We Can Do
It! ('¡Podemos hacerlo!'
30/10/2014
La clase
trabajadora se encuentra huérfana de auténticos referentes políticos de
izquierda. De ello no cabe duda alguna
Es sabido
que ya no se venden ni productos ni servicios ni ideologías ni programas
políticos per se. Las técnicas publicitarias posmodernas nos muestran que todo
es narrativa inserta en un relato atractivo y convincente a través del
cual se introducen en la masa o un segmento demográfico adecuado emociones o
ilusiones que provocan la necesidad y el impulso de compra de un artículo,
tangible o no, determinado. En resumen, hoy todo es emoción y narrativa. Tal es
la estrategia a la que se adhiere Podemos.
Podemos
ganar. Vivimos un momento histórico especial, un ciclo histórico o dinámica
política acelerada. El movimiento 15M inauguró un relato radicalmente nuevo. Lo
social ha de ceder ante la primacía del proceso político. El antagonista
malvado de la nueva narrativa es el régimen auspiciado por el consenso de 1978.
Partidos políticos no; ciudadanos/as sí. Estos son los ejes
fundamentales programáticos aprobados por Podemos.
Ninguna,
pocas o de pasada referencias o menciones al franquismo. Muy escuetas y
livianas las citas a las luchas obreras contra la dictadura. Del movimiento
obrero, ni palabra. Y una declaración sutil y polémica, por no decir casi
iniciática: “Las candidaturas de unidad popular y ciudadana no buscan
situarse en la izquierda del tablero sino ocupar la centralidad.”
Podemos hace
tabla rasa de la memoria histórica reciente y ofrece su virginal y espontánea
aparición como palanca redentora para el futuro inmediato. Su seña de identidad
más próxima se sitúa en la eclosión del 15M y su objetivo confeso e
indisimulado es ganar las elecciones generales de 2015, salvaguardando la marca
Podemos de los vaivenes de los comicios municipales y autonómicos previos. La
estrategia pasa por conservar intacto el capital simbólico atesorado desde la
consulta al Parlamento europeo.
Ciudadano/a
es su categoría ideológica operativa predilecta y su localización del conflicto
capitalista se expresa en la disyuntiva de nuevo cuño casta corrupta versus
gente decente.
La mayoría
social y política que se pretende concitar a su alrededor estaría compuesta en
exclusiva por ciudadanos/as decentes que desean combatir la
corrupción actual de PP y PSOE.
Se instituye
un nuevo bipartidismo de facto: Podemos contra los actores principales del
régimen del 78, PP y PSOE. A la izquierda de Podemos no hay nada o
energías sin capacidad de sumar propuestas a su estrategia de todo o nada: izquierdistas
desubicados, dirigentes tocados por el régimen posfranquista y militantes
alternativos prisioneros de esencias ideológicas trasnochadas y de
fundamentalismos derrotistas.
El nuevo
relato convierte la voluntad de ganar, presuntamente colectiva, en un programa político,
una doctrina en sí misma, dejando las decisiones concretas al albur de los
acontecimientos futuros.
El
ciudadano/a o cualquierismo anónimo parece ser el motor de enganche favorito de
Podemos. El cualquierismo en boga, básicamente en cenáculos académicos o
intelectuales de la nueva-nueva izquierda, considera que todo acto es político
y que todos somos capaces de intervenir en la política cotidiana mediante
performances, sucesos o iniciativas espontáneas e instantáneas. Lo
político, pues, reside en cualquiera y no precisa de conductos o vías
peculiares o extraordinarias para llevarse a cabo e influir en el proceso
social que discurre por los sistemas capitalistas de la órbita occidental.
Con la caída
del Muro de Berlín, por tomar un hito significativo, emergió un relato nuevo:
el capitalismo había triunfado definitivamente frente al socialismo y el
comunismo y la nueva época ya no necesitaba de narrativas colectivas
singulares (ni izquierda, ni revoluciones, ni sindicatos, ni lucha de clases…) para
seguir su curso histórico. Cada cual a lo suyo, nos dijo el neoliberalismo.
Cada cual a
realizarse plenamente a través de su relato propio y creativo.
La izquierda
tradicional plegó velas y se quedó a verlas venir, sin sujeto histórico (el
mundo del trabajo) al que apelar. Consumir era el horizonte máximo; la
felicidad había que buscarla en competencia feroz con el otro, con el
semejante. Habitábamos la sociedad del riesgo de Beck o la cultura
líquida de Bauman.
La lucha de
clases y otras categorías clásicas de la izquierda se tiraron al baúl de los recuerdos.
Mientras tanto, las derechas y las socialdemocracias aprovecharon la situación
sobrevenida para vender lo público al sector privado, extender la precariedad
laboral sostenidamente y vaciar de contenido el flamante Estado del Bienestar.
En ese
ambiente de luchas de clase encubierta, la izquierda acumulaba derrota tras
derrota, impotente para construir una alternativa desde las raíces
tradicionales del movimiento obrero. Los sindicatos se defendían como podían en las grandes
empresas y en la negociación colectiva por arriba, quedando desguarnecidos y a
la intemperie los colectivos en precario y los millones de desempleados que
iban engrosando las filas del paro.
Ese
deterioro paulatino, la desafección de la clase trabajadora con sus
representantes, las clase medias perdiendo poder adquisitivo y estatus y la
desideologización creciente de las masas hicieron que cundieran soluciones
políticas de urgencia, interclasistas, de reivindicaciones poco elaboradas y
sin raíces en el cuerpo social. El surgimiento de Podemos también se
inscribe en esta narrativa contemporánea.
Solo nos
quedan los cualquieras y todos somos un cualquiera, don nadies despojados de
nuestra idiosincrasia original e histórica. Podemos trata de cohesionar el
individualismo feroz y el no compromiso habitual de amplias capas sociales
dirigiendo sus querencias frustradas de relato personal hacia acciones
conjuntas de carácter político. Se intenta dar entidad política a los
vacíos existenciales provocados por el neoliberalismo global, dando la vuelta
de manera voluntarista y nominal, por no decir mágica, a los valores o cultura
predominantes en nuestras sociedades globalizadas.
De ahí que
Podemos simplifique sus mensajes públicos para conseguir adeptos entre capas
demográficas y actitudes sociales muy dispares. Sus arengas van
directamente a un espíritu joven, consumidor compulsivo y con preparación
académica que ve como sus expectativas privadas están condenadas al fracaso
absoluto. La memoria histórica, por las razones apuntadas, son rémoras
en el discurso oficial de Podemos.
Izquierda y
derecha suenan a viejo. Lucha de clases a disparate. Sujeto histórico a
antigualla de olor nauseabundo.
Resulta muy
discutible que sin base social, un proyecto como Podemos pueda ir más allá de
los comicios de 2015. Ahora todo es crecer y crecer, genuina explosión
de futuribles, ilusión, emoción que contagia. No se habla de alianzas ni
coaliciones previstas. No se entra, en suma, en lo concreto.
El grupo
dirigente de Podemos sabe perfectamente que su gran baza es la
indefinición ideológica. Ya veremos que sucede después. De momento, no
mezclarse con nadie es su táctica preferida.
En
cualquier supuesto, Podemos va a provocar una catarsis en todo el espectro de
la izquierda española. Habrá que moverse desde ya en un campo minado donde las críticas
ponderadas y profundas a la nueva formación dejarán heridas peligrosas y
servirán para poner etiquetas de adversario izquierdista irreductible a
personas que no asienten sin más a las ideas “renovadoras” que predica Podemos.
Dicen que
las crisis son oportunidades que no hay que dejar pasar de largo. Y, sin duda,
que el nacimiento casi milagroso de Podemos tiene sus fundamentos en ella, en
la impotencia de la izquierda y en el neoliberalismo rampante.
No obstante,
diluir el interés genuino y objetivo de clase dentro del concepto etéreo “ciudadano/a
cualquiera” da la sensación de no ser un arma consistente para
plantarle cara eficaz al régimen capitalista. Tal vez, demasiado subjetivismo y
voluntad de poder, ganar más bien, sin anclajes fuertes o raíces históricas en
las contradicciones sociales del régimen capitalista.
Sin hambre
no habría ganas de comer y sin trabajo no se edificaría un edificio social
llamado capitalismo. La disyuntiva ganar o no ganar es un buen eslogan
publicitario, pero ganar ¿para qué? El impulso ético contra la corrupción
(leit motiv de Podemos) no parece un punto de encuentro suficiente para
derribar el régimen capitalista.
Tampoco al
régimen de 1978.
La clase
trabajadora se encuentra huérfana de auténticos referentes políticos de
izquierda.De ello no
cabe duda alguna. Sin embargo, a Podemos da la sensación de que aún le falta
mucha maduración ideológica y estrategia profunda de largo recorrido. El tiempo
dirá si jugárselo todo a “ganar ya” ha sido una buena táctica o el salto
adelante nos ha llevado al enésimo precipicio o ensayo frustrado de otra “nueva
izquierda” más en la historia de España.
Casta,
gente decente, capitalismo y cosas que no se pueden decir nunca
28/10/2014
Está mal
visto todo lo que huele a izquierda radical, transformadora, alternativa o
revolucionaria
Hay cosas
que bajo ninguna premisa o supuesto fáctico pueden decirse públicamente en los
sistemas capitalistas de corte democrático occidental. Si se dicen tal
cual, sin tapujos y a la cara, la censura cae sobre sus autores de manera
inmediata. En la masa, esas ideas, palabras o conceptos tabúes operan
como un filtro de prejuicios instantáneo que las hace desechar con rapidez o
mirarlas con recelos negativos de culpabilidad personal.
La opinión
general la crean y moldean los medios de comunicación, disponiendo un
marco ideológico de referencia que sirve de traductor automático y virtual de
lo que es aceptable o no, bueno o malo, acorde a las buenas
costumbres, de sentido común o fuera de lugar o contexto.
Ese marco de
referencia emana del poder establecido, un consenso tácito de las elites que se
traduce en el ordenamiento jurídico y en el estilo político cotidiano. Está
mal visto todo lo que huele a izquierda radical, transformadora, alternativa o
revolucionaria, sobre todo, en sus amplias y diferentes versiones
comunistas, socialistas marxistas o anarquistas.
El debate
político resulta excluyente y maniqueo con inclusión de un tercero en discordia
aparente para trasladar la idea de complejidad y pluralismo democrático. Las
tríadas más efectivas y utilizadas son: derecha-izquierda-nacionalismo y
conservadores-progresistas-antisistema.
En los dos casos mencionados “nacionalismo” y ”antisistema” juegan un papel subalterno, de contrapunto inocuo al régimen capitalista de elecciones parlamentarias.
En los dos casos mencionados “nacionalismo” y ”antisistema” juegan un papel subalterno, de contrapunto inocuo al régimen capitalista de elecciones parlamentarias.
Cualquier
discurso que pretenda romper esta dicotomía singular con objetivos de
gobierno (otro modelo de sociedad, crítica total del capitalismo,
nuevos valores de solidaridad…) choca frontalmente con el consenso
ideológico de la cultura del consumo y del individualismo a ultranza.
Hemos
llegado a esta situación por distintas razones. Los sindicatos mayoritarios
han aceptado en su programa estratégico el eufemismo de economía social de
mercado sin oponer ninguna resistencia. Y las formaciones de izquierda
transformadora han perdido fuelle al no hallar nexos de contacto directo con el
movimiento obrero y los problemas o conflictos sociales a ras de suelo.
La ola
mediática, el crecimiento incontrolado y el consumismo full time se han llevado
los fundamentos ideológicos de la izquierda y de la clase trabajadora. La
inmensa mayoría somos hoy miembros numerarios de la clase media, un artificio
que permite solapar las diferencias de clase en una categoría omnicomprensiva y
desmovilizadora.
Clase
media es como el himno nacional: todos nos ponemos de pie con respeto por
inercia colectiva. Así
nos sentimos parte de un todo emocional que no admite discusión alguna. En este
teatro de operaciones, de anquilosamiento de las estructuras políticas de la
democracia capitalistas, es donde tiene su caldo predilecto de cultivo las
soluciones de izquierda exprés y de ebullición inmediata.
Se ha
demostrado en las últimas décadas que la izquierda radical se enfrenta a topes
insalvables en las sociedades capitalistas. Sus ideas de justicia social se
topan con una barrera poderosa: el vivir al día y la incomunicación social de
nuestros días. La propaganda capitalista devora toda capacidad crítica
de abordar el escenario sociopolítico de modo más auténtico y profundo.
Este
teatro social abona las iniciativas de izquierda que simplifican el análisis
político reduciéndolo a esquemas o binomios de fácil acceso para la mayoría. ¿Qué se precisa en estos
momentos de crisis para intentar recobrar la ilusión de las capas sociales más
desfavorecidas y de los segmentos de clase media más vulnerables a ella? Un
líder mediático y un eslogan sencillo: nosotros somos la “gente decente” (el 99
por ciento); el adversario, la “casta” (el 1 por ciento).
A simple
vista, la técnica publicitaria de enganche para prender la llama en una amplia
mayoría social es efectiva, joven, fresca y directa, lo que augura un éxito a
corto plazo bastante apreciable. Las palabras o conceptos fetiche que se
utilizan profusamente son democracia participativa en la toma de decisiones y
un cualquierismo difuso que capacita a todos para asumir responsabilidades
ejecutivas o representativas sin cortapisa alguna.
En la
práctica estamos viendo (Podemos, Syriza…), que las “mayorías democráticas” se
van conformando alrededor de un líder mediático y la vanguardia dirigente, los
“fundadores” en términos exactos, quedando las bases en un segundo plano. Las
ideas ceden ante el prestigio o carisma de un líder incontestable y su aparato
más cercano, los exégetas autorizados del presente y profetas áulicos del
porvenir.
Con estas
fuerzas políticas emergentes se suscita otro debate interesante. Dicen sus
líderes o representantes cualificados que para conseguir una mayoría suficiente
es preciso desideologizar los mensajes y que, una vez alcanzado el poder, será
el tiempo de llevar a cabo las transformaciones de genuina izquierda que
demanda objetivamente cada país en concreto. Ahora tapan o suavizan sus
ideas para no dar munición a la casta política y al poder de facto. Eso afirman
con discreción.
Volvemos al
principio del artículo. Hay cosas que no se pueden decir en las democracias
capitalistas. Lo interesante en la situación actual (en Europa principalmente),
es si las izquierdas de nuevo cuño (¡existe un registro histórico de tantos
fracasos sonoros de “nuevas izquierdas”!) serán capaces de conectar
con el movimiento obrero clásico y con las ideas radicales de transformación
social que buscan y trabajan por un modelo alternativo al régimen capitalista.
No podemos
precipitarnos al vacío de pensar, sin más, que somos más listos que las
estructuras de dominación hegemónicas. El adversario es mucho más que
el 1 por ciento de la sociedad porque su capacidad de influencia penetra en los
pensamientos y hábitos de la inmensa mayoría. La izquierda
socialdemócrata se ha aupado al poder nominal en numerosas ocasiones, pero su
hoja de servicios está ahí: meras pintadas de adorno en cuestiones sociales sin
tocar jamás los resortes del gran capital.
Syriza y
Podemos pretenden dar un salto adelante de la noche a la mañana, haciendo tabla
rasa de la historia común de la izquierda para estrenar un tiempo nuevo de esplendor
y concordia social. Si esa mayoría llega a cristalizar, ahí estarán esperando
los mercados con las uñas afiladas. ¿Qué hacer entonces? En ese momento ya no
valdrán las consignas fáciles y los eslóganes de autoconsumo. El capitalismo se
empleará a fondo para mantener en pie su edificio de explotación. Es de
suponer que los estrategas de Podemos y Syriza ya tengan en mente ese escenario
más que probable. ¿O no?
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