Madonna o Hillary Clinton se venden como iconos feministas, y la revista Pronto saca en
portada al trío Letizia-Grisso-Quintana
Hace tiempo
que algunas voces discordantes venimos advirtiendo sobre los efectos
negativos que el abuso del término “género”, perpetrado por
las instancias políticas, mediáticas y académicas, podía tener en
la conciencia y la lucha feminista -la que considera que nuestra
emancipación va estrechamente unida a la de la clase trabajadora a la que
pertenecemos la mayoría de mujeres y de feministas. [1] Negativos
y perniciosos porque la manipulación a que ha sido sometido el concepto de
género durante las cuatro últimas décadas ha formado parte de la cooptación del
feminismo realizada por esas mismas instituciones para convertirlo en un
trampantojo reformista, individualista y no tan mal avenido con el capitalismo
(como ha ocurrido paralelamente con sindicatos y buena parte de la izquierda).
El concepto
de género surgió en los años 60 y 70 del seno de los estudios feministas que
se desarrollaron en las disciplinas de historia social, antropología
social y sociología, sobre todo. Con él se designaba el conjunto de
conductas, valores y espacios diferenciados atribuidos a los individuos en
función de su sexo y adquiridos durante el proceso de socialización. Es decir,
el concepto de género acotaba el carácter socialmente construido de los roles
sexuales, que en nuestro ámbito cultural dan lugar a dos géneros: femenino y
masculino.
Aquellos
fueron años muy fecundos en la investigación social, en los que tomó un impulso
sin precedentes el estudio de las causas de la subordinación femenina y los
mecanismos de su reproducción. Pero también los que vieron el arranque de un
nuevo ciclo de acumulación de capital (en respuesta a unas tasas decrecientes
de beneficio), que exigía el derribo del Estado Social (abriendo grietas con
ello en el Estado de Derecho y la propia concepción de la democracia burguesa).[2] El
objetivo era acabar con los derechos sociales que el movimiento obrero había
conseguido desde el final de la II guerra mundial. Bien claro lo
decía uno de los economistas ultra-liberales que tomaron el timón: “la
existencia de normas laborales es el origen de todos los males”. [3] Pero
para ello había que amoldar las conciencias a las nuevas condiciones. El posmodernismo llegó
para “dar sentido” a esa “transformación”. Con la perspectiva
que da el tiempo transcurrido, ya sabemos que la cacareada sociedad
pos-moderna traía a la pre-moderna oculta bajo el delantal; lo sabemos
sobre todo la clase trabajadora de todos los países del mundo.
El posmodernismo
en sus vertientes neocon y progre, y en sus múltiples facetas (pos-industrial,
pos-fordista, pos-estructuralista, pos-hegemónico, pos-capitalista,
pos-feminista, pos-marxista...), se cocinó, como todas las doctrinas, en
los departamentos universitarios. Y, como la academia, la política y
las empresas mediáticas son vasos comunicantes, a partir de los años 80, junto
a los mantras del “fin del trabajo” y el “fin
de las ideologías”, se esparcía por la biosfera la nueva
terminología emanada de sus think tanks: globalización,
liberalización, control del déficit, reformas estructurales, reconversiones
industriales, moderación salarial, flexibilización del mercado laboral,
cohesión social, inclusividad, transversalidad, emprendimiento, equidad,
sostenibilidad, empoderamiento…, calando de arriba a abajo todo el
tejido social. El término género fue incorporado a este neo-lenguaje.
En los
años 90 vemos ya perfectamente instalado y generosamente subvencionado
el pos-estructuralismo en las ciencias sociales y
humanidades. A
trazos gruesos, este marco teórico es un declarado enemigo de la
historia y del estudio de las estructuras sociales, los modos de relación
social en la producción y reproducción de la vida, a lo que despectivamente
llama “macro-relatos”; postula que no hay más
realidad que la que el lenguaje construye, y por tanto no hay sujetos
históricos (y menos de transformación social), sino discursos.
Haciendo tabla rasa de la tradición intelectual de los siglos XIX y XX, los
conversos al pos-estructuralismoo giro lingüístico arrinconaban
como inservibles o poco cool conceptos como producción,
dominación, desigualdad, explotación, subordinación, clases, conflicto, acción
colectiva, emancipación…, para poner el foco sobre lo individual y
lo simbólico (el otro, la diferencia, la identidad, la cultura, la
subjetividad...). Las conversas en los estudios feministas, consecuentemente,
dejaron de tomar como objeto de estudio a los colectivos de mujeres para
desviar toda la atención al género y las relaciones de género. Como el
lenguaje era lo importante, se convertía en el verdadero terreno de la
lucha. De ahí la insistencia en los desdoblamientos de género gramatical
(os-as, @, x,), llamado lenguaje inclusivo (no incluyente).
Para
entonces los estudios feministas en la universidad se habían convertido en
disciplina independiente, con organismos propios (asignaturas, cursos,
subdepartamentos, institutos...) aunque no tanto ya como estudios feministas,
sino como estudios de género o con “perspectiva de género”. Los años 90 vieron
la eclosión del género en los títulos de libros, artículos, ponencias... Como
panal de rica miel subvencionada, el género atrajo muchas moscas, se había
convertido en un género que se vendía muy bien, sobre todo bajo el ala del
llamado feminismo de la diferencia, que se imponía en los departamentos. Ya en
los 80 las académicas de esta corriente nos animaban a participar en una
ciencia sólo para mujeres. Durante el I Coloquio Internacional
sobre Concepto y realidad de los estudios feministas, celebrado en
Bruselas en 1987, se nos proponía pensar “desde lo femenino” y pensar
lo masculino y lo femenino “fuera de las ideologías” reconociendo la riqueza de
“nuestra diferencia”.[4] Esta fue la que impuso su lógica de poder
en las Jornadas Feministas celebradas en Granada en 1979, año en
que se rompió el movimiento. Su declaración política no dejaba
lugar a dudas: “No creemos en revoluciones del futuro (…) Sino que cada
día, cada momento, debemos imponer nuestro cambio y nuestra diferencia”.[5]
En la
alta política el género también se comía a las mujeres y al feminismo. El Forum
Internacional sobre la situación de las mujeres, celebrado en Nairobi en
1985, dejaba patente que en los ámbitos universitarios de casi todos
los países se estaban potenciando unos estudios sobre “el género”.
La IV Conferencia Mundial sobre la Mujer organizada por la ONU en 1995
en Pekín (o Beijín) ya no hablaba de “mujer y desarrollo” sino
de “género y desarrollo”. La Comisión
Europea definía la perspectiva de género en el documento de
1998 “100 palabras para la igualdad”. [6] A partir de los documentos
emanados de estas instituciones supranacionales, los diferentes organismos
oficiales que se crearon en estas décadas con el declarado objetivo de alcanzar la igualdad de género (Institutos,
concejalías, vocalías, etc. de la Mujer, más tarde de Igualdad) impulsaban el
desarrollo de investigaciones desde una “perspectiva de género” y
políticas, no ya feministas, sino de género o de igualdad.
Lo
mismo daba que al frente de estas instituciones estuviese Bibiana Aído o Ana Botella. El eufemístico género era menos problemático que
el término feminismo, que aún tenía fama de radical entre ciertas señoras de la
burguesía con aspiraciones de mando. En el género -o la igualdad, la
equidad o la cohesión social-, caben todas las sensibilidades políticas,
incluso las anti-feministas y anti-obreras, porque no ponen en
cuestión el horizonte político y económico en el que se inscriben las
instituciones que nominalmente trabajan por la igualdad. En la actualidad el término
feminismo, una vez pasado por el dry cleaning de las cátedras
de género, no hiere tantas sensibilidades, sobre todo desde que Madonna
o Hillary Clinton se venden como iconos feministas, y desde que la
revista Pronto saca en portada al trío Letizia-Grisso-Quintana como “Mujeres
en lucha para conseguir la igualdad”.[7]
Quizás
lo más lamentable sea que el trasiego del género por aulas, despachos y
oficinas de redacción acabó por convertirlo en sinónimo de mujeres. A casi
cualquier cosa relativa a nosotras se le comenzó a poner la etiqueta “género”,
algo que muchas no llegábamos a comprender e incluso resultaba ofensivo, como
denunciaba una lectora en un periódico gratuito: “El maltrato a la
mujer empieza ya cuando se nos trata de ‘género’ ¿Desde cuándo las mujeres
somos ‘género’, que es como suele denominarse, por ejemplo, a la mercancía de
un puesto de frutos secos?”.[8] Sin embargo, este uso se
filtraba acríticamente en los llamados medios alternativos, cuando se
preguntaba a un líder sindical si “trabaja desde la perspectiva de género”, y
se ponía el rótulo “Género” a las secciones relativas a las
mujeres o al movimiento feminista. Por si no estábamos suficientemente
cosificadas... Con ello no sólo alimentamos a la bestia, sino que caemos en
peligrosa metonimia: tomar a la parte por el todo al sustituir a las mujeres
por un atributo, el género, o al feminismo por uno de sus categorías de
análisis. Y, por esta misma lógica ¿los hombres no son género también?
En la
universidad es hoy común “ofertar” (porque estamos ya en un mercado)
asignaturas, jornadas, cursos de doctorado y másteres sobre la mujer, las
mujeres o el género. Esta ‘perspectiva de género’, liderada por
catedráticas y profesoras de distintas disciplinas, se ha transformado, en
muchos casos, en un auténtico grupo de presión, que, lejos de denunciar la
privatización y el deterioro de la universidad, se comporta igual que los
clubes masculinos a los que critica, favoreciendo la endogamia, el
amiguismo, las redes clientelares, y ninguneando los estudios –feministas o no–
que no giren en su órbita. Nada extraño. Es lo que prima en la
universidad. No somos diferentes: todas y todos salimos del mismo sitio.
A
las generaciones formadas en esta universidad pertenecen las
académicas-empresarias bien situadas que hoy se arrogan la representación del
Movimiento Feminista en este país y que promovieron la organización de
la pasada Huelga Feminista del 8 de Marzo. Íntimamente
asociadas al mundo político, ejerciendo como consejeras, consultoras y cargos
varios en fundaciones, patronatos y ONGD's, tienen sus altavoces en medios como
Público y eldiario.es, de cuyos grupos fundadores alguna forma parte. Influidas
por las corrientes posmodernas, su desconocimiento de la historia, incluso
de la del propio movimiento feminista, les permite descubrir
mediterráneos todos los días y rebautizarlos con nombres nuevos. Y, por
supuesto, no abandonan el confortable sillón del género, no ya sólo porque
aboguen por estudios de “impacto de género” para la M-30 de
Madrid, lo cual mueve a la risa; sino también porque siguen atrapadas en los
modelos esencialistas del género y de la diferencia. De ahí que quieran
“feminizar la política” o que tilden de “masculinas “o “femeninas” determinadas
conductas políticas.[9]
Otra
característica del academicismo burgués de que hacen
gala las que hablan por nosotras y en nombre del feminismo desde altas
tribunas, es el recurso a un lenguaje críptico, alambicando,
rayano en lo místico a veces, que sólo entiende la selecta minoría. Una de
las intelectuales de la presunta “nueva ola feminista”, nos explica que en la
última década “ha sido la centralidad del cuerpo la que ha llevado a
algunas feministas a poner en valor la experiencia del inacabamiento, la
finitud y la fragilidad; la de vivir inmersas en un nudo de relaciones
concretas que visibiliza nuestra inter/ecodependencia”. Las fuentes de
las que esta autora bebe y los objetivos a los que aspira no pueden estar más
claros:
- Primera ola del
feminismo,
- Segunda ola del
feminismo
- Segunda ola del feminismo en EEUU
- Tercera ola del feminismo
- Cuarta ola del feminismo
“Las
mujeres hemos comprendido que la lucha por acceder al poder y a la
riqueza en condiciones de igualdad, no podía desvincularse de nuestra
diferencia ni de un horizonte de emancipación en el que tuviera cabida
un nosotras plural. Y este discurso anclado en la subjetividad, nos
ha permitido subvertir los códigos culturales dominantes, situándonos más
cómodamente en un universo posthegemónico que en el de las
rígidas ideologías y los grandes relatos. Si hay algo que el feminismo ha
dejado claro es que no son los macrorrelatos los que hoy
motivan, movilizan y socializan”(énfasis mío). [10]
Evidentemente, no son los que motivan, movilizan y socializan a las mujeres de
su clase, a las que ocupan posiciones de poder, sea en la política, la
universidad o la empresa, y se sienten cómodas en este capitalismo una vez le
hayan lavado el rostro para que parezca humano. Son, sin embargo, esos “grandes
relatos” los que motivaron y movilizaron a millones de mujeres en los
siglos pasados, y nos siguen motivando a muchas hoy también. No
olvidemos que las alicortas políticas actuales de igualdad no habrían sido
posibles sin el gran ausente en todo este discurso liberal del género: el Movimiento
Feminista que, en el período tardofranquista y durante la llamada
Transición, fue capaz de una notable movilización y sensibilización social. Si
entró en una posterior fase recesiva fue debido al rodillo del feminismo
burgués posmoderno que nos invitaba a mirarnos el ombligo.
El
concepto de género o, mejor, de los géneros, es válido si se utiliza bien. Vaya
por delante que hay obras merecidamente rescatables que se han hecho desde los
llamados “estudios de género”. Lo que no deberíamos seguir consintiendo es su
uso como significante de mujeres o de feminismo, o como puerta de entrada a
ideologías que no aspiran a la igualdad entre todas las mujeres y todos los
hombres, sino, como mucho, a la igualdad entre las mujeres y los hombres de aquellas
clases que ostentan el poder político, económico y académico. Debemos oponemos
a la naturalización que el uso indiscriminado del término género imprime en los
roles sexuales, porque son precisamente los corsés de género, que nos oprimen y
ahogan, de lo que tenemos que librarnos mujeres y hombres para avanzar en la
igualdad real. Rescatemos nuestro lenguaje, que es parte de nuestra memoria,
para reforzar la lucha contra todas las opresiones. Saquemos la teoría y la
práctica feminista de las universidades, organizando grupos de formación,
estudio e investigación en nuestras asociaciones y reuniones periódicas de
intercambio. Con más motivo ahora que la universidad va a marchas forzadas
convirtiéndose en una empresa elitista de la que quedará totalmente excluida la
clase trabajadora.
Notas
y referencias bibliográficas:
[1] Para no extenderme, pongo sólo
un ejemplo de disidencia: María Jesús Izquierdo, “Uso y Abuso del Concepto de Género”, en Mercedes Vilanova (comp.): Pensar las Diferencias (Universitat de
Barcelona/Institut Català de la Dona, 1994), pp. 31-54.
PENSAR
LAS DIFERENCIAS
Uso y Abuso del Concepto de Género. María Jesús Izquierdo
[2] Un buen análisis, en Carlos
de Cabo Martín, La Crisis del Estado Social (Madrid: PPU, 1986).
[3] Palabras de Gary Becker en la
conferencia El Futuro del Capitalismo celebrada en Madrid en 1993: El País,
viernes 11 de junio de 1993.
[4] Lo cuenta Lourdes Méndez en
“Reflexiones sobre la poco común producción de las pequeñas mujeres”, en J.
Prat, U. Martínez, J. Contreras e I. Moreno (eds.), Antropología de los pueblos
de España (Madrid: Taurus, 1991, pp. 700-709.
[5] La autora del manifiesto, Gretel Amman, pertenecía al grupo Amazonas, que preconizaba el
separatismo lesbiano. Está reproducido en Laberint, 25, 1995, accesible en PDF.
Comienza con una crítica al uso en el análisis feminista de las herramientas
conceptuales del marxismo, del que hace una descripción vulgar y reduccionista,
como es habitual en los textos posmodernos orientados a apuntalar el orden
social existente.
[6] Véase Lourdes Méndez, “Una
connivencia implícita: “perspectiva de género”, “empoderamiento” y feminismo
institucional”, en R. Andrieu y C. Mozo (coords),
Antropología Feminista y/o Género. Legitimidad, poder y usos políticos,
(Sevilla: El Monte, 2005), pp. 203-226.
[7] Véase Pronto (la revista más vendida
de España), 17 marzo 2018, nº 2393.
[8] ADN, jueves 10 enero 2008. Cartas a
la redacción: “Las mujeres no somos un género” (Graciela Razzano, Barcelona).
[9] Hasta entre ellas mismas se
reconoce el absurdo de este planteamiento: http://blogs.publico.es/econonuestra/2017/11/11/retomando-el-debate-sobre-feminizar-la-politica/
.
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La Marcha
Internacional de mujeres o la artera instrumentalización del feminismo
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junio de 2018
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Desenmascarando el engendro del movimiento 15 M o Spanish Revolution. Las
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Un
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El 8 de
marzo: un día que no puede ser de todas las mujeres
Rosa Luxemburgo: Sufragio femenino y lucha de clases (1912), La mujer
proletaria (1914). Cuestión de táctica [Sobre Bélgica] 4 de abril 1902
Feminismo
emancipador o revolucionario. Las mujeres revolucionarias de la clase
trabajadora contra el feminismo burgués. El origen del 8 de marzo, día
internacional de la mujer trabajadora.
15 de
junio de 2018
De "New
York Times" a "Público": Las cocinas mediáticas del feminismo
'low cost'(Este feminismo burgués posmoderno es ciego a las clases sociales,
sólo ve identidades de género, raza, religión, nacionalidad u orientación
sexual.)
27 de
febrero de 2019
Las mujeres
en la Libia pos-Gadafi: Bajo una abaya de silencio cómplice. De cómo se utiliza
la “identidad de género” para ocultar la “identidad de clase”.
22 de
agosto de 2018
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Clinton y su techo de cristal.
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Barahona 17 de noviembre de 2016
La señora
Clinton y su techo de cemento: sobre la incongruencia del discurso liberal y
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Tita
Barahona. 17 de noviembre de 2016
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