Índice:
Acciones de
masas y revolución
- Introducción
- 1. El poder de la burguesía y el
poder del proletariado
- 2. La conquista del poder político
- 3. La acción de masas
- 4. La lucha contra la guerra
- Notas
El
desarrollo político y social de los últimos años ha llevado cada vez más a un
primer plano el problema de las acciones de masas. A partir de las enseñanzas
de la revolución rusa, aquellas fueron reconocidas teóricamente por el partido
en 1905 como método en la lucha de clases; durante la campaña por el derecho al
voto en Prusia en 1908 y 1910, irrumpen por primera vez en forma imponente y
desde entonces, salvo temporales recesos por las necesidades de la campaña
electoral, son objeto de intensos debates y polémicas. Este desarrollo no es
casual. Por un lado es la consecuencia de la fuerza creciente del proletariado
y por otro el resultado necesario de las nuevas formas del capitalismo que
nosotros denominamos imperialismo.
Las causas
del imperialismo y de las fuerzas que lo impulsan no necesitan preocuparnos en
este lugar; simplemente describimos su presencia y sus efectos: la política de
dominación del mundo, la carrera armamentista -en especial la construcción de
flotas de guerra-, las conquistas coloniales, la creciente presión de los
impuestos, el peligro de guerra, el creciente espíritu de violencia y la
prepotencia de clase de la burguesía, la reacción interna, el freno a las
reformas sociales, la organización de los empresarios, las trabas a la lucha
sindical, la carestía. Todo esto lleva a la clase trabajadora a nuevas
posiciones de combate. Antes se podía entregar, de vez en cuando, al menos, a
la ilusión de progresar lenta pero constantemente en lo sindical a través del
mejoramiento de las condiciones de trabajo v en lo político por medio de
reformas sociales y la ampliación ¿e sus derechos políticos. Ahora debe poner
en tensión todas sus fuerzas para no ser despojada de los niveles de vida y los
derechos ya conquistados. Su ofensiva se ha transformado ante todo en
defensiva. De tal manera la lucha de clases se torna más aguda y
generalizada; en lugar de la esperanza en lograr una situación mejor, la fuerza
impulsora de la lucha es, cada vez más, la amarga necesidad de defenderse ante
el deterioro de sus condiciones de vida. El imperialismo amenaza a las masas
populares con nuevos peligros y catástrofes -tanto a la pequeña burguesía como
a los trabajadores- y los empuja a la resistencia; los impuestos, la carestía,
el peligro de guerra, vuelven imprescindible una defensa encarnizada. Pero
estas calamidades sólo en parte tienen su origen en resoluciones parlamentarias
y por tanto sólo parcialmente pueden ser combatidas en el parlamento. Las masas
mismas deben hacer acto de presencia, hacerse valer en forma directa y ejercer
presión sobre la clase dominante. Y a ese deber se agrega el poder resultante
de la fuerza creciente del proletariado; entre la impotencia del parlamento y
de nuestra fracción en él para combatir estos peligros, surge una contradicción
cada vez más profunda con la creciente conciencia de poder de la clase
trabajadora. De ahí que sean las acciones de masas una consecuencia natural del
desarrollo imperialista del capitalismo moderno y se transformen cada vez más
en formas necesarias de lucha contra el mismo.
El
imperialismo y las acciones de masas son hechos nuevos que sólo paulatinamente
han de ser elaborados teóricamente y comprendidos en su significación y su
esencia. Esto se hará posible sólo a través de la polémica partidaria que en
los últimos años se ha estado ocupando intensamente de ellos. Estos hechos
traen un cambio en el pensar y el sentir, una nueva orientación de los
espíritus, que va más allá de la contraposición -surgida ante todo de la
táctica de lucha parlamentaria- entre radicalismo y revisionismo. Estas
polémicas separan momentáneamente o para siempre a aquellos que hasta ahora han
estado unidos en la lucha y no eran conscientes de que existiera alguna
divergencia. Estas polémicas aparecen entonces como lamentables y penosos
malentendidos, por lo que las discusiones asumen una especial dureza. Tanto más
necesario resulta, para aclarar las diferencias, referirse a los fundamentos de
las tácticas de lucha del proletariado. Posteriormente polemizaremos con dos
artículos de Kautsky del año anterior.
El poder
estatal es el órgano de la sociedad que ejerce potestad sobre el derecho y la
ley. El poder político, el control del poder estatal, debe ser en consecuencia
el objetivo de toda clase revolucionaria. La conquista del poder político es la
condición previa para el socialismo. La burguesía posee actualmente el poder
del estado y lo utiliza para dar forma y estabilidad al derecho y la ley al
servicio de sus intereses capitalistas. Ella, sin embargo, se va transformando
en una minoría que además, y en grado creciente, pierde su significación e
importancia en relación al proceso de producción. La clase trabajadora, en cuyas
manos reside la más importante función económica, conforma una mayoría siempre
creciente dentro de la población; en esto descansa la certeza de que ha de ser
capaz de conquistar el poder político. Pero se trata de observar más de cerca
las condiciones y métodos de su revolución política. ¿Por qué la clase
trabajadora a pesar de superar a la burguesía en cantidad e importancia
económica, no ha podido aún conquistar el poder? ¿Cómo es posible que casi
siempre en la historia de la civilización, una minoría explotadora haya podido
dominar a la gran masa del pueblo explotado? Esto es así porque influyen muchos
otros factores de poder.
El primero de estos factores de poder es
la superioridad espiritual de la minoría dominante. Como clase
que vive de la plusvalía y que tiene el control de la producción en sus manos,
ella dispone de la formación espiritual, de todas las ciencias; con una
perspicacia que abarca a toda la sociedad ella sabe -aunque, se encuentre gravemente
amenazada por las masas en rebelión cómo encontrar nuevas formas de salvarse. A
veces, mediante su autoconciencia y una gran perseverancia y otras, mediante la
traición, consiguen embaucar a las masas ingenuas. La historia de cada rebelión
de esclavos en la antigüedad, de cada guerra campesina en el medioevo, nos
ofrece ejemplos de esto. El poder del espíritu es la más poderosa fuerza de
este mundo. En la sociedad burguesa,
donde una cierta formación espiritual es patrimonio común de todas las clases,
en lugar del monopolio de la educación por la clase dominante, se da el dominio
espiritual sobre la masa del pueblo. A través de la escuela, la iglesia, la
prensa burguesa, amplias capas del proletariado son envenenadas con
concepciones burguesas. La dependencia espiritual de la burguesía es una de las
causas principales de la debilidad del proletariado.
El segundo factor de poder de la clase
dominante y el más importante reside en su rigurosa y firme organización. Un
pequeño número bien organizado es siempre más fuerte que una masa numerosa y
desorganizada. Esa organización
de la clase dominante es el poder del estado. Ella aparece como la
totalidad de los empleados estatales que, distribuídos por todas partes como
autoridad entre la masa del pueblo,
son dirigidos desde la sede central del gobiemo en un sentido determinado. La
voluntad unitaria que emana de la cúpula, conforma la fuerza interior y la
esencia de esta organización. De allí se deriva una poderosa supremacía moral
que se manifiesta en la autoconciencia de sus actos frente a la masa
desarticulada, en la que cada individuo quiere algo distinto. Ella configura al
mismo tiempo un gigantesco pulpo que con sus finos tentáculos manejados desde
el cerebro central, penetra en cada rincón del país; es un organismo compacto
ante el cual los demás individuos, sean ellos tan numerosos como se quiera, son
sólo débiles partículas. Todo individuo con obediencia que no se adapte es
automátícamente aferrado y aplastado por este artístico mecanismo; y la conciencia
de esta situación mantiene a la masa a respetuosa distancia.
Si surge
entonces un gesto de rebelión entre las masas y desaparece el respeto por las
altas autoridades, si se unifican las partículas en la creencia de que van a
terminar fácilmente con un par de molestos empleados estatales, ya tiene el
estado para tal eventualidad medios de represión más poderosos: la policía y el
ejército. También ellos son minorías, pequeños grupos, pero provistos de armas
mortíferas y fundidos -por medio de una rigurosa disciplina militar- en cuerpos
estables e inatacables que accionan como máquinas automáticas en manos de
quienes las comandan. Contra su poder, la masa está indefensa, aun si ésta
intenta armarse.
Una clase
que surge puede conquistar y retener el poder del estado en razón de su
importancia económica y su poderío; así lo hizo la burguesía como dirigente de
la producción capitalista y poseedora del dinero. Sin embargo, a medida que su
función económica se hace superflua y se degrada a la condición de clase parasitaria,
en igual proporción desaparece ese factor de su poder. Entonces pierde también
su prestigio y su superioridad espiritual, y, finalmente, sólo le queda, como
base de su dominación, el control del poder del estado con todos sus
instrumentos represivos. Si el proletariado quiere conquistar el poder, debe
derrotar al poder del estado, la fortaleza en la cual la clase dominante se ha
atrincherado. La lucha del proletariado no es simplemente una lucha contra la
burguesía por el poder del estado como objetivo, sino una lucha contra el poder
estatal. El problema de la revolución social, se puede sintetizar diciendo que
se trata de hacer crecer el poder del proletariado a tal punto que éste supere
al poder del estado. Y el contenido de esa revolución es la destrucción
y liquidación de los instrumentos de poder del estado usando los
instrumentos de poder del proletariado.
El poder del
proletariado consiste primero, en un factor independiente de nuestro accionar
al que ya antes se hizo alusión: su número y su significación económica, ambos
en constante crecimiento a causa del desarrollo económico y que hacen de la
clase trabajadora, en grado cada vez mayor, la clase social determinante. Junto
a este factor se encuentran otros dos grandes factores de poder cuyo
crecimiento es la finalidad de todo el movimiento obrero: conocimiento y
organización. El conocimiento es, en su forma primera y más simple,
conciencia de clase que, poco a poco, crece hacia la clara comprensión de la
esencia de la lucha política y de la lucha de clases en general, y de la
naturaleza del desarrollo capitalista. A través de su conciencia de clase, el
trabajador se libera de la dependencia espiritual de la burguesía; mediante el
conocimiento político y social se quiebra la supremacía espiritual de la clase
dominante.
La
organización es la fusión de los individuos, antes dispersos, en una unidad. En
la dispersión, la voluntad de cada uno tiene una dirección independiente de la
de todos los demás, mientras que la organización significa unidad, la misma
dirección para las voluntades individuales. Mientras las fuerzas de los átomos
individuales estén dirigidas en todas direcciones, se habrán de anular
mutuamente y el efecto del conjunto será igual a cero; si todas esas fuerzas,
en cambio, son dirigidas en la misma dirección, la masa en su conjunto
presionará tras esa fuerza, tras esa voluntad conjunta. La argamasa que
mantiene unidos a esos individuos y los obliga a caminar juntos es la
disciplina, ella hace que cada uno determine su actuar, no por sus ideas,
inclinaciones o intereses particulares, sino por la voluntad y el interés de la
totalidad. La costumbre de subordinar la actividad individual a un todo en la
organización de las grandes fábricas, crea en el proletariado moderno las condiciones
previas para tales organizaciones. La práctica de la lucha de clases las va
construyendo, las hace cada vez más amplias y su estabilidad interna y
disciplina se vuelven cada vez más firmes. La organización es el arma más
poderosa del proletariado. El enorme poder que posee la minoría dominante por
su firme organización, sólo podrá ser derrotado con la fuerza aún mayor de la
organización de la mayoría. El constante crecimiento de esos factores:
significación económica, conocimiento y organización, hace crecer el poder del
proletariado por encima del de la clase dominante[1*].
Recién entonces están dadas las condiciones previas para la revolución social. Aquí
se pone finalmente en claro en qué sentido, la vieja idea de una rápida
conquista del poder político por una minoría fue una ilusión. Esa posibilidad
no debe ser descartada apriorísticamente ya que podría, mediante un poderoso
empujón, provocar un formidable salto en el desarrollo social. Pero la esencia
de la revolución es por cierto, algo muy distinto, la revolución es la
conclusión de un proceso de profunda transformación que cambia totalmente el
carácter y la esencia de las masas populares explotadas. De un montón de
individuos dispersos que eran antes, que obedecían sólo a sus intereses
particulares, se transforman en un sólido ejército de combatientes lúcidos que
se dejan guiar por intereses comunes. Antes impotentes, obedientes, una masa
inerte frente al poder consciente y organizado de la burguesía que la moviliza
para sus propios fines, se transforma en una humanidad organizada, capaz de
determinar la propia suerte con voluntad consciente y enfrentarse porfiadamente
a los viejos dominadores. De la pasividad pasa a la acción, deviene un
organismo con vida, con una unidad y una articulación autogeneradas con
conciencia y órganos propios. La destrucción del dominio del capital tiene como
condición fundamental que la masa del pueblo esté firmemente organizada y plena
de espíritu socialista; si esta condición ha sido llenada en medida suficiente,
el dominio del capital será entonces imposible. Ese surgir de las masas, su
organización y su toma de conciencia, conforman ya lo esencial, la médula del
socialismo. El dominio del estado capitalista, que intenta con su violencia
estatal frenar el libre desarrollo del nuevo organismo viviente, se transforma
cada vez más en una envoltura muerta, como la cáscara que rodea al pájaro
dispuesto a nacer y como ésta, necesariamente será destruido. Es probable que
esta destrucción, la conquista del poder, signifique un enorme esfuerzo de
trabajo y de lucha: pero lo esencial, lo decisivo, su condición previa y
fundamento es el crecimiento del organismo proletario, la formación del poder
de la clase trabajadora, necesario para el triunfo.
La ilusión
de que la conquista del poder es posible a través del parlamento se apoya
básicamente en la idea de que el parlamento elegido por el pueblo es el órgano
legislativo principal. Si el parlamentarismo y la democracia dominaran,
si el parlamento controlara la totalidad del poder del estado y la mayoría
popular controlara al parlamento, seria la lucha electoral el camino directo
para la conquista del poder político -es decir la conquista paulatina de las
mayorías populares mediante la práctica parlamentaria, el esclarecimiento de
las conciencias y la puja electoral.
Pero tales
condiciones faltan, no se encuentran en ningún lado y menos en Alemania. Tienen
que ser creadas por las luchas constitucionales y sobre todo por medio de la
conquista del derecho al voto democrático. En su aspecto formal la conquista
del poder político tiene dos momentos: primero, la creación de las bases
constitucionales, la conquista para las masas de los derechos políticos
fundamentales y, segundo, la utilización correcta de esos derechos: ganar a las
masas populares para el socialismo. Donde la democracia ya está dada, el
segundo momento es el más importante; en cambio, donde las grandes masas ya han
sido ganadas para el socialismo pero faltan los derechos, como es el caso aquí
en Alemania, el peso de gravedad de la lucha por el poder se centra no en la
lucha por medio de los derechos existentes, sino en la
lucha por la conquista de los derechos políticos.
Naturalmente,
estas relaciones no están dadas aquí por casualidad; la falta de bases
constitucionales para un poder popular en un país con un movimiento obrero
altamente desarrollado es la forma necesaria para la dominación del capital.
Indica claramente que el poder efectivo se encuentra en manos de la clase
propietaria.
Mientras ese
poder se encuentre inquebrantado, la burguesía no nos va a ofrecer los medios
formales para desalojarla pacíficamente. Ella debe ser golpeada, su
poder debe ser quebrado. La constitución expresa la relación de poder entre
las clases; pero tal poder debe ser puesto a prueba en la lucha. Un cambio en
el trazado de los límites de los derechos constitucionales dentro de los cuales
se mueven las clases es sólo posible cuando los medios de poder de las clases
en lucha se confrontan y se miden. Lo que desde el punto de vista formal se
presenta como una lucha por los más importantes derechos políticos es, en
realidad un choque frontal de todo el poder de ambas clases, una lucha con sus
más poderosas armas, en la cual buscan debilitarse y finalmente aniquilarse
mutuamente. La lucha puede acarrear alternativamente victorias y derrotas,
concesiones v períodos de reacción. El final llegará solamente cuando uno de
los adversarios en lucha se encuentre totalmente vencido, cuando sus
instrumentos de poder estén destruídos y el poder político se encuentre en
manos del vencedor.
Hasta el
momento ninguna de las clases ha empleado en los combates sus armas más
poderosas. La clase dominante no ha podido nunca, para su disgusto, emplear su
arma más poderosa en la lucha parlamentaria, el poder militar, y tiene que
observar impotente, sin poderlo evitar, cómo el proletariado acrecienta su
poder constantemente. En ello reside el significado histórico del método de
lucha parlamentario durante la época en la cual, el proletariado, aún débil, se
encontraba en la fase de su primer crecimiento. Pero tampoco el proletariado ha
utilizado todavía sus más poderosos instrumentos de lucha. Sólo entraron en
acción su número y su comprensión'política, pero ni su importancia en el
proceso productivo ni el poder enorme de su organización -que fue utilizado
sólo en la lucha sindical, no en la lucha política contra el estado- tuvieron
intervención en la lucha. Hasta el momento, las luchas ocurridas han sido sólo
escaramuzas de grupos de avanzada, la fuerza principal de ambas partes quedó en
reserva. En las próximas batallas por el poder usarán ambas clases sus armas
más afiladas, sus medios más poderosos: sin que estas se midan en
combate es imposible un desplazamiento decisivo de las relaciones
de poder. La clase dominante intentará, con sangrienta violencia, destrozar
al movimiento obrero. El proletariado recurrirá a las acciones de masas, desde
las formas más simples de las asambleas hasta las manifestaciones callejeras v
Llegará así a la forma más poderosa: la huelga general.
Esas
acciones de masas suponen un fuerte crecimiento en la fuerza del proletariado.
Son posibles a un alto nivel de desarrollo pues plantean exigencias a las
cualidades espirituales y morales, al saber y la disciplina de los
trabajadores, que sólo pueden ser el fruto de largas luchas políticas y
sindicales. Si se han de realizar acciones de masas con éxito, los trabajadores
deben disponer de tanta comprensión política y social que ellos mismos sean
capaces de poder reconocer y juzgar las condiciones previas, los efectos, los
peligros de tales luchas; la conveniencia de iniciación o de su interrupción.
Cuando la clase dominante utiliza sin contemplaciones sus medios de represión, prohíbe
las publicaciones y las reuniones, detiene a los líderes combatientes, impide
la comunicación regular entre los trabajadores, los intimida con estados de
sitio, los desanima con noticias falsas, entonces, la continuación de la lucha
y la posibilidad del éxito dependen exclusivamente de la claridad de visión del
proletariado, de su confianza en sí mismo, de su solidaridad y entusiasmo por
la gran causa común. El poder del estado burgués con su violencia autoritaria y
la fuerza de las virtudes revolucionarias de las masas rebeldes de trabajadores
se miden entonces mutuamente para comprobar cuál de los dos se revela el más
fuerte.
Nosotros
debemos estar preparados a que el estado no retroceda ante estas medidas de
fuerza. Sea en la ofensiva o en la defensiva, el proletariado quiere siempre
cuando recurre a esas armas ejercer presión sobre el estado, influirlo, ejercer
sobre él una presión moral, doblegarlo bajo su voluntad. La posibilidad de que
esto ocurra se basa en el hecho de que el poder del estado depende en grado
sumo del ininterrumpido funcionamiento de la vida economica. Si el
funcionamiento regular del proceso de producción se altera a causa de huelgas
masivas, imprevistamente se le plantean al estado problemas extraordinarios a
resolver. El estado debe restablecer "el orden", pero, ¿cómo? Puede
quizás impedir que la masa haga manifestaciones, pero no la puede obligar a
volver al trabajo; puede cuanto más intentar desmoralizaría. Si las autoridades
frente a las nuevas tareas pierden la cabeza, presionadas por el miedo y la
angustia de la clase poseedora que les exige proceder enérgicamente o bien
conceder si les falta esa voluntad unitaria, es señal de que la fuerza interior
del estado, su autoconfianza, su autoridad, la fuente misma de su poder ha sido
afectada. La situación se empeora si se suman huelgas del transporte que
interrumpen las comunicaciones de las a utoridades locales con el poder central
y por tanto desarticulan los eslabones de toda la orfanización, despedazan los
tentáculos del pulpo que se contraen impotentes, como ocurrió durante las
huelgas de octubre en la revolución rusa.
A veces el
gobiemo utilizará la violencia y su eficacia dependerá entonces de la decisión
del proletariado. Otras veces tratará de apaciguar a las masas con concesiones
y promesas, en tal caso, la lucha de las masas habrá llevado a un triunfo total
o parcial. Por supuesto, la historia no termina allí. Una vez conquistado un
derecho importante puede iniciarse un período de tranquilidad durante el cual
la reciente conquista será utilizada hasta el límite máximo de sus
posibilidades. Pero, tarde o temprano, la lucha tiene que estallar nuevamente,
el gobiemo no puede conceder tranquilamente derechos que otorguen a las masas
posiciones de poder decisivas y si lo hace intentará luego recuperarlos, de
otro modo las masas no se detendrán hasta tener en sus manos la llave del poder
estatal. La lucha, por lo tanto, se desencadena siempre de nuevo y
contrapuestas las fuerzas de una y otra organización el poder estatal debe
someterse reiteradamente a la acción disociante de las acciones de masas. La
lucha se detiene recién cuando la organización del estado ha sido totalmente
destruida. La organización de la mayoría habrá demostrado entonces su
superioridad destruyendo la organización de la minoría dominante.
Este
objetivo, sin embargo, podrá ser alcanzado sólo si las luchas de las masas
influyen profundamente y transforman al proletariado mismo. En la misma forma
que las luchas políticas y sindicales libradas hasta el momento, aquellas
acrecientan la fuerza del proletariado en una forma mucho más amplia, poderosa
y profunda. Cuando aparecen acciones de masas que estremecen profundamente la
vida social en su conjunto, todos los espíritus son sacudidos; el paso veloz de
los acontecimientos es seguido con atención y expectativa aún por aquellos que
se contentan sólo con poner una boleta electoral cada cinco años. Y los que
participan, obligados a concentrar todos sus sentidos con la máxima intensidad
en la situación política que determina su conducta, agudizan en tales épocas de
crisis política su visión política en pocos días más de lo que pudieron avanzar
en años. La práctica de estas luchas a través de las experiencias de triunfo y
derrota genera los instrumentos necesarios para satisfacer sus propias
exigencias. Con el desarrollo de las luchas crece la madurez del proletariado
que sale de ellas capacitado para los próximos y más difíciles combates.
Esto es
válido no sólo para la comprensión política sino también para la organización.
Sin embargo hay quienes afirman lo contrario. Existe en muchos el temor de que
en estas peligrosas luchas, el más importante instrumento del proletariado, su
organización, pueda ser destruido. Sobre todo en este razonamiento se basa el
rechazo a la huelga general por parte de aquellos cuya actividad se centra en
la conducción de las grandes organizaciones proletarias. Temen que en un choque
entre la organización proletaria y la organización del estado, la primera, por
ser la más débil, habrá de salir necesariamente perdedora. El estado tiene el
poder de disolver las organizaciones de los trabajadores que tuvieran la
insolencia de iniciar la lucha contra el mismo. Puede destituir su actividad, intervenir
sus fondos, encarcelar a sus dirigentes y no se detendrá, seguramente, por
consideraciones jurídicas o morales. Pero tales actos de violencia no lo
ayudarán demasiado. El estado puede destrozar con ellos la forma externa de las
organizaciones obreras, pero no puede afectar la esencia misma de éstas. La
organización del proletariado, que nosotros calificamos como su más importante
instrumento de poder, no debe ser confundida con la forma de las organizaciones
y asociaciones actuales, que son la expresión de aquella dentro de los marcos
aún firmes, del orden burgués. La esencia de esa organización es algo
espiritual, la transformación del carácter de los proletarios.
Puede ser que la clase dominante, aplicando sin escrúpulos la violencia de sus
leyes y su policía, consiga destruir aparentemente a la organización: no por
eso los trabajadores volverán de pronto a transformarse en los individuos
atomizados de antes, que sólo eran movidos por un estado de ánimo transitorio o
por sus intereses particulares. Permanecerán en ellos, más vivos que nunca, el
mismo espíritu, la misma disciplina, la misma coherencia, la misma solidaridad,
la misma costumbre de una acción organizada, y ese espíritu ha de ser capaz de
crearse nuevas formas de actividad. Puede que un acto de violencia semejante
golpee duramente pero la fuerza esencial del proletariado
sería afectada tan poco como las leyes antisocialistas afectaron al socialismo,
aunque impidieran las formas regulares de asociación y agitación.
A la
inversa, la organización se fortalece al grado máximo a través de las luchas de
masas. Cientos de miles de trabajadores que se mantienen hoy día alejados de
nosotros por indiferencia, por temor o por falta de fe en nuestra causa, serán
sacudidos y se incorporarán a las luchas. Mientras que en el lento transcurrir
de la historia de las luchas cotidianas las diferencias ideológicas juegan un
papel importante y dividen a los trabajadores, en épocas revolucionarias,
cuando la lucha se agudiza al máximo y exige rápidas decisiones, se abre camino
irresistiblemente el sentimiento de clase; si no ocurre de inmediato, tanto más
seguro surgirá posteriormente. Y al mismo tiempo crecerá la solidez interna de
la organización y la disciplina puesta a prueba por las exigencias de tan duras
luchas adquirirá la firmeza del acero pues ella debe fortificarse. En el
transcurso de estas luchas, la fuerza del proletariado, aún insuficiente,
crecerá lo necesario para ejercer su dominio en la sociedad. Sin embargo, ¿la
clase dominante no estará en condiciones, utilizando sus medios de combate más
poderosos, la violencia más sangrienta, de someter a los trabajadores en
semejantes luchas de masas a una segura derrota? Las manifestaciones por el
derecho del voto en la primavera de 1910, han demostrado que la clase no
retrocede ante la utilización de tal violencia. Por el contrario se ha visto
que la espada del policía es impotente contra una masa popular decidida. La
violencia puede caer duramente sobre alguna persona en particular, pero el
objetivo de esa violencia, atemorizar a la masa para hacerla desistir de su
proyecto -realizar la manifestación- no es alcanzado frente a la decisión, el
entusiasmo, la disciplina de esa masa de cientos de miles de personas. Muy
distinto es ciertamente, cuando se lanza a los militares contra la masa del
pueblo: bajo los disparos de destacamentos fuertemente armados, una masa
popular no puede realizar su demostración. Sin embargo, ésto en nada ayuda a la
clase dominante. El ejército está constituido por los hijos del pueblo y, en
medida creciente, por jóvenes proletarios que ya traen de sus propios hogares
algo de conciencia de clase. Esto no significa que hayan de fracasar de
inmediato corno arma en manos de la burguesía -la férrea disciplina ha de
desplazar automáticamente toda otra consideración. Sin embargo, lo que ya para
los antíguos ejércitos mercenarios era válido, -que no se dejaban utilizar a la
larga contra el pueblo-, es mucho más efectivo para los modernos ejércitos de
reclutas. La más férrea disciplina no resiste durante mucho tiempo una
utilización semejante. Nada deteriora con más seguridad la disciplina como la
pretensión, llevada un par de veces a la práctica, de disparar contra el
pueblo, contra sus propios hermanos de clase cuando éstos sólo desean reunirse
y desfilar pacíficamente. Justamente para mantener incólume la disciplina del
ejército en el caso de una revolución, el gobierno de la oligarquía
terrateniente de Alemania ha evitado en lo posible utilizar a los militares en
caso de huelgas. Esto es inteligente pero tampoco es una solución. Los
reaccionarios que siempre están azuzando para una "solución militar"
del problema obrero, no imaginan que de tal manera no hacen otra cosa que
acelerar su propia destrucción. Si el gobiemo se ve obligado a utilizar a los
militares contra acciones de masas del proletariado, esa arma pierde
progresivamente su fuerza de cohesión. Es como una espada reluciente que impone
respeto y puede producir heridas pero tan pronto como es utilizada, comienza a
hacerse inútil. Y si la clase dominante pierde ese arma, pierde su último y más
poderoso instrumento de fuerza y queda indefensa.
La
revolución social es el proceso de disolución paulatina de todos los medios de
poder de la clase dominante, especialmente del estado; el proceso de continuo
crecimiento del poder del proletariado hasta su máxima plenitud. Al comienzo de
tal período, el proletariado debe haber alcanzado un alto grado de comprensión
y conciencia de clase, poder espiritual y sólida organización para estar
capacitado en los difíciles combates que le esperan, pero, con todo esto es aún
insuficiente. El prestigio del estado y de la clase dominante están quebrados
ante las masas que los reconocen como sus enemigos, pero el poder material se
mantiene incólume. Al fin del proceso revolucionario, nada queda de ese poder.
El pueblo trabajador en su totalidad está allí presente como masa altamente
organizada decidiendo su suerte con clara conciencia y capacitado para gobernar
puede pasar a continuación a tomar en sus manos la organizacion de la
producción.
En la Neue
Zeít del 13 al 27 de octubre, el camarada Kautsky investiga en una
serie de artículos "La acción de masa", las formas,
condiciones y efectos de las acciones de grandes masas populares. Si bien esos
artículos han aparecido porque en los últimos años se habla cada vez más en el
partido de las acciones de masas, es necesario acotar desde un comienzo que el
planteamiento mismo de la cuestión no corresponde al problema real que se da en
la práctica. Kautsky subrava que, naturalmente, él no entiende bajo el concepto
de acción de masas el hecho de que las acciones de la clase obrera organizada
se hagan automáticamente más masivas a través del crecimiento de sus
organizaciones, sino la aparición de grandes masas populares desorganizadas, a
veces reuniéndose y luego separándose: "Aunque se compruebe que
las acciones políticas y económicas toman cada vez más el carácter de acciones
de masas, no está demostrado que ese modo especial de acción de masa que se
designa sumariamente como acción de calle, esté llamado a jugar también un
papel siempre más importante". Para Kautsky existen entonces dos
formas de acción, que son en extremo diferentes. Por un lado las formas de
lucha laboral hasta ahora conocidas en la cual un pequeño grupo del pueblo, los
trabajadores organizados, que significan cuanto más un décimo del total de la
masa desposeída, lleva adelante su lucha política y sindical. Por otro lado, la
acción de la gran masa desorganizada, la de la "calle", que por algún
motivo se rebela e interviene en el acontecer histórico. Para Kautsky se trata
del hecho de si la primera forma será también en el futuro la única forma de
movilización del proletariado, o también la segunda forma, la acción de la
masa, ha de jugar igualmente un papel de importancia.
Pero cuando
en las discusiones partidarias de los últimos años se enfatizó la necesidad, la
inevitabilidad o lo adecuado de las acciones de masas, nunca se trató de una
tal contraposición. La alternativa no es afirmar que nuestras luchas han de ser
masivas o que la masa desorganizada habrá de aparecer en la escena política,
sino otra cosa: una determinada y nueva forma de la actividad
de los trabajadores organizados. El desarrollo del capitalismo moderno ha
impuesto al proletariado con conciencia de clase esas nuevas formas de acción.
Amenazado por el imperialismo con los mayores peligros, luchando por más poder
dentro del estado, por más derechos, está obligado a hacer valer su voluntad
contra las poderosas fuerzas del capitalismo en la forma más enérgica -más
enérgica que los más encendidos discursos que puedan pronunciar en el
parlamento sus representantes-. El proletariado debe reafirmarse a sí mismo,
intervenir en la lucha política, tratando de influir al gobierno y a la
burguesía con la presión de sus masas. Si nosotros hablamos de acciones de
masas y su necesidad, nos referimos a la actividad política extraparlamentaria
de la clase trabajadora organizada por medio de lo cual ella misma actúa sobre
la política interviniendo en forma inmediata y no a través de representantes.
Estas acciones no son lo mismo que la "acción de calle"; si bien las
manifestaciones callejeras también son una de sus expresiones, su más poderosa
forma es la huelga general realizada sin nadie en la calle. Las luchas
sindicales, en las cuales las masas actúan desde un comienzo, no bien producen
un efecto político de importancia se transforman por sí mismas en acciones
políticas de masa. En el aspecto práctico de las acciones de masas se trata
entonces de una ampliación del campo de actividad de las organizaciones
proletarias.
Estas
acciones de masas se diferencian en lo esencial de los movimientos populares de
otras épocas históricas, que Kautsky investiga como acciones de masas. Allí se
reunían las masas un instante galvanizadas por una misma fuerza social en una
sola voluntad; luego la masa se desintegraba nuevamente en individuos aislados.
En nuestro caso, en cambio, se trata de masas que ya antes estaban organizadas,
su acción ha sido pensada y preparada con antelación y luego de concluída, la
organización permanece. En las viejas acciones de masas, el objetivo sólo podía
ser el derrocamiento de un régimen odiado, más tarde se trataría de la
conquista momentánea del poder mediante un único acto revolucionario; pero como
luego de alcanzar el primer objetivo la masa se desarticulaba nuevamente, el
poder volvía a recaer en un pequeño grupo y cuando el pueblo intentaba afianzar
su dominio por medio del derecho a votar, no era posible evitar un nuevo
dominio de clase. En nuestro caso se trata también, por cierto, de la conquista
del poder, pero nosotros sabemos que esto sólo es posible por medio de una masa
popular socialista y altamente organizada. Por eso el objetivo inmediato de
nuestras acciones es siempre una determinada reforma o concesión, el retroceso
del poder del enemigo, pero también un paso adelante en la construcción del
propio poder. Antiguamente el poder popular no podía ser construido
continuamente y con seguridad; sólo podía surgir por un instante en erupciones
violentas y repentinas para desalojar un poder intolerable, pero luego se
diluía y una nueva dominación se extendía sobre la masa indefensa del pueblo.
Nuestro
objetivo, la eliminación de todo dominio de clase, es solamente posible a
través de la construcción lenta e imperturbable de un poder
popular permanente hasta el punto que éste con su propia fuerza, aplastar
simplemente al poder estatal de la burguesía hasta disolverlo por completo.
Antes, los levantamientos populares debían conquistar sus objetivos por entero
o fracasaban si su fuerza no alcanzaba para ello.
Nuestras
acciones de masa no pueden fracasar; aún cuando el objetivo propuesto no fuera
alcanzado, ellas no habrían sido en vano y aún derrotas temporales contribuirian
a la gestación de los próximos triunfos. Las acciones de masas abarcaban sólo
una pequeña parte de la población total: el levantamiento Y aglutinamiento de
una parte del pueblo de la ciudad capital bastaba a menudo para derrocar un
gobierno y de todos modos no era posible reunir mayor cantidad. Hoy día
nuestras acciones de masas abarcan también en un primer momento a una minoría
pero a medida que arrastran a círculos cada vez más amplios de la población
antes indiferente y la incorporan a las filas de nuestro ejército, crece como
producto del conjunto de las acciones de masas la acción de las grandes masas
populares explotadas que hacen imposible la continuación de la dominación de
clase.
Al poner de
relieve en forma tan tajante la contraposición entre lo que en la práctica del
partido y lo que en Kautsky se entiende como acción de masas, no queremos de
ningún modo, hacer superflua su investigación. Pues no está descartado que aún
en el futuro puedan estallar súbitos y poderosos levantamientos masivos desorganizados
de millones de personas contra un gobierno. Kautsky demuestra detalladamente y
con toda razón que el parlamentarismo y los movimientos sindicales, en lugar de
hacer superfluas las acciones de masas directas, crean justamente las
condiciones fundamentales para su realización. Carestía y guerra, que en el
pasado impulsaban tan a menudo a las masas a levantamientos revolucionarios,
aparecen hoy nuevamente como posibles a corto plazo. Por eso, es para nosotros
tan importante estudiar la naturaleza, las causas y los efectos de tales
acciones de masas espontáneas, en base al material de los hechos históricos.
Sin embargo,
la forma en que Kautsky realiza esa investigación debe producirnos serias
dudas. Ya las deducciones nos dejan entrever las fallas subvacentes en su
razonamiento. ¿Cuál es en realidad la deducción que se ofrece al lector del
segundo artículo, en el cual es investigada la entrada de las masas en la
historia? La masa actúa a veces revolucionariamente, pero ella actúa también en
forma reaccionaria; destruye a veces progresivamente y otras perjudicando; a
veces se fracasa totalmente cuando se cuenta con su actuación.
Los efectos
y formas de aparición de la acción de masas pueden ser entonces de muy diversos
tipos. Es difícil estimarlas con anticipación pues las condiciones de las
cuales dependen son de naturaleza altamente complicada. O actúan
sorpresivamente superando toda expectativa o bien decepcionan.
Dicho en
pocas palabras, nada se puede decir sobre el tema, no se puede contar con nada preciso,
todo es casual e inseguro. Las consecuencias son: ninguna consecuencia; el
resultado es: ningún resultado; a pesar de las muchas y valiosas observaciones
particulares la investigación ha quedado sin resultados. ¿Cuál es la causa de
esto? La causa no la podemos describir mejor que con las palabras que, hace
siete años, usamos en una crítica de la concepción histórica teleológica. (Neue Zeit, XXIII, 2, p. 423,
"Marxismus und Teleologie" [Marxismo y teleología]):
"Si se toma a la masa en
forma de todo general, al pueblo entero, se encuentra que con la anulación
mutua de puntos de vista y voluntades contrapuestas, no queda aparentemente
nada más que una masa sin voluntad, caprichosa, descontrolada, sin carácter,
pasiva, que oscila entre impulsos contradictorios, violentos arrebatos y pesada
indiferencia, conocida imagen que los escritores liberales utilizan con
preferencia cuando se refieren al pueblo. Realmente, a los investigadores
burgueses les debe parecer que entre la infinita variedad de individuos, la
abstracción del individuo es al mismo tiempo, abstracción de todo aquello que
hace de un hombre un ser volitivo y vivo, de tal manera que sólo queda la masa
como algo indefinido. Pues entre la más pequeña unidad, el individuo, y lo más
general, la masa inerte dentro de la cual todas las diferencias están
superadas, no conocen ningún eslabón intermedio: ellos no conocen la clase. Por
el contrario, la fuerza de la concepción socialista de la historia es que
introduce orden y sistema en la infinita variedad de las personalidades por
medio de la división de la sociedad en clases. En cada clase se encuentran
juntos individuos que tienen aproximadamente los mismos intereses, la misma
voluntad, las mismas opiniones, que están contrapuestos a los de otras clases.
Si diferenciamos específicamente en los movimientos de masas históricos a las
clases, surgirá de pronto, de aquella imagen confusa y horrorosa, una imagen
clara de la lucha entre las clases. Compárese sólo las exposiciones que hizo
Marx de las revoluciones de 1848, con las de los autores burgueses. La clase es
lo genérico en la sociedad que ha conservado al mismo tiempo sus contenidos
particulares.
Cuando se pone de relieve lo
particular para Ilegar a lo general -humano por excelencia- no queda al final nada
preciso. Una ciencia de la sociedad puede tener contenido sólo si se ocupa de
las clases en las que lo casual de los individuos particulares es superado y,
al mismo tiempo, ha quedado en su forma pura, abstracta, lo esencial del ser
humano, un determinado querer y sentir distinto en cada una de las clases."
Entre los
discípulos de Marx ninguno ha demostrado más tajantemente el significado de esa
teoría marxista como instrumento para el investigador de la historia que,
justamente, Kautsky en sus escritos históricos. La brillante claridad que él
aporta en todo momento deriva esencialmente de que penetra en el interior de
las clases, de su situación, de sus intereses v concepciones y explica sus
actos a partir de ello. Pero en este caso ha dejado de lado el instrumento
marxista y por eso no llena a resultado alguno. En su exposición histórica no
se habla en ningún lugar sobre el carácter de las masas. En polémica con Le Bon
y Kropotkin enfoca sólo el momento psicológico, no-esencial; lo esencial, sin
embargo, el momento económico del cual surgen precisamente las diferencias en
la forma y objetivos de los movimientos de masas, queda sin ser considerado. La
acción del lumpenproletariado, que sólo puede saquear y destruir sin un
objetivo propio, la acción de los pequeñoburgueses que subieron a las
barricadas en París, la acción de los modernos asalariados que, a través de una
huelga general, obligan a reformas políticas, las acciones de los campesinos en
países económicamente atrasados -como en 1808 en Espafía o en el Tirol-[1], todos estos movimientos
son diferentes y pueden ser comprendidos en la particularidad de sus métodos y
efectos considerando su situación de clase y los sentimientos de clase que se
dan en ellos. Si los arrojamos a todos juntos sin distinción bajo la
calificación de "acción de masa", sólo puede resultar de ello un
guiso que produce precisamente lo contrario de la claridad. La descripción de
la guerra de guerrillas española como una acción de masas reaccionaria que, a
diferencia de los franceses, entregó el timón nuevamente al "desecho
reaccionario" de "curas, terratenientes y cortesanos", puede que
resulte muy simpático en los días de lucha contra el bloque azul-negro[2], pero no corresponde a
los métodos históricos que emplea Kautsky en otros trabajos. Cuando él alude al
combate de junio como un ejemplo disuasivo para la utilidad y edificación de la
actual generación de una acción de masas provocada por el gobierno y ahogada en
sangre, le falta señalar el hecho esencial: que estuvieron frente a frente dos
masas, una proletaria y otra burguesa. Así, todo acontecimiento histórico tiene
que caer bajo una luz distorsionante si se intenta subsumirlo bajo el concepto
general y vacío de acción de masa, sin considerar su carácter esencial y
específico.
Esta falla
también está presente en el tercer artículo de Kautsky, en el que se
considera "la transformación histórica de las acciones de
masas". Aquí, donde se tratan las condiciones y efectos de movimientos
masivos proletarios, nos ofrece Kautsky una cantidad de valiosas e importantes
descripciones: Pero, a pesar de ello, el fundamento general de sus exposiciones
nos obliga a criticarlo. Kautsky visualíza que las acciones de masas
contemporáneas habrán de tener otro carácter que las antiguas; pero él busca la
razón de las diferencias, ante todo en la organización y en el esclarecimiento.
Pero por más poderosas que puedan ser imaginadas las acciona de masas que
pudieran surgir de esa situación, no podrán tener nunca más el carácter que
antes tenían. Los cuarenta años de derechos políticos populares y organización
proletaria no pueden haber transcurrido sin dejar huellas. El número de
individuos conscientes y organizados en la masa se ha hecho demasiado grande
para que no se haga notar aún en explosiones espontáneas, aunque éstas surjan
en forma imprevista, aunque la agitación sea enorme, aunque en ellas falte por
completo una dirección planificada.
Aquí es
dejada de lado la principal diferencia entre las acciones de masas antiguas y
las actuales y futuras: la composición de clase completamente
distinta de las masas modernas. También las masas desorganizadas de
hoy día deben actuar en forma totalmente distinta a las de antes, pues unas
eran burguesas mientras las otras son proletarias. Los movimientos de masa
históricos eran acciones de masas burguesas; participaban en ellos artesanos,
campesinos y trabajadores de pequeños talleres, con sentimientos
pequeñoburgueses. Como esas clases eran individualistas a causa de la
naturaleza de su economía, tenían que dispersarse de inmediato en individuos
aislados no bien la acción hubiera pasado. Hoy día, las grandes masas capaces
de acción están compuestas por proletarios, por trabajadores al servicio del
gran capital, que poseen un carácter de clase fundamentalmente distinto y son,
en su pensar, su sentir y su ser, completamente distintos de la vieja pequeña
burguesía.
No es que
ante esta diferencia en el carácter fundamental, la contraposición entre una
masa organizada y una desorganizada resulte sin significado, pues estudio y
experiencia significan mucho en miembros de la clase obrera con igual
capacidad, pero pasa a segundo plano. Ha sido señalado repetidamente que no
todos los sectores de la clase obrera pueden ser organizados en la misma
medida. Precisamente, los trabajadores en las fábricas capitalistas más
desarrolladas y concentradas, en los complejos de la industria pesada, en las
empresas ferroviarias, en parte también en las minas, ofrecen más dificultades
para la organización sindical que la gran industria menos concentrada. La causa
es evidente: el poder del capital -o del estado como empresario- aparece ante
los trabajadores como tan monstruosamente grande y aplastante que cualquier
resistencia, aún por medio de la organización, parece no tener perspectiva.
Esas masas son, en su más profunda esencia tan proletarias como ninquna otra,
el trabajo al servicio del capital ha interiorizado en ellos una disciplina
intuitiva. Las luchas han mostrado hasta ahora los signos de erupciones
espontáneas pero en ellos mostraron una extraordinaria disciplina y solidaridad
y una inconmovible firmeza en la lucha, de ello dan fe y son hermosos ejemplos
los levantamientos en América en los últimos años de las masas que sirven a los
trusts capitalistas. Por cierto, les faltó la experiencia, la comprensión, la
persistencia, que pueden ser adquiridas recién luego de una larga práctica de
lucha. Pero en ellas nada queda del viejo individualismo de la pequeña
burguesía desorganizada. Su situación de clase hace que comprendan rápidamente
las enseñanzas de la organización de la lucha de clases socialista y aprendan a
aplicarlas. Cuando se los califica de no organizables o difíciles de organizar
es sólo en relación a la forma de organización social actual, no a la
disciplina de lucha y espíritu de organización, no a la capacidad de participar
en las acciones de masas proletarias. No bien el poder del capital, a causa de
algún acontecimiento pierde su carácter de aplastante e intocable, se
integrarán a la lucha y no está descartado que jugarán un papel mayor en las
acciones de masas, formarán batallones más valiosos aún que los de las masas
actualmente organizadas.
Así se ensamblará la acción de
las masas desorganizadas con la acción de las masas organizadas que
analizábamos. Las acciones de masas, decididas por los trabajadores
organizados, arrastran consigo círculos cada vez más grandes del proletariado y
crecen así para realizar acciones de la clase proletaria en su conjunto.
La
contraposición entre organizados y no-organizados que aparece hoy tan grande,
desaparece -no porque éstos últimos se hagan admitir en los núcleos de las
organizaciones existentes, pues no es del todo seguro que ellas se mantendrán
sin modificaciones en la forma que hoy tienen-, sino en el sentido de que en
estas formas de lucha todos han de poder ejercitar por igual su disciplina, su
solidaridad, su conciencia socialista y su entrega a los intereses de la clase.
La tarea de la socialdemocracia -en la forma de las organizaciones partidarias
actuales o en cualquier otro organismo en el que tome cuerpo- es la de ser la
expresión espiritual de aquello que vive en la masa, conducir su acción y darle
forma unitaria.
La imagen
que se obtiene de las explicaciones de Kautsky es muy distinta. Enlazando con
el resultado de sus investigaciones históricas -que nada preciso se puede decir
de una acción de masa-, él ve también en las futuras acciones de masas
violentas erupciones que, completamente imprevisibles, irrumpirán sobre
nosotros como catástrofes naturales, por ejemplo, como un terremoto. Hasta ese
momento, el movimiento obrero habrá de continuar simplemente con su práctica
actual: elecciones, huelgas, trabajo parlamentario, esclarecimiento. Todo
continúa del viejo modo, ampliándose paulatinamente, sin cambiar nada esencial
en este mundo hasta que, de pronto, despertado por una motivación externa crece
un poderoso levantamiento de masas y quizás echa por tierra al régimen
dominante. Exactamente de acuerdo con el viejo modelo de las revoluciones
burguesas, con la sola diferencia de que ahora la organización del partido está
lista para tomar el poder en sus manos, fijar los frutos del triunfo y, en
lugar de las castañas, sacar a las masas del fuego para, como nueva capa
dominante, consumirla preparando con ellas un banquete para todos. Es la misma
teoría que hace dos años, durante el debate sobre la huelga de masas, fue
sostenida por Kautsky -la teoría de la huelga de masas como un acto
revolucionario único, hecho para derrocar la dominación capitalista de un solo
golpe- que aparece aquí en nueva forma. Es la teoría de la espera
inactiva; inactiva no en el sentido de que no se continúe con las
formas ordinarias del trabajo parlamentario y sindical, sino en el sentido de
que deja pasivamente que las grandes acciones de masas se aproximen como
fenómenos naturales, en lugar de realizarlas activamente e impulsarlas cada vez
en el momento justo.
Es la teoría
que corresponde y que permite comprender la práctica de la dirección del
partido, a menudo criticada, de mantenerse inactiva en los grandes momentos en
los que era necesaria la acción del proletariado, y que en los periodos de
lucha electoral la impulsa a acabar lo más pronto posible con las
manifestaciones callejeras para que impere nuevamente el orden. En
contraposición con nuestra concepción de la actividad revolucionaria
del proletariado, el cual, en un período de acciones de masas en crecimiento,
construye su poder desgastando cada vez más el poder del estado de clases,
tenemos esa teoría del radicalismo pasivo que no espera
ninguna transformación proveniente de la actividad consciente del proletariado.
Kautsky coincide con el revisionismo en que nuestra actividad consciente se
agota en la lucha sindical y parlamentaria. Por eso no es extraño que su
práctica, demasiado a menudo -como hace poco en el acuerdo sobre el balotage-
se aproxime a la táctica revisionista. Se diferencia del revisionismo en que
éste espera la transición al socialismo por las mismas actividades impulsadas
para el logro de las reformas, mientras Kautsky no comparte esas expectativas,
sino que preve explosiones con carácter de catástrofes que irrumpen
imprevistamente como venidas de otro mundo sin intervención de nuestra voluntad
y que liquidarán al capitalismo. Es "la vieja y probada táctica" en
su reverso negativo erigida en sistema.
Es la teoría
de la catástrofe, conocida por nosotros hasta ahora sólo como un malentendido
burgués, elevada a la categoría de enseñanza del partido. Para finalizar, dice
Kautsky:
"Si
vemos que en el período próximo la situación política y social está grávida de
catástrofes, ello surge de nuestra concepción de esta situación particular y no
de una teoría general. Pero, ¿surge de la peculiaridad de la situación la
necesidad de una táctica particular y nueva? Algunos de nuestros amigos así lo
afirman. Tienen la intención de revisar nuestras tácticas. Al respecto podría
hablarse con mayor detenimiento si presentasen proposiciones concretas. Ello no
ha ocurrido hasta la fecha. Ante todo habría que saber si lo que se exige son
nuevos fundamentos tácticos o nuevas medidas tácticas."
A esto es
fácil responder que nosotros no necesitamos hacer propuestas. La táctica que
nosotros consideramos como correcta ya es la táctica del partido. Ella se ha
impuesto prácticamente en las manifestaciones de masas sin que fuera necesario
para ello propuestas concretas. Teóricamente el partido las ha aceptado en las
Resoluciones de jena, donde se habla de la huelga de masas como medio para la
conquista de nuevos derechos políticos. Esto no quiere decir que nosotros
estemos contentos con la práctica de los últimos años, pero no se puede sugerir
como nueva táctica que la dirección del partido deba considerar como tarea suya
frenar en lo posible las acciones de masa del proletariado o prohibir las
discusiones sobre la táctica. Si nosotros, a menudo, hablamos de una nueva táctica,
lo hacemos no en el sentido de proponer nuevos principios o medidas -que se
actue cada vez como lo exija la situación es para nosotros, por supuesto,
condición previa- sino para aportar una comprensión teórica clara sobre aquello
que realmente ocurre. La táctica del proletariado se transforma, o mejor,
se amplía en la medida en que incluye nuevos y más poderosos medios de lucha.
Nuestra tarea como partido es despertar en las masas una clara conciencia de
este hecho, de sus causas y también de sus consecuencias. Nosotros debemos
aclarar exhaustivamente que la situación que deriva del aumento de las luchas
de masas no es casual, de la cual no se puede decir nada, sino que es una
situación persistente y normal para el último período del capitalismo. Nosotros
debemos señalar que las acciones de masa realizadas hasta el momento son el
comienzo de un período de la lucha de clases revolucionaria, en el cual el
proletariado, en lugar de esperar pasivamente que catástrofes exteriores
estremezcan al mundo, él mismo, en constante ataque y avanzando por medio de su
trabajo sacrificado, debe ir construyendo su poder y su libertad.
Esta es la
"nueva táctica" que, con toda razón, podría ser llamada la
continuación natural de la vieja táctica en su lado positivo.
Describíamos
más arriba la lucha constitucional como una lucha en la cual las armas de ambas
clases se median para debilitarse mutuamente. Pero es claro que el objetivo,
los derechos políticos fundamentales, son sólo la forma externa, la ocasión,
mientras que el contenido esencial de la lucha consiste en que las clases van a
la batalla con sus armas para buscar el aniquilamiento de las del enemigo. Por
eso la misma lucha puede encenderse también por otros motivos; no es seguro que
sólo por el derecho del voto en Prusia o en el Reichstag surgirán estas grandes
luchas por el poder, aunque, por supuesto, la destrucción del poder de la
burguesía por sí misma traería consigo una constitución democrática. El
desarrollo imperialista crea siempre nuevos motivos para violentos
levantamientos de las clases explotadas contra el dominio del capital, en los
cuales todo su poderío salta hecho pedazos. El más importante de estos motivos
es el peligro de la guerra.
A menudo se
encuentra el concepto de que en tal caso no se debe hablar simplemente de un
peligro. Las guerras han sido siempre fuerzas productoras de grandes
transformaciones en el mundo, que han preparado el camino a las revoluciones.
Mientras las masas populares tolerarían largo tiempo y pacientemente la
dominación del capital, sin energía para levantarse en su contra por considerar
intocable a ese dominio, la guerra, sobre todo cuando transcurre
desfavorablemente, los incita a la acción, debilita la autoridad del régimen
dominante, desenmascara sus debilidades y se desmorona fácilmente bajo el
ataque de las masas. Esto es correcto sin lugar a dudas, y ahí reside la razón
por la cual la existencia de una clase trabajadora con sentido revolucionario
en los últimos decenios conforma la fuerza más poderosa para el mantenimiento
de la paz. La indiferencia y la no participación de las masas, los dos pilares
más sólidos para el dominio del capital, desaparecen en las épocas de guerra;
el apasionamiento creciente de un proletariado en el cual están firmemente
enraizadas las enseñanzas del socialismo, no se ha de volcar en agitación
nacionalista, como masas no esclarecidas, sino en decisión revolucionaria que
se ha de volver en la primera oportunidad contra el gobierno. Eso lo sabe
también el gran capital y por eso se ha de cuidar de conjurar con ligereza una
guerra europea que ha de significar simultáneamente una revolución europea. De
esto no se deduce en absoluto que nosotros debamos desear en silencio que venga
una guerra. Aún sin guerra el proletariado ha de estar en condiciones, por el
conocimiento constante de sus acciones, de arrojar por la borda la dominación
del capital.
Solamente
quien desespera que el proletariado sea capaz de acciones autónomas puede
considerar que una guerra ha de crear las condiciones previas necesarias para
una revolución. El asunto es justamente al revés. Nosotros no debemos contar
con demasiada seguridad que la conciencia del peligro revolucionario en los
gobernantes ha de alejar de nosotros la amenaza de una guerra. Las ansias
imperialistas por el botín y las peleas que de ello se derivan pueden
conducirlos a una guerra que ellos no han querido directamente. Y cuando el
movimiento revolucionario en un país se ha vuelto tan peligroso que amenaza muy
de cerca el dominio capitalista, entonces no tiene éste nada peor que temer de
una guerra y tratará con facilidad de apartar de sí aquel peligro
desencadenándola. Pero para la clase obrera una guerra significa el peor de los
males. En nuestro mundo moderno capitalista una guerra es una terrible
catástrofe que en medida mucho mayor que en guerras anteriores habrá de
aniquilar el bienestar y la vida de masas innumerables. Es la clase obrera la
que ha de probar todos los sufrimientos de esta catástrofe y de ahí se
desprende que habrá de poner todos sus esfuerzos en impedir la guerra. La
pregunta que debe ocupar sus pensamientos no es ¿qué pasará después de la
guerra? Aquí reside una de las cuestiones tácticas más importantes para la
socialdemocracia internacional, que ha ocupado ya a varios congresos y donde ha
recibido algunas respuestas. Kautsky se ocupa del tema en su artículo del mayo
del año pasado: "Krieg un Frieden" [La guerra y la paz] (Neue Zeit, XXIX,
2, 1911, p.97).
Él se
plantea allí la cuestión de si los trabajadores, a través de una huelga general
("una huelga de toda la masa de los trabajadores") podría
impedir o asfixiar en germen a una guerra y responde: bajo ciertas condiciones
esto es ciertamente posible. Donde un gobierno frívolo y estúpido prepara las
condiciones para una guerra y donde no amenaza ninguna invasión enemiga -como
por ejemplo en la guerra española contra Marruecos-[3], allí puede una huelga
general contra el gobierno forzar la paz, (lástima que el proletariado español
fue demasiado débil para eso). Ahora bien, resulta claro que ese caso
corresponde solamente a relaciones capitalistas muy subdesarrolladas, donde no
es toda la masa de la burguesía la que está interesada en la aventura de la
guerra, sino un pequeño grupo, y donde por tanto hay un partido burgués presto
a tomar el lugar del gobierno derrocado y por otra parte el proletariado es
débil y no significa un peligro. Donde el proletariado es suficientemente
fuerte para realizar una huelga general de tal magnitud faltan por lo general
esas condiciones. Kautsky no considera sin embargo estas relaciones de clases,
sino que plantea otra contradicción:
"La
cosa es muy distinta donde una población con razón o sin razón se siente
amenazada por su vecino, cuando ella ve en él y no en su propio gobierno la
causa de la guerra y cuando el vecino no es tan inofensivo como, por ejemplo,
en Marruecos -quien no podría jamás hacer la guerra a España- sino que se trata
de alguien que realmente amenaza con penetrar en el territorio. Nada teme más
un pueblo que a una invasión extranjera. Los horrores de una guerra en la
actualidad son terribles para cada una de las partes en litigio, aún para el
vencedor. Pero para el más débil, a cuyos territorios es llevada la guerra, se
tornan el doble o el triple de penosos. El pensamiento que tortura hoy día a
los franceses e ingleses en la misma medida , es el temor de una invasión del
superpoderoso vecino alemán. Se ha llegado tan lejos que la población no ve la
causa de la guerra en el propio gobierno sino en la maldad del vecino. ¡Y que
gobierno no ha de intentar hacer creer a las masas de la población estos puntos
de vista con ayuda de la prensa, sus parlamentarios y sus diplomáticos! Bajo
tales condiciones se llega al estado de guerra, entonces se enciende en la
población entera, unánimemente, la ardiente necesidad de asegurar la frontera
ante el malvado enemigo, de protegerse contra su invasión. Todos, en un primer
momento, se transforman en patriotas, aun aquellos con sentimientos
internacionalistas, y si algunos aisladamente tienen la valentía sobrehumana de
oponerse a esto y querer impedir que los militares corran hasta la frontera y
sean aprovisionados abundantemente con material de guerra, en tal caso el
gobierno no necesitará mover un solo dedo para hacerlo inofensivo. La multitud
enfurecida lo despedazaría con sus propias manos."
Si nosotros
no hubiéramos conocido, a través de la observación de la acción de masa, una
prueba muy distinta de la que aporta ese tipo de apreciación histórica, apenas
se podría creer que esas frases provienen de la pluma de Karl Kautsky. La más
poderosa realidad de la vida social, el hecho fundamental de la conciencia
socialista, la existencia de clases con sus intereses y concepciones
específicos y contrapuestos han desaparecido completamente para él. Entre
proletarios, capitalistas, pequeñoburgueses no hay diferencias. Todos en
conjunto se han transformado en la "población entera" que
"unánimemente" está unida contra el maligno enemigo. Y no solamente
la instintiva intuición de clase se ha disuelto en la nada sino también las
enseñanzas del socialismo, transmitidas durante decenios. Los socialdemócratas
-aquí sugeridos con la tímida expresión "aquellos con sentimientos
internacionalistas"- se han transformado todos, salvo algunas excepciones,
en patriotas. Todo lo que ellos sabían hasta ahora sobre los intereses del
capital como causa de las guerras, ha sido olvidado. La prensa socialdemócrata,
que aclara a más de un millón de lectores sobre las fuerzas impulsoras de la
guerra, parece haber desaparecido completamente o haber perdido su influencia
como por arte de magia. Los trabajadores socialdemócratas que, en las grandes
ciudades forman la mayoría de la población, se han transformado en una
"multitud" que asesina enfurecida a todo aquel que osa oponerse a la
guerra. Así como es superfluo demostrar que toda esa explicación nada tiene que
ver con la realidad, es de primordial importancia el investigar cómo es posible
que se dé, cuales son los fundamentos de los que surge esa explicación.
Esta tiene
su origen en una concepción de la guerra que refleja antiguas condiciones y
efectos de la guerra, pero que no concuerdan con las condiciones que se dan en
la actualidad. Desde la última gran guerra europea, la estructura de la
sociedad ha cambiado completamente. Durante la guerra franco-alemana, Alemania
era, tanto como Francia, un país agrario con sólo algunas áreas industriales
distribuidas en sus territorios. Pequeños campesinos y pequeña burguesía
dominaban el carácter de la población. Los efectos de la guerra, tal cual
perviven en el recuerdo de las gentes, vuelven a aparecer en cada descripción y
son también determinantes en las explicaciones de Kautsky: se trata de sus
efectos sobre la economía agraria y sobre la pequeña burguesía. Para estas
clases, el horror de la guerra consiste -fuera del peligro vital para los que
hacer servicio militar obligatorio-, ante todo, en la invasión enemiga que
pisotea sus tierras de cultivo, destruye viviendas, les impone los más pesados
impuestos y contribuciones y de esa manera destruye su bienestar logrado con
tanto sacrificio. Las regiones donde la guerra tiene lugar son arrasadas de la
peor manera; donde no llega la guerra se sufre menos. La vida económica
transcurre allí en sus cauces acostumbrados; las mujeres, los jóvenes y los
ancianos pueden, en caso de necesidad, hacer los trabajos de la tierra y sólo
la pérdida o la mutilación de los que ha ido a la guerra puede golpear
duramente a las familias aisladas.
Así fue en
1790. Hoy la cosa es muy distinta para los grandes Estados, sobre todo
Alemania. El capitalismo, altamente desarrollado, ha hecho de la vida económica
un organismo entrelazado y altamente sofisticado en el cual cada parte depende
estrechamente del todo. Pasó la época en la que el pueblo y la ciudad eran casi
autosuficientes. Campesinos y pequeñoburgueses han sido atraídos al ámbito de
la producción de mercancías capitalista. Cada interrupción de ese sensible
mecanismo de producción arrastra consigo a toda la masa de la población. De
este modo, los efectos de la guerra, sus efectos para el proletariado y para
todos los que son dependientes del capitalismo, se han hecho de naturaleza muy
distinta que los tradicionales. Sus horrores no consisten más en algunas
tierras devastadas y pueblos quemados, sino en la detención de la vida
económica entera. Una guerra europea, sea una guerra territorial que llama a
campos de batalla a varios millones de jóvenes, o una guerra marítima que
impide el comercio y con ello el abastecimiento de materias primas y alimentos
para la industria, significa una crisis económica de enorme impacto, una
catástrofe que llega hasta los más apartados rincones del país, que ciega las fuentes
de la vida de los más amplios sectores del pueblo. Nuestro organismo altamente
desarrollado se paraliza, mientras monstruosas cantidades de hombres armados
con las más modernas y perfectas armas de guerra se lanzan como máquinas a
destruirse unos a otros. En esta crisis son destinados valores de capital
frente a los cuales el valor de las casas quemadas y los sembradíos pisoteados
son bagatelas y superan quizás los costos de guerra directos. El horror de una
guerra semejante no está limitado y apenas concentrado en las zonas donde
tienen lugar las batallas, sino que se extiende por todo el país. Aun cuando el
enemigo se mantenga fuera, la catástrofe en el propio país no es menos grande.
Para un país capitalista moderno, la gran desgracia no consiste en la
invasión de un enemigo sino en la guerra misma, ella es la que empuja
a la clase obrera, que es la que más debe sufrir por la crisis, a realizar
acciones en su contra. El objetivo de esa acción, capaz de conmover a las masas
al máximo, no es tener a distancia al enemigo, como en los viejos
tiempos agrarios, sino impedir la guerra.
Ese objetivo
ha sido siempre para la clase obrera el decisivo. En los congresos
internacionales la cuestión no era nunca si se debía tratar de impedir la
guerra o bien se debía correr a las fronteras como buenos patriotas, sino cuál
sería la mejor manera de impedir la guerra. En el análisis de las acciones
específicas para realizarlo domina demasiado a menudo un concepto mecánico,
como si se las pudiera decidir a priori, ponerlas a funcionar y que todo
transcurriera como sobre rieles. La socialdemocracia, en lugar de aparecer aquí
como expresión consciente del apasionamiento de las masas proletarias acuciadas
por los más profundos intereses de clases, aparece como una "sexta potencia"
que, cual una gigantesca sociedad secreta, en el instante en que los cañones
comiencen a disparar, aparece en escena y trata de hacer fracasar las
operaciones militares de las otras grandes potencias por medio de sus maniobras
inteligentemente ideadas. Esta concepción mecánica está en la base de la idea,
anteriormente sostenida por los anarquistas y hace poco nuevamente levantada en
Copenhague por los franceses e ingleses[4], de que, por medio de
una huelga de los trabajadores del transporte y de las fábricas de municiones,
se podría jugar a los gobiernos belicistas una mala pasada. Con plena razón se
opone Kautsky a esa idea y subraya que sólo una acción de la clase obrera
entera puede ejercer presión sobre un gobierno.
Pero también
en sus propias reflexiones se transparenta esa concepción mecánica en la medida
en que él trata de descubrir bajo qué condiciones puede alcanzar sus objetivos
una huelga general para impedir la guerra. El proletariado, entonces, tiene que
decidir: o bien la cosa es favorable a nosotros, realizamos la huelga general y
le arruinamos el plan al gobierno, o bien la situación para una acción de ese
tipo es desfavorable, entonces no tenemos nada que hacer, haremos lo que los
berlineses en 1848 que arruinaron con astucia los planes violentistas de la
reacción dejando entrar a las tropas en la ciudad sin oponer resistencia y
dejándose desarmar. Entonces no pongamos ningún obstáculo al gobierno y
dejémonos enviar voluntariamente a las fronteras. Puede ser entonces que los
hechos se desarrollen así en alguna teoría o en la cabeza de los dirigentes que
creen que su sabiduría está llamada a preservar al proletariado de cometer
tonterías. Pero, en la realidad de la lucha de clases, donde se impone la
voluntad apasionada de las masas, no se presenta tal alternativa. En un país
altamente capitalista, donde la masa proletaria siente su fuerza como la gran
fuerza popular, tiene que actuar cuando vea que la peor de las
catástrofes está por caer sobre su cabeza. Ella debe hacer el intento
de impedir la guerra por todos los medios. Si piensa que puede evitar la
decisión con astucias, tal actitud sería una entrega sin lucha y la peor de las
derrotas; y recién cuando sea derrotada y abatida en el intento podrá reconocer
su debilidad.
Por
supuesto, no se trata de si esto es recomendable o bueno. El objeto de estas
reflexiones no es cómo los trabajadores podrían actuar sino
cómo ellos deben actuar. Las decisiones o resoluciones de
presidentes, cuerpos burocráticos o aún de las mismas organizaciones no son las
decisivas sino los profundos efectos que los acontecimientos tienen sobre las
masas. Si nosotros hablamos arriba de deber no significa que
en nuestra opinión, no pueda ocurrir otra cosa, sino que ello ha de imponerse
con la fuerza de una necesidad natural. En tiempos ordinarios existe siempre en
las concepciones partidarias un tanto de tradición "que oprime como una
pesadilla el cerebro de los vivos"[5]. Épocas de guerra son
como épocas de revoluciones, tiempos de la más grande tensión espiritual, se
rompe la incuria cotidiana y pierden su fuerza los pensamientos rutinarios ante
los intereses de clase que, con claridad de fuerza elemental, entran a la
conciencia de las masas violentamente sacudidas. Junto a estas nuevas
concepciones y objetivos surgidos espontáneamente de los enormes efectos de las
grandes transformaciones, palidecen los programas partidarios tradicionales y
los partidos y grupos salen del crisol de esos períodos críticos totalmente
transformados. Un ejemplo instructivo de esto lo ofrecen los efectos de la
guerra de 1866 sobre la burguesía europea. Ella reconoció allí que el bello
programa progresista no correspondía a sus más profundos intereses de clase.
Una parte de los electores abandonó a los parlamentarios liberales y una parte
de los parlamentarios abandonaron el programa y se declararon por el
nacionalismo y la reacción gubernamental.
Esto no
quiere decir que las decisiones del partido sean algo que no deba tenerse en
cuenta. Ellas comprometen ciertamente el futuro y expresan con qué grado de
claridad el partido es capaz de preverlo. Pero cuanto mejor pronostique el
partido el inevitable proceso de desarrollo y sus propias tareas en él, tanto
más exitosas y compactas serán las acciones del proletariado. La tarea del
partido consiste en dar forma unitaria a la acción de las masas proletarias
haciendo clara conciencia en ellas de lo que motiva a esas masas con pasión,
reconociendo con justeza lo que ellas necesitan en cada instante, colocándose a
la vanguardia y dando así a la acción un poderoso impulso. Si no llegara a
estar a la altura de esta tarea, no llegaría, por cierto, a impedir explosiones
de las masas que lo sobrepasarán, pero a través del conflicto entre disciplina
de partido y energía de la lucha proletaria, a causa de la falta de unidad
entre conducción y masa, las grandes acciones se habrían de hacer confusas,
desordenadas, atomizadas y disminuirían extraordinariamente su fuerza y efecto.
Decisiones del partido, programas y resoluciones no determinan el desarrollo
histórico, sino que son determinados por nuestra comprensión del inevitable
desarrollo histórico. Esta verdad debe ser planteada siempre a aquellos que
creen que el partido puede hacer o impedir un movimiento revolucionario; me
refiero a los adversarios burgueses que denuncian con gran escándalo a la
socialdemocracia como si ésta tuviera los planes para impedir una guerra, al
mismo tiempo que una orden de movilización lista y guardada en un cajón
secreto. Pero aquí no debe pasarse por alto que el partido, con sus decisiones,
como es natural, conforma, al mismo tiempo, una parte viviente, activa, del
desarrollo histórico. Él no puede ser otra cosa que el núcleo combativo de toda
acción proletaria y por eso se gana, con razón, todo el odio con el que los
defensores del capitalismo persiguen a cada movimiento revolucionario.
Desde
distintas procedencias -por sus propios portavoces como defensa contra ataques
nacionalistas, por camaradas extranjeros como reproche- ha sido puesto a menudo
de relieve como especialmente importante el hecho de que los trabajadores
alemanes han renunciado hasta ahora a decidirse en la aplicación de ciertas
medidas para evitar la guerra. Se puede citar en contra de esta afirmación a la
Resolución de Stuttgart[6], que deja abierta la
aplicación de cualquier medida que sirva al objetivo. Pero de todos sería
incorrecto dar a esto demasiada importancia, poner sobre ello demasiado peso.
Más que de las decisiones del partido, depende esto del espíritu que llena a
las masas. Hasta el momento, sin embargo, la posición retraida al respecto
correspondió al prudente espíritu de las masas que sentían instintivamente que
ellas no estaban preparadas para una lucha contra el poder entero del estado
militar más fuerte. Pero con el constante crecimiento del poder proletario
tiene que darse en un momento dado un cambio cuyos síntomas ya se han podido
observar en repetidas ocasiones. Una clase obrera que ha pasado por cuarenta
años de un intensivo esclarecimiento socialista, no se ha de dejar arrastrar a
los campos de batalla con un sentimiento de total impotencia. El proletariado
alemán, que es el primero en el mundo en cuando a su fuerza de organización, no
puede estar ni tranquilo ni inactivo frente a las maquinaciones del capital
internacional, ni confiarse en pretendidas tendencias pacifistas del mundo
burgués. No podrá hacer otra cosa que intervenir no bien surja el peligro de
guerra y contraponer a los medios de poder del gobierno su propio poder.
Qué formas
habrán de adoptar esas acciones depende esencialmente de la magnitud del
peligro y de las acciones del enemigo, de la clase dominante. Ellas se basan,
en su forma más simple, en el hecho de que el capital ha de contener sus deseos
de lanzarse a una guerra por temor al proletariado. Si el proletariado es
impotente, indiferente, inmóvil, entonces la burguesía estima que por ese lado
el peligro no es muy grande y se animará más fácilmente a una guerra. Las
acciones de protesta del proletariado tienen, por eso, en su primera forma, el
carácter de un llamado de atención para que la clase dominante se haga
consciente del peligro y se sienta convocada a la prudencia. Contra la
propaganda de guerra de los círculos capitalistas interesados se debe ejercer,
mediante manifestaciones internacionales, una presión intimidatoria contra los
gobiernos. Sin embargo, cuanto más amenazante se torne el peligro de guerra,
con tanto más énfasis se debe sacudir al os más amplios sectores populares,
tanto más enérgicas y duras se deben organizar las manifestaciones, sobre todo
cuando se intente desde la parte adversaria reprimirlas por la violencia. Pues
se trata en ese caso de una cuestión vital para el proletariado que habrá de
recurrir finalmente al medio más fuerte, por ejemplo, la huelga general. Así se
desarrolla la lucha entre la voluntad de la burguesía de hacer la guerra y la
voluntad de paz del proletariado, formando parte de una gran lucha de clases en
la que es válido todo lo que se dijo antes sobre las condiciones y efectos de
las acciones de masas para conquistar el derecho al voto. Las acciones contra
la guerra harán conscientes a los más amplios sectores, los movilizarán y los
arrastrarán a la lucha, debilitarán el poder del capital y aumentarán el poder
del proletariado. Impedir la guerra que, en la concepción mecánica aparecía
como un plan inteligentemente elucubrado con anterioridad, en el momento
crucial, sólo podrá ser el resultado final de una lucha de clases que crezca de
una acción a otra hasta su más alto nivel de intensidad para que de ella emerja
el poder estatal sensiblemente debilitado y el poder del proletariado
acrecentado hasta su máxima expresión.
Kautsky
plantea la contradicción: sólo cuando nosotros dominamos desaparece el peligro
de guerra. Mientras el capitalismo ejerza su dominio, no será posible evitar
una guerra. En esa tajante contraposición de dos formaciones sociales que, sin
transición y al mismo tiempo, por un vuelco imprevisto, se transforman la una
en la otra, no ve Kautsky el proceso de la revolución, en el cual
el proletariado, por su intervención activa, construye paulatinamente su poder
y el dominio del capital se desmorona pedazo a pedazo. Por eso, frente a su
contraposición, el concepto intermedio de la "praxis transformadora":
justamente la lucha por la guerra, el intento inevitable del
proletariado de impedir la guerra, se transforma en un episodio en el proceso
de la revolución, en una parte esencial de la lucha proletaria por la conquista
del poder.
[1*] Dejamos de lado el mostrar cómo
esos factores crecen sin interrupción por medio de las luchas parlamentarias y
sindicales y nos remitimos a nuestro trabajo: "Die taktischen Differenzen
in der Arbeiterbewe". [Las diferencias tácticas en el movimiento obrero],
donde hemos tratado el tema ampliamente.
[1] Se trata de la insurrección de
los campesinos tiroleses, encabezados por Andreas Hofer, y de la guerra de
liberación contra las tropas napoleónicas en 1809.
[2] Con la designación de
"bloque azul-negro" se hace referencia a la coalición de fuerzas
conservadoras que luchavan por imponer un régimen clerical-camperisno basado en
la proscripción de los socialdemócratas alemanes.
[3] Se refiera a la guerra
colonialista llevada a cabo por España contra los marroquíes, utilizando el
pretexto de la construcción del ferrocarril Melilla-Desulam, desde 1910 hasta
1914.
[4] Se refiere al Congreso
Socialista Internacional de Copenhague, reunido desde el 28 de agosto hasta el
3 de septiembre de 1910 y la solución propugnada por Keir Hardie (delegado
inglés) y Vaillant (delegado francés) para frenar una eventual guerra mundial.
La propuesta, que exortaba al proletariado a realizar una huelga general en las
industrias de armamento, las minas y los transportes, tropezó con la oposición
de los delegados alemanes y fue rechazada por una fuerte mayoría.
[6] El Congreso Socialista
Internacional de Stuttgart se celebró del 18 al 24 de agosto de 1907. La
Resolución que menciona Pannekoek versa sobre el problema de la guerra y dice:
"El
Congreso declara: Ante una guerra inminente, es deber de la clase obrera en los
países involucrados, así como de sus representantes en el parlamento con la
ayuda del Buró Internacional, fuerza de acción y de coordinación, hacer todos
los esfuerzos para impedir la guerra con todos los medios que les parezcan más
apropiados y que varían naturalmente según la situación de la lucha de clases y
la situación política general.
No obstante,
en el caso de que la guerra estallara, tienen el deber de intervenir para
hacerla cesar prontamente y utilizar con todas sus fuerzas la crisis económica
y política creada por la guerra para agitar las capas más profundas y
precipitar la caída de la dominación capitalista."
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Anton Pannekoek. Teoría Marxista y
Táctica Revolucionaria 1912
Título
original: "Marxistische
Theorie und revolutionäre Taktik"
Publicado: en Die Neue Zeit, XXXI, Nº 1, 1912. Traducido al inglés por D. A. Smart. Primera publicación en El marxismo de Pannekoek y Gorter, Pluto Press, 1978.
Traducido: del inglés por Roi Ferreiro para el CICA, última revisión julio del 2005.
Digitalización: Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques
Índice:
Teoría
Marxista y Táctica Revolucionaria
- 1. Nuestras diferencias
- 2. Clase y masas
- 3. La organización
- 4. La conquista del poder
- 5. Actividad parlamentaria y acción de las masas
- 6. El marxismo y el papel del Partido
1.
Nuestras diferencias
Durante
varios años atrás, un profundo desacuerdo táctico ha estado desarrollándose en
una serie de cuestiones entre aquéllos que habían compartido previamente un
terreno común como marxistas, y habían luchado juntos contra el revisionismo en
nombre de la táctica radical de la lucha de clases. Vio la luz por primera vez
en 1910, en el debate entre Kautsky y Luxembourg sobre la huelga de masas;
luego vino la disensión sobre el imperialismo y la cuestión del desarme; y
finalmente, con el conflicto sobre el pacto electoral realizado por el
ejecutivo del Partido y la actitud a ser adoptada hacia los liberales, los
problemas más importantes de la política parlamentaria se convirtieron en el sujeto
de la disputa.
Rosa
Luxemburgo. La Huelga de masas, partido político y los sindicatos (1906)
Uno puede
lamentar este hecho, pero ninguna lealtad de partido puede exorcizarlo;
solamente podemos arrojar luz sobre él, y ésto es lo que demanda el interés del
partido. Por un lado, deben identificarse las causas de la disensión, para
mostrar que es natural y necesaria; y, por el otro, el contenido de las dos
perspectivas, sus principios más básicos y sus implicaciones de mayor alcance,
deben extraerse de las formulaciones de las dos partes, de modo que los
camaradas del partido puedan orientarse y escoger entre ellas; ésto sólo es
posible a través de la discusión teórica.
La fuente de
los recientes desacuerdos tácticos se ve claramente: bajo la influencia de las
formas modernas del capitalismo, se han desarrollado nuevas formas de acción en
el movimiento obrero, o sea, la acción de masas. Cuando
inicialmente hicieron su aparición, fueron bienvenidas por todos los marxistas
y fueron aclamadas como un signo de desarrollo revolucionario, un producto de
nuestra táctica revolucionaria. Pero, en la medida que el potencial práctico de
la acción de masas se desarrollaba, empezó a plantear nuevos problemas; la
cuestión de la revolución social, hasta ahora una meta última distante e
inalcanzable, se convertía ahora en un problema vivo para el proletariado
militante, y las tremendas dificultades implícitas se hicieron claras para
todos, casi como una materia de experiencia personal. Esto dio lugar a dos
tendencias de pensamiento: una asumía el problema de la revolución, y
analizando la efectividad, importancia y potencial de las nuevas formas de
acción, buscaba asir cómo el proletariado sería capaz de cumplir su misión; la
otra, como encogiéndose ante la magnitud de esta perspectiva, andaba a tientas
entre las viejas formas de acción parlamentarias, en busca de tendencias que
harían posible posponer por ahora el emprender la tarea. Los nuevos métodos del
movimiento obrero han dado lugar a una escisión ideológica entre aquéllos que
previamente defendían las tácticas de partido marxistas radicales.
En estas
circunstancias, es nuestro deber como marxistas clarificar las diferencias
hasta donde sea posible por medio de la discusión teórica. Esto es por lo que,
en nuestro artículo “Acción de masas y Revolución”, perfilamos el
proceso de desarrollo revolucionario como una inversión de las relaciones de
poder de clase para proporcionar una exposición básica de nuestra perspectiva,
e intentamos clarificar las diferencias entre nuestras visiones y aquéllas de
Kautsky en una crítica de dos artículos suyos. En su réplica, Kautsky desplazó
el problema a un terreno diferente: en lugar de disputar la validez de las
formulaciones teóricas, él nos acusó de querer imponer las nuevas tácticas al
Partido. En el Leipziger Volkszeitung [El Periódico del Pueblo de
Leipzig] del 9 septiembre, nosotros mostramos que esto volvía del revés
todo el propósito de nuestra argumentación.
Nosotros
habíamos intentado, en la medida en que era posible, clarificar las
distinciones entre las tres tendencias, dos
radicales y una revisionista, que ahora se confrontan entre sí en el
Partido. El camarada Kautsky parece haber errado la clave de todo este
análisis, una vez que comenta irritadamente: “Pannekoek ve mi pensamiento
como puro revisionismo.”
Lo que
nosotros estábamos argumentando era, por el contrario, que la posición de
Kautsky no es revisionista. Por la misma razón de que muchos camaradas juzgaban
mal a Kautsky porque estaban preocupados con la dicotomía radical-revisionista
de debates anteriores, y se preguntaban si se estaba volviendo gradualmente
revisionista --por esta misma razón era necesario hablar claro y considerar la
práctica de Kautsky en términos de la naturaleza particular de su posición
radical--. Mientras que el revisionismo busca limitar nuestra actividad a las
campañas parlamentarias y sindicales, a la consecución de reformas y mejoras
que evolucionarán de modo natural hacia el socialismo --una perspectiva que
sirve de base para la táctica reformista dirigida solamente a beneficios a
corto plazo--, el radicalismo enfatiza la inevitabilidad de la lucha
revolucionaria por la conquista del poder que está ante nosotros y, por
consiguiente, dirige su táctica hacia la elevación de la conciencia de clase y
la incrementación del poder del proletariado. Es acerca de la naturaleza de
esta revolución en lo que nuestras visiones divergen. Por lo que respecta a
Kautsky, ésta es un acontecimiento del futuro, un apocalipsis político, y todo
lo que tenemos que hacer entretanto es prepararnos para la confrontación final
juntando nuestras fuerzas y agrupando e instruyendo a nuestras tropas. En
nuestra visión, la revolución es un proceso cuyas primeras fases estamos
experimentando ahora, pues es sólo mediante la lucha por el poder mismo como
las masas pueden agruparse, instruirse y constituirse en una organización capaz
de tomar el poder. Estas concepciones diferentes conducen a evaluaciones
completamente diferentes de la práctica actual; y está claro que el rechazo de
los revisionistas a cualquier acción revolucionaria y el aplazamiento de
Kautsky de la misma a un futuro indedeterminado se enlazan para unirles en
muchos de los problemas actuales sobre los cuales ambos se nos oponen.
Esto, por
supuesto, no quiere decir que estas corrientes formen grupos distintos,
conscientes, en el Partido: en cierta medida no son más que tendencias de
pensamiento contrapuestas. Tampoco significa oscurecer la distinción entre el
radicalismo kautskiano y el revisionismo, sino meramente un acercamiento que,
no obstante, se volverá cada vez más pronunciado en tanto se afirme la lógica
interna del desarrollo, pues el radicalismo que es real pero aún pasivo no
puede más que perder su base de masas. Necesario como era guardar los métodos
tradicionales de lucha en el periodo en que el movimiento estaba
desarrollandose incipientemente, ha llegado el momento obligado en el que el
proletariado aspirará a transformar su elevado conocimiento de su propio
potencial en la conquista de nuevas posiciones de poder decisivas. Las acciones
de masas en la lucha por el sufragio en Prusia testifican esta determinación.
El revisionismo era él mismo una expresión de esta aspiración por lograr
resultados positivos como fruto del creciente poder; y, a pesar de las
desilusiones y fracasos que ha traído, debe su influencia principalmente a las
nociones de que la táctica de partido radical significa simplemente la espera
pasiva sin conseguir beneficios definidos y que el marxismo es una doctrina del
fatalismo. El proletariado no puede descansar de la lucha por nuevos avances;
aquéllos que no están preparados para dirigir esta lucha en un curso
revolucionario serán, cualesquiera que sean sus intenciones, empujados más y
más hacia el camino reformista de perseguir resultados positivos por medio de
la táctica parlamentaria particular y de las negociaciones con otros partidos.
2. Clase
y masas
Nosotros
argumentábamos que el camarada Kautsky se había dejado en casa sus herramientas
analíticas marxistas en su análisis de la acción de las masas, y que la
insuficiencia de su método se hacía presente desde el momento en que fallaba a
llegar a una conclusión definida. Kautsky contesta: “En absoluto. Yo llegué
a la conclusión muy definida de que las masas desorganizadas en cuestión eran
altamente imprevisibles en carácter.” Y se refiere a las arenas movedizas
del desierto como similarmente imprevisibles. Con todo el debido respeto a esta
ilustración, nosotros debemos no obstante defender nuestro argumento. Si, en el
análisis de un fenómeno, encuentras que asume varias formas y es completamente
imprevisible, eso meramente demuestra que no has encontrado la base real que lo
determina. Si, después de estudiar la posición de la luna, por ejemplo, alguien
“llegó a la conclusión muy definida” de que a veces aparece en el
noroeste, a veces en el sur y a veces en el oeste, de un modo completamente
arbitrario e imprevisible, entonces todos diríamos correctamente que ese
estudio fue infructuoso --aunque pueda ser, por supuesto, que la fuerza en
funcionamiento no pueda ser identificada todavía--. El investigador habría
merecido solamente la crítica si hubiese ignorado completamente el método de
análisis que, como sabía perfectamente bien, era el único que podría producir
resultados en ese campo.
Así es como
Kautsky trata la acción de masas. Él observa que las masas han actuado de
diferentes maneras históricamente, a veces en un sentido reaccionario, a veces
en un sentido revolucionario, a veces permaneciendo pasivas, y llega a la
conclusión de que uno no puede construir sobre este cimiento cambiante e
imprevisible. ¿Pero qué nos dice la teoría marxista? Que, más allá de los
límites de la variación individual --o sea, en lo que atañe a las masas--, las
acciones de los hombres están determinadas por su situación material, sus
intereses y las perspectivas que surgen de los últimos y que éstos, haciendo
concesiones por el peso de la tradición, son diferentes para las diferentes
clases. Si vamos a comprender el comportamiento de las masas, entonces debemos
hacer distinciones claras entre las diversas clases: las acciones de una masa
lumpenproletaria, una masa campesina y una masa proletaria moderna serán
completamente diferentes. Por supuesto, Kautsky no podría llegar a ninguna
conclusión disponiéndolas todas juntas indiscriminadamente; la causa de su fracaso
para encontrar una base para la predicción, sin embargo, no descansa en el
objeto de su análisis histórico, sino en la inadecuación de los métodos que ha
usado.
Kautsky da
otra razón por despreciar el carácter de clase de las masas actuales: como
combinación de varias clases, no tienen ningún carácter de clase:
“En la
pág. 45 de mi artículo, examiné qué elementos podrían estar potencialmente
involucrados en la acción de este tipo en la Alemania actual. Mi hallazgo fue
que, despreciando a los niños y a la población agrícola, uno tendría que contar
con unos treinta millones de personas, de las cuales sólo en torno a un décimo
serían obreros organizados. El resto estaría compuesto por obreros
desorganizados, en su mayor parte infectados todavía por el pensamiento del
campesinado, la pequeño-burguesía y el lumpenproletariado, junto con una buena
porción de miembros de los dos últimos estratos mismos.
Aun tras
los reproches de Pannekoek, yo todavía no veo cómo se puede atribuir un
carácter de clase unificado a tales masas abigarradas. No es que yo ‘dejase mi
marxismo en casa', yo nunca poseí tales 'herramientas analíticas'. El camarada
Pannekoek piensa claramente que la esencia del marxismo consiste en ver una
clase particular, a saber, al proletariado asalariado industrial, con
conciencia de clase, dondequiera que las masas estén involucradas.”
Kautsky no
se hace justicia aquí. Para legitimar un lapsus momentáneo, lo generaliza, y
sin justificación. Afirma que nunca ha poseído las “herramientas analíticas” marxistas
capaces de identificar el carácter de clase de estas “masas abigarradas” --el
dice “unificadas”-- pero lo que está en cuestión es obviamente el carácter de
clase predominante, el carácter de la clase que constituye la mayoría y cuyas
perspectivas e intereses son decisivos, como es el caso hoy del proletariado
industrial. Pero se está equivocando; pues esta misma masa, hecha aún más
abigarrada por la adición de la población rural, surge en el contexto de la
política parlamentaria. Y todos los escritores del Partido Social-Demócrata
partían del principio de que la lucha de clases entre la burguesía y el
proletariado constituía el contenido básico de su política parlamentaria, que
las perspectivas e intereses del trabajo asalariado gobiernan todas sus políticas
y representan las perspectivas e intereses de la gente en su conjunto. ¿Hace
eso que lo que sigue siendo bueno para las masas en el campo de la política
parlamentaria de repente deje de aplicarse tan pronto éstas se vuelven hacia la
acción de masas?
Al
contrario, el carácter de clase proletario se expresa con la mayor claridad en
la acción de masas. En lo que concierne a la política parlamentaria, el país
entero está involucrado, incluso los pueblos y aldeas más aislados; no tiene
relación con cómo de densamente se concentra la población. Pero son
principalmente las masas apiñadas juntas en las grandes ciudades las que se
comprometen en la acción de masas; y, de acuerdo con las estadísticas oficiales
más recientes, la población de las 42 mayores ciudades de Alemania está
compuesta de un 15.8 por ciento de empleados por cuenta propia, un 9.1 por
ciento por empleados clericales y un 75.0 por ciento de obreros, sin tener en
cuenta el 25 por ciento al que no puede atribuirse ninguna ocupación precisa.
Si también tomamos nota de que en 1907 el 15 por ciento de la fuerza de trabajo
alemana trabajaba en empresas pequeñas, el 29 por ciento en empresas de escala
media y el 56 por ciento en las empresas de gran escala y gigantescas, vemos
cómo de firmemente se estampa sobre las masas idóneas para participar en la
acción de masas el carácter del trabajador asalariado empleado en la industria
a gran escala. Si Kautsky sólo puede ver masas abigarradas, es en primer lugar
porque cuenta a las esposas de los obreros organizados como pertenecientes a
los veintisiete millones no organizados, y en segundo lugar porque niega el
carácter de clase proletario de aquellos obreros que no están organizados o que
todavía no han desechado las tradiciones burguesas. Nosotros, por consiguiente,
volvemos a enfatizar que lo que cuenta en el desarrollo de estas acciones, en
las que los intereses y pasiones más profundos de las masas salen a la
superficie, no es el número de miembros de la organización ni la ideología
tradicional, sino en una magnitud siempre creciente el carácter de clase real
de las masas.
Ahora se
vuelve clara qué relación guardan nuestros métodos entre sí. Kautsky denuncia
mi método como “marxismo supersimplificado”; yo estoy afirmando, una vez
más, que el suyo no es ni supersimplificado ni supersofisticado, sino no
marxista en absoluto. Cualquier ciencia que busque investigar un área de la
realidad debe empezar por la identificación de los factores principales y de
las fuerzas subyacentes básicas en su forma más simple; esta primera imagen
simple es entonces rellenada, mejorada y hecha más compleja en cuanto se
proporcionan para corregirla los detalles adicionales, las causas secundarias y
las influencias menos directas, de modo que se aproxime cada vez más estrechamente
a la realidad. Permítasenos tomar como ilustración el análisis de Kautsky de la
gran revolución francesa. Aquí encontramos como una primera aproximación la
lucha de clases entre la burguesía y las clases feudales; un contorno de estos
factores principales, cuya validez general no puede cuestionarse, podría
describirse como “marxismo supersimplificado”. En su folleto de 1889, Kautsky
analizaba las subdivisiones dentro de esas clases, y pudo así mejorar y ahondar
significativamente este primer esbozo simple. El Kautsky de 1912, sin embargo,
mantendría que no había ningún tipo de unidad a respecto del carácter de las
masas abigarradas que componían el Tercer Estado contemporáneo; y que sería
vano esperar de él acciones y resultados definidos. Así es cómo está el asunto
en este caso --excepto que la situación es más complicada porque involucra el
futuro, y las clases de hoy tienen que ensayar y localizar las fuerzas que lo
determinan--. Como primera aproximación orientada a conseguir una perspectiva
general inicial, debemos volver al rasgo básico del mundo capitalista, la lucha
entre la burguesía y proletariado, las dos clases principales; intentamos
perfilar el proceso de revolución como un desarrollo de las relaciones de poder
entre ellas. Somos, por supuesto, perfectamente bien conscientes de que la
realidad es mucho más compleja, y que quedan muchos problemas por ser resueltos
antes de que la comprendamos: debemos en cierta medida esperar las lecciones de
la práctica para hacerlo. La burguesía no es una clase más unificada que el
proletariado; la tradición todavía influye en ambos; y entre la masa del pueblo están también los lumpenproletarios, los pequeños burgueses y los empleados
clericales cuyas acciones están inevitablemente determinadas por sus situaciones
de clase particulares. Pero una vez que sólo forman mezclas
insuficientemente importantes para oscurecer el carácter básico
proletario-asalariado de las masas, lo anterior es meramente un calificativo
que no refuta el contorno inicial, sino que lo elabora.
La
colaboración de las diversas tendencias en la forma de un debate es necesaria
para dominar y clarificar estos problemas. ¿Necesitamos decir que contamos con
el autor de los Conflictos de Clase de 1789 para indicar los problemas y
dificultades por ser resueltos todavía en sus críticas de nuestro esbozo
inicial? Pero el Kautsky de 1912 declara que excede su competencia ayudar en
esto, la cuestión más importante que enfrenta el proletariado militante, la de
la identificación de las fuerzas que darán forma a su lucha revolucionaria
venidera, sobre el fundamento de que él no sabe cómo puede atribuirse un
“carácter de clase unificado” a “tales masas abigarradas” como las masas
proletarias actuales.
3. La
organización
En nuestro
artículo en el Leipziger Volkszeitung, mantuvimos que Kautsky había tomado sin
justificación nuestro énfasis en la importancia esencial del espíritu de
organización como si significase que consideramos la organización misma
innecesaria. Lo que nosotros habíamos dicho era que, independientemente de
todos los ataques a las formas externas de asociación, las masas en las que
habita este espíritu se reagruparán siempre en nuevas organizaciones; y si, en
contraste con la visión expresada en el Congreso del Partido de Dresde en 1903,
Kautsky espera ahora que el Estado se abstenga de atacar a las organizaciones
obreras, este optimismo sólo puede estar basado en el espíritu de organización
que él tanto desdeña.
El espíritu
de organización es, de hecho, el solo principio activo que dota de vida y
energía al armazón de la organización. Pero este alma inmortal no puede flotar
etéreamente en el reino celeste como la teología cristiana; recrea
continuamente una forma organizativa para sí mismo, porque agrupa a los hombres
en los que vive para el propósito de la acción colectiva, organizada. Este
espíritu no es algo abstracto o imaginario, en contraste con la forma
prevaleciente de asociación, la organización “concreta”, pero es justo tan
concreto y real como la última. Entrelaza a las personas individuales que
componen la organización más estrechamente juntas de lo que pueden cualesquiera
normas o estatutos, de modo que ya no se esparzan como átomos dispares cuando
la atadura externa de normas y estatutos se corte. Si las organizaciones son
capaces de desarrollar y asumir la acción como cuerpos poderosos, estables,
unidos; si ni batalla de adhesión ni disolución del compromiso, ni lucha ni
derrota, pueden quebrar su solidaridad; si todos sus miembros ven como la cosa
más natural del mundo poner el interés común antes que su propio interés
individual, no lo hacen así debido a los derechos y obligaciones que los
estatutos traen consigo, ni debido al poder mágico de los fondos de la
organización o de su constitución democrática: la razón de todo esto descansa
en el sentido de organización del proletariado, en la profunda transformación a
la que ha sido sometido su carácter.
Lo que
Kautsky tiene que decir sobre los poderes que la organización tiene a su
disposición está todo muy bien: la calidad de los brazos que el proletariado
forja para sí mismo le proporciona la confianza en sí mismo y un sentido de sus
propias capacidades, y no hay ningún desacuerdo entre nosotros acerca de la
necesidad de los obreros de equiparse tan bien como sea posible con poderosas
asociaciones centralizadas que tengan fondos adecuados a su disposición. Pero
la virtud de esta maquinaria es dependiente de la prontitud de los miembros a
sacrificarse, de su disciplina dentro de la organización, de su solidaridad
hacia sus camaradas, en resumen, del hecho de que se hayan convertido en
personas completamente diferentes de los antiguos pequeñoburgueses y campesinos
individualistas. Si Kautsky ve este nuevo carácter, este espíritu de organización,
como un producto de la organización, entonces, en primer lugar, no hay
necesidad de ningún conflicto entre esta visión y la nuestra propia, y, en
segundo lugar, esto es solamente correcto a medias; pues esta transformación de
la naturaleza humana en el proletariado es primariamente el efecto de las
condiciones bajo las que los obreros viven, adiestrados como están para actuar
colectivamente mediante la experiencia compartida de la explotación en la misma
fábrica, y secundariamente un producto de la lucha de clases, es decir, de la
acción militante por parte de la organización; sería difícil de sostener que
tales actividades como elegir comités y contar cuotas realicen mucha
contribución a este respeto.
Se vuelve
claro inmediatamente lo que constituye la esencia de la organización proletaria
si consideramos exactamente lo que
distingue un sindicato de un club de juego, una sociedad para la prevención de
la crueldad a los animales o una asociación de empresarios. Kautsky
evidentemente no lo hace así, y no ve ninguna diferencia de principios entre
ellas; por eso sitúa a la par las “asociaciones amarillas”, a las que los
empresarios compelen a unirse a sus obreros, con las organizaciones del
proletariado militante. No reconoce la significación de la organización
proletaria para la transformación del mundo. Se siente capaz de acusarnos de
desdén por la organización: en realidad, la valora mucho menos que nosotros. Lo
que distingue a las organizaciones obreras de todas las demás es el desarrollo
de la solidaridad dentro de ellas como la base de su poder, la subordinación
total del individuo a la comunidad, la esencia de una nueva humanidad aún
en proceso de formación. La organización proletaria lleva la unidad a las
masas, previamente fragmentadas e impotentes, moldeándolas en una entidad con
un propósito consciente y con poder por derecho propio. Pone los fundamentos de
una humanidad que se gobierna a sí misma, decide su propio destino, y como
primer paso en esa dirección, expulsa la opresión ajena. En ella crece el único
instrumento que puede abolir la hegemonía de clase de la explotación; el
desarrollo de la organización proletaria significa en sí mismo la repudiación
de todas las funciones de la dominación de clase; representa el orden autocreado del pueblo, y luchará de modo
implacable para repeler y poner fin a la intervención brutal y a los esfuerzos
despóticos de represión que emprende la minoría dominante. Es dentro de la
organización proletaria donde crece la nueva humanidad, una humanidad que ahora
se desarrolla por primera vez en la historia del mundo como una entidad
coherente; la producción está desarrollándose como una economía mundial
unificada y el sentido de pertenecencia recíproca está creciendo
simultáneamente entre los hombres, las firmes solidaridad y fraternidad que los
ligan juntos como un organismo gobernado por una sola voluntad.
Hasta donde
concierne a Kautsky, la organización consiste solamente en la asociación o
sociedad “real, concreta”, formada por los obreros para cierta meta
práctica de sus propios intereses y mantenida unida sólo por las ataduras
externas de normas y estatutos, justo como una asociación de empresarios o una
sociedad de ayuda mutua de especieros. Si esta atadura externa se rompe, todo
se fragmenta en otros tantos individuos aislados y la organización desaparece.
Es entendible que una concepción de este tipo lleve a Kautsky a pintar los
peligros externos que amenazan a la organización en tales colores sombríos, y a
advertir tan enérgicamente contra “los ensayos de poder” imprudentes que
traen sucesivamente la desmoralización, la deserción masiva y el derrumbe de la
organización. A este nivel de generalización no puede haber ninguna objeción a
sus advertencias: nadie quiere ensayos imprudentes de poder. Ni son las
consecuencias infortunadas de una derrota una fantasía de su parte;
corresponden a la experiencia de un movimiento obrero joven. Cuando los obreros
descubren primero la organización, esperan grandes cosas de ella, y entran en
batalla llenos de entusiasmo; pero si la contienda está perdida, a menudo le
vuelven la espalda a la organización en desaliento y descorazonamiento, porque
sólo la consideran desde la perspectiva directa, práctica, como una
asociación que proporciona beneficios inmediatos, y el nuevo espíritu tiene
todavía que echar raíces firmes en ellos. ¡Pero qué cuadro diferente nos da la
bienvenida en el movimiento obrero maduro, que está poniendo su estampa siempre
más inequívocamente en los países más avanzados! Una y otra vez vemos con qué
tenacidad los obreros se adhieren a sus organizaciones, como ninguna derrota ni
el terrorismo más vicioso de las clases altas puede inducirles a abandonar la
organización. Ellos no ven en la organización meramente una sociedad formada
para propósitos de conveniencia, sienten más bien que es su único poder, su
único recurso, que sin la organización ellos son impotentes y están indefensos,
y esta conciencia gobierna toda su acción tan despóticamente como un instinto
de autoconservación.
Esto no es
todavía cierto en todos los obreros, por supuesto, pero es la dirección en la
que se están desarrollando; este nuevo carácter está volviendo cada vez más
fuerte en el proletariado. Y los peligros pintaros tan oscuros por Kautsky
están, por lo tanto, volviéndose de importancia cada vez menor. Ciertamente, la
lucha tiene sus peligros, pero es no obstante el elemento de la organización,
es el único ambiente en que puede crecer y desarrollar su fuerza interior. No
conocemos ninguna estrategia que pueda traer sólo victorias y ninguna derrota;
como quiera de cautos podamos ser; los retrocesos y derrotas sólo pueden
evitarse completamente dejando el campo sin luchar, y ésto sería en la mayoría
de los casos peor que una derrota. Debemos estar preparados para que nuestros
avances sean detenidos con muchísima frecuencia por la derrota, sin manera
alguna de evitar la batalla. Cuando dirigentes bienintencionados se expresan
sobre las serias consecuencias de la derrota, los obreros pueden, por
consiguiente, replicar:
“¿Piensas
que nosotros, por quienes la organización se ha convertido en carne y sangre,
que sabemos y sentimos que la organización es más para nosotros que nuestras
mismas vidas --pues representa la vida y el futuro de nuestra clase--, que
simplemente debido a una derrota perderemos inmediatamente la confianza en la
organización y nos descaminaremos? Ciertamente, una sección entera de las masas
que nos inundaron en el ataque y la victoria será arrastrada lejos de nuevo
cuando suframos un revés; pero esto sólo significa que podemos contar con apoyo
más amplio para nuestras acciones que la falange firmemente creciente de
nuestros resueltos batallones de combate.”
Este
contraste entre las visiones de Kautsky y las nuestras propias también deja
claro cómo es que diferimos tan agudamente en nuestra evaluación de la
organización, aunque compartamos la misma matriz teórica. Es simplemente que
nuestras perspectivas corresponden a diferentes fases en el
desarrollo de la organización, las de Kautsky a la organización en su primera
floración, las nuestras a un nivel más maduro de desarrollo. Esto es por lo que
él considera que la forma externa de la organización es lo que es esencial, y
cree que toda la organización está perdida si esta forma sufre. Esto es por lo
que toma la transformación del carácter proletario como la consecuencia de la
organización, en lugar de como su esencia. Esto es por lo que ve el efecto
caracteriológico principal de la organización sobre el obrero en la confianza y
el autodominio traidos por los recursos materiales de la colectividad --en
otras palabras, los fondos--. Esto es por lo que él advierte que los obreros
volverán sus espaldas a la organización por desmoralización si sufre una
derrota mayor. Todo esto corresponde a la concepción que uno derivará de
observar la organización en sus fases iniciales de desarrollo. Los argumentos
que él expone contra nosotros disponen, por consiguiente, de una base en la
realidad; pero nosotros afirmamos una justificación mayor para nuestra
perspectiva en que pertenece a la nueva realidad que se despliega
irresistiblemente --¡y no dejemos que se nos olvide que Alemania solamente ha
tenido poderosas organizaciones proletarias durante una década!--. Esto, por
tanto, refleja los sentimientos de la joven generación de obreros que ha
evolucionado durante los últimos diez años. Las viejas ideas todavía se
aplican, por supuesto, pero en una medida decreciente; las concepciones de
Kautsky expresan los momentos primitivos, inmaduros de la organización, una
fuerza con la que contar todavía, pero inhibidora, retardante. Se revelará por
la práctica qué relación mantienen estas diferentes fuerzas entre sí, en las
decisiones y actos mediante los cuales las masas proletarias muestren de lo que
se consideran capaces.
4. La
conquista del poder
Para una
refutación de las extraordinarias observaciones de Kautsky sobre el papel del
Estado y la conquista del poder político y para la discusión de su tendencia a
ver anarquistas por todas partes, debemos remitir al lector al Leipziger
Volkszeitung del 10 septiembre. Aquí añadiremos solamente unos pocos
comentarios para clarificar nuestras diferencias.
La cuestión
acerca de cómo el proletariado gana los derechos democráticos fundamentales
que, una vez su conciencia de clase socialista está suficientemente
desarrollada, le dotan de la hegemonía política, es el problema básico que
subyace a nuestra táctica. Nosotros asumimos la visión de que aquéllos sólo
pueden ganarse a la clase dominante en el curso de enfrentamientos, en los que
el poderío total de la última salta al campo contra el proletariado y en los
que, consecuentemente, este poderío total es vencido. Otra concepción sería que
la clase dominante cede estos derechos voluntariamente bajo la influencia de
ideales democráticos o éticos universales, y sin el recurso a los medios de
coerción a su disposición --esta sería la evolución pacífica hacia el estado del
futuro contemplada por los revisionistas--. Kautsky rechaza ambas visiones:
¿qué posible alternativa hay?. De sus declaraciones nosotros inferimos que
concebía la conquista del poder como la destrucción de la fuerza del enemigo de
una vez por todas, un acto único cualitativamente diferente de
toda la actividad previa del proletariado en la preparación de esta
revolución. Dado que Kautsky rechaza esta lectura, y puesto que es deseable que
sus concepciones básicas a respecto de la táctica sean entendidas claramente,
procederemos a citar los pasajes más importantes. En octubre de 1910 escribía:
“En una
situación como la que resultó en Alemania, sólo puedo concebir la huelga
general política como un acontecimiento único en el que el proletariado entero,
a lo largo de la nación, se comprometa con todo su poderío, como una lucha a
vida o muerte, una en la que nuestro adversario es abatido o, en su lugar,
todas nuestras organizaciones, todo nuestro poder es hecho pedazos o por lo
menos paralizado durante los años venideros.”
Ha de
suponerse que, por abatir a nuestro adversario, Kautsky quiere decir la
conquista del poder político; por otra parte, el único acto tendría que
repetirse una segunda o tercera vez. Por supuesto, la campaña podría también
probarse insuficientemente poderosa, y en este caso habría fallado, habría
resultado en una seria derrota, y tendría, por consiguiente, que ser comenzada
de nuevo otra vez. Pero si tuviese éxito, la meta final se habría conseguido.
Ahora, sin embargo, Kautsky está negando que alguna vez dijera que la huelga de
masas pudiera ser un acontecimiento capaz de derrumbar el capitalismo de un
golpe. Cómo, por tanto, tenemos que tomarnos la cita anterior, simplemente no
lo entiendo.
En 1911,
Kautsky escribía en su artículo “La acción de masas” acerca de las
acciones espontáneas de multitudes desorganizadas:
“Si la
acción de masas tiene éxito, sin embargo, si es tan dinámica y tan
tremendamente extendida, las masas tan despiertas y determinadas, el ataque tan
inesperado y la situación en que coge a nuestro adversario tan desfavorable
para él, que su efecto es irresistible, entonces las masas podrán explotar su
victoria de una manera bastante diferente de hasta ahora. [Sigue la
referencia a las organizaciones obreras.] Donde estas organizaciones
han tomado raices, ha pasado el tiempo en el que las victorias del proletariado
en acciones de masas espontaneas tenían éxito solamente para sacar las castañas
del fuego a alguna sección particular de sus oponentes que pasaban a estar en
la oposición. De aquí en adelante, podrá disfrutarlos él mismo.”
No puedo ver
ninguna otra interpretación posible de este pasaje que, como resultado de un
poderoso alzamiento espontáneo por parte de las masas desorganizadas,
disparadas por algunos acontecimientos particularmente provocativos, el poder
político caiga ahora en manos del proletariado mismo, en lugar de en manos de
una camarilla burguesa como hasta ahora. Aquí también se contempla la
posibilidad de ataques, inicialmente fallando y desmoronandose en la derrota,
antes de que el ataque tenga éxito. Los protagonistas de una revolución
política de este tipo y los métodos que estaban usando la situarían
completamente fuera del marco del movimiento obrero actual; mientras el último
estaba continuando su actividad rutinaria de educación y organización, la
revolución estallaría por encima de él sin ninguna advertencia, “como viniendo
de otro mundo”, bajo la influencia de acontecimientos momentáneos. De este
modo, no podemos ver otra interpretación que esa propuesta en nuestro artículo.
El enigma de ello no es que en esta visión la revolución sea un solo acto
preciso; aun si la conquista del poder consistiese en varios actos tales
(huelgas masivas y acciones “callejeras”), la cuestión principal es el severo
contraste entre la actividad actual del proletariado y la futura conquista
revolucionaria del poder, que pertenece a un orden completamente diferente de
cosas. Kautsky confirma esto ahora explícitamente:
“Para
evitar cualquier malentendido, me gustaría señalar que mi polémica con la camarada
Luxemburg trataba sobre la huelga general política, y mi artículo sobre la
'Acción de masas' acerca de los disturbios callejeros. Dije de esos últimos que
podrían, en ciertas circunstancias, llevar a levantamientos políticos, pero que
eran impredecibles por naturaleza y no podrían ser instigados a voluntad. No
estaba refiriéndome a las simples demostraciones callejeras...
Repetiré
una vez más que mi teoría del ‘radicalismo pasivo', es decir, esperar la
ocasión apropiada y el humor entre las masas, ninguno de los cuales puede
predecirse por adelantado o acelerarse por decisión de la organización, se
refiere solamente a los disturbios callejeros y a las huelgas de masas
orientados a afianzar una decisión política particular --y no a las
demostraciones callejeras, ni a las huelgas de protesta--. Las últimas pueden
muy bien ser convocadas de vez en cuando por del partido o el sindicato,
independiente del humor de las masas fuera de la organización, pero no
necesariamente implican nuevas tácticas en tanto que siguen siendo meras
demostraciones.”
No nos
pararemos en el hecho de que una huelga de masas política, sólo permisible como
un acontecimiento de una vez por todas durante 1910, y por consiguiente
excluida de la campaña prusiana contemporánea por el sufragio, aparece ahora
repentinamente entre las acciones del día a día que pueden ser iniciadas al dar
la señal como una “huelga de protesta”. Señalaremos simplemente que
Kautsky está aquí haciendo una distinción precisa entre acciones del día a día,
que son sólo demostraciones y pueden convocarse a voluntad, y los
acontecimientos revolucionarios imprevisibles del futuro. Pueden ganarse nuevos
derechos de vez en cuando en la lucha diaria; éstos no son en ningún sentido
pasos hacia la conquista del poder, de otro modo la clase dominante ofrecería
una resistencia a ellos que sólo podría superarse mediante las huelgas
políticas. Los gobiernos amistosos con los obreros pueden alternar con
gobiernos hostiles a ellos, las demostraciones callejeras y huelgas de masas
pueden jugar algún papel en el proceso; pero durante todo eso, nada esencial
cambiará; nuestra lucha sigue siendo “una lucha política contra los gobiernos”
que se restringe a la “oposición” y deja el poder del Estado y sus ministerios
intacto. Hasta un día, cuando los acontecimientos externos disparen un
alzamiento popular masivo con disturbios callejeros y huelgas políticas que
pongan fin a todo este asunto.
Sólo es
posible mantener tal perspectiva restringiendo la observación de uno a las
formas políticas externas e ignorando la realidad política tras de ellas. El
análisis de la correlación de poder entre las clases en conflicto, como una
asciende y la otra declina, es la única clave para entender el desarrollo
revolucionario. Esto transciende la distinción precisada entre la acción del
día a día y la revolución. Las diversas formas de acción mencionadas por
Kautsky no son polos opuestos, sino parte de una clase gradualmente
diferenciada de formas de acción, débiles y poderosas, dentro de la misma categoría.
En primer
lugar, por lo que se refiere a cómo se desarrollan: incluso las demostraciones
francas no pueden ser convocadas a voluntad, sino que sólo son posibles cuando
un sentimiento fuerte ha sido despertado por causas externas, como el coste
creciente de la vida y el peligro de la guerra hoy, o las condiciones de
sufragio en Prusia en 1910. Cuando más fuerte sea el sentimiento despertado,
más vigorosamente pueden desarrollarse las protestas. Lo que Kautsky tiene que
decir sobre la forma más poderosa de huelga de masas, a saber, que debemos “darle
el apoyo más enérgico y usarla para fortalecer al proletariado”, no va lo
bastante lejos para casos donde esta situación ya ha generado un movimiento de
masas; cuando las condiciones lo permitan, el Partido, como el portador
consciente de las más profundas sensibilidades de las masas explotadas, debe
instigar tal acción como es necesario y asumir la dirección del movimiento --en
otras palabras, jugar el mismo papel en los acontecimientos de importancia mayor
que realiza hoy a escala más pequeña--. Los factores precipitantes no pueden
preverse, pero somos nosotros quienes actuamos sobre ellos.
En segundo
lugar, por lo que se refiere a aquellos que toman parte: nosotros no podemos
restringir nuestras demostraciones presentes solamente a miembros del partido;
aunque éstos formen al principio el núcleo, otros vendrán a nosotros en el
curso de la lucha. En nuestro último artículo mostramos que el círculo de
aquéllos involucrados crece en tanto la campaña se desarrolla, hasta que
incluye a las amplias masas del pueblo; no hay nunca ninguna cuestión de
disturbios callejeros ingobernables en el viejo sentido.
En tercer
lugar, por lo que se refiere a los efectos que tiene tal acción: la conquista
del poder por medio de las formas de acción más potentes básicamente equivale a
la liquidación de los poderes de coerción disponibles para el enemigo y a la
formación de nuestro propio poder; pero aún las protestas actuales, nuestras
simples demostraciones callejeras, despliegan este efecto a una pequeña escala.
Cuando la policía tenía que abandonar sus esfuerzos por impedir las
demostraciones en la pura impotencia en 1910, ésa fue una primera señal de que
empezaban a desmoronarse los poderes coercitivos del Estado; y el contenido de
la revolución consiste en la destrucción total de estos poderes. En este
sentido, ese ejemplo de la acción de masas puede verse como el principio de la
revolución alemana.
El contraste
entre nuestras respectivas visiones, tal como han sido expuestas aquí, puede
parecer ser puramente teórico a primera vista; pero tiene, no obstante, gran
importancia práctica con respecto a las tácticas que adoptamos. Tal como lo ve
Kautsky, cada vez que la oportunidad de una acción vigorosa surja debemos
detenernos y considerar si no podría llevar a un “ensayo de fuerza”, un
esfuerzo por hacer la revolución, esto es, a la movilización de toda la fuerza
de nuestro adversario contra nosotros. Y debido a que se acepta que somos
demasiado débiles para emprender esto, será muy facil huir de cualquier acción
--éste era el peso del debate en la huelga de masas en Die Neue Zeit en
1910--. Aquéllos que rechazan la dicotomía de Kautsky entre la acción diaria y
la revolución, sin embargo, estiman cada acción como un problema inmediato, a
ser evaluado según las condiciones predominantes y el humor de las masas, y al
mismo tiempo, como parte de un gran propósito. En cada campaña uno presiona
tanto hacia delante como parece posible en las condiciones dadas, sin
permitirse ser debilitado por consideraciones teóricas engañosas proyectadas
hacia el futuro; pues el problema no es nunca el de una revolución total, ni el
de una victoria con importancia sólo para el presente, sino siempre el de un
paso adelante a lo largo del camino de la revolución.
5.
Actividad parlamentaria y acción de las masas
La acción de
masas no es nada nuevo: es tan vieja como la actividad parlamentaria misma.
Toda clase que ha hecho uso del parlamento también ha acudido en ocasiones a la
acción de masas; pues constituye un complemento necesario o --mejor aún--
un correctivo a la acción parlamentaria. Dado que, en los
sistemas parlamentarios desarrollados, el parlamento mismo promulga la
legislación, incluyendo la legislación electoral, una clase o camarilla que ha
ganado una vez la superioridad está en posición de afianzar su dominación para
siempre, independientemente de todo el desarrollo social. Pero si su hegemonía
se vuelve incompatible con una nueva fase de desarrollo, la acción de masas, a
menudo en la forma de una revolución o de un levantamiento popular, interviene
como una influencia correctiva, barre a la camarilla gobernante, impone una
nueva ley electoral en el parlamento, y así reconcilia el parlamento y la
sociedad una vez más. La acción de masas también puede ocurrir cuando las masas
están en apuros particularmente horribles, para impeler al parlamento a aliviar
su miseria. El miedo a las consecuencias de la indignación de las masas induce
frecuentemente a la clase que sostiene el poder parlamentario a hacer
concesiones que las masas no habrían obtenido de otro modo. Si las masas tienen
o no portavoces en el parlamento en tales ocasiones está lejos de carecer de
importancia, pero es no obstante de importancia secundaria; la fuerza
determinante crucial descansa fuera.
Hemos
entrado ahora, nuevamente, en un periodo en el que esta influencia correctiva
en el funcionamiento del parlamento es más necesaria que nunca; la lucha por el
sufragio democrático por un lado, y el coste creciente de la vida y el peligro
de la guerra por el otro, están inflamando la acción de masas. A Kautsky le
gusta señalar que no hay nada nuevo en estas formas de lucha; acentúa la
similitud con las más tempranas. Nosotros, sin embargo, enfatizamos los nuevos
elementos que las distinguen de todas las que se han producido antes.
El hecho de que el proletariado socialista de Alemania haya empezado a usar
estos métodos los dota de una importancia e implicaciones enteramente nuevas, y
fue precisamente a su clarificación a lo que se dedicaba mi artículo. En primer
lugar, porque el proletariado altamente organizado, consciente como clase, del
que el proletariado alemán es el ejemplo más desarrollado, tiene un carácter de
clase completamente diferente del de las masas populares hasta ahora, y sus acciones
son, por consiguiente, cualitativamente diferentes. En segundo lugar, porque
este proletariado está destinado a promulgar una revolución de largo alcance, y
la acción que tome tendrá, por consiguiente, un efecto profundamente subversivo
sobre el conjunto de la sociedad, sobre el poder del Estado y sobre las masas,
aun cuando no sirva directamente a una campaña electoral.
Kautsky no
está justificado, por lo tanto, a apelar a Inglaterra como un modelo “en el
que podemos estudiar mejor la naturaleza de la acción de masas moderna”. Lo
que a nosotros nos preocupa es la acción política de masas
orientada a afianzar nuevos derechos y a dar así expresión parlamentaria al
poder del proletariado: en Inglaterra se trataba de un caso de acción de masas
por parte de los sindicatos, una huelga de masas en apoyo de las
reivindicaciones sindicales que expresaba la debilidad de los viejos métodos
sindicales conservadores de buscar auxilio del gobierno. Lo que a nosotros nos
concierne es un proletariado tan políticamente maduro, tan profundamente
instilado con el socialismo como lo está aquí, en Alemania; el conocimiento
socialista y la claridad política necesarias para tales acciones estaba
completamente ausente entre las masas en la huelga en Inglaterra. Por supuesto,
los últimos acontecimientos también demuestran que el movimiento obrero no
puede arreglarselas sin las acciones de masas; ellas son también una
consecuencia del imperialismo. Pero, a pesar de las admirables solidaridad y
determinación manifestadas en ellas, tenían más bien el carácter de arranques
desesperados que el de acciones deliberadas conduciendo a la conquista del
poder, que sólo un proletariado profundamente imbuido en el socialismo puede
emprender.
Como
señalamos en el Leipziger Volkszeitung, la actividad parlamentaria y la acción
de las masas no son incompatibles entre sí; la acción de masas en la lucha por
el sufragio dota a la actividad parlamentaria de una base nueva, más amplia. Y
en nuestro primer artículo defendimos que el creciente coste de la vida y el
peligro de guerra bajo el imperialismo, la forma moderna del capitalismo, están
en la raíz de la acción de masas moderna.
El camarada
Kautsky “falla a ver” cómo esto resulta en “la necesidad de nuevas tácticas”
--la necesidad de la acción de masas, en otras palabras--; pues la acción de
masas orientada a “alterar o exigir decisiones del parlamento” no puede
suprimir en mayor medida los efectos básicos del capitalismo --las causas de la
elevación del coste de la vida, por ejemplo, que descansa en las malas
cosechas, la producción de oro y el sistema de cárteles-- contra los cuales son
impotentes los parlamentos, que cualquier otra forma de acción política. Es una
pena que los parisienses impulsados a la revuelta en 1848 por la crisis y el
coste creciente de la vida no supiesen eso; no habrían hecho ciertamente la
Revolución de Febrero.
Quizás el
camarada Kautsky vería esto como otra demostración aun de la incomprensión de
las masas, cuyo instinto es sordo a las alegaciones de la razón. Pero si, estimuladas
por el hambre y la miseria, las masas se alzan juntas y demandan alivio a pesar
de los argumentos del teórico de que ninguna forma de acción política puede
lograr algo frente a los males fundamentales del capitalismo, entonces es que
son los instintos de las masas los que están lo correcto y la ciencia del
teórico la que está equivocada. Primero, porque la acción puede fijarse metas
inmediatas que no son un sin sentido; cuando están sometidos a una presión
poderosa, los gobiernos y aquéllos con autoridad pueden hacer un gran pacto
para aliviar la miseria, incluso cuando esta tiene causas más profundas y no
puede ser alterada meramente mediante la decisión parlamentaria --como pudieron
los impuestos y aranceles en Alemania--. Segundo, porque el efecto duradero de
la acción de masas a gran escala es un golpe que quiebra más o menos la
hegemonía del capital, y por eso ataca la raíz del mal.
Kautsky
procede constantemente a partir de la asunción de que, mientras tanto el
capitalismo no haya sido transformado en socialismo, debe aceptarse como un
hecho fijo, invariable, contra cuyos efectos es vano luchar. Durante el periodo
en el que el proletariado es todavía débil, es cierto que una manifestación
particular del capitalismo --como la guerra, el coste creciente de la vida, el
desempleo-- no puede ser suprimida mientras el resto del sistema continúe
funcionando en todo su poderío. Pero esto no es cierto para el periodo del
declive capitalista, en el que ahora el proletariado poderoso, él mismo una
fuerza elemental del capitalismo, arroja su propia voluntad y poder a la
balanza de las fuerzas elementales. Si esta visión de la transición del
capitalismo al socialismo le parece “muy oscura y misteriosa” al
camarada Kautsky --lo que sólo significa que es nueva para a él--, entonces es
sólo porque él considera el capitalismo y el socialismo como entidades fijas,
elaboradas de antemano, y falla a captar la transición del uno al otro como un
proceso dialéctico. Cada asalto del proletariado a los efectos
peculiares del capitalismo significa un debilitamiento del poder del capital,
un fortalecimiento de nuestro propio poder y un paso adelante en el proceso de
la revolución.
6. El
marxismo y el papel del Partido
En
conclusión, unas pocas palabras más sobre la teoría. Éstas son necesarias
porque Kautsky indica, de vez en cuando, que nuestro trabajo se sale de la
concepción materialista de la historia, la base del marxismo. En un lugar
describe nuestra concepción de la naturaleza de la organización como espiritualismo malamente
adecuado para un materialista. En otra ocasión, adopta nuestra visión de que el
proletariado debe desarrollar su poder y su libertad “en constante ataque y
avance”, en una lucha de clases escalando de un compromiso a otro, como si
dijera que el ejecutivo del Partido tiene que “instigar” la revolución.
El marxismo
explica todas las acciones históricas y políticas de los hombres en términos de
sus relaciones materiales, y en particular sus relaciones económicas. Una
recurrente concepción errónea y burguesa nos acusa de ignorar el papel de la
mente humana en esto, y de hacer del hombre un instrumento muerto, un títere de
las fuerzas económicas. Nosotros insistimos, a su vez, en que el marxismo no
elimina la mente. Todo lo que motiva las acciones de los hombres lo hace a
través de la mente. Sus acciones están determinadas por su voluntad, y por
todos los ideales, principios y motivos que existen en la mente. Pero el
marxismo mantiene que el contenido de la mente humana no es otra cosa, nada,
sino un producto del mundo material en el que el hombre vive, y que las
relaciones económicas, por consiguiente, sólo determinan sus acciones mediante
sus efectos sobre su mente y la influencia sobre su voluntad. La revolución
social solamente sigue al desarrollo del capitalismo porque la conmoción
económica transforma primero la mente del proletariado,
dotándola de un nuevo contenido y dirigiendo la voluntad en este sentido. Justo
como la actividad socialdemócrata es la expresión de una nueva perspectiva y
una nueva determinación instilandose en la mente del proletariado, así la
organización es una expresión y consecuencia de una profunda
transformación mental en el proletariado. Esta transformación
mental es el término de mediación mediante el que el desarrollo económico
conduce al acto de la revolución social. No puede haber ciertamente ningún
desacuerdo entre Kautsky y nosotros en que éste es el papel que el marxismo
atribuye a la mente.
Y todavía
incluso en relación con esto nuestras visiones difieren; no en la esfera de lo
abstracto, la formulación teórica, sino en nuestro énfasis práctico. Sólo
cuando se toman juntas, las dos
declaraciones “Las acciones de
los hombres están enteramente determinadas por sus relaciones materiales”
y “Los hombres deben hacer ellos mismos
su historia a través de sus propias acciones” forman la visión marxista
en su conjunto. La primera excluye la noción arbitraria de que una revolución
puede hacerse a voluntad; la segunda elimina el fatalismo, que nos tendría
simplemente a la espera hasta que la revolución acaeciera por su propia cuenta
a través de alguna perfecta fruición del desarrollo. Mientras ambas máximas son
correctas en términos teóricos, reciben necesariamente grados diferentes de
énfasis en el curso del desarrollo histórico. Cuando el Partido está
floreciendo inicialmente y debe, antes de cualquier otra cosa, organizar al
proletariado, viendo su propio desarrollo como el objetivo primario de su
actividad; la verdad encarnada en la primera máxima le proporciona la paciencia
para el lento proceso de construcción, el sentido de que el tiempo de golpes
políticos (putsches) prematuros está pasado y la certeza tranquila de la
victoria final. En este período, el marxismo asume un carácter
predominantemente histórico-económico; es la teoría de que toda la
historia está económicamente determinada, y hace vibrar en nosotros la
comprensión de que debemos esperar que las condiciones maduren. Pero, cuanto
más se organiza el proletariado en un movimiento de masas capaz de una
intervención fuerte en la vida social, más está obligado a desarrollar el
sentido de la segunda máxima.
[XI] Los
filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de
lo que se trata es de transformarlo.
El
conocimiento alcanza ahora que la cuestión no es simplemente interpretar el
mundo, sino transformarlo. El marxismo
se convierte ahora en la teoría de la acción proletaria. Las
cuestiones de cómo precisamente el espíritu y la voluntad del proletariado se
desarrollan bajo la influencia de las condiciones sociales y cómo las diversas
influencias lo moldean, entra ahora en el primer plano; el interés por el lado
filosófico del marxismo y por la naturaleza de la mente viene ahora a la vida.
Dos marxistas influenciados por estas diferentes fases se expresarán, por
consiguiente, ellos mismos de modo diferente, uno acentuando principalmente la
naturaleza determinada de la mente, el otro su papel activo; ambos llevarán sus
verdades respectivas a la batalla el uno contra el otro, aunque ambos rinden
homenaje a la misma teoría marxiana.
Desde el
punto de vista práctico, sin embargo, este desacuerdo adquiere otro cariz.
Nosotros estamos enteramente de acuerdo con Kautsky en que un individuo o grupo
no puede hacer la revolución. Igualmente, Kautsky estará de acuerdo con
nosotros en que el proletariado debe hacer la revolución. Pero, ¿cómo están las
cosas a respecto del Partido, que es un término medio, por un lado un amplio
grupo que decide conscientemente que acción tomará, y por el otro el
representante y dirigente del proletariado entero? ¿Cuál es la función del
Partido?
Con respecto
a la revolución, Kautsky lo sitúa como sigue en su exposición de su táctica:
“La
utilización de la huelga general política, pero sólo en casos excepcionales,
extremos, cuando las masas ya no pueden ser refrenadas.”
Así, el
Partido tiene que detener a las masas mientras puedan ser
retenidas; mientras sea posible de algún modo, debe considerar su función como mantener
a las masas plácidas, refrenarlas de tomar la acción; sólo cuando esto ya no es
posible, cuando la indignación popular está amenazando con reventar todo
constreñimiento, él abre las compuertas y si es posible se pone él mismo a la
cabeza de las masas. Los papeles se distribuyen, de este modo, de tal manera
que toda la energía, toda la iniciativa en la que la revolución tiene sus
orígenes debe venir de las masas, mientras que la función del Partido es detener esta
actividad, inhibirla, contenerla mientras sea
posible. Pero la relación no puede ser concebida de este modo. Ciertamente,
toda la energía proviene de las masas, cuyo potencial revolucionario se
despierta por la opresión, la miseria y la anarquía, y quienes mediante su
revuelta deben entonces abolir la hegemonía del capital. Pero el Partido les ha
enseñado que los arranques desesperados por parte de individuos o grupos
individuales son vanos, y que el éxito sólo puede lograrse a través de la
acción colectiva, unitaria, organizada. Ha disciplinado a las masas y las ha
refrenado de diseminar infructuosamente su actividad revolucionaria. Pero esto,
por supuesto, es sólo un aspecto, el aspecto negativo de la
función del Partido; debe mostrar simultáneamente en términos positivos cómo
estas energías pueden ponerse a trabajar de una manera diferente, productiva, y
enseñar el camino para hacerlo.
Las masas,
por así decirlo, transfieren parte de su energía, su propósito revolucionario,
a la colectividad organizada, no para que se disipe, sino para que el Partido
pueda utilizarla como su voluntad colectiva. La iniciativa y potencial para la
acción espontánea que las masas entregan no se pierde de hecho al hacer esto,
sino que reaparece en otra parte y en otra forma como la iniciativa y potencial
del Partido para la acción espontánea; tiene lugar una transformación de la
energía respecto a cómo era. Incluso cuando la indignación más feroz alumbra
entre las masas --sobre el creciente coste de la vida, por ejemplo-- ellas
permanecen en calma, pues confían al Partido convocarlas para actuar de tal
modo que su energía sea utilizada de la manera más apropiada y más exitosa
posible.
La relación
entre las masas y el Partido no puede, por lo tanto, ser como Kautsky la ha
presentado. Si el Partido viese su función como refrenar a las masas de la
acción mientras pudiese hacerlo, entonces la disciplina de partido significaría
una pérdida para las masas de su iniciativa y potencial para la acción
espontánea, una pérdida real, y no una transformación de la energía. La
existencia del Partido reduciría entonces la capacidad revolucionaria del
proletariado más que incrementarla. No puede simplemente sentarse y esperar
hasta que las masas asciendan espontáneamente a pesar de haberle confiado parte
de su autonomía; la disciplina y confianza en la dirección del Partido que
mantiene a las masas calmadas lo coloca bajo una obligación de intervenir
activamente y dar él mismo a las masas la llamada a la acción en el momento correcto.
Así, como ya hemos argumentado, el Partido tiene efectivamente el deber de
instigar la acción revolucionaria, porque él es el portador de una parte
importante de la capacidad de acción de las masas; pero no puede hacerlo como y
cuando le agrade, pues no ha asimilado la voluntad entera del
proletariado entero, y no puede, por lo tanto, mandarle como a una
tropa de soldados. Debe esperar el momento correcto: no hasta que las masas no
esperen más y estén ascendiendo por su cuenta, sino hasta que las condiciones
despierten tal sentimiento en las masas que la acción a gran escala tenga una
oportunidad de éxito.
Éste es el
modo en que, en la doctrina marxista, se comprende que, aunque los hombres
estén determinados e impelidos por el desarrollo económico, hacen su propia
historia. El potencial revolucionario de la indignación despertada en las masas
por la naturaleza intolerable del capitalismo no debe quedar inexplotado y ser
perdido por eso; ni debe dispersarse en arranques desorganizados, sino hecho
apto para el uso organizado en la acción instigada por el Partido con el
objetivo de debilitar la hegemonía de capital. Es en estas tácticas
revolucionarias que la teoría marxista se convertirá en realidad.
Archivo Pannekoek | Pannekoek Archive - textos en Inglés
(1911: La acción de las masas
ResponderEliminarhttps://www.marxistsfr.org/espanol/kautsky/1911/1911-accionmasas-kautsky.pdf
Referencias a Piotr Kropotkin https://es.wikipedia.org/wiki/Piotr_Kropotkin
Karl Marx LAS LUCHAS DE CLASES EN FRANCIA DE 1848 A 1850[1]
INTRODUCCION DE F. ENGELS A LA EDICION DE 1895 [2]
https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/francia/francia1.htm
Archivo Pannekoek | Pannekoek Archive - textos en Inglés
ResponderEliminarSección en Español | MIA
https://www.marxists.org/espanol/pannekoek/1912/revolucion.htm
https://www.marxists.org/espanol/pannekoek/index.htm
https://www.marxists.org/archive/pannekoe/index.htm
Rosa Luxemburgo. La Huelga de masas, partido político y los sindicatos (1906)
http://eljanoandaluz.blogspot.com/2016/12/rosa-luxemburgo-la-huelga-de-masas.html
Rosa Luxemburgo. Proyecto de Resolución presentada
en el congreso de Jena de 1913 (Sobre la huelga de masas)
https://www.marxists.org/espanol/luxem/1913/xx/a.htm
Rosa Luxemburgo. La nueva experiencia belga (mayo de 1913)
https://www.marxists.org/espanol/luxem/1913/5/a.htm
Rosa Luxemburgo. Huelga política de masas (22 de julio de 1913)
https://www.marxists.org/espanol/luxem/1913/7/s.htm