Textos en castellano aquí y en
inglés aquí. (1864-1927)
Título original: "Offener Brief an den Genossen Lenin. Eine Antwort auf Lenins
Broschüre: 'Der Radikalisumus, eine Kinderkrankenheit des Kommunismus' "
Publicado el: 1920
Digitalización: Círculo Internacional de Comunistas
Antibolcheviques
Índice de
materias:
- Carta
abierta al camarada Lenin
- Notas
En inglés
Herman
Gorter. Carta abierta al camarada Lenin. 1920
Escrito: 1920
Publicado: Folleto Wildcat , Londres, 1989
Transcripción \ Marcado HTML: por Andy
Blunden , para marxists.org 2003;
Corrección: por Chris Clayton 2006.
CONTENIDO
Deseo llamar su atención, camarada Lenin, y la del lector, sobre el hecho
de que esta carta fue escrita en el momento de la marcha triunfal de los rusos
a Varsovia.
De igual manera le pido a usted, y al lector, que disculpe las frecuentes
repeticiones. Eran inevitables, debido al hecho de que las tácticas de las
"izquierdas" aún son desconocidas para los trabajadores de la mayoría
de los países.
Herman Gorter.
Anton Pannekoek 1952. La política de Gorter (en inglés)
En castellano
Debo llamar su atención, camarada Lenin, así como la del lector, sobre el
hecho de que esta carta ha sido redactada en el momento de la marcha victoriosa
de los rusos sobre Varsovia.
También debo excusarme ante usted, y ante el lector, por no haber podido
evitar numerosas repeticiones inútiles. Era obligado, al ser desconocida la
táctica de los “izquierdistas” por parte de los obreros de la mayoría de los
países.
Querido camarada Lenin,
La lectura de su folleto sobre el izquierdismo en el movimiento comunista
me ha enseñado mucho, como todo lo que usted ha escrito. Le estoy agradecido
como, sin duda, muchos otros camaradas. Este folleto me ha liberado, y sin
ninguna duda me liberará aún de un montón de manchas y gérmenes de esta
enfermedad infantil que subsistían innegablemente en mí. Lo que usted dice de
la confusión engendrada en una muchedumbre de espíritus por la revolución es,
de igual modo, totalmente justo. ¡La revolución se ha producido de manera tan
brusca, tan diferente también de lo que esperábamos! Y su folleto me incitará
más que nunca a no juzgar cuestiones de táctica, comprendidas las de la
revolución, más que en función de la realidad, de las relaciones reales entre
las clases tal como se manifiestan en los planos político y económico.
Después de haberle leído, he pensado: todo esto es justo. Pero cuando,
con reflexión, me he preguntado largamente si en adelante era necesario que
dejase de apoyar a estos “izquierdistas” y de escribir artículos para el KAPD y
para el partido opositor de Inglaterra, he debido concluir con un no.
Esto parece contradictorio. Pero la causa de ello es que usted parte de
un punto de vista equivocado. Usted se equivoca, a mi parecer, acerca de las
condiciones de la revolución europea occidental, es decir, sobre las relaciones
de las clases cuando usted las cree conformes a las condiciones rusas; he ahí
por qué usted no comprende las razones de la Izquierda, de la Oposición. Así,
el folleto parece ser justo si se adopta su punto de
partida, pero si se lo rechaza (como hay que
hacerlo), el folleto es totalmente falso de una punta a la otra. El
conjunto de sus juicios, unos equivocados parcialmente, otros indiscutiblemente
falsos en su totalidad, le llevan a condenar el movimiento de izquierda, sobre
todo en Alemania y en Inglaterra. Por otro lado, y sin estar de acuerdo en
todos los puntos con este último – sus dirigentes lo saben bien – estoy
firmemente resuelto a apoyarlo. Por eso creo actuar de la mejor manera
respondiendo a su folleto con una defensa de la Izquierda. Esto me permitirá no
sólo hacer resaltar sus razones de ser, mostrar la justeza de sus posiciones en
el estadio actual, aquí y ahora, en Europa occidental, sino también, y quizá
sea tan importante, combatir las ideas falsas que prevalecen, especialmente
en Rusia, a propósito de la revolución europea occidental. Me
es necesario hacer lo uno y lo otro, pues la táctica europea-occidental
depende tanto como la rusa de la concepción que se tiene de la revolución en
Europa Occidental.
Me hubiera gustado hacerlo en el congreso de Moscú, pero no estaba en
condiciones de acudir allí.
En primer lugar debo refutar dos de sus aserciones, las cuales pueden
falsear el juicio de los camaradas y del lector. Usted ironiza sobre la
controversia que, en Alemania, gira en torno a la “dictadura de los jefes o de
las masas”, de “la base o de la cúspide”, etc., declarándola tonta. Estamos
completamente de acuerdo en que no deberían plantearse tales problemas. Pero no
para ironizar sobre ello. Pues, ¡desgraciadamente!, son cuestiones que
continúan planteándose en Europa occidental. En muchos países de Europa
occidental todavía tenemos, en efecto, jefes del tipo Segunda Internacional,
aún estamos a la búsqueda de dirigentes adecuados que no aspiren a
dominar las masas y no las traicionen y, mientras no los tengamos,
defendemos que todo se haga de abajo arriba, y por la dictadura de las masas
mismas. Si tengo un guía en la montaña que me conduce al abismo, prefiero no
tener ninguno. Cuando hayamos encontrado los jefes adecuados, abandonaremos
esta búsqueda. Pues entonces masa y jefe no serán realmente sino una sola cosa.
Es esto, y ninguna otra cosa, lo que entendemos por estas palabras, la
izquierda alemana, la izquierda inglesa y nosotros.[1]
Lo mismo ocurre con su segunda afirmación, según la cual el jefe debe
formar con la masa un todo homogéneo. Queda por encontrar, por formar, tales
jefes que no formen más que uno, realmente, con la masa. Y las
masas, los partidos políticos, y los sindicatos no podrán conseguirlo más que a
través de los combates más rudos, combates a librar también en su mismo seno.
Esto se aplica también a la disciplina de hierro y a la centralización más
rigurosa. Consentimos en ello, pero sólo después de haber encontrado los jefes
adecuados, no antes. Y sus sarcasmos no pueden tener sino una influencia nefasta sobre
la más ardua de las luchas que ya se libra, con todo vigor, en Alemania y en
Inglaterra, los países más cercanos a ver realizarse el comunismo. Usted
sirve de esta manera a los elementos oportunistas de la Tercera Internacional.
Pues uno de los medios que emplean ciertos elementos de la liga Espartaco y del
BSP inglés, y también muchos otros PC, para engañar a los trabajadores, es
precisamente presentarles la cuestión masa-jefes como una tontería, declararla
“tonta y pueril”. Con esta frase evitan, quieren evitar, que
se les critique a ellos, a los jefes. Con frases sobre la disciplina de hierro
y la centralización, aplastan a la Oposición. Usted le da a los elementos
oportunistas el trabajo hecho.
Usted no debería hacer esto, camarada. En Europa Occidental, nosotros
estamos todavía en la etapa preparatoria. Valdría más pronunciarse por
los que se baten que por los que mandan como dueños.
Esto no lo digo aquí más que de paso, y volveré sobre ello más tarde. Una
razón más grave todavía es causa de mi desacuerdo con su folleto. Esta razón es
la siguiente:
A pesar de la admiración y la adhesión que poco más o menos todo lo que
usted ha escrito ha suscitado en nosotros, marxistas europeos, hay un punto
sobre el que, al leerlo, nos volvemos repentinamente circunspectos, un punto
sobre el que esperamos explicaciones más detalladas y que, a falta de ellas, no
aceptamos más que con reserva. Se trata de los pasajes en que usted habla de
los obreros y de los campesinos pobres. Esto le ocurre a usted muy,
muy frecuentemente. Y usted habla en cada ocasión de estas dos categorías como
de factores revolucionarios en todo el mundo. Sin embargo, por cuanto yo sé,
usted no hace resaltar en ninguna parte de manera clara y tajante la
diferencia muy grande que existe en este plano entre Rusia (y algunos
países de Europa del Este) y Europa Occidental (es decir,
Alemania, Francia, Inglaterra, Bélgica, Holanda, Suiza y los países
escandinavos, quizá incluso Italia). Y sin embargo, a mi parecer, es precisamente
esta diferencia la que origina las divergencias que oponen su concepción de la
táctica a seguir en las cuestiones sindical y parlamentaria, a la de las
“izquierdas” europeo-occidentales sobre la diferencia que existe a este
respecto entre Europa occidental y Rusia.
Esta diferencia, seguro que usted la conoce tan bien como yo pero, al
menos en las obras suyas que he podido leer, usted no ha sacado en absoluto las
consecuencias de ella. He ahí por qué lo que usted dice de la táctica
oeste-europea es falso[2].
Esto ha sido y sigue siendo tanto más peligroso cuanto que su juicio sobre la
materia es repetido mecánicamente en todos los partidos comunistas, incluso por
marxistas. Si creyésemos los periódicos, revistas, folletos y reuniones
públicas comunistas, ¡Europa Occidental estaría a punto de conocer una revuelta
de campesinos pobres! Nadie alude a la gran diferencia con la situación rusa.
Por el hecho de que ustedes, en Rusia, tenían una enorme clase de campesinos
pobres y que ustedes han logrado la victoria con su ayuda, ustedes se figuran
que nosotros, en Europa Occidental, podemos también contar con ello. Por el
hecho de que ustedes, en Rusia, han vencido únicamente gracias
a esta ayuda, ustedes se figuran que aquí ocurrirá igual. Al menos eso es lo
que da a entender su silencio sobre esta cuestión, en cuanto concierne a Europa
occidental, y toda su táctica se deriva de ahí.
Esta concepción no concuerda con los hechos. Existe una formidable
diferencia entre Rusia y Europa occidental. De Este a Oeste, la importancia de
los campesinos pobres no hace más que disminuir, en general. En ciertas
regiones de Asia, China, India, esta clase sería absolutamente determinante si
estallase una revolución; en Rusia, constituye el factor indispensable, un
factor decisivo de la revolución; en Polonia y en los diversos Estados de
Europa central y de los Balcanes, conserva su importancia a este respecto; pero
después, cuanto más se va hacia el oeste, tanto más hostil se revela a la
revolución.
En Rusia,
el proletariado industrial reunía siete u ocho millones de hombres, pero se
contaban veinticinco millones de campesinos pobres. (Ruego me
disculpe eventuales errores de cifras, pues cito de memoria, por la urgencia de
esta carta). Al no haber dado Aleksandr
Kérenski la tierra a
los campesinos pobres, usted sabía que éstos no tardarían gran cosa en unirse a
ustedes. Ése no es, ése no será el caso en los países de Europa occidental que
he citado, donde no existe semejante situación.
Aun siendo a veces dramática, la condición de los campesinos no lo es
tanto entre nosotros como entre ustedes. Los campesinos pobres de Europa
occidental disponen de una parcela de tierra, ya sea en arriendo o en
propiedad. Excelentes medios de comunicación les dan frecuentemente la
posibilidad de dar salida a una parte de sus productos. La mayor parte del
tiempo les queda de qué comer en los momentos difíciles. Y su situación ha
mejorado desde hace unas decenas de años. Ahora, durante la guerra y después,
pueden exigir precios elevados. Son indispensables, pues no se importan
productos alimenticios sino con parsimonia. Por tanto, pueden continuar
vendiendo al mejor precio. El capital los apoyará mientras él mismo siga en
pie. La condición de los campesinos pobres entre ustedes era mucho más
horrible. Por esta razón tenían ellos también un programa político
revolucionario y se habían organizado en partido político: el partido
socialista-revolucionario. Aquí no es el caso en ninguna parte. Además, en
Rusia había una masa enorme de bienes susceptibles de ser repartidos: grandes
propiedades de tierra, dominios de la corona y del Estado, tierras de la
Iglesia. Pero los comunistas europeo-occidentales, ¿qué podrían ofrecer a los
campesinos pobres para atraerlos a la revolución, para ganárselos?
En Alemania había, antes de la
guerra, de cuatro a cinco millones de campesinos pobres (hasta 2 ha). Los
grandes dominios propiamente dichos (más de 100 ha) ocupaban todo lo más de
ocho a nueve millones de hectáreas. Si los comunistas los repartiesen todos,
los campesinos pobres no dejarían de seguir siendo pobres, al haber de siete a
ocho millones de obreros agrícolas que también exigirían algo. Pero ni siquiera
podrán repartirlos todos, pues quieren conservarlos para hacer de ellos
explotaciones a lo grande[3].
Así, los comunistas de Alemania no tienen ningún medio para atraer hacia
sí a los campesinos pobres, salvo en algunas regiones relativamente poco
extensas. En efecto, no se expropiará las explotaciones pequeñas y medianas,
eso es seguro. Ocurre más o menos lo mismo con los cuatro o cinco millones de
campesinos pobres con que cuenta Francia; igual también en Suiza, Bélgica,
Holanda y en dos de los países escandinavos[4]. Lo que predomina en todas partes es la
explotación pequeña y mediana. Incluso en Italia, no es seguro del todo que
tuviesen los medios para hacerlo. Y no hablemos de Inglaterra, donde apenas
habrá de cien a doscientos mil campesinos pobres.
Por tanto, las cifras muestran que en Europa occidental hay relativamente
pocos campesinos pobres. Y consiguientemente, las tropas auxiliares que podrían
formar, en el mejor de los casos serían escasas.
Más aún, prometerles el fin del arriendo y de la renta hipotecaria no
bastará para seducirlos. Pues, detrás del comunismo, ven asomar la guerra
civil, la desaparición de los mercados y el desastre general.
A menos que venga una crisis mucho más espantosa que la que hace estragos
hoy en Alemania, una crisis que sobrepase en horror todo lo que se ha conocido
hasta hoy, los campesinos pobres de Europa occidental apoyarán el capitalismo
mientras les quede un soplo de vida.
Los obreros de Europa occidental están completamente solos. No pueden
contar, efectivamente, más que con una fracción extremadamente pequeña de la
pequeña burguesía pobre. Y que no tiene gran peso desde el punto de vista de la
economía. Por tanto, deberán hacer la revolución totalmente solos. He ahí una
gran diferencia con Rusia.
Usted sabía, camarada Lenin, que el campesinado no tardaría con seguridad
en unirse a ustedes. Usted sabía que Kerenski no podía ni quería darle la
tierra. Usted sabía que aquel abandonaría pronto a éste. “¡La tierra a los
campesinos!”, tal era la fórmula mágica gracias a la cual ustedes podían
unirlos al proletariado al cabo de unos meses. Nosotros, por el contrario,
tenemos la certidumbre de que por el momento los campesinos de toda Europa
occidental apoyarán el capitalismo.
Usted quizá hará valer que si no hay en Alemania masas campesinas
dispuestas a echarnos una buena mano, millones de proletarios que todavía hoy
se inclinan por la burguesía vendrán con seguridad a nosotros. Que, por tanto,
el lugar de los campesinos pobres rusos será ocupado aquí por proletarios. Que,
así, habrá refuerzos.
También esta idea es falsa en su principio. La diferencia con Rusia sigue
siendo enorme. Los campesinos rusos no se unieron al proletariado sino después de
la victoria. Pero sólo cuando los obreros alemanes que persisten hoy todavía en
apoyar al capitalismo se unan al comunismo, es cuándo comenzará de verdad la
lucha contra el capitalismo.
Los camaradas rusos han vencido gracias al peso de los campesinos pobres,
gracias a este peso y sólo gracias a él. Y la victoria se ha ido afirmando a
medida que cambiaban de campo.
Es porque los obreros alemanes se alinean tras el capitalismo por lo que
la victoria no llega; tampoco será fácil, y la lucha no comenzará más que a
partir del momento en que pasen a nuestro lado.
La revolución rusa ha sido terrible para el proletariado durante los
largos años que ha tardado en madurar. Sigue siéndolo hoy, después de haber
conseguido la victoria. Pero en los momentos en que tuvo lugar, ha sido fácil
justamente gracias a los campesinos.
Entre nosotros es totalmente distinto, exactamente lo contrario. El antes
y el después son igualmente fáciles, pero cuando tenga lugar será terrible.
Pues el capitalismo, que en su país era débil, que apenas se despegaba del
feudalismo, de la Edad Media, incluso, de la barbarie, entre nosotros es
fuerte, potentemente organizado y profundamente arraigado. En cuanto a los
pequeño-burgueses pobres y los pequeños campesinos, que siempre están del lado
del más fuerte, permanecerán en el campo del capitalismo hasta el último día,
excepto una pequeña fracción de entre ellos, sin importancia desde el punto de
vista económico.
En Rusia, la revolución ha vencido con la ayuda de los campesinos pobres.
Es necesario meterse esto en la cabeza aquí, en Europa occidental, y en todo el
mundo. Pero los obreros de Europa occidental están solos, no se puede estar más
solos, y esto hay que metérselo en la cabeza en Rusia.
El proletariado de Europa Occidental está solo. Esa es la verdad. Es
sobre ella, sobre esta verdad, sobre la que debemos basar nuestra táctica. Toda
táctica que tenga otra base es falsa, y conduce al proletariado a las peores
derrotas.
Que esta tesis sea exacta, la práctica lo confirma además. En efecto, no
sólo los pequeños campesinos de Europa occidental no tienen programa, no sólo
no han reivindicado la tierra, sino que ahora que el comunismo se acerca
tampoco se mueven. Pero, por supuesto, no hay que dar a esta tesis un sentido
demasiado absoluto. Como ya he señalado, existen en Europa occidental regiones
donde predominan los grandes dominios y donde, por tanto, se pueden ganar los
campesinos pobres al comunismo. Es posible hacer otro tanto en razón de
factores locales y otros. Pero se trata de casos relativamente raros. Tampoco
quiero decir que ningún campesino pobre se unirá a nosotros. Sería absurdo. Por
eso necesitamos continuar haciendo propaganda entre ellos. Pero también
necesitamos determinar nuestra táctica para emprender y proseguir la
revolución. Lo que yo decía concernía al tipo general, la tendencia general. Y
es sobre ésta sobre la que se puede y se debe basar la táctica.[5]
Pues las masas, los proletarios rusos tenían la seguridad y constataban
ya durante la guerra, frecuentemente con sus propios ojos, que los campesinos
acabarían pronto alineándose con ellos. Los proletarios alemanes, por no hablar
primero más que de ellos, no ignoran que tienen contra ellos al capitalismo nacional
y al conjunto de las otras clases.
Ciertamente, en Alemania había ya
antes de la guerra de diecinueve a veinte millones de obreros entre setenta
millones de habitantes, pero los proletarios alemanes se encuentran solos
frente a las otras clases. Se enfrentan a un capitalismo incomparablemente más
poderoso que el capitalismo ruso. Y están desarmados, mientras que
los rusos estaban armados.
Por tanto, la revolución exige de cada proletario alemán, de cada uno en
particular, todavía mucho más ánimo y espíritu de sacrificio que de los rusos.
Esto se deriva de las relaciones económicas y de las relaciones de clases en
Alemania, ¡no de una teoría cualquiera ni de la imaginación de románticos de la
revolución o de intelectuales!
Si la clase obrera, o al menos su aplastante mayoría, no se compromete
individuo por individuo, con una energía casi sobrehumana, a favor de la
revolución, contra todas las otras clases, la derrota está asegurada. Usted me
concederá, en efecto, que para poner a punto nuestra táctica necesitamos contar
con nuestras propias fuerzas y no con una ayuda extranjera, rusa, por ejemplo.
El proletariado solo, sin ayuda, casi sin armas, frente a un capitalismo
homogéneo, esto quiere decir en Alemania: cada proletario, la gran mayoría de
ellos, un militante consciente; cada proletario, un héroe. Y lo mismo ocurre en
toda Europa occidental. La mayoría del proletariado a transformar en militantes
conscientes y organizados, en comunistas auténticos, debe ser mucho más grande,
relativa y absolutamente, entre nosotros que en Rusia.
Para repetirme: esto, como consecuencia no de invenciones, de sueños de
intelectual o de poeta, sino sobre la base de las realidades más patentes.
Y cuanto más aumenta la importancia de la clase, más disminuye proporcionalmente
la de los jefes. Esto no quiere decir que no haya que tener los mejores jefes
posibles. Los mejores de todos no son aún bastante buenos y nosotros estamos
justamente buscándolos. Esto solamente quiere decir que la importancia de los
jefes, comparada a la de las masas, se reduce.
Si se
quiere conseguir la victoria, como ustedes, con siete u ocho millones de
proletarios en un país de ciento sesenta millones de habitantes, entonces sí,
¡la importancia de los jefes es enorme! Pues conseguir la victoria con tan
poco sobre tanta gente es, ante todo, cuestión de táctica. Para triunfar como
ustedes, camarada, en un país tan grande con una tropa tan pequeña, pero con
una ayuda externa a la clase, lo que importa en primer lugar es la
táctica del jefe. Cuando ustedes han comenzado el combate, camarada
Lenin, con esa pequeña tropa de proletarios, fue su táctica la que, en el
momento propicio, permitió librar la batalla y atraerse los campesinos pobres.
Pero, ¿en Alemania? Allí, la táctica más hábil, la claridad más grande,
incluso el genio del jefe, no es lo esencial, no lo principal. Allí no hay nada
que hacer: las clases se enfrentan, una contra todas. Allí, la clase proletaria
debe decidir por sí misma. Por su potencia, por su número. Pero al ser el enemigo
también formidable, infinitamente mejor organizado y armado, su
potencia es ante todo cuestión de calidad.
Frente a las clases poseedoras rusas, ustedes estaban en la situación de
David frente a Goliat. David era pequeño, pero su arma mataba con seguridad. El
proletariado alemán, inglés, europeo-occidental, hace frente al capitalismo
como un gigante ante otro gigante. En este combate, todo es asunto de fuerza.
De fuerza material, sin duda, pero también de fuerza espiritual.
¿Ha observado usted, camarada Lenin, que no hay “grandes” jefes en
Alemania? Todos son hombres completamente corrientes. Lo que demuestra
enseguida que esta revolución será en primer lugar obra de las masas, no de los
jefes.
A mi parecer, será algo grandioso, más inmenso que ninguna otra cosa
hasta el presente. Y una indicación de lo que será el comunismo. En toda Europa
occidental ocurrirá como en Alemania. El proletariado está solo en todas
partes.
La revolución de las masas, de los obreros, de las masas obreras y de
ellas solas, ¡por primera vez desde que el mundo es mundo! Y esto, no porque
está bien o porque es bonito o porque lo ha imaginado alguien, sino porque está
determinado por las relaciones económicas y por las relaciones de clases[6].
De esta diferencia entre Rusia y Europa occidental se deriva, además,
esto:
1. Cuando usted, camarada, o el ejecutivo de Moscú, o también los
comunistas oportunistas de Europa occidental, de la Liga Espartaco o del PC
inglés, que le pisan los talones, dicen: “es absurdo plantear la cuestión de
las masas o de los jefes”, ustedes se equivocan no sólo en relación a nosotros,
que aún buscamos jefes, sino también porque esta cuestión tiene, entre
nosotros, una importancia muy distinta que entre ustedes.
2. Cuando usted nos dice: “Jefe y masas deben formar un todo compacto”,
esto no sólo es falso porque nosotros justamente también estamos buscando una
tal unidad, sino también porque la cuestión se plantea entre nosotros de manera
muy distinta que entre ustedes.
3. Cuando usted nos dice: “En el partido comunista debe haber una
disciplina de hierro y una centralización militar absoluta”, esto no es
simplemente falso porque nosotros también estamos por la disciplina de hierro y
una fuerte centralización, sino también porque la cuestión se plantea entre
nosotros de manera distinta que entre ustedes.
De donde el punto 4, cuando usted nos dice: “En Rusia hemos actuado de
tal o cual manera (por ejemplo, después de la ofensiva de Kornilov, o algún
otro episodio), en tal o cual período íbamos al parlamento, o nosotros nos
quedábamos en los sindicatos”, y por eso el proletariado alemán debería hacer
otro tanto, eso no viene a cuento, dado que queda por saber si aún está
justificado o es necesario. Pues las relaciones de clases en Europa occidental
son, en la lucha, en la revolución, muy distintas que en Rusia.
De donde, en fin, el punto 5, cuando usted, o el Ejecutivo de Moscú, o
aún los comunistas oportunistas de Europa occidental pretenden imponernos una
táctica que era perfectamente justa en Rusia – por ejemplo, la que presupone,
conscientemente o no, que los campesinos pobres u otras capas trabajadoras
cooperarán pronto, en otras palabras, que el proletariado no está solo – esa
táctica que usted prescribe para nosotros o que se sigue allí, conducirá al
proletariado europeo-occidental a su perdición o a derrotas espantosas.
De ahí, finalmente, el punto 6, cuando usted, o el Ejecutivo de Moscú, o
también los elementos oportunistas de Europa occidental, como el Comité central
de la liga Espartaco en Alemania y el BSP en Inglaterra, quieren imponernos
aquí, en Europa occidental, una táctica oportunista (el oportunismo se apoya
siempre en elementos exteriores que nunca dejan de faltar al compromiso con el
proletariado), usted se equivoca.
El aislamiento, el hecho de no poder contar con ninguna ayuda, la
importancia más grande de las masas, y por consiguiente, la importancia
proporcionalmente menor de los jefes, esas son las bases generales sobre las
que debe basarse la táctica europea occidental.
Esas bases, ni Karl
Radek (y aquí en inglés,
y aquí en alemán)
durante su estancia en Alemania, ni el Ejecutivo de la Internacional, ni usted
mismo, como atestiguan sus declaraciones, las han discernido.
Y es sobre estas mismas bases sobre las que se apoya la táctica del KAPD, del
partido comunista de Sylvia
Pankhurst[7] y de la gran mayoría de la Comisión de
Ámsterdam, tal como sus miembros han sido nombrados por Moscú.
Comunismo de izquierda:
Partiendo de ahí se esfuerzan en llevar a las masas a un estadio más
elevado, las masas como un todo y también como una suma de individuos a educar
para hacer de ellos militantes revolucionarios, haciéndoles ver claramente (no
sólo por la teoría, sino sobre todo por la práctica) que todo depende de ellos,
que no tiene que esperar ninguna ayuda de otras clases, no mucho de los jefes,
sino todo de ellos.
Abstracción hecha de algunas aserciones privadas[8], de
detalles y también de aberraciones inevitables al principio del
movimiento – como las de Fritz Wolffheim y Heinrich Laufenberg – [
teóricos del bolchevismo
nacional] estos partidos y camaradas tienen concepciones perfectamente justas y
usted los combate con argumentos perfectamente falsos.
Cualquiera que atraviese Europa de este a oeste, franquea en un momento
dado una frontera económica que va desde el Báltico al Mediterráneo, en líneas
generales, de Dantzig a Venecia. Al oeste de esta línea hay dominación casi
absoluta del capital industrial, comercial y bancario, unificado dentro del
capital financiero. Este capital ha logrado incluso someter, hasta absorber, el
capital agrario. Presentando un grado de organización elevado, rodea con sus
lazos los gobiernos mejor implantados del globo.
Al este de esta línea no hay este prodigioso desarrollo del capital
concentrado de la industria, del comercio, de los transportes, de la banca, ni,
como consecuencia, el Estado moderno fuertemente estructurado.
Sólo por este hecho, sería un milagro que el proletariado revolucionario
pudiese tener al oeste de esta frontera la misma táctica que en el este.
De Gustavo Bueno a los nazbol, pasando por todo lo que arrastran sus
"discípulos" (1) y (2)
Eurasianismo, la Cuarta Teoría Política y la "Nueva Derecha"
europea. «El Espía Digital»: la extrema derecha española como repetidor de la
propaganda de guerra rusa. Alexander Dugin: El hombre en la sombra que inspira
a Putin
TIEMPOS OSCUROS DE CONFUSIÓN IDEOLÓGICA
TIEMPOS OSCUROS DE CONFUSIÓN IDEOLÓGICA
KEEP CALM (MANTÉN LA CALMA), ARMESILLA
Recuperar la teoría de la praxis. La cuestión sindical en la tradición
marxista
II – LA CUESTIÓN
SINDICAL
Después de haber sentado estas bases teóricas generales voy a intentar
ahora demostrar que, en la práctica también, la Izquierda de Alemania y de
Inglaterra tiene razón casi siempre. En especial, en las cuestiones sindical y
parlamentaria.
Veamos primero la cuestión de los sindicatos.
“El poder de los jefes sobre las masas se encarna, en el plano espiritual,
en el parlamentarismo; en el plano material, en el movimiento sindical. En el
sistema capitalista, los sindicatos constituyen la forma de organización
natural del proletariado; en tiempos ya lejanos, Marx subrayó su importancia
como tales. Con el desarrollo del capitalismo y, más aún, en la época del
imperialismo, los sindicatos se han transformado cada vez más en asociaciones
gigantescas que presentan una tendencia a proliferar comparable a la del
organismo estatal burgués en otros tiempos. En su seno se ha creado una clase
de empleados permanentes, una burocracia que dispone allí de todos los medios
de fuerza: el dinero, la prensa, la promoción del personal subalterno. En
muchos aspectos goza de amplias prerrogativas tanto y de manera que sus miembros,
colocados originariamente al servicio de la colectividad, se han convertido en
sus dueños y se identifican ellos mismos con la organización. Los sindicatos se
asemejan igualmente al Estado y a su burocracia en que, a pesar de un régimen
democrático, los afiliados no tienen ningún medio de imponer su voluntad a los
dirigentes; un ingenioso sistema de reglamentos y de estatutos ahoga la menor
revuelta antes de que pueda amenazar las altas esferas.
Sólo gracias a una perseverancia permanente logra una organización, a
veces y después de años, un éxito relativo, debido lo más frecuentemente a un
cambio de personas. Por eso, estos últimos años, antes y después de la guerra,
se han producido rebeliones repetidas veces en Inglaterra, en América, en
Alemania, haciendo huelga los afiliados por su propia cuenta, contra la
voluntad de los dirigentes y contra las decisiones de su misma organización.
Esto se ha hecho de una manera totalmente natural y ha sido vista como tal; eso
revela que el sindicato, lejos de ser una colectividad para sus adherentes es,
en cierta medida, algo extraño para ellos. Que los trabajadores no sean dueños
en su casa, en su asociación, sino que se encuentren opuestos a esta última
como a una potencia exterior, superior a ellos, contra la cual se ven llevados
a sublevarse, por más que ésta haya salido de sus esfuerzos, es también un
punto común con el Estado. Cuando la revuelta se apacigua, la antigua dirección
vuelve a tomar su lugar y logra conservarlo a pesar del odio y de la exasperación
impotente de las masas, porque se apoya en su indiferencia, su falta de
clarividencia, y la ausencia en su seno de una voluntad única y de
perseverancia; además, los antiguos dirigentes se benefician de la necesidad
interna intrínseca del sindicato, al ser la asociación para los obreros el
único medio de lucha contra el Capital.
Cuando combate al Capital y sus tendencias al absolutismo y a la
pauperización, para limitar sus efectos y así hacer posible la existencia de la
clase obrera, el movimiento sindical cumple con su papel dentro del sistema:
por ahí mismo se convierte en un elemento constitutivo del mismo. Pero a partir
del momento en que se desencadena la revolución, el proletariado se transforma
y, de elemento de la sociedad capitalista, se transforma en su destructor;
desde ese momento debe enfrentarse igualmente al sindicato. [...]
Lo que Marx y Lenin han dicho y redicho del Estado, a saber: que su modo
de funcionamiento, a pesar de la existencia de una democracia formal, no
permite utilizarlo como un instrumento de la revolución proletaria, se aplica
igualmente a los sindicatos.
Su potencia contrarrevolucionaria no será aniquilada, ni siquiera
comenzada, por un cambio de dirigentes, por la substitución de jefes
reaccionarios por hombres de izquierda o revolucionarios.
Es la forma de organización misma la que reduce las masas a la impotencia
o algo así, y la que les impide hacer de ella el instrumento de su voluntad. La
revolución no puede vencer más que si esta forma de organización es abatida o,
más exactamente, cambiada completamente de arriba abajo, de manera que se
convierta en otra cosa muy distinta. El sistema de los
soviets, edificado dentro mismo de la clase, está en condiciones de extirpar y
suplantar la burocracia estatal al igual que la sindical; los soviets están
llamados a servir no sólo de nuevos órganos políticos del proletariado, en
lugar del parlamento, sino también de bases para los nuevos sindicatos. Con
ocasión de vivas y recientes controversias dentro del partido alemán, algunos
han presentado como irrisoria la idea de que una forma de organización podía
ser revolucionaria, reduciéndose toda la cuestión al grado de convicción revolucionaria
de los militantes. Sin embargo, si la revolución consiste esencialmente en el
hecho de que las masas tomen en sus manos sus propios asuntos – la dirección de
la sociedad y de la producción – toda forma de organización que no les dé la
posibilidad de gobernar y dirigir ellas mismas es contrarrevolucionaria y
perjudicial y por eso hay que reemplazarla por otra, ésta revolucionaria por
cuanto permite a los obreros mismos decidir activamente de todo” (Pannekoek).[9]
[9] Ver Anton Pannekoek: “Revolución mundial y
táctica comunista”, en Pannekoek et les Conseils ouvriers, p. 178-180
(n.d.t.f.).
Revolución mundial y táctica comunista
Textos de 1912
Sigan leyendo el texto…
Por definición, los sindicatos no son, en Europa occidental, armas
eficaces para la revolución. Incluso si no se hubiesen convertido en instrumentos
del capitalismo, incluso si no estuviesen en manos de traidores – abstracción
hecha de que están destinados por naturaleza, cualesquiera que sean sus jefes,
a transformar a sus adherentes en esclavos, en instrumentos pasivos – no
dejarían de ser inutilizables.
Por naturaleza, los sindicatos no son buenas armas de lucha, de
revolución contra el capitalismo organizado de modo superior en Europa
occidental, y contra su Estado. Estos son demasiado poderosos en comparación
con ellos. Pues, en buena medida, se trata de sindicatos de oficios y,
por tanto, incapaces de hacer por sí solos la revolución. Y cuando se trata de
sindicatos de industria, no se apoyan en las fábricas, en los talleres mismos,
y se encuentran también en este caso en situación de debilidad. Finalmente, forman agrupaciones de ayuda
mutua mucho más que de lucha, nacidos en la época de la pequeña burguesía.
Insuficiente para la lucha antes de la revolución, este tipo de organización es
perfectamente inadecuado para la revolución en Europa occidental. Pues las
fábricas, los obreros de fábrica, no hacen la revolución en los oficios y las
industrias, sino en los talleres. Además, estas asociaciones son instrumentos
de acción lenta, demasiado complicados, buenos solamente para las fases de
evolución. Incluso si la revolución no triunfase enseguida, y tuviésemos que
volver durante algún tiempo a la lucha pacífica, habría que destruir los
sindicatos y reemplazarlos por asociaciones industriales que tuviesen por base
la organización de fábrica, de taller. Y es con estos sindicatos lastimosos,
que de todas maneras habrá que destruir, ¡¡con los que se
quiere hacer la revolución!! Los obreros necesitan armas para hacer la
revolución. Y las únicas armas de las que disponen en Europa
occidental son las organizaciones de fábrica. Fundidas en un todo
y en uno solo.
[Libro] Debate sobre los consejos de fábrica. Antonio Gramsci; Amedo
Bordiga
Antonio Gramsci. Los seis tomos de los Cuadernos de la cárcel.
Bibliografía complementaria.
Los obreros europeo-occidentales necesitan las mejores armas de todas.
Porque están solos, porque no pueden contar más que consigo mismos. He ahí por
qué necesitan estas organizaciones de fábrica. En Alemania y en Inglaterra,
enseguida, porque es allí donde la revolución está más próxima. Y también en
los demás países lo más pronto que se pueda, desde el momento en que se ofrezca
la posibilidad de construirlas. Es vano decir, como usted hace, camarada Lenin:
en Rusia, nosotros hemos actuado de tal o cual manera. Porque, en primer lugar,
ustedes no tenían en Rusia medios de lucha tan mediocres como muchos de los
sindicatos que hay entre nosotros. Ustedes tenían asociaciones industriales. En
segundo lugar, los obreros tenían allí una mentalidad más revolucionaria. En
tercer lugar, los capitalistas estaban allí mal organizados. E igualmente el
Estado. En cuarto lugar, por el contrario, y toda la cuestión está ahí, ustedes
podían contar con ayuda. Por tanto, ustedes no tenían necesidad de estar
armados de modo superior. Solos como estamos nosotros, necesitamos armas, las
mejores de todas. Sin las cuales no venceremos. Sin lo cual iremos de derrota
en derrota.
Pero también otras razones, tanto psíquicas como materiales, militan en
el mismo sentido. Recuerde usted, camarada, qué situación reinaba en Alemania
antes y durante la guerra. Los sindicatos, único medio de acción pero demasiado
débil, máquinas improductivas completamente en manos de los jefes que los
hacían funcionar en provecho del capitalismo. Después vino la revolución. Los
jefes y la masa de los afiliados a los sindicatos transforman estas
organizaciones en arma contra la revolución. Ésta es asesinada con su concurso,
con su apoyo, por sus jefes, e incluso por una parte de los afiliados de base.
Los comunistas ven a sus propios hermanos fusilados con la bendición de los
sindicatos. Las huelgas a favor de la revolución son rotas. ¿Cree usted,
camarada, que los obreros revolucionarios pueden continuar militando en
semejantes asociaciones? Por añadidura, ¡son demasiado débiles para servir a la
revolución! Esto me parece imposible psicológicamente. ¿Qué habría hecho usted
mismo si hubiese sido miembro de un partido, el de los mencheviques, por
ejemplo, que se hubiese comportado de esa manera en tiempo de revolución? Usted
se habría separado de él (si no lo hubiese hecho ya antes). Pero usted dirá:
era un partido político; un sindicato es otra cosa. Creo que se equivoca. En tiempo
de revolución, mientras dura la revolución, todo sindicato, incluso todo grupo
obrero, juega un papel de partido político, pro o contra revolucionario.
Pero usted dirá, y lo hace en su artículo, que hay que reprimir esos
impulsos sentimentales, vistas las exigencias de la unidad y la propaganda
comunista. Voy a demostrarle, que en Alemania, durante la revolución, era
imposible. Con ejemplos concretos. Pues esta cuestión debemos abordarla bajo un
ángulo concreto, sin equívocos. Admitamos que en Alemania haya cien mil
metalúrgicos verdaderamente revolucionarios, otros tantos obreros de los
astilleros y otros tantos mineros. Quieren ir a la huelga, batirse, morir por
la revolución. Los demás, millones, no. ¿Qué deben hacer estos trescientos mil
revolucionarios? Primero unirse, ponerse de acuerdo para la acción. En esto
usted está de acuerdo. Sin organización, los obreros no pueden nada. Ahora
bien, formar un nuevo agrupamiento contra el antiguo equivale ya a una
escisión, si no formal, al menos real, incluso si los miembros del primero
permanecen en las filas del antiguo. Pero la nueva formación necesita una
prensa, locales, unos funcionarios permanentes. Todo esto cuesta muy caro. Y
los obreros alemanes tienen los bolsillos más o menos vacíos. Para que el nuevo
agrupamiento pueda subsistir, se verán forzados, les guste o no, a abandonar el
antiguo. Por tanto, concretamente, sus propuestas son perfectamente
irrealizables, querido camarada.
Pero aún hay otras razones materiales, incluso mejores. Los obreros
alemanes que han abandonado los sindicatos, que quieren acabar con ellos, que
han creado las organizaciones de fábrica y la Unión obrera, se han
encontrado en plena revolución. Había que pasar inmediatamente
a la acción. La revolución estaba allí. Los sindicatos se negaban a
batirse. En un momento así, ¿de qué sirve decir: permaneced en los sindicatos,
propagad nuestras ideas, pronto llegaréis a ser los más fuertes y tendréis la
mayoría? Un buen plan, en verdad, aunque la minoría se vea indefectiblemente
ahogada, y la Izquierda habría intentado aplicarlo si no le hubiese faltado
tiempo. Imposible esperar. La revolución estaba ahí. ¡Y todavía está ahí!
Durante la revolución (no
lo olvide, camarada, era en tiempos de revolución cuando los
obreros alemanes se han escindido y han creado su Unión obrera), los obreros
revolucionarios se separarán siempre de los social-patriotas. Imposible actuar
de otra manera en un momento así. Y, por razones psíquicas y materiales,
siempre habrá semejantes escisiones, a pesar de lo que usted pudiese decir, a
pesar de que lo lamente usted mismo, el Ejecutivo de Moscú y el congreso de la
Internacional. Porque los obreros apenas pueden soportar a la larga ver cómo
los sindicatos les disparan, y porque hay que batirse.
He ahí la razón por la cual los izquierdistas han creado la Unión general
obrera (AAU). Y si resisten se debe a su convicción de que en Alemania no ha
terminado la revolución y que llegará más lejos, hasta la victoria. Camarada
Lenin, cuando se forman dos tendencias en el seno del movimiento obrero,
¿existe un medio distinto a la lucha? Cuando son muy diferentes, rigurosamente
opuestas, ¿un medio distinto a la escisión? ¿Conoce usted otro? ¿Puede
concebirse algo más opuesto que la revolución y la contrarrevolución? Por esta
razón, el KAPD y la AAU tienen razón plenamente.
En el fondo, camarada, ¿no han sido siempre estas escisiones, estas
clarificaciones, una buena cosa para el proletariado? ¿No se ha acabado siempre
por percatarse de ello? Yo tengo alguna experiencia a este respecto. En el seno
del partido social-patriota, nosotros no teníamos ninguna influencia, y muy
poca después de haber sido expulsados de él, al menos al principio; pero
después esta influencia no ha dejado de crecer. ¿Y cómo han salido parados los
bolcheviques de la escisión? No mal del todo, creo. Pequeños al comienzo,
grandes después. Ahora, todo. Depende totalmente del desarrollo económico y
político el que un grupo llegue a ser grande, por muy pequeño que sea. Si
prosigue la revolución en Alemania, hay buenas esperanzas de ver que la Unión
obrera adquiera esa importancia y una influencia preponderante. No tendría que
dejarse intimidar por las cifras: setenta mil contra siete millones. Grupos más
pequeños todavía se han convertido en los más fuertes. ¡Los bolcheviques, entre
otros!
¿Por qué son las organizaciones de fábrica, de taller, y la Unión obrera
que se basa en ellas y agrupa a sus miembros – junto con los partidos
comunistas, ciertamente – armas tan notorias, las mejores, las únicas buenas
armas para la revolución en Europa occidental?
Porque los obreros actúan en ellas por sí mismos infinitamente más que en
los antiguos sindicatos, porque en ellas mantienen el control sobre los jefes
y, por ahí mismo, sobre la dirección, porque controlan la organización de
fábrica y, a través de ella, la Unión en su conjunto.
Cada fábrica, cada taller, constituye un todo. Los obreros eligen allí a
sus delegados, los “hombres de confianza”. Las organizaciones de fábrica se
distribuyen en distritos económicos, para los cuales se eligen nuevamente
delegados. Y los distritos eligen a su vez la dirección general de la Unión
para el conjunto del Reich.
Así, cualquiera que sea la industria a la que pertenecen, todas las
organizaciones de fábrica forman conjuntamente una sola y única Unión obrera.
Se ve: se trata de una organización centrada en la revolución y en ella
sola. Si tuviese lugar un intervalo de luchas relativamente pacíficas, la
Unión sería capaz además de adaptarse a ello. Bastaría, dentro de ella,
reagrupar las organizaciones de fábrica por industrias.
A lo que hay que añadir esto: todo obrero dispone del poder en el seno de
la AAU. Pues elige a sus delegados allí donde trabaja y a través de ellos
ejerce una influencia tanto sobre los consejos de distrito como sobre el
consejo nacional. Hay centralismo, pero no muy acentuado. El individuo y su
organización de base, la organización de fábrica, tienen un gran poder. Pueden
revocar a sus delegados en todo momento, reemplazarlos y obligarlos a reemplazar
en el acto las instancias más elevadas. Hay individualismo, pero no demasiado.
Pues los cuerpos centrales, los consejos de distrito y el consejo nacional,
disponen de un gran poder. Tanto los individuos como la dirección central
tienen exactamente tanto poder como necesitan y es posible en estos tiempos en
que vivimos y en que se desencadena la revolución en Europa occidental.
Marx escribe que, bajo el sistema capitalista, el ciudadano es frente al
Estado una abstracción, una cifra. Lo mismo sucede en los antiguos sindicatos.
La burocracia, todo el ente de la organización, habita en las esferas
superiores, muy lejos del obrero. Está fuera del alcance. Frente a ella, él no
es más que una cifra, una abstracción. Ni por un momento aquélla ve en él a un
hombre en su ambiente de trabajo. A un ser vivo, que desea, que lucha.
Reemplazad la burocracia sindical por otro grupo de personas y constataréis
algún tiempo después que este grupo ha adquirido el mismo carácter que el
antiguo, que se ha hecho inaccesible a las masas, que no tiene ya contacto con
ellas. Sus miembros se han convertido, en el 99% de los casos, en tiranos que
caminan al lado de la burguesía. Es la naturaleza misma de la organización la
que los ha convertido en lo que son.
¡Cuán diferente es en las organizaciones de fábrica! Allí son los obreros
mismos quienes deciden la táctica, la orientación, la lucha y quienes
intervienen sobre la marcha cuando los “jefes” no tienen en cuenta sus
decisiones. Están permanentemente en el centro de la lucha pues la fábrica, el
taller, se confunde con la organización.
En cuanto ello es posible bajo el sistema capitalista, los obreros se
convierten así en artífices y dueños de su propio destino, y como esto es así
para cada uno, la masa libra y dirige ella misma sus luchas. Mucho
más, infinitamente más, en todo caso, que en las antiguas organizaciones
económicas, tanto las reformistas como las anarco-sindicalistas.[10]
Por el hecho mismo de que las organizaciones de fábrica y la Unión obrera
hacen de los individuos y, por tanto, de la masa los agentes directos de la
lucha, los que la dirigen realmente y, consecuentemente, los que obtienen
resultados, ellas son verdaderamente las mejores armas de todas, las armas que
necesitamos en Europa occidental para abatir sin ayuda al capitalismo más
poderoso del globo.
Pero, camarada, estos argumentos parecen bastante pobres en definitiva
comparados a uno último, fundamental, que se liga estrechamente a los
principios que yo evocaba al comienzo de esta carta. Razón decisiva a los ojos
del KAPD y del
partido opositor de Inglaterra: estos partidos quieren elevar al máximo el
nivel espiritual de las masas y de los individuos.
Para ello no ven más que un solo medio: formar grupos que, en
la lucha, muestren a las masas lo que deben ser. Una vez más, camarada, yo os
pregunto si usted conoce otro. Yo, no.
En el movimiento obrero y, especialmente, como creo, en la revolución, no
vale más que la prueba por el ejemplo, el ejemplo mismo, la acción.
Los camaradas de la “Izquierda” creen posible, con ese pequeño grupo
luchando tanto contra el capital como contra los sindicatos, presionar sobre
estos últimos, incluso – pues esto también puede ser – empujarlos poco a poco
por vías mejores.
No se conseguirá esto más que por el ejemplo. Estas nuevas formaciones,
las organizaciones de fábrica, son, pues, indispensables para la elevación del
nivel de los obreros alemanes.
Al igual que los partidos comunistas se levantan contra los partidos
social-patriotas, la nueva formación, la Unión obrera, debe hacer frente a los
sindicatos.[11]
Únicamente el ejemplo puede servir para transformar las masas con
mentalidad de esclavo, reformistas, social-patriotas.
Ahora paso a Inglaterra, a la Izquierda inglesa.
Inglaterra es, tras Alemania, el país más cercano a la revolución. No
porque la situación ya sea revolucionaria allí, sino porque su proletariado es
muy numeroso y las condiciones capitalistas, económicas, son allí las más
propicias. Una fuerte sacudida, y comenzará una lucha que no acabará más que
con la victoria. Y la sacudida se producirá. Esto lo sienten los obreros más
avanzados de Inglaterra, lo saben casi por instinto (como lo sentimos todos). Y
por esto, como en Alemania, han puesto en pie un movimiento nuevo – dividido en
varias tendencias y que todavía anda a tientas, como en Alemania precisamente –
el Rank-and-File-Movement,
movimiento de las masas mismas, sin jefes o exactamente como si no los tuvieran.[12]
Este movimiento es muy similar a la Unión obrera alemana, con sus
organizaciones de fábrica.
¿Ha observado usted, camarada, que este movimiento ha surgido únicamente
en los dos países más avanzados? ¿Y del interior de la clase obrera? ¿En
múltiples lugares? Hecho que demuestra por sí solo que se trata totalmente de
un crecimiento orgánico, y no en circuito cerrado.[13]
En Inglaterra este movimiento, esta lucha contra los sindicatos, es
todavía más necesaria, si es posible, que en Alemania. No sólo las Trade Unions
han sido puestas por sus jefes al servicio del capitalismo, sino que además son
más ineptas todavía para la revolución que los sindicatos alemanes. Se formaron
en la época de la guerrilla obrera, frecuentemente a comienzos del siglo XIX,
incluso en el XVIII. ¡En algunas industrias se cuentan hasta veinticinco
sindicatos y las principales federaciones se entregan a una lucha sin piedad
por conseguir los militantes de base! No teniendo estos el menor poder. ¡Y
usted quisiera, camarada Lenin, respetar esas organizaciones!
¿Y no habría que combatirlas también, empujarlas a la escisión,
aniquilarlas? Quien está contra la Unión obrera debe estar también contra los
Shop Committees, los Shop Stewards y las Industrial Unions. Estar por estos
últimos es estar por la Unión obrera. Pues aquí y allá, los comunistas
persiguen el mismo objetivo.
La Izquierda comunista inglesa se propone servirse de esta nueva
corriente dentro de las Trade Unions para aniquilarlas, tal como se presentan
actualmente, para transformarlas, para reemplazarlas por instrumentos nuevos
adaptados a la lucha de clase revolucionaria. Los argumentos invocados por el
movimiento alemán son igualmente válidos para el movimiento inglés.
La carta del Comité ejecutivo de la III Internacional al KAPD me ha
puesto al corriente de que el Ejecutivo está, en América, por los IWW, a
condición de que éstos admitan la acción política y la pertenencia al partido
comunista. ¡Pero sin pedirles que se adhieran a los sindicatos oficiales! Lo
que no impide al Ejecutivo estar contra la Unión obrera en Alemania, exigir de
ella que entre en los sindicatos, a pesar de que sea comunista y trabaje codo
con codo con el partido.
Y usted, camarada Lenin, usted está por el Rank-and-File Movement en
Inglaterra (a pesar de que este último haya provocado más de una vez una
escisión y que muchos de sus miembros comunistas aspiren a destruir los
sindicatos), ¡pero contra la Unión obrera en Alemania!
Al no haber estallado todavía la revolución en Inglaterra, la Izquierda
comunista inglesa no puede ir tan lejos como en Alemania, ello cae de su peso.
Todavía no tiene la posibilidad de organizar el Rank-and-File Movement en el
conjunto del país, en un todo unificado. Pero se prepara para ello. Y desde el
momento en que estemos ante la revolución, se verá a los obreros abandonar en
masa las viejas Trade Unions para pasar a las organizaciones de fábrica y de
industria.
Por el hecho mismo de que en todas partes se asienta en este movimiento,
en todas partes se esfuerza en propagar las ideas comunistas en él, eleva con
su ejemplo a un nivel superior a los obreros que militan en él[14]. Tal es, como en Alemania, su fin específico.
La Unión general obrera y el Rank-and-File Movement, que se apoyan uno y
otro en las fábricas, los talleres, únicamente en
las fábricas, son los precursores de los consejos obreros, de los soviets. Y
como la revolución de Europa occidental será muy difícil y, por eso mismo,
progresará lentamente, habrá un período de transición más largo (que en Rusia)
en el curso del cual los sindicatos ya no serán nada en absoluto y los soviets
no existirán todavía. Este período será ocupado por la lucha contra los
sindicatos, por su transformación y sustitución por organizaciones mejores. ¡No
se preocupe, nuestra hora acabará por llegar!
Dicho sea una vez más, ocurrirá así no porque los izquierdistas lo
queramos sino porque la revolución exige formas nuevas de organización. Sin lo
cual será aplastada.
¡Buena suerte, pues, para el Rank-and-File Movement y para la Unión
general obrera (AAU)! ¡Pioneros de los soviets en Europa occidental! ¡Buena
suerte a las primeras organizaciones en proseguir, con los partidos comunistas,
la revolución contra el capitalismo de Europa occidental! A nosotros, que
hacemos frente y sin aliados a un capitalismo poderoso en grado sumo,
superiormente organizado (organizado desde todos los puntos de vista) y armado,
y que para esto necesitamos las mejores y más eficaces armas de todas ¡usted
quisiera constreñirnos, camarada Lenin, a utilizar las malas! A nosotros, que
intentamos organizar la revolución en dirección de las fábricas y en las
fábricas, ¡usted quiere imponernos los lamentables sindicatos! La revolución de
Europa occidental no puede ni debe ser organizada más que en dirección de las
fábricas y en las fábricas. Es allí, en efecto, donde el capitalismo ha
alcanzado un grado tan alto de organización económica y política, y donde los
obreros no disponen de ninguna otra arma eficaz (excepto el partido comunista).
En Rusia ustedes tenían armas de guerra y los campesinos pobres estaban junto a
ustedes. Lo que las armas y los campesinos pobres han sido entre ustedes, la
táctica y la organización deben serlo hasta nueva orden entre nosotros. ¡Y he
ahí que usted predica los sindicatos! A nosotros que debemos,
por razones psíquicas y materiales, en plena revolución, luchar contra los
sindicatos, ¡usted intenta disuadirnos de ello! A nosotros, que no podemos
luchar más que por la escisión, ¡usted intenta disuadirnos de ello! A nosotros,
que queremos formar grupos que den ejemplo, ¡usted nos prohíbe hacerlo! A
nosotros, que queremos elevar el nivel del proletariado de Europa occidental,
¡usted nos contrarresta la acción!.
¡Usted no quiere oír hablar de escisión, de formaciones nuevas ni, por
tanto, de nivel superior!
¿Por qué?
Porque usted quiere ver los grandes partidos y los grandes sindicatos
adherirse a la III Internacional.
He ahí lo que nos parece que es oportunismo, y oportunismo de la peor
especie[15].
Camarada Lenin, usted actúa ahora en el seno de la Internacional de
manera muy distinta a no hace mucho, en el partido bolchevique. Éste se ha
mantenido muy “puro” (y quizá continúe). Pero ahora habría que admitir en la
Internacional, y sobre la marcha, ¡a gentes que son comunistas no digo a
medias, sino un cuarto sólo y aún mucho menos!
El drama del movimiento obrero es que tan pronto como ha obtenido algún
poder, intenta acrecentarlo por medios sin principios. La socialdemocracia, en
sus comienzos, también era “pura” en casi todos los países. La mayoría de los
social-patriotas actuales eran auténticos marxistas. La propaganda marxista
permitió ganarse las masas. Pero se la dejó de lado desde el momento en que se
hubo logrado “poder”. Ayer eran los socialdemócratas; hoy es usted mismo, es la
Tercera Internacional. No ya a escala nacional, evidentemente, sino a escala
internacional. La revolución rusa ha triunfado gracias a la “pureza”, gracias
al apego a los principios. Ahora tiene, ahora el proletariado internacional
tiene, gracias a ella, poder. Este poder habría que desarrollarlo en Europa.
¡¡Y he aquí que se abandona la antigua táctica!!
Lejos de continuar poniendo en obra en todos los demás países una táctica
tan experimentada, y reforzar así desde el interior la Tercera Internacional,
se da hoy media vuelta y, al igual que la socialdemocracia no hace mucho, se
pasa al oportunismo. Se hace entrar a todo el mundo: los sindicatos, los
Independientes (alemanes), los centristas franceses, una fracción del partido
laborista inglés.
Para guardar las apariencias marxistas, se ponen condiciones que hay
que firmar (!!), se pone en la puerta a los Kautsky,
Hilferding, Thomas y otros. Pero la gran masa, la ciénaga, es admitida, todos
los medios son buenos para empujarla a que se adhiera. Y para dar total
satisfacción a los centristas, ¡no se acepta más que a los “izquierdistas”
convertidos al centrismo! Los mejores de todos los revolucionarios,
como los militantes del KAPD, se ven así rechazados.
Y cuando se ha producido la fusión, sobre la base de una línea intermedia,
con la gran masa, se pisa los talones, todos juntos, con una disciplina de
hierro, a jefes de un valor confirmado de un modo tan singular. ¿Para ir dónde?
Derechos al abismo.
¿Para qué los nobles principios, para qué las buenas tesis de la Tercera
Internacional si es necesario ser oportunistas en la práctica? La Segunda
Internacional también tenía los más bellos principios, pero ha tropezado con
esta misma práctica.
Los de la Izquierda no queremos esto. Nos proponemos primero formar en
Europa occidental, exactamente igual que los bolcheviques hicieron en Rusia,
partidos, núcleos muy compactos, muy lúcidos y muy rigurosos (incluso si deben
ser pequeños al principio). Sólo después intentaremos hacerlos grandes. Siempre
muy compactos, muy rigurosos, muy “puros”. Sólo de esta manera podremos vencer
en Europa occidental. He ahí por qué, camarada, rechazamos absolutamente su
táctica.
Usted sostiene, camarada, que nosotros, miembros de la Comisión de
Ámsterdam, hemos olvidado o no hemos aprendido las lecciones de las
revoluciones precedentes. ¡Muy bien! Camarada, yo me acuerdo perfectamente de
un rasgo característico de las revoluciones pasadas. Es el siguiente: los
partidos extremos, los “izquierdistas”, siempre han jugado en ellas un papel de
primer plano. Tal fue el caso en la revolución de Holanda contra España, de la
revolución inglesa, de la Revolución francesa, de la Comuna de París y de las
dos revoluciones rusas.
Ahora bien, la revolución europea occidental cuenta con dos tendencias,
correspondientes cada una a un grado de desarrollo diferente del movimiento
obrero: la tendencia izquierdista y la tendencia oportunista. Éstas no llegarán
a una buena táctica, a la unidad, más que combatiéndose mutuamente. Pero la
tendencia izquierdista, incluso si quizá va demasiado lejos en algunos puntos
de detalle, sigue siendo la mejor, y con mucho. ¡Y usted, camarada Lenin, usted
apoya la tendencia oportunista!
Y eso no es todo. El Ejecutivo de Moscú, los jefes rusos de
una revolución que ha debido la victoria a un ejército de millones de
campesinos pobres, quiere imponer la táctica a seguir al proletariado
europeo-occidental, que no puede y no debe contar más que consigo mismo. Y con
este fin hace una guerra sin cuartel, exactamente como usted, ¡a lo que hay de
mejor en Europa occidental!
¡Qué estupidez! ¡Qué dialéctica tan singular!
Que estalle la revolución en Europa occidental y, con esta táctica, usted
irá de sorpresa en sorpresa. Pero será el proletariado quien pague la factura.
Usted mismo, camarada, y el Ejecutivo de Moscú, no ignoran que los
sindicatos son fuerzas contrarrevolucionarias. Las tesis de ustedes lo muestran
claramente. Esto no os impide querer mantener los sindicatos. Usted tampoco
ignora que la Unión obrera, es decir, las organizaciones de fábrica, y el
Rank-and- File Movement, son organizaciones revolucionarias. Según sus propias
declaraciones, de usted, nosotros debemos tener por objetivo las organizaciones
de fábrica. Sin embargo, usted intenta estrangularlas. Las organizaciones gracias
a las cuales los obreros y, por tanto, la masa, pueden adquirir la fuerza y el
poder, usted quiere estrangularlas; y aquellas en las que la masa sirve de
instrumento a las jefes, usted quiere conservarlas. Usted apunta así a
subordinarse los sindicatos, a subordinarlos a la Tercera Internacional.
¿Por qué? ¿Por qué sigue usted esta mala táctica? Porque usted quiere las
masas alrededor de usted, cualquiera que sea su calidad, con tal de que sean
las masas. Y usted cree que basta tener a su lado las masas que le obedezcan
gracias a una disciplina y una centralización rígidas (de un modo comunista,
semi-comunista o en absoluto), para que ustedes, los jefes, tengan la partida
ganada.
En una palabra: porque usted hace una política de jefe.
Sin jefes ni centralización no se llega a nada (lo mismo que sin
partido). Sin embargo, cuando se habla de política de jefe, se entiende la
política que consiste en reunir a las masas sin preguntarles cuáles son sus
convicciones, sus sentimientos, y que supone que la victoria es de los jefes
desde el momento en que han conseguido ganarse las masas.
Pero en Europa occidental esta política, tal como el Ejecutivo y usted
mismo la ponen en obra hoy en la cuestión sindical, está destinada al fracaso.
Pues el capitalismo es todavía demasiado poderoso allí, y el proletariado
demasiado reducido a sus solas fuerzas. Fracasará como la de la Segunda
Internacional.
Aquí es a los obreros mismos a los que corresponde convertirse en una
fuerza y después, gracias a ellos, a los jefes. Aquí hay que coger el mal, la
política de jefe, por la raíz.
La táctica que han adoptado ustedes, el Ejecutivo y usted, en materia
sindical, demuestra con extrema nitidez que si ustedes no cambian como
mínimo esta táctica, ustedes no podrán dirigir la revolución
europea occidental.
Usted dice que la “Izquierda”, al seguir su propia táctica, no hace más
que charlatanear. ¡Pues bien!, camarada, la “Izquierda” apenas ha tenido, hasta
el presente, ocasión de pasar a la acción en otros países. Pero volved solamente
la mirada hacia Alemania, volvedla hacia la táctica y los actos del KAPD frente
al golpe de Kapp, así como en lo concerniente a la revolución rusa, y usted
estará ciertamente obligado a retirar lo que usted ha dicho.
III – EL
PARLAMENTARISMO
Queda aún la cuestión del parlamentarismo, y defender a la Izquierda
contra sus ataques[16].
La actitud de ésta en esta materia está dictada por las mismas consideraciones
teóricas que la guiaban ya en la cuestión sindical. Aislamiento del
proletariado, potencia gigantesca del enemigo, necesidad para la masa de
elevarse a un grado muy superior a fin de ser capaz de contar casi
exclusivamente consigo misma, etc. Inútil, pues, volver sobre ello.
No obstante, es bueno examinar aquí algunos puntos que la cuestión
sindical no planteaba.
Primero, éste: los obreros y, más generalmente, las masas trabajadoras de
Europa occidental, están sometidos, en cuanto a las ideas, a la cultura
burguesa, a las ideas burguesas y, a su través, al sistema burgués de
representación, el parlamento, la democracia burguesa. Mucho más que los de
Europa del Este. Entre nosotros, la ideología burguesa se ha adueñado de la
vida social y, por tanto, política en su conjunto; ha penetrado mucho más profundamente
en el espíritu de los obreros. Es en eso en lo que se les ha criado y educado
desde hace siglos. Los obreros están completamente anegados en estas ideas.
El camarada Pannekoek ha descrito excelentemente esta situación en la
revista “Kommunismus”, de Viena:
“La experiencia alemana plantea precisamente el gran problema de la
revolución en Europa occidental. En estos países, el modo de producción
burgués, y la alta cultura que le está ligada desde hace siglos, han impregnado
profundamente la manera de sentir y de pensar de las masas populares. Esa es la
razón por la cual los caracteres espirituales de estas masas no se encuentran
en los países del Este, que nunca han conocido esta dominación burguesa. Y es
en esto en lo que reside en primer lugar la diferencia del curso tomado por la
revolución en el Este y en el Oeste. En Inglaterra, en Francia, en Holanda, en
Escandinavia, en Italia, en Alemania, florecía una burguesía poderosa desde la
Edad Media sobre la base de una producción pequeño-burguesa y capitalista
primitiva. Tras el derrocamiento del sistema feudal, se desarrolló en los
campos una clase igualmente fuerte e independiente de campesinos, asimismo
dueños de sus bienes. Esta base ha permitido a la vida espiritual burguesa
florecer en una vigorosa cultura nacional, sobre todo en los países marítimos,
como Francia e Inglaterra, las primeras en conocer un desarrollo capitalista.
En el siglo XIX, el capitalismo, colocando el conjunto de la economía bajo su
férula, haciendo entrar en el círculo de la economía mundial hasta las fincas
más remotas, ha perfeccionado más esta cultura nacional y con la ayuda de sus
medios de propaganda, la prensa, la escuela y la iglesia, la ha hecho penetrar
en el espíritu de las masas, las masas que ha proletarizado y atraído a las
ciudades, así como las que ha dejado en los campos. Así fue no sólo en los
países de origen del capitalismo, sino también, aunque bajo formas algo
diferentes, en América y en Australia, donde los europeos habían fundado nuevos
Estados, y en los países de Europa central – Alemania, Austria, Italia – donde
el nuevo desarrollo capitalista vino a injertarse en una economía de pequeños
campesinos estancada hasta entonces y en una cultura pequeño-burguesa. Cuando
penetró en Europa del Este, el capitalismo encontró una situación y tradiciones
muy diferentes. En Rusia, Polonia, Hungría y también en Alemania oriental, al
no haber ninguna burguesía poderosa que regentase durante un largo período la
vida espiritual, ésta estaba determinada por las relaciones de producción
agrarias, todavía primitivas, gran propiedad de la tierra, feudalismo
patriarcal, comunidad aldeana.”[17]
Revolución
mundial y táctica comunista
El camarada Pannekoek ha sabido, mucho mejor que cualquiera de su
entorno, elucidar de esta manera lo que en el plano ideológico distingue
a Europa del Este de Europa Occidental y ha encontrado, en este plano, la clave
de la táctica a seguir por los revolucionarios europeos occidentales. Basta
ligar estas consideraciones a las causas materiales de la potencia de nuestro
enemigo, es decir, el capital financiero, y la táctica en su conjunto se
clarifica.
Pero es posible profundizar más en el problema ideológico. La libertad
burguesa, la soberanía del parlamento, en Europa occidental fue arrancada por
medio de una ardua lucha por nuestros predecesores, las generaciones precedentes;
por el pueblo, sin duda, pero, en aquella época, sólo en
provecho de los burgueses, de los poseedores. Convertido en tradición, el
recuerdo de estas luchas emancipadoras continúa haciendo batir más rápido el
corazón de este pueblo. En lo recóndito del alma popular se encuentra, pues,
una revolución. La idea de que estar representado en el parlamento fue una
victoria, constituye, sin que uno se dé cuenta, un formidable calmante. Tal es
el caso en los países de burguesía más antigua: Inglaterra, Holanda, Francia.
De igual modo, aunque en menor medida, en Alemania, en Bélgica y en los países
escandinavos. Es difícil imaginar en Europa del Este hasta qué punto esta idea
sigue siendo poderosa en Occidente.
Lo que es más, los obreros mismos han tenido que batirse, frecuentemente
durante mucho tiempo, para obtener el derecho al sufragio, sea directo o
indirecto. Eso también fue una victoria, y fecunda, en su época. La idea, el
sentimiento de que es un progreso, una victoria el estar representado en el parlamento
burgués y enviar a él diputados encargados de defender vuestros intereses, es
compartida de modo general. Esta ideología también ejerce una influencia
formidable.
Finalmente, el reformismo ha tenido por efecto hacer caer a la clase
obrera de Europa occidental bajo la férula de los parlamentarios, que lo han
llevado a la guerra, a la alianza con el capitalismo. Esta influencia del
reformismo es también colosal.
De ahí se sigue el sometimiento de los obreros al parlamento, al que
dejan actuar en su lugar. Ellos mismos han dejado de actuar.[18]
Sobreviene la revolución. Ahora los obreros deben hacerlo todo ellos
mismos. Combatir solos, como clase, al formidable enemigo; proseguir la lucha
más terrible que el mundo haya conocido. Ninguna táctica de jefe podrá sacarlos
de apuros. Las clases, todas las clases, se levantan brutalmente contra ellos:
ni una de ellas está a su lado. Por el contrario, confiar en los jefes o en
otras clases representadas en el parlamento, los colocará en gran peligro de
recaer en su debilidad de ayer: dejar que los jefes actúen en su lugar, confiar
en el parlamento, volver a la vieja quimera según la cual otros se encargarán
de hacer la revolución por ellos, alimentar ilusiones, encerrarse en las ideas
burguesas.
El camarada Pannekoek, una vez más, ha descrito de modo inmejorable este
comportamiento de las masas frente a los jefes:
“El parlamentarismo constituye la forma típica de la lucha por medio de
los jefes, en el que las masas mismas sólo tienen un papel subalterno. En la
práctica consiste en dejar la dirección efectiva de la lucha en manos de
personalidades aparte, los diputados; éstos deben, pues, mantener las masas en la
ilusión de que otros pueden llevar el combate en lugar de ellas. Ayer, se creía
que los diputados eran capaces de conseguir, por la vía parlamentaria, reformas
importantes en beneficio de los trabajadores, llegando incluso hasta alimentar
la ilusión de que podrían realizar la revolución socialista gracias a algunos
decretos. Hoy, al aparecer el sistema claramente estremecido, se hace valer que
la utilización de la tribuna parlamentaria presenta un interés extraordinario
para la propaganda comunista. En ambos casos la primacía recae en los jefes y
ni que decir tiene que el cuidado de determinar la política a seguir se deja a
los especialistas, bajo el disfraz democrático de las discusiones y mociones de
congreso, si hace falta. Pero la historia de la socialdemocracia es la de una
serie ininterrumpida de vanos intentos tendentes a permitir a los militantes
fijar ellos mismos la política del partido. Mientras el proletariado luche por
la vía parlamentaria, mientras las masas no hayan creado los órganos de su propia
acción y, por tanto, la revolución no esté al orden del día, todo esto es
inevitable. Por el contrario, desde el momento en que las masas se revelan
capaces de intervenir, de actuar y, por consiguiente, de decidir ellas mismas,
los daños causados por el parlamento toman un carácter de gravedad sin
precedente.
El problema de la táctica puede enunciarse así: ¿Cómo extirpar de las
masas proletarias el modo de pensar burgués que las paraliza? Todo lo que
refuerza las concepciones rutinarias es perjudicial. El aspecto más tenaz, más
sólidamente anclado, de esta mentalidad consiste justamente en esa aceptación
de una dependencia respecto de los jefes, que empuja las masas a dejar a los
dirigentes el poder de decidir, la dirección de los asuntos de la clase. El
parlamentarismo tiene por efecto inevitable paralizar la actividad propia de
las masas, necesaria para la revolución. Los llamamientos encendidos a la
acción revolucionaria no cambian nada de nada: la acción revolucionaria nace de
la dura, de la ruda necesidad, no de bellos discursos; se abre paso cuando ya
no queda otra salida.
La revolución exige aún algo más que la ofensiva de masas que abate el
régimen vigente y que, lejos de hacerse por encargo de los jefes, surge del
irreprimible impulso de las masas. Exige que el proletariado resuelva, él
mismo, todos los grandes problemas de la reconstrucción social, tome las
decisiones difíciles, participe todo en el movimiento creador; para esto se
necesita que la vanguardia y, a continuación, las masas cada vez más amplias
tomen las cosas en sus manos, se consideren responsables, se pongan a buscar, a
hacer propaganda, a combatir, experimentar, reflexionar, a sopesar y después
atreverse y llegar hasta el final. Pero todo esto es duro y penoso; por esto,
mientras la clase obrera tenga la impresión de que hay un camino más fácil,
porque otros actúan en su lugar, lanzan consignas desde lo alto de una tribuna,
toman decisiones, dan la señal de la acción, hacen leyes, titubeará y
permanecerá pasiva, prisionera de los viejos hábitos de pensamiento y de las
viejas debilidades.”[19]
Revolución
mundial y táctica comunista
Hay que repetirlo mil veces y, si es necesario, miles y millones de
veces, y quienquiera que no lo ha comprendido y no lo ha visto a la luz de la
historia después de noviembre de 1918, es un ciego (aunque fuese usted,
camarada): los obreros de Europa occidental deben en primer lugar actuar por sí
mismos, no por intermedio de los jefes, no sólo en el plano sindical sino
también en el político porque están solos y ninguna táctica de jefe, por muy
astuta que sea, los sacará de apuros. La fuerza motriz, el enorme impulso, no puede
venir más que de ellos mismos. Es en Europa occidental, en un grado más elevado
que en Rusia, es aquí donde por primera vez la
emancipación de la clase obrera deberá ser obra de los obreros mismos. He ahí por
qué los camaradas de la Izquierda tienen razón cuando dicen a los camaradas
obreros alemanes: ¡No participéis en las elecciones! ¡Boicotead el parlamento!
En política, no contéis más que con vosotros mismos. No conseguiréis la victoria
más que a condición de persuadiros de ello y de actuar en consecuencia. No
seréis capaces de vencer más que después de haber actuado así durante dos,
cinco, diez años. Y deberéis tomar esta costumbre hombre por hombre, grupo por
grupo, de ciudad en ciudad, de provincia en provincia y finalmente en todo el
país. En tanto que partido, que unión, que comités de fábrica, que masa, que
clase. Hasta el día en que, por la práctica renovada continuamente, a través de
una serie de combates y de derrotas, lo logréis la mayoría y, formados en esta
ruda escuela, os levantaréis al final del todo como una masa compacta.
Pero estos camaradas, los izquierdistas, el KAPD, habrían cometido una
grave falta si se hubiesen limitado a hacer propaganda verbal en este sentido.
En ese plano más todavía que en materia sindical, porque en este caso se trata
de la cuestión política, la primacía recae en la lucha y en el ejemplo, en la
marcha hacia delante.
Y por esta razón los camaradas del KAPD estaban en su derecho, el derecho
más absoluto porque es exigido por la historia, cuando decidieron romper,
escindirse de la liga Espartaco o, más
bien, su círculo dirigente, cuando éste quiso impedirles su propaganda. Pues
era extremadamente necesario un ejemplo, tanto para el pueblo alemán esclavo
como para todo obrero europeo occidental. Era necesario que en el seno de este
pueblo de esclavos políticos, y en el seno del mundo sumiso de Europa
occidental, se levantase un grupo que sirviese de ejemplo, un grupo de
militantes libres, sin jefes, es decir, sin jefes de la antigua clase. Sin
diputados en el parlamento.
Y esto, dicho sea una vez más, no porque es tan bonito, o tan bueno, o
tan heroico, o todo lo que se quiera, sino porque el pueblo trabajador de
Alemania y de Europa occidental está solo en esta terrible lucha, porque no
puede contar con la ayuda de ninguna otra clase, porque la habilidad de los
jefes no le sirve para nada, sino que la única cosa que vale es la voluntad y
la resolución de las masas, de todos, sin excepción, hombres y mujeres.
Lo contrario de esta táctica, la participación en el parlamento, sólo
puede ser perjudicial para la prosecución de este gran fin, y todo por una
simple ventaja (la propaganda desde lo alto de la tribuna parlamentaria). La
Izquierda rechaza el parlamentarismo en nombre de un fin superior.
Usted sostiene que el camarada Karl Liebknecht,
si aún viviese, sabría utilizar admirablemente el parlamento. Nosotros lo
negamos. En efecto, se vería amordazado políticamente, al hacer un bloque
contra nosotros todos los partidos de la gran y pequeña burguesía. No se
ganaría así las masas mejor que si se mantuviese fuera del Reichstag. Por el
contrario, una gran parte de las masas se remitiría a él, a sus discursos; a
partir de ese momento, su presencia allí resultaría dañina.[20]
Los “Izquierdistas” deberán actuar, por supuesto, en este sentido durante
años y años, y las gentes que, por la razón que sea, no piensan más que en
términos de éxitos inmediatos, de grandes batallones, de efectivos récord y de
triunfos electorales, de grandes partidos y de Internacional poderosa (¡pero de
fachada!), deberán esperar algo. Pero los que comprendan que la revolución no
triunfará en Alemania y en Europa occidental más que si un gran número, la masa
de los obreros, no cuentan sino consigo mismos, esos adoptarán esta táctica.
Es la única buena para Alemania y Europa occidental, buena para
Inglaterra en especial.
Camarada, ¿conoce usted Inglaterra y su individualismo burgués, sus
libertades burguesas, su democracia parlamentaria, tales como seis o siete
siglos las han modelado? ¿Conoce usted verdaderamente este estado de cosas,
infinitamente diferente de lo que hay en su país? ¿Sabe usted hasta qué punto
estas ideas están arraigadas en todos, proletarios incluidos, en Inglaterra y
en las colonias inglesas? ¿Conoce usted este cuerpo de ideas elevado a la
altura de lo absoluto? ¿Que es objeto de la aceptación general? ¿Tanto en la
vida pública como en la vida privada? Me parece que no se tiene idea de ello en
Rusia ni en Europa oriental. Si usted estuviese al corriente, no dejaría usted
de aplaudir a los obreros ingleses que han roto categóricamente con ese producto
político fuera de serie del capitalismo, sin equivalente en todo el mundo.
Para llegar a ello de modo perfectamente consciente, hay que estar
animado de un espíritu tan revolucionario como el de los hombres que fueron los
primeros en osar romper con el zarismo. La revolución inglesa se perfila ya
tras esta ruptura con la democracia burguesa en su conjunto.
Ruptura consumada con la máxima energía, como debe ser en un país tan
orgulloso de su historia, de tradiciones y de una potencia formidables. El
proletariado inglés está dotado de una fuerza prodigiosa (es potencialmente el
más poderoso del mundo); aunque la revolución no esté todavía a punto de
estallar en su país, cuando se levanta contra la burguesía más poderosa del
mundo lo hace con todas sus fuerzas y, de un solo golpe, uno sólo, rechaza toda
la democracia inglesa.
Es lo que ha hecho su vanguardia, la Izquierda, exactamente como la
vanguardia alemana, el KAPD. ¿Y por qué lo ha hecho? Porque sabe que no puede
contar más que consigo misma, pero con ninguna otra clase de todo el país, y
que en Inglaterra corresponde en primer lugar al proletariado mismo, no a los
jefes, batirse y vencer.[21]
El proletariado inglés manifiesta en esta vanguardia la manera como
quiere combatir: solo y contra todas las clases de Inglaterra y de sus
colonias.
Esto no podía dejar de llegar, camarada, y al fin ha llegado. Ese orgullo
y esa audacia, productos del más grande de los capitalismos. Ahora, finalmente,
ha llegado, y llegado de golpe.
¡Fue una jornada histórica, camarada, ese día de junio en que se fundó en
Londres el primer partido comunista y en que este último rechazó una
constitución y una estructura de Estado siete veces secular! Me hubiera gustado
que Marx y Engels estuviesen allí. ¡Qué alegría, qué inmensa alegría habrían
sentido, estoy seguro de ello, si hubiesen podido ver a esos obreros ingleses
rechazar – aunque todavía fuese sólo en el plano teórico – el Estado inglés que
ha servido de modelo y de ejemplo a todos los Estados burgueses del globo, que
desde hace siglos es a la vez corazón y bastión del capitalismo mundial, que
reina sobre una tercera parte del género humano, si hubiesen podido verlos
rechazar este Estado y su parlamento!
Esta táctica está tanto más justificada cuanto que el capitalismo inglés
apoya al de todos los demás países y no dudará, eso es seguro, en hacer venir
de todas las partes del mundo tropas encargadas de reprimir al proletariado,
tanto dentro como fuera del país. Por eso la lucha del proletariado inglés
apunta de hecho al capitalismo mundial. Razón de más para que el comunismo
inglés dé el ejemplo más perfecto y claro, lleve un combate modelo para el
proletariado mundial y lo fortifique con su ejemplo. De este modo, sería
necesario que siempre y en todas partes haya un grupo que vaya hasta las
últimas consecuencias. Tales grupos son la sal de la tierra.
Después de haber justificado de esta manera el anti-parlamentarismo, me
queda por examinar sus argumentos a favor del parlamentarismo. Usted lo cree
justificado (desde la página 36 a la 68) en Inglaterra y en Alemania. Pero su
argumentación concierne únicamente a Rusia (y, en el mejor de los casos, a
algunos países del este europeo), pero de ningún modo a Europa occidental. Y es
ahí, como lo he subrayado ya, donde usted se equivoca. De este modo, de
dirigente marxista usted se convierte en un dirigente oportunista. De este
modo, usted, líder de la izquierda marxista de Rusia y, probablemente, de
algunos otros países de Europa oriental, usted cae en el oportunismo cuando se
trata de Europa occidental. Y su táctica, si alguna vez se la adoptase,
conduciría a Occidente a su perdición. Es lo que voy a probar refutando en detalle
su argumentación.[22]
Camarada, mientras leía su argumentación, de la página 36 a la 68[23],
un recuerdo me venía constantemente a la cabeza. Me acordaba de un congreso del
partido social-patriota holandés, escuchando un discurso de Troelstra.
Describía a los obreros las grandes ventajas del reformismo. Hablaba de los
obreros que todavía no eran socialdemócratas y que nos hacía falta atraer al
partido por medio de compromisos. Se explayaba sobre las alianzas que había que
concluir (todas provisionales, por supuesto) con los partidos de esos obreros,
sobre las “escisiones” entre partidos burgueses que debíamos aprovechar. ¡Y
usted emplea poco más o menos, no, exactamente, el mismo lenguaje, camarada
Lenin, cuando se trata de nosotros, europeos de Occidente!
Y recuerdo cómo nosotros, los camaradas marxistas, estábamos sentados al
fondo de la sala, no muchos, cuatro o cinco. Henriette Roland-Holst, Pannekoek,
algunos más. Al igual que usted, Troelstra era zalamero, persuasivo. Y también
recuerdo cómo, en medio del tronar de los aplausos, en medio de los brillantes
alegatos a favor del reformismo y de las injurias destinadas a los marxistas,
los obreros sentados en la sala se volvían para mirar de arriba abajo a esos
“idiotas”, esos “burros” y demás “locos infantiles”, como nos bautizaba
Troelstra y como lo hace usted mismo, más o menos. Probablemente es así como
han ocurrido las cosas en el congreso de la Internacional en Moscú, durante su
discurso contra los “izquierdistas” marxistas. Y como usted, camarada,
exactamente como usted, Troelstra se mostró tan persuasivo, tan lógico, dentro
de su método, que por momentos llegué a decirme: ¡sí, tiene toda la razón!
Muchas veces he tenido que llevar la contraria en nombre de la oposición
(en el transcurso de los años que precedieron a 1909, fecha de nuestra
expulsión). Pero, ¿sabe usted qué medio infalible empleaba yo cada vez que, al
escuchar a uno u otro, empezaba a dudar de mí? Me repetía una fórmula del
programa de nuestro partido: Actúa siempre de tal manera, de
palabra y de hecho, que despiertes y refuerces la conciencia de
clase de los trabajadores. Y me preguntaba: ¿lo que dice este hombre va a
fortalecer la conciencia de clase de los trabajadores? Y, cada vez, me daba
cuenta de que no y, por tanto, que era él el que estaba equivocado.
Me ha sucedido lo mismo con la lectura de su folleto. Prestaba oído a sus
argumentos oportunistas a favor de la cooperación con los partidos no
comunistas, los partidos burgueses, a favor del compromiso. Yo estaba seducido.
¡Parecía todo tan luminoso, tan claro, tan perfecto! ¡Y tan lógico en su
método! Pero enseguida, como otras veces, me he hecho una pregunta que me ha
venido a la cabeza estos últimos tiempos, para luchar contra los comunistas
oportunistas. Esta pregunta es: Lo que dice el camarada ahora, está hecho, ¿si
o no, para estimular la voluntad de acción de las masas, su voluntad de
revolución, de revolución en Europa occidental? Y tanto con la
mente como con el corazón, he respondido inmediatamente: ¡no! Al mismo tiempo
he sabido, camarada Lenin, en la medida que se puede estar seguro de algo, que
usted estaba equivocado.
Recomiendo a los camaradas de la Izquierda este método. Camaradas, no
dejéis de haceros esta pregunta cuando, en el curso de las luchas arduas que
tendréis que librar en todos los países contra los comunistas oportunistas
(aquí en Holanda la batalla causa estragos desde hace ya tres años), os veáis
llevados a preguntaros si tenéis razón y por qué.
Usted, camarada, no recurre contra nosotros más que a tres argumentos que
se repiten incesantemente en su folleto, sea separada, sea simultáneamente. He
aquí estos argumentos:
1. Utilidad de la propaganda en el parlamento para ganarse a los obreros
y a diversos elementos de la pequeña burguesía.
2. Utilidad de la acción en el parlamento para explotar las “escisiones”
entre partidos y hacer compromisos con algunos de ellos.
3. Ejemplo de Rusia, donde esta propaganda y estos compromisos han dado
resultados muy excelentes.
Usted no tiene más argumentos. Voy a responder ahora a los tres que usted
presenta. El primero, antes que nada: la propaganda en el parlamento. No tiene
gran valor. Pues los obreros no comunistas, es decir, socialdemócratas,
cristianos y otros, que piensan en términos burgueses, leen una prensa en la
que de ordinario no se suelta palabra de nuestras intervenciones en el
parlamento. Y, cuando lo hacen, es desfigurándolas completamente. No llegamos a
ellos a través de estos discursos. Sólo a través de nuestras reuniones
públicas, nuestros folletos, nuestros periódicos.
Nosotros – yo me expreso frecuentemente en nombre del KAPD –, por el
contrario, intentamos ante todo llegar a ellos a través de la acción (en
tiempos de revolución, aquellos de que se trata aquí). En todas las ciudades y
grandes villas, nos ven en acción. Nuestras huelgas, nuestros combates
callejeros, nuestros consejos obreros. Oyen nuestras consignas. Nos ven ir
delante. He ahí la mejor propaganda, la que da más resultados. Pero no se hace
en el parlamento.
Por tanto, se llegará igualmente a los obreros no comunistas, los elementos
pequeño-burgueses y pequeños campesinos, sin recurrir a la acción
parlamentaria.
Es necesario que refute aquí especialmente un pasaje del folleto sobre la
“Enfermedad infantil” que muestra con la máxima claridad hasta dónde os lleva
ya el oportunismo, camarada.
Usted declara en las páginas 66-67 que si los obreros alemanes van en
masa hacia los Independientes y no hacia los comunistas, la causa de ello es la
hostilidad de los comunistas hacia el parlamento. Así pues, las masas obreras
de Berlín habrían sido casi ganadas para la revolución por la muerte de
nuestros camaradas Liebknecht y Rosa Luxemburgo, y por la acción consciente,
las huelgas y los combates callejeros de los comunistas. ¡Sólo faltaba un
discurso del camarada Levi (y aquí) en el
Parlamento! Sólo con que él hubiese pronunciado este discurso, ¡los obreros
habrían venido hacia nosotros, no hacia los equívocos Independientes! No,
camarada, no es cierto. Los obreros se han dirigido en primer lugar hacia el
equívoco porque aún temían la revolución, la revolución unívoca. Porque no se
pasa sin vacilaciones de la esclavitud a la libertad.
¡Atención, camarada! ¡Ved adónde os lleva ya el oportunismo!
Su primer argumento no vale nada.
Añadid a esto que la participación en el parlamento (durante la
revolución en Alemania, en Inglaterra y en toda Europa occidental) refuerza
entre los obreros la idea de que los jefes serán suficientes
para la tarea, al tiempo que se debilita la otra idea según la cual los obreros
deben encargarse ellos mismos de todo, y se da uno cuenta de que este argumento
no sólo no vale nada, sino que también es dañino en lo que puede.
Argumento nº 2: utilidad de la acción en el parlamento (en tiempos de
revolución) para explotar las disensiones entre partidos políticos y hacer
compromisos con tales o cuáles de entre ellos.
Para refutarlo (al tratarse de Inglaterra y de Alemania especialmente,
pero también de Europa occidental en general), tendré que extenderme más
ampliamente que sobre el primero. Me resulta penoso tener que hacerlo contra
usted, camarada Lenin. Pero toda esta cuestión del oportunismo revolucionario
(por oposición al oportunismo reformista) constituye para nosotros, en Europa
occidental, una cuestión vital. Una cuestión de vida o muerte, en el sentido
literal del término. En sí mismo, refutar este argumento no presenta la menor
dificultad. Lo hemos hecho cientos de veces contra los Troelstra, Henderson,
Bernstein, Legien, Renaudel, Vandervelde y otros, en una palabra, contra todos
los social-patriotas. Kautsky en persona, cuando aún era Kautsky, lo ha refutado.
Era el gran argumento de los reformistas. Y nosotros no esperábamos en absoluto
tener que combatirlo contra usted. Sin embargo, es necesario. ¡Adelante!
Utilizar las “escisiones” parlamentarias no sirve de gran cosa porque
desde hace años, incluso decenas de años, estas “escisiones” no significan gran
cosa. Entre partidos de la gran burguesía, entre éstos y los partidos de la
pequeña burguesía. En Europa occidental, en Alemania, en Inglaterra. Esto no
data de la revolución. Sino de mucho antes, de la época del desarrollo lento.
Hace ya mucho tiempo que todos los partidos, y entre ellos, las formaciones
pequeño-burguesas y de pequeños campesinos, están unidos contra los
obreros, y sus divergencias sobre cuestiones concernientes a los trabajadores (y, por
ahí, más o menos, todas las demás) han llegado a
ser mínimas, cuando no han desaparecido totalmente.
Verdad teórica y verdad práctica. En Europa occidental, en Alemania y en
Inglaterra.
Verdad teórica: porque el capital se ha concentrado en manos de los
bancos, trusts y monopolios. Formidablemente.
Porque en Europa occidental, más especialmente en Inglaterra y en
Alemania, estos bancos, trusts y cárteles han acaparado casi todo el capital de
la industria, del comercio y de los medios de transporte, así como también una
gran parte de la agricultura. Por eso toda la industria, incluida la pequeña,
todo el comercio, incluido el pequeño, todas las empresas de transporte,
incluidas las pequeñas, todas las empresas agrícolas, incluidas las pequeñas,
están completamente bajo la férula del gran capital. Ya no forman más que uno
con el gran capital.
El camarada Lenin sostiene que los pequeños patronos del comercio, de los
transportes, de la industria y de la agricultura oscilan entre el capital y los
obreros. Es falso. Ése fue el caso en Rusia. También lo fue entre nosotros en
otros tiempos. Pero en Europa occidental, en Alemania, en Inglaterra, ahora
están tan estrecha, tan completamente sometidos al gran capital, que han dejado
de oscilar. Tenderos, pequeños industriales y pequeños intermediarios, todos
dependen absolutamente de la buena voluntad de los trusts, monopolios y bancos,
quienes les suministran mercancías y créditos. El pequeño campesino mismo está
sometido a través de su cooperativa y del crédito hipotecario.
¿Cuál es, pues, camarada, el estado social de los miembros de estas
categorías modestas, las más próximas al proletariado? Se componen de tenderos,
artesanos, pequeños funcionarios y empleados y campesinos pobres.
Veamos qué hay de su condición en Europa occidental. Entrad conmigo,
camarada, no digo ya en un gran almacén, claramente bajo el dominio del gran
capital, sino en una pequeña tienda de un miserable barrio obrero de Europa
occidental. Mirad a vuestro alrededor. ¿Qué salta a la vista? Casi todas las
mercancías, vestidos, productos alimenticios, utensilios, maderas y carbones,
etc., son productos de la gran industria, muy frecuentemente de los trusts. Y
no sólo en las ciudades, también en el campo. Desde ahora, una gran parte de los
tenderos son humildes empleados del gran capital. Dicho con otras palabras, del
capital financiero, puesto que es él el que controla las grandes fábricas, los
trusts.
Entrad en un taller de artesano, en la ciudad o en el campo, ¡poco
importa! Las materias primas, metales, cueros, maderas y otros, vienen del gran
capital, muy frecuentemente de los monopolios, de los bancos, en otros
términos. Y aun cuando los suministradores de estas mercancías son todavía
pequeños capitalistas, dependen, no obstante, del gran capital.
¿Qué hay de los pequeños funcionarios y empleados? En Europa occidental,
la gran mayoría de ellos se encuentran al servicio, ya sea del gran capital, ya
sea del Estado y de los ayuntamientos que viven en la dependencia absoluta del
gran capital y, por tanto, de los bancos en última instancia. El porcentaje de
los empleados y funcionarios de condición más cercana a la condición proletaria
y colocados bajo el dominio directo o indirecto del gran capital, es muy
elevado en Europa occidental, enorme en Inglaterra y en Alemania, y también en
los Estados Unidos y en las colonias inglesas.
Los intereses de estas categorías sociales están, pues, ligados a los del
gran capital, es decir, también de los bancos.
Ya he hablado de los campesinos pobres y hemos visto que, por el momento,
no había que contar que se adhiriesen al comunismo. A las causas que entonces
enumeré se añade que dependen del gran capital para su utillaje, mercancías e
hipotecas. ¿Qué se sigue de ello, camarada?
De ello se sigue que la sociedad y el Estado modernos
europeo-occidentales (y americanos) forman un gran conjunto y uno solo,
organizado hasta en el menor de sus engranajes, dominado en todos los aspectos,
puesto en movimiento y regulado por el capital financiero. Que esta sociedad
está estructurada de modo capitalista, pero estructurada, no obstante. Que el
capital financiero es la sangre de este cuerpo social, lo irriga enteramente y
alimenta sus diversos sectores. Que este cuerpo forma un todo y
debe al capital su formidable potencia, razón por la cual todos sus componentes
permanecerán solidarios de él hasta su fin real, práctico. Todos menos uno: el
proletariado que crea la sangre, la plusvalía.
Al vivir todas las demás clases sociales en dependencia del capital financiero,
y vista la formidable potencia de que éste dispone, aquellas son hostiles a la
revolución y, por eso mismo, el proletariado se encuentra solo.
Y como el capital es la potencia más flexible del mundo, como sabe de
ordinario adaptarse y también centuplicar aún su poder gracias al crédito, es
él el que mantiene y restablece la cohesión del capitalismo, de la sociedad y
del Estado capitalistas, todavía hoy, después de una guerra horrible, después
de miles y miles de destrucciones y en una situación que se nos presenta ya
como una situación de quiebra.
Por eso une a él con más autoridad que nunca a todas las clases, excepto
al proletariado, y las transforma en un conjunto compacto orientado contra la
clase obrera. Esta potencia, esta flexibilidad para adaptarse, y
también esta cohesión de todas las clases son tan grandes que subsistirán mucho
tiempo aún después de que haya estallado la revolución.
Ciertamente, el capital se ha debilitado considerablemente. Llega la
crisis, y con ella, la revolución. Pero no por ello el capitalismo deja de
permanecer extremadamente poderoso. Dos son sus causas: el sometimiento
espiritual de las masas, y el capital financiero.
Por tanto, es necesario que pongamos a punto nuestra táctica teniendo en
cuenta estos dos factores. Aún hay un tercero: el gran número de proletarios. A
causa de este factor, el capital financiero organizado ha logrado agrupar en
torno a él, contra la revolución, a todas las clases de la sociedad. En efecto,
estas últimas no ignoran que si se pudiese llevar a los obreros (cerca de
veinte millones en Alemania) a hacer jornadas de diez, doce, catorce horas de
trabajo, se conseguiría al mismo tiempo una posibilidad de escapar de la
crisis. Para ellas, es una razón añadida para hacer causa común.
Ésa es la situación económica de Europa occidental.
En Rusia, el capital financiero estaba muy lejos de tener un vigor
comparable. Y asimismo, consecuentemente, la cohesión entre la burguesía y las
clases de condición más baja. De ahí también las escisiones reales entre las
clases. Al mismo tiempo, el proletariado ruso no se veía reducido a sus solas
fuerzas.
Estas causas económicas ejercen un efecto determinante sobre la política.
Esa es la razón por la que las clases inferiores de Europa occidental, como esclavas
sumisas que son, votan por sus dueños, por los partidos de la gran burguesía, y
se adhieren a ella. Esta gente humilde no tiene, por así decir, partidos
propios en Alemania ni en Inglaterra, ni en general en Europa occidental.
Las cosas ya habían avanzado en este sentido antes de la revolución y
antes de la guerra. Pero la guerra ha acentuado esta tendencia en proporciones
enormes. Como consecuencia del desencadenamiento del chovinismo. Como
consecuencia, sobre todo, de la gigantesca organización en trusts de todas las
fuerzas económicas. Entretanto, la revolución ha tenido como consecuencia
reforzar de manera inaudita la tendencia de los partidos de la gran burguesía a
fusionarse, así como a absorber a todos los elementos pequeño-burgueses y pequeños
campesinos.
La lección de la revolución rusa no se ha perdido: ahora se sabe en todas
partes a qué atenerse.
En Europa occidental, sobre todo en Alemania y en Inglaterra, el
monopolio, los bancos y trusts, el imperialismo tanto como la guerra y la revolución,
han llevado a grandes y pequeños burgueses, grandes y pequeños campesinos, a
hacer un bloque contra los obreros[24]. Y
como la cuestión obrera lo domina todo, hacen causa común sobre las otras
cuestiones.
Camarada, debo repetir aquí una observación que ya hice más arriba
(capítulo primero), a propósito de la cuestión campesina.
Sé muy bien que son las mediocridades de nuestro partido, y no usted,
quienes, incapaces de asentar la táctica sobre puntos de vista generales, la
hacen reposar sobre puntos de vista parciales y dirigen la atención sobre los
de las fracciones de esas categorías sociales que escapan todavía al dominio
del gran capital.
Yo no niego de ningún modo que existan tales elementos, pero me digo que
en Europa occidental la tendencia general es a su integración en el gran
capital. ¡Y sobre esta verdad general debe fundarse nuestra táctica!
Tampoco niego que aún puedan producirse escisiones. Digo simplemente que
la tendencia general es, y seguirá siendo durante mucho tiempo todavía, durante
la revolución, ésta: coalición de estas clases. Y digo que los obreros europeos
occidentales tienen interés en dirigir su atención sobre el aspecto coalición
antes que sobre el aspecto escisión. Pues entre nosotros, es a ellos a quienes
corresponde en primer lugar hacer la revolución, no a sus jefes y a sus
elegidos al parlamento.
De igual modo, y a pesar de lo que me hagan decir las mediocridades, yo
no pretendo que haya identidad entre los intereses reales de estas clases y los
del gran capital. Sé bien que están oprimidas. Lo que yo digo es esto:
Estas clases hacen más que nunca causa común con el gran capital, porque
también ellas se ven confrontadas al peligro de revolución proletaria.
El reino del capital, en efecto, les garantiza cierta seguridad, les
ofrece la posibilidad, o al menos la esperanza, de tener éxito, de ver mejorar
su situación. Hoy, se sienten amenazadas por el caos y por la revolución, la
cual significa en los primeros tiempos un caos mucho mayor todavía. Por tanto,
se alinean junto al capital para intentar por todos los medios acabar con el
caos, poner a flote la producción, empujar a los obreros a que trabajen más y a
que soporten sin rechistar las privaciones. A los ojos de estas clases, la
revolución proletaria es el fin de todo orden social, el hundimiento de los
niveles de vida, por modestos que sean. De ahí se sigue que todas ellas están
del lado del capital y permanecerán en él todavía mucho tiempo, incluso durante
la revolución.
Pues aquí se trata, y lo subrayo una vez más, de la táctica a seguir al
comienzo y en el curso de la revolución. De ninguna manera ignoro que, al final
de la revolución, cuando la victoria esté próxima y el capitalismo estremecido
hasta sus cimientos, las clases de las que hablo vendrán a nosotros.
Únicamente, que nosotros tenemos que fijar nuestra táctica no para el final,
sino para el comienzo y el curso de la revolución.
Desde hace muchos años, la burguesía, todos los partidos burgueses de
Europa occidental, comprendidas las formaciones con efectivos pequeño-burgueses
y pequeños campesinos, no hacen ya nada a favor de los trabajadores. Todos han
tomado posición contra el movimiento obrero, por el imperialismo, por la
guerra.
Hace ya años que no hay en Inglaterra, en Alemania, en Europa occidental,
un solo partido que apoye a los trabajadores. Todos les son hostiles. Desde
todos los puntos de vista.[25]
De legislación laboral ya no se trataba si no era para restringir su
aplicación. Se dictaban leyes antihuelga. Aumentaban los impuestos
incesantemente.
El imperialismo, el colonialismo, la militarización a ultranza tenían la
aprobación unánime de los partidos burgueses, incluidos los pequeño-burgueses.
Desaparecían las diferencias entre liberales y clericales, conservadores y
progresistas, grandes y pequeños burgueses.
Todo lo que lo social-patriotas contaban sobre las divergencias entre
partidos, sus “escisiones”, es un camelo. ¡Es un refrito lo que usted nos
sirve, camarada Lenin! En los países de Europa occidental. Se ha visto bien en
julio y agosto de 1914.
¿No estaban unidos todos en esa época? Y la revolución ha tenido por
efecto práctico soldarlos aún más. Contra la revolución y, por
ahí mismo, a fin de cuentas, contra todos los trabajadores, al
ser capaz la revolución de mejorar la suerte de todos. Contra la revolución,
los partidos – todos cuantos son – son unánimes, sin sombra de una “escisión”.
Y como, a consecuencia de la guerra, de la crisis y de la
revolución, todas las cuestiones concretas, tanto sociales
como políticas, están ligadas a la cuestión de la revolución, estas clases
hacen causa común, en definitiva, sobre todas las cuestiones,
en primer lugar sobre las que conciernen al proletariado de Europa occidental.
En pocas palabras, se puede constatar también en la práctica: el trust,
el monopolio, la gran banca, el imperialismo, la guerra, la revolución han
hecho de todas las clases – gran y pequeña burguesía y campesinado – una masa
compacta levantada contra los obreros.[26]
Por tanto, la prueba está hecha tanto en teoría como en la práctica. La
revolución de Europa occidental, más especialmente en Inglaterra y en Alemania,
no puede contar con “escisiones” entre estas clases, por poco graves que sean.
Debo añadir aquí algo personal. En las páginas 47 y 48, usted critica al
Buró de Ámsterdam y se vale de una de sus tesis. Entre paréntesis, todo lo que
usted dice de ella es erróneo. Pero usted declara también que antes de condenar
el parlamentarismo, la Comisión de Ámsterdam tenía el deber de hacer un
análisis de las relaciones de clase y de los partidos políticos, para poder
justificar esta condena. ¡Mil perdones, camarada! La Comisión podía prescindir
perfectamente de ello. Pues lo que sirve de base a su tesis, a saber, que todos
los partidos burgueses dentro del parlamento – y algunos fuera – son desde hace
mucho tiempo y siguen siendo enemigos de los trabajadores, y que no aparece
ninguna escisión entre ellos, es cosa probada desde hace mucho tiempo también,
y generalmente admitida por los marxistas. Al menos en Europa occidental.
Inútil, pues, extenderse sobre ello.
Por el contrario, este deber le incumbía a usted que es partidario de los
compromisos y de las alianzas parlamentarias y que intenta arrastrarnos así
hacia el oportunismo, es a usted a quien incumbía probar que hay “escisiones”
notables entre los partidos burgueses.
Usted quiere llevarnos a nosotros, europeo-occidentales, a hacer
compromisos. Lo que Troelstra, Henderson, Scheidemann, Turati, etc., no han podido
lograr en tiempos de desarrollo pacífico, ¡usted querría realizarlo en tiempos
de revolución! Le queda por probar que es posible.
Y no con ejemplos rusos – ¡ciertamente es demasiado fácil! – sino con
ejemplos europeo-occidentales. Este deber lo ha cumplido usted de la manera más
lamentable de todas. Nada sorprendente puesto que usted apenas alude más que a
su experiencia propia, en Rusia, en un país muy atrasado, no a un país moderno
de Europa occidental.
Excepto los ejemplos rusos sobre los que volveré más adelante, no
encuentro en todo su folleto, que sin embargo gira sobre esta cuestión de
táctica, más que dos ejemplos de Europa occidental: el golpe de Kapp, en
Alemania; el gabinete Lloyd George-Churchill en Inglaterra, estando Asquith a
la cabeza de la oposición.
¡Muy pocos ejemplos y de los más pobres, en verdad, tratándose de probar
que hay “escisiones” reales entre los partidos burgueses y también, en la
ocurrencia, socialdemócratas!
Si se quisiese demostrar que no hay escisiones importantes entre los
partidos burgueses (y también socialdemócratas, en este caso) en tiempos de
revolución, en Europa occidental, el golpe de Kapp sería la mejor prueba. Los
golpistas no castigaron, ni asesinaron, ni arrojaron a prisión a los
demócratas, a los miembros del partido del Centro y a los socialdemócratas. Y
cuando éstos recuperaron el poder, se abstuvieron igualmente de hacerlo. Pero,
por uno y otro lado, se persiguió a los comunistas.
Al ser los comunistas todavía demasiado débiles en ese momento, ni los
unos ni los otros tuvieron necesidad de instaurar juntos una
dictadura. La próxima vez, si los comunistas son más fuertes, lo harán juntos.
Era su deber, camarada, y sigue siéndolo, mostrar de qué manera habrían
podido los comunistas sacar partido entonces de una escisión (!) acaecida en el
Parlamento. En provecho de los trabajadores, bien entendido. Era su deber, y
sigue siéndolo, indicar lo que habrían tenido que decir los diputados
comunistas para hacer ver esa escisión a los obreros y para sacar partido de
ella. De tal manera que los partidos burgueses no se viesen reforzados,
evidentemente. Y usted es incapaz de hacerlo porque estos partidos son unánimes
en tiempos de revolución. Ahora bien, es de estos tiempos de los que se trata.
Era su deber, y sigue siéndolo, demostrar que, si apareciesen semejantes
disensiones en circunstancias particulares, valdría más dirigir la atención de
los obreros sobre ellas que sobre la tendencia general a la coalición.
Era su deber y sigue siéndolo, camarada, antes de venir a dirigirnos a
Europa occidental, hacernos ver dónde hay disensiones, si en Inglaterra, si en
Alemania, si en Europa occidental.
De esto también es usted incapaz, y con razón. Usted habla de
divergencias entre Churchill, Lloyd George y Asquith, de las que deberían sacar
partido los trabajadores. Increíble: sería vano discutir de ello con usted.
Todo el mundo sabe que desde el día en que el proletariado industrial de
Inglaterra adquirió cierta fuerza, partidos y dirigentes burgueses no han cesado
de forjar completamente divergencias de este género para engañar a los obreros,
atraerlos a un campo y después al otro y así sucesivamente, a fin de
mantenerlos así, hasta el infinito, en un estado de debilidad y de dependencia.
Sucede incluso con frecuencia que un gobierno cuente en su seno con dos
adversarios “irreconciliables”: Lloyd George y Churchill. ¡Y he aquí que el
camarada Lenin cae en una trampa casi centenaria! ¡Intenta convencer a los
obreros ingleses para que basen su política sobre falsas apariencias! ¡En
tiempos de revolución! El día en que los Churchill, Lloyd George y Asquith se
unan contra la revolución, usted, camarada, habrá llevado al proletariado
inglés a confundir la gimnasia con la magnesia, usted lo habrá debilitado.
Usted tenía el deber, camarada, de esclarecer los hechos de manera rigurosa,
concreta, con ayuda de ejemplos claros y precisos. Pero desde una punta hasta
la otra de su último capítulo, usted vierte generalidades tan nobles como
hueras (página 96, por ejemplo). Le correspondía a usted tener en cuenta
conflictos y divergencias no rusas, secundarias o artificiales, sino
europeo-occidentales, primordiales y reales. Y eso es lo que su folleto no hace
en ninguna parte. Mientras usted no dé esos ejemplos, nosotros no le creeremos.
Si lo hace usted alguna vez, entonces le responderemos. En la espera, decimos:
se trata sólo de ilusiones, buenas únicamente para engañar a los obreros y
hacerles adoptar una táctica falsa. La verdad, camarada, es que usted asimila
erróneamente la revolución europeo-occidental a la revolución rusa. ¿Por qué
erróneamente? Porque usted olvida que en los Estados modernos, es decir, de
Europa occidental (y de América del Norte), hay una potencia muy superior a las
distintas especies de capitalistas – propietarios de tierras, industriales y
comerciantes. Esta potencia no es otra que el capital financiero. Se confunde
con el imperialismo. Unifica a todos los capitalistas, al mismo tiempo que a
los pequeños burgueses y campesinos.
Pero aún hay un punto por examinar. Hay escisiones, dice usted, entre los
partidos burgueses y los partidos obreros; debemos aprovecharnos de ellas. Sin
duda, sin duda.
Hay que reconocer, no obstante, que estas divergencias de puntos de vista
entre socialdemócratas y burgueses no han dejado de ir a menos durante la
guerra y durante la revolución, y de ordinario han desaparecido. Pero ha habido
y bien podría volver a haber. Hablemos de ellas, pues. Tanto más cuanto que
usted saca pretexto, contra Sylvia Pankhurst, de un gobierno “puramente” obrero
en Inglaterra, con los Thomas, Henderson y otros Clynes y, contra el KAPD, del
posible gobierno “puramente” socialista de los Ebert, Scheidemann, Noske,
Hilferding, Crispien, Cohn.[27]
En castellano
En inglés
Que dejásemos subsistir un gobierno de este género no es imposible. Puede
ser necesario, constituir un paso adelante para el movimiento. Si ése fuese el
caso, si no podemos ir más lejos, entonces lo dejaremos subsistir; lo
criticaremos sin el menor miramiento y, desde el momento en se pueda, lo
reemplazaremos por un gobierno comunista. Pero no se trata de echarle una mano
en el parlamento y en las elecciones para que llegue al poder.
No lo haremos porque los obreros de Europa occidental están completamente
solos en la revolución. Por esta razón, todo aquí, usted oye bien,
todo, depende de su voluntad de acción y de su lucidez propia.
Ahora bien, la táctica de usted, tanto dentro como fuera del parlamento, es el
compromiso con los Scheidemann y Henderson, con los Crispien y tal o cual de
los partidarios de usted, Independiente inglés o comunista oportunista de la
liga Espartaco o del BSP. Una táctica que no es buena más que para sembrar la
confusión en el espíritu de los obreros, exhortados a que elijan gentes a las
que saben de antemano que no se les puede conceder la confianza. Por el
contrario, nuestra táctica clarifica los espíritus denunciando al enemigo por
lo que es. Por esta razón la adoptamos y rechazamos la suya, en Europa
occidental, en las circunstancias actuales, incluso si la clandestinidad
tuviese que quitarnos toda posibilidad de estar representado en el parlamento y
no poder, por eso, utilizar allí la menor “escisión” (¡¡en el parlamento!!).
Seguiros en este terreno es, una vez más, sembrar la confusión y mantener
ilusiones.
Pero, entonces, ¿y los militantes de los partidos social-demócratas? ¿de
los Independientes? ¿del Labour Party? ¿No habría que intentar atraerlos?
¡Pues bien! a los obreros y a los elementos pequeño-burgueses de estos
partidos nosotros, la “Izquierda”, queremos ganárnoslos con nuestra propaganda,
nuestros mítines, nuestra prensa; y, aún mejor, por nuestro ejemplo, nuestras
consignas y nuestra acción en las fábricas. Los que no logremos ganar por estos
medios, no valen la pena, de todos modos, y bien pueden irse al cuerno. Estos
partidos socialdemócratas, y otros partidos socialistas, independientes o
laboristas de Inglaterra y de Alemania agrupan a obreros y pequeño-burgueses.
Si el tiempo ayuda, podremos ganarnos a los primeros, los obreros. Pero sólo a
un pequeño número de los segundos que, contrariamente a los pequeños
campesinos, no tienen sino una importancia económica restringida; aquellos se
unirán a nosotros por nuestra propaganda, etc. Pero la mayoría – y es en ella
en la que se apoyan Noske y consortes – es parte integrante del capitalismo
y hasta el final, cuanto más progrese la revolución, más
se agrupará en torno a él.
¿No acordar ningún apoyo electoral a estos partidos es cortarse de sus
militantes? ¿Combatirlos como a enemigos? En absoluto, y nosotros intentamos en
la medida de lo posible unirnos a ellos. En toda ocasión, les llamamos a la
acción común: a la huelga, al boicot, a la rebelión, al combate callejero, y
sobre todo a formar consejos obreros, comités de fábrica. Nos esforzamos en
ello en todas partes. Pero no como antes, en el terreno parlamentario. Sino en
los talleres, en las reuniones y en la calle. Es ahí donde hoy podemos unirnos
a ellos. Ahí, donde unimos a nosotros a los obreros. Ésa es la práctica nueva,
que sucede a la práctica socialdemócrata. La práctica comunista.
Usted intenta, camarada, enviar a los socialdemócratas, a los
Independientes y otros a que tomen asiento en el parlamento y en el gobierno,
para desenmascararlos como bribones que son. Usted quiere utilizar el
parlamento para mostrar que no sirve para nada.
Cada cual con su método: usted usa ardides con los obreros. Usted los
incita a que se dejen coger en la trampa. Nuestro método consiste en ayudarlos
a evitar la trampa. Porque en su país, eso es posible. Usted sigue la táctica de los pueblos campesinos, nosotros, la de los
pueblos industriales. No vea en eso ironía ni sarcasmo. Que esa vía haya
sido la buena en su país, estoy convencido de ello. Solamente, habría que ver –
tanto en estas pequeñas cuestiones como en las grandes, las de los sindicatos y
el parlamentarismo – no imponernos una táctica buena para Rusia, pero
desastrosa para nosotros.
Aún tengo que hacerle una observación. Usted escribe, y usted lo ha
defendido muy frecuentemente, que no comenzará la revolución en Europa
occidental antes de que hayan sido suficientemente sacudidas,
neutralizadas o ganadas las clases inferiores, las más próximas al
proletariado. Si esta tesis fuese correcta, y como he mostrado que no puede ser
así al comienzo de la revolución, ésta sería imposible. Me lo han hecho
observar más de una vez en su propio campo, especialmente el camarada Zinoviev.
Pero, por fortuna, usted tiene, sobre una cuestión de tal gravedad, tan
decisiva para la revolución, un punto de vista falso. Lo que prueba
simplemente, una vez más, que usted lo juzga todo desde la óptica propia de
Europa oriental. Volveré sobre ello en el último capítulo.
Creo haber demostrado así que su segundo argumento a favor del
parlamentarismo es muestra, en su mayor parte, y con mucho, del embaucamiento
oportunista y que, aun desde esta óptica, el parlamentarismo requiere ser
reemplazado por esa otra forma de lucha que presente ventajas más grandes, pero
sin presentar ninguno de sus inconvenientes.
Estoy de acuerdo: su táctica puede, en este plano, tener algunas
ventajas. Un gobierno obrero puede tener algo bueno, poner las cosas más
claras. Su táctica puede ser ventajosa igualmente en período de clandestinidad.
Esto lo reconocemos. Pero igual que ayer decíamos a los revisionistas y a los
reformistas: Nosotros ponemos por encima de todo el desarrollo de la conciencia
obrera, hoy le decimos a usted, Lenin, y a sus camaradas “derechistas”:
Nosotros ponemos por encima de todo el desarrollo de la voluntad de
acción de las masas. De la misma manera que ayer todo tendía a aquello, de
la misma manera hoy, en Europa occidental, todo debe servir a esto. Y sin duda
veremos quién tiene razón, ¡los “izquierdistas”... o Lenin! Yo no dudo un
instante del resultado. Venceremos contra usted, como contra los Troelstra,
Henderson, Renaudel y Legien.
Ahora me ocupo de su tercer argumento: los ejemplos rusos. Su folleto
está lleno de ellos de una punta a la otra, y he leído con mucha atención
cuanto se refería a ellos. Estos ejemplos los admiro hoy como ya los admiraba
ayer. Desde 1903 yo he estado siempre con ustedes. Incluso cuando desconocía
sus móviles - al estar cortados los contactos entonces - como en el momento de la
paz de Brest-Litovsk, yo les defendía a ustedes con sus propios
argumentos. Su táctica fue con seguridad muy excelente, y gracias a ella se
conquistó la victoria en Rusia. Pero, ¿qué vale en Europa occidental? No mucho,
a mi parecer, incluso más bien nada en absoluto. Estamos de acuerdo sobre los
soviets, la dictadura del proletariado, instrumentos de revolución y de
construcción. Su política exterior, igualmente, ha sido ejemplar a nuestros
ojos, al menos hasta el presente. Pero todo es distinto al tratarse de su
táctica para los países europeo-occidentales. Y es asaz natural.
¿Por qué milagro podría ser la táctica a seguir en Europa occidental la
misma que en Europa oriental? En Rusia, país donde la agricultura predominaba,
y con mucho, el capitalismo industrial moderno sólo conocía un desarrollo
todavía restringido. De poca importancia con relación al resto de la economía
nacional, era, además, de origen extranjero en gran parte. En Europa
occidental, sobre todo en Alemania y en Inglaterra, es exactamente al revés. En
su país: todas las formas superadas de capital, basándose en capital usurario.
Entre nosotros: preponderancia casi exclusiva del capital financiero desarrollado
altamente. Entre ustedes: enormes vestigios de las épocas feudales y
prefeudales, incluso tribales y bárbaras. Entre nosotros, más especialmente en
Inglaterra y Alemania: dominio total del capitalismo más avanzado de todos
sobre la agricultura, el comercio, los transportes, la industria. Entre
ustedes: restos considerables de la servidumbre; campesinos pobres; clases
medias rurales en vía de degeneración. Entre nosotros: establecimiento de
conexiones de los campesinos pobres mismos con la producción, los medios de
transporte y de cambio modernos; clases medias urbanas y rurales ligadas
íntimamente al gran capital. Hay todavía entre ustedes clases con las que el
proletariado ascendente puede aliarse. La existencia de estas clases, por sí
misma, constituye un factor favorable. Y lo mismo, evidentemente, en lo
concerniente a los partidos políticos. Entre nosotros, nada de todo eso.
He ahí por qué entre ustedes era bueno hacer compromisos, pactar en todas
las direcciones, como usted explica de modo tan apasionante, buena la
utilización incluso de los antagonismos entre liberales y propietarios de la
tierra. Entre nosotros es imposible. De ahí la necesidad de una táctica para el
Este, y de otra para el Oeste. Nuestra táctica está adaptada a nuestra situación.
Es tan buena aquí como la suya allá.
Su folleto se vale de ejemplos rusos en las páginas 16, 19, 35-36 y 64-65
especialmente. Pero, tratándose de los sindicatos en Rusia (p. 45), y
cualquiera que sea su valor en este marco, no valen nada para Europa del Oeste
donde el proletariado necesita armas más poderosas, y con mucho. Tratándose del
parlamentarismo, sus ejemplos remiten o bien a una época no revolucionaria (p.
21, 35-36, 64-65) y no se aplican a la situación de que tratamos aquí, o bien,
dado que ustedes podían contar con los partidos de los campesinos pobres y de
los pequeño-burgueses, remiten a una situación tan diferente de la nuestra que
no la conciernen en nada[28] (p.
16, 49, 50-51, 66-67). Me parece que si su folleto es tan falso de cabo a rabo
– e igualmente falsa la táctica fijada, de acuerdo con usted, por el Ejecutivo
de Moscú – es porque usted no conoce bastante bien las condiciones europeo-occidentales
o, más bien, porque usted no saca las consecuencias correctas de lo que usted
sabe de ellas, y porque usted es demasiado propenso a juzgar todo desde la
óptica rusa.
Pero esto significa – y es necesario repetirlo aquí con la máxima
nitidez, pues el futuro del proletariado europeo-occidental, del proletariado y
de la revolución en todo el mundo, depende de ello – que si usted
persiste en esta táctica, ni usted ni el Ejecutivo serán capaces de
dirigir la revolución de Europa occidental y, consiguientemente, la
revolución mundial.
A su pregunta: ¿Ustedes, que quieren transformar el mundo, son capaces
tan sólo de formar un grupo en el parlamento?
Nosotros respondemos: este libro, el suyo, demuestra perfectamente que
intentar aplicarlo tendría como consecuencia inmediata conducir el movimiento
obrero a un callejón sin salida, a su perdición.
Hace resplandecer ante los ojos de los obreros de Europa occidental algo
imposible: el compromiso con los burgueses en tiempos de revolución.
Sostener, como usted hace, que los burgueses de Europa occidental están
divididos en momentos semejantes, es malabarismo verbal. Su libro hace creer
que un compromiso con los social-patriotas y los elementos vacilantes (?) del
parlamento puede tener algo bueno, mientras que de él sólo puede resultar el
desastre.
Su libro lleva al proletariado de Europa occidental a la ciénaga de la
que apenas comienza a salir, después de inmensos esfuerzos que durante tanto
tiempo quedaron sin gran efecto.
Nos lleva a la ciénaga a la que nos habían llevado los Scheidemann,
Renaudel, Kautsky, Macdonald, Longuet, Vandervelde, Branting y demás Troelstra.
(Para el mayor regocijo de éstos, y también de los burgueses, si comprenden
algo). Este libro es para el proletariado comunista revolucionario lo
que el libro de Bernstein fue para el proletariado pre-revolucionario. Es
el primero de sus libros que no es bueno. Para Europa occidental, es
el peor posible.
A nosotros, camaradas de la “izquierda”, nos queda formar un bloque
compacto, volver a emprenderlo todo desde la base y criticar con la máxima
severidad a todos aquellos que, en el seno de la Tercera Internacional, se
apartan del camino correcto[29].
Para concluir esta discusión, yo diría: sus tres argumentos a favor del
parlamentarismo o bien no valen gran cosa, o bien son completamente falsos. En
ese plano, como en el de la cuestión sindical, su táctica es nefasta para el
proletariado.
IV – EL OPORTUNISMO EN EL SENO DE LA IIIª
INTERNACIONAL
La cuestión del oportunismo es de una importancia tal que me es necesario
volver sobre él largamente aquí.
Camarada, la fundación de la Tercera Internacional no ha hecho
desaparecer de ningún modo el oportunismo de nuestras propias filas. Lo
constatamos desde ahora en todos los partidos comunistas, en todos los países.
Por lo demás, ¡habría sido milagroso y contrario a todas las leyes del
desarrollo que el mal del cual ha muerto la Segunda Internacional no le
sobreviviese en el seno de la Tercera!
Lejos de eso, al igual que la existencia de la Segunda Internacional
estuvo regida por el duelo entre socialdemocracia y anarquismo, la de la
Tercera lo estará por el duelo entre el oportunismo y el marxismo
revolucionario.
Así, desde hoy, los comunistas entran en el parlamento para convertirse
en jefes. Se apoya a sindicatos y partidos “obreros” con miras a obtener
provecho electoral. El comunismo se encuentra puesto al servicio de los
partidos, no los partidos al servicio del comunismo. La revolución de Europa
occidental, al tener que ser una revolución lenta, se va a volver a hacer
compromisos parlamentarios podridos con los social-patriotas y los burgueses.
Se reprimirá la libertad de expresión; se expulsará a los buenos militantes. En
pocas palabras, será el regreso a las prácticas de la Segunda Internacional.
La Izquierda tiene el deber de oponerse a esto, de luchar contra esto
como lo hizo en el seno de la Segunda Internacional. Debe ser apoyada en esta
tarea por todos los marxistas y revolucionarios, incluso si éstos consideran
que se equivoca en tal o cual punto. Pues el oportunismo es nuestro enemigo más
peligroso. No sólo fuera, como usted dice (página 17), sino también dentro de
nuestras propias filas.
Que el oportunismo reaparezca entre nosotros por la banda, con sus
efectos desastrosos sobre el espíritu y la energía del proletariado, he ahí un
peligro mil veces más grave que ver a la Izquierda lanzarse a empresas
demasiado radicales. Aun cuando le ocurra ir demasiado lejos, no por eso deja
de continuar siendo revolucionaria. Y cambia de táctica desde el momento en que
se da cuenta de que no funciona. Pero la derecha está destinada a hacerse cada
vez más oportunista, a enfangarse cada vez más en el cenagal y a
desmoralizar cada vez más a los obreros. No en vano veinticinco años de lucha
nos han inculcado esto por la experiencia. El oportunismo es la peste
del movimiento obrero, la muerte de la revolución. Es la fuente
de todos los males, el reformismo, la guerra, la derrota, el fin de la
revolución en Hungría y en Alemania. El oportunismo ha causado nuestra
perdición. ¡Y helo aquí a la obra, en el seno de la Tercera Internacional!
¿Para qué largos discursos? ¡Mirad a vuestro alrededor, camarada! ¡Y
antes que nada, en usted mismo, desgraciadamente! ¡Mirad el Ejecutivo! ¡Mirad
en todos los países de Europa!
Leed el periódico del British Socialist Party, convertido hoy en el
órgano del Partido comunista inglés. Leed diez, veinte números de él; comparad
esas pálidas críticas de los sindicatos, del Labour Party, de los diputados
laboristas, con las del órgano de la Izquierda. Comparad la prensa de una
organización miembro del Labour Party con la que combate a este mismo partido
laborista y constataréis que el oportunismo invade en masa la Tercera
Internacional. ¡Una vez más y siempre con miras a tener peso en el Parlamento
(gracias al apoyo de los trabajadores contrarrevolucionarios)... a la manera de
la Segunda Internacional! ¡Pensad también que los Independientes van a ser
acogidos pronto en el seno de la IIIª Internacional, y pronto también otros
partidos centristas igualmente fuertes numéricamente! ¿Cree usted que si usted
fuerza a estos partidos a que expulsen a los Kautsky, Thomas y demás, no se
encontrará para reemplazarlos una masa enorme, miles y miles de otros
oportunistas? Todas esas medidas de exclusión no vienen a cuento. Los
oportunistas acuden en tropel bullicioso a pedir su afiliación[30].
Sobre todo, después de la publicación de su folleto.
Ved los oportunistas de ese partido comunista holandés al que en otros
tiempos se le llamaba el partido de los bolcheviques de Europa occidental. A
justo título, habida cuenta de las diferencias de situación. Leed el folleto[31] que muestra hasta qué punto está ya
corrompido este partido por el oportunismo del estilo Segunda Internacional.
Después de haber tomado posición a favor de la Entente durante la guerra y
después, ¿no continúa haciéndolo ahora? Este partido, de virtudes tan
brillantes no hace mucho tiempo, se ha convertido en un maestro en materia de
equívoco y de duplicidad.
[31] Ver
H. Gorter: “El oportunismo en el PC holandés” (1919), en D. Authier y J.
Barrot: La Izquierda comunista en Alemania, p. 286-312.
Tratado de Versalles (1919)
¡Pero mirad en Alemania, camarada, en el país donde ha estallado la
revolución! Es ahí donde el oportunismo encuentra su terreno preferido. ¡Que
estupefacción fue la nuestra al enterarnos de que usted estaba de acuerdo con
la actitud adoptada por el KPD durante las jornadas de marzo! Pero su folleto
nos permite, afortunadamente, comprender que usted no estaba al corriente del
curso de los acontecimientos. Ciertamente, usted ha aprobado la actitud del
Comité central del KPD, su oferta de oposición leal a los Ebert, Scheidemann,
Hilferding, Crispien; usted ignoraba aún, es evidente, que en el momento mismo
en que usted redactaba su folleto, Ebert reunía tropas contra el proletariado,
que en ese momento proseguía la huelga general en numerosas regiones del país,
y que, en su gran mayoría, las masas comunistas procuraban llevar la
revolución, si no a la victoria (quizá todavía imposible en lo inmediato), al
menos a un nivel más elevado. Pero mientras las masas proseguían la revolución
con huelgas y con el levantamiento armado (nada ha sido nunca más formidable y
más cargado de esperanza que la insurrección del Ruhr y la huelga general), los
jefes hacían ofertas de compromiso parlamentario[32].
Eso era sostener a Ebert contra la revolución del Ruhr. Y si hay un ejemplo que
muestre hasta qué punto el empleo del parlamentarismo en tiempos de revolución
puede ser execrable, en Europa occidental, sin duda es ése.
Comprenda, camarada: el oportunismo parlamentario, el compromiso con los
social-patriotas y los Independientes, ¡he ahí de lo que nosotros no queremos
oír hablar, y he ahí a lo que usted abre la puerta!
Y, camarada, ¿cuál es ya, en Alemania, la suerte de los
comités de empresa? Usted mismo, el Ejecutivo y la Internacional han exhortado
a los comunistas a que participen en ellos, al lado de todas las otras
tendencias, a fin de conseguir la dirección de los sindicatos. ¿Y qué ha
sucedido? Exactamente lo contrario. El Consejo central de los comités de
empresa se ha convertido ya, poco más o menos, en un instrumento de los
sindicatos. El sindicato es un pulpo que ahoga toda criatura viviente que pasa
a su alcance.
Camarada, lea, infórmese por usted mismo sobre todo lo que ocurre en
Alemania y en Europa occidental, y tengo muchas esperanzas de que usted se
pasará a nuestro lado. Igualmente me plazco en creer que la experiencia
conducirá a la Tercera Internacional a adoptar nuestra táctica.
Pero, si esto ocurre con el oportunismo en Alemania, ¿qué ocurrirá en
Francia y en Inglaterra?
Comprenda, camarada, ése es el género de jefes que no queremos. Ésa es la
clase de unidad masas-jefes que no queremos. Y ése es el género de disciplina
de hierro, el género de obediencia ciega, de militarización que no queremos.
Después de la fundación del Partido Comunista de Alemania (KPD)
el 1 de enero de 1919, Laufenberg perteneció junto con Wolffheim y Otto Rühle a los
líderes opositores de extrema izquierda en el partido. En los años
siguientes, Laufenberg desarrolló con Fritz Wolffheim la idea del " bolchevique nacional "
Eduard Stadtler
Friedrich Ebert
Sigan leyendo el texto..
Permítaseme decir aquí una palabra al Comité ejecutivo y, entre sus
miembros, a Karl Radek en particular. El Ejecutivo de la Internacional ha tenido el descaro de
apremiar al KAPD para que expulse a Fritz Wolffheim y Heinrich Laufenberg, en lugar de dejar que él mismo juzgue la cuestión. Después de haber
admitido al KAPD colmándolo de amenazas, ha multiplicado las ofertas a los
partidos centristas del tipo USP. Pero nunca ha apremiado al partido italiano
para que expulse a sus social-patriotas. Ni al KPD para que excluya a su Comité
central que, por sus ofertas de oposición leal, se ha hecho cómplice de los
ametrallamientos de comunistas en el Ruhr. Ni al partido holandés para que
excluya a David
Wijnkoop y van
Ravensteyn que, durante la guerra, han ofrecido barcos a la Entente. Esto no
significa que yo esté personalmente por la exclusión de estos camaradas. No, yo
los considero a todos como a buenos camaradas cuyos graves errores tienen como
única causa las terribles dificultades inherentes al desarrollo, al arranque de
la revolución europea occidental. También nosotros, como todo el mundo,
cometeremos todavía grandes faltas. Y además, en el punto en que está la
Internacional, estas exclusiones no servirían para nada.
Si digo esto es simplemente para dar un nuevo ejemplo de los estragos que
ya ha provocado el oportunismo en nuestras propias filas. Si el Ejecutivo de
Moscú se ha mostrado tan inicuo hacia el KAPD es porque su táctica mundial le
llevaba a dispensar buena acogida no a los revolucionarios auténticos, sino a
los Independientes y demás oportunistas. Mientras sabía perfectamente a qué
atenerse, ha fingido ignorar que el KAPD
reprobaba categóricamente la táctica de Fritz Wolffheim y Heinrich Laufenberg. Únicamente por miserables razones de
oportunismo. Porque procediendo a la manera de los sindicatos, así como de los
partidos políticos, apunta a atraerse a las masas a cualquier precio, sean éstas comunistas o no.
Otros dos hechos muestran lo mismo de claro adónde va la Internacional.
El primero es la liquidación del Buró de Ámsterdam, el único grupo
de marxistas y teóricos revolucionarios de Europa occidental que nunca ha vacilado.
El segundo, peor todavía si es posible, es el trato reservado al KAPD, el único partido
de Europa occidental que, en tanto que organización, que totalidad coherente,
desde el día de su fundación hasta el presente, ha llevado la revolución allí
donde debe ser llevada. Mientras se intentaba por todos los medios engatusar a
los partidos centristas de Alemania, de Francia y de Inglaterra, que siempre
han traicionado la revolución, se trataba como a enemigo al KAPD, el partido
verdaderamente revolucionario. Inquietantes síntomas, camarada.
En resumen: la Segunda Internacional vive todavía, o de nuevo, entre
nosotros. Y el oportunismo arrastra al movimiento obrero a su perdición.
Porque es un factor de desastre, porque es tan fuerte entre nosotros, más
fuerte de lo que yo jamás hubiese imaginado, nos es necesaria la Izquierda.
Aunque no tuviese otras razones para estar, nos haría falta para oponerse, para
hacer contrapeso al oportunismo.
¡Ah, camarada! ¡Si únicamente hubiese seguido usted en la Tercera
Internacional la táctica de los “izquierdistas”, que no es ninguna otra cosa
más que la táctica “pura” de los bolcheviques en Rusia, pero adaptada a las
condiciones europeo-occidentales (y norteamericanas)!
¡Si solamente hubiese dado por objetivo a la Tercera Internacional, e
inscrito en sus estatutos, la creación y la extensión de la organización
económica - bajo la forma de organizaciones de fábrica y de uniones obreras (a
las que habrían podido venir a integrarse, llegado el caso, asociaciones industriales
con base de fábrica) - y de la organización política en partidos que rechazasen
el parlamentarismo!
De esa suerte usted habría dispuesto en todos los países de núcleos, de
partidos compactos, absolutamente compactos, realmente capaces de realizar la
revolución. Capaces de incorporar progresivamente a las masas, no por presiones
desde fuera, sino por su propio ejemplo. Así habría dispuesto usted de
organizaciones económicas que habrían hecho saltar por los aires a los
sindicatos contrarrevolucionarios (tanto las formaciones oficiales como las
anarcosindicalistas).
Así habría cortado usted de un solo golpe el camino a
los oportunistas de todo pelaje. Pues éstos no tienen nada que llevarse a la
boca más que allí donde hay posibilidades de pactar en la sombra con la
contrarrevolución.
Pero además, y esto es con mucho lo principal, usted habría puesto así a
los obreros, en sus amplias masas, en cuanto es posible hacerlo en el estadio
actual, en condiciones de actuar como militantes autónomos.
Si usted, Lenin, y ustedes, Zinoviev, Bujarin y Radek hubiesen hecho
esto, si ustedes hubiesen adoptado esta táctica, con su autoridad y su
experiencia, con su energía y su genio, y nos hubiesen ayudado a corregir los
errores que cometemos todavía y que son inherentes a nuestra táctica, entonces
dispondríamos de una Tercera Internacional perfectamente compacta en el
interior, inconmovible frente al exterior, y que con su ejemplo se habría
incorporado progresivamente al conjunto del proletariado mundial y habría echado
los fundamentos del comunismo.
Ninguna táctica es infalible, eso es evidente. Pero ésta al menos habría
permitido afrontar las derrotas y superarlas más fácilmente, tomar la vía más
corta y conseguir la victoria más rápida, mejor asegurada.
Pero usted no ha querido esto. Desde el primer día, usted ha preferido
masas inconscientes total o parcialmente a militantes conscientes y resueltos.
Su táctica conduce al proletariado a una larga serie de derrotas.
CONCLUSIÓN
Me quedan algunas cosas por decir referente a su último capítulo,
“Algunas conclusiones”, quizá el más importante de todo su libro. Lo he releído
con pasión, exaltado por la idea de la revolución rusa. Pero repitiéndome sin
cesar: esta táctica, que conviene tan perfectamente a Rusia, no vale nada entre
nosotros. Aquí conduce al desastre.
Usted nos explica allí, camarada (p. 90 a 102), que en determinado
estadio del desarrollo hay que atraer a las masas por millones y decenas de
millones. La propaganda por el comunismo “puro”, que ha agrupado y educado a la
vanguardia, no basta ya, a partir de entonces, para la tarea. En adelante, se
trata – conforme, una vez más, a sus métodos oportunistas que he combatido más
arriba – de sacar partido de las “disensiones”, de los elementos pequeño-burgueses,
etc.
Camarada, este capítulo es también falso en su conjunto. Usted juzga como
ruso, no como comunista internacional que conoce el capitalismo real,
europeo-occidental.
Por muy admirablemente que este capítulo haga comprender su revolución, se
convierte en inexacto desde el momento en que se trata del capitalismo de la
gran industria, del capitalismo de los trusts y de los monopolios.
Voy a demostrarlo ahora. Comenzando por las pequeñas cosas.
Usted asegura (p. 90) que la vanguardia consciente del proletariado está
ganada. ¡Pero es falso, camarada! Que han pasado los tiempos de la propaganda.
¡No es cierto! “La vanguardia proletaria está conquistada ideológicamente”,
dice usted (p. 89). ¡Qué error! Eso está muy en la línea de lo que escribía
recientemente Bujarin (y procede del mismo estado de ánimo): ¡“El capitalismo
inglés está en quiebra”! He encontrado en Radek también palabras tan igualmente
delirantes, que tienen más de astrología que de astronomía. Nada de esto es
cierto. Salvo en Alemania, no hay en ninguna parte una vanguardia
revolucionaria. Ni en Inglaterra, ni en Francia, ni en Bélgica ni en Holanda,
ni – si estoy bien informado – en los países escandinavos. Allí apenas se
encuentran pioneros, todavía en desacuerdo sobre la vía a seguir[33]. Sostener que “los tiempos de la propaganda han
pasado” es engañarse espantosamente.
No, camarada, en Europa occidental esos tiempos apenas comienzan. En
ninguna parte existen todavía núcleos compactos.
Ahora bien, lo que nosotros necesitamos es precisamente núcleos tan duros
como el acero, tan puros como el cristal. Y es por ahí por donde hay que
comenzar si se quiere construir una gran organización. En este plano, nosotros
nos encontramos en el mismo estadio que ustedes en 1903, incluso un poco antes,
en los tiempos de la “Iskra”. Camarada, las circunstancias, las condiciones,
están aquí mucho más maduras de lo que lo estamos nosotros mismos. ¡Razón de
más para no dejarse arrastrar sin comenzar por los núcleos!
En Europa occidental, los PC de Inglaterra, de Francia, de Bélgica, de
Holanda, de Escandinavia, de Italia, etc., debemos seguir siendo pequeños, no
porque lo queramos así, sino porque es la única manera de llegar a ser fuertes.
Un ejemplo: Bélgica. No hay en el mundo (excepto en Hungría antes de la
revolución) proletariado tan corrompido por el reformismo como el proletariado
belga. Si el comunismo debiese transformarse allí en movimiento de masas (con
el parlamentarismo y demás), se vería enseguida a los buitres, los arribistas y
otros, todo el oportunismo, precipitarse sobre él y llevarlo a su perdición. Y
en todas partes es igual.
Dado que el movimiento obrero es entre nosotros muy débil y todavía casi
todo hundido en el oportunismo, que el comunismo aquí es aún casi inexistente,
debemos constituir pequeños núcleos y luchar (sobre las cuestiones del
parlamentarismo, de los sindicatos, así como sobre todas las demás) con una
claridad máxima, con un máximo de claridad teórica.
¡Una secta, vamos! dice el Comité ejecutivo. ¿Una secta? ¡Perfectamente,
si se entiende por eso el núcleo de un movimiento que apunta a conquistar el
mundo!
Camarada, vuestro movimiento de los bolcheviques también ha sido no hace
mucho una pequeña cosa de nada en absoluto. Y porque era y seguía siendo
pequeño y pretendía seguir siéndolo durante un tiempo bastante largo,
permanecía puro. Y por eso, y sólo por eso, se ha convertido en una fuerza. Es
lo que también queremos hacer nosotros.
Se trata de una cuestión de extrema importancia. De ella depende la
suerte de la revolución europeo-occidental así como la de la revolución rusa.
¡Sea prudente, camarada! Usted no ignora que Napoleón, al intentar extender a toda
Europa el reino del capitalismo moderno, acabó por sucumbir y ceder el lugar a
la reacción; él, que había hecho su aparición en una época en que no sólo había
demasiada Edad Media, sino también y sobre todo, no suficiente capitalismo.
Referente a estos puntos secundarios, sus aserciones son inexactas. Paso
ahora a lo que importa más de lo que usted dice, a saber: que ha llegado el
momento de atraer a las masas por millones gracias a la política descrita por
usted, sin hacer propaganda por el comunismo “puro”. Camarada, aun cuando usted
tuviese razón sobre las pequeñas cosas, aun cuando los partidos comunistas de
nuestros países estuviesen ya realmente a la altura de su tarea, usted no
dejaría de estar equivocado sobre este punto capital, de la A a la Z.
Usted dice (p. 91-92):
“la revolución está madura cuando se ha logrado convencer a la vanguardia
y, 1º, todas las fuerzas de clase que nos son hostiles están debilitadas
suficientemente por una lucha que las supera; 2º, todos los elementos
intermedios inseguros, vacilantes – es decir, la pequeña burguesía, la
democracia pequeño-burguesa, por oposición a la burguesía – están
desenmascarados suficientemente ante el pueblo, estropeados suficientemente por
su quiebra práctica.”
¡Alto ahí, camarada! ¡Usted nos está hablando de Rusia! En efecto, ahí se
dieron las condiciones de la revolución el día en que la clase política se
encontró en el desorden más extremo, cuando hubo perdido completamente su
energía.
Pero en los Estados modernos, donde el gran capital reina verdaderamente,
las condiciones serán muy diferentes. Los partidos de la gran burguesía, lejos
de caer en el caos, se unirán frente al comunismo, y la democracia
pequeño-burguesa se pondrá a su remolque.
No será así de una manera absoluta, pero lo bastante generalmente como
para que esto determine nuestra táctica.
En Europa occidental hay que esperar una revolución que será un combate
llevado con el mayor encarnizamiento por un lado y por otro, una lucha
organizada con cohesión por parte de la burguesía y de la pequeña burguesía. Lo
demuestran suficientemente las formidables organizaciones del capitalismo y
también las de los obreros.
Esas son las que deberemos crear también nosotros, organizaciones con
formas superiores, con las armas más eficaces, con los mejores medios de lucha,
los más poderosos (y no los más irrisorios).
Es aquí, no en Rusia, donde tendrá lugar la batalla decisiva entre el
Trabajo y el Capital. Porque es aquí donde se encuentra el capital real.
Camarada, si usted cree que yo exagero (por prurito de claridad teórica),
dirija la mirada hacia Alemania. Allí, el Estado se encuentra en una situación
de hundimiento total, casi sin salida. Pero al mismo tiempo, todas las clases,
la gran y la pequeña burguesía, el gran y el pequeño campesinado, forman un
bloque contra el comunismo. Lo mismo ocurrirá en todas partes en nuestros
países.
Sin duda, muy al final del desarrollo de la revolución, cuando la crisis
haya alcanzado proporciones aterradoras y estemos muy cerca de la victoria, entonces quizá
desaparezca la unidad de las clases burguesas y vengan a nosotros algunas
fracciones de la pequeña burguesía y del pequeño campesinado. Pero ¿de qué nos
sirve eso ahora? Debemos establecer nuestra táctica globalmente, tanto
para el comienzo como para el curso de la revolución.
Porque esto es así y lo será (dadas las relaciones de clases y, sobre
todo, las relaciones de producción) el proletariado se encuentra solo.
Porque se encuentra solo no puede vencer más que a condición de desarrollar
sin descanso sus fuerzas intelectuales.
Y porque no puede vencer más que totalmente solo, la
propaganda por el comunismo “puro” es indispensable
entre nosotros hasta el final (muy diferentemente que en Rusia).
Sin esta propaganda, el proletariado europeo-occidental y, por tanto, el
proletariado ruso, el proletariado mundial, corre a su perdición.
Por consiguiente, aquel que en Europa occidental sueñe, como hace usted,
con concertar compromisos, alianzas, con los elementos burgueses y pequeñoburgueses,
en una palabra, el que opte por el oportunismo aquí, en Europa occidental, ése
se aferra no a la realidad, sino a ilusiones, ése desvía al proletariado, ése
(recojo el término que usted ha empleado contra el Buró de Ámsterdam),
ése traiciona al proletariado.
Y se puede decir otro tanto del Ejecutivo de Moscú.
Estaba yo redactando las páginas precedentes cuando me ha llegado la
noticia de que la Internacional había adoptado la táctica de usted y la del
Ejecutivo[34]. Los delegados europeo-occidentales se han
dejado cegar por el resplandor de la revolución rusa. ¡Sea, pues! Deberemos
medirnos, pues, en el seno de la Internacional.
Camarada, nosotros, es decir, sus viejos amigos Pannekoek, Roland-Holst,
Rutgers y yo – y no puede usted tener otros más sinceros – nos hemos
preguntado, al conocer la noticia, por qué razones había adoptado usted esa
táctica. Las opiniones estaban muy divididas. Uno de nosotros decía: Rusia está
en un trance tan malo desde el punto de vista económico, que necesita la paz
por encima de todo. He ahí por qué el camarada Lenin se esfuerza en tocar a
llamada a todas las fuerzas – Independientes, Labour Party, etc. – capaces de
ayudarle a conseguir la paz[35]. Otro decía: él intenta acelerar el curso
general de la revolución europea. Se necesita la cooperación de millones de
hombres. De ahí el oportunismo.
En cuanto a mí, ya lo he dicho, pienso que usted comprende mal las
condiciones europeas.
Pero de cualquier modo, camarada, cualesquiera que sean las razones que
le han empujado, usted corre a la más espantosa de las derrotas y llevará al
proletariado a la más espantosa de las derrotas si usted persiste en esta
táctica.
Pues queriendo salvar a Rusia, a la revolución rusa, usted reúne con esta
táctica a elementos que no son comunistas. ¡Usted los mezcla con nosotros, los
verdaderos comunistas, al tiempo que no disponemos ni siquiera de un núcleo a
toda prueba! ¡¡Y con este revoltijo de sindicatos momificados, con una masa de
gentes que no son comunistas más que a medias, o un cuarto, una octava parte o
incluso nada en absoluto, a la que falta un núcleo válido, con ellos quisiera
usted combatir el capital más altamente organizado del mundo, y que ha unido a
él a todas las clases no proletarias!! Nada de sorprendente si este revoltijo
estalla por los aires y si la gran masa prefiere el sálvese quien pueda desde
el momento en que se llega a las manos.
Camarada, una derrota aplastante del proletariado – en Alemania, por
ejemplo – dará la señal de una ofensiva general contra Rusia.
Mientras usted pretenda hacer la revolución aquí con ese batiburrillo de
Labour Party e Independientes, de partido italiano y de centristas franceses,
etc., con esos sindicatos, por añadidura, no sucederá otra cosa.
Semejante mezcolanza ni siquiera dará miedo a los gobiernos establecidos.
Por el contrario, si usted constituye grupos radicales, de fuerte
cohesión interna, partidos compactos (incluso si son pequeños), todo cambiará.
Pues sólo tales grupos son capaces de arrastrar en tiempos de revolución a las
masas a hazañas, como mostró la liga Espartaco en sus comienzos. Sólo ellos son
capaces de dar miedo a los gobiernos y forzarlos a inclinarse ante Rusia. Y al
final del todo, cuando esta línea “pura” haya permitido a nuestros partidos
adquirir la fuerza necesaria, llegará la victoria. Esta táctica, nuestra
táctica “izquierdista”, es, pues, tanto para Rusia como para nosotros, la
mejor; no, la sola y única vía de salvación.
Su táctica, por el contrario, es rusa. Convenía admirablemente en un país
donde un ejército de millones de campesinos pobres estaba dispuesto a seguiros
y donde una clase media desmoralizada no sabía más que vacilar. Entre nosotros,
esta táctica no sirve para nada.
Finalmente, me es necesario refutar una aserción que os es muy querida, a
usted y a muchos de sus compañeros de armas, y de la que ya he hablado más
arriba, en el capítulo tres, a saber, que la revolución de Europa occidental no
comenzará antes de que las categorías sociales inferiores, democráticas, hayan
sido sacudidas, neutralizadas o ganadas.
Esta tesis, relativa a una cuestión de tal importancia para la
revolución, demuestra una vez más que usted lo ve todo desde una óptica
exclusivamente europea oriental. Y esta óptica es falsa.
Pues en Alemania y en Inglaterra el proletariado es tan fuerte
numéricamente, tan poderoso gracias a su organización, que puede hacer la
revolución de cabo a rabo sin estas clases, e incluso contra ellas. En verdad,
debe hacer, cuando sufre como sufre en Alemania. Y no lo conseguirá más que a condición
de seguir la táctica correcta, organizarse sobre una base de fábrica y
rechazar el parlamentarismo. ¡Que a condición de desarrollar de este modo la
potencia obrera!
Los de la Izquierda hemos optado por esta táctica no sólo por todas las
razones alegadas más arriba, sino también y sobre todo porque el proletariado
europeo occidental, especialmente alemán e inglés, cuando llega a tomar
conciencia, a realizar su unidad, es tan fuerte, tiene una potencia tal él
solo, no contando más que consigo mismo, que tiene la posibilidad de vencer por
este simple medio. El proletariado ruso, como era demasiado
débil por sí solo, tuvo que tomar caminos indirectos y, al hacerlo, ha superado
con mucho todo lo que el proletariado de todo el mundo había podido realizar
hasta ahora. Pero sólo la vía recta, sin desvíos, puede
conducir al proletariado de Europa occidental a la victoria.
Queda ahora por examinar una tesis que con frecuencia he encontrado en
comunistas “derechistas”, que Losovsky, el jefe de los sindicatos rusos, me ha
expuesto y que asimismo aparece bajo la pluma de usted: “La crisis arrojará las
masas en los brazos del comunismo, aun cuando se conserven los malos sindicatos
y el parlamentarismo”. Ése es un argumento bien pobre. Pues no tenemos la menor
idea de la amplitud que tomará la crisis en gestación. ¿Será tan profunda en
Inglaterra y en Francia como lo es hoy en Alemania? Lo que es más, los seis
últimos años han puesto al desnudo toda la debilidad de esta tesis (la tesis
“mecanicista” de la Segunda Internacional). En el transcurso de los últimos
años de guerra, Alemania ha conocido una miseria terrible. No hubo revolución.
La miseria fue más terrible todavía en 1918 y en 1919. La revolución no venció.
En Hungría, en Austria, en Polonia, en los países balcánicos, la crisis ha sido
y sigue siendo espantosa. Nada de revolución, o de victoria de la revolución, a
pesar de la presencia muy cercana de los ejércitos rusos. Finalmente, y es mi
tercer punto, el argumento se vuelve contra usted, pues si la crisis debe traer
fatalmente la revolución, ¿por qué no adoptar en seguida la mejor táctica, la
táctica “izquierdista”?
Pero los ejemplos de Alemania, Hungría, Baviera, Austria, Polonia y los
países balcánicos nos enseñan que no bastan la crisis y la miseria. La más
terrible de las crisis económicas alcanza su apogeo, y sin embargo no hay
revolución. Por tanto, necesariamente hay otro factor en el origen de una
revolución, un factor cuya ausencia hace que no se realice o que fracase. Ese
factor es el espíritu, la mentalidad de las masas. Y su
táctica, camarada, es la que, en Europa occidental, no insufla suficientemente
la vida a ese estado de espíritu de las masas, no lo asienta suficientemente,
lo deja subsistir tal cual está, sin cambiarlo nada. A lo largo de este escrito
he hecho resaltar que el capital financiero, los trusts, los monopolios, tanto
como el Estado europeo occidental (y el norteamericano) formado por ellos y
sometido a ellos, sueldan en un bloque unido contra la revolución a todas las
clases de la burguesía, grande y pequeña. Pero esta fuerza no se limita a
unificar así la sociedad y el Estado contra la revolución. En el curso del
período transcurrido, el período de evolución pacífica, el capital bancario ha
educado, unificado y organizado en el mismo sentido contrarrevolucionario a
la clase obrera misma. ¿Por qué medio? Por medio de los sindicatos
(oficiales y anarco-sindicalistas) y de los partidos socialdemócratas. Al
llevarlos a batirse únicamente por mejoras inmediatas, el capital ha transformado
a los sindicatos y a los partidos obreros en pilares de la sociedad y del
Estado, en potencias contrarrevolucionarias. Ha hecho de ellos agentes de su
propia conservación. Pero como agrupan a los obreros, casi la mayoría de la
clase trabajadora, y la revolución es inconcebible sin la participación de
estos obreros, es necesario, para que triunfe, cargarse primero estas
organizaciones. ¿Cómo conseguirlo? Transformando su mentalidad, es decir,
actuando de manera que sus militantes de base adquieran la mayor independencia
posible de espíritu. El único medio de conseguir este resultado es reemplazar
los sindicatos por organizaciones de fábrica y uniones obreras, y poner fin al
parlamentarismo de los partidos obreros. He ahí precisamente lo que la táctica de
usted impide.
Un hecho indiscutible: la quiebra del capitalismo alemán, francés,
italiano. O, más exactamente, estos Estados capitalistas quiebran. Pero los
capitalistas mismos, sus organizaciones económicas y políticas aguantan.
Incluso sus beneficios, dividendos y nuevas inversiones son enormes, pero
únicamente gracias a la emisión de papel moneda por el Estado. Que se hunda el
Estado alemán, francés, italiano, y los capitalistas se hundirán a su vez.
La crisis progresa implacablemente. Si suben los precios, aumentarán las
oleadas de huelgas; si los precios bajan, aumentará el ejército de los parados.
Se acrecienta la miseria en Europa, el hambre está en marcha. Además, se
multiplican por el mundo nuevos factores de explosión. Se acerca la conflagración,
la nueva revolución. Pero, ¿cuál será su desenlace? El capitalismo conserva su
potencia. Alemania, Italia, Francia, Europa del Este, esto no es todavía el
mundo entero. En Europa occidental, en América del Norte, en los dominios
ingleses, el capitalismo mantendrá todavía durante mucho tiempo la cohesión de
todas las clases contra el proletariado. Por tanto, el desenlace depende en una
medida muy grande de nuestra táctica y de nuestra organización. Y la táctica de
usted es falsa.
Sólo una táctica, y una sola, es válida en Europa occidental: la de los
“izquierdistas” que dice la verdad al proletariado y no lo engaña con ayuda de
malabarismos verbales. Aquella que, incluso si necesita tiempo, sabrá forjar
las armas más poderosas; no, las únicas eficaces: las organizaciones de fábrica
(unificada en un todo) y los núcleos, pequeños al principio, pero puros y
compactos, los partidos comunistas. Ésa que sabrá después ampliar estas
organizaciones al conjunto del proletariado.
Voy a poner punto final a esta exposición condensándola con ayuda de
algunas fórmulas tajantes, a fin de que los obreros tengan ellos mismos una
visión global de ella.
En primer lugar, de ella resulta un cuadro claro, creo yo, tanto de las
causas de nuestra táctica como de esta táctica misma: el capital financiero
domina Europa occidental. Al mantener a un proletariado gigantesco en la
esclavitud material e ideológica más profunda, aquel unifica tras de sí a todas
las clases burguesas y pequeñoburguesas. De ahí la necesidad, para estas masas
enormes, de acceder a la actividad autónoma. Lo que no es posible más que
gracias a las organizaciones de fábrica y a la abolición del parlamentarismo –
en tiempos de revolución.
En segundo lugar, haré resaltar en pocas frases, tan claramente como sea
posible, la diferencia existente entre la táctica de usted y de la tercera
Internacional, por un lado, y la táctica “izquierdista”, por otro, a fin de que
en el caso altamente probable de que su táctica conlleve las peores derrotas,
los obreros no se desmoralicen y se den cuenta de que aún hay otra:
Para la Internacional, la revolución europea occidental se desarrollará
conforme a las leyes y la táctica de la revolución rusa.
Para la Izquierda, la revolución europea occidental tiene leyes que le
son propias y se atendrá a ellas.
Para la Internacional, la revolución europea occidental estará en medida
de hacer compromisos y alianzas con partidos de pequeños campesinos y
pequeñoburgueses, incluso con partidos de la gran burguesía.
Para la Izquierda es imposible.
Según la Internacional, en Europa occidental habrá durante la revolución
“escisiones” y cismas entre los partidos burgueses, pequeñoburgueses y de
campesinos pobres.
Según la Izquierda, partidos burgueses y partidos pequeñoburgueses formarán,
hasta finales de la revolución, un frente unido.
La Tercera Internacional subestima la potencia del capital europeo
occidental y norteamericano.
La Izquierda concibe su táctica en función de esta potencia enorme.
La Tercera Internacional no ve de ninguna manera en el capital
financiero, el gran capital, el poder capaz de unificar a todas las clases
burguesas.
La Izquierda elabora su táctica con relación a ese poder.
La Tercera Internacional, al no admitir que el proletariado de Europa
occidental se encuentra reducido a sus propias fuerzas, no intenta desarrollar
espiritualmente este proletariado que, sin embargo, continúa en todos los
dominios viviendo bajo la influencia de la ideología burguesa, y adopta una
táctica que deja persistir el sometimiento a las ideas de la burguesía.
La Izquierda adopta una táctica que apunta en primer lugar a emancipar el
espíritu del proletariado.
La Tercera Internacional, al no ver la necesidad de emancipar los
espíritus, ni la unión de todos los partidos burgueses y pequeñoburgueses, basa
su táctica en compromisos y “escisiones”, deja subsistir los sindicatos e
intenta ganárselos.
La Izquierda, pretendiendo en primer lugar la emancipación de los
espíritus y convencida de la unidad de las formaciones burguesas, considera que
es necesario acabar con los sindicatos y que el proletariado necesita armas
mejores.
Por las mismas razones, la Tercera Internacional no ataca el
parlamentarismo.
La Izquierda, por las mismas razones, quiere la abolición del parlamentarismo.
La Tercera Internacional deja la esclavitud ideológica en el estado en
que estaba en la época de la Segunda.
La Izquierda pretende extirparla de los espíritus. Coge el mal por la
raíz.
La Tercera Internacional, al no admitir la necesidad primera, en Europa
occidental, de emancipar los espíritus, y tampoco la unidad de todas las
formaciones burguesas en tiempos de revolución, intenta agrupar a las masas en
tanto que masas, por tanto, sin preguntarse si son verdaderamente comunistas,
ni orientar su táctica de manera que lo sean.
La Izquierda quiere formar en todos los países partidos que reúnan
únicamente a comunistas y concibe su táctica en consecuencia. Es a través del
ejemplo de estos partidos, pequeños al comenzar, como quiere transformar en
comunistas a la mayoría de los proletarios, es decir, a las masas.
La Tercera Internacional considera, pues, a las masas de Europa
occidental como un medio.
La Izquierda las considera como un fin.
A causa de esta táctica (perfectamente justificada en Rusia), la Tercera
Internacional practica una política de jefes.
La Izquierda, por el contrario, practica una política de masas.
A causa de esta táctica, la Tercera Internacional lleva a su ruina no
sólo la revolución europea occidental, sino también y sobre todo la revolución
rusa.
La Izquierda, por el contrario, gracias a su táctica lleva al
proletariado mundial a la victoria.
A fin de permitir a los obreros comprender mejor nuestra táctica, voy a
resumir también mi exposición bajo la forma de breves tesis, a leer, bien
entendido, a la luz del conjunto.
1. La táctica de la revolución europea occidental debe ser absolutamente
diferente de la táctica de la revolución rusa.
2. Pues entre nosotros, el proletariado está solo.
3. Necesita, pues, hacer la revolución totalmente solo, contra todas las
demás clases.
4. Por tanto, la importancia de las masas proletarias es
proporcionalmente mayor y la de los jefes menor que en Rusia.
5. El proletariado debe disponer, para hacer la revolución, de las
mejores armas de todas.
6. Siendo los sindicatos armas ineficaces, hay que reemplazarlos o
transformarlos por medio de organizaciones de fábrica, llamadas a unificarse.
7. Al encontrarse el proletariado constreñido a hacer la revolución solo
y sin ayuda, necesita la más alta evolución de las inteligencias y de los
corazones. Por esto es mejor no recurrir al parlamentarismo en tiempos de
revolución.
Saludos fraternales
Herman Gorter
[1] Nota del editor (francés) (el KAPD,
recordémoslo): El KAPD es, sin duda, más exigente, pronunciándose siempre por
el “de abajo arriba”.
[2] Usted escribe, por ejemplo, en El Estado y la
revolución (ver Oeuvres, t. 25, p. 456): “La inmensa mayoría de los campesinos,
en todo país capitalista en que hay campesinado (y estos países son mayoría),
están oprimidos por el gobierno y aspiran a derrocarlo; aspiran a un gobierno
“a buen precio”. El proletariado solo no puede llevar a cabo esta tarea.”...
Pero el quid es que el campesinado no aspira al comunismo.
[3] Las tesis agrarias de Moscú (adoptadas por el
II Congreso de la I.C. – n.d.t.) lo reconocen explícitamente.
[4] No dispongo de datos estadísticos
concernientes a Suecia y España.
[5] Espero que no intente usted, camarada,
apuntarse un triunfo dando un sentido absoluto a las tesis de su adversario,
como hacen las personas de pocos alcances. Las observaciones de más arriba sólo
están destinadas a ellos.
[6] Dejo completamente de lado el hecho de que, en
razón misma de esta relación numérica distinta (¡20 millones [de obreros
industriales] entre 70 millones [de habitantes] en Alemania!), la importancia
de la masas y de los jefes y las relaciones entre masas, partido y jefes, tanto
en el curso de la revolución como después, serán muy otras que en Rusia.
Profundizar en esta cuestión, de una importancia extrema por sí misma, me
llevaría muy lejos de momento.
[7] Al menos hasta el presente.
[8] Me ha parecido sorprendente que, en su
polémica, usted haga uso casi siempre de declaraciones privadas de la parte
adversa, no de sus tomas de posición públicas.
[9] Ver A. Pannekoek: “Revolución mundial y
táctica comunista”, en Pannekoek et les Conseils ouvriers, p. 178-180
(n.d.t.f.).
[10] Cae de su peso que esta combinación nueva de
individualismo y de centralismo no se presenta al mundo totalmente acabada,
sino que se está haciendo, un proceso que no se desarrollará y concluirá más
que en la lucha.
[11] Por más que usted diga en tono sarcástico que
la Unión misma no puede eludir los compromisos, esta observación cae de plano.
Pues es fundada sólo en cuanto la Unión se bate por mejoras en el marco del
capitalismo. No lo es desde el momento en que se bate por la revolución.
[12] Shop Committees, Shop Stewards y, más
particularmente en el país de Gales, Industrial unions.
[13] Pretender que en Alemania este movimiento ha
sido creado “desde arriba” es muestra de una pura y simple calumnia.
[14] Como tantos otros, camarada, usted nos viene
con ese argumento de que si los comunistas abandonasen los sindicatos,
perderían el contacto con las masas. Pero el mejor de los contactos, ¿no es el
contacto cotidiano en la fábrica? ¿Y no se han convertido ahora todas las
fábricas ni más ni menos que en lugares de discusión? A partir de ahí, ¿cómo
podrían los “izquierdistas” perder el contacto?.
[15] El ejemplo siguiente dará una idea de la
confusión que engendra semejante oportunismo: Hay países en los que se
encuentran, además de los sindicatos reformistas, organizaciones sindicalistas
revolucionarias que, sin ser las buenas, luchan mejor que las primeras. Las
tesis de Moscú les imponen fusionarse con las grandes organizaciones
reformistas. De este modo, los comunistas se ven forzados frecuentemente a
comportarse como rompehuelgas; ese ha sido el caso en Holanda, por ejemplo.
Pero hay algo más fuerte todavía: la AAU se ve condenada por crimen de
escisión. Pero, ¿qué hace la III Internacional? ¡Ella pone en marcha una nueva
Internacional sindical!
[16] Al principio pensé que se trataba de una
cuestión secundaria. La actitud de la liga Espartaco con ocasión del golpe de
Kapp, y su folleto oportunista – oportunista en esta cuestión también – me han
convencido de que se trataba de una cuestión de la mayor importancia.
[17] Ver A. Pannekoek: op. cit. p. 171-172.
[18] Esta gran influencia, toda esta ideología
propia del Oeste de Europa, de los Estados Unidos y de las colonias inglesas,
sigue siendo incomprendida en Europa del Este, en Turquía y en los Balcanes
(por no hablar de Asia y del resto).
[19] Ver Pannekoek: op. cit. p. 177-178.
[20] El ejemplo del camarada Liebknecht demuestra
precisamente la justeza de nuestra táctica. Antes de la revolución, cuando el
imperialismo estaba en el apogeo de su poderío y se reprimía toda agitación en
virtud de la ley marcial, sus protestas en el Parlamento le valieron una
influencia considerable; ese no fue ya en absoluto el caso durante la
revolución. Desde el momento en que los obreros tomaron ellos mismos su suerte
en sus manos, es necesario, pues, que dejemos de lado el parlamentarismo.
[21] Sin duda, no se encuentra en Inglaterra
campesinos pobres susceptibles de apoyar el capitalismo. Pero, por el
contrario, se encuentra una pequeña burguesía tanto más desarrollada y ligada
al sistema.
[22] El peligro del oportunismo es más vivo todavía
en Inglaterra que en otras partes. Así parece que nuestra camarada Sylvia
Pankhurst, que fue una militante tan buena del comunismo de izquierda, por
temperamento, instinto, experiencia, pero quizá no tanto por un estudio
profundo, por tanto, por capricho del azar, ha cambiado de opinión. Abandona el
antiparlamentarismo y, por tanto, un aspecto fundamental de su combate contra
el oportunismo. Eso es emprender el camino que antes que ella tomaron miles de
jefes obreros ingleses, el de la sumisión al oportunismo con todas sus
consecuencias y, al final del camino, a la burguesía. Nada de sorprendente en
ello. Pero que sea usted, camarada Lenin, quien la ha empujado a ello, quien la
ha persuadido, a ella, la única dirigente intrépida y consecuente de
Inglaterra, he ahí un rudo golpe para la revolución rusa, para la revolución
mundial.
[23] Ver el capítulo “¿Jamás un compromiso?” del
folleto de Lenin (p. 58-71 de la edición francesa, 1968), citada en el prefacio
[nota 35, p. 125 de esta edición en español] y a la cual remiten en lo sucesivo
las indicaciones de página que figuran en el texto. (n.d.t.f.)
[24] La proletarización, es cierto, ha progresado a
pasos de gigante a causa de la guerra. Pero todo, o casi, lo que no es
proletario se agarra tanto más al capitalismo, lo defiende con las armas si es
necesario, y combate al comunismo.
[25] Me falta espacio aquí para demostrar esto de
modo detallado. Lo he hecho en un folleto titulado Las bases del comunismo (en
hol., Ámsterdam, 1920. (n.d.t.f.)
[26] Los holandeses sabemos esto perfectamente. Estas
“escisiones” las hemos visto desaparecer bajo nuestros ojos, en nuestro país,
un pequeño país, sin duda, pero una gran potencia imperialista por sus
colonias. Ya no hay entre nosotros partidos democráticos cristianos u otros.
Aun siendo sólo holandeses podemos juzgar esto mejor que un ruso que,
¡desgraciadamente!, parece aplicar a Europa occidental criterios válidos para
Rusia.
[27] Por lo demás, queda por saber si entre
nosotros habrá esos gobiernos “puramente” obreros. Sobre este punto, el ejemplo
ruso (Kerenski) quizás os lleve a engaño una vez más. Pero voy a demostrar en
lo que sigue por qué, en el caso de las jornadas de marzo en Alemania (marzo de
1920:golpe de Kapp., n.d.t.f.),no había que sostener ese gobierno “puramente”
socialista.
[28] Discutir todos estos ejemplos rusos sería
demasiado monótono. Invito al lector a que los relea. Así podrá constatar que
lo que se dice aquí arriba está conforme con la verdad.
[29] Por mi parte, estoy convencido de que en los
países en que la revolución no es inminente y donde los obreros no tienen
todavía la fuerza para hacerla, el parlamentarismo sigue siendo un recurso
posible. En esos casos son necesarios el control y la crítica más rigurosa.
Creo que otros camaradas son de un parecer distinto.
[30] Una sola jornada (cuando el congreso de Halle)
permitió recoger 500.000 nuevos militantes, conducidos por jefes que usted
decía todavía recientemente que eran peores que los Scheidemann.
[31] Ver H. Gorter: “El oportunismo en el PC
holandés” (1919), en D. Authier y J. Barrot: La Izquierda comunista en
Alemania, p. 286-312.
[32] El camarada Pannekoek, que conoce a fondo
Alemania, lo había previsto con claridad: cuando los jefes de la liga Espartaco
tengan que elegir entre el parlamento y la revolución, elegirán el parlamento.
(Ver la antología ya citada, p. 178 y 185, especialmente.)
[33] Así los comunistas ingleses divididos sobre la
cuestión absolutamente primordial de la adhesión al Labour Party.
[34] Se trata de las famosas “veintiuna”
condiciones de admisión de los partidos aprobadas por el II congreso de la I.C.
(n.d.t.f.)
[35] Ver A. Pannekoek: op. cit., p. 200-201.
En castellano
En inglés
[Libro] Juan Andrade La revolución española día a día
Juan Andrade. Imperialismo fraccional
Algunos capítulos del [Libro] El POUM en la historia (Andreu Nin y la
revolución española)
Paul
mattick. Luxemburgo contra Lenin (1935)