NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG: Le he añadido los enlaces de las obras
que hace referencia Lenin en este
documento. Le he añadido dos formatos y fuentes de este libro.
EL ESTADO Y LA REVOLUCION
(V. I. Lenin)
EL ESTADO Y LA REVOLUCION
(V. I. Lenin)
NOTA DEL
EDITOR
Se ha tomado
como base de la presente edición de El Estado y la revolución el
texto de la edición española de las Obras Escogidas de Lenin, en
dos tomos, publicadas por Ediciones en Lenguas Extranjeras, de Moscú, en 1948.
Este folleto ha sido editado después de haber sido confrontado con la versión
china, publicada por la Editorial del Pueblo, de Pekín, en septiembre de 1964,
y consultado el original ruso de las Obras Completas de Lenin, t.
XXV.
Las notas incluidas al final del folleto han sido redacta das y
traducidas según las de la edición china, publicada por la Editorial del
Pueblo, de Pekín.
[Nota del
Transcritor : En las ediciones impresas, las citas aparecen en todos
los textos en tipo del mismo tamaño, pero son sangradas en cuadrito. En la
versión de Internet siguiente, estos pasajes NO se sangran como cuadrito, sino
aparecen en tipo de menor tamaño. -- DJR ]
I N D I C
E
1
4 |
||
LA
SOCIEDAD DE CLASES Y EL ESTADO
|
5
|
|
El Estado,
producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase
Los destacamentos especiales de fuerzas armadas, las cárceles, etc. El Estado, arma de explotación de la clase oprimida La "extinción" del Estado y la revolución violenta |
5 9 13 18 |
|
|
||
EL ESTADO
Y LA REVOLUCION. LA EXPERIENCLA DE LOS
AÑOS 1848-1851 |
26 |
|
En vísperas
de la revolución
El balance de la revolución Cómo planteaba Marx la cuestión en 1852 |
26
32 40 |
|
|
||
EL ESTADO
Y LA REVOLUCION. LA EXPERIENCIA DE LA
COMUNA DE PARIS DE 1891. EL ANALISIS DE MARX |
43 |
|
¿En qué
consiste el heroísmo de la tentativa de los comuneros?
¿Con qué sustituir la máquina del Estado, una vez destruida? La abolición del parlamentarismo Organización de la unidad de la nación La destrucción del Estado-parásito |
43
48 54 62 66 |
|
|
||
CONTINUACION. ACLARACIONES
COMPLEMENTARIAS DE
ENGELS |
69 |
|
"La
cuestión de la vivienda"
Polémica con los anarquistas Una carta a Bebel Crítica del proyecto del programa de Erfurt Prólogo de 1891 a "La guerra civil" de Marx Engels, sobre la superación de la democracia |
69
73 78 82 91 98 |
|
|
||
LAS BASES
ECONOMICAS DE LA EXTINCION DEL ESTADO
|
102
|
|
Planteamiento
de la cuestión por Marx
La transición del capitalismo al comunismo Primera fase de la sociedad comunista La fase superior de la sociedad comunista |
102
105 112 117 |
|
|
||
EL
ENVILECIMIENTO DEL MARXISMO POR LOS OPORTU-
NISTAS |
126 |
|
La
polémica de Plejánov con los anarquistas
La polemica de Kautsky con los oportunistas La polémica de Kautsky con Pannekoek |
127
128 138 |
|
|
150
|
La cuestión del Estado adquiere
actualmente una importancia singular, tanto en el aspecto teórico como en el
aspecto político práctico. La guerra
imperialista ha acelerado y agudizado extraordinariamente el proceso de
transformación del capitalismo monopolista en capitalismo monopolista de Estado.
La opresión monstruosa de las masas trabajadoras por el Estado, que se va
fundiendo cada vez más estrechamente con las asociaciones omnipotentes de los
capitalistas, cobra proporciones cada vez más monstruosas. Los países
adelantados se convierten -- y al decir esto nos referimos a su
"retaguardia" -- en presidios militares para los obreros.
Los inauditos horrores y calamidades de
esta guerra interminable hacen insoportable la situación de las masas, aumentando
su indignación. Va fermentando a todas luces la revolución proletaria
internacional. La cuestión de la actitud de ésta hacia el Estado adquiere una
importancia práctica.
Los elementos de oportunismo acumulados
durante décadas de desarrollo relativamente pacífico crearon la corriente de
socialchovinismo imperante en los partidos socialistas oficiales del mundo
entero. Esta corriente (Plejánov,
pág. 2
Pótresov, Breshkóvskaia, Rubanóvich y luego, bajo una
forma levemente velada, los señores Tsereteli, Chernov y Cía., en Rusia;
Scheidemann, Legien, David y otros en Alemania;Renaudel,
Guesde, Vandervelde, en Francia y en Bélgica; Hyndman y los fabianos[2], en Inglaterra, etc., etc.),
socialismo de palabra y chovinismo de hecho, se distingue por la adaptación vil
y lacayuna de los "jefes" del "socialismo", no sólo a los
intereses de "su" burguesía nacional, sino, precisamente, a los
intereses de "su" Estado, pues la mayoría de las llamadas grandes
potencias hace ya largo tiempo que explotan y esclavizan a muchas
nacionalidades pequeñas y débiles. Y la guerra imperialista es precisamente una
guerra por la partición y el reparto de esta clase de botín. La lucha por
arrancar a las masas trabajadoras de la influencia de la burguesía en general y
de la burguesía imperialista en particular, es imposible sin una lucha contra
los prejuicios oportunistas relativos al "Estado".
Comenzamos examinando la doctrina de Marx y Engels sobre el Estado,
deteniéndonos de manera especialmente minuciosa en los aspectos de esta
doctrina olvidados o tergiversados de un modo oportunista. Luego, analizaremos
especialmente la posición del principal representante de estas
tergiversaciones, Carlos Kautsky, el líder más conocido de la II Internacional
(1889-1914), que tan lamentable bancarrota ha sufrido durante la guerra actual.
Finalmente, haremos el balance fundamental de la experiencia de la revolución
rusa de 1905 y, sobre todo, de la de 1917. Esta última cierra, evidentemente,
en los momentos actuales (comienzos de agosto de 1917), la primera fase de su
desarrollo; pero toda esta revolución, en términos generales, sólo puede
comprenderse como uno de los eslabones de la cadena de las revoluciones
proletarias socialistas suscitadas por la
pág. 3
guerra
imperialista. La cuestión de la actitud de la revolución socialista del
proletariado ante el Estado adquiere, así, no solo una importancia política
práctica, sino la importancia más candente como cuestión de explicar a las
masas qué deberán hacer para liberarse, en un porvenir inmediato, del yugo del
capital.
El Autor
Agosto de
1917.
PROLOGO A LA SEGUNDA EDICION
Esta edición, la segunda, no contiene
apenas modificaciones. No se ha hecho más que añadir el apartado 3 al capítulo
II.
El Autor
Moscú, 17 de diciembre de 1918.
pág. 4 [blanca]
pág. 5
CAPITULO I
LA SOCIEDAD DE CLASES Y EL ESTADO
Ocurre hoy con la doctrina de Marx lo que ha
solido ocurrir en la historia repetidas veces con las doctrinas de los
pensadores revolucionarios y de los jefes de las clases oprimidas en su lucha
por la liberación. En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras
les someten a constantes persecuciones, acogen sus doctrinas con la rabia más
salvaje, con el odio más furioso, con la campaña más desenfrenada de mentiras y
calumnias. Después de su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos,
canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta
aureola de gloria para "consolar" y engañar a las clases oprimidas,
castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando
su filo revolucionario, envileciéndola. En semejante "arreglo" del
marxismo se dan la mano actualmente la burguesía y los oportunistas dentro del
movimiento obrero. Olvidan, relegan a un segundo plano, tergiversan el aspecto
revolucio-
pág. 6
nario de esta doctrina, su espíritu revolucionario. Hacen
pasar a primer plano, ensalzan lo que es o parece ser aceptable para la
burguesía. Todos los socialchovinistas son hoy -- ¡bromas aparte! --
"marxistas". Y cada vez con mayor frecuencia los sabios burgueses
alemanes, que ayer todavía eran especialistas en pulverizar el marxismo, hablan
hoy ¡de un Marx "nacional-alemán" que, según ellos, educó estas
asociaciones obreras tan magníficamente organizadas para llevar a cabo la
guerra de rapiñal!
Ante esta situación, ante la inaudita difusión
de las tergiversaciones del marxismo, nuestra misión consiste, ante todo,
en restaurar la verdadera doctrina de Marx sobre el Estado.
Para esto es necesario citar toda una serie de pasajes largos de las obras
mismas de Marx y Engels. Naturalmente, las citas largas hacen la exposición
pesada y en nada contribuyen a darle un carácter popular. Pero es de todo punto
imposible prescindir de ellas. No hay más remedio que citar del modo más
completo posible todos los pasajes, o, por lo menos, todos los pasajes
decisivos, de las obras de Marx y Engels sobre la cuestión del Estado, para que
el lector pueda formarse por su cuenta una noción del conjunto de las ideas de
los fundadores del socialismo científico y del desarrollo de estas ideas, así
como también para probar documentalmente y patentizar con toda claridad la
tergiversación de estas ideas por el "kautskismo" hoy imperante.
Comencemos por la obra más conocida de F. Engels: "El origen de la familia, de
la propiedad privada y del Estado", de la que ya en 1894 se publicó en
Stuttgart la sexta edición. Conviene traducir las citas de los originales
alemanes, pues las traducciones rusas, con ser tan numerosas, son en gran parte
incompletas o están hechas de un modo muy defectuoso.
pág. 7
"El Estado -- dice Engels, resumiendo su
análisis histórico -- no es, en modo alguno, un Poder impuesto desde fuera a la
sociedad; ni es tampoco 'la realidad de la idea moral', 'la imagen y la
realidad de la razón', como afirma Hegel. El Estado es, más bien, un producto
de la sociedad al llevar a una determinada fase de desarrollo; es la confesión
de que esta sociedad se ha enredado consigo misma en una contradicción
insoluble, se ha dividido en antagonismos irreconciliables, que ella es
impotente para conjurar. Y para que estos antagonismos, estas clases con
intereses económicos en pugna, no se devoren a sí mismas y no devoren a la
sociedad en una lucha estéril, para eso hízose necesario un Poder situado,
aparentemente, por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el conflicto, a
mantenerlo dentro de los límites del 'orden'. Y este Poder, que brota de la
sociedad, pero que se coloca por encima de ella y que se divorcia cada vez más
de ella, es el Estado" (págs. 177 y 178 de la sexta edición alemana).
Aquí aparece expresada con toda claridad la
idea fundamental del marxismo en punto a la cuestión del papel histórico y de
la significación del Estado. EI Estado
es el producto y la manifestación del carácter irreconciliable de
las contradicciones de clase. El Estado surge en el sitio, en el momento y
en el grado en que las contradiciones de clase no pueden,
objetivamente, conciliarse. Y viceversa: la existencia del Estado demuestra que
las contradicciones de clase son irreconciliables.
En torno a este punto importantísimo y cardinal
comienza precisamente la tergiversación del marxismo, tergiversación que sigue
dos direcciones fundamentales,
pág. 8
De una parte, los ideólogos burgueses y
especialmente los pequeñoburgueses, obligados por la presión de hechos
históricos indiscutibles a reconocer que el Estado sólo existe allí donde
existen las contradicciones de clase y la lucha de clases, "corrigen"
a Marx de manera que el Estado resulta ser el órgano de la conciliación de
clases. Según Marx, el Estado no podría ni surgir ni mantenerse si fuese
posible la conciliación de las clases. Para los profesores y publicistas
mezquinos y filisteos -- ¡que invocan a cada paso en actitud benévola a Marx!
-- resulta que el Estado es precisamente el que concilia las clases. Según Marx, el Estado es un órgano de dominación de
clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la
creación del "orden" que legaliza y afianza esta opresión,
amortiguando los choques entre las clases. En opinión de los políticos
pequeñoburgueses, el orden es precisamente la conciliación de las clases y no la
opresión de una clase por otra. Amortiguar los choques significa para ellos
conciliar y no privar a las clases oprimidas de ciertos medios y procedimientos
de lucha para el derrocamiento de los opresores.
Por ejemplo, en la revolución de 1917, cuando
la cuestión de la significación y del papel del Estado se planteó precisamente
en toda su magnitud, en el terreno práctico, como una cuestión de acción
inmediata, y además de acción de masas, todos los socialrevolucionarios y todos
los mencheviques cayeron, de pronto y por entero, en la teoría pequeñoburguesa
de la "conciliación" de las
clases "por el Estado". Hay innumerables resoluciones y artículos
de los políticos de estos dos partidos saturados de esta teoría mezquina y
filistea de la "conciliación". Que
el Estado es el órgano de dominación de una determinada clase, la cual no puede conciliarse con su
antípoda (con la clase contrapuesta a ella), es algo que esta de
pág. 9
mocracia pequeñoburguesa no podrá jamás comprender, La
actitud ante el Estado es uno de los síntomas más patentes de que nuestros
socialrevolucionarios y mencheviques no son en manera alguna socialistas (lo
que nosotros, los bolcheviques, siempre hemos demostrado), sino demócratas
pequeñoburgueses con una fraseología casi socialista.
De otra parte, la tergiversación
"kautskiana" del marxismo es bastante más sutil.
"Teóricamente", no se niega ni que el Estado sea el órgano de
dominación de clase, ni que las contradicciones de clase sean irreconciliables.
Pero se pasa por alto u oculta lo siguiente: si el Estado es un producto del
carácter irreconciliable de las contradicciones de clase, si es una fuerza que
está por encima de la sociedad y que "s e d i v
o r c i a c a d a v e z m á s de la
sociedad", es evidente que la liberación de la clase oprimida es
imposible, no sólo sin una revolución violenta, s i n o t a m b i
é n s i n l a d e s t r u c c i ó n del
aparato del Poder estatal que ha sido creado por la clase dominante y en el que
toma cuerpo aquel "divorcio". Como veremos más abajo, Marx llegó a
esta conclusión, teóricamente clara por si misma, con la precisión más
completa, a base del análisis histórico concreto de las tareas de la
revolución. Y esta conclusión es precisamente -- como expondremos con todo
detalle en las páginas siguientes -- la que Kautsky . . . ha
"olvidado" y falseado.
2. LOS DESTACAMENTOS ESPECIALES DE FUERZAS
ARMADAS, LAS CARCELES, ETC.
"En comparación con las antiguas
organizaciones gentilicias (de tribu o de clan) -- prosigue Engels --, el Estado
se caracteriza, en primer lugar, por la agrupación de sus súbditos según las
divisiones territoriales". . . A nosotros,
pág. 10
esta agrupación nos parece 'natural', pero ella exigió una
larga lucha contra la antigua organización en 'gens' o en tribus.
"La segunda característica es la instauración de un Poder público, que ya no coincide directamente con la población organizada espontáneamente como fuerza armada. Este Poder público especial hácese necesario porque desde la división de la sociedad en clases es ya imposible una organización armada espontánea de la población. . . Este Poder público existe en todo Estado; no está formado solamente por hombres armados, sino también por aditamentos materiales, las cárceles y las instituciones coercitivas de todo género, que la sociedad gentilicia no conocía. . ."
"La segunda característica es la instauración de un Poder público, que ya no coincide directamente con la población organizada espontáneamente como fuerza armada. Este Poder público especial hácese necesario porque desde la división de la sociedad en clases es ya imposible una organización armada espontánea de la población. . . Este Poder público existe en todo Estado; no está formado solamente por hombres armados, sino también por aditamentos materiales, las cárceles y las instituciones coercitivas de todo género, que la sociedad gentilicia no conocía. . ."
Engels desarrolla la noción de esa
"fuerza" a que se da el nombre de Estado, fuerza que brota de la
sociedad, pero que se sitúa por encima de ella y que se divorcia cada vez más
de ella. ¿En qué consiste, fundamentalmente, esta fuerza? En destacamentos
especiales de hombres armados, que tienen a su disposición cárceles y otros
elementos.
Tenemos derecho a hablar de destacamentos
especiales de hombres armados, pues el Poder público propio de todo Estado
"no coincide directamente" con la población armada, con su
"organización armada espontánea".
Como todos los grandes pensadores
revolucionarios, Engels se esfuerza en dirigir la atención de los obreros
conscientes precisamente hacia aquello que el filisteísmo dominante considera
como lo menos digno de atención, como lo más habitual, santificado por
prejuicios no ya sólidos, sino podríamos decir que petrificados El ejército
permanente y
pág. 11
la policía son los instrumentos fundamentales de la fuerza
del Poder del Estado. Pero ¿puede acaso ser de otro modo?
Desde el punto de vista de la inmensa mayoría
de los europeos de fines del siglo XIX, a quienes se dirigía Engels y que no
habían vivido ni visto de cerca ninguna gran revolución, esto no podía ser de
otro modo. Para ellos, era completamente incomprensible esto de una "organización armada espontanea de la
población". A la pregunta de por qué ha surgido la necesidad de
destacamentos especiales de hombres armados (policía y ejército permanente)
situados por encima de la sociedad y divorciados de ella, el filisteo del
Occidente de Europa y el filisteo ruso se inclinaban a contestar con un par de
frases tomadas de prestado de Spencer o de Mijailovski, remitiéndose a la
complejidad de la vida social, a la diferenciación de funciones, etc.
Estas referencias parecen
"científicas" y adormecen magníficamente al filisteo, velando lo principal y fundamental: la división de
la sociedad en clases enemigas irreconciliables.
Si no existiese esa división, la
"organización armada espontánea de la población" se diferenciaría por
su complejidad, por su elevada técnica, etc., de la organización primitiva de
la manada de monos que manejan el palo, o de la del hombre prehistórico, o de
la organización de los hombres agrupados en la sociedad del clan; pero
semejante organización sería posible.
Si es imposible, es porque la sociedad
civilizada se halla dividida en clases enemigas, y además irreconciliablemente
enemigas, cuyo armamento "espontáneo" conduciría a la lucha armada
entre ellas. Se forma el Estado, se crea una fuerza especial, destacamentos
especiales de hombres armados, y cada revolución, al destruir el aparato del
Estado, nos indica bien visiblemente cómo la clase dominante se esfuerza
pág. 12
por restaurar los destacamentos especiales de hombres armados
a s u servicio, cómo la clase oprimida se esfuerza en
crear una nueva organización de este tipo, que sea capaz de servir no a los
explotadores, sino a los explotados.
En el pasaje citado, Engels plantea
teóricamente la misma cuestión que cada gran revolución plantea ante nosotros
prácticamente de un modo palpable y, además, sobre un plano de acción de masas,
a saber: la cuestión de las relaciones mutuas entre los destacamentos "especiales"
de hombres armados y la "organización armada espontánea de la
población". Hemos de ver cómo ilustra de un modo concreto esta cuestión la
experiencia de las revoluciones europeas y rusas.
Pero volvamos a la exposición de Engels.
Engels señala que, a veces, por ejemplo, en
algunos sitios de Norteamérica, este Poder público es débil (se trata aquí de
excepciones raras dentro de la sociedad capitalista y de aquellos sitios de
Norteamérica en que imperaba, en el período preimperialista, el colono libre),
pero que, en términos generales, se fortalece:
". . . Este Poder público se fortalece a
medida que los antagonismos de clase se agudizan dentro del Estado y a medida
que se hacen más grandes y más poblados los Estados colindantes; basta fijarse
en nuestra Europa actual, donde la lucha de clases y el pugilato de conquistas
han encumbrado al Poder público a una altura en que amenaza con devorar a toda
la sociedad y hasta al mismo Estado".
Esto fue escrito no más tarde que a comienzos
de la década del 90 del siglo pasado. El último prólogo de Engels lleva la
fecha del 16 de junio de 1891. Por aquel entonces, comenzaba apenas en Francia,
y más tenuemente todavía en Norteamérica y en Alemania, el viraje hacia el
imperialismo, tanto
pág. 13
en el sentido de la dominación completa de los trusts, como
en el sentido de la omnipotencia de los
grandes bancos, en el sentido de una grandiosa política colonial, etc. Desde entonces, el "pugilato de
conquistas" ha experimentado un avance gigantesco, tanto más cuanto que a
comienzos de la segunda década del siglo XX el planeta ha resultado estar
definitivamente repartido entre estos "conquistadores en pugilato",
es decir, entre las grandes potencias rapaces. Desde entonces, los
armamentos terrestres y marítimos han crecido en proporciones increíbles, y la
guerra de pillaje de 1914 a 1917 por la dominación de Inglaterra o Alemania
sobre el mundo, por el reparto del botín, ha llevado al borde de una catástrofe
completa la "absorción" de todas las fuerzas de la sociedad por un
Poder estatal rapaz.
Ya en 1891, Engels supo señalar el
"pugilato de conquistas" como uno de los más importantes rasgos
distintivos de la política exterior de las grandes potencias. ¡Y los canallas
socialchovinistas de los años 1914-1917, en que precisamente este pugilato,
agudizándose más y más, ha engendrado la guerra imperialista, encubren la
defensa de los intereses rapaces de "su" burguesía con frases sobre
la "defensa de la patria",
sobre la "defensa de la república y
de la revolución" y con otras frases por el estilo!
3. EL ESTADO, ARMA DE EXPLOTACION DE LA CLASE
OPRIMlDA
Para mantener un Poder público aparte, situado
por encima de la sociedad, son necesarios los impuestos y las deudas del
Estado.
"Los
funcionarios, pertrechados con el Poder público y con el derecho a cobrar
impuestos, están situados -- dice
pág. 14
Engels --, como órganos de la sociedad, por encima de la sociedad. A ellos ya no les
basta, aun suponiendo que pudieran tenerlo, con el respeto libre y voluntario
que se les tributa a los órganos del régimen gentilicio. . ." Se dictan
leyes de excepción sobre la santidad y la inviolabilidad de los funcionarios. "El más despreciable polizonte"
tiene más "autoridad" que los representantes del clan; pero
incluso el jefe del poder militar de un Estado civilizado podría envidiar a un
jefe de clan por "el respeto espontáneo" que le profesaba la
sociedad.
Aquí se plantea la cuestión de la situación
privilegiada de los funcionarios como órganos del Poder del Estado. Lo fundamental
es saber: ¿qué los coloca por encima de la sociedad? Veamos
cómo esta cuestión teórica fue resuelta prácticamente por la Comuna de París en
1871 y cómo la esfumó reaccionariamente Kautsky en 1912:
"Como
el Estado nació de la necesidad de tener a raya los antagonismos de clase, y
como, al mismo tiempo, nació en medio del conflicto de estas clases, el Estado
lo es, por regla general, de la clase más poderosa, de la clase económicamente
dominante, que con ayuda de él se convierte también en la clase políticamente
dominante, adquiriendo así nuevos medios para la represión y explotación de la
clase oprimida. . ." No fueron sólo el Estado antiguo y el Estado
feudal órganos de explotación de los esclavos y de los campesinos siervos y
vasallos: también "el moderno Estado
representativo es instrumento de explotación del trabajo asalariado por el
capital. Sin embargo, excepcionalmente, hay períodos en que las clases en pugna
se equilibran hasta tal punto, que el Poder del Estado adquiere
momentáneamente, como aparente mediador, una
pág. 15
cierta independencia
respecto a ambas". . . Tal aconteció con la
monarquía absoluta de los siglos XVII y XVIII, con el bonapartismo del primero
y del segundo Imperio en Francia, y con Bismarck en Alemania.
Y tal ha acontecido también -- agregamos
nosotros -- con el gobierno de Kerenski, en la Rusia republicana, después del
paso a las persecuciones del proletariado revolucionario, en un momento en que
los Soviets, como consecuencia de hallar se dirigidos por demócratas pequeñoburgueses,
son ya impotentes, y la burguesía no es todavía lo
bastante fuerte para disolverlos pura y simplemente.
En la república democrática -- prosigue Engels
-- "la riqueza ejerce su poder indirectamente, pero de un modo tanto más
seguro", y lo ejerce, en primer lugar, mediante la "corrupción
directa de los funcionarios" (Norteamérica), y, en segundo lugar, mediante
la "alianza del gobierno con la Bolsa" (Francia y Norteamérica).
En la actualidad, el imperialismo y la
dominación de los Bancos han "desarrollado", hasta convertirlos en un
arte extraordinario, estos dos métodos adecuados para defender y llevar a la
práctica la omnipotencia de la riqueza en las repúblicas democráticas, sean
cuales fueren. Si, por ejemplo, en los
primeros meses de la república democrática rusa, en los meses que podemos
llamar de la luna de miel de los "socialistas" --
socialrevolucionarios y mencheviques -- con la burguesía, en el gobierno de
coalición, el señor Palchinski saboteó todas las medidas de restricción contra
los capitalistas y sus latrocinios, contra sus actos de saqueo en detrimento
del fisco mediante los suministros de guerra, y si, al salir
pág. 16
del ministerio, el señor Palchinski (sustituido,
naturalmente, por otro Palchinski exactamente igual) fue
"recompensado" por los capitalistas con un puestecito de 120.000
rublos de sueldo al año, ¿qué significa esto? ¿Es un soborno directo o
indirecto? ¿Es una alianza del gobierno con los consorcios o son
"solamente" lazos de amistad? ¿Qué papel desempeñan los Chernov y los
Tsereteli, los Avkséntiev y los Skóbelev? ¿El de aliados "directos" o
solamente indirectos de los millonarios malversadores de los fondos públicos?
La omnipotencia
de la "riqueza" es más
segura en las repúblicas democráticas, porque no depende de la mala
envoltura política del capitalismo. La república democrática es la mejor
envoltura política de que puede revestirse el capitalismo, y por lo tanto
el capital, al dominar (a través de los Pakhinski, los Chernov, los Tsereteli y
Cía.) esta envoltura, que es la mejor de todas, cimenta su Poder de un modo tan
seguro, tan firme, que ningún cambio
de personas, ni de instituciones, ni de partidos, dentro de la república
democrática burguesa, hace vacilar este Poder.
Hay que advertir, además, que Engels, con la
mayor precisión, llama al sufragio universal arma de dominación de la burguesía. El
sufragio universal, dice Engels, sacando evidentemente las enseñanzas de la
larga experiencia de la socialdemocracia alemana, es
"el índice que sirve para
medir la madurez de la clase obrera. No puede ser más ni será nunca más, en el
Estado actual".
Los demócratas pequeñoburgueses, por el estilo
de nuestros socialrevolucionarios y mencheviques, y sus hermanos carnales,
todos los socialchovinistas y oportunistas de la Europa occidental, esperan, en
efecto, "más" del sufragio universal.
pág. 17
Comparten ellos mismos e inculcan al pueblo la falsa idea de
que el sufragio universal es, "en el Estado actual ",
un medio capaz de expresar realmente la voluntad de la mayoría de los
trabajadores y de garantizar su efectividad práctica.
Aquí no podemos hacer más que señalar esta idea
mentirosa, poner de manifiesto que esta afirmación de Engels completamente
clara, precisa y concreta, se falsea a cada paso en la propaganda y en la
agitación de los partidos socialistas "oficiales" (es decir,
oportunistas). Una explicación minuciosa de toda la falsedad de esta idea,
rechazada aquí por Engels, la encontraremos más adelante, en nuestra exposición
de los puntos de vista de Marx y Engels sobre el Estado "actual ".
En la más popular de sus obras, Engels traza el
resumen general de sus puntos de vista en los siguientes términos:
"Por
tanto, el Estado no ha existido eternamente. Ha habido sociedades que se las
arreglaron sin él, que no tuvieron la menor noción del Estado ni del Poder
estatal. Al llegar a una determinada fase del desarrollo económico, que estaba
ligada necesariamente a la división de la sociedad en clases, esta división
hizo que el Estado se convirtiese en una necesidad. Ahora nos acercamos con
paso veloz a una fase de desarrollo de la producción en que la existencia de
estas clases no sólo deja de ser una necesidad, sino que se convierte en un
obstáculo directo para la producción. Las clases desaparecerán de un modo tan
inevitable como surgieron en su día. Con la desaparición de las clases,
desaparecerá inevitablemente el Estado. La sociedad, reorganizando de un modo nuevo
la producción sobre la base de una asociación libre e igual de productores,
enviará toda la máquina del Estado al lugar que entonces le ha de corres-
pág. 18
ponder:
al museo de antiguedades, junto a la rueca y al hacha de bronce".
No se encuentra con frecuencia esta cita en las
obras de propaganda y agitación de la socialdemocracia contemporánea. Pero
incluso cuando nos encontramos con ella es, casi siempre, como si se hiciesen
reverencias ante un icono; es decir, para rendir un homenaje oficial a Engels,
sin el menor intento de analizar qué amplitud y profundidad revolucionarias
supone esto de "enviar toda la máquina del Estado al museo de
antiguedades". No se ve, en la mayoría de los casos, ni siquiera la
comprensión de lo que Engels llama la máquina del Estado.
4. LA "EXTINCION" DEL ESTADO Y LA
REVOLUCION VIOLENTA
Las palabras de Engels sobre la
"extinción" del Estado gozan de tanta celebridad y se citan con tanta
frecuencia, muestran con tanto relieve dónde está el quid de la adulteración
corriente del marxismo por la cual éste es adaptado al oportunismo, que se hace
necesario detenerse a examinarlas detalladamente. Citaremos todo el pasaje
donde figuran estas palabras:
"El
proletariado toma en sus manos el Poder del Estado
y comienza por convertir los medios de producción en propiedad del Estado. Pero
con este mismo acto se destruye a sí mismo como proletariado y destruye toda
diferencia y todo antagonismo de clases, y, con ello mismo, el Estado como tal.
La sociedad hasta el presente, movida entre los antagonismos de clase, ha
necesitado del Estado, o sea de una organización de la correspondiente clase
explotadora
pág. 19
para
mantener las condiciones exteriores de producción, y por tanto, particularmente
para mantener por la fuerza a la clase explotada en las condiciones de opresión
(la esclavitud, la servidumbre o el vasallaje y el trabajo asalariado),
determinadas por el modo de producción existente. El Estado era el
representante oficial de toda la sociedad, su síntesis en un cuerpo social
visible; pero lo era sólo como Estado de la clase que en su época representaba
a toda la sociedad: en la antiguedad era el Estado de los ciudadanos
esclavistas; en la Edad Media el de la nobleza feudal; en nuestros tiempos es
el de la burguesía. Cuando el Estado se convierta finalmente en representante
efectivo de toda la sociedad, será por sí mismo superfluo. Cuando ya no exista
ninguna clase social a la que haya que mantener en la opresión; cuando
desaparezcan, junto con la dominación de clase, junto con la lucha por la
existencia individual, engendrada por la actual anarquía de la producción, los
choques y los excesos resultantes de esta lucha, no habrá ya nada que reprimir
ni hará falta, por tanto, esa fuerza especial de represión, el Estado. El
primer acto en que el Estado se manifiesta efectivamente como representante de
toda la sociedad: la toma de posesión de los medios de producción en nombre de
la sociedad, es a la par su último acto independiente como Estado. La
intervención de la autoridad del Estado en las relaciones sociales se hará
superflua en un campo tras otro de la vida social y se adormecerá por sí misma.
El gobierno sobre las
personas es sustituido por la administración de las cosas y por la dirección de los procesos de producción. El
Estado no será 'abolido'; se extingue. Partiendo de esto es como hay que juzgar el valor
de esa frase sobre el 'Estado popular libre' en lo que toca a su justificación provisional como consigna de agitación y
en
pág. 20
lo que se
refiere a su falta absoluta de fundamento científico. Partiendo de esto es
también como debe ser considerada la exigencia de los llamados anarquistas de
que el Estado sea abolido de la noche a la mañana" ("Anti-Dühring "
o "La subversión de la ciencia por el señor Eugenio Dühring", págs.
301-303 de la tercera edición alemana).
Sin temor a equivocarnos, podemos decir que de
estos pensamientos sobremanera ricos, expuestos aquí por Engels, lo único que
ha pasado a ser verdadero patrimonio del pensamiento socialista, en los
partidos socialistas actuales, es la tesis de que el Estado, según Marx,
"se extingue", a diferencia de la doctrina anarquista de la
"abolición" del Estado. Truncar así el marxismo equivale a reducirlo
al oportunismo, pues con esta "interpretación" no queda en pie más
que una noción confusa de un cambio lento, paulatino, gradual, sin saltos ni
tormentas, sin revoluciones. Hablar de "extinción" del Estado, en un
sentido corriente, generalizado, de masas, si cabe decirlo así, equivale
indudablemente a esfumar, si no a negar, la revolución.
Además, semejante "interpretación" es
la más tosca tergiversación del marxismo, tergiversación que sólo favorece a la
burguesía y que descansa teóricamente en la omisión de circunstancias y
consideraciones importantísimas que se indican, por ejemplo, en el
"resumen" contenido en el pasaje de Engels, citado aquí por nosotros
en su integridad.
En primer lugar, Engels dice en el comienzo
mismo de este pasaje que, al tomar el Poder del Estado, el proletariado
"destruye, con ello mismo, el Estado como tal". "No es uso"
pararse a pensar qué significa esto. Lo corriente es ignorarlo en absoluto o
considerarlo algo así como una "debi-
pág. 21
lidad hegeliana" de Engels. En realidad, en estas
palabras se expresa concisamente la experiencia de una de las más grandes
revoluciones proletarias, la experiencia de la Comuna de París de 1871, de la
cual hablaremos detalladamente en su lugar. En realidad, Engels habla aquí de
la "destrucción" del Estado de la burguesía por la
revolución proletaria, mientras que las palabras relativas a la extinción del
Estado se refieren a los restos del Estado proletario después de
la revolución socialista. El Estado burgués no se "extingue", según
Engels, sino que "e s d e s t r u i d o " por el
proletariado en la revolución. El que se extingue, después de esta revolución,
es el Estado o semi-Estado proletario.
En segundo lugar, el Estado es una "fuerza especial de represión". Esta
magnífica y profundísima definición de Engels es dada aquí por éste con la más
completa claridad. Y de ella se deduce que la "fuerza especial de represión"
del proletariado por la burguesía, de millones de trabajadores por un puñado de
ricachos, debe sustituirse por una "fuerza especial de represión" de
la burguesía por el proletariado (dictadura
del proletariado). En esto consiste precisamente la "destrucción del
Estado como tal". En esto consiste precisamente el "acto" de la
toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad. Y es de
suyo evidente que semejante sustitución de una "fuerza
especial" (la burguesa) por otra (la proletaria) ya no puede operarse, en
modo alguno, bajo la forma de "extinción".
En tercer lugar, Engels, al hablar de la
"extinción" y -- con frase todavía más plástica y colorida -- del
"adormecimiento" del Estado, se refiere con absoluta claridad y
precisión a la época p o s t e r i o r a la "toma
de posesión de los medios de producción por el Estado en nombre de toda la
sociedad", es decir, p o s t e r i o r a a la
revolución socialista.
pág. 22
Todos nosotros sabemos que la forma política del
"Estado", en esta época, es la democracia más completa. Pero a
ninguno de los oportunistas que tergiversan desvergonzadamente el marxismo se
le viene a las mientes la idea de que, por consiguiente, Engels hable aquí del
"adormecimiento" y de la "extinción" de la d e m o
c r a c i a. Esto parece, a primera vista, muy extraño. Pero esto sólo es "incomprensible" para
quien no haya comprendido que la democracia t a m b i é n es
un Estado y que, consiguientemente, la democracia también desaparecerá cuando
desaparezca el Estado. El Estado burgués sólo puede ser "destruido"
por la revolución. El Estado en general, es decir, la más completa democracia,
sólo puede "extinguirse".
En cuarto lugar, al establecer su notable tesis
de la "extinción del Estado", Engels declara a renglón seguido, de un
modo concreto, que esta tesis se dirige tanto contra los oportunistas, como
contra los anarquistas. Además, Engels coloca en primer plano la conclusión
que, derivada de su tesis sobre la "extinción del Estado", se dirige contra
los oportunistas.
Podría apostarse que de diez mil hombres que
hayan leído u oído hablar acerca de la "extinción" del Estado, nueve
mil novecientos noventa no saben u olvidan en absoluto que Engels no dirigió solamente contra
los anarquistas sus conclusiones derivadas de esta tesis. Y de las diez
personas restantes, lo más probable es que nueve no sepan qué es el "Estado popular libre" y por qué el
atacar esta consigna significa atacar a los oportunistas. ¡Así se escribe la
Historia! Así se adapta de un modo imperceptible la gran doctrina
revolucionaria al filisteísmo dominante. La conclusión contra los anarquistas
se ha repetido miles de veces, se ha vulgarizado, se ha inculcado en las
cabezas del modo más
pág. 23
simplificado, ha adquirido la solidez de un prejuicio. ¡Pero
la conclusión contra los oportunistas la han esfumado y "olvidado"!
El "Estado popular libre" era una
reivindicación programática y una consigna corriente de los socialdemócratas
alemanes en la década del 70. En esta consigna no hay el menor contenido
político, fuera de una filistea y enfática descripción de la noción de
democracia. Engels estaba dispuesto a "justificar", "por el
momento", esta consigna desde el punto de vista de la agitación, por
cuanto con ella se insinuaba legalmente la república democrática. Pero esta consigna era oportunista,
porque expresaba no sólo el embellecimiento de la democracia burguesa, sino
también la incomprensión de la crítica socialista de todo Estado en general. Nosotros somos partidarios de la república democrática,
como la mejor forma de Estado para el proletariado bajo el capitalismo, pero no
tenemos ningún derecho a olvidar que la esclavitud asalariada es el destino
reservado al pueblo, incluso bajo la república burguesa más democrática.
Más aún. Todo Estado es una "fuerza especial para la represión" de la
clase oprimida. Por eso, todo Estado ni es
libre ni es popular. Marx y Engels explicaron esto
reiteradamente a sus camaradas de partido en la década del 70.
En quinto lugar, en esta misma obra de Engels,
de la que todos citan el pasaje sobre la extinción del Estado, se contiene un
pasaje sobre la importancia de la revolución violenta. El análisis histórico de
su papel lo convierte Engels en un verdadero panegírko de la revolución
violenta. Esto "nadie lo recuerda". Sobre la importancia de este
pensamiento, no es uso hablar ni siquiera pensar en los partidos socialistas
contemporáneos estos pensamientos no desempeñan ningún papel en la propaganda
ni en la agitación cotidianas entre
pág. 24
las masas. Y, sin embargo, se hallan indisolublemente unidos
a la "extinción" del Estado y forman con ella un todo armónico.
He aquí el pasaje de Engels:
". . .
De que la violencia desempeña en la historia otro papel [además del de agente
del mal], un papel revolucionario; de que, según la expresión de Marx, es la
partera de toda vieja sociedad que lleva en sus entrañas otra nueva; de que la
violencia es el instrumento con la ayuda del cual el movimiento social se abre
camino y rompe las formas políticas muertas y fosilizadas, de todo eso no dice
una palabra el señor Dühring. Sólo entre suspiros y gemidos admite la
posibilidad de que para derrumbar el sistema de explotación sea necesaria acaso
la violencia, desgraciadamente, afirma, pues el empleo de la misma, según él,
desmoraliza a quien hace uso de ella. ¡Y esto se dice, a pesar del gran avance
moral e intelectual, resultante de toda revolución victoriosa! Y esto se dice
en Alemania, donde la colisión violenta que puede ser impuesta al pueblo
tendría, cuando menos, la ventaja de destruir el espíritu de servilismo que ha
penetrado en la conciencia nacional como consecuencia de la humillación de la
Guerra de los Treinta años. ¿Y estos razonamientos turbios, anodinos,
impotentes, propios de un párroco rural, se pretende imponer al partido más
revolucionario de la historia?" (Lugar citado, pág. 193, tercera
edición alemana, final del IV capítulo, II parte).
¿Cómo es posible conciliar en una sola doctrina
este panegírico de la revolución violenta, presentado con insistencia por
Engels a los socialdemócratas alemanes desde 1878 hasta
pág. 25
1894, es decir, hasta los últimos días de su vida, con la
teoría de la "extinción" del Estado?
Generalmente se concilian ambos pasajes con
ayuda del eclecticismo, desgajando a capricho (o para complacer a los
detentadores del Poder), sin atenerse a los principios o de un modo sofístico, ora uno ora otro
argumento y haciendo pasar a primer plano, en el noventa y nueve por ciento
de los casos, si no en más, precisamente la tesis de la "extinción".
Se suplanta la dialéctica por el eclecticismo: es la actitud más usual y más
generalizada ante el marxismo en la literatura socialdemócrata oficial de
nuestros días. Estas suplantaciones no tienen, ciertamente, nada de nuevo; pueden
observarse incluso en la historia de la filosofía clásica griega. Con la
suplantación del marxismo por el oportunismo, el eclecticismo presentado como
dialéctica engaña más fácilmente a las masas, les da una aparente satisfacción,
parece tener en cuenta todos los aspectos del proceso, todas las tendencias del
desarrollo, todas las influencias contradictorias, etc., cuando en realidad no
da ninguna noción completa y revolucionaria del proceso del desarrollo social.
Ya hemos dicho más arriba, y demostraremos con
mayor detalle en nuestra ulterior exposición, que la doctrina de Marx y Engels
sobre el carácter inevitable de la revolución violenta se refiere al Estado
burgués. Este no puede sustituirse por el Estado proletario
(por la dictadura del proletariado) mediante la "extinción", sino
sólo, por regla general, mediante la revolución violenta. El panegírico que
dedica Engels a ésta, y que coincide plenamente con reiteradas manifestaciones
de Marx (recordaremos el final de "Miseria de la Filosofía" y del
"Manifiesto Comunista" con la declaración orgullosa y franca sobre el carácter inevitable
de la revolución violenta; recordaremos la crítica del Programa de
pág. 26
Gotha,
en 1875, cuando ya habían pasado casi treinta años, y en la que Marx fustiga
implacablemente el oportunismo de este programa [3]), este panegírico no tiene nada de
"apasionamiento", nada de declamatorio, nada de arranque polémico. La
necesidad de educar sistemáticamente a las masas en esta, precisamente en esta
idea sobre la revolución violenta, es algo básico en toda la
doctrina de Marx y Engels. La traición cometida contra su doctrina por las corrientes
socialchovinista y kautskiana hoy imperantes se manifiesta con singular relieve
en el olvido por unos y otros de esta propaganda, de esta
agitación.
La
sustitución del Estado burgués por el Estado proletario es imposible sin una
revolución violenta. La supresión del Estado proletario, es decir, la supresión
de todo Estado, sólo es posible por medio de un proceso de
"extinción".
Marx y Engels desarrollaron estas ideas de un modo minucioso y concreto,
estudiando cada situación revolucionaria por separado, analizando las
enseñanzas sacadas de la experiencia de cada revolución. Y esta parte de su
doctrina, que es, incuestionablemente, la más importante, es la que pasamos a
analizar.
CAPITULO II
EL ESTADO Y LA REVOLUCION. LA EXPERIENCIA DE LOS AÑOS
1848-1851
Las primeras obras del marxismo maduro, "Miseria de la Filosofía" y el "Manifiesto Comunista",
datan precisamente
pág. 27
de la víspera de la revolución de 1848. Esta circunstancia
hace que en estas obras se contenga, hasta cierto punto, además de una
exposición de los fundamentos generales del marxismo, el reflejo de la
situación revolucionaria concreta de aquella época; por eso será, quizás, más
conveniente examinar lo que los autores de esas obras dicen acerca del Estado,
inmediatamente antes de examinar las conclusiones sacadas por ellos de la
experiencia de los años 1848-1851.
"En el transcurso del desarrollo, la clase
obrera -- escribe Marx en 'Miseria de la Filosofía' -- sustituirá la antigua
sociedad burguesa por una asociación que excluya a las clases y su antagonismo;
y no existirá ya un Poder político propiamente dicho, pues el Poder político es
precisamente la expresión oficial del antagonismo de clase dentro de la
sociedad burguesa" (pág. 182 de la edición alemana de 1885).
Es interesante confrontar con esta exposición general
de la idea de la desaparición del Estado después de la supresión de las clases,
la exposición que contiene el "Manifiesto Comunista", escrito por
Marx y Engels algunos meses después, a saber, en noviembre de 1847:
"Al esbozar las fases más generales del
desarrollo del proletariado, hemos seguido la guerra civil más o menos latente
que existe en el seno de la sociedad vigente, hasta el momento en que se
transforma en una revolución abierta y el proletariado, derrocando por la
violencia a la burguesía, instaura su dominación. . ."
". . . Ya dejamos dicho que el primer paso de la revolución obrera será la transformación [literalmente: elevación] del proletariado en clase dominante, la conquista de la democracia".
". . . Ya dejamos dicho que el primer paso de la revolución obrera será la transformación [literalmente: elevación] del proletariado en clase dominante, la conquista de la democracia".
pág. 28
"El
proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando
gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los
instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado
organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible
las fuerzas productivas" (págs. 31 y 37 de la
7a edición alemana, de 1906).
Vemos aquí formulada una de las ideas más
notables y más importantes del marxismo en la cuestión del Estado, a saber: la
idea de la "dictadura del proletariado"
(como comenzaron a denominarla Marx y Engels después de la Comuna de París) y
asimismo la definición del Estado, interesante en el más alto grado, que se
cuenta también entre las "palabras olvidadas" del marxismo: "El
Estado, es decir, el
proletariado organizado como clase dominante ".
Esta definición del Estado no sólo no se
explicaba nunca en la literatura imperante de propaganda y agitación de los
partidos socialdemócratas oficiales, sino que, además, se la ha entregado
expresamente al olvido, pues es del todo inconciliable con el reformismo y se
da de bofetadas con los prejuicios oportunistas corrientes y las ilusiones
filisteas con respecto al "desarrollo
pacífico de la democracia".
El proletariado necesita el Estado, repiten
todos los oportunistas, socialchovinistas y kautskianos asegurando que tal es
la doctrina de Marx y "olvidándose "
de añadir, primero, que, según Marx, el proletariado sólo necesita un Estado
que se extinga, es decir, organizado
de tal modo, que comience a extinguirse inmediatamente y que no pueda por menos
de extinguirse; y, segundo, que los trabajadores necesitan un
"Estado", "es decir, el proletariado organizado como clase
dominante".
pág. 29
El Estado es una organización especial de la
fuerza, es una organización de la violencia para la represión de una clase
cualquiera. ¿Qué clase es la que el proletariado tiene que reprimir? Sólo es,
naturalmente, la clase explotadora, es decir, la burguesía. Los trabajadores
sólo necesitan el Estado para aplastar la resistencia de los explotadores, y
este aplastamiento sólo puede dirigirlo, sólo puede llevarlo a la práctica el
proletariado, como la única clase consecuentemente revolucionaria, como la
única clase capaz de unir a todos los trabajadores y explotados en la lucha contra
la burguesía, por la completa eliminación de ésta.
Las clases explotadoras necesitan la dominación
política para mantener la explotación, es decir, en interés egoísta de una
minoría insignificante contra la mayoría inmensa del pueblo. Las clases explotadas
necesitan la dominación política para destruir completamente toda explotación,
es decir, en interés de la mayoría inmensa del pueblo contra la minoría
insignificante de los esclavistas modernos, es decir, los terratenientes y
capitalistas.
Los demócratas pequeñoburgueses, estos
seudosocialistas que han sustituido la lucha de clases por sueños sobre la
armonía de las clases, se han imaginado la transformación socialista también de
un modo soñador, no como el derrocamiento de la dominación de la clase
explotadora, sino como la sumisión pacífica de la minoría a la mayoría, que
habrá adquirido conciencia de su misión. Esta utopía pequeñoburguesa, que va
inseparablemente unida al reconocimiento de un Estado situado por encima de las
clases, ha conducido en la práctica a la traición contra los intereses de las
clases trabajadoras, como lo ha demostrado, por ejemplo, la historia de las
revoluciones francesas de 1848 y 1871, y como lo ha demostrado la experiencia
de la participación "socialista"
pág. 30
en ministerios burgueses en Inglaterra, Francia, Italia y
otros países a fines del siglo XIX y comienzos del XX.
Marx luchó durante toda su vida contra este
socialismo pequeñoburgués, que hoy vuelve a renacer en Rusia en los partidos
socialrevolucionario y menchevique. Marx des arrolló consecuentemente la
doctrina de la lucha de clases hasta llegar a establecer la doctrina sobre el
Poder político, sobre el Estado.
El derrocamiento de la dominación de la
burguesía sólo puede llevarlo a cabo el proletariado, como clase especial cuyas
condiciones económicas de existencia le preparan para ese derrocamiento y le
dan la posibilidad y la fuerza de efectuarlo. Mientras la burguesía desune y
dispersa a los campesinos y a todas las capas pequeñoburguesas, cohesiona, une
y organiza al proletariado. Sólo el proletariado -- en virtud de su papel
económico en la gran producción -- es capaz de ser el jefe de todas las
masas trabajadoras y explotadas, a quienes con frecuencia la burguesía explota,
esclaviza y oprime no menos, sino más que a los proletarios, pero que no son
capaces de luchar por su cuenta para alcanzar su propia
liberación.
La
doctrina de la lucha de clases, aplicada por Marx a la cuestión del Estado y de
la revolución socialista, conduce necesariamente al reconocimiento de la dominación política del
proletariado, de su dictadura, es decir, de un Poder no compartido con nadie y
apoyado directamente en la fuerza armada de las masas. El derrocamiento de la
burguesía sólo puede realizarse mediante la transformación del proletariado
en clase dominante, capaz
de aplastar la resistencia inevitable y desesperada de la burguesía y de
organizar para el nuevo régimen económico a todas las masas trabajadoras y explotadas.
pág. 31
El
proletariado necesita el Poder del Estado, organización centralizada de la
fuerza, organización de la violencia, tanto para aplastar la resistencia de los
explotadores como para dirigir a
la enorme masa de la población, a los campesinos, a la pequeña burguesía, a los
semiproletarios, en la obra de "poner en marcha" la economía
socialista.
Educando al Partido obrero, el marxismo educa a la vanguardia del proletariado,
vanguardia capaz de tomar el Poder y de conducir a todo el pueblo al
socialismo, de dirigir y organizar el nuevo régimen, de ser el maestro, el
dirigente, el jefe de todos los trabajadores y explotados en la obra de
construir su propia vida social sin burguesía y contra la burguesía. Por el
contrario, el oportunismo hoy imperante educa en sus partidos obreros a los
representantes de los obreros mejor pagados, que están apartados de las masas y
se "arreglan" pasablemente bajo el capitalismo, vendiendo por un
plato de lentejas su derecho de primogenitura, es decir, renunciando al papel
de jefes revolucionarios del pueblo contra la burguesía.
"El Estado, es decir, el proletariado
organizado como clase dominante": esta teoría de Marx se halla
inseparablemente vinculada a toda su doctrina acerca de la misión
revolucionaria del proletariado en la historia. El coronamiento de esta su
misión es la dictadura proletaria, la dominación política del proletariado.
Pero si el proletariado necesita el Estado como
organización especial de la violencia contra la
burguesía, de aquí se desprende por sí misma la conclusión de si es concebible
que pueda crearse una organización semejante sin destruir previamente, sin
aniquilar aquella máquina estatal creada para sí por la
burguesía. A esta conclusión lleva directamente el "Manifiesto
Comunista", y Marx habla de ella al
pág. 32
hacer el balance de la experiencia de la revolución de
1848-1851.
2. EL BALANCE DE LA REVOLUCION
En el siguiente pasaje de su obra "El 18 Brumario de Luis
Bonaparte", Marx hace el balance de la revolución de
1848-1851, respecto a la cuestión del Estado, que es el que aquí nos interesa:
"Pero la revolución es radical. Está
pasando todavía por el purgatorio. Cumple su tarea con método. Hasta el 2 de
diciembre de 1851 [día del golpe de Estado de Luis Bonaparte] había terminado
la mitad de su labor preparatoria; ahora, termina la otra mitad. Lleva primero
a la perfección el Poder parlamentario, para poder derrocarlo. Ahora,
conseguido ya esto, lleva a la perfección el Poder ejecutivo, lo
reduce a su más pura expresión, lo aísla, se enfrenta con él, con el único
objeto de concentrar contra él todas las fuerzas de destrucción [subrayado
por nosotros]. Y cuando la revolución haya llevado a cabo esta segunda parte de
su labor preliminar, Europa se levantará y gritará jubilosa: ¡bien has hozado,
viejo topo!
Este Poder ejecutivo, con su inmensa organización burocrática y militar, con su compleja y artificiosa maquinaria de Estado, un ejército de funcionarios que suma medio millón de hombres, junto a un ejército de otro medio millón de hombres, este espantoso organismo parasitario que se ciñe como una red al cuerpo de la sociedad francesa y la tapona todos los poros, surgió en la época de la monarquía absoluta, de la decadencia del régimen feudal, que dicho organismo contribuyó a acelerar". La primera
Este Poder ejecutivo, con su inmensa organización burocrática y militar, con su compleja y artificiosa maquinaria de Estado, un ejército de funcionarios que suma medio millón de hombres, junto a un ejército de otro medio millón de hombres, este espantoso organismo parasitario que se ciñe como una red al cuerpo de la sociedad francesa y la tapona todos los poros, surgió en la época de la monarquía absoluta, de la decadencia del régimen feudal, que dicho organismo contribuyó a acelerar". La primera
pág. 33
revolución francesa desarrolló la centralización, "pero
al mismo tiempo amplió el volumen, las atribuciones y el número de servidores
del Poder del gobierno. Napoleón perfeccionó esta máquina del Estado". La
monarquía legítima y la monarquía de julio "no añadieron nada más que una
mayor división del trabajo. . ."
". . . Finalmente, la república parlamentaria, en su lucha contra la revolución, vióse obligada a fortalecer, junto con las medidas represivas, los medios y la centralización del Poder del gobierno. T o d a s I a s r e v o l u c i o n e s p e r f e c c i o n a b a n e s t a m á q u i n a , e n v e z d e d e s t r o z a r I a [subrayado por nosotros]. Los partidos que luchaban alternativamente por la dominación, consideraban la toma de posesión de este inmenso edificio del Estado como el botín principal del vencedor" ("El 18 Brumario de Luis Bonaparte", págs. 98-99, 4a ed., Hamburgo, 1907).
". . . Finalmente, la república parlamentaria, en su lucha contra la revolución, vióse obligada a fortalecer, junto con las medidas represivas, los medios y la centralización del Poder del gobierno. T o d a s I a s r e v o l u c i o n e s p e r f e c c i o n a b a n e s t a m á q u i n a , e n v e z d e d e s t r o z a r I a [subrayado por nosotros]. Los partidos que luchaban alternativamente por la dominación, consideraban la toma de posesión de este inmenso edificio del Estado como el botín principal del vencedor" ("El 18 Brumario de Luis Bonaparte", págs. 98-99, 4a ed., Hamburgo, 1907).
En este notable pasaje, el marxismo avanza un
trecho enorme en comparación con el "Manifiesto Comunista". Allí, la cuestión del Estado
planteábase todavía de un modo extremadamente abstracto, operando con las
nociones y las expresiones más generales. Aquí, la cuestión se plantea ya de un
modo concreto, y la conclusión a que se llega es extraordinariamente precisa,
definida, prácticamente tangible: todas las revoluciones anteriores
perfeccionaron la máquina del Estado, y lo que hace falta es romperla,
destruirla.
Esta conclusión es lo principal, lo fundamental, en la doctrina del
marxismo sobre el Estado Y precisamente esto, que es lo fundamental, es lo que
no sólo ha sido olvidado completamente por los partidos
socialdemócratas oficiales imperantes, sino lo que ha sido evidentemente tergiversado
pág. 34
(como
veremos más abajo) por el más destacado teórico de la II Internacional, C.
Kautsky.
En el "Manifiesto Comunista" se resumen los resultados
generales de la historia, que nos obligan a ver en el Estado un órgano de
dominación de clase y nos llevan a la conclusión necesaria de que el
proletariado no puede derrocar a la burguesía si no empieza por conquistar el
Poder político, si no logra la dominación política, si no transforma el Estado
en el "proletariado organizado como clase dominante", y de que este
Estado proletario comienza a extinguirse inmediatamente después de su triunfo,
pues en una sociedad sin contradicciones de clase el Estado es innecesario e
imposible. Pero aquí no se plantea la cuestión de cómo deberá realizarse --
desde el punto de vista del desarrollo histórico -- esta sustitución del Estado
burgués por el Estado proletario.
Esta cuestión es precisamente la que Marx plantea y resuelve en 1852.
Fiel a su filosofía del materialismo dialéctico, Marx toma como base la
experiencia histórica de los grandes años de la revolución, de los años
1848-1851. Aquí, como siempre, la doctrina de Marx es un resumen de la
experiencia, iluminado por una profunda concepción filosófica del mundo y
por un rico conocimiento de la historia.
La cuestión del Estado se plantea de un modo concreto: ¿cómo ha surgido
históricamente el Estado burgués, la máquina del Estado que necesita para su
dominación la burguesía? ¿Cuáles han sido sus cambios, cuál su evolución en el
transcurso de las revoluciones burguesas y ante las acciones independientes de
las clases oprimidas? ¿Cuáles son las tareas del proletariado en lo tocante a
esta máquina del Estado?
El Poder estatal centralizado, característico de la sociedad burguesa,
surgió en la época de la caída del absolutismo.
pág. 35
Dos son las
instituciones más características de esta máquina del Estado: la burocracia y
el ejército permanente. En las obras de Marx y Engels se habla reiteradas veces
de los miles de hilos que vinculan a estas instituciones precisamente con la
burguesía. La experiencia de todo obrero revela estos vínculos de un modo
extraordinariamente evidente y sugeridor. La clase obrera aprende en su propia
carne a comprender estos vínculos, por eso, capta tan fácilmente y se asimila
tan bien la ciencia del carácter inevitable de estos vínculos, ciencia que los
demócratas pequeñoburgueses niegan por ignorancia y por frivolidad, o
reconocen, todavía de un modo más frívolo, "en términos generales",
olvidándose de sacar las conclusiones prácticas correspondientes.
La burocracia y el ejército
permanente son un "parásito" adherido al cuerpo de la sociedad
burguesa, un parásito engendrado por las contradicciones internas que
dividen a esta sociedad, pero, precisamente, un parásito que "tapona"
los poros vitales. El oportunismo kautskiano imperante hoy en la
socialdemocracia oficial considera patrimonio especial y exclusivo del
anarquismo la idea del Estado como un organismo parasitario. Se
comprende que esta tergiversación del marxismo sea extraordinariamente
ventajosa para esos filisteos que han llevado el socialismo a la ignominia
inaudita de justificar y embellecer la guerra imperialista mediante la
aplicación a ésta del concepto de la "defensa
de la patria", pero es, a pesar de todo, una tergiversación
indiscutible.
A través de todas las revoluciones burguesas vividas en gran número por
Europa desde los tiempos de la caída del feudalismo, este aparato burocrático y
militar va desarrollándose, perfeccionándose y afianzandose. En particular, es
precisamente la pequeña burguesía la que se pasa al lado
pág. 36
de la gran
burguesía y se somete a ella en una medida considerable por medio de este
aparato, que suministra a las capas altas de los campesinos, pequeños
artesanos, comerciantes, etc., puestecitos relativamente cómodos, tranquilos y
honorables, que colocan a sus poseedores por encima del
pueblo. Fijaos en lo ocurrido en Rusia en el medio año transcurrido desde el 27
de febrero de 1917: los cargos burocráticos, que antes se adjudicaban
preferentemente a los miembros de las centurias negras, se han convertido en
botín de kadetes, mencheviques y socialrevolucionarios. En el fondo, no se
pensaba en ninguna reforma seria, esforzándose por aplazadas "hasta la
Asamblea Constituyente", y aplazando poco a poco la Asamblea Constituyente
¡hasta el final de la guerra! ¡Pero para el reparto del botin, para la
ocupación de los puestecitos de ministros, subsecretarios, gobernadores
generales, etc., etc., no se dio largas ni se esperó a ninguna Asamblea
Constituyente! El juego en torno a combinaciones para formar gobierno no era,
en el fondo, más que la expresión de este reparto y reajuste del
"botin", que se hacía arriba y abajo, por todo el país, en toda la
administración, central y local. El balance, un balance objetivo, del medio año
que va desde el 27 de febrero al 27 de agosto de 1917 es indiscutible: las
reformas se aplazaron, se efectuó el reparto de los puestecitos burocráticos, y
los "errores" del reparto se corrigieron mediante algunos reajustes.
Pero cuanto más se procede a estos "reajustes" del aparato
burocrático entre los distintos partidos burgueses y pequeñoburgueses (entre
los kadetes, socialrevolucionarios y mencheviques, si nos atenemos al ejemplo
ruso), con tanta mayor claridad ven las clases oprimidas, y a la cabeza de
ellas el proletariado, su hostilidad irreconciliable contra toda la
pág. 37
sociedad
burguesa. De aquí la necesidad, para todos los partidos burgueses, incluyendo a
los más democráticos y "revolucionario-democráticos", de reforzar la
represión contra el proletariado revolucionario, de fortalecer el aparato de
represión, es decir, la misma máquina del Estado. Esta marcha de los
acontecimientos obliga a la revolución "a concentrar todas las fuerzas
de destrucción " contra el Poder estatal, la obliga a proponerse
como objetivo, no el perfeccionar la máquina del Estado, sino el destruirla,
el aplastarla.
No fue la deducción lógica, sino el desarrollo real de los acontecimientos, la
experiencia viva de los años 1848-1851, lo que condujo a esta manera de
plantear la cuestión. Hasta qué punto se atiene Marx rigurosamente a la base
efectiva de la experiencia histórica, se ve teniendo en cuenta que en 1852 Marx
no plantea todavía el problema concreto de saber c o n q u
é se va a sustituir esta máquina del Estado que ha de ser destruida.
La experiencia no suministraba todavía entonces los materiales para esta cuestión,
que la historia puso al orden del día más tarde, en 1871. En 1852, con la
precisión del observador que investiga la historia natural, sólo podía
registrarse una cosa: que la revolución proletaria h a b í a d
e a b o r d a r la tarea de "concentrar todas las
fuerzas de destrucción" contra el Poder estatal, la tarea de
"romper" la máquina del Estado.
Aquí puede surgir esta pregunta: ¿Es justo generalizar la
experiencia, las observaciones y las conclusiones de Marx, aplicándolas a zonas
más amplias que la historia de Francia en los tres años que van de 1848 a 1851?
Para examinar esta pregunta, comenzaremos recordando una observación de Engels
y pasaremos luego a los hechos.
pág. 38
"Francia -- escribía Engels en el prólogo a la tercera edición del
'18 Brumario' -- es el país en el que las luchas históricas de clases se han
llevado cada vez a su término decisivo más que en ningún otro sitio y donde,
por tanto, las formas políticas variables dentro de las que se han movido estas
luchas de clases y en las que han encontrado su expresión los resultados de las
mismas, y en las que se condensan sus resultados, adquieren también los
contornos más acusados. Centro del feudalismo en la Edad Media y país modelo de
la monarquía unitaria corporativa desde el Renacimiento, Francia pulverizó el
feudalismo en la gran revolución e instauró la dominación pura de la burguesía
bajo una forma clásica como ningún otro país de Europa. También la lucha del
proletariado que se alza contra la burguesía dominante reviste aquí una forma
violenta, desconocida en otros países" (pág. 4, ed. de 1907)
La última observación está anticuada, ya que a partir de 1871 se ha
operado una interrupción en la lucha revolucionaria del proletariado francés,
si bien esta interrupción, por mucho que dure, no excluye, en modo alguno, la
posibilidad de que, en la próxima revolución proletaria, Francia se revele como
el país clásico de la lucha de clases hasta su final decisivo.
Pero echemos una ojeada general a la historia de los países adelantados
a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Veremos que, de un modo más lento,
más variado, y en un campo de acción mucho más extenso, se desarrolla el mismo
proceso: de una parte, la formación del "Poder
parlamentario", lo mismo en los países republicanos (Fran-
pág. 39
cia,
Norteamérica, Suiza) que en los monárquicos (Inglaterra, Alemania hasta cierto
punto, Italia, los Países Escandinavos, etc.); de otra parte, la lucha
por el Poder entre los distintos partidos burgueses y pequeñoburgueses, que se
reparten y se vuelven a repartir el "botín" de los puestos
burocráticos, dejando intangibles las bases del régimen burgués; y finalmente,
el perfeccionamiento y fortalecimiento del "Poder ejecutivo", de su
aparato burocrático y militar.
No cabe la menor duda de que éstos son los rasgos generales que
caracterizan toda la evolución moderna de los Estados capitalistas en general.
En el transcurso de tres años, de 1848 a 1851, Francia reveló, en una forma
rápida, tajante, concentrada, los mismos procesos de desarrollo característicos
de todo el mundo capitalista.
Y en particular el
imperialismo, la época del capital bancario, la época de los gigantescos
monopolios capitalistas, la época de transformación del capitalismo monopolista
en capitalismo monopolista de Estado, revela un extraordinario fortalecimiento
de la "máquina del Estado", un desarrollo inaudito de su aparato
burocrático y militar, en relación con el aumento de la represión contra el
proletariado, así en los países monárquicos como en los países republicanos más
libres.
Indudablemente, en la actualidad, la historia del mundo conduce, en
proporciones incomparablemente más amplias que en 1852, a la
"concentración de todas las fuerzas" de la revolución proletaria para
la "destrucción" de la máquina del Estado.
¿Con qué ha de sustituir el proletariado esta máquina? La Comuna de
París nos suministra los materiales más instructivos a este respecto.
pág. 40
En 1907, publicó Mehring en la revista "Neue Zeit"[4] (XXV, 2, pág. 164) extractos
de una carta de Marx a Weydemeyer,
del 5 de marzo de 1852. Esta carta contiene, entre otros, el siguiente notable pasaje:
"Por lo que a mí se refiere,
no me caben ni el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la
sociedad moderna, ni el de haber descubierto la lucha entre ellas. Mucho antes
que yo, algunos historiadores burgueses habían expuesto el desarrollo histórico
de esta lucha de clases y algunos economistas burgueses la anatomía económica
de las clases. Lo que yo aporté de nuevo
fue demostrar: 1) que la existencia
de las clases sólo va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la
producción (historische
Entwicklungsphasen der Produktion ); 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del
proletariado; 3) que esta misma
dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las
clases y hacia una sociedad sin clases".
En estas palabras, Marx consiguió expresar de un modo asombrosamente
claro dos cosas: primero, la diferencia fundamental y cardinal entre su
doctrina y las doctrinas de los pensadores avanzados y más profundos de la
burguesía, y segundo, la esencia de su teoría del Estado.
Lo fundamental en la doctrina de Marx es la lucha de clases. Así se dice
y se escribe con mucha frecuencia. Pero esto no es exacto. De esta inexactitud
se deriva con gran frecuencia la tergiversación oportunista del marxismo, su
* Añadido a la segunda edición.
pág. 41
falseamiento en un sentido aceptable para la
burguesía. En efecto, la doctrina de la lucha de clases no fue creada
por Marx, sino por la burguesía, antes de
Marx, y es, en términos generales, aceptable para la
burguesía. Quien reconoce solamente la lucha de clases no es
aún marxista, puede mantenerse todavía dentro del marco del pensamiento burgués
y de la política burguesa. Circunscribir
el marxismo a la doctrina de la lucha de clases es limitar el marxismo,
bastardearlo, reducirlo a algo que la burguesía puede aceptar. Marxista sólo es el que hace extensivo el
reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura
del proletariado. En esto es en lo que estriba la más
profunda diferencia entre un marxista y un pequeño (o un gran) burgués
adocenado. En esta piedra de toque es en la que hay que contrastar la
comprensión y el reconocimiento real del marxismo. Y no tiene
nada de sorprendente que cuando la historia de Europa ha colocado prácticamente a
la clase obrera ante esta cuestión, no sólo todos los oportunistas y
reformistas, sino también todos los "kautskianos" (gentes que vacilan
entre el reformismo y el marxismo) hayan resultado ser miserables filisteos y
demócratas pequeñoburgueses, que niegan la dictadura del
proletariado. El folleto de Kautsky "La dictadura
del proletariado", publicado en agosto de 1918, es
decir, mucho después de aparecer la primera edición del presente libro, es un
modelo de tergiversación filistea del marxismo, del que de hecho se
reniega ignominiosamente, aunque se le acate hipócritamente de palabra. (Véase
mi folleto "La revolución proletaria
y el renegado Kautsky",
Petrogrado y Moscú, 1918.)
El oportunismo de nuestros días,
personificado por su principal representante, el ex-marxista C. Kautsky, cae de
lleno dentro de la característica de la posición burguesa que
pág. 42
traza Marx y que hemos citado, pues este oportunismo
circunscribe el terreno del reconocimiento de la lucha de clases al terreno de
las relaciones burguesas. (¡Y dentro de este terreno, dentro de este marco,
ningún liberal culto se negaría a reconocer, "en principio", la lucha
de clases!) El oportunismo no extiende el reconocimiento de la
lucha de clases precisamente a lo más fundamental, al período de transición del
capitalismo al comunismo, al período de derrocamiento de la
burguesía y de completa destrucción de ésta. En realidad, este
período es inevitablemente un período de lucha de clases de un encarnizamiento
sin precedentes, en que ésta reviste formas agudas nunca vistas, y, por
consiguiente, el Estado de este período debe ser inevitablemente un Estado
democrático de una manera nueva (para los proletarios y los
desposeídos en general) y dictatorial de una manera nueva (contra
la burguesía).
Además, la esencia de la teoría de Marx sobre el Estado sólo la ha
asimilado quien haya comprendido que la dictadura de una clase
es necesaria, no sólo para toda sociedad de clases en general, no sólo
para el proletariado después de derrocar a la burguesía, sino
también para todo el período histórico que separa al
capitalismo de la "sociedad sin clases", del comunismo. Las formas de
los Estados burgueses son extraordinariamente diversas, pero su esencia es la
misma: todos esos Estados son, bajo una forma o bajo otra, pero, en último
resultado, necesariamente, una dictadura de la burguesía. La
transición del capitalismo al comunismo no puede, naturalmente, por menos de
proporcionar una enorme abundancia y diversidad de formas políticas, pero la
esencia de todas ellas será, necesariamente, una: la dictadura del
proletariado.
pág. 43
CAPITULO III
EL ESTADO Y LA REVOLUCION.
LA EXPERIENCIA DE LA COMUNA DE PARIS DE 1871. EL ANALISIS DE MARX
LA EXPERIENCIA DE LA COMUNA DE PARIS DE 1871. EL ANALISIS DE MARX
Es sabido que algunos meses antes de la Comuna,
en el otoño de 1870, Marx previno a los obreros de París; demostrándoles que la
tentativa de derribar el gobierno sería un disparate dictado por la
desesperación. Pero cuando en marzo de 1871 se impuso a los
obreros el combate decisivo y ellos lo aceptaron, cuando la insurrección fue un
hecho, Marx saludó la revolución proletaria con el más grande entusiasmo, a
pesar de todos los malos augurios. Marx no se aferró a la condena pedantesca de
un movimiento "extemporáneo", como el tristemente célebre renegado
ruso del marxismo Plejánov, que en noviembre de 1905 había escrito alentando a
la lucha a los obreros y campesinos y que después de diciembre de 1905 se puso
a gritar como un liberal cualquiera: "¡No se debía haber empuñado las
armas!"
Marx, por el contrario, no se contentó con
entusiasmarse ante el heroísmo de los comuneros, que, según sus palabras,
"tomaban el cielo por
asalto".
Marx veía en aquel movimiento revolucionario de masas, aunque éste no llegó a
alcanzar sus objetivos, una experiencia histórica de grandiosa importancia, un
cierto paso hacia adelante de la revolución proletaria mundial, un paso
práctico más importante que cientos de programas y de raciocinios. Analizar
esta expe-
pág. 44
riencia, sacar de ella las enseñanzas tácticas, revisar a la
luz de ella su teoría: he aquí cómo concebía su misión Marx.
La única "corrección" que Marx
consideró necesario introducir en el "Manifiesto Comunista" fue hecha
por él a base de la experiencia revolucionaria de los comuneros de París.
El último prólogo a la nueva edición alemana
del "Manifiesto Comunista", suscrito por sus dos autores, lleva la
fecha de 24 de junio de 1872. En este prólogo, los autores, Carlos Marx y
Federico Engels, dicen que el programa del "Manifiesto Comunista"
está "ahora anticuado en ciertos puntos".
". . . La Comuna ha demostrado, sobre
todo -- contimúan --, que *la clase obrera no puede simplemente
tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus
propios fines. . .* "
Las palabras puestas entre asteriscos, en esta
cita, fueron tomadas por sus autores de la obra de Marx "La guerra civil en Francia".
Así, pues, Marx y Engels atribuían una importancia tan gigantesca a esta
enseñanza fundamental y principal de la Comuna de Paris, que la introdujeron
como corrección esencial en el "Manifiesto Comunista".
Es sobremanera característico que precisamente esta corrección esencial
haya sido tergiversada por los oportunistas y que su sentido sea,
probablemente, desconocido de las nueve décimas partes, si no del noventa y
nueve por ciento de los lectores del "Manifiesto Comunista". De esta
tergiversación trataremos en detalle más abajo, en el capítulo consagrado
especialmente a las tergiversaciones. Aquí, bastará señalar que la manera
corriente, vulgar, de "entender" las notables palabras de Marx
citadas por nosotros consiste
pág. 45
en suponer
que Marx subraya aquí la idea del desarrollo lento, por oposición a la toma del
Poder por la violencia, y otras cosas por el estilo.
En realidad, es p r e c i s a m e n t e l o c o n t
r a r i o. El pensamiento de Marx consiste en que la clase obrera
debe d e s t r u i r, r o m p e r la
"máquina estatal existente" y no limitarse simplemente a apoderarse
de ella.
"Si te fijas en el último capítulo de mi '18 Brumario', verás que
expongo como próxima tentativa de la revolución francesa, no hacer pasar de
unas manos a otras la máquina burocrático-militar, como se venía haciendo hasta
ahora, sino r o m p e r l a [subrayado por Marx; en el
original zerbrechen ], y ésta es justamente la condición
previa de toda verdadera revolución popular en el continente. En esto,
precisamente, consiste la tentativa de nuestros heroicos camaradas de
Paris" (pág. 709 de la revista "Neue Zeit", t. XX, I, año
1901-1902).
(Las cartas de Marx a Kugelmann han sido publicadas en ruso no menos que
en dos ediciones, una de ellas redactada por mí y con un prólogo mío.)
En estas palabras: "romper la máquina burocrático-militar del
Estado", se encierra, concisamente expresada, la enseñanza fundamental del
marxismo en punto a la cuestión de las tareas del proletariado en la revolución
respecto al Estado. ¡Y esta enseñanza es precisamente la que no sólo olvida en
absoluto, sino que tergiversa directamente la "interpretación"
imperante, kautskiana, del marxismo!
pág. 46
En cuanto a la referencia de Marx al "18 Brumario", más arriba
hemos citado en su integridad el pasaje correspondiente.
Interesa señalar especialmente dos lugares en el mencionado pasaje de
Marx. En primer término, Marx limita su conclusión al continente. Esto era
lógico en 1871, cuando Inglaterra era todavía un modelo de país netamente
capitalista, pero sin militarismo y, en una medida considerable, sin
burocracia. Por eso, Marx excluía a Inglaterra, donde la revolución, e incluso
una revolución popular, se consideraban y era entonces posible sin la
condición previa de destruir "la máquina estatal existente".
Hoy, en 1917, en la época de la primera gran guerra imperialista, esta
limitación hecha por Marx no tiene razón de ser. Inglaterra y Norteamérica, los
más grandes y los últimos representantes -- en el mundo entero -- de la
"libertad" anglosajona, en el sentido de ausencia de militarismo y de
burocratismo, han ido rodando completamente al inmundo y sangriento pantano,
común a toda Europa, de las instituciones burocrático-militares, que todo lo
someten y lo aplastan. Hoy, también en Inglaterra y en Norteamérica es
"condición previa de toda revolución verdaderamente popular" el r
o m p e r, el d e s t r u i r la "máquina
estatal existente" (y que allí ha alcanzado, en los años de 1914 a 1917,
la perfección "europea", la perfección común al imperialismo).
En segundo lugar, merece especial atención la observación
extraordinariamente profunda de Marx de que la destrucción de la máquina
burocrático-militar del Estado es "condición
previa de toda revolución verdaderamente popular". Este concepto de
revolución "popular " parece extraño en boca de Marx,
y los plejanovistas y mencheviques rusos, estos se-
pág. 47
cuaces de
Struve que quieren hacerse pasar por marxistas, podrían tal vez explicar esta
expresión de Marx como un "lapsus". Han reducido el marxismo a una
deformación liberal tan mezquina, que, para ellos, no existe más que la
antítesis entre revolución burguesa y proletaria, y hasta esta antítesis la
comprenden de un modo increíblemente escolástico.
Si tomamos como ejemplos las revoluciones del siglo XX, tendremos que
reconocer como burguesas, naturalmente, también las revoluciones portuguesa y
turca. Pero ni la una ni la otra son revoluciones "populares", pues
ni en la una ni en la otra actúa perceptiblemente, de un modo activo, por
propia iniciativa, con sus propias reivindicaciones económicas y políticas, la
masa del pueblo, la inmensa mayoría de éste. En cambio, la revolución burguesa
rusa de 1905 a 1907, aunque no registrase éxitos tan "brillantes"
como los que alcanzaron en ciertos momentos las revoluciones portuguesa y
turca, fue, sin duda, una revolución "verdaderamente popular", pues
la masa del pueblo, la mayoría de éste, las "más bajas capas"
sociales, aplastadas por el yugo y la explotación, levantáronse por propia
iniciativa, estamparon en todo el curso de la revolución el sello de sus reivindicaciones,
de sus intentos de construir a su modo una nueva sociedad en
lugar de la sociedad vieja que era destruida.
En la Europa de 1871, el proletariado no formaba la mayoría ni en un
solo país del continente. Una revolución "popular", que arrastrase al
movimiento verdaderamente a la mayoría, sólo podía serlo aquella que abarcase tanto al proletariado como a los
campesinos. Ambas clases formaban en aquel entonces el "pueblo". Ambas clases están unidas
por el hecho de que la "máquina burocrático-militar del Estado"
pág. 48
las oprime, las
esclaviza, las explota. Destruir, romper esta
máquina: tal es el verdadero interés del "pueblo", de su mayoría, de
los obreros y de la mayoría de los campesinos, tal es la "condición
previa" para una alianza libre de los
campesinos pobres con los proletarios, sin cuya alianza la democracia será
precaria, y la transformación socialista, imposible.
Hacia esta alianza precisamente se abría camino, como es sabido, la
Comuna de París, si bien no alcanzó su objetivo por una serie de causas de
carácter interno y externo.
Consiguientemente, al hablar de una "revolución verdaderamente
popular", Marx, sin olvidar para nada las características de la pequeña
burguesía (de las cuales habló mucho y con frecuencia), tenía en cuenta con la
mayor precisión la correlación efectiva de clases en la mayoría de los Estados
continentales de Europa, en 1871. Y, de otra parte, constataba que la
"destrucción" de la máquina estatal responde a los intereses de los
obreros y campesinos, los une, plantea ante ellos la tarea común de suprimir al
"parásito" y sustituirlo por algo nuevo.
¿Pero con qué sustituirlo concretamente?
2. ¿CON QUE SUSTITUIR LA MAQUINA DEL ESTADO UNA
VEZ DESTRUIDA?
En 1847, en el "Manifiesto Comunista", Marx daba a esta pregunta una
respuesta todavía completamente abstracta, o, más exactamente, una respuesta
que señalaba las tareas, pero no los medios para resolverlas. Sustituir la
máquina del Estado, una vez destruida, por la "organización del
proletariado como clase dominante", "por la conquista de la
democracia": tal era la respuesta del "Manifiesto Comunista".
pág. 49
Sin perderse en utopías, Marx esperaba de la experiencia del
movimiento de masas la respuesta a la cuestión de qué formas concretas habría
de revestir esta organización del proletariado como clase dominante y de qué
modo esta organización habría de coordinarse con la "conquista de la
democracia" más completa y más consecuente.
En su "Guerra civil en Francia", Marx somete al análisis más atento la experiencia de la Comuna,
por breve que esta experiencia haya sido. Citemos los pasajes más importantes
de esta obra:
En el siglo XIX, se desarrolló,
procedente de la Edad Media, "el poder centralizado del Estado, con sus
órganos omnipresentes: el ejército permanente, la policía, la burocracia, el
clero y la magistratura". Con el desarrollo del antagonismo de clase entre
el capital y el trabajo, "el Poder del Estado fue adquiriendo cada vez más
el carácter de un poder público para la opresión del trabajo, el carácter de
una máquina de dominación de clase. Después de cada revolución, que marcaba un
paso adelante en la lucha de clases, se acusaba con rasgos cada vez más
salientes el carácter puramente opresor del Poder del Estado". Después de la revolución de 1848-1849, el
Poder del Estado se convierte en un "arma nacional de guerra del capital
contra el trabajo". El Segundo Imperio lo consolida.
"La antítesis directa del Imperio era la Comuna". "Era la forma definida" "de aquella república que no había de abolir tan sólo la forma monárquica de la dominación de clase, sino la dominación misma de clase. . ."
"La antítesis directa del Imperio era la Comuna". "Era la forma definida" "de aquella república que no había de abolir tan sólo la forma monárquica de la dominación de clase, sino la dominación misma de clase. . ."
¿En qué había consistido, concretamente, esta forma "definida"
de la república proletaria, socialista? ¿Cuál era el Estado que había comenzado
a crear?
pág. 50
". . . El primer decreto de la Comuna fue . . . la supresión del
ejército permanente para sustituirlo por el pueblo armado. . ."
Esta reivindicación figura hoy en los programas de todos los partidos
que deseen llamarse socialistas. ¡Pero lo que valen sus programas nos lo dice
mejor que nada la conducta de nuestros socia!revolucionarios y mencheviques,
que precisamente después de la revolución del 27 de febrero han renunciado de
hecho a poner en práctica esta reivindicación!
". . . La Comuna estaba formada por los consejeros municipales
elegidos por sufragio universal en los diversos distritos de París. Eran
responsables y podían ser revocados en todo momento. La mayoría de sus miembros
eran, naturalmente, obreros o representantes reconocidos de la clase obrera. .
. La policía, que hasta entonces había sido instrumento del gobierno central,
fue despojada inmediatamente de todos sus atributos políticos y convertida en
instrumento de la Comuna, responsable ante ésta y revocable en todo momento. .
. Y lo mismo se hizo con los funcionarios de todas las demás ramas de la
administración. . . Desde los miembros de la Comuna para abajo, todos los que
desempeñaban cargos públicos lo hacían por el salario de un obrero. Todos
los privilegios y los gastos de representación de los altos dignatarios del
Estado desaparecieron junto con éstos. . . Una vez suprimidos el ejército
permanente y la policía, instrumentos de la fuerza material del antiguo
gobierno, la Comuna se apresuró a destruir también la fuerza de opresión
espiritual, el poder de los curas. .. Los funcionarios judiciales perdieron su
aparente independencia. . . En el futuro
pág. 51
debían ser
elegidos públicamente, ser responsables y revocables. . ."
Por tanto, la Comuna sustituye la máquina estatal destruida,
aparentemente "sólo" por una democracia más completa: supresión del
ejército permanente y completa elegibilidad y amovilidad de todos los
funcionarios. Pero, en realidad, este "sólo" representa un cambio
gigantesco de unas instituciones por otras de un tipo distinto por principio.
Aquí estamos precisamente ante uno de esos casos de "transformación de la
cantidad en calidad": la democracia, llevada a la práctica del modo más
completo y consecuente que puede concebirse, se convierte de democracia
burguesa en democracia proletaria, de un Estado (fuerza especial para la
represión de una determinada clase) en algo que ya no es un Estado propiamente
dicho.
Todavía es necesario reprimir a la burguesía y vencer su resistencia.
Esto era especialmente necesario para la Comuna, y una de las causas de su
derrota está en no haber hecho esto con suficiente decisión. Pero aquí el órgano
represor es ya la mayoría de la población y no una minoría, como había sido
siempre, lo mismo bajo la esclavitud y la servidumbre que bajo la esclavitud
asalariada. ¡Y, desde el momento en que es la mayoría del pueblo la que
reprime por sí misma a sus opresores, n o e
s y a n e c e s a r i a una "fuerza
especial" de represión! En este sentido, el Estado comienza a
extinguirse. En vez de instituciones especiales de una minoría
privilegiada (la burocracia privilegiada, los jefes del ejército permanente),
puede llevar a efecto esto directamente la mayoría, y cuanto más intervenga
todo el pueblo en la ejecución de las funciones propias del Poder del Estado
tanto menor es la necesidad de dicho Poder.
pág. 52
En este sentido, es singularmente notable una de las medidas decretadas
por la Comuna, que Marx subraya: la abolición de todos los gastos de
representación, de todos los privilegios pecuniarios de los funcionarios, la
reducción de los sueldos de todos los funcionarios del Estado
al nivel del "salario de un obrero”. Aquí es precisamente donde se
expresa de un modo más evidente el viraje de la democracia
burguesa a la democracia proletaria, de la democracia de la clase opresora a la
democracia de las clases oprimidas, del Estado como "fuerza
especial " para la represión de una determinada clase a la
represión de los opresores por la fuerza conjunta de la
mayoría del pueblo, de los obreros y los campesinos. ¡Y es precisamente en este
punto tan evidente -- tal vez el más importante, en lo que se refiere a la
cuestión del Estado -- en el que las enseñanzas de Marx han sido más relegadas
al olvido! En los comentarios de popularización -- cuya cantidad es innumerable
-- no se habla de esto. "Es uso" guardar silencio acerca de esto,
como si se tratase de una "ingenuidad" pasada de moda, algo así como
cuando los cristianos, después de convertirse el cristianismo en religión del
Estado, se "olvidaron" de las "ingenuidades" del
cristianismo primitivo y de su espíritu democrático-revolucionario.
La reducción de los sueldos de los altos funcionarios del Estado parece
"simplemente" la reivindicación de un democratismo ingenuo,
primitivo. Uno de los "fundadores" del oportunismo moderno, el
ex-socialdemócrata E. Bernstein, se ha dedicado más de una vez a repetir esas
burlas burguesas triviales sobre el democratismo "primitivo". Como
todos los oportunistas, como los actuales kautskianos, no comprendía en
absoluto, en primer lugar, que el paso del capitalismo al
pág. 53
socialismo
es imposible sin un cierto "retorno" al democratismo
"primitivo" (pues ¿cómo, si no, pasar a la ejecución de las funciones
del Estado por la mayoría de la población, por toda la población en bloque?);
y, en segundo lugar, que este "democratismo primitivo", basado en el
capitalismo y en la cultura capitalista, no es el democratismo primitivo de los
tiempos prehistóricos o de la época precapitalista. La cultura
capitalista ha creado la gran producción, fábricas,
ferrocarriles, el correo y el teléfono, etc., y sobre esta base,
una enorme mayoría de las funciones del antiguo "Poder del Estado" se
han simplificado tanto y pueden reducirse a operaciones tan sencillísimas de
registro, contabilidad y control, que estas funciones son totalmente asequibles
a todos los que saben leer y escribir, que pueden ejecutarse en absoluto por el
"salario corriente de un obrero", que se las puede (y se las debe)
despojar de toda sombra de algo privilegiado y "jerárquico".
La completa elegibilidad y la amovibilidad en cualquier momento
de todos los funcionarios sin excepción; la reducción de su sueldo a los
límites del "salario corriente de un obrero": estas medidas
democráticas, sencillas y "evidentes por sí mismas", al mismo tiempo
que unifican en absoluto los intereses de los obreros y de la mayoría de los
campesinos, sirven de puente que conduce del capitalismo al socialismo. Estas
medidas atañen a la reorganización del Estado, a la reorganización puramente
política de la sociedad, pero es
evidente que sólo adquieren su pleno sentido e importancia en conexión con la
"expropiación de los expropiadores" ya en realización o en
preparación, es decir, con la transformación de la propiedad privada
capitalista sobre los medios de producción en propiedad social.
pág. 54
"Al suprimir las dos mayores partidas de gastos, el ejército y la
burocracia, la Comuna -- escribe Marx -- convirtió en realidad la consigna de
todas las revoluciones burguesas: un
gobierno barato".
Entre los campesinos, al igual
que en las demás capas de la pequeña burguesía, sólo "prospera",
sólo "se abre paso" en sentido burgués, es decir, se convierten en
gentes acomodadas, en burgueses o en funcionarios con una situación garantizada
y privilegiada, una minoría insignificante. La inmensa mayoría de los
campesinos de todos los países capitalistas en que existe una masa campesina (y
estos países capitalistas forman la mayoría), se halla oprimida por el gobierno
y ansía derrocarlo, ansía un gobierno "barato". Esto puede
realizarlo sólo el proletariado, y, al realizarlo, da al mismo
tiempo un paso hacia la transformación socialista del Estado.
3. LA ABOLICION DEL PARLAMENTARISMO
"La Comuna --
escribió Marx -- debía ser, no una corporación parlamentaria, sino una
corporación de trabajo, legislativa y ejecutiva al mismo tiempo. .
."
". . . En vez de decidir una vez cada tres o cada seis años qué miembros de la clase dominante han de representar y aplastar [ver-und zertreten ] al pueblo en el parlamento, el sufragio universal debía servir al pueblo, organizado en comunas, de igual modo que el sufragio individual sirve a los patronos para encontrar obreros, inspectores y contables con destino a sus empresas".
". . . En vez de decidir una vez cada tres o cada seis años qué miembros de la clase dominante han de representar y aplastar [ver-und zertreten ] al pueblo en el parlamento, el sufragio universal debía servir al pueblo, organizado en comunas, de igual modo que el sufragio individual sirve a los patronos para encontrar obreros, inspectores y contables con destino a sus empresas".
Esta notable crítica del parlamentarismo,
trazada en 1871, figura también hoy, gracias al predominio del socialchovi-
pág. 55
nismo y del oportunismo, entre las "palabras
olvidadas" del marxismo. Los ministros y parlamentarios profesionales, los
traidores al proletariado y los "mercachifles" socialistas de
nuestros días han dejado íntegramente a los anarquistas la crítica del
parlamentarismo, y sobre esta base asombrosamente juiciosa han declarado toda crítica
del parlamentarismo ¡¡como "anarquismo"!! No tiene nada de extraño
que el proletariado de los países parlamentarios "adelantados",
asqueado de "socialistas" como los Scheidemann, David, Legien,
Sembat, Renaudel, Henderson, Vandervelde, Stauning, Branting, Bissolati y Cía.,
haya puesto cada vez más sus simpatías en el anarcosindicalismo, a pesar de que
éste es hermano carnal del oportunismo.
Pero para Marx la dialéctica revolucionaria no
fue nunca esa vacua frase de moda, esa bagatela en que la han convertido
Plejánov, Kautsky y otros. Marx sabía romper implacablemente con el anarquismo
por su incapacidad para aprovecharse hasta del "establo" del
parlamentarismo burgués -- sobre todo cuando se sabe que no se está ante
situaciones revolucionarias --, pero, al mismo tiempo, sabía también hacer una
crítica auténticamente revolucionario-proletaria del parlamentarismo.
Decidir una vez cada cierto número de años qué
miembros de la clase dominante han de oprimir y aplastar al pueblo en el
parlamento: he aquí la verdadera esencia del parlamentarismo burgués, no sólo
en las monarquías constitucionales parlamentarias, sino también en las
repúblicas más democráticas.
Pero si planteamos la cuestión del Estado, si
enfocamos el parlamentarismo como una de las instituciones del Estado, desde el
punto de vista de las tareas del proletariado en este
pág. 56
terreno, ¿dónde está entonces la salida del parlamentarismo?
¿Cómo es posible prescindir de él?
Hay que decir, una y otra vez, que las
enseñanzas de Marx, basadas en la experiencia de la Comuna, están tan
olvidadas, que para el "socialdemócrata" moderno (léase: para los
actuales traidores al socialismo) es sencillamente incomprensible otra crítica
del parlamentarismo que no sea la anarquista o la reaccionaria.
La salida
del parlamentarismo no está, naturalmente, en la abolición de las instituciones
representativas y de la elegibilidad, sino en transformar las instituciones
representativas de lugares de charlatanería en corporaciones "de
trabajo".
"La Comuna debía ser, no una corporación
parlamentaria, sino una corporación de trabajo, legislativa y ejecutiva al
mismo tiempo".
"No una corporación parlamentaria, sino
una corporación de trabajo": ¡este tiro va derecho al corazón de los
parlamentarios modernos y de los "perrillos falderos" parlamentarios
de la socialdemocracia! Fijaos en cualquier país parlamentario, de Norteamérica
a Suiza, de Francia a Inglaterra, Noruega, etc.: la verdadera labor "de
Estado" se hace entre bastidores y la ejecutan los ministerios, las
oficinas, los Estados Mayores. En los parlamentos no se hace más que charlar,
con la finalidad especial de embaucar al "vulgo". Y tan cierto es
esto, que hasta en la república rusa, república democrático burguesa, antes de
haber conseguido crear un verdadero parlamento, se han puesto de manifiesto en
seguida todos estos pecados del parlamentarismo. Héroes del filisteísmo podrido
como los Skóbelev y los Tsereteli, los Chernov y los Avkséntiev se las han
arreglado para
pág. 57
envilecer hasta a los Soviets, según el patrón del más
sórdido parlamentarismo burgués, convirtiéndolos en vacuos lugares de
charlatanería. En los Soviets, los señores ministros "socialistas"
engañan a los ingenuos aldeanos con frases y con resoluciones. En el gobierno,
se desarrolla un rigodón permanente, de una parte para "cebar" con
puestecitos bien retribuidos y honrosos al mayor número posible de
socialrevolucionarios y mencheviques, y, de otra parte, para "distraer la
atención" del pueblo. ¡Mientras tanto, en las oficinas y en los Estados
Mayores "se desarrolla" la labor "del Estado"!
El "Dielo Naroda", órgano del partido
gobernante de los "socialistas revolucionarios", reconocía no hace
mucho en un editorial -- con esa sinceridad inimitable de las gentes de la
"buena sociedad" en la que "todos" ejercen la prostitución
política -- que hasta en los ministerios regentados por "socialistas"
(¡perdonad la expresión!), que hasta en estos ministerios isubsiste
sustancialmente todo el viejo aparato burocrático, funcionando a la antigua y
saboteando con absoluta "libertad" las iniciativas revolucionarias! Y
aunque no tuviésemos esta confesión, ¿acaso la historia real de la
participación de los socialrevolucionarios y los mencheviques en el gobierno no
demuestra esto? Lo único que hay de característico en esto es que los señores
Chernov, Rusánov, Sensínov y demás redactores del "Dielo Naroda",
asociados en el ministerio con los kadetes, han perdido el pudor hasta tal
punto, que no se averguenzan de contar públicamente, sin rubor, como si se
tratase de una pequeñez, ¡¡que en "sus" ministerios todo está igual
que antes!! Para engañar a los campesinos ingenuos, frases
revolucionario-democráticas, y para "complacer" a los capitalistas,
el laberinto burocrático-oficinesco: he ahí la esencia de la
"honorable" coalición.
pág. 58
La Comuna sustituye el parlamentarismo venal y
podrido de la sociedad burguesa por instituciones en las que la libertad de
crítica y de examen no degenera en engaño, pues aquí los parlamentarios tienen
que trabajar ellos mismos, tienen que ejecutar ellos mismos sus leyes, tienen
que comprobar ellos mismos los resultados, tienen que responder directamente
ante sus electores. Las instituciones representativas continúan, pero desaperece el
parlamentarismo como sistema especial, como división del trabajo legislativo y
ejecutivo, como situación privilegiada para los diputados. Sin instituciones
representativas no puede concebirse la democracia, ni aun la democracia
proletaria; sin parlamentarismo, sí puede y debe concebirse,
si la crítica de la sociedad burguesa no es para nosotros una frase vacua, si
la aspiración de derrocar la dominación de la burguesía es en nosotros una
aspiración seria y sincera y no una frase "electoral" para cazar los
votos de los obreros, como es en los labios de los mencheviques y los
socialrevolucionarios, como es en los labios de los Scheidemann y Legien, los
Sembat y Vandervelde.
Es sobremanera instructivo que, al hablar de
las funciones de aquella burocracia que necesita también la
Comuna y la democracia proletaria, Marx tome como punto de comparación a los
empleados de "cualquier otro patrono", es decir, una empresa
capitalista corriente, con "obreros, inspectores y contables".
En Marx no hay ni rastro de utopismo, en el
sentido de que invente y fantasee sobre la "nueva" sociedad. No, Marx
estudia como un proceso histórico-natural cómo nace la nueva
sociedad d e la antigua, estudia las formas de transición de
la antigua a la nueva sociedad. Toma la experiencia real del movimiento
proletario de masas y se esfuerza en
pág. 59
sacar las enseñanzas prácticas de ella. "Aprende"
de la Comuna, como todos los grandes pensadores revolucionarios no temieron
aprender de la experiencia de los grandes movimientos de la clase oprimida, no
dirigiéndoles nunca "sermones" pedantescos (por el estilo del
"no se debía haber empuñado las armas", de Plejánov, o de la frase de
Tsereteli: "una clase debe saber moderarse").
No cabe hablar de la abolición repentina de la
burocracia, en todas partes y hasta sus últimas raíces. Esto es una utopía.
Pero el destruir de golpe la antigua máquina burocrática y
comenzar a construir inmediatamente otra nueva, que permita ir reduciendo
gradualmente a la nada toda burocracia, n o e s una
utopía; es la experiencia de la Comuna, es la tarea directa, inmediata, del
proletariado revolucionario.
El capitalismo simplifica las funciones de la
administración del "Estado", permite desterrar la "administración
burocrática" y reducirlo todo a una organización de los proletarios (como
clase dominante) que toma a su servicio, en nombre de toda la sociedad, a
"obreros, inspectores y contables".
Nosotros no somos utopistas. No
"soñamos" en cómo podrá prescindirse de golpe de
todo gobierno, de toda subordinación, estos sueños anarquistas, basados en la
incomprensión de las tareas de ía dictadura del proletariado, son
fundamentalmente ajenos al marxismo y, de hecho, sólo sirven para aplazar la
revolución socialista hasta el momento en que los hombres sean distintos. No,
nosotros queremos la revolución socialista con hombres como los de hoy, con
hombres que no puedan arreglárselas sin subordinación, sin control, sin
"inspectores y contables".
pág. 60
Pero a quien hay que someterse es a la
vanguardia armada de todos los explotados y trabajadores: al proletariado. La
"administración burocrática" específica de los funcionarios del
Estado, puede y debe comenzar a sustituirse inmediatamente, de la noche a la
mañana, por las simples funciones de "inspectores y contables",
funciones que ya hoy son plenamente accesibles al nivel de desarrollo de los
habitantes de las ciudades y que pueden ser perfectamente desempeñadas por el
"salario de un obrero"
Organizaremos la gran producción nosotros mismos,
los obreros, partiendo de lo que ha sido creado ya por el capitalismo,
basándonos en nuestra propia experiencia obrera, estableciendo una disciplina
rigurosísima, férrea, mantenida por el Poder estatal de los obreros armados;
reduciremos a los funcionarios del Estado a ser simples ejecutores de nuestras
directivas, "inspectores y contables" responsables, amovibles y
modestamente retribuidos (en unión, naturalmente, de técnicos de todas clases,
de todos los tipos y grados): he ahí nuestra tarea proletaria,
he ahí por dónde se puede y se debe empezar al llevar a cabo
la revolución proletaria. Este comienzo, sobre la base de la gran producción,
conduce por sí mismo a la "extinción" gradual de toda burocracia, a
la creación gradual de un orden -- orden sin comillas, orden que no se parecerá
en nada a la esclavitud asalariada --, de un orden en que las funciones de
inspección y de contabilidad, cada vez más simplificadas, se ejecutarán por
todos siguiendo un turno, acabarán por convertirse en costumbre, y, por fin,
desaparecerán como funciones especiales de una capa especial de la
sociedad.
Un ingenioso socialdemócrata alemán de la
década del 70 del siglo pasado, dijo que el correo era un
modelo de economía socialista. Esto es muy exacto. Hoy, el correo es
pág. 61
una empresa organizada según el patrón de un monopolio capitalista de
Estado. El imperialismo va convirtiendo poco a poco todos los trusts en
organizaciones de este tipo. En ellos vemos esa misma burocracia burguesa,
entronizada sobre los "simples" trabajadores, agobiados de trabajo y
hambrientos. Pero el mecanismo de la gestión social está ya preparado en estas
organizaciones. No hay más que derrocar a los capitalistas, destruir, por la
mano férrea de los obreros armados, la resistencia de estos explotadores,
romper la máquina burocrática del Estado moderno, y tendremos ante nosotros un
mecanismo de alta perfección técnica, libre del "parásito" y
perfectamente susceptible de ser puesto en marcha por los mismos obreros
unidos, dando ocupación a técnicos, inspectores y contables y retribuyendo el
trabajo de todos éstos, como el de todos los
funcionarios del "Estado" en general, con el salario de un obrero. He
aquí una tarea concreta, una tarea práctica que es ya inmediatamente realizable
con respecto a todos los trusts, que libera a los trabajadores de la
explotación y que tiene en cuenta la experiencia ya iniciada prácticamente
(sobre todo en el terreno de la organización del Estado) por la Comuna.
Organizar
toda la economía nacional como lo está el correo para que los técnicos, los
inspectores, los contables y todos los
funcionarios en general perciban sueldos que no sean superiores al
"salario de un obrero", bajo el control y la dirección del
proletariado armado: he ahí nuestro objetivo inmediato. He ahí el Estado que
nosotros necesitamos y la base económica sobre la que este Estado tiene que
descansar. He ahí lo que darán la abolición del parlamentarismo y la
conservación de las instituciones representativas, he ahí lo que librará a las
clases trabajadoras de la prostitución de estas instituciones por la burguesía.
pág. 62
4. ORGANIZACION DE LA UNIDAD DE LA NACION
". . . En el breve esbozo de organización
nacional que la Comuna no tuvo tiempo de desarrollar, se dice claramente que la
Comuna debía ser. . . la forma política hasta de la aldea más pequeña del
país". . . Las comunas elegirían la "delegación nacional" de
París.
". . . Las pocas, pero importantes funciones que aun quedarían entonces al gobierno central no se suprimirían, como falseando conscientemente la verdad se ha dicho, sino que serían desempeñadas por funcionarios comunales, es decir, rigurosamente responsables. . ."
". . . No se trataba de destruir la unidad de la nación, sino por el contrario, de organizarla mediante un régimen comunal. La unidad de la nación debía convertirse en una realidad mediante la destrucción de aquel Poder del Estado que pretendía ser la encarnación de esta unidad, pero quería ser independiente de la nación y estar situado por encima de ella. De hecho, este Poder del Estado no era más que una excrecencia parasitaria en el cuerpo de la nación. . ." "La tarea consistía en amputar los órganos puramente represivos del viejo Poder estatal y arrancar sus legítimas funciones de manos de una autoridad que pretende colocarse sobre la sociedad, para restituirlas a los servidores responsables de ésta".
". . . Las pocas, pero importantes funciones que aun quedarían entonces al gobierno central no se suprimirían, como falseando conscientemente la verdad se ha dicho, sino que serían desempeñadas por funcionarios comunales, es decir, rigurosamente responsables. . ."
". . . No se trataba de destruir la unidad de la nación, sino por el contrario, de organizarla mediante un régimen comunal. La unidad de la nación debía convertirse en una realidad mediante la destrucción de aquel Poder del Estado que pretendía ser la encarnación de esta unidad, pero quería ser independiente de la nación y estar situado por encima de ella. De hecho, este Poder del Estado no era más que una excrecencia parasitaria en el cuerpo de la nación. . ." "La tarea consistía en amputar los órganos puramente represivos del viejo Poder estatal y arrancar sus legítimas funciones de manos de una autoridad que pretende colocarse sobre la sociedad, para restituirlas a los servidores responsables de ésta".
Hasta qué punto los oportunistas de la
socialdemocracia actual no han comprendido -- tal vez fuera más exacto decir que
no han querido comprender -- estos razonamientos de Marx, lo revela mejor que
nada el libro herostráticamente célebre del renegado Bernstein: "Las
premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia". Refiriéndose
precisamente a las citadas palabras de Marx, Bernstein escribía que
pág. 63
en ellas se desarrolla un programa "que, por su
contenido político, presenta, en todos sus rasgos esenciales, la mayor
semejanza con el federalismo de Proudhon. . . Pese a todas las demás
diferencias que separan a Marx y al 'pequeñoburgués' Proudhon [Bernstein pone
esta palabra entre comillas, queriendo darle una intención irónica], en estos
puntos el curso de las ideas es el más afín que cabe en ambos".
Naturalmente, prosigue Bernstein, que la importancia de las municipalidades va
en aumento, pero "a mí me parece dudo so que esta abolición [Auflösung --
literalmente: disolución] de los Estados modernos y la transformación completa
[Umwandlung : cambio radical] de su organización, tal como Marx y
Proudhon la describen (formación de la Asamblea Nacional con delegados de las
asambleas provinciales o regionales, integradas a su vez por delegados de las
comunas), tendría que ser la obra inicial de la democracia, desapareciendo, por
tanto, todas las formas anteriores de las representaciones nacionales" (Bernstein "Las
premisas del socialismo", págs. 134 y 136, edición alemana de 1899).
Esto es sencillamente monstruoso: ¡Confundir
las concepciones de Marx sobre la "destrucción del Poder estatal, del
parásito", con el federalismo de Proudhonl Pero esto no es casual, pues al
oportunista no se le pasa siquiera por las mientes pensar que aquí Marx no
habla en manera alguna del federalismo por oposición al centralismo, sino de la
destrucción de la antigua máquina burguesa del Estado, existente en todos los
países burgueses.
Al oportunista sólo se le viene a las mientes
lo que ve en torno suyo, en medio del filisteísmo mezquino y del estancamiento
"reformista", a saber: ¡sólo las "municipalidades"!
pág. 64
El oportunista ha perdido la costumbre del
pensar siquiera en la revolución del proletariado.
Esto es ridículo. Pero lo curioso es que nadie
haya contendido con Bernstein acerca de este punto. Bernstein fue refutado por
muchos, especialmente por Plejánov en la literatura rusa y por Kautsky en la
europea, pero ni uno ni otro han hablado
de esta tergiversación de Marx por Bernstein.
El oportunista se ha desacostumbrado hasta tal
punto de pensar en revolucionario y de reflexionar acerca de la revolución, que
atribuye a Marx el "federalismo", confundiéndole con el fundador del
anarquismo, Proudhon. Y Kautsky y Plejánov, que quieren pasar por marxistas
ortodoxos y defender la doctrina del marxismo revolucionario, ¡guardan silencio
acerca de esto! Nos encontramos aquí con una de las raíces de ese
extraordinario bastardeamiento de las ideas acerca de la diferencia entre
marxismo y anarquismo, que es característico tanto de los kautskianos como de
los oportunistas y del que habremos de hablar todavía más.
En los citados pasajes de Marx sobre la
experiencia de la Comuna, no hay ni rastro de federalismo. Marx coincide con
Proudhon precisamente en algo que no ve el oportunista Bernstein. Marx discrepa
de Proudhon precisamente en aquello en que Bernstein ve una afinidad.
Marx coincide con Proudhon en que ambos abogan
por la "destrucción" de la máquina moderna del Estado. Esta
coincidencia del marxismo con el anarquismo (tanto con el de Proudhon como con
el de Bakunin) no quieren verla ni los oportunistas ni los kautskianos, pues
ambos han desertado del marxismo en este punto.
Marx discrepa de Proudhon y de Bakunin
precisamente en la cuestión del federalismo (para no hablar siquiera de la
pág. 65
dictadura del proletariado). El federalismo es una derivación de principio de las concepciones
pequeñoburguesas del anarquismo. Marx
es centralista. En los pasajes suyos citados más arriba, no se contiene la
menor desviación del centralismo. ¡Sólo quienes se hallen poseídos de la
"fe supersticiosa" del filisteo en el Estado pueden confundir la
destrucción de la máquina del Estado burgués con la destrucción del
centralismo!
Y bien,
si el proletariado y los campesinos pobres toman en sus manos el Poder del
Estado, se organizan de un modo absolutamente libre en comunas y unifican la acción de todas las
comunas para dirigir los golpes contra el capital, para aplastar la resistencia
de los capitalistas, para entregar a toda la nación, a toda la sociedad, la propiedad
privada sobre los ferrocarriles, las fábricas, la tierra, etc., ¿acaso esto no
será el centralismo? ¿Acaso esto no será el más consecuente centralismo
democrático, y además un centralismo proletario?
A Bernstein no le cabe, sencillamente, en la
cabeza que sea posible un centralismo voluntario, una unión voluntaria de las
comunas en la nación, una fusión voluntaria de las comunas proletarias para
aplastar la dominación burguesa y la máquina burguesa del Estado. Para
Bernstein, como para todo filisteo, el centralismo es algo que sólo puede venir
de arriba, que sólo puede ser impuesto y mantenido por la burocracia y el
militarismo.
Marx subraya intencionadamente, como previendo
la posibilidad de que sus ideas fuesen tergiversadas, que el acusar a la Comuna
de querer destruir la unidad de la nación, de querer suprimir el Poder central,
es una falsedad consciente. Marx usa intencionadamente la expresión
"organizar la unidad de la nación", para contraponer el centralismo
cons-
pág. 66
ciente, democrático, proletario, al centralismo burgués,
militar, burocrático.
Pero . . . no hay peor sordo que el que no
quiere oir. Y los oportunistas de la socialdemocracia actual no quieren, en
efecto, oir hablar de la destrucción del Poder del Estado, de la eliminación
del parásito.
5. LA DESTRUCCION
DEL ESTADO-PARASITO
Hemos citado ya, y vamos a completarlas aquí,
las palabras de Marx relativas a este punto.
"Generalmente, las nuevas creaciones
históricas están destinadas a que se las tome por una reproducción de las
formas viejas, y aun ya caducas, de vida social con las cuales las nuevas
instituciones presentan cierta semejanza. Así, también esta nueva Comuna, que
viene a destruir [bricht -- romper] el Poder estatal moderno, ha
sido considerada como una resurrección de las Comunas medievales. . . , como
una federación de pequeños Estados, con arreglo al sueño de Montesquieu y los
girondinos. . . , como una forma exagerada de la vieja lucha contra el excesivo
centralismo. . ."
". . . Por el contrario, el régimen
comunal habría devuelto al organismo social todas las fuerzas que hasta
entonces venía devorando el 'Estado', parásito que se nutre a expensas de la
sociedad y entorpece su libre movimiento. Con este solo hecho habría iniciado
la regeneración de Francia. . ."
". . . El régimen comunal habría colocado a los productores rurales bajo la dirección ideológica de las capitales de sus provincias y les habría ofrecido aquí, en los
". . . El régimen comunal habría colocado a los productores rurales bajo la dirección ideológica de las capitales de sus provincias y les habría ofrecido aquí, en los
pág. 67
obreros de la ciudad, los representantes naturales de sus
intereses. La sola existencia de la Comuna implicaba, como algo evidente, un
régimen de autonomía local, pero no ya como contrapeso a un Poder del Estado
que ahora sería superfluo. . ."
"Destrucción del Poder estatal", que
era una "excrecencia parasitaria", su "amputación", su
"aplastamiento", el "Poder del Estado que ahora sería
superfluo": he aquí cómo se expresa Marx al hablar del Estado, valorando y
analizando la experiencia de la Comuna.
Todo esto fue escrito hace poco menos de medio
siglo, pero hoy hay que proceder a verdaderas excavaciones para llevar a la conciencia
de las grandes masas un marxismo no falseado. Las conclusiones deducidas de la
observación de la última gran revolución vivida por Marx fueron dadas al olvido
precisamente al llegar el momento de las siguientes grandes revoluciones del
proletariado.
". . .
La variedad de interpretaciones a que ha sido sometida la Comuna y la variedad
de intereses que han encontrado su expresión en ella demuestran que era una
forma política perfectamente flexible, a diferencia de las formas anteriores de
gobierno, que habían sido todas esencialmente represivas. He aquí su verdadero
secreto: la Comuna era en esencia el
gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora
contra la clase apropiadora, la forma política, descubierta, al fin, bajo la cual
podía llevarse a cabo la emancipación económica del trabajo. .
."
"Sin esta última condición el régimen comunal habría sido una imposibilidad y una impostura". . .
"Sin esta última condición el régimen comunal habría sido una imposibilidad y una impostura". . .
pág. 68
Los utopistas habíanse dedicado a
"descubrir" las formas políticas bajo las cuales debía producirse la
transformación socialista de la sociedad. Los anarquistas se desentendían del
problema de las formas políticas en general. Los oportunistas de la
socialdemocracia actual tomaron las formas políticas burguesas del Estado democrático
parlamentario como el límite del que no podía pasarse y se rompieron la frente
de tanto prosternarse ante este "modelo", considerando como
anarquismo toda aspiración a romper estas formas.
Marx dedujo de toda la historia del socialismo
y de las luchas políticas que el Estado deberá desaparecer y que la forma
transitoria para su desaparición (la forma de transición del Estado al no
Estado) será "el proletariado organizado como clase dominante". Pero
Marx no se proponía descubrir las formas políticas de este
futuro. Se limitó a la investigación precisa de la historia francesa, a su
análisis y a la conclusión a que llevó el año 1851: se avecina la destrucción de
la máquina del Estado burgués.
Y cuando estalló el movimiento revolucionario
de masas del proletariado, Marx, a pesar del revés sufrido por este movimiento,
a pesar de su fugacidad y de su patente debilidad, se puso a estudiar qué
formas había revelado.
La Comuna es la forma, "descubierta, al
fin", por la revolución proletaria, bajo la cual puede lograrse la
emancipación económica del trabajo.
La Comuna es el primer intento de la revolución
proletaria de destruir la máquina del Estado burgués, y la
forma política, "descubierta, al fin", que puede y debe sustituir a
lo destruido.
Más adelante, en el curso de nuestra
exposición, veremos que las revoluciones rusas de 1905 y 1917 prosiguen, en
otras
pág. 69
circunstancias, bajo condiciones diferentes, la obra de la
Comuna, y confirman el genial análisis histórico de Marx.
CAPITULO IV
CONTINUACION. ACLARACIONES COMPLEMENTARIAS DE
ENGELS
Marx dejó sentadas las tesis fundamentales
sobre la cuestión de la significación de la experiencia de la Comuna. Engels
volvió repetidas veces sobre este tema, aclarando el análisis y las conclusiones
de Marx e iluminando a veces otros aspectos de la cuestión con
tal fuerza y relieve, que es necesario detenerse especialmente en estas
aclaraciones.
Contribución al problema de la vivienda
El problema de la vivienda
1. "A CUESTION DE LA VIVIENDA"
En su obra sobre la cuestión de la vivienda
(1872), Engels pone ya a contribución la experiencia de la Comuna, deteniéndose
varias veces en las tareas de la revolución respecto al Estado. Es interesante
ver cómo, sobre un tema concreto, se ponen de relieve, de una parte, los rasgos
de coincidencia entre el Estado proletario y el Estado actual -- rasgos que nos
dan la base para hablar de Estado en ambos casos --, y, de otra parte, los
rasgos de diferencia o la transición hacia la destrucción del Estado.
"¿Cómo, pues, resolver la cuestión de la
vivienda? En la sociedad actual, exactamente lo mismo que otra cuestión social
cualquiera: por la nivelación económica gradual de la oferta y la demanda,
solución que reproduce cons-
pág. 70
tantemente la cuestión y que, por tanto, no es tal solución.
La forma en que una revolución social resolvería esta cuestión no depende
solamente de las circunstancias de tiempo y lugar, xino que, además, se relaciona
con cuestiones de gran alcance, entre las cuales figura, como una de las más
esenciales, la supresión del contraste entre la ciudad y el campo. Como
nosotros no nos ocupamos en construir ningún sistema utópico para la
organización de la sociedad del futuro, sería más que ocioso detenerse en esto.
Lo cierto, sin embargo, es que ya hoy existen en las grandes ciudades edificios
suficientes para remediar en seguida, si se les diese un empleo racional, toda
verdadera 'escasez de vivienda': Esto sólo puede lograrse,
naturalmente, expropiando a los actuales poseedores y alojando en sus casas a
los obreros que carecen de vivienda o a los que viven hacinados en la suya. Y
tan pronto como el proletariado conquiste el Poder político, esta medida,
impuesta por los intereses del bien público, será de tan fácil ejecución como
lo son hoy las otras expropiaciones y las requisas de viviendas que lleva a
cabo el Estado actual" (página 22 de la edición alemana de 1887).
Aquí Engels no analiza el cambio de forma del
Poder estatal, sino sólo el contenido de sus actividades. La expropiación y la
requisa de viviendas son efectuadas también por orden del Estado actual. Desde
el punto de vista formal, también el Estado proletario "ordenará"
requisar viviendas y expropiar edificios. Pero es evidente que el antiguo
aparato ejecutivo, la burocracia, vinculada con la burguesía, sería
sencillamente inservible para llevar a la práctica las órdenes del Estado
proletario.
pág. 70
". . . Hay que hacer constar que la
'apropiación efectiva' de todos los instrumentos de trabajo, la ocupación de
toda la industria por el pueblo trabajador, es precisamente lo contrario del
'rescate' proudhoniano. En éste, es cada obrero el que pasa a ser propietario
de su vivienda, de su campo, de su instrumento de trabajo; en la primera, en
cambio, es el 'pueblo trabajador' el que pasa a ser propietario colectivo de
los edificios, de las fábricas y de los instrumentos de trabajo, y es poco
probable que su disfrute se conceda, sin indemnización de los gastos, a los
individuos o a las sociedades, por lo menos durante el período de transición.
Exactamente lo mismo que la abolición de la propiedad territorial no implica la
abolición de la renta del suelo, sino su transferencia a la sociedad, aunque
sea con ciertas modificaciones. La apropiación efectiva de todos los
instrumentos de trabajo por el pueblo trabajador no excluye, por tanto, en modo
alguno, la conservación de los alquileres y arrendamientos" (ídem, pág.
68).
La cuestión esbozada en este pasaje, a saber:
la cuestión de las bases económicas de la extinción del Estado, será examinada
por nosotros en el capítulo siguiente. Engels se expresa con extremada cautela,
diciendo que "es poco probable" que el Estado proletario conceda
gratis las viviendas, "por lo menos durante el período de
transición". El arrendamiento de viviendas de propiedad de todo el pueblo
a distintas familias mediante un alquiler supone el cobro de estos alquileres,
un cierto control y una determinada regulación para el reparto de las viviendas.
Todo esto exige una cierta forma de Estado, pero no reclama en modo alguno un
aparato militar y burocrático especial, con funcionarios que disfruten de una
situación privilegiada. La transi-
pág. 72
ción a un estado de cosas en que sea posible asignar las
viviendas gratuitamente se halla vinculada a la "extinción" completa
del Estado.
Hablando de cómo los blanquistas, después de la
Comuna y bajo la acción de su experiencia, se pasaron al campo de los
principios marxistas, Engels formula de pasada esta posición en los términos
siguientes:
". . . Necesidad de la acción política del
proletariado y de su dictadura, como paso hacia la supresión de las clases y,
con ellas, del Estado. . ." (pág. 55).
Algunos aficionados a la crítica literal o
ciertos "exterminadores" burgueses del marxismo encontrarán quizá una
contradicción entre este reconocimiento de la "supresión
del Estado" y la negación de semejante fórmula, por anarquista, en el
pasaje del "Anti-Dühring" citado más arriba. No tendría nada de
extraño que los oportunistas clasificasen también a Engels entre los
"anarquistas", ya que hoy se va generalizando cada vez más entre los
socialchovinistas la tendencia de acusar a los internacionalistas de
anarquismo.
Que a la par con la supresión de las clases se
producirá también la supresión del Estado, lo ha sostenido siempre el marxismo.
El tan conocido pasaje del "Anti-Dühring" acerca de la
"extinción del Estado" no acusa a los anarquistas simplemente de
abogar por la supresión del Estado, sino de predicar la posibilidad de suprimir
el Estado "de la noche a la mañana".
Como la doctrina "socialdemócrata"
hoy imperante ha tergiversado completamente la actitud del marxismo ante el
anarquismo en lo tocante a la cuestión de la destrucción del
pág. 73
Estado, será muy útil recordar aquí una polémica de Marx y
Engels con los anarquistas.
2. POLEMICA CON LOS ANARQUISTAS
Esta polémica tuvo lugar en el año 1873. Marx y
Engels escribieron para un almanaque socialista italiano unos artículos contra
los proudhonianos, "autonomistas" o "antiautoritarios”,
artículos que no fueron publicados en traducción alemana hasta 1913, en la
revista "Neue Zeit"[5].
Indiferentismo político
David
Ricardo
En Autoridad
"Si la lucha política de la clase obrera -- escribió Marx,
ridiculizando a los anarquistas y su negación de la política -- asume formas
revolucionarias, si los obreros sustituyen la dictadura de la clase burguesa
con su dictadura revolucionaria, cometen un terrible delito de leso principio,
porque para satisfacer sus míseras necesidades materiales de cada día, para
vencer la resistencia de la burguesía, dan al Estado una forma revolucionaria y
transitoria en vez de deponer las armas y abolirlo. . ." ("Neue
Zeit", 1913-1914, año 32, t. I, pág. 40).
¡He ahí contra qué "abolición" del Estado se manifestaba,
exclusivamente, Marx, al refutar a los anarquistas! No era, ni mucho menos,
contra el hecho de que el Estado desaparezca con la desaparición de las clases
o sea suprimido al suprimirse éstas, sino contra el hecho de que los obreros
renuncien al empleo de las armas, a la violencia organizada, es decir, al
Estado, llamado a servir para "vencer la resistencia de la
burguesía".
Marx subraya intencionadamente -- para que no se tergiverse el verdadero
sentido de su lucha contra el anarquismo -- la "forma revolucionaria
y transitoria " del Estado que el
pág. 74
proletariado
necesita. El proletariado sólo necesita el Estado temporalmente. Nosotros no
discrepamos en modo alguno de los anarquistas en cuanto al problema de la
abolición del Estado, como meta final. Lo que afirmamos es
que, para alcanzar esta meta, es necesario el empleo temporal de las armas, de
los medios, de los métodos del Poder del Estado contra los
explotadores, como para destruir las clases es necesaria la dictadura temporal
de la clase oprimida. Marx elige contra los anarquistas el planteamiento más
tajante y más claro del problema: después de derrocar el yugo de los
capitalistas, ¿deberán los obreros "deponer las armas" o emplearlas
contra los capitalistas para vencer su resistencia? Y el empleo sistemático de
las armas por una clase contra otra clase, ¿qué es sino una "forma
transitoria" de Estado?
Que cada socialdemócrata se pregunte si es así como él
ha planteado la cuestión del Estado en su polémica con los anarquistas, si
es así como ha planteado esta cuestión la inmensa mayoría de
los partidos socialistas oficiales de la II Internacional.
Engels expone estos pensamientos de un modo todavía más detallado y más
popular. Ridiculiza, ante todo, el embrollo de pensamientos de los
proudhonianos, quienes se llamaban "antiautoritarios", es decir,
negaban toda autoridad, toda subordinación, todo Poder. Tomad una fábrica, un
ferrocarril, un barco en alta mar, dice Engels: ¿acaso no es evidente que sin
una cierta subordinación y, por consiguiente, sin una cierta autoridad o Poder
será imposible el funcionamiento de ninguna de estas complicadas empresas
técnicas, basadas en el empleo de máquinas y en la cooperación de muchas
personas con arreglo a un plan?
pág. 75
". . . Cuando opongo parecidos argumentos a los más furiosos
antiautoritarios -- dice Engels -- no pueden responderme más que esto: ¡Ah! Eso
es verdad, pero aquí no se trata de una autoridad de que investimos a nuestros
delegados, sino de un encargo determinado’. Esta gente cree poder
cambiar la cosa con cambiarle el nombre. . ."
Habiendo puesto así de manifiesto que la autoridad y la autonomía son
conceptos relativos, que su radio de aplicación cambia con las distintas fases
del desarrollo social, que es absurdo aceptar estos conceptos como algo
absoluto, y después de añadir que el campo de la aplicación de las máquinas y
de la gran industria se ensancha cada vez más, Engels pasa de las
consideraciones generales sobre la autoridad al problema del Estado.
". . . Si los autonomistas -- escribe -- se limitaran a decir que
la organización social futura tolerará la autoridad únicamente en los límites
fijados inevitablemente por las condiciones de la producción, sería posible
entenderse con ellos. Pero se muestran ciegos con referencia a todos los hechos
que hacen necesaria la autoridad y luchan apasionadamente contra esta
palabra.
¿Por qué los antiautoritarios no se limitan a gritar contra la autoridad política, contra el Estado? Todos los socialistas están de acuerdo en que el Estado y, junto con él, la autoridad política desaparecerán como consecuencia de la futura revolución social, es decir, que las funciones públicas perderán su carácter político y se convertirán en funciones puramente aclministrativas, destinadas a velar por los intereses sociales. Pero los antiautoritarios exigen que el Estado político sea abolido de un golpe, antes de que sean abolidas las relaciones sociales que han dado ori-
¿Por qué los antiautoritarios no se limitan a gritar contra la autoridad política, contra el Estado? Todos los socialistas están de acuerdo en que el Estado y, junto con él, la autoridad política desaparecerán como consecuencia de la futura revolución social, es decir, que las funciones públicas perderán su carácter político y se convertirán en funciones puramente aclministrativas, destinadas a velar por los intereses sociales. Pero los antiautoritarios exigen que el Estado político sea abolido de un golpe, antes de que sean abolidas las relaciones sociales que han dado ori-
pág. 76
gen al
mismo: exigen que el primer acto de la revolución social sea la abolición de la
autoridad.
¿Es que dichos señores han visto alguna vez una revolución? Indudablemente, no hay nada más autoritario que una revolución. La revolución es un acto durante el cual una parte de la población impone su voluntad a la otra mediante los fusiles, las bayonetas, los cañones, esto es, mediante elementos extraordinariamente autoritarios. El partido triunfante se ve obligado a mantener su dominación por medio del temor que dichas armas infunden a los reaccionarios. Si la Comuna de París no se hubiera apoyado en la autoridad del pueblo armado contra la burguesía, ¿habría subsistido más de un día? ¿No tenemos más bien, por el contrario, el derecho de censurar a la Comuna por no haberse servido suficientemente de dicha autoridad? Así, pues, una de dos: o los antiautoritarios no saben lo que dicen, y en este caso no hacen más que sembrar la confusión, o lo saben y, en este caso, traicionan la causa del proletariado. Tanto en uno como en otro caso sirven únicamente a la reacción" (pág. 39).
¿Es que dichos señores han visto alguna vez una revolución? Indudablemente, no hay nada más autoritario que una revolución. La revolución es un acto durante el cual una parte de la población impone su voluntad a la otra mediante los fusiles, las bayonetas, los cañones, esto es, mediante elementos extraordinariamente autoritarios. El partido triunfante se ve obligado a mantener su dominación por medio del temor que dichas armas infunden a los reaccionarios. Si la Comuna de París no se hubiera apoyado en la autoridad del pueblo armado contra la burguesía, ¿habría subsistido más de un día? ¿No tenemos más bien, por el contrario, el derecho de censurar a la Comuna por no haberse servido suficientemente de dicha autoridad? Así, pues, una de dos: o los antiautoritarios no saben lo que dicen, y en este caso no hacen más que sembrar la confusión, o lo saben y, en este caso, traicionan la causa del proletariado. Tanto en uno como en otro caso sirven únicamente a la reacción" (pág. 39).
En este pasaje se abordan cuestiones que conviene examinar en conexión
con el tema de la correlación entre la política y la economía en el período de
extinción del Estado (tema tratado en el capítulo siguiente). Son cuestiones
tales como la de la transformación de las funciones públicas, de funciones
políticas en funciones simplemente administrativas, y la del "Estado
político". Esta última expresión, especialmente expuesta a provocar
equívocos, apunta al proceso de la extinción del Estado: al llegar a una cierta
fase de su extinción, puede calificarse al Estado moribundo de Estado no
político.
pág. 77
También en este pasaje de Engels la parte más notable es el
planteamiento de la cuestión contra los anarquistas. Los socialdemócratas que
pretenden ser discípulos de Engels han discutido millones de veces con los
anarquistas desde 1873, pero han discutido precisamente n o como
pueden y deben discutir los marxistas. El concepto anarquista de la abolición
del Estado es confuso y no revolucionario : así es como
plantea la cuestión Engels. En efecto, los anarquistas no quieren ver la
revolución en su nacimiento y en su desarrollo, en sus tareas específicas con
relación a la violencia, a la autoridad, al Poder y al Estado.
La crítica corriente del anarquismo en los socialdemócratas de nuestros
días ha degenerado en la más pura vulgaridad pequeñoburguesa: "¡nosotros
reconocemos el Estado; los anarquistas, no!" Se comprende que semejante
vulgaridad tenga por fuerza que repugnar a obreros un poco reflexivos y
revolucionarios. Engels se expresa de otro modo: subraya que todos los
socialistas reconocen la desaparición del Estado como consecuencia de la
revolución socialista. Luego, plantea concretamente el problema de la
revolución, precisamente el problema que los socialdemócratas suelen soslayar
en su oportunismo, cediendo, por decirlo así, la exclusiva de su
"estudio" a los anarquistas, y, al plantear este problema, Engels
agarra al toro por los cuernos: ¿no hubiera debido la Comuna emplear más
abundantemente el Poder revolucionario del Estado, es
decir, del proletariado armado, organizado como clase dominante?
Por lo general, la socialdemocracia oficial imperante elude la cuestión
de las tareas concretas del proletariado en la revolución, bien con simples
burlas de filisteo, bien, en el mejor de los casos, con la frase sofística
evasiva de "¡ya veremos!" Y los anarquistas tenían derecho a decir de
esta
pág. 78
socialdemocracia
que traicionaba su misión de educar revolucionariamente a los obreros. Engels
se vale de la experiencia de la última revolución proletaria, precisamente,
para estudiar del modo más concreto qué es lo que debe hacer el proletariado y
cómo, tanto con relación a los Bancos como en lo que respecta al Estado.
3. UNA CARTA A BEBEL
Uno de los pasajes más notables, si no el más
notable de las obras de Marx y Engels respecto a la cuestión del Estado, es el
siguiente, de una carta de Engels
a Bebel de 18-28 de marzo de 1875.
Carta que -- dicho entre paréntesis -- fue publicada por vez primera, que
nosotros sepamos, por Bebel en el segundo tomo de sus memorias ("De mi
vida"), que vieron la luz en 1911, es decir, 36 años después de escrita y
enviada aquella carta.
Engels escribió a Bebel criticando aquel mismo proyecto de programa de
Gotha, que Marx criticó en su célebre carta a Bracke. Y, por lo que se refiere
especialmente a la cuestión del Estado, le decía lo siguiente:
"El Estado popular libre se ha convertido en el Estado libre.
Gramaticalmente hablando, un Estado libre es un Estado que es libre respecto a
sus ciudadanos, es decir, un Estado con un gobierno despótico. Habría que
abandonar toda esa charlatanería acerca del Estado, sobre todo después de la
Comuna, que no era ya un Estado en el verdadero sentido de la palabra. Los
anarquistas nos han echado en cara más de la cuenta eso del 'Estado popular', a
pesar de que ya la obra de Marx contra Proudhon y luego el 'Manifiesto
Comunista' dicen expresa-
pág. 79
mente que,
con la implantación del régimen social socialista, el Estado se disolverá por
sí mismo [sich auflöst ] y desaparecerá. Siendo el Estado una
institución meramente transitoria, que se utiliza en la lucha, en la
revolución, para someter por la violencia a sus adversarios, es un absurdo
hablar de un Estado libre del pueblo: mientras el proletariado necesite todavía
del Estado, no lo necesitará en interés de la libertad, sino para someter a sus
adversarios, y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el Estado como tal
dejará de existir. Por eso nosotros propondríamos decir siempre, en vez de la
palabra Estado, la palabra 'Comunidad' [Gemeinwesen ],
una buena y antigua palabra alemana que equivale a la palabra francesa
'Commune'" (pág. 322 del texto alemán).
Hay que tener en cuenta que esta carta se refiere al programa del
Partido, criticado por Marx en una carta escrita solamente varias semanas
después de aquélla (carta de
Marx de 5 de mayo de 1875), y que Engels vivía por aquel entonces en
Londres, con Marx. Por eso, al decir en las últimas líneas de la carta
"nosotros", Engels, indudablemente, en su nombre y en el de Marx
propone al jefe del Partido obrero alemán borrar del programa la
palabra "Estado" y sustituirla por la palabra "Comunidad ".
¡Qué bramidos sobre "anarquismo" lanzarían los cabecillas del
"marxismo" de hoy, un "marxismo" falsificado para uso de
oportunistas, si se les propusiese semejante corrección en su programa!
Que bramen cuanto quieran. La burguesía les elogiará por ello.
Pero nosotros continuaremos nuestra obra. Cuando revisemos el programa
de nuestro Partido, deberemos tomar en
pág. 80
consideración,
sin falta, el consejo de Engels y Marx, para acercarnos más a la verdad, para
restaurar el marxismo, purificándolo de tergiversaciones, para orientar más
certeramente la lucha de la clase obrera por su liberación. Entre los
bolcheviques no habrá, probablemente, quien se oponga al consejo de Engels y
Marx. La dificultad estará solamente, si acaso, en el término. En alemán, hay
dos palabras para expresar la idea de "comunidad", de las cuales
Engels eligió la que no indica una comunidad por separado,
sino el conjunto de ellas, el sistema de comunas. En ruso, no existe una
palabra semejante, y tal vez tendremos que emplear la palabra francesa
"commune", aunque esto tenga también sus inconvenientes.
"La Comuna no era ya un Estado en el verdadero sentido de la
palabra": he aquí la afirmación más importante de Engels, desde el punto
de vista teórico. Después de lo que dejamos expuesto más arriba, esta
afirmación es absolutamente lógica. La Comuna había dejado de
ser un Estado, toda vez que su papel no era reprimir a la mayoría de la
población, sino a la minoría (a los explotadores); había roto la máquina del
Estado burgués; en vez de una fuerza especial para la
represión, entró en escena la población misma. Todo esto era renunciar al
Estado en su sentido estricto. Y si la Comuna se hubiera consolidado, habrían
ido "extinguiéndose" en ella por sí mismas las huellas del Estado, no
habría sido necesario "suprimir" sus instituciones: éstas habrían
dejado de funcionar a medida que no tuviesen nada que hacer.
"Los anarquistas nos han echado en cara más de la cuenta eso del
'Estado popular'". Al decir esto, Engels se refiere, principalmente, a
Bakunin y a sus ataques contra los socialdemócratas alemanes. Engels reconoce
que estos ataques
pág. 81
son
justos en tanto en cuanto el "Estado popular" es un
absurdo y un concepto tan divergente del socialismo como lo es el "Estado
popular libre". Engels se esfuerza en corregir la lucha de los
socialdemócratas alemanes contra los anarquistas, en hacer de esta lucha una
lucha ajustada a los principios, en depurar esta lucha de los prejuicios
oportunistas relativos al "Estado". ¡Trabajo perdido! La carta de
Engels se pasó 36 años en el fondo de un cajón. Y más abajo veremos que, aun
después de publicada esta carta, Kautsky sigue repitiendo tenazmente, en el
fondo, los mismos errores contra los que precavía Engels.
Bebel contestó a Engels el 21 de septiembre de 1875, en una carta en la
que escribía, entre otras cosas, que estaba "completamente de
acuerdo" con sus juicios acerca del proyecto de programa y que había
reprochado a Liebknecht su transigencia (pág. 334 de la edición alemana de las
me morias de Bebel, tomo II). Pero si abrimos el folleto de Bebel titulado
"Nuestros objetivos", nos encontramos en él con consideraciones
absolutamente falsas acerca del Estado:
"El Estado debe convertirse de un Estado basado en la dominación
de clase en un Estado popular " ("Nuestros
objetivos", edición alemana de 1886, pág. 14).
¡Así aparece impreso en la novena (¡novena!) edición
del folleto de Bebel! No es de extrañar que esta repetición tan obstinada de
los juicios oportunistas sobre el Estado haya sido asimilada por la
socialdemocracia alemana, sobre todo cuando las explicaciones revolucionarias
de Engels se mantenían ocultas y las circunstancias todas de la vida diaria la
habían "desacostumbrado" para mucho tiempo de la acción
revolucionaria.
pág. 82
4. CRITICA DEL PROYECIO DEL PROGRAMA DE ERFURT
La crítica del proyecto del programa de Erfurt[6], enviada por Engels a Kautsky el 29 de junio de 1891
y publicada sólo después de pasados diez años en la revista "Neue
Zeit", no puede pasarse por alto en un análisis de la doctrina del
marxismo sobre el Estado, pues este documento se consagra de modo principal a
criticar precisamente las concepciones oportunistas de la
socialdemocracia en la cuestión de la organización del Estado.
Señalaremos de paso que Engels hace también, en punto a los problemas
económicos, una indicación importantísima, que demuestra cuán atentamente y con
qué profundidad seguía los cambios que se iban produciendo en el capitalismo
moderno y cómo ello le permitía prever hasta cierto punto las tareas de nuestra
época, de la época imperialista. He aquí la indicación a que nos referimos: a
propósito de las palabras "falta de planificación" (Planlosigkeit ),
empleadas en el proyecto de programa para caracterizar al capitalismo, Engels
escribe:
"Si pasamos de las sociedades anónimas a los trusts, que dominan y
monopolizan ramas industriales enteras, vemos que aquí terminan no sólo la
producción privada, sino también la falta de planificación" ("Neue
Zeit", año 20, t. I, 1901-1902, pág. 8).
En estas palabras se destaca lo
más fundamental en la valoración teórica del capitalismo moderno, es decir, del
imperialismo, a saber: que el capitalismo se convierte en un capitalismo monopolista. Conviene
subrayar esto, pues el error más generalizado está en la afirmación
reformista-burguesa de que el capitalismo monopolista o monopolista de
pág. 83
Estado no es ya capitalismo,
puede llamarse ya "socialismo de Estado", y otras cosas por el estilo. Naturalmente, los trusts no
entrañan, no han entrañado hasta hoy ni pueden entrañar una completa sujeción a
planes. Pero en tanto trazan planes, en tanto los magnates del capital calculan
de antemano el volumen de la producción en un plano nacional o incluso en un
plano internacional, en tanto regulan la producción con arreglo a planes,
seguimos moviéndonos, a pesar de todo, dentro del capitalismo,
aunque en una nueva fase suya, pero que no deja, indudablemente, de ser
capitalismo. La "proximidad" de tal capitalismo al
socialismo debe ser, para los verdaderos representantes del proletariado, un
argumento a favor de la cercanía, de la facilidad, de la viabilidad y de la
urgencia de la revolución socialista, pero no, en modo alguno, un argumento
para mantener una actitud de tolerancia ante los que niegan esta revolución y
ante los que encubren las lacras del capitalismo, como hacen todos los
reformistas.
Pero volvamos a la cuestión del Estado. De tres clases son las
indicaciones especialmente valiosas que hace aquí Engels: en primer lugar, las que se refieren a la cuestión de la República; en segundo lugar, las que afectan a las relaciones entre la cuestión nacional y
la estructura del Estado; en tercer
lugar, las que se refieren al régimen
de autonomía local.
Por lo que se refiere a la República, Engels hacía de esto el centro de
gravedad de su crítica del proyecto del programa de Erfurt. Y, si tenemos en
cuenta la significación adquirida por el programa de Erfurt en toda la
socialdemocracia internacional y cómo este programa se convirtió en modelo para
toda la II Internacional, podremos decir sin exageración que
pág. 84
Engels
critica aquí el oportunismo de toda la II Internacional.
"Las reivindicaciones políticas del proyecto -- escribe Engels --
adolecen de un gran defecto. No se contiene en él [subrayado
por Engels] lo que en realidad se debía haber dicho".
Y más adelante se aclara que la Constitución alemana está, en rigor,
calcada sobre la Constitución más reaccionaria de 18so; que el Reichstag no es,
según la expresión de Guillermo Liebknecht, más que la "hoja de parra del
absolutismo", y que el pretender llevar a cabo la "transformación de
todos los instrumentos de trabajo en propiedad común" a base de una
Constitución en la que son legalizados los pequeños Estados y la federación de
los pequeños Estados alemanes, es un "absurdo evidente".
"Tocar esto es peligroso", añade Engels, que sabe perfectamente que
en Alemania no se puede incluir legalmente en el programa la reivindicación de
la República. No obstante, Engels no se contenta sencillamente con esta
evidente consideración, que satisface a "todos". Engels prosigue:
"Y, sin embargo, no hay más remedio que abordar la cosa de un modo o de
otro. Hasta qué punto es esto necesario, lo demuestra el oportunismo, que está
difundiéndose [einreissende ] precisamente ahora en una gran parte
de la prensa socialdemócrata. Por miedo a que se renueve la ley contra los
socialistas, o por el recuerdo de diversas manifestaciones hechas
prematuramente bajo el imperio de aquella ley, se quiere que el Partido
reconozca ahora que el orden legal vigente en Alemania es suficiente para
realizar todas las reivindicaciones de aquél por la vía pacífica. . ."
pág. 85
Engels destaca en primer plano el hecho fundamental de que los
socialdemócratas alemanes obraban por miedo a que se renovase la ley de
excepción, y califica esto, sin rodeos, de oportunismo, declaración como
completamente absurdos los sueños acerca de una vía "pacífica",
precisamente por no existir en Alemania ni República ni libertades. Engels es
lo bastante cauto para no atarse las manos. Reconoce que en países con
República o con una gran libertad "cabe imaginarse" (¡solamente
"imaginarse"!) un desarrollo pacífico hacia el socialismo, pero en
Alemania, repite:
". . . En Alemania, donde el gobierno es casi omnipotente y el
Reichstag y todas las demás instituciones representativas carecen de poder
efectivo, el proclamar en Alemania algo semejante, y además sin necesidad
alguna, significa quitarle al absolutismo la hoja de parra y colocarse uno
mismo a cubrir la desnudez ajena. . ."
Y, en efecto, la inmensa mayoría de los jefes oficiales del Partido
Socialdemócrata alemán, partido que "archivó" estas indicaciones,
resultaron ser encubridores del absolutismo.
". . . Semejante política sólo sirve para poner en el camino falso
al propio partido. Se hace pasar a primer plano las cuestiones políticas
generales, abstractas, y de este modo se oculta las cuestiones concretas más
inmediatas, aquellas que se ponen por sí mismas al orden del día al surgir los
primeros grandes acontecimientos, en la primera crisis política. Y lo único que
con esto se consigue es que, al llegar el momento decisivo, el partido se
sienta de pronto desconcertado, que reinen en él la confusión y el desacuerdo
acerca de las cuestiones decisivas, por no haber discutido nunca estas
cuestiones. . .
pág. 86
Este olvido en que se deja las grandes, las fundamentales
consideraciones en aras de los intereses momentáneos del día, esto de perseguir
éxitos pasajeros y de luchar por ellos sin fijarse en las consecuencias
ulteriores, esto de sacrificar el porvenir del movimiento por su presente,
podrá hacerse por motivos 'honrados', pero es y seguirá siendo oportunismo, y
el oportunismo 'honrado' es quizá el más peligroso de todos. . .
Si hay algo indudable es que nuestro partido y la clase obrera sólo pueden llegar al Poder bajo la forma política de la República democrática. Esta es, incluso, la forma específica para la dictadura del proletariado, como lo ha puesto ya de relieve la gran Revolución francesa. . ."
Si hay algo indudable es que nuestro partido y la clase obrera sólo pueden llegar al Poder bajo la forma política de la República democrática. Esta es, incluso, la forma específica para la dictadura del proletariado, como lo ha puesto ya de relieve la gran Revolución francesa. . ."
Engels repite aquí, en una forma especialmente plástica, aquella idea
fundamental que va como hilo de engarce a través de todas las obras de Marx, a
saber: que la República democrática es el acceso más próximo a la dictadura del
proletariado. Pues esta República, que no suprime ni mucho menos la dominación
del capital ni, consiguientemente, la opresión de las masas ni la lucha de
clases, lleva inevitablemente a un ensanchamiento, a un despliegue, a una
patentización y a una agudización tales de esta lucha, que, tan pronto como
surge la posibilidad de satisfacer los intereses vitales de las masas
oprimidas, esta posibilidad se realiza, inevitable y exclusivamente, en la
dictadura del proletariado, en la dirección de estas masas por el proletariado.
Para toda la II Internacional, éstas son también "palabras
olvicladas" del marxismo, y este olvido se reveló de un modo
extraordinariamente nítido en la historia del partido
pág. 87
menchevique
durante el primer medio año de la revolución rusa de 1917.
Respecto a la cuestión de la República federativa, en conexión con la
composición nacional de la población escribía Engels:
"¿Qué es lo que debe ocupar el puesto de la actual Alemania?"
[con su Constitución monárquico-reaccionaria y su sistema igualmente
reaccionario de subdivisión en pequeños Estados, que eterniza la
particularicdad del "prusianismo", en vez de disolverla en una
Alemania formando un todo]. "A mi
juicio, el proletariado sólo puede emplear la forma de la República única e
indivisible. La República federativa es todavía hoy, en conjunto, una
necesidad en el territorio gigantesco de los Estados Unidos, si bien en las
regiones del Este se ha convertido ya en un obstáculo. Representaría un
progreso en Inglaterra, donde cuatro naciones pueblan las dos islas y donde, a pesar
de no haber más que un parlamento, coexisten tres sistemas de legislación. En
la pequeña Suiza, se ha convertido ya desde hace largo tiempo en un obstáculo,
y si allí se puede todavía tolerar la República federativa, es debido
únicamente a que Suiza se contenta con ser un miembro puramente pasivo en el
sistema de los Estados europeos. Para Alemania, un régimen federalista al modo
del de Suiza significaría un enorme retroceso. Hay dos puntos que distinguen a un Estado federal de un Estado
unitario, a saber: que cada Estado que forma parte de la unión tiene su
propia legislación civil y criminal y su propia organización judicial, y que
además de cada parlamento particular existe una Cámara federal en la que vota
como tal cada cantón, sea grande o pequeño". En Alemania, el
pág. 88
Estado
federal es el tránsito hacia un Estado completamente unitario, y la
"revolución desde arriba" de 1866 y 1870 no debe ser revocada, sino
completada mediante un "movimiento desde abajo".
Engels no sólo no revela indiferencia en cuanto a la cuestión de las
formas de Estado, sino que, por el contrario, se esfuerza en analizar con
escrupulosidad extraordinaria precisa mente las formas de transición, para
determinar, con arreglo a las particularidades históricas concretas de cada
caso, de qué y hacia qué es transición la forma transitoria de
que se trata.
Engels, como Marx, defiende,
desde el punto de vista del proletariado y de la revolución proletaria, el
centralismo democrático, la República única e indivisible. Considera la
República federativa, bien como excepción y como obstáculo para el desarrollo,
bien como transición de la monarquía a la República centralista, como un
"progreso", en determinadas circunstancias especiales. Y entre estas
circunstancias especiales se destaca la cuestión nacional.
En Engels como en Marx, a pesar de su crítica implacable del carácter
reaccionario de los pequeños Estados y del encubrimiento de este carácter
reaccionario por la cuestión nacional en determinados casos concretos, no se
encuentra en ninguna de sus obras ni rastro de tendencia a eludir la cuestión
nacional, tendencia de que suelen pecar frecuentemente los marxistas holandeses
y polacos al partir de la lucha legítima contra el nacionalismo filisteamente
estrecho de "sus" pequeños Estados.
Hasta en Inglaterra, donde las condiciones geográficas, la comunidad de
idioma y la historia de muchos siglos parece que debían haber
"liquidado" la cuestión nacional en las
pág. 89
distintas
pequeñas divisiones territoriales del país; incluso aquí tiene en cuenta Engels
el hecho claro de que la cuestión nacional no ha sido superada aún, razón por
la cual reconoce que la República federativa representa "un
progreso". Se sobreentiende que en esto no hay ni rastro de renuncia a la
crítica de los defectos de la República federativa ni a la propaganda y a la
lucha más decidida en pro de la República unitaria, centralista-democrática.
Pero Engels no concibe
en modo alguno el centralismo democrático en el sentido burocrático con que
emplean este concepto los ideólogos burgueses y pequeñoburgueses, incluyendo
entre éstos a los anarquistas. Para Engels, el centralismo no excluye, ni mucho
menos, esa amplia autonomía local que, en la defensa voluntaria de la unidad
del Estado por las "comunas" y las regiones, elimina en absoluto todo
burocratismo y toda manía de "ordenar" desde arriba.
"Así, pues, República
unitaria -- escribe Engels, desarrollando las ideas programáticas del marxismo
sobre el Estado --, pero no en el sentido de la República francesa actual,
que no es más que el imperio sin emperador fundado en 1798. De 1792 a 1798,
todo departamento francés, toda comuna [Gemeinde ] poseía completa
autonomía, según el modelo norteamericano, y eso es lo que debemos tener
también nosotros. Norteamérica y la primera República francesa nos demostraron,
y hoy Canadá, Australia y otras colonias inglesas nos lo demuestran aún, cómo
hay que organizar la autonomía y cómo se puede prescindir de la
burocracia.
Y esta autonomía provincial y municipal es mucho más libre que, por ejemplo, el federalismo suizo, donde el cantón goza, ciertamente, de gran independencia respecto
Y esta autonomía provincial y municipal es mucho más libre que, por ejemplo, el federalismo suizo, donde el cantón goza, ciertamente, de gran independencia respecto
pág. 90
a la
federación [es decir, respecto al Estado federativo en conjunto], pero también
respecto al distrito y al municipio. Los gobiernos cantonales nombran jefes de
policía de distrito y prefectos, cosa absolutamente desconocida en los países
de habla inglesa y a lo que en el futuro también nosotros debemos oponernos
decididamente, así como a los consejeros provinciales y gubernamentales
prusianos" [los comisarios, los jefes de policía, los gobernadores, y en
general, todos los funcionarios nombrados desde arriba].
De acuerdo con esto, Engels propone que el punto del programa sobre la
autonomía se formule del modo siguiente:
"Completa autonomía para la provincia, distrito y municipio con
funcionarios elegidos por sufragio universal. Supresión de todas las
autoridades locales y provinciales nombradas por el Estado".
En "Pravda", suspendida por el
gobierno de Kerenski y otros ministros "socialistas" (núm. 68, del 28
de mayo de 1917)[7], hube de señalar ya cómo, en este punto -- bien
entendido que no es, ni mucho menos, solamente en éste --, nuestros representantes
seudosocialistas de una seudodemocracia seudorrevolucionaria se han desviado
escandalosamente del democratismo. Se comprende que hombres que se
han vinculado por una "coalición" a la burguesía imperialista hayan
permanecido sordos a estas indicaciones.
Es sobremanera importante señalar que Engels, con hechos a la vista,
basándose en los ejemplos más precisos, refuta el prejuicio extraordinariamente
extendido, sobre todo en la democracia pequeñoburguesa, de que la República
federativa implica incuestionablemente mayor libertad que la República
pág. 91
centralista.
Esto es falso. Los hechos citados por Engels con referencia a la República
centralista francesa de 1792 a 1798 y a la República federativa suiza
desmienten este prejuicio. La República centralista realmente democrática
dio mayor libertad que la República federativa. O dicho en
otros términos: la mayor libertad local, provincial, etc., que
se conoce en la historia la ha dado la República centralista y
no la República federativa.
Nuestra propaganda y agitación de partido no ha consagrado ni consagra
suficiente atención a este hecho, ni en general a toda la cuestión de la
República federativa y centralista y a la de la autonomía local.
5. PROLOGO DE 1891 A "LA GUERRA CIVIL"
DE MARX
En el prólogo a la tercera edición de "La
guerra civil en Francia" -- este prólogo lleva la fecha de 18 de marzo de
1891 y fue publicado por vez primera en la revista "Neue Zeit" --,
Engels, a la par que hace de paso algunas interesantes observaciones acerca de
cuestiones relacionadas con la actitud hacia el Estado, traza, con notable relieve, un resumen de las
enseñanzas de la Comuna[8]. Este resumen, enriquecido por toda
la experiencia del período de veinte años que separaba a su autor de la Comuna
y dirigido especialmente contra la "fe supersticiosa en el Estado",
tan difundida en Alemania, puede ser llamado con justicia la última
palabra del marxismo respecto a la cuestión que estamos examinando.
"En Francia -- señala Engels --, los obreros, después de cada
revolución, estaban armados"; "por eso el desarme de los obreros era
el primer mandamiento de los burgueses
pág. 92
que se
hallaban al frente del Estado. De aquí el que, después de cada revolución
ganada por los obreros, se llevara a cabo una nueva lucha que acababa con la
derrota de estos. . ."
El balance de la experiencia de las revoluciones burguesas es tan corto
como expresivo. El quid de la cuestión entre otras cosas también en lo que
afecta a la cuestión del Estado (¿t i e n e l a c l a s e
o p r i m i d a a r m a s? ), aparece enfocado aquí de un modo
admirable. Este quid de la cuestión es precisamente el que eluden con mayor
frecuencia lo mismo los profesores influidos por la ideología burguesa que los
demócratas pequeñoburgueses. En la revolución rusa de 1917, correspondió al
"menchevique" y "también marxista" Tsereteli el honor (un
honor a lo Cavaignac) de descubrir este secreto de las revoluciones burguesas.
En su discurso "histórico" del 11 de junio, a Tsereteli se le escapó
el secreto de la decisión de la burguesía de desarmar a los obreros de
Petrogrado, presentando, naturalmente, esta decisión ¡como suya y como
necesidad "del Estado" en general!
El histórico discurso de Tsereteli del 11 de junio será, naturalmente,
para todo historiador de la revolución de 1917, una de las pruebas más
palpables de cómo el bloque de socialrevolucionarios y mencheviques,
acaudillado por el señor Tsereteli, se pasó al lado de la burguesía contra el
proletariado revolucionario.
Otra de las observaciones incidentales de Engels, relacionada también
con la cuestión del Estado, se refiere a la religión. Es sabido que la
socialdemocracia alemana, a medida que se hundía en la charca, haciéndose más y
más oportunista, derivaba cada vez con mayor frecuencia a una torcida
interpretación filistea de la célebre fórmula que
pág. 93
declara la
religión "asunto de incumbencia privada". En efecto, esta fórmula se
interpretaba como si la cuestión de la religión fuese un asunto de incumbencia
privada ¡¡también para el Partido del proletariado revolucionario!!
Contra esta traición completa al programa revolucionario del proletariado se
levantó Engels, que en 1891 sólo podía observar los gérmenes más tenues de
oportunismo en su Partido, y que, por tanto, se expresaba con la mayor cautela:
"Como los miembros de la Comuna eran todos, casi sin excepción,
obreros o representantes reconocidos de Ios obreros, sus acuerdos se
distinguían por un carácter marcadamente proletario. Una parte de sus decretos
eran reformas que la burguesía republicana no se había atrevido a inplantar por
vil cobardia y que echaban los cimientos indispensables para la libre acción de
la clase obrera, como, por ejemplo, la implantación del principio de que, con
respecto al Estado, la religión es un asunto de incumbencia puramente
privada; otros iban encaminados a salvaguardar directamente los intereses de la
clase obrera, y en parte socavaban profundamente el viejo orden social. .
."
Engels subraya intencionadamente las palabras "con respecto al
Estado", asestando con ello un golpe certero al oportunismo alemán, que
declaraba la religión un asunto de incumbencia privada con respecto al
Partido y con ello rebajaba el Partido del proletariado revolucionario
al nivel del más vulgar filisteísmo "librepensador", dispuesto a
tolerar el aconfesionalismo, pero que renuncia a la tarea del Partido de
luchar contra el opio religioso que embrutece al pueblo.
El futuro historiador de la socialdemocracia alemana, al investigar las
raíces de su vergonzosa bancarrota en 1914,
pág. 94
encontrará
no pocos materiales interesantes sobre esta cuestión, comenzando por las
evasivas declaraciones que se contienen en los artículos del jefe ideológico
del Partido, Kautsky, en las que se abre de par en par las puertas al
oportunismo, y acabando por la actitud del Partido ante el
"Los-von-der-Kirche-Bewegung" (movimiento en pro de la separación de
los particulares de la Iglesia), en 1913.
Pero volvamos a cómo Engels, veinte años después de la Comuna, resumió sus
enseñanzas para el proletariado militante.
He aquí las enseñanzas que Engels destaca en primer plano:
". . . Precisamente la fuerza opresora del antiguo gobierno
centralista: el ejército, la policía política y la burocracia, que Napoleón
había creado en 1798 y que desde entonces había sido heredada por todos los
nuevos gobiernos como un instrumento grato, empleándolo contra sus enemigos;
precisamente esta fuerza debía ser derrumbada en toda Francia, como había sido
derrumbada ya en París.
La Comuna tuvo que reconocer desde el primer momento que la clase obrera, al llegar al Poder, no puede seguir gobernando con la vieja máquina del Estado; que, para no perder de nuevo su dominación recién conquistada, la clase obrera tiene, de una parte, que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta entonces contra ella, y, de otra parte, precaverse contra sus propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción revocables en cualquier momento. . ."
La Comuna tuvo que reconocer desde el primer momento que la clase obrera, al llegar al Poder, no puede seguir gobernando con la vieja máquina del Estado; que, para no perder de nuevo su dominación recién conquistada, la clase obrera tiene, de una parte, que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta entonces contra ella, y, de otra parte, precaverse contra sus propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción revocables en cualquier momento. . ."
Engels subraya una y otra vez que no sólo bajo la monarquía, sino también
bajo la República democrática, el Estado
pág. 95
sigue siendo
Estado, es decir, conserva su rasgo caracteristico fundamental: convertir a sus
funcionarios, "servidores de la sociedad", órganos de ella, en señores situados
por encima de ella.
". . . Contra esta transformación del Estado y de los órganos del
Estado de servidores de la sociedad en señores situados por encima de la sociedad,
transformación inevitable en todos los Estados anteriores, empleó la Comuna dos
remedios infalibles. En primer lugar, cubrió todos los cargos administrativos,
judiciales y de enseñanza por elección, mediante sufragio universal,
concediendo a los electores el derecho a revocar en todo momento a sus
eiegidos. En segundo lugar, todos los funcionarios, altos y bajos, sólo estaban
retribuidos como los demás obreros. El sueldo máximo abonado por la Comuna no
excedía de 6.000 francos*. Con este sistema se ponía una barrera eficaz al
arribismo y la caza de cargos, y esto aun sin contar los mandatos imperativos
que introdujo la Comuna para los diputados a los organismos representativos. .
."
Engels llega aquí a este interesante límite en que la democracia consecuente se
transforma, de una parte, en socialismo y, de otra parte, reclama el
socialismo, pues para destruir el Estado es necesario transformar las funciones
de la administración del Estado en operaciones de control y registro tan
sencillas, que sean accesibles a la inmensa mayoría de
* Lo que equivaíe nominalmente a unos 2.400 rublos y a unos 6.000 rublos
según el curso actual. Es completamente imperdonable la actitud de aquellos
bolcheviques que proponen, por ejemplo, retribuciones de 9.000 rublos en los
ayuntamientos urbanos, no proponiendo establecer una retribución máxima de
6.000 rublos (cantidad suficiente) para todo el Estado.
pág. 96
la
población, primero, y a toda la población, sin distinción, después. Y la
supresión completa del arribismo exige que los cargos "honoríficos"
del Estado, aunque sean sin ingresos, n o puedan servir de
trampolín para pasar a puestos altamente retribuidos en los Bancos y en las
sociedades anónimas, como ocurre constantemente hoy hasta en
los países capitalistas más libres.
Pero Engels no incurre
en el error en que incurren, por ejemplo, algunos marxistas en lo tocante a la
cuestión del derecho de las naciones a la autodeterminación, creyendo que bajo
el capitalismo este derecho es imposible, y, bajo el socialismo, superfluo.
Semejante argumentación, que quiere pasar por ingeniosa, pero que en realidad
es falsa, podría repetirse a propósito de cualquier institución democrática, y a propósito también de
los sueldos modestos de los funcionarios, pues un democratismo llevado hasta
sus últimas consecuencias es imposible bajo el capitalismo, y, bajo el
socialismo, toda democracia se
extingue.
Esto es un sofisma parecido a aquel viejo chiste de si una persona
comienza a quedarse calva cuando se le cae un pelo.
El desarrollo de la democracia hasta sus últimas consecuencias, la
indagación de las formas de este desarrollo, su comprobación
en la práctica, etc.: todo esto forma parte integrante de las
tareas de la lucha por la revolución social. Por separado, ningún democratismo
da como resultante el socialismo, pero, en la práctica, el democratismo no se
toma nunca "por separado", sino que se toma siempre "en
bloque", influyendo también sobre la economía, acelerando su transformación
y cayendo él mismo bajo la influencia del desarrollo económico, etc. Tal es la
dialéctica de la historia viva
pág. 97
Engels
prosigue:
". . . En el capítulo tercero de 'La guerra civil' se describe con
todo detalle esta labor encaminada a hacer saltar [Sprengung ] el
viejo Poder estatal y sustituirlo por otro nuevo realmente democrático. Sin
embargo, era necesario detenerse a examinar aquí brevemente algunos de los
rasgos de esta sustitución, por ser precisamente en Alemania donde la fe
supersticiosa en el Estado se ha trasplantado del campo filosófico a la
conciencia general de la burguesía e incluso a la de muchos obreros Según la
concepción filosófica, el Estado es la 'realización de la idea', o sea,
traducido al lenguaje filosófico, el reino de Dios sobre la tierra, el campo en
que se hacen o deben hacerse realidad la eterna verdad y la eterna justicia. De
aquí nace una veneración supersticiosa del Estado y de todo lo que con él se
relaciona, veneración supersticiosa que va arraigando en las conciencias con
tanta mayor facilidad cuanto que la gente se acostumbra ya desde la infancia a
pensar que los asuntos e intereses comunes a toda la sociedad no pueden
gestionarse ni salvaguardarse de otro modo que como se ha venido haciendo hasta
aquí, es decir, por medio del Estado y de sus funcionarios retribuidos con
buenos puestos. Y se cree haber dado un paso enormemente audaz con librarse de
la fe en la monarquía hereditaria y entusiasmarse por la República democrática.
En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase
por otra, lo mismo en la República democrática que bajo la monarquía; y en el
mejor de los casos, un mal que se transmite hereditariamente al proletariado
que haya triunfado en su lucha por la dominación de clase. El proletariado
victo-
pág. 98
rioso, lo
mismo que lo hizo la Comuna, no podrá por menos de amputar inmediatamente los
lados peores de este mal, entretanto que una generación futula, educada en
condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo ese trasto viejo
del Estado".
Engels prevenía a los alemanes para que, en caso de sustitución de la
monarquía por la República, no olvidasen los fundamentos del socialismo sobre
la cuestión del Estado en general. Hoy, sus advertencias parecen una lección
directa a los señores Tsereteli y Chernov, que en su práctica
"coalicionista" ¡revelan una fe supersticiosa en el Estado y una
veneración supersticiosa por él!
Dos observaciones más. 1) Si Engels dice que bajo la República
democrática el Estado sigue siendo, "lo mismo" que bajo la monarquía,
"una máquina para la opresión de una clase por otra", esto no
significa, en modo alguno, que la forma de opresión sea
indiferente para el proletariado, como "enseñan" algunos anarquistas.
Una forma de lucha de clases y de opresión de clase más amplia,
más libre, más abierta facilita en proporciones gigantescas la misión del
proletariado en la lucha por la destrucción de las clases en general.
2) La cuestión de por qué solamente una nueva generación estará en
condiciones de deshacerse en absoluto de todo este trasto viejo del Estado, es
una cuestión relacionada con la superación de la democracia, que pasamos a
examinar.
6. ENGELS, SOBRE LA SUPERACION DE LA DEMOCRACIA
Engels se expresó acerca de esto en relación
con la cuestión de la inexactitud científica de la
denominación de "socialdemócrata".
pág. 99
En el prólogo a la edición de sus artículos de la década de 1870 sobre
diversos temas, predominantemente de carácter "internacional" [Internationales
aus dem Volksstaat ][9], prólogo fechado el 3 de enero de 1894, es decir,
escrito año y medio antes de morir Engels, éste escribía que en todos los
artículos se emplea la palabra "comunista" y no la
de "socialdemócrata", pues por aquel entonces socialdemócratas se
llamaban los proudhonistas en Francia y los lassalleanos en Alemania.
". . . Para Marx y para mí -- prosigue Engels -- era, por tanto,
sencillamente imposible emplear, para denominar nuestro punto de vista
especial, una expresión tan elástica. En la actualidad, la cosa se presenta de
otro modo, y esta palabra ['socialdemócrata'] puede, tal vez, pasar [mag
passieren ], aunque sigue siendo inadecuada [unpassend ]
para un partido cuyo programa económico no es un simple programa socialista en
general, sino un programa directamente comunista, y cuya meta política final es
la superación total del Estado y, por consiguiente, también de la democracia.
Pero los nombres de los verdaderos [subrayado por Engels]
partidos políticos nunca son absolutamente adecuados; el partido se desarrolla
y el nombre queda".
El dialéctico Engels, en el ocaso de su existencia, sigue siendo fiel a
la dialectica. Marx y yo -- nos dice -- teníamos un hermoso nombre, un nombre
científicamente exacto, para el partido, pero no teníamos un verdadero partido,
es decir, un Partido proletario de masas. Hoy (a fines del siglo XIX), existe
un verdadero partido, pero su nombre es científicamente inexacto. No importa,
"puede pasar": ¡lo importante es que el Partido se desarrolle,
lo que importa es que el
pág. 100
Partido no
desconozca la inexactitud científica de su nombre y que éste no le impida
desarrollarse en la dirección certera!
Tal vez haya algún bromista que quiera consolarnos también a nosotros,
los bokheviques, a la manera de Engels: nosotros tenemos un verdadero partido,
que se desarrolla excelentemente; puede "pasar", por tanto, también
una palabra tan sin sentido, tan monstruosa, como la palabra
"bolchevique", que no expresa absolutamente nada, fuera de la
circunstancia puramente accidental de que en el Congreso de Bruselas-Londres de
1903 tuvimos nosotros la mayoría . . . Tal vez hoy, en que las persecuciones de
julio y de agosto contra nuestro Partido por parte de los republicanos y de la
filistea democracia "revolucionaria" han rodeado la palabra
"bolchevique" de honor ante todo el pueblo, y en que, además, esas
persecuciones han marcado un progreso tan enorme, un progreso histórico de
nuestro Partido en su desarrollo real, tal vez hoy, yo también
dudaría, en cuanto a mi propuesta de abril de cambiar el nombre de nuestro
Partido. Tal vez propondría a mis camaradas una "transacción":
llamarnos Partido Comunista y dejar entre paréntesis la palabra bolchevique. .
.
Pero la cuestión del nombre del Partido es incomparablemente menos
importante que la cuestión de la posición del proletariado revolucionario con
respecto al Estado.
En las consideraciones corrientes acerca del Estado, se comete
constantemente el error contra el que precave aquí Engels y que nosotros hemos
señalado de paso en nuestra anterior exposición, a saber: se olvida
constantemente que la destrucción del Estado es también la destrucción de la
democracia, que la extinción del Estado implica la extinción de la democracia.
pág. 101
A primera vista, esta afirmación
parece extraordinariamente extraña e incomprensible; tal vez en alguien
surja incluso el temor de si esperamos el advenimiento de una organización
social en que no se acate el principio de la subordinación de la minoría a la
mayoría, ya que la democracia es, precisamente, el reconocimiento de este
principio.
No. La democracia n o es idéntica a la subordinación de
la minoría a la mayoría. Democracia es el Estado que reconoce
la subordinación de la minoría a la mayoría, es decir, una organización llamada
a ejercer la violencia sistemática de una clase contra otra,
de una parte de la población contra otra.
Nosotros nos proponemos como meta final la destrucción del Estado, es
decir, de toda violencia organizada y sistemática, de toda violencia contra los
hombres en general. No esperamos el advenimiento de un orden social en el que
no se acate el principio de la subordinación de la minoría a la mayoría. Pero,
aspirando al socialismo, estamos persuadidos de que éste se convertirá
gradualmente en comunismo, y en relación con esto desaparecerá toda necesidad
de violencia sobre los hombres en general, toda necesidad de subordinación de
unos hombres a otros, de una parte de la población a otra, pues los hombres se
habituarán a observar las reglas elementales de la convivencia
social sin violencia y sin subordinación.
Para subrayar este elemento del hábito es para lo que Engels habla de
una nueva generación que, "educada en condiciones
sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo este trasto viejo del
Estado", de todo Estado, inclusive el Estado democrático-republicano.
Para explicar esto, es necesario analizar la cuestión de las bases
económicas de la extinción del Estado.
pág. 102
CAPITULO V
LAS BASES ECONOMICAS DE LA EXTINCION DEL ESTADO
La explicación más detallada de esta cuestión
nos la da Marx en su "Crítica del Programa de Gotha" (carta
a Bracke, de 5 de mayo de 1875, que no fue
publicada hasta 1891, en la revista "Neue Zeit", IX, 1, y de la que
se publicó en ruso una edición aparte). La parte polémica de esta notable obra,
consistente en la crítica del lassalleanismo, ha dejado en la sombra, por
decirlo así, su parte positiva, a saber: su análisis de la conexión existente
entre el desarrollo del comunismo y la extinción del Estado.
1. PLANTEAMIENTO DE LA CUESTION POR MARX
Comparando superficialmente la carta de Marx a
Bracke, de 5 de mayo de 1875, con la carta de Engels a
Bebel, de 28
de marzo de 1875 examinada más arriba, podría parecer que Marx es mucho más
"partidario del Estado" que Engels, y que entre las concepciones de
ambos escritores acerca del Estado media una diferencia muy considerable.
Engels aconseja a Bebel
lanzar por la borda toda la charlatanería sobre el Estado y borrar
completamente del programa la palabra Estado, sustituyéndola por la palabra
"comunidad". Engels llega incluso a declarar que la Comuna no era ya
un Estado, en el sentido estricto de la palabra. En cambio, Marx habla incluso
del "Estado futuro de la sociedad comunista", es decir, reconoce, al
parecer, la necesidad del Estado hasta bajo el comunismo.
pág. 103
Pero semejante modo de concebir sería radicalmente falso. Examinándolo
más atentamente, vemos que las concepciones de Marx y Engels sobre el Estado y
su extinción coinciden en absoluto, y que la citada expresión de Marx se
refiere precisamente al Estado en extinción.
Es evidente que no puede hablarse de determinar el momento de la
"extinción" futura del Estado, tanto más cuanto que se trata, como es
sabido, de un proceso largo. La aparente diferencia entre Marx y Engels se
explica por la diferencia de los temas por ellos tratados, cle las tareas por
ellos perseguidas. Engels se proponía la tarea de mostrar a Bebel de un modo
palmario y tajante, a grandes rasgos, todo el absurdo de los prejuicios
corrientes (compartidos también, en grado considerable, por Lassalle) acerca
del Estado. Marx sólo toca de paso e s t a cuestión,
interesándose por otro tema: el desarrollo de la sociedad
comunista.
Toda la teoría de Marx es la aplicación de la teoría del desarrollo --
en su forma más consecuente, más completa, más profunda y más rica de contenido
-- al capitalismo moderno. Era natural que a Marx se le plantease, por tanto,
la cuestión de aplicar esta teoría también a la inminente bancarrota
del capitalismo y al desarrollo futuro del comunismo futuro.
Ahora bien, ¿a base de qué datos se puede plantear la
cuestión del desarrollo futuro del comunismo futuro?
A base del hecho de que el comunismo procede del
capitalismo, se desarrolla históricamente del capitalismo, es el resultado de
la acción de una fuerza social engendrada por el capitalismo.
En Marx no encontramos ni rastro de intento de construir utopías, de hacer
conjeturas en el aire respecto a cosas que no es posible conocer. Marx plantea
la cuestión del comunismo como el naturalista plantearía, por ejemplo,
pág. 104
la cuestión
del desarrollo de una nueva especie biológica, sabiendo que ha surgido de tal y
tal modo y se modifica en tal y tal dirección determinada.
Marx descarta, ante todo, la confusión que el programa de Gotha siembra
en la cuestión de las relaciones entre el Estado y la sociedad.
"La sociedad actual -- escribe Marx -- es la sociedad capitalista,
que existe en todos los países civilizados, más o menos libre de aditamentos
medievales, más o menos modificada por las particularidades del desarrollo
histórico de cada país, más o menos desarrollada. Por el contrario, el 'Estado
actual' cambia con las fronteras de cada país. En el imperio prusiano-alemán es
completamente distinto que en Suiza, en Inglaterra es completamente distinto
que en los Estados Unidos. El 'Estado actual' es, por tanto, una ficción.
Sin embargo, pese a su abigarrada diversidad de formas, los diversos Estados de los diversos países civilizados tienen todos algo de común: que reposan sobre el terreno de la sociedad burguesa moderna, más o menos desarrollada en el sentido capitalista. Tienen, por tanto, ciertas características esenciales comunes. En este sentido cabe hablar del 'Estado actual' por oposición al del porvenir, en el que su raíz de hoy, la sociedad burguesa, se extinguirá.
Y cabe la pregunta: ¿qué transformación sufrirá el Estado en la sociedad comunista? Dicho en otros términos: ¿qué funciones sociales quedarán entonces en pie, análogas a las funciones actuales del Estado? Esta pregunta sólo puede contestarse científicamente, y por mucho que se combine la palabra 'pueblo' con la palabra
Sin embargo, pese a su abigarrada diversidad de formas, los diversos Estados de los diversos países civilizados tienen todos algo de común: que reposan sobre el terreno de la sociedad burguesa moderna, más o menos desarrollada en el sentido capitalista. Tienen, por tanto, ciertas características esenciales comunes. En este sentido cabe hablar del 'Estado actual' por oposición al del porvenir, en el que su raíz de hoy, la sociedad burguesa, se extinguirá.
Y cabe la pregunta: ¿qué transformación sufrirá el Estado en la sociedad comunista? Dicho en otros términos: ¿qué funciones sociales quedarán entonces en pie, análogas a las funciones actuales del Estado? Esta pregunta sólo puede contestarse científicamente, y por mucho que se combine la palabra 'pueblo' con la palabra
pág. 105
'Estado', no
nos acercaremos lo más mínimo a la solución del problema. . ."
Poniendo en ridículo, como vemos, toda la charlatanería sobre el "Estado
del pueblo", Marx traza el planteamiento del problema y en cierto modo nos
advierte que, para resolverlo científicamente, sólo se puede operar con datos
científicos sólidamente establecidos.
Y lo primero que ha sido establecido con absoluta precisión por toda la
teoría de la evolución y por toda la ciencia en general -- y lo que olvidaron
los utopistas y olvidan los oportunistas de hoy, que temen a la revolución
socialista -- es el hecho de que, históricamente, tiene que haber, sin ningún
género de duda, una fase especial o una etapa especial de transición del
capitalismo al comunismo.
2. LA TRANSICION DEL CAPITALISMO AL COMUNISMO
". . . Entre la sociedad capitalista y la
sociedad comunista -- prosigue Marx -- media el período de la transformación
revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también
un período político de transición, y el Estado de este período no puede ser
otro que la dictadura revolucionaria del proletariado".
Esta conclusión de Marx se basa en el análisis
del papel que el proletariado desempeña en la sociedad capitalista actual, en
los datos sobre el desarrollo de esta sociedad y en el carácter irreconciliable
de los intereses antagónicos del proletariado y de la burguesía.
Antes, la cuestión planteábase así: para
conseguir su liberación, el proletariado debe derrocar a la burguesía, con-
pág. 106
quistar el Poder político e instaurar su dictadura
revolucionaria.
Ahora, la cuestión se plantea de un modo algo
distinto: la transición de la sociedad capitalista, que se desenvuelve hacia el
comunismo, a la sociedad comunista, es imposible sin un "período político
de transición", y el Estado de este período no puede ser otro que la
dictadura revolucionaria del proletariado.
Ahora bien, ¿cuál es la actitud de esta
dictadura hacia la democracia?
Veíamos que el "Manifiesto Comunista" coloca sencillamente, a la par
el uno del otro, dos conceptos: el de la "transformación del proletariado
en clase dominante" y el de "la conquista de la democracia".
Sobre la base de todo lo arriba expuesto, se puede determinar con más precisión
cómo se transforma la democracia en la transición del capitalismo al comunismo.
En la sociedad capitalista, bajo las condiciones del desarrollo más
favorable de esta sociedad, tenemos en la República democrática un democratismo
más o menos completo. Pero este democratismo se halla siempre comprimido dentro
de los estrechos marcos de la explotación capitalista y es siempre, en esencia,
por esta razón, un democratismo para la minoría, sólo para las clases
poseedoras, sólo para los ricos. La libertad de la sociedad capitalista sigue
siendo, y es siempre, poco más o menos, lo que era la libertad en las antiguas
repúblicas de Grecia: libertad para los esclavistas. En virtud de las
condiciones de la explotación capitalista, los esclavos asalariados modernos
viven tan agobiados por la penuria y la miseria, que "no están para
democracias", "no están para política", y en el curso corriente
y pacífico de los acontecimientos, la mayoría
pág. 107
de la
población queda al margen de toda participación en la vida político-social.
Alemania es tal vez el país que confirma con mayor evidencia la
exactitud de esta afirmación, precisamente porque en dicho Estado la legalidad
constitucional se mantuvo durante un tiempo asombrosamente largo y persistente,
casi medio siglo (1871-1914), y durante este tiempo la socialdemocracia supo
hacer muchísimo más que en los otros países para "utilizar la
legalidad" y organizar en partido político a una parte más considerable de
los obreros que en ningún otro país del mundo.
Pues bien, ¿a cuánto asciende esta parte de los esclavos asalariados
políticamente conscientes y activos, con ser la más elevada de cuantas
encontramos en la sociedad capitalista? ¡De 15 millones de obreros asalariados,
el partido socialdemócrata cuenta con un millón de miembros! ¡De 15 millones de
obreros, hay tres millones sindicalmente organizados!
Democracia para una minoría insignificante, democracia para los ricos:
he ahí el democratismo de la sociedad capitalista. Si nos fijamos más de cerca
en el mecanismo de la democracia capitalista, veremos siempre y en todas
partes, hasta en los "pequeños", en los aparentemente pequeños,
detalles del derecho de sufragio (requisito de residencia, exclusión de la
mujer, etc.), en la técnica de las instituciones representativas, en los obstáculos
reales que se oponen al derecho de reunión (¡los edificios públicos no son para
los "de abajo"!), en la organización puramente capitalista de la
prensa diaria, etc., etc., en todas partes veremos restricción tras restricción
puesta al democratismo. Estas restricciones, excepciones, exclusiones y trabas
para los pobres parecen insignificantes sobre todo para el que jamás ha sufrido
la penuria ni se ha puesto en contacto con las clases oprimidas en
pág. 108
su vida de
masas (que es lo que les ocurre a las nueve décimas partes, si no al noventa y
nueve por ciento de los publicistas y políticos burgueses), pero en conjunto
estas restricciones excluyen, eliminan a los pobres de la política, de su
participación activa en la democracia.
Marx puso de relieve magníficamente esta e s e n c i a de
la democracia capitalista, al decir, en su análisis de la experiencia de la
Comuna, que a los oprimidos se les autoriza para decidir una vez cada varios
años ¡qué miembros de la clase opresora han de representarlos y aplastarlos en
el parlamento!
Pero, partiendo de esta democracia capitalista -- inevitablemente
estrecha, que repudia por debajo de cuerda a los pobres y que es, por tanto,
una democracia profundamente hipócrita y mentirosa -- el desarrollo progresivo,
no discurre de un modo sencillo, directo y tranquilo "hacia una democracia
cada vez mayor", como quieren hacernos creer los profesores liberales y
los oportunistas pequeñoburgueses. No, el desarrollo progresivo, es decir, el
desarrollo hacia el comunismo pasa a través de la dictadura del proletariado, y
no puede ser de otro modo, porque el proletariado es el único que puede, y sólo
por este camino, romper la resistencia de los explotadores
capitalistas.
Pero la dictadura del proletariado, es decir, la organización de la
vanguardia de los oprimidos en clase dominante para aplastar a los opresores,
no puede conducir tan sólo a la simple ampliación de la democracia. A
la par con la enorme ampliación del democratismo, que p o
r v e z p r i m e r a se convierte en un
democratismo para los pobres, en un democratismo para el pueblo, y no en un
democratismo para los ricos, la dictadura del proletariado implica una serie de
restricciones puestas a la libertad de los opresores, de los
pág. 109
explotadores,
de los capitalistas. Debemos reprimir a éstos, para liberar a la humanidad de
la esclavitud asalariada, hay que vencer por la fuerza su resistencia, y es
evidente que allí donde hay represión, donde hay violencia no hay libertad ni
hay democracia.
Engels expresaba magníficamente esto en la carta a Bebel, al decir, como
recordará el lector, que "mientras el proletariado necesite todavía del
Estado, no lo necesitará en interés de la libertad, sino para someter a sus
adversarios, y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el Estado como tal
dejará de existir".
Democracia para la mayoría gigantesca del pueblo y represión por la
fuerza, es decir, exclusión de la democracia, para los explotadores, para los
opresores del pueblo: he ahí la modificación que sufrirá la democracia en
la transición del capitalismo al comunismo.
Sólo en la sociedad comunista, cuando se haya roto ya definitivamente la
resistencia de los capitalistas, cuando hayan desaparecido los capitalistas,
cuando no haya clases (es decir, cuando no haya diferencias entre los miembros
de la sociedad por su relación hacia los medios sociales de producción), sólo entonces
"desaparecerá el Estado y podrá hablarse de libertad".
Sólo entonces será posible y se hará realidad una democracia verdaderamente completa,
una democracia que verdaderamente no implique ninguna restricción. Y sólo
entonces la democracia comenzará a extinguirse, por la sencilla
razón de que los hombres, liberados de la esclavitud capitalista, de los
innumerables horrores, bestialidades, absurdos y vilezas de la explotación
capitalista, s e h a b i t u a r á n poco a poco a
la observación de las reglas elementales de convivencia, conocidas a lo largo
de los siglos y repetidas desde hace miles de años en todos los preceptos, a
pág. 110
observarlas
sin violencia, sin coacción, sin subordinación, s i n e s e
a p a r a t o e s p e c i a l de coacción que se llama
Estado.
La expresión "el Estado se extingue" está muy bien elegida,
pues señala el carácter gradual del proceso y su espontaneidad. Sólo la fuerza
de la costumbre puede ejercer y ejercerá indudablemente esa influencia, pues en
torno a nosotros observamos millones de veces con qué facilidad se habitúan los
hombres a guardar las reglas de convivencia necesarias si no hay explotación,
si no hay nada que indigne a los hombres y provoque protestas y sublevaciones,
creando la necesidad de la represión.
Por tanto, en la sociedad capitalista tenemos una democracia amputada,
mezquina, falsa, una democracia solamente para los ricos, para la minoría. La
dictadura del proletariado, el período de transición hacia el comunismo,
aportará por primera vez la democracia para el pueblo, para la mayoría, a la
par con la necesaria represión de la minoría, de los explotadores. Sólo el
comunismo puede aportar una democracia verdaderamente completa, y cuanto más
completa sea, antes dejará de ser necesaria y se extinguirá por sí misma.
Dicho en otros términos: bajo el capitalismo, tenemos un Estado en el
sentido estricto de la palabra, una máquina especial para la represión de una
clase por otra, y, además, de la mayoría por la minoría. Se comprende que para
que pueda prosperar una empresa como la represión sistemática de la mayoría de
los explotados por una minoría de explotadores, haga falta una crueldad
extraordinaria, una represión bestial, hagan falta mares de sangre, a través de
los cuales marcha precisamente la humanidad en estado de esclavitud, de
servidumbre, de trabajo asalariado.
pág. 111
Ahora bien, en la transición del capitalismo al
comunismo, la represión es todavía necesaria, pero ya es la
represión de una minoría de explotadores por la mayoría de los explotados. Es
necesario todavía un aparato especial, una máquina especial
para la represión, el "Estado", pero éste es ya un Estado de
transición, no es ya un Estado en el sentido estricto de la palabra, pues la
represión de una minoría de explotadores por la mayoría de los esclavos
asalariados de ayer es algo tan relativamente fácil, sencillo
y natural, que costará muchísima menos sangre que la represión de las
sublevaciones de los esclavos, de los siervos y de los obreros asalariacdos,
que costará mucho menos a la humanidad. Y este Estado es compatible con la
extensión de la democracia a una mayoría tan aplastante de la población, que la
necesidad de una máquina especial para la represión comienza a
desaparecer. Como es natural, los explotadores no pueden reprimir al pueblo sin
una máquina complicadísima que les permita cumplir este cometido, pero el pueblo puede
reprimir a los explotadores con una "máquina" muy sencilla, casi sin
"máquina", sin aparato especial, por la simple organización
de las masas armadas (como los Soviets de Diputados Obreros y
Soldados, digamos, adelantándonos un poco).
Finalmente, sólo el comunismo suprime en absoluto la necesidad del
Estado, pues bajo el comunismo no hay nadie a quien reprimir,
"nadie" en el sentido de clase, en el sentido de una
lucha sistemática contra determinada parte de la población. Nosotros no somos
utopistas y no negamos, en modo alguno, que es posible e inevitable que algunos
individuos cometan excesos, como tampoco negamos la necesidad de
reprimir tales excesos. Poro, en primer lugar, para esto no
hace falta una máquina especial, un aparato especial de represión, esto lo hará
el mismo pueblo armado, con la misma
pág. 112
sencillez y
facilidad con que un grupo cualquiera de personas civilizadas, incluso en la
sociedad actual, separa a los que se están peleando o impide que se maltrate a
una mujer. Y, en segundo lugar, sabemos que la causa social más importante de
los excesos, consistentes en la infracción de las reglas de convivencia, es la
explotación de las masas, la penuria y la miseria de éstas. Al suprimirse esta
causa fundamental, los excesos comenzarán inevitablemente a "extinguirse ".
No sabemos con qué rapidez y gradación, pero sabemos que se
extinguirán. Y, con ellos, se extinguirá también el Estado.
Marx, sin dejarse llevar al terreno de las utopías, determinó en detalle
lo que es posible determinar ahora respecto a este porvenir, a
saber: la diferencia entre las fases (grados o etapas) inferior y superior de
la sociedad comunista.
3. PRIMERA FASE DE LA SOCIEDAD COMUNISTA
En la "Crítica del Programa de
Gotha", Marx refuta minuciosamente la idea lassalleana de que, bajo el
socialismo, el obrero recibirá el "producto íntegro o completo del
trabajo". Marx demuestra que de todo el trabajo social de toda la sociedad
habrá que descontar un fondo de reserva, otro fondo para ampliar la producción,
para reponer las máquinas "gastadas", etc., y, además, de los
artículos de consumo, un fondo para los gastos de administración, escuelas,
hospitales, asilos para ancianos, etc.
En vez de emplear la frase nebulosa, confusa y
general de Lassalle ("dar al obrero el producto íntegro del
trabajo"), Marx establece un cálculo sobrio de cómo precisamente la
sociedad socialista se verá obligada a administrar. Marx aborda el análisis
concreto de las condiciones de vida de esta sociedad en que no existirá el
capitalismo, y dice:
pág. 113
"De lo que aquí [en el examen del programa
del partido obrero] se trata no es de una sociedad comunista que se ha
desarrollado sobre su propia base, sino de una que acaba de salir precisamente
de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus
aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la
vieja sociedad de cuya entraña procede".
Esta sociedad comunista, que acaba de salir de
la entraña del capitalismo al mundo de Dios y que lleva en todos sus aspectos
el sello de la sociedad antigua, es la que Marx llama "primera" fase
o fase inferior de la sociedad comunista.
Los medios de producción han dejado de ser ya
propiedad privada de los individuos. Los medios de producción pertenecen a toda
la sociedad. Cada miembro de la sociedad, al ejecutar una cierta parte del
trabajo socialmente necesario, obtiene de la sociedad un certificado
acreditativo de haber realizado tal o cual cantidad de trabajo. Por este
certificado recibe de los almacenes sociales de artículos de consumo la
cantidad correspondiente de productos. Deducida la cantidad de trabajo que pasa
al fondo social, cada obrero, por tanto, recibe de la sociedad lo que entrega a
ésta.
Reina, al parecer, la "igualdad".
Pero cuando Lassalle, refiriéndose a este orden
social (al que se suele dar el nombre de socialismo, pero que Marx denomina la
primera fase del comunismo), dice que esto es una "distribución
justa", que es "el derecho igual de cada uno al producto igual del
trabajo", Lassalle se equivoca, y Marx pone al descubierto su error.
"Aquí -- dice Marx -- tenemos realmente un
'derecho igual', pero esto es t o d a v í a 'un derecho
burgués', que, como todo derecho, p r e s u p o n e l a d e
s i g u a l d a d.
pág. 114
Todo derecho significa la aplicación de un rasero i g
u a l a hombres d i s t i n t o s, a hombres que en
realidad no son idénticos, no son iguales entre sí; por tanto, el 'derecho
igual' es una infracción de la igualdad y una injusticia". En efecto, cada
cual obtiene, si ejecuta una parte de trabajo social igual que el otro, la
misma parte de producción social (después de hechas las deducciones indicadas).
Sin embargo, los hombres no son todos iguales,
unos son más fuertes y otros más débiles, unos son casados y otros solteros,
unos tienen más hijos que otros, etc.
". . . A igual trabajo -- concluye Marx --
y, por consiguiente, a igual participación en el fondo social de consumo, unos
obtienen de hecho más que otros, unos son más ricos que otros, etc. Para evitar
todos estos inconvenientes, el derecho tendría que ser no igual, sino desigual.
. ."
Consiguientemente, la primera fase del
comunismo no puede proporcionar todavia justicia ni igualdad: subsisten las
diferencias de riqueza, diferencias injustas; pero no será posible ya la
explotación del hombre por el hombre, puesto que no será posible
apoderarse, a título de propiedad privada, de los medios de producción,
de las fábricas, las máquinas, la tierra, etc. Pulverizando la frase confusa y
pequeñoburguesa de Lassalle sobre la "igualdad" y la
"justicia" en general, Marx muestra el curso de
desarrollo de la sociedad comunista, que en sus comienzos se
verá obligada a destruir solamente aquella
"injusticia" que consiste en que los medios de producción sean
usurpados por individuos aislados, pero que no estará en condiciones de
destruir de golpe también la otra injusticia, consistente en la distribución de
los artículos de consumo "según el trabajo" (y no según las
necesidades),
pág. 115
Los economistas vulgares, incluyendo entre ellos a los profesores
burgueses, entre los que se cuenta también "nuestro" Tugán[10], reprochan constantemente a los socialistas el olvidarse de la
desigualdad de los hombres y el "soñar" con destruir esta
desigualdad. Este reproche sólo demuestra, como vemos, la extrema ignorancia de
los señores ideólogos burgueses.
Marx no solo tiene en cuenta del modo más preciso la inevitable
desigualdad de los hombres, sino que tiene también en cuenta que el solo paso
de los medios de producción a propiedad común de toda la sociedad (el
"socialismo", en el sentido corriente de la palabra) n
o s u p r i m e los defectos de la distribución y la
desigualdad del "derecho burgués", el cual sigue imperando,
por cuanto los productos son distribuidos "según el trabajo".
". . . Pero estos defectos -- prosigue Marx -- son inevitables en
la primera fase de la sociedad comunista, tal y como brota de la sociedad
capitalista, tras largos dolores para su alumbramiento. El derecho no puede ser
nunca superior a la estructura económica y al desarrollo cultural de la
sociedad por ella condicionado. . ."
Así, pues, en la primera fase de la sociedad comunista (a la que suele
darse el nombre de socialismo) el "derecho burgués" n o se
suprime completamente, sino sólo parcialmente, sólo en la medida de la
transformación económica ya alcanzada, es decir, sólo en lo que se refiere a
los medios de producción. El "derecho burgués" reconoce la propiedad
privada de los individuos sobre los medios de producción. El socialismo los
convierte en propiedad común. En este sen-
pág. 116
tido -- y sólo en este sentido --
desaparece el "derecho burgués".
Sin embargo, este derecho persiste en otro de sus aspectos, persiste
como regulador de la distribución de los productos y de la distribución del
trabajo entre los miembros de la sociedad. "El que no trabaja, no
come": este principio socialista es ya una realidad;
"a igual cantidad de trabajo, igual cantidad de productos": también
es ya una realidad este principio socialista. Sin embargo,
esto no es todavía el comunismo, ni suprime todavía el "derecho
burgués", que da una cantidad igual de productos a hombres que no son
iguales y por una cantidad desigual (desigual de hecho) de trabajo.
Esto es un "defecto", dice Marx, pero un defecto inevitable en
la primera fase del comunismo, pues, sin caer en utopismo, no se puede pensar
que, al derrocar el capitalismo, los hombres aprenderán a trabajar inmediatamente
para la sociedad sin sujeción a ninguna norma de derecho ;
además, la abolición del capitalismo no sienta de repente tampoco
las premisas económicas para este cambio.
Otras normas, fuera de las del "derecho burgués", no existen.
Y, por tanto, persiste todavía la necesidad del Estado, que, velando por la
propiedad común sobre los medios de producción, vele por la igualdad del
trabajo y por la igualdad en la distribución de los productos.
El Estado se extingue en tanto que ya no hay capitalistas, que ya no hay
clases y que, por lo mismo, no cabe reprimir a ninguna clase.
Pero el Estado no se ha extinguido todavía del todo, pues persiste aún
la protección del "derecho burgués", que sanciona la desigualdad de
hecho. Para que el Estado se extinga completamente, hace falta el comunismo
completo.
pág. 117
4. LA FASE SUPERIOR DE LA SOCIEDAD COMUNISTA
Marx prosigue:
". . . En la fase superior de la sociedad
comunista cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los
individuos a la división del trabajo, y con ella, por tanto, el contraste entre
el trabajo intelectual y el trabajo manual, cuando el trabajo no sea solamente
un medio de vida, sino la primera necesidad de la vida; cuando, con el
desarrollo múltiple de los individuos, crezcan también las fuerzas productivas
y fluyan con todo su caudal los manantiales de la riqueza colectiva; sólo
entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y
la sociedad podrá escribir en sus banderas 'de cada uno, según su capacidad; a
cada uno, según sus necesidades'".
Sólo ahora podemos apreciar toda la justeza de
la observación de Engels, cuando se burlaba implacablemente de la absurda
asociación de las palabras "libertad" y "Estado". Mientras
existe el Estado, no existe libertad. Cuando haya libertad, no habrá Estado.
La base económica para la extinción completa
del Estado es ese elevado desarrollo del comunismo en que desaparecerá el
contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, desapareciendo, por
consiguiente, una de las fuentes más importantes de la desigualdad social moderna,
fuente de desigualdad que no se puede suprimir en modo alguno, de repente, por
el solo paso de los medios de producción a propiedad social, por la sola
expropiación de los capitalistas.
Esta expropiación dará la posibilidad de
desarrollar en proporciones gigantescas las fuerzas productivas. Y, viendo
pág. 118
cómo ya hoy el capitalismo entorpece increíblemente
este desarrollo y cuánto podríamos avanzar a base de la técnica actual, ya
lograda, tenemos derecho a decir, con la más absoluta convicción, que la
expropiación de los capitalistas imprimirá inevitablemente un desarrollo
gigantesco a las fuerzas productivas de la sociedad humana. Lo que no sabemos
ni podemos saber es la rapidez con que avanzará este desarrollo, la
rapidez con que discurrirá hasta romper con la división del trabajo, hasta
suprimir el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, hasta
convertir el trabajo "en la primera necesidad de la vida".
Por eso, tenemos derecho a hablar sólo de la
extinción inevitable del Estado, subrayando la prolongación de este proceso, su
supeditación a la rapidez con que se desarrolle la fase superior del
comunismo, y dejando completamente en pie la cuestión de los plazos o de las
formas concretas de la extinción, pues no tenemos datos para
poder resolver estas cuestiones.
El Estado podrá extinguirse por completo cuando
la sociedad ponga en práctica la regla: "de cada uno, según su capacidad;
a cada uno, según sus necesidades"; es decir, cuando los hombres estén ya
tan habituados a guardar las reglas fundamentales de la convivencia y cuando su
trabajo sea tan productivo, que trabajen voluntariamente según sus
capacidades. El "estrecho horizonte del derecho burgués",
que obliga a calcular, con el rigor de un Shylock, para no trabajar ni media
hora más que otro y para no percibir menos salario que otro, este estrecho
horizonte quedará entonces rebasado. La distribución de los productos no
obligará a la sociedad a regular la cantidad de los artículos que cada cual
reciba; todo hombre podrá tomar libremente lo que cumpla a "sus
necesidades".
pág. 119
Desde el punto de vista burgués, es fácil
presentar como una "pura utopía" semejante régimen social y burlarse
diciendo que los socialistas prometen a todos el derecho a obtener de la
sociedad, sin el menor control del trabajo rendido por cada ciudadano, la
cantidad que deseen de trufas de automóviles, de pianos, etc. Con estas burlas
siguen contentándose todavía hoy la mayoría de los "sabios"
burgueses, que sólo demuestran con ello su ignorancia y su defensa interesada
del capitalismo.
Su ignorancia, pues a ningún socialista se le
ha pasado por las mientes "prometer" la llegada de la fase superior
de desarrollo del comunismo, y el pronóstico de los grandes
socialistas de que esta fase ha de advenir, presupone una productividad del
trabajo que no es la actual y hombres que no sean los actuales filisteos,
capaces de dilapidar "a tontas y a locas" la riqueza social y de
pedir lo imposible, como los seminaristas de Pomialovski.
Mientras
llega la fase "superior" del comunismo, los socialistas exigen el más riguroso control por
parte de la sociedad y por parte
del Estado sobre la medida de trabajo y la medida de consumo, pero
este control sólo debe comenzar con
la expropiación de los capitalistas, con el control de los obreros sobre los
capitalistas, y no debe llevarse a cabo por un Estado de burócratas, sino por
el Estado de los obreros armados.
La defensa interesada del capitalismo por los
ideólogos burgueses (y sus acólitos por el estilo de señores como los
Tsereteli, los Chernov y Cía.) consiste precisamente en suplantar por
discusiones y charlas sobre un remoto porvenir la cuestión más candente y más actual
de la política de hoy : la
expropiación de los capitalistas, la transformación de todos los ciudadanos en
trabajadores y empleados de un gran "con-
pág. 120
sorcio" único, a saber, de todo el Estado, y
la subordinación completa de todo el trabajo de todo este consorcio a un Estado
realmente democrático, el Estado de los Soviets de Diputados Obreros y
Soldados.
En el fondo, cuando los sabios profesores, y
tras ellos los filisteos, y tras ellos señores como los Tsereteli y los
Chernov, hablan de utopías descabelladas, de las promesas demagógicas de los
bokheviques, de la imposibilidad de "implantar" el socialismo, se
refieren precisamente a la etapa o fase superior del comunismo, que no sólo no
ha prometido nadie, sino que nadie ha pensado en "implantar", pues,
en general, no se puede "implantar".
Y aquí llegamos a la cuestión de la diferencia
científica existente entre el socialismo y el comunismo, cuestión a la que
Engels aludió en el pasaje citado más arriba sobre la inexactitud de la
denominación de "socialdemócrata". Políticamente, la diferencia entre
la primera fase o fase inferior y la fase superior del comunismo llegará a ser,
con el tiempo, probablemente enorme; pero hoy, bajo el capitalismo, sería
ridículo hacer resaltar esta diferencia, que sólo tal vez algunos anarquistas
pueden destacar en primer plano (si es que entre los anarquistas quedan todavía
hombres que no han aprendido nada después de la conversión
"plejanovista" de los Kropotkin, los Grave, los Cornelissen y otras "lumbreras"
del anarquismo en socialchovinistas o en anarquistas de trincheras, como los ha
calificado Gue, uno de los pocos anarquistas que no han perdido el honor y la
conciencia).
Pero la diferencia científica entre el
socialismo y el comunismo es clara. A lo que se acostumbra a denominar
socialismo, Marx lo llamaba la "primera" fase o la fase inferior de
la sociedad comunista. En tanto que los medios de producción se convierten en
propiedad común, puede
pág. 121
emplearse la palabra "comunismo", siempre y cuando
que no se pierda de vista que éste no es el comunismo
completo. La gran significación de la explicación de Marx está en que también
aquí aplica consecuentemente la dialéctica materialista, la teoría del
desarrollo, considerando el comunismo como algo que se desarrolla del capitalismo.
En vez de definiciones escolásticas y artificiales, "imaginadas", y
de disputas estériles sobre palabras (qué es el socialismo, que es el
comunismo), Marx traza un análisis de lo que podríamos llamar las fases de
madurez económica del comunismo.
En su primera fase, en su primer grado, el
comunismo no puede presentar todavía una madurez económica
completa, no puede aparecer todavía completamente libre de las tradiciones o de
las huellas del capitalismo. De aquí un fenómeno tan interesante como la
subsistencia del "estrecho horizonte del derecho burgués "
bajo el comunismo, en su primera fase. El derecho burgués respecto a la
distribución de los artículos de consumo presupone también
inevitablemente, como es natural, un Estado burgués, pues el
derecho no es nada sin un aparato capaz de obligar a respetar las
normas de aquel.
De donde se deduce que bajo el comunismo no
sólo subsiste durante un cierto tiempo el derecho burgués, sino que ¡subsiste
incluso el Estado burgués, sin burguesía!
Esto podrá parecer una paradoja o un simple
juego dialéctico de la inteligencia, que es de lo que acusan frecuentemente a
los marxistas gentes que no se han impuesto ni el menor esfuerzo para estudiar
el contenido extraordinariamente profundo del marxismo.
En realidad, la vida nos muestra a cada paso
los vestigios de lo viejo en lo nuevo, tanto en la naturaleza como en la
sociedad. Y Marx no trasplantó caprichosamente al comunismo
pág. 122
un trocito de "derecho burgués", sino que tomó lo
que es económica y políticamente inevitable en una sociedad que brota de
la entraña del capitalismo.
La
democracia tiene una enorme importancia en la lucha de la clase obrera contra
los capitalistas por su liberación. Pero la democracia no es, en modo alguno,
un límite insuperable, sino solamente una de las etapas en el camino del
feudalismo al capitalismo y del capitalismo al comunismo.
Democracia
significa igualdad. Se comprende la gran importancia que encierra la lucha
del proletariado por la igualdad y la consigna de la igualdad, si ésta se
interpreta exactamente, en el sentido de
destrucción de las clases. Pero
democracia significa solamente igualdad formal. E
inmediatamente después de realizada la igualdad de todos los miembros de la
sociedad con respecto a la posesión de los medios de
producción, es decir, la igualdad de
trabajo y la igualdad de salario, surgirá inevitablemente ante la humanidad
la cuestión de seguir adelante, de pasar de la igualdad formal a la igualdad de
hecho, es decir, a la aplicación de la regla: "de cada uno, según su
capacidad; a cada uno, según sus necesidades". A través de qué etapas, por
medio de qué medidas prácticas llegará la humanidad a este elevado objetivo, es
cosa que no sabemos ni podemos saber. Pero lo importante es comprender
claramente cuán infinitamente mentirosa es la idea burguesa corriente que
presenta al socialismo como algo muerto, rígido e inmutable, cuando en
realidad solamente con el socialismo comienza un movimiento
rápido y auténtico de progreso en todos los aspectos de la vida social e
individual, un movimiento verdaderamente de masas en el que toma parte,
primero, la mayoría de la población, y luego la población
entera.
pág. 123
La
democracia es una forma de Estado, una de las variedades del Estado. Y,
consiguientemente, representa, como todo
Estado, la aplicación organizada y sistemática de la violencia sobre los
hombres. Esto, de una parte. Pero, de otra, la democracia significa el reconocimiento formal de la igualdad entre
los ciudadanos, el derecho igual de todos a determinar el régimen del Estado y
a gobernar el Estado. Y esto, a su vez, se halla relacionado con que, al
llegar a un cierto grado de desarrollo de la democracia, ésta, en primer lugar,
cohesiona al proletariado, la clase revolucionaria frente al capitalismo, y le
da la posibilidad de destruir, de hacer añicos, de barrer de la faz de la
tierra la máquina del Estado burgués, incluso la del Estado burgués
republicano, el ejército permanente, la policía, la burocracia, y de
sustituirla por una máquina más democrática, pero todavía estatal, bajo la
forma de las masas obreras armadas, como paso hacia la participación de todo el
pueblo en las milicias.
Aquí "la cantidad se transforma en
calidad": esta fase de democratismo se sale ya del marco
de la sociedad burguesa, es ya el comienzo de su transformación socialista.
Si todos intervienen realmente en la dirección del Estado, el
capitalismo no podrá ya sostenerse. Y, a su vez, el des arrollo del capitalismo
crea las premisas para que "todos" realmente puedan
intervenir en la dirección del Estado. Entre estas premisas se cuenta la
instrucción general, conseguida ya por una serie de países capitalistas más
adelantados, y además la "formación y la educación de la disciplina"
de millones de obreros por el grande y complejo aparato socializado del correo,
de los ferrocarriles, de las grandes fábricas, de las grandes empresas
comerciales, de los bancos, etc., etc.
pág. 124
Existiendo estas premisas económicas,
es perfectamente posible pasar inmediatamente, de la noche a la mañana, después
de derrocar a los capitalistas y a los burócratas, a sustituirlos en la obra
del control sobre la producción y la distribución, en la obra
del registro del trabajo y de los productos por los obreros armados,
por todo el pueblo armado. (No hay que confundir la cuestión del control y del
registro con la cuestión del personal científico de ingenieros, agrónomos,
etc.: estos señores trabajan hoy subordinados a los capitalistas y trabajarán todavía
mejor mañana, subordinados a los obreros armados.)
Registro y control: he aquí lo
principal, lo que hace falta para "poner en marcha" y para que
funcione bien la primera fase de la sociedad comunista. Aquí, todos los
ciudadanos se convierten en empleados a sueldo del Estado, que no es otra cosa
que los obreros armados. Todos los ciudadanos pasan a ser
empleados y obreros de un solo "consorcio" de todo
el pueblo, del Estado. De lo que se trata es de que trabajen por igual, de que
guarden bien la medida de su trabajo y de que ganen igual salario. El
capitalismo h a s i m p I i f i c a d o extraordinariamente
el registro de esto, el control sobre esto, lo ha reducido a operaciones
extremadamente simples de inspección y anotación, accesibles a cualquiera que
sepa leer y escribir y para las cuales basta con conocer las cuatro reglas
aritméticas y con extender los recibos correspondientes*.
* Cuando el Estado queda reducido, en la parte
más sustancial de sus funciones, a este registro y a este control, realizados
por los mismos obreros, deja de ser un "Estado político", "las
funciones públicas perderán su carácter político y se coavertirán en funciones
puramente ad ministrativas" (véase más arriba cap. IV, 2, acerca de la polémica de Engels con
los anarquistas).
pág. 125
Cuando la mayoría del pueblo comience a llevar por su
cuenta y en todas partes este registro, este control sobre los capitalistas
(que entonces se convertirán en empleados) y sobre los señores intelectualillos
que conservan sus hábitos capitalistas, este control será realmente un control
universal, general, del pueblo entero, y nadie podrá rehuirlo, pues "no
habrá escapatoria posible".
Toda la sociedad será una sola
oficina y una sola fábrica, con trabajo igual y salario igual.
Pero esta disciplina "fabril", que el proletariado, después de
triunfar sobre los capitalistas y de derrocar a los explotadores, hará
extensiva a toda la sociedad, no es, en modo alguno, nuestro ideal, ni nuestra
meta final, sino sólo un escalón necesario para limpiar
radicalmente la sociedacl de la bajeza y de la infamia de la explotación
capitalista y para seguir avanzando.
A partir del momento en que todos los miembros de la sociedad, o por lo
menos la inmensa mayoría de ellos, hayan aprendido a dirigir eUos mismos el
Estado, hayan tomado ellos mismos este asunto en sus manos,
hayan "puesto en marcha" el control sobre la minoría insignificante
de capitalistas, sobre los señoritos que quieran seguir conservando sus hábitos
capitalistas y sobre obreros profundamente corrompidos por el capitalismo, a
partir de este momento comenzará a desaparecer la necesidad de todo gobierno en
general. Cuanto más completa sea la democracia, más cercano estará el momento
en que deje de ser necesaria. Cuanto más democrático sea el "Estado"
formado por obreros armados y que "no será ya un Estado en el sentido
estricto de la palabra", más rápidamente comenzará a extinguirse todo Estado.
pág. 126
Pues cuando t o d o s hayan aprendido a dirigir y
dirijan en realidad por su cuenta la producción social, a llevar por su cuenta
el registro y el control de los haraganes, de los señoritos, de los gandules y
de toda esta ralea de "guardianes de las tradiciones del
capitalismo", entonces el escapar a este control y a este registro hecho
por todo el pueblo será inevitablemente algo tan inaudito y difícil, una
excepción tan extraordinariamente rara, provocará probablemente una sanción tan
rápida y tan severa (pues los obreros armados son hombres de realidades y no
intelectualillos sentimentales, y será muy difícil que dejen que nadie juegue
con ellos), que la n e c e s i d a d de observar las
reglas nada complicadas y fundamentales de toda con vivencia humana se
convertira muy pronto en una c o s t u m b r e.
Y entonces quedarán abiertas de par en par las puertas para pasar de la
primera fase de la sociedad comunista a la fase superior y, a la vez, a la
extinción completa del Estado.
CAPITULO VI
EL ENVILECIMIENTO DEL MARXISMO POR LOS OPORTUNISTAS
La cuestión de las relaciones entre el Estado y
la revolución social y entre ésta y el Estado, como en general la cuestión de
la revolución, ha preocupado muy poco a los más conocidos teóricos y
publicistas de la II Internacional (1889-1914). Pero lo más característico, en
este proceso de desarrollo gradual del oportunismo, que llevó a la
pág. 127
bancarrota de la II Internacional en 1914, es que incluso
cuando abordaban de lleno esta cuestión se esforzaban en eludirla o
no la advertían.
En términos generales, puede decirse que de
esta actitud evasiva ante la cuestión de las relaciones entre
la revolución proletaria y el Estado, actitud evasiva favorable para el
oportunismo y de la que se nutría éste, surgió la tergiversación del
marxismo y su completo envilecimiento.
Fijémonos, para caracterizar, aunque sea
brevemente, este proceso lamentable, en los teóricos más destacados del
marxismo, en Plejánov y Kautsky.
1. LA POLEMICA DE PLEJANOV CON LOS ANARQUISTAS
Plejánov consagró a la cuestión de las
relaciones entre el anarquismo y el socialismo un folleto especial, titulado
"Anarquismo y socialismo", publicado en alemán en 1894.
Plejánov se las ingenió para tratar este tema
eludiendo en absoluto el punto más actual y más candente, y el más esencial en
el terreno político, de la lucha contra el anarquismo: ¡precisamente las
relaciones entre la revolución y el Estado y la cuestión del Estado en general!
En su folleto descuellan dos partes. Una, histórico-literaria, con valiosos
materiales referentes a la historia de las ideas de Stirner, Proudhon, etc.
Otra, filistea, con torpes razonamientos en torno al tema de que un anarquista
no se distingue de un bandido.
La combinación de estos temas es en extremo
curiosa y característica de toda la actuación de Plejánov en vísperas de la
revolución y en el transcurso del período revolucionario en Rusia: en efecto,
en los años de 1905 a 1917, Ple-
pág. 128
janov se reveló como un semidoctrinario y un semifilisteo que
en política marchaba a la zaga de la burguesía.
Hemos visto cómo Marx y Engels, polemizando con
los anarquistas, aclaraban muy escrupulosamente sus puntos de vista acerca de
la actitud de la revolución hacia el Estado. Al editar en 1891 la "Crítica
del Programa de Gotha", de Marx, Engels escribió: "Nosotros [es decir, Engels y Marx] nos
encontrábamos entonces -- pasados apenas dos años desde el Congreso de La Haya
de la [Primera] Internacional[11] -- en pleno apogeo de la lucha contra
Bakunin y sus anarquistas".
C. Marx
EL
CONGRESO DE LA HAYA
INFORMACION
PERIODISTICA DEL DISCURSO PRONUNCIADO EL 8 DE SEPTIEMBRE DE 1872 EN UN MITIN
CELEBRADO EN AMSTERDAM[1]
El Congreso de La Haya de La
Internacional, septiembre 2-7, 1872
Resolución
sobre la Clase Obrera de Acción Política
Internacional
de los Trabajadores Asociación
Conferencia de Londres - Septiembre de 1871
Conferencia de Londres - Septiembre de 1871
Reglas
Generales, octubre 1864
Asociación
Internacional de Trabajadores 1864
En efecto, los anarquistas intentaban reivindicar como "suya",
por decirlo así, la Comuna de París, como una confirmación de su doctrina, sin
comprender, en absoluto, las enseñanzas de la Comuna y el análisis de estas
enseñanzas hecho por Marx. El anarquismo no ha aportado nada que se acerque
siquiera a la verdad en punto a estas cuestiones políticas concretas: ¿hay
que destruir la vieja máquina del Estado? ¿Y con qué sustituirla?
Pero hablar de "anarquismo y socialismo", eludiendo toda la
cuestión acerca del Estado, no advirtiendo todo el desarrollo
del marxismo antes y después de la Comuna, significaba inevitablemente
deslizarse hacia el oportunismo pues no hay nada, precisamente, que tanto
interese al oportunismo como el no plantear en modo alguno las
dos cuestiones que acabamos de señalar. Esto es ya una victoria del
oportunismo.
2. LA POLEMICA DE KAUTSKY CON LOS OPORTUNISTAS
Karl Kautsky
Karl Kautsky
1º
2º
Al ruso se ha traducido, sin duda alguna, una
cantidad incomparablemente mayor de obras de Kautsky que a nin-
pág. 129
gún otro idioma. No en vano algunos socialdemócratas alemanes
bromean diciendo que a Kautsky se le lee más en Rusia que en Alemania. (Dicho
sea entre paréntesis: esta broma encierra un sentido histórico más profundo de
lo que sospechan sus autores. Los obreros rusos, que en 1905 sentían una
apetencia extraordinariamente grande, nunca vista, por las mejores obras de la
mejor literatura socialdemócrata del mundo, y a quienes se suministró una
cantidad jamás vista en otros países de traducciones y ediciones de estas
obras, trasplantaban, por decirlo así, con ritmo acelerado, al terreno joven de
nuestro movimiento proletario la formidable experiencia del país vecino, más
adelantado).
A Kautsky se le conoce especialmente entre
nosotros, aparte de por su exposición popular del marxismo, por su polémica
contra los oportunistas, a la cabeza de los cuales figuraba Bernstein. Lo que
apenas se conoce es un hecho que no puede silenciarse cuando se propone uno la
tarea de investigar cómo Kautsky ha caído en esa confusión y en esa defensa increíblemente
vergonzosas del sociakhovinismo durante la profundísima crisis de los años
1914-1915. Es, precisamente, el hecho de que antes de enfrentarse contra los
más destacados representantes del oportunismo en Francia (Millerand y Jaurés) y
en Alemania (Bernstein), Kautsky dio pruebas
de grandísimas vacilaciones. La revista marxista "Sariá"[12], que se editó en Stuttgart en 1901-1902 y que
defendía las concepciones revolucionario-proletarias, viose obligada a polemizar con
Kautsky y a calificar de "elástica" la resolución
presentada por él en el Congreso socialista internacional de París en el año
1900[13], resolución evasiva, que se quedaba a mitad de
camino y adoptaba ante los oportunistas una actitud conciliadora. Y en alemán
han sido publicadas cartas de Kautsky que revelan las vacilaciones
pág. 130
no menores
que le asaltaron antes de lanzarse a la campana contra Bernstein.
Pero aun encierra una significación mucho mayor la circunstancia de que
en su misma polémica con los oportunistas, en su planteamiento de la cuestión y
en su modo de tratarla, advertimos hoy, cuando estudiamos la historia de
la más reciente traición contra el marxismo cometida por Kautsky, una
propensión sistemática al oportunismo en lo que toca precisamente a la cuestión
del Estado.
Tomemos la primera obra importante de Kautsky contra el oportunismo, su
libro "Bernstein y el programa socialdemócrata". Kautsky refuta con
todo detalle a Bernstein. Pero he aquí una cosa característica. En sus
herostráticamente célebres "Premisas del socialismo", Bernstein acusa
al marxismo de "blanquismo " (acusación que desde
entonces para acá han venido repitiendo miles de veces los oportunistas y los
burgueses liberales en Rusia contra los representantes del marxismo
revolucionario, los bolcheviques). Aqui Bernstein se detiene especialmente en
"La guerra civil en Francia", de Marx, e intenta -- muy
poco afortunadamente, como hemos visto -- identificar el punto de vista de Marx
sobre las enseñanzas de la Comuna con el punto de vista de Proudhon. Bernstein
consagra una atención especial a aquella conclusión de Marx que éste subrayó en
su prólogo de 1872 al "Manifiesto
Comunista" y que dice así: "La clase obrera no puede limitarse a
tomar simplemente posesión de la máquina estatal existente y a ponerla en
marcha para sus propios fines".
A Bernstein le "gustó" tanto esta sentencia, que la repitió
nada menos que tres veces en su libro, interpretándola en el sentido más
tergiversado y oportunista.
pág. 131
Marx quiere decir, como hemos visto, que la clase obrera debe destruir, romper, hacer
saltar (Sprengung : hacer estallar, es la expresión que
emplea Engels) toda la máquina del Estado. Pues bien: Bernstein presenta la
cosa como si Marx precaviese a la clase obrera, con estas palabras, contra el
revolucionarismo excesivo en la conquista del Poder.
No cabe imaginarse un falseamiento más grosero ni más escandaloso del
pensamiento de Marx.
Ahora bien, ¿qué hizo Kautsky en su minuciosa refutación de la
bernsteiniada?
Rehuyó el analizar en toda su profundidad la tergiversación del marxismo
por el oportunismo en este punto. Adujo el pasaje, citado por nosotros más
arriba, del prólogo de Engels a "La guerra civil" de Marx, diciendo
que, según éste, la clase obrera no puede tomar simplemente posesión
de la máquina del Estado existente, pero que en general si puede
tomar posesión de ella, y nada más. Kautsky no dice ni una palabra de que
Bernstein atribuye a Marx e x a c t a m e n t e l o c o n t
r a r i o del verdadero pensamiento de éste, ni dice que, desde
1852, Marx destacó como misión de la revolución proletaria el
"destruir" la máquina del Estado.
¡Resulta, pues, que en Kautsky quedaba esfumada la diferencia más
esencial entre el marxismo y el oportunismo en punto a la cuestión de las
tareas de la revolución proletaria!
"La solución de la cuestión acerca del problema de la dictadura
proletaria -- escribía Kautsky "contra " Bernstein -- es
cosa que podemos dejar con completa tranquilidad al porvenir" (pág. 172 de
la edición alemana).
pág. 132
Esto no es una polémica contra Bernstein, sino que es,
en el fondo, una concesión hecha a éste, una entrega de
posiciones al oportunismo, pues, por el momento, nada hay que tanto interese a
los oportunistas como el "dejar con completa tranquilidad al
porvenir" todas las cuestiones cardinales sobre las tareas de la
revolución proletaria.
Desde 1852 hasta 1891, a lo largo de cuarenta años, Marx y Engels
enseñaron al proletariado que debía destruir la máquina del Estado. Pero
Kautsky, en 1899, ante la traición completa de los oportunistas contra el
marxismo en este punto, sustituye la cuestión de si es
necesario destruir o no esta máquina por la cuestión de las formas concretas
que ha de revestir la destrucción, y va a refugiarse bajo las alas de la verdad
filistea "indiscutible" (y estéril) ¡¡de que estas formas concretas
no podemos conocerlas de antemano!!
Entre Marx y Kautsky media un abismo, en su actitud ante la tarea del
Partido proletario de preparar a la clase obrera para la revolución.
Tomemos una obra posterior, más madura, de Kautsky consagrada también en
gran parte a refutar los errores del oportunismo: su folleto "La
revolución social". El autor toma aquí como tema especial la cuestión de
la "revolución proletaria" y del "régimen proletario". El
autor nos suministra muchas cosas muy valiosas, pero soslaya precisamente
la cuestión del Estado. En este folleto se habla constantemente de la conquista
del Poder del Estado, y sólo de esto; es decir, se elige una fórmula que es una
concesion hecha al oportunismo, toda vez que éste admitela
conquista del Poder sin destruir la máquina del Estado.
Precisamente aquello que en 1872 Marx consideraba como "anticuado" en
el programa del "Manifiesto Comunista" es lo que Kautsky resucita en
1902.
pág. 133
En ese folleto se consagrá un apartado especial a las "formas y
armas de la revolución social". Aquí se habla de la huelga política de
masas, de la guerra civil, de esos "medios de fuerza del gran Estado
moderno que son la burocracia y el ejército", pero no se dice ni una
palabra de lo que ya enseñó a los obreros la Comuna. Evidentemente, Engels
sabía lo que hacía cuando prevenía, especialmente a los socialistas alemanes,
contra la "veneración supersticiosa" del Estado.
Kautsky presenta la cosa así: el proletariado triunfante
"convertirá en realidad el programa democrático", y expone los puntos
de éste. Ni una palabra se nos dice acerca de lo que el año 1871 aportó como
nuevo en punto a la cuestión de la sustitución de la democracia burguesa por la
democracia proletaria. Kautsky se contenta con banalidades tan
"sólidamente" sonoras como ésta:
"Es de por sí evidente que no alcanzaremos la dominación bajo las
condiciones actuales. La misma revolución presupone largas y profundas luchas
que cambiarán ya nuestra actual estructura política y social".
No hay duda de que esto es algo "de por sí evidente", tan
"evidente" como la verdad de que los caballos comen avena y de que el
Volga desemboca en el mar Caspio. Sólo es de lamentar que con frases vacuas y
ampulosas sobre las "profundas" luchas se eluda la
cuestión vital para el proletariado revolucionario, de saber en qué se
revela la "profundidad" de su revolución respecto al
Estado, respecto a la democracia, a diferencia de las revoluciones anteriores,
de las revoluciones no proletarias.
Al eludir esta cuestión, Kautsky de hecho hace una
concesión, en un punto tan esencial como éste, al oportunismo,
pág. 134
al que había
declarado una guerra tan terrible de palabra, subrayando la
importancia de la "idea de la revolución" (pero ¿vale algo esta
"idea", cuando se teme hacer entre los obreros propaganda de las
enseñanzas concretas de la revolución?), o diciendo: "el idealismo
revolucionario, ante todo", o manifestando que los obreros ingleses no son
ahora "apenas más que pequeñoburgueses".
"En una sociedad socialista -- escribe Kautsky -- pueden coexistir
las más diversas formas de empresas: la burocrática [??], la tradeunionista, la
cooperativa, la individual. . ." "Hay, por ejemplo, empresas que no
pueden desenvolverse sin una organización burocrática [??] como ocurre con los
ferrocarriles. Aquí la organización democrática puede revestir la forma
siguiente: los obreros eligen delegados, que constituyen una especie de
parlamento llamado a establecer el régimen de trabajo y a fiscalizar la
administración del aparato burocrático. Otras empresas pueden entregarse a la
administración de los sindicatos; otras, en fin, pueden ser organizadas sobre el
principio del cooperativismo" (págs. 148 y 115 de la traducción rusa,
editada en Ginebra en 1903).
Estas consideraciones son falsas y representan un retroceso respecto a
lo expuesto por Marx y Engels en la década del 70, sobre el ejemplo de las
enseñanzas de la Comuna.
Desde el punto de vista de la pretendida necesidad de una organización
"burocrática", los ferrocarriles no se distinguen absolutamente en
nada de todas las empresas de la gran industria mecánica en general, de
cualquier fábrica, de un gran almacén, de las grandes empresas agrícolas
capitalistas. En todas las empresas de esta índole, la técnica impone
incondicionalmente una disciplina rigurosísima, la
pág. 135
mayor
puntualidad en la ejecución del trabajo asignado a cada uno, a riesgo de
paralizar toda la empresa o de deteriorar el mecanismo o los productos. En
todas estas empresas, los obreros procederán, naturalmente, a "elegir
delegados, que constituirán una especie de parlamento ".
Pero todo el quid del asunto está precisamente en que esta "especie
de parlamento" no será un parlamento en el sentido de las
instituciones parlamentarias burguesas. Todo el quid del asunto está en que
esta "especie de parlamento" n o se limitará a
"establecer el régimen de trabajo y a fiscalizar la administración del
aparato burocrático", como se figura Kautsky, cuyo pensamiento no se sale
del marco del parlamentarismo burgués. En la sociedad socialista, esta
"especie de parlamento" de diputados obreros tendrá como misión,
naturalmente, "establecer el régimen de trabajo y fiscalizar la
administración" del "aparato", p e r o este
aparato n o sera un aparato "burocrático". Los
obreros, después de conquistar el Poder político, destruirán el viejo aparato
burocrático, lo desmontarán hasta en sus cimientos, no dejarán de él piedra
sobre piedra, lo sustituirán por otro nuevo, formado por los mismos obreros y
empleados, c o n t r e cuya transformación en burócratas
serán tomadas inmediatamente las medidas analizadas con todo detalle por Marx y
Engels: 1) No sólo elegibilidad, sino amovilidad en todo momento; 2) sueldo no
superior al salario de un obrero; 3) se pasará inmediatamente a que todos desempeñen
funciones de control y de inspección, a que todos sean
"burócratas" durante algún tiempo, para que, de este modo, n
a d i e pueda convertirse en "burócrata".
Kautsky no se paró, en absoluto, a meditar las palabras de Marx: "la Comuna era, no una corporación
parlamen-
pág. 136
taria, sino una corporación de
trabajo, que dictaba leyes y al mismo tiempo las ejecutaba".
Kautsky no comprendió, en absoluto, la diferencia entre el
parlamentarismo burgués, que asocia la democracia (n o p a r a e
l p u e b l o ) al burocratismo (c o n t r a e l
p u e b l o ), y el democratismo proletario, que toma inmediatamente
medidas para cortar de raíz el burocratismo y que estará en condiciones de
llevar estas medidas hasta el final, hasta la completa destrucción del
burocratismo, hasta la implantación completa de la democracia para el pueblo.
Kautsky revela aquí la misma "veneración supersticiosa" hacia
el Estado, la misma "fe supersticiosa" en el burocratismo.
Pasemos a la última y la mejor obra de Kautsky contra los oportunistas,
a su folleto titulado "El camino del Poder" (inédita, según
creemos, en Rusia, ya que se publicó en pleno apogeo de la reacción en nuestro
país, en 1909). Este folleto representa un gran paso adelante, ya que en él no
se habla de un programa revolucionario en general, como en el folleto de 1899
contra Bernstein, no se habla de las tareas de la revolución social,
desglosándolas del momento en que ésta estalla, como en el folleto "La revolución social", de 1902, sino
de las condiciones concretas que nos obligan a reconocer que comienza la
"era de las revoluciones".
En este folleto, el autor señala de un modo definido la agudización de
las contradicciones de clase en general y el imperialismo, que desempeña un
papel singularmente grande en este sentido. Después del "período
revolucionario de 1789 a 1871" en la Europa occidental, por el año 1905
comienza un período análogo para el Oriente. La guerra mundial se avecina con
amenazante celeridad. "El proletariado no puede hablar ya de una
revolución prematura".
pág. 137
"Hemos
entrado en un período revolucionario". "La era revolucionaria comienza".
Estas manifestaciones son absolutamente claras. Este folleto de Kautsky
debe servir de medida para comparar lo que la socialdemocracia alemana prometia
ser antes de la guerra imperialista y lo bajo que cayó (sin excluir al
mismo Kautsky) al estallar la guerra. "La situación actual -- escribía
Kautsky, en el citado folleto -- encierra el peligro de que a nosotros (es
decir, a la socialdemocracia alemana) se nos pueda tomar fácilmente por más
moderados de lo que somos en realidad". ¡En realidad, el partido
socialdemócrata alemán resultó ser incomparablemente más moderado y más
oportunista de lo que parecía!
Ante estas manifestaciones tan definidas de Kautsky a propósito de la
era ya iniciada de las revoluciones, es tanto más característico que, en un
folleto consagrado según sus propias palabras a analizar precisamente la
cuestión de la "revolución politica ", se eluda
absolutamente una vez más la cuestión del Estado.
De la suma de estas omisiones de la cuestión, de estos silencios y de
estas evasivas, resultó inevitablemente ese paso completo al oportunismo del
que hablaremos en seguida.
Es como si la socialdemocracia alemana, en la persona de Kautsky,
declarase: Mantengo mis concepciones revolucionarias (1899). Reconozco, en
particular, el carácter inevitable de la revolución social del proletariado
(1902). Reconozco que ha comenzado la nueva era de las revoluciones (1909).
Pero, a pesar de todo esto, retrocedo con respecto a lo que dijo Marx ya en
1852, tan pronto como se plantea la cuestión de las tareas de la revolución
proletaria en relación con el Estado (1912).
pág. 138
Así, en efecto, se planteó de un modo tajante la cuestión en la polémica
de Kautsky con Pannekoek.
3. LA POLEMICA DE KAUTSKY CON PANNEKOEK
ANTON PANNEKOEK
Pannekoek se levantó contra Kautsky como uno de
los representantes de aquella tendencia "radical de izquierda" que
contaba en sus filas a Rosa Luxemburgo, a Carlos Rádek y a otros, y que,
defendiendo la táctica revolucionaria, abrigaban unánimemente la convicción de
que Kautsky se pasaba a la posición del "centro", el cual, vuelto de
espaldas a los principios, vacilaba entre el marxismo y el oportunismo. Que
esta apreciación era exacta vino a demostrarlo plenamente la guerra, cuando la
corriente del "centro" (erróneamente denominada marxista) o del
"kautskismo" se reveló en toda su repugnante miseria.
En el artículo "Las acciones de masas y la revolución" ("Neue Zeit", 1912,
XXX, 2), en el que se toca la cuestión del Estado, Pannekoek caracterizaba la
posición de Kautsky como una posición de "radicalismo pasivo", como
la "teoría de esperar sin actuar". "Kautsky no quiere ver el
proceso de la revolución" (pág. 616). Planteando la cuestión en estos
términos, Pannekoek abordaba el tema que nos interesa aquí, o sea el de las
tareas de la revolución proletaria respecto al Estado.
"La lucha del proletariado -- escribía --
no es sencillamente una lucha contra la burguesía por el Poder
del Estado, sino una lucha contra el Poder del Estado. . . El
contenido de la revolución proletaria es la destrucción y eliminación
[literalmente: disolución, Auflösung ] de los medios de fuerza
del Estado por los medios de fuer-
pág. 139
za del proletariado. . . La lucha cesa únicamente cuando se
produce, como resultado final, la destrucción completa de la organización
estatal. La organización de la mayoría demuestra su superioridad al destruir la
organización de la minoría dominante" (pág. 548).
La formulación que da a sus pensamientos
Pannekoek adolece de defectos muy grandes. Pero, a pesar de todo, la idea está
clara, y es interesante ver cómo Kautsky la refuta.
"Hasta aquí -- escribe Kautsky -- la
diferencia entre los socialdemócratas y los anarquistas consistía en que los
primeros quedan conquistar el Poder del Estado, y los segundos, destruirlo.
Pannekoek quiere las dos cosas" (pág. 724).
Si en Pannekoek la exposición adolece de falta
de claridad y no es lo bastante concreta (para no hablar aquí de otros defectos
de su artículo, que no interesan al tema de que tratamos), Kautsky, en cambio,
toma precisamente la esencia de principio de la cuestión
sugerida por Pannekoek y en esta cuestión cardinal y de principio Kautsky
abandona entera mente la posición del marxismo y se pasa con armas y bagajes al
oportunismo. La diferencia entre los socialdemócratas y los anarquistas aparece
definida en él de un modo completamente falso, y el marxismo se ve
definitivamente tergiversado y envilecido.
La
diferencia entre los marxistas y los anarquistas consiste en lo siguiente: 1) En que los primeros, proponiéndose
como fin la destrucción completa del Estado, reconocen que este fin sólo puede
alcanzarse después que la revolución socialista haya destruido las clases, como
resultado de la instauración del socialismo, que conduce a la extinción del
pág. 140
Estado; mientras que los segundos quieren destruir
completamente el Estado de la noche a la mañana, sin comprender las condiciones
bajo las que puede lograrse esta destrucción. 2) En que ]os primeros reconocen la necesidad de que el
proletariado, después de conquistar el Poder político, destruya completamente
la vieja máquina del Estado, sustituyéndola por otra nueva, formada por la
organización de los obreros armados, según el tipo de la Comuna; mientras que
los segundos, abogando por la destrucción de la máquina del Estado, tienen una
idea absolutamente confusa respecto al punto de con qué ha de
sustituir esa máquina el proletariado y cómo éste ha de
emplear el Poder revolucionario; los anarquistas niegan incluso el empleo del
Poder estatal por el proletariado revolucionario, su dictadura revolucionaria. 3) En que los primeros exigen que el
proletariado se prepare para la revolución utilizando el Estado moderno,
mientras que los anarquistas niegan esto.
En esta controversia, es precisamente Pannekoek
quien representa al marxismo contra Kautsky, pues precisamente Marx nos enseñó
que el proletariado no puede limitarse sencillamente a conquistar el Poder del
Estado, en el sentido de pasar a nuevas manos el viejo aparato estatal, sino
que debe destruir, romper este aparato y sustituirlo por otro nuevo.
Kautsky se pasa del marxismo al oportunismo,
pues en él desaparece en absoluto precisamente esta destrucción de la máquina
del Estado, completamente inaceptable para los oportunistas, y se les deja a
éstos un portillo abierto, en el sentido de interpretar la
"conquista" como una simple adquisición de la mayoría.
Para encubrir su tergiversación del marxismo,
Kautsky procede como un buen exégeta de los evangelios: nos dispara
pág. 141
una "cita" del propio Marx. En 1850 Marx había
escrito acerca de la necesidad de una "resuelta centralización de la
fuerza en manos del Poder del Estado". Y Kautsky pregunta, triunfal:
¿Acaso pretende Pannekoek destruir el "centralismo"?
Este es ya, sencillamente, un juego de manos,
parecido a la identificación que hace Bernstein del marxismo y del proudhonismo
en sus puntos de vista sobre el federalismo que él opone al centralismo.
La "cita" tomada por Kautsky es
totalmente inadecuada al caso. El centralismo cabe tanto en la vieja como en la
nueva máquina del Estado. Si los obreros unen voluntariamente sus fuerzas
armadas, esto será centralismo, pero un centralismo basado en la "completa
destrucción" del aparato centralista del Estado, del ejército permanente,
de la policía, de la burocracia. Kautsky se comporta en absoluto como un
estafador, al eludir los pasajes perfectamente conocidos de Marx y Engels sobre
la Comuna y destacando una cita que no guarda ninguna relación con el asunto.
"¿Acaso quiere Pannekoek abolir las
funciones estatales de los funcionarios? -- prosigue Kautsky --. Pero ni en el
Partido ni en los sindicatos, y no digamos en la administración pública,
podemos prescindir de funcionarios. Nuestro programa no pide la supresión de
los funcionarios del Estado, sino la elección de los funcionarios por el
pueblo. . . De lo que en esta discusión se trata no es de saber qué estructura
presentará el aparato administrativo del 'Estado del porvenir', sino de saber
si -nuestra lucha política destruirá [literalmente: disolverá, auflöst ]
el Poder del Estado antes de haberlo conquistado nosotros [subrayado
por Kautsky]. ¿Qué ministerio, con
pág. 142
sus funcionarios, podría suprimirse?" Y se enumeran los
ministerios de Instrucción, de Justicia, de Hacienda, de Guerra. "No, con
nuestra lucha política contra el gobierno no eliminaremos ninguno de los
actuales ministerios . . . Lo repito, para prevenir equívocos: aquí no se trata
de la forma que dará al 'Estado del porvenir' la socialdemocracia triunfante,
sino de la que quiere dar al Estado actual nuestra oposición" (pág. 725).
Esto es una superchería manifiesta. Pannekoek
había planteado precisamente la cuestión de la revolución. Así
se dice con toda claridad en el título de su artículo y en los pasajes citados.
Al saltar a la cuestión de la "oposición", Kautsky suplanta
precisamente el punto de vista revolucio nario por el punto de vista
oportunista. La cosa aparece, en él, planteada así: ahora estamos en la
oposición; después de la conquista del Poder, ya
veremos. ¡La revolución desaparece! Esto era precisamente lo
que exigían los oportunistas.
Aquí no se trata de la oposición ni de la lucha
política en general, sino precisamente de la revolución. La
revolución consiste en que el proletariado d e s t r u y e el
"aparato administrativo" y t o d o el aparato
del Estado, sustituyéndolo por otro nuevo, formado por los obreros armados.
Kautsky revela una "veneración supersticiosa" de los
"ministerios", pero ¿por qué estos ministerios no han de poder sustituirse,
supongamos, por comisiones de especialistas adjuntas a los Soviets soberanos y
todopoderosos de Diputados Obreros y Soldados?
La esencia de la cuestión no está, ni mucho
menos, en saber si han de seguir los "ministerios" o si ha de haber
"comisiones de especialistas" o cualesquiera otras institu-
pág. 143
ciones; esto es completamente secundario. La esencia de la
cuestión está en si se mantiene la vieja máquina del Estado (enlazada por miles
de hilos a la burguesía y empapada hasta el tuétano de rutina y de inercia), o
si se la destruye, sustituyéndola por otra nueva. La
revolución debe consistir, no en que la nueva clase mande y gobierne con ayuda
de la vieja máquina del Estado, sino en que destruya esta
máquina y mande, gobierne con ayuda de otra nueva : este
pensamiento fundamental del marxismo se esfuma en Kautsky, o
bien éste no lo ha comprendido en absoluto.
La pregunta que hace a propósito de los
funcionarios demuestra palpablemente que no ha comprendido las enseñanzas de la
Comuna, ni la doctrina de Marx. "Ni en el Partido ni en los sindicatos
podemos prescindir de funcionarios' . . .
No podemos prescindir de funcionarios bajo
el capitalismo, bajo la dominación de la burguesía. El
proletariado está oprimido, las masas trabajadoras están esclavizadas por el
capitalismo. Bajo el capitalismo, la democracia se ve coartada, cohibida,
truncada, mutilada por todo el ambiente de la esclavitud asalariada, por la
penuria y la miseria de las masas. Por esto, y solamente por esto, los funcionarios
de nuestras organizaciones políticas y sindicales se corrompen (o, para decirlo
más exactamente, tienden a corromperse) bajo el ambiente del capitalismo y
muestran la tendencia a convertirse en burócratas, es decir, en personas
privilegiadas, divorciadas de las masas, situadas por encima de
las masas.
En esto reside la esencia del
burocratismo, y mientras los capitalistas no sean expropiados, mientras no se
derribe a la burguesía, será inevitable una cierta
"burocratización" incluso de los funcionarios
proletarios
pág. 144
Kautsky presenta la cosa así: puesto que sigue
habiendo funcionarios electivos, esto quiere decir que bajo el socialismo sigue
habiendo también burócratas, que sigue habiendo burocracia! Y esto es
precisamente lo que es falso. Precisamente sobre el ejemplo de la Comuna, Marx
puso de manifiesto que bajo el socialismo los funcionarios dejan de ser
"burócratas", dejan de ser "funcionarios", dejan de
serlo a medida que se implanta, además de la
elegibilidad, la amovilidad en todo momento, y, además de esto, los
sueldos equiparados al salario medio de un obrero, y, además de esto,
la sustitución de las instituciones parlamentarias por "instituciones de
trabajo, es decir, que dictan leyes y las ejecutan".
En el fondo, toda la argumentación de Kautsky
contra Pannekoek, y especialmente su notable argumento de que tampoco en las
organizaciones sindicales y del Partido podemos prescindir de funcionarios,
revelan la repetición por parte de Kautsky de los viejos "argumentos"
de Bernstein contra el marxismo en general. En su libro de renegado "Las
premisas del socialismo", Bernstein combate las ideas de la democracia
"primitiva", lo que él llama "democratismo doctrinario":
mandatos imperativos, funcionarios sin sueldo, una representación central
impotente, etc. Como prueba de que este democratismo "primitivo" es
inconsistente, Bernstein se refiere a la experiencia de las tradeuniones
inglesas, en la interpretación de los esposos Webb. Según ellos, en los setenta
años que llevan de existencia, las tradeuniones, que se han desarrollado, a su
decir, "en completa libertad" (página 137 de la edición alemana), se
han convencido precisamente de la inutilidad del democratismo primitivo y han
sustituido éste por el democratismo
pág. 145
corriente: por el parlamentarismo, combinado con el
burocratismo.
En realidad, las tradeuniones no se han
desarrollado "en completa libertad", sino en completa
esclavitud capitalista, bajo la cual es lógico que "no pueda
prescindirse" de una serie de concesiones a los males imperantes, a la
violencia, a la falsedad, a la exclusión de los pobres de los asuntos de la
"alta" administración. Bajo el socialismo, revive inevitablemente
mucho de la democracia "primitiva", pues por primera vez en la historia
de las sociedades civilizadas la masa de la población se eleva
para intervenir por cuenta propia no sólo en votaciones y en
elecciones, sino también en la labor diaria de la administración. Bajo
el socialismo, t o d o s intervendrán por turno en la
dirección y se habituarán rápidamente a que ninguno dirija.
Con su genial inteligencia crítico-analítica,
Marx vio en las medidas prácticas de la Comuna aquel viraje que
temen y no quieren reconocer los oportunistas por cobardía, por no querer
romper irrevocablemente con la burguesía, y que los anarquistas no quieren ver,
o por precipitación o por incomprensión de las condiciones en que se producen
las transformaciones sociales de masas en general, "No hay ni que pensar
en destruir la vieja máquina del Estado, pues ¿cómo vamos a arreglárnoslas sin
ministerios y sin burócratas?", razona el oportunista, infestado de
filisteísmo hasta el tuétano y que, en el fondo~ no sólo no cree en la
revolución, en la capacidad creadora de la revolución, sino que la teme como a
la muerte (como la temen nuestros mencheviques y socialrevolucionarios).
"Sólo hay que pensar en
destruir la vieja máquina del Estado, no hay por qué ahondar en las
enseñanzas concretas de las anteriores revoluciones
proletarias ni analizar con qué
pág. 146
y cómo sustituir lo destruido", razonan
los anarquistas (los mejores anarquistas, naturalmente, no los que van a la
zaga de la burguesía tras los señores Kropotkin y Cía.); de donde resulta, en
los anarquistas, la táctica de la desesperación, y no la táctica de
una labor revolucionaria sobre objetivos concretos, implacable y audaz, y que
al mismo tiempo, tenga en cuenta las condiciones prácticas del movimiento de
masas.
Marx nos enseña a evitar ambos errores, nos
enseña a ser de una intrepidez sin límites en la destrucción de toda la vieja
máquina del Estado, pero al mismo tiempo nos enseña a plantear la cuestión de
un modo concreto: la Comuna pudo en unas cuantas semanas comenzar a
construir una nueva máquina, una máquina proletaria de Estado,
implantando de este modo las medidas señaladas para ampliar el democratismo y
desarraigar el burocratismo. Aprendamos de los comuneros la intrepidez
revolucionaria, veamos en sus medidas prácticas un esbozo de
las medidas prácticamente urgentes e inmediatamente aplicables, y
entonces, siguiendo este camino, llegaremos a la destrucción
completa del burocratismo.
La posibilidad de esta destrucción está
garantizada por el hecho de que el socialismo reduce la jornada de trabajo,
eleva a las masas a una nueva vida, coloca a la
mayoría te la población en condiciones que permiten a t o d o
s, sin excepción, ejercer las "funciones del Estado", y esto con
duce a la extinción completa de todo Estado en general.
". . . La tarea de la huelga general --
prosigue Kautsky -- no puede ser nunca la de destruir el Poder
del Estado, sino simplemente la de obligar a un gobierno a ceder en un
determinado punto o la de sustituir un
pág. 147
gobierno hostil al proletariado por otro dispuesto a hacerle
concesiones [entgegenkommende ]. . . Pero jamás, ni en modo alguno,
puede esto [es decir, la victoria del proletariado sobre un gobierno hostil]
conducir a la destrucción del Poder del Estado, sino pura y
simplemente a un cierto desplazamiento [Verschiébung ]
de la relación de fuerzas dentro del Poder del Estado. . . Y
la meta de nuestra lucha política sigue siendo, con esto, la que ha sido hasta
aquí: conquistar el Poder del Estado ganando la mayoría en el parlamento y
hacer del parlamento el dueño del gobierno" (págs. 726, 721, 732).
Esto es ya el más puro y el más vil
oportunismo, es ya renunciar de hecho a la revolución acatándola de palabra. El
pensamiento de Kautsky no va más allá de "un gobierno dispuesto a hacer
concesiones al proletariado", lo que significa un paso atrás hacia el filisteísmo,
en comparación con el año 1847, en que el "Manifiesto Comunista" proclamaba la
"organización del proletariado en clase dominante".
Kautsky tendrá que realizar la "unidad", tan preferida por él,
con los Scheidemann, los Plejánov, los Vandervelde, todos los cuales están de
acuerdo en luchar por un gobierno "dispuesto a hacer concesiones al
proletariado".
Pero nosotros iremos a la ruptura con estos traidores al socialismo y lucharemos
por la destrucción de toda la vieja máquina del Estado, para que el mismo
proletariado armado sea el gobierno. Son "dos cosas muy
distintas".
Kautsky quedará en la grata compañía de los Legien y los David, los
Plejánov, los Pótresov, los Tsereteli y los Chernov, que están completamente de
acuerdo en luchar por "un desplazamiento de la relación de fuerzas dentro
del Poder del Estado", por "ganar la mayoría en el parlamento y
pág. 148
hacer del
parlamento el dueño del gobierno", nobilisimo fin en el que todo es
aceptable para los oportunistas, todo permanece en el marco de la república
parlamentaria burguesa. Pero nosotros iremos a la ruptura con los oportunistas;
y todo el proletariado consciente estará con nosotros en la lucha, no por
"el desplazamiento de la relación de fuerzas", sino por el derrocamiento
de la burguesía, por la destrucción del parlamentarismo
burgués, por una República democrática del tipo de la Comuna o una República de
los Soviets de Diputados Obreros y Soldados, por la dictadura revolucionaria
del proletariado.
*
* *
Más a la derecha que Kautsky están situadas, en el socialismo
internacional, corrientes como la de los "Cuadernos mensuales socialistas"[14] en Alemania (Legien, David,
Kolb y muchos otros, incluyendo a los escandinavos Stauning y Branting~, los
jauresistas y Vandervelde en Francia y Bélgica, Turati, Treves y otros
representantes del ala derecha del partido italiano, los fabianos y los
"independientes" ("Partido Laborista Independienté", que en
realidad ha estado siempre bajo la dependencia de los
liberales) en Inglaterra[15], etc. Todos estos señores, que
desempeñan un papel enorme, no pocas veces predominante, en la labor
parlamentaria y en la labor publicitaria del partido, niegan francamente la
dictadura del proletariado y practican un oportunismo descarado. Para estos
señores, la "dictadura" del proletariado ¡¡"contradice" la
democracia!! No se distinguen sustancialmente en nada serio de los demócratas
pequeñoburgueses.
Si tenemos en cuenta esta circunstancia, tenemos derecho a llegar a la
conclusión de que la Segunda Internacional, en
pág. 149
la
aplastante mayoría de sus representantes ofíciales, ha caído de lleno en el
oportunismo. La experiencia de la Comuna no ha sido solamente olvidada, sino
tergiversada. No sólo no se inculcó a las masas obreras que se acerca el día en
que deberán levantarse y destruir la vieja máquina del Estado, sustituyéndola
por una nueva y convirtiendo así su dominación política en base para la
transformación socialista de la sociedad, sino que se les inculcó todo lo
contrario y se presentó la "conquista del Poder" de tal modo, que se
dejaban miles de portillos abiertos al oportunismo.
La tergiversación y el silenciamiento de la cuestión de la actitud de la
revolución proletaria hacia el Estado no podían por menos de desempeñar un
enorme papel en el momento en que los Estados, con su aparato militar reforzado
a consecuencia de la rivalidad imperialista, se convertían en monstruos
guerreros, que devoraban a millones de hombres para dirimir el litigio de quién
había de dominar el mundo: sí Inglaterra o Alemania, si uno u otro capital
financiero*.
* El manuscrito continúa:
"Capítulo VII
LA
EXPERIENCIA DE LAS REVOLUCIONES RUSAS DE 1905 Y 1917
El tema indicado en el título de este capítulo es tan enormemente vasto,
que sobre él podrían y deberían escribirse tomos enteros. En este folleto,
habremos de limitarnos, como es lógico, a las enseñanzas más importantes de la
experiencia que guardan una relación directa con las tareas del proletariado en
la revolución con respecto al Poder del Estado." (Aqui se interrumpe el
manuscrito. N. de la Red.)
pág. 150
PALABRAS FINALES A LA PRIMERA EDICION
Este folleto fue escrito en los meses de
agosto y septiembre de 1917. Tenía ya trazado el plan del capítulo siguiente,
deI VII: "La experiencia de las revoluciones rusas de 1905 y 1917".
Pero, fuera del título, no me fue posible escribir ni una sola línea de este
capítulo: vino a "estorbarme" la crisis política, la víspera de la Revolución
de Octubre de 1917. De "estorbos" así no tiene uno más que alegrarse.
Pero la redacción de la segunda parte del folleto (dedicada a "La
experiencia de las revoluciones rusas de 1905 y 1917") habrá que aplazarla
seguramente por mucho tiempo; es más agradable y más provechoso vivir la
"experiencia de la revolución" que escribir acerca de ella.
El Autor
Petrogrado, 30 de noviembre de 1917.
|
Esta obra fue escrlta en agosto y
septiembre de 1917. En 1918 fue publlcads en forma de folleto por la editorial "La Vida y la Cencia". Se imprimió según el texto del folleto publicado por la editorial Kommunist (1919), conirontado con el manuscrito y con la edición de 1918. |
pág. 151
NOTAS
[1] Lenin escribió El
Estado y la Revolución en la clandestinidad, en agosto y septiembre de
1917. La idea de la necesidad de elaborar teóricamente el problema del Estado
fue expresada por Lenin en la segunda mitad de 1916. Por aquel entonces
escribió el artículo La Internacional Juvenil, donde criticó la
posición antimarxista de Bujarin acerca del Estado y prometo escribir un
extenso artículo sobre la actitud del marxismo en lo referente a este problema.
En una carta fechada el 17 de febrero de 1917, Lenin notificaba a Alejandra
Kolontái que tenía casi preparado el material al respecto. Lo había escrito con
letra menuda y apretada en un cuaderno de tapas azules al que había puesto un
título: El marxismo y el Estado. Contenía el cuaderno una
recopilación de citas de obras de Carlos Marx y Federico Engels, así como
pasajes de libros de Kautsky, Pannekoek y Bernstein con observaciones críticas,
conciusiones y juicios de Lenin.
Según el plan trazado por su autor, El Estado y la Revolución debía constar de siete capítulos, pero Lenin no escribió el séptimo, titulado La experiencia de las revoluciones rusas de 1905 y 1917. Se conserva tan sólo un plan detallado de este capítulo. Respecto a la publicación del libro, Lenin escribió al editor una nota diciéndole que "si tardaba de masiado en terminar el capítulo en cuestión, el VII, o si éste le salía más extenso de la cuenta, habría que sacar a la luz los primeros seis capítulos como primera parte . . ."
En la primera página del manuscrito, el autor ocultaba su nombre bajo el seudónimo de F. F. Ivanovski, al que recurrió Lenin para evitar que el Gobierno Provisional mandase recoger el libro. Pero éste se publicó tan sólo en 1918, razón por la cual desapareció la necesidad del seudónimo.
Según el plan trazado por su autor, El Estado y la Revolución debía constar de siete capítulos, pero Lenin no escribió el séptimo, titulado La experiencia de las revoluciones rusas de 1905 y 1917. Se conserva tan sólo un plan detallado de este capítulo. Respecto a la publicación del libro, Lenin escribió al editor una nota diciéndole que "si tardaba de masiado en terminar el capítulo en cuestión, el VII, o si éste le salía más extenso de la cuenta, habría que sacar a la luz los primeros seis capítulos como primera parte . . ."
En la primera página del manuscrito, el autor ocultaba su nombre bajo el seudónimo de F. F. Ivanovski, al que recurrió Lenin para evitar que el Gobierno Provisional mandase recoger el libro. Pero éste se publicó tan sólo en 1918, razón por la cual desapareció la necesidad del seudónimo.
pág. 152
La segunda
edición, con el nuevo apartado: Cómo planteaba Marx la cuestión en 1852,
añadido por Lenin al capítulo segundo, apareció en 1919. -- portada.
[título]
[2] Fabianos : Miembros de
la Sociedad Fabiana, reformista y ultraoportunista, fundada en
Inglaterra por un grupo de intelectuales burgueses en 1884. Su denominación
está inspirada en el nombre de Fabio Cunctator ("El Temporizador"),
caudillo militar romano, célebre por su táctica expectante, que rehuía los
combates decisivos. Según dijo Lenin, la Sociedad Fabiana constituía "la
expresión más acabada del oportunismo y de la política liberal obrera".
Los fabianos distraían al proletariado de la lucha de clases y predicaban la
posibilidad de la transición pacífica y gradual del capitalismo al socialismo
por medio de las reformas. Durante la guerra imperialista mundial (1914-1918),
los fabianos tomaron las posiciones del socialchovinismo. V. I. Lenin
caracteriza a los fabianos en su Prefacio a la traducción
rusa del libro "Cartas de I. Becker, I. Dietzgen, F.
Engels, C. Marx y ottos a F. Sorge y otros ",
en El programa agrario de la socialdemocracia en la revolución rusa, El
pacifismo inglés y la aversión inglesa a la teoría y en algunas obras
más. [pág. 2]
[3] Véase: C Marx, Crítica de programa de Gotha.
Programa de Gotha : Programa del Partido Socialista Obrero de Alemania, aprobado en el Congreso de Gotha en 1875, al unirse los dos partidos socialistas alemanes existentes hasta entonces: el de los eisenachianos y el de los lassalleanos. El programa era completamente oportunista, pues los eisenachianos cedieron en todas las cuestiones importantes ante los lassalleanos y admitieron las tesis de éstos. Marx y Engels sometieron el Programa de Gotha a una crítica demoledora. [pág. 26]
Programa de Gotha : Programa del Partido Socialista Obrero de Alemania, aprobado en el Congreso de Gotha en 1875, al unirse los dos partidos socialistas alemanes existentes hasta entonces: el de los eisenachianos y el de los lassalleanos. El programa era completamente oportunista, pues los eisenachianos cedieron en todas las cuestiones importantes ante los lassalleanos y admitieron las tesis de éstos. Marx y Engels sometieron el Programa de Gotha a una crítica demoledora. [pág. 26]
[4] Die Neue Zeit (Tiempos
nuevos ): Revista socialdemócrata alemana. Se publicaba en Stuttgart
(1883-1923). Desde 1885 hasta 1895, Die Neue Zeit insertó
algunos articulos de Federico Engels quien daba frecuentes indicaciones a la
redacción de la revista y criticaba con acritud sus des viaciones del marxismo.
A partir de la segunda mitad de la década del 90, después de la muerte de
Engels, Die Neue Zeit comenzó a publicar regularmente
artículos de elementos revisionistas. Durante la guerra imperialista mundial
(1914-1918), ocupó una posición centrista, kautskiana, apoyando a los
socialchovinistas. [pág. 40]
[5] Lenin se refiere al artículo de C. Marx El
indiferentismo político y al de Engels De la autoridad.
[pág. 73]
[6] El Programa de Erfurt de la
socialdemocracia alemana se aprobó en octubre de 1891 en el Congreso de Erfurt,
viniendo a sustituir al Programa de Gotha, aprobado en 1875. Los errores del
Programa de Erfurt fueron
pág. 153
criticados
por Engels en su obra En torno a la crítica del proyecto de ptogtama
socialdemócrata de 1891. [pág. 82]
[8] Se trata de la introducción de F. Engels al libro de C.
Marx La Guerra Civil en Francia. [pág. 91]
[11] Congreso de La Haya de la I
Internacional : Se celebró del 2 al 7 de septiembre de 1872,
asistiendo a él Marx y Engels. Los delegados fueron 65. El orden del día
constaba de diversos puntos: 1) Las facultades del Consejo General, 2) La
acción política del proletariado, etc. Toda la labor del Congreso transcurrió
en medio de una empeñada lucha contra los bakuninistas. Se adoptó una
resolución ampliando las facultades del Consejo General. Respecto al punto
"La acción polítira del proletariado", la resolución del Congreso
estipulaba que el proletariado debía organizar su partido político propio para
asegurar el triunfo de la revolución social y que su gran tarea pasaba a ser la
conquista del poder político. En este Congreso, Bakunin y Guillaume fueron
expulsa dos de la Internacional como desorganizadores y por haber fundado un
nuevo partido, un partido antiproletario. [pág. 128]
[12] Sariá (La Aurora ):
Revista científica y política marxista. La editaba en 1901 y 1902 en Stuttgart
la redaccion del periódico Iskra. Salieron cuatro números.
En Satiá se publicaron varios artículos de Lenin.
[pág. 129]
[13] Se trata del V Congreso Internacional
Socialista de la II Internacional, celebrado del 23 al 27 de septiembre de 1900
en Paris. Asistieron 791 delegados. La delegación rusa se componía de 23
personas. Por lo que respecta al punto principal -- la conquista del poder
político por el proletariado --, el Congreso aprobó por mayoría la resolución
"de conciliación con los oportunistas" propuesta por Kautsky y a la
que alude Lenin. Entre otras cosas, se acordó fundar la Oficina Socialista
Internacional integrada por representantes de los partidos socialistas de todos
los países y un Secretariado con residencia en Bruselas.
[pág. 129]
[14] Cuadernos mensuales socialistas (Sozialistische
Monatshefte ): Revista, órgano principal de la socialdemocracia
oportunista alemana y uno de los órganos del oportunismo internacional. Durante
la guerra imperialista mundial (1914-1918), tomó las posiciones del
socialchovinismo. Se publicó en Berlin desde 1897 hasta 1933.
[pág. 148]
[15] Partido Laborista Independiente de
Inglaterra (Independent Labour Party ): Se fundó en 1893.
Lo dirigían James Cair Hardie, Ramsay MacDonald y otros. Aunque pretendía ser
políticamente independiente de los partidos burgueses, el Partido Laborista
Independiente era en realidad, "independiente del socialismo y dependiente
del liberalismo" (Lenin). Al comienzo de la guerra imperialista mundial
(1914-1918), el Partido Laborista Independiente publicó un manifiesto contra la
guerra (13 de agosto de 1914). Posteriormente, en la Conferencia de los
socialistas de los países de la Entente, celebrada en Londres en febrero de 1915,
los independientes se adhirieron a la resolución socialchovinista allí
aprobada. A partir de entonces, los líderes de los independientes,
enmascarándose con frases pacifistas, ocuparon las posiciones del
socialchovinismo. Después de fundarse la Internacional Comunista, en 1919, los
líderes de este partido, bajo la presión de las masas radicalizadas del
partido, acordaron abandonar la II Internacional. En 1921, los independientes
ingresaron en la llamada Internacional 2 1/2 y, después de disgregarse
ésta, se reincor poraron a la II Internacional. [pág. 148]
Programa 20
- Escuela de cuadros - El estado y la revolución, Parte I (Lenin)
Programa 21
- Escuela de cuadros - El estado y la revolución, Parte II (Lenin)
Programa 22
- Escuela de cuadros - El estado y la revolución, Parte III (Lenin)
No hay comentarios:
Publicar un comentario