La
Batalla, 14 de marzo
de 1937.
Bastaría
repasar las colecciones de la Prensa obrera de todos los países, a partir de la
muerte de Carlos Marx, en 1883, para convencerse firmemente de lo que ha
evolucionado y cambiado, a través de los años, el que podemos llamar
pensamiento oficial del marxismo. La interpretación, la valoración de la
doctrina de Marx, ha pasado durante este tiempo, por etapas diversas, y ha
tenido divulgadores diferentes que llegaban en sus análisis y aplicaciones a
conceptos nada homogéneos. La lucha entre marxistas de tan diversas categorías,
se ha librado siempre en nombre del marxismo. Es más, hasta cuando se ha
intentado llevar a cabo una revisión a fondo del marxismo que dejase a éste
desposeído de su auténtica significación, se ha hecho también en nombre del
marxismo. El propio Marx, ya en vida, tuvo que renegar de los marxistas.
Precisamente
por lo que el marxismo tiene de crítico, de elemento renovador de toda una
sociedad asentada, de ruptura absoluta con la tradición, se desenvolvió en su
iniciación, cuando el maestro elaboraba la doctrina, en lucha constante contra
los divulgadores de utopías literarias o contra los propugnadores de
exageraciones constructivas. En la ciencia pura, el sabio da a conocer sus
descubrimientos haciendo previamente la crítica de sus antepasados y de sus
teorías. Marx desenvolvió sus teorías en lucha constante contra varios frentes.
Es sabido que en sus críticas se halla, generalmente lo de más valor de sus
concepciones. Porque, por ejemplo, para combatir a Proudhon, al tiempo que
señalaba los errores del padre de la anarquía, afirmaba el propio pensamiento
marxista.
De la misma
manera, los marxistas revolucionarios contemporáneos, con su espíritu crítico,
valorizan todo el conjunto doctrinal. Los filisteos odian este espíritu crítico
y lo denuncian como una aberración, pero lo combaten de esa manera
principalmente porque lo temen. Los que ya no exhiben su marxismo más que como
papeleta de identificación para obtener autoridad entre los trabajadores,
gustan también de citar a Marx, y no es difícil que a veces hallen párrafos que
aparentemente, y truncados, den razón a sus opiniones. Con el marxismo se
forcejea, se le estira o se le afloja, según las posiciones y conveniencias de
los que políticamente lo manejan, y que, por tanto, pretenden interpretarlo.
La burguesía
más reaccionaria ve en el marxismo el espíritu del mal. La aureola de un
sentido satánico para justificar su represión; le convierte en el enemigo
público número uno de la actual sociedad. El liberalismo, la democracia
burguesa, emplea la táctica diplomática: pretende negarlo. Falsifica sus textos
en busca de la demostración científica del fracaso. Pero, al mismo tiempo, se
contradice, porque al escribir páginas y páginas, folletos y libros en
demostración de sus asertos, demuestra que el marxismo es siempre una corriente
viva.
Bernstein
(7), que fue el primero que en nombre del marxismo se propuso revisar a Marx,
no hizo más que iniciar toda una conducta que después, en lo que va de siglo,
habían de seguir en forma más amplia toda una serie de profesores o de
burócratas inteligentes del movimiento obrero. Para ellos, el marxismo es tan
amplio de interpretación que pueden disculpar teóricamente, como marxistas,
todas sus deslealtades a la causa de la revolución proletaria. El marxismo
queda convertido así, para el reformismo, en el taparrabos de todas sus
suciedades.
Al comenzar
a militar en mi juventud en el campo obrero, recuerdo haber oído decir muchas
veces a un profesor socialista, el cual tuvo mucho ascendiente en el partido
socialista, y que después de dar más vueltas políticas que una campana ha
vuelto a recalar en el viejo regazo, que él abogaba por el socialismo porque el
fatalismo económico nos conducía a él (8). Con mi candor de revolucionario
apasionado, yo le alegaba que esa no era una razón, porque si el fatalismo
económico nos conducía a una situación que nosotros estimábamos injusta e
inhumana, nuestra obligación era luchar contra ello. El cientificista de marras
alegaba que él no entraba a discutir los aspectos morales de la cuestión, sino
que se atenía exclusivamente a la rigurosidad científica. Marxistas de una
originalidad tan pintoresca, opinan por ahí a montones. A nadie se le puede
privar de elegir la denominación política que más cuadre a su gusto o sus
conveniencias.
Destacaremos
también a aquellos que habiendo especializado su actividad en enderezar los
entuertos del reformismo, en reavivar el marxismo, en reivindicarle, caen ahora
en los errores que combatieron, encontrando actualmente nuevas justificaciones
para su evolución. Enriquecieron el marxismo en el pasado con una metodología
genial: el leninismo. Han terminado confundiendo todos los
términos de la teoría y de la táctica, para amparar y divulgar, al final, el
más monstruoso antimarxismo.
Como
reacción exagerada contra esta decadencia del marxismo y de su interpretación
más acertada, el leninismo, andan
errando por el mundo algunos escasos dogmáticos, que convierten la teoría de la
revolución proletaria y su táctica en un simple formulario, bueno para todas
las ocasiones. No transigen con nada que no les permita constreñir una
revolución en marcha dentro del molde fabricado para todas las circunstancias
revolucionarias. Convierten así el marxismo en una teoría muerta, en un
entretenimiento de academia, de laboratorio o sencillamente de café. En
realidad, son reaccionarios, porque con su inhibición puritana facilitan
prácticamente el desarrollo orgánico de los enemigos más peligrosos del
marxismo en el campo obrero.
Una teoría
que buscaba, y ha encontrado, la solución a los problemas de la humanidad
trabajadora, de la que para distintos fines tantos se reclaman, pasa por etapas
de necesaria renovación, cuya misión asumen núcleos o partidos que desbrozan el
camino cubierto de obstáculos. Este trabajo es más trascendental, y quizá más
difícil, cuando se_ lleva a cabo sobre la marcha de una revolución candente.
Entonces se concentran en la coincidencia de una misma ofensiva, los intereses
creados, los ideólogos de! campo contrario que operan en el movimiento obrero y
los impertinentes sectarios que se creen en posesión de la piedra filosofal.
Nuestro partido desempeña, con arreglo a su capacidad, este papel de
reivindicador del marxismo, de defensor de la teoría de la revolución
proletaria, y lo hace mediante una aplicación táctica correspondiente a la
situación capitalista internacional, M movimiento obrero mundial en general y
del español en particular.
El mejor
tributo que puede rendirse a Carlos Marx en este 54 aniversario de su muerte, es el que presenta nuestra revolución,
o mejor dicho, el que le ofrece el conjunto de marxistas que integran nuestro
partido en intensa lucha por la aplicación del nervio de sus concepciones. Sin
embargo, de vivir Marx presenciaría un curioso espectáculo: el de partidos que
reclamándose de sus doctrinas ostentan plataformas diferentes y se combaten con
denuedo en todos los terrenos. Y es porque muchos han sintetizado el marxismo
exclusivamente en la aspiración genérica de instauración del socialismo. En el
terreno propagandístico se llama marxista todo aquel que reconoce que el ideal
supremo es una sociedad sin clases. La diferenciación se establece al concretar
los que colocan la posibilidad de su realización en un porvenir muy lejano, y,
por tanto, nada hacen por su desarrollo inmediato, y los que conciertan su
acción en hacer de la teoría una realidad mediante su esfuerzo, su actividad y
su sacrificio.
El punto
central de diferenciación entre todos es la estimación sobre el carácter de la
revolución que vivimos. ¿Es democrática, es —antifascista- no es proletaria?
Precisamente el acontecimiento del proletariado en armas, dominando de hecho
toda una gran parte de un país, nos reservaba la sorpresa de que cuando esto
sucede, los "marxistas de toda la vida” desnaturalicen el carácter
proletario de la revolución. En la época
de guerras y revoluciones, no cabe margen para una revolución democrática o "antifascista", nueva
denominación esta última que hasta ahora no conocía el vocabulario marxista.
.
Para
nosotros, marxistas revolucionarios, la contienda civil española es una guerra
de clases, y, por tanto, una revolución proletaria. Siendo así, el problema `que
se plantea es exclusivamente el de la conquista de todo el Poder por la clase
trabajadora. Hacia esta finalidad, derivada de toda la situación objetiva,
aunque no todavía la subjetiva porque el proletariado se halla prisionero de la
influencia de tendencias adversas difundidas por partidos obreros, deben
encauzarse y están encauzados nuestros esfuerzos. Pero nuestra aspiración es
sólo un deseo, supeditado, claro está, a las posibilidades reales de aplicación
y a nuestra capacidad e inteligencia para llevarla a cabo.
La posición
no está exenta de complejidades, que deben resolverse en todas las
circunstancias con un criterio revolucionario realista. La guerra no ha
terminado todavía, ni puede preverse por completo su resultado. Están empeñados
en triunfar en nuestros frentes, no sólo la reacción militar fascista española,
sino todo el fascismo internacional. Adquiere la lucha, pues, unas proporciones
imponentes que obligan a fortalecer el frente militar, a extremar la
organización y la disciplina en la guerra. Partiendo de esta imprescindible
necesidad, hay que resolver los problemas militares con una severidad máxima
que garantice el triunfo. Aún sin tener el poder político, la clase trabajadora
se ve obligada a sostener sin límites todos los problemas de la guerra. En este
sentido, una actitud contraria no sólo sería suicida, sino
contrarrevolucionaria. Las necesidades inmediatas no pueden aplazarse.
Pero
paralelamente a la acción en los frentes de batalla, se libra también combate
político en la retaguardia. Y la solución que se dé a los problemas de la
retaguardia está directamente en relación con las probabilidades de ganar la
guerra. La moral del combatiente en el frente es un reflejo del desarrollo
político de los acontecimientos en retaguardia. El impulso más fuerte, que
puede hacer del miliciano un luchador indomable, se lo dará el saber que ofrece
diariamente su vida por una sociedad que garantizará el porvenir suyo y de su
clase. Por eso marchan unidos los dos objetivos de ganar la guerra y hacer la
revolución. Aquéllos que se llaman marxistas y que tienden a separarlos,
intentando incluso excitar los sentimientos primarios de las masas laboriosas
contra los que defienden consecuentemente las más elementales enseñanzas del
marxismo revolucionario, cometen un grave crimen político.
La
discrepancia es tan fundamental en este terreno entre las propias fracciones
que se llaman marxistas, que no cabe entre ellas acuerdo alguno para caminar
juntas. Se hacen intérpretes las fracciones más fuertes de una ideología que no
es la del proletariado, que no tiene en vista inmediata los intereses de la
revolución, que pretende dar nueva vida, con "nuevo contenido", a la democracia burguesa. Dichas fracciones
son, en todos los dominios, completamente irreconciliables políticamente.
Para un
partido marxista revolucionario como el nuestro, la cuestión no estriba en
registrar los hechos, en constatar la situación y en darse por satisfecho
llegando a la conclusión de que hemos expuesto la verdad, de qué tenemos la línea
justa, pero que no podemos cambiar el sentido de los acontecimientos y la
relación de fuerzas en el movimiento obrero. No actuamos para que la Historia
haga resaltar en dos líneas nuestra buena voluntad, sino para que refleje el
esfuerzo continuado que hemos llevado a cabo para influir con éxito en el
porvenir político. Esta es la cuestión que nuestro Partido tiene planteada, y
hacia cuya solución deben tender todos sus esfuerzos y toda su actuación.
Independientemente
de la táctica y de la conformación final de la nueva sociedad, hay que buscar
hoy las coincidencias que nos unan en la aspiración revolucionaria proletaria.
Una fracción marxista puede coincidir mucho más fácilmente en este terreno con
otra que no lo sea. El sentimiento de la revolución puede servir de
aglutinante, para compenetrarlas circunstancialmente en la consecución de dicho
objetivo. Esta tarea está a la orden del día en la actividad de nuestro Partido
en todos los lugares.
Por eso, en
este 54 aniversario de la muerte de Carlos Marx, en un país en revolución se
presenta el fenómeno de una mayor identificación entre la fracción marxista y
revolucionaria, que es el verdadero pensamiento del maestro, y una bakuninista,
con la cual estuvo él en pugna en vida. Sin embargo, esta coincidencia y la
labor para unirlas en la consecución de objetivos, entran en la previsión
táctica del marxismo, el cual no es una ciencia muerta, no es un dogma, es una
corriente viva al servicio apasionado y leal del proletariado.
LENIN
Y EL LENINISMO
“l´Hora”, número 1, 20
enero de 1937. Traducido del catalán por Pelai Pagés.
Corresponde
al libro de Juan Andrade La revolución española día a día. Primera edición: mayo
1979. Editada: Editorial Nueva Era y Publicaciones Trazo.
La
Historia compensa a los grandes hombres que han sido calumniados en vida,
haciéndole justicia a través de los años; pero también impone un nuevo castigo:
el de verse tergiversados e interpretados
por aquellos que estaban muy lejos de su verdadero pensamiento. Así, Marx, pudo
exclamar: “Yo no soy marxista”. Si Lenin levantase la cabeza, su primera
decisión sería abrir el fuego graneado de su dialéctica contra tantos falsarios
de sus concepciones que pululan por el mundo.
Para
unos, se ha hecho del leninismo un método ecléctico de táctica que justifica
las determinaciones y todas las rectificaciones. A través de interpretaciones
sofistas y frases sueltas, sin ninguna
conexión con el texto y sin seguir toda la línea del pensamiento, se intenta
una justificación a posiciones opuestas. Se busca más reclamarse del leninismo
que permanecer fiel a su conjunto.
Para
otros, el leninismo es una unidad de medida a la que se debe someter toda
conducta táctica. Aquella actitud política que no posea las dimensiones exactas
calculadas por los patentadores del leninismo, se rechaza y se califica de
herética. Su llamada intransigencia leninista no es más, a fin de cuentas, que
una prueba de pereza mental, de sistema para aplicar recetas convenidas
independientemente de toda otra consideración objetiva.
Sólo
hace catorce años que Lenin nos
abandonado para siempre, y ya hay diversas escuelas que se titulan
interpretadores fieles de su pensamiento, y que son francamente hostiles entre
ellas. Los años aún más profundo este proceso de diferenciación.
No
obstante, el leninismo es algo total diferente del esquematismo sectario con
que nos lo presentan. Lenin no se distinguió por tener soluciones anticipadas
para los problemas que iban surgiendo. Poseía un pensamiento fundamentalmente,
el marxismo revolucionario, al servicio del cual aplicaba la táctica que los
hechos concretos reclamaban.
Ante
la revolución española, corresponde a los leninistas tener fundamentalmente en
cuenta la experiencia de la Revolución rusa. Pero sería antileninista querer
obligar a nuestra revolución a seguir, estrictamente, los mismos senderos que
aquélla, prescindiendo de sus características especiales e incluso de la época
diferente en que se produce. El leninismo es, pues, oportunismo revolucionario,
y éste está en contradicción con las líneas rectas.
Marxismo-leninismo
o leninismo, fue acuñado por Stalin
Lenin y el
socialismo en un solo país. El término Marxismo-Leninismo o Leninismo y del Trotskismo fue creado o
acuñado por Stalin.
Estas son
las obras de Stalin
JV Stalin
1924 ¿Trotskismo o leninismo?
J. Stalin
1924 Los fundamentos del Leninismo
Verdades
elementales. Andreu Nin Por la unificación marxista
Leer el ACTA DE LA REUNION DEL 6 ABRIL DE 1935
Cita:
El PCC manifiesta que está de acuerdo con aquellos puntos, pero propone
que en lugar de decir marxismo revolucionario, se diga marxismo leninista.
Manifiesta también, como cuestión previa, que el Partit Comunista de Catalunya
es partidario de formar un Comité de Unificación de todos los partidos
convocados a estas reuniones con la excepción de la Izquierda Comunista…….
La tontería
del capitalismo de Estado.
V. I. Lenin:
Cinco años de la revolución rusa y perspectivas de la revolución mundial
(capitalismo de Estado)
Antes de
tomar el poder defiende el capitalismo de estado
V. I. Lenin La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla
Septiembre de 1917
Defiende el capitalismo de estado
V. I. Lenin. Acerca del infantilismo "izquierdista" y del espíritu pequeñoburgués
Escrito: El 5 de mayo de 1918.
El último
"Testamento" de Lenin o Carta al Congreso del Partido Comunista de
Rusia bolchevique
Lenin y
Trotsky: la consigna los Estados Unidos de Europa, el socialismo en un solo
país y el capitalismo de Estado
[El marxismo
en España (1919-1939)] Historia del BOC y del POUM
JUAN
ANDRADE (1898-1981) MARÍA TERESA GARCÍA BANÚS (1895-1989)
JUAN
ANDRADE (1898-1981)
Julián
Gorkin EL P.O.U.M. ANTE LA REVOLUCIÓN
ESPAÑOLA
La situación
política y las tareas del proletariado
Andrés Nin
La concepción marxista del poder y la revolución española
Polémica
Joaquín Maurín y Santiago Carrillo: Problemas de la unificación marxista
revolucionaria 1933-1935
Víctor Alba.
La revolución española en la práctica. Documentos del POUM
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