30 de
diciembre de 2019
La confusión
sexo-género crece y alimenta posturas reaccionarias que perpetúan la
desigualdad.
Seguimos
abundando sobre las consecuencias del abuso del término género, porque parece
más necesario que nunca aclarar conceptos y ver a quiénes y a qué beneficia una
confusión que va engordando como bola de nieve: la de sexo y género.
No hace
mucho señalábamos en un artículo (y aquí) las tergiversaciones y abusos de
que viene siendo objeto el concepto y el término “género” en
las últimas décadas. En él esbozábamos algunas de las consecuencias nocivas que
trajo consigo, especialmente para un feminismo revolucionario, que
hoy no es hegemónico pero no por ello deja de ser parte de la historia de lucha
de las mujeres de clase trabajadora, por derecho propio. Otras consecuencias
las exploramos en otro artículo (y aquí) más reciente sobre la teoría queer.
En esta ocasión seguimos abundando sobre esas consecuencias, porque parece que
va siendo más necesario que nunca aclarar conceptos y ver a quiénes y a qué
beneficia una confusión que va creciendo como bola de
nieve: la de sexo y género.
No está de
más remarcar que el concepto de género lo adoptó la teoría
feminista para designar el conjunto de comportamientos diferenciados - y
jerarquizados - que se imponen a los individuos desde que nacen en función de
su sexo, haciendo creer a unos y otras que dichos comportamientos los dicta la
propia naturaleza.
Por supuesto, numerosos estudios antropológicos demuestran que estos que
llamamos estereotipos, patrones o modelos de género (plasmados,
en nuestro contexto cultural, en lo masculino y lo femenino)
no tienen nada que ver con la naturaleza; son un fenómeno histórico -por
tanto, socialmente determinado-, cuyo fin es mantener la
discriminación y sometimiento de las mujeres, y de los que hallamos excelentes
ejemplares en la literatura eclesiástica y moralista desde la Edad
Media hasta hoy. 1
Estos
estereotipos de género tienen continuidad sobre todo en las ideologías
de ultraderecha (aunque también, como veremos, en el progresismo
posmoderno). Hace poco dijo un alevín de Vox en un discurso: “El feminismo es malo,
porque hace a las mujeres arrogantes, maleducadas, desconsideradas, agresivas y
las afea”. Es
decir, el feminismo es malo porque supuestamente nos convierte a las mujeres en
todo lo contrario de lo que “debemos” ser de acuerdo al catecismo
de género que llevamos siglos soportando: humildes, obedientes,
deferentes, pasivas y bellas (según ese canon de belleza que atrae al ojo
masculino).
Toda una serie de valores estéticos y éticos representados como opuestos
-actividad/pasividad, imposición/sumisión, razón/sensibilidad,
fortaleza/debilidad, etc.- se nos inculcan durante la infancia en
función de nuestro sexo. Las que vivimos esta tierna etapa bajo la
dictadura franquista, estábamos acostumbradas a escuchar: “Niña, no des
patadas al balón, que pareces un chicazo”, “Niño, no llores, que los
hombres no lloran” y sentencias por el estilo. Los niños habían de aprender a
ser “masculinos” y las niñas a ser “femeninas” 2
Cualquier desviación de esa “norma de género”
era corregida con mayor o menor severidad por la sociedad
adulta. La persistencia en la desviación tenía sanción. Si la niña
se empeñaba en vestir pantalones, jugar a los trenes (además de a las muñecas,
como era mi caso) o preferir ir a clase de judo que a ballet, se la tildaba de “marimacho”; y
si al niño no le gustaba el fútbol y prefería integrarse en los juegos de las
niñas le caía el estigma de “mariquita”. Si la
masculinidad y la feminidad fuesen factores innatos -engranados de
algún modo en nuestros cromosomas XX/XY- todas y todos nos adaptaríamos
perfectamente a esos patrones y no haría falta tanto control social.
Por tanto, lo primero que debemos tener en cuenta es que las categorías
sexo y género, aunque relacionadas, no son equivalentes: la primera remite
a un hecho bio-anatómico (ser varón o mujer), la segunda a
un hecho socio-cultural. Sostener que el sexo es un hecho biológico
no es incurrir en “biologismo”, como afirman algunos, (3) sino constatar una realidad.
El biologismo consiste en interpretar un fenómeno
social como derivado de la biología. Por ejemplo, explicar la pobreza como
resultado de una supuesta inferior inteligencia y capacidad con la que nacen
los pobres es biologismo, como lo es explicar la discriminación de las mujeres
como derivada de su “naturaleza más débil”.
La
influencia que ejercieron y ejercen los estudios de las universidades
anglosajonas en nuestros países latinos -junto a las malas
traducciones que por desgracia abundan- contribuyó a la confusión
de sexo y género. En lugares como Estados Unidos, sexo (sex)
se usa casi exclusivamente en su acepción de relaciones sexuales, de modo que
cuando se refieren al sexo biológico (varón/mujer) dicen gender (género),
como especie de eufemismo mogijato. La asimilación errónea del sexo al género
llegó en parte por estas traducciones literales, que se filtraron no sólo en la
literatura académica sino también en la periodística, lo que contribuyó a
popularizarlas.
En el artículo citado al principio, ya señalábamos cómo el abuso del
término género acabó convirtiéndolo en sustituto de sexo, de feminismo e
incluso de mujeres (todo lo relativo a nosotras se etiquetó como “género”).
Las que llamo “industrias del género” no hicieron sino
vaciar al concepto de su contenido original y generar la confusión -intencionada
en muchos casos- que preside en la actualidad. Al mismo tiempo, los partidos
social-liberales o progresistas, para intentar diferenciarse en algo de los
conservadores, se montaban al carro de las identidades -de
género, etnia, religión, orientación sexual... todas menos la de clase-, con sus leyes de no discriminación e
“inclusividad”. Esta “política de las identidades” (como se las denomina
en el mundo anglosajón), no ha impedido, sin embargo, que la desigualdad
social haya seguido creciendo vertiginosamente en las últimas décadas
a nivel global.
Con la teoría
queer, otro desarrollo del posmodernismo, que, en nuestra
modesta opinión, no es una teoría feminista, se implantó la hipótesis
de que el sexo biológico es, como el género, algo construido socialmente (por
tanto, cambiable a voluntad). Pero con esta “culturización” del
sexo se le puso la alfombra roja a la “naturalización” del
género, hasta el punto que, por ejemplo, en la ley “contra la discriminación
por orientación sexual, identidad o expresión de género y características
sexuales, presentada por Unidas Podemos en 2017, se llega
a caer en el absurdo de decir que “el género es una categoría
humana”. Con esta premisa, en la que queda implícito que los géneros
son algo consustancial a las personas, se puede dar fundamento jurídico a
denuncias como la realizada recientemente por una madre a una maestra porque
puso a su niño un babi rosa en el comedor, en lo que considera
una humillación de su “hombría”.
“Proposición
de Ley contra la discriminación por orientación sexual, identidad o expresión
de género y características sexuales, y de igualdad social de lesbianas, gais,
bisexuales, transexuales, transgénero e intersexuales.
Presentada por el Grupo Parlamentario
Confederal de Unidos Podemos-En Comú Podem-En Marea.
12 de mayo
de 2017
Cita
completa. “El género es una categoría humana que
puede estar en constante evolución y como tal tiene que ser percibida como una
experiencia vital, un recorrido diverso en tiempos y forma. Por ello, la Ley
incluye aquellas personas que, acorde con la diversidad de la identidad y de la
orientación de género, se identifican con categorías dinámicas y no binarias que reflejan su identidad o expresión
no normativas: travestis, cross dressers, drag queens, drag kings, queers, gender queer, agénero, entre otras.”
Estas posturas esencialistas del
género -en las que incluso cae esa izquierda posmoderna chupiguay-
nos retrotraen a esos tiempos pasados que nos esforzábamos por superar, sólo
que ahora, en vez de corregir el comportamiento de niños y jóvenes, lo
que se pretende es corregir su sexo. Según las corrientes queer, si a un niño le gustan las muñecas es porque da señales de
que su sexo está erróneamente asignado y, por tanto, hay que "reasignarlo". Y,
al contrario, si a una niña le gusta jugar al fútbol o vestir como un chico, es
porque, en realidad, estamos ante un varón. En vez de cuestionar que
haya ropa, juguetes y otros símbolos sexistas, lo que se hace es reforzarlos,
justo lo que desde el feminismo siempre se ha combatido.
Antes de que se inventase la categoría género, la teoría feminista tuvo claro
que la mujer no nace, sino que se hace (lo mismo aplica al
varón). Es decir, que los papeles sociales que se nos asignan en función de
nuestro sexo y las relaciones de subordinación-dominación que ellos implican
tienen mucho que ver con la histórica opresión de las mujeres -de
mayor o menor intensidad y carácter dependiendo de la clase social a la que se
pertenezca-; y, por tanto, un paso importante hacia la liberación es acabar
con dichos modelos de género: que las personas, sean del sexo que sean,
desarrollen sus capacidades, gustos, inclinaciones, formas de vestir y
comportarse libremente.
El sexo
sólo se convierte en un dato socialmente relevante porque existen los modelos
de género, que son una forma de estratificación social, como lo son la raza o
la orientación sexual, que atraviesan y refuerzan
las divisiones de clase.
Como expresó claramente Marina Pibernat en un reciente artículo, “reconocer
que se puede nacer con un sexo, pero que realmente se es de otro a juzgar por
el comportamiento, es reconocer que hay una feminidad y una masculinidad innatas”, lo
cual -añadimos- no sólo es anti-feminista, sino también profundamente
reaccionario.
El feminismo
de tradición socialista -ese que se ha querido arrinconar durante estas décadas
de reacción posmoderna- surgió como una teoría social que, a
través de la emancipación de las mujeres, aspira a la emancipación de
toda la sociedad de la esclavitud del trabajo asalariado y la explotación
capitalista. Por el contrario, el posmodernismo y su hija, la teoría
queer, que posee una influencia innegable en los movimientos trans, es
una teoría del individualismo que se adapta perfectamente a los valores de la
sociedad capitalista.
Quede claro que hablamos de teorías, no de personas. En el
feminismo siempre tuvieron cabida homosexuales y transexuales -que
se consideraban feministas, ya que no todos/as lo son-, y siempre se condenaron
las agresiones machistas de las que son objeto, por desgracia,
con bastante frecuencia. En mi larga experiencia nunca fui testigo de
confrontaciones e incluso de las agresiones que hoy se quieren fomentar
entre mujeres feministas y transexuales. Nadie que tenga por
objetivo superar las opresiones y la explotación debe entrar en este juego, que
sólo tiene como fin crear más divisiones sociales.
Al
capitalismo no le molesta que se dicten leyes de “igualdad de
género” o de “reasignación de género” o
de “no discriminación por razón de raza, orientación sexual, etc.”,
porque estas no desafían ni ponen en cuestión la estructura de clases,
que es la que sostiene la opresión y la explotación. Y
porque ya seamos mujeres, hombres, transexuales, heterosexuales, homosexuales,
negros o blancos, si dependemos de un salario que apenas nos permite
subsistir, ninguna de esas normas de no discriminación, inclusión o
igualdad tendrán efectos prácticos en nuestras vidas, al igual que no los
tienen las leyes que nos dicen que tenemos derecho al trabajo, a una vivienda
digna, a la sanidad, etc.
A la
sociedad capitalista le conviene crear divisiones en la base
social, cuantas más mejor. La prueba es que los medios de comunicación
(o más bien de manipulación) del establishment están
potenciando la ideología queer, empeñada en enfrentar a las personas
transexuales (en inglés, transgender) con las mujeres en general y
con las feministas en particular.
En Reino Unido, Canadá y Estados Unidos,
es decir, en los países del centro capitalista, se están alcanzando
unos niveles tales de fomento de micro-indentidades enfrentadas (porque
ahora también se da carta de naturaleza a las trans-edad y
las trans-raciales) que han dado pie a la creación de un tribunal
de la Inquisición que criminaliza -y no sólo simbólicamente- a quienes
cuestionen o critiquen abiertamente estos planteamientos. Una nueva
forma de control social, mucho más represiva de lo conocido hasta ahora,
sobre la que volveremos en breve.
Notas y
referencias bibliográficas:
1 Hoy la Iglesia católica brama contra lo que
llama “ideologías de género” cuando ha sido ella históricamente la que más ha
contribuido a forjar e imponer esa "ideología". Lo expliqué en http://canarias-semanal.org/art/22897/de-verdad-rechaza-la-iglesia-catolica-las-ideologias-de-genero
2 Hace no mucho, en una boda, fui testigo de
cómo un padre arrebataba de las manos a su hijo de 9 años una de las flores que
se repartían entre los invitados. Ante la frustración del chaval, el padre le
espetó: “las flores son cosa de mujeres y tú eres un macho”.
3 Como el filósofo discípulo de Jacques Derrida, Paul B. Preciado, para quien afirmar que las mujeres
somos hembras de la especie humana es un “argumento naturalista”, por tanto
biologista. El mismo que conceptualiza como “machocracia” a la sociedad actual,
aunque eso, al parecer, no es naturalista ni incurre en biologismo. Véase el
artículo que le publicó El País recientemente, titulado “La heterosexualidad es
peligrosa”: https://elpais.com/elpais/2019/11/24/opinion/1574609789_778125.html
Habría que recordarle al señor Preciado que la
Grecia clásica fue una sociedad "homo-normativa" (donde la
homosexualidad masculina era dominante), sin que por ello acabaran las
agresiones a mujeres y esclavos.
La
heterosexualidad es peligrosa
25 NOV 2019
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La
heterosexualidad es peligrosa
Los
asesinatos de mujeres en el ámbito doméstico se producen dentro del marco de
ese tipo de relación. El dato no se menciona cuando se habla de feminicidio,
pero es quizás políticamente el más importante
Foto
Manifestación
a favor de los derechos de las mujeres y contra el discurso de Vox, el pasado
15 de enero, en la Puerta del Sol de Madrid. ULY MARTÍN
Las
estadísticas más recientes revelan que cada día siete mujeres mueren a manos de
sus maridos, exmaridos, padres de sus hijos, compañeros sentimentales o novios
en uno de los países de la comunidad económica europea. La mayoría de estos
asesinatos se producen dentro del espacio doméstico o a menos de 300 metros de
éste y tienen lugar, en su mayor parte, después de que las mujeres hubieran
denunciado, al menos una vez, la violencia de sus compañeros, sin que estas
denuncias hubieran dado lugar a medidas preventivas o cautelares, jurídicas o
policiales que pudieran evitar la repetición y la amplificación de esa
violencia. Hasta la muerte. Esto, señalémoslo por si hubiera podido pasarnos
por alto, ocurre en países occidentales que tradicionalmente se presentan como
desarrollados y que se rigen por constituciones así llamadas democráticas.
Ser un
cuerpo identificado como “mujer” sobre el planeta Tierra en 2019 es una
posición política de alto riesgo
Estudiar de
cerca las estadísticas de feminicidios nos permite sacar algunas conclusiones
sobre la relación entre necropolítica y género, entre gobierno de la vida y la
muerte y gestión de la sexualidad. En primer lugar: ser un cuerpo identificado
como “mujer” sobre el planeta Tierra en 2019 es una posición política de alto
riesgo. Y digo “posición política” y no posición anatómica porque no hay nada,
empíricamente hablando, que permita establecer una diferencia sustantiva entre
hombres y mujeres. No conozco mujeres que sean agredidas porque se paseen con
una carta cromosómica XX dibujada sobre la frente, ni actos de violencia
machista que requieran un examen del útero como condición previa para llevar a
cabo el ataque.
Las mujeres
son objeto de violencia porque son culturalmente situadas en una posición
política subalterna frente al hombre hetero-patriarcal. Las mujeres
transexuales, los hombres afeminados y las personas cuya coreografía corporal o
código vestimentario no corresponde a lo que en términos de género se espera de
ellas en un contexto social y político dado, son también objeto de violencia.
En este contexto de violencia, resultan no sólo empíricamente erróneas sino
también políticamente obscenas las críticas de las feministas conservadoras
españolas como Amelia Valcárcel o Lidia Falcón contra las mujeres trans. No
sólo las mujeres trans no son agentes de violencia, sino que, al contrario, son
uno de los sujetos políticos más vulnerables frente a la violencia
hetero-patriarcal.
Vivimos,
como afirma la feminista boliviana María Galindo, en “machocracias”, o por
decirlo con Cristina Morales, culturas “macho facho neoliberales” donde la
violencia se ejerce sobre todas las mujeres y sobre todos los cuerpos
no-binarios y no heteronormativos, ya sean cis (se denominan “cis” aquellas
personas que se identifican como el género que les fue asiganado en el
nacimiento, a diferencia de las personas “trans” o “no-binarias” que no se
identifican con el género que les fue asignado) o trans y en esto en regímenes
políticos aparentemente tan distintos como Bolivia, Irán y Francia. La
revolución feminista será la revolución de todes o no será.
Es un
régimen sexual necropolítico que sitúa a las mujeres en la posición de víctima
y erotiza la diferencia de poder y la violencia
No caigamos
ni en una oposición binaria, maniquea y genérica, entre hombre-violentos y
mujeres-víctimas de violencia, ni en argumentos naturalistas que harían que los
cromosomas y no las relaciones de poder determinen nuestra posición política.
Si la violencia fuera sólo cosa de hombres entonces, cada día morirían también
siete hombres a manos de sus amantes, compañeros o novios dentro de relaciones
homosexuales. Miremos atentamente las cifras de feminicidios. La segunda conclusión que emerge del
examen de estas cifras es que los ataques, abusos y asesinatos de mujeres en el
ámbito doméstico se producen dentro del marco de la relación heterosexual. Este
dato no es nunca mencionado cuando se habla de feminicidio, pero es quizás
políticamente el más importante. La heterosexualidad es un régimen sexual
necropolítico que sitúa a las mujeres, cis o trans, en la posición de víctima y
erotiza la diferencia de poder y la violencia. La heterosexualidad es peligrosa
para las mujeres.
El
reconocimiento de esta relación silenciada entre violencia y heterosexualidad
exige el cambio de nuestros objetivos políticos. Mientras el movimiento gay y
lesbiano se ha concentrado en los últimos treinta años en la legalización del
matrimonio homosexual, un movimiento de liberación somatopolítica se daría hoy
como objetivo la abolición del matrimonio heterosexual como institución que
legitima esa violencia. Del mismo modo, el reconocimiento del hecho de que la
mayor parte de los abusos y las violencias sexuales contra niños, niñas y niñes
tienen lugar en el seno de la familia heterosexual llevaría a la abolición de
la familia como institución de reproducción social, en lugar de a la demanda de
legalización de la adopción por parte de las familias homoparentales. No
necesitamos casarnos. No necesitamos formar familias. Necesitamos inventar
formas de cooperación política que excedan la monógama, la filiación genética y
la familia hetero-patriarcal.
Si las
mujeres trans fueran el problema del feminismo, entonces, déjenme decirles que
no habría problema. Las mujeres trans no son el agente de la violencia, del
abuso o del maltrato. Pero les es más fácil a las feministas naturalistas
acusar a las mujeres trans en lugar de señalar un problema que concierne a sus
propias vidas y requiere cuestionar sus propias camas: la heterosexualidad
normativa. El carácter constitutivamente violento de la heterosexualidad
normativa fue denunciado desde mediados del siglo pasado por buen número de
feministas radicales, sin embargo, esas críticas no pudieron ser oídas a causa
de la lesbofobia que atraviesa el sistema patriarcal y que impregna también el
feminismo, una lesbofobia sólo equiparable a la transfobia del feminismo
actual.
Tratemos de
escuchar ahora a las guerrilleras de finales del siglo XX que habiendo sido
situadas en la posición heterosexual (muchas de ellas lo fueron) se afirmaron
como “cimarronas” y escaparon hacia el lesbianismo político: En 1968, Ti-Grace
Atkison se define como lesbiana y rompe con el movimiento feminista americano
NOW presidido por Betty Friedan, denunciando la defensa que NOW hacía del
matrimonio, una institución que para Atkinson legitima la expropiación del
trabajo de las mujeres y les somete a la voluntad y al deseo masculinos. Betty
Friedan verá en las lesbianas una “amenaza violeta” a los valores
heterosexuales de su feminismo. Jill Johnston, la primera lesbiana que salió
del armario en las columnas del Village Voice en Estados Unidos, solía
presentarse en las reuniones y en las fiestas con su pelo largo y su camisa
entreabierta dirigiéndose a las chicas heterosexuales con una actitud jovial e
irreverente que ella misma denominaba “seducción como protesta política contra
la heterosexualidad.” Es así como surgió la expresión “el feminismo es la
teoría, el lesbianismo es la práctica.” Y algunas chicas pasaron a la práctica.
Sólo la
des-patriarcalización de la heterosexualidad permitirá redistribuir las
posiciones de poder
Unos años
más tarde, Monique Wittig define la heterosexualidad no como una práctica
sexual sino como un régimen político. La afirmación de que hay mujeres que son
naturalmente heterosexuales es tan falaz como la de que los hombres son por
naturaleza violentos. Para Adrienne Rich, la heterosexualidad no es una
orientación o una opción sexual, sino una obligación política para las mujeres.
No hay deseo, hay norma. Rich denomina a esa ley no escrita heteronormatividad.
Audre Lorde examina la relación entre heterosexualidad y racismo y nos enseña a
detectar las violentas formas de erotización de los cuerpos subalternos en las
culturas hegemónicas. Si para Virginia Woolf una mujer necesitaba una
habitación propia para escribir, para Audre Lorde esa habitación, si es libre y
segura, no puede estar en el domicilio heterosexual y mucho menos conyugal.
Cincuenta
años después de las primeras guerrilleras, las mujeres heterosexuales siguen
siendo asesinadas por sus maridos y por sus novios. Si es cierto que hoy es más
fácil afirmarse como lesbiana que en 1960, la heterosexualidad recalcitrante no
ha dejado de ser por ello igualmente mortífera. Gayle Rubin, Pat Califia y Kate
Bornstein, influenciadas por la cultura BDSM y trans, dan una vuelta más de
tuerca y sugieren no entrar en relaciones heterosexuales, sea con quien sea.
Esto exige una des-identificación previa tanto de los hombres, como de las
mujeres. ¿Qué sería una relación heterosexual en la que aquel que supuestamente
ocupa la posición política de hombre renuncia a la definición soberana de la masculinidad
como detentora de poder? ¿Cómo sería una relación supuestamente “heterosexual”,
pero sin hombres y sin mujeres? Son los hombres cis los que deben iniciar ahora
un proceso de des-identificación crítica con respecto a sus propias posiciones
de poder en la heterosexualidad normativa. Des-machificarse, des-fachoizarse,
des-neoliberalizarse.
Con las
políticas de género nos ocurre lo mismo que con las políticas del
medioambiente: sabemos muy bien lo que está ocurriendo y nuestra propia
responsabilidad en ello, pero no estamos dispuestos a cambiar. Esta resistencia
al cambio se manifiesta no sólo por parte de aquellos que ocupan posiciones
hegemónicas, sino también por parte de los cuerpos subalternos, aquellos que
sufren de forma más directa las consecuencias de un régimen de poder. Nos da
miedo perder privilegios, o renunciar a lo poco que tenemos, tememos
reconocernos en lo abyecto. Pero lo supuestamente abyecto es mejor que la norma.
Sólo la transformación del deseo podrá movilizar una transición política.
Imagino que lo que estoy diciendo no genera un entusiasmo inmediato en las
masas, pero es preciso afrontar colectivamente las consecuencias de la herencia
necropolítica del patriarcado —si fuera un disco lo habrían llamado Expansive
shit—. Sólo la des-patriarcalización de la heterosexualidad permitirá
redistribuir las posiciones de poder, sólo la des-heterosexualización de las
relaciones haría posible la liberación no sólo de las mujeres, sino también y
paradójicamente, de los hombres. Entre tanto, que cada mujer tenga una pistola
y sepa usarla. No hay tiempo que perder. La revolución ya ha comenzado.
“La
heterosexualidad es peligrosa”, el polémico artículo del día contra la
violencia de género
"La
sexualidad es como las lenguas. Todos podemos aprender varias"
La
heterosexualidad no es peligrosa
Un artículo
de 'El País' dice que "la heterosexualidad es peligrosa" y pide que
"cada mujer tenga un arma"
Proposición de ley de Grupos
Parlamentarios del Congreso.
Proposición
de Ley contra la discriminación por orientación sexual, identidad o expresión
de género y características sexuales, y de igualdad social de lesbianas, gais,
bisexuales, transexuales, transgénero e intersexuales. (122/000097)
Presentado el 04/05/2017, calificado
el 08/05/2017
Autor:
Grupo Parlamentario Confederal de
Unidos Podemos-En Comú Podem-En Marea
ENMIENDAS E ÍNDICE DE ENMIENDAS AL
ARTICULADO
Proposición de Ley contra la
discriminación por orientación sexual, identidad o expresión de género y
características sexuales, y de igualdad social de lesbianas, gais, bisexuales,
transexuales, transgénero e intersexuales.
22 de marzo de 2018
Sobre el feminismo burgués y el
feminismo revolucionario
La señora
Clinton y su techo de cristal.
17 de
noviembre de 2016
La señora
Clinton y su techo de cemento: sobre la incongruencia del discurso liberal y
feminista posmoderno
17 de
noviembre de 2016
"Revolución
de color" en contra de Donald Trump. George Soros detrás de las protestas
anti-Trump.
21 de enero
de 2017
Desenmascarando
la moda de “las mareas feministas interclasistas”
La Marcha
Internacional de mujeres o la artera instrumentalización del feminismo
16 de junio
de 2018
Desenmascarando
el engendro del movimiento 15 M o Spanish Revolution. Las tides o mareas
ciudadanas de colores. Tercera parte.
Las señoras
de la guerra: Crítica del feminismo burgués y posmoderno
17 de junio
de 2018
Las mujeres
en la Libia pos-Gadafi: Bajo una abaya de silencio cómplice. De cómo se utiliza
la “identidad de género” para ocultar la “identidad de clase”.
22 de agosto
de 2018
De "New
York Times" a "Público": Las cocinas mediáticas del feminismo
'low cost'(Este feminismo burgués posmoderno es ciego a las clases sociales,
sólo ve identidades de género, raza, religión, nacionalidad u orientación
sexual.)
27 de
febrero de 2019
3 de abril de 2019
Un "género" que vende: "Feminismo" posmoderno contra
feminismo emancipador
4 de abril de 2019
La política "trans-queer", un caballo de Troya en los movimientos
de emancipación social
Extinction Rebellion: Cuando el capitalismo se viste de verde (vídeo). El
nuevo socialismo burgués o conservador.
Extinción planetaria, dominación ideológica y empobrecimiento de la clase
trabajadora con la transición ecológica o Green New Dea (Nuevo Acuerdo o Pacto
Verde)
Feminismo revolucionario
Feminismo
emancipador o revolucionario. Las mujeres revolucionarias de la clase
trabajadora contra el feminismo burgués. El origen del 8 de marzo, día
internacional de la mujer trabajadora.
15 de
junio de 2018
Rosa
Luxemburgo: Sufragio femenino y lucha de clases (1912), La mujer proletaria
(1914). Cuestión de táctica [Sobre Bélgica] 4 de abril 1902.
3 de abril de 2019
21 de septiembre de 2019
Marcha de
mujeres 2017/ 2017 Women's March
Lista de
lugares de marzo de mujeres 2017
España 695-8
Marcha de las Mujeres en Washington
Una
marcha global inicia este sábado un año clave para los derechos de las mujeres
La Women's March Global celebra su cuarta edición este 2020, fecha del 25
aniversario de la Declaración de Beijing en la que se celebrarán grandes
eventos para impulsar el progreso hacia la igualdad de género
18 ENE 2020
MARCHA DE
LAS MUJERES 2019
Marzo de
mujeres 2020
“Quiero
que los varones entiendan por qué estamos tan enojadas cuando salimos a la
calle”
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