Escrito: El 5 de mayo de 1918.
Primera publicación: Los días 9, 10 y 11 de mayo de 1918, en los núms, 88, 89 y 90 de Pravda.
Digitalizado para el MIA: Julio Rodríguez, marzo de 2012.
HTML: Juan Fajardo, abril de 2012
V. I. Lenin. Tomo VIII (1918)
Acerca del infantilismo "izquierdista" y del espíritu
pequeñoburgués. Pág.60
NOTA DEL
EDITOR DE ESTE BLOG: Este texto Lenin, defiende el capitalismo de estado y
justifica el Tratado de Brest-Litovsk o La Paz de Brest-Litovsk fue
un tratado de paz firmado el 3 de marzo de 1918
En este
documento he reflejado la posición de Rosa Luxemburgo contra el Tratado de Brest-Litovsk y la repercusión para la revolución rusa.
En este
texto comenta Lenin este documento que estáis leyendo.
V. I.
Lenin: Cinco años de la revolución rusa y perspectivas de la revolución mundial
(capitalismo de Estado)
Informe pronunciado ante el IV Congreso de la Internacional Comunista el
13 de noviembre de 1922 V. I. Lenin
Antes de
tomar el poder, defiende el capitalismo de estado
V. I. Lenin La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla
Escrito
entre el 10 y el 14 de septiembre de 1917.
Este texto
es extraído de las obras escogidas en tres
tomos, editadas en
1961 por la editorial Progreso
Siga leyendo
el texo…
La
publicación por el pequeño grupo de “comunistas de izquierda” de su
revista Kommunist[1] (N° 1, 20 de abril de 1918) y
de sus “tesis” ofrece una excelente confirmación de cuanto he dicho en el
folleto Las tareas inmediatas del Poder soviético. Sería imposible
desear una confirmación más evidente -en la literatura política- de toda la
ingenuidad de la defensa del relajamiento pequeñoburgués, defensa que se
esconde a veces bajo consignas “izquierdistas”. Es útil y necesario examinar
los razonamientos de los “comunistas de izquierda”, porque son peculiares del
momento que vivimos; explican con inusitada precisión, en su aspecto negativo,
la “clave” de este momento y son aleccionadores, pues se trata de los mejores
hombres que no comprenden el momento y que tanto por sus conocimientos como por
su fidelidad están muy por encima de los representantes ordinarios del
mismo error: los eseristas de izquierda.
V. I. Lenin Tomo VIII (1918)
Las
tareas inmediatas del Poder soviético
pág. 38
I
Como
magnitud política -o que pretende desempeñar un papel político-, el grupo de
los “comunistas de izquierda” nos ha proporcionado sus “tesis sobre el momento
actual”. Es una buena costumbre marxista hacer una exposición coherente y
acabada de los fundamentos de las propias opiniones y de la propia táctica. Y
esta buena costumbre marxista nos ha ayudado a desenmascarar el error de
nuestros “izquierdistas”, pues el intento de argumentar -y no de declamar-
descubre por sí sola la inconsistencia de los argumentos.
Salta a la
vista, ante todo, la abundancia de alusiones, indirectas y subterfugios a
propósito de la vieja cuestión de si fue
acertado firmar la paz de Brest. Los “izquierdistas” no se han atrevido a
plantear de cara esta cuestión y se revuelcan cómicamente, amontonando un
argumento sobre otro, atrapando consideraciones, rebuscando toda clase de “de
una parte” y “de otra parte”; se desparraman mentalmente por todos los temas, y
por otros muchos, haciendo esfuerzos para no ver cómo se golpean a sí mismos.
Los “izquierdistas” recuerdan solícitamente las cifras: 12 votos en el Congreso del Partido contra la paz y 28 en pro de la paz;
pero silencian con toda modestia que en el grupo bolchevique del Congreso de
los Soviets, de los centenares y centenares de votos emitidos, ellos reunieron
menos de una décima parte. Inventan la “teoría” de que la paz ha sido aprobada
por los “cansados y desclasados” y que contra la paz “estaban los obreros y los
campesinos de las regiones del Sur de más vitalidad económica y mejor
abastecidos de pan”... ¿Cómo no reírse de eso? Ni una palabra sobre la votación
del Congreso de los Soviets de Ucrania a favor de la paz, ni una palabra sobre
el carácter social y de clase del conglomerado político típicamente
pequeñoburgués y desclasado que se pronunciaba en Rusia contra la paz (el
partido de los eseristas de izquierda). Es una manera
puramente infantil de ocultar su fracaso con divertidas explicaciones
“científicas”, de ocultar hechos cuya simple enumeración mostraría que fueron
precisamente las “cúspides” y los cabecillas desclasados e intelectuales del
Partido quienes combatieron la paz con consignas tomadas de la fraseología
revolucionaria pequeñoburguesa y que precisamente las masas de obreros y
campesinos explotados hicieron triunfar la paz.
Más, pese a
todo, la verdad sencilla y clara sobre el problema de la paz y la guerra se
abre paso entre todas las declaraciones y escapatorias de los “izquierdistas”
antes mencionadas. “La firma de la paz -se ven obligados a reconocer los
autores de las tesis- ha debilitado, al menos por ahora, la aspiración de los
imperialistas a una confabulación internacional” (los “izquierdistas” no
exponen eso exactamente, pero no es éste el lugar apropiado para examinar las
inexactitudes). “La firma de la paz ha conducido ya a la exacerbación de la
pelea entre las potencias imperialistas”.
Eso es un
hecho. Un hecho que tiene importancia decisiva. Y ésa es la causa de que los
enemigos de la firma de la paz fuesen objetivamente un juguete en manos de los
imperialistas, cayesen en la trampa tendida por ellos. Porque mientras no
estalle la revolución socialista internacional, que abarque a varios países y
tenga fuerza suficiente que le permita ayudar a vencer al imperialismo
internacional, mientras no ocurra eso, el deber ineludible de los socialistas
triunfantes en un solo país (y contienda entre los imperialistas debilite a
éstos más aún, acerque más aún la revolución en otros países. Nuestros
“izquierdistas” no comprendieron esta sencilla verdad en enero, febrero y marzo
y temen también ahora reconocerla abiertamente, pero esa verdad se abre paso a
través de sus confusos “de una parte, es imposible no reconocer; de otra parte,
hay que confesar”.
“Durante la
primavera y el verano próximos -escriben los “izquierdistas” en sus tesis- debe
empezar el hundimiento del sistema imperialista, que, en caso de triunfar el
imperialismo alemán en la fase actual de la guerra, sólo podrá ser aplazado y
se expresará entonces en formas aún más agudas”.
La fórmula
es aquí todavía más infantilmente inexacta, pese a toda la apariencia
científica. Es propio de niños “comprender” la ciencia en el sentido de que
ésta puede determinar en qué año, en primavera, en verano, en otoño o en
invierno “debe” “empezar el hundimiento”.
Son
esfuerzos ridículos por saber lo que no se puede saber. Ningún político serio
dirá jamás cuándo “debe empezar” uno u otro hundimiento del “sistema” (tanto
más que el hundimiento del sistema ha empezado ya, y de lo que se trata es del
momento de la explosión en distintos países). Pero a través de la impotencia infantil
de la fórmula se abre paso una verdad indiscutible: las explosiones de la
revolución en otros países más avanzados están más cerca de nosotros ahora, un
mes después de la “tregua” iniciada con la firma de la paz, que hace un mes o
mes y medio.
¿Qué significa
eso?
Significa
que tenían perfecta razón y han sido justificados por la historia los
partidarios de la paz, quienes se esforzaron por hacer comprender a los
aficionados a los gestos efectistas que es necesario saber calcular la
correlación de fuerzas y no ayudar a los imperialistas, facilitándoles el
combate contra el socialismo cuando éste es todavía débil y las probabilidades
de éxito en la lucha le son evidentemente desfavorables.
Sin embargo,
nuestros comunistas “de izquierda” -a quienes gusta también denominarse
comunistas “proletarios”, pues tienen muy poco de proletario y mucho de
pequeñoburgués- no saben pensar en la correlación de fuerzas, no saben tomar en
consideración la correlación de fuerzas. En eso reside la médula del marxismo y
de la táctica marxista, pero ellos pasan de largo por delante de la “médula”
con frases “orgullosas” como la siguiente:
“...El
afianzamiento en las masas de la inactiva “psicología de paz” es un factor
objetivo del momento político...”
¡Menuda
perla! Después de tres años de la guerra más torturadora y más reaccionaria, el
pueblo ha recibido gracias al Poder soviético y a su acertada táctica, que no
cae en las frases hueras, una tregua pequeñísima, extremadamente pequeñísima,
inconsistente e incompleta en absoluto; pero los intelectualillos
“izquierdistas”, con la majestuosidad de un Narciso enamorado de sí mismo,
sentencian gravemente: “el afianzamiento (¡¡¡!!!) en las masas (¿¿¿???) de la
inactiva (¿¿¿¡¡¡!!!???) psicología de paz”. ¿Es que no tenía yo razón cuando
dije en el Congreso del Partido que el periódico o revista de los
“izquierdistas” no debería denominarse Kommunist, sino El
Hidalgo?
¿Es que
puede un comunista, por poco que comprenda las condiciones de vida y la
psicología de las masas trabajadoras y explotadas, descender hasta ese punto de
vista del típico intelectual, pequeño burgués y desclasado, con la psicología
del señorito o del hidalgo, que declara “inactiva” la “psicología de paz” y
considera “actividad” blandir una espada de cartón? Porque eso es,
precisamente, lo que hacen nuestros “izquierdistas”, blandir una espada de
cartón, cuando dan de lado un hecho conocido de todos y demostrado una vez más
con la guerra en Ucrania: que los pueblos, extenuados por tres años de
carnicería, no pueden combatir sin tregua; que la guerra, sino se dispone de
fuerzas para organizarla en escala nacional, engendra a cada paso la psicología
de la desorganización peculiar del pequeño propietario, y no de la férrea
disciplina proletaria. La revista Kommunist nos muestra a cada
paso que nuestros “izquierdistas” no tienen la menor noción de la férrea
disciplina proletaria ni de su preparación, que están impregnados hasta la
médula de la psicología del intelectual pequeñoburgués desclasado.
II
Pero ¿quizá
las frases de los “izquierdistas” acerca de la guerra no sean más que un
arrebato infantil, orientado, además, al pasado y, por ello, sin la menor
sombra de significación política? Así defienden algunos a nuestros
“izquierdistas”. Mas es erróneo. Si se aspira a la dirección política, hay que
saber pensar bien las tareas políticas, y la falta de eso convierte a los
“izquierdistas” en predicadores pusilánimes de la vacilación, que objetivamente
sólo puede tener un significado: con sus vacilaciones, los “izquierdistas”
ayudan a los imperialistas a provocar a la República Soviética de Rusia a un
combate evidentemente desfavorable para ella, ayudan a los imperialistas a
arrastrarnos a una trampa. Escuchad lo que dicen:
“...La
revolución obrera en Rusia no puede “mantenerse” abandonando el camino
revolucionario internacional, eludiendo constantemente el combate y
retrocediendo ante la embestida del capital internacional, haciendo concesiones
al “capital patrio”.
Desde este
punto de vista son necesarias: una decidida política internacional de clase,
que una la propaganda revolucionaria internacional con palabras y con hechos, y
el fortalecimiento de la ligazón orgánica con el socialismo internacional (y no
con la burguesía internacional)...”
Más adelante
hablaremos especialmente de los ataques que se hacen aquí en el dominio de la
política interior. Pero fijaos en esta orgía de la frase huera -junto con la
timidez en los hechos- en el terreno de la política exterior. ¿Qué táctica es
obligatoria para cuantos no quieran convertirse en un instrumento de la
provocación imperialista y caer en la trampa en el momento actual? Todo
político debe dar una respuesta clara y franca a esta pregunta. La respuesta
de nuestro Partido es conocida: en el momento actual, replegarse, eludir el
combate. Nuestros “izquierdistas” no se atreven a decir lo contrario y
disparan al aire: ¡¡”una decidida política internacional de clase”!!
Eso es
engañar a las masas. Si quieren combatir ahora, díganlo claramente. Si no
quieren retroceder ahora, díganlo claramente. Porque, de otro modo, serán, por
su papel objetivo, un instrumento de la provocación imperialista. Y su
“psicología” subjetiva es la psicología del enfurecido pequeño burgués, que se
engalla y vanagloria, pero siente magníficamente que el proletario tiene razón
al replegarse y tratar de replegarse organizadamente; que el proletario tiene
razón al calcular que, mientras se carezca de fuerzas, hay que replegarse (ante
el imperialismo occidental y oriental) incluso hasta los Urales, pues ésa es la
única posibilidad de ganar tiempo para el período de maduración de la
revolución en Occidente, revolución que no “deberá” (pese a la charlatanería de
los “izquierdistas”) empezar “en primavera o en verano”, pero que cada mes que
pasa está más cerca y es más probable.
Los
“izquierdistas” carecen de una política “propia”; no se atreven a declarar que
ahora es innecesario el repliegue. Dan vueltas y maniobran jugando con las
palabras y quieren plantear de modo subrepticio la cuestión de rehuir
“constantemente” el combate, en vez de rehuirlo en el momento actual. Lanzan
pompas de jabón: ¡¡”propaganda revolucionaria internacional con hechos”!! ¿Qué
significa eso?
Sólo puede
significar una de estas dos cosas: o presunción y falacia dignas de Nozdriov[2], o guerra ofensiva para derribar al imperialismo
internacional.
Semejante
absurdo no puede proclamarse abiertamente, y por eso los comunistas de
“izquierda” tienen que encubrirse con frases altisonantes y hueras en extremo
para evitar que los ridiculice cualquier proletario consciente, confiando en
que el lector distraído no se dé cuenta de lo que significa, en realidad, esa
“propaganda revolucionaria internacional con hechos”.
Lanzar
frases sonoras es una propiedad de los intelectuales pequeñoburgueses
desclasados. Los proletarios comunistas organizados castigarán por esas
“maneras”, seguramente, con burlas y con la expulsión de todo puesto de
responsabilidad, por lo menos. Hay que decir a las masas la amarga verdad con
sencillez y claridad, francamente: es posible e incluso probable que el partido
militar se imponga de nuevo en Alemania (en el sentido de pasar en el acto a la
ofensiva contra nosotros) y que Alemania, en unión del Japón, intente
repartírsenos y estrangularnos por medio de un acuerdo formal o tácito. De no
escuchar a los chillones, nuestra táctica debe consistir en esperar, demorar,
rehuir el combate y retroceder. Si arrojamos por la borda a los chillones y
“ponemos en tensión” nuestras fuerzas, creando una disciplina verdaderamente
férrea, verdaderamente proletaria, verdaderamente comunista, tendremos serias
posibilidades de ganar muchos meses. Y entonces, retrocediendo incluso hasta
los Urales (en el peor de los casos), facilitamos a nuestro aliado (el
proletariado internacional) la posibilidad de acudir en nuestra ayuda, la
posibilidad de “cubrir” (hablando en lenguaje deportivo) la distancia que
existe entre el comienzo de las explosiones revolucionarias y la revolución.
Esta
táctica, y sólo ésta, fortalece de hecho la ligazón de un destacamento del
socialismo internacional, aislado temporalmente, con los demás destacamentos,
pero, a decir verdad, ustedes, estimados “comunistas de izquierda”, se limitan
a “fortalecer la ligazón orgánica” de una frase sonora con otra frase sonora.
¡Mala “ligazón orgánica” es ésa!
Y les
explicaré, estimadísimos, por qué les ha ocurrido esa desgracia: porque
ustedes, en vez de reflexionar sobre las consignas de la revolución, se dedican
más a aprendérselas de memoria. Por eso colocan entre comillas las palabras “defensa
de la patria socialista”, entre unas
comillas que deben significar, probablemente, un intento de ironizar, pero que,
de hecho, demuestran el embrollo que reina en sus cabezas. Están ustedes
acostumbrados a considerar el “defensismo” como una cosa abominable y
repugnante, se han aprendido eso, lo recuerdan y lo repiten de memoria con
tanto celo, que algunos de ustedes han
llegado a decir la estupidez de que, en la época imperialista, la defensa de la
patria es intolerable (en realidad, es intolerable sólo en una guerra
imperialista, reaccionaria, hecha por la burguesa). Más no se les ha ocurrido
pensar por qué y cuándo es abominable el “defensismo”.
Reconocer la
defensa de la patria significa reconocer la legitimidad y la justicia de la
guerra. La legitimidad y la justicia ¿desde qué punto de vista? Sólo desde el
punto de vista del proletariado socialista y de su lucha por la emancipación;
nosotros no reconocemos ningún otro punto de vista. Si la guerra es hecha por
la clase de los explotadores para afianzar su dominación como clase, será una
guerra criminal, y el “defensismo” será en esa guerra una abominación y una
traición al socialismo. Si la guerra la hace el proletariado después de vencer
a la burguesía en su país, si la hace en interés del fortalecimiento y
desarrollo del socialismo, entonces será una guerra legítima y “sagrada”.
Somos
defensistas desde el 25 de octubre de 1917. He dicho esto más de una vez con
toda precisión, y ustedes no se atreven a discutirlo. Precisamente para
“fortalecer la ligazón” con el socialismo internacional es obligatorio defender
la patria socialista. Destruye la ligazón con el socialismo internacional quien
enfoca con frivolidad la defensa de un país en el que ha triunfado ya el
proletariado. Cuando éramos representantes de una clase oprimida, no adoptamos
una actitud frívola ante la defensa de la patria en la guerra imperialista,
sino que negamos por principio esa defensa. Cuando nos hemos convertido en
representantes de la clase dominante, que ha empezado a organizar el
socialismo, exigimos a todos que tengan una actitud seria ante la defensa del
país. Y tener una actitud seria ante la defensa del país significa prepararse a
fondo y tener en cuenta rigurosamente la correlación de fuerzas. Si las fuerzas
son a ciencia cierta pocas, el principal medio de defensa es replegarse al
interior del país (quien vea en esto, sólo en el caso presente, una fórmula
traída por los pelos, que lea lo que dice el viejo Clausewitz, uno de los
grandes escritores militares, acerca de las enseñanzas de la historia sobre el
particular). Pero entre los “comunistas de izquierda” no hay el menor indicio
de que comprendan la importancia del problema de la correlación de fuerzas.
Cuando
éramos enemigos por principio del defensismo, teníamos derecho a ridiculizar a
los que querían “preservar” su patria supuestamente en interés del socialismo.
Ahora que hemos obtenido el derecho a ser defensistas proletarios, todo el
planteamiento de la cuestión cambia de raíz. Pasa a ser un deber nuestro hacer
un recuento rigurosísimo de las fuerzas, sopesar con la mayor precisión si
podrá llegar a tiempo nuestro aliado (el proletariado internacional). El
capital está interesado en derrotar al enemigo (el proletariado revolucionario)
por partes antes de que se unan (de hecho, es decir, iniciando la revolución)
los obreros de todos los países. Nosotros estamos interesados en hacer todo lo
posible, en aprovechar incluso la más pequeña probabilidad para retrasar el
combate decisivo hasta el momento (o “hasta después” del momento) de esa
unificación de los destacamentos revolucionarios en un gran ejército
internacional.
III
Pasamos a
las desventuras de nuestros comunistas “de izquierda” en el terreno de la
política interior. Es difícil leer sin una sonrisa frases como las siguientes
en las tesis sobre el momento actual:
“...El
aprovechamiento armónico de los medios de producción que han quedado es
concebible sólo con la socialización más decidida”... “no capitular ante la
burguesía y los intelectuales pequeñoburgueses secuaces suyos, sino rematar a
la burguesía y acabar definitivamente con el sabotaje...”
¡Simpáticos
“comunistas de izquierda”! ¡Cuánta decisión tienen... y qué poca reflexión!
¿Qué significa “la socialización más
decidida”?
Rosa
Luxemburgo. La socialización de la Sociedad o ¿Cuál es el bolchevismo?
(Diciembre de 1918)
Se puede ser
decidido o indeciso en el problema de la nacionalización, de la confiscación.
Pero la clave está en que la mayor “decisión” del mundo es insuficiente para
pasar de la nacionalización y la confiscación a la socialización. La desgracia
de nuestros “izquierdistas” consiste, precisamente, en que con ese ingenuo e
infantil juego de palabras, “la socialización más decidida”, revelan su más
plena incomprensión de la clave del problema, de la clave del momento “actual”.
La desventura de los “izquierdistas” está en que no han observado la propia
esencia del “momento actual”, del paso de las confiscaciones (durante cuya
realización la cualidad principal del político es la decisión) a la
socialización (para cuya realización se requiere del revolucionario otra
cualidad).
La clave del
momento actual consistía ayer en nacionalizar, confiscar con la mayor decisión,
en golpear y rematar a la burguesía, en acabar con el sabotaje. Hoy, sólo los
ciegos podrán no ver que hemos nacionalizado, confiscado, golpeado y acabado
más de lo que hemos sabido contar. Y la socialización se distingue precisamente
de la simple confiscación en que se puede confiscar con la sola “decisión”, sin
saber contar y distribuir acertadamente, pero es imposible socializar sin saber
hacer eso.
Nuestro
mérito histórico consiste en que fuimos ayer (y seremos mañana) decididos en
las confiscaciones, en rematar a la burguesía, en acabar con el sabotaje.
Hablar hoy de eso en unas “tesis sobre el momento actual” significa volver el
rostro al pasado y no comprender la transición al futuro.
...”Acabar
definitivamente con el sabotaje”... ¡Vaya tarea! ¡Pero si los saboteadores han
sido “acabados” en grado suficiente! Lo que nos falta en absoluto, en absoluto,
es otra cosa: contar qué saboteadores hay y dónde debemos colocarlos, organizar
nuestras fuerzas para que, por ejemplo, un dirigente o controlador bolchevique
vigile a un centenar de saboteadores que vienen a servirnos. En tal situación,
lanzar frases como “la socialización más decidida”, “rematar” y “acabar
definitivamente” significa no dar una en el clavo. Es peculiar del
revolucionario pequeñoburgués no advertir que para el socialismo no basta
rematar, acabar, etc.; eso es suficiente para el pequeño propietario,
enfurecido contra el grande, pero el revolucionario proletario jamás caería en
semejante error.
V. I.
Lenin: Cinco años de la revolución rusa y perspectivas de la revolución mundial
(capitalismo de Estado)
Informe pronunciado ante el IV Congreso de la Internacional Comunista el
13 de noviembre de 1922 V. I. Lenin
Antes de
tomar el poder, defiende el capitalismo de estado
V. I. Lenin La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla
Escrito
entre el 10 y el 14 de septiembre de 1917.
Este texto
es extraído de las obras escogidas en tres
tomos,
editadas en 1961 por la editorial Progreso
Si las
palabras que hemos citado suscitan una sonrisa, el descubrimiento hecho por los
“comunistas de izquierda” de que la República Soviética, con la “desviación
bolchevique de derecha”, se ve amenazada de “evolucionar hacia el capitalismo de Estado” provoca una franca
carcajada homérica. ¡Puede decirse, en verdad, que nos han asustado! ¡Y con qué
celo repiten los “comunistas de izquierda” este terrible descubrimiento en sus
tesis y en sus artículos!...
Pero no se les ha ocurrido pensar que
el capitalismo de Estado representaría un paso adelante en comparación con la
situación existente hoy en nuestra República Soviética. Si dentro de unos seis
meses se estableciera en nuestro país el capitalismo de Estado, eso sería un
inmenso éxito y la más firme garantía de que, al cabo de un año, el socialismo
se afianzaría definitivamente y se haría invencible.
Me imagino
la noble indignación con que rechazará estas palabras el “comunista de
izquierda” y la “crítica demoledora” que desencadenará ante los obreros contra
“la desviación bolchevique de derecha”. ¿Cómo? ¿Que el paso al capitalismo de
Estado significaría un paso adelante en la República Socialista Soviética?...
¿No es eso una traición al socialismo?
Precisamente
en eso reside el error económico de los “comunistas de izquierda”. Por ello, es
preciso examinar con detalle este punto.
En primer
lugar, los “comunistas de izquierda” no han comprendido
cuál es precisamente la transición del capitalismo al socialismo que nos da
derecho y fundamento para denominarnos República
Socialista de los Soviets.
En segundo
lugar, revelan su espíritu pequeñoburgués precisamente en que no ven el
elemento pequeñoburgués como enemigo principal del socialismo en nuestro país.
En tercer
lugar, al levantar el espantajo del “capitalismo de Estado”, demuestran no
comprender el Estado soviético en su diferencia económica del Estado burgués.
Examinemos
estas tres circunstancias.
No ha
habido, a mi juicio, una sola persona que al ocuparse de la economía de Rusia
haya negado el carácter de transición de esa economía. Ningún comunista ha
negado tampoco, a mi parecer, que la expresión República Socialista Soviética
significa la decisión del Poder soviético de llevar a cabo la transición al
socialismo, más en modo alguno el no reconocimiento del nuevo régimen económico
como socialista.
Carlos
Marx Crítica del programa de Gotha 1875
Sin embargo,
¿qué significa la palabra transición?
¿No significará, aplicada a la economía, que en el régimen actual existen
elementos, partículas, pedacitos tanto de capitalismo como de socialismo? Todos
reconocen que sí. Mas no todos, al reconocer eso, se paran a pensar qué
elementos de los distintos tipos de economía social existen en Rusia. Y en eso
está todo el meollo de la cuestión.
Enumeraremos
esos elementos:
1) economía
campesina, patriarcal, es decir, natural en grado considerable;
2) pequeña
producción mercantil (en ella figuran la mayoría de los campesinos que venden
cereales);
3)
capitalismo privado;
4)
capitalismo de Estado;
5)
socialismo.
Rusia es tan
grande y tan abigarrada que en ella se entrelazan todos esos tipos diferentes
de economía social. Lo original de la situación consiste precisamente en eso.
Puede
preguntarse: ¿qué elementos predominan? Está claro que en un país
pequeñoburgués predomina, y no puede dejar de predominar, el elemento
pequeñoburgués; la mayoría, la inmensa mayoría de los agricultores son pequeños
productores de mercancías. Los especuladores, y el principal objeto de
especulación es el trigo, rompen ora aquí, ora allá la envoltura del
capitalismo de Estado (el monopolio de los cereales, el control sobre los
patronos y comerciantes, los cooperadores burgueses).
La lucha
principal se sostiene hoy precisamente en este terreno. ¿Entre quién se
sostiene esa lucha, si hablamos en los términos de las categorías económicas,
como, por ejemplo, el “capitalismo de Estado”? ¿Entre los peldaños cuarto y
quinto en el orden en que acabo de enumerarlos? Es claro que no. No es el
capitalismo de Estado el que lucha contra el socialismo, sino la pequeña
burguesía más el capitalismo privado los que luchan juntos, de común acuerdo,
tanto contra el capitalismo de Estado como contra el socialismo. La pequeña
burguesía opone resistencia a cualquier intervención del Estado, contabilidad y
control tanto capitalista de Estado como socialista de Estado. Eso es un hecho
de la realidad absolutamente inapelable, en cuya incomprensión está la raíz del
error económico de los “comunistas de izquierda”. El especulador, el merodeador
del comercio, el saboteador del monopolio: ése es nuestro principal enemigo
“interior”, el enemigo de las medidas económicas del Poder soviético. Si hace
125 años podía perdonarse aún a los pequeños burgueses franceses, los
revolucionarios más fervientes y más sinceros, el afán de vencer al especulador
mediante la ejecución de unos cuantos “elegidos” y los truenos de las
declaraciones hueras, hoy, en cambio, la actitud puramente palabrera de ciertos
eseristas de izquierda ante esta cuestión no despierta en cada revolucionario
consciente otra cosa que repugnancia o asco. Sabemos perfectamente que la base
económica de la especulación la constituyen el sector de los pequeños
propietarios, extraordinariamente amplio en Rusia, y el capitalismo privado,
que tiene un agente en cada pequeño burgués. Sabemos que los millones de
tentáculos de esta hidra pequeñoburguesa apresan aquí o allá a algunos sectores
de los obreros, que la especulación, en lugar del monopolio de Estado, irrumpe
por todos los poros de nuestra vida económico-social.
Quienes no
ven eso revelan precisamente con su ceguera que son prisioneros de los
prejuicios pequeñoburgueses. Así son nuestros “comunistas de izquierda”,
quienes de palabra (y profundísimamente convencidos de ello, como es natural)
son enemigos implacables de la pequeña burguesía; pero, de hecho, no hacen más
que ayudarla, no hacen más que servirla, no hacen más que expresar su punto de
vista, aullando -¡¡en abril de 1918!!- contra... ¡el “capitalismo de Estado”!
¡Eso se llama dar en el clavo!
El pequeño
burgués tiene reservas de dinero, unos cuantos miles, acumulados por medios
“lícitos”, y sobre todo ilícitos, durante la guerra. Tal es el tipo económico
característico como base de la especulación y del capitalismo privado. El
dinero es el certificado que les permite recibir riquezas sociales, y los
millones de pequeños propietarios guardan bien ese certificado, lo ocultan del
“Estado”, no creyendo en ningún socialismo y comunismo, “esperando a que pase”
la tempestad proletaria. Y una de dos: o sometemos a ese pequeño burgués a
nuestro control y contabilidad (y podemos hacerlo, si organizamos a los
campesinos pobres, es decir, a la mayoría de la población o semiproletarios
alrededor de la vanguardia proletaria consciente), o él echará abajo nuestro
Poder obrero inevitable e ineluctablemente, de la misma manera que echaron
abajo la revolución los Napoleón y los Cavaignac, que brotan precisamente sobre
ese terreno de pequeños propietarios. Así está planteada la cuestión. Los
eseristas de izquierda son los únicos que no ven esta verdad, sencilla y clara,
tras las frases hueras sobre el campesinado “trabajador”; pero ¿quién puede
tomar en serio a los eseristas de izquierda, hundidos en las frases hueras? El
pequeño burgués que esconde sus miles es un enemigo del capitalismo de Estado y
aspira a invertir esos miles única y exclusivamente en provecho propio, en
contra de los pobres, en contra de toda clase de control del Estado; y el
conjunto de estos miles forma una base de muchos miles de millones para la
especulación, que malogra nuestra edificación socialista. Supongamos que
determinado número de obreros aporta en varios días valores por una suma igual
a 1.000. Supongamos, además, que de esta suma tenemos una pérdida igual a 200,
como consecuencia de la pequeña especulación, de las dilapidaciones de todo
género y de las maniobras de los pequeños propietarios para transgredir las
normas y los decretos soviéticos. Todo obrero consciente dirá: si yo pudiera
aportar 300 de esos 1.000, a condición de que se implantase un orden y una
organización mejores, aportaría con gusto 300 en lugar de 200, ya que con el
Poder soviético reducir luego este “tributo”, supongamos, hasta 100 ó 50 será
una tarea muy fácil, una vez que se impongan el orden y la organización, una
vez que sea vencido por completo el sabotaje de la pequeña propiedad privada
contra todo monopolio de Estado.
Este
sencillo ejemplo con cifras -simplificado premeditadamente al máximo para hacer
más clara la exposición- explica la correlación, en la situación actual, entre
el capitalismo de Estado y el socialismo. Los obreros tienen en sus manos el
Poder del Estado, tienen la absoluta posibilidad jurídica de “tomar” todo el
millar, es decir, de no entregar un solo kopek que no esté destinado a fines
socialistas. Esta posibilidad jurídica, que se asienta en el paso de hecho del
Poder a los obreros, es un elemento del socialismo.
Pero los
elementos de la pequeña propiedad y del capitalismo privado se valen de muchos
medios para minar la situación jurídica, para abrir paso a la especulación y
frustrar el cumplimiento de los decretos soviéticos. El capitalismo de Estado
significaría un gigantesco paso adelante incluso si pagáramos más que ahora (he
tomado adrede el ejemplo con cifras para mostrar esto claramente), pues merece
la pena pagar “por aprender”, pues eso es útil para los obreros, pues vencer el
desorden, el desbarajuste y el relajamiento tiene más importancia que nada,
pues continuar la anarquía de la pequeña propiedad representa el peligro mayor
y más temible, que nos hundirá indudablemente (si no lo vencemos), en tanto que
pagar un mayor tributo al capitalismo de Estado, lejos de hundirnos, nos
llevará por el camino más seguro hacia el socialismo. La clase obrera, después
de aprender a proteger el orden estatal frente a la anarquía de la pequeña
propiedad, después de aprender a organizar la producción en gran escala, en
escala de todo el país sobre la base del capitalismo de Estado, tendrá entonces
en las manos -disculpadme la expresión- todos los triunfos, y el afianzamiento
del socialismo estará asegurado.
El
capitalismo de Estado es incomparablemente superior desde el punto de vista
económico, a nuestra economía actual. Eso en primer lugar. Y en segundo lugar,
no tiene nada de temible para el Poder soviético, pues el Estado soviético es
un Estado en el que está asegurado el Poder de los obreros y de los campesinos
pobres. Los “comunistas de izquierda” no han comprendido estas verdades
indiscutibles, que, como es natural, jamás podrá comprender el “eserista de
izquierda”, incapaz en general de ligar en la cabeza ninguna clase de ideas
sobre economía política, pero que se verá obligado a reconocer todo marxista.
No merece la pena discutir con el eserista de izquierda: basta señalarle con el
dedo como un “ejemplo repulsivo” de charlatán; pero con el “comunista de
izquierda” es preciso discutir, pues en este caso el error lo cometen
marxistas, y el análisis de sus errores ayudará a la clase obrera a encontrar
el camino certero.
IV
Para aclarar
más aún la cuestión, citaremos, en primer lugar, un ejemplo concretísimo de
capitalismo de Estado. Todos conocemos ese ejemplo: Alemania. Tenemos allí la
“última palabra” de la gran técnica capitalista moderna y de la organización
armónica, subordinada al imperialismo junker-burgués, Dejad a un lado las
palabras subrayadas, colocad en lugar de Estado militar, junker, burgués,
imperialista, también un Estado, pero un Estado de otro tipo social, de otro
contenido de clase, el Estado soviético, es decir, proletario, y obtendréis
toda la suma de condiciones que da como resultado el socialismo.
El
socialismo es inconcebible sin la gran técnica capitalista basada en la última
palabra de la ciencia moderna, sin una organización estatal armónica que someta
a decenas de millones de personas a la más rigurosa observancia de una norma
única en la producción y la distribución de los productos. Nosotros, los
marxistas, hemos hablado siempre de eso, y no merece la pena gastar siquiera
dos segundos en conversar con gentes que no han comprendido ni siquiera eso
(los anarquistas y una buena mitad de los eseristas de izquierda).
Al mismo
tiempo, el socialismo es inconcebible sin la dominación del proletariado en el
Estado: eso es también elemental. Y la historia (de la que nadie, excepto los
obtusos mencheviques de primera clase, esperaba que diera de modo liso,
tranquilo, fácil y simple el socialismo “íntegro”) siguió un camino tan
original que parió hacia 1918 dos mitades separadas de socialismo, una cerca de
la otra, exactamente igual que dos futuros polluelos bajo el mismo cascarón del
imperialismo internacional. Alemania y Rusia encarnaron en 1918 del modo más
patente la realización material de las condiciones económico-sociales,
productivas y económicas del socialismo, de una parte, y de sus condiciones
políticas, de otra.
La
revolución proletaria victoriosa en Alemania rompería de golpe, con
extraordinaria facilidad, todo cascarón del imperialismo (hecho, por desgracia,
del mejor acero, por lo que no pueden romperlo los esfuerzos de cualquier ...
polluelo), haría realidad de modo seguro la victoria del socialismo mundial,
sin dificultades o con dificultades insignificantes, si se toma, naturalmente,
la escala de lo “difícil”, desde el punto de vista histórico-universal y no
desde el punto de vista pequeñoburgués y de círculo.
Mientras la
revolución tarde aún en “nacer” en Alemania, nuestra tarea consiste en aprender
de los alemanes el capitalismo de Estado, en implantarlo con todas las fuerzas,
en no escatimar métodos dictatoriales para acelerar su implantación más aún que
Pedro I aceleró la implantación del occidentalismo por la bárbara Rusia, sin
reparar en medios bárbaros de lucha contra la barbarie. Si entre los
anarquistas y eseristas de izquierda hay hombres (recuerdo involuntariamente
los discursos de Karelin y Gue en el CEC) capaces de razonar a lo Narciso que
no es digno de revolucionarios “aprender” del imperialismo alemán, habrá que
decirles una cosa: una revolución que creyera en serio a semejantes hombres se
hundiría sin falta (y lo tendría bien merecido).
En Rusia
predomina hoy precisamente el capitalismo pequeñoburgués, del que uno y el
mismo camino lleva tanto al gran capitalismo de Estado como al socialismo,
lleva a través de una y la misma estación intermedia, llamada “contabilidad y
control por todo el pueblo de la producción y la distribución”. Quien no
comprende esto comete un error económico imperdonable, bien desconociendo los
hechos de la realidad, no viendo lo que existe ni sabiendo mirar la verdad cara
a cara, o bien limitándose a una contraposición abstracta del “capitalismo” al
“socialismo” y no calando hondo en las formas y fases concretas de esta
transición hoy en nuestro país. Entre paréntesis, se trata del mismo error
teórico que desconcertó a los mejores hombres del campo de óvaya Zhizn y
Vperiod: los peores y medianos de entre ellos se arrastran, por obtusos y
amorfos, a la cola de la burguesía, asustados por ella; los mejores no han
comprendido que los maestros del socialismo no hablaban en vano de todo un
período de transición del capitalismo al socialismo y no subrayaban en vano los
“largos dolores del parto” de la nueva sociedad; por cierto que esta nueva
sociedad es también una abstracción, que sólo puede encarnar en la vida por
medio de intentos concretos, imperfectos y variados, de crear uno u otro Estado
socialista.
Precisamente
porque no se puede seguir avanzando desde la actual situación económica de
Rusia sin pasar por lo que es común al capitalismo de Estado y al socialismo
(la contabilidad y el control por todo el pueblo), es un completo absurdo
teórico asustar a los demás y asustarse a sí mismo con la “evolución hacia el
capitalismo de Estado” (Kommunist, núm. 1, pág. 8, col. 1). Eso
significa, precisamente, desviarse con el pensamiento “apartándose” del
verdadero camino de la “evolución”, no comprender dicho camino; en la práctica,
eso equivale a tirar hacia atrás, hacia el capitalismo basado en la pequeña
propiedad.
A fin de que
el lector se convenza de que no hago sólo hoy, ni mucho menos, una “alta”
apreciación del capitalismo de Estado, sino que la hice también antes de la
toma del Poder por los bolcheviques, me permito reproducir la siguiente cita de
mi folleto La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla, escrito
en septiembre de 1917:
“...Pues
bien, sustituid ese Estado de junkers y capitalistas, ese Estado de
terratenientes y capitalistas, por un Estado democrático-revolucionario, es
decir, por un Estado que destruya revolucionariamente todos los privilegios,
que no tema implantar revolucionariamente la democracia más completa, y veréis
que el capitalismo monopolista de Estado, en un Estado verdaderamente
democrático-revolucionario, representa inevitablemente, infaliblemente, ¡un
paso, pasos hacia el socialismo!
... Pues el
socialismo no es más que el paso siguiente después del monopolio capitalista de
Estado.
...El
capitalismo monopolista de Estado es la preparación material más completa para
el socialismo, su antesala, un peldaño de la escalera histórica entre el cual y
el peldaño llamado socialismo no hay ningún peldaño intermedio” (pp. 27 y 28).
Observad que
eso fue escrito en tiempos de Kerenski, que no se trata aquí de la dictadura
del proletariado, no se trata del Estado socialista, sino del Estado
“democrático-revolucionario”. ¿No está claro, acaso, que cuanto más alto nos
hayamos elevado de este escalón político, cuanto más plenamente hayamos
encarnado en los Soviets el Estado socialista y la dictadura del proletariado,
menos nos será permitido temer al “capitalismo de Estado”? ¿No está claro,
acaso, que en el sentido material, económico, de la producción, no nos
encontramos aún en la “antesala” del socialismo? ¿Y que no se puede entrar por
la puerta del socialismo si no es atravesando esa “antesala”, no alcanzada
todavía por nosotros?
Desde
cualquier lado que se enfoque la cuestión, la conclusión es siempre la misma:
el razonamiento de los “comunistas de izquierda” acerca de la supuesta amenaza
que representa para nosotros el “capitalismo de Estado” es un completo error
económico y una prueba evidente de que están prisioneros en absoluto
precisamente de la ideología pequeñoburguesa.
V
Es también
aleccionadora en extremo la circunstancia siguiente.
Cuando
discutimos en el CEC con el camarada Bujarin[3], éste
observó, entre otras cosas: en la cuestión de los sueldos elevados a los
especialistas, “nosotros” (por lo visto, nosotros quiere decir los “comunistas
de izquierda”) “estamos a la derecha de Lenin”, pues no vemos en ello ningún
apartamiento de los principios, recordando las palabras de Marx de que, en
determinadas condiciones, lo más conveniente para la clase obrera sería
“deshacerse por dinero de toda esa cuadrilla”[4] (precisamente de la cuadrilla de capitalistas,
es decir, indemnizar a la burguesía por la tierra, las fábricas y demás medios
de producción).
Escrito: En alemán, entre el 15 y el 22
de noviembre de 1894.
Esta
observación, de extraordinario interés, pone de relieve, en primer lugar, que Nikolái Bujarin está dos cabezas por encima de los
eseristas de izquierda y anarquistas, que no se ha hundido definitivamente, ni
mucho menos, en las frases hueras, sino que, por el contrario, trata de
profundizar en las dificultades concretas de la transición -dolorosa y dura
transición- del capitalismo al socialismo.
En segundo
lugar, esta observación pone al descubierto con mayor evidencia aún el error de
Bujarin.
En efecto.
Profundizad en el pensamiento de Marx.
Se trataba
de la Inglaterra de los años 70 del siglo pasado, del período culminante del
capitalismo premonopolista, del país en el que había entonces menos militarismo
y burocracia, del país en el que existían entonces mayores probabilidades de
victoria “pacífica” del socialismo en el sentido de que los obreros
“indemnicen” a la burguesía. Y Marx decía: en determinadas condiciones, los
obreros no se negarán de ninguna manera a indemnizar a la burguesía. Marx no se
ataba las manos -ni se las ataba a los futuros dirigentes de la revolución
socialista- en cuanto a las formas, métodos y procedimientos de la revolución,
como prendiendo muy bien cuán grande sería el número de problemas que se
plantearían entonces, cómo cambiaría toda la situación en el curso de la
revolución, con qué frecuencia y con qué fuerza habría de cambiar esa
situación.
¿Y cuál es
la situación en la Rusia Soviética después de haber tomado el Poder el
proletariado, después de haber sido aplastados la resistencia militar y el
sabotaje de los explotadores? ¿No es evidente que se han creado algunas
condiciones del tipo de las que podían haberse creado hace medio siglo en
Inglaterra si dicho país hubiera empezado entonces a pasar pacíficamente al
socialismo? El sometimiento de los capitalistas a los obreros podría haberse
asegurado entonces en Inglaterra por las siguientes circunstancias: (1)
predominio absoluto de los obreros, de los proletarios, entre la población
debido a la ausencia de campesinado (en los años 70 había en Inglaterra
indicios que permitían esperar éxitos extraordinariamente rápidos del
socialismo entre los obreros agrícolas); (2) excelente organización del
proletariado en uniones sindicales (Inglaterra era entonces el primer país del
mundo en este sentido); (3) nivel cultural relativamente alto del proletariado,
disciplinado por el desarrollo secular de la libertad política; (4) la larga
costumbre de los capitalistas de Inglaterra -entonces eran los capitalistas
mejor organizados de todos los países del mundo (hoy esa primacía ha pasado a
Alemania)- para resolver los problemas políticos y económicos por medio de un
compromiso. He ahí las circunstancias que permitían entonces pensar en la
posibilidad del sometimiento pacifico de los capitalistas de Inglaterra a sus
obreros.
En nuestro
país, ese sometimiento está asegurado en el momento actual por conocidas
premisas cardinales (triunfo en octubre y aplastamiento, desde octubre hasta
febrero, de la resistencia militar y del sabotaje de los capitalistas). En
nuestro país, en lugar del predominio absoluto de los obreros, de los
proletarios, entre la población y de su alto nivel de organización, el factor
de la victoria ha sido el apoyo de los campesinos pobres y rápidamente
arruinados a los proletarios. Por último, en nuestro país no existen ni un
elevado nivel cultural ni la costumbre de los compromisos. Si se piensa a fondo
en estas condiciones concretas, estará claro que podemos y debemos conseguir
ahora la combinación de los métodos de represión implacable[5] contra los capitalistas incultos, que no
aceptan ningún “capitalismo de Estado”, que no conciben ningún compromiso y
siguen frustrando las medidas soviéticas por medio de la especulación, el
soborno de los pobres, etc., con los métodos de compromiso o de indemnización a
los capitalistas cultos, que aceptan el “capitalismo de Estado”, que pueden
aplicarlo y que son útiles al proletariado como organizadores inteligentes y
expertos de grandísimas empresas que abarquen de verdad el abastecimiento de
productos a decenas de millones de personas.
Bujarin es
un economista marxista magníficamente instruido. Por eso ha recordado que Marx
tenía profundísima razón cuando enseñaba a los obreros la importancia que tiene
conservar la organización de la gran producción precisamente para facilitar el
paso al socialismo y les hacía ver que era admisible por completo la idea de
pagar bien a los capitalistas, de indemnizarlos, en el caso (a título de
excepción: Inglaterra era entonces una excepción) de que las circunstancias
obligasen a los capitalistas a someterse pacíficamente y a pasar de una manera
organizada y culta al socialismo sobre la base de la indemnización.
Pero Bujarin
ha caído en un error, pues no ha reflexionado sobre la peculiaridad concreta
del momento actual en Rusia, un momento precisamente excepcional, en el que
nosotros, el proletariado de Rusia, vamos delante de cualquier Inglaterra y de
cualquier Alemania por nuestro régimen político, en virtud del Poder político
de los obreros, y, al mismo tiempo, vamos detrás del Estado más atrasado de
Europa Occidental en lo que se refiere a la organización de un buen capitalismo
de Estado, al nivel cultural y al grado de preparación de la producción
material para “implantar” el socialismo.
No está claro
que de esta situación peculiar se deduce, para el momento actual, precisamente
la necesidad de algo parecido a una “indemnización”, que los obreros deben
proponer a los capitalistas más cultos, más inteligentes y más capaces desde el
punto de vista de organización dispuestos a servir al Poder soviético y ayudar
honestamente a poner en marcha la producción “estatal” grande y grandísima? ¿No
está claro que en una situación tan original debemos esforzarnos por evitar los
errores de doble tipo, cada uno de los cuales es pequeñoburgués a su manera? De
una parte, sería un error irreparable declarar que, puesto que se reconoce la
disconformidad de nuestras “fuerzas” económicas y de la fuerza política, “por
consiguiente”, no se debía haber tomado el Poder. Así razonan los “hombres
enfundados”, quienes olvidan que jamás habrá “conformidad”, que no puede
haberla en el desarrollo de la naturaleza, como tampoco en el desarrollo de la
sociedad; que sólo mediante una serie de intentos -cada uno de los cuales,
tomado por separado, será unilateral, adolecerá de cierta disconformidad- se
creará el socialismo íntegro con la colaboración revolucionaria de los
proletarios de todos los países.
De otra
parte, sería un error evidente dar rienda suelta a los chillones y palabreros,
que se dejan arrastrar por el “brillante” revolucionarismo, pero que son
incapaces de efectuar una labor revolucionaria firme, reflexiva y sopesada, que
tenga en cuenta también las dificilísimas transiciones.
Por fortuna,
la historia del desarrollo de los partidos revolucionarios y de la lucha del
bolchevismo contra ellos nos ha dejado en herencia tipos claramente definidos,
entre los cuales figuran los eseristas de izquierda y anarquistas, que son una
ilustración bastante gráfica del tipo de malos revolucionarios. Gritan ahora
-gritan hasta la histeria, atragantándose- contra “el espíritu de conciliación”
de los “bolcheviques de derecha”. Pero no saben pensar por qué era malo el
“espíritu de conciliación” y por qué fue condenado justamente por la historia y
el curso de la revolución.
El espíritu
de conciliación de los tiempos de Kerenski entregaba el Poder a la burguesía
imperialista, y la cuestión del Poder es la cuestión cardinal de toda
revolución. El espíritu de conciliación de una parte de los bolcheviques en
octubre-noviembre de 1917 temía la toma del Poder por el proletariado o quería
compartir a medias el Poder no sólo con los “compañeros de viaje inestables”,
como los eseristas de izquierda, sino también con los enemigos, los adeptos de
Chernov, los mencheviques, que nos habrían estorbado inevitablemente en lo
fundamental: en la disolución de la Asamblea Constituyente, en el aplastamiento
implacable de los Bogaievski, en la implantación total de las instituciones
soviéticas, en cada confiscación.
Ahora el
Poder ha sido tomado, mantenido y afianzado en manos de un partido, del Partido
del proletariado, incluso sin los “compañeros de viaje inestables”. Hablar hoy
de espíritu de conciliación, cuando no existe ni puede hablarse siquiera de
compartir el Poder, de renunciar a la dictadura de los proletarios contra la
burguesía, significa simplemente repetir como una urraca palabras aprendidas de
memoria, pero sin comprenderlas. Denominar “espíritu de conciliación” el hecho
de que, llegados a una situación en la que podemos y debemos gobernar el país,
tratemos de ganarnos, sin escatimar dinero, a los elementos más cultos
instruidos por el capitalismo, de ponerlos a nuestro servicio contra la
disgregación sembrada por los pequeños propietarios, significa no saber pensar
en absoluto en las tareas económicas de la edificación del socialismo.
Y por eso
-por muy favorablemente que testifique al camarada Bujarin la circunstancia de
que “se avergonzara” en el acto en el CEC del “servicio” que le prestaron los
Karelin y los Gue-, pese a ello, sigue constituyendo una seria advertencia a la
corriente de los “comunistas de izquierda” la alusión que se hace a sus
compañeros de lucha política.
Ahí
tenéis Znamia Trudá, el órgano de los eseristas de izquierda, que
en su número del 25 de abril de 1918 declaraba con orgullo: “La posición actual
de nuestro Partido se solidariza con otra corriente en el bolchevismo (con
Bujarin, Pokrovski y otros)”. Ahí tenéis al menchevique Vperiod de
esa misma fecha, que contenía, entre otras cosas, la siguiente “tesis” del
conocido menchevique Isuv:
“La política
del Poder soviético, ajena desde el primer momento al carácter auténticamente
proletario, emprende en los últimos tiempos y cada día de manera más abierta la
senda del acuerdo con la burguesía y adquiere un carácter claramente
antiobrero. Bajo la bandera de la nacionalización de la industria se aplica una
política de implantación de los trusts industriales, bajo la bandera del
restablecimiento de las fuerzas productivas del país se hacen intentos de
acabar con la jornada de ocho horas, de implantar el trabajo a destajo y el sistema de Taylor, las listas negras
y las cédulas de identidad discriminatorias. Esta política amenaza con privar
al proletariado de sus conquistas fundamentales en el terreno económico y
convertirlo en una víctima de la ilimitada explotación por parte de la
burguesía”.
¿Verdad que
es magnífico?
Nosotros los rojos (la distopía de Yevgueni Zamiatin, inspiradora de
otras obras como “Un mundo feliz” (1932) de A. Huxley o “1984” (1948) de George
Orwel. Lenin y el taylorismo
Los amigos
de Kerenski, que sostuvieron junto con él la guerra imperialista en nombre de
los tratados secretos que prometía anexiones a los capitalistas rusos; los
colegas de Tsereteli, que el 11 de junio se disponía a desarmar a los obreros;
los Liberdán, que encubrían el Poder de la burguesía con frases sonoras; ellos,
¡ellos!, acusan al Poder soviético de “acuerdo con la burguesía”, de “implantar
los trusts” (¡es decir, de implantar precisamente el “capitalismo de Estado”!),
de implantar el sistema de Taylor.
Sí, hay “que
entregar a Isuv una medalla en nombre de los bolcheviques, y su tesis debe ser
expuesta en cada club obrero y en cada sindicato como modelo de discursos
provocadores de la burguesía. Los obreros conocen ahora bien, conocen por
experiencia propia en todas partes a los Liberdán, los Tsereteli y los Isuv, y
será archiprovechoso para los obreros reflexionar atentamente sobre por qué
semejantes lacayos de la burguesía les provocan para que opongan resistencia al
sistema de Taylor y a la “implantación de los trusts”.
Los obreros
conscientes confrontarán reflexivamente la “tesis” del amigo de los señores
Liberdán y Tsereteli, Isuv, con la siguiente tesis de los “comunistas de
izquierda”:
“La
implantación de la disciplina de trabajo con motivo del restablecimiento de la
dirección de los capitalistas en la producción no podrá aumentar de manera
substancial el rendimiento del trabajo, pero disminuirá la iniciativa, la
actividad y el grado de organización clasista del proletariado. Amenaza con la
esclavización de la clase obrera y despertará el descontento tanto de los
sectores atrasados como de la vanguardia del proletariado. Para llevar a la
práctica este sistema, con el odio reinante entre los medios proletarios contra
“los saboteadores capitalistas”, el Partido Comunista tendría que apoyarse en
la pequeña burguesía contra los obreros y, con ello, hundirse como Partido del proletariado”
(Kommunist, núm. 1, p. 8, col. 2).
He ahí la
prueba más palpable de cómo han caído en la trampa los “izquierdistas”, de cómo
se han dejado llevar por la provocación de los Isuv y otros Judas del
capitalismo. He ahí una buena lección a los obreros, quienes saben que
precisamente la vanguardia del proletariado está a favor de que se implante la
disciplina de trabajo, que es precisamente la pequeña burguesía la que se
esfuerza más que nada por destruir esa disciplina. Palabras del tipo de las que
figuran en la tesis de los “izquierdistas” que acabamos de citar constituyen el
mayor oprobio, una abjuración total del comunismo de hecho, una deserción plena
al campo precisamente de la pequeña burguesía.
“Con motivo
del restablecimiento de la dirección de los capitalistas”: ahí tenéis las
palabras con que piensan “defenderse” los “comunistas de izquierda”. Es una
defensa absolutamente inservible, pues, en primer lugar, el Poder soviético
entrega la “dirección” a los capitalistas existiendo los comisarios obreros o
los comités obreros, que vigilan cada paso del dirigente, aprenden de su
experiencia de dirección y tienen la posibilidad no sólo de apelar contra las
disposiciones del dirigente, sino de destituirlo por conducto de los organismos
del Poder soviético. En segundo lugar, se entrega la “dirección” a los
capitalistas para que desempeñen funciones ejecutivas durante el tiempo de
trabajo, cuyas condiciones son fijadas precisamente por el Poder soviético y
abolidas y revisadas por él. En tercer lugar, el Poder soviético entrega la
“dirección” a los capitalistas no como capitalistas, sino como técnicos
especialistas u organizadores, a los que abona una alta remuneración por su
trabajo. Y los obreros saben muy bien que los organizadores de las empresas verdaderamente
grandes y grandísimas, de los trusts o de otras instituciones pertenecen, en el
noventa y nueve por ciento de los casos, a la clase de los capitalistas, lo
mismo que los técnicos de primera; pero es precisamente a ellos a quienes
debemos admitir nosotros, el Partido proletario, como “dirigentes” del proceso
de trabajo y de la organización de la producción, pues, aparte de ellos, no hay
otros que conozcan ese asunto por la práctica, por la experiencia. Porque los
obreros, que han salido ya de la primera infancia, del período en que podían
desorientarlos la frase “izquierdista” o el relajamiento pequeñoburgués,
marchan hacia el socialismo precisamente a través de la dirección capitalista
de los trusts, a través de la gran producción mecanizada, a través de las
empresas con un giro anual de varios millones, sólo a través de esa producción
y de esas empresas. Los obreros no son pequeños burgueses. No temen al gran
“capitalismo de Estado”, sino que lo aprecian como un instrumento suyo,
proletario, que su Poder, el Poder soviético, utilizará contra la disgregación
y la desorganización peculiares de los pequeños propietarios.
Los únicos
que no comprenden eso son los intelectuales desclasados -y, por ello,
pequeñoburgueses hasta la médula-, cuyo prototipo en el grupo de los
“comunistas de izquierda” y en su revista es Osinski, cuando escribe:
“...Toda la
iniciativa en la organización y dirección de la empresa pertenecerá a los
“organizadores de los trusts”: porque nosotros no queremos enseñarles, no
queremos convertirlos en simples trabajadores, sino aprender de ellos (Kommunist,
núm. 1, p. 14, col. 2).
Los
esfuerzos por ironizar en esta frase están dirigidos contra mis palabras:
“aprender de los organizadores de los trusts el socialismo”.
A Osinski
eso le parece ridículo. Quiere convertir a los organizadores de los trusts en
“simples trabajadores”. Si esto lo hubiera escrito un hombre de la misma edad
que aquel de quien decía el poeta: “Sólo quince años, ¿no más?”, no habría de
qué sorprenderse. Pero resulta algo extraño escuchar esas palabras a un
marxista que ha aprendido que el socialismo es imposible sin aprovechar las
conquistas de la técnica y de la cultura alcanzadas por el gran capitalismo. En
este caso no ha quedado ni rastro del marxismo.
No. Sólo son
dignos de llamarse comunistas quienes comprenden que es imposible crear o
implantar el socialismo sin aprender de los organizadores de los trusts. Porque
el socialismo no es una invención, sino la asimilación y la aplicación por la
vanguardia proletaria, después de conquistar el Poder, de todo lo creado por
los trusts. Nosotros, el Partido del proletariado no podemos sacar de ningún
sitio la pericia para organizar la gran producción del tipo de los trusts, como
los trusts; no podemos sacarla de ningún sitio como no sea de los mejores
especialistas del capitalismo.
No tenemos
nada que enseñarles, a no ser que nos planteemos el objetivo infantil de
“enseñar” el socialismo a los intelectuales burgueses: no hay que enseñarles,
sino expropiarlos (cosa que en Rusia se hace con bastante “decisión”), hay que
acabar con su sabotaje, hay que someterlos, como capa o grupo, al Poder
soviético. Nosotros, en cambio, si no somos comunistas en edad infantil ni de
mentalidad infantil, debemos aprender de ellos, tenemos cosas que aprender,
pues el Partido del proletariado y la vanguardia del proletariado carecen de
experiencia para trabajar independientemente en la organización de grandísimas
empresas que sirvan a decenas de millones de habitantes.
Y los
mejores obreros de Rusia lo han comprendido. Han empezado a aprender de los
capitalistas organizadores, de los ingenieros dirigentes, de los técnicos
especialistas. Han empezado con firmeza y precaución por lo más fácil, pasando
gradualmente a lo más difícil. Si las cosas van más despacio en la metalurgia y
en la construcción de maquinaria, ello se debe a que es un asunto más difícil.
Pero los obreros textiles, tabaqueros y curtidores no temen, como los
intelectuales pequeñoburgueses desclasados, al “capitalismo de Estado”, no
temen “aprender de los organizadores de los trusts”. En las instituciones
dirigentes centrales, como el “Comité principal del ramo de la piel” o la
“Dirección central del textil”, estos obreros se sientan a la misma mesa que
los capitalistas, aprenden de ellos, organizan los trusts, organizan el
“capitalismo de Estado”, que con el Poder soviético es la antesala del
socialismo, una condición de la firme victoria del socialismo.
Esta labor
de los obreros avanzados de Rusia, al lado de su labor para implantar la
disciplina de trabajo, se ha realizado y se realiza sin ruido, sin brillantez,
sin el estruendo y el griterío que necesitan algunos “izquierdistas”, con
inmensa prudencia y paso a paso, teniendo en cuenta las lecciones de la
práctica. Esta dura labor de aprender prácticamente a crear la gran producción
es la garantía de que marchamos por el camino certero, la garantía de que los
obreros conscientes de Rusia luchan contra la disgregación y la desorganización
peculiares de los pequeños propietarios, contra la indisciplina
pequeño-burguesa[6], la garantía del triunfo del comunismo.
VI
Para
terminar, dos observaciones. Cuando discutimos con los “comunistas de izquierda”
el 4 de abril de 1918 (véase Kommunist, núm. 1, p. 4, nota) les
planteé a bocajarro la cuestión: probad a explicar qué os disgusta en el
decreto sobre los ferrocarriles, presentad vuestras enmiendas. Tenéis el deber
de hacerlo como dirigentes soviéticos del proletariado, pues, de otro modo,
vuestras palabras no pasarán de ser frases hueras.
El 20 de
abril de 1918 apareció el núm.1 de Kommunist, pero en él no se dice
ni una palabra de cómo debe modificarse o corregirse, a juicio de los
“comunistas de izquierda”, el decreto ferroviario.
Con ese
silencio, los “comunistas de izquierda” se han condenado a sí mismos. Se han
limitado a ataques e indirectas contra el decreto sobre los ferrocarriles (pp.
8 y 16 del núm. 1), pero no han contestado nada coherente a esta pregunta:
“¿cómo corregir el decreto si es equivocado?”
Sobran los
comentarios. Los obreros conscientes calificarán de “isuvista” o de frase huera
semejante “crítica” del decreto sobre los ferrocarriles (que es un modelo de
nuestra línea, la línea de firmeza, la línea de la dictadura, la línea de la
disciplina proletaria).
Otra
observación. En el núm. 1 de Kommunist se publica una reseña
del camarada Bujarin, muy elogiosa para mí, sobre mi folleto El Estado y la Revolución. Pero, por muy
valiosas que sean para mí las opiniones de hombres como Bujarin, debo decir
honradamente que el carácter de la reseña pone al desnudo un hecho triste y
significativo: Bujarin enfoca las tareas de la dictadura del proletariado
vuelto de cara al pasado y no al futuro. Bujarin ha observado y subrayado todo
lo que pueden tener de común en el problema del Estado el revolucionario
proletario y el revolucionario pequeñoburgués. Bujarin “no ha observado”
precisamente lo que separa al primero del segundo.
Bujarin ha
observado y subrayado que el viejo aparato del Estado debe ser “destruido”,
“dinamitado”, que es preciso “acabar de estrangular” a la burguesía, etc. El
enfurecido pequeño burgués también puede querer eso. Y eso lo ha hecho ya, en
líneas generales, nuestra revolución desde octubre de 1917 hasta febrero de
1918.
Pero en mi
folleto se habla también de lo que no puede querer el pequeño burgués, ni
siquiera el más revolucionario, de lo que quiere el proletario consciente, de
lo que no ha hecho aún nuestra revolución. Y Bujarin ha guardado silencio sobre
esta tarea, sobre la tarea del día de mañana.
Pero yo
tengo motivos más que suficientes para no guardar silencio sobre el particular,
primero, porque debe esperarse de un comunista más atención a las tareas de
mañana que a las de ayer, y, segundo, porque mi folleto fue escrito antes de
que los bolcheviques tomáramos el Poder, cuando no se podía obsequiar a los
bolcheviques con una consideración pequeñoburguesa vulgar: “Claro, después de
haber conquistado el Poder hablan, naturalmente, de disciplina...”
“…El
socialismo se convertirá gradualmente en comunismo pues los hombres se
habituarán a observar las reglas elementales de la convivencia social sin
violencia y sin sometimiento” (El Estado y la Revolución, pp. 77-78. Por
consiguiente, se hablaba de las “reglas elementales” antes de tomar el Poder).
“...Sólo
entonces comenzará a extinguirse la democracia...” cuando “los hombres se
habituarán poco a poco a observar las reglas elementales de convivencia,
conocidas a lo largo de los siglos y repetidas desde hace miles de años en
todos los preceptos; a observarlas sin violencia, sin coacción, sin
subordinación, sin ese aparato especial de coacción que se llama Estado” (loc.
cit., p. 84; de los “preceptos” se hablaba antes de tomar el Poder).
“...La fase
superior del comunismo” (a cada cual, según sus necesidades; de cada cual,
según su capacidad) “presupone una productividad del trabajo que no es la
actual y hombres que no son los actuales filisteos, capaces -como los
seminaristas de Pomialovski- de dilapidar “a tontas y a locas” la riqueza
social y de pedir lo imposible” (loc. cit., p. 9).
“...Mientras
llega la fase superior del comunismo, los socialistas exigen el más riguroso
control por parte de la sociedad y por parte del Estado sobre la medida de
trabajo y la medida de consumo...” (loc. cit.).
“Contabilidad
y control: he aquí lo principal, lo que hace falta para poner a punto y para
que funcione bien la primera fase de la sociedad comunista” (loc. cit., p. 95).
Y ese control debe ser establecido no sólo sobre “la insignificante minoría de
capitalistas, sobre los señoritos que quieren seguir conservando sus hábitos
capitalistas”, sino también sobre los obreros “profundamente corrompidos por el
capitalismo” (loc. cit., p. 96), y sobre “los haraganes, los señoritos, los
granujas y demás depositarios de las tradiciones del capitalismo” (loc. cit.).
Es
significativo que Bujarin no haya subrayado esto.
5 de mayo
de1918.
NOTAS
[1] “Kommunist” (“El
Comunista”): revista semanal, órgano fraccional del grupo antipartido de los
“comunistas de izquierda”; se publicó en Moscú desde el 20 de abril hasta junio
de 1918, apareciendo cuatro números. (N. de Edit. Progreso)
[2] Nozdriov: Personaje de la obra
de N. Gógol Las almas muertas, que encarna el tipo del hombre presuntuoso,
fresco y embustero. (N. de Edit. Progreso)
[4] Véase F. Engels El problema
campesino e Francia y en Alemania (C. Marx y F. Engels. Obras Escogidas en tres
tomos, tomo III, p. 500). (N. de Edit. Progreso)
[5] En este sentido hay que mirar
también la verdad cara a cara: la implacabilidad, indispensable para el éxito
del socialismo, sigue siendo poca entre nosotros, y no porque falte decisión.
Tenemos bastante decisión. Lo que no tenemos es destreza para atrapar con la
rapidez necesaria a un número suficiente de especuladores, merodeadores y
capitalistas, de infractores de las medidas soviéticas. ¡Porque esa “destreza”
se crea únicamente con la organización de la contabilidad y del control! En
segundo lugar, no hay bastante firmeza en los tribunales, que en vez de
condenar a los concusionarios a ser pasados por las armas les imponen penas de
medio año de cárcel. Estos dos defectos nuestros tienen la misma raíz social:
la influencia del elemento pequeñoburgués, su falta de firmeza. (N. de
Lenin)
[6] Es elocuente en extremo que los
autores de las tesis no digan ni palabra sobre la significación de la dictadura
del proletariado en la esfera económica de la vida. Hablan solamente “de la
organización”, etc. Pero eso lo reconoce también el pequeño burgués, que teme
precisamente la dictadura de los obreros en las relaciones económicas. El
revolucionario proletario jamás habría podido “olvidar” en un momento como el
actual esta “médula” de la revolución proletaria, enfilada contra las bases
económicas del capitalismo. (N. de Lenin)
Cuba: La
conceptualización del modelo y el futuro del socialismo. El regreso al
capitalismo en Cuba
Vladímir
Ilich Uliánov Lenin. Informe sobre la revolución de 1905
Víctor
Alba. Sobre el frente único proletario, documentos complementarios.
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