Escrito: Entre
el 1 de agosto y el 1 de septiembre de 1902.
Primera publicación: En los números 23 y 24 de “Iskra” , el 1 de agosto y el 1 de septiembre de 1902.
Fuente: Tomado de V. I. Lenin, Obras escogidas, tomo 6, págs. 377-398.
Digitalizado para el MIA: Daniel Gaido, 2014.
HTML: Rodrigo Cisterna, 2014.
Primera publicación: En los números 23 y 24 de “Iskra” , el 1 de agosto y el 1 de septiembre de 1902.
Fuente: Tomado de V. I. Lenin, Obras escogidas, tomo 6, págs. 377-398.
Digitalizado para el MIA: Daniel Gaido, 2014.
HTML: Rodrigo Cisterna, 2014.
I
Vivimos tiempos turbulentos, en los que la
historia de Rusia avanza con botas de siete leguas y cada año significa, a
veces, más que decenios en periodos pacíficos. Se hace el balance de medio
siglo de la época posterior a la reforma campesina y se asientan los cimientos
de las estructuras sociopolíticas que determinarán durante largo tiempo los
destinos de todo el país. El movimiento revolucionario sigue creciendo con
celeridad sorprendente y “nuestras tendencias” sazonan (y se marchitan) con
rapidez extraordinaria. Las tendencias que disponen de sólidas bases en el
régimen clasista de un país capitalista en tan rápido desarrollo como Rusia
encuentran “su sitio” casi en el acto y buscan a las clases afines. Un ejemplo:
la evolución del señor Struve. Los obreros revolucionarios proponían, hace solo
año y medio, que se le “arrancase la careta” de marxista; ahora, el mismo actúa
ya sin careta como jefe (¿o lacayo?) de los terratenientes liberales,
orgullosos de su arraigo y su sensatez. Por el contrario, las tendencias que
expresan únicamente la volubilidad tradicional de las opiniones sustentados por
los sectores intelectuales intermedios e indefinidos tratan de remplazar el acercamiento
a determinadas clases con declaraciones, tanto más ruidosas cuanto mayor es el
estruendo de los acontecimientos. “Alborotamos, amigo, alborotamos”: tal es la
consigna de muchas personas de espíritu revolucionario, arrastradas por el
torbellino de los acontecimientos y carentes de bases teóricas y sociales.
Entre esas tendencias “ruidosas” figuran
también los “socialistas-revolucionarios” [1], cuya fisonomía se dibuja con claridad creciente. Y es hora ya de que
el proletariado examine con atención esta fisonomía y comprenda de un modo
exacto qué representan en realidad quienes lo buscan por amigo con tanta mayor
insistencia cuanto más evidente se hace su imposibilidad de existir como
corriente especial sin acercarse de lleno a la clase social revolucionaria de
verdad.
Circunstancias de tres tipos han contribuido
más que nada a descubrir la fisonomía autentica de los
socialistas-revolucionarios. Primero, la división entre la socialdemocracia
revolucionaria y el oportunismo, que se alza bajo la bandera de la “critica del
marxismo”. Segundo, el asesinato del ministro del interior Sipiaguin por
Balmashev [el 5 de mayo de1902] y el nuevo viraje de algunos revolucionarios
hacia el terrorismo. Tercero y principal, el novísimo movimiento entre el
campesinado, que ha obligado a quienes saben nadar entre dos aguas y carecen de
todo programa a manifestarse post factum con algo, al menos,
que se parezca a un programa. Analicemos estas tres circunstancias, previniendo
que en un artículo periodístico solo podremos abordar someramente los puntos
fundamentales de la argumentación y que quizás la expongamos con mayor
detenimiento en un artículo para alguna revista o folleto.
Los socialistas-revolucionarios han hecho una
declaración teórica de principios solo en el número 2 de VestnikRusskoiRevoliutsii [2], en un editorial no
firmado y titulado “El crecimiento mundial y la crisis del socialismo”.
Aconsejamos con insistencia este artículo a cuantos quieran tener una idea
clara de la versatilidad y de la más absoluta carencia de principios en el
terreno de la teoría (así como del arte de encubrirlas con un torrente de
palabras). Todo el contenido de este artículo, notable en grado sumo, puede
expresarse en dos palabras. El socialismo ha crecido y se ha convertido en una
fuerza mundial, el socialismo (= el marxismo) se escinde ahora a consecuencia
de la guerra de los revolucionarios (“ortodoxos”) contra los oportunistas
(“críticos”). “Como es natural”, los socialistas-revolucionarios jamás hemos
simpatizado con el oportunismo, pero saltamos de gozo con motivo de la
“crítica” que nos ha librado del dogma; también nosotros emprendemos la
revisión de ese dogma, y aunque todavía no hemos mostrado absolutamente ninguna
crítica (a excepción de la oportunista burguesa), aunque todavía no hemos
revisado nada en absoluto, esta libertad nuestra respecto de la teoría debe
sernos reconocida como un mérito intencionado. Con tanto mayor motivo debe
reconocérsenos el mérito de que, como personas libres de la teoría que somos,
defendamos a capa y espada la unión general y condenemos con fervor toda
discusión teórica de principios. “Una organización revolucionaria seria -nos
asegura muy en serio VestnikRusskoiRevoliutsiien el número 2,
pág.127- renunciaría a resolver los problemas en litigio de la teoría social,
que desunen siempre, lo que, como es natural, no debe impedir a los teóricos
buscarles solución”. O dicho más claro: que el escritor escriba, y el lector
lea; mientras tanto, alegrémonos nosotros con motivo de ese lugar vacío
liberado.
No es necesario, por supuesto, analizar en
serio esta teoría del apartamiento del socialismo (con motivo, en realidad, de
las discusiones). A juicio nuestro, la crisis del socialismo obliga a los
socialistas más o menos serios a redoblar precisamente la atención por la
teoría, a adoptar de modo más resuelto una posición determinada con rigor, a
deslindarse con mayor decisión de los elementos vacilantes e inseguros. En
cambio, a juicio de los socialistas-revolucionarios, puesto que “incluso entre
los alemanes” hay escisión y disensión, el propio Dios nos ordena a los rusos
que estemos orgullosos de no saber adónde vamos. A nuestro parecer, la falta de
teoría niega el derecho de existencia a la tendencia revolucionaria y, tarde o
temprano, la condena de manera ineluctable a la bancarrota política. En cambio,
a juicio de los socialistas-revolucionarios, la falta de teoría es una cosa muy
buena, especialmente cómoda “para la unificación”. Como ven, no podremos
entendernos con ellos, ni ellos con nosotros, pues hablamos lenguajes
distintos. Solo hay una esperanza: que les haga entrar en razón el señor
Struve, quien habla también (aunque con mayor seriedad) de suprimir los dogmas
y de que “nuestra” misión (como la misión de toda burguesía que se dirige al
proletariado) no consiste en desunir, sino en unir. ¿Verán algún día los
socialistas-revolucionarios, con la ayuda del señor Struve, lo que significa de
verdad su posición de librarse del socialismo para unirse y de unirse por
haberse librado del socialismo?
Pasemos al segundo punto, al problema del
terrorismo.
Los socialistas-revolucionarios se afanan por
defender el terrorismo, cuya inutilidad ha demostrado de modo tan patente la
experiencia del movimiento revolucionario ruso, declarando que lo admiten solo
junto a la labor entre las masas y que, por ello, no les atañen los argumentos
que los socialdemócratas rusos han esgrimido para refutar la conveniencia (y la
han refutado para largo) de este método de lucha. Se repite algo muy parecido a
su actitud ante la “critica”. No somos oportunistas, gritan los socialistas-
revolucionarios; pero, al mismo tiempo, relegan al olvido el dogma del
socialismo proletario, tomando por base únicamente la crítica oportunista, y
ninguna otra. No repetimos los errores de los terroristas, no distraemos a
nadie de la labor entre las masas, aseguran los socialistas-revolucionarios;
pero, al mismo tiempo, recomiendan celosamente al partido actos como el
asesinato de Dmitri
Serguéievich Sipyagin por
Balmashev, aunque todo el mundo sabe y ve muy bien que este acto no ha tenido
-ni podía tener, por la forma en que ha sido realizado- ninguna relación con
las masas, que quienes lo han cometido no confiaban ni contaban con ningún
apoyo o acción concreta de la multitud. Los socialistas-revolucionarios no
advierten ingenuamente que su inclinación al terrorismo está unida con el más
estrecho vínculo causal al hecho de haberse encontrado desde el primer momento,
y de seguir encontrándose, al margen del movimiento obrero, sin tratar siquiera
de convertirse en el partido de una clase revolucionaria que sostiene su lucha
de clase. Los votos fervorosos obligan con mucha frecuencia a ponerse en
guardia y desconfiar de la veracidad de lo que necesita un condimento picante.
Y cuando leo las aseveraciones de los socialistas-revolucionarios de que con el
terrorismo no relegan la labor entre las masas, recuerdo con frecuencia estas
palabras: ¿cómo no se cansan de jurar? Porque quienes hacen esas afirmaciones
se han apartado ya, y siguen apartándose, del movimiento obrero socialdemócrata
-que de veras pone en pie a las masas-, asiéndose a fragmentos de teorías,
cualesquiera que sean.
La octavilla publicada el 3 de abril de 1902
por el Partido de los Socialistas-Revolucionarios[3] puede servir de magnifica ilustración a cuanto queda dicho. Es la
fuente más auténtica, más viva, más cercana a los propugnadores de la acción
directa. En esta octavilla, “el planteamiento del problema de la lucha
terrorista” “coincide plenamente ”también “con la concepción del partido”,
según el valioso testimonio de Revoliutsionnaya Rossia (número
7, pág. 24) [4].
[A decir verdad, Revoliutsionnaya
Rossia hace también ciertos equilibrios al hablar de este punto. Por
una parte, “coincide plenamente”; por otra, insinúa “exageraciones”. Por un
lado, declara que esta octavilla es obra solo de “un grupo” de
socialistas-revolucionarios. Por otro, nos encontramos ante el hecho de que
lleva la siguiente firma: “Edición del Partido de los
Socialistas-Revolucionarios”; y, además, repite el epígrafe de Revoliutsionnaya
Rossia (“En la lucha adquirirás tu derecho”). Comprendemos que a Revoliutsionnaya
Rossia le desagrade tocar punto tan delicado; sin embargo,
consideramos sencillamente indecoroso jugar al escondite en tales casos. A la
socialdemocracia revolucionaria le desagrado también la existencia del
“economismo”, pero lo desenmascaró públicamente sin intentar jamás desorientar
a nadie.]
La octavilla del 3 de abril [1902] copia con
exactitud admirable el cliché de la “novísima” argumentación de los
terroristas. Lo primero que salta a la vista son estas palabras: “no exhortamos
a practicar el terrorismo en lugar de la labor entre las masas, sino
precisamente a realizar esa labor de manera simultánea”. Y saltan a la vista
porque han sido compuestas con caracteres el triple mayores que el resto del
texto (procedimiento repetido también, como es natural, por Revoliutsionnaya
Rossia). ¡Es tan sencillo, en efecto! Basta con componer con negrillas “no
en lugar, sino además de la labor” para que pierdan en el acto su valor todos
los argumentos de los socialdemócratas, todas las enseñanzas de la historia.
Pero prueben a leer toda la octavilla y verán que el juramento en negrillas
invoca en vano el nombre de las masas. ¡El día en que “el pueblo obrero saiga
de las tinieblas” y “la potente ola popular haga pedazos las puertas de hierro”
“no llegará, ¡ay!” (textualmente: ¡ay!) “tan pronto y es terrible pensar
cuantas victimas costará!” ¿Es que las palabras “no llegará, ¡ay!, tan pronto”
no expresan incomprensión absoluta del movimiento de masas y desconfianza en
él? ¿Es que este argumento no ha sido inventado adrede para burlarse de que los
trabajadores se pongan ya en pie? Y, por último, aún en el caso de que este
manido argumento tuviera tanto fundamento como absurdo es en realidad, de él
dimanaría con singular relieve la inutilidad del terrorismo, pues sin los
trabajadores no pueden nada, nada a ciencia cierta, las bombas de toda índole.
Pero escuchen lo que sigue: “Cada golpe
terrorista parece arrebatar a la autocracia una parte de su fuerza y transferir
(!) toda esta fuerza (!) a los luchadores por la libertad”. “Y como el
terrorismo será practicado de manera sistemática (!), es evidente que la
balanza se inclinara por ultimo a nuestro favor”. Si, si, es evidente para
todos que nos encontramos ante el mayor de los prejuicios terroristas en su
forma más burda: ¡el asesinato político “transfiere la fuerza” por sí solo! Ahí
tienen, de una parte, la teoría de la transferencia de la fuerza, y de otra,
“no en lugar, sino además de la labor...”¿Cómo no se cansarán de lanzar
declamaciones?
Pero esto no es más que el comienzo. Lo
sustancial viene después. “¿Contra quién disparar?”, pregunta el Partido de los
Socialistas-Revolucionarios. Y responde: contra los ministros, y no contra el
zar, pues “el zar no llevará las cosas al extremo” (¿cómo lo han sabido??) y,
además, “esto es más fácil” (¡así se dice textualmente!): “ningún ministro
puede atrincherarse en palacio como en una fortaleza”. Y esta argumentación
termina con el siguiente razonamiento, digno de ser inmortalizado como modelo
de “teoría” de los socialistas-revolucionarios:
“Contra la multitud, la autocracia tiene a los
soldados; contra las organizaciones revolucionarias, a la policía secreta y
uniformada; pero ¿que podrá salvar... (¿a quién?, ¡a la autocracia?; ¡el autor,
sin darse cuenta, ha identificado ya a la autocracia con el ministro, contra
quien es fácil disparar!) ...de individuos aislados o de pequeños grupos que se
preparan constantemente para el ataque, incluso en secreto los unos de los
otros (!!), y atacan? No hay fuerza que valga contra la calidad de
incapturable. Por tanto, nuestra tarea es clara: eliminar a todo verdugo
autocrático y autoritario por el único procedimiento que la autocracia nos ha
dejado (!): la muerte”. Por muchas montañas de papel que escriban los socialistas-revolucionarios,
asegurando que con su prédica del terrorismo no relegan ni desorganizan la
labor entre las masas, no podrán refutar con torrentes de palabras el hecho de
que precisamente la octavilla citada expresa con exactitud la verdadera psicología
del terrorista contemporáneo. La teoría de la transferencia de la fuerza se
completa de manera lógica con la teoría de la calidad de incapturable, teoría
que pone definitivamente cabeza abajo no solo toda la experiencia del pasado,
sino todo el sentido común. Que la “multitud” es la única “esperanza” de
la revolución y que contra la policía solo puede luchar una organización
revolucionaria que dirija (de hecho, y no de palabra) a esa multitud son cosas
tan elementales que da vergüenza demostrarlas. Y solo la gente que lo ha
olvidado todo y no ha aprendido absolutamente nada es capaz de resolver la
cuestión “al revés”, llegando al fabuloso y absurdo disparate de que a la
autocracia pueden “salvarla” de la multitud los soldados, y de las organizaciones
revolucionarias, la policía, ¡¡pero nada la salvará de los individuos sueltos
que se dediquen a cazar ministros!!
Este fabuloso razonamiento que -estamos
seguros de ello- se hará celebre, en modo alguno es una simple curiosidad.
Alecciona también porque pone al desnudo, al llevarlo con audacia hasta el
absurdo, el error fundamental de los terroristas, el error común de los
terroristas y los “economistas” (¿quizás haya que decir ya: de los antiguos
portavoces del finado “economismo”?). Este error consiste, como hemos indicado
ya muchas veces, en no comprender el defecto principal de
nuestro movimiento. Debido al desarrollo del movimiento a velocidad
extraordinaria, los dirigentes se han rezagado de las masas, y las
organizaciones revolucionarias no han crecido en la misma proporción que la
actividad revolucionaria del proletariado, resultando incapaces para ir en
cabeza y dirigir a las masas. Ninguna persona concienzuda que conozca algo, por
poco que sea, el movimiento duda hoy de que haya tal desproporción. Y como esto
es así, también es evidente que los actuales terroristas son verdaderos
“economistas” al revés, ya que caen en el extremo opuesto, tan insensato como
el otro. Exhortar al terrorismo, a que individuos sueltos y grupos que no se
conocen entre sí organicen atentados contra ministros en momentos cuando los
revolucionarios carecen de fuerzas y medios suficientes para
dirigir a las masas, que se ponen ya en pie, significa de por sí, no
solo interrumpir la labor entre las masas, sino desorganizarla de manera
directa. En la octavilla del 3 de abril [1902] leemos que nosotros, los
revolucionarios, “estamos acostumbrados a movernos tímidamente en tropel, e
incluso (NB) el espíritu nuevo y audaz que se viene dejando sentir durante los
dos o tres años últimos ha dado, por ahora, mayor impulso al estado de ánimo de
la multitud que al de los individuos”. En estas palabras hay mucha verdad
revelada sin proponérselo sus autores. Y precisamente esta verdad derrota en
toda la línea a los predicadores del terrorismo. Todo socialista que piensa
extrae de esta verdad la siguiente conclusión: hay que actuar en tropel con
mayor energía, audacia y unanimidad. Pero los socialistas-revolucionarios
deducen: ¡”dispara, individuo incapturable, pues el tropel, ¡ay!, no llegará
tan pronto, y, además, están los soldados para hacerle frente!”¡Señores, esto
ya no tiene la menor sensatez!
En la octavilla tampoco falta la teoría del
terrorismo excitativo. “Cada desafío del héroe despierta en todos nosotros el
espíritu de lucha e intrepidez”, nos dicen. Sin embargo, sabemos por lo pasado
y vemos por lo presente que sólo las nuevas formas del
movimiento de masas o el despertar de nuevos sectores de las masas a la lucha
independiente despiertan de verdad en todos el espíritu de
lucha e intrepidez. En cambio, los desafíos, precisamente porque no pasan de
ser desafíos, de los Balmashev, causan solo de momento una
sensación efímera y llevan a la larga incluso a la apatía, a la espera pasiva
del desafío siguiente. Se nos asegura más adelante que “cada
relámpago de terrorismo da luz a la inteligencia”, lo cual no advertimos,
lamentablemente, en el Partido de los Socialistas-Revolucionarios, que
preconiza el terrorismo. Se nos ofrece una teoría de la labor minúscula y de la
gran obra. “Quien tenga más fuerzas y mayores posibilidades y decisión no debe
darse por satisfecho con la labor minúscula (!), debe buscar y entregarse a una
gran obra: la propaganda del terrorismo entre las masas (!), la preparación de
complicadas... (¡se ha olvidado ya la teoría de la calidad de incapturable!...)
empresas terroristas”. ¿Verdad que resulta inteligente a maravilla? Entregar la
vida de un revolucionario para vengarse del canalla Sipiaguin y sustituirlo por
el canalla Plehve es una gran obra. Pero preparar, por ejemplo, a
las masas para una manifestación armada es una labor minúscula.
RevoliutsionnayaRossia explica esto en su número 8, al declarar que de las
manifestaciones armadas “es fácil hablar y escribir como de algo perteneciente
a un futuro lejano e impreciso”; “pero todas estas peroratas han tenido hasta
ahora un carácter solo teórico” [5]. ¡Qué bien conocemos
este lenguaje de quienes se sienten libres de las incomodidades que implican
las firmes convicciones socialistas y de la gravosa experiencia de todos los
movimientos populares, cualesquiera que sean! Esas personas confunden lo
tangible y los resultados inmediatos sensacionales con su importancia práctica.
Para ellas, la exigencia de sustentar con firmeza el criterio clasista y velar
por el carácter masivo del movimiento es “teorización” “imprecisa”. La
precisión consiste, según ellas, en seguir con servilismo cada viraje del
estado ánimo y ... y, como consecuencia, ser impotente sin remedio ante cada
viraje. Empiezan las manifestaciones, y esa gente se deshace en frases
sangrientas y habla del comienzo del fin. Se interrumpen las manifestaciones, y
entonces nos desanimamos y gritamos a todo correr: “el pueblo ¡ay! aún
tardará...” Una nueva infamia de los verdugos zaristas, y exigimos que se nos
indique el medio “preciso” que sirva de respuesta exhaustiva
precisamente a esa violencia de los verdugos, un medio que “transfiera la
fuerza” en el acto, ¡y prometemos con orgullo dicha transferencia! Esa gente no
comprende que la promesa de “transferir” la fuerza es, ya de por sí,
aventurerismo político y que este aventurerismo depende de su carencia de
principios.
La socialdemocracia pondrá siempre en guardia
contra el aventurerismo y denunciará sin piedad las ilusiones, que terminan de
manera ineluctable en el más completo desengaño. Debemos tener presente que un
partido revolucionario es digno de este nombre sólo cuando dirige de
verdad el movimiento de una clase revolucionaria. Debemos tener
presente que todo movimiento popular adquiere formas infinitamente diversas,
elabora sin cesar nuevas formas y abandona las viejas, creando variantes o
nuevas combinaciones de las formas viejas y nuevas. Y es deber nuestro
participar de manera activa en este proceso de elaboración de métodos y medios
de lucha. Cuando arreció el movimiento estudiantil, llamamos al obrero en ayuda
del estudiante (Iskra, número 2), sin atrevernos a predecir las formas
de las manifestaciones, sin prometer que de ellas dimanarían la transferencia
inmediata de la fuerza, el alumbramiento de la inteligencia y la calidad
especial de incapturable. Cuando se estabilizaron las manifestaciones, llamamos
a organizarlas y a armar a las masas, dimos la tarea de preparar la
insurrección del pueblo. Sin negar en principio lo más mínimo la violencia y el
terrorismo, exigimos que se trabajara en la preparación de formas de violencia
que previesen y asegurasen la participación directa de las masas. No cerramos
los ojos ante la dificultad de esta tarea, pero laboraremos con firmeza y
tenacidad para cumplirla, sin que nos turben las objeciones de que es “un
futuro lejano e impreciso”. Si, señores, somos también partidarios de las
futuras formas del movimiento, y no solo de las pasadas. Preferimos el largo y
difícil trabajo en lo que tiene porvenir y no la “fácil” repetición de lo que
ha sido ya condenado por el pasado. Arrancaremos siempre la careta a quienes
hablan sin cesar de la guerra contra los clichés del dogma, pero se limitan, de
hecho, a repetir los lugares comunes de las teorías más vetustas y dañinas de
la transferencia de la fuerza, de la diferencia entre la labor grande y la
minúscula y, como es natural, de la teoría del desafío y del combate singular.
“De la misma manera que los jefes decidían antaño en un combate singular las
batallas de los pueblos, los terroristas conquistaran la libertad para Rusia en
combate singular con la autocracia”; así termina la octavilla del 3 de abril
[1902]. Y basta con publicar semejantes frases para verlas refutadas.
Quienes realizan de verdad su labor
revolucionaria en ligazón con la lucha de clase del proletariado saben, ven y
sienten perfectamente cuán numerosas son las demandas directas e inmediatas del
proletariado (y de los sectores del pueblo capaces de apoyarle) todavía sin
satisfacer. Saben que en muchísimos lugares, en zonas inmensas, los obreros
pugnan literalmente por lanzarse a la lucha, y sus impulsos se pierden en vano
por la insuficiencia de publicaciones y de dirigentes, por la falta de fuerzas
y medios en las organizaciones revolucionarias. Y nos encontramos -vemos que
nos encontramos- en el maldito círculo vicioso que tanto tiempo gravitó sobre
la revolución rusa como un sino fatal. De un lado, se pierde en vano el ímpetu
revolucionario de la multitud poco ilustrada y organizada. De otro lado, se
pierden en vano los disparos de los “individuos incapturables”, que pierden la
fe en la posibilidad de marchar en filas cerradas, de laborar hombro a hombro
con la masa.
¡Pero la cosa aún puede remediarse por
completo, camaradas! La pérdida de la fe en la verdadera obra no es más que una
rara excepción. El apasionamiento por el terrorismo no es más que un estado de
ánimo efímero. ¡Cerremos más estrechamente las filas socialdemócratas y
fundiremos en un todo la organización combativa de los revolucionarios y el
heroísmo masivo del proletariado ruso!
En el artículo siguiente examinaremos el
programa agrario de los socialistas-revolucionarios.
II
La actitud de los socialistas-revolucionarios
ante el movimiento campesino ofrece un interés especial. Precisamente en el
problema agrario se han considerado siempre fuertes, sobre todo, los
representantes del viejo socialismo ruso, sus herederos populistas-liberales[6] y los numerosos partidarios de la crítica oportunista en Rusia,
los cuales afirman a gritos que la "crítica" ha infligido ya la derrota
definitiva al marxismo en este dominio. También nuestros
socialistas-revolucionarios ponen de vuelta y media, como suele decirse, al
marxismo: “prejuicios dogmáticos... dogmas ya caducos y hace mucho refutados
por la vida..., la intelectualidad revolucionaria ha cerrado los ojos ante los
problemas del campo, la labor revolucionaria entre los campesinos estaba
prohibida por la ortodoxia”, y otras muchas cosas del mismo estilo. Hoy está de
moda soltar coces a la ortodoxia. Pero ¿en qué variedad habrá que clasificar a
los coceadores que no tuvieron tiempo siquiera de bosquejar su propio programa
agrario antes de que comenzara el movimiento entre los campesinos? Cuando Iskra,
ya en el número 3, esbozó su programa agrario, Vestnik Russkoi
Revoltutsii solo pudo balbucear: “Con semejante planteamiento del
problema se esfuma en grado considerable otra de nuestras discrepancias”. Por
cierto, a la redacción de Vestnik Russkoi Revoliutsii le
ocurrió la pequeña desgracia de no comprender en absoluto precisamente el
planteamiento del problema por Iskra (“llevar la lucha de clases al campo”).
Ahora Revoliutsionnaya Rossia se remite con retraso al folleto
titulado Un problema actual, aunque tampoco hay allí programa
alguno, sino sólo la exaltación de oportunistas tan "famosos" como
Hertz.
Pues bien, esta misma gente, que antes de
iniciarse el movimiento se mostraba de acuerdo tanto con Iskra como con Hertz,
al día siguiente de la insurrección campesina lanza un manifiesto “en nombre de
la Unión Campesina (!) del Partido de los Socialistas-Revolucionarios”, en el
que no encontraran ni una sola sílaba que proceda realmente del campesino, solo
encontraran la repetición literal de lo que han leído centenares de veces en
los escritos de los populistas, los liberales y los “críticos” [7] ...
Suele decirse que la fortuna sonríe a los audaces. Y eso así es, señores
socialistas-revolucionarios, pero no es esta la audacia que atestiguan los anuncios
burdamente pintarrajeados.
Hemos visto que la “ventaja” principal de los
socialistas-revolucionarios consiste en sentirse libres de la teoría; y su arte
principal, en hablar para no decir nada. Pero para presentar un programa hay
que decir algo. Es necesario, por ejemplo, arrojar por la borda “el dogma de
los socialdemócratas rusos de fines de los años 80 y comienzos de la década del
90, según el cual no existe otra fuerza revolucionaria que el proletariado
urbano”. ¡Qué cómoda es la palabreja “dogma”! Basta con adulterar ligeramente
la teoría opuesta, encubrir luego esta adulteración con el espantajo llamado
“dogma”, ¡y asunto concluido!
Todo el socialismo moderno, empezando por el Manifiesto
Comunista, se basa en la verdad
indiscutible de que la única clase auténticamente revolucionaria de la sociedad
capitalista es el proletariado. Las demás clases pueden ser y son
revolucionarias sólo en parte y sólo en ciertas condiciones. Cabe
preguntar: ¿qué se debe pensar de quienes “han convertido” esta verdad en un
dogma de los socialdemócratas rusos de una época determinada y pretenden
convencer al lector ingenuo de que este dogma “se basaba íntegramente en la
creencia de que la lucha política abierta estaba aún muy lejos"?
Frente a la teoría de Marx sobre la única
clase verdaderamente revolucionaria de la sociedad moderna, los
socialistas-revolucionarios oponen una trinidad -“intelectualidad,
proletariado y campesinado”-, con lo cual revelan una irremediable
confusión conceptual. Si se contrapone la intelectualidad al proletariado y al
campesinado, eso significa que se entiende por intelectualidad una determinada
categoría social, un grupo de personas que ocupa una posición social tan
definida como la de los obreros asalariados y los campesinos. Mas considerada
como tal categoría social, la intelectualidad rusa es precisamente una
intelectualidad burguesa y pequeñoburguesa. El señor Struve tiene toda la razón,
en lo que atañe a esta categoría, cuando denomina su periódico “órgano de la
intelectualidad rusa”. Pero si se habla de los intelectuales que no ocupan
todavía una posición social determinada, o de los que la vida ha
desalojado ya de su posición normal y que se pasan al campo del
proletariado, entonces será absurdo por completo contraponer esta
intelectualidad al proletariado. Como cualquiera otra clase de la sociedad
moderna, el proletariado no sólo forma su propia intelectualidad, sino que,
además, conquista partidarios entre toda la gente culta. La campaña de los
socialistas-revolucionarios contra el “dogma” fundamental del marxismo sólo
viene a demostrar, una vez más, que toda la fuerza de ese partido está
representada por el puñado de intelectuales rusos que se han desgajado de lo
viejo, pero no se han identificado con lo nuevo.
En lo que se refiere al campesinado, los
juicios de los socialistas-revolucionarios son todavía más confusos. Basta con
fijarse en el planteamiento de la cuestión: “¿Cuáles son las clases sociales
que, en general (!), se aferran siempre (!!) al régimen existente... (¿Solo el
autocrático?, ¿no, en términos generales, el burgués?)..., lo protegen y no se
dejan llevar por la radicalización?” En rigor, esta pregunta solo puede contestarse
con otra: ¿qué elementos de la intelectualidad se aferran siempre y en general
al caos de ideas existente, lo protegen y no se dejan llevar por la concepción
del mundo ciertamente socialista? Pero los socialistas-revolucionarios quieren
dar una respuesta seria a una pregunta carente de seriedad. Entre “estas”
clases incluyen, en primer lugar, a la burguesía, pues sus “intereses han sido
satisfechos”. El viejo prejuicio de que los intereses de la burguesía rusa han
sido ya satisfechos en tal grado que en nuestro país no existe ni puede existir
una democracia burguesa (véaseVestnik Russkoi Revoliutsii, número
2, págs.132-133) es hoy patrimonio común de los “economistas” y de los
socialistas-revolucionarios. Una vez más: ¿no les hará entrar en razón el señor
Struve?
En segundo lugar, incluyen entre estas clases
a “los sectores pequeñoburgueses”, “cuyos intereses son individualistas, no
están definidos como intereses de clase ni se formulan en un programa
sociopolítico reformador o revolucionario”. Dios sabrá de dónde proviene eso.
Todo el mundo sabe que la pequeña burguesía, lejos de proteger siempre y en
general el régimen existente, actúa no pocas veces en sentido revolucionario
incluso contra la burguesía (concretamente, cuando se suma al proletariado),
con mucha frecuencia contra el absolutismo y casi siempre formula programas de
reformas sociales. Nuestro autor se ha limitado a charlatanear del modo “más
estrepitoso” contra la pequeña burguesía, siguiendo la “norma de la vida” que
Turguenev pone en boca de “un viejo pícaro” en una de sus Poesías en
prosa [“La norma de la vida”]: gritar lo más alto posible contra los
defectos que uno mismo ve que tiene. Pues bien: dado que los
socialistas-revolucionarios ven que solo algunos sectores pequeñoburgueses de
la intelectualidad pueden constituir la única base social de su posición entre
dos aguas, escriben, por esa razón, de la pequeña burguesía como si
el tal término no significara una categoría social y fuera simplemente un giro
polémico. Desean también eludir otro punto desagradable: su incomprensión de
que el campesinado de nuestros días, tornado en su conjunto, pertenece a los
“sectores pequeñoburgueses”. ¿Por qué no intentan, señores
socialistas-revolucionarios, darnos una respuesta sobre este punto? ¿No podrían
decirnos por qué, mientras repiten trozos de las teorías del marxismo ruso (por
ejemplo, sobre la significación progresista de que los campesinos busquen
ocupaciones eventuales fuera de su hacienda y vayan de un lugar a otro),
cierran los ojos ante el hecho de que ese mismo marxismo ha demostrado el
carácter pequeñoburgués de la hacienda campesina rusa? ¿No podrían explicarnos
cómo es posible que en la sociedad moderna los “propietarios o
semipropietarios” no pertenezcan a los sectores pequeñoburgueses? ¡No, no
esperen nada de eso! Los socialistas-revolucionarios no contestarán, no dirán
ni explicarán nada a fondo, pues (a semejanza, una vez más, de los
“economistas”) han asimilado firmemente la táctica de hacerse los ausentes
cuando se trata de la teoría.Revoliutsionnaya Rossia señala con la
cabeza a VestnikRusskoiRevoliutsii como si dijera: “Eso es
cosa suya” (véase número 4, respuesta a Zaria), y Vestnik
Russkoi Revoliutsii relata al lector las hazañas de la crítica
oportunista y amenaza, amenaza y vuelve a amenazar con exacerbar más aún la
crítica. ¡Poco es eso, señores!
Los socialistas-revolucionarios han mantenido
su pureza frente a la influencia nociva de las modernas doctrinas socialistas.
Han conservado incólumes los buenos y viejos métodos del socialismo vulgar. Nos
encontramos ante un nuevo hecho histórico, ante un nuevo movimiento que surge
en determinado sector del pueblo. Pero ellos no estudian la situación de este
sector, no se fijan el objetivo de explicar el movimiento de esta categoría
social por su carácter y sus relaciones con el régimen económico en desarrollo
de toda la sociedad. Para ellos, todo eso es dogma vacío, ortodoxia ya caduca.
Su procedimiento es más sencillo. ¿De qué hablan los propios representantes de
este sector en ascenso? De la tierra, del aumento de las parcelas, de su
redistribución. Y eso es todo. Ahí tienen un “programa semisocialista”, un
“principio absolutamente justo”, una “idea luminosa”, el “ideal que vive ya en
germen en la mente de los campesinos”, etc. Lo único que hace falta es “depurar
y elaborar este ideal”, deducir “la idea pura del socialismo”. ¿No lo cree
usted, lector? ¿Le parece inverosímil que vuelvan a sacar a la luz del día
estos andrajos populistas personas que repiten con tanto desparpajo lo que han
leído en el último libro? Pues es un hecho, y todas las frases que hemos citado
han sido tomadas de la declaración hecha “en nombre de la Unión Campesina” y
aparecida en el número 8 de Revoliutsionnaya Rossia.
Los socialistas-revolucionarios acusan a Iskra de
rezar un responso prematuro al calificar el movimiento campesino de última
sublevación del campesinado; el campesinado, nos sermonean, puede participar
también en el movimiento socialista del proletariado. Esta acusación muestra
palmariamente toda la confusión de ideas que existe entre los
socialistas-revolucionarios. No han comprendido siquiera que una cosa es el
movimiento democrático contra los restos de la servidumbre y otra el movimiento
socialista contra la burguesía. Y al no comprender el propio movimiento
campesino, no han podido comprender tampoco que las palabras de Iskra que los
asustaron se refieren únicamente al primero de los dos movimientos. Iskra no
sólo dice en su programa que los pequeños productores arruinados (incluidos los
campesinos) pueden y deben participar en el movimiento socialista del
proletariado, sino que, además, señala con exactitud las condiciones de esa
participación. Pero el actual movimiento campesino no es en modo alguno un
movimiento socialista, dirigido contra la burguesía y el capitalismo. Por el
contrario, agrupa a los elementos burgueses y proletarios del campesinado, que
están realmente unidos en la lucha contra los restos de la servidumbre. El
movimiento campesino de nuestros días tiende a instaurar -e instaurara- en el
campo no un modo de vida socialista o semisocialista, sino un modo de vida
burgués, limpiando de trabas feudales las bases, ya formadas, del régimen
burgués en nuestro agro.
Por otra parte, todo eso es incomprensible en
absoluto para los socialistas-revolucionarios. Incluso aseguran en serio a Iskra que
desbrozar el camino para el desarrollo del capitalismo es un dogma vacío, pues
“las reformas” (de los años sesenta [la abolición de la servidumbre])
“desbrozaron ya (!) por completo (!!) el terreno al desarrollo del
capitalismo”. Ahí tienen hasta dónde puede llegar un hombre despierto y cautivo
de una pluma ágil, el cual se imagina que puede escribir “en nombre de la Unión
Campesina” todo lo que se le ocurra: ¡el campesino no lo comprenderá! Pero
reflexione un poco, estimado autor: ¿no ha oído nunca que los restos de la
servidumbre frenan el desarrollo del capitalismo? ¿No le parece que esto es
casi una tautología? ¿Y no ha leído en ningún sitio que en el campo ruso actual
siguen existiendo restos de la servidumbre?
Iskra afirma
que la próxima revolución será burguesa. Los socialistas-revolucionarios
objetan: será, “ante todo, una revolución política y, hasta cierto punto,
democrática”. ¿Por qué no intentan los autores de esta graciosa objeción
explicarnos si ha habido alguna vez en la historia, y si es concebible en
general, una revolución burguesa que no sea “hasta cierto punto democrática”?
Porque ni siquiera el programa de los propios socialistas-revolucionarios
(usufructo igualitario de la tierra convertida en propiedad de la sociedad)
rebasa los límites de un programa burgués, pues preservar la producción
mercantil y admitir la explotación agrícola privada, aunque sea en la tierra
común, no suprime en lo más mínimo las relaciones capitalistas en la
agricultura.
Cuanto más frívola es la actitud de los
socialistas-revolucionarios ante las verdades más elementales del moderno
socialismo, con tanta mayor facilidad inventan “deducciones elementalísimas” y
hasta se enorgullecen de que su “programa se reduce” a ellas. Examinemos sus
tres deducciones, que perduraran probablemente como un monumento a la agudeza
de ingenio y a la profundidad de las convicciones socialistas de los
socialistas-revolucionarios.
Deducción N° 1:
“Ahora gran parte del territorio de Rusia pertenece ya al estado; es necesario
que todo el territorio pertenezca al pueblo”. “Ahora” estamos “ya” hartos de
encontrar enternecedoras alusiones a la propiedad agraria del estado en Rusia
en las obras de los populistas policiacos (a lo Sazonov y otros) y de diversos
reformadores de cátedra. Es “necesario” que a la cola de esos señores se
arrastren hombres que se denominan socialistas y, además, revolucionarios. Es
“necesario” que los socialistas subrayen la supuesta omnipotencia del “estado”
(olvidándose incluso de que gran parte de las tierras estatales están
concentradas en las zonas periféricas deshabitadas del país), y no la oposición
clasista entre los campesinos semisiervos y el puñado de grandes terratenientes
privilegiados, dueños de la mayoría de las mejores tierras cultivadas y con los
que el “estado” ha vivido siempre en buena armonía. Nuestros socialistas-
revolucionarios, al imaginarse que deducen la idea pura del socialismo, lo que
en realidad hacen es mancillarla por no adoptar una actitud crítica ante el
viejo populismo.
Deducción N° 2:
“Ahora la tierra pasa ya del capital al trabajo; es necesario que el estado
complete este proceso”. De un error, otro mayor. Demos un paso más hacia el
populismo policíaco e invitemos al “estado” (¡de clase!)” a ampliar la
propiedad agraria campesina en general. Eso será socialista en magnifico grado
y revolucionario en escala sorprendente. Pero ¿qué se puede esperar de quienes
creen que la compra y el arriendo de tierras por los campesinos es el paso “del
capital al trabajo” y no de la tierra de los terratenientes feudales a la
burguesía rural? Recordemos a esta gente aunque sea los datos referentes a la
distribución efectiva de las tierras que “están pasando al trabajo”: de seis a
nueve décimas partes de las tierras compradas por campesinos y de cinco a ocho
décimas partes de las tierras arrendadas por labradores se concentran en manos
de una quinta parte de familias, es decir, de una pequeña minoría de gente
acomodada. Juzguen por eso si abunda la verdad en las palabras de los
socialistas- revolucionarios cuando afirman que ellos “no cuentan” con los
campesinos acomodados, sino solo con “los escuetos sectores del trabajo".
Deducción N° 3:
“El campesino tiene ya tierra y, en la mayoría de los casos, basa el usufructo
en la distribución igualitaria; es necesario llevar hasta el fin este usufructo
laboral... y darle cima mediante el desarrollo de cooperativas de todo tipo,
llegando a la producción agrícola colectiva”. ¡Escarben en el
socialista-revolucionario y encontraran al señor V.V.[Vorontsov]! En cuanto se
llega a los hechos, no tardan en salir a rastras al exterior los viejos
prejuicios del populismo, conservados perfectamente bajo el manto de hábiles
frases. Propiedad estatal de la tierra– culminación por el Estado del
paso de la tierra a los campesinos-comunidad rural – cooperativas–
colectivismo: en este magnífico esquema de los señores Sazonov, Yuzov y N.-on
[Danielson], de los socialistas- revolucionarios, de Hofstetter, Totomiants,
etc., etc., falta un detalle insignificante. En él no se habla ni del
capitalismo en desarrollo ni de la lucha de clases. Pero ¿de dónde podía
surgir esta pequeñez en la mente de unos hombres cuyo bagaje ideológico se
reduce a andrajos del populismo y elegantes remiendos de la crítica de moda?
¿No ha dicho el propio señor Bulgakov que en el campo no hay lugar para la
lucha de clases? ¿Es que la sustitución de la lucha de clases con “las
cooperativas de todo tipo” no satisfará a los liberales, a los “críticos” y, en
general, a cuantos ven en el socialismo solo un rótulo tradicional? ¿Y acaso no
se puede tratar de tranquilizar a los ingenuos con la aseveración de que
“naturalmente, no tenemos que ver nada con toda idealización de la comunidad”,
aunque junto a ella leamos vaniloquios colosales sobre “la colosal organización
del campesinado comunal”, acerca de que “en ciertos aspectos, ni una sola clase
de Rusia se siente tan impulsada como los campesinos a la lucha puramente (!)
política”, que los limites y la competencia de la autodeterminación (!)
campesina son mucho más amplios que los del zemstvo, que esta combinación de
una “autonomía” amplia”... (¿hasta los límites mismos de la aldea?) con la
ausencia “de los derechos cívicosmás elementales” “parece haber sido inventada
adrede para... despertar y ejercitar (!) los instintos y hábitos políticos de
la lucha social"? Si no te gusta, no escuches, pero...
“Hace falta estar ciego para no ver cuánto más
fácil es pasar a la idea de la socialización de la tierra a partir de las
tradiciones de la administración comunal de la tierra”. ¿No será al revés,
señores? ¿No estarán ciegos y sordos de remate quienes no se han enterado hasta
ahora de que es justamente el aislamiento medieval de la comunidad semisierva,
que fracciona al campesinado en minúsculas agrupaciones y ata de pies y manos
al proletariado rural, lo que mantiene las tradiciones de rutina, opresión y
barbarie? ¿No tiran ustedes piedras contra su propio tejado, al reconocer la
utilidad de que los campesinos tengan una ocupación auxiliar, la cual ha
acabado ya en tres cuartas partes con el cacareado igualitarismo de las
tradiciones comunales, reduciéndolas a una simple intriga policíaca?
El programa mínimo de los
socialistas-revolucionarios, basado en la teoría que acabamos de analizar, es
algo verdaderamente curioso. Dos puntos de este “programa” dicen: 1)
“socialización de la tierra, es decir, su paso a propiedad de toda la sociedad
y en usufructo de los trabajadores”; 2) “desarrollo entre los campesinos
de agrupaciones sociales y cooperativas económicas de todo tipo... (¿para la
lucha “puramente” política?)... para ir emancipando paso a paso del poder del
capital monetario al campesinado... (¿y someterlo al capital industrial?)... y
para preparar la futura producción agrícola colectiva”. En estos dos puntos se
refleja como el sol en una pequeña gota de agua todo el espíritu del
“social-revolucionarismo” de nuestros días. En teoría, frases revolucionarias
en vez de un sistema meditado y cabal de concepciones; en la práctica, una
tentativa impotente de aferrarse a uno u otro pequeño recurso de moda en vez de
participar en la lucha de clases; eso es todo lo que nos ofrecen. Para colocar
en el programa mínimo la socialización de la tierra al lado de las cooperativas
hacía falta, debemos reconocerlo, un valor cívico nada común. Nuestro programa
mínimo se basa, por una parte, en Babeuf y, por otra, en el señorLevitski. Es
algo inimitable.
Si fuera posible tomar en serio este programa,
deberíamos decir que, al engañarse a sí mismos con el sonido de las palabras,
los socialistas-revolucionarios engañan también al campesino. Porque es un
engaño decir que “las cooperativas de todo tipo” desempeñan en la sociedad
actual un papel revolucionario y preparan el terreno para el colectivismo, y no
para el fortalecimiento de la burguesía rural. Es un engaño prometer al
“campesinado” la socialización de la tierra como un “mínimo”, como algo tan
próximo como las cooperativas. Cualquier socialista podría explicar a
nuestros socialistas-revolucionarios que la abolición de la propiedad privada
de la tierra puede ser hoy únicamente el umbral de la abolición de la propiedad
en general y que, por si sola, la entrega de la tierra “en usufructo de los
trabajadores” no satisfaría aún al proletariado, pues millones y decenas de
millones de campesinos arruinados no estarían en condiciones de cultivarla,
aunque la tuvieran. Y proveer de aperos, ganado, etc., a esos millones de
campesinos arruinados significaría ya la socialización de todos los medios de
producción y requeriría la revolución socialista del proletariado, y no el
movimiento campesino contra los restos de la servidumbre. Los
socialistas-revolucionarios confunden la socialización de la tierra con su
nacionalización burguesa. Esta segunda medida es concebible también,
hablando en abstracto, sin suprimir la base del capitalismo, sin abolir el
trabajo asalariado. Pero precisamente el ejemplo de los mismos
socialistas-revolucionarios confirma de manera fehaciente la verdad de que
lanzar la consigna de nacionalización de la tierra en un Estado policíaco
significa velar el único principio revolucionario -el de la lucha de clases- y
hacer el juego a la burocracia.
Y por si esto fuera poco, los
socialistas-revolucionarios caen en la más franca reacción cuando se sublevan
contra la reivindicación de nuestro proyecto de programa: “derogación de
todas las leyes que coartan el derecho de los campesinos a disponer de su
tierra”. En nombre del prejuicio populista del “principio comunal” y del
“principio igualitario”, niegan al campesino un “derecho cívico tan elemental”
como es el de disponer de su tierra, renuncian indulgentemente a ver el cerrado
carácter de la comunidad actual y se convierten en defensores de las
prohibiciones policiacas, establecidas y sostenidas por el “Estado”“...¡de los
jefes de los zemstvos[8]! Creemos que ni al señor Levitski ni siquiera al señor Pobedonostsev
les asustara lo más mínimo la consigna de socialización de la tierra para su
usufructo igualitario, ya que esta reivindicación se proclama como un mínimo,
junto al cual figuran las cooperativas y la defensa de la sujeción policíaca
del mujik a la parcela que le ha asignado el Estado[9].
Que el programa agrario de los
socialistas-revolucionarios sirva de enseñanza y advertencia a todos los
socialistas, que sea un ejemplo patente de adonde conducen la vacuidad
ideológica y la falta de principios, denominadas por alguna gente ligera de
cascos libertad respecto del dogma. En cuanto se llega a los hechos, vemos que
los socialistas- revolucionarios no poseen ni una sola de las tres condiciones
necesarias para presentar un programa socialista consecuente: ni una idea clara
del objetivo final, ni una comprensión justa del camino que conduce a ese
objetivo, ni una noción exacta del verdadero estado de cosas en el momento
actual y de las tareas inmediatas de este momento. Al mezclar la socialización
de la tierra con su nacionalización burguesa y confundir la primitiva idea
campesina de la pequeña parcela en usufructo igualitario con la doctrina del
moderno socialismo sobre la transformación de todos los medios de producción en
propiedad social y la organización de la producción socialista, no han hecho
otra cosa que eclipsar el objetivo final del socialismo. La idea que tienen del
camino que conduce al socialismo queda caracterizada admirablemente con la
sustitución de la lucha de clases por el desarrollo de las cooperativas. Al
apreciar el momento actual de la evolución agraria de Rusia han olvidado una
pequeñez: los restos del régimen de la servidumbre que oprimen al campo ruso.
La famosa trinidad que expresa sus concepciones teóricas -intelectualidad,
proletariado y campesinado- se ha completado con otra trinidad “programática”
no menos famosa: socialización de la tierra – cooperativas- sujeción a la
parcela.
Compárese con esto el programa de Iskra,
que señala un solo objetivo final a todo el proletariado en lucha, sin
reducirlo a un “mínimo” ni rebajarlo para adaptarse a las ideas de algunos
sectores atrasados del proletariado o de los pequeños productores. El camino
para lograr este objetivo es el mismo en la ciudad y en el campo: la lucha de
clase del proletariado contra la burguesía. Pero, además de esta lucha de
clase, en nuestro campo sigue sosteniéndose otra: la lucha de todo el
campesinado contra los restos de la servidumbre. Y en esta lucha, el partido
del proletariado promete su apoyo a todo el campesinado, se esfuerza por
señalarle el verdadero objetivo de su impulso revolucionario, por encauzar su
rebelión contra su verdadero enemigo, considerando deshonesto e indigno tratar
al mujik como a un menor sometido a tutela y ocultarle que, en
el momento actual, solo puede conseguir de inmediato la abolición total de los
restos y vestigios de la servidumbre, solo puede desbrozar el camino para una
lucha más amplia y más difícil de todo el proletariado contra toda la sociedad
burguesa.
_________________________________________
[1] Partido
de los socialistas-revolucionarios (eseristas) : partido pequeñoburgués formado en Rusia a fines de 1901 y comienzos
de 1902 mediante la unificación de diversos grupos y círculos populistas. Los
eseristas se llamaban socialistas, pero su socialismo era utópico y
pequeñoburgués.
El programa agrario de los eseristas contenía
la reivindicación de suprimir la gran propiedad agraria, abolir la propiedad
privada de la tierra y entregar toda la tierra a las comunidades campesinas
para el usufructo igualitario del suelo con repartos periódicos según el número
de bocas o de miembros de la familia aptos para el trabajo (la llamada
“socialización de la tierra”).
En realidad, el “usufructo igualitario del
suelo, basado en el trabajo propio”, al conservarse las relaciones de
producción capitalistas, no habría significado el paso al socialismo y habría
conducido únicamente a suprimir las relaciones semifeudales en el campo y
acelerar el desarrollo del capitalismo. Los eseristas no veían las diferencias
de clase entre el proletariado y el campesinado, velaban la disociación de
clase y las contradicciones en el seno del campesinado -entre los campesinos
trabajadores y los kulaks- y negaban el papel dirigente del proletariado en la
revolución. Su método principal de lucha contra el zarismo era el terrorismo
individual.
Al ser derrotada la primera revolución rusa de
1905-1907, el partido de los socialistas-revolucionarios entro en crisis: sus
dirigentes abjuraron prácticamente de la lucha revolucionaria contra el
zarismo. Después de ser derrocado el zarismo en febrero de 1917, los líderes
seristas formaron parte del Gobierno Provisional burgués, lucharon contra la
clase obrera -que preparaba la revolución socialista- y participaron en la
represión del movimiento campesino en el verano de 1917. Cuando triunfo la
Revolución Socialista de Octubre, los eseristas lucharon activamente contra el
Poder soviético.
[2] “VestnikRusskoiRevoliutsii.
Sotsialnopoliticheskoieobozrenie” (“El
Heraldo de la Revolución Rusa. Revista sociopolítica”): revista clandestina
que se editó en el extranjero en 1901- 1905. Aparecieron cuatro números; a
partir del número 2 fue órgano teórico de los eseristas.
[3] Lenin alude a la
octavilla ‘A todos los súbditos del zar ruso’, publicada el 3 de abril de 1902
en la imprenta del partido de los eseristas y la repercusión que tuvo en el
periódico RevolutsionnayaRossia, número 7 de junio de 1902.
[4] RevolutsionnayaRossia ("La Rusia Revolucionaria"): periódico clandestino que laUnión de Socialistas-Revolucionarios
publicaba en Rusia desde fines de 1900; desde enero de 1902 hasta diciembre de
1905 salió en Ginebra como órgano oficial del partido eserista.
[5] Lenin aduce citas
del mensaje de la Unión Campesina del Partido de los Socialistas-Revolucionarios
A todos los que laboran por el socialismo revolucionario en Rusia RevolutsionnayaRossia, número
8, del 25 de junio de 1902, pág. 6).
[6] Populismo: corriente
en el movimiento revolucionario ruso surgida en los años 60 y 70 del siglo XIX.
Los populistas propugnaban el derrocamiento de la autocracia y la entrega de la
tierra de los latifundistas a los campesinos. Se consideraban socialistas, pero
su socialismo era utópico.
Los populistas negaban el desarrollo regular
de las relaciones capitalistas en Rusia y, de conformidad con ello,
consideraban que la principal fuerza revolucionaria era el campesinado y no el
proletariado. Según ellos, la comunidad rural era el embrión del socialismo.
Negaban asimismo el papel de las masas populares en el proceso histórico y
afirmaban que la historia la hacen los grandes hombres, “los héroes”, que eran
contrapuestos a la multitud, inerte según el populismo. Deseosos de alzar a los
campesinos a la lucha contra la autocracia, los populistas iban a las aldeas,
“al pueblo” (y de ahí su denominación), pero no encontraban apoyo allí.
El populismo atravesó en Rusia por una serie
de etapas, evolucionando de la democracia revolucionaria al liberalismo.
En los años 80-90 del siglo XIX, los
populistas emprendieron la senda de la conciliación con el zarismo, expresaban
los intereses de los campesinos ricos y lucharon contra el marxismo.
[7] Los críticos rusos:
partidarios del bernsteinianismo en Rusia y “marxistas legales” (Struve,
Bulgakov, Berdiaiev, etc.) que, escudándose con la consigna de “libertad de
crítica”, exigían que se revisara la teoría de Marx y se renunciase a la lucha
por el socialismo, por la revolución socialista y la dictadura del
proletariado.
[8] Jefes de los zemstvos:
cargo administrativo instituido por el gobierno zarista en 1889 con el
propósito de afianzar el poder de los terratenientes sobre los campesinos. Los
jefes de los zemstvos eran de signados entre los
terratenientes de la nobleza de cada lugar y gozaban de inmensas atribuciones
administrativas y judiciales sobre los campesinos, incluido el derecho a
encarcelarlos y someterlos a castigos corporales.
[9] Tierra parcelaria:
tierra dejada en usufructo a los campesinos por pago de rescate después de ser
abolida la servidumbre en Rusia en 1861; estaba en posesión comunal y se
distribuía en usufructo entre los campesinos mediante repartos periódicos.
Diccionario político Marxists Internet Archive
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