Obras de
Lenin, Tomo VI (1916-1917)
Informe sobre la revolución de 1905 (desde la página 72 hasta la 79)
El "Informe sobre la revolución de 1905”, fue
pronunciado por V. I. Lenin en alemán el 9 (22) de enero de 1917, en la Casa
del Pueblo de Zurich, ante una asamblea de jóvenes obreros suizos. Publicado
por primera vez con la firma de N. Lenin en el No 18 de Pravda, el 22 de enero
de 1925.V. I. Lenin. Obras, 5a ed. en ruso, t. 30, págs. 306- 328. Traducción
de ediciones Progreso de Moscú, 1961.
Jóvenes
amigos y camaradas:
Hoy se
cumple el duodécimo aniversario del "Domingo Sangriento", considerado con plena razón
como el comienzo de la revolución rusa.
Millares de
obreros, y de obreros no socialdemócratas, sino creyentes, súbditos leales,
dirigidos por un sacerdote llamado
Gueorgui Gapón, afluyen de
todas las partes de la ciudad al centro de la capital, a la plaza del Palacio
de Invierno, para entregar una petición al zar. Los obreros llevan iconos; su
jefe de entonces, Gapón, se había dirigido al zar por escrito, garantizándole
la seguridad personal y rogándole que se presentara ante el pueblo.
Se llama a
las tropas. Ulanos y cosacos se lanzan sobre la multitud con el sable
desenvainado, ametrallan a los inermes obreros, que puestos de rodillas
suplicaban a los cosacos que se les permitiera ver al zar. Según los partes
policíacos, hubo más de mil muertos y de
dos mil heridos. La indignación de los obreros era indescriptible.
Tal es, en
sus rasgos más generales, el cuadro del 22 de enero de 1905, del "Domingo
Sangriento".
Para que
comprendan mejor la significación histórica de este acontecimiento, voy a leer
algunos pasajes de la petición que formulaban los obreros. La petición comienza
con estas palabras:
"Nosotros,
obreros, vecinos de Petersburgo, acudimos a Ti. Somos unos esclavos desgraciados
y escarnecidos; el despotismo y la arbitrariedad nos abruman. Cuando se agotó
nuestra paciencia, dejamos el trabajo y solicitamos de nuestros amos que nos
diesen lo mínimo que la vida exige para no ser un martirio. Más todo ha sido
rechazado, tildado de ilegal por los fabricantes. Los miles y miles aquí
reunidos, igual que todo el pueblo ruso, carecemos en absoluto de derechos humanos. Por culpa de
Tus funcionarios estamos reducidos a la condición de esclavos".
La petición
exponía las siguientes reivindicaciones: amnistía, libertades públicas, salario
normal, entrega gradual de la tierra al
pueblo, convocatoria de una Asamblea Constituyente elegida en votación
general e igual para todos, y terminaba con estas palabras:
"¡Señor!
¡No niegues la ayuda a Tu pueblo!
¡Derriba el muro que se alza entre Ti y Tu
pueblo! Dispón y júranoslo, que nuestros ruegos sean cumplidos, y harás la
felicidad de Rusia; si no lo haces, estamos dispuestos a morir aquí mismo. Sólo
tenemos dos caminos: la libertad y la felicidad o la tumba".
Cuando
leemos ahora esta petición de obreros sin instrucción, analfabetos, dirigidos
por un sacerdote patriarcal, experimentamos un sentimiento extraño. Impónese el
paralelo entre esa ingenua petición y las actuales resoluciones de paz de los
socialpacifistas, es decir, de gentes que quieren ser socialistas, pero que en
realidad no son sino simples charlatanes burgueses. Los obreros no conscientes
de la Rusia prerrevolucionaria no sabían que el zar es el jefe de la clase
dominante, de la clase de los grandes terratenientes, ligados ya por miles de
vínculos a la gran burguesía y dispuestos a defender por toda clase de medios
violentos su monopolio, sus privilegios y granjerías. Los socialpacifistas de
hoy día, que - ¡dicho sea sin chanzas!- quieren parecer personas "muy
cultas", no saben que esperar una paz "democrática" de los
gobiernos burgueses, que sostienen una guerra imperialista rapaz, es tan
estúpido como la idea de que el sanguinario zar pueda ser inclinado a las
reformas democráticas mediante peticiones pacíficas.
A pesar de
todo, la gran diferencia que media entre ellos estriba en que los
socialpacifistas de hoy día son en gran medida hipócritas, que, mediante
tímidas insinuaciones, tratan de apartar al
pueblo de la lucha revolucionaria, mientras que los incultos obreros rusos
de la Rusia prerrevolucionaria demostraron con hechos que eran hombres sinceros
en los que por vez primera despertaba la conciencia política.
Y
precisamente en ese despertar de la conciencia política en inmensas masas populares, que se lanzan a la
lucha revolucionaria, estriba la significación histórica del 22 de enero de
1905.
Dos días
antes del "Domingo Sangriento", el Sr. Piotr Struve, entonces jefe de
los liberales rusos, director de un órgano ilegal libre editado en el
extranjero, escribía: "En Rusia no hay todavía un pueblo revolucionario". ¡Tan absurda le parecía a este
"cultísimo", presuntuoso y archinecio jefe de los reformistas burgueses
la idea de que un país campesino analfabeto pueda engendrar un pueblo revolucionario! ¡Tan
profundamente convencidos estaban los reformistas de entonces -como lo están
los de ahora de que una verdadera revolución era imposible!
Hasta el 22
de enero (el 9 según el viejo cómputo) de 1905, el partido revolucionario de
Rusia lo formaba un pequeño grupo de personas. Los reformistas de entonces
(exactamente como los de ahora) se burlaban de nosotros tildándonos de
"secta". Varios centenares de organizadores revolucionarios, unos
cuantos miles de afiliados a las organizaciones locales, media docena de hojas
revolucionarias, que no salían arriba de una vez al mes, se editaban sobre todo
en el extranjero y llegaban a Rusia de contrabando, después de vencer increíbles
dificultades y a costa de muchos sacrificios: esto eran en Rusia, antes del 22
de enero de 1905, los partidos revolucionarios y, en primer término, la
socialdemocracia revolucionaria. Esta circunstancia autorizaba formalmente a
los obtusos y altivos reformistas a afirmar que en Rusia no había aún un pueblo revolucionario.
No obstante,
el panorama cambió por completo en el curso de unos meses. Los centenares de
socialdemócratas revolucionarios se convirtieron "de pronto" en
millares, los millares se convirtieron en jefes de dos o tres millones de proletarios. La lucha proletaria suscitó una gran efervescencia, que en parte
fue movimiento revolucionario, en el
seno de una masa campesina de cincuenta a cien millones de personas; el
movimiento campesino repercutió en el ejército y provocó insurrecciones de
soldados, choques armados de una parte del ejército con otra. Así, pues, un
país enorme, de 130.000.000 de
habitantes, se lanzó a la revolución; así, pues, la Rusia aletargada se
convirtió en la Rusia del proletariado revolucionario y del pueblo revolucionario.
Es necesario
estudiar esta transición: comprender cómo se hizo posible, cuáles fueron, por
así decirlo, sus métodos y caminos.
El medio
principal de esta transición fue la huelga de masas. La peculiaridad de la revolución
rusa estriba precisamente en que, por
su contenido social, fue una revolución democrático-burguesa, mientras que,
por sus medios de lucha, fue una
revolución proletaria. Fue democrático-burguesa,
puesto que el objetivo inmediato que se proponía, y que podía alcanzar
directamente con sus propias fuerzas, era la república democrática, la jornada de 8 horas y la confiscación de los
inmensos latifundios de la nobleza: medidas todas ellas que la revolución burguesa de Francia llevó
casi plenamente a cabo en 1792 y 1793.
La
revolución rusa fue a la vez una
revolución proletaria, no sólo por ser el proletariado su fuerza
dirigente, la vanguardia del movimiento, sino también porque el medio
específicamente proletario de lucha, la huelga, fue el medio principal para
poner en movimiento a las masas y el fenómeno más característico del
desarrollo, en oleadas sucesivas, de los acontecimientos decisivos.
La
revolución rusa es la primera gran revolución de la historia mundial -y sin duda
no será la última- en que la huelga
política de masas ha desempeñado un papel extraordinario. Se puede incluso
afirmar que es imposible comprender los acontecimientos de la revolución rusa y
la sucesión de sus formas políticas si no se estudia el fondo de esos
acontecimientos y de esa sucesión de formas a través de la estadística de las
huelgas.
Sé muy bien
que los áridos datos estadísticos están muy fuera de lugar en un informe oral y
que son capaces de asustar a los oyentes. Sin embargo, no puedo dejar de citar
algunas cifras redondas, para que ustedes puedan apreciar la base objetiva real
de todo el movimiento. Durante los diez años que precedieron a la revolución,
el promedio anual de huelguistas en Rusia ascendió a 43.000. Por consiguiente,
el número total de huelguistas durante el decenio anterior a la revolución fue
de 430.000. En enero de 1905, en el primer mes de la revolución, el número de
huelguistas llegó a 440.000. ¡O sea, que en un solo mes hubo más huelguistas
que en todo el decenio precedente!
En ningún
país capitalista del mundo, ni siquiera en los países más avanzados, como
Inglaterra, los Estados Unidos y Alemania, se ha visto un movimiento
huelguístico tan grandioso como el de 1905 en Rusia. El número total de
huelguistas ascendió a 2.800.000, es decir, al doble del total de obreros
fabriles. Ello, naturalmente, no quiere decir que los obreros fabriles urbanos
de Rusia fueran más cultos, o más fuertes, o estuvieran más adaptados a la
lucha que sus hermanos de la Europa Occidental. Lo cierto era lo contrario.
Pero eso
demuestra lo grande que puede ser la energía latente del proletariado. Eso
indica que en los períodos revolucionarios -lo digo sin ninguna exageración,
fundándome en los datos más exactos de la historia rusa- el proletariado puede
desarrollar una energía combativa cien veces mayor que en épocas corrientes de
tranquilidad. Eso indica que la humanidad no conoció hasta 1905 lo inmensa, lo
grandiosa que puede ser y será la tensión de fuerzas del proletariado cuando se
trata de luchar por objetivos verdaderamente grandes, de luchar de un modo
verdaderamente revolucionario.
La historia
de la revolución rusa nos muestra que quien luchó con la mayor tenacidad y la
mayor abnegación fue la vanguardia, fueron los elementos selectos de los
obreros asalariados. Cuanto más grandes eran las fábricas, más porfiadas eran
las huelgas, mayor era la frecuencia con que se repetían en un mismo año.
Cuanto más grande era la ciudad, más importante era el papel del proletariado
en la lucha. Las tres grandes ciudades donde reside la población obrera más
numerosa y más consciente - Petersburgo, Riga y Varsovia-, dan, con relación al
número total de obreros, un porcentaje de huelguistas incomparablemente mayor
que el de todas las demás ciudades, sin hablar ya del campo.
Los
metalúrgicos son en Rusia -probablemente lo mismo que en otros países
capitalistas- el destacamento de vanguardia del proletariado. Y a este respecto
observamos el siguiente hecho instructivo: por cada 100 obreros fabriles hubo
en 1905 en Rusia 160 huelguistas; mientras que por cada 100 metalúrgicos
correspondían ese mismo año ¡320 huelguistas! Se ha calculado que cada obrero
fabril ruso perdió en 1905, a consecuencia de las huelgas, un promedio de 10
rublos -unos 26 francos según la cotización de anteguerra-, dinero que, por así
decirlo, entregó para la lucha. Pero si tomamos sólo los metalúrgicos,
obtendremos una cantidad ¡tres veces mayor! Delante iban los mejores elementos
de la clase obrera, arrastrando tras de sí a los vacilantes, despertando a los
dormidos y animando a los débiles.
Extraordinario
por su peculiaridad fue el entrelazamiento de las huelgas económicas y
políticas en el período de la revolución. Está fuera de toda duda que sólo la
ligazón más estrecha entre estas dos formas de huelga fue lo que aseguró la
gran fuerza del movimiento. Si las amplias masas de los explotados no hubieran
visto ante sí ejemplos diarios de cómo los obreros asalariados de las
diferentes ramas de la industria obligaban a los capitalistas a mejorar de un
modo directo e inmediato su situación, no habría sido posible en modo alguno
atraerlas al movimiento revolucionario. Gracias a esta lucha, un nuevo espíritu
agitó al pueblo ruso en su conjunto.
Y sólo entonces fue cuando la Rusia feudal, sumida en un sueño letárgico, la
Rusia patriarcal, piadosa y sumisa, se despidió del viejo Adán; sólo entonces
tuvo el pueblo ruso una
educación verdaderamente democrática, verdaderamente revolucionaria.
Cuando los
señores burgueses y los socialistas reformistas, que les hacen coro sin sentido
crítico, hablan con tanta petulancia de la "educación" de las masas,
de ordinario entienden por educación algo escolar y formalista, algo que
desmoraliza a las masas y les inocula los prejuicios burgueses.
La verdadera
educación de las masas no puede ir nunca separada de la lucha política
independiente, y sobre todo, de la lucha revolucionaria de las propias masas.
Sólo la lucha educa a la clase explotada, sólo la lucha le descubre la magnitud
de su fuerza, amplía sus horizontes, eleva su capacidad, aclara su inteligencia
y forja su voluntad. Por eso, incluso los reaccionarios han tenido que
reconocer que el año 1905, año de lucha, el "año de locura", enterró
para siempre la Rusia patriarcal.
Examinemos
más de cerca la proporción de obreros metalúrgicos y textiles durante las
luchas huelguísticas de 1905 en Rusia. Los metalúrgicos son los proletarios
mejor retribuidos, los más conscientes y más cultos. Los obreros textiles, cuyo
número, en la Rusia de 1905, sobrepasaba en más de un 150% el de los metalúrgicos,
representan a las masas más atrasadas y peor retribuidas, a unas masas que con
frecuencia no han roto aún definitivamente sus vínculos familiares con el
campo. Y a este respecto nos encontramos con esta importantísima circunstancia.
Las huelgas
sostenidas por los metalúrgicos durante todo el año de 1905 nos dan un mayor
número de acciones políticas que económicas, aunque ese predominio dista mucho
de ser tan grande a principios como a finales de año. Al contrario, entre los
obreros textiles observamos a comienzos de 1905 un formidable predominio de las
huelgas económicas, que tan sólo a fines de año pasa a ser predominio de las
huelgas políticas. De ahí se deduce con toda claridad que sólo la lucha
económica, que sólo la lucha por un mejoramiento directo e inmediato de su
situación es capaz de poner en movimiento a las capas más atrasadas de las
masas explotadas, de educarlas verdaderamente y de convertirlas -en una época
de revolución-, en el curso de pocos meses, en un ejército de luchadores
políticos.
Cierto, para
eso era necesario que el destacamento de vanguardia de los obreros no
entendiera por lucha de clase la lucha por los intereses de una pequeña capa
superior, como con harta frecuencia han tratado de hacer creer a los obreros
los reformistas, sino que los proletarios actuaran realmente como vanguardia de
la mayoría de los explotados, incorporaran esa mayoría a la lucha, como ocurrió
en Rusia en 1905 y como deberá suceder y sucederá sin duda alguna en la futura
revolución proletaria en Europa707.
El comienzo
de 1905 trajo la primera gran ola del movimiento huelguístico extendido por
todo el país. En la primavera de ese mismo año observamos ya el despertar del
primer gran movimiento campesino, no
sólo económico, sino también político, habido en Rusia. Para comprender la
importancia de ese hecho, que representa un viraje en la historia, hay que
recordar que los campesinos no se emanciparon en Rusia de la más penosa
dependencia feudal hasta 1861, que los campesinos son en su mayoría analfabetos
y que viven en una miseria indescriptible, abrumados por los terratenientes,
embrutecidos por los curas y aislados unos de otros por enormes distancias y
por la falta casi absoluta de caminos.
Rusia vio
por primera vez un movimiento revolucionario contra el zarismo en 1825, pero
ese movimiento fue casi exclusivamente cosa de la nobleza. Desde entonces y
hasta 1881, año en que Alejandro II es muerto por los terroristas, se
encontraron al frente del movimiento intelectuales salidos de las capas medias,
quienes dieron pruebas del más grande espíritu de sacrificio, suscitando con su
heroico método terrorista de lucha el asombro del mundo entero. Es indudable
que estas víctimas no cayeron en vano, que contribuyeron -directa o
indirectamente- a la educación revolucionaria del pueblo ruso en años
posteriores. Sin embargo, no alcanzaron ni podían alcanzar su objetivo
inmediato: despertar la revolución
popular.
Esto lo
consiguió sólo la lucha revolucionaria del proletariado. Sólo la oleada de
huelgas de masas, extendida por todo el país a consecuencia de las duras
lecciones de la guerra imperialista ruso- japonesa, despertó a las amplias
masas campesinas de su sueño letárgico. La palabra "huelguista"
adquirió para los campesinos un sentido completamente nuevo, viniendo a ser
algo así como rebelde o revolucionario, conceptos que antes se expresaban con
la palabra "estudiante". Pero como el "estudiante"
pertenecía a las capas medias, a la gente de letras", a los
"señores", era extraño al pueblo.
El "huelguista", al contrario, había salido del pueblo, él mismo figuraba entre los explotados. Cuando lo
desterraban de Petersburgo, muy a menudo retornaba al campo y hablaba a sus
compañeros de la aldea del incendio que envolvía a las ciudades y que debía
eliminar a los capitalistas ya los nobles. En la aldea rusa apareció un tipo
nuevo: el joven campesino consciente. Este mantenía relaciones con los
"huelguistas", leía periódicos, refería a los campesinos los
acontecimientos que se producían en las ciudades, explicaba a sus compañeros de
lugar la significación de las reivindicaciones políticas y los llamaba a la
lucha contra los grandes terratenientes nobles, contra los curas y los
funcionarios.
Los
campesinos se reunían en grupos, hablaban de su situación y poco a poco se iban
incorporando a la lucha: lanzábanse en masa contra los grandes terratenientes,
prendían fuego a sus palacios y fincas o se incautaban de sus reservas, se
apropiaban del trigo y de otros víveres, mataban a los policías y exigían que
se entregara al pueblo la tierra de
las inmensas posesiones de la nobleza.
En la
primavera de 1905 el movimiento campesino estaba aún en germen y abarcaba sólo
una pequeña parte de los distritos, la séptima parte aproximadamente.
Pero la
unión de la huelga proletaria de masas en las ciudades con el movimiento
campesino en las aldeas fue suficiente para hacer vacilar el último y más
"firme" sostén del zarismo. Me refiero al Ejército.
Comienza un
período de insurrecciones militares en la Marina y en el Ejército. Cada ascenso
en la oleada del movimiento huelguístico y campesino durante la revolución va
acompañado de insurrecciones de soldados en toda Rusia. La más conocida de
ellas es la insurrección del acorazado Príncipe Potemkin, de la Flota del Mar Negro. Este
buque, que cayó en manos de los sublevados, tomó parte en la revolución en
Odesa, y después de la derrota de la revolución y tras algunas tentativas
infructuosas de apoderarse de otros puertos (por ejemplo, de Feodosia, en
Crimea), se entregó a las autoridades rumanas en Constanza.
A fin de
proporcionarles un cuadro concreto de los acontecimientos en su punto
culminante, me permitirán que les lea un pequeño episodio de esa insurrección
de la Flota del Mar Negro:
"Se
celebraban reuniones de obreros y marinos revolucionarios, que eran cada vez
más frecuentes. Como a los militares les estaba prohibido asistir a los mítines
obreros, masas de obreros comenzaron a frecuentar los mítines militares. Se
reunían miles de personas. La idea de actuar conjuntamente tuvo un vivo eco. En
las compañías más conscientes se eligieron diputados.
El mando
militar decidió entonces tomar medidas. Los intentos de algunos oficiales de
pronunciar en los mítines discursos "patrióticos"
daban los resultados más lamentables: los marinos, acostumbrados a la
controversia, ponían en vergonzosa fuga a sus jefes. En vista de tales fracasos,
se decidió prohibir toda clase de mítines. El 24 de noviembre de 1905, por la
mañana, junto a las puertas de los cuarteles de la Marina montó guardia una
compañía de línea con armamento y dotación de campaña. El contralmirante
Pisarevski ordenó en voz alta: "¡Que nadie salga de los cuarteles! En caso
de desobediencia, abrid fuego". De la compañía que acababa de recibir esta
orden se destacó el marinero Petrov, cargó su fusil a los ojos de todos y mató
de un disparo al teniente primero Stein, del regimiento de Bielostok, hiriendo
del segundo disparo al contralmirante Pisarevski. Se oyó la voz de mando de un
oficial: "¡Arrestadlo!" Nadie se movió del sitio. Petrov arrojó su
fusil al suelo. "¿Qué hacéis ahí? ¡Detenedme!" Fue arrestado. Los
marineros, que afluían de todas partes, exigieron en forma ruidosa que fuera
puesto en libertad, manifestando que respondían por él. La efervescencia llegó
a su apogeo.
- Petrov,
¿no es cierto que el disparo se ha producido casualmente? -preguntó un oficial,
buscando salida a la situación.
- ¿Por
qué casualmente? He salido de filas, he cargado el fusil y he apuntado, ¿qué
tiene eso de casual?
- Los
marineros exigen tu libertad...
Y Petrov
fue puesto en libertad. Pero los marineros no se detuvieron ahí: arrestaron a
todos los oficiales de guardia, los desarmaron y los condujeron a las
oficinas... Los delegados de los marineros -unos cuarenta- deliberaron durante
toda la noche, decidiendo poner en libertad a los oficiales, prohibiéndoles en
adelante la entrada en los cuarteles..."
Esta pequeña
escena muestra muy a lo vivo cómo transcurrieron en su mayoría las
insurrecciones militares. La efervescencia revolucionaria reinante en el pueblo
no podía dejar de extenderse al Ejército. Es característico que los jefes del
movimiento surgieran de aquellos elementos de la Marina de Guerra y del
Ejército que antes habían sido principalmente obreros industriales y de las
unidades para las cuales se exigía una mayor preparación técnica, como son los
zapadores. Pero las amplias masas eran todavía demasiado ingenuas, tenían un
espíritu demasiado pacífico, demasiado benévolo, demasiado cristiano. Se
inflamaban con bastante facilidad; cualquier injusticia, el trato demasiado
grosero de los oficiales, la mala comida y otras cosas por el estilo podían
provocar su indignación. Pero faltaba firmeza, faltaba una conciencia clara de
su misión: no alcanzaban a comprender suficientemente que la única garantía del
triunfo de la revolución es la más enérgica continuación de la lucha armada, la
victoria sobre todas las autoridades militares y civiles, el derrocamiento del
gobierno y la conquista del poder en todo el país.
Las amplias
masas de marinos y soldados se rebelaban con facilidad. Pero con esa misma
facilidad incurrían en la ingenua estupidez de poner en libertad a los
oficiales presos, se dejaban apaciguar por las promesas y exhortaciones de sus
mandos; esto daba a los mandos un tiempo precioso, les permitía recibir
refuerzos y derrotar a los insurrectos, entregándose después a la más cruel
represión y ejecutando a los jefes.
Ofrece
particular interés comparar las insurrecciones militares de 1905 en Rusia con
la insurrección militar de los decernbristas en 1825, cuando la dirección del
movimiento político se encontraba casi exclusivamente en manos de oficiales, de
oficiales nobles, que se habían contaminado de las ideas democráticas de Europa
al rozarse con ellas durante las guerras napoleónicas. La tropa, formada
entonces aún por campesinos siervos, permanecía pasiva.
La historia
de 1905 nos ofrece un cuadro diametralmente opuesto. Los oficiales, salvo raras
excepciones, estaban influenciados por un espíritu liberal burgués, reformista,
o eran abiertamente contrarrevolucionarios. Los obreros y campesinos vestidos de uniforme fueron el alma de las
insurrecciones; el movimiento se hizo popular. Por primera vez en la
historia de Rusia, abarcó a la mayoría de los explotados. Lo que a este
movimiento le faltó fue, de una parte, firmeza y resolución en las masas, que
adolecían de un exceso de confianza; de otra parte, faltó la organización de
los obreros revolucionarios socialdemócratas que se hallaban bajo las armas: no
supieron tomar la dirección en sus manos, ponerse a la cabeza del ejército
revolucionario y pasar a la ofensiva contra el poder gubernamental.
Señalaremos
de pasada que esos dos defectos serán eliminados -indefectiblemente, aunque tal
vez más despacio de lo que nosotros deseáramos-, no sólo por el desarrollo
general del capitalismo, sino también por la guerra actual...
En todo
caso, la historia de la revolución rusa, lo mismo que la historia de la Comuna
de París de 1871, nos ofrece la enseñanza irrefutable de que el militarismo
jamás ni en caso alguno puede ser derrotado y eliminado por otro método que no
sea la lucha victoriosa de una parte del ejército nacional contra la otra
parte. No basta con fulminar, maldecir y "negar" el militarismo,
criticarlo y demostrar su nocividad; es
estúpido negarse pacíficamente a prestar el servicio militar.
La tarea consiste en mantener en tensión la conciencia revolucionaria del
proletariado, no sólo en general, sino preparar concretamente a sus mejores
elementos para que, llegado un momento de profundísima efervescencia del pueblo, se pongan al frente del
ejército revolucionario.
Así nos lo
enseña también la experiencia diaria de cualquier Estado capitalista. Cada una
de sus "pequeñas" crisis nos muestra en miniatura elementos y
gérmenes de los combates que habrán de repetirse ineluctablemente en gran
escala en un período de gran crisis. ¿Y qué es, por ejemplo, cualquier huelga,
sino una pequeña crisis de la sociedad capitalista? ¿No tenía acaso razón el
ministro prusiano del Interior, señor von Puttkammer, al pronunciar aquella
conocida sentencia de que "en cada huelga se oculta la hidra de la
revolución"? ¿Es que la utilización de los soldados durante las huelgas,
incluso en los países capitalistas más pacíficos, más "democráticos"
-con perdón sea dicho-, no nos indica cómo van a ser las cosas cuando se
produzcan crisis verdaderamente grandes?
Pero
volvamos a la historia de la revolución rusa. He tratado de mostrarles cómo las
huelgas obreras sacudieron el país entero y a las capas explotadas más amplias
y más atrasadas, cómo se inició el movimiento campesino y cómo fue acompañado
de insurrecciones militares.
El
movimiento alcanzó su apogeo en el otoño de 1905. El 19 (6) de agosto apareció
el manifiesto del zar instituyendo una asamblea representativa. ¡La llamada Duma
de Bulyguin debía ser fruto de una ley que concedía derecho electoral a un
número irrisorio de personas y no reservaba a este original
"parlamento" atribución legislativa alguna, reconociéndole únicamente
funciones consultivas!
La
burguesía, los liberales, los oportunistas estaban dispuestos a aferrarse con
ambas manos a esta "dádiva" del asustado zar. Nuestros reformistas de
1905 eran incapaces de comprender -al igual que todos los reformistas- que hay
situaciones históricas en las cuales las reformas, y en particular las promesas
de reformas, persiguen exclusivamente un fin: contener la efervescencia del pueblo, obligar a la clase
revolucionaria a terminar o por lo menos a debilitar la lucha.
La
socialdemocracia revolucionaria de Rusia comprendió muy bien el verdadero
carácter de esta concesión, de esta dádiva de una Constitución fantasma hecha
en agosto de 1905. Por eso, sin perder un instante, lanzó las consignas de
¡Abajo la Duma consultiva! ¡Boicot a la Duma! ¡Abajo el gobierno zarista!
¡Continuación de la lucha revolucionaria para derrocar al gobierno! ¡No es el
zar, sino un gobierno provisional revolucionario quien debe convocar la primera
institución representativa auténticamente popular
de Rusia!
La historia
demostró la razón que asistía a los socialdemócratas revolucionarios, pues la
Duma de Bulyguin nunca llegó a reunirse. Fue barrida por el vendaval
revolucionario antes de reunirse. Ese vendaval obligó al zar a decretar una
nueva ley electoral, que ampliaba considerablemente el censo, y a reconocer el
carácter legislativo de la Duma709.
Octubre y
diciembre de 1905, son los meses que marcan el punto culminante en el ascenso
de la revolución rusa. Todos los manantiales de la energía revolucionaria del pueblo se abrieron mucho más
ampliamente que antes. El número de huelguistas, que como ya he dicho había
alcanzado en enero de 1905 la cifra de 440.000, en octubre de 1905 pasó del
medio millón (¡préstese atención, sólo en un mes!). Pero a ese número, que
comprende únicamente a los obreros fabriles, hay que agregar aún varios cientos
de miles de obreros ferroviarios, empleados de Correos y Telégrafos, etc.
La huelga
general de ferroviarios interrumpió en toda Rusia el tráfico y paralizó del
modo más rotundo las fuerzas del gobierno. Abriéronse las puertas de las
universidades, y las aulas -destinadas exclusivamente en tiempos pacíficos a
embrutecer a los jóvenes cerebros con la sabiduría académica de doctos
catedráticos y a convertirlos en mansos criados de la burguesía y del zarismo-
se transformaron en lugar de reunión de millares y millares de obreros,
artesanos y empleados, que discutían abierta y libremente los problemas
políticos.
Se conquistó
la libertad de prensa. La censura fue simplemente eliminada. Ningún editor se
atrevía a presentar a las autoridades el ejemplar obligatorio, ni las
autoridades se atrevían a adoptar medida alguna contra ello. Por primera vez en
la historia de Rusia aparecieron libremente en Petersburgo y en otras ciudades
periódicos revolucionarios. Sólo en Petersburgo se publicaban tres diarios
socialdemócratas con una tirada de 50.000 a 100.000 ejemplares.
El
proletariado marchaba a la cabeza del movimiento. Su objetivo era conquistar la
jornada de 8 horas por vía revolucionaria. La consigna de lucha del
proletariado de Petersburgo era: "¡Jornada de 8 horas y armas!". Para
una masa cada vez mayor de obreros se hizo evidente que la suerte de la
revolución sólo podía decidirse, y que en efecto se decidiría, por la lucha
armada.
En el fragor
de la lucha se formó una organización de masas original: los célebres Soviets
de diputados obreros o asambleas de delegados de todas las fábricas. Estos
Soviets de diputados obreros comenzaron a desempeñar, cada vez más, en algunas
ciudades de Rusia el papel de gobierno provisional revolucionario, el papel de
órganos y de dirigentes de las insurrecciones. Se hicieron tentativas de
organizar Soviets de diputados soldados y marineros y de unificarlos con los
Soviets de diputados obreros.
Ciertas
ciudades de Rusia vivieron en aquellos días un período de pequeñas
"repúblicas" locales, donde las autoridades habían sido destituidas y
el Soviet de diputados obreros desempeñó realmente la función de nuevo poder
público. Esos períodos fueron, por desgracia, demasiado breves, las
"victorias" fueron demasiado débiles, demasiado aisladas.
El
movimiento campesino alcanzó en otoño de 1905 proporciones aún mayores. Los
llamados "desórdenes campesinos" y verdaderas insurrecciones
campesinas afectaron entonces a más de un tercio de todos los distritos del
país. Los campesinos prendieron fuego a
unas 2.000 fincas de terratenientes y se repartieron los medios de
subsistencia robados al pueblo por
los rapaces nobles.
¡Por
desgracia, esta labor se hizo demasiado poco a fondo! Desgraciadamente, los campesinos sólo destruyeron entonces la
quinzava parte del número total de fincas de los nobles en el campo, sólo
la quinzava parte de lo que hubieran debido destruir para barrer del suelo
ruso, de una vez para siempre, esa vergüenza del latifundio feudal. Por
desgracia, los campesinos actuaron demasiado dispersos, demasiado
desorganizadamente y con insuficiente brío en la ofensiva, siendo ésta una de
las causas fundamentales de la derrota de la revolución.
Entre los pueblos oprimidos de Rusia
estalló un movimiento de liberación nacional. Más de la mitad, casi las tres quintas partes
(exactamente el 57%) de la población de Rusia sufre opresión nacional. Las
minorías nacionales no gozan siquiera de libertad para expresarse en su lengua
materna y son rusificadas a la fuerza. Los musulmanes, por ejemplo, que en
Rusia son decenas de millones, organizaron entonces, con una rapidez asombrosa
-se vivía en general una época de crecimiento gigantesco de las diferentes
organizaciones-, una liga musulmana.
Para dar a
los aquí reunidos, y en particular a los jóvenes, una muestra de la manera
cómo, bajo la influencia del movimiento obrero, crecía el movimiento de
liberación nacional en la Rusia de aquel entonces, citaré un pequeño ejemplo.
En diciembre
de 1905, los muchachos polacos quemaron en centenares de escuelas todos los
libros y cuadros rusos y los retratos del zar, apalearon y expulsaron de las
escuelas a los maestros y a sus condiscípulos rusos al grito de "¡Fuera de
aquí, a Rusia!" Los alumnos polacos de los centros de segunda enseñanza
presentaron, entre otras, las siguientes reivindicaciones: "1) Todas las
escuelas de enseñanza secundaria deben pasar a depender del Soviet de diputados
obreros; 2) celebración de reuniones conjuntas de estudiantes y obreros en los
edificios escolares; 3) autorización para llevar en los liceos blusas rojas en
señal de adhesión a la futura república proletaria", etc.
Cuanto más
ascendía la oleada del movimiento, tanto mayor era la energía y el ánimo con
que se armaban las fuerzas reaccionarias para luchar contra la revolución. La
revolución rusa de 1905 justificó las palabras escritas por Kautsky en 1902
(cuando, por cierto, todavía era marxista revolucionario, y no como ahora,
defensor de los socialpatriotas y oportunistas) en su libro La revolución
social. He aquí lo que decía Kautsky:
"...La
futura revolución... se parecerá menos a una insurrección por sorpresa contra
el gobierno que a una guerra civil prolongada".
¡Así
sucedió! ¡Indudablemente así sucederá también en la futura revolución europea!
El zarismo
descargó su odio sobre todo contra los hebreos. De una parte, éstos daban un
porcentaje especialmente elevado de dirigentes del movimiento revolucionario
(considerando el total de la población hebrea). Hoy, por cierto, los hebreos
tienen también el mérito de dar un porcentaje relativamente elevado, en
comparación con otros pueblos, de componentes de la corriente
internacionalista. De otro lado, el zarismo supo aprovechar muy bien los
abominables prejuicios de las capas más ignorantes de la población contra los
hebreos. Así se produjeron los pogromos, apoyados en la mayoría de los casos
por la policía, cuando no dirigidos por ella de manera inmediata -en 100
ciudades se registraron durante ese período más de 4.000 muertos y más de
10.000 mutilados-, que han provocado la repulsa de todo el mundo civilizado. Me
refiero, naturalmente, a la repulsa de los verdaderos elementos democráticos
del mundo civilizado, que son exclusivamente los obreros socialistas, los
proletarios.
La
burguesía, incluso la burguesía de los países más libres, incluso de las
repúblicas de Europa Occidental, sabe combinar magníficamente sus frases
hipócritas acerca de las "ferocidades rusas" con los negocios más
desvergonzados, especialmente con el apoyo financiero al zarismo y con la
explotación imperialista de Rusia mediante la exportación de capitales, etc.
La
revolución de 1905 alcanzó su punto culminante con la insurrección de diciembre
en Moscú. Un pequeño número de insurrectos, obreros organizados y armados -no
serían más de ocho mil-, ofrecieron resistencia durante nueve días al gobierno
zarista, que no sólo llegó a perder la confianza en la guarnición de Moscú, sino
que se vio obligado a mantenerla rigurosamente acuartelada; sólo la llegada del
regimiento de Semiónovski de Petersburgo permitió al gobierno aplastar la
insurrección.
La burguesía
es aficionada a escarnecer y motejar de artificiosa la insurrección de Moscú.
Por ejemplo, el señor profesor Max Weber, en una sediciente publicación
"científica" alemana como es su voluminosa obra sobre el desarrollo
político de Rusia, la tildó de "putch". "El grupo leninista
-escribe este "archierudito" señor profesor- y una parte de los
eseristas hacía ya tiempo que venían preparando esta descabellada
insurrección".
Para
apreciar en lo que vale esta sabiduría académica de la cobarde burguesía, basta
con refrescar en la memoria las concisas cifras de la estadística de huelgas.
Las huelgas puramente políticas de enero de 1905 en Rusia abarcaron sólo a
123.000 hombres; en octubre fueron 330.000; el número de participantes en
huelgas puramente políticas llegó al máximo en diciembre, alcanzando la cifra
de 370.000 ¡en el curso de un solo mes! Recordemos el incremento de la
revolución, las insurrecciones de campesinos y soldados, y al instante nos
convenceremos de que el juicio de la "ciencia" burguesa sobre la
insurrección de diciembre, además de ser un absurdo, constituye un subterfugio
verbalista de los representantes de la cobarde burguesía, que ve en el
proletariado a su más peligroso enemigo de clase.
En realidad,
todo el desarrollo de la revolución rusa impulsaba de modo inevitable a la
lucha armada, al combate decisivo entre el gobierno zarista y la vanguardia del
proletariado con conciencia de clase.
En las
consideraciones antes expuestas, he indicado ya en qué consistió la debilidad
de la revolución rusa, debilidad que condujo a su derrota temporal.
Al ser
aplastada la insurrección de diciembre se inicia la línea descendente de la
revolución. En este período hay también aspectos extraordinariamente
interesantes; basta recordar el doble intento de los elementos más combativos
de la clase obrera para poner fin al repliegue de la revolución y preparar una
nueva ofensiva.
Pero he agotado
casi el tiempo de que dispongo, y no quiero abusar de la paciencia de mis
oyentes. Creo haber esbozado ya, en la medida en que es posible hacerlo
tratándose de un breve informe y de un tema tan amplio, lo más importante para comprender la revolución rusa; su carácter de
clase, sus fuerzas motrices y sus medios de lucha.
Me limitaré
a unas breves observaciones más en cuanto a la significación mundial de la
revolución rusa.
Desde el
punto de vista geográfico, económico e histórico, Rusia no pertenece sólo a
Europa, sino también al Asia. Por eso vemos que la revolución rusa no se ha
limitado a despertar definitivamente de su sueño al país más grande y más
atrasado de Europa y a forjar un pueblo
revolucionario dirigido por un proletariado revolucionario.
Ha
conseguido más. La revolución rusa ha puesto en movimiento a toda Asia. Las
revoluciones de Turquía, Persia y China demuestran que la potente insurrección
de 1905 ha dejado huellas profundas y que su influencia, puesta de manifiesto
en el movimiento progresivo de cientos y cientos de millones de personas, es
inextirpable.
La
revolución rusa ha ejercido también una influencia indirecta en los países de
Occidente. No debemos olvidar que la noticia del manifiesto constitucional del
zar, llegada a Viena el 30 de octubre de 1905, contribuyó decisivamente, nada
más saberse, a la victoria definitiva del sufragio universal en Austria.
Durante una
de las sesiones del Congreso de la socialdemocracia austríaca, cuando el
camarada Ellenbogen -que entonces no era todavía socialpatriota, entonces era
un camarada- hacía su informe sobre la huelga política, fue colocado en su mesa
ese telegrama. Los debates se suspendieron inmediatamente. ¡Nuestro puesto está
en la calle!, fue el grito que resonó en toda la sala en que se hallaban
reunidos los delegados de la socialdemocracia austríaca. En los días inmediatos
se vieron enormes manifestaciones en las calles de Viena y barricadas en las de
Praga. El triunfo del sufragio universal en Austria estaba asegurado.
Muy a menudo
se encuentran europeos occidentales que hablan de la revolución rusa como si
los acontecimientos, relaciones y medios de lucha en este país atrasado
tuvieran muy poco de común con las relaciones de sus propios países, por lo que
difícilmente pueden tener la menor importancia práctica.
Nada más
erróneo que semejante opinión.
Es indudable
que las formas y los motivos de los futuros combates de la futura revolución
europea se distinguirán en muchos aspectos de las formas de la revolución rusa.
Más, a pesar
de ello, la revolución rusa, gracias precisamente a su carácter proletario, en la acepción especial de esta palabra a
que ya me he referido, sigue siendo el prólogo de la futura revolución europea.
Es indudable que ésta sólo puede ser una
revolución proletaria, y en un sentido todavía más profundo de la palabra:
proletaria y socialista también por su contenido. Esa revolución futura
mostrará en mayor medida aún, por una parte, que sólo los más duros combates,
las guerras civiles, pueden emancipar al género humano del yugo del capital; y
por otra, que sólo los proletarios con conciencia de clase pueden actuar y
actuarán como jefes de la inmensa mayoría de los explotados.
No nos debe
engañar el silencio sepulcral que ahora reina en Europa. Europa lleva en sus
entrañas la revolución. Los horrores espantosos de la guerra imperialista y los
tormentos de la carestía hacen germinar en todas partes el espíritu
revolucionario, y las clases dominantes, la burguesía, y sus mandatarios, los
gobiernos, se adentran en un callejón sin salida del cual no podrán escapar en
modo alguno sino a costa de las más grandes conmociones.
Lo mismo que
en la Rusia de 1905 comenzó bajo la dirección del proletariado la insurrección popular contra el gobierno zarista y
por la conquista de la república democrática, así los años próximos traerán en
Europa, precisamente como consecuencia de esta guerra de pillaje, insurrecciones populares dirigidas por el
proletariado contra el poder del capital financiero, contra los grandes bancos,
contra los capitalistas. Y esas conmociones no podrán terminar más que con
la expropiación de la burguesía, con el triunfo del socialismo.
Nosotros,
los viejos, quizá no lleguemos a ver las batallas decisivas de esa revolución
futura. No obstante, yo creo que puedo expresar con seguridad plena la
esperanza de que los jóvenes, que tan magníficamente actúan en el movimiento
socialista de Suiza y de todo el mundo, no sólo tendrán la dicha de luchar,
sino también la de triunfar en la futura revolución
proletaria.
El
"Informe sobre la revolución de 1905”, fue pronunciado por V. I. Lenin en
alemán el 9 (22) de enero de 1917, en la Casa del Pueblo de Zurich, ante una
asamblea de jóvenes obreros suizos. Publicado por primera vez con la firma de
N. Lenin en el No 18 de Pravda, el 22 de enero de 1925.V. I. Lenin. Obras, 5a
ed. en ruso, t. 30, págs. 306- 328. Traducción de ediciones Progreso de Moscú,
1961.
(1870-1924) Principal dirigente del ala
bolchevique del POSDR, de la Revolución soviética de Octubre, presidente del
Consejo de Comisarios del Pueblo, co-fundador y co-dirigente del Partido
Comunista ruso (bolchevique).
6.1. Lucha
de masas "popular" y lucha de masas "de clase"
Dentro de la
idea de la lucha de masas, debemos diferenciar el concepto de "lucha popular" de la lucha de los
trabajadores en defensa de sus intereses y como expresión de la lucha de
clases, incluso en niveles inconscientes, a la que los comunistas debemos
contribuir a elevar en su nivel de conciencia política y radicalidad.
La
"lucha popular" arranca de la expresión pueblo, sujeto político de la
revolución francesa de 1789. El pueblo, como Tercer Estado que hasta la
constitución de los Estados Generales en Francia, no había tenido voz, la
adquiere entonces, connotándose, por su amplitud social, de la idea de Nación,
hasta el punto de que en muchas latitudes de América Latina se convierte en una
misma identidad antiimperialista y antioligárquica.
Pero el
pueblo no está compuesto por una única clase social, por mucho que en ocasiones
se confunda. La clase trabajadora es parte del "pueblo", pero a él
también pertenecen las clases medias, los agricultores, determinadas fracciones
de clase, como los profesionales y, en general, casi todos los sectores sociales
que no conforman las clases altas del capitalismo y la oligarquía.
Por tanto,
la lucha popular tiene un trazado que lo atraviesa de parte a parte: el
interclasismo. ¿Significa esto que, por no ser muchas de sus demandas
específicamente de clase, de nuestra clase para entendernos, no debemos
implicarnos? NO, en absoluto, o al menos no en gran parte de ellas. La defensa
del medio ambiente, de la paz o de los derechos de emancipación de las mujeres,
de la defensa de los derechos democráticos frente al recorte de libertades y la
represión,... son luchas en las que los comunistas debemos implicarnos de modo
decidido pero aportando el corte de clase, la perspectiva marxista, el objetivo
revolucionario socialista.
Es evidente
que ante la guerra la carne de cañón la ponen los trabajadores, sea como
soldados, incluso los profesionales, que suelen provenir de esas clases, sea
como población civil afectada por la misma.
La posible
destrucción del planeta, con su inmediato impacto sobre el cambio climático,
está ligado directamente al capitalismo y su "lógica" del beneficio
como valor supremo.
Las mujeres
de la burguesía siempre dispondrán de mecanismos hacia una igualdad con el
hombre, que es sólo uno de los significados de la igualdad, de las que no
disponen las de la clase trabajadora. Pero sólo una ideología y un horizonte de
igualdad desde la base material de la existencia de los seres humanos (las
relaciones sociales de producción) podrá hacer saltar el mecanismo más
importante de la desigualdad humana que las oprime como trabajadoras y como
mujeres.
Las
libertades son negadas en nombre de la seguridad de Estados capitalistas que
crean las condiciones para SU inseguridad pero en épocas convulsas de crisis
capitalista es la protesta con un origen en la desigualdad de clase la primera
que se reprime.
A todo
movimiento "popular", con una impronta interclasista, los comunistas
debemos llevar nuestra marca de clase, expresar las contradicciones sociales
que genera el capitalismo y la desigualdad añadida que imprime a problemas que
esta formación social y económica crea y en los que ambos no siempre aparecen a
primera vista. Debemos desvelar lo que la ideología de la clase dominante ha
velado para la gran mayoría del "pueblo"
¿Significa
esto que los comunistas debemos estar presentes en todos los movimientos de
masas de carácter popular? Tampoco.
Los
comunistas debemos detectar la naturaleza de cada movimiento de masas, el
germen ideológico del que nace. La compatibilidad o incompatibilidad de sus
postulados con los nuestros, la posibilidad o no de influirlos y de
reorientarlos en un sentido progresista y revolucionario. Sólo en aquellos que
presenten un grado suficiente de posibilidad de concordancia o de reorientación
progresiva debemos intervenir. A algunos incluso combatirlos.
El 15M,
sustentado en el temor de las clases medias a su pérdida de posición de clase
era, por sustrato ideológico, un movimiento profundamente reaccionario,
cuestión que ciertas organizaciones de "izquierda" e incluso
comunistas no supieron o no quisieron ver, imbuidas de una profunda
claudicación ideológica, estimulada por el oportunismo de querer crecer en
influencia social a cualquier precio. La realidad es que hoy ninguna de las que
participó de aquel movimiento es más fuerte.
El 15M, como
movimiento con un mero carácter reactivo, que no cuestionaba el capitalismo
pero sí la pérdida de un Estado del Bienestar (sin plantearse que estaba
sustentado en la explotación del Tercer Mundo) y que desviaba sus reclamaciones
hacia el Estado, ignorando su naturaleza de clase, con un profundo discurso
antipartidos y un gran elitismo en sus bases juveniles ("la generación más
preparada de la historia"), no ha producido mayor crítica anticapitalista
sino uno profunda reideologización hacia el discurso postmoderno y la negación
de la lucha de clases. No se trata de valorar a las personas que participaban
en él y que se consideran incluso revolucionarias sino al "espíritu"
de tal movimiento y éste es el que es
En gran
parte de Europa crecen rápidamente el racismo, la xenofobia y el fascismo. Hoy
son un poderoso movimiento de opinión, sustentan a partidos con un peso
político creciente y dan lugar a fuertes movilizaciones de masas
"populares" (Pegida en Alemania). Han penetrado profundamente en la
clase trabajadora (Front National en Francia) y en los sectores depauperados de
las clases medias.
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del concepto de Frente Popular o Frente interclasista
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Popular o Frente Único Proletario y el Populismo de Podemos
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