viernes, 13 de abril de 2012

España, primer ensayo de democracia popular

España, primer ensayo de democracia popular

España, primer ensayo de democracia popular

Julián Gorkin

Texto completo del ensayo, incorporado junto a algún escrito más breve, en el libro del mismo título publicado en 1961 por la Asociación Argentina por la Libertad de la Cultura. Incluido junto a otros importantes textos en el libro Contra el estalinismo.
 
La política del Frente Popular, aprobada por el VII Congreso de la Internacional Comunista (1935), debía aplicarse principalmente en Francia en apoyo del pacto Stalin-Laval y frente al pacto anti-Komintern entre Alemania, el Japón e Italia; por un enrevesamiento de las circunstancias, fue sin embargo, en España donde encontró plena aplicación. Se ha dicho y repetido hasta la saciedad que la guerra civil española fue un ensayo general de la segunda guerra mundial; lo que todavía no se ha comprendido muy bien es que fue asimismo el primer ensayo de "democracia popular", a cuya aplicación perfeccionada nos ha hecho asistir el estalinismo en una docena de países durante la posguerra. Los hombres y los métodos que han convertido a esos países en satélites del Kremlin se ensayaron en España. La experiencia española tuvo y sigue teniendo, por ésta y por otras muchas razones, un valor histórico y universal.
 

I. El comunismo español antes del Frente Popular
España permaneció neutral durante la guerra de 1914 a 1918. Se dividió, sin embargo, en dos corrientes de opinión bien definidas: el elemento tradicionalmente reaccionario se situó al lado de los Imperios centrales y el elemento liberal, republicano y socialista aliado de los Aliados, principalmente de la Francia republicana. La guerra profundizó, en suma, el abismo entre las dos Españas. y mientras los países beligerantes se desangraban y arruinaban, los industriales y los comerciantes españoles -principalmente los catalanes y los vascos- realizaban pingües negocios y conocían una gran prosperidad económica-financiera.
Otra de las consecuencias de la guerra fue la radicalización revolucionaria del proletariado español y su movimiento reivindicativo en constante progreso. La Unión General de Trabajadores (UGT), bajo la dirección del Partido Socialista Obrero, y la Confederación Nacional del Trabajo, de inspiración anarcosindicalista, conocieron un auge extraordinario. En agosto de 1917 se registró la primera tentativa de huelga general; fracasada, los tribunales condenaron a cadena perpetua a cuatro líderes socialistas: Largo Caballero, Besteiro, Saborit y Anguiano. (Unas elecciones ulteriores los llevaban triunfalmente al Parlamento). Durante el año de 1920 España conoció 1.316 huelgas y 230 atentados terroristas.
El triunfo de la revolución rusa encontró un eco extraordinario en los medios obreros y campesinos españoles. Ignorando la verdadera naturaleza del bolchevismo, la aplastante mayoría de los socialistas y de los anarcosindicalistas le daba su adhesión moral. Ya en abril de 1920 y anticipándose a las resoluciones de los Congresos, la mayoría del Comité Ejecutivo de la Federación de Juventudes Socialistas decidía constituir un primer partido comunista bajo la impulsión de dos delegados enviados secretamente por Moscú: el ruso Borodín y el hindú Roy. Un Congreso extraordinario del Partido Socialista Obrero, celebrado en junio, daba la siguiente votación: 8.260 sufragios en favor de la adhesión a la Internacional Comunista (IC), 5.016 en contra y 1.615 abstenciones. Sin la gran influencia de Pablo Iglesias, viejo fundador y líder del socialismo español, la adhesión hubiera sido poco menos que unánime. A título informativo, el Congreso envió dos delegados a Moscú: Fernando de los Ríos y Daniel Anguiano. Tenían que defender allí tres condiciones al ingreso definitivo: 1) que la IC reconociera la autonomía táctica del Partido Socialista Obrero; 2) el derecho por parte de éste a revisar en sus Congresos la doctrina que en definitiva adoptara la IC; 3) que Moscú hiciera suya la tendencia a unificar en una sola Internacional a todos los partidos marxistas.
De los Ríos y Anguiano encontraron en Berlín al líder anarcosindicalista Ángel Pestaña. Volvía bastante desilusionado de Moscú. El bolchevismo no era lo que habían creído él y sus compañeros. Había instaurado una dictadura en Rusia y las cárceles estaban llenas de anarquistas, socialistas revolucionarios y mencheviques. (El viaje ulterior de otros delegados anarcosindicalistas, entre ellos Gastón Leval, tenía que colocar a la poderosa CNT en contra del comunismo dictatorial). Al regresar a Madrid sus dos delegados, en enero de 1921 se reunió el Comité Nacional del PSOE. Traían una respuesta lapidaria de Moscú: En lugar de las tres condiciones propuestas por vuestro partido, os proponemos la adopción de las veintiuna condiciones aprobadas por el II Congreso de la IC”. Se acordó convocar un Congreso extraordinario para el 9 de abril. Iglesias, de los Ríos, Caballero, Besteiro y Prieto, los líderes socialistas de mayor prestigio, se pronunciaron decididamente en contra de las veintiuna condiciones y de la adhesión a la III Internacional. La votación final dio el siguiente resultado: 8.808 sufragios en contra de la IC y 6.025 en pro. La escisión fué así proclamada y, con ella, la fundación del Partido Comunista de España. Se fusionó con éste el pequeño partido fundado un año antes con ocasión del viaje de Roy y Borodín.
Fernando de los Ríos recogió sus impresiones de viaje a Rusia en un libro muy leído y comentado [Mi viaje a la Rusia sovietista]. Durante una entrevista con Lenin, el profesor español había interrumpido un informe de éste para preguntarle: “¿Y la libertad?”. Y Lenin le había replicado con otra pregunta: “La libertad, ¿para qué?”. Deducía Fernando de los Ríos que esta réplica equivalía a una negación de la libertad en boca del jefe bolchevique. Fundador y secretario de la Federación Comunista de Levante (comprendía ésta cinco provincias), no le daba yo la misma interpretación a la respuesta de Lenin: lo que a mi juicio había querido decir éste, es que la dictadura del proletariado no debía conceder a sus enemigos la libertad de destruirla. Desterrado un año más tarde por razones políticas y funcionario durante ocho del aparato comunista, ya en 1925 empecé a comprender en Moscú mismo que la tesis correcta era la otra: el bolchevismo significaba, efectivamente, la negación de la libertad humana. Y esta evidencia tenía que llevarme a la ruptura en 1929.
En una situación normal o relativamente normal, el pensamiento dirigido, la centralización burocrática y la disciplina impuesta por arriba, propios del comunismo, incluso antes del triunfo de Stalin, tenían que avenirse mal con el individualismo español. Los intelectuales que habían dado su adhesión a la sección española del Komintern no tardaron en abandonarla. y no logró conquistar nunca ésta una base sindical. Pronto quedó reducida, como fuerza política, a la mínima expresión.
Con una política inteligente y flexible, hubiera podido conquistar buenas posiciones a la proclamación de la República en 1931. Su doble consigna de “¡Abajo la República burguesa!” y “¡Vivan los Soviets!”, la divorciaron casi completamente de las masas. El general Krivitsky tenía que reconocer más tarde que, tras cinco años de República en España y no obstante una propaganda costosa, el PCE sólo había logrado reunir 3.000 afiliados. Y en un Parlamento de quinientos diputados sólo había logrado tener uno. Durante estos cinco años, el gobierno republicano se negó a reconocer a la URSS y a mantener relaciones diplomáticas con Moscú. Después del Frente Popular (dieciséis diputados y unos 25.000 miembros) y de la intervención soviética en España, ese insignificante partido tenía que convertirse en la primera fuerza política del país (alrededor de medio millón de afiliados) y dominarlo casi todo. A los ingenuos o confiados de nuestro mundo occidental, que afirman doctoralmente que el comunismo no puede imponerse en nuestros países, les brindo la experiencia española. Un pueblo más rebelde e individualista que el español no lo conozco; ese pueblo hubo de someterse, sin embargo, a la doble experiencia totalitaria nazi-fascista y comunista.
 

II. La intervención del Kremlin en España
El Diario del Conde Ciano y los documentos secretos encontrados en los archivos nazis demuestran que si los gobiernos democráticos hubieran adoptado una actitud relativamente viril durante la guerra española, Roma y Berlín hubieran abandonado a Franco a su suerte o hubieran propiciado una paz negociada. La No Intervención tuvo consecuencias trágicas: ató de pies y manos a las democracias, cubrió la descarada intervención de Hitler y Mussolini en favor de Franco y abandonó la zona republicana al estalinismo. Las democracias tenían que pagar un precio carísimo por esta torpe política: el hundimiento de una República amiga tras una monstruosa sangría y la conquista de un territorio estratégico y de una tercera frontera al servicio del nazi-fascismo, la evidencia ante éste de que esas democracias -débiles y asustadizas- no serían capaces de reaccionar contra sus futuras agresiones y conquistas, el ensayo por parte de los totalitarismos de sus hombres y sus armas, la segunda guerra mundial y, al término de ésta, las conquistas por parte del imperialismo ruso-estalinista y esta dramática guerra fría que amenaza el destino de la humanidad. A las cortas y a las largas, la guerra española fue la primera gran batalla por el dominio del mundo.
Pero lo que nos interesa aquí son los móviles y los métodos del Kremlin. En mi calidad se secretario internacional del POUM y de miembro del Comité Central de Milicias -el auténtico gobierno de Cataluña durante los primeros meses de la guerra civil-, en septiembre de 1936 tuve ocasión de mantener una amistosa conversación con Jules Moch, Subsecretario de Estado en la Presidencia con León Blum. Entre otras cosas me dijo: “Estamos persuadidos de que nuestra intervención en el conflicto español nos arrastrará a la guerra con Alemania. ¿Y en qué condiciones? Exponiéndonos a quedar aislados. El Gobierno francés ha preguntado al inglés y al ruso cuál sería su actitud en el caso de que aportáramos una ayuda efectiva al Gobierno de Madrid. Londres respondió: ”El Gobierno británico se considera tan enemigo de los fascistas como de los comunistas. Puesto que existe un país en el que se hacen la guerra entre sí, abandonémoslos a su suerte. Nosotros nos negamos a intervenir”. La respuesta de Moscú fue más sibilina todavía. Hela aquí resumida: “El pacto franco-soviético de 1935 nos obliga a prestarnos una ayuda mutua en el caso de que uno de nuestros dos países se vea atacado, por una tercera potencia, pero no así en caso de guerra como consecuencia de la intervención de uno de nuestros dos países en los asuntos de un tercero”.
Francia temía el aislamiento y la guerra y León Blum creía, sinceramente, que la mejor manera de ayudarnos consistía en el establecimiento de la No intervención. Yo le demostré a Jules Moch que Roma y Berlín, que habían adquirido compromisos previos con los reaccionarios españoles, no aplicaban ni aplicarían la No intervención aun cuando aceptaran el pacto. y les pedí que hicieran lo mismo. Pero no lo hicieron. Incluso dejaron sin efecto un tratado comercial, firmado, en diciembre de 1935, mediante el cual Francia se comprometía a venderle armamento al gobierno legal español. Por su parte, el Gobierno Baldwin planteaba el problema de una manera hipócrita y falsa: al comienzo, la guerra española era entre la subversión fascista y la legalidad republicana y democrática; si más tarde se convirtió en una guerra entre fascistas y comunistas, ello se debió al gran auge adquirido por el comunismo debido a la actitud de las democracias. ¿Y qué decir de la actitud de Stalin? Fue, sin duda alguna, la más hipócrita de todas. Oficialmente no quería comprometerse lo más mínimo e incluso tenía que suscribir el pacto de No intervención; extraoficialmente obligaba al Partido Comunista Francés a presionar al Gobierno Blum para que interviniera en la guerra de España y hacía que sus organizaciones internacionales y sus agentes prepararan la intervención dentro y fuera de España. No era muy difícil comprender su juego –creo haber sido uno de los primeros en comprenderlo[1].
Tratábase, ante todo, de alejar los peligros de guerra de sus fronteras hacia la Europa central y occidental y, al mismo tiempo, de pronunciar las contradicciones y los motivos de conflicto entre las principales potencias europeas: Francia e Inglaterra de un lado, Italia y Alemania del otro. Si la intervención de Francia en la guerra española la enfrentaba, arrastrando a Inglaterra, con las intervencionistas Italia y Alemania, tanto mejor. Lenin había preconizado siempre la transformación de la guerra imperialista en guerra civil revolucionaria; como táctico vulgar y sin principios, Stalin aspiraba a transformar una guerra civil revolucionaria en una eventual guerra imperialista... entre todas las potencias adversarias. El problema para él consistía en permanecer oficialmente neutral hasta el momento en que le conviniera dejar de serlo. (Añadiremos inmediatamente que lo que no consiguió durante la guerra española lo obtuvo más tarde, sobre el cadáver de la República, mediante su pacto con Hitler). Pero al mismo tiempo necesitaba salir de su aislamiento político y diplomático; podía utilizar para ello la providencial guerra española, incluso el Comité de No Intervención. Si lograba hacer durar esa guerra e imponer su influencia en España -o en una de las zonas en lucha-, a través de su partido, de las Brigadas Internacionales y de sus agentes, no solo reforzaría el pacto franco-soviético, sino que podría obligar a Inglaterra a entrar en ese pacto o a firmar uno semejante. Y en último término dispondría de un arma poderosa para una negociación con Hitler, a la que, como se sabe, no renunció nunca. La sangre y la suerte del pueblo español -y de todos los pueblos de la tierra- le importaban un comino; lo único que le interesaba era su juego de política exterior. Existen hoy múltiples testimonios en apoyo de estas evidencias.
Empezaremos por la sinceridad de Moscú al preconizar la táctica del Frente Popular en España. Sobre ella poseemos, entre otros, el valiosísimo testimonio de Jesús Hernández, ex director del órgano central comunista, ex diputado, ex ministro, ex comisario de guerra y ex miembro del Ejecutivo del Komintern[2]. Al conocerse los resultados electorales de febrero de 1936, él y el secretario general del PCE, José Díaz, celebraron una interesante reunión con Stepanov y Codovila, los dos delegados permanentes de Moscú antes de la llegada de Togliatti (A1fredo). Estos delegados sólo tenían una preocupación: descomponer cuanto antes el bloque de las izquierdas y desprestigiar a los socialistas en favor del comunismo. Opuso Hernández varios argumentos: “En los primeros años de la República, en nombre de la política de clase contra clase, nos obligó Moscú a luchar contra los socialistas y contra los anarquistas acusándolos de socialfascistas y anarcofascistas, con lo que le hicimos el juego a la reacción monárquica. En nombre de la democracia contra el fascismo y del Frente Popular, ¿queréis que hagamos ahora lo mismo? En la situación actual, esa política puede conducir a la catástrofe”. ¿Cuál era la situación exacta? La coalición de las derechas había reunido 4.446.000 votos y 164 diputados; el Frente Popular 4.840.000 votos y 277 diputados. El sistema electoral mayoritario y por distritos había favorecido al Frente Popular en el número de diputados, pero los votos aparecían bastante equilibrados. Se sabía que las derechas reaccionarias, dueñas de las bases económicas, del Ejército y de la Iglesia, no aceptarían el resultado electoral e intensificarían inmediatamente sus conspiraciones y sus agresiones; una vez más y ahora desde dentro, contando con dieciséis diputados y con una audiencia popular que no tenían antes, los comunistas se disponían a prepararles el terreno mediante el debilitamiento de las izquierdas. Es evidente que al desencadenamiento de la guerra civil por parte de la reacción militar-fascista contribuyeron, con su ceguera, su indecisión y sus errores mayúsculos, todos los sectores del Frente Popular; pero en España -como había ocurrido antes en Alemania y tenía que ocurrir después en Francia- no disminuye ello la gran responsabilidad de los comunistas. Con una o con otra táctica -y sean cuales fueren las consignas circunstanciales- lo permanente en los comunistas es el debilitamiento y la destrucción de las fuerzas democrático-socialistas.
La rebelión militar-fascista estalló el 18 de julio de 1936. El 21 se celebró una reunión del Komintern y del Profintern en Moscú con el único fin de examinar la situación española. Decidió celebrar una nueva reunión en Praga el 26 de julio; presidió ésta el líder sindical-comunista francés Gastón Monmousseau, jefe de la oficina europea del Profintern. Los principales acuerdos fueron como sigue: la creación de un fondo de mil millones de francos para ayudar al Frente Popular español; la administración de este fondo por un Comité compuesto por Thorez, Ercoli (Togliatti), La Pasionaria, José Díaz y, a ser posible, Largo Caballero; la formación de una brigada de cinco mil hombres, reclutada entre los obreros extranjeros y disponiendo de un grupo de aviadores y del necesario armamento para combatir como una unidad independiente. A primera vista estos acuerdos parecían harto simpáticos e inspirados por la más pura solidaridad revolucionaria; manejados por el estalinismo, constituían un primer esbozo de la maquiavélica táctica que se proponía aplicar. Como veremos luego, la creación del fondo de mil millones estaba llamada a encubrir una verdadera piratería económico-financiera. La inclusión en el comité de administración de ese fondo del más prestigioso de los líderes socialistas y secretario general de la UGT, Largo Caballero, en plena radicalización y al que tenían que darle el hipócrita remoquete de “Lenin español”, iniciaba, una hábil operación política: tratarían de convertirlo en su prisionero y, gracias a su gran prestigio, penetrarían en los medios socialistas y ugetistas. En fin, la primera brigada internacional independiente -a la que seguirían otras-, estaba llamada a encubrir la penetración y la actuación de sus agentes militares y policíacos con la máxima independencia e impunidad respecto de los organismos dependientes del gobierno español.
Pero al mismo tiempo que se realiza esta intervención y esta penetración encubiertas por medio de las organizaciones internacionales, que, como es sabido, no gozan del menor asomo de independencia, oficialmente el Kremlin sigue proclamando su no intervención. El jueves 28 de agosto de 1936, el Comisario de Relaciones Exteriores firma un decreto prohibiendo “la exportación, la reexportación o el tránsito hacia España de toda clase de armamentos, municiones, material de guerra, aeroplanos y barcos de guerra”. Hecho público en el mundo entero, este decreto creó el mayor desconcierto en los medios obreros y, en primer lugar, en los medios comunistas. ¡Moscú había pedido su solidaridad activa con el pueblo español y por su parte le negaba los medios de defensa, lo mismo que los gobiernos democrático-burgueses! La consternación era aún mayor en los medios comunistas españoles. Para explicarles la no intervención del Kremlin, llegaron a Madrid Togliatti y Duclos. Se reunieron con el Buró Político estos dos personajes y los delegados permanentes Stepanov, Codovila (Medina) y Pedro o Gueré (Erno Geroe, el tristemente célebre provocador de los acontecimientos de Hungría, agente entonces del Komintern y de la GPU en Cataluña). Togliatti resumió así el mandato que traía: “La URSS debe pensar en su seguridad como en las niñas de sus ojos. Una actitud inconsiderada puede motivar la ruptura del equilibrio y desencadenar la guerra por el Este”. Todo debía supeditarse -incluso la suerte del pueblo español- a la seguridad de la URSS. Los compañeros españoles debían comprenderlo: ¡la patria soviética ante todo! Los compañeros españoles comprendían esto difícilmente, pero lo aceptaron y se sometieron.
Jesús Hernández, que nos ha descrito esa reunión, añade: "Si durante las primeras semanas Stalin, en lugar de enviarnos consejos y técnicos, nos hubiera enviado armas, los golpes contra el enemigo hubieran sido mortales". Pero a Stalin no le convenía -eso tenía que comprenderlo más tarde- que el enemigo recibiera golpes mortales y que la guerra terminara pronto; lo que le convenía era su prolongación, hasta la desesperada caída de la República bajo su dependencia, y las complicaciones internacionales. El general Goriev, agregado militar soviético, le dijo poco después al mismo Hernández: “Lo esencial sería ganar la carrera de los armamentos contra los franquistas. Estos reciben ya aviones y tanques de Italia”. No supo cómo justificar la actitud del Kremlin; trató de consolarle diciendo “que no tardarían en llegar los primeros aparatos”. (Añadiremos en seguida que los técnicos militares de este primer período, Goriev, Grissen, Stern, Chaponov -y más tarde el embajador Rosenberg, el cónsul general de Barcelona Antonov-Ovseenko y otros muchos- fueron reclamados poco después por Moscú y liquidados bajo la acusación de traidores. Y es que no podían comprender la traición efectiva de Stalin al pueblo español).
Tras un período de reflexión de cerca de dos meses, Stalin decide jugar más a fondo la carta española. Se ha producido la crisis del gobierno presidido por el republicano José Giral y se dispuso Largo Caballero a formar un gobierno auténticamente de Frente Popular, cuyo eje deben constituirlo la UGT y la CNT. Los franquistas, decididamente apoyados por Roma y Berlín –y por Portugal-, avanzan casi arrolladoramente hacia Madrid; al abundante y moderno material de que disponen -aviones, tanques, artillería-, los milicianos sólo pueden oponer sus pechos y unos malos fusiles. Stalin comprende al mismo tiempo los peligros y las posibilidades de la nueva situación. El Buró Político del PCE no acepta la proposición de entrar en el Gobierno que le hace Largo Caballero; sometida esta decisión a Moscú, Stalin ordena la entrada en el Gobierno. Y por vez primera en la historia un gobierno no comunista puede contar con dos ministros comunistas: Jesús Hernández en Instrucción Pública y Vicente Uribe en Agricultura. (En un país de las características del español y en plena guerra, dos cargos mucho más importantes de lo que parece a primera vista: el control de la intelectualidad y de sus medios de expresión y el control de las importantes masas campesinas).
En los primeros días de septiembre, Stalin convoca al Politburó ruso en el Kremlin y decide la ayuda decidida al gobierno que acaba de constituir Largo Caballero. Todo se moviliza en torno a esta decisión. A mediados del mismo mes queda constituido en París un centro de propaganda y de reclutamiento de las brigadas internacionales; lo constituyen Thorez, Gottwald, Togliatti, Longo y el general soviético de origen polaco Karol Swierczewski (general Walter). Yagoda, jefe entonces de la GPU, recibe al mismo tiempo una orden imperativa de Stalin: debe establecer una ramificación secreta de la GPU en España. Bajo la presidencia de Yagoda, se celebra el 14 de septiembre una reunión en la Lubianka, con asistencia de Uritsky, del Estado Mayor del Ejército Rojo y jefe de las fuerzas militares de la GPU, y de Slutsky, jefe del departamento extranjero de la misma GPU. El nombramiento de jefe de la GPU en España recae en el comandante Orlov (Nikilsky; Schewed, Lyova). Todas las actividades del Komintern en España -empezando por las del PCE- deben quedar sometidas a la GPU. El propio Yagoda se encargará de la dirección desde la Lubianka; la dirección extranjera la asumirán Slutsky y Krivitsky. Todo esto bajo el mayor secreto.
Tras referirse a los móviles que perseguía Stalin en España -los mismos que mis compañeros de partido y yo mismo habíamos denunciado con anterioridad y que he resumido más arriba- Krivitsky dice: “Stalin, al revés de Mussolini, quería hacer su juego en España sin arriesgar nada. La intervención soviética pudo ser decisiva en ciertos momentos, si Stalin hubiera arriesgado del lado gubernamental lo que arriesgó Mussolini del lado de Franco. Pero Stalin no arriesgó nada. Incluso se aseguró con anterioridad de que había bastante oro en el Banco de España para cubrir con creces el costo de su ayuda material a Madrid. Stalin procuró siempre y por todos los medios evitar que la Unión Soviética se viera envuelta en una conflagración. Su intervención se hizo bajo la consigna de manténganse fuera del alcance del fuego de la artillería. Esta consigna trazó nuestra línea de conducta durante toda nuestra campaña de intervención”.
Cuando ya Stalin tiene bien emplazadas sus baterías en España e internacionalmente, se decide a un gesto público de extraordinaria resonancia. Como Secretario General del Partido Comunista (bolchevique) de la URSS -es decir, sin comprometer directamente el gobierno soviético-, con fecha 16 de octubre le manda el siguiente telegrama a José Díaz, Secretario General del Partido Comunista Español: “Ayudando en la medida de lo posible a las masas revolucionarias de España, los trabajadores de la Unión Soviética no hacen sino cumplir con su deber. Estos comprenden que la liberación de España de la opresión de los reaccionarios fascistas no es tan solo un asunto privado de los españoles, sino la causa común de toda la humanidad avanzada y progresiva. Saludos fraternales. Stalin". Este telegrama es recibido con entusiasmo por los trabajadores del mundo entero, que han hecho suya la causa española, pero que sienten la angustia de la impotencia, y galvaniza, sobre todo, a las masas populares españoles. ¡Contrariamente a las podridas democracias capitalistas, que parecen desear indirectamente la victoria de Franco, la gran revolución rusa y su jefe Stalin corren en ayuda de la revolución española! Para el puñado de hombres que comprendíamos lo que se ocultaba detrás de esta ayuda, la situación se hacía extraordinariamente difícil. En el propio seno de nuestro partido, encontraban nuestros argumentos una viva resistencia. Fiando en este telegrama y en las promesas de los rusos, el 28 de octubre hace pública el propio Largo Caballero una proclama harto optimista asegurando que ya dispone el gobierno de tanques y de “una aviación poderosa” y anunciando “una contraofensiva victoriosa”. No impide ello la precipitada salida del gobierno de Madrid y su instalación en Valencia; la capital, seriamente amenazada por los franquistas, es confiada a la Junta de Defensa, presidida por el general Miaja, detrás del cual se mueven a su guisa los más turbios agentes comunistas.
¿Habían engañado al honesto líder socialista Largo Caballero respecto de la cuantía del armamento ruso y de su calidad o había obedecido a la necesidad de insuflarles un poco de optimismo a los combatientes y a las masas populares? Quizá las dos cosas a un tiempo. Jesús Hernández dice:Los primeros suministros soviéticos llegaron a fines de octubre, cuatro meses después del comienzo de la guerra. Llegaron en cantidad verdaderamente ridícula; sin embargo, fueron acogidos con verdadera alegría. ‘Son los primeros -pensábamos-; después llegarán otros... y otros más... todo cuanto necesitemos’. En altamar se cruzaron dos barcos: el que venía de Rusia hacia la España leal, con sus bodegas casi vacías, y el que Cartagena se dirigía hacia Odessa con 7.800 cajas de oro español”. Y añade más adelante: “Y empezó la gran campaña ilusionista: seis aviones soviéticos chatos debían convertirse en 600, una docena de tanques ligeros en una división de tanques pesados y 50 ametralladoras debían hacer el suficiente ruido para parecer 5.000. Como en el milagro de los panes”. Sobre la pésima calidad de este armamento poseemos múltiples testimonios; nos limitaremos a recoger el del líder anarcosindicalista Diego Abad de Santillán: “Una de nuestras barcas costeras intervino un cargamento de armas destinado a las Brigadas Internacionales. Fue descargado en Barcelona y pudimos comprobar que se trataba de viejos fusiles, casi inútiles y anteriores a la guerra del 14-18, pagados anticipadamente y sin discusión por el gobierno central”[3]. Por su parte, Krivitsky hace tres afirmaciones de la mayor importancia, confirmadas por Jesús Hernández: 1º) que todas las oficinas extranjeras de compra de armas, por cuenta del gobierno español, estaban bajo el control directo de la GPU; 2º) que estos agentes tenían orden de ir suministrando tan solo el material indispensable para sostener los frentes, haciendo imposible las operaciones ofensivas y, desde luego, la eventual derrota del enemigo; 3º) que el suministro de armamento debía servir de medio de presión y de chantaje para reducir a la República y a sus hombres y, principalmente, a Cataluña, que es donde el estalinismo encontraba una mayor resistencia.
Todos los testimonios concuerdan en que la famosa ayuda a España constituyó el más escandaloso de los negocios para el Kremlin y que éste no empezó realmente a enviar armamentos hasta tener en sus manos la mayor parte del Tesoro español. Uno de los primeros en hablar de “los aspectos lucrativos del auxilio de la URSS y de los partidos comunistas que la secundaban” fue el líder socialista y ex Ministro de Defensa Nacional Indalecio Prieto[4]. Según sus revelaciones, “el 25 de octubre de 1936 se embarcaron en Cartagena, con destino a Rusia, siete mil ochocientas cajas llenas de oro, amonedado y en barras, oro que constituía la mayor parte de las reservas del Banco de España”. Jesús Hernández y El Campesino[5] confirman este dato. El primero precisa: “De 2.258 millones de pesetas (el 70 % en libras esterlinas oro) que representaban las reservas del Estado español en 1936, exigieron un depósito de 510 toneladas de oro, o sea 1.581 millones de pesetas oro, más de la mitad de nuestro tesoro nacional”. Y añade: “El 6 de noviembre llegaba el oro español a Moscú. Y el 6 de noviembre, los cañones del general Mola tronaban a las puertas de Madrid y la aviación enemiga ametrallaba a nuestros milicianos, pegados contra el suelo, rugiendo de rabia y disparando con sus fusiles contra los aviones de Hitler y de Mussolini (que le llegaban a Franco sin que le hubieran pedido un solo centavo de anticipo)”. Y añade un dato publicado asímismo por Indalecio Prieto: los elementos bancarios soviéticos que se hicieron cargo en Moscú del oro español -Grinko, Margulin, Gagan, Ivanovsky, Martinson- fueron pura y simplemente suprimidos por Stalin. En fin, Krivitsky valora las reservas oro del Banco de España en 700 millones de dólares (de 1936) y habla de esta repugnante operación.
¿Es esto todo? Jesús Hernández hace una revelación desconocida antes de su salida de la URSS y de la publicación de su sensacional testimonio. Para el 7 de noviembre de 1936, el diputado comunista Muriel, convaleciente de una herida recibida en el frente, acompañó a Moscú a una delegación del Frente Popular español. Tenía orden de no permitir que los delegados hablaron o preguntaran sobre el problema del suministro de armas. Hubo el consiguiente desfile militar en la Plaza Roja, con gran lujo de artillería, de carros y de aviación; no podían ocultar los delegados españoles su amargura, pensando que una mínima parte de ese material bastaría para ganar la guerra. Luego, durante las visitas a las fábricas, los obreros les preguntaban sonrientes y orgullosos si se sentían satisfechos del suministro de armas por parte de la URSS. “¿Armas? Las estamos esperando”, replicaban los españoles en medio de la sorpresa general. “¡Cómo! Para ayudaros hemos aumentado nuestra producción, trabajamos horas extras y gratuitas y dejamos una parte de nuestros salarios!”. En efecto, por doquier se leía esta consigna: “Acelerad la producción para ayudar al pueblo español”. El diputado comunista Muriel, herido en el frente, estaba avergonzado. No sólo se había robado al pueblo español, sino que so pretexto de la guerra que mantenía ese pueblo se robaba descaradamente al pueblo ruso.
Indalecio Prieto denunció otros robos, estos efectuados por el Partido Comunista francés. Para compras de material de guerra y para propaganda, Negrín entregó a Thorez “dos mil quinientos millones de francos” -de 1936-, cuyo empleo no controló nadie. "Ávido de dinero, el PC francés, rectificando constantemente sus liquidaciones por nadie examinadas, reclamaba constantemente mayores sumas a los señores Negrín y Méndez Aspe”(Este último era el Ministro de Hacienda de Negrín). El diario comunista Ce Soir se fundó y se sostenía con dinero español. El PC francés explotó como suyos doce buques mercantes de la France Navigation, comprados con fondos españoles. Sin embargo, cuando uno de esos buques transporto más tarde exilados españoles a Chile, Negrín pagó una elevada suma por este transporte. Jesús Hernández tenía que añadir otra revelación: el lujoso edificio del Comité Central del PC francés, convertido en una fortaleza, fue construido con dinero español. Por su parte, El Campesino ha revelado que, durante el éxodo de Cataluña, del Castillo de Figueras salieron tres camiones cargados de oro con destino al PC francés. En fin, los técnicos y los agentes comunistas rusos y españoles obtenían, para gastos nunca comprobados, fabulosas sumas de dinero del Estado español. Stachevsky, delegado comercial soviético, presentó una vez una carta a la firma de Prieto por “un millón cuatrocientos mil dólares” sin la menor justificación; Prieto se negó a firmarla, pero Negrín se apresuró a complacerle. ¿Cuántos y cuántos robos no han sido descubiertos aún?
 

III. El primer ensayo de democracia popular
El núcleo central de los agentes comunistas extranjeros, llegados al socaire de las Brigadas Internacionales, no pasaba de los quinientos o seiscientos militantes. Muy pocos eran rusos, si bien un gran número de ellos, procedentes de los países sometidos a dictaduras fascistas, habían pasado por las escuelas soviéticas y eran estalinistas fanáticos. Los elementos militares y técnicos rusos, llegados calladamente a España, no pasaban de dos mil. Sólo los oficiales y los pilotos aviadores conocieron el frente; los demás actuaron en la retaguardia. Con ese puñado de hombres se apoderó Moscú prácticamente de España y realizó en ella el primer ensayo de democracia popular. Krivitsky dice sobre ellos: “La mayor parte de esos técnicos pertenecían al Estado Mayor ruso. Eran instructores militares, ingenieros, especialistas de la industria, técnicos de la guerra química, mecánicos de aviación, operadores de radio... En la medida de lo posible, estos miembros del Ejército Rojo permanecían aislados de la población civil y se alojaban aparte”. Casi todos usaban nombres y apellidos españoles. El control militar lo ejercía el general Ivan Bercim, de origen lituano, y el control a la vez político y económico-financiero, Arturo Stachevsky, de origen polaco. Ambos habían hecho sus pruebas, desde hacía largos años, en la URSS; se ocupó de su selección personalmente Stalin. El control de la GPU lo ejercía el llamado comandante Orlov. Representaban al Komintern, por este orden: Togliatti, Stepanov y Codovila. En Cataluña, el famoso Pedro (Erno Geroe) sustentaba al mismo tiempo la representación del Komintern y de la GPU. Uno de sus colaboradores policíaco-terroristas fue Lazlo Rajk, ejecutado hace unos años en Budapest. Al frente de las Brigadas Internacionales actuaban dictatorialmente el francés André Marty -el llamado carnicero de Albacete- y el italiano Luigi Longo. Eran los jefes y responsables principales; podríamos dar una lista bastante amplia de sus colaboradores militares y policíacos, la aplastante mayoría de los cuales -los que no fueron liquidados- ocupan importantes cargos en el comunismo italiano y alemán y en todos los países satélites.
 ¿Cuáles fueron los efectivos de las Brigadas Internacionales? No he visto hasta ahora ninguna estadística exacta. Ya terminada la guerra y sobre una base elemental, se afirmó que con destino a las Brigadas Internacionales habían atravesado las fronteras 125.000 hombres. No estuvieron todos en las líneas de fuego al mismo tiempo; operaban generalmente como tropas de choque y sufrieron tales pérdidas, que hubo que renovar sus efectivos tres o cuatro veces. Como veremos más adelante, el terror impuesto por Marty, Longo y el comandante Carlos J. Contreras -Vittorio Vidali, que intervino en la preparación del asesinato de Trotski y es hoy [al escribir el texto] el jefe de los comunistas en Trieste- produjo numerosísimas víctimas y provocó numerosas deserciones. En 1937, año en que las Brigadas actuaron plenamente, hubo en las líneas de fuego cinco en total, lo que supone, teniendo en cuenta los batallones de instrucción y el personal auxiliar, un total de 35.000 hombres. Los otros 90.000 representaban los refuerzos que venían a cubrir las pérdidas. Si concedo crédito a estas cifras, es porque las confirman el ex agente soviético Luis Fischer en su libro Why Spain fights on, cuya edición inglesa lleva un prefacio de Clement Attlee. Y Fischer estaba en situación de saber la verdad.
¿Cómo caracterizar objetivamente las Brigadas Internacionales? Me refiero a las controladas por los comunistas, pues la CNT y el POUM tuvieron también, mucho menos numerosas, sus unidades combatientes formadas por voluntarios extranjeros. Los servicios comunistas, controlados por agentes de la GPU, procedieron a un intenso reclutamiento en casi todos los países; situados dichos agentes en los lugares fronterizos, trataban de dirigir a los voluntarios hacia Albacete, donde actuaba, con absoluta independencia -sin el menor control español-, el Estado Mayor de las Brigadas. Había en éstas de todo: auténticos y heroicos idealistas que corrían a luchar en España contra las dictaduras que oprimían a sus países y por la libertad humana, militantes comunistas exilados y políticamente en paro forzoso, aventureros de toda laya -estos en minoría- y que no tenían nada que perder, simples mercenarios de esos que pululan en todas las guerras... Los que se batieron lo hicieron bien, valiente, heroicamente, registrando enormes pérdidas. Contribuyeron a salvar Madrid en los momentos de mayor peligro. A esos combatientes sinceros, a los que murieron como a los que salvaron la vida, les debemos los españoles gratitud eterna. Lo criminal, lo monstruoso es que los agentes de Moscú se sirvieron de ellos para imponer su dominio y para cometer y encubrir las peores tropelías. Muchos de ellos -y no pocos militantes comunistas- fueron asesinados por la espalda; conocí a otros muchos en las cárceles viviendo el más terrible de los dramas. Citaré algunos ejemplos más adelante.
En nombre del amoralismo al servicio de lo que él creía una moral dialéctica y superior –la llamada moral proletaria o al servicio del proletariado- Lenin preconizaba la doblez y la mentira como armas táctico-políticas. Stalin y sus seguidores tenían que convertir la doblez y la mentira en métodos fundamentales y usuales de su política. Los comunistas españoles, dispuestos en todo momento a traicionar a su pueblo en nombre de la patria soviética, parecían los más sinceros y leales patriotas jamás conocidos. Y ellos y sus consejeros defendían a voz en grito la unidad antifascista y el Frente Popular; mientras tanto, en la práctica, suscitaban envidias y rivalidades, hacían obra de división, absorbían a los que podían servirles -aun cuando sólo fuera circunstancialmente- y eliminaban a los que les estorbaban. En nombre de la unidad, empezaron absorbiendo a las Juventudes Socialistas; pasaron a denominarse Juventudes Socialistas Unificadas, pero se convirtieron en un instrumento dócil de los comunistas. (Su secretario general, Santiago Carrillo, caballerista, no tenía que vacilar en renegar de su padre, el viejo y honesto militante caballerista Wenceslao Carrillo). En nombre de la unidad, absorbieron en Cataluña a los partidos obreros independientes -con la sola excepción del POUM, al que eliminaron por el terror- y constituyeron el llamado Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), creándose una base de que carecían en esta importante región industrial. No tardaron en dominar asimismo a la UGT de Cataluña y, en nombre de la unidad de acción con la CNT, a dividir y a socavar a esta última. Por orden expresa de Stalin, el embajador Rosenberg le planteaba casi a diario a Largo Caballero la necesidad de constituir, mediante la fusión de socialistas y comunistas, el Partido Único del Proletariado; la oposición del viejo líder socialista fue una de las causas de su caída. Durante toda la guerra, y siempre en nombre de la unidad -y de la victoria-, explotaron a maravilla las tendencias rivales entre socialistas caballeristas y prietistas: primero se sirvieron del izquierdismo de Largo Caballero para infiltrarse en el Partido Socialista y en la UGT; después se sirvieron del moderantismo de Prieto para liquidar a Largo Caballero y cubrir a Negrín; finalmente se sirvieron de las ambiciones de éste, convertido en su instrumento, para liquidar a Prieto e imponer su dictadura real. Los comunistas invocan la coexistencia para encubrir la supresión de la existencia de todos sus adversarios y la unidad para llegar a realizar e imponer su unidad dictatorial. Es evidente que cuando se suprime o se neutraliza a todas las otras fuerzas y tendencias, la unidad -la unidad totalitaria- es un hecho. Esta experiencia, repetida más tarde en varios países, la hicimos en España.
Hicimos otra experiencia que conviene apuntar aquí. En su telegrama del 16 de octubre a José Díaz, Stalín prometía “la ayuda de los trabajadores rusos a las masas revolucionarias de España”. La realidad fue muy diferente: so pretexto de someter la revolución a la guerra- y la retaguardia al frente, de no asustar a las fuerzas burguesas y pequeño-burguesas y de encuadrar las milicias en el Ejército regular bajo un mando único -a primera vista, todo esto parecía necesario y lógico-, el PCE y el PSUC, así como sus organizaciones periféricas, fueron atrayéndose a los elementos derechistas, felices de esta providencial protección y no menos felices de la supresión de los consejos obreros y de la reforma agraria, y, por todos los medios a su alcance -los más ilegales lo mismo que los de la nueva legalidad creada por la guerra-, empezaron a mandar a la cárcel o a la muerte a los auténticos revolucionarios. Durante el año y medio que hube de pasar yo en las cárceles de Madrid, de Valencia y de Barcelona -desde mi detención en junio de 1937 hasta el colapso y el éxodo de Cataluña, en enero-febrero de 1939-, me codeé con varios millares de socialistas de izquierda, de anarcosindicalistas de la CNT y la FAI (Federación Anarquista Ibérica), de poumistas, de ex milicianos y de miembros de las Brigadas Internacionales. Es decir, de antifascistas y antiestalinistas. En las cárceles pude comprobar –mejor que en la calle- el asesinato en frío de la revolución española. Intuí entonces ya que el estalinismo representaba una forma de la contrarrevolución permanente; si la mayoría de la gente no comprendió esta verdad, es porque para ella la contrarrevolución la representaba únicamente el nazi-fascismo. La una parecía excluir la otra; mas tarde se vio, a través del pacto Hitler-Stalin y de los sucesivos golpes de Estado comunistas, que en este punto como en muchos otros la experiencia española había tenido un auténtico valor universal.
Para apoderarse del Ejército se sirvieron, principalmente, de los comisarios políticos. Esta institución, ideada por Carnot a través de los delegados de la Convención y perfeccionada por Trotski en el Ejército Rojo, fue utilizada a fondo por el estalinismo en España. Las circunstancias les sirvieron de maravilla. El grueso de la oficialidad -tradicionalmente reaccionario-monárquica e imbuida de un fuerte espíritu de casta- estaba al lado de la rebelión; entre los que permanecieron en la zona republicana, los comprometidos con el enemigo fueron fusilados y la mayoría de los otros se sentían víctimas de la desconfianza popular. (Desconfianza injusta en la mayoría de los casos, pero harto comprensible en las condiciones en que estalló la guerra civil). En el período de las Milicias, cada partido y cada organización tenía sus propios comisarios políticos. ¿No se trataba de una guerra eminentemente político-social? Los comisarios parecían responder a una doble necesidad: la vigilancia de los militares de carrera y el mantenimiento de la moral político-social en las unidades combatientes. Por medio de una propaganda desenfrenada, de una hábil distribución de las armas y de los suministros en general, de toda suerte de presiones –alterando el favoritismo con el terror- los comunistas acabaron dominando los cuadros del Ejército republicano y, en primer lugar, los comisarios políticos, sobre todo a partir de la disolución de las Milicias y de su incorporación al Ejército centralizado y obediente a un mando único. El socialista Julio Álvarez del Vayo, compañero de ruta del bolchevismo desde antes de octubre de 1917 –admirador de Lenin ya en Suiza, de Trotski hasta su deportación a Prinkipo, de Stalin después-, era en el Gobierno Largo Caballero, además de Ministro de Estado (Negocios Extranjeros), Comisario General del Ejército; en el primer cargo obedecía mucho más a Litvinov que a su presidente del Consejo y en el segundo a los agentes de Moscú. Refiere El Campesino que La Pasionaria, en nombre del Buró Político, le ordenó trasladarse de Madrid a Valencia con el fin de celebrar una entrevista con “el camarada Álvarez del Vayo”. A la entrevista asistió Alfredo (Ercoli-Ercole, Palmiro Togliatti). Del Vayo le hizo un discurso diciendo que el Ejército Rojo podía obedecer a la disciplina bolchevique gracias a los comisarios políticos; había llegado el momento de liquidar a los comisarios socialistas, anarcosindicalistas y poumistas para sustituirlos por comisarios comunistas. Como El Campesino temiera la reacción de las tendencias antes mencionadas, Togliatti invocó la disciplina y le dijo: “Sigue lo que te dice el compañero Álvarez del Vayo”. Y lo siguió. En el Epistolario Prieto-Negrín, el primero dice entre otras cosas graves: “La primera reunión del Consejo Superior de Guerra se celebró a requerimiento mío en Valencia, pocos días después de reconstituido dicho organismo y el objeto de la convocatoria fue tratar el problema del Comisariado. Leí a ustedes las cifras recogidas en un estado muy minucioso, relativo a las afiliaciones políticas de los comisarios del Ejército. Esas cifras revelaban que los comunistas oficiales representaban un porcentaje infinitamente mayor que el correspondiente al número de afiliados de dicho Partido; pero, además de los comunistas oficiales había otros de las Juventudes Socialistas Unificadas, dirigidas por el comunismo, y del Partido Socialista Unificado de Cataluña, también bajo el control de los sovietistas, y otros más que disfrazaban su filiación con el simple apelativo sindical de la UGT. Sumados todos esos contingentes, resultaba que los comunistas disponían de muy desbordante mayoría en el Comisariado”.
Respecto de los principales resortes del poder, da Prieto los siguientes datos en el mismo documento: “Subsecretario del Ejército de Tierra: Cordón, comunista; Subsecretario de Aviación: Núñez Maza, comunista; Jefe de Fuerzas Aéreas: Hidalgo de Cisneros, comunista; Jefe del Estado Mayor de Marina: Prados, comunista; Comisario de los Ejércitos de la Zona Centro-Sur: Hernández, comunista; Director General de Seguridad: Cuevas, comunista; Director General de Carabineros: Marcial Fernández, del Partido Socialista Unificado de Cataluña, controlado por los comunistas y adherido a las Tercera Internacional”. A esta lista podrían añadirse otras. En otro documento asegura Prieto que cerca de cada cargo importante o relativamente importante -militar, aéreo, naval, policiaco o simplemente técnico- había un asesor ruso u obediente a los rusos. Obedecían todos a los agentes del Kremlin y no a los respectivos ministros. Como el PC tenía escasos militantes de vieja fecha, echaba mano de la taifa de aventureros e indeseables recientemente ingresados en él. Todos los que se sometían a los comunistas se sentían protegidos, ascendidos, exaltados nacional e internacionalmente; los que les oponían resistencia eran calumniados, perseguidos, asesinados... Incluso en los hospitales militares, para tener derecho a los cuidados médicos y a una buena alimentación, había que exhibir el carné comunista o ser por lo menos un simpatizante... Las consecuencias de esta dominación comunista tenían que ser fatales, catastróficas. Las tropas republicanas habían logrado asegurar la heroica defensa de Madrid, rechazar a los alemanes ante el Jarama, derrotar a las legiones italianas en las planicies de Guadalajara... Después se estableció una especie de tregua que, de prolongarse unos meses más, podía volverse inevitablemente contra la causa republicana. Era necesario recobrar la iniciativa de las operaciones. Largo Caballero y su colaborador inmediato, el general Asensio, proyectaron una gran ofensiva en el frente de Extremadura, con unos objetivos importantes y concretos: la ocupación de Mérida y Badajoz, el corte de los ejércitos rebeldes del Norte y del Sur, el corte asimismo de la frontera portuguesa y de las comunicaciones marroquíes -en realidad, las rutas del Mediterráneo- por donde recibía el enemigo sus suministros y tropas mercenarias, la ocupación ulterior de Sevilla... De triunfar esta ofensiva, sería quizá posible ponerle fin a la guerra. En efecto, paralelamente con estos planes militares, Largo Caballero había hecho iniciar unas gestiones secretas entre las potencias -excluyendo a la URSS- encaminadas al restablecimiento de la paz; las cuatro potencias -Inglaterra y Francia, Alemania e Italia- parecían bien dispuestas a facilitar las negociaciones[6]. Nada de esto convenía a Stalin. No le convenía el triunfo de unas operaciones de tal naturaleza y llamadas a acrecer la popularidad y el prestigio del viejo líder socialista, que empezaba a constituir un serio obstáculo para su política. No le interesaba el fin de la guerra española y menos aún un entendimiento entre las potencias europeas y decidió sabotear las operaciones. E incluso, como veremos, la liquidación de Largo Caballero y del general Asensio.
Con éste último -y con otros generales del Estado Mayor, detenidos por exigencias de los comunistas- pasé yo varios meses en la Prisión de Estado de Barcelona. Trabamos buena amistad y me enteré de muchas cosas... El primero en hablar de todo esto, en una serie de sensacionales artículos publicados al fin de la guerra, fue mi gran amigo Luis Araquistáin, ex consejero de Largo Caballero y ex embajador en París. Pero el testimonio de mayor peso es hoy el de Jesús Hernández. Él y Uribe, los dos ministros comunistas, recibieron cierto día una invitación del general Kulik, el único de los oficiales rusos llegados al comienzo de la guerra civil y que no había sido llamado a Moscú y fusilado. Asistieron asimismo a esa entrevista Togliatti y Codovila. Kulik, en su puesto de comandante general, había aderezado una mesa con caviar, vodka y otros selectos productos rusos. Como pasaran una hora hablando de generalidades, Hernández lo interrogó sobre el objeto de la reunión. “Estoy aguardando una importante noticia de la Embajada de Valencia”, se limitó a decir Kulik. Le trajeron al fin una comunicación cifrada. Cuando la descifraron, le pasó el papel a Togliatti y dijo en un tono que no admitía réplica: “Asunto terminado”. El plan Caballero-Asensio no debía realizarse; los ministros comunistas, el aparato soviético y el PC debían evitarlo a toda costa. En su lugar debía realizarse una ofensiva por Brunete y Navalcarnero, exigida por los mandos soviéticos pero que los militares españoles juzgaban insensata. (Esta ofensiva, realizada a comienzos de julio de 1937, resultó un verdadero desastre). La liquidación de Largo Caballero, no obstante su inmensa popularidad y el apoyo de todas las fuerzas políticas y militares españolas, fue decidida en una reunión del Buró Político. La decidieron, en realidad, los agentes del Kremlin: Togliatti, Stepanov, Codovila, Gueré (Erno Geroe), Marty, Orlov y Gaikins (el consejero de la Embajada soviética). Hernández y Díaz opusieron resistencia: la liquidación de Largo Caballero proclamaría la división de las fuerzas republicanas y podía conducir a una serie de desastres. Gaikins dijo: “Caballero se niega a escuchar nuestros consejos. Hace unos días, condujo a Rosenberg casi brutalmente a la puerta de su despacho porque éste le pedía con insistencia la suspensión de La Batalla [7] y la disolución del POUM”. Se obligó al propio Hernández a pronunciar un violento discurso contra Largo Caballero, discurso capaz de abrir la crisis. En esa misma reunión se decidió que el sustituto fuera el Dr. Negrín; el propio Hernández debía negociar con él las condiciones...En los primeros días de mayo, Erno Geroe y los servicios policíacos a sus órdenes ocuparon por la fuerza la Central Telefónica de Barcelona y provocaron los famosos hechos de mayo, que costaron la vida a un millar de personas; las calles de la capital catalana se cubrieron de barricadas y las masas populares -así como los combatientes de Aragón- pedían la formación de un Consejo de la Generalidad CNT-POUM. No aceptó la CNT, convirtiendo en un triunfo comunista lo que pudo ser su peor derrota [8]. Empezó el asesinato de militantes cenetistas y poumistas. En Valencia los dos ministros comunistas exigieron la disolución del POUM y la detención de sus jefes; como Largo Caballero se negara enérgicamente, los comunistas provocaron la crisis gubernamental más grave de toda la guerra civil. La revolución estaba perdida y, con ella, la guerra, tras una serie de sangrientos descalabros.
Constituyó Negrín el llamado Gobierno de la Victoria; tenía que actuar al dictado de los agentes de Moscú. Ocupaba la Defensa Nacional -Guerra, Marina y Aire- Indalecio Prieto. Como indican sus escritos ulteriores, tenía que hacer las más amargas experiencias de su vida. Hubo de consentir la detención y el procesamiento de los líderes del POUM, el rapto y el asesinato por la GPU de Andrés Nin -sobre esto daré mayores detalles en la última parte-, la detención de los generales que habían colaborado con Largo Caballero -Asensio, Martínez Monge, Martínez Cabrera- y una infame campaña contra éste, la liquidación de los caballeristas del Partido Socialista y de la UGT, el fracaso de la ofensiva de Brunete-Navalcarnero (en las cercanías de Madrid), la pérdida de todo el Norte... Tuvo múltiples ocasiones de comprobar que los principales resortes dependientes oficialmente de él no le obedecían y obedecían, en cambio, a los rusos. Durante el colapso de Asturias, cuando creía que el destructor Císcar, siguiendo sus instrucciones, se había puesto a salvo, este destructor fue destruido por los franquistas porque, obedeciendo las órdenes del técnico naval soviético y del Jefe del Estado Mayor de Marina (el comunista Prados), no había evacuado el puerto donde estaba anclado. Con el fin de desmoralizar la retaguardia enemiga, dio orden de bombardear Zaragoza, Pamplona, Vitoria, etc.: los rusos dieron contraorden y no fueron bombardeadas. Dio orden de no bombardear Valladolid: Valladolid fue bombardeada. Negrín le obligó a regalarles a los rusos dos aviones enemigos caídos en nuestras líneas: un Messerschmidt, cuyo examen interesaba extraordinariamente a los técnicos franceses, y un Heinkel, que se necesitaba para los bombardeos españoles. Pero la maniobra más desleal y monstruosa fue la de Teruel. A fines de 1937, la moral de las tropas y de la retaguardia republicana estaba bastante baja; la conquista de Teruel, planeada por Prieto y por el general Saravia, cambió esa moral. Constituía una verdadera hazaña. Dos meses después, en febrero de 1938, Teruel volvió a caer en manos de los franquistas, con gran sorpresa del Ministerio de Defensa y de su Estado Mayor. “Es una maniobra de los rusos dirigida- contra usted”, le dijeron a Prieto algunos de sus colaboradores. Se negó a creerlo.¡Era tan monstruoso! Después de su sensacional evasión de la URSS (1948), El Campesino ha esclarecido la diabólica maniobra soviética dirigida, en efecto, contra Prieto. Fue confiada la operación a los generales soviéticos Gregorovitch y Barthe; participaron en ella los comandantes comunistas españoles Modesto y Líster. Se empezó destituyendo al general Saravia y sustituyéndolo por Modesto. A las tropas anarcosindicalistas que protegían Teruel se les retiró la artillería. El Campesino debía dejarse cercar en la plaza con su División; Líster y Modesto vendrían a salvarlo ulteriormente. “¿Lo que usted quiere es liquidar el Frente Popular? -le preguntó El Campesino a Gregorovitch-. ¿Cree usted que los comunistas somos ya capaces de mantener la situación solos?” “No se trata de liquidarlo, sino de someterlo a nuestra voluntad -le explicó el general soviético-. Hay que desacreditar a los socialistas y a los anarcosindicalistas y demostrar a la opinión pública que las divisiones comunistas son las únicas capaces de resistir hasta el último momento. La pérdida de Teruel les será achacada a los demás; nosotros, resistiendo hasta el final, saldremos engrandecidos de la operación”. El Campesino obedeció. Cercado durante varios días en Teruel, nadie corrió en su ayuda. Franco, que dirigía personalmente la operación enemiga, anunció su muerte. Prieto la creyó cierta y le envió el pésame a su viuda. Pero El Campesino, temerario, rompió el cerco franquista, salvó al grueso de su División y se salvó él mismo. Habían deseado su muerte con el fin de arrojar su cadáver a los pies del Ministro de Defensa y desacreditarle... Jesús Hernández ha revelado que Orlov preparó un vil atentado contra Prieto: una máquina infernal colocada en su automóvil ministerial debía hacerlo saltar en plena carretera y matarlos a él ya su escolta. Hernández amenazó con un escándalo y salvó la vida de Prieto. Pero con el seudónimo de Juan Ventura y con el conocimiento de Negrín, realizó una campaña calumniadora contra él acusándole de pesimista, de derrotista y de querer pactar con el enemigo. Por exigencia de los rusos, Negrín lo sacrificó al fin y, junto con la Presidencia del Consejo, conservó para sí -es decir, para los comunistas- la Defensa Nacional.
 
 
IV. El terror comunista
Pero el arma más importante utilizada por los agentes soviéticos y por los comunistas españoles fue la terrorista. Los bolcheviques habían logrado afianzar su poder en la URSS gracias principalmente al terror. Stalin conquistó el poder y se mantuvo en él gracias al terror. Ya conocemos las instrucciones que Stalin le comunicó a Yagoda y que éste comunicó a Orlov ya todos sus colaboradores: todo en España debía quedar sometido a la GPU. Krivitsky asegura que su superior inmediato Slutsky, que había recibido orden de organizar la GPU en España como lo estaba en la URSS, realizó un trabajo enorme: en diciembre de 1936 casi todo estaba bajo su control “y los propios ministros temblaban ante los servicios soviéticos”. El 17 de ese mismo mes, Pravda anunció que “la represión se llevaría adelante en Cataluña con la misma energía que se había aplicado en la Unión Soviética”. Se refería el portavoz del Kremlin a los monstruosos procesos celebrados en Moscú, seguidos del fusilamiento de Zinoviev, Kamenev, Bujarin y toda la vieja guardia de Lenin, y a las sangrientas depuraciones aplicadas en todo el territorio soviético. Lo diré en seguida: en España sólo el POUM había tenido el valor de protestar contra esos crímenes. Y fuimos los únicos en comprender que Stalin no dejaría con vida a los revolucionarios españoles, disidentes del comunismo oficial, al mismo tiempo que hacía asesinar a todos los viejos revolucionarios rusos. Pero nadie o casi nadie nos hizo caso al comienzo, creyendo que nos dejábamos llevar por nuestro antiestalinismo inveterado; cuando empezaron a comprender, era ya demasiado tarde.
Según Krivitsky, el propio general Berzin envió, en marzo de 1937, un informe secreto a Vorochilov, Comisario de Guerra entonces, diciéndole que por todas partes había quejas sobre los abusos terroristas de la GPU en España. Este informe cayó en manos del terrible Yejov, sucesor de Yagoda en la Lubianka. Krivitsky concluye: “Yejov, como gran mariscal de la inmensa depuración que en aquel entonces se llevaba a cabo en Rusia, miraba a España como si fuera una simple provincia rusa”. Directamente o por personas interpuestas, la GPU lo controlaba todo en España. Prieto dice que la creación del SIM (Servicio de Investigación Militar) se debió a la iniciativa de “determinados técnicos rusos” (GPU). Él resistió al comienzo, pero cedió al fin creyendo poder controlar los nombramientos y su funcionamiento. Pero no fue así: el SIM cayó fatalmente en manos de la GPU. Prieto dice textualmente: “Caí en desgracia desde que, destituyendo al comandante Durán, quise impedir que el Servicio de Investigación Militar cayera en manos de los rusos, como cayó la Dirección General de Seguridad cuando estuvo al frente de ella el teniente coronel Ortega”. ¿Quién era este comandante Durán? Un ex actor, al parecer sin filiación política, que había ascendido con extraordinaria rapidez, no en el frente, sino sirviendo de intérprete de los militares rusos; debía estar preparado desde tiempo para llenar una función policíaca, pues sin que lo conocieran los demás militantes comunistas españoles, gozaba de la máxima confianza de Orlov y de Stachevsky. Por haberle destituido Prieto de la dirección del SIM, rompió Stachevsky sus relaciones políticas y personales con él y decidió su pérdida. Y ya sabemos, por Jesús Hernández, que Orlov preparó su asesinato accidental. Por medio del SIM, la GPU logró aterrorizar a todo el mundo y dominarlo todo. Detenía, procesaba y asesinaba a su guisa. Ni los ministros, ni los magistrados, ni los abogados ni nadie se atrevían a hacer nada contra el SIM-GPU. Cuatro días antes de mi detención en Barcelona, efectuada por Orlov, Erno Geroe y sus secuaces, tuve una dramática entrevista con mi viejo amigo el socialista Julián Zugazagoita, ministro de la Gobernación. Me dijo éste con profunda amargura: “Cuatro veces he ordenado la libertad de dos compañeros suyos y el portero ha desobedecido mis órdenes. El portero obedece a un poder oculto que está por encima del ministro, de todos los ministros. No sé qué hacer”. Yo me sabía perdido quizá sin remedio, pero compadecí a aquel hombre[9].
Nunca se conocerá exactamente la guerra civil española. En Madrid, en Barcelona, en Valencia, en Albacete tenían sus propias checas y eran espantosos los tormentos que aplicaban en ellas. Yo conocí algunas de estas checas y traté a centenares de presos que habían pasado por ellas; muchos de estos presos fueron fusilados, otros se suicidaron y otros salieron con la salud quebrantada. (En mi libro Caníbales Políticos he dado numerosos datos sobre estos tormentos; existen, además del mío, otros muchos testimonios espeluznantes). No se asesinaba tan solo a los españoles anticomunistas, sino a no pocos comunistas extranjeros tibios y a numerosos miembros de las Brigadas Internacionales. Ante las acusaciones que pesaban sobre él, André Marty, por ejemplo, tuvo necesidad de justificarse ante el Buró Político del PC francés. En un informe escrito, decía que la policía de Valencia, no atreviéndose a juzgar a numerosos indeseables y agentes de Franco, se los enviaba a Albacete para que los incorporara a las Brigadas. “Muy pocos fueron los que se rescataron combatiendo valientemente; la mayoría se mostró incorregible y cometió nuevos crímenes. Incluso mataron a los guardianes de los campos de concentración donde los habíamos encerrado. Ante estos hechos, tuve que obrar rápidamente y aplicando la pena de muerte. De todos modos, el número de los ejecutados no pasa de los quinientos, todos criminales auténticos. La situación española es seria, pero no grave. De ahora en adelante, toda la España roja estará gobernada por los comunistas. Tanto la policía como los batallones de la Guardia Republicana como la brigada de agentes instruidos por los especialistas llegados de Rusia, se comportan admirablemente y hacen verdaderas maravillas”.
El caso más monstruoso -y que mayor escándalo produjo en España y en el mundo entero- fue el de mi amigo y compañero Andrés Nin. Ex secretario del Profintern en Moscú, fue expulsado de la URSS en 1928. Desde el comienzo de la guerra ocupó la secretaría política del POUM. Fue Consejero de Justicia del Gobierno de la Generalidad de Cataluña. Detenido por Orlov al mismo tiempo que yo, fue trasladado a Madrid y luego a Alcalá de Henares, donde se simuló un rapto que se quiso achacar a la Gestapo. Jesús Hernández ha referido los espantosos tormentos a que se le sometió. Se quería obligarle a firmar una confesión reconociendo que éramos agentes de Franco, de Hitler, de Mussolini. Como los procesados de Moscú. De haber cedido a los tormentos, hubiéramos sido condenados a muerte y ejecutados en el acto. Pero Nin se negó. Y hubo que asesinarlo. El propio Palmiro Togliatti se encargó de comunicar la noticia de su asesinato al Kremlin. El sacrificio de Nin -y una violenta campaña internacional- nos salvó la vida.
La conducta de los comunistas desmoralizó completamente a la zona republicana. ¿Valía la pena luchar en nombre de unos métodos y unos fines tan viles como los nazi-fascistas? En noviembre de 1938 los mandos soviéticos dirigieron el paso del Ebro. Una hazaña al parecer heroica. De 90.000 soldados que pasaron el Ebro perecieron 70.000. El Ejército que debía defender Cataluña quedó decapitado. Stalin retiró poco después las Brigadas Internacionales de España. Los franquistas pudieron ocupar toda Cataluña sin encontrar la menor resistencia. Unos meses después -marzo de 1939-, Togliatti y Stepanov obligaron a Negrín, en la zona Centro, a dar un golpe de estado comunista con el único fin de provocar un contragolpe -el del coronel Casado y el general Miaja- que precipitara el derrumbe general. Querían cargar este desastre en la cuenta de los otros partidos y organizaciones antifascistas y salvar el prestigio del comunismo español e internacional. Poseemos, entre otros, dos magníficos testimonios al respecto: el del jefe socialista Trifón Gómez y el de Jesús Hernández. Este último afirma que, llegados a Moscú, Stalin y Manuilsky aprobaron todo lo hecho por sus agentes en España. El verdugo del Kremlin podía arrojar el cadáver del heroico pueblo español sobre la mesa de las negociaciones de su pacto con Hitler. Su consecuencia tenía que ser la segunda guerra mundial.
París, enero de 1961.
 
 
Notas
 
1- Caníbales políticos (Hitler y Stalin en España), México, 1940.
2-  Jesús Hernández, La grande Trahison, Paris, 1953.
3-  Diego Abad de Santillán, Cómo perdimos la guerra, Buenos Aires, 1940.
4-  Indalecio Prieto, Cómo y por qué salí del Ministerio de Defensa Nacional (Intrigas de los rusos en España), Ediciones de París y de México, 1940.
5- Valentín González El Campesino, La vida y la muerte en la URSS, editado en catorce países.
6- Jesús Hernández se refiere a estas negociaciones en su libro. Por mi parte -y por el momento- puedo decir lo siguiente: entre los papeles dejados por Luis Araquistáin, que he tenido ocasión de compulsar, se encuentran los informes secretos que, en su calidad de Embajador de la República en París, dirigió personalmente a Largo Caballero, Jefe del Gobierno, sobre la marcha y el eventual resultado de estas negociaciones. Las confirmo enteramente y confirmo que iban por buen camino. (Por razones obvias, no pueden hacerse públicos todavía esos documentos). El propio Caballero se refiere a ellos en sus Memorias, todavía inéditas [al redactarse el texto].
7-  Órgano central del POUM, del que era yo director. Fue suspendido después de las Jornadas de Mayo y se me abrió a mí proceso.
8- A este asunto se refiere Diego Abad de Santillán en su libro Por qué perdimos la guerra. Y me refiero yo en el mío Caníbales políticos. Tiene mil veces razón el escritor anarquista al decir que si la CNT no hubiera vacilado en aquellos momentos, como le pedimos Andrés Nin y yo, sin duda hubiera cambiado el cariz de la guerra española. En todo caso hubiéramos tratado de evitar el apoderamiento de su dirección por parte de los comunistas y de sus amos de Moscú.
9- Entregado por la Gestapo y por Vichy a Franco. Zugazagoitia fue fusilado en Madrid.
 












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