20 de
abril de 2020
Asociación
ITAIA, Red de Mujeres Socialistas de Euskal Herria, Entrevista a Tita Barahona:
Tita Barahona, entrevista en Itaia - Emakume Sozialisten Sarea 16/04/2020 -
Boletín
Rojo. 23 Abril 2020.
Por la
"Red de Mujeres Socialistas de Euskal Herria"
Tita
Barahona es
militante del Espacio de Encuentro
Comunista y
redactora de Canarias Semanal. En la siguiente entrevista, concedida
a la Asociación ITAIA - Red de Mujeres Socialistas de Euskal
Herria - desarrolla por una parte, un análisis sobre la situación
de la mujer proletaria y en general de la clase obrera en
la situación que el Covid-19 ha creado a nivel mundial.
Por
otra parte, habla de las consecuencias que todo esto tendrá en la clase obrera,
con la aceleración de la crisis socioeconómica en consecuencia
de la crisis sanitaria y de la propuesta política capaz de
planificar la sociedad en base a los intereses de toda la humanidad, creando
las condiciones para la supresión de todas las opresiones. -Ha quedado en
evidencia que el Covid-19 ha creado una situación de crisis
sanitaria, pero desde una perspectiva de clase no podemos dejar de lado el
análisis de las consecuencias que acarrean las decisiones económicas y
políticas tomadas al respecto.
-
¿Cuál es el análisis que haces en cuanto a la gestión de la pandemia y las
consecuencias inmediatas de las medidas laborales, sociales y económicas?
La gestión
de la pandemia por parte de las instituciones del Estado ha
sido, aparte de tardía, ineficaz para prevenir la escalada de contagios y
muertes de las pasadas semanas. Si algo ha quedado claro en este corto pero
intenso espacio de tiempo es que el paulatino desmantelamiento de la
sanidad pública nos ha dejado a la clase trabajadora, que
en su mayoría dependemos de ella, sin equipamientos y personal
suficientes para afrontar una crisis sanitaria de esta magnitud,
mientras la sanidad privada retiene, por ejemplo, cantidades de respiradores
que no ponen a disposición, ni el Estado les obliga a ello. Por otro lado, la
desindustrialización producida en Europa y otros países del centro capitalista
en las últimas décadas ha anulado la capacidad de producir, con la debida
celeridad, esos equipamientos, que podrían haber salvado muchas vidas. Fabricar
mascarillas, guantes y respiradores, o no exponer a los trabajadores innecesariamente
a una enfermedad con consecuencias fatales, no debería ser una prueba
insuperable en pleno siglo XXI. Si el capitalismo no está pasando la prueba de
esta pandemia es porque no es el sistema capaz de liberar las fuerzas
productivas de que disponemos a día de hoy.
La
gestión de la pandemia por parte de las instituciones del Estado ha sido,
aparte de tardía, ineficaz para prevenir la escalada de contagios y muertes
El hecho de que el sistema no pueda
reaccionar ante las necesidades vitales de la mayoría pone de manifiesto que su
único interés es la obtención de beneficios privados, no la satisfacción de las
necesidades humanas ni la solidaridad de la que tanto hablan los políticos de
la UE y sus Estados miembros. De ahí que estemos últimamente
asistiendo al lamentable espectáculo del robo de cargamentos de material
sanitario de unos Estados a otros, o la negativa de ayuda a los países que
sufren las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos y
son por ello más vulnerables a los efectos de la pandemia (Venezuela e Irán,
entre otros). En las pasadas semanas, el gobierno de Pedro
Sánchez, el Banco Central Europeo y otros gobiernos
mundiales han ido concretando su estrategia para superar esta crisis. Salvando
los discursos grandilocuentes para impresionar a la ciudadanía, lo que queda
claro es que van a rescatar a las grandes empresas.
En Estados
Unidos, el rescate recientemente aprobado, llamado
eufemísticamente Ley de Estímulo, convierte en calderilla el
que hicieron en 2007-08 con motivo de la crisis de las hipotecas
subprime. Las medidas que están intentando tomar gobiernos aparentemente
tan dispares como el estadounidense, el británico, el alemán o el español son,
primero, liberar a las empresas, durante el período de pandemia, de los
trabajadores con contratos indefinidos a los que no pueden usar productivamente
(es decir, que no pueden producir plusvalía para la empresa), flexibilizando el
recurso a despidos temporales en aquellos países donde la legislación laboral
todavía no lo permita. En segundo lugar, dado que el tipo de contratación de
muchos trabajadores permite prescindir de ellos sin miramientos, se establecen
unas medidas mínimas de asistencia social como son evitar cortes de luz o agua,
paralizar los desahucios hipotecarios, prorrogar del desempleo, etc.
El plan de choque propuesto por la Unión Europea consiste
en la liberación de miles de millones a las empresas para mantenerlas con vida
ante el parón de la producción y el consumo. Por ello autoriza a los gobiernos
a saltarse temporalmente los límites del déficit, que hasta ahora habían sido
intocables. Pero en ningún momento se obliga a tomar las medidas realmente
dirigidas a salvar vidas, como sería decretar el aislamiento de los que no
realizan una actividad imprescindible socialmente, prohibir los despidos bajo
cualquier tipo de contrato, asegurar los ingresos a los autónomos afectados,
establecer el control centralizado de todos los recursos públicos y privados
dirigidos a combatir la pandemia, y facilitar las máximas medidas de protección
a quienes deben seguir trabajando en público. En lugar de esto, estamos viendo
que, en Europa, muchos trabajadores con contratos temporales, autónomos y
falsos autónomos se están quedando sin trabajo o se les están aplicando ERTE's
(Expedientes de Regulación Temporal del Empleo) sin garantías de que
esos puestos se vayan a recuperar. Es más, se ha sabido que algunas empresas
que han declarado ERTE's están obligando a los trabajadores a
seguir asistiendo a los puestos de trabajo. Y las ayudas, con fondos ICO, a los
autónomos se canalizan a través de los bancos, que a su vez obligan a
los solicitantes a suscribir seguros de vida de coste elevado, algo que ya
se ha denunciado.
La
desindustrialización producida en Europa ha anulado la capacidad de producir
equipamientos que podrían haber salvado muchas vidas
Los “permisos remunerados recuperables” que ha decretado el
gobierno español son, en realidad, pan para hoy y mayor explotación para
mañana. En los sectores que lo permiten, se está obligando al teletrabajo que,
en general, consume más horas. Y en aquellos que los gobiernos han considerado
“actividades esenciales”, los trabajadores hacen jornadas extenuantes y en
muchos casos sin protección contra el contagio. En resumen, el conjunto de las
medidas se puede entender como que los Estados ponen al ralentí el motor
económico mientras lo necesite el aislamiento, y durante ese tiempo mantienen
el control social con gasto asistencial. -Esta situación ha demostrado la
importancia de ciertos sectores laborales feminizados y muy precarizados.
- ¿Qué
repercusión está teniendo concretamente sobre las condiciones de vida y
laborales de estas mujeres trabajadoras? ¿Qué consecuencias han tenido las
medidas tomadas por el gobierno en cuanto a estos sectores?
Me parece
necesario aclarar, antes de nada, que por mujeres trabajadoras no
sólo nos referimos a las que tienen un empleo, sino también a las amas de casa
-estén o no en búsqueda de empleo- cuya subsistencia depende de los ingresos
salariales de otros miembros de sus familias, así como a las pensionistas.
Todas o casi todas ellas realizan trabajos no remunerados, sea en el ámbito
doméstico o comunitario. En todo el mundo capitalista y en
particular en el Estado español, el mercado de trabajo femenino está
en buena medida escorado hacia las actividades peor remuneradas, aunque su
utilidad social sea indudable, como son, por ejemplo, la enseñanza primaria, la
atención a la infancia y personas dependientes, la sanidad, el procesamiento de
alimentos, la hostelería, la limpieza, el servicio doméstico, etc.; así como
hacia las relaciones laborales más precarias traducidas en contratos a tiempo
parcial, temporales, por horas o incluso sin contrato, como es el caso de
muchas empleadas de hogar. Aunque aún no contamos con cifras oficiales, los
despidos y ERTES pueden estar recayendo en una parte importante de esta fuerza
laboral femenina.
Que el
sistema no pueda reaccionar ante las necesidades vitales de la mayoría pone de
manifiesto que su único interés es la obtención de beneficios privados
En el caso de las empleadas de hogar, no deja de ser sorprendente que el gobierno español las haya incluido en la nómina de “actividades esenciales”, obligando a quienes lo realizan a acudir a las casas con el riesgo de contagio que ello implica, cuando es un trabajo -ya sea limpieza o cuidados- que puede ser realizado por los propios empleadores, máxime si están en confinamiento. Creo que con esta medida se ha querido salvaguardar, primero, el ingreso de estas trabajadoras -ya que el Estado no está dispuesto a darles “permisos remunerados recuperables”-; y, segundo, proteger la comodidad de los “señoritos” que no están dispuestos a prescindir temporalmente de estos servicios.
En este sector hay, además, trabajadoras que no tienen contrato, trabajan en negro, y muchas son inmigrantes. Aquí ya podemos dar cifras. Según la Asociación de Servicio Doméstico Activo, son el 40 por ciento, que han quedado excluidas del subsidio temporal de desempleo que el gobierno español ha incluido en su último paquete de medidas paliativas. Hay también otro aspecto importante que está afectando de manera especial a muchas mujeres trabajadoras: la dejación que están haciendo las Administraciones Públicas de su responsabilidad sobre niños, ancianos y otras personas dependientes, con el cierre de colegios, guarderías, centros de día, etc., sin dar alternativas.
El grueso de
esta responsabilidad está recayendo sobre los hombros de las mujeres. Las
mismas mujeres y los mismos “trabajos de cuidados” que
tanto alaban desde el gobierno así llamado “feminista”. Se
está dando el caso de mujeres que tenían un empleo y se han visto obligadas a
abandonarlo por tener que cuidar a hijos pequeños, parientes enfermos o
ancianos, por carecer de recursos familiares o económicos para contratar a
otras personas que las suplan. Y de todas ellas las más afectadas son las
familias monoparentales, que en su mayor parte se componen de mujeres solteras
o divorciadas, ya que en muchos casos no pueden permitirse perder el empleo, si
es que han tenido la suerte de no verse afectadas por despidos, ERTE's o -peor-
por la propia pandemia. Otras trabajadoras que no han perdido el
empleo y lo tenían a tiempo completo, se han visto en la necesidad de cambiarlo
a tiempo parcial si la empresa se lo ha facilitado, con el mismo objetivo de
compaginar el empleo con la sobrecarga doméstica. Las que, con cargas
familiares, continúan realizando jornadas completas en aquellos sectores
incluidos en las “actividades esenciales” -o las que se ven obligadas al
teletrabajo en casa- y no tienen apoyo familiar, se ven sometidas a unos
elevados niveles de estrés con menoscabo de su salud física y psicológica. La
verdadera “crisis de los cuidados”, de la que tanto
hablan las feministas que están ahora en el gobierno, no es otra que la
ausencia total de alternativas o incluso de meras propuestas. Nada han dicho
sobre revertir los recortes brutales que en las legislaturas pasadas se
hicieron a la Ley de Dependencia, especialmente grave en
la Comunidad de Madrid, que, al menos, facilitaba ciertos
ingresos a las cuidadoras y cuidadores. Se les llena la boca de hablar de
conciliación familiar, pero ya han dicho que no van a abolir las últimas
reformas laborales, con lo cual todo el grandilocuente programa del Ministerio
de Igualdad se queda en papel mojado.
El 40%
de las empleadas de hogar trabajan en negro y han quedado excluidas del
subsidio temporal de desempleo que el gobierno español ha incluido en su último
paquete de medidas paliativas
Esa es la
verdadera “crisis de los cuidados”: mucha producción
académica (artículos, tesis, seminarios, etc.) sobre el tema de los cuidados,
mucho discurso y ninguna acción concreta. Otro aspecto sobre el que no se está
actuando es el de las familias de clase obrera que no cuentan con ordenadores
en sus casas o contratos de ADSL, porque no pueden costearlos, con lo cual los
niños y niñas en edad escolar de estas familias se están viendo privados de las
clases y otras actividades online que han organizado los colegios e institutos.
Suponemos que los propios centros tomarán medidas para paliar este problema,
pero el Estado, de momento, parece que se ha desentendido.
¿Y qué decir del mundo opaco de la prostitución a la que se ven abocadas u
obligadas las mujeres con menos recursos, muchas inmigrantes? De los numerosos
clubes de alterne y pisos donde se ejerce, muy poco trasciende. El mes pasado
se cerró un club de alterne en Tenerife porque seguía con la “actividad” sólo
que a puerta cerrada; actividad en la que no son suficientes mascarillas o
guantes para prevenir el contagio. -En una lectura del EEC comentabais
que “en esta situación no es correcto hablar de la previsible crisis
del coronavirus, sino de la previsible crisis capitalista que está siendo
precipitada -en esta ocasión- por la aparición de una pandemia”.
- ¿Qué
previsión se puede hacer de la crisis que se desencadene de esta situación? ¿En
qué posición puede quedar la clase obrera?
Cuando el día a día se normalice, el mercado laboral -de nuevo “libre”-
se encargará de llevar el paro al nivel que la crisis lo requiera y nos tememos
que será alto. En Estados Unidos ya se están previendo unos
índices -reales, no los ficticios de las estadísticas- verdaderamente
alarmantes, de más del 40 por ciento a medio plazo; pero esta tendencia no
parece que vaya a revertir una vez se considere superada la crisis de la
pandemia. El rescate a las empresas convertirá la deuda privada en pública, es
decir, la pagaremos la clase trabajadora, como en ocasiones anteriores.
Seguirán los recortes a los servicios públicos a unos niveles que superarán los
de la crisis anterior. En definitiva, ante la perspectiva de una plusvalía en
descenso con motivo de la crisis, la reacción del capital será incrementar la
explotación del trabajo.
Es muy
probable que las medidas asistenciales se prorroguen, ya que es previsible una
crisis social de tal magnitud, que haga necesario el socorro más elemental. En Estados
Unidos estamos viendo ya larguísimas colas para acceder a los bancos
de alimentos, y aquí, en España, algunas parroquias están
colapsadas por el incremento de peticiones de ayuda, dados unos servicios
sociales públicos escasamente dotados. Incluso no es descartable que estas
medidas asistenciales tengan que acabar incluyendo a autónomos y a asalariados
temporales no recontratados, si es necesario para mantener la paz social. Pero
la moratoria de los desahucios acabará y, ante la ausencia de regulación del
sector de la vivienda, que la haga accesible a las familias con menos recursos,
cada vez veremos a más trabajadores en infraviviendas, viviendo en vehículos o
directamente en la calle, como ocurre ya en Estados Unidos. Los “microcréditos” que
ha ofrecido el gobierno español para el pago de alquileres no harán sino
incrementar el endeudamiento de estas familias.
Los
trabajadores que mantengan el empleo restringirán el consumo por prudencia. Los
empresarios pueden optar por no invertir ante unos beneficios inciertos. Las
empresas más débiles o que han visto su negocio cercenado (como las de
transporte y turismo) pueden quebrar o hacer ajustes de plantilla. Las empresas
que se mantienen de contraer deuda pueden ver que se les cierra el grifo del
crédito si los prestamistas se vuelven cautos. Las que no puedan pagar sus
deudas podrían desencadenar una crisis del sector financiero peor que la de
2008. Es muy fácil que la situación se precipite en una crisis declarada de
oferta y demanda, imparable y de alcance impredecible.
Las
relaciones laborales llevan tiempo en camino de retornar a formas que no
conocíamos desde el final de la II Guerra Mundial: despido libre, contratos no
fijos, abolición del salario indirecto
Las
relaciones laborales llevan tiempo en camino de retornar a formas que no
conocíamos desde el final de la II Guerra Mundial: despido
libre, contratos no fijos, abolición del salario indirecto -en forma de
prestaciones sociales- o diferido -en forma de pensiones. Ya hay proyecto de
instaurar una especie de mezcla entre lo que se conoce como “mochila
austriaca” y “renta básica”, que garantice
unos ingresos mínimos. Pero, ojo, porque esta medida está diseñada para acabar
con los derechos sociales a los que me he referido y que la clase trabajadora
arrancó con sus luchas. Este es un debate que debemos tener para ir aclarando
bien las cosas, porque a lo que se tiende con estas medidas -que son, en todo
caso, “de gracia”, y lo mismo que se dan se pueden quitar- es a transformar el
Estado Social en un sistema benéficocaritativo similar a lo que tuvimos en
épocas pasadas. Aparte, surgirán, sin duda, los discursos reaccionarios contra
los “parásitos que viven del trabajo ajeno” con el fin de
dividir más a la clase trabajadora. Si el capital logra implantar este
proyecto y avanzar en la precarización del trabajo, nos convertiremos en
obreras y obreros en condiciones similares a las que tenían nuestros
antepasados del siglo XIX y primeras décadas del XX, sólo que
con teléfono inteligente, que, además de herramienta laboral en los nuevos
sectores uberizados -la llamada gig economy- , lo es también -y muy potente de
control social.
Seguramente se reduzca drásticamente el empleo en las Administraciones Públicas como se está produciendo también en la banca- a través de robots y el uso de las tecnologías digitales e Internet. Ya está habiendo proyecto de convertir en teletrabajo servicios que hasta ahora se han prestado presencialmente, como la enseñanza o incluso la atención sanitaria, transformando a sus trabajadores de asalariados a falsos autónomos, diciendo adiós a la jornada de ocho horas, de la que ya se han despedido, de hecho, en muchos sectores por la obligación de hacer horas extraordinarias incluso no pagadas.
Y es muy posible también que haya un recorte en las libertades democráticas -de
reunión, expresión, manifestación-, del derecho de huelga e incluso de
sindicación, que son tan necesarias a la clase trabajadora.
Así que, en efecto, no estamos ante la crisis del coronavirus, sino ante una crisis capitalista de largo recorrido que está siendo precipitada por la pandemia actual y puede tener consecuencias muy dramáticas para nuestra clase.
-La historia nos ha enseñado que los momentos de crisis, son momentos de aumento de las contradicciones del capital, en los que el movimiento revolucionario debe más que nunca profundizar en su labor política. ¿Cuáles son las urgencias de la organización de clase? ¿Y cuál el de las mujeres comunistas?
Está claro
que se está agudizando la contradicción capital-trabajo así
como también las contradicciones entre distintos bloques de la clase
capitalista mundial. El problema es que la lucha de clases, desde
los años 70 del pasado siglo en que se inició el último ciclo de crisis
capitalista, la está ganando el capital, porque a la clase obrera nos
ha pillado desarmada, sin organizaciones que defiendan nuestros intereses. Los
sindicatos tradicionales se convirtieron en departamentos de la patronal,
los antiguos partidos socialistas se pasaron al credo liberal y
los comunistas al reformismo socialdemócrata, que no
aspira a superar el marco del capitalismo. Por eso ha sido posible
poner en marcha toda esa desregulación del mercado de trabajo, el progresivo
recorte de los derechos sociales y el descenso de los salarios reales durante
las cuatro últimas décadas. La única salida es construir una
organización obrera, independiente, que parta de un análisis de la
situación actual con perspectiva histórica y con datos empíricos, objetivos,
para poder actuar de forma eficaz y colectivamente sobre ella. Ya se están
produciendo respuestas a esta crisis en forma de huelgas y otras movilizaciones
obreras en Europa y otros países; pero la labor de una organización
revolucionaria es trabajar para que estas movilizaciones no queden aisladas,
reducidas a solucionar problemas puntuales o sectoriales, sino unirlas y
dotarlas de una estrategia dirigida a superar el marco de capitalismo. Para
ello es necesario acabar con los sectarismos y la atomización que han
caracterizado a la izquierda anticapitalista; es necesario generar conciencia
de clase, la conciencia de que, independientemente de donde hayamos nacido,
pertenecemos a la clase cuya subsistencia depende de un salario y, por ello,
tenemos intereses comunes.
Los
sindicatos tradicionales se convirtieron en departamentos de la patronal, los
antiguos partidos socialistas se pasaron al credo liberal y los comunistas al
reformismo socialdemócrata
La clase obrera no tiene patria, como tampoco la tiene el capital. Una organización revolucionaria debe trabajar para abrir espacios autónomos de aprendizaje, de ayuda mutua, de comunicación e intercambio. Es una labor tan ingente como urgente, si no queremos sucumbir a la esclavitud a la que la burguesía nos aboca; si no queremos vernos privados de los recursos naturales que son la base de nuestra supervivencia. Es una tarea difícil porque hoy la burguesía cuenta con los mecanismos de manipulación y control ideológico y social más potentes de la historia. De ahí que sea tan necesaria la creación y mantenimiento de nuestros propios medios de comunicación y formación, y que quienes hemos podido acceder a la enseñanza superior nos dirijamos a nuestras compañeras y compañeros con menor nivel formativo huyendo de lenguajes alambicados y academicistas, con claridad y sencillez. Para que esa organización obrera revolucionaria e internacionalista surja y se consolide, es imprescindible el compromiso real, militante, de sus miembros; es crucial que a la cabeza de nuestras prioridades -en la medida que lo permitan las circunstancias personales de cada uno y una- se sitúe el trabajo político para construir unidad y la conciencia de clase. La solución a nuestros problemas sólo pasa por poner en manos de los productores el control de la producción, de forma planificada y democrática, es decir: por la construcción del socialismo. Pero, en la situación actual en la que se halla la clase trabajadora, carente de una organización política y sindical potente, no podemos hacer llamamientos a “asaltar el palacio de invierno”, sino comenzar exigiendo medidas concretas y realizables como el seguro de desempleo garantizado, sin que tenga repercusión en la declaración de la renta; la reversión de la privatización de la sanidad y la enseñanza, de las reformas laborales...; porque organizándonos para luchar por estas y otras reivindicaciones más pegadas a la realidad del momento es como podremos ir avanzando políticamente hacia objetivos más ambiciosos.
Las mujeres comunistas tenemos un doble
compromiso. Por un lado, implicarnos en la lucha de nuestra clase y, por
otro, trabajar dentro de ella y de nuestras organizaciones para acabar con el
machismo y conseguir que la igualdad entre los sexos sea una realidad. Nuestra
labor se debe orientar a la mejora de las condiciones de vida y trabajo de las
mujeres proletarias y su formación política, creando espacios propios aunque en
ningún caso separados de la organización de clase. El machismo, el racismo, la
xenofobia, la homofobia… son formas de opresión que el capitalismo fomenta
porque dividen a la clase trabajadora y son alimento del fascismo, que hoy
asoma su cabeza orgullosa, de nuevo, y nos apela ante una izquierda real
desarmada.
Aunque no podemos esperar que el
Estado, que no es sino el consejo de administración del capital, como
señaló Marx, resuelva
los problemas derivados de nuestra explotación como trabajadoras y nuestra
opresión como mujeres, sí que debemos confrontarlo poniéndolo ante sus propias contradicciones,
exigiendo -ya que tanto parece preocuparse por nuestro “empoderamiento”-
que nos facilite el acceso a la educación superior eliminando la brutal subida
de las tasas académicas y el drástico recorte en las becas; que nos dote de
guarderías públicas, de centros de día para los dependientes, de comedores
escolares donde no se dé a nuestros hijos comida basura, de acceso gratuito a
los anticonceptivos y la interrupción de la gestación, a la sanidad universal
que cubra también a las trabajadoras y trabajadores inmigrantes aunque no estén
regularizados, a centros de acogida bien dotados y ayudas para las mujeres
maltratadas y víctimas de violencia sexual y la prostitución...; porque
los “techos” que nos invitan a romper no son de cristal
-como los de las burguesas-, sino de duro cemento.
La
única salida es construir una organización obrera, independiente, que parta de
un análisis de la situación actual con perspectiva histórica y con datos
empíricos, objetivos, para poder actuar de forma eficaz y colectivamente
Junto a ello, la otra pata de nuestro trabajo político debe
consistir en actuar en los espacios donde nos desenvolvemos (lugar de
trabajo, barrio, centro educativo, asociaciones…) e ir creando con las
mujeres y hombres de nuestra clase un tejido colaborativo de apoyo
mutuo. En la lucha por la emancipación de las mujeres, las
comunistas debemos poner en primer plano la contradicción de clase, organizarnos
con nuestra clase y poner en evidencia que las medidas del feminismo
reformista sólo son en buena medida realizables para las mujeres de su
clase, no para nosotras. Debemos igualmente abrir espacios propios e
independientes de formación en los que rescatemos la fértil tradición
de estudios marxistas sobre la opresión femenina y de
la lucha de las mujeres trabajadoras por su emancipación, lo que equivale, en
definitiva, a recuperar nuestra historia y a partir de ella seguir construyendo
teoría y práctica. Por eso debemos también luchar por que el 8 de Marzo vuelva
a ser el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, conmemoración
que surgió en 1910, durante la II Conferencia Internacional de Mujeres
Socialistas.
Tita
Barahona, entrevista en Itaia - Emakume Sozialisten Sarea 16/04/2020 -
"Las
mujeres revolucionarias no son exógenas a la revolución socialista sino parte
natural de la misma"
8 de
marzo: Día internacional de la mujer trabajadora. Un día que no podemos dejar
que nos lo roben. Área de feminismo del Espacio de Encuentro Comunista (EEC)
El
feminismo del 99%: una suma que resta
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