sábado, 8 de octubre de 2016

Rosa Luxemburgo. Una cuestión de táctica. Escrito: julio de 1899 (La participación activa de los socialistas con un gobierno burgués. La clase obrera no puede aliarse con el enemigo de clase para defender sus conquistas democráticas).



                                                     Rosa Luxemburgo



                                                   Alexandre Millerand



Nota del editor de este blog: Le he añadido varios textos complementarios

La entrada de Alexandre Millerand al gabinete gubernamental de Waldeck-Rousseau merece ser estudiada en términos de la táctica y los principios, tanto por los socialistas franceses como por los socialistas de otros países. La participación activa de los socialistas con un gobierno burgués, es en todo caso, un fenómeno que va más allá de la actividad habitual del socialismo. ¿Se trata aquí, de una forma de actividad tanto oportuna como justificada por y para los intereses del proletariado, como por ejemplo, la actividad en el Parlamento en los Consejos municipales o, por el contrario, de una ruptura con los principios y táctica Socialista? O bien la participación de los socialistas en el gobierno burgués no es más que un caso excepcional, admisible y necesario bajo ciertas condiciones, condenable y nefasta en otras?



Desde el punto de vista de la concepción oportunista del socialismo tal como se manifiesta en los últimos tiempos en nuestro partido y particularmente en las teorías de Bernstein -es decir, desde el punto de vista de la introducción gradual del socialismo en la sociedad burguesa- la entrada de elementos socialistas en el gobierno debe parecer como algo tan deseable como natural. Si, por un lado, logramos hacer penetrar poco a poco pequeñas dosis de socialismo en la sociedad capitalista y si el Estado capitalista pasa poco a poco, a transformarse en un Estado socialista, la admisión, cada vez más amplia, de socialistas en seno del gobierno burgués, seria incluso una consecuencia natural del desarrollo progresivo de los Estados burgueses, que correspondería totalmente a su pretendida evolución hacia una mayoría socialista en los órganos legislativos.


Por tanto, si la participación ministerial Millerand concuerda bien con la teoría oportunista, no cumple más que con la práctica oportunista. La obtención de resultados inmediatos y tangibles, por cualquier medio, constituye el hilo conductor de esta práctica, la entrada de un socialista en el gobierno burgués debe parecer a los "políticos prácticos" como un éxito inapreciable. Sin embargo, un ministro socialista no podría hacer más que solo pequeñas mejoras, endulzamientos y reacomodos de todo tipo!


Si, por el contrario, se parte desde el punto de vista de que la introducción del socialismo sólo puede ser considerado después de la destrucción del sistema capitalista, y que la actividad socialista, se reduce ahora a la preparación objetiva y subjetiva desde este momento de la lucha de clases, se plantea la cuestión de otra manera. Está claro que la socialdemocracia, para llevar a cabo una acción eficaz, debe ocupar todos los puestos disponibles en el Estado actual y debe ganar terreno en todas partes. Pero siempre a condición que estas posiciones permitan desarrollar la lucha de clases -la lucha contra la burguesía y su Estado.


Sin embargo, para este punto de vista, hay una diferencia esencial entre las legislaturas y el gobierno de un Estado burgués. Mientras que en el Parlamento, los elegidos por los trabajadores no logran hacer valer sus reivindicaciones, al menos podrían continuar la lucha persistiendo en una actitud de oposición. En el gobierno, por el contrario, que se encarga de hacer cumplir las leyes, la acción, no tiene lugar en su marco, para una oposición de principio, él debe actuar de manera constante y por cada uno de sus órganos, debe por lo tanto, aun cuando esté compuesto por miembros de distintos partidos, como lo es en Francia desde algunos años donde hay ministerios mixto, tener constantemente una base de principios comunes que le den la posibilidad actuar, es decir, "la base del orden existente, en otras palabras, la base del Estado burgués. El representante más extremo del radicalismo burgués de hecho, puede gobernar al lado de los conservadores más reaccionarios. Por tanto para un adversario radical del sistema actual se encuentra ante la siguiente alternativa: o bien cada momento hacer oposición a la mayoría burguesa en el gobierno, es decir, no ser un miembro activo del gobierno, obviamente esto crearía una situación insostenible obligando a sacar al miembro socialista del gobierno, o bien tendría que colaborar, realizando las funciones diarias requeridas para el mantenimiento y el funcionamiento de la máquina estatal, es decir, de hecho, no ser un socialista, al menos en el contexto de sus funciones gubernamentales.


Aunque el programa de la socialdemocracia contiene muchas afirmaciones que podrían -abstractamente hablando- ser aceptadas por un gobierno o un parlamento burgués. Por tanto, cabe imaginar a primera vista que un socialista, puede en el gobierno, así como el parlamento, servir a la causa del proletariado esforzándose por arrancar en su favor todo que sea posible obtener en el ámbito de las reformas sociales. Pero, de nuevo, aparece un hecho que siempre olvida la política oportunista, el hecho de que en la lucha de la socialdemocracia, no el qué sino el cómo lo que importa. Mientras los representantes de la socialdemocracia está tratando de lograr en los órganos legislativos reformas sociales, ellos tienen todas las oportunidades de su oposición simultánea a la legislación y al gobierno burgués en su conjunto -que encuentra su expresión manifiesta en el rechazo del presupuesto, ejemplo- también de dar su lucha por reformas burguesas un carácter socialista y principal, el carácter de una lucha de clases proletaria. Por el contrario, un socialdemócrata que está tratando de introducir las mismas reformas sociales en tanto que miembro del Gobierno, es decir, apoyando al mismo tiempo al Estado burgués, en realidad está reduciendo su socialismo (diciendo las cosas lo mejor posible) a un democratísimo burgués o una política obrera burguesa. Así, mientras que el aumento de los socialdemócratas en las representaciones populares permitió el fortalecimiento de la lucha de clases, su penetración en el gobierno sólo puede traer la corrupción y el desorden en las filas de la socialdemocracia. Los representantes de la clase obrera no pueden, sin negar su razón de ser, entrar en un gobierno burgués más que en un solo caso: para tomarlos y transformarlo un gobierno de la clase trabajadora adueñándose del poder.


Sin duda puede haber en la evolución, o más bien en la decadencia de la sociedad burguesa, los momentos finales cuando la prosa de poder por parte de los representantes del proletariado no es aún posible, y donde, sin embargo, su participación en el gobierno burgués aparece como necesario: por ejemplo cada vez que de la libertad del país o de los logros democráticos, como la República, en un momento donde el gobierno burgués estaría precisamente muy comprometido y ya demasiado desorganizado para determinar, sin el apoyo de los diputados obreros, a la gente a seguir. En estos casos, por supuesto, los representantes de los trabajadores no tendrían derecho, por amor a los principios abstractos, a negarse a defender la causa común. Pero incluso en este caso, la participación de los socialdemócratas debe practicarse en formas que no dejan a la burguesía ni la gente la más mínima duda sobre el carácter pasajero y el objetivo exclusivo de su acción. En otras palabras, la participación de los socialistas en el gobierno no debe, ir hasta la solidaridad, en general, con la actividad y la existencia de este último. No parece que tal situación este presente precisamente en la Francia de hoy. Los partidos socialistas habían expresado su voluntad, al principio, y sin considerar la participación ministerial, para apoyar a cualquier gobierno verdaderamente republicano. Pero ahora, después de la entrada de Millerand al gabinete gubernamental, entrada que se celebró en todo caso, sin el consentimiento de sus colegas, este apoyo es alarmante, en parte, para los socialistas.


De todos modos, no nos corresponde a nosotros juzgar el caso especial del Gabinete Waldeck-Rousseau, sino deducir de nuestros principios básicos una norma general de conducta. Desde este punto de vista, la participación socialista en los gobiernos burgueses parece ser una experiencia que solo puede terminar en gran detrimento de la lucha de clases.
En la sociedad burguesa, la socialdemocracia, por su propia naturaleza está destinada a desempeñar el papel de un partido de oposición, ella no puede acceder a gobierno más que sobre las ruinas del Estado burgués.●
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Rosa Luxemburgo  Cuestión de táctica [Sobre Bélgica].

 Escrito: el 4 de abril 1902

Hace unos años, cuando la cuestión de las alianzas con los partidos burgueses se había convertido en tema de un debate particularmente animado en nuestras filas, los partidarios de estas alianzas políticas han tenido el cuidado de referirse al ejemplo del Partido obrero de Bélgica. Ellos pretendían que su alianza con los liberales durante la larga lucha por el sufragio universal podría mostrar cómo a veces coaliciones entre la socialdemocracia y la democracia burguesa pueden ser necesarias y políticamente seguras (sin peligro).


Esta demostración ya ha fracasado. Sólo los que no estaban al tanto de los constantes cambios en las actitudes de los liberales y su repetida traición a sus compañeros lucha proletaria no podía ser muy pesimista sobre el apoyo que la democracia burguesa traería a la clase obrera. Los acuerdos de la última conferencia del Partido socialdemócrata belga[*] ahora ofrecemos una contribución muy importante para responder a esta pregunta.

Sabemos que el proletariado belga se encuentra en un momento crucial en su batalla desde hace quince años con tenacidad extrema por el sufragio universal. Él se está preparando para un nuevo asalto contra el dominio de los clericales y sufragio plural[**]. Bajo la presión de la clase obrera resuelta una burguesía liberal en mal estado reúne a sus fuerzas y tiende la mano a la socialdemocracia para una campaña conjunta.

Pero esta vez, la alianza llegó a concluirse, sobre la base del trueque: los liberales renunciaban al voto plural y aceptaban el sufragio universal e igual (un hombre, un voto). A cambio, los socialdemócratas aceptaban la inclusión de la representación proporcional en la constitución y renunciaban a exigir el derecho de las mujeres a votar y a utilizar métodos revolucionarios en la lucha por el derecho al voto. La Federación de Bruselas del Partido obrero había ya aceptado las condiciones impuestas por los liberales sobre estos puntos clave, y la conferencia de Pascua de los socialdemócratas belgas formalizó este compromiso político dando su acuerdo.


Está claro, y este hecho es indiscutible, que el pacto, o más bien el compromiso alcanzado con los liberales por los socialdemócratas llevó al abandono de una de las disposiciones fundamentales de su programa. Por supuesto, los camaradas belgas aseguran que no han dejado de lado la exigencia de los derechos de voto de las mujeres "más que por el momento", y que la reformularan una vez adquirido el sufragio universal para los hombres. Sin embargo, para los socialdemócratas de todos los países, es una novedad considerar su programa como un menú con platillos que solo se pueden disfrutar uno después de otro. Incluso si una situación política en particular puede llevar temporalmente al Partido obrero en cada país para hacer más por ciertos objetivos de su programa que por otros, es más bien la totalidad de nuestro programa quien permanente como fundamento de nuestra lucha política. Entre poner temporalmente en segundo plano uno de los elementos del programa y explícitamente renunciar a él, ni siquiera temporalmente, como precio para alcanzar otra parte del programa, hay una distancia que separa la lucha basada en los principios de la vida de la socialdemocracia de las manipulaciones políticas de los partidos burgueses.


Este es el sacrificio del derecho de las mujeres a votar en Bélgica que tenemos que hacer. Si bien la resolución del Congreso de Bruselas es lacónica: "La revisión constitucional se limitara al derecho de voto de los hombres." Sin embargo, podemos esperar que los clericales introduzcan un proyecto de ley de sufragio femenino en el curso de la revisión, para sembrar la discordia entre los liberales y los socialdemócratas. La Resolución de Bruselas recomienda que en este caso los representantes del Partido Obrero "frustren esta maniobra y mantengan la alianza con los partidarios del sufragio universal." Claramente, esto significa que deberán votar ¡en contra del derecho de las mujeres a votar!

Ciertamente, no es bueno solo tener los principios fundamentales, y no podemos imaginar que se exija al Partido Obrero renunciar a avances concretos inminente en el nombre de un esquema programático abstracto. Pero, como siempre, los principios se sacrifican aquí por ilusiones, y no para un progreso concreto, real. Si se mira de cerca, parecería que, como siempre, es pura fantasía sugerir que la defensa de nuestros principios políticos nos habría privado de logros concretos.

Se ha dicho en efecto que si los socialdemócratas belgas habían insistido sobre el derecho de la mujer al voto, los liberales habrían roto y toda la campaña se habría puesto en peligro. Pero no podemos juzgar el caso de que el Partido obrero de la coalición federal con los liberales y sus condiciones de cómo él aceptó un tercer encogimiento de estas condiciones, el abandono de los métodos revolucionarios. Es obvio que la socialdemocracia belga no puede de ninguna manera dejar sus manos atadas en cuanto a la elección de los métodos de lucha. Por tanto, ella ha dejado atrás su única convicción: que la fuerza que puede lanzar a la batalla, la sólida garantía de la victoria no está en el apoyo que puede dar a los temerosos alcaldes y senadores liberales, sino en la capacidad de movilizar a las masas proletarias, y no en el parlamento, sino en la calle.


Sería bastante extraño que el Partido Obrero de Bélgica alimente la menor duda sobre este punto, después de haber logrado sus victorias anteriores, tales como la eliminación parcial de voto plural, gracias a una huelga de masas memorable y la amenaza de protestas en las calles de la clase obrera. Al igual que antes, el movimiento de proletariado belga obrara como un rayo sobre la burguesía "liberal" y puede predecir la rapidez con estos "aliados" de los socialdemócratas se precipitaran hacia sus agujeros cual ratas parlamentarias con el fin de traicionar a su compromisos y dejar el sufragio universal en las manos de los obreros. Incluso esta hermosa perspectiva es nada menos que un misterio para el Partido Obrero de Bélgica.


A pesar de todo, si decide poner discretamente en secreto la tercera condición del pacto con los liberales y se prepara para cualquier eventualidad, se demuestra la importancia que concede al "apoyo liberal" como él de una compañía circunstancial, transitoria, por un trecho del camino en la misma ruta, aceptamos marchar, pero con los que no desviamos ni un paso del camino que se ha trazado.


Esto demuestra lógicamente que los "avances concretos", que suponen el sacrificio del derecho de las mujeres a votar no son más que chapucerías. Y cada vez que presentamos proyectos imprudentes de compromisos a costa de nuestros principios fundamentales, lo se ha observado tanto en casa como en el extranjero, lo que está siempre en juego no son los supuestos "avances concretos" sino el abandono de nuestro programa. En cuanto a nuestros "políticos realistas", no son básicamente más que Hécubas[***], es decir un revoltijo formalista que ha surgido y se repetido con tanta frecuencia que ya no tienen ninguna importancia práctica.



No sólo el derecho de la mujer al voto ha sido continua y universalmente reconocido por la socialdemocracia belga, sino los representantes de los trabajadores en el Parlamento también han votado por él por unanimidad en 1895. Es cierto que hasta el momento esta demanda no tenía ninguna posibilidad de ser conocido en Bélgica y en otros países europeos. Ahora, por primera vez podría ser un debate político, y de repente parece que no hay unanimidad sobre el viejo requerimiento programático en las filas del Partido obrero. Mejor, de acuerdo con la declaración hecha por Dewinne[****] en el Congreso de Bruselas, "!todo el partido ha adoptado una actitud negativa sobre la cuestión del sufragio de las mujeres!"


Este espectáculo sorprendente nos revela los argumentos socialdemócratas belgas contra el derecho de las mujeres a votar. Son exactamente el mismo que el utilizado por el zarismo ruso, incluso invocada por la doctrina alemana del derecho divino para justificar la injusticia política: "El público no es lo suficientemente maduro para ejercer el derecho al voto" Como si no hubiese otra escuela de madurez política para que el público sólo tuviera que utilizarla bien! Como si la clase obrera masculina no hubiera aprendido a utilizar la boleta electoral para defender sus intereses de clase y debiera siempre estar aprendiendo!


Al contrario, todo el mundo clarividente, debe esperar más pronto o más tarde, el fuerte impulso que imprimirá al del movimiento obrero la inclusión de las mujeres proletarias en la política. Esta perspectiva no se abre más que un vasto campo de acción de agitación para socialdemocracia. La emancipación político de las mujeres también hará soplar un viento fresco, vigorizante, sobre la política y la vida social, un viento que disipe su vida confinada al ambiente familiar filisteo que contamina incluso a miembros de nuestro partido, sean esto trabajadores o dirigentes.


Es cierto que al principio, las consecuencias políticas del derecho de votos para las mujeres podrían ser muy desagradables, como el refuerzo en Bélgica de la autoridad de los clericales. A lo largo de todo el trabajo y agitación del Partido obrero debe ser revisado por completo. En definitiva, la igualdad política de las mujeres es una experiencia política valiente y de gran amplitud.

Sin embargo, extrañamente, todos aquellos que tienen una gran admiración por la "experiencia" del genero Millerand[*****] y no tienen palabras suficientes para elogiar su intrépida experiencia, hoy no encuentran nada que decir a los camaradas belgas que retrocede ante el derecho de la mujer a votar. Sí, incluso Anseele [******], el dirigente belga que fue tan rápido en el momento, siendo él, el primero en enviar sus felicitaciones al "camarada" Millerand por su "valiente", experiencia ministerial, es ahora uno de aquellos que más fuertemente se han opuesto a los esfuerzos para garantizar que las mujeres tengan derecho a votar en el país. Una vez más, tenemos la demostración entre otras cosas, del género de "coraje" para cuales "los políticos realistas" nos instan regularmente. Obviamente, es sólo el coraje de participar en experiencias oportunistas a expensas de los principios socialdemócratas. Pero cuando se trata de establecer el trabajo valiente de nuestros requerimientos programáticos, estos mismos políticos no buscan en absoluto impresionarnos con su coraje, y empiezan a buscar más excusas para abandonar tal o cual exigencia, "temporalmente" y "con dolor". ●

Notas
[*] En la Conferencia celebrada en Bruselas los días 30 y 31 de marzo de 1902, el Partido obrero de Bélgica ha solicitado la inclusión en la Constitución del principio "un hombre, un voto" y el de la representación proporcional. Rechazó la extensión del derecho de voto a las mujeres.


[**] En el sistema vigente en Bélgica desde 1894 hasta 1918, algunos votantes tenían uno o dos votos suplementarios si ellos eran diplomados (graduados) de la enseñanza secundaria o si se cumplen ciertas condiciones de ingresos o de riqueza.


[***] Hécuba, la esposa del rey Príamo de Troya, fue hecha prisionera después de la toma de la ciudad por los griegos y, al igual que otros troyanos, ella es otorgada a los vencedores.


[****] August Dewinne, un reformista socialdemócrata.


[*****] En Francia, en 1899, Alexandre Millerand, un líder reformista, fue el primer socialista en aceptar un puesto ministerial en un gobierno burgués. Rosa Luxemburgo escribió un artículo contra Millerand en julio 1899 con el mismo título de este artículo (en la traducción francesa: Rosa Luxemburgo, el socialismo en Francia, Belfond, 1971, páginas 63-66.).

[******] Edward Anseele; diputado socialista belga.

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Escrito: En ruso en Petrogrado el 4 y 5 de abril de 1917.


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