miércoles, 13 de abril de 2022

Los dos artículos censurados por El Salto Diario. [Covid-19, año uno: balance de una pesadilla autoritaria y de una gestión fracasada] y [Covid-19: una vacunación controvertida].

 

 



Covid 19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo

 

Nota del editor de este blog:”Covid-19, año uno: balance de una pesadilla autoritaria y de una gestión fracasada”. He buscado diferentes fuentes del artículo y he encontrado otro artículo censurado por El Salto Diario. Los dos artículos censurado por El Salto diario son: Covid-19, año uno: balance de una pesadilla autoritaria y de una gestión fracasada. Y Covid-19: una vacunación controvertida.

He copiado el  índice, el prólogo y la introducción del [Libro]Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo

He copiado el Prólogo a la segunda edición. Lo que nos hace falta es el coraje

 

He tratado el tema aquí y aquí

Aconsejo para poder leer los artículos en lengua inglesa, poner el título del artículo en el buscador de google, te saldrá que puede leer la traducción en castellano.

 



Una de las fuentes, que ha reproducido el artículo.

Covid-19, año uno: balance de una pesadilla autoritaria y de una gestión fracasada. 25 de mayo de 2021. Por Paz Francés, José R. Loayssa, Ariel Petruccelli. Reproducido aquí, aquí. Unos textos censurado por El Salto Diario (aquí, aquí, aquí, aquí, aquí)

 

Autores del libro “Covid 19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo” (Ed. EL SALMÓN)

Escrito por Paz Francés Lecumberri, José R. Loayssa Lara, Ariel Petruccelli

 

 

Paz Francés Lecumberri (Buñuel, 1983) madre, feminista y antipunitivista. Doctora en Derecho penal por la Universidad Pública de Navarra (UPNA) y criminóloga por la Universidad de Barcelona (UB). En la actualidad está desarrollando su segunda tesis doctoral para la obtención del título de doctora en criminología en la Universidad Pública Vasca (UPV/EHU). Es profesora contratada doctora en el Departamento de Derecho de la Universidad Pública de Navarra (UPNA) y activista desde hace más de 15 años en la defensa de las personas presas y sus familiares. Su trayectoria investigadora se ha centrado en los ámbitos de los delitos económicos, prisión, justicia restaurativa y Derecho penal y género. Entre sus publicaciones más destacadas se encuentran: Mujeres presas en el franquismo, en Niños desaparecidos, mujeres silenciadas, Tirant Lo Blanch, 2017; El delito de falsedad documental societaria y la contabilidad creativa, Tirant Lo Blanch, 2017; La justicia restaurativa y el art. 15 del Estatuto de la víctima del delito ¿un modelo de justicia o un servicio para la víctima? Eguzkilore, 2018; ¿Se puede terminar con la prisión? Críticas y alternativas al sistema de justicia penal, Los libros de la Catarata, 2019, junto con Diana Restrepo Rodríguez; Mitos sobre delincuentes y víctimas. Argumentos contra la falsedad y la manipulación, Los libros de la Catarata, 2019, junto con Gema Varona y Lohitzune Zuloaga; A la búsqueda de alternativas en la justicia desde los feminismos, en: Alianzas Rebeldes. Un feminismo más allá de la identidad, Ediciones Bellaterra, 2021. Traductora al castellano del libro de Vicenzo Guagliardo, De los dolores y de las penas. Ensayo abolicionista y sobre la objeción de conciencia, Traficantes de Sueños, 2013.

 

José R. Loayssa Lara es médico de Familia en las Urgencias del Servicio Navarro de Salud. Doctor en Psicología, ha trabajado en las unidades de Docencia e Investigación del Servicio Navarro de Salud, y dentro de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (SemFYC) ha tenido responsabilidades en Investigación y Salud mental.

 

Ariel Petruccelli (Lanús, Argentina, 1971), es historiador, docente de Teoría de la Historia y de Historia de Europa en la Universidad Nacional del Comahue. Ha publicado Ensayo sobre la teoría marxista de la historia (1998), Docentes y piqueteros (2005), Materialismo histórico: interpretaciones y controversias (2010), El marxismo en la encrucijada (2011), Ciencia y utopía (2015), Conversaciones con Ariel Petruccelli (ed. de Salvador López Arnal, 2019), La revolución: revisión y futuro (2020) y, junto a Juan Dal Maso, Althusser y Sacristán: itinerario de dos comunistas críticos (2020).

 

 

 

Covid-19, año uno: balance de una pesadilla autoritaria y de una gestión fracasada.

 

[Artículo que resume y presenta el contenido del libro de los mismo autores Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo, Ediciones El Salmón (2021). Presentación del libro en València a cargo de uno de los autores, José Ramón Loayssa, el domingo 24 de octubre de 2021, a las 12h, en El Punt, espacio de libre aprendizaje (C/ Garcilaso 11, bajo-dcha, El Carme, València)

 

                        Índice del contenido del artículo

Una respuesta de espaldas a la ciencia.

La letalidad en las residencias de ancianos.

Un espectro clínico muy polarizado.

Algunas evidencias para desarmar la desmesura.

Más allá de la paranoia: ¿qué tan peligroso es el SARS-Cov-2?

El mundo enloquecido: el pánico y la desmesura.

Extremismo médico como sustituto de una respuesta científicamente fundamentada.

Insolvencia científica, “éxito” político y mediático.

¿Qué ha sido de la perspectiva de género? ¿Qué ha sido de la perspectiva de clase?.

¡Y llegaron las vacunas!.

Pensar al revés.

 

 

El autoritarismo con que se ha afrontado la epidemia actual no tiene una justificación sanitaria y la historia nos muestra que en nombre del derecho de emergencia se han dado graves abusos de poder y de restricciones de derechos

 

Artículo por Paz Francés Lecumberri, José R. Loayssa y Ariel Petruccelli. Autores del libro: ‘Covid 19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo’, Ediciones El Salmón (2021).

 

Ha pasado poco más de un año desde el momento en que la mayor parte de los países del mundo decidieron tomar medidas drásticas de aislamiento social para enfrentar la pandemia del coronavirus SARS-CoV-2. Parece un tiempo suficiente para intentar un balance. Y, sin embargo, cualquier balance es profundamente dificultoso no solo por las incertidumbres aún reinantes en torno al fenómeno, sino ante todo por el clima de tremendismo e irracionalidad que lo ha rodeado, que todavía persiste

 

Una respuesta de espaldas a la ciencia.

 

La ciencia intenta ayudar a comprender fenómenos y eventos. Ante situaciones nuevas —pero que parecen tener puntos en común con otras conocidas—, la primera tarea debería ser comprobar en qué medida lo que conocemos sobre esos fenómenos previos que pueden servir de referencia, sirve para entender y actuar ante los nuevos desafíos y en qué medida no. Por lo tanto, tenemos que plantearnos cómo se presenta el SARS-CoV-2 desde esta perspectiva. Estamos ante un virus que la misma OMS ha considerado dentro del espectro de virus que originan enfermedades similares a la gripe (flu-like), pero es un germen que ya en las primeras semanas mostró algunos rasgos propios que lo diferenciaban del patrón gripal.

 

Algunos podían considerarse simplemente variaciones cuantitativas como puede ser su mayor contagiosidad, pero no hay que olvidar que la contagiosidad de un virus respiratorio no solo depende de su naturaleza biomolecular (mayor afinidad de la proteína S por los receptores celulares o la mayor duración del periodo asintomático, por ejemplo), sino de su adaptación a la vida social, a los patrones de interacción humana. Los mecanismos de trasmisión también son comunes con el resto de virus respiratorios, las famosas gotículas (doplets) y el contacto con superficie. Pero en este caso el peso de la transmisión por aerosoles en interiores parece ser mayor. Aunque este hecho dista mucho de estar completamente clarificado; es la hipótesis que mejor parece explicar el hecho de que este virus “odie” el aire libre —los espacios abiertos y ventilados— con mucha mayor intensidad que los virus gripales.

 

Sin embargo, dando la espalda a las características específicas del virus, las políticas mayormente adoptadas por los gobiernos proceden a incentivar la vida en espacios cerrados, con contactos prolongados o cuando son cortos en habitaciones y estancias en las que es posible que el virus se encuentre “flotando” en cantidades considerables, y donde existe la posibilidad de su aspiración.

 

La letalidad en las residencias de ancianos.

 

La especial contagiosidad y virulencia del SARS-COV2 en espacios cerrados se puso de manifiesto desde los primeros momentos con la terrible mortandad en las residencias de ancianos. Aunque hay otras causas de la elevada letalidad en esas instituciones, el hecho de estar encerrados —incluso antes de que se decretaran las medidas excepcionales en el mundo— creemos que contribuye a explicar la brutal diferencia de la mortalidad entre las personas ancianas institucionalizadas —se contagiaron más y con mayores cargas virales— y las que no lo estaban. En Bélgica se realizó un estudio que cuantificaba esa diferencia en la onda de primavera de 2020. Arrojó unas cifras especialmente demostrativas porque en ese país europeo el exceso de mortalidad total coincidía con el número de fallecidos covid-19, hecho que no sucedió en otros países —como España—. Los datos son espeluznantes, teniendo en cuenta que se trata de letalidad por casos, no por infectados, lo que haría que la diferencia fuera todavía más escandalosa.

 

La mayor letalidad en residencias de ancianos no solo nos habla de su espectro de contagio de riesgo, sino que ha servido para elevar la letalidad global del virus como luego comentaremos, haciéndola aparecer como más mortal en cualquier lugar y circunstancia.

 

Si atendemos al porcentaje de fallecimientos en las residencias de ancianos nos encontramos con que en la franja de edad de 60 a 69 años es de 31,42 %; de 70 a 79 años, 45,91 %; de 80 a 90 años, 18,46 %, y más de 90, el 26,27 %. El porcentaje de letalidad de personas institucionalizadas de todas las edades integradas es de 20,98 %. Por el contrario, los porcentajes para esas mismas franjas de edad respectivamente, entre la población en general, es: de 60 a 69 años, 0,53 %; de 70 a 79 años, 1,23 %; de 80 a 90 años, 1%, y de más de 90 años, el 2,42 %. El dato de todas las edades integradas es de 0,58. Los datos conjuntos de letalidad nos indican que entre las personas de 60 a 69 años la mortalidad se sitúa en 0,68 %; de 70 a 79 años, en 2,09%; de 80 a 90 años, en 2,75, y en personas de más de 90, años en 10,18 %. El porcentaje de letalidad de todas las edades integradas es de 1,47 %.

 

En febrero de 2021, a pesar de que el porcentaje de fallecidos en las residencias con respecto al total había ido disminuyendo —entre otras razones porque los más susceptibles habían muerto— el porcentaje del total de fallecimientos analizando 22 países desarrollados era del 41%. Mientras en Singapur o Nueva Zelanda los fallecidos constituían una pequeña minoría del total de residentes (0,02% y 0,04% respectivamente), en España, Bélgica, Suecia (explica su mayor mortalidad comparando con el resto de países nórdicos), Reino Unido, EE UU, Francia, Holanda y Eslovenia más de uno de cada 20 (>5%) de los residentes en esas instituciones ha fallecido por causas relacionadas con el covid-19. La mayor letalidad en residencias de ancianos no solo nos habla de su espectro de contagio de riesgo, sino que ha servido para elevar la letalidad global del virus como luego comentaremos, haciéndola aparecer como más mortal en cualquier lugar y circunstancia; lo que no es cierto.

 

Datos internacionales de muertes atribuidas a la COVID-19 entre personas que viven en residencias.  22 de febrero de 2022

 

Un espectro clínico muy polarizado.

 

Hay otra característica —si no inusual sí más destacada— del covid-19: se trata de la amplitud de su espectro patológico. Si bien la gran mayoría de las personas infectadas no sufre síntomas o estos son leves, una minoría, entre los que predominan personas mayores y/o con enfermedades serias, padecen cuadros muy graves e incluso fatales —desencadenando el fallecimiento—, generalmente asociado a una insuficiencia respiratoria.

 

 

 

Podemos afirmar que, a diferencia de la gripe, el espectro de morbilidad parece estar más polarizado entre los extremos asintomáticos y leves, por un lado, y un porcentaje bajo pero impactante de cuadros dramáticos, por el otro. Pero es esta minoría de cuadros graves, antes que la mayoría de cuadros leves, los que son aireados masivamente por los medios de comunicación. Por mera lógica y sentido común, que se mal aplica para defender el talibanismo sanitarista, lo razonable sería que la estrategia tomara en consideración esta diferencia de riesgo y no actuara como si estuviéramos ante una enfermedad cuyas consecuencias se distribuyen uniformemente en todos los espectros de la población

 

Esta actitud no selectiva se repite con una vacunación universal que incluye a personas de riesgo bajo con preparados con efectos secundarios no desdeñables y grandes incógnitas sobre sus efectos a medio y largo plazo. Se ha adoptado esta estrategia indiscriminada sin dar ni siquiera la posibilidad de plantear una discusión científica seria con quienes discrepan de la estrategia adoptada —una verdadera legión—, y defendieron estrategias de protección selectiva, comenzando por los prestigiosos firmantes de la declaración de Great Barrington   (aquí), a la que más adelante volveremos a hacer referencia.

 

                        La Gran Declaración de Barrington

4 de octubre de 2020

La Declaración de Great Barrington: como epidemiólogos de enfermedades infecciosas y científicos de salud pública, tenemos graves preocupaciones sobre los impactos dañinos en la salud física y mental de las políticas predominantes de COVID-19, y recomendamos un enfoque que llamamos Protección enfocada

 

Viniendo tanto de la izquierda como de la derecha, y de todo el mundo, hemos dedicado nuestras carreras a proteger a las personas. Las políticas de confinamiento actuales están produciendo efectos devastadores en la salud pública a corto y largo plazo. Los resultados (por nombrar algunos) incluyen tasas de vacunación infantil más bajas, peores resultados de enfermedades cardiovasculares, menos exámenes de detección de cáncer y deterioro de la salud mental, lo que lleva a un mayor exceso de mortalidad en los próximos años, con la clase trabajadora y los miembros más jóvenes de la sociedad llevando la carga más pesada. . Mantener a los estudiantes fuera de la escuela es una grave injusticia.

 

Mantener estas medidas vigentes hasta que haya una vacuna disponible causará un daño irreparable, y los desfavorecidos sufrirán un daño desproporcionado.

 

Afortunadamente, nuestra comprensión del virus está creciendo. Sabemos que la vulnerabilidad a la muerte por COVID-19 es más de mil veces mayor en los ancianos y los enfermos que en los jóvenes. De hecho, para los niños, el COVID-19 es menos peligroso que muchos otros daños, incluida la influenza.

 

A medida que aumenta la inmunidad en la población, el riesgo de infección para todos, incluidos los vulnerables, disminuye. Sabemos que todas las poblaciones eventualmente alcanzarán la inmunidad colectiva, es decir, el punto en el que la tasa de nuevas infecciones es estable, y que esto puede ser asistido por (pero no depende de) una vacuna. Por lo tanto, nuestro objetivo debe ser minimizar la mortalidad y el daño social hasta que alcancemos la inmunidad colectiva.

 

El enfoque más compasivo que equilibra los riesgos y los beneficios de alcanzar la inmunidad colectiva es permitir que aquellos que tienen un riesgo mínimo de muerte vivan sus vidas normalmente para desarrollar inmunidad al virus a través de la infección natural, mientras protegen mejor a aquellos que están en el más alto. riesgo. A esto lo llamamos Protección Enfocada.

 

La adopción de medidas para proteger a los vulnerables debe ser el objetivo central de las respuestas de salud pública al COVID-19. A modo de ejemplo, los hogares de ancianos deben utilizar personal con inmunidad adquirida y realizar pruebas frecuentes al resto del personal y a todos los visitantes. Se debe minimizar la rotación del personal. Las personas jubiladas que viven en casa deben recibir alimentos y otros artículos esenciales en su hogar. Cuando sea posible, deben reunirse con los miembros de la familia afuera en lugar de adentro. Se puede implementar una lista completa y detallada de medidas, incluidos enfoques para hogares multigeneracionales, y está dentro del alcance y la capacidad de los profesionales de la salud pública.

 

A aquellos que no son vulnerables se les debe permitir de inmediato reanudar su vida con normalidad. Todos deben practicar medidas de higiene simples, como lavarse las manos y quedarse en casa cuando están enfermos, para reducir el umbral de inmunidad colectiva. Las escuelas y universidades deben estar abiertas para la enseñanza en persona. Las actividades extracurriculares, como los deportes, deben reanudarse. Los adultos jóvenes de bajo riesgo deben trabajar normalmente, en lugar de hacerlo desde casa. Los restaurantes y otros negocios deberían abrir. Las artes, la música, el deporte y otras actividades culturales deben reanudarse. Las personas que están en mayor riesgo pueden participar si lo desean, mientras que la sociedad en su conjunto disfruta de la protección conferida a los vulnerables por aquellos que han acumulado inmunidad colectiva.

 

El 4 de octubre de 2020, esta declaración fue redactada y firmada en Great Barrington, Estados Unidos, por:

 

Dr. Martin Kulldorff , profesor de medicina en la Universidad de Harvard, bioestadístico y epidemiólogo con experiencia en la detección y seguimiento de brotes de enfermedades infecciosas y evaluaciones de seguridad de vacunas.

Dra. Sunetra Gupta , profesora de la Universidad de Oxford, epidemióloga con experiencia en inmunología, desarrollo de vacunas y modelos matemáticos de enfermedades infecciosas.

Dr. Jay Bhattacharya , profesor de la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford, médico, epidemiólogo, economista de la salud y experto en políticas de salud pública que se enfoca en enfermedades infecciosas y poblaciones vulnerables.

                                        co-firmantes

             Médicos y científicos de salud pública y médicos

https://gbdeclaration-org.translate.goog/?_x_tr_sl=en&_x_tr_tl=es&_x_tr_hl=es&_x_tr_pto=sc

 

 

El que los individuos y colectividades humanas evalúen de manera errada o equívoca las amenazas que enfrentan o la situación en que se encuentran es, por cierto, un fenómeno habitual: la especie de la razón suele tener comportamientos profundamente irracionales.

 

El covid-19 continúa difundiéndose en muchos países en forma de ondas epidémicas, que en ningún caso presentan un perfil exponencial. Son unas ondas cuyo ascenso se produce durante unas pocas semanas, estabilizándose pronto para luego iniciar una pendiente descendente, también durante algunas semanas, sin que, en general, se pueda establecer relación alguna con las medidas de control que toman los gobiernos.

 

La magnitud de esas ondas es variable entre las diferentes regiones del mundo y entre países concretos, como lo es su traducción en personas enfermas, hospitalizadas y fallecidas. Europa y América han conocido dos ondas —una en primavera y otra en otoño-invierno—. Es difícil determinar en qué punto de la evolución de la pandemia nos encontramos, pero es claro que solamente una estrategia de protección selectiva permite —y hubiera permitido—, además de salvar vidas, conseguir una inmunidad robusta en la población que hiciera muy probable esa evolución favorable e incluso minimizar la posibilidad de variantes de escape.

La evasión inmune significa que necesitamos un nuevo contrato social COVID-19

 

Algunas evidencias para desarmar la desmesura.

 

Cualquier estudio comparativo con epidemias pasadas y/o con otros problemas sanitarios presentes deja al covid-19 en el lugar de un problema sanitario de rango considerable, aunque no dramático; pero lo cierto es que la percepción pública lo ha erigido en el problema sanitario, la amenaza más grande que la humanidad enfrentara en décadas. Y aunque esta representación carece de sustento —la polución ambiental, el tabaco, el cáncer y la desnutrición, por citar algunas, han causado muchas más muertes en 2020 que la covid-19—, lo cierto es que basta encender el televisor para creerse que nada es más amenazador que el virus del espanto. El que los individuos y colectividades humanas evalúen de manera errada o equívoca las amenazas que enfrentan o la situación en que se encuentran es, por cierto, un fenómeno habitual: la especie de la razón suele tener comportamientos profundamente irracionales.

 

 

En ocasiones estos yerros son fruto de simple e incluso inevitable ignorancia. Pero hay casos en los que los yerros parecen estar sesgados por perspectivas ancladas en lo social y en lo político. Tal parece ser el caso de la presente pandemia. El sesgo, en este caso, tiene tres fundamentos. El primero es que las enfermedades infecciosas —aquellas transmitidas de un ser humano a otro— han sido la principal causa de mortalidad del neolítico en adelante; pero, en las últimas décadas, en los países opulentos del capitalismo desarrollado han retrocedido ostensiblemente. Y ha sido justamente en estos países donde el virus impactó con más fuerza. El segundo es que las enfermedades infecciosas amenazan a toda la población de una manera en que no lo hacen otras enfermedades. La desnutrición es sin duda el principal problema sanitario global, pero no es contagiosa y no es una amenaza para quienes no sean pobres.

 

Los sectores más dinámicos y con vocación de hegemonía de los grandes poderes económicos han visto en la Pandemia una “oportunidad” para favorecer sus intereses. Las empresas tecnológicas y las corporaciones farmacéuticas en primer lugar.

 

El tercer y principal fundamento es que el virus impactó rápidamente en países y clases sociales con mucha capacidad para establecer agenda política. Si mundialmente percibimos al covid-19 como el gran problema sanitario, ello no se debe a que sea un problema mayor que otros. Se debe a que es un problema para estados, clases y grupos sociales con capacidad para convertir sus problemas en los problemas, sus demandas en las primeras en ser atendidas, sus miedos en los miedos generales. A esto podríamos añadir que los sectores más dinámicos y con vocación de hegemonía de los grandes poderes económicos han visto en la Pandemia una “oportunidad” para favorecer sus intereses. Las empresas tecnológicas y las corporaciones farmacéuticas en primer lugar.

 

Podemos traer a colación tres datos cruzados que prueban la absoluta desmesura de la obsesión planetaria con la covid-19. Dos de ellos los desarrollaremos a continuación, el tercero, en relación con la letalidad del virus, en un epígrafe posterior.

 

El primero es que a nivel mundial no ha habido ningún aumento de la mortalidad claramente apreciable. Aunque no hay aún cifras consolidadas, todo indica que se ha mantenido en cifras parecidas de decesos por mil habitantes que en años anteriores. En cualquier caso, el exceso de mortalidad global ha sido entre nulo y bajo: situaciones ambas que no justifican la sensación apocalíptica que imperó en 2020. España, uno de los países más afectados por la pandemia, registró un aumento de la tasa de mortalidad de 16 décimas: pasó de 8,83 decesos por mil habitantes en 2019 a 10,58 en 2020. La vilipendiada Suecia ha registrado sin medidas de confinamiento un exceso de mortalidad ajustada por edad de 1,5 %: ocho veces menos que España, que ostenta un exceso de 12,9 %. Es cierto que nos encontramos con un exceso de mortalidad significativo en muchos países, entre ellos algunos de Europa y los EE UU. Pero también lo es que la región más poblada —Asia del Sureste— no ha sufrido una tasa de mortalidad destacada en este periodo.

 

Exceso de mortalidad entre países en 2020.     3 de marzo de 2021

https://www.thelancet.com/journals/lanpub/article/PIIS2468-2667(21)00036-0/fulltext

 

También África se ha librado (de momento) de consecuencias graves por la enfermedad. Han sido América y Europa donde se ha concentrado el mayor impacto mortal. El número de fallecimientos registrados con covid (no por covid) en las diferentes regiones del mundo a principios de abril del 2021 muestran lo que se está diciendo: América ha sufrido 1.398.392; Europa, 1.005.141; Asia del Sur y del Este, 227.371; Este del mediterráneo y Asia Occidental, 164.399; África, 79.423, y Pacífico Oeste, 33.205. Si estableciéramos un mapa del mundo el hemisferio occidental salvo África se situaría en torno a 1.000 muertos por millón mientras África, Asia del Este y Oceanía se situarían en 30 muertos por millón. El este del Mediterráneo y el llamado Próximo Oriente se colocaría en una posición intermedia.


 

Las consecuencias sociales, culturales, económicas y educativas (con la expansión desenfrenada de la educación en entornos virtuales) son muchos más importantes (en términos cuantitativos y cualitativos) que las consecuencias sanitarias.

 

Pero si el aumento de la mortalidad a nivel global no parece muy destacable, sí han crecido exponencialmente el desempleo, la pobreza y la pobreza extrema —esta última ha aumentado luego de dos décadas de descenso sostenido—. El impacto social y económicamente negativo de las medidas de confinamiento, además, ha afectado especialmente a los países pobres de Asia, África y América Latina. La ONU estima que al menos 130 millones de personas cayeron en la extrema pobreza durante 2020. Durante la pandemia los ricos se hicieron más ricos y los pobres más pobres. Las consecuencias sociales, culturales, económicas y educativas (con la expansión desenfrenada de la educación en entornos virtuales) son muchos más importantes (en términos cuantitativos y cualitativos) que las consecuencias sanitarias.

 

El segundo dato cruzado tiene que ver con la percepción y la realidad. Aunque el discurso imperante ha azuzado permanentemente el miedo, bajo la presunción de que el problema sanitario es uniformemente enorme, como si en todo momento y lugar estuviéramos siempre en la misma situación —en medio de una ola epidémica o a la espera de la siguiente—, lo cierto es que la cantidad de casos y de decesos a nivel mundial —que fue en franco crecimiento desde febrero de 2020 y continuó creciendo hasta setiembre de ese año— desde octubre de 2020 y en lo que va de 2021 se ha estabilizado. Hasta octubre, aunque las olas epidémicas pasaran en alguna región, a escala global eran compensadas sobradamente con el ascenso de los contagios en otras regiones. Pero de octubre de 2020 para esta parte la situación ha cambiado. Pero de ello no le informarán los medios: puede que saberlo le tranquilice y eso le haga bajar la guardia, como dicen.

 

 

Más allá de la paranoia: ¿qué tan peligroso es el SARS-Cov-2?

 

El tercer dato relevante que ya hemos dejado antes apuntado, para fundamentar la desmesura con el abordaje del covid-19, lo constituye la tasa de letalidad del virus.

 

En junio de 2020, el boletín de la OMS publicó un artículo firmado por el profesor de la Universidad de Standford, John Ioannidis, en el que concluía tras el análisis de 61 estudios de seroprevalencia frente al SARS-Cov-2 que la letalidad entre los infectados iba desde el 0,01% a 1,63%, con una media de 0,27%. Para los menores de 70 años la tasa se situaba en el 0,05%. Posteriormente el profesor Ioannidis actualizó sus datos, al percatarse de que las estimaciones anteriores estaban basadas en países que habían sido especialmente golpeados por el covid-19 en los primeros meses, y calculó que el virus causa la muerte de entre el 0,15 y el 0,20% de los infectados y en los menores de 70 años de edad estimó una tasa de letalidad del 0,03-0,04%

 

Estamos, pues, a distancia sideral de la tasa de letalidad de 3,4 % que estimó la OMS en marzo de 2020 y que tanto ayudó a desatar el pánico e incentivó a tomar medidas desesperadas.

 

 

A principios de octubre la propia Organización Mundial de la Salud admitía involuntariamente en una sesión pública estas cifras de letalidad (5–6 de octubre de 2020). Mike Ryan, director del Programa de Emergencias de la OMS, afirmaba que, según los cálculos de la organización, un 10% de la población mundial (esto es, setecientos cincuenta millones de personas) se había infectado. En esos momentos, los fallecidos a causa del covid-19 se contaban en algo más de un millón, lo que implicaba que solo fallecía 1 de cada 750 personas infectadas, esto es, el 0,14%. Pese a las importantes implicaciones de esta declaración, muy pocos medios se hicieron eco de ello (hasta donde sabemos, ninguno en castellano).

 

 

Las nuevas estimaciones de la letalidad siguen ofreciendo cifras aún más modestas que las previas y sobre todo pone de relieve los sesgos que sufrían algunas revisiones que habían calculado tasa más altas (0,6%). En estos momentos se podría estimar la letalidad global del virus en el ~0,15% y la población que habría sido infectada sería de ~1.5‐2.0 miles de millones de persona en febrero del 2021. Estamos, pues, a distancia sideral de la tasa de letalidad de 3,4 % que estimó la OMS en marzo de 2020 y que tanto ayudó a desatar el pánico e incentivó a tomar medidas desesperadas.

 

El mundo enloquecido: el pánico y la desmesura.

 

Todas estas cifras, absolutamente indesmentibles y que muestran la real magnitud del problema pandémico, parecen ser sin embargo completamente insuficientes para traer tranquilidad social y adoptar medidas más eficientes y menos desastrosas en sus consecuencias. ¿Por qué sucede esto? Influyen, desde luego, los discursos interesados, tanto de quienes medran con el pánico colectivo —como la industria farmacológica y las empresas tecnológicas que han “virtualizado” la cotidianeidad de una manera increíble—, como de quienes se benefician políticamente: azuzar al miedo permanente facilita que no se medite sobre tres puntos claves: a) la relación estrecha entre nuestro sistema económico y los saltos zoonóticos; b) la tardía respuesta de muchos estados en términos de identificación y aislamiento de casos y de neutralización de focos de contagio como los propios servicios sanitarios; c) la incapacidad para proteger a la población anciana institucionalizada en asilos: este es el sitio donde los muertos se apilan; y es absurdo pensar que el encierro protegió a esa población vulnerable, que en conjunto todavía concentra casi el 50 % de los decesos, siendo menos del 1 % de la población total

 

Pero un fenómeno de tanto calado debe tener causas más profundas. Lo que ha sucedido es que una porción si no mayoritaria al menos sumamente numerosa de la población —y social y políticamente influyente, de países que a su vez inciden en la agenda política mundial— entró en estado de pánico. Y cuando sentimos pánico la razón se paraliza y la propensión a emprender acciones desmesuradas e incluso contraproducentes crece de manera exponencial.

 

La disonancia cognitiva ante el fenómeno socio-político-sanitario del covid-19 no acaba con la percepción sesgada y fundamentalmente errada de la magnitud relativa que representa. A ello se agregan dos componentes adicionales. La sobrevaloración de la efectividad de las medidas de aislamiento social severo —confinamiento domiciliario, cercos perimetrales, limitaciones horarias para salir a la calle, cierre de aeropuertos, clausura de escuelas, etc.— en la mitigación de la expansión viral; y la subvaloración —o, quizá, la valoración apropiada pero no considerada relevante— de las consecuencias sociales, psicológicas, educativas, económicas e incluso sanitarias de las drásticas medidas adoptadas.

 

El discurso dominante entre autoridades y medios de comunicación es que, si no se hubieran tomado las medidas de confinamiento, las consecuencias hubieran sido mucho peores. Y esto es algo que todavía cree cierto la mayor parte de la población, incluso muchos y muchas de quienes reclaman la apertura de ciertas actividades porque su sustento depende de ellas, escindidas entre el temor al contagio y el temor a la penuria económica. Sin embargo, se acumulan en las publicaciones científicas investigaciones y más investigaciones que concluyen que los confinamientos no han sido efectivos para reducir la propagación viral.

Evaluación de los efectos obligatorios de quedarse en casa y cierre de negocios en la propagación de COVID-19

 

 

Es verdad que hay estudios que defienden lo contrario. Aunque creemos que no son metodológicamente correctos y que sus conclusiones están erradas, no queremos aquí entrar en esa polémica. Solamente nos conformamos con que se admita que esa efectividad está en discusión. Cuando eso ocurre —cuando existen estudios sólidos en favor y en contra de un determinado vínculo causal—, lo que debemos decir es que ese vínculo es discutible. En nuestro caso: lo que cabe decir es que la magnitud de la efectividad sería en todo caso pequeña, y no olvidemos que estamos ante consecuencias negativas enormes que ningún estudio pone en duda

 

 

Esta quizá sea una de las consecuencias más nefastas de haber afrontado la crisis sanitaria como una guerra: no solo se convirtió a quien tuviera dudas o expusiera críticas en un peligroso saboteador; también se activó la dinámica propia de toda guerra: es fácil entrar en ellas, lo difícil es salir.

 

Y, sin embargo, no hay remedio. Las autoridades persisten en la misma línea de actuación, con escasa oposición social y en el marco de un fuerte consenso político. Es verdad que algunos países, como España, han moderado las medidas adoptadas en la primavera de 2020 —se ha pasado de un confinamiento severo a uno light profundamente naturalizadopero han dejado intacto el mismo discurso del miedo. El autoritarismo con que se ha afrontado la epidemia actual no tiene una justificación sanitaria y la historia nos muestra que en nombre del derecho de emergencia se han dado graves abusos de poder y de restricciones de derechos. Esta quizá sea una de las consecuencias más nefastas de haber afrontado la crisis sanitaria como una guerra: no sólo se clausuró el debate antes siquiera de comenzarlo (en la guerra se obedece, no se discute), no sólo se convirtió a quien tuviera dudas o expusiera críticas en un peligroso saboteador del “esfuerzo de guerra” (“negacionista” ha sido el insulto preferido); también se activó la dinámica propia de toda guerra: es fácil entrar en ellas, lo difícil es salir.

Negacionismo como  concepto,    Negacionismo de la COVID-19  

 

Una vez que se entronizó al problema covid-19 en el problema más importante sin discusión; una vez que se optó por la vía de las restricciones, el aislamiento y el recurso a legislaciones de excepción; una vez que se comenzó a soñar con el objetivo (pocas veces confesado, pero ciertamente operante) de aniquilar al virus (covid-cero), cambiar de perspectiva o adoptar otras vías de actuación se tornó sumamente dificultoso, si no lisa y llanamente imposible. Y así nos encontramos un año después.

 

Es muy difícil deshacer de manera coherente, frente a tanta desmesura y falta de transparencia, todo el miedo que se ha instalado en la población: el miedo a enfermar, a contagiar y a morir. Es muy difícil reconocer (si no imposible) por parte de los gobiernos los errores cometidos en las dinámicas de guerra y punitivas en las que hemos transitado el último año. Políticamente es mucho más fácil seguir complejizando el fenómeno, seguir haciendo legislaciones de excepción para mantener la tensión a toda costa, que cambiar los abordajes para enfrentar al virus afinados con la evidencia científica, basados en el principio de proporcionalidad, centrados en la salud integral y abriendo espacios de participación social para un abordaje colectivo del covid-19.

 

Extremismo médico como sustituto de una respuesta científicamente fundamentada.

 

En realidad, todo el recurso a los confinamientos y las limitaciones indiscriminadas de la vida social —la productiva la reanudaron pronto, vale hacerlo notar— se fundamenta en un extremismo sanitario que no tiene ninguna base científica y puede haber aumentado no solo de forma indirecta los daños a la salud —comenzando por la epidemia de salud mental que estamos empezando a vivir— sin que hayan disminuido de manera significativa los casos graves y mortales del covid-19. Más aún: pudo también aumentar directamente los contagios graves y mortales. Hipócrates afirmaba que “los remedios extremos se justifican ante enfermedades extremas”.

 

A día de hoy nadie puede defender que a nivel mundial —que es el ámbito en el que las medidas se han propuesto— estemos ante una enfermedad extrema: siendo muy generosos el aumento de mortalidad en el mundo habría sido del 2%. Sin embargo, las medidas adoptadas fueron —y en muchos lugares siguen siendo— extremas. Además, el recurso a medidas de semejante entidad debería estar ligado a la ausencia de conocimientos científicos que permitiera una actuación más dirigida y selectiva (aquí). En el covid-19 pronto la falta de conocimientos científicos dejó de ser una excusa creíble. El extremismo frente al covid-19 contrasta con el hecho de que no se adopten medidas suficientes frente a la muerte de miles de personas, sobre todo niños, por enfermedades tratables

 

Todas las estrategias adoptadas por la mayoría de los gobiernos se basan en ideas sin ningún fundamento científico como resume un tuit de David Thunder. Entre ellas destacan la defensa del no comprobado efecto protector de las mascarillas fuera de localizaciones y condiciones muy concretas (un dispositivo que incluso podría facilitar ciertos contagios), o la defensa de las restricciones estrictas a la vida social de personas independientemente de que padezcan o no síntomas. Este supone el peligro de subvalorar la mayor contagiosidad de los sintomáticos sobre todo en espacios de alto riesgo.

 

Consideraciones para el uso de cubrebocas en la comunidad en el contexto de la variante preocupante Omicron del SARS-CoV-2  7 de febrero de 2022

Relación entre la difusión de la exhalación humana y la postura en un escenario cara a cara con enunciación

Transmisión doméstica de SARS-CoV-2: una revisión sistemática y metanálisis

 

 

Insolvencia científica, “éxito” político y mediático.

 

El “éxito” de los partidarios de los confinamientos y otras medidas restrictivas de derechos y de la vida social en hacer creíble y aceptable su estrategia, se funda en que la misma encaja perfectamente con el sentido común. Dos más dos son cuatro: si se reducen los contactos sociales se reducen necesariamente los contagios. A simple vista parece innegable. Pero, como sucede con tantísimas cosas, las realidades profundas de los fenómenos son más complejas de lo que parecen al sentido común, y muchas veces completamente contra-intuitivas. La fácil y rápida ecuación propia del sentido común —los contagios se reducirán en proporción a la reducción de los contactos— falla porque, en realidad, más que de la cantidad total de contactos, la transmisión viral depende del contexto en el que tienen lugar los mismos. Es más determinante la duración del contacto y la ventilación del lugar donde se produce, que cualquier medida de distanciamiento concreta o el uso de mascarilla

 

Heterogeneidades de transmisión, cinética y controlabilidad del SARS-CoV-2

 

Y el impacto mortal no depende tanto de la cantidad bruta de contagiados, sino de quiénes se contagian. Una vez que se pone esto sobre la mesa, el carácter aparentemente obvio de muchas medidas adoptadas se desploma. La probabilidad de contagio al aire libre es bajísima: sin embargo, hay muchos países —entre los que se encuentra España— en los que es obligatorio el uso de mascarilla incluso para circular por las calles. Los toques de queda o las restricciones de ciertas actividades a partir de determinada hora no solo son medidas ineficaces: son lisa y llanamente absurdas. ¿En cuánto pueden reducir la probabilidad de contagios?

 

 

Es más probable contagiarse en una oficina cerrada o en un taller atestado de trabajadores que en un bar —sobre todo si las mesas están al aire libre—; pero se cierran los segundos mientras permanecen en actividad los primeros. A excepción de los hospitales y las residencias de ancianos, los lugares en que se producen más contagios son los hogares, aunque se ha instalado la falsa idea de que en ellos estamos protegidos. Los contagios se producen entre personas conocidas que interactúan cotidianamente, aunque el discurso mediático nos lleve a ver el peligro en el paseante desconocido que nos cruzamos en la acera. Sin duda el hashtag #quedateencasa ha resultado ser erróneo y perverso especialmente si se atiende a la falta de información rigurosa que se ha ofrecido acerca de cómo atender y cuidar a las personas enfermas en las casas o a la importancia de ventilar los espacios —muchas personas durante los meses del confinamiento más duro no lo hacían por miedo a que el virus entrase por las ventanas— lo cual fue fuente de importantes contagios.

 

 

Las medidas adoptadas son duras para las personas, pero ineficientes para protegerlas, dan una falsa sensación de seguridad y hacen pensar que las autoridades hacen lo que deben. Pero es más cierto lo contrario

 

La estrategia de los confinamientos también fracasa porque no es sostenible a largo plazo y porque no resulta suficiente para erradicar al virus. Son medidas que afectan más a la población que a la circulación viral. A largo plazo, allí donde el virus esté presente el umbral de la circulación comunitaria la cantidad de contagios y decesos variará poco sin protección selectiva, hagan lo que hagan las autoridades. Es una verdad difícil de tragar, y ello explica parte de la “locura colectiva” en que estamos inmersos. Pero la consecuencia de no aceptarla está produciendo daños irreparables e innecesarios. https://collateralglobal.org/

 

 

El cierre total de Hubei fue posible porque no representaba más que el 4% de la población china total, que fue abastecida en sus propias casas por las fuerzas de seguridad enviadas desde otros sitios.

 

Los confinamientos no han funcionado porque —como ya sugería la evidencia previa— no es viable bloquear la trasmisión comunitaria de un virus respiratorio pasado cierto umbral relativamente bajo de circulación comunitaria. Para conseguirlo sería necesario un prolongado confinamiento TOTAL: cerrar todo, suspender todas las actividades (no sólo las consideradas con grados variables de arbitrariedad “no esenciales”) por un periodo de tiempo prolongado (varios meses). Esto es lo que se hizo en China pero a una escala relativamente pequeña para las dimensiones y la población del país. El cierre total de Hubei fue posible porque no representaba más que el 4% de la población china total, que fue abastecida en sus propias casas por las fuerzas de seguridad enviadas desde otros sitios. Además, se procedió a llevar a cabo el aislamiento de casos y la cuarentena de positivos en establecimientos hoteleros, lo que eliminó una fuente de contagios numerosos y graves: la convivencia entre infectados y no infectados si recomendaciones claras.

 

Sin ese confinamiento absoluto y prolongado, cuando ya se ha producido una diseminación comunitaria amplia, el virus ‘espera’ la relajación y, por lo tanto, en el mejor de los casos sólo se pospondrían algunas muertes. Pero con un porcentaje importante de la población que no puede permanecer en su domicilio (si es que en verdad alguien puede hacerlo de manera saludable por un periodo tan largo de tiempo) —ya sea por actividades de aprovisionamiento básico, responsabilidades de cuidados, obligaciones laborales impostergables por estar clasificadas como esenciales u obligada a garantizar la mera superveniencia diaria en los sectores más precarizados— el virus permanece en circulación.

 

En los países ‘desarrollados’, los trabajadores de servicios esenciales representan alrededor de 30% del total de trabajadores: una suficiente masa crítica para mantener el virus en circulación. Esta es la causa por la que tantísimos estudios de carácter comparativo —entre estados diferentes pero también entre regiones diferentes de un mismo estado—, histórico —basados en el estudio de epidemias pasadas, como la de 1918—, experimentales —se han realizado algunos experimentos en relación a la covid-19, por ejemplo con marines— e incluso de prospección matemáticamente modelada concluyen que la reducción de contagios y decesos a largo plazo atribuibles a las medidas no farmacológicas son escasas o nulas.

La política de quedarse en casa es un caso de falacia de excepción: un estudio ecológico basado en Internet

 

Las medidas no farmacológicas podrían ser incluso sanitariamente contraproducentes —por la prolongación de la epidemia, la dificultad de proteger a la población vulnerable por lapsos tan prolongados y por la afectación negativa del sistema inmunológico de todas las personas producida por el estado de estrés, la tristeza, la falta de ejercicio, la carencia de sol, etc.—.En paralelo, las consecuencias negativas de las medidas no farmacológicas mayoritariamente adoptadas son tan ostensibles como graves en términos de la atención inadecuada de otras enfermedades, efectos físicos y psicológicos en la infancia y juventud confinada, cierre de empresas y comercios, aumento del paro, crecimiento de la pobreza, limitación de las libertades públicas, dinámicas de disciplinamiento social, etc.

 

Un fenómeno de alcance planetario y ya tan prolongado en el tiempo difícilmente pueda ser explicado por una oscura conspiración. La explicación es sumamente compleja.

 

Estas consecuencias son tan evidentes como para facilitar la credibilidad de todo tipo de teorías simplistas de lo que está sucediendo. Esta es la base de las creencias en la “plandemia”, un plan previsto de antemano ya sea para reducir la población anciana, oprimir a la gente, ocultar la crisis capitalista, instaurar una dictadura, favorecer a la industria farmacológica o modificar en algún sentido el sistema social

 

Un fenómeno de alcance planetario y ya tan prolongado en el tiempo difícilmente pueda ser explicado por una oscura conspiración. La explicación es sumamente compleja. Comprender y explicar la reacción ante la pandemia debe necesariamente incluir ciertas condiciones de posibilidad que se fueron gestando a nivel social, económico, sanitario y cultural a lo largo de décadas: entre ellas la obsesión por la salud y la seguridad en la cultura capitalista actual, la abrumadora hegemonía ideológica de las clases altas y medias en el universo contemporáneo, la pérdida de sentido histórico propia del sentido común posmoderno, el reduccionismo biologicista de la medicina mainstream, la consolidación de lógicas profundamente patriarcales y punitivas en el abordaje de los problemas sociales, etc. Sin ellas la patológica obsesión con un único problema sanitario de rango medio difícilmente hubiera tenido lugar. Pero una adecuada explicación debe estar atenta también a los desencadenantes, entre ellos la aparición de un virus desconocido entre las poblaciones humanas. Ni en las condiciones de posibilidad ni en los desencadenantes parece haber nada mínimamente relacionado con algo que pueda ser considerado una conspiración.

 

Pero una vez iniciado el proceso y desatada la locura social —sería ingenuo ignorarlo— ciertos sectores particularmente poderosos hallaron en la crisis una enorme ventana de oportunidades, y comenzaron a operar abierta o solapadamente para que el clima de temor no se desvaneciera. En primerísimo lugar, desde luego, el poderoso complejo farmacológico y las empresas tecnológicas, devenidas ya definitivamente el sector hegemónico de la acumulación de capitales. Habiéndose dado de bruces con la crisis, los grandes tiburones aprovecharon el estado de conmoción social para acelerar transformaciones políticas, económicas y culturales en su beneficio, y de carácter profundamente reaccionario. Todas las empresas de la economía virtual han visto en la pandemia una ocasión para inflar aún más sus beneficios.

 

¿Qué ha sido de la perspectiva de género? ¿Qué ha sido de la perspectiva de clase?.

 

Si algo se ha reivindicado de manera clara desde los feminismos es que la neutralidad muchas veces es una falsa pretensión patriarcal. Algunos relatos con aspiraciones de neutralidad —e incluso de objetividad— solo encubren el lugar ideológico desde donde se analiza la realidad, y por ello no necesita ser justificado. Desde luego, las políticas de gestión de la covid-19 no son neutras. Independientemente de que a la cabeza de las decisiones hayan estado mujeres u hombres, las políticas desplegadas se han dado en el marco político y mental del patriarcado. Sin embargo, la ausencia de una reflexión profunda por parte de los feminismos sobre la forma en que ha sido abordada la pandemia y las medidas adoptadas, y, en consecuencia, de una acción o respuesta coordinada y organizada en la calle, ha sido la línea general.

 

Entre los temas más criticables desde esta perspectiva está la práctica del confinamiento. Lo primero que se debe decir es que aun habiéndose evidenciado por la genealogía de los encierros que el encierro privado, el del hogar, ha sido el primero de los encierros que han sufrido las mujeres, no ha habido capacidad de evidenciar esta cuestión tan básica en ningún espacio de reflexión feminista para criticar las medidas de confinamiento —estricto o light—.

 

Si atendemos al abordaje transversal de los cuidados, también el desprecio de esta cuestión es muy preocupante. Y resulta más preocupante todavía, cuando observamos que el estado se erige como el único y validado cuidador de su ciudadanía en este contexto pandémico; y lo hace, además, sostenido por todo un aparataje militar, policial y jurídico que nos dice que nos cuida mediante el despliegue de una fuerte narrativa punitivista. Se podría incluso afirmar que las medidas adoptadas y/o recomendadas confrontan constantemente con los cuidados. Los feminismos vienen considerando como central para repensar un proyecto que verdaderamente ponga a la vida en el centro, la idea de que todos y todas somos interdependientes, todas y todos necesitamos ser cuidados y cuidar y la idea de que detrás de la represión no hay verdaderamente cuidados. Las personas necesitamos de bienes, servicios y cuidados para sobrevivir. Los cuidados son relacionales e interdependientes. Aquí es donde la escisión entre las recomendaciones de los gestores y burócratas de la pandemia y las necesidades de la vida es brutal.

 

Pensamos que dio en la diana el epidemiólogo sueco Martin Killdorf cuando afirmó que “no hay razones científicas ni de salud pública para mantener las escuelas cerradas” y que estamos presenciando “el mayor asalto a las condiciones de vida de la clase obrera en décadas”.

 

Sería demasiado escandaloso para algunos proyectos políticos apelar continuamente a la institución familiar como paradigma del nuevo higienismo. Sin embargo, las campañas para el fomento de las medidas sanitarias muestran continuamente el núcleo de la familia tradicional: padre, madre y niños, como paradigma de lo “normal” y lo “correcto”. Sin duda ha habido una vuelta al concepto de familia tradicional en este último año. En estas campañas esa familia representada es una familia muy concreta. Tres son las principales características: blanca, heteronormativa y de clase social media burguesa acomodada. En concreto, el confinamiento ha idealizado ese modelo concreto de familia, tirando al traste tantos esfuerzos (especialmente por los feminismos) en mostrar e interiorizar la diversidad, y de visibilizar otros modelos de convivencia alejados del modelo blanco-cis-hetero-patriarcal, así como la importancia de la mirada interseccional, fortaleciéndose claros elementos racistas y de clase.

 

De hecho menos dramático se presenta el panorama si aplicamos una perspectiva de clase. Los trabajadores precarizados y cuentapropistas o bien no pudieron confinarse, o bien sufrieron —y siguen sufriendo— un deterioro económico atroz. Y no hay que mirar sólo en derredor. En la India, por ejemplo, donde también se implementó un aislamiento social severo, las medidas adoptadas condenaron a millones de personas a la inanición. Literalmente. Cosas semejantes ocurrieron en Filipinas y en muchos Estados africanos. Por razones de espacio no podemos desarrollar aquí adecuadamente este aspecto fundamental. Digamos simplemente que pensamos que dio en la diana el epidemiólogo sueco Martin Killdorf cuando afirmó que “no hay razones científicas ni de salud pública para mantener las escuelas cerradas” y que estamos presenciando “el mayor asalto a las condiciones de vida de la clase obrera en décadas”.

https://www.infobae.com/america/ciencia-america/2020/09/12/martin-kulldorff-epidemiologo-de-harvard-no-hay-razones-cientificas-ni-de-salud-publica-para-mantener-las-escuelas-cerradas/

 

¡Y llegaron las vacunas!.

 

La cuestión de la vacuna es sumamente compleja, pero hasta el momento, se pueden señalar algunos hechos irrefutables. Hay un primer hecho incontestable: hemos presenciado la búsqueda contra reloj de una vacuna salvadora. Y las vacunas han llegado, todas, desde grandes laboratorios privados (la Big Pharma es una de las mayores industrias a nivel mundial), y en prácticamente todo el mundo se han articulado agresivas campañas vacunales. Las vacunas han sido presentadas como la única tabla salvadora, pero dudamos de que vayan a acabar con el covid-19. Creemos antes bien que serán empleadas para proporcionar una coartada a nuestros gobiernos y servir de justificación a las políticas adoptadas. Suceda lo que sucediere, se dirá que las vacunas, y no la inmunidad natural, han domeñado a la pandemia.

 

Otra cuestión meridiana es que se ha abandonado la idea de la importancia del sistema inmunitario para enfrentar una enfermedad, aunque es cierto que precisamente entre los más vulnerables destacan los que sufren las peores consecuencias del virus, independientemente de contar o no con una vacuna. La inmunidad se puede alcanzar de forma natural por la propagación de la enfermedad en la comunidad en amplios sectores de bajo riesgo, de forma artificial por la administración de una vacuna eficaz, o por una combinación de ambas. Una combinación que, por ejemplo, reservara la vacuna para la población de riesgo.

 

Sin embargo, la primera idea de la noche a la mañana pasó a ser considerada aberrante. La premisa parece ser: que la inmunidad artificial por la administración de la vacuna es superior a la natural, cuando todos los datos apuntan en sentido contrario. Las vacunas disponibles parecen poseer una efectividad a corto plazo indiscutible, pero sus efectos secundarios son notables y afectan de manera muy llamativa a personas para las que padecer la enfermedad no supone un riesgo importante. Queda la incógnita de los efectos a largo plazo que no se han establecido. Tampoco se puede descartar que favorezcan el surgimiento de nuevas variantes que es ya uno de los problemas que afrontamos.

 

¿Había alternativas a la gestión autoritaria de la pandemia? Desde luego. Hubo países que se concentraron en la detección de enfermos y el aislamiento selectivo de los mismos. Se trata de un virus de amplio espectro patológico.

 

La tercera cuestión irrefutable es que existen dudas razonables e importantes para considerar que, aun en la actual situación de excepcionalidad por pandemia y de estados de alarma, excepción, toques de queda etc., declarados en prácticamente todos los países, con la legislación disponible no se puede imponer en toda la población mundial una vacunación obligatoria. Una medida sanitaria que impusiese la vacunación con carácter obligatorio constituiría una restricción de derechos fundamentales. Sin embargo, nuevamente, no parece que sea (al menos aparentemente) la senda que está guiando a las políticas de vacunación, sumando, nuevamente, un nuevo argumento a la desmesura y a las prácticas autoritarias

 

Por lo demás, queda la incógnita de las consecuencias a medio y largo plazo de las vacunas —tanto de su eficacia como de su impacto en la salud de las personas— y de haber optado por una estrategia de vacunación masiva de toda la población.

 

Pensar al revés.

 

¿Había alternativas a la gestión autoritaria de la pandemia? Desde luego. Hubo países que se concentraron en la detección de enfermos y el aislamiento selectivo de los mismos. Se trata de un virus de amplio espectro patológico. Si bien la gran mayoría de las personas infectadas no sufre síntomas o estos son leves, una minoría, entre los que predominan personas mayores y/o con enfermedades serias, padecen cuadros muy graves e incluso fatales —desencadenando el fallecimiento—, generalmente asociado a una insuficiencia respiratoria.

 

Sin embargo, se ha adoptado esta estrategia indiscriminada sin dar ni siquiera la posibilidad de plantear una discusión científica seria con quienes discrepan de la estrategia adoptada, una verdadera legión, que defendieron esas estrategias de protección selectiva comenzando por los prestigiosos firmantes de la declaración de Great Barrington. En prácticamente todo el mundo se optó por las medidas sobradamente conocidas: encierro masivo e indiferenciado de la población primero, seguido de fuertes restricciones y medidas dudosamente efectivas de todo tipo que continúan hasta hoy.

 

Y en todo esto ¿dónde ha quedado la izquierda? Aunque sería exagerado decir que las organizaciones de izquierdas apoyaron sin reservas la estrategia de supresión del virus y las cuarentenas masivas, lo cierto es que, en general, no se opusieron de manera frontal. Criticaron sus excesos o algunas facetas, pero no su naturaleza. El hábito tacticista de tratar de acompañar las demandas de las masas dejó al grueso de las organizaciones de izquierdas desarmadas, cuando lo imperioso era cuestionar el ‘sentido común’. Por ello, se optó por lo que parecía la ‘vía más segura’, acompañando el gran miedo que había hecho presa de las masas a la espera de que la pandemia pasara y se pudiera volver a la política de siempre.

 

El hecho de que la izquierda radical haya sido en general presa del pánico al igual que la derecha, el centro y la izquierda reformista, asumiendo además la hipótesis de la eficacia y viabilidad del encierro, es un indicio de falta de autonomía e independencia de criterios. Que se haya descartado la posibilidad de proteger a la población vulnerable como cosa imposible, creyendo al mismo tiempo que sería posible proteger a toda la población, habla bastante a las claras de la pobreza intelectual franciscana y de la carencia de toda lógica en el debate público contemporáneo. Que la creencia en que la vacuna será la solución a la pandemia se haya impuesto con tan pocas críticas muestra la eficacia de la propaganda de los laboratorios, la expropiación de la salud por el capital y la escasa independencia de la izquierda en términos de política sanitaria. Que algunas fuerzas de izquierdas defiendan abiertamente la política de confinamiento resulta especialmente incomprensible por la falta de lectura de clase: entre otras, el cierre de escuelas afecta más a los pobres que a los ricos, y el encierro aumenta el desempleo, la miseria y las desigualdades.

 

Sin embargo, al cabo de más de un año, no se ha logrado instalar en el debate público de la mayoría de los países (ni siquiera en aquellos gobernados supuestamente por fuerzas progresistas) cuestiones tan básicas como la necesidad de un único sistema de salud que ofrezca a todas las personas las mismas oportunidades, o la condena popular a la medicina comercializada, o la necesidad del estrecho control público sobre la producción de medicamentos, o la relación ente la agricultura y la ganadería industriales y los saltos zoonóticos, o lo imperioso que resulta asumir que las residencias de ancianos constituyen un modelo fallido para afrontar los problemas de la vejez, y una fuente de lucro capitalista particularmente obscena. Si una crisis sanitaria, social y económica de la magnitud de la actual no ha logrado instalar a gran escala estos problemas y estas perspectivas, ello es, por cierto, un indicio de la hegemonía cultural y política de las fuerzas del capital. Pero puede ser también, en parte, consecuencia de errores políticos cometidos por las izquierdas.

 

La verdad es siempre revolucionaria” (aquí, aquí, aquí,) reza una vieja máxima atribuida normalmente a Antonio Gramsci. La máxima viene a significar que por cruda que sea, los revolucionarios deben apegarse a la verdad, sin edulcorarla y sin autoengañarse. Esto entraña en cierto modo un compromiso con el realismo. Pero entraña también algo mucho más profundo. Las clases dominantes siempre han dispuesto de medios de difusión inmensamente más poderosos que los que podrían disponer las clases explotadas. Si no hay una verdad objetiva, si todo es un relato, si todo son narraciones, entonces quienes dispongan del poder y la riqueza podrán imponer sus representaciones, sus intereses, sus visiones. Sólo si hay relatos verdaderos y relatos falsos en algún sentido significativo es posible la impugnación de las ideologías de las clases dominantes. Si no hay verdad, si todo es uniformemente ideología, entonces es imposible, o totalmente improbable, que no se impongan socialmente los intereses, las creencias y las representaciones de las clases explotadoras y de los grupos favorecidos. La pandemia del coronavirus ha sido un gran episodio de posverdad.

 

Pero no nos desanimemos. Los anhelos de libertad y los sueños de emancipación son inextinguibles. Comprender lo que sucede, por duro que sea, es una tarea imprescindible para cambiar el mundo. Y este mundo hay que cambiarlo urgentemente.

 

 

https://mocvalencia.org/es/content/presentaci%C3%B3n-en-valencia-de-covid-19-la-respuesta-autoritaria-y-la-estrategia-del-miedo

 

 

 

 

COVID-19, AÑO UNO: Balance de una pesadilla autoritaria y de una gestión fracasada

Notas:

[i] https://www.thelancet.com/journals/lancet/article/PIIS0140-6736(21)00869-2/fulltext  

[ii] https://f1000research.com/articles/10-232/v1

[iii] https://www.pnas.org/content/118/17/e2018995118

[iv] Belgian COVID-19 Mortality, Excess Deaths, Number of Deaths per Million, and Infection Fatality Rates (9 March – 28 June 2020) | medRxiv.

[v] Mortality associated with COVID-19 outbreaks in care homes: early international evidence – Resources to support community and institutional Long-Term Care responses to COVID-19 (ltccovid.org).

[vi] https://gbdeclaration.org/

[vii] https://www.thelancet.com/journals/lanpub/article/PIIS2468-2667(21)00036-0/fulltext

[viii] https://www.indexmundi.com/g/g.aspx?v=26&c=sp&l=es&fbclid=IwAR2cLtkEqX7JkbfLTNNFePlySsAqpoEgnSw6-5CEl-BinwQhrh1jm_MquM4

[ix] https://www.cebm.net/covid-19/excess-mortality-across-countries-in-2020/?fbclid=IwAR12iQx_6d5PLLgThJPLBq4IxLE9wS3CxGaQE9E3HAgYB4e4monKG76Jo2M

[x] https://www.cebm.net/covid-19/excess-mortality-across-countries-in-2020/

[xi] https://covid19.who.int/

[xii] John P. A. Ioannidis, «Infection fatality rate of COVID-19 inferred from seroprevalence data», Bulletin of the World Health Organization, 14 de octubre de 2020.

[xiii] El vídeo de esta sesión puede consultarse en la web de la OMS: https://www.who.int/news-room/events/detail/2020/10/05/default-calendar/executive-board-special-session-on-the-covid19-response. Las palabras de Mike Ryan figuran en la sesión 1, en el minuto 1:01:33.

[xiv] https://onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1111/eci.13554

[xv] https://onlinelibrary.wiley.com/doi/full/10.1111/eci.13484

[xvi] https://www.thelancet.com/pdfs/journals/lancet/PIIS0140673603150519.pdf

[xvii] https://twitter.com/davidjthunder/status/1384481546371956736?s=20

[xviii] https://www.ecdc.europa.eu/en/publications-data/using-face-masks-community-reducing-covid-19-transmission

[xix] https://aip.scitation.org/doi/10.1063/5.0038380

[xx] https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/33315116/

[xxi] https://science.sciencemag.org/content/371/6526/eabe2424

[xxii] https://collateralglobal.org/

[xxiii] https://www.nature.com/articles/s41598-021-84092-1

[xxiv] https://www.infobae.com/america/ciencia-america/2020/09/12/martin-kulldorff-epidemiologo-de-harvard-no-hay-razones-cientificas-ni-de-salud-publica-para-mantener-las-escuelas-cerradas/

[xxv] SARS-CoV-2 infection rates of antibody-positive compared with antibody-negative health-care workers in England: a large, multicentre, prospective cohort study (SIREN) – PubMed (nih.gov).

[xxvi] Autores del libro: Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo, Ediciones El Salmón (2021).

 

Big Pharma

Expresión coloquial para referirse a los grandes laboratorios farmacéuticos que dominan la investigación farmacológica mundial: Pfizer, Johnson & Johnson, GlaxoSmithKline, Sanofi-Aventis, Novartis, Roche, Merck, AstraZeneca, Abbott y Bristol-Myers Squibb. En la mayor parte de los casos, puede traducirse sin problemas por las multinacionales farmacéuticas o las grandes multinacionales farmacéuticas.

https://www.esteve.org/otras-sugerencias/diccionario-big-pharma/

 

Big Pharma conspiracy theory / Teoría de la conspiración de las grandes farmacéuticas

https://en.wikipedia.org/wiki/Big_Pharma_conspiracy_theory

La 'Big Pharma', nosotros y la pandemia

https://www.eldiario.es/comunitat-valenciana/opinion/big-pharma-pandemia_129_7830816.html

La cara luminosa de la ‘Big Pharma’

https://elpais.com/elpais/2017/06/02/ciencia/1496415114_026011.html

Coronavirus: Bienes comunes mundiales contra el Big Pharma

https://www.cadtm.org/Coronavirus-Bienes-comunes-mundiales-contra-el-Big-Pharma

Big Pharma

https://www.oxfam.org/es/taxonomy/term/5010

Artículos sobre Big Pharma

https://theconversation.com/es/topics/big-pharma-113873

Las ‘big pharma’ se suman a los esfuerzos para encontrar tratamientos contra el Covid-19 a través de la IMI

https://www.diariofarma.com/2020/03/23/las-big-pharma-se-suman-a-los-esfuerzos-para-encontrar-tratamientos-contra-el-covid-19-a-traves-de-la-imi

Big Pharma

https://saludconlupa.com/tags/big-pharma/

 

Documentos complementarios:

 

Un texto censurado: “Covid-19: una vacunación controvertida”. . Paz Francés, José R. Loayssa y Ariel Petruccelli

http://www.juanirigoyen.es/2021/08/un-texto-censurado-covid-19-una.html

 

 

 

 

Un texto censurado: “Covid-19: una vacunación controvertida”. . Paz Francés, José R. Loayssa y Ariel Petruccelli

 

Hoy es un día importante para este blog porque aparece un texto despublicado en El Salto. Sus autores, José Ramón Loayssa y Ariel Petruccelli son los que, junto a Paz Francés, han publicado el fértil libro “Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo”. Es la segunda vez que ocurre esto recientemente en este medio. Pero ya han sido objeto de censuras y prohibiciones en actos de presentación de su libro. La ínclita institución de la censura y todas las prácticas que lleva consigo, se reactualizan adaptándose al capitalismo desorganizado, mediático y posmoderno.

 

El contenido del texto interpela a la vacunación, que como acontecimiento singular se manifiesta mediante la paradoja de representar simultáneamente el formidable salto científico e industrial, junto con la regresión intelectual que elimina la pluralidad y la deliberación, además de instituir un modo de marginación y persecución de las voces externas al complejo de poder que la impulsa. El hermetismo informativo, la bunkerización de la comunidad científica, la intensificación de una comunicación fundada en la propaganda dura, el mutismo del mundo del arte y de la cultura, el monolitismo de la profesión médica y el endurecimiento de las instituciones políticas, convergen y se retroalimentan, generando una situación y una evolución preocupante.

 

Los malos resultados con respecto al control de la pandemia, así como el progresivo derrumbe de la idea central del final dorado, con la imagen de la alegre población vacunada, generan una situación de desfondamiento en todos los niveles. Por un lado los jóvenes protagonizan una rebelión sin discurso, desafiando el orden epidemiológico al caer la tarde. Por otro, grandes sectores de la población han adquirido competencia en burlar las normativas y moverse entre las grietas de las actuaciones oficiales. También los segmentos de población vinculados a los intereses de más penalizados por la respuesta a la pandemia. Esta desobediencia latente refuerza las mentalidades y prácticas autoritarias del complejo de gobierno del nuevo capitalismo epidemiológico

 

El resultado de esta situación es el refuerzo de la tentación macartista. El estado epidemiológico y la constelación de medios que lo sustenta, tiende a imponer una unanimidad pétrea y silenciar las voces disconformes. La suspensión de la cuenta de Juan Gérvas en twitter es un indicio de un proceso en el que se acrecienta la construcción de un enemigo público, que como en el macartismo originario, siempre es difuso y subrepticio y se puede ubicar en cualquier lugar. Las condiciones para generar un acontecimiento vinculado a la imagen de la traición. Esta posibilidad se encuentra respaldada por los intereses de las industrias de las vacunas, que, ahora claramente sí, materializan la vieja idea de complejo médico-industrial.

Juan Gérvas https://www.actasanitaria.com/jgervascmeditex-es_10084_115.html

Juan Gérvas Camacho https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1783165

 

Desde estas coordenadas se puede comprender la lógica de los actores en este evento. Entiendo que lo peor de esta historia es la suspensión y congelación de la inteligencia, que solo puede desarrollarse mediante una multiplicación de las interacciones y las conversaciones en un clima de libertad sin constricciones. Prohibir y castigar a los sospechosos de traición es un delirio que tiene consecuencias demoledoras para toda la sociedad. Esta es la razón por la que acojo cálidamente este texto y a sus autores.

 

Este texto se puede leer aquí en el formato en que fue publicado originalmente. Yo lo recomiendo, pero para quien lo prefiera este es el artículo

https://webcache.googleusercontent.com/search?q=cache:2ATqOoRjL-UJ:https://www.elsaltodiario.com/vacunas/covid19-una-vacunacion-controvertida+&cd=1&hl=es&ct=clnk&gl=es

 

COVID-19: UNA VACUNACIÓN CONTROVERTIDA

 

                    Índice del contenido del artículo

¿Una efectividad deslumbrante pero engañosa?

La eficacia prometida y la realidad

Unas vacunas controvertidas desde el minuto uno

Efectos secundarios ¿subregistro o sobrevaloración?

Las vacunas COVID: algunas propiedades que demandan precaución

Modificaciones y novedades peligrosas

Variantes y ausencia de capacidad esterilizante

La cuestión decisiva: ¿qué vacuna para quién?

Una campaña deshonesta y autoritaria: ¿ciencia o ideología?

 

 

La discusión no es si vacunas sí o no en general —ni siquiera en la Covid-19—. El debate científico es qué tipo de vacunas emplear.

 

Pensamos que la vacunación es recomendable en la población con alto riesgo de cuadros graves, pero no en poblaciones con menor riesgo, dado el balance costo-beneficio. Las vacunas no son inocuas. La idea de que es posible erradicar el virus con las vacunas actuales no está justificada. Es probable que en un período no muy lejano contemos con vacunas más seguras y efectivas. En todo caso, no estamos ante una campaña de vacunación basada en una decisión libre e informada. Se está utilizando la intimidación contra la más elemental ética sanitaria.

 

A pesar de que sigue adelante la campaña de vacunación masiva, puede apreciarse un descenso del entusiasmo que mostraban nuestros gobernantes y su corte de expertos, cuando hablaban del avance imparable del número de vacunados y, por lo tanto, de la proximidad de la inmunidad de rebaño. En España se cifraba en el 70% de la población vacunada. En torno a dicha inmunidad de rebaño ha existido un malentendido: se ha dado a entender que es un umbral de todo o nada cuando, en realidad, la inmunidad es gradual y es muy improbable que sea completa. Si se equipara inmunidad colectiva a la erradicación del virus, probablemente sea inalcanzable. Y las promesas de su pronta consecución solo pueden entenderse en boca de personajes habituados a realizar promesas electorales que no necesariamente deben cumplir. La expectativa de que la vacuna iba a ser la “solución” a la pandemia es temeraria e imprudente.

 

En torno a dicha inmunidad de rebaño ha existido un malentendido: se ha dado a entender que es un umbral de todo o nada cuando, en realidad, la inmunidad es gradual y es muy improbable que sea completa.

 

Las restricciones se imponen de nuevo a consecuencia del esperable rebrote veraniego. Un rebrote que cada día que pasa incluye a más personas con la vacunación completa: ya está claro que no sólo se contagian sino que pueden ser contagiadoras. A pesar de ello, se arbitran “privilegios” para los vacunados como fórmula para “animar” a los renuentes. Las perspectivas de reflotar la economía se enturbian, sobre todo para los países en los que el turismo es un sector económico clave. Por lo tanto, es necesario un debate que permita entender por qué con porcentajes considerables de la población vacunada (en España sobre el 50%) la situación de este verano no es mejor que la del año anterior. Culpabilizar de nuevo a los jóvenes del incipiente fracaso es intolerable: después de todo, durante el verano pasado la vida social fue más amplia e intensa que ahora, sin grandes consecuencias en términos de hospitalizaciones y mortalidad.

 

La aparición de casos, hospitalizaciones e, incluso, de muertes entre las personas vacunadas es preocupante, entre otras razones por el escaso tiempo transcurrido desde la vacunación. Se trata, por lo tanto, de un problema que tiene muchas posibilidades de agravarse. Con ello no queremos decir que las vacunas que se están aplicando no tengan ningún grado de protección. Pero la duración y el alcance de ésta pueden ser mucho menor de lo que se daba a entender cuando se inició la vacunación. De hecho, se difundieron previsiones optimistas en términos de efectividad y seguridad, hechas solo con estudios limitados y a corto plazo, que ahora no se confirman. En consecuencia, algunas farmacéuticas proponen administrar una tercera dosis. Es una propuesta que llama la atención, dado que la menguante efectividad de las vacunas podría deberse, entre otras razones, a que son menos útiles contra las variantes.

 

Ante este preocupante panorama es necesario repasar los preparados y la estrategia vacunal adoptada, y evaluar si lo que está sucediendo era realmente tan impredecible. Las vacunas recibieron la autorización (condicional) bajo tres premisas: que estábamos ante una emergencia sanitaria catastrófica; que presentaban una altísima efectividad; y que los estudios proporcionaban una estimación de la seguridad aceptable.

 

Con ello no queremos decir que las vacunas que se están aplicando no tengan ningún grado de protección. Pero la duración y el alcance de ésta puede ser mucho menor de lo que se daba a entender cuando se inició la vacunación.

 

¿Una efectividad deslumbrante pero engañosa?

 

Como hemos dicho, la segunda premisa es que las vacunas muestran una alta eficacia. Entre las revistas medidas, solamente el BMJ se permitió incluir artículos que ponían en cuestión los análisis oficiales de los datos proporcionados por las empresas farmacéuticas que han desarrollado y comercializado las vacunas. Uno de sus editores, Peter Doshi, ha publicado dos análisis, uno de ellos como contenido revisado por pares, en los que expuso las razones que lo llevaban a cuestionar las cifras de eficacia que permitieron la autorización. También manifestó sus reservas con el diseño de los ensayos clínicos en los que se basó la autorización.

Peter Doshi: Las vacunas "95% efectivas" de Pfizer y Moderna: necesitamos más detalles y los datos sin procesar

El mismo artículo en PDF traducido al castellano aquí.

 

Pero hay otra cuestión sobre la eficacia de las vacunas: se utiliza exclusivamente la variación del riesgo relativo, obviando la reducción del riesgo absoluto o el Numero Necesario a Tratar (NNT). Como ha señalado Juan Gérvas, lo único que los ensayos clínicos utilizados para su autorización demostraban es que por cada 10.000 vacunados se evitaría 124 casos de Covid (la mayoría son leves), y no ofrecerían ningún beneficio a las otras 9.876 personas que, además, se verían expuestas a los posibles efectos secundarios de la vacuna. En esos ensayos se demostraba una reducción del riesgo absoluto del 1,1%, en el caso de Moderna y del 0,7 % en el caso de Pfizer. La disminución del riesgo absoluto —es decir, la probabilidad de presentar un Covid-19 con síntomas (una vez más no necesariamente grave)— en otro análisis publicado por Lancet se establecía en 1,3% para AstraZeneca–Oxford, 1,2% para Moderna–NIH, 1,2% para Janssen & Janssen, 0,93% para Spunik for the Gamaleya, y 0,84% for the Pfizer–BioNTech. Un ejemplo podría ayudar a entender la diferencia entre el riesgo relativo y el riesgo absoluto. Si tomamos el ensayo de la vacuna Pfizer, entre los aproximadamente 18.000 vacunados se produjeron 8 casos, mientras que, entre los 18.000 que no lo estaban, se infectaron 162 personas. Es decir, el riesgo de infectarse de Covid-19 era del 0,0088 sin vacunación y del 0,0004 con vacunación. Karina Acevedo ha puesto un ejemplo muy gráfico de la diferencia entre ambas magnitudes. Si una medicina provoca que el riesgo de sufrir un infarto pase del 2% al 1%, la reducción del riesgo relativo es del 100% pero la del riesgo absoluto es solo del 1%. Deberían darse ambos datos al ofrecer la vacuna, porque si la medicina aumentara el riesgo de morir por otra causa en un 2%, sería una decisión con un 100% de error.

 

Al presentar solamente la reducción del riesgo relativo nuestros gobernantes y “sus” expertos están recurriendo a la propaganda y no a la información.

 

La eficacia prometida y la realidad

 

No solo los datos de los ensayos sirven para cuestionar la eficacia de la vacunas. También lo hace la evolución de las curvas epidémicas: hasta el momento, en casi ningún sitio se observa una caída clara asociada a las vacunas. Esta afirmación puede resultar sorprendente porque, después de todo, se repite día y noche que las vacunas son tremendamente efectivas y se elogia a los países que habrían mejorado su situación gracias a una vacunación masiva y temprana. Un caso paradigmático es Israel, promocionado como modelo de las bondades de la vacunación. Y, efectivamente, las curvas de casos y de decesos se desplomaron tras la inoculación masiva. Si sólo observáramos a Israel, sería razonable concluir que esa significativa caída es consecuencia del efecto vacunal. Pero esta conclusión optimista se desmorona como un castillo de naipes cuando comparamos sus curvas epidémicas con las de la vecina Palestina: son prácticamente idénticas, aunque la diferencia en la tasa de vacunación sea de 10 a 1. Lo mismo sucede si comparamos Uruguay con Paraguay. Ambos países habían evitado que el virus superara el umbral epidémico durante todo 2020, pero los casos se dispararon desde febrero de 2021. Uruguay ha vacunado seis veces más que Paraguay, pero la tasa de decesos por millón ha sido idéntica (Paraguay, al parecer, ha tenido la mitad de casos, pero como el dato depende del nivel de testeo, es incierto). Ejemplos semejantes se podrían ofrecer en cantidad, y de todos los continentes. Quien quiera puede cotejar la información en la página Our World in Data.

 

Las curvas epidémicas de Israel son prácticamente idénticas a las de la vecina Palestina, aunque la diferencia en la tasa de vacunación sea de 10 a 1.

 

Hasta el momento —acaso con la única excepción de algunos países europeos durante la llamada “primera ola”— el ascenso y descenso de las curvas epidémicas ha seguido en gran medida una evolución estacional. Y eso es lo que cabría esperar, por insoportable que les resulte a quienes creen que pueden tener a la naturaleza y a los virus bajo control. Si comparamos las mismas semanas de 2020 y de 2021, no se observa de manera clara y uniforme que la situación haya mejorado en 2021, exceptuando —en Europa— los meses de marzo/abril. En Sudamérica se observa una pauta semejante.

 

Unas vacunas controvertidas desde el minuto uno

 

Aunque se ha repetido machaconamente, la afirmación categórica de que las vacunas son eficaces y seguras no está justificada. La preparación apresurada —que entre otros protocolos habituales soslayados, no contempló una experimentación animal suficiente— hace que los efectos de las vacunas presenten muchas incógnitas. Muchas más, de hecho, que cualesquiera otras vacunas anteriores. Los ensayos que permitieron una autorización condicional por emergencia tenían muchas limitaciones, algunas ya señaladas más arriba, como la exclusión de sectores de la población (embarazadas, personas que habían pasado la Covid-19, individuos con patologías significativas, etcétera). Incluso la población anciana, que es la que tiene una mayor necesidad de protección, estaban infrarrepresentada en la mayoría de los estudios. A pesar de ello, las autoridades dieron seguridades casi absolutas y “animaron” a toda la población a ponerse en la cola de la inoculación. Esto contrastaba con que ya desde las primeras semanas se informaba a los vacunados que los efectos secundarios (leves, eso sí) eran esperables y que incluso era recomendable una medicación preventiva. A todos los que señalaban las incertidumbres que se planteaban se les atacó como anti-vacunas o negacionistas, sin abrir ningún espacio para debatir una cuestión tan seria. Se continuó con la lógica de la prepotencia en la acción, y con la negativa al debate iniciada con los confinamientos.

 

En esta ocasión, el negacionismo estuvo a cargo de los gobiernos y de los expertos oficiales. Primero afirmaron que las vacunas no tenían efectos secundarios considerables; cuando estos aparecieron dijeron que no estaban relacionados con la vacuna; cuando a cada día que pasaba era más claro que sí que lo estaban, dijeron que eran pocos y que el costo-beneficio era favorable. Pero se trata de costos-beneficios que no se basan en estudios sólidos. Los defensores de las vacunas se han preocupado más por censurar estudios costo-beneficio —discutibles, es verdad, como todo en ciencia— que por ofrecer análisis alternativos. Las limitaciones que los ensayos ofrecen hasta el momento hacen necesarias las comprobaciones durante su distribución y utilización. Ello requeriría un registro de los efectos secundarios de calidad y un análisis con datos de un periodo amplio. Tenemos dudas de que se está actuando de forma transparente porque se busca el éxito a cualquier precio.

 

Efectos secundarios ¿subregistro o sobrevaloración?

 

Nadie que trabaje en la práctica clínica puede negar que estas vacunas presentan efectos secundarios inmediatos con una frecuencia incomparablemente superior a cualquier vacuna previa. Los presenta además en sectores de población en los que la Covid-19 es asintomática o benigna en una enorme proporción. Nuestra impresión es que estos eventos son mucho más frecuentes de lo que queda registrado. Hemos visto decenas de historias con efectos secundarios que no han sido declarados por el profesional que los atendió. El hecho de que se trate de un medicamento nuevo obliga a considerar que todo síntoma o signo que se produce después de su inoculación es consecuencia de la vacuna hasta que se demuestre lo contrario. Así se ha actuado hasta ahora en el caso de nuevos productos farmacéuticos. Sin embargo, muchos profesionales parecen pensar que para declarar una sospecha de efecto secundario, éste debe estar asociado a la vacuna más allá de toda duda. La diferencia de eventos registrados en diversos países también apunta a que hay una cultura profesional variada respecto a la vigilancia de las reacciones adversas de los medicamentos. En todo caso, y por lo que conocemos, es muy probable que muchos efectos secundarios no queden registrados (incluso se habla que normalmente solamente un 5% lo son) ya sea porque el paciente no consulta, o porque el médico no tiene a bien considerar una posible relación con el medicamento o vacuna. Este hecho se explica porque no es fácil establecer la relación. Si un anciano frágil y vulnerable es vacunado y muere en los días siguientes, no se puede afirmar que sea a causa de la vacuna, pero tampoco excluirlo. Las autopsias serian imprescindibles pero se llevan a cabo con cuentagotas. En cualquier caso, podemos afirmar con seguridad que la vacunación puede desencadenar la muerte en algunas personas.

Covid-19: la vacuna Pfizer-BioNTech es "probablemente" responsable de la muerte de algunos pacientes de edad avanzada, según una revisión noruega

 

En segundo lugar están los efectos secundarios diferidos, que aparecen a los días, semanas o meses de la administración del medicamento, y que precisamente son aquellos sobre los que los ensayos clínicos iníciales de las vacunas ofrecían menos información. En este caso, sin embargo, hemos tenido prontas evidencias de la relación entre (todas) las vacunas con material genético actual y los efectos secundarios no esperados. Ha sido gracias a que una de ellas dio lugar a fenómenos trombóticos muy inusuales (trombosis de los senos venosos craneales) y otra a un cuadro tan poco frecuente como la miocarditis en jóvenes. Indicios insoslayables. Pero, ¿qué hubiera pasado si las vacunas solamente hubieran incrementado el riesgo de los cuadros vasculares más habituales? Hubiera sido mucho más difícil detectar estas reacciones adversas tan graves.

 

Nadie que trabaje en la práctica clínica puede negar que estas vacunas presentan efectos secundarios inmediatos con una frecuencia incomparablemente superior a cualquier vacuna previa.

 

En general, los efectos secundarios deben no solo cuantificarse sino que hay que encontrar una explicación fisiopatogénica: cómo y por qué se producen. Los efectos secundarios que aparecen tras la comercialización de un nuevo fármaco pueden ser la “punta del iceberg”, es decir, la señal de alarma de muchos daños que no se manifiestan en síntomas y signos con carácter inmediato, sino que son lesiones que quedan “latentes”. No puede descartarse que detrás de los miles de trombos que se han visto, existan lesiones más extendidas en vasos sobre las que el trombo pueda estar comenzando a establecerse y que solamente después de un largo periodo ocasionen, por ejemplo, la oclusión de una arteria o un fenómeno embólico. Por ello, merece la pena detenerse en las posibles causas de los efectos secundarios que vemos, aunque no pretendemos ser exhaustivos en un tema tan complejo.

 

Las vacunas COVID: algunas propiedades que demandan precaución

 

Ante la pandemia de un virus desconocido (del que cada vez sabemos más) y que está en permanente evolución, empleamos una tecnología vacunal también desconocida. A primera vista, aplicar un remedio poco conocido a una enfermedad con preguntas todavía sin responder no parece demasiado prudente.

 

La Covid-19 ha servido para poner en marcha un nuevo proceso de investigación, producción, testeo y distribución de vacunas. La urgencia creada llevó a Donald Trump a aprobar la “Operation Warp Speed (OWS)” (aquí) —término de la “guerra de las galaxias” que significa velocidad mayor que la de la luz— en marzo del 2020. Para ello implicó al Ministerio de Defensa en la operación de comercializar una vacuna contra la Covid-19 cuanto antes. Se pusieron en marcha lazos de colaboración para desarrollar “vacunas sin precedentes” que lo permitieran, en concreto las basadas en la tecnología del ARN mensajero (ARN-m). Pero cualquier tecnología sin precedentes carece de una historia que permita evaluar de forma completa riesgos, seguridad y eficacia a largo plazo. Se intercambian estimaciones del costo-beneficio por estimaciones que en gran medida tienen en el numerador esperanzas-ilusiones, acortando temerariamente el proceso de desarrollo y testeo de las nuevas vacunas. Antes de la Covid-19 se había estimado que las nuevas vacunas de ARN-m precisarían de al menos 12 años para estar disponibles y solo con un 5% de probabilidades de éxito. De hecho, creemos que las compañías del “Big Pharma” se han lanzado a desarrollar este tipo de vacunas, no tanto por los beneficios económicos inmediatos, sino por la posibilidad “sin precedentes” de probar masivamente una nueva tecnología con un riesgo muy disminuido a la hora de asumir responsabilidades por circunstancias adversas.

 

Incluso se ha hablado de ruleta rusa, y se ha insistido que su utilización debería limitarse a aquellos con un riesgo alto de consecuencias graves por el SARS_COV-2. Sorprendentemente, se ha excluido una estrategia vacunal centrada en este grupo, optándose por una estrategia universal. Como si todas las personas corrieran el mismo grado de riesgo cuando los estudios al respecto son abundantes y concluyentes: el riesgo de la Covid-19 para menores de 30-50 años es similar e incluso inferior (si se trata de niños y adolescentes) al de la gripe estacional. Se ha implementado esta decisión política con un alto grado de incertidumbre, con riesgos elevados, y sin un debate abierto.

 

El riesgo de la Covid-19 para menores de 30-50 años es similar e incluso inferior (si se trata de niños y adolescentes) al de la gripe estacional.

 

Se trata de una tecnología nueva, y tenemos razones para estar preocupados. La primera es que en realidad no sabemos cuál es la dosis del inmunógeno que estamos dando. Como se ha divulgado, son vacunas cuyo producto inoculado no genera los anticuerpos (inmunidad sería más correcto), sino que emite una orden genética para que nuestras células produzcan la proteína S1, la destinada a estimular la respuesta inmunitaria. Pero no en todas las personas la orden genética va a producir la misma cantidad proteína S1, ya sea por la persistencia del preparado vacunal, ya sea por la capacidad de respuesta de las células del receptor. Quizás eso explique los mayores efectos secundarios inmediatos en los más jóvenes (sus células también lo son). ¿Se está produciendo en muchos casos un “exceso” de dosis? Es una hipótesis plausible, ya que el diseño de la vacuna tenía como objetivo central producir gran cantidad de la proteína Spike.

 

Pero hay más cuestiones preocupantes. Es difícil creer que la proteína S1 producida no circule por el torrente sanguíneo (los fenómenos trombocitos y la miocarditis postvacunal prácticamente lo aseguran) y se difunda por los tejidos del receptor. También hay dudas sobre qué células reciben y ejecutan la orden genética contenida en la vacuna. ¿Es seguro que una célula del SNC produzca una proteína con indicios de propiedades neuroinflamatorias en animales? Pero es que la propia proteína S1 esta implicada en los mecanismos por los que el SARS-COV 2 produce daño tisular (en los tejidos). Se ha demostrado que la proteína S1 causa daño endotelial. ¿No es peligroso someter a un organismo a una cantidad considerable de esa proteína, en un corto espacio de tiempo? El relativo contrasentido que implica utilizar una proteína tan tóxica como la S1 como único inmunógeno ha sido puesto de relieve incluso por uno de los desarrolladores de la tecnología ARN-m que inmediatamente a sido expulsado al infierno de los negacionistas.

 

Por otra parte, hay dudas sobre la recombinación del material genético de la vacuna con otros virus e, incluso, con el genoma humano, hecho de consecuencias impredecibles. Es improbable pero no puede descartarse, a pesar de que inicialmente se ridiculizó a quienes lo sugirieron.

 

Asimismo, algunos de los efectos detectados indican que la vacuna podría contribuir a desencadenar reacciones de autoinmunidad (anticuerpos monoclonales contra la proteína Spike mostraron reactividad cruzada con proteínas de nuestro organismo). No puede descartarse tampoco que, en un futuro, las vacunas basadas en material genético sean capaces de precipitar la denominada enfermedad aumentada por anticuerpos (ADE), que puede manifestarse como trastornos autoinmunes o inflamatorios crónicos.

 

Modificaciones y novedades peligrosas

 

¿Peor que la enfermedad? Revisión de algunas posibles consecuencias no deseadas de las vacunas de ARNm contra COVID-19

 

¿Peor que la enfermedad? Revisión de algunas posibles consecuencias no deseadas de las vacunas de ARNm contra Covid-19

Un artículo reciente ha hecho repaso de las características de las vacunas genéticas frente a la Covid-19 centrándose en aquellos preparados basados en la tecnología ARN-m  y su relación con los efectos secundarios que se están viendo. Plantea la hipótesis de que las reacciones alérgicas detectadas que incluyen casos de anafilaxia, que ocasionaron varias muertes, se relacionen con compuestos de las actuales vacunas vectorizadas en adenovirus o de ARN-m como el PEG (polyethyleno glycol), que es un alérgeno reconocido inyectado por primera vez en humanos. Las reacciones alérgicas severas se producen con otras vacunas, pero la Covid-19 las provoca con una frecuencia mucho mayor. Un estudio publicado en sanitarios vacunados reportó que un 2,1% de estos sufrió reacciones alérgicas agudas, que es un cifra mucho mayor que la reconocida por el CDC.

 

Vacuna de ARN   https://es.wikipedia.org/wiki/Vacuna_de_ARN

ARN mensajero  https://es.wikipedia.org/wiki/ARN_mensajero

 

 

Otras modificaciones realizadas tenían como objetivo evitar que el ARN-m, que tiene en sí mismo capacidad de generar respuesta inmunitaria, fuera desactivado y degradado rápidamente. Una de las soluciones elegidas fue envolverlo con una cubierta lipídina que simulara los exosomas naturales. Pero esos lípidos ionizables pueden inducir una potente respuesta inflamatoria en ratones y estimular la secreción de citokinas como TNF-α, interleukina-6 e Interleukina-1β desde las células expuestas. Estos lípidos pueden encontrarse entre las causas de muchos de los síntomas inmediatos que experimentan los vacunados: dolor, inflamación local, fiebre e insomnio.

 

También se realizaron modificaciones genéticas en la secuencia original del virus destinadas a hacerlo más similar al ARN-m humano. Esto no solo retrasaría su inactivación, sino que podría hacerlo más eficiente en su tarea de ser traducido a la proteína antigénica. El ARN-m de la vacuna presenta características, en su contenido relativo, diferentes de la mayoría de los parásitos intracelulares —incluyendo los virus— y se parece en mayor medida al de nuestras células. Todo ello parece destinado a producir mayores cantidades de la proteína S1, y a que ésta tenga más similitudes con proteínas humanas (ya hemos mencionado sus consecuencias no deseadas). A estos peligros de la tecnología y de la composición de las vacunas génicas se podrían añadir otros como el surgimiento de priones, pero no pretendemos ser exhaustivos.


 

Variantes y ausencia de capacidad esterilizante

 

Otra característica de las vacunas que debería preocupar es que la inmunidad generada está focalizada en una única proteína de las 28 que contiene el virus. Ello hace más probables las mutaciones que sorteen la inmunidad. Si los anticuerpos vacunales reaccionan ante varias proteínas del virus, nuestro sistema inmune tendría más fácil reconocerlo

 

De hecho, se ha señalado que la capacidad inmunógena de una formulación que contenga instrucciones de síntesis de tres proteínas es mayor en el propio estudio que describe el diseño de la vacuna de Pfizer o Moderna. Esas tres proteínas —S, H y E— son los requisitos mínimos para el ensamblaje de partículas que mimetizan el virus.

Diseño de vacuna de ARNm de SARS-CoV-2 habilitado por preparación prototipo de patógenos

 

Ante un virus como éste, que está experimentado una difusión comunitaria no desdeñable, la vacunación indiscriminada va a constituir una presión evolutiva considerable hacia variantes más transmisibles.

 

Las variantes son y van a ser un problema central. Este virus ha mostrado una notable disposición a mutar (la cual era previsible). Ello debería condicionar la estrategia vacunal. Ante un virus como éste, que está experimentado una difusión comunitaria no desdeñable, la vacunación indiscriminada va a constituir una presión evolutiva considerable hacia variantes más transmisibles. Si a esto se le añade que las vacunas no son esterilizantes —es decir, que previenen más la enfermedad que la infección—, la réplica del virus en los vacunados —de personas con anticuerpos— va a ayudar al virus a adaptarse, con toda probabilidad, y se producirá una selección de las variantes con menos susceptibilidad a ser neutralizadas. Esto puede estar sucediendo ya, y ser la causa del panorama que se está viviendo en parte de Europa en estos momentos. Es verdad que, hasta la fecha, el descenso de la capacidad neutralizante de los anticuerpos vacunales frente a nuevas variantes es modesto según algunos estudios. Pero, por otro lado, encontramos noticias que parecen sugerir que puede ser mayor en personas con inmunidad débil, como son muchas de las más vulnerables a la Covid-19. Todo ello en un periodo inmediatamente posterior a la vacunación: las variantes resistentes a la vacuna empiezan ya a aparecer —como la Delta— y podrían explicar el contagio de gran cantidad de personas con vacunación completa en países como Israel.

 

La cuestión decisiva: ¿qué vacuna para quién?

 

Contrariamente a lo que se intenta presentar, en una nueva maniobra de “embarrar la cancha”, la discusión no es si vacunas sí o no en general —ni siquiera en la Covid-19—. El debate científico es qué tipo de vacunas emplear, y respecto a las actuales, dado que son experimentales, tal y como indica su autorización condicional por emergencia, si deben restringirse a los perfiles de alto riesgo. Pero los gobiernos insisten en la vacunación general. Quieren vacunar, con preparados que presentan notables efectos secundarios, a población a la que el virus no causa daños significativos. También proponen la vacunación de los que ya han sufrido la enfermedad. No creemos que ninguna de estas medidas tenga base científica.

 

La discusión no es si vacunas sí o no en general —ni siquiera en la Covid-19—. El debate científico es qué tipo de vacunas emplear.

 

Vacunar a niños, niñas y jóvenes carece de justificación epidemiológica, por su perfil bajo de morbilidad y letalidad. Tampoco está justificado vacunar a los que ya han sufrido la infección y la enfermedad. Uno de los ejes de la campaña publicitaria orquestada con las vacunas ha sido subvalorar implícitamente (en algunos casos explícitamente) la potencia protectora de la inmunidad natural. Por el contrario, todos los indicios apuntan a que se trata de una protección más potente y duradera que la inmunidad vacunal. Las propias tasas relativas de reinfecciones tras la enfermedad natural (que existen, aunque sean de momento muy poco frecuentes), y las infecciones tras la vacunación, apuntan claramente hacia la superioridad de la inmunidad natural. El perfil de anticuerpos que produce la vacuna es diferente y posiblemente inferior al de la infección natural, y su actividad podría resistir peor el paso del tiempo.

 

Una campaña deshonesta y autoritaria: ¿ciencia o ideología?

 

Aunque las vacunas que se están administrando permitieran acabar con la pandemia sin daños colaterales altos, no estaría justificado que se haya recurrido a la desinformación, al miedo, a la manipulación e, incluso, a la coerción. Es discutible el costo-beneficio de las actuales vacunas, pero es difícil defender que estamos ante una vacunación basada en una decisión informada, autónoma y libre de la población. No hay un consentimiento informado que merezca tal nombre en unas vacunas que no tienen una autorización definitiva ni estudios que las avalen más allá de dudas razonables.

 

Aunque la pandemia ha sido percibida como un fenómeno “natural” y las medidas adoptadas como una operación “científica” sin supuestos o connotaciones políticas e ideológicas, lo cierto es todo lo contrario. La pandemia es al menos un fenómeno tan social como biológico o natural, y su abordaje no escapa en modo alguno a las representaciones sociales, las opciones políticas o las premisas ideológicas. La vacunación experimental ante la Covid-19 se apoya en el solucionismo tecnológico, un paradigma, o creencia, según el cual las relaciones sociales y los ciclos metabólicos naturales que la especie humana fractura pueden luego enmendarse con tecnología. Una de las premisas implícitas es: “pueden destruirse selvas y bosques, y acorralarse especias animales, porque cuando se produzcan saltos zoonóticos hallaremos soluciones experimentando con virus peligrosos en laboratorios, y si un virus se escapa ya lo solucionaremos también”.

 

En el caso de la medicina, la propaganda del fetichismo tecnológico asocia el aumento de la esperanza de vida al desarrollo de la tecnología. El mayor impacto, sin embargo, se debe a la mejora de las condiciones de vida, los cambios en los hábitos de higiene y el desarrollo de sistemas públicos de agua potable y cloacas. Se vende la imagen de que las vacunas son, a diferencia de otros medicamentos, prácticamente inocuas y “naturales”. Insistimos, sin negar su utilidad, la espectacular disminución de las enfermedades infecciosas en el siglo XX tiene mucho más que ver con la mejoras de las condiciones sociales e higiénicas.

 

La pandemia un fenómeno tan social como biológico o natural, y su abordaje no escapa en modo alguno a las representaciones sociales, las opciones políticas o las premisas ideológicas.

 

Que la percepción y representación de la pandemia no es ajena a la ideología es sencillo de observar. La Covid-19 estuvo muy lejos de ser la principal causa de muerte mundial en 2020, y al parecer no ha sido la principal causa de muerte en ningún país. La desnutrición, la polución ambiental, los infartos y el cáncer se cobraron un número de víctimas entre dos y cinco veces superior (y afectando a una población más joven). Sólo si asumimos, simultáneamente, que la mayor parte de esas “otras” muertes eran inevitables y que las muertes por Covid-19 deben (y pueden) ser evitadas, es posible conceder a esta epidemia la atención casi exclusiva (y no sólo a nivel sanitario, vale reparar en ello) que se le ha concedido por espacio de un año y medio, y subiendo. Pero ambas presunciones son mucho más ideológicas que científicas. Científicamente, de hecho, son más bien falsas. Evidentemente, un porcentaje enorme de esas “otras” muertes prematuras podrían ser evitadas con recursos menores (conocidos y disponibles) que los empleados para tratar de evitar de manera incierta las muertes por Covid-19. La displicencia mostrada ante esos “otros” problemas sanitarios verdaderamente graves contrasta obscenamente con la obsesión patológica con el nuevo virus. Ni una cosa ni la otra parecen en modo alguno razonables, y ello nos conduce al componente de irracionalidad que ha modelado la percepción, la representación y las respuestas dadas a la presente pandemia. Una irracionalidad determinada fundamentalmente por un temor desproporcionado ante un problema sanitario real, pero en modo alguno catastrófico.

 

Durante el siglo XX, todas las pandemias de virus respiratorios duraron aproximadamente dos años. Luego esos virus se convertían en endémicos, aunque de la mano de mutaciones podían, de forma transitoria, provocar un nuevo brote epidémico amplio. No hay razones para pensar que sería distinto con el Sars-CoV-2. La obsesión por erradicar (y hacerlo a la mayor brevedad) al nuevo coronavirus es una apuesta biológicamente incierta, sanitariamente imprudente y políticamente reaccionaria: conllevará de manera casi ineludible (ya lo estamos viendo) pasaportes sanitarios, restricciones, controles policiales y obligaciones absurdas.

 

Para abordar de manera sensata la nueva amenaza viral, evitando el riesgo de ser “aprendices de brujas” capaces de provocar daños mayores que los que se pretenden evitar, es indispensable abordar a la Covid-19 como un problema sanitario más, y dedicarle atención y recursos de manera proporcionada. Se debería también asumir lo más probable: que el virus sea endémico y que conviviremos con él de aquí en adelante. Es improbable que sea erradicado a nivel mundial, y si lo fuera, no será a corto plazo. El discutible impacto positivo demostrado hasta el momento por las vacunas es una razón de peso para pensarlo todo de nuevo y cambiar la perspectiva. Necesitamos más ciencia y menos ideología. Y ante todo, menos ideología burguesa.

 

La displicencia mostrada ante esos “otros” problemas sanitarios verdaderamente graves contrasta obscenamente con la obsesión patológica con el nuevo virus.

 

Medidas tan poco éticas para promover la vacunación —como los pasaportes sanitarios o los privilegios de las personas vacunadas—, no se justifican en modo alguno por la ausencia de capacidad de transmisión. Porque, precisamente, no se puede descartar que una de las causas de la onda que vivimos sea consecuencia de la capacidad para contagiar de las personas vacunadas (sumada a su muy relativa “protección”). Todavía no se sabe si las vacunadas contagian más, menos o igual que las no vacunadas. Y ya hay indicios de que serían más vulnerables ante algunas variantes nuevas.

 

Como decíamos en nuestro libro Covid-19: La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo, los gobiernos, atrapados en su propio relato, tenían que encontrar una solución “milagrosa” para justificar las restricciones y para reiniciar la economía. La vacuna los convertía en los héroes de la película, en los protagonistas del final feliz. Las sorpresas, sin embargo, pueden ser muchas y variadas.

http://www.juanirigoyen.es/2021/08/un-texto-censurado-covid-19-una.html

 

“Covid-19: una vacunación controvertida”, texto censurado por El Salto Diario

https://www.federacionanarquista.net/covid-19-una-vacunacion-controvertida-texto-censurado-por-el-salto-diario/

 

Covid-19: una vacunación controvertida

 

http://infoposta.com.ar/notas/11970/covid-19-una-vacunaci%C3%B3n-controvertida/

 

                            La pandemia del virus Ébola

 

La pandemia del virus Ébola: ¿”Un arma de destrucción masiva”?, Artículos relacionados

http://eljanoandaluz.blogspot.com/2014/08/la-pandemia-del-virus-ebola-un-arma-de.html

 

El nuevo brote de Ébola y la farmacéutica Tekmira: El antídoto del virus cotiza en bolsa. Tu pánico es mi negocio.

http://eljanoandaluz.blogspot.com/2014/08/el-nuevo-brote-de-ebola-y-la.html

Ebola emergencia el foco de atención en materia de drogas experimentales

http://eljanoandaluz.blogspot.com/2014/08/ebola-emergencia-el-foco-de-atencion-en.html

Ebola Vacuna que fabricará Criminal Drug Company con antecedentes penales; Corrió al mercado con casi cero ensayos de seguridad

http://eljanoandaluz.blogspot.com/2014/08/ebola-vacuna-que-fabricara-criminal.html

 

 

 

Entrevista sobre el libro «Covid 19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo»

 

Entrevistamos a Paz Francés, José R. Loayssa y Ariel Petruccelli, autores del libro

 

¿De dónde parte la necesidad de escribir este libro? ¿Por qué es necesario?

Es evidente para todo el mundo que la pandemia de covid-19 es el acontecimiento más importante en lo que va del siglo XXI, y que estaría a la par de los sucesos más relevantes del siglo XX. Dada su extensión y su carencia de final previsible, es pertinente considerarla un proceso. Esto por sí sólo ya haría necesario ocuparse de ella. Pero nuestra motivación fundamental ha sido que disentimos profundamente con la percepción social de la amenaza viral, que se ha promovido como una catástrofe inaudita y sin precedentes, cosa manifiestamente falsa y exagerada. Así mismo disentimos con las respuestas políticas mayormente adoptadas para afrontar el problema. Estamos convencidos de que los encierros masivos mitigaron poco la expansión viral, y ocasionaron innumerables daños sanitarios, sociales, psicológicos, económicos y educativos. Además de fomentar una ciudadanía infantilizada y un miedo y un autoritarismo de consecuencias muy nocivas.

 

Ciencia o ideología ¿Cuánta diferencia habría entre las informaciones y recomendaciones oficiales y los datos que maneja la comunidad científica en torno al covid-19?

 

Es la pregunta clave. Las ideologías son creencias profundas, existenciales, aunque en general débilmente articuladas, sobre las que en el mejor de los casos cabe argumentar, pero sin que nada puede ser demostrado de manera fehaciente. Uno cree o no cree en Dios, simpatiza o no con en el capitalismo, se juega o no se juega por la revolución. La ciencia se basa en datos comprobables, aunque interpretables, por lo que ninguna teoría científica a nivel explicativo o predictivo es reductible a tales datos. Por lo demás, ninguna decisión política es una deducción mecánica de ningún análisis científico. No hay una frontera tajante entre ciencia e ideología, aunque en su núcleo no son lo mismo. Sin embargo, hay decisiones políticas (o concepciones ideológicas) mejor o peor fundadas en lo que se conoce científicamente. Bien, las decisiones tomadas por la mayor parte de los Estados carecían de respaldo científico previo, y no se ven validadas por los datos posteriores. Las pandemias no son un fenómeno desconocido. La historia está plagada de ellas. Y en ningún caso los encierros masivos fueron una solución. Puede comprenderse el impulso a confinar, como se comprende que quien tiene ronchas se vea tentado a rascarse. Pero eso no mejora su situación, y puede empeorarla. Por lo demás, en la historia de las pandemias la del covid-19 no es especialmente destacada en términos de morbilidad y mortalidad. Puede afectar gravemente (según los países) a un segmento de la población que rara vez supera al 5%. Para el resto, la inmensa mayoría, la infección es asintomática o con síntomas leves o moderados. La sociedad entró en pánico, azuzada por la irresponsabilidad de gobiernos y medios de comunicación. El alarmismo fue siempre exagerado, pero podría ser en parte comprensible a partir de las primeras informaciones, que atribuían al virus tasas de letalidad verdaderamente preocupantes. Cuando el grueso del mundo implantó cuarentenas ―en marzo de 2020― la OMS le atribuía una letalidad del 3,4%. Pero muy pronto estudios bien precisos mostraron que eso era exagerado. La letalidad promedio del virus (con grandes diferencias según las edades y también según los países), es del orden del 0,14%. Sin embargo, se reaccionó ante el virus como si nos enfrentáramos a un peligro tremendo y completamente indiscriminado, cuando la realidad es que es un peligro moderado (aunque importante), pero sumamente sesgado: la covid-19 representa un riesgo cercano a nulo (inferior a una gripe) para los niños, pero un riesgo muy considerable para la población mayor de 70 años (bastante más que una gripe, en términos cuantitativos, y con cuadros diferentes cualitativamente).

 

Una buena manera de ver los vínculos entre ciencia e ideología es analizar el discurso público sobre las vacunas. Ya dijimos que ninguna política puede fundarse enteramente en ninguna evidencia científica. Esto significa que si los estudios mostraran concluyentemente que una persona vacunada no puede contagiar a otra persona, tendría entonces sentido la discusión ética, política, ideológica sobre si debemos vacunarnos (con los riesgos que ello implica) para proteger a otros. Digamos: asumir un riesgo personal en pos de un bien colectivo. Y quien concluyera que correrá el riesgo no tiene por qué pensar que entonces se deba imponer la obligatoriedad. Dados los mismos datos científicos: hay muchas opciones posibles (incluso asumiendo que los datos científicos no son controvertidos, lo cual en general no es el caso). Gobiernos y prensa nos repiten todos los días: «vacúnate, protégete y protégeme», y los privilegios para los vacunados ganan terreno en tanto que la espada de la vacunación obligatoria pende sobre nuestras cabezas. Sin embargo, todos los estudios científicos muestran que las vacunas anti-covid-19 no producen inmunidad de rebaño ―no proporcionan protección colectiva―, por la sencilla razón de que, si protegen de algo, es de los cuadros graves de enfermedad, no de la infección: las personas vacunadas se contagian y pueden contagiar. Entonces la premisa científica que podría dar sustento a la discusión ética, política e ideológica sobre la obligatoriedad se desmorona. La obligatoriedad no tiene sustento científico porque estas vacunas no producen inmunidad colectiva, no impiden que el vacunado difunda la enfermedad. Los pases sanitarios o la vacunación compulsiva carecen de sustento científico, son pura ideología.

 

Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo ha provocado polémica y hasta censura en sectores de lo que llamaríamos «izquierda crítica». ¿Por qué creéis que se ha reaccionado así?

 

Es una pregunta difícil, porque para nosotr@s ha sido una sorpresa y una decepción. Se ha producido (no sólo en la izquierda) un fenómeno de que un relato construido apresuradamente condiciona la percepción de la realidad y la interpretación de los datos que van apareciendo, sesgando esa percepción y esa interpretación para reforzar el propio relato. Es un sesgo cognitivo de confirmación. El relato de una epidemia catastrófica que requería medidas excepcionales fue creado, tras un desconcierto inicial, por los gobiernos y los medios de comunicación casi al unísono. Se construyó no sobre un análisis de datos epidemiológicos, sino sobre imágenes y sucesos truculentos como las morgues llenas o los hospitales colapsados. Se reforzó por el mimetismo de las imágenes en China de calles desiertas y la vida económica y social detenida. Los gobiernos y los medios masivos de comunicación, que son los grandes voceros de la ideología dominante, erigieron a la pandemia en el gran problema del momento y lo enfrentaron como si se tratara de una guerra. Ya sabemos que en una guerra la primera baja es la verdad.

 

La izquierda, sus militantes y dirigentes, no eran inmunes al miedo irracional que se promovía y que se utilizaba sin ningún recato. Se ha demostrado que la apelación a armas biopolíticas es tremendamente efectiva y las clases dominantes tomarán buena nota de ello. En nuestra sociedad, por muy indigna que sea la vida que nos hacen vivir, esquivar la muerte cruda representa una motivación profunda que desafía cualquier racionalización. Ha sido toda una campaña mediática basada en el potencial de la irracionalidad.

Pero en la izquierda ha jugado un papel no despreciable limitaciones de su perspectiva teórica e incluso, en algunos casos, su composición social (mucha gente de izquierda se cuenta entre el sector de trabajadores con empleos protegidos y posibilidad de teletrabajar). También su carencia secular de una reflexión propia en el ámbito de la salud, en la que a menudo hace gala de un desarrollismo medicalizador (que podría expresar la consigna «menos militares y más hospitales»). Por último, cabe mencionar las contradicciones entre la fascinación con el Estado y las perspectivas antiautoritarias.

 

La izquierda se metió en el relato oficial y, una vez dentro, encontró que era una posición cómoda. Estar en favor de la corriente es una sensación seductora. Más aún cuando podía ejercer las veces de sector radical de la ortodoxia Covid, pidiendo medidas más duras con unos tintes sociales (vacunas para todos), lo que satisfacía su necesidad de mantener algún tipo de «desmarque». Un desmarque que se vio favorecido por la presencia de unos personajes como Trump y Bolsonaro que, además de encontrarse en la derecha, mantenían un discurso con evidentes contradicciones y oscilaciones. También la aparición en papel estelar de grupos «negacionistas» que mantenían posiciones con escasa base científica. La izquierda pudo sentir que está justificado alinearse con la derecha «progresista» y el cientifismo tecnocrático frente a la derecha cavernícola y los sectores «antivacunas» e incluso «esotéricos». La permanente tentación de colaboración de clases se hizo realidad incluso para los sectores que han hecho de su oposición a tal conciliación una seña de identidad.

 

Los análisis de «clase» se olvidaron, tanto para valorar la repercusión de las medidas como para entender el trasfondo de intereses que había detrás de la cuasi unanimidad de los gobiernos y de las corporaciones económicas y financieras. Es cierto que la pandemia no fue fruto de una conspiración, pero las clases dominantes comenzaron a conspirar desde el primer día.

 

Finalmente, unas consideraciones sobre la falta de sensibilidad antiautoritaria de una parte de la izquierda, fundamentalmente de raíces marxista-leninista. Es cierto que hay, como decía Bensaid, un Lenin libertario, pero también el leninismo contiene un gen dirigista y «sustitucionalista» que no hay que olvidar. Porque no es principalmente el contenido de las medidas anticovid lo que debemos discutir, sino cómo se han aplicado. Es verdad que la izquierda ha criticado algunos excesos, pero eso sabe a muy poco cuando se ha aceptado el «encuadre». Estamos ante la expresión de una profunda desconfianza en la efectividad de participación y la autoorganización comunitaria en las epidemias, cuando la historia demuestra que ésta es considerable. Se ha hecho oídos sordos ante la represión y el autoritarismo omnipresente que era consustancial a las medidas sanitarias y sociales adoptadas. Se justifican restricciones generales porque se dice que siempre va a haber sectores incumplidores. Se justifica por ello el castigo colectivo. Una vez que cualquier crítico de los abordajes dominantes pudiera ser visto como un saboteador del «esfuerzo de guerra», un potencial criminal, un peligroso «negacionista», se entró en una peligrosa escalada autoritaria y represiva, de la que la izquierda mayoritaria no supo escapar. Que muchas fuerzas de izquierdas o progresistas se hayan plegado al clima dominante es indicio, en el fondo, de que la ideología burguesa y las pulsiones represivas están mucho más arraigadas de lo que nos gustaría creer. También habla de un déficit de pensamiento crítico: para quien quisiera revisarlos, los datos han estado disponibles. Y los datos oficiales desmienten el relato oficial. O, para más precisión: dan poco o nulo sustento a la visión de la pandemia como si fuera el principal problema sanitario, y no justifican la creencia de que las medidas adoptadas hayan sido adecuadas. En el último año y medio ha muerto mucha más gente de infartos y de cáncer, y por supuesto de desnutrición (si sacamos nuestra mirada de los países opulentos), que de covid-19. Una comparación entre los resultados obtenidos por los países que establecieron cuarentenas «duras» (duras para las personas, no para el virus, claro), restricciones más o menos débiles o casi ninguna restricción no arroja ningún resultado favorable a la tesis de que a mayor confinamiento mejor resultado sanitario. Y arroja indicios bastantes concluyentes de que, a mayor confinamiento, peores resultados psicológicos, educativos y económicos.

 

¿Se pueden ya hacer predicciones sobre la influencia futura de esta plaga en nuestra vida social y sanitaria? ¿Qué medidas pensáis que puedan mantenerse para siempre?

 

Toda previsión es incierta, por lo mucho que ignoramos, por un lado, y porque lo que suceda depende en gran medida de lo que hagan los gobiernos, las personas, las organizaciones sociales, las fuerzas políticas, etc. Si la sociedad civil, si las clases trabajadoras, si la intelectualidad crítica no reflexionan sobre lo sucedido y no se disponen a luchar contra las medidas o hábitos implantados, entonces cualquiera podría durar para siempre. La educación virtualizada o el uso de mascarillas, por ejemplo (un porcentaje grande de la ciudadanía continúa usándolas en las calles, aunque ya no sea obligatorio y aunque los estudios científicos no muestren ninguna efectividad en el uso de mascarillas al aire libre). También podrían subsistir los pases sanitarios, si no hay una oposición importante a los mismos. No habría que olvidar que en los próximos lustros la situación ecológica a escala global se volverá cada vez más dramática, y las poblaciones desplazadas serán ingentes. En tales condiciones, el llamado «pase verde», por ineficiente que sea en términos sanitarios, es un excelente medio de control fronterizo que permite cerrar con «buena conciencia» las puertas a millones de personas: «No somos racistas, ¡qué va!, pero ustedes no pueden entrar porque son un peligro sanitario». Podría continuar el miedo (a este virus, a otros o a lo que se les ocurra a los sectores de poder), y arraigarse aún más la percepción burguesa sobre los otros: vistos crecientemente como una amenaza, lo que redundará en lógicas crecientemente individualizadoras propias del neoliberalismo salvaje. No es sano vivir con miedo permanente. Y puede continuar la censura, que ha alcanzado cotas insospechadas muy poco tiempo atrás. Pero en fin, todo dependerá de cómo reaccionemos.

 

¿Qué herramientas tenemos las personas para distinguir entre lo que es verdad o manipulación histérica en esta situación de sobresaturación informativa?

 

Es la pregunta del millón. La respuesta es muy simple de enunciar, y muy difícil de realizar. La clave es el pensamiento crítico. Tener capacidad para analizar datos e información. No es tan difícil, pero desgraciadamente, nuestros sistemas educativos nos forman más en la repetición que en la reflexión. El pensamiento crítico (la ciencia bien entendida sería una de las principales manifestaciones de pensamiento crítico) presupone libertad, incluso para sostener cosas que parecen insostenibles. Pero también presupone colectividad: intercambio de pareceres, diálogo, debate. Y capacidad para revisar los procesos y respuestas de los Estados sin alejarse de ciertos principios básicos basados en el respeto a los derechos individuales y colectivos. Por último, dado el poder enorme de los Estados y de las empresas capitalistas ―que tienen intereses propios y ajenos a los de la gente común o a los de la clase trabajadora― se necesitan también organizaciones sociales (políticas, sindicales, comunales, etc.) que recreen otras formas de vivir y de pensar, más allá del productivismo histérico y el consumismo compulsivo en que se funda ―y a los que nos impulsa― esta civilización del plástico y de la basura, que es una manera ciertamente sesgada y parcial, pero no falsa, de describir a la civilización capitalista.


Fuente: Redacción RyN

 

https://rojoynegro.info/articulo/entrevista-sobre-el-libro-covid-19-la-respuesta-autoritaria-y-la-estrategia-del-miedo/

 

 

Presentación del libro Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo

https://www.lapanterarossa.net/actividad/presentacion-del-libro-covid-19-la-respuesta-autoritaria-y-la-estrategia-del-miedo

 

Presentación en La Pantera Rossa el libro "Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo" (Ediciones El Salmón)

https://www.eventbrite.es/e/entradas-presentacion-libro-covid-19-la-respuesta-autoritaria-y-la-estrategia-miedo-159223564969#

 

Pandemia, desinformación y control social

A propósito de Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo, escrita por Paz Frances, José Loaissa y Ariel Petruccelli.

 

https://www.laizquierdadiario.com/spip.php?page=voice&id_article=208527

 

Covid-19. Año uno. Una pesadilla autoritaria y una gestión fracasada

Paz Francés, José R. Loayssa y Ariel Petruccelli Autores del libro: «Covid 19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo»

https://www.naiz.eus/es/iritzia/articulos/covid-19-ano-uno-una-pesadilla-autoritaria-y-una-gestion-fracasada

 



[Libro]Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo

 

Paz Francés José R. Loayssa Ariel Petruccelli

Con la colaboración de: Federico Mare, Alexis Capobianco, Alberto Pardos Cañardo, Juan Simó Miñana, Adrià M., Iñaki Moreno Sueskun y Roberto Colino Martínez.

Primera edición: mayo de 2021


 

Está el índice, el prólogo y la introducción

 

                                                         Prólogo

Las tres personas que firmamos este libro nos conocimos (o reconocimos) en 2020, tras la declaración de pandemia en el mundo. Antes de este evento, sólo de manera coyuntural, dos de nosotros habíamos coincidido en distintos proyectos políticos. Por lo demás, poco o nada sabíamos los unos de los otros. Se puede decir que la covid-19 cruzó nuestros caminos cuando, desde distintos territorios, convergimos en la imperiosa necesidad de pensar, desde lógicas que fundamentalmente rompían con el discurso que predominaba en la práctica totalidad de los partidos políticos y los medios de comunicación, qué estaba sucediendo en torno al «fenómeno covid-19». Aunque suceda con poca frecuencia, resultó que tres personas con edades, formación y experiencias vitales distintas (aunque con una conciencia política similar), nos encontramos y nos sentamos a trabajar con total confianza, generosidad y respeto mutuo, como si nos conociéramos de toda la vida.

 

Cuando Ariel Petruccelli escuchó las primeras noticias de un extraño virus que provocaba graves neumonías en China, casi no les prestó atención. Era verano en Argentina, y se encontraba en las montañas de la Patagonia norte, en el corazón de Wallmapu, donde pensaba mudarse desde tiempo atrás. Lo mismo le sucedió a Paz Francés. Estaba terminando el invierno en España y acababa de ser madre; hacía apenas tres semanas que había nacido su primera hija cuando se decretó el estado de alarma en España. Entre toma y toma, recibió la cuestión con la ligereza de quien ya había vivido los distintos shows mediáticos de las «vacas locas», la «gripe aviar», la «gripe porcina», el ébola en Europa… Ambos convergíamos ya entonces en la sensación de que se trataba de una crisis sanitaria de rango medio, aunque en todo el mundo se estuviera reaccionando como si se tratara de un auténtico Apocalipsis zombi. Esto nos llevó a escribir por separado (aún no nos conocíamos) varios textos y reflexiones en prensa o revistas desde nuestra formación, en Historia y en Derecho y Criminología, respectivamente, planteando interrogantes y tratando de buscar otros interlocutores.

 

José Ramón Loayssa siguió la evolución de la epidemia en China con un interés relativo: los precedentes anteriores también le llevaron a pensar que se trataba de otro bluf. Cuando China tomó las medidas de cierres y confinamiento comenzó a tomarse más en serio la pandemia, debido al precio económico y político de las medidas tomadas en el país asiático. Esa atención se volvió preocupación cuando en el norte de Italia se produjo la diseminación viral explosiva y las víctimas, ya era innegable, empezaban a preocuparse. De la preocupación pasó a la zozobra e incluso el miedo, que trató de no expresar directamente, en concordancia con su estilo personal. La incertidumbre abstracta sobre el impacto del virus se tornó inseguridad personal y preocupación por la salud de su familia y amigos. Vivió días, a principios de marzo, de cierta angustia. Las estimaciones oficiales ya eran más preocupantes y contenían suficientes datos para que no se pudieran obviar. En esos días comenzaron a aparecer probables enfermos de covid-19: su trabajo como médico de urgencias le hizo tener contacto directo con personas gravemente afectadas, algunas de edades medias. Personas con insuficiencia respiratoria severa que no respondían al tratamiento y que pasaban a un estado crítico. Comenzaron a divulgarse las primeras infecciones entre sanitarios, y se intuía que hospitales y centros de salud eran un foco significativo de contagio. Comenzó a adoptar algunas precauciones en casa, como dormir en una habitación separada. En aquellos momentos las mascarillas escaseaban y sólo se disponía de unas pocas FFP2 y mascarillas quirúrgicas. En marzo, su padre enferma y muere sin tener que ingresar, afortunadamente, en el hospital. Su reacción fue escarbar en la información disponible: encontró datos que permitían una cierta y relativa tranquilidad. A sus compañeros y amigos les dijo: «Vamos a tener una epidemia hasta principios/mediados de abril seria, y va a haber entre veinte mil y cincuenta mil muertos en España». Aciertos bastante casuales, pero con algún fundamento: los experimentos involuntarios del crucero Diamond Princess y los datos del personal sanitario italiano (en ambos casos con contagios masivos) mostraban que la letalidad de la covid-19 era mucho menor de lo que se afirmaba. Había un problema sanitario importante, pero no estábamos ante una catástrofe. Cuando se iniciaron los confinamientos, Loayssa ya tendía a pensar que la magnitud del peligro no justificaba arrojarse a semejante vacío, y que las medidas adoptadas no tenían justificación sanitaria suficiente, que era dudoso que fueran a contener la diseminación del virus y que estaban inscritas en una línea de acción autoritaria que siempre le había repelido. Más aún, consideraba que podrían ser un remedio peor que la enfermedad. También él publicó distintos textos en la prensa y se mostró abierto a participar en entrevistas y debates. Su postura crítica con las medidas adoptadas por los gobiernos y su defensa de estrategias alternativas conllevó un aislamiento de sus compañeros de trabajo, aunque manteniendo relaciones cordiales. Pero nadie quería escucharle ni contrastar datos. Sus colegas preferían evitar cuestionar las decisiones de las autoridades políticas y sanitarias. Se convirtieron, en su gran mayoría, en fieles creyentes de la «ortodoxia covid». Si alguna vez trataba de expresar sus opiniones o compartir artículos y datos, se le ignoraba y se le señalaban de forma indirecta los casos trágicos que veíamos, como diciendo: «Mira este paciente y luego atrévete a decir que esta epidemia no es tan grave».

 

Fue desde los escritos públicos de cada uno de nosotros como entramos en contacto* . Había en nuestros textos una clara sintonía en aspectos claves. El primero, que la letalidad del virus SARS-CoV-2

* En El Salto, José R. Loayssa publicó: «¿Hay alternativas al estado de alarma y al confinamiento?», 27 de marzo; «Confinamiento total: un golpe brutal e injustificado», 6 de abril; «No se puede matar el covid-19 a martillazos», 22 de mayo; «¿Políticas gubernamentales más peligrosas que la covid-19?», 4 de agosto.

Ariel Petruccelli publicó en La Izquierda Diario los artículos: «Paradojas virales», 25 de marzo; «La política del terror», 10 de abril de 2020; «Contra la arrogancia y la omnipotencia sanitaria: entrevista a Juan Gérvas», 25 de junio; en Rebelión, publicó: «Paranoia e hipocresía global en tiempos de capitalismo tardío» (con Federico Mare), 31 de marzo; «Shock pandémico y posverdad», 2 de septiembre; en Contrahegemonía, publicó: «Covid-19: estructura y coyuntura, ideología y política» (con Federico Mare), 19 de mayo; «La encerrona» (con Andrea Barriga), 3 de julio; en Hemisferio izquierdo, publicó: «Cientificismo posmoderno» (con Alexis Capobianco), 31 de julio. Loayssa y Petruccelli firmaron conjuntamente «Covid-19, autoritarismo e izquierda confinada», en El Salto, 27 de octubre.

Por su parte, Paz Francés publicó «Expresiones punitivas en la emergencia de la Covid-19», La Marea, 20 de abril, ampliado después para el libro colectivo Pandemia. Derechos Humanos, Sistema Penal y Control Social (en tiempos de coronavirus), Ed. Tirant Lo Blanch. Además, el 31 de julio presentó una denuncia ante el Defensor del Pueblo frente a los protocolos del Ministerio de Sanidad y Educación en centros educativos para el curso académico 2020-2021 por vulneración de la Convención de los derechos del niño.

 

“Fue desde los escritos públicos de cada uno de nosotros como entramos en contacto.” He buscado las referencias:

 

¿Hay alternativas al estado de alarma y al confinamiento?

José R. Loayssa 27 de marzo de 2020

https://www.elsaltodiario.com/coronavirus/hay-alternativas-al-estado-de-alarma-y-al-confinamiento

 

 Confinamiento total: un golpe brutal e injustificado

José R. Loayssa    6 de abril de 2020

https://www.elsaltodiario.com/coronavirus/confinamiento-total-golpe-brutal-injustificado

No se puede matar el covid-19 a martillazos

José R. Loayssa       22 de mayo de 2020

https://www.elsaltodiario.com/coronavirus/no-se-puede-matar-la-covid-19-a-martillazos

¿Políticas gubernamentales más peligrosas que la covid-19?

4 de agosto de 2020

https://www.elsaltodiario.com/coronavirus/politicas-gubernamentales-mas-peligrosas-que-la-covid-19-

Paradojas virales

Ariel Petruccelli  25 de marzo de 2020

https://www.laizquierdadiario.com/Paradojas-virales

La política del terror

Ariel Petruccelli  31 de marzo de 2020

https://www.izquierdadiario.es/La-politica-del-terror

Contra la arrogancia y la omnipotencia sanitaria: entrevista a Juan Gérvas

Ariel Petruccelli    25 de junio de 2020

https://www.izquierdadiario.es/Contra-la-arrogancia-y-la-omnipotencia-sanitaria-entrevista-al-medico-Juan-Gervas

Shock pandémico y posverdad

Por Ariel Petruccelli   2/09/2020

https://rebelion.org/shock-pandemico-y-posverdad/

Paranoia e hipocresía global en tiempos de capitalismo tardío

Por Ariel Petruccelli, Federico Mare | 31/03/2020 | Mundo

https://rebelion.org/paranoia-e-hipocresia-global-en-tiempos-de-capitalismo-tardio/

Covid-19, estructura y coyuntura, ideología y política

Ariel Petruccelli, Federico Mare  19 de Mayo, 2020

https://contrahegemoniaweb.com.ar/2020/05/19/covid-19-estructura-y-coyuntura-ideologia-y-politica/

La encerrona

Andrea Barriga, Ariel Petruccelli  3 de Julio, 2020

https://contrahegemoniaweb.com.ar/2020/07/03/la-encerrona/

Cientificismo posmoderno

31 de julio de 2020

https://www.hemisferioizquierdo.uy/single-post/2020/07/31/cientificismo-posmoderno

Covid-19, autoritarismo e izquierda confinada

José R. Loayssa. Ariel Petruccelli     27 de octubre de 2020

https://www.elsaltodiario.com/coronavirus/covid-19-autoritarismo-e-izquierda-confinada

https://pakitoarriaran.org/articulos/covid-19-autoritarismo-e-izquierda-confinada

Expresiones punitivas en la emergencia de la COVID-19

Paz Francés Lecumberri  20 de abril de 2020

 

https://www.lamarea.com/2020/04/20/expresiones-punitivas-en-la-emergencia-de-la-covid-19/   ampliado después para el libro colectivo Pandemia. Derechos Humanos, Sistema Penal y Control Social (en tiempos de coronavirus), Ed. Tirant Lo Blanch.

 Además, el 31 de julio presentó una denuncia ante el Defensor del Pueblo frente a los protocolos del Ministerio de Sanidad y Educación en centros educativos para el curso académico 2020-2021 por vulneración de la Convención de los derechos del niño.

 

 

a nivel global no era tan grande ni justificaba que la humanidad se embarcara en un experimento sin precedentes para enfrentarlo. El segundo, que los abordajes frente a la situación sanitaria se habían hecho desde puras lógicas autoritarias, con medidas desproporcionadas (y a espaldas de la evidencia científica disponible) impuestas por las autoridades y asumidas por una ciudadanía aterrorizada por la irresponsabilidad de los gobiernos y medios de comunicación. Los tres reparábamos en que las consecuencias, políticas, económicas y sociales de las medidas adoptadas frente a la pandemia serían mayúsculas, y que eran mucho más que «daños puntuales y colaterales», como se trataba de mostrar (y se sigue insistiendo) en todo momento y en todo lugar. Lejos de esa idea, ya entonces los tres coincidíamos en que la manera de lidiar con esta crisis sanitaria podría acarrear más daños de los que se proponían evitar, y se explicaban en el marco ideológico capitalista, securitario y patriarcal ya existente, si bien en sí mismo, y a su vez, el fenómeno de la covid-19 venía a reconfigurar de manera importante nuestras sociedades, agudizando y acelerando transformaciones que ya se venían produciendo en el amplio marco del capitalismo. Frente a esto, y he aquí la última coincidencia importante, asistíamos atónitos ante la falta de mirada crítica de la izquierda y de los feminismos, que asumían que la crisis sanitaria era mayúscula y aceptaban casi sin crítica las severas medidas impuestas, incluso la más grave de la reclusión domiciliaria.

 

En este recorrido surgió la propuesta de Ediciones El Salmón de elaborar un libro. Les estamos enormemente agradecidos por confiar en que podríamos hacerlo.

 

Las personas que firmamos este libro no infravaloramos una epidemia global que se ha difundido con rapidez por todo el planeta. Pero cabría decir que no hemos sucumbido al acomodamiento forzoso a la cultura covídica oficial. Hemos sabido mantener cierta autonomía y hemos acudido siempre a las fuentes primarias de cada dato ofrecido por uno u otro gobierno, contextualizándolos y contrastándolos. Hemos recurrido a los análisis científicos disponibles en cada momento sobre los distintos temas en liza y, por supuesto, no hemos abandonado ejes de análisis importantes para nosotros: la clase, el género y una perspectiva global o, por decirlo a la vieja usanza, internacionalista. Todo ello no quiere decir que pensemos que tenemos la verdad y que estamos acertados en todas nuestras apreciaciones.

 

Lo hemos hecho así pese a que, personalmente, Paz Francés se encontraba en su particular diada con su hija. Pero precisamente por ello, incumplió sistemáticamente, día tras día, las restricciones del estado de alarma en España, particularmente del confinamiento. ¿Cómo iba a privar a su hija de tres semanas de la luz natural, del aire, de un paseo relajante las dos juntas? ¿Qué peligro había en todo aquello y a quién ponían en riesgo? Los peligros sólo se concretaron en algunos insultos del vecindario, varios controles de la policía y, desde entonces, sostener el estigma de «negacionista» en su comunidad cercana, todo lo cual le llevó a estudiar con más ahínco todo lo que iba aconteciendo.

 

Mantuvimos el espíritu crítico y el escepticismo metodológico a pesar del enorme peso social de un omnipresente sentido común covídico. Nos convertimos, pues, en disidentes. Con plena conciencia de ser parte de una minoría que no compartía el clima de histeria dominante, contemplamos atónitos el extraño fenómeno de sociedades enteras obsesionadas y patológicamente atemorizadas por un problema sanitario real, pero en modo alguno catastrófico. Nos indignó la hipocresía general que rodeaba la covid-19: ¿Por qué no había tanta preocupación por los más de seis millones de niños que mueren cada año, en su mayor parte por causas asociadas al hambre? Nos noqueó la crueldad ante miles de duelos sin cerrar, porque se prohibía a los familiares despedirse de sus seres queridos con un beso y un abrazo en el último aliento de sus vidas. Con estupor, presenciamos impotentes el colapso educativo en Argentina (también en España, aunque en menor medida debido a la llegada de las vacaciones de verano), con millones de niños sin clases. Con no menos perplejidad asistimos al curioso fenómeno de que todas las soluciones que se proponían para abordar la educación durante la crisis coincidían sustancialmente con las propuestas educativas del capitalismo digital, como si los trabajadores y trabajadoras de la educación hubieran perdido capacidad imaginativa y dejado a un lado su tradicional voluntad de resistencia. Por insólito que pareciera, para la gran mayoría, los problemas de la desigualdad educativa parecían reducirse a tener o no tener internet. El aumento de la pobreza, el desempleo y la miseria, así como la resignación con que todo ello era asumido por la mayor parte de sus víctimas, nos llenó de desazón, aunque apoyamos y festejamos cada acción de protesta o reclamación de las clases populares durante el aislamiento. No menos desazón sentimos al ver que casi todas las condenas públicas a los confinamientos compulsivos provenían de la derecha ultra y neoliberal, con la que, a excepción del aprecio por la libertad (entendida aun así de diferente manera), no nos une ningún acuerdo filosófico sustantivo.

 

Acostumbrados a estar en minoría, pocas veces nos sentimos tan minoritarios. Acostumbrados a nadar contracorriente, nunca antes enfrentamos una marejada tan grande. Pero no nos callamos.

 

Algo más hay que decir: el acuerdo entre autores y colaboradores no es absoluto. En una obra colectiva de tantas páginas, donde se abordan un sinfín de temas candentes con implicación política e ideológica, un consenso unánime sería imposible. Existen aquí y allá diferencias. No obstante, sopesando todo en la balanza intelectual y ético-política de nuestras conciencias, entendimos y asumimos que los acuerdos superan con creces a las diferencias. El nivel de consenso alcanzado nos pareció el suficiente para converger en un mismo libro, tanto más aún por tratarse de una intervención pública de parecía urgente, frente un problema mundial demasiado grave —y un adversario demasiado poderoso— como para sacrificar sin más, en el altar de la perfecta armonía de opiniones y el preciosismo retórico, toda la energía contradictora que encierra el esfuerzo mancomunado de mentes y voces disidentes. En las actuales circunstancias, en este duro trance del mundo, comprendimos que no podíamos darnos el lujo de renunciar a la potencia sinergética de la heterodoxia coral.

 

El lector encontrará aquí un libro totalmente alejado de las teorías conspiranoicas y simplistas de lo que ha sucedido. Al contrario, se ha procurado ofrecer siempre un análisis que trata de complejizar todos y cada uno de los temas propuestos: relación del modelo socioeconómico dominante con las pandemias; las características fundamentales del nuevo virus (SARS-CoV-2) y de la enfermedad que provoca (covid-19); el análisis de las medidas adoptadas por las autoridades políticas y del discurso detrás del clima social de miedo en el que se han justificado todo tipo de medidas autoritarias y represivas; las restricciones de derechos o el desigual impacto de la pandemia (ejes geográficos, clase, género, edad…). Con todo, muchos temas se han quedado fuera, y esperamos que sean objeto de futuros trabajos.

 

El texto finaliza con algunas cuestiones en las que hemos querido poner especial énfasis. Nos preguntamos cómo fue posible haber llegado hasta aquí, y planteamos algunas alternativas a la gestión autoritaria y neoliberal de esta pandemia, interpelando específicamente a la izquierda, que ha cedido toda la crítica y defensa de los derechos y las libertades a la derecha libertariana*, dejando el campo abonado para más austericidio, autoritarismo y capitalismo.

 

De este modo, el trabajo pretende, ante todo, poner algunas cuestiones en el debate público y en la agenda de la izquierda, bastante olvidadas en este último año de histeria colectiva.

* En términos filosóficos, la perspectiva «anarcocapitalista», que se autodenomina «libertaria», tiene su obra clásica en el libro de Robert Nozick Anarquía, estado y utopía. Sin embargo, dado que la perspectiva de Nozick y de sus seguidores es rotundamente procapitalista, a diferencia del anarquismo —que muchas veces se llamó a sí mismo libertario y desarrolló una perspectiva comunista «antiautoritaria»—, optamos por llamar «libertariana» a esta corriente individualista de derechas inspirada consciente o inconscientemente en Nozick, conservando el término libertario para la izquierda antiautoritaria.

 

 

 

                                            Introducción

El año 2020 fue vivido y será recordado como el año de la pandemia. Para la inmensa mayoría de la humanidad la lucha contra el coronavirus ocupó casi todas las energías psíquicas y materiales, absorbió una enorme cantidad de los recursos estatales y privados, trastornó la vida de casi todas las personas y ocupó sin competencias la atención de los medios de comunicación. Durante meses vivimos en un clima apocalíptico: la muerte instalada en las pantallas, el miedo convertido en una especie de obligación moral, el pánico asomando en las miradas. Durante meses vivimos en una perenne sensación de catástrofe, histeria y angustia existencial, con miles de millones de personas confinadas en sus casas: algo nunca antes visto. Ni siquiera las dos grandes guerras mal llamadas mundiales afectaron a tantos países ni cerraron tantas fronteras. En 1942, cientos de millones de personas ignoraban por completo que las potencias industriales estaban propinándose mutuamente matanzas inauditas, y otras tantas tenían un vago conocimiento de las mismas, sin que ello las afectara mayormente, las ocupara o las preocupara.

 

La crisis del coronavirus fue diferente: sólo un estricto ermitaño podía llegar a ignorar su existencia, y su impacto afectó en mayor o menor medida a la inmensa mayoría de los habitantes del planeta. De China a Canadá, de Chile a Senegal, de Andorra a Vietnam, de Sudáfrica a Islandia, millones de personas vieron sus vidas fuertemente afectadas. No hizo falta afirmar que la humanidad afrontaba una catástrofe inaudita o la más peligrosa de las pandemias jamás vividas (algo que, de haberse afirmado, habría sido fácilmente refutado), porque se consiguió que, sin decirlo, la mayoría de la población de todo el mundo se sintiera amenazada por un germen como nunca antes* .

 

La pandemia de la covid-19 que asola nuestras vidas (en gran medida por las medidas adoptadas para su control) hizo su aparición en diciembre del 2019, aunque es probable que el virus circulara ya en meses anteriores en China, y no es descartable que también en otros países. En un inicio fue acogida mayormente con actitud expectante. Fiascos previos como la gripe A del 2009, o la falsa alarma desencadenada por el SARS en el 2003, no inducían a repetir una vez más escenas de pánico injustificado. En los dos casos precedentes, a pesar de los anuncios premonitorios de que estábamos a las puertas de una descomunal epidemia mortal que podía extenderse por todo el planeta, a la postre no sucedió nada: la gripe A de 2009 provocó menos de 20.000 decesos en todo el mundo, en tanto que el SARS causó unos 800 en 2003. Pero la actitud de relativa prudencia en los primeros dos meses dio lugar a una alarma creciente conforme se asistía a su evolución en China, con miles de afectados e ingresados, cientos de víctimas mortales y, sobre todo, drásticas medidas de confinamiento domiciliario y paralización de la vida económica y social. Una alarma que se disparó hasta límites inesperados con la difusión en Italia y los primeros casos en otros países europeos.

 

En cuestión de quince días la situación evolucionó a histeria y pánico generalizado. Uno tras otros los países europeos fueron adoptando un discurso cada vez más dramático que se acompañó de medidas en la línea que China había adoptado previamente y que parecían contener la epidemia en la provincia de Wuhan. En pocos días les seguirían la mayor parte de los gobiernos del resto del mundo. El giro de los gobiernos desde una posición de actuar en función de la evolución de la epidemia en su país, a una línea de actuación que se basaba en un escenario de difusión sin control, de incontables víctimas y desbordamiento de servicios de salud (en la mayoría de los casos no confirmado por los datos posteriores), se fundó en la sensación de pánico motivada por el temor a lo desconocido e incentivada por pronósticos catastróficos formulados por modelizaciones matemáticas que, a la postre, se revelaron erradas. Prevenir a cualquier precio un desastre terrible parecía casi de sentido común. Se impuso la actuación urgente, sin medir o evaluar consecuencias futuras.

 *  En un trabajo fundamental publicado en el Medical Anthropology Quarterly, «What Went * Wrong. Corona and the World after the Full Stop», Carlo Caduff escribía con plena justicia: «Lo que hace que esta pandemia no tenga precedentes no es el virus, sino su respuesta». Años antes, en 2015, Caduff había publicado The Pandemic Perhaps: Dramatic Events in a Public Culture of Danger, un libro en el que revela anticipadamente los presupuestos intelectuales que llevaron a muchas personas a estar esperando la emergencia de un virus apocalíptico, sentando así parte de las bases para respuestas no sólo desproporcionadas, sino fundamentalmente contraproducentes y, en consecuencia, irracionales.

 

Insistimos: lo dicho no significa que infravaloremos esta epidemia global, cuya gravedad no es despreciable. Sin embargo, sobre todo en los primeros momentos, su letalidad fue sobrestimada. Esto tiene una importancia capital, dado que las medidas no farmacológicas adoptadas por una gran cantidad de países supuestamente se basaban en este dato «duro». Sin embargo, como veremos, se fundaban más bien en un clima de temor cuyo fundamento excedía a los datos, pruebas e indicios. Cuando un cúmulo imponente de investigaciones demostró que la letalidad del nuevo virus no era a fin de cuentas tan grande, siendo capaz de generar un problema sanitario considerable, pero en modo alguno tremendo, el clima de pánico global ya estaba instalado y el tipo de respuesta basada en intervenciones de alto impacto social, económico, educativo e incluso sanitario no se revirtió. Al contrario. Tampoco modificó sustancialmente el abordaje público de la pandemia la acumulación creciente de indicios sobre la muy escasa eficacia de las medidas de confinamiento para detener a largo plazo la expansión viral, allí donde el virus ya estuviera circulando por encima de cierto umbral.

 

La presente es una pandemia en la que confluyen cuatro factores principales: un microorganismo virulento; la escasez de inmunidad en la población; la carencia de una vacuna; y la facilidad de transmisión de persona a persona por secreciones respiratorias, básicamente de forma directa pero a veces también a través de aerosoles en el aire y por superficies contaminadas. Se trata de un virus no exento de peligros cuyo origen no es ajeno a nuestros hábitos de producción y consumo (como veremos más adelante). Nuestras formas de vida urbanas, metropolitanas y globales han facilitado la difusión acelerada por los mismos caminos que transita el capital.

 

Para comprender adecuadamente lo que hemos vivido y continuamos viviendo es imprescindible colocar la presente pandemia en su dimensión histórica. La pandemia del SARS-CoV-2 es una más dentro de una larga serie, como se verá en el capítulo I, redactado por Federico Mare. Lo que la distingue del resto no es la letalidad del nuevo virus, sino la reacción de las autoridades. No menos necesario resulta explorar la relación que tienen las pandemias con el modelo socioeconómico dominante, y en especial con la crisis ecológica y el agrocapitalismo. Dado que este libro no es un texto divulgativo de virología, en el capítulo II comentaremos someramente las características fundamentales del nuevo virus (SARS-CoV-2), y mostraremos que es errado concebirlo como una amenaza que «viene del exterior»: los saltos zoonóticos se han incrementado en los últimos años, y esto tiene que ver con el modelo de agroindustria impulsado en las últimas décadas por el capitalismo. En el capítulo III nos ocuparemos de la enfermedad que provoca (covid-19). Afortunadamente, el SARS-CoV-2 posee grandes similitudes con otros virus con los que hemos convivido desde hace mucho tiempo, y la enfermedad que produce no es propia y exclusiva de este virus, aunque sí presenta algunos rasgos propios, tanto en su patogenia como en su morbimortalidad (los síntomas, secuelas y los trastornos en el funcionamiento del organismo que provoca o facilita y eventualmente pueden llevar a la muerte). Trataremos con un poco más de detenimiento algunos aspectos polémicos de la trasmisión del virus: en concreto, el papel de las personas asintomáticas y de los aerosoles (la trasmisión por el «aire») en la difusión. También analizaremos la evolución de la pandemia en diferentes «olas» u «ondas» en las diferentes regiones planetarias (capítulo IV).

 

Con mucho mayor detenimiento abordaremos las medidas que han tomado las autoridades políticas con el respaldo de algunos expertos sanitarios, evaluando tanto su justificación científica previa como los resultados obtenidos a posteriori (capítulos V y VI). Se trata de medidas impuestas en casi todas partes de manera compulsiva, por medio de la represión y el autoritarismo, apoyándose en un control casi total de los medios de comunicación y una manipulación informativa sin precedentes en el campo de la sanidad. Veremos que existen serias dudas respecto a la eficacia de los confinamientos y los cierres para disminuir la transmisión viral a largo plazo, y lo mismo ocurre con la prescripción de mascarillas fuera de determinados lugares. Mostraremos con detalle y recurriendo a las mejores investigaciones disponibles, que las severas medidas adoptadas carecen de base científica: se han impuesto con un clima de intimidación y en medio de la promoción del miedo colectivo, produciendo la indefensión de la sociedad y causando enfrentamientos entre ciudadanos en casi todos los países. En el capítulo VII analizaremos el andamiaje discursivo sobre el que se ha sostenido un clima social de espanto y temor, y justificado todo tipo de medidas autoritarias y represivas.

 

El impacto de la pandemia ha sido muy desigual en las diferentes regiones geográficas. Un rasgo característico es que ha afectado en mayor medida a los países altamente «desarrollados»: los países más pobres de Asia y África casi no han experimentado mortalidad por covid-19, aunque casi todos ellos han sufrido (dada su situación, incluso en mayor medida) las consecuencias sociales, laborales y educativas de las medidas de confinamiento y aislamiento social. Estas medidas, además, han tenido una repercusión desigual según las clases sociales, y han tenido un impacto especial en determinados grupos, como las mujeres, los ancianos, los jóvenes y los niños (capítulo VIII). Un capítulo específico estará referido a distintas cuestiones que apelan a la falta de perspectiva de género en el abordaje de la pandemia y la ausente crítica feminista, algo sorprendente, cuando las medidas tienen un marco tan patriarcal (capítulo IX). La puesta en cuestión de los derechos humanos, el retorcimiento de las leyes para permitirlo y la materialización de auténticos estados de excepción permanente, merece otro capítulo (el X).

 

Un capítulo especial (el XI), escrito por Alexis Capobianco, está dedicado a las consecuencias de la pandemia en la educación: uno de los sectores más afectados y en el que se han abierto amplias puertas a las perspectivas educativas patrocinadas por el gran capital. En el capítulo XII Alberto Pardos reflexiona sobre la necesidad de un enfoque sanitario basado en la participación comunitaria, en contraste con el abordaje vertical y autoritario dominante. En el capítulo XIII se aborda la difícil explicación del porqué de una respuesta completamente exagerada en relación a la amenaza, sin justificación científica previa, sin resultados positivos y curiosamente sostenida a pesar de las crecientes pruebas de que el virus no es suprimido ni los confinamientos reducen a largo plazo la mortalidad por covid-19. Para explicar este extraño fenómeno social y político es necesario recurrir a un complejo cóctel de causas y razones difíciles de asir y calibrar. Ello ha facilitado el recurso a explicaciones simplistas, propiciando la proliferación de teorías conspirativas de todo tipo. Aquí intentaremos ofrecer un esbozo de explicación alejado de cualquier simplista teoría de la conspiración, atento a las condiciones de posibilidad de larga data que han operado y a los desencadenantes circunstanciales, pero atento también a los elementos actuantes en lo que hace a rentabilidad política y oportunidades para grandes corporaciones de la economía capitalista farmacológica y digital. Al final de la obra nos preguntaremos sobre las alternativas a la gestión autoritaria y neoliberal de esta pandemia (capítulo XIV). Conscientes de que es posible que asistamos en el futuro a situaciones similares a las que hemos vivido en este último año, plantearemos algunas claves acerca de cómo podría ser posible una gestión distinta, donde los ejes no sean los que han determinado la presente. En el epílogo ofreceremos un puñado de reflexiones sobre el futuro que ya ha llegado, desde una óptica política anticapitalista, internacionalista y feminista.

 

                                                       Índice

Prólogo       13

Introducción   21

I. Breve historia de las pandemias -Federico Mare     27

II. El SARS-CoV-2: de la selva a la jungla urbana  65

III. La covid-19 como enfermedad: entre catarros y muertes  85

IV. La pandemia: el virus en movimiento.    129

V. La reacción de los gobiernos: más virulenta que el virus   155

VI. ¿Ha salvado vidas el confinamiento?   187

VII. La pandemia discursiva: el miedo, la mentira y la «ortodoxia Covid» 205

VIII. Las víctimas entre las víctimas: desigualdad social y pandemia.  239

IX. ¿Qué ha sido de la perspectiva de género en la gestión de la covid-19?. 269

X. La gestión de la pandemia: derechos humanos, libertades políticas, autoritarismo y estado de excepción   289

XI. La educación: un terreno privilegiado en el reset del capitalismo -Alexis Capobianco   305

XII. Participación comunitaria y sociedad civil: una perspectiva desde la facilitación -Alberto Pardos Cañardo   335

XIII. ¿Es posible explicar tanta desmesura?.     353

XIV. Alternativas a la gestión autoritaria y neoliberal   379

EPÍLOGO. Una mirada política de la pandemia: ¿Dónde ha quedado la izquierda?   405

Lista de figuras   416

Agradecimientos  417

Notas   419 

 

https://www.udllibros.com/adjuntos/9788412188745.pdf

 

 

 

Prólogo       13

Introducción   21

I. Breve historia de las pandemias -Federico Mare     27

 

Pandemia e historiografía del espanto  29

Las enfermedades infecciosas: pasado y presente  30

Génesis de las enfermedades infecciosas de masas.        32

La peste antonina, primera pandemia de la historia    36

La plaga de Justiniano     39

 La peste negra      40

Pandemias modernas.     43

La pandemia de gripe «española»       .46

Las pandemias de la historia reciente    51

 Pandemia y emergencia sanitaria     53

 A modo de balance   60

 

II. El SARS-CoV-2: de la selva a la jungla urbana  65

 

Un nuevo virus: ¿casualidad o causalidad?     65

 Pandemia y modelo de producción y consumo: una relación oculta(da)  67

 ¿Qué es y de dónde viene el nuevo virus?     69

 ¿Cómo se trasmite el virus y quién lo hace?    73

Defensas e inmunidad     74

 ¿Un virus criminal en una familia de inocentes? La construcción de una leyenda    78

 Mutaciones y nuevas variantes    82

 

III. La covid-19 como enfermedad: entre catarros y muertes  85

 

¿Un virus excepcional o un alumno aventajado de su estirpe?    85

¿Qué pasa cuando nos infectamos por el SARS-CoV-2? Historia natural de la enfermedad covid-19             89

 ¿De qué mueren los que mueren de covid-19?    93

¿En qué medida es mortal la covid-19? Ni tigre ni gato doméstico   97

¿Pandemia o sindemia?   110

Secuelas y «covid crónica»   111

 Una mortalidad desigual entre países y regiones   115

El exceso de mortalidad, ¿qué nos dice y qué no nos dice?   122

 

IV. La pandemia: el virus en movimiento.    129

 

La epidemiologia de la covid-19. Casos e infectados. ¿Qué es un caso de covid-19?        129

Covid-19: jugando y engañando con las palabras    131

La trampa de las PCR: distorsionando la evolución de la pandemia  132

Una epidemia-pandemia de un virus respiratorio    135

Una enfermedad con una diseminación potencial extensa y rápida   136

La transmisión, el periodo asintomático y la diseminación del SARS-CoV-2   136

Una pandemia que no desarrolla su potencial de diseminación A vueltas con la inmunidad de rebaño   140

 La heterogeneidad de la población: un factor importante ignorado  144

La pandemia: una transmisión en ondas sucesivas   147

Ondas epidémicas de la covid-19: una curva epidémica habitual  148

Las ondas de la pandemia    149

 ¿Es ya el SARS-CoV-2 un virus endémico?     152

 

V. La reacción de los gobiernos: más virulenta que el virus   155

Covid-19: la estrategia cambia brusca e injustificadamente   156

Confinamientos, restricciones y bloqueos: bases de un balance   157

Los confinamientos perimetrales y cierre de fronteras: un absurdo al cuadrado      160

La democracia, la vida social y las bases de la economía en grave riesgo  161

Defensores del confinamiento: ¿razones o sinrazones?    162

El confinamiento y las restricciones indiscriminadas: el fracaso previsible se confirma    168

 ¿Dónde está el aplanamiento de las curvas?   169

La efectividad ilusoria del confinamiento y la paralización económica   171

¿Estaba ya la epidemia en fase descendente antes de los cierres y confinamientos?   173

El confinamiento en España     173

 Nuevos estudios con mayor control de variables    175

Razones de un fracaso  176

¿Medidas contraproducentes?     179

Confinamiento: muy efectivo para dañar   181

Los efectos de las medidas sobre la salud física y psicológica    183

 

VI. ¿Ha salvado vidas el confinamiento?   187

 

Estudios históricos      188

 Análisis comparativos     191

Suecia: la nota discordante      193

Resultados experimentales       197

Modelos matemáticos   199

¿Hemos cruzado el umbral? Realidad y percepción    202

 

VII. La pandemia discursiva: el miedo, la mentira y la «ortodoxia Covid» 205

 

Una gestión a espaldas a la ciencia     205

 ¿Sirven las mascarillas para prevenir la trasmisión del virus de la covid-19?      207

El bullying a los científicos disidentes        213

 Propaganda e información sesgada: miente que algo queda   215

Negativa al debate político y científico   216

Una política común casi sin excepciones.     216

Mantener la tensión para justificar el curso adoptado   217

El miedo a toda costa  218

Un discurso del terror sin medida ni tregua     221

Una campaña engañosa de enormes proporciones   223

Desdeñar las evidencias desconfirmantes y refutatorias   224

Seguridad fingida y negación de la incertidumbre   227

 No es hora de las críticas   228

 La «ortodoxia covid»: ¿Una nueva caza de brujas?     229

Una sugestiva analogía histórica    235

 

VIII. Las víctimas entre las víctimas: desigualdad social y pandemia.  239

 

Una pandemia global con enormes diferencias    239

Clase sociales y regiones geográficas      241

Clase trabajadora    246

Los niños y niñas más inocentes que nunca, y los jóvenes más víctimas de la irresponsabilidad que responsables    249

Las personas presas           260

Las residencias de ancianos: epicentro del terremoto pandémico    263

El confinamiento y las residencias de ancianos: un testimonio      265

Reflexiones finales     268

 

IX. ¿Qué ha sido de la perspectiva de género en la gestión de la covid-19?. 269

 

La tiranía de lo urgente    271

 La covid-19 y la muerte de mujeres: enfermedad y violencia de género 272

 El cautiverio. Los cuidados. Acumulación de trabajos sobre las mujeres, y no sólo      276

Los derechos reproductivos. Embarazo, parto, lactancia y puerperio en tiempos de pandemia     279

 La idealización de la familia en tiempos de la covid-19     .281

¿Son neutras las políticas de gestión de la covid-19?    283

X. La gestión de la pandemia: derechos humanos, libertades políticas, autoritarismo y estado de excepción   289

 

Bajo la bandera del autoritarismo. Un estado de excepción permanente     289

 La vulneración de principios básicos de salud como expresión del autoritarismo    297

La desproporción de las sanciones como expresión del autoritarismo    298

La otredad y la delación          .301

 

XI. La educación: un terreno privilegiado en el reset del capitalismo -Alexis Capobianco   305

 

La educación encierra un tesoro    305

 El encierro educativo    310

Fetichismo tecnológico educativo      .313

Las promesas pedagógicas               315

Los problemas sanitarios ignorados     322

La promesa igualitaria      326

 Casa tomada             329

¿La muerte del estudiantado?            331

Lo que vendrá: bimodalidad o utilización racional de herramientas informáticas                 332

 

 

XII. Participación comunitaria y sociedad civil: una perspectiva desde la facilitación -Alberto Pardos Cañardo   335

 

Participación ciudadana en la covid-19: la gran ausente  335

La participación. Un desafío individual y colectivo   337

Fenomenología de la participación social durante la pandemia   340

Humanizar los modelos sociales y de salud    343

Niveles de participación comunitaria en salud   345

 Experiencias de participación a la participación durante la pandemia  346

 La sociedad civil ante la pandemia   348

Ejemplos de participación comunitaria   349

Algunas propuestas de transformación a nivel individual y colectivo   351

 

XIII. ¿Es posible explicar tanta desmesura?.     353

 

Precondiciones     358

Desencadenantes       372

 Motores de la continuidad     374

 

XIV. Alternativas a la gestión autoritaria y neoliberal   379

 

Medidas sanitarias proporcionadas y selectivas   381

¿Qué hacer y qué no hacer?    382

La cuestión clave: la protección de los vulnerables   387

Sanar las heridas psicológicas y sociales    389

La participación comunitaria como instrumento esencial   394

La ciencia posnormal: una perspectiva alternativa    394

¡Y llegaron las vacunas!     396

 

EPÍLOGO. Una mirada política de la pandemia: ¿Dónde ha quedado la izquierda?   405

Lista de figuras   416

Agradecimientos  417

Notas   419 

 

https://www.udllibros.com/adjuntos/9788412188745.pdf

 

 

Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo

Por Pedro Pozas Terrados -19/09/2021

 

https://www.fronterad.com/covid-19-la-respuesta-autoritaria-y-la-estrategia-del-miedo/

 

Covid-19

https://www.fronterad.com/tag/covid-19/

 

https://www.dsalud.com/

 

La OMS está financiada por farmacéuticas y multimillonarios como Bill Gates (Microsoft)

 

 

Prólogo a la segunda edición. Lo que nos hace falta es el coraje

 

Tú ya sabes lo suficiente. Yo también lo sé. No es conocimiento lo que nos falta. Lo que nos hace falta es el coraje para darnos cuenta de lo que sabemos y sacar conclusiones.

Sven Lindqvist

Exterminad a todos los salvajes

Este libro comenzó a gestarse un año atrás. Poco después de que apareciera el artículo «Covid-19, autoritarismo e izquierda confinada» (El Salto, 27 de octubre de 2020), sus autores nos contactaron para tantear la posibilidad de ampliarlo y elaborar un libro. La lectura de su artículo supuso al fin un respiro (o, como habría dicho Orwell, subir a por aire). Demostraba que era posible construir un relato alternativo a la narrativa oficial sobre la pandemia: reuniendo y examinando los datos oficiales suministrados por los gobiernos, estudiando los aportes de científicos y médicos de prestigio ajenos a la «ortodoxia covid», y con una perspectiva política fundada en los mejores valores de la izquierda, lo que les permitía identificar y denunciar el autoritarismo sobre el que se ha erigido y se sigue sustentando el conjunto de restricciones. Los autores del artículo eran José R. Loayssa, médico de urgencias navarro, y Ariel Petruccelli, historiador y ensayista argentino; poco después se les sumó Paz Francés, jurista y doctora en Derecho Penal, también navarra, y en mayo se publicaba Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo.

 

Más de cuatrocientas páginas donde se buscaba abarcar todos los aspectos posibles de la pandemia decretada en marzo de 2020: una perspectiva histórica sobre las pandemias del pasado; un análisis minucioso de todo lo referente al virus y la enfermedad que provoca; un examen detallado de las medidas adoptadas por los gobiernos, de su pretendida eficacia y de su virulencia (con un capítulo específico para el confinamiento); varios capítulos dedicados a analizar a las «víctimas entre las víctimas», poniendo el foco en la desigualdad, la educación, la perspectiva de género, los derechos humanos o las libertades políticas; y, por fin, las páginas donde tratan de explicar los porqués de la desmesura en la respuesta a la pandemia, de la caza de brujas contra todo disenso de la «ortodoxia covid», y las posibles alternativas a una gestión fundada en el disciplinamiento de la sociedad y la difusión del miedo.

 

En sus escasos tres meses de vida, el libro ha sido objeto de tres tipos de acogida: silencio e indiferencia; censura; agradecimiento, consuelo y solidaridad.

 

El silencio y la indiferencia de quienes han preferido mirar hacia otro lado, sin querer mojarse ni pronunciarse en uno u otro sentido sobre la pandemia, no sólo en lo tocante a este libro en concreto, sino en general respecto a otras perspectivas críticas con la gestión de los gobiernos. Escritores, intelectuales y activistas siempre comprometidos con causas tradicionalmente consideradas como de «izquierda» y que ahora callan frente a los atropellos, abusos y ataques a las libertades civiles y los derechos políticos* . Proyectos editoriales encantados de publicar a autores «radicales» del pasado y del presente, pero que ahora no encuentran pertinente dar cabida en su catálogo a las pocas voces disidentes de la ortodoxia covid —o que, de hacerlo, lo hacen sin demasiado entusiasmo, sin mucho afán por difundirlo y publicitarlo—, temerosos de perder apoyos, prestigio, capital social. Periódicos y revistas que en otras ocasiones se han acercado a esta casa editorial para elogiar nuestras publicaciones sobre Pier Paolo Pasolini, Rachel Carson, George Orwell, Simon Leys, Neil Postman, Nicholas Carr o E. M. Forster, y que ahora se sumen en el mutismo.

 * Existen, desde luego, honrosas excepciones. Podemos citar unas cuantas: los médicos  Juan Gérvas y Juan Simó, el biólogo Jon Ander Extebarria, los responsables del blog Contra el encierro, los sociólogos Juan Irigoyen y Juanma Agulles, el filósofo italiano Giorgio Agamben, los escritos de Ander Berrojalbiz y Javier Rodríguez Hidalgo. En la prensa, Gara ha hecho gala de una valiente pluralidad ideológica, publicando artículos de opinión críticos muy alejados de su línea editorial.

 

La censura ha sido otra de las respuestas: dos artículos borrados horas después de su publicación y dos presentaciones del libro canceladas.

Mientras el libro estaba en imprenta, los autores acordaron con El Salto Diario la publicación de un artículo a modo de resumen de las tesis del libro: «Covid-19, año uno: balance de una pesadilla autoritaria y de una gestión fracasada». Horas después de aparecer en la sección de opinión del medio, el artículo fue liquidado; en un mensaje a los autores, se les explicó la censura arguyendo que: 1) el contenido del artículo no era compatible con la postura de El Salto; 2) se mezclaba análisis científico y opiniones políticas, siendo un formato incompatible con el del medio; 3) se podía herir la sensibilidad de miles de personas que han perdido a seres queridos; 4) el artículo contendría «afirmaciones falsas». En su réplica, los autores proponían que el medio añadiera una nota afirmando no compartir lo expuesto en el artículo; aducían que entre los autores también había habido pérdidas personales fruto de la pandemia; e instaban a El Salto a explicar cuáles serían esas «afirmaciones falsas» y por qué. Nunca hubo respuesta a este último punto, y el medio no reconsideró su decisión. Desde la editorial publicamos un comunicado* que jamás fue respondido, como tampoco dieron una explicación pública de lo sucedido.

 

Tres meses después, este mismo medio incurría en un acto de censura idéntico, eliminando un artículo, firmado por José R. Loayssa y Ariel Petruccelli, horas después de haber sido publicado en la sección vasca, Hordago. El artículo versaba sobre las vacunas, y su título era «Covid-19: una vacunación controvertida». (Al final de esta segunda edición se incluye el artículo en cuestión a modo de adenda). Fue publicado el 17 de agosto a las 11:00 de la mañana, siendo eliminado horas después. A los autores sólo se les explicó que el texto habría sido suprimido de la web no tanto por su contenido, sino debido al comunicado publicado en mayo referido a la primera censura; comunicado, como acabamos de señalar, que El Salto jamás ha respondido, matizado, refutado, ni privada ni públicamente.

 * «¿Libertad de prensa? Censura en El Salto Diario», 9 de mayo de 2021

[https://www.edicioneselsalmon.com/2021/05/09/libertad-de-prensa-censura-en-el-salto-diario/]

 

Ante nuestro estupor debido tanto a la censura como a la razón esgrimida para borrar este segundo artículo, el 18 de agosto dirigimos una carta a todo el equipo de El Salto, en la que les instábamos a: 1) ofrecer una explicación pública, a sus socios y lectores, de los hechos acaecidos tanto ahora como en mayo; 2) brindar en el medio un espacio donde las individualidades de El Salto disconformes con el doble acto de censura pudieran manifestar su punto de vista.

 

En su respuesta, la «redacción» de El Salto aducía que la decisión respecto a los contenidos del medio y las propuestas de artículos que se aprueban corresponde únicamente a El Salto; y que «no es de recibo que unas personas que emitieron un comunicado llamando al boicot al medio vuelvan a publicar en él».

 

Nuestro asombro fue si cabe todavía mayor. Quienes respondían en nombre de El Salto asumían: a) que quien critique algo hecho por El Salto no puede ni debe querer publicar nunca más en ese medio; b) que un acto de censura tan evidente como retirar un artículo ya diseñado y publicado no debe ser denunciado; c) que los autores del artículo y/o Ed. El Salmón habrían llamado a boicotear a El Salto, cosa manifiestamente falsa.

 

Cabe añadir que las dos censuras no han contado con unanimidad en el seno de El Salto: ambas se resolvieron con sendas votaciones, siendo la segunda de ellas muy ajustada, en favor de la no publicación. Nos consta asimismo el malestar de Hordago, al haber visto secuestrada su autonomía para publicar artículos en su sección. Y también es fácil percibir que muchos lectores y suscriptores acogieron con mucho interés los artículos publicados durante la pandemia por Loayssa y Petruccelli, en especial el texto aparecido en octubre de 2020 al que hacíamos referencia al comienzo del prólogo; no cabe duda de que muchas de las lectoras habituales de El Salto habrían agradecido leer un artículo distinto sobre la controversia en torno a las vacunas y los llamados «pases sanitarios».

 

La primera presentación frustrada del libro tuvo lugar en Barcelona. La Fira Literal de «libros e ideas radicales» suspendió —con menos de veinticuatro horas de antelación— la presentación del libro acordada dos meses antes. Ofrecimos nuestra versión de los hechos en un comunicado público* ; de lo acaecido cabe destacar que:

* https://www.edicioneselsalmon.com/2021/05/27/comunicado-ante-la-censura-en-lafira-literal-2021/

 

1) Literal suspendió el acto sin que nadie de la organización hubiera leído el libro: «alguien» les había facilitado unos fragmentos que contendrían «discursos ambiguos» sobre la pandemia.

 

2) Literal impidió la celebración de un coloquio informal en el recinto ferial entre uno de los autores del libro y dos decenas de personas; el autor y los editores decidimos que el encuentro tuviera finalmente lugar extramuros, con el fin de no avivar la tensión.

 

 3) Salvo un escueto tuit escrito en la noche previa al acto cancelado, Literal nunca ha explicado públicamente todo lo acontecido durante ese fin de semana.

 

4) Sin embargo, uno de los organizadores, Simón Vázquez, se despachó contra la editorial y los autores en varios tuits plagados de mentiras y calumnias.

 

5) Tras publicarse nuestro comunicado, Simón Vázquez eliminó dichos tuits (ignoramos si por voluntad propia), pero Literal continúa, a día de hoy, sin dar explicaciones públicas sobre la censura de la presentación del libro.

 

La siguiente cancelación tuvo lugar en junio. La librería Antígona, sita en Zaragoza, había acordado con la universidad la presentación del libro en el paraninfo universitario. Una semana antes, la universidad reculó aludiendo al contenido del libro. Al no disponer Antígona de aforo suficiente para celebrar el acto, éste fue acogido generosamente por la librería La Pantera Rossa, quien difundió una nota admirable al respecto* .

* «En la uniformización del pensamiento o en la militarización de las crisis es imposible progresar como humanidad. La discusión pública sobre la covid-19, en particular, sobre cómo afrontar sus dramáticas consecuencias, ha venido siendo silenciada en medio del pánico social; de este modo se impide encontrar en la pluralidad y riqueza de miradas y alternativas existentes la inteligencia colectiva necesaria para conseguir las mejores soluciones al conflicto que sufrimos. Deseamos en La Pantera Rossa que sirva la presentación de este libro para poner en valor la libertad de opinión, el debate social y la diversidad de respuestas honestas que hay por el bien común, más allá del acuerdo o desacuerdo que podamos tener con cada una de ellas».

 

El tercer tipo de respuesta a la edición del libro ha consistido en una mezcla de consuelo, agradecimiento y solidaridad. Son decenas las personas que, a través de cartas o en persona, han dado las gracias a la editorial y a los autores porque desde la izquierda se haya tenido el coraje de plantear un análisis sobre la pandemia distinto al de los gobiernos, las grandes empresas y medios de comunicación. En estos mensajes ha estado también omnipresente la solidaridad y apoyo ante las censuras padecidas.

 

Hace unos meses circuló masivamente un vídeo en inglés que mostraba una sucesión de frases encabezadas por «It’s just…», es sólo:

 

Es sólo una mascarilla.

Es sólo un metro y medio.

Es sólo durante tres semanas.

Es sólo para no saturar los hospitales.

Es sólo hasta que los casos bajen.

Es sólo para aplanar la curva.

Es sólo para los trabajadores no esenciales.

 Es sólo un bar.

Es sólo un restaurante.

Es sólo por unas semanas más.

Es sólo un gimnasio.

Es sólo el deporte.

Es sólo cantar y celebrar.

Es sólo viajar.

Es sólo un confinamiento de tres meses.

Es sólo hasta que tengamos una vacuna.

Es sólo una app.

Es sólo para rastrear contagios.

 Es sólo para que la gente sepa que es seguro estar a tu lado.

Es sólo para saber con quién has estado en contacto.

Es sólo por tu bien.

Es sólo para proteger a los demás.

Es sólo verificación de hechos, no censura.

Es sólo para proteger a los demás de la incitación al odio.

Es sólo obligatorio.

Es sólo la ley ahora vigente.

Es sólo ciencia.

Es sólo unos científicos en concreto, no todos.

Es sólo a causa de la segunda ola.

Es sólo para salvar a nuestros abuelos.

Es sólo otro confinamiento.

Es sólo durante cuatro semanas más.

Es sólo la navidad.

Es sólo la escuela, pueden estudiar desde casa.

Es sólo un año, pronto estaremos mejor.

Es sólo un test.

Es sólo una vacuna.

Es sólo hasta vacunar al 70% de la población.

 Es sólo para recabar información médica.

Es sólo un documento para guardar tu historial médico.

Es sólo para que puedas viajar.

Es sólo para tu pasaporte.

 Es sólo para la vacuna contra el coronavirus.

Es sólo para que puedas entrar en bares y tiendas.

Es sólo para que puedas ir a conciertos.

 Es sólo para que los niños puedan volver a la escuela.

Es sólo un puñado de efectos secundarios.

 

La última frase contenía un juego de palabras de imposible traducción en castellano: «It’s not just. It’s unjust. Start resisting now» (No es sólo. Es injusto. No esperes más para rebelarte).

 

El vídeo había tocado una fibra sensible: la percepción de que la pandemia no tiene fin, de que las restricciones —mascarillas, aforos, toques de queda, confinamientos, etc.—, pueden ir y venir según criterios harto arbitrarios, de que la vida que conocíamos antes de marzo de 2020 nunca va a volver, de que debemos habituarnos, lo queramos o no, a la «nueva normalidad», de que habrá que vacunarse eternamente, una dosis tras otra, para no ser marginados y expulsados de la sociedad.

 

El llamado «pasaporte o pase sanitario» fue establecido a nivel global en junio con el fin de poder cruzar las fronteras, y el siguiente paso ha sido instaurar en varios países —Francia, Italia, Grecia, Estonia…— su obligatoriedad con el fin de acceder a la vida social y cultural: consumir en bares y pubs (terrazas incluidas), asistir a festejos al aire libre, entrar en gimnasios, museos, centros comerciales, viajas en trenes y autobuses, etc. Habida cuenta de que los test PCR o de antígenos cuestan dinero, y que son muchas las personas que no han pasado la enfermedad de la covid-19, o bien no pueden demostrar haberla pasado, la medida supone de facto establecer la vacunación obligatoria; y, de hecho, en Francia o en Italia ya es así para varios colectivos de trabajadores. Pero además en el horizonte se dibuja la obligatoriedad de dosis continuas de «refuerzo» de la vacuna; en Israel, uno de los primeros países en vacunar ampliamente a su población y en establecer el pase sanitario, a partir del 1 de octubre «se considerará como no vacunado en lo tocante a las restricciones a quienes hayan recibido su segunda dosis de la vacuna hace seis meses o más* ».

 

Con todo, un aspecto notable de este año y medio de pandemia es el silencio generalizado en torno a aquellos países donde se ha optado por una gestión política y sanitaria diferente. Destaca el caso de Suecia, cuya estrategia, ajena a confinamientos, uso obligatorio de mascarillas, así como al resto de medidas coercitivas decretadas en la mayoría del globo, ha obtenido resultados iguales o mejores que los países con restricciones más duras. Tras ser vilipendiado de forma casi unánime por los medios, pareciera que Suecia ha desaparecido de la faz de la tierra: son ya varios meses sin información alguna que dé cuenta sobre cómo ha evolucionado allí la pandemia.

 

Algo similar sucede con aquellos países o regiones donde han eliminado todas o casi todas las restricciones: la mayor parte de Estados Unidos, Inglaterra o Dinamarca, entre otros, han optado por regresar a la vida previa a marzo de 2020. Sin embargo, los medios se han atrincherado tras un miserable muro de silencio, pasando prácticamente por alto estos hechos**.

 

El rol desempeñado durante la pandemia por la televisión, los periódicos y los mass media en general merecerá algún día un examen exhaustivo por su responsabilidad en la extensión de la irracionalidad y el pánico: tanto para informar y hacerse eco de las decisiones de los gobiernos, como a la hora de dar voz a un perfil de científicos y expertos, pero no a otros, así como para elaborar una miríada de noticias donde han podido hacer gala del sensacionalismo más abyecto***.

*  «Israel Expands Covid Booster Campaign to Vaccinated 12-year-olds and Up», Haaretz, * 29 de agosto de 2021.

 

 ** Como excepción, véase el ridículo artículo sobre el «enigma» del «experimento» en Inglaterra, donde para los «expertos» y la «comunidad científica» (así, sin excepción) era un  misterio que los casos hubieran descendido abruptamente «pese a» el fin de las restricciones: «El enigma del experimento británico: caen los contagios de covid tras eliminar todas las restricciones», El País, 30 de julio de 2021.

 

***  Un solo ejemplo. Durante el verano, la prensa se hacía eco de los «fallecidos por covid»  en Canarias durante una semana, destacando en los titulares la muerte de un niño pequeño. Al leer con atención la noticia, se comprobaba que el niño había muerto... ahogado en la playa. Un test positivo hecho con posterioridad servía para inflar, sin el menor asomo de vergüenza o ética periodística, las estadísticas de mortalidad («Muere por Covid un niño de 5 años en Canarias», EFE, 23 de julio de 2021) (aquí, aquí, aquí). En este año y medio de pandemia, no han sido pocas las ocasiones en que los telediarios se han afanado en informar de la muerte de niños por covid, aunque con posterioridad se demostrara que no había sido ésa la causa del deceso, y nunca se corrigiera la información.

 

Desde el mundo periodístico, así como desde la política y la intelectualidad, se ha difamado toda opinión mínimamente crítica con la gestión de la pandemia, atribuyendo a quien osara alzar la voz toda una pléyade de adjetivos descalificativos: conspiranoico, terraplanista, ultraderechista, antivacunas, covidiota y, por supuesto, negacionista. Se trata, como bien señalaba Giorgio Agamben, de vocablos infames. En parte por asimilar la crítica a la gestión pandémica con la negación del exterminio ejecutado por los nazis; en parte por ignorar que a lo largo de la historia, «individuos de grupos o partidos han actuado con determinación para conseguir sus objetivos, enfrentándose a circunstancias más o menos predecibles y adaptando su estrategia a ellas* ».Y constituye, ante todo, una manera de secuestrar la posibilidad de que se dé un debate político, médico, científico, jurídico y social, en libertad y con pluralidad, sobre las medidas adoptadas para combatir la pandemia, así como sobre sus efectos en la vida privada, política y social.

 

Agamben tiene razón: COVID 19 y estado de excepción permanente.

Aquí en PDF

 

En este sentido, la dimisión de la izquierda constituye uno de los hechos más lamentables y preocupantes de la pandemia. Dimisión y renuncia a dialogar continuamente con los acontecimientos, a favorecer y construir un discurso crítico propio desde el que comprender las consecuencias políticas de esta «arquitectura de la opresión» (en palabras de Edward Snowden) que gobiernos y grandes corporaciones vienen erigiendo en el último año y medio. Atrapada en una trampa dialéctica —Ayuso, Bolsonaro y Trump son malos, neoliberales, y sólo piensan en la economía; nosotros, los progresistas, anteponemos la salud—, la izquierda está inmolándose en medio de la deflagración epidemiológica, como lo definiera con tanto tino Juan Irigoyen**.

* Continúa Agamben: «Evidentemente, como en todo acontecimiento humano, el azar  juega un papel, pero explicar la historia de la humanidad mediante el azar no tiene sentido y ningún historiador serio lo ha hecho. No hace falta hablar de “conspiración” para ello, pero no cabe duda de que quienes definen como conspiranoicos a los historiadores que han intentado reconstruir con detalle estas tramas y su desarrollo estarían demostrando ignorancia, cuando no idiotez. […] Como siempre en la historia, también en este caso [en la pandemia de la covid-19] hay individuos y organizaciones que persiguen sus objetivos lícitos o ilícitos e intentan conseguirlos por todos los medios posibles, y es importante que quienes quieran entender lo que está pasando los conozcan y los tengan en cuenta. Hablar, por tanto, de una conspiración no añade nada a la realidad de los hechos. Pero llamar conspiranoicos a quienes buscan conocer los acontecimientos históricos como lo que son, es simplemente infame». «Due vocaboli infami», en Una Voce, columna personal del autor en la web de la editorial Quodlibet, 10 de julio de 2020.

 

** «Ayuso y la deflagración epidemiológica de la izquierda», Política & Letras, 8 de junio de 2021.

 

Tú ya sabes lo suficiente. Yo también lo sé. No es conocimiento lo que nos falta. Lo que nos hace falta es el coraje para darnos cuenta de lo que sabemos y sacar conclusiones. Ese coraje intelectual ha sido el gran ausente desde marzo de 2020, salvo unas pocas excepciones: el libro de Paz Francés, José R. Loayssa y Ariel Petruccelli constituye una de ellas, y en esta casa editorial estamos muy contentos por haber acogido su trabajo, y por que su labor se haya visto reconocida, agotándose muy pronto la primera edición, y propiciando esta segunda.

Ediciones El Salmón

 1 de septiembre de 2021

 

https://usercontent.one/wp/www.edicioneselsalmon.com/wp-content/uploads/2021/09/Lo-que-nos-hace-falta_pr%C3%B3logo-reedici%C3%B3n-covid19.pdf

 

Lo que nos hace falta es el coraje

 

http://barcelona.indymedia.org/newswire/display/533709

 

http://infoposta.com.ar/notas/12007/lo-que-nos-hace-falta-es-el-coraje/

 

https://ecotropia.noblogs.org/files/2021/11/Lo-que-nos-hace-falta-es-el-coraje.pdf

 

 

Segunda edición. Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo

 

Descarga aquí el prólogo a la segunda edición: Lo que nos hace falta es el coraje

 

Descarga aquí el epílogo a la segunda edición: el artículo censurado por El Salto Vacunas y covid-19. Una nueva controversia negada.

 

https://www.edicioneselsalmon.com/2021/09/16/2a-edicion-covid-19-la-respuesta-autoritaria-y-la-estrategia-del-miedo/

 

Adenda a la segunda edición

Vacunas y covid-19: una nueva controversia negada

 

Si los datos actuales de la pandemia sirven para extraer una conclusión, esta es que no hay razones para ser demasiado optimistas respecto a la efectividad y seguridad de las vacunas contra la covid-19 que se administran en Europa. Para ello solamente bastaría preguntarse por qué este verano en el Estado español la situación de infectados, casos, hospitalizados y muertos es mayor (sin ser dramática) que en el mismo periodo del 2020, cuando en estos momentos el porcentaje de la población vacunada es casi del 70% y hace un año era 0%. Se puede aducir que el hecho se explica por la aparición de nuevas variantes, pero entonces habría que demostrar, contra la lógica de la biología evolucionista, que el predominio de las nuevas variantes no tiene relación con la selección natural que pueden propiciar las medidas contra la covid-19 y, especialmente, las vacunas. Nosotros creemos que no hay razones para desechar esa hipótesis relacional. Más bien es necesario considerarla una sospecha fundada, como opinan personas de tanta solvencia en la materia como uno de los creadores de la técnica del RNA mensajero, el Dr. Richard Malone.

 

Pero hay otras razones para dudar de que las vacunas sean «la solución a la pandemia» y que no avalan la estrategia vacunal indiscriminada adoptada. La primera es que las vacunas actuales no son inocuas, más bien al contrario. De hecho, todos los sistemas de vigilancia detectan posibles efectos secundarios, entre los que se encuentran muertes, con una frecuencia mucho más elevada que con ninguna vacuna previamente comercializada. Asimismo, vemos una efectividad que dista mucho de ser la que proclamaban los gobiernos. La reclamación de una tercera dosis como solución a una respuesta inmunitaria en declive es poco menos que temeraria e irresponsable: una peligrosa huida hacia adelante. En definitiva, las vacunas que se están administrando son menos seguras y menos eficaces de lo que se decía. Los gobiernos, a pesar de todo, siguen insistiendo en que presentan un balance costo/beneficio favorable. Hay voces autorizadas que lo dudan, especialmente en la población de bajo riesgo. Sería imprescindible un debate abierto y plural sobre esta cuestión, pero no parece que haya ninguna intención de promoverlo, como atestiguan las acusaciones de «antivacunas» a aquellos que se limitan a expresar dudas sobre «estas» vacunas.

 

Los efectos secundarios, más allá de su frecuencia, son intrínsecamente preocupantes: podrían ser la punta de un iceberg que indiquen lesiones subclínicas latentes que puedan tener consecuencias graves en el futuro. Los efectos involucran mecanismos inflamatorios neurológicos y cardiovasculares, así como reacciones autoinmunes. Son efectos que pueden asociarse a características concretas de las vacunas y del proceso de ingeniería genética que se empleó en su fabricación, como veremos a continuación. Consideramos que la vacunación es recomendable en la población con alto riesgo de cuadros graves, pero no en poblaciones con menor riesgo, dado el balance costo-beneficio: las vacunas no son inocuas, y la idea de que es posible erradicar el virus con las vacunas actuales no está justificada. Es probable que en un periodo no muy lejano contemos con vacunas más seguras y efectivas. En todo caso, no estamos ante una campaña de vacunación basada en una decisión libre e informada. Se está utilizando la intimidación contra la más elemental ética sanitaria

 

A pesar de que sigue adelante la campaña de vacunación masiva, puede apreciarse un descenso del entusiasmo que mostraban nuestros gobernantes y su corte de expertos, cuando hablaban del avance imparable del número de vacunados y, por lo tanto, de la proximidad de la inmunidad de rebaño. En España se cifraba en el 70% de la población vacunada. En torno a dicha inmunidad de rebaño ha existido un malentendido: se ha dado a entender que es un umbral de todo o nada cuando, en realidad, la inmunidad es gradual y es muy improbable que sea completa. Si se equipara inmunidad colectiva a la erradicación del virus, probablemente sea inalcanzable. Y las promesas de su pronta consecución sólo pueden entenderse en boca de personajes habituados a realizar promesas electorales que no necesariamente deben cumplir. La expectativa de que la vacuna iba a ser la «solución» a la pandemia es temeraria e imprudente.

 

Las restricciones se imponen de nuevo a consecuencia del esperable rebrote veraniego. Un rebrote que cada día que pasa incluye a más personas con la vacunación completa: ya está claro que no sólo se contagian sino que pueden ser contagiadoras. A pesar de ello, se arbitran «privilegios» para los vacunados como fórmula para «animar» a los renuentes. Las perspectivas de reflotar la economía se enturbian, sobre todo para los países en los que el turismo es un sector económico clave. Por lo tanto, es necesario un debate que permita entender por qué con porcentajes considerables de la población vacunada (en España, a lo largo del verano, ha ido desde el 50% al casi 70% mientras cerramos esta adenda) la situación de este verano no es mejor que la del año anterior. Culpabilizar de nuevo a los jóvenes del incipiente fracaso es intolerable: después de todo, durante el verano pasado la vida social fue más amplia e intensa que ahora, sin grandes consecuencias en términos de hospitalizaciones y mortalidad.

 

La aparición de casos, hospitalizaciones e, incluso, de muertes entre las personas vacunadas es preocupante, entre otras razones por el escaso tiempo transcurrido desde la vacunación. Se trata, por lo tanto, de un problema que tiene muchas posibilidades de agravarse. Con ello no queremos decir que las vacunas que se están aplicando no tengan ningún grado de protección. Pero la duración y el alcance de ésta pueden ser mucho menores de lo que se daba a entender cuando se inició la vacunación. De hecho, se difundieron previsiones optimistas en términos de efectividad y seguridad, hechas sólo con estudios limitados y a corto plazo, que ahora no se confirman. En consecuencia, algunas farmacéuticas proponen administrar una tercera dosis. Es una propuesta que llama la atención, dado que la menguante efectividad de las vacunas podría deberse, entre otras razones, a que son menos útiles contra las variantes.

 

Ante este preocupante panorama es necesario repasar los preparados y la estrategia vacunal adoptada, y evaluar si lo que está sucediendo era realmente tan impredecible. Las vacunas recibieron la autorización (condicional) bajo tres premisas: que estábamos ante una emergencia sanitaria catastrófica; que presentaban una altísima efectividad; y que los estudios proporcionaban una estimación de la seguridad aceptable.

 

                                      Índice del contenido

¿Una efectividad deslumbrante pero engañosa?

La eficacia prometida y la realidad

Unas vacunas controvertidas desde el minuto uno

Efectos secundarios, ¿subregistro o sobrevaloración?

Las vacunas covid: algunas propiedades que demandan precaución

Modificaciones y novedades peligrosas

Variantes y ausencia de capacidad esterilizante

La cuestión decisiva: ¿qué vacuna para quién?

Una campaña deshonesta y autoritaria: ¿ciencia o ideología?

 

¿Una efectividad deslumbrante pero engañosa?

Como hemos dicho, la segunda premisa es que las vacunas muestran una alta eficacia. Entre las revista médicas, solamente el bmj se permitió incluir artículos que ponían en cuestión los análisis oficiales de los datos proporcionados por las empresas farmacéuticas que han desarrollado y comercializado las vacunas. Uno de sus editores, Peter Doshi, ha publicado dos análisis, uno de ellos como contenido revisado por pares, en los que expuso las razones que lo llevaban a cuestionar las cifras de eficacia que permitieron la autorización. También manifestó sus reservas con el diseño de los ensayos clínicos en los que se basó la autorización350.

 

Pero hay otra cuestión sobre la eficacia de las vacunas: se utiliza exclusivamente la variación del riesgo relativo, obviando la reducción del riesgo absoluto o el Número Necesario a Tratar (NNT). Como ha señalado Juan Gérvas, lo único que los ensayos clínicos utilizados para su autorización demostraban es que por cada 10.000 vacunados se evitarían 124 casos de Covid (la mayoría son leves), y no ofrecerían ningún beneficio a las otras 9.876 personas que, además, se verían expuestas a los posibles efectos secundarios de la vacuna351. En esos ensayos se demostraba una reducción del riesgo absoluto del 1,1%, en el caso de Moderna y del 0,7% en el caso de Pfizer352. La disminución del riesgo absoluto —es decir, la probabilidad de presentar un covid-19 con síntomas (una vez más, no necesariamente grave)— en otro análisis publicado por The Lancet se establecía en 1,3% para AstraZeneca–Oxford, 1,2% para Moderna–NIH, 1,2% para Janssen & Janssen, 0,93% para Sputnik, y 0,84% para Pfizer–BioNTech353. Un ejemplo podría ayudar a entender la diferencia entre el riesgo relativo y el riesgo absoluto. Si tomamos el ensayo de la vacuna Pfizer, entre los aproximadamente 18.000 vacunados se produjeron 8 casos, mientras que, entre los 18.000 que no lo estaban, se infectaron 162 personas. Es decir, el riesgo de infectarse de covid-19 era del 0,0088 sin vacunación y del 0,0004 con vacunación. Karina Acevedo ha puesto un ejemplo muy gráfico354 de la diferencia entre ambas magnitudes. Si una medicina provoca que el riesgo de sufrir un infarto pase del 2% al 1%, la reducción del riesgo relativo es del 100% pero la del riesgo absoluto es sólo del 1%. Deberían darse ambos datos al ofrecer la vacuna, porque si la medicina aumentara el riesgo de morir por otra causa en un 2%, sería una decisión con un 100% de error.

 

Al presentar solamente la reducción del riesgo relativo nuestros gobernantes y «sus expertos» están recurriendo a la propaganda y no a la información.

 

La eficacia prometida y la realidad

 

No sólo los datos de los ensayos sirven para cuestionar la eficacia de la vacunas. También lo hace la evolución de las curvas epidémicas: hasta el momento, en casi ningún sitio se observa una caída clara asociada a las vacunas. Esta afirmación puede resultar sorprendente porque, después de todo, se repite día y noche que las vacunas son tremendamente efectivas y se elogia a los países que habrían mejorado su situación gracias a una vacunación masiva y temprana. Un caso paradigmático es Israel, promocionado como modelo de las bondades de la vacunación. Y, efectivamente, las curvas de casos y de decesos se desplomaron tras la inoculación masiva. Si sólo observáramos a Israel, sería razonable concluir que esa significativa caída es consecuencia del efecto vacunal. Pero esta conclusión optimista se desmorona como un castillo de naipes cuando comparamos sus curvas epidémicas con las de la vecina Palestina: son prácticamente idénticas, aunque la diferencia en la tasa de vacunación sea de 10 a 1. Lo mismo sucede si comparamos Uruguay con Paraguay. Ambos países habían evitado que el virus superara el umbral epidémico durante todo 2020, pero los casos se dispararon desde febrero de 2021. Uruguay ha vacunado seis veces más que Paraguay, pero la tasa de decesos por millón ha sido idéntica (Paraguay, al parecer, ha tenido la mitad de casos, pero como el dato depende del nivel de testeo, es incierto). Ejemplos semejantes se podrían ofrecer en cantidad, y de todos los continentes. Quien quiera puede cotejar la información en la página Our World in Data.

 

Hasta el momento —acaso con la única excepción de algunos países europeos durante la llamada «primera ola»— el ascenso y descenso de las curvas epidémicas ha seguido en gran medida una evolución estacional. Y eso es lo que cabría esperar, por insoportable que les resulte a quienes creen que pueden tener a la naturaleza y a los virus bajo control. Si comparamos las mismas semanas de 2020 y de 2021, no se observa de manera clara y uniforme que la situación haya mejorado en 2021, exceptuando —en Europa— los meses de marzo/abril. En Sudamérica se observa una pauta semejante.

 

Unas vacunas controvertidas desde el minuto uno

 

Aunque se ha repetido machaconamente, la afirmación categórica de que las vacunas son eficaces y seguras no está justificada. La preparación apresurada —que entre otros protocolos habituales soslayados, no contempló una experimentación animal suficiente— hace que los efectos de las vacunas presenten muchas incógnitas. Muchas más, de hecho, que cualesquiera otras vacunas anteriores. Los ensayos que permitieron una autorización condicional por emergencia tenían muchas limitaciones, algunas ya señaladas más arriba, como la exclusión de sectores de la población (embarazadas, personas que habían pasado la covid-19, individuos con patologías significativas, etcétera). Incluso la población anciana, que es la que tiene una mayor necesidad de protección, estaba infrarrepresentada en la mayoría de los estudios355. A pesar de ello, las autoridades dieron seguridades casi absolutas y «animaron» a toda la población a ponerse en la cola de la inoculación. Esto contrastaba con que ya desde las primeras semanas se informaba a los vacunados que los efectos secundarios (leves, eso sí) eran esperables y que incluso era recomendable una medicación preventiva. A todos los que señalaban las incertidumbres que se planteaban se les atacó como antivacunas o negacionistas, sin abrir ningún espacio para debatir una cuestión tan seria. Se continuó con la lógica de la prepotencia en la acción, y con la negativa al debate iniciada con los confinamientos.

En esta ocasión, el negacionismo estuvo a cargo de los gobiernos y de los expertos oficiales. Primero afirmaron que las vacunas no tenían efectos secundarios considerables; cuando estos aparecieron dijeron que no estaban relacionados con la vacuna; cuando a cada día que pasaba era más claro que sí que lo estaban, dijeron que eran pocos y que el costo-beneficio era favorable. Pero se trata de costosbeneficios que no se basan en estudios sólidos. Los defensores de las vacunas se han preocupado más por censurar estudios costo-beneficio —discutibles, es verdad, como todo en ciencia— que por ofrecer análisis alternativos356. Las limitaciones que los ensayos ofrecen hasta el momento hacen necesarias las comprobaciones durante su distribución y utilización. Ello requeriría un registro de los efectos secundarios de calidad y un análisis con datos de un periodo amplio. Tenemos dudas de que se esté actuando de forma transparente porque se busca el éxito a cualquier precio.

 

Efectos secundarios, ¿subregistro o sobrevaloración?

 

Nadie que trabaje en la práctica clínica puede negar que estas vacunas presentan efectos secundarios inmediatos con una frecuencia incomparablemente superior a cualquier vacuna previa. Los presenta además en sectores de población en los que la covid-19 es asintomática o benigna en una enorme proporción. Nuestra impresión es que estos eventos son mucho más frecuentes de lo que queda registrado. Hemos visto decenas de historias con efectos secundarios que no han sido declarados por el profesional que los atendió. El hecho de que se trate de un medicamento nuevo obliga a considerar que todo síntoma o signo que se produce después de su inoculación es consecuencia de la vacuna hasta que se demuestre lo contrario. Así se ha actuado hasta ahora en el caso de nuevos productos farmacéuticos. Sin embargo, muchos profesionales parecen pensar que para declarar una sospecha de efecto secundario, éste debe estar asociado a la vacuna más allá de toda duda. La diferencia de eventos registrados en diversos países también apunta a que hay una cultura profesional variada respecto a la vigilancia de las reacciones adversas de los medicamentos. En todo caso, y por lo que conocemos, es muy probable que muchos efectos secundarios no queden registrados (incluso se habla que normalmente solamente un 5% lo son) ya sea porque el paciente no consulta, o porque el médico no tiene a bien considerar una posible relación con el medicamento o vacuna. Este hecho se explica porque no es fácil establecer la relación. Si un anciano frágil y vulnerable es vacunado y muere en los días siguientes, no se puede afirmar que sea a causa de la vacuna, pero tampoco excluirlo. Las autopsias serían imprescindibles pero se llevan a cabo con cuentagotas. En cualquier caso, podemos afirmar con seguridad que la vacunación puede desencadenar la muerte en algunas personas357.

 

En segundo lugar están los efectos secundarios diferidos, que aparecen a los días, semanas o meses de la administración del medicamento, y que precisamente son aquellos sobre los que los ensayos clínicos iniciales de las vacunas ofrecían menos información. En este caso, sin embargo, hemos tenido prontas evidencias de la relación entre (todas) las vacunas con material genético actual y los efectos secundarios no esperados, y ha sido gracias a que una de ellas dio lugar a fenómenos trombóticos muy inusuales (trombosis de los senos venosos craneales) y otra a un cuadro tan poco frecuente como la miocarditis en jóvenes. Indicios insoslayables. Pero, ¿qué hubiera pasado si las vacunas solamente hubieran incrementado el riesgo de los cuadros vasculares más habituales? Hubiera sido mucho más difícil detectar estas reacciones adversas tan graves.

En general, los efectos secundarios deben no sólo cuantificarse sino que hay que encontrar una explicación fisiopatogénica: cómo y por qué se producen. Los efectos secundarios que aparecen tras la comercialización de un nuevo fármaco pueden ser la «punta del iceberg», es decir, la señal de alarma de muchos daños que no se manifiestan en síntomas y signos con carácter inmediato, sino que son lesiones que quedan latentes. No puede descartarse que detrás de los miles de trombos que se han visto existan lesiones más extendidas en vasos sobre las que el trombo pueda estar comenzando a establecerse y que solamente después de un largo periodo ocasionen, por ejemplo, la oclusión de una arteria o un fenómeno embólico. Por ello, merece la pena detenerse en las posibles causas de los efectos secundarios que vemos, aunque no pretendemos ser exhaustivos en un tema tan complejo.

Las vacunas covid: algunas propiedades que demandan precaución

 

Ante la pandemia de un virus desconocido (del que cada vez sabemos más) y que está en permanente evolución, se está empleando una tecnología vacunal también desconocida. A primera vista, aplicar un remedio poco conocido a una enfermedad con preguntas todavía sin responder no parece demasiado prudente.

La covid-19 ha servido para poner en marcha un nuevo proceso de investigación, producción, testeo y distribución de vacunas. La urgencia creada llevó a Donald Trump a aprobar la Operation Warp Speed (OWS) —término de la «guerra de las galaxias» que significa velocidad mayor que la de la luz— en marzo del 2020. Para ello implicó al Ministerio de Defensa en la operación de comercializar cuanto antes una vacuna contra la covid-19. Se pusieron en marcha lazos de colaboración para desarrollar «vacunas sin precedentes» que lo permitieran, en concreto las basadas en la tecnología del ARN mensajero (ARN-m). Pero cualquier tecnología sin precedentes carece de una historia que permita evaluar de forma completa riesgos, seguridad y eficacia a largo plazo. Se intercambian estimaciones del costo-beneficio por estimaciones que en gran medida tienen en el numerador esperanzas-ilusiones, acortando temerariamente el proceso de desarrollo y testeo de las nuevas vacunas.

Antes de la covid-19 se había estimado que las nuevas vacunas de ARN-m precisarían de al menos 12 años para estar disponibles y sólo con un 5% de probabilidades de éxito. De hecho, creemos que las compañías del «Big Pharma» se han lanzado a desarrollar este tipo de vacunas, no tanto por los beneficios económicos inmediatos, sino por la posibilidad sin precedentes de probar masivamente una nueva tecnología con un riesgo muy disminuido a la hora de asumir responsabilidades por circunstancias adversas.

Incluso se ha hablado de ruleta rusa, y se ha insistido en que su utilización debería limitarse a aquellos con un riesgo alto de consecuencias graves por el SARS-CoV-2. Sorprendentemente, se ha excluido una estrategia vacunal centrada en este grupo, optándose por una estrategia universal, como si todas las personas corrieran el mismo grado de riesgo cuando los estudios al respecto son abundantes y  concluyentes358:  el riesgo de la covid-19 para menores de 30-50 años es similar e incluso inferior (si se trata de niños y adolescentes) al de la gripe estacional. Se ha implementado esta decisión política con un alto grado de incertidumbre, con riesgos elevados, y sin un debate abierto.

Se trata de una tecnología nueva, y tenemos razones para estar preocupados. La primera es que en realidad no sabemos cuál es la dosis del inmunógeno que estamos dando. Como se ha divulgado, son vacunas cuyo producto inoculado no genera los anticuerpos (inmunidad sería más correcto), sino que emite una orden genética para que nuestras células produzcan la proteína S1, la destinada a estimular la respuesta inmunitaria. Pero no en todas las personas la orden genética va a producir la misma cantidad de proteína S1, ya sea por la persistencia del preparado vacunal, ya sea por la capacidad de respuesta de las células del receptor. Quizás eso explique los mayores efectos secundarios inmediatos en los más jóvenes (sus células también lo son). ¿Se está produciendo en muchos casos un «exceso» de dosis? Es una hipótesis plausible, ya que el diseño de la vacuna tenía como objetivo central producir gran cantidad de la proteína Spike.

Pero hay más cuestiones preocupantes. Es difícil creer que la proteína S1 producida no circule por el torrente sanguíneo (los fenómenos trombocitos y la miocarditis postvacunal prácticamente lo aseguran) y se difunda por los tejidos del receptor. También hay dudas sobre qué células reciben y ejecutan la orden genética contenida en la vacuna. ¿Resulta seguro que una célula del SNC produzca una proteína con indicios de propiedades neuroinflamatorias en animales359? Pero es que la propia proteína S1 está implicada en los mecanismos por los que el SARS-CoV-2 produce daño tisular (en los tejidos). Se ha demostrado que la proteína S1 causa daño endotelial360. ¿No es peligroso someter a un organismo a una cantidad considerable de esa proteína, en un corto espacio de tiempo? El relativo contrasentido que implica utilizar una proteína tan tóxica como la S1 como único inmunógeno ha sido puesto de relieve incluso por uno de los desarrolladores de la tecnología ARN-m, que inmediatamente ha sido expulsado al infierno de los negacionistas361.

Por otra parte, hay dudas sobre la recombinación del material genético de la vacuna con otros virus e, incluso, con el genoma humano, hecho de consecuencias impredecibles. Es improbable pero no puede descartarse, a pesar de que inicialmente se ridiculizó a quienes lo sugirieron362.

Asimismo, algunos de los efectos detectados indican que la vacuna podría contribuir a desencadenar reacciones de autoinmunidad (anticuerpos monoclonales contra la proteína Spike mostraron reactividad cruzada con proteínas de nuestro organismo363). No puede descartarse tampoco que, en un futuro, las vacunas basadas en material genético sean capaces de precipitar la denominada enfermedad aumentada por anticuerpos (ADE), que puede manifestarse como trastornos autoinmunes o inflamatorios crónicos364.

 

Modificaciones y novedades peligrosas

 

Un artículo publicado en mayo hacía un repaso de las características de las vacunas genéticas frente a la covid-19 centrándose en aquellos preparados basados en la tecnología ARN-m  y su relación con los efectos secundarios que se están viendo365. Planteaba la hipótesis de que las reacciones alérgicas detectadas que incluyen casos de anafilaxia, que ocasionaron varias muertes, estén relacionadas con compuestos de las actuales vacunas vectorizadas en adenovirus o de ARN-m como el PEG (polyethyleno glycol), que es un alérgeno reconocido inyectado por primera vez en humanos. Las reacciones alérgicas severas se producen con otras vacunas, pero la covid-19 las provoca con una frecuencia mucho mayor366. Un estudio publicado en sanitarios vacunados reportó que un 2,1% de estos sufrió reacciones alérgicas agudas367, que es un cifra mucho mayor que la reconocida por el CDC (Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades) estadounidense.

Otras modificaciones realizadas tenían como objetivo evitar que el ARN-m, que tiene en sí mismo capacidad de generar respuesta inmunitaria, fuera desactivado y degradado rápidamente. Una de las soluciones elegidas fue envolverlo con una cubierta lipídica que simulara los exosomas naturales. Pero esos lípidos ionizables pueden inducir una potente respuesta inflamatoria en ratones368 y estimular la secreción de citoquinas como TNF-α, interleukina-6 e interleukina-β desde las células expuestas369. Estos lípidos pueden encontrarse entre las causas de muchos de los síntomas inmediatos que experimentan los vacunados: dolor, inflamación local, fiebre e insomnio.

ambién se realizaron modificaciones genéticas en la secuencia original del virus destinadas a hacerlo más similar al ARN-m humano. Esto no sólo retrasaría su inactivación, sino que podría hacerlo más eficiente en su tarea de ser traducido a la proteína antigénica. El ARN-m de la vacuna presenta características, en su contenido relativo, diferentes de la mayoría de los parásitos intracelulares —incluyendo los virus— y se parece en mayor medida al de nuestras células370. Todo ello parece destinado a producir mayores cantidades de la proteína S1, y a que ésta tenga más similitudes con proteínas humanas (ya hemos mencionado sus consecuencias no deseadas). A estos peligros de la tecnología y de la composición de las vacunas génicas se podrían añadir otros como el surgimiento de priones, pero no pretendemos ser exhaustivos


Variantes y ausencia de capacidad esterilizante

 

Otra característica de las vacunas que debería preocupar es que la inmunidad generada está focalizada en una única proteína de las 28 que contiene el virus. Ello hace más probables las mutaciones que sorteen la inmunidad. Si los anticuerpos vacunales reaccionaran ante varias proteínas del virus, nuestro sistema inmune tendría más fácil reconocerlo.

De hecho, se ha señalado que la capacidad inmunógena de una formulación que contenga instrucciones de síntesis de tres proteínas es mayor en el propio estudio que describe el diseño de la vacuna de Pfizer o Moderna. Esas tres proteínas —S, H y E— son los requisitos mínimos para el ensamblaje de partículas que mimetizan el virus371.

Las variantes son y van a ser un problema central. Este virus ha mostrado una notable disposición a mutar (lo cual era previsible).

Ello debería condicionar la estrategia vacunal. Ante un virus como este, que está experimentado una difusión comunitaria no desdeñable, la vacunación indiscriminada va a constituir una presión evolutiva considerable hacia variantes más transmisibles. Si a esto se le añade que las vacunas no son esterilizantes —es decir, que previenen más la enfermedad que la infección—, la réplica del virus en los vacunados —de personas con anticuerpos— va a ayudar al virus a adaptarse, con toda probabilidad, y se producirá una selección de las variantes con menos susceptibilidad a ser neutralizadas. Esto puede estar sucediendo ya, y ser la causa del panorama que se está viviendo en parte de Europa en estos momentos. Es verdad que, hasta la fecha, el descenso de la capacidad neutralizante de los anticuerpos vacunales frente a nuevas variantes es modesto según algunos estudios372. Pero, por otro lado, encontramos noticias que parecen sugerir que puede ser mayor en personas con inmunidad débil, como son muchas de las más vulnerables a la covid-19. Todo ello en un periodo inmediatamente posterior a la vacunación: las variantes resistentes a la vacuna empiezan ya a aparecer —como la Delta— y podrían explicar el contagio de gran cantidad de personas con vacunación completa en países como Israel373.

 

La cuestión decisiva: ¿qué vacuna para quién?

 

Contrariamente a lo que se intenta presentar, en una nueva maniobra de «embarrar la cancha», la discusión no es si vacunas sí o no en general —ni siquiera en la Covid-19—. El debate científico es qué tipo de vacunas emplear, y respecto a las actuales, dado que son experimentales, tal y como indica su autorización condicional por emergencia, si deben restringirse a los perfiles de alto riesgo. Pero los gobiernos insisten en la vacunación general. Quieren vacunar, con preparados que presentan notables efectos secundarios, a población a la que el virus no causa daños significativos. También proponen la vacunación de quienes ya han pasado la enfermedad. No consideramos que ninguna de estas medidas tenga base científica.

Vacunar a niños, niñas y jóvenes carece de justificación epidemiológica, por su perfil bajo de morbilidad y letalidad. Tampoco está justificado vacunar a los que ya han sufrido la infección y la enfermedad. Uno de los ejes de la campaña publicitaria orquestada con las vacunas ha sido subvalorar implícitamente (en algunos casos explícitamente) la potencia protectora de la inmunidad natural. Por el contrario, todos los indicios apuntan a que se trata de una protección más potente y duradera que la inmunidad vacunal374. Las propias tasas relativas de reinfecciones tras la enfermedad natural (que existen, aunque sean de momento muy poco frecuentes), y las infecciones tras la vacunación, apuntan claramente hacia la superioridad de la inmunidad natural. El perfil de anticuerpos que produce la vacuna es diferente y posiblemente inferior al de la infección natural, y su actividad podría resistir peor el paso del tiempo375.

 

Una campaña deshonesta y autoritaria: ¿ciencia o ideología?

 

Todas las circunstancias arriba descritas deberían llevar a ser prudentes y a extremar precauciones. Y se requiere ante todo transparencia en la información. Por el contrario, estamos asistiendo a una campaña de vacunación que no respeta una decisión libre e informada. La desinformación, la presión e incluso la coerción tienen una presencia innegable para todas aquellas personas que no quieren cerrar los ojos a estas evidencias. Además, la presión está creciendo conforme aparecen datos del fracaso de las vacunas para responder a las expectativas. Se chantajea a los jóvenes culpándoles del aumento de los contagios, cuando parece que los vacunados participan activamente en la transmisión. Personas vacunadas con «privilegios» no justificados por su papel epidemiológico, como forma de animar a las renuentes a la vacunación. Si las personas vacunadas se contagian y contagian, no es razonable pensar que controlar la pandemia implica aumentar el porcentaje de vacunados, sobre todo cuando los beneficios de la vacuna en términos de disminución del riesgo de enfermedad grave y muerte no están establecidos y pueden –como en el caso del riesgo de contagio– ser mucho menores de lo que se sigue afirmando. Incluso no se puede descartar la posibilidad, que en estos momentos es una hipótesis no probada pero plausible, que asistamos a casos en los que los anticuerpos de la vacuna aumenten la severidad de la infección (enfermedad potenciada por anticuerpos, ADE).

Aunque las vacunas que se están administrando permitieran acabar con la pandemia sin daños colaterales altos, no estaría justificado que se haya recurrido a la desinformación, al miedo, a la manipulación y a la coerción. Es discutible el costo-beneficio de las actuales vacunas, pero es difícil defender que estemos ante una vacunación basada en una decisión informada, autónoma y libre de la población. No hay un consentimiento informado que merezca tal nombre en unas vacunas que no tienen una autorización definitiva ni estudios que las avalen más allá de dudas razonables.

Pese a que la pandemia ha sido percibida como un fenómeno «natural» y las medidas adoptadas como una operación «científica» sin supuestos o connotaciones políticas e ideológicas, lo cierto es todo lo contrario. La pandemia es al menos un fenómeno tan social como biológico o natural, y su abordaje no escapa en modo alguno a las representaciones sociales, las opciones políticas o las premisas ideológicas. La vacunación experimental ante la covid-19 se apoya en el solucionismo tecnológico, un paradigma, o creencia, según el cual las relaciones sociales y los ciclos metabólicos naturales que la especie humana fractura pueden luego enmendarse con tecnología. Una de las premisas implícitas es: «pueden destruirse selvas y bosques, y acorralarse especies animales, porque cuando se produzcan saltos zoonóticos hallaremos soluciones experimentando con virus peligrosos en laboratorios, y si un virus se escapa ya lo solucionaremos también»

En el caso de la medicina, la propaganda del fetichismo tecnológico asocia el aumento de la esperanza de vida al desarrollo de la tecnología. El mayor impacto, sin embargo, se debe a la mejora de las condiciones de vida, los cambios en los hábitos de higiene y el desarrollo de sistemas públicos de agua potable y cloacas. Se vende la imagen de que las vacunas son, a diferencia de otros medicamentos, prácticamente inocuas y «naturales». Insistimos: sin negar su utilidad, la espectacular disminución de las enfermedades infecciosas en el siglo veinte tiene mucho más que ver con la mejoras de las condiciones sociales e higiénicas.

Que la percepción y representación de la pandemia no es ajena a la ideología es sencillo de observar. La covid-19 estuvo muy lejos de ser la principal causa de muerte mundial en 2020, y al parecer no ha sido la principal causa de muerte en ningún país. La desnutrición, la polución ambiental, los infartos y el cáncer se cobraron un número de víctimas entre dos y cinco veces superior (y afectando a una población más joven). Sólo si asumimos, simultáneamente, que la mayor parte de esas «otras» muertes eran inevitables y que las muertes por covid-19 deben (y pueden) ser evitadas, es posible conceder a esta epidemia la atención casi exclusiva (y no sólo a nivel sanitario, vale reparar en ello) que se le ha concedido por espacio de un año y medio, y subiendo. Pero ambas presunciones son mucho más ideológicas que científicas. Científicamente, de hecho, son más bien falsas. Evidentemente, un porcentaje enorme de esas «otras» muertes prematuras podrían ser evitadas con recursos menores (conocidos y disponibles) que los empleados para tratar de evitar de manera incierta las muertes por covid-19. La displicencia mostrada ante esos «otros» problemas sanitarios verdaderamente graves contrasta obscenamente con la obsesión patológica con el nuevo virus. Ni una cosa ni la otra parecen en modo alguno razonables, y ello nos conduce al componente de irracionalidad que ha modelado la percepción, la representación y las respuestas dadas a la presente pandemia. Una irracionalidad determinada fundamentalmente por un temor desproporcionado ante un problema sanitario real, pero en modo alguno catastrófico.

Durante el siglo veinte, todas las pandemias de virus respiratorios duraron aproximadamente dos años. Luego esos virus se convertían en endémicos, aunque de la mano de mutaciones podían, de forma transitoria, provocar un nuevo brote epidémico amplio. No hay razones para pensar que sería distinto con el SARS-CoV-2. La obsesión por erradicar (y hacerlo a la mayor brevedad) el nuevo coronavirus es una apuesta biológicamente incierta, sanitariamente imprudente y políticamente reaccionaria: conllevará de manera casi ineludible (ya lo estamos viendo) pasaportes sanitarios, restricciones, controles policiales y obligaciones absurdas.

Para abordar de manera sensata la nueva amenaza viral, evitando el riesgo de ser «aprendices de brujas» capaces de provocar daños mayores que los que se pretenden evitar, es indispensable abordar la covid-19 como un problema sanitario más, y dedicarle atención y recursos de manera proporcionada. Se debería también asumir lo más probable: que el virus sea endémico y que conviviremos con él de aquí en adelante. Es improbable que sea erradicado a nivel mundial, y si lo fuera, no será a corto plazo. El discutible impacto positivo demostrado hasta el momento por las vacunas es una razón de peso para pensarlo todo de nuevo y cambiar la perspectiva. Necesitamos más ciencia y menos ideología. Y ante todo, menos ideología burguesa.

Medidas tan poco éticas para promover la vacunación —como los pasaportes sanitarios o los privilegios de las personas vacunadas—, no se justifican en modo alguno por la ausencia de capacidad de transmisión. Porque, precisamente, no se puede descartar que una de las causas de la onda que vivimos sea consecuencia de la capacidad para contagiar de las personas vacunadas (sumada a su muy relativa «protección»). Todavía no se sabe si las personas vacunadas contagian más, menos o igual que las no vacunadas. Y ya hay indicios de que serían más vulnerables ante algunas variantes nuevas.

Insistimos en la necesidad de transparencia y debate sobre qué vacunas y para quién. Hoy día parece necesario aclarar que no somos antivacunas y esperamos que más pronto que tarde dispongamos de vacunas más seguras y eficientes. Mientras tanto, reiteramos que, en su caso, se debería limitar a vacunar a la población de alto riesgo en las que el balance costo/beneficio tiene más posibilidades de ser favorable.

No vamos a extendernos en otras implicaciones político-ideológicas de la veneración ciega por las vacunas, tras las cuales hallamos características típicas del pensamiento capitalista neoliberal, como el «solucionismo tecnológico» mencionado más arriba: no importa qué problema causemos o enfrentemos, siempre habrá una solución técnico-cientifista. Una concepción que se relaciona directamente con la ingenua visión de la ciencia como neutral y carente de ideología, y con la idea del «progreso» entendido como dominación de la naturaleza. Pero, como dice Alfredo Apilanez citando a un pionero del ecologismo social, «la dominación de la naturaleza por el hombre se deriva de la dominación real de lo humano por lo humano».

Como hemos explicado en este libro, los gobiernos, atrapados en su propio relato, tenían que encontrar una solución «milagrosa» para justificar las restricciones y para reiniciar la economía. La vacuna los convertía en los héroes de la película, en los protagonistas del final feliz. Las sorpresas, sin embargo, pueden ser muchas y variadas.

 

https://usercontent.one/wp/www.edicioneselsalmon.com/wp-content/uploads/2021/09/Vacunasunacontroversianegada_adenda-reedici%C3%B3n-Covid19-3.pdf

 

 

Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo

Por Pedro Pozas Terrados -19/09/2021

 

https://www.fronterad.com/covid-19-la-respuesta-autoritaria-y-la-estrategia-del-miedo/

 

Covid-19

https://www.fronterad.com/tag/covid-19/

 

https://www.dsalud.com/

 

Entrevista a Ariel Petruccelli. "Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo"

https://www.youtube.com/watch?v=mDeduItWv-A

Ariel Petruccelli (Lanús, Argentina, 1971), es historiador, docente de Teoría de la Historia y de Historia de Europa en la Universidad Nacional del Comahue. Ha publicado Ensayo sobre la teoría marxista de la historia (1998), Docentes y piqueteros (2005), Materialismo histórico: interpretaciones y controversias (2010), El marxismo en la encrucijada (2011), Ciencia y utopía (2015), Conversaciones con Ariel Petruccelli (ed. de Salvador López Arnal, 2019), La revolución: revisión y futuro (2020) y, junto a Juan Dal Maso, Althusser y Sacristán: itinerario de dos comunistas críticos (2020). Autor junto con medico español José R. Loayssa Lara y la jurista, Paz Francés Lecumberri (Buñuel, 1983) madre, feminista y antipunitivista Autores libros: Covid 19: la respuesta autoritaria y la estrategia del miedo.

 

 

 

 

 


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