Por Marat
13 de
octubre de 2014
Mucho agua
ha corrido bajo los puentes de las izquierdas desde que éstas se felicitaron
por la rápida extensión del Estado del Bienestar tras la II G.M., que mucho
antes había comenzado el kaiser alemán Otto von Bismark.
Desde al
menos 1948 las izquierdas han gestionado el resultado del pacto social con el
capitalismo. Un Estado del Bienestar que logró en primer lugar niveles elevados
de consumo entre las clases trabajadoras y medias, cierta redistribución social
de las rentas nacionales y formas de salario indirecto que protegían sus vidas.
Todas ellas fueron posibles, dentro de una estructura mundial capitalista,
porque existía un interés mutuo entre el reformismo de un sector de las
izquierdas y el proyecto de desarrollista y de crecimiento del capital. Ese
interés compartido se llamó pacto social.
Tampoco
debemos olvidar que una parte de la plusvalía que el capital cedía a la clase
trabajadora europea para poner en píe los Estados del Bienestar era compensada
con una sobreexplotación desde el centro a la periferia del sistema
capitalista.
Para ganar
espacios de poder o frenar tentativas de recortes de conquistas sociales a las
izquierdas les bastaba esgrimir amenazas de movilización sindical. El capital
solía ceder en las migajas para no poner en peligro el mantenimiento de altos
niveles de beneficio empresarial.
Eran tiempos
en los que frente a la “planificación económica socialista” se aplicaba la
“planificación económica capitalista” o el llamado capitalismo monopolista de
Estado. El capitalismo trataba de mostrarse inmune a y superador de sus crisis
del pasado.
Durante
decenios el invento funcionó. Las izquierdas jugaron a ser gestoras, según su
nivel de representación electoral y su capacidad de presión sindical y, en
mucha menor medida, política. Tampoco querían forzar nada.
Mientras
tanto el discurso pseudoizquierdista coincidía con el de los reformistas en que
la clase trabajadora se había aburguesado. A los segundos se les escapaba que
ellos se habían convertido en aristocracia obrera que decía representar a los
trabajadores pero cada vez lo hacía más a los intereses de las mal llamadas
clases medias. Los primeros olvidaban que para hablar de la realidad de la
clase trabajadora no está de más vivir sus vidas y su intrahistoria y no las de
la pequeña burguesía pseudoradical.
Pero llegó
el primer capítulo -crisis de 1973- de una larga serie de crisis capitalistas
que desde entonces se han producido en distintas partes del planeta y han
replicado en otras o que se expandían en fuertes sacudidas de intensidad creciente
y mundial. Lo que en aquél momento era presentado como crisis energética (del
petróleo) pronto se vería que expresaba los límites de crecimiento sistémico y
de realización del capital.
Y las
“izquierdas” no supieron responder en aquél momento:
El
capitalismo, con la complicidad de las políticas gubernamentales comenzó su
desregulación y los Estados empezaron a perder el control del sistema
financiero internacional y comercial, a producirse la deslocalización de
empresas, la brutal inmersión en la economía sumergida, con la consiguiente
pérdida de derechos del trabajador, el inicio del desmonte del Estado del
Bienestar en países como Gran Bretaña, las primeras reformas liberalizadoras de
los sistemas públicos de pensiones y de la sanidad.
Este ataque
brutal de hoy a lo público en realidad comenzó 40 años atrás en Europa, sólo
que los españoles comenzamos a extender el Estado del Bienestar ya con fuertes
influencias de los intereses privados cuando en el Viejo Continente comenzaba
su desmonte.
Las huelgas
sindicales en los países europeos de los años 70-80 y de parte de los 90 del
pasado siglo fueron ante todo resistenciales: de defensa de la estabilidad en
el empleo, de los derechos sociales y básicamente salariales, por la pérdida de
capacidad adquisitiva que entonces ya se estaba produciendo en términos
relativos.
Las
izquierdas se fueron tornando más y más reformistas. La vieja socialdemocracia
europea se hizo social-liberal y admitió el decálogo de la competitividad, de
la alianza de lo público con lo privado y de las incipientes políticas de
austeridad y realismo económicos. Laboristas y socialistas franceses darían la
puntilla al reformismo “progresista” de unos PPSS cuyo objetivo era volver a
ocupar los gobiernos, si bien como zombies, desde entonces, sin proyecto
alguno. Los partidos comunistas se hicieron ya abiertamente socialdemócratas
(años del eurocomunismo) y trataron de competir con los ex socialistas en un
espacio político-electoral cada vez más plano y estrecho dentro de un institucionalismo
que cada vez gestionaba menos -caminábamos sin prisa pero sin pausa hacia el
Estado mínimo- y más justificador de políticas antiobreras.
Derrotados
los sectores históricos, más organizados, conscientes, sindicalizados y con
mayor capacidad de movilización de la clase trabajadora (ejemplo de las huelgas
de mineros y ferroviarios británicos), el movimiento obrero y las
organizaciones de la izquierda política comenzarían ya a entrar en una espiral
de desconcierto, renuncias, crisis y virajes tacticistas sin respuesta
estratégica que han llevado hasta la debacle agonizante de las izquierdas de
hoy.
En todo el
período desde el inicio de la crisis del 73 hasta nuestros días, frente al
sindicalismo reformista de la CES, el alternativismo sindical europeo ha sido
incapaz, salvo excepciones particulares, de erigir un modelo de organizaciones
de trabajadores amplio, sólido y con presencia significativa en una clase
trabajadora que se ha ido ampliando pero, a la vez, descentralizando en
unidades productivas mucho más reducidas que las del “obrero masa” de las
grandes concentraciones fabriles.
Las llamadas
izquierdas radicales o alternativas acabarían pasando desde el 68
pequeñoburgués a un variado abanico de posiciones -situacionismo, violencia
urbana, radicalismo democrático, intelectualismo, obrerismo nominal sin anclaje
real, movimientismo,...- para finalmente caer la mayoría de ellos en un radicalismo
verbal de tipo interclasista y antiglobalización que convirtió a una parte de
ellos antes en coordinadora de movimientos sociales transversales que en
organizaciones de clase y de vanguardia.
En la
izquierda revolucionaria de cultura política más dogmática sólo sobrevivieron
como opciones con posibilidad de resistencia las que se asentaron sólidamente
en sindicalismos combativos, en su anclaje como organizaciones de clase, en una
cultura de resistencia al capitalismo y en tradiciones societarias que
mantuvieran la conciencia de clase en determinados segmentos de los
trabajadores.
La pérdida
de iniciativa de la clase trabajadora europea en las luchas de clases de los
años 70-80 y 90 del pasado siglo tendría un momento especialmente significativo
en torno a la aprobación del Tratado de Maastrich de la Unión Europea y ello
por diversas factores, todos ellos de gran relevancia:
a) Porque
constituía un momento de inflexión especialmente importante en cuanto a la
pérdida de soberanía de los Estados respecto a la UE, lo que habría de crear
especiales dificultades al movimiento obrero europeo, apenas articulado a nivel
continental, y de las posibilidades de actuación desde los gobiernos de los
países miembros para unas izquierdas reformistas débilmente coordinadas en el
mismo plano supranacional
b) Porque
conllevaba un salto cualitativo enorme que acentuaba el carácter de Europa de
los mercaderes que ya tenía de origen la UE y la subordinación de la
unión política a unos objetivos económicos del gran capital.
c) Por la
ceguera en unos casos de la gran mayoría de la izquierda reformista europea, aceptación en
otros e incapacidad de movilización continental y de alternativa política
global del conjunto de las izquierdas frente a la estrategia de los capitalistas
europeos y sus gobiernos conservadores y social-liberales.
d) Por las
consecuencias posteriores que dicho tratado tendría con posterioridad en lo
relativo al Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la UE, al Tratado de Lisboa,
el BCE, la instauración del euro y las sucesivas Cumbres de jefes de Estado
europeos auténticos pilares de las políticas de austeridad, recortes sociales y
salariales y desmonte de los Estados del Bienestar europeos, impulsadas desde
la fase de la crisis capitalista de los años 90 del pasado siglo hasta nuestros
días.
Durante todo
este período, caracterizado por la pérdida de iniciativa de las antaño
organizaciones de “izquierdas” y del movimiento sindical y la consiguiente
recuperación de la hegemonía del capital en la lucha de clases, se habían
producido importantes transformaciones sociales, económicas y políticas entre
las que cabe destacar: la privatización de las grandes empresas públicas de los
Estados, la ruptura de la homogeneidad estructural de la clase trabajadora, una
paulatina pérdida de capacidad adquisitiva de los salarios en términos
relativos, una tendencia hacia la salarización y pérdida de estatus de
determinados sectores profesionales, el inicio de la entrada paulatina de
capital privado en el espacio de los servicios sociales, los primeros ataques
al pacto social en las negociaciones colectivas entre trabajo y capital en las
grandes corporaciones europeas, la desregulación y flexibilización del mercado
laboral, la externalización de ramas enteras de la producción industrial y de
los servicios, la deslocalización de las grandes multinacionales en Europa
hacia Asía principalmente, el cambio de la arquitectura legal europea y su
consiguiente repercusión en los marcos legales que sustentaban los modelos de constituciones
con contenido social en los Estados miembros de la UE, la tendencia hacia un
incremento del paro que se iría haciendo paulatinamente estructural,...
Por el
camino los partidos socialdemócratas se habían convertido ya en partidos
social-liberales y estos finalmente en partidos de centro y centro-derecha en
la práctica. Los partidos comunistas, golpeados en su psicología política por
el fin del socialismo real en el este de Europa y la disolución de la URSS,
intentaban resituarse hacia la derecha, tratando de ocupar el espacio político
de los ex PPSS, con más fracaso electoral que éxito y el alternativismo a su
izquierda era ya una especie de mezcla de socialdemocracia y radicalismo al
estilo del antiguo Partido Radical Italiano de Panella y Bonino.
Todos ellos
habían ido siendo cada vez menos representantes de los intereses de la clase
trabajadora para dirigirse hacia un electorado interclasista, a “toda la
sociedad” (los PPSS), pivotando centralmente sobre los sectores profesionales
asalariados, el funcionariado y la pequeña y mediana burguesías. En la
práctica, las “izquierdas gobernantes”, en realidad ex izquierdas, lo hacían ya
de facto para los intereses del gran capital, combinando estos con algunos
guiños a sus electorados de rentas medias y medias-bajas.
A partir
de aquí se inicia la imparable agonía de las izquierdas europeas:
Y llegó la
crisis de finales de 2007 y las izquierdas, que se habían hecho conservadoras
para mantener sus posibilidades de gobierno y ser aceptadas por los poderes
reales del capital, se encontraron ante la gran paradoja de la mayor crisis
estructural del capitalismo que, sin embargo, desaprovecharon sin recuperar la
iniciativa de lucha social y política.
Pero ¿por
qué han fracasado las izquierdas en su papel transformador al menos durante
estos 7 últimos años de la crisis capitalista mundial que afecta a Europa?
La respuesta
no es sencilla y, por mi parte, evitare caer en la simpleza de los
calificativos morales, tan aplaudidos ahora por la masa airada, porque sirven
para desahogarse al que los emite y para lograr el aplauso fácil pero son
inútiles para comprender la realidad y para cambiarla.
En cualquier
caso, y con la conciencia de que el listado es inevitablemente incompleto, las
razones del fracaso de las izquierdas en su respuesta ante la crisis
capitalista son múltiples:
1.- Los
Partidos de nombre Socialista, que ya están dejando de gobernar en casi toda
Europa, siguen pensando en los gobiernos como palancas de acción política
cuando ya hace mucho tiempo que ha muerto la escasa autonomía de la política
sobre la economía. Hoy los gobiernos y los Estados carecen de mecanismos para
impedir los paraísos fiscales, la deslocalización de las grandes corporaciones
empresariales (salvo dando todas las facilidades fiscales, bajos salarios y
despido libre) o la capacidad coercitiva de una fiscalidad realmente
progresiva, si quieren permanecer en los gobiernos y no caer rápidamente por la
presión del capital y sus múltiples medios.
2.-No existe
un espacio para políticas económicas socialdemócratas, ya sean de los PPSS o
cualesquiera otras organizaciones a su izquierda porque las políticas
socialdemócratas de tipo keynesiano exigen un pacto social entre trabajo
y capital que éste ya no necesita porque está ganando la lucha de clases por
goleada.
3.-Las ex
izquierdas que han gobernado durante este último período de crisis han
realizado políticas económicas propias de las derechas liberales, lo que les ha
extrañado de su base social original, la clase trabajadora, y también de
aquellas en las que luego se asentaron, las llamadas clases medias. Ello ha
impedido una conexión con sectores populares que esas ex izquierdas pudieran
haber utilizado como aliados de presión y movilización para enfrentar un
contrapoder a la hegemonía de fuerzas del capital y suavizar en alguna medida
dicha coacción.
4.-Por otro
lado, esta posible estrategia hubiera exigido una escalada de tensión social
que las izquierdas con posibilidad de alcanzar los gobiernos no estaban
dispuestas a asumir en toda la radicalidad que la dinámica de lucha de clases
les hubiera podido llegar a exigir. Las izquierdas políticas, pasadas o
presentes, se han hecho temerosas, gestoras en sus declinantes espacios de
gobierno y conservadoras como consecuencia de la función que se niegan a sí
mismas.
5.-Los
sindicatos reformistas agrupan a la mayor parte de la clase trabajadora
organizada y actúan como freno a una dinámica de movilización sostenida en el
tiempo, entre otros motivos porque carecen de perspectiva y estrategia en
cuanto al modo de lograr unos objetivos siquiera de reparto de la carga de la
crisis que dicen pretender. Pero también porque temen que, si se radicalizan,
tras años de sindicalismo de concertación y paz social, sus bases no les sigan
ante la capacidad de imposición y chantaje de los empresarios. El descrédito
creciente que han ido acumulando les impide recuperar unas energías que están
perdiendo a chorros. Y la posibilidad de realizar sindicalismo en las pequeñas
empresas y en la economía sumergida es realmente difícil.
6.-Ante la
evidencia de la dificultad de movilizar a la clase trabajadora golpeando contra
la producción, cuando el consumo presenta una línea plana, los sectores a la
izquierda de los PPSS han establecido programas de acción política dirigida
hacia lo institucional y el énfasis en el déficit democrático de los Estados y
las sociedades, vinculando Estado de Bienestar con democracia, lo que sólo es
parcialmente cierto, y planteando estrategias constituyentes que alteren la
correlación de fuerzas sociales, mediante un bloque antihegemónico al capital
(al que no suele apenas aludirse en los programas ni en las consignas de lucha
sino a los Gobiernos), y conformen un nuevo régimen de partidos. Pero éste es
un camino cerrado por varios motivos:
6.1) Vuelve
a repetir el esquema erróneo del fetichismo parlamentarista y la acción
institucional como mecanismos de cambio político, cuando es evidente que
gobiernos y Estados perdieron hace mucho las palancas de acción sobre la
economía y cuando los países han perdido en gran medida su antonomía frente al
BCE, la UE y las grandes corporaciones multinacionales.
6.2) Para
que un esquema de acción política reformista de este tipo tuviera al menos una
mínima posibilidad de éxito habría necesitado de una movilización sin
precedentes en masividad y sostenimiento en el tiempo en estos años de crisis
capitalista pero la realidad es que la movilización social se ha venido abajo.
La clase trabajadora, que es la única que podría aportar esa masividad, no
siente que los 15M, los Jaques al Rey, los 25-S, las exigencias de más
democracia, de denuncia contra la corrupción o los cansinos discursos anticasta
vayan a resolver los problemas de 6 millones de parados o la situación bajo el
umbral de pobreza del 21% de la población española. Saben que la respuesta a
sus necesidades tiene una expresión claramente económica y no de nueva política
institucional. Y ello supone dar alternativas al capitalismo; alternativas a
las que casi nadie se atreve a dar nombre porque eso de “otro sistema” o de
“sociedad postcapitalista” suenan a fraude porque no significan nada y lo de
“economía del bien común”, el “procomún”, la “economía colaborativa” y demás
conceptos no les llegan a la clase trabajadora y, si les llegasen,
probablemente los vería como ideas bienintencionadas, con ruido pero sin las
nueces que impliquen una auténtica redistribución de la riqueza que resuelva
sus situaciones vitales.
6.3) Pero
además esa capacidad de movilización sin precedentes tendría, para tener alguna
posibilidad de imponerse sobre la férrea voluntad del capital, que estar
dispuesta a llegar hasta el choque de trenes. Ello supone dejar claro que se
asume llevar a cabo posiciones de fuerza hasta un grado cuasi-insurrecional.
Pero lo que hoy repite el reformismo como un mantra es que las revoluciones y
las tomas de la Bastilla pasaron a la historia.
7.-Mientras
los dirigentes y los partidos de las ex izquierdas o de las izquierdas
reformistas mantengan intereses personales o de grupo vinculados de algún modo
con los del capital serán vistos como parte del sistema. No voy a volver entrar
en la cuestión de las tarjetas black de Bankia porque es un asunto muy obvio en
relación con lo que digo.
Prefiero
hablar del hecho de que Alexis Tsipras, Presidente de Syriza, la principal
organización del Partido de la Izquierda Europea, al que pertenecen tanto IU
como Podemos, haya sido patrocinado, pagado su viaje y estancia en USA por "The
Institute For New Economic Thinking" (INET) del
bimillonario, buitre especulador financiero internacional, promotor de
revoluciones de colores como la de Maidan en Ucrania, de movimientos
reaccionarios y secretos como Otpor y “benefactor” de las izquierdas
reformistas mundiales (también, entre otros, del Transnational Institute de
Susan Georges), George Soros.
Espero que
ningún lector pretenda tomarme por bobo de solemnidad y contarme aquello de que
los servicios secretos alemanes durante la II GM y en colaboración con
Alexander Helphand, el millonario marxista, más conocido como Parvus,
permitieron que un tren blindado atravesara Alemania con Lenin y otros
camaradas bolcheviques hasta la Estación de Finlandia en Petrogrado y que eso
no comprometía en absoluto a Lenin porque la cuestión primera no tiene punto de
comparación con la segunda.
Soros no es
marxista como era Parvus sino un intrigante criminal que además con sus
especulaciones ha provocado la ruina de miles de familias en el mundo y Tsipras
no va a hacer una revolución comunista en Grecia sino a establecer un
gobierno socialdemócrata de corte kesynesiano, cuyos límites ya pactó en su día
con Alemania y con buena parte de los embajadores de países de la UE en Atenas,
y es partidario de los eurobonos en cuya emisión está particularmente
interesado George Soros, el hombre que en su día hundió la libra esterlina y
que provocó la crisis financiera de los Tigres Asiáticos.
No, lo que
hizo el señor Tsipras se parece, mucho más que al tren blindado que llegó con
Lenin a la Rusia revolucionaria, al viaje de Santiago Carrillo en 1977 a la
Universidad de Yale en USA. Los viajes de Tsipras y de Carrillo representaron
su homologación por el imperio como izquierdas “serias y sensatas” y el deseo
de ambos de tranquilizar al corazón del sistema capitalista mundial, afirmando
que no caerían en aventuras revolucionarias ni arriesgadas. Meras abejas sin
aguijón.
No quiero
saber a qué otras organizaciones del Partido de la Izquierda Europea alcanzan
el largo brazo de las decenas de “ONGs” injerencistas que maneja el señor
Soros, las cuáles indefectiblemente acaban en los servicios secretos USA, pero
temo que acabaré sabiéndolo, que acabaremos muchos sabiéndolo, excepto aquellos
que nunca quieren saber nada que rompa su “ilusión” o pueda
decepcionarles.
La izquierda
que un día fue reformista hace tiempo que ya es sólo derecha democrática. La
izquierda que un día fue comunista hace mucho que se transformó en socialdemocracia.
Una parte de la que en su día fue izquierda radical es hoy también
socialdemocracia con un neolenguaje transformista y extraño y unas derivaciones
francamente peligrosas hacia un populismo que aún no sabemos en qué acabará.
Pero ninguna de ellas es ya motor de revolución social ni bandera de la
clase trabajadora.
En su lugar
son los populismos, las extremas derechas y los neofascismos los que hoy
levantan la bandera de la rabia, de una rabia que, de nuevo, será empleada
contra los trabajadores. Mientras, las izquierdas agonizan defendiendo los
intereses de unas clases medias que, temerosas por su pérdida de estatus, se
rebelan para no proletarizarse, sin comprender que no pueden ser motor de
cambio porque el que desean mira a un pasado que no volverá, sus demandas
empiezan y acaban en una clase que sólo se mira a sí mima, y tampoco se
reconocen en esas izquierdas porque lo que queda de ellas ni siquiera es capaz
de garantizarles su continuidad como estrato; algo que, de cualquier modo, el
capitalismo hará desaparecer en una dualización cada vez más radical entre
poseedores y desposeídos. Pero no se sienten explotados -a lo sumo expropiados,
algo muy distinto- porque su cultura política y vivencial de origen es otra.
Hasta el trabajador menos consciente sabe, en cambio, qué es ser explotado
porque lo vive desde su propia condición aunque ello, en la mayoría de los
casos, no le permita por si sólo elevarse a un nivel de conciencia política
superior que sólo la organización colectiva de la propuesta puede
aportarle.
Las
izquierdas, entendidas en su sentido histórico y matriz corren el peligro de
desaparecer de Europa porque se han negado a sí mismas y sienten vergüenza y
miedo al futuro en lugar de levantar sus banderas caídas y agitarlas con la
energía emancipadora de quienes saben que el futuro les pertenece.
No ha muerto
la idea de lo que representa la izquierda. No ha muerto su significado de
igualdad, fraternidad, esperanza emancipadora, racionalidad, justicia y
libertad. Habita en la mente de los encadenados, como concepto muy básico y
primitivo, como conciencia de que sigue habiendo oprimidos y opresores.
Pero si esas
ideas básicas, esos reflejos instintivos de base moral, no toman cuerpo
organizado, forma estructurada de proyecto y lugar en la barricada,
permanecerán flotando en el inconsciente colectivo y en la aspiración personal
de los sueños humanos sin posibilidad de llegar a materializarse en un futuro.
Ante este
panorama tan desolador, de nuevo es pertinente la pregunta ¿Qué hacer?
Desde la más
plena conciencia de las limitaciones de quien esto escribe, siento el casi
irrefrenable deseo de responder al perenne interrogante leninista con un
atropellado “todo lo contrario de lo hecho en los últimos 40-50 años”.
Pero, además
de que ello sería falso y enormemente injusto porque en este tiempo también se
dieron luchas, expresiones y formas válidas y enriquecedoras como aprendizajes
para el presente y el mañana, una respuesta así sería algo inútil, un mero
desahogo que de muy poco sirve porque la negación es sólo el primer nivel de la
conciencia, aquella que nos permite saber qué rechazamos, pero carece de la
utilidad para construir a partir de propuestas concretas que nos permitan saber
qué queremos ser y a dónde queremos ir.
No me dirijo
a las dirigentes de las organizaciones de izquierdas. Es inútil. Se que la gran
mayoría de ellos ni me leen ni comparten mi diagnóstico, atrapados entre su
electoralismo de cortos vuelos, su sectarismo particular o su diagnóstico de
que el diluvio de esta crisis capitalista capeará y será posible volver a los
viejos tiempos de la abundancia, o bien que si estamos ante la gran crisis
capitalista sólo hay que sentarse y ver pasar el cadáver del enemigo, mientras
es el propio el que se descompone.
Me dirijo a
la mayor parte de sus militancias, a quienes están dispuestos a volver a
empezar, conservando los mejores aprendizajes del pasado y sin medio a
experimentar de nuevo, a los que no son miembros de ninguna organización pero
se consideran de izquierda y, como a mí mismo me pasa también, no se reconocen
en las izquierdas actualmente existentes y mucho menos en los telepredicadores
de ilusión que se dedican a vender humo envuelto en consignas fáciles más
cercanas a un libro de autoayuda inmediato que a un tratamiento de la
enfermedad que a todos nos devora.
Trataré de
apuntar algunas cuestiones que considero claves para empezar a caminar,
mientras se continúa en la pelea cotidiana. Un camino que será inevitablemente
lento porque lo desandado y destruido es mucho.
Entre esas
claves para recuperar la identidad y la función de la izquierda que, a la
altura de los tiempos sólo veo posible si es revolucionaria, porque el
reformismo es un camino cerrado, creo necesarias las siguientes:
- Recuperar la lucha ideológica
como elemento central de la acción política. Posiblemente nunca como hoy
los reaccionarios, la derecha política, el pensamiento teórico y la
propaganda del capitalismo hayan llevado una iniciativa tan ventajosa
frente a quienes defendemos la lucha de clases y un proyecto de sociedad
socialista. Dispone de medios, fundaciones, aparatos ideológicos,
educativos, religión, transmisión a través de la cultura y el ocio, etc.
La pedagogía político-ideológica revolucionaria necesita ser sencilla a la
vez que muy explicativa, muy apegada a la realidad, donde la teoría encaje
como elemento elucidatorio y no como listado de consignas y dogmas, como
textos de difícil comprensión o como “literatura” pedante del neolenguaje
que ahora tanto se prodiga.
- Invertir un esfuerzo especial en
la formación de cuadros militantes de la organización. Siempre fue
fundamental para el partido revolucionario formar intelectualmente a sus
miembros en aspectos políticos, económicos, culturales, filosóficos,... para
invertir esos cuadros en un trabajo como activistas capacitados que
transmitan reflexiva y críticamente sus posiciones y las de su
organización en el entorno social (frentes de lucha, movimientos sociales,
relaciones personales,...) donde desarrollan sus actividades militantes y
dentro de la propia organización, enriqueciéndola y siendo dinamizadores
de la misma. Hoy el cuadro político y la formación de cuadros son más
necesarios que nunca. Y ese esfuerzo de formación ha de ser aún mayor.
Aunque la comunicación capitalista ha transformado a las personas en
consumidores de un discurso previamente elaborado por los transmisores de
la ideología dominante, la realidad es que las personas hoy son menos
ignorantes que hace 40 años y requieren respuestas menos simplistas en la
comunicación interpersonal. Desde los medios de comunicación del capital y
sus aparatos ideológicos la falacia de la idea simplista, lanzada como un
trallazo y repetida obsesiva y sistemáticamente acaba operando como verdad
indiscutible. Pero en la comunicación del tú a tú, donde el cuadro
político puede operar con mayor éxito, es fundamental su capacidad para
responder a preguntas más complejas y menos evidentes. El cuadro político
no puede ser formado dogmática sino crítica y reflexivamente, de modo que
pueda elaborar por sí mismo, aunque dentro de la corriente de pensamiento
de la organización, y contribuir a renovar permanentemente la tensión
necesaria entre teoría y praxis, base de un marxismo vivo.
- Superar el concepto de partido
de masas para recuperar el del partido de cuadros. La dinámica política,
social e histórica de los partidos políticos actuales demuestra que las
organizaciones de masas son inoperantes porque acumulan afiliados sin que
muchos de ellos lleguen a dar el salto a un compromiso activo tan
necesario hoy y, a su vez, tienden a fomentar la figura del afilado
acrítico, poco formado pero con exceso de devoción de partido, propio de
quien suple su escasa formación con un dogmatismo derivado de la fe casi
religiosa y no de la reflexión y el debate colectivos. En el sentido
práctico, el afiliado pasivo sólo es un proveedor de cuotas y una persona
que suma muy poco a la energía colectiva de la organización.
- Afirmar las organizaciones como
partidos de la clase trabajadora, abandonando un ciudadanismo
interclasista que pretende representar a todos (pueblo, ciudadanos) desde
donde no es posible apuntar a unas contradicciones de clase que son la
base de una lucha anticapitalista real. Pero la condición de partido de
clase no debe quedarse en una declaración de principios. No se trata de
recuperar la idea de clase como consigna sino de hacerla real. Un partido
de izquierda para los trabajadores debe volver al centro de trabajo como
espacio en el que conectar con la realidad del mundo obrero, al escenario
que aporta toda la realidad de una explotación a partir de la que puede
hacerse pedagogía concienciadora.
- Pero ese asentamiento en el
principal espacio de las contradicciones sociales del capitalismo, la
empresa (con el reconocimiento de la dificultad que encontraron en el
pasado quienes hicieron esto mismo y la añadida de que hoy las empresas
son mucho más pequeñas), es también un espacio de aprendizaje para el
militante revolucionario y su organización, al acercarle a la realidad de
la vida del trabajador, a las limitaciones de su conciencia política, a
sus esperanzas y miedos, a su desconfianza hacia el compromiso o a su
necesidad de sentirse colectivo para defenderse, aún cuando él mismo no
llegue a comprenderlo. Quien piense que ese trabajo es arduo e inútil o
que los trabajadores están tan alienados de su realidad que no hay modo de
hacer labor militante con ellos, que se vaya con quienes creen que la
conciencia política se adquiere en las tertulias televisivas porque de militante
revolucionario tiene muy poco ya que se niega a operar en el terreno de lo
concreto. No es aceptable que hoy sea más difícil hacer labor política que
en el siglo XIX cuando no había televisión ni ocio pero sí analfabetismo,
ignorancia profunda, religión alienante, temor al patrón y dura represión
hacia la labor agitativa; peor incluso que hoy, pero entonces se hacía.
Quizá el éxito consistía en que el militante revolucionario escuchaba sin
anteojeras y sin llevar ya cargada la escopeta con el consignazo antes de
escuchar. Sabiendo que en la relación dialéctica con nuestra clase hay un
aprendizaje mutuo, que es el que enriquece la labor de concienciación. En
un marco como el laboral, frente al reformismo sindical imperante es un
error canalizar la actuación militante sólo desde el mundo sindical.
- Prolongar la labor militante
entre nuestra clase más allá del mundo del trabajo. Desde los ateneos
populares que ya existen hasta el mundo del asociacionismo solidario de
clase. La crisis económica es una oportunidad que puede ser especialmente
fértil para formar los lazos de solidaridad buscando recrear los
aprendizajes de las sociedades de socorros mutuos, las mutualidades
obreras, las experiencias del Socorro Rojo...actualizando sus formas a las
necesidades y condiciones de hoy. Se están llevando a cabo muchas
experiencias de este tipo pero, en mi opinión, algunas de ellas muy
desconectadas de una labor ideológica o con una matriz política muy
ciudadanista y desde el discurso interclasista de “la gente” y el buenismo
naïf.
- Priorizar, no sólo por economía
de medios y limitación de las capacidades humanas, el trabajo en los
frentes de lucha y movimientos con mayor potencial anticapitalista. No se
trata de abandonar otros espacios de lucha sino de tener claro cuáles
ofrecen por su naturaleza o posibilidad de orientación un mayor
posibilidad de hacer un trabajo militante en el que prosperen las ideas
socialistas.
- Emplear toda la fuerza de la
crítica económica que conlleva la denuncia de lo que representa el
capitalismo para para la vida de la clase trabajadora y de la humanidad en
general en punto de arranque que eleve esa crítica a un nivel de negación
y de conciencia superior, con el fin de que sea posible hacer deseable la
necesidad de socialismo.
- Generar argumentario y
elaboración política que contribuyan a desarmar la propaganda
anticomunista de la derecha y a potenciar el atractivo del socialismo como
proyecto. Es necesario que las organizaciones revolucionarias sean capaces
de abanderar la rabia de la protesta social pero también que esa rabia
vaya acompañada de una idea clara, sincera y categórica, que no oculte lo
que somos y a lo que aspiramos sino que lo explicite con claridad. Del
mismo modo, es necesario que el proyecto de sociedad socialista muestre
sin ambages su compromiso con las mismas libertades democráticas que
exigimos para nosotros mismos y que tengamos la valentía de defender los
elementos positivos, que fueron enormes, de las experiencias socialistas
anteriores, sin negar los errores, pero destacando aspectos atractivos
como las formas de democracia obrera en la organización del trabajo y la
toma de decisiones, las experiencias como la autogestión, los consejos
obreros y los soviets, etc y toda la cobertura y protección social que las
experiencias de socialismo en el pasado dieron a sus sociedades desde la
niñez a la vejez, mientras hoy la destrucción de las conquistas de la
clase trabajadora por el capitalismo la devuelve a marchas aceleradas a
una proletarización de sus condiciones de vida propia del siglo XIX.
- Plantear la línea política de un
partido revolucionario actual desde la amplia avenida del marxismo
abierto, superador de las callejuelas sectarias de las distintas
capillitas y hasta callejones sin salida en que la dogmática de sus
ortodoxias negadoras de su esencia lo ha convertido. Es necesario
recuperar un marxismo sin guiones que por su propia naturaleza es
revolucionario, sin necesidad de añadirle listas de apellidos que lo
encajonen o lo limiten. La importancia de otros pensadores marxistas fue
la de continuar aportando a un acervo que debe ser común. Ello no
significa negar las corrientes internas de la organización sino
entenderlas como enriquecimiento colectivo del pensamiento e intercambio
de perspectivas respetuoso y leal; nunca como coartadas para cuotas de
poder interno o para ajustes de cuentas que tanto daño han hecho al
pensamiento y a las organizaciones de izquierda revolucionaria.
Seguramente
este listado de enunciados sea menos que insuficiente, le falten muchos otros
elementos, posiblemente haya a quienes no les convenzan, otros los considerarán
irrelevantes pero quiere ser una contribución al objetivo de buscar la
identidad perdida de la izquierda para que ésta pueda volverse a afirmar en el
sentido de las últimas palabras que escribió en vida Rosa Luxemburgo:
“¡El
orden reina en Berlín!' ¡Estúpidos secuaces! Vuestro 'orden' está construido
sobre la arena. Mañana la revolución se levantará vibrante y anunciará con su
fanfarria, para terror vuestro: ¡Yo fui, yo soy, y yo seré!”
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