bajo control. Si comparamos las mismas semanas de 2020
y de 2021, no se observa de manera clara y uniforme que la situación haya
mejorado en 2021, exceptuando —en Europa— los meses de marzo/abril. En
Sudamérica se observa una pauta semejante.
Unas vacunas controvertidas desde el
minuto uno
Aunque se ha
repetido machaconamente, la afirmación categórica de que las vacunas son
eficaces y seguras no está justificada. La preparación apresurada —que entre
otros protocolos habituales soslayados, no contempló una experimentación animal
suficiente— hace que los efectos de las vacunas presenten muchas incógnitas.
Muchas más, de hecho, que cualesquiera otras vacunas anteriores. Los ensayos
que permitieron una autorización condicional por emergencia tenían muchas
limitaciones, algunas ya señaladas más arriba, como la exclusión de sectores de
la población (embarazadas, personas que habían pasado la covid-19, individuos
con patologías significativas, etcétera). Incluso la población anciana, que es
la que tiene una mayor necesidad de protección, estaba infrarrepresentada en la
mayoría de los estudios355. A pesar
de ello, las autoridades dieron seguridades casi absolutas y «animaron» a toda
la población a ponerse en la cola de la inoculación. Esto contrastaba con que
ya desde las primeras semanas se informaba a los vacunados que los efectos
secundarios (leves, eso sí) eran esperables y que incluso era recomendable una
medicación preventiva. A todos los que señalaban las incertidumbres que se
planteaban se les atacó como antivacunas o negacionistas, sin abrir ningún
espacio para debatir una cuestión tan seria. Se continuó con la lógica de la
prepotencia en la acción, y con la negativa al debate iniciada con los confinamientos.
En esta
ocasión, el negacionismo estuvo a cargo de los gobiernos y de los expertos
oficiales. Primero afirmaron que las vacunas no tenían efectos secundarios
considerables; cuando estos aparecieron dijeron que no estaban relacionados con
la vacuna; cuando a cada día que pasaba era más claro que sí que lo estaban,
dijeron que eran pocos y que el costo-beneficio era favorable. Pero se trata de
costosbeneficios que no se basan en estudios sólidos. Los defensores de las
vacunas se han preocupado más por censurar estudios costo-beneficio
—discutibles, es verdad, como todo en ciencia— que por ofrecer análisis
alternativos356. Las limitaciones que los ensayos ofrecen hasta el momento
hacen necesarias las comprobaciones durante su distribución y utilización. Ello
requeriría un registro de los efectos secundarios de calidad y un análisis con
datos de un periodo amplio. Tenemos dudas de que se esté actuando de forma
transparente porque se busca el éxito a cualquier precio.
Efectos secundarios, ¿subregistro o
sobrevaloración?
Nadie que
trabaje en la práctica clínica puede negar que estas vacunas presentan efectos
secundarios inmediatos con una frecuencia incomparablemente superior a
cualquier vacuna previa. Los presenta además en sectores de población en los
que la covid-19 es asintomática o benigna en una enorme proporción. Nuestra
impresión es que estos eventos son mucho más frecuentes de lo que queda
registrado. Hemos visto decenas de historias con efectos secundarios que no han
sido declarados por el profesional que los atendió. El hecho de que se trate de
un medicamento nuevo obliga a considerar que todo síntoma o signo que se
produce después de su inoculación es consecuencia de la vacuna hasta que se
demuestre lo contrario. Así se ha actuado hasta ahora en el caso de nuevos
productos farmacéuticos. Sin embargo, muchos profesionales parecen pensar que
para declarar una sospecha de efecto secundario, éste debe estar asociado a la
vacuna más allá de toda duda. La diferencia de eventos registrados en diversos
países también apunta a que hay una cultura profesional variada respecto a la
vigilancia de las reacciones adversas de los medicamentos. En todo caso, y por
lo que conocemos, es muy probable que muchos efectos secundarios no queden
registrados (incluso se habla que normalmente solamente un 5% lo son) ya sea
porque el paciente no consulta, o porque el médico no tiene a bien considerar
una posible relación con el medicamento o vacuna. Este hecho se explica porque
no es fácil establecer la relación. Si un anciano frágil y vulnerable es
vacunado y muere en los días siguientes, no se puede afirmar que sea a causa de
la vacuna, pero tampoco excluirlo. Las autopsias serían imprescindibles pero se
llevan a cabo con cuentagotas. En cualquier caso, podemos afirmar con seguridad
que la vacunación puede desencadenar la muerte en algunas personas357.
En segundo
lugar están los efectos secundarios diferidos, que aparecen a los días, semanas
o meses de la administración del medicamento, y que precisamente son aquellos
sobre los que los ensayos clínicos iniciales de las vacunas ofrecían menos
información. En este caso, sin embargo, hemos tenido prontas evidencias de la
relación entre (todas) las vacunas con material genético actual y los efectos
secundarios no esperados, y ha sido gracias a que una de ellas dio lugar a
fenómenos trombóticos muy inusuales (trombosis de los senos venosos craneales)
y otra a un cuadro tan poco frecuente como la miocarditis en jóvenes. Indicios
insoslayables. Pero, ¿qué hubiera pasado si las vacunas solamente hubieran
incrementado el riesgo de los cuadros vasculares más habituales? Hubiera sido
mucho más difícil detectar estas reacciones adversas tan graves.
En general,
los efectos secundarios deben no sólo cuantificarse sino que hay que encontrar
una explicación fisiopatogénica: cómo y por qué se producen. Los efectos
secundarios que aparecen tras la comercialización de un nuevo fármaco pueden
ser la «punta del iceberg», es decir, la señal de alarma de muchos daños que no
se manifiestan en síntomas y signos con carácter inmediato, sino que son
lesiones que quedan latentes. No puede descartarse que detrás de los miles de
trombos que se han visto existan lesiones más extendidas en vasos sobre las que
el trombo pueda estar comenzando a establecerse y que solamente después de un
largo periodo ocasionen, por ejemplo, la oclusión de una arteria o un fenómeno
embólico. Por ello, merece la pena detenerse en las posibles causas de los
efectos secundarios que vemos, aunque no pretendemos ser exhaustivos en un tema
tan complejo.
Las vacunas covid: algunas
propiedades que demandan precaución
Ante la
pandemia de un virus desconocido (del que cada vez sabemos más) y que está en
permanente evolución, se está empleando una tecnología vacunal también
desconocida. A primera vista, aplicar un remedio poco conocido a una enfermedad
con preguntas todavía sin responder no parece demasiado prudente.
La covid-19
ha servido para poner en marcha un nuevo proceso de investigación, producción,
testeo y distribución de vacunas. La urgencia creada llevó a Donald Trump a
aprobar la Operation Warp Speed (OWS) —término de la «guerra de las galaxias»
que significa velocidad mayor que la de la luz— en marzo del 2020. Para ello
implicó al Ministerio de Defensa en la operación de comercializar cuanto antes
una vacuna contra la covid-19. Se pusieron en marcha lazos de colaboración para
desarrollar «vacunas sin precedentes» que lo permitieran, en concreto las
basadas en la tecnología del ARN mensajero (ARN-m). Pero cualquier tecnología
sin precedentes carece de una historia que permita evaluar de forma completa
riesgos, seguridad y eficacia a largo plazo. Se intercambian estimaciones del
costo-beneficio por estimaciones que en gran medida tienen en el numerador
esperanzas-ilusiones, acortando temerariamente el proceso de desarrollo y
testeo de las nuevas vacunas.
Antes de la
covid-19 se había estimado que las nuevas vacunas de ARN-m precisarían de al
menos 12 años para estar disponibles y sólo con un 5% de probabilidades de
éxito. De hecho, creemos que las compañías del «Big Pharma» se han lanzado a
desarrollar este tipo de vacunas, no tanto por los beneficios económicos
inmediatos, sino por la posibilidad sin precedentes de probar masivamente una
nueva tecnología con un riesgo muy disminuido a la hora de asumir
responsabilidades por circunstancias adversas.
Incluso se
ha hablado de ruleta rusa, y se ha insistido en que su utilización debería
limitarse a aquellos con un riesgo alto de consecuencias graves por el
SARS-CoV-2. Sorprendentemente, se ha excluido una estrategia vacunal centrada
en este grupo, optándose por una estrategia universal, como si todas las
personas corrieran el mismo grado de riesgo cuando los estudios al respecto son
abundantes y concluyentes358: el riesgo de la covid-19 para menores de
30-50 años es similar e incluso inferior (si se trata de niños y adolescentes)
al de la gripe estacional. Se ha implementado esta decisión política con un
alto grado de incertidumbre, con riesgos elevados, y sin un debate abierto.
Se trata de
una tecnología nueva, y tenemos razones para estar preocupados. La primera es
que en realidad no sabemos cuál es la dosis del inmunógeno que estamos dando.
Como se ha divulgado, son vacunas cuyo producto inoculado no genera los
anticuerpos (inmunidad sería más correcto), sino que emite una orden genética
para que nuestras células produzcan la proteína S1, la destinada a estimular la
respuesta inmunitaria. Pero no en todas las personas la orden genética va a
producir la misma cantidad de proteína S1, ya sea por la persistencia del
preparado vacunal, ya sea por la capacidad de respuesta de las células del
receptor. Quizás eso explique los mayores efectos secundarios inmediatos en los
más jóvenes (sus células también lo son). ¿Se está produciendo en muchos casos
un «exceso» de dosis? Es una hipótesis plausible, ya que el diseño de la vacuna
tenía como objetivo central producir gran cantidad de la proteína Spike.
Pero hay más
cuestiones preocupantes. Es difícil creer que la proteína S1 producida no
circule por el torrente sanguíneo (los fenómenos trombocitos y la miocarditis
postvacunal prácticamente lo aseguran) y se difunda por los tejidos del
receptor. También hay dudas sobre qué células reciben y ejecutan la orden
genética contenida en la vacuna. ¿Resulta seguro que una célula del SNC
produzca una proteína con indicios de propiedades neuroinflamatorias en
animales359? Pero es que la propia proteína S1 está implicada en los mecanismos
por los que el SARS-CoV-2 produce daño tisular (en los tejidos). Se ha
demostrado que la proteína S1 causa daño endotelial360. ¿No es peligroso someter a un organismo a una cantidad
considerable de esa proteína, en un corto espacio de tiempo? El relativo
contrasentido que implica utilizar una proteína tan tóxica como la S1 como
único inmunógeno ha sido puesto de relieve incluso por uno de los
desarrolladores de la tecnología ARN-m, que inmediatamente ha sido expulsado al
infierno de los negacionistas361.
Por otra
parte, hay dudas sobre la recombinación del material genético de la vacuna con
otros virus e, incluso, con el genoma humano, hecho de consecuencias
impredecibles. Es improbable pero no puede descartarse, a pesar de que
inicialmente se ridiculizó a quienes lo sugirieron362.
Asimismo,
algunos de los efectos detectados indican que la vacuna podría contribuir a
desencadenar reacciones de autoinmunidad (anticuerpos monoclonales contra la
proteína Spike mostraron reactividad cruzada con proteínas de nuestro
organismo363). No puede descartarse tampoco que, en un futuro, las vacunas
basadas en material genético sean capaces de precipitar la denominada
enfermedad aumentada por anticuerpos (ADE), que puede manifestarse como
trastornos autoinmunes o inflamatorios crónicos364.
Modificaciones y novedades peligrosas
Un artículo
publicado en mayo hacía un repaso de las características de las vacunas
genéticas frente a la covid-19 centrándose en aquellos preparados basados en la
tecnología ARN-m y su relación con los
efectos secundarios que se están viendo365. Planteaba la hipótesis de que las
reacciones alérgicas detectadas que incluyen casos de anafilaxia, que
ocasionaron varias muertes, estén relacionadas con compuestos de las actuales
vacunas vectorizadas en adenovirus o de ARN-m como el PEG (polyethyleno
glycol), que es un alérgeno reconocido inyectado por primera vez en humanos.
Las reacciones alérgicas severas se producen con otras vacunas, pero la
covid-19 las provoca con una frecuencia mucho mayor366. Un estudio publicado en
sanitarios vacunados reportó que un 2,1% de estos sufrió reacciones alérgicas
agudas367, que es un cifra mucho mayor que la reconocida por el CDC (Centro
para el Control y la Prevención de Enfermedades) estadounidense.
Otras
modificaciones realizadas tenían como objetivo evitar que el ARN-m, que tiene
en sí mismo capacidad de generar respuesta inmunitaria, fuera desactivado y
degradado rápidamente. Una de las soluciones elegidas fue envolverlo con una
cubierta lipídica que simulara los exosomas naturales. Pero esos lípidos
ionizables pueden inducir una potente respuesta inflamatoria en ratones368 y
estimular la secreción de citoquinas como TNF-α, interleukina-6 e
interleukina-β desde las células expuestas369. Estos lípidos pueden encontrarse
entre las causas de muchos de los síntomas inmediatos que experimentan los
vacunados: dolor, inflamación local, fiebre e insomnio.
ambién se realizaron modificaciones genéticas en la secuencia original del virus destinadas a hacerlo más similar al ARN-m humano. Esto no sólo retrasaría su inactivación, sino que podría hacerlo más eficiente en su tarea de ser traducido a la proteína antigénica. El ARN-m de la vacuna presenta características, en su contenido relativo, diferentes de la mayoría de los parásitos intracelulares —incluyendo los virus— y se parece en mayor medida al de nuestras células370. Todo ello parece destinado a producir mayores cantidades de la proteína S1, y a que ésta tenga más similitudes con proteínas humanas (ya hemos mencionado sus consecuencias no deseadas). A estos peligros de la tecnología y de la composición de las vacunas génicas se podrían añadir otros como el surgimiento de priones, pero no pretendemos ser exhaustivos
Variantes y ausencia de capacidad
esterilizante
Otra
característica de las vacunas que debería preocupar es que la inmunidad generada
está focalizada en una única proteína de las 28 que contiene el virus. Ello
hace más probables las mutaciones que sorteen la inmunidad. Si los anticuerpos
vacunales reaccionaran ante varias proteínas del virus, nuestro sistema inmune
tendría más fácil reconocerlo.
De hecho, se
ha señalado que la capacidad inmunógena de una formulación que contenga
instrucciones de síntesis de tres proteínas es mayor en el propio estudio que
describe el diseño de la vacuna de Pfizer o Moderna. Esas tres proteínas —S, H y
E— son los requisitos mínimos para el ensamblaje de partículas que mimetizan el
virus371.
Las
variantes son y van a ser un problema central. Este virus ha mostrado una
notable disposición a mutar (lo cual era previsible).
Ello debería
condicionar la estrategia vacunal. Ante un virus como este, que está
experimentado una difusión comunitaria no desdeñable, la vacunación
indiscriminada va a constituir una presión evolutiva considerable hacia
variantes más transmisibles. Si a esto se le añade que las vacunas no son
esterilizantes —es decir, que previenen más la enfermedad que la infección—, la
réplica del virus en los vacunados —de personas con anticuerpos— va a ayudar al
virus a adaptarse, con toda probabilidad, y se producirá una selección de las
variantes con menos susceptibilidad a ser neutralizadas. Esto puede estar
sucediendo ya, y ser la causa del panorama que se está viviendo en parte de
Europa en estos momentos. Es verdad que, hasta la fecha, el descenso de la
capacidad neutralizante de los anticuerpos vacunales frente a nuevas variantes
es modesto según algunos estudios372. Pero, por otro lado, encontramos noticias
que parecen sugerir que puede ser mayor en personas con inmunidad débil, como
son muchas de las más vulnerables a la covid-19. Todo ello en un periodo
inmediatamente posterior a la vacunación: las variantes resistentes a la vacuna
empiezan ya a aparecer —como la Delta— y podrían explicar el contagio de gran
cantidad de personas con vacunación completa en países como Israel373.
La cuestión decisiva: ¿qué vacuna
para quién?
Contrariamente
a lo que se intenta presentar, en una nueva maniobra de «embarrar la cancha»,
la discusión no es si vacunas sí o no en general —ni siquiera en la Covid-19—.
El debate científico es qué tipo de vacunas emplear, y respecto a las actuales,
dado que son experimentales, tal y como indica su autorización condicional por
emergencia, si deben restringirse a los perfiles de alto riesgo. Pero los
gobiernos insisten en la vacunación general. Quieren vacunar, con preparados
que presentan notables efectos secundarios, a población a la que el virus no
causa daños significativos. También proponen la vacunación de quienes ya han
pasado la enfermedad. No consideramos que ninguna de estas medidas tenga base
científica.
Vacunar a
niños, niñas y jóvenes carece de justificación epidemiológica, por su perfil
bajo de morbilidad y letalidad. Tampoco está justificado vacunar a los que ya
han sufrido la infección y la enfermedad. Uno de los ejes de la campaña
publicitaria orquestada con las vacunas ha sido subvalorar implícitamente (en
algunos casos explícitamente) la potencia protectora de la inmunidad natural.
Por el contrario, todos los indicios apuntan a que se trata de una protección más
potente y duradera que la inmunidad vacunal374. Las propias tasas relativas de
reinfecciones tras la enfermedad natural (que existen, aunque sean de momento
muy poco frecuentes), y las infecciones tras la vacunación, apuntan claramente
hacia la superioridad de la inmunidad natural. El perfil de anticuerpos que
produce la vacuna es diferente y posiblemente inferior al de la infección
natural, y su actividad podría resistir peor el paso del tiempo375.
Una campaña deshonesta y autoritaria:
¿ciencia o ideología?
Todas las
circunstancias arriba descritas deberían llevar a ser prudentes y a extremar
precauciones. Y se requiere ante todo transparencia en la información. Por el
contrario, estamos asistiendo a una campaña de vacunación que no respeta una
decisión libre e informada. La desinformación, la presión e incluso la coerción
tienen una presencia innegable para todas aquellas personas que no quieren
cerrar los ojos a estas evidencias. Además, la presión está creciendo conforme
aparecen datos del fracaso de las vacunas para responder a las expectativas. Se
chantajea a los jóvenes culpándoles del aumento de los contagios, cuando parece
que los vacunados participan activamente en la transmisión. Personas vacunadas
con «privilegios» no justificados por su papel epidemiológico, como forma de
animar a las renuentes a la vacunación. Si las personas vacunadas se contagian
y contagian, no es razonable pensar que controlar la pandemia implica aumentar
el porcentaje de vacunados, sobre todo cuando los beneficios de la vacuna en
términos de disminución del riesgo de enfermedad grave y muerte no están
establecidos y pueden –como en el caso del riesgo de contagio– ser mucho
menores de lo que se sigue afirmando. Incluso no se puede descartar la
posibilidad, que en estos momentos es una hipótesis no probada pero plausible,
que asistamos a casos en los que los anticuerpos de la vacuna aumenten la
severidad de la infección (enfermedad potenciada por anticuerpos, ADE).
Aunque las
vacunas que se están administrando permitieran acabar con la pandemia sin daños
colaterales altos, no estaría justificado que se haya recurrido a la
desinformación, al miedo, a la manipulación y a la coerción. Es discutible el
costo-beneficio de las actuales vacunas, pero es difícil defender que estemos
ante una vacunación basada en una decisión informada, autónoma y libre de la
población. No hay un consentimiento informado que merezca tal nombre en unas
vacunas que no tienen una autorización definitiva ni estudios que las avalen
más allá de dudas razonables.
Pese a que
la pandemia ha sido percibida como un fenómeno «natural» y las medidas
adoptadas como una operación «científica» sin supuestos o connotaciones
políticas e ideológicas, lo cierto es todo lo contrario. La pandemia es al
menos un fenómeno tan social como biológico o natural, y su abordaje no escapa
en modo alguno a las representaciones sociales, las opciones políticas o las
premisas ideológicas. La vacunación experimental ante la covid-19 se apoya en
el solucionismo tecnológico, un paradigma, o creencia, según el cual las
relaciones sociales y los ciclos metabólicos naturales que la especie humana
fractura pueden luego enmendarse con tecnología. Una de las premisas implícitas
es: «pueden destruirse selvas y bosques, y acorralarse especies animales,
porque cuando se produzcan saltos zoonóticos hallaremos soluciones
experimentando con virus peligrosos en laboratorios, y si un virus se escapa ya
lo solucionaremos también»
En el caso
de la medicina, la propaganda del fetichismo tecnológico asocia el aumento de
la esperanza de vida al desarrollo de la tecnología. El mayor impacto, sin
embargo, se debe a la mejora de las condiciones de vida, los cambios en los
hábitos de higiene y el desarrollo de sistemas públicos de agua potable y
cloacas. Se vende la imagen de que las vacunas son, a diferencia de otros
medicamentos, prácticamente inocuas y «naturales». Insistimos: sin negar su
utilidad, la espectacular disminución de las enfermedades infecciosas en el
siglo veinte tiene mucho más que ver con la mejoras de las condiciones sociales
e higiénicas.
Que la
percepción y representación de la pandemia no es ajena a la ideología es
sencillo de observar. La covid-19 estuvo muy lejos de ser la principal causa de
muerte mundial en 2020, y al parecer no ha sido la principal causa de muerte en
ningún país. La desnutrición, la polución ambiental, los infartos y el cáncer
se cobraron un número de víctimas entre dos y cinco veces superior (y afectando
a una población más joven). Sólo si asumimos, simultáneamente, que la mayor
parte de esas «otras» muertes eran inevitables y que las muertes por covid-19
deben (y pueden) ser evitadas, es posible conceder a esta epidemia la atención
casi exclusiva (y no sólo a nivel sanitario, vale reparar en ello) que se le ha
concedido por espacio de un año y medio, y subiendo. Pero ambas presunciones
son mucho más ideológicas que científicas. Científicamente, de hecho, son más
bien falsas. Evidentemente, un porcentaje enorme de esas «otras» muertes
prematuras podrían ser evitadas con recursos menores (conocidos y disponibles)
que los empleados para tratar de evitar de manera incierta las muertes por
covid-19. La displicencia mostrada ante esos «otros» problemas sanitarios
verdaderamente graves contrasta obscenamente con la obsesión patológica con el
nuevo virus. Ni una cosa ni la otra parecen en modo alguno razonables, y ello
nos conduce al componente de irracionalidad que ha modelado la percepción, la
representación y las respuestas dadas a la presente pandemia. Una
irracionalidad determinada fundamentalmente por un temor desproporcionado ante
un problema sanitario real, pero en modo alguno catastrófico.
Durante el
siglo veinte, todas las pandemias de virus respiratorios duraron
aproximadamente dos años. Luego esos virus se convertían en endémicos, aunque
de la mano de mutaciones podían, de forma transitoria, provocar un nuevo brote
epidémico amplio. No hay razones para pensar que sería distinto con el
SARS-CoV-2. La obsesión por erradicar (y hacerlo a la mayor brevedad) el nuevo
coronavirus es una apuesta biológicamente incierta, sanitariamente imprudente y
políticamente reaccionaria: conllevará de manera casi ineludible (ya lo estamos
viendo) pasaportes sanitarios, restricciones, controles policiales y
obligaciones absurdas.
Para abordar
de manera sensata la nueva amenaza viral, evitando el riesgo de ser «aprendices
de brujas» capaces de provocar daños mayores que los que se pretenden evitar,
es indispensable abordar la covid-19 como un problema sanitario más, y
dedicarle atención y recursos de manera proporcionada. Se debería también asumir
lo más probable: que el virus sea endémico y que conviviremos con él de aquí en
adelante. Es improbable que sea erradicado a nivel mundial, y si lo fuera, no
será a corto plazo. El discutible impacto positivo demostrado hasta el momento
por las vacunas es una razón de peso para pensarlo todo de nuevo y cambiar la
perspectiva. Necesitamos más ciencia y menos ideología. Y ante todo, menos
ideología burguesa.
Medidas tan
poco éticas para promover la vacunación —como los pasaportes sanitarios o los
privilegios de las personas vacunadas—, no se justifican en modo alguno por la
ausencia de capacidad de transmisión. Porque, precisamente, no se puede
descartar que una de las causas de la onda que vivimos sea consecuencia de la
capacidad para contagiar de las personas vacunadas (sumada a su muy relativa
«protección»). Todavía no se sabe si las personas vacunadas contagian más,
menos o igual que las no vacunadas. Y ya hay indicios de que serían más
vulnerables ante algunas variantes nuevas.
Insistimos
en la necesidad de transparencia y debate sobre qué vacunas y para quién. Hoy
día parece necesario aclarar que no somos antivacunas y esperamos que más
pronto que tarde dispongamos de vacunas más seguras y eficientes. Mientras
tanto, reiteramos que, en su caso, se debería limitar a vacunar a la población
de alto riesgo en las que el balance costo/beneficio tiene más posibilidades de
ser favorable.
No vamos a
extendernos en otras implicaciones político-ideológicas de la veneración ciega
por las vacunas, tras las cuales hallamos características típicas del
pensamiento capitalista neoliberal, como el «solucionismo tecnológico»
mencionado más arriba: no importa qué problema causemos o enfrentemos, siempre
habrá una solución técnico-cientifista. Una concepción que se relaciona
directamente con la ingenua visión de la ciencia como neutral y carente de
ideología, y con la idea del «progreso» entendido como dominación de la
naturaleza. Pero, como dice Alfredo Apilanez citando a un pionero del
ecologismo social, «la dominación de la naturaleza por el hombre se deriva de
la dominación real de lo humano por lo humano».
Como hemos
explicado en este libro, los gobiernos, atrapados en su propio relato, tenían
que encontrar una solución «milagrosa» para justificar las restricciones y para
reiniciar la economía. La vacuna los convertía en los héroes de la película, en
los protagonistas del final feliz. Las sorpresas, sin embargo, pueden ser
muchas y variadas.
Covid-19. La
respuesta autoritaria y la estrategia del miedo
Por Pedro Pozas Terrados -19/09/2021
https://www.fronterad.com/covid-19-la-respuesta-autoritaria-y-la-estrategia-del-miedo/
Covid-19
https://www.fronterad.com/tag/covid-19/
Entrevista a
Ariel Petruccelli. "Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del
miedo"
https://www.youtube.com/watch?v=mDeduItWv-A
Ariel
Petruccelli (Lanús, Argentina, 1971), es historiador, docente de Teoría de la
Historia y de Historia de Europa en la Universidad Nacional del Comahue. Ha
publicado Ensayo sobre la teoría marxista de la historia (1998), Docentes y
piqueteros (2005), Materialismo histórico: interpretaciones y controversias
(2010), El marxismo en la encrucijada (2011), Ciencia y utopía (2015),
Conversaciones con Ariel Petruccelli (ed. de Salvador López Arnal, 2019), La
revolución: revisión y futuro (2020) y, junto a Juan Dal Maso, Althusser y
Sacristán: itinerario de dos comunistas críticos (2020). Autor junto con medico
español José R. Loayssa Lara y la jurista, Paz Francés Lecumberri (Buñuel,
1983) madre, feminista y antipunitivista Autores libros: Covid 19: la respuesta
autoritaria y la estrategia del miedo.
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