Recuperar
la teoría de la praxis — La cuestión sindical en la tradición marxista
Jesús
R. Rojo | El sindicalismo ha situado siempre —hoy esto se nota
con especial intensidad— a las fuerzas revolucionarias en una encrucijada
teórica respecto a sus fines, medios y hasta su propia función en la contienda
de clases. ¿Son los sindicatos mayoritarios aún útiles para los trabajadores
como clase? ¿Su desprestigio es fruto de una artimaña por parte de los que
pretenden desarmar a los trabajadores o consecuencia de una sistemática
traición de clase por parte de las cúpulas? Antes de poder plantearnos las
respuestas es necesario dar unos pasos atrás. Hay que tomar perspectiva antes
de emitir una firme sentencia que condene a los sindicatos a la presión de la
posición protagonista o al más vergonzoso trastero de las estructuras
estériles. Para ello haremos un recorrido a lo largo de los más ilustres
autores de la tradición de pensamiento marxista buscando pautas, métodos de
análisis y propuestas políticas que puedan ser de ayuda en el abordaje de esta
cuestión. Ni Marx, ni Engels, ni ninguno de sus seguidores intelectuales
crearon nunca una teoría acerca del sindicalismo que pueda aplicarse
indistintamente a todos los periodos históricos o a todas las coyunturas
sociales. Sin embargo, no radica ahí la dificultad de comprender la importancia
o el desarrollo de la «no teoría» del sindicalismo a lo largo de la obra de
estos autores; se erraría al pretender aplicar cualquiera de las conclusiones
de los clásicos de la tradición marxista a un fenómeno moderno sin un análisis
y una contextualización previos.
Los
fundadores del materialismo histórico vivieron en una etapa convulsa de un movimiento
sindical que apenas había nacido. La primera impresión que tuvieron estos
autores fue fundamentalmente positiva, cargada de esperanza y optimismo.
Entienden que son asociaciones de obreros libres destinadas a luchar contra los
capitalistas en sus propios centros de trabajo.
El «joven»
Marx no prestó una especial atención a la cuestión sindical. En sus primeras
obras no llegó a mencionar el tema más que en alguna proclama. Sin embargo, su
íntimo amigo, Engels sí trató la problemática desde mediados de la década de
1840. De este periodo cabe destacar La situación de la clase
obrera en Inglaterra (y aquí), donde desarrolla extensamente la
evolución de las luchas obreras. Las divide en tres periodos fundamentales: el
delito —el robo, violencia aislada—, el combate contra las máquinas —más
conocido como Ludismo— y, finalmente, la organización en asociaciones obreras (Trade
Unions). De la obra se desprende unas moderadas expectativas, consciente de
las limitaciones:
[El] acto
de protesta del inglés surte su efecto: mantiene dentro de ciertos límites la
avidez de ganancia de la burguesía, y mantiene viva la oposición de los obreros
contra la omnipotencia social y política de las clases poderosas. Es más, en
definitiva las obliga a confesar que para quebrar la dominación de la burguesía
es necesaria algo más que los sindicatos obreros y la acción de las huelgas.
Sin embargo,
acto seguido añade…
No por
ello deja de ser menos cierto que los sindicatos y las huelgas que emprenden
revisten una importancia fundamental, porque son la primera tentativa que
realizan los obreros para suprimir la competencia (Engels, 1845a, p. 48).
Marx no se
pronunciaría concretamente al respecto hasta 1847, cuando escribe Miseria de la filosofía. Aquí vemos surgir un cierto
optimismo sobre la función de los sindicatos. En esta obra afirma que
… los
obreros no se han limitado a coaliciones parciales, que no tenían otro objetivo
que la huelga pasajera y que con ella desaparecieran. Han formado coaliciones
permanentes, Trade Unions, que sirven de baluarte para los trabajadores en su
lucha con los fabricantes (Marx, 1847, p.186).
Este ánimo
se ve determinado por la coyuntura. En aquel momento, los sindicatos se estaban
organizando de manera simultánea a las luchas políticas desempeñadas por el movimiento
cartista. Con el colapso y la derrota de este movimiento, los sindicatos
pierden su carácter revolucionario y se entregan en gran medida al reformismo.
Marx
comienza así un esquema de lucha que le acompañará toda su vida: la vinculación
de la lucha económica —por la mejora de las condiciones de existencia— con la
lucha política. Para él y para Engels, la lucha de los obreros no debe
centrarse en motivaciones coyunturales, momentáneas o de respuesta a una acción
determinada del gobierno o de la burguesía. Por el contrario, la lucha debe encaminarse
a la abolición del propio sistema de competencia y de trabajo asalariado como
formas de explotación.
En este
sentido son muy frecuentes las críticas a las asociaciones sindicales que
priman los intereses inmediatos, la lucha de carácter puramente económico que
olvida o deja en segundo lugar la política: «No deben olvidar que
combaten los efectos y no las causas, [...] que aplican paliativos, pero que no
curan el mal» (Marx, 1849a, p. 77)
Las
tradeuniones […] son deficientes por limitarse a una guerra de guerrillas
contra los efectos del sistema existente en vez de esforzarse, al mismo
tiempo, por cambiarlo, en vez de emplear sus fuerzas organizadas como palanca
para la emancipación final de la clase obrera; es decir, para la abolición
definitiva del sistema de trabajo asalariado (Marx, 1865, p. 87).
También su
fiel amigo, Engels (1881b, p. 119-124), se suma a esta crítica situando el
punto de mira en las consignas del movimiento sindical. Los lemas históricos
«por un salario justo» o «por una jornada de trabajo justa» no son sino la
plasmación de la asunción de la ideología pequeñoburguesa; los obreros son los
únicos que producen y generan valor, y en consecuencia deben reivindicar la
propiedad social de los medios de producción.
El objetivo
político y su reflejo en el contenido de las reivindicaciones, serán elementos
fundamentales en el trato a la cuestión sindical a lo largo de toda la
tradición marxista revolucionaria1.
Sin embargo este no es, ni mucho menos, el único elemento que se repite de
manera sistemática en sus herederos teóricos.
1. Se denomina «tradición marxista revolucionaria» al
conjunto de pensadores-activistas que suscribieron la perspectiva marxista de
la revolución proletaria, en contraposición con aquellos que tomaron el
marxismo como método o referencia despojándolo del contenido revolucionario
La crítica a
las burocracias sindicales (fenómeno germinal de su propia época) fue un
recurso común en los alegatos contra el papel de los sindicatos ingleses y
alemanes en la organización del proletariado. Se aplica tanto en un sentido
paternalista (Marx, 1868a, p. 130) como en un sentido desmovilizador. Los sindicatos
abandonan su papel como «vanguardia» para convertirse en grandes organizaciones
cuyo rol se reduce casi exclusivamente a la regulación del salario y la
jornada laboral (Engels, 1881a). Aparece entonces un término que se recuperará
frecuentemente por los marxistas: la «aristocracia
obrera», una
minoría de obreros sobornados por el capital cuyos intereses difieren
enormemente a los del conjunto de la clase obrera.
En
contraposición a estas organizaciones, surgen sindicatos de menor tamaño e
independientes. Esos «viejos sindicatos» se ven pronto enfrentados a los
«nuevos sindicatos» que son, para Engels (1890a), sindicatos formados por
obreros empobrecidos dirigidos por socialistas.
No obstante,
pese a las numerosas críticas, ni Marx ni Engels renunciaron a un cierto
optimismo (Hymann, 1975) respecto al papel de los sindicatos en la lucha de
clases. Este posicionamiento se aprecia claramente en la Resolución del I
Congreso de la Asociación Internacional de
Trabajadores (o primera Internacional), donde Marx aborda la labor de los
sindicatos en su pasado, su presente y su futuro. En esta resolución, les otorga
la responsabilidad de aspirar a ser organizaciones de defensa y representación
de toda la clase obrera que reagrupen en su seno a los trabajadores aún no
organizados y que se orienten a la consecución de la emancipación radical del
proletariado (Marx, 1866a). En la misma línea, Engels (1890a, p. 239) llega a
afirmar que «si se quiere contar con un movimiento de masas, hay que comenzar
con los sindicatos».
Los debates
sobre el sindicalismo moderno en el marco de la II y III Internacional
(1900-1941)
Tras la
muerte de Marx y Engels y la deriva ideológica de la Internacional, los líderes
de la socialdemocracia2 crean una II
Internacional de trabajadores con la expectativa de formar un órgano de
cooperación internacional entre distintas tendencias, fundamentalmente
marxistas socialdemócratas.
2. En el texto se emplea la palabra «socialdemocracia» en el sentido histórico de sus
orígenes, hoy podría traducirse como socialismo o comunismo.
No tardó en
estallar el conflicto entre los marxistas en su centro neurálgico: El SPD
Alemán. En él tuvieron lugar numerosos debates y enfrentamientos teóricos
agravados por la Primera Guerra Mundial. En este caso, nos centraremos en el
aspecto sindical de los debates.
La líder
obrera Rosa Luxemburg en su polémica con Eduard Bernstein, materializada en el
libro Reforma o revolución, habla de unos sindicatos reducidos
a instrumentos destinados a la reducción progresiva de la ganancia a favor del
salario, lo que degenera en reivindicaciones propias de condiciones
pre-capitalistas (Luxemburg, 1900). Le reprocha a Bernstein que trate de
reducir la lucha de los obreros a la lucha contra la «distribución capitalista»
en vez de orientarla contra el propio modo capitalista de producción. En este
sentido afirma que los sindicatos, así como las cooperativas, son los puntos de
apoyo de la teoría del revisionismo.
De este
razonamiento deduce que para superar la lucha coyuntural de los sindicatos,
éstos deben estar relacionados íntimamente con el partido que representa los
intereses de los trabajadores como clase, idea que se contrapone con la teoría
de la llamada «igualdad de derechos»3
que encontraba respaldo en las posturas más moderadas de su partido. Para ella,
los militantes socialistas deben entrar en los sindicatos con el objetivo de
impregnarlos con una retórica y una política revolucionarias, más allá de la lucha
económica. Su conclusión fundamental es apostar por la completa unidad del
movimiento obrero sindical y socialista, absolutamente necesaria para las
futuras luchas de masas alemanas,
3. Esta teoría expone que el partido y el sindicato
deben ser organizaciones independientes y al mismo nivel político, de manera
que ninguno pueda inmiscuirse en los asuntos del otro.
… está
realizada desde ahora y se manifiesta en la vasta multitud que forma al mismo
tiempo la base del Partido socialista y la de los sindicatos y en la convicción
a partir de la cual las dos caras del movimiento se confunden en la unidad
mental (Luxemburg,
1905, p.103).
Para
alcanzar esta unidad se debe acabar con las cúpulas sindicales, las cuales,
fruto de la quietud y las luchas puramente económicas, han caído en el
«burocratismo y la estrechez de miras».
Luxemburg
resalta dos elementos centrales que recorrerán la mayoría de las tesis formuladas
respecto a la cuestión sindical en los siguientes años. Por un lado, la
relación entre el partido y los sindicatos. Y por el otro lado, la cuestión —ya
introducida por los clásicos— de las burocracias sindicales.
En el mismo
sentido que Luxemburg y definitivamente ligada a los postulados clásicos de
Marx y Engels, Lenin realiza una durísima crítica contra el «economismo»
(también llamado «tradeunionismo»), esto es, la reducción de la lucha a las
conquistas cotidianas como la subida del salario o la reducción de la jornada
de trabajo olvidando los intereses generales de la clase obrera. En ¿Qué hacer? (1902), Lenin propone (de manera más
rotunda que Luxemburg) la primacía del partido guiado por la teoría de
vanguardia, frente a los sindicatos. El Partido debe unir las tres luchas
—económica, política y teórica— y servir como remedio contra la espontaneidad
de las luchas obreras, formando una vanguardia consciente que «organice» la
revolución. También arremete contra la teoría de la «neutralidad sindical»,
impulsada entre otros por el eminente pensador marxista ruso, Georgui Plejánov.
Según Lenin (1908), los sindicatos no deben ser en ningún caso neutrales, pues
tienen que estar alineados con los intereses de la clase obrera representados
por el Partido.
Es
pertinente considerar que Lenin (1902) retoma también la crítica de los lemas
sindicalistas, desmontando el extendido lema de «imprimir a la lucha
económica un carácter político», pues oculta en su interior una tendencia
tradeunionista: la de reducir lo político a una serie de medidas
administrativas y jurídicas sin cuestionar, en el fondo, el carácter de clase
del propio Estado burgués.
Pese al
aparente pesimismo respecto a los sindicatos como organismos independientes,
Lenin (1902) no duda en reconocer que «las organizaciones sindicales no
sólo pueden ser extraordinariamente útiles para desarrollar y reforzar la lucha
económica sino que pueden convertirse, además, en un auxiliar de gran importancia
en la agitación política y la organización revolucionaria» (p. 244).
Tanto es así que en la URSS, y en todo el movimiento sindical mundial, se
popularizó la conocida consigna de los sindicatos como «escuelas de comunismo»
—esta proposición no debe ni puede ser aplicada al Partido, pues es una
organización de vanguardia consolidada, no una escuela (Lozovsky, 1935). Y
para el correcto desarrollo de esta función de lucha y apoyo, resulta de vital
importancia otra consigna que también acompañará al conjunto del movimiento
sindical (especialmente leninista): «la unión sindical».
Sería
conveniente hacer un pequeño apunte llegados a este punto. En la academia vemos
cómo el texto que quizás más se ha referenciado (a veces no directamente)
acerca de la relación entre la teoría leninista y los sindicatos es Acerca
del papel y las tareas de los sindicatos en las condiciones de la nueva
política económica (1922). De él se ha extraído en numerosas ocasiones
la conocida expresión de la «correa de transmisión». Esta expresión ha generado
cierta polémica, pues en muchos casos se ha dicho que Lenin veía a los
sindicatos como una «mera correa de transmisión [del partido político]»
(Paramio, 1986, p.75). Tal y como hemos visto, la cuestión no es tan simple,
Lenin no es reduccionista en este sentido, y esta afirmación debe, en
cualquier caso, contextualizarse en un texto que trata de la situación de los
sindicatos en el Estado socialista.4
4. Gran parte de la obra de Lenin referida a los
sindicatos trata de su papel en el socialismo, como herramientas de
organización de la emulación o como estructuras de organización de clase, sin embargo
ese tema escapa al ámbito de este documento. Es en este plano, donde Lenin
desarrolla sus polémicas con Trotski o Tomsky
El aporte
que hace Lenin a la cuestión sindical no acaba aquí. En su feroz alegato contra
los «izquierdistas» (La enfermedad infantil del
«izquierdismo» en el comunismo), les espeta que los comunistas deben participar en los
sindicatos mayoritarios aunque éstos sean controlados por tendencias no
revolucionarias o incluso aburguesadas del movimiento socialdemócrata. Los
comunistas no pueden mantenerse ajenos a las masas criticándolas desde
organizaciones marginales, sino que deben entrar en las organizaciones
mayoritarias manteniendo en ellas las propuestas propias de la socialdemocracia
(Lenin, 1920).
Lenin
tampoco obvia la cuestión de las aristocracias obreras, al contrario, habla de
una
…
aristocracia obrera» profesional, mezquina, egoísta, desalmada, ávida, pequeñoburguesa,
de espíritu imperialista, comprada y corrompida por el imperialismo (Lenin, 1920, p.377).
Incluso
profundiza en su origen:
Es
evidente que la gigantesca superganancia […] permite corromper a los dirigentes
obreros y a la capa superior de la aristocracia obrera. Los capitalistas de los
países «adelantados» los corrompen, y lo hacen de mil maneras, directas e
indirectas, abiertas y ocultas.
Esa capa
de obreros aburguesados o de «aristocracia obrera», enteramente pequeñoburgueses
por su género de vida, por sus emolumentos y por toda su concepción del mundo
es […] hoy en día, el principal apoyo social de la burguesía. Porque son
verdaderos agentes de la burguesía en el seno del movimiento obrero,
lugartenientes obreros de la clase capitalista […], verdaderos vehículos del
reformismo y del chovinismo (Lenin, 1917, p. 699).
Esta
cuestión también fue estudiada con detalle por el teórico y revolucionario Lev Trostki. ¿Adónde va Inglaterra? (1925) es una de las primeras obras donde
analiza el papel que jugaron los sindicatos en la sociedad capitalista. En
ella menciona el fenómeno de la proliferación y el desarrollo de la ideología
conservadora en los mismos (Hymann, 1975). Aun manteniendo una cierta
perspectiva optimista sobre su papel, los sindicatos pierden todo su potencial
revolucionario; pasan a ser un elemento de interés tras la propia revolución
proletaria. Más adelante se acentúa esta perspectiva, poniendo el foco en la
excesiva burocratización de las organizaciones sindicales (no sólo en los
países capitalistas sino también, en igual medida, en los países socialistas):
En los
estados capitalistas se observan las formas más monstruosas de burocratismo
precisamente en los sindicatos. Basta con ver lo que pasa en Norteamérica,
Inglaterra y Alemania. […] Gracias a ella [la burocracia presente en los
sindicatos de la «Internacional de Ámsterdam»] se mantiene en pie toda la estructura
del capitalismo, sobre todo en Europa y especialmente en Inglaterra. Si no
fuera por la burocracia sindical, la policía, el ejército, los lores, la
monarquía, aparecerían ante los ojos de las masas proletarias como lamentables
y ridículos juguetes. La burocracia sindical es la columna vertebral del
imperialismo británico (Trotski, 1929, p.42-43).
Para
Trotski, los sindicatos no tardaron en asumir un papel completamente
contrarrevolucionario. Corruptos hasta su médula por la burocracia sindical
(impulsada por el Estado capitalista), los mastodónticos aparatos sindicales
se convierten en inútiles cascotes de lo que un día fueron. El Estado ha
internalizado completamente sus estructuras.
Sin embargo
los comunistas no pueden estancarse en la crítica pasiva, deben ser conscientes
de que en el seno de estas organizaciones se encuentran muchos trabajadores
que no pueden ser despreciados. Por ello es deber de los revolucionarios
trabajar de manera soterrada en las estructuras sindicales sin descubrirse
como tales.
Es
absurdo pensar que sería posible trabajar contra la burocracia sindical con su
propia ayuda, o siquiera con su consentimiento. Ya que se defiende mediante
persecuciones, violencias, expulsiones, recurriendo frecuentemente a la ayuda
de las autoridades gubernamentales, debemos aprender a trabajar discretamente
en los sindicatos, encontrando un lenguaje común con las masas pero sin descubrirnos
prematuramente ante la burocracia (Trotski, 1933, p.75).
Esta
represión y corrosión de la acción sindical se acrecienta aún más cuando el
Estado encuentra en ellos resistencia activa. Sin embargo, como decimos, para
él no se debe obviar el plano sindical a la hora de enfrentarse al Estado
—fascista o burgués.
Ya en sus
últimos escritos, Trotski le otorga una importancia crucial a los sindicatos,
polarizando su función en un sentido notablemente más optimista de lo que
encontramos años antes:
Los
sindicatos […] pueden servir como herramientas secundarias del capitalismo imperialista
para la subordinación y adoctrinamiento de los obreros y para frenar la revolución,
o bien convertirse, por el contrario, en las herramientas del movimiento
revolucionario del proletariado (Trotski, 1940, p. 98).
No se puede
pasar por alto a otro de los autores fundamentales de la teoría marxista
moderna: el italiano Antonio Gramsci.
En 1919
analiza pormenorizadamente la labor de los sindicatos junto con la de los
consejos de fábrica. Para él, los sindicatos son instrumentos — concebidos
como armas contra las acciones concretas de la burguesía— útiles para proveer
al proletariado de gestores y técnicos pero «no puede[n] ser la base del poder
proletario», así como tampoco surgirán de ellos «los cuadros en los que se
encarnen el impulso vital, el ritmo de progreso de la sociedad comunista»
(Gramsci, 1919, p. 98-99). Efectivamente:
los
obreros convertidos en dirigentes sindicales perdieron por completo la
vocación laboriosa y el espíritu de clase, adquirieron todos los caracteres del
funcionario pequeñoburgués, intelectualmente perezoso y moralmente corrompido
o fácil de corromper (Gramsci
1922, p. 145).
Aun sin
considerarlos el motor de cambio ni su vehículo, ve necesario que los comunistas
se organicen en ellos y usen su influencia para impregnarlos de las tesis y
tácticas de la III Internacional. Como vemos, él tampoco elude de ninguna
manera la tarea de entrar en la polémica de la relación entre Partido y
sindicatos:
Sobre las
relaciones entre el partido y el movimiento sindical no pueden ser definidas
con los conceptos tradicionales de igualdad entre los dos organismos o de
subordinación del uno al otro, sino que solamente con una noción de relaciones
políticas establecidas entre el cuerpo electoral y el partido político que a él
propone una lista de candidatos para la administración. Si la noción es igual,
sin embargo la práctica real es fundamentalmente distinta.
El
partido comunista tiene su representación permanente constituida en el seno del
sindicato y actúa a través de ella, es decir con la mayor competencia y con la
mayor responsabilidad. No se trata entonces de dos organismos distintos: sólo
se trata, como por otro lado siempre ha sucedido, de una parte de la asamblea
sindical que hace proposiciones y expone su programa al resto de la misma. (Gramsci, 1922, p. 146)
Propone un
modelo de células partidistas en red dentro de los distintos sindicatos, defendiendo
en su seno las posturas del partido comunista. Esta red se formará con carácter
permanente y mantendrá unos objetivos comunes (y tácticas autónomas) incluso
después de la revolución socialista. Entre los principales objetivos deben
figurar, con marcada importancia, la unidad sindical en Italia y fomentar la
incorporación de los distintos sindicatos a la Internacional Sindical Roja
—la Profintern— (Gramsci, 1922). Rescata, además, el espíritu de La
enfermedad infantil… cuando responde al izquierdista Vecchi que los comunistas
no deben aspirar, «por principio», a la creación de nuevos sindicatos (Gramsci,
1923).
Llegados a
este punto, debemos señalar y poner en valor la versatilidad de la teoría
marxista. Hay quien clamaría por lo errático de las distintas posturas
teórico-prácticas, sin embargo, eso lejos de devaluar la propuesta, hace de
ella algo vivo y adaptable a las distintas situaciones. Sería inútil y
contraproducente obcecarse dogmáticamente en una posición radical u otra
respecto a la función de los sindicatos para los revolucionarios. De hecho, encontramos
ejemplos de cristalización teórica en ambos sentidos. Por un lado los
«consejistas» de izquierdas quienes, como Gorter o Mattick —rescatando las
ideas de Pannekoek—, ofrecen una postura completamente férrea e inamovible
sobre el carácter contrarrevolucionario y perverso de los sindicatos (Gorter,
1920). Por otro lado, encontramos el sindicalismo revolucionario de Sorel
(1906) y sus seguidores, para quienes el Sindicato es el instrumento de la
guerra social que conduce a la liberación. En ambos casos la teoría queda
devaluada5 al no ofrecer un marco
amplio para el análisis de la realidad social.
5. Curiosamente, estas dos teorías llegan a confluir,
junto con un amasijo de teorías estéticas y radicales, en la formación del
llamado «izquierdismo moderno» (Gombin, 1973)
Cismas en los posicionamientos
marxistas tras la III Internacional (1945-1980)
Antes de
precipitarnos al esbozo de unas conclusiones, debemos abordar, aunque sea de
manera sucinta, los debates que tuvieron lugar con posterioridad a la III
Internacional, en el marco de la segunda mitad del siglo XX.
Tras la
Segunda Guerra Mundial (en 1945) y la muerte de Stalin (en 1953) el marxismo se
encontraba dividido entre distintas tendencias duramente enfrentadas. Mientras
que los países socialistas se encontraban profundamente fragmentados en
tendencias de desarrollo —soviética, pro-china y yugoslava fundamentalmente—,
los intelectuales y pensadores en occidente no tardaron en dar de lado al
partido comunista y a las «versiones oficiales» para desarrollar una teoría en
gran medida vacía de contenido político concreto.
La mayoría
de los países socialistas, así como sus sindicatos afines se coordinaban en la Federación Sindical
Mundial (FSM),
llegando a ser un importante referente para las capas más combativas del
proletariado organizado. Sin embargo, al igual que la Profintern nunca llegó a
tener el volumen de afiliados que la Internacional de Ámsterdam —pese a tener
el importarte apoyo y contar con los miembros de los sindicatos de países
socialistas—, la FSM se ve eclipsada por las diferentes organizaciones de
sindicatos moderados, entre las que destaca (en occidente) la Confederación
Europea de Sindicatos.
Como hándicap añadido,
la FSM no contaba con una unidad de acción o de discurso. En su seno existían
grandes contradicciones que no eran sino el reflejo de las discusiones en el movimiento
comunista internacional. Los soviéticos, los mayores promotores de la
organización, apostaban aún por la vía de los frentes amplios no rupturistas,
incluyendo en sus objetivos la lucha por la paz y el aglutinamiento de fuerzas
de clase. Mientras tanto, los chinos y los albaneses veían en el cambio en las
líneas sindicales, un reflejo de la «coexistencia pacífica» y del giro hacia
el reformismo y el oportunismo impulsado por el espíritu del XX Congreso del PCUS (Kota, 1976).
Al mismo
tiempo, la intelectualidad marxista occidental marchaba por otros derroteros.
Los grandes pensadores críticos de la segunda mitad de siglo en Europa habían
olvidado su relación con el Partido, y además, habían abandonado en su mayoría
cualquier conexión con la lucha política. Muchos de ellos no tardaron en caer
en un pesimismo, no sólo respecto a la labor sindical, sino en cuanto al
conjunto de la actividad revolucionaria (Anderson, 1976). Ya desde la Escuela
de Frankfort se aprecia una inexorable tendencia hacia la pasividad; se analizaban
las causas de la derrota con mucha más profundidad que los medios para la
victoria. Esto llevó, en lo que nos concierne, al repentino olvido de las
organizaciones revolucionarias en general. Para este grupo de intelectuales, el
Estado capitalista había internalizado completamente las estructuras que
antaño pudieran ser revolucionarias. Posteriormente, el pensador marxista
francés, Louis Althusser (1984), no por casualidad, incluyó a los sindicatos
como un órgano más de los «aparatos ideológicos del estado» capitalista.
En otras
palabras, mientras los revolucionarios organizados discutían sobre la manera
correcta de extender la revolución a occidente y al mundo, desde una influencia
mínima en las masas sociales, los intelectuales marxistas occidentales
—huérfanos ya de Partido—, dejaban en la estacada la propia idea de revolución.
La praxis,
única base de la teoría sindical
Por escueto
que haya sido nuestro recorrido por la vasta teoría que se ha desplegado en
torno a la cuestión sindical, podemos extraer de ella los atisbos de la
formación de una teoría: la teoría de la praxis.
Ninguno de
los más grandes pensadores ha propuesto una serie de ideas preconcebidas sin
conexión con la situación social. En definitiva, no existen recetas mágicas ni formulas
inamovibles. Cualquier intento de coagulación de la teoría marxista sería una
renuncia a la propia tradición de pensamiento revolucionario en la que nos
enmarcamos. Tampoco se puede ver como mero «optimismo» o «pesimismo» ninguna de
las teorías que se han expuesto. En primer lugar, porque sería faltar a la
verdad tratar de resumir de una forma u otra cualquiera de las posturas
planteadas, y en segundo lugar, porque de esta manera las estaríamos despojando
de cualquier contenido revolucionario.
No se trata
de saber cuál es la receta «correcta», ni siquiera de identificarnos con una u
otra. Tampoco de analizar las discrepancias entre ellos o sus elementos de
confluencia. Pese a que eso puede albergar cierto interés académico o
histórico, nuestro deber es analizar, como ellos lo hicieron, nuestra realidad
histórica antes de establecer una táctica sindical u otra.
El modelo de
análisis que se propone a continuación no es más que un bosquejo con el que se
marcan elementos fundamentales de cualquier estudio marxista a la hora de
enfrentarnos a la cuestión sindical. Estos son:
— El
desarrollo histórico concreto de las fuerzas productivas y del mercado de
fuerza de trabajo en el entorno. De ello se desprenderá una determinada
correlación de clases a partir de la cual se construiría una estrategia
revolucionaria u otra.
— La correlación de fuerzas entre las distintas clases y su plasmación en las centrales sindicales. Algunos aspectos destacables serían el volumen de afiliados y las políticas propuestas, así como su implantación en las masas.
— La situación política e ideológica —superestructural— en el Estado concreto. Políticas destinas al desarrollo o cooperación sindical. Incluimos aquí la actitud del Estado frente a los movimientos revolucionario-reivindicativos.
— La correlación de fuerzas entre las distintas clases y su plasmación en las centrales sindicales. Algunos aspectos destacables serían el volumen de afiliados y las políticas propuestas, así como su implantación en las masas.
— La situación política e ideológica —superestructural— en el Estado concreto. Políticas destinas al desarrollo o cooperación sindical. Incluimos aquí la actitud del Estado frente a los movimientos revolucionario-reivindicativos.
Obviamente
hay otros elementos que deben ser tomados en cuenta como las contradicciones
respecto a la cuestión nacional, los medios de comunicación, las relaciones de
género, etc. Todo esto puede condicionar (e incluso, en algunas circunstancias,
determinar) la cuestión sindical. Sin embargo, no son sino condiciones subalternas
cuando abordamos esta problemática.
Este
análisis no puede ser pura y simplemente académico, debe incluir
inexorablemente la praxis política. Es deber de los revolucionarios entrar en
contacto con las masas en sus organizaciones defendiendo en su seno las líneas
de la emancipación de la clase trabajadora.
No hay mejor
remedio contra el dogmatismo táctico que la combinación de la lectura, el
análisis y el activismo. Todo ello es imprescindible para afinar unas
apropiadas líneas en la cuestión sindical.
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1902 ¿Qué hacer? Moscú: Editorial Progreso. 1961. [Obras escogidas tomo 1]
1917 El imperialismo, fase superior del capitalismo. Moscú: Editorial Progreso. 1961. [Obras escogidas tomo 1]
El
imperialismo, fase superior del capitalismo
1920 La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo. Moscú: Editorial Progreso. 1961. [Obras escogidas tomo 3]
1922 Acerca del papel y las tareas de los sindicatos en las condiciones de la nueva política económica. Moscú: Editorial Progreso. 1961. [Obras escogidas tomo 3]
Luxemburg
R.
1900 Reforma o revolución. Barcelona: Diario Público. 2009.
1900 Reforma o revolución. Barcelona: Diario Público. 2009.
1905 Huelga de masas, partido y sindicatos. Madrid: Siglo XXI. 1974.
Lozovsky
S.
1935 Marx and the trade unions. Londres: Martin Lawrence LTD.
1935 Marx and the trade unions. Londres: Martin Lawrence LTD.
Marx K.
1865 Salario, precio y ganancia. Madrid: Editor Padilla. 1968.
1848 Miseria de la filosofía. Barcelona: Ediciones Folio. 2002.
1865 Salario, precio y ganancia. Madrid: Editor Padilla. 1968.
1848 Miseria de la filosofía. Barcelona: Ediciones Folio. 2002.
Marx y
Engels
1844-1890a El sindicalismo. Teoría, organización, actividad (vol. I). Barcelona: Editorial Laia. 1976.
1844-1890a El sindicalismo. Teoría, organización, actividad (vol. I). Barcelona: Editorial Laia. 1976.
1845-1890b El sindicalismo. Contenido y significado de las reivindicaciones (Vol. II). Barcelona: Editorial Laia. 1976.
Gorter H. et
al.
1920 La cuestión sindical. Madrid: Castellote editor. 1977. [Disponible en: Los consejos obreros y la cuestión sindical]
1920 La cuestión sindical. Madrid: Castellote editor. 1977. [Disponible en: Los consejos obreros y la cuestión sindical]
Paramio,
L.
1986 Sindicato y partido: un conflicto creativo. Nueva sociedad, 83, 75-80.
1986 Sindicato y partido: un conflicto creativo. Nueva sociedad, 83, 75-80.
Sorel
G.
1906 Reflexiones sobre la violencia. Madrid: Alianza Editorial. 1972
1906 Reflexiones sobre la violencia. Madrid: Alianza Editorial. 1972
Trostki,
L.
1923-1940 Acerca de los sindicatos. Madrid: Fundación Federico Engels. 2002.
1923-1940 Acerca de los sindicatos. Madrid: Fundación Federico Engels. 2002.
LEON
TROTSKY. ACERCA DE LOS SINDICATOS
23 de marzo
de 1923.
Notas
1. Se
denomina «tradición marxista revolucionaria» al conjunto de
pensadores-activistas que suscribieron la perspectiva marxista de la revolución
proletaria, en contraposición con aquellos que tomaron el marxismo como método
o referencia despojándolo del contenido revolucionario.
2. En el
texto se emplea la palabra «socialdemocracia» en el sentido histórico de sus
orígenes, hoy podría traducirse como socialismo o comunismo.
3. Esta
teoría expone que el partido y el sindicato deben ser organizaciones
independientes y al mismo nivel político, de manera que ninguno pueda
inmiscuirse en los asuntos del otro.
4. Gran
parte de la obra de Lenin referida a los sindicatos trata de su papel en el socialismo,
como herramientas de organización de la emulación o como estructuras de
organización de clase, sin embargo ese tema escapa al ámbito de este documento.
Es en este plano, donde Lenin desarrolla sus polémicas con Trotski o Tomsky.
5.
Curiosamente, estas dos teorías llegan a confluir, junto con un amasijo de
teorías estéticas y radicales, en la formación del llamado «izquierdismo
moderno» (Gombin, 1973)
V. I. Lenin. El imperialismo y la escisión del socialismo. 1916
Carta
abierta al camarada Lenin, 1920
(en castellano)
Carta
abierta al camarada Lenin , 1920 (en inglés)
Comunismo
de izquierda (en inglés)
LOS MARXISTAS Y LOS SINDICATOS
Marx Engels Rosa Luxemburg III Internacional Lenin Trotsky IV
Internacional
Índice
Marx: 6.
Sociedades obreras (Trade’s Unions), su pasado, presente y porvenir 4
Marx, de
Trabajo asalariado y capital 4
Sobre la
‘comunidad de intereses’ entre el obrero y el capitalista 47.
Las
asociaciones obreras 58.
Aspecto
positivo del asalariado 6
Marx, de
Salario precio y ganancia (“XIV. La lucha entre el capital y el trabajo, y sus
resultados”) 7
Engels, de La situación de la clase obrera en
Inglaterra 9
Engels, Un
salario justo por una jornada justa 12
Engels, El
sistema de trabajo asalariado 14
Engels, Las
tradeuniones 15
Engels,
organización retrógrada de los viejos sindicatos 18
Engels,
contra la limitación del papel de los sindicatos 18
Engels, Un
partido de obreros 19
Engels,
Clases sociales necesarias y superfluas 20
Rosa
Luxemburg, de Reforma o revolución 22
Rosa
Luxemburg, de Huelga de masas, partido y sindicatos 24
Lenin.
Huelgas económicas y huelgas políticas 26
Lenin, del
Informe al Segundo Congreso de los sindicatos de Rusia 29
Lenin,
partido y sindicatos 31
Lenin,
“democracia de la producción” 32
Lenin, de La
enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo 32
Tercera
Internacional: El movimiento sindical, los comités de fábrica y de empresas 35
Trotsky, Los
sindicatos ante la embestida económica de la contrarrevolución 39
Trotsky, El
ILP y la nueva internacional 41
Trotsky, de
¿Ni un estado obrero, ni un estado burgués? 43
Trotsky, del
Programa de Transición (IV Internacional) 44
Los
sindicatos en el período de transición
44
Comités de fábrica 45
Trotsky, Discusiones sobre el Programa de
Transición. Comparación entre los movimientos obreros de Estados Unidos y Europa
45
Trotsky, Las
tareas del movimiento sindical en América Latina 49
Trotsky, ¡Al
pozo! (Sobre el último congreso de la CGT)
50
Trotsky, La
industria nacionalizada y la administración obrera 51
Trotsky, Los
sindicatos en la era de la decadencia imperialista (borrador inconcluso) 53
La fusión de
las organizaciones sindicales con el poder estatal 53
Consignas
por la independencia de los sindicatos 54
Necesidad
del trabajo en los sindicatos 54
En los
países “atrasados” 54
El
capitalismo monopolista y los sindicatos
55
En los
países coloniales o semicoloniales 55
En
Inglaterra 55
En Francia
55
En los Estados Unidos 56
En España
56
En Holanda
56
En México 56
El
anarquismo 57
LENIN Y LOS
SINDICATOS
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