Rosa Luxemburgo. La Huelga de masas, partido político y los
sindicatos (1906)
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Rosa Luxemburgo. La Huelga de masas, partido político y los
sindicatos (1906)
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Contenido:
Rosa Luxemburgo. La Huelga de masas, partido político y los
sindicatos (1906)
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[Huelga de masas, partido y sindicatos fue escrito para concretar la
segunda tarea que se planteó Rosa Luxemburgo en relación a la Revolución de
1905: interpretar para los obreros alemanes los acontecimientos de 1905-1906 y
extraer de ellos enseñanzas para el futuro de la lucha de clases en Alemania.
Es también uno de tos ataques más efectivos de Rosa Luxemburgo al conservadurismo
institucionalizado de la burocracia sindical socialdemócrata de Alemania.
[Como explica Rosa Luxemburgo en la primera parte de su artículo, hubo
una larga historia de controversias alrededor de la cuestión de la huelga de
masas o huelga general como arma a ser utilizada por la clase obrera en sus
batallas, desde los días de la Primera Internacional 59 en adelante. Sin
embargo, la Revolución Rusa de 1905 arrojó nueva luz sobre el debate. Un
análisis marxista de esos acontecimientos sólo podía conducir a una apreciación
más amplia del rol que juega en la lucha revolucionaria la huelga de masas, en
la que se confunden inextricablemente los factores económicos y políticos.
Aunque sus argumentos son, en lo fundamental, absolutamente correctos, tiende a
ir demasiado lejos en la tendencia a poner al mismo nivel la huelga de masas
con la revolución misma.
[Hace una descripción y un análisis vividos del desarrollo de la lucha en
el Imperio Ruso para ejemplificar su argumento central: que la huelga de masas
no es un estéril concepto creado artificialmente en las mentes de algunos
osificados y tímidos burócratas sindicales, “no un método artesanal descubierto
por un razonamiento sutil con el propósito de hacer más efectiva la lucha
proletaria, sino el método de movimiento de la masa proletaria, la forma
fenoménica de la lucha proletaria en la revolución”.
[Sus argumentos están dirigidos principalmente contra los dirigentes de
los sindicatos alemanes, a quienes había llegado a considerar como sus más serios
adversarios. Todo el folleto está empapado de su total desprecio por la
cobardía, el conservadurismo y el estrecho reformismo de los dirigentes
sindicales. No tenía esperanzas de cambiar la mentalidad de éstos, pero sí de
convencer a algunos de los demás dirigentes del PSD del peligro que
representaba la creciente independencia de los dirigentes sindicales de la
disciplina partidaria.
59 La Primera
Internacional o Asociación Internacional de los Trabajadores fue fundada en
1864 por Marx y Engels y se mantuvo hasta la derrota de la Comuna de París en
1871, cuando su centro se trasladó de Inglaterra a los Estados Unidos. Su
último congreso se realizó en Filadelfia en 1876.
[Más aun, esperaba educar a los obreros alemanes en el verdadero espíritu
de la Revolución Rusa y hacerles comprender las implicancias internacionales de
esa revolución. Esperaba vacunarlos contra el oportunismo de sus dirigentes.
“Esos dirigentes sindicales y parlamentarios que consideran que el proletariado
alemán es ‘demasiado débil’ y que las condiciones en Alemania ‘no están lo
suficientemente maduras’ para la lucha revolucionaria de masas, evidentemente
no tienen la menor idea de que la medida del nivel de madurez de las relaciones
de clase en Alemania y de la fuerza del proletariado no reside en las
estadísticas del sindicalismo alemán o en las cifras electorales, sino en los
acontecimientos de la Revolución Rusa.”
[En el otoño de 1905, antes de que Rosa Luxemburgo partiera para
Varsovia, los dirigentes sindicales rompieron abiertamente con la política del
PSD. En el congreso partidario de Jena se discutió si el partido incluiría o no
en su arsenal de armas potenciales el llamado a una huelga de masas. Se adoptó
una resolución aprobándolo, pero sólo en la eventualidad de que el gobierno
intentara restringir el derecho al voto. Incluso esta débil resolución
propuesta por la dirección central del PSD fue suficiente para aterrorizar a
los sindicalistas. En el Congreso de Sindicatos Alemanes que se realizó en
Colonia inmediatamente después que el de Jena, se consideró que hasta la
discusión teórica sobre la huelga general significaba “jugar con fuego” y se la
rechazó. Así, por primera vez el congreso sindical dirigido por miembros del
PSD adoptó una política que estaba en abierta contradicción con la del partido.
[Sin embargo, no se los sancionó ni se les llamó la atención; en febrero
de 1906 el PSD y los dirigentes sindicales acordaron en una reunión secreta
enterrar calladamente la resolución de Jena. Y en el siguiente congreso partidario,
que se realizó en 1906, se votó oficialmente una resolución que estableció que
no existía contradicción alguna entre la resolución de Jena y la posición
sindical de Colonia.
[El 4 de marzo de 1906 Rosa había sido arrestada, al denunciar un diario
conservador alemán su presencia en Varsovia. A pesar de sus documentos falsos,
casi inmediatamente se reveló su verdadera identidad debido a un allanamiento
policial a la casa de su hermana, en donde se obtuvieron algunas fotografías
suyas. Se la acusó de serios crímenes contra el Estado, pero fue liberada en
julio de 1906, gracias a sustanciosas coimas, advertencias del Partido Social
Demócrata Polaco de que se tomarían represalias si algo le sucedía a Rosa y
certificados que confirmaban que su salud era muy débil.
[En agosto se le permitió dejar Varsovia; de allí se fue a Finlandia para
encontrarse con Lenin, Zinoviev, Kamenev y otros dirigentes bolcheviques. Las
experiencias de 1905 habían acercado mucho el PSDPyL a los bolcheviques, a
quienes aquellos reconocían como su equivalente ruso en la acción y la teoría.
Finalmente, en abril de 1906 el PSDPyL se unió al partido ruso y se ubicó junto
a los bolcheviques y contra los mencheviques en la mayoría de las cuestiones.
[Rosa Luxemburgo pasó en Finlandia las últimas semanas de agosto y las
primeras de septiembre, discutiendo con los dirigentes bolcheviques y
escribiendo el folleto sobre la huelga de masas. Luego volvió a Alemania a
tiempo para participar en el congreso partidario de 1906, donde intentó infructuosamente
hacer volver atrás al PSD en su capitulación a los sindicatos en la cuestión de
la huelga de masas y restablecer la autoridad del partido sobre los dirigentes
sindicales.
[El folleto fue publicado en inglés por primera vez en 1925 por la Sociedad
de Educación Marxista de Detroit. La traducción al inglés es de Patrick Lavin.]
[El folleto sobre la huelga de masas fue escrito en agosto de 1906 en Kuokala,
Finlandia, donde Rosa Luxemburgo se recuperaba de las consecuencias de su
prisión en Varsovia.]
Contenido:
1. La Revolución Rusa, el anarquismo y la huelga general
2. La
huelga de masas, producto histórico y no artificial
3.
Desarrollo del proceso de la huelga de masas en Rusia
4.
Relación entre la lucha política y la económica
5. Lecciones
de la movilización obrera rusa aplicables en Alemania
6. La
colaboración de los obreros organizados y desorganizados es necesaria para la
victoria
7. El
papel de la huelga de masas en la revolución
8. La
unidad de acción de los sindicatos y la socialdemocracia
1. La
Revolución Rusa, el anarquismo y la huelga general
Casi todos los trabajos y declaraciones del socialismo internacional
sobre el tema de la huelga general datan de la época anterior a la Revolución
Rusa [la de 1905. N. del E.], la primera experiencia histórica en la que este
medio de lucha fue utilizado en vasta escala. Por lo tanto es evidente que la
mayoría de dichos textos están desactualizados. Su concepción es esencialmente
la de Engels que, en su crítica a los garrafales errores revolucionarios de los
bakuninistas 60 en España, escribió en 1873:
“En el programa bakuninista, la huelga general es la palanca de que hay
que valerse para desencadenar la revolución social. Una buena mañana, los
obreros de todos los gremios de un país y hasta del mundo entero dejan el
trabajo y, en cuatro semanas a lo sumo, obligan a las clases poseedoras a darse
por vencidas o a lanzarse contra los obreros, con lo cual dan a éstos el
derecho a defenderse y a derribar, aprovechando la ocasión, toda la vieja
organización social. La idea dista mucho de ser nueva; primero los socialistas
franceses y luego los belgas se han hartado, desde 1848, de montar este
palafrén que es, sin embargo, por su origen, un caballo de raza inglesa.
Durante el rápido e intenso auge del
60 Mijail
Bakunin (1814-1876): contemporáneo y adversario de Marx en la Primera
Internacional. Fundador del movimiento anarquista.
Cartismo 61 entre los obreros británicos, que siguió a la crisis
de 1837, se predicó, ya en 1839, el “mes santo”, el paro en escala nacional; y
la idea tuvo tanta resonancia que los obreros fabriles del norte de Inglaterra
intentaron ponerla en práctica en julio de 1842. También en el congreso de los
aliancistas celebrado en Ginebra el 1º de septiembre de 1873 desempeñó un gran
papel la huelga general, si bien todo el
mundo reconoció que para esto hacía falta una organización perfecta de la clase
obrera y una caja bien repleta. Y aquí reside precisamente la dificultad
del asunto. De una parte, los gobiernos, sobre todo si se les deja
envalentonarse con el abstencionismo político, jamás permitirán que la
organización ni las cajas de los obreros lleguen tan lejos; y, por otra parte,
los acontecimientos políticos y los abusos de las clases gobernantes facilitarán
la emancipación de los obreros mucho antes de que el proletariado llegue a
reunir esa organización ideal y ese gigantesco fondo de reserva. Pero, si
dispusiese de ambas cosas, no necesitaría dar el rodeo de la huelga general
para llegar a la meta.”62
He aquí el razonamiento característico de la actitud de la
socialdemocracia internacional hacia la huelga de masas en las décadas
siguientes. Se basa en la teoría anarquista de la huelga general —o sea en la teoría de la huelga general como
medio para desencadenar la revolución social, en contraposición con la lucha
política diaria de la clase obrera- y se agota en este simple dilema: o
bien el proletariado en su conjunto no posee aún la poderosa organización y los
recursos financieros necesarios, en cuyo caso no puede llevar adelante la
huelga general; o ya está lo suficientemente bien organizado, en cuyo caso no
necesita la huelga general. Este razonamiento es tan simple y a primera vista
tan irrefutable que, durante un cuarto de siglo, prestó un excelente servicio
al movimiento obrero moderno como herramienta lógica contra el fantasma
anarquista y como medio para llevar la idea de la lucha política a amplias
capas de la clase obrera. Los enormes saltos dados por el movimiento sindical
en todos los países capitalistas durante los últimos veinticinco años son la
evidencia más concluyente del valor de las tácticas de la lucha política en las
que insistieron Marx y Engels en oposición al bakuninismo; y la
socialdemocracia alemana, en su
61 Cartismo:
gran movimiento de las masas británicas, que comenzó en 1838 y se prolongó
hasta comienzos de la década de 1850. Fue una lucha por la democracia política
y la igualdad social que alcanzó proporciones casi revolucionarias, centrada en
un programa (la Carta) de sufragio universal y otras reformas políticas
democráticas formulado por la London Workingmen’s Association (Asociación de
los Trabajadores de Londres).
62 Ver de Friedrich
Engels “Los bakuninistas en acción” en Karl Marx y Engels La
revolución española, Moscú, Lenguas Extranjeras, pp. 196-197
posición de vanguardia de todo el movimiento sindical internacional, no
deja de ser el producto directo de la aplicación consecuente y enérgica de esas
tácticas.
La Revolución Rusa ha traído ahora como consecuencia una revisión radical
de este razonamiento. Por primera vez en la historia de la lucha de clases se
ha logrado una grandiosa concreción de la idea de la huelga de masas y, como
demostraremos luego, ha madurado la huelga general abriendo por lo tanto una
nueva era en el desarrollo del movimiento obrero. De esto no se desprende, por
supuesto, que las tácticas de lucha política recomendadas por Marx y Engels
fueran falsas o que fuera incorrecta la crítica que hacían del anarquismo. Por
el contrario, es en la misma línea de pensamiento, en el mismo método, en las
tácticas de Marx y Engels, en que se basa toda la práctica previa de la
socialdemocracia alemana; y que producen ahora en la Revolución Rusa nuevos
factores y nuevas condiciones en la lucha de clases. La Revolución Rusa, el
primer experimento histórico de huelga de masas, no sólo no ofrece una
reivindicación del anarquismo sino que en realidad implica la liquidación
histórica del anarquismo. La penosa existencia a la que se vio condenada esta
tendencia en las últimas décadas por el poderoso desarrollo de la
socialdemocracia en Alemania puede, en cierta medida, explicarse por el dominio
exclusivo y la larga duración del periodo parlamentario. Una tendencia basada
enteramente en el “primer golpe” y la “acción directa”, una tendencia
“revolucionaria” en el más crudo sentido del llamado al patíbulo, no puede
menos que languidecer temporariamente en la calma del momento parlamentario y,
cuando vuelve el periodo de lucha directa abierta, renacer y desplegar su
fuerza inherente.
Rusia, particularmente, pareció haberse convertido en un campo
experimental para las heroicas acciones del anarquismo. Un país en que el
proletariado no tenía ningún derecho político y sus organizaciones eran extremadamente
débiles, un complejo multicolor de diversos sectores de población, un caos de
intereses en conflicto, un bajo nivel de educación en la masa del pueblo, una
brutalidad extrema en el uso de la violencia por parte del régimen dominante:
todo parecía a propósito como para darle al anarquismo un súbito si bien tal
vez efímero poder. Además, Rusia fue la cuna histórica del anarquismo. Pero la
patria de Bakunin iba a convertirse en la tumba de sus enseñanzas. No sólo no
estuvieron ni están los anarquistas rusos a la cabeza del movimiento de la
huelga de masas. No sólo está toda la dirección política de la acción
revolucionaria y también de la huelga de masas en manos de las organizaciones
socialdemócratas, a las que los anarquistas rusos se oponen amargamente
tachándolas de “partidos burgueses”, o parcialmente en manos de organizaciones
socialistas más o menos influidas por la socialdemocracia o más o menos cercanas
a ésta (como el partido terrorista, los “socialistas revolucionarios”); sino
que los anarquistas directamente no existen como tendencia política seria en la
Revolución Rusa. Sólo en una pequeña ciudad de Lituania donde las condiciones
son particularmente difíciles -una confusa mescolanza de nacionalidades entre
los obreros, una industria a pequeña escala muy dispersa, un proletariado muy
seriamente oprimido-, en Bialistok, hay, entre los siete u ocho grupos
revolucionarios diferentes, un puñado de “anarquistas” imberbes que siembran la
confusión y el desconcierto entre los obreros lo mejor que pueden; y finalmente
en Moscú, y tal vez en otras dos o tres ciudades, se hace ver un puñado de
gente de ésta.
Pero aparte de estos pocos grupos “revolucionarios”, ¿qué papel real
juega el anarquismo en la Revolución Rusa? Se ha convertido en el símbolo del
robo y de los pillajes comunes; una gran proporción de los innumerables robos y
actos de saqueo a personas privadas se llevaron a cabo en nombre del “anarco-comunismo”, actos que se
volverían como una ola tumultuosa contra la revolución en cada periodo de
depresión y en cada periodo defensivo temporario. En la Revolución Rusa el
anarquismo no se ha convertido en la teoría de la lucha del proletariado sino
en la bandera ideológica del lumpenproletariado contrarrevolucionario que, como
una escuela de tiburones, pululan tras el barco de guerra de la revolución. Por
lo tanto la carrera histórica del anarquismo está poco menos que liquidada.
Por otra parte, la huelga de masas en Rusia no se ha realizado como un
medio para evadir la lucha política de la clase obrera, y especialmente del
parlamentarismo, o de saltar repentinamente a la revolución social por medio de
un golpe teatral sino como medio para, en primer lugar, crear las condiciones
para la lucha política diaria del proletariado y especialmente del parlamentarismo.
El pueblo trabajador, y especialmente el proletariado, de Rusia lleva a cabo la
lucha revolucionaria por esos derechos políticos y esas condiciones cuya
necesidad e importancia en la lucha por la emancipación de la clase obrera
señalaron por primera vez Marx y Engels, y por los cuales lucharon contra el
anarquismo con todas sus fuerzas en la Internacional. Así, de la dialéctica
histórica, la roca sobre la que se apoya toda la enseñanza del socialismo
marxista, resultó que hoy en día el anarquismo, con el cual está
indisolublemente asociada la idea de la huelga de masas, se ha vuelto en la
práctica contrario a ella. Por otro lado, la huelga de masas, que fue combatida
como opuesta a la actividad política del proletariado, aparece hoy como el arma
más poderosa de la lucha por los derechos políticos. Por lo tanto, si bien la
Revolución Rusa hace imperativa la necesidad de una revisión fundamental de la
antigua posición marxista sobre la cuestión de la huelga de masas, una vez más
el método general y los puntos de vista del marxismo son los que salen
ganadores, esta vez de una manera nueva. “A la amada del moro sólo la puede
matar la mano del moro.”63
63Tomado del
drama de Schiller Los bandidos
2. La
huelga de masas, producto histórico y no artificial
En lo que hace a la cuestión de la huelga de masas, lo primero que la
experiencia de Rusia nos lleva a revisar es la concepción general del problema.
En la actualidad, cuando ya todo se ha dicho y hecho, nos encontramos con que
la posición de los más fervientes defensores de “ensayar la huelga de masas” en
Alemania, como Bernstein, Eisner, 64 etcétera, y la de los más enconados
adversarios de esta idea, como por ejemplo Bomelburg 65 en el campo
sindical, en la práctica resultan lo mismo, es decir la concepción anarquista.
Los polos aparentemente opuestos no se excluyen uno al otro sino, como siempre
sucede, se condicionan y al mismo tiempo se complementan. Pues el modo de
pensar anarquista es la especulación directa sobre el “gran Kladderadatsch”,* sobre
la revolución social simplemente como característica externa e inesencial. Lo
esencial del anarquismo es la concepción abstracta, ahistórica, de la huelga de
masas y de las condiciones en que generalmente se libra la lucha proletaria.
Para el anarquista existen sólo dos cosas como supuestos materiales de
sus especulaciones “revolucionarias”: primero la imaginación, y segundo la
buena voluntad y el coraje para rescatar a la humanidad del valle de lágrimas
del capitalismo. Este caprichoso modo de razonar tuvo como resultado que hace
sesenta años se concibiera la huelga de masas como el camino más breve, seguro
y fácil para saltar a un futuro social mejor. El mismo modo de razonar originó
recientemente la idea de que la lucha sindical era la única y verdadera “acción
directa de las masas”, y también la única lucha revolucionaria verdadera. Esta,
como sabemos, es la última posición de los “sindicalistas” franceses e
italianos. Lo fatal para el anarquismo fue siempre que los métodos de lucha
improvisados en el aire son como invitaciones a una casa cuyo dueño está
ausente, es decir, son puramente utópicos.
64 Kurt
Eisner (1867-1919): editor y socialista alemán, miembro del PSDU. Primer
ministro de Bavaria en 1918, fue asesinado por un oficial del ejército.
65 Bomelburg (1862-1912): sindicalista
alemán del gremio de la construcción. En 1906, en el Congreso sindical de
Colonia, estuvo en contra de la táctica de huelga política de masas.
* Un gran ruido (N. del T.)
Además, estas especulaciones que en un momento dado fueron en general
revolucionarias, al no contar con la despreciable y vil realidad, son
transformadas por ésta, de hecho, en instrumentos de la reacción.
Los que hoy fijan un día en el calendario para la huelga de masas en
Alemania, como si se tratara de un compromiso anotado en la agenda de un
ejecutivo; los que, como los participantes del congreso sindical de Colonia,
pretenden eliminar por medio de una prohibición “propagandística” el problema
de la huelga de masas de la faz de la tierra, se guían por estos mismos métodos
de observación abstractos y ahistóricos. Ambas tendencias se basan en el
supuesto netamente anarquista de que la huelga de masas es un medio de lucha
puramente técnico, que puede “decidirse” a placer y de modo estrictamente consciente,
o que puede ser “prohibido”, una especie de navaja que se guarda cerrada en el
bolsillo “lista para cualquier emergencia”, y se puede abrir y utilizar cuando
uno lo decida. Los adversarios de la huelga de masas reclaman para sí el mérito
de tomar en cuenta la situación histórica y las condiciones materiales de la
situación actual en Alemania, al contrario de los “románticos revolucionarios”
que flotan en las nubes y que no cuentan en ningún momento con la dura
realidad, con las posibilidades e imposibilidades. “¡Hechos y cifras, cifras y
hechos!”, claman, igual que Mr. Gadgring en Tiempos difíciles de Dickens.
Para el adversario sindical de la huelga de masas “base histórica” y “condiciones
materiales” significan dos cosas: por un lado la debilidad del
proletariado, por otro la fuerza del militarismo prusiano-germano. La
inadecuada organización de los obreros y la imponente bayoneta prusiana: éstos
son los hechos y cifras sobre los cuales basan los dirigentes sindicales su
política práctica en este caso. Ahora bien; es cierto que la caja fuerte de los
sindicatos y la bayoneta prusiana son fenómenos materiales y muy históricos;
pero la concepción que se apoya en ellos no es materialismo histórico en el
sentido marxista sino materialismo policial a lo Puttkammer.66 Los
representantes del Estado policial capitalista toman muy en cuenta, por cierto
casi exclusivamente, tanto la fuerza real que en ocasiones tiene el
proletariado organizado como el poder material de la bayoneta. De la
comparación de estas dos hileras de cifras extraen siempre la reconfortante
conclusión de que el movimiento obrero revolucionario es producto de demagogos
y agitadores individuales. Por lo tanto, la prisión y las bayonetas son el
medio adecuado para reprimir ese desagradable “fenómeno pasajero”
66 Puttkammer
(1828-1900): Ministro del Interior de Alemania de 1881 a 1888.
Los obreros alemanes con conciencia de clase han entendido por fin lo
ridículo de la teoría policial de que todo el movimiento obrero moderno es un
producto artificial, arbitrario, de un puñado de “demagogos y agitadores”
inconscientes.
Sin embargo, es exactamente la misma concepción la que se refleja cuando
dos o tres respetables camaradas constituyen una brigada de vigías voluntarios
con el fin de advertir a la clase obrera alemana contra la peligrosa agitación
de unos pocos “románticos revolucionarios” y su “propaganda de la huelga de
masas”. O la que se expresa cuando, por otro lado, aquellos que creen que
pueden evitar el estallido de la huelga de masas en Alemania estableciendo
acuerdos “confidenciales” entre el ejecutivo del partido y la comisión general
de los sindicatos lanzan una ruidosa e indignada campaña.
Si dependiera de la inflamada “propaganda” de los románticos
revolucionarios o de las decisiones secretas o públicas de la dirección
partidaria, en Rusia no se hubiera dado todavía una sola huelga de masas seria.
En ningún país del mundo -como ya lo señalé en marzo de 1905 en el Sachische
Arbeiterzeitung- se “difundió” o incluso se “propagó” tan poco la huelga de
masas como en Rusia. Los ejemplos aislados de las decisiones y los acuerdos del
ejecutivo del partido ruso, que realmente pretendía proclamar por su cuenta la
huelga de masas (como lo demuestra, por ejemplo, el último intento en agosto de
este año después de la disolución de la Duma), carecen prácticamente de valor.
Por lo tanto, si algo nos enseña la Revolución Rusa, es, sobre todo, que
la huelga de masas no se “fabrica” artificialmente, que no se “decide” al azar,
que no se “propaga”; es un fenómeno histórico que, en un momento dado, surge de
las condiciones sociales como una inevitable necesidad histórica. Por lo tanto,
no se puede entender ni discutir el problema basándose en especulaciones
abstractas sobre la posibilidad o la imposibilidad, sobre lo útil o lo
perjudicial de la huelga de masas. Hay que examinar los factores y condiciones
sociales que originan la huelga de masas en la etapa actual de la lucha de
clases. En otras palabras, no se trata de la crítica subjetiva de la huelga de
masas desde la perspectiva de lo que sería deseable, sino de la investigación
objetiva de las causas de la huelga de masas desde la perspectiva de lo
históricamente inevitable.
En el terreno irreal del análisis lógico abstracto, se puede demostrar
con la misma fuerza que la huelga de masas es absolutamente imposible y será
derrotada o que sí es posible y su triunfo incuestionable. En consecuencia, el
valor de la evidencia a que apela cada parte es el mismo: cero. El temor a la
“propagación” de la huelga de masas, al que se blande como un anatema formal
contra las personas acusadas de tal crimen, es solamente el producto de la
extraña confusión de algunos. Es tan imposible “propagar” la huelga de masas
como medio abstracto de lucha como lo es propagar la “revolución”. La
“revolución”, como la “huelga de masas”, es una forma externa de lucha de
clases, que sólo adquiere sentido y significado en determinadas situaciones
políticas.
Si alguien se dedicara a hacer de la huelga de masas en general, como
forma de acción proletaria, el objeto de una agitación metódica, y fuera de
casa en casa solicitando apoyo para esta “idea” a fin de ganar gradualmente
para ella a la clase obrera, resultaría una ocupación tan vana, inútil y
absurda como lo sería la de hacer agitación especial alrededor de la revolución
o de la lucha de barricadas.
La huelga de masas se ha convertido ahora en el centro de interés de la
clase obrera alemana y mundial porque es una forma nueva de lucha, y como tal
constituye un síntoma seguro de una revolución interna total, tanto en las
relaciones entre las clases como en las condiciones de la lucha de clases. El
que, a pesar de la obstinada resistencia de sus dirigentes sindicales, la masa
proletaria alemana tome este nuevo problema con tanto interés constituye un
testimonio de su probado instinto revolucionario y su rápida inteligencia.
Pero no es el caso, en vista de este interés y este extraordinario afán
intelectual y de realizaciones revolucionarias de los obreros, de entrenarlos en
una gimnasia mental abstracta sobre la posibilidad o la imposibilidad de la
huelga de masas. Se los debe esclarecer
sobre el desarrollo de la Revolución Rusa, la importancia internacional de esa
revolución, la agudización de los antagonismos de clase en Europa Occidental,
las más amplias perspectivas políticas de la lucha de clases en Alemania, el
rol y las tareas de las masas en las luchas por venir. Sólo de esta manera
la discusión sobre la huelga de masas contribuirá a ampliar el horizonte
intelectual del proletariado, a agudizar su pensamiento, a impulsar sus
energías.
Considerando el problema desde esta perspectiva, se ve qué absurdas son
las medidas que quieren tomar los enemigos del “romanticismo revolucionario”
por el hecho de que éstos, al analizar la cuestión, no se adhieren
estrictamente al texto de la resolución de Jena. Los “políticos prácticos” están de acuerdo con esta resolución cuando
les conviene, porque relacionan la huelga de masas principalmente con el
destino del sufragio universal, de lo que se deduce que ellos pueden creer dos
cosas: primero, que la huelga de masas es puramente defensiva; segundo, que la
huelga de masas está incluso subordinada al parlamentarismo, es decir, que se
ha vuelto un simple apéndice del parlamentarismo. Pero el meollo real de la
resolución de Jena en relación a esto es que en la situación actual de Alemania
un ataque por parte de la reacción predominante contra el voto parlamentario
sería probablemente la señal que desataría un periodo de tormentosas luchas
políticas en las que la huelga de masas probablemente se utilizaría como arma
de lucha por primera vez en Alemania.
Pero intentar, por medio de la resolución de un congreso, ahogar y
limitar artificialmente el objetivo histórico de la huelga de masas como
fenómeno y problema de la lucha de clases, limitar su alcance histórico, es un
error que por la falta de visión sólo puede compararse con el veto a la
discusión que se impuso en el congreso sindical de Colonia. En las resoluciones
del Congreso de Jena la socialdemocracia alemana tomó conciencia en forma
oficial del cambio fundamental que produjo la Revolución Rusa en las
condiciones internacionales de la lucha de clases proletaria, demostrando su
capacidad para desarrollarse en un sentido revolucionario y adaptarse a las
nuevas exigencias de la próxima etapa de la lucha de clases. Allí reside la
importancia de la resolución de Jena. En cuanto a la aplicación práctica de la
huelga de masas en Alemania, lo decidirá la historia, así como lo decidió en
Rusia; la historia, de la cual la socialdemocracia alemana es, por cierto, un
factor importante, pero al mismo tiempo sólo un factor entre muchos.
3.
Desarrollo del proceso de la huelga de masas en Rusia
La huelga de masas, tal como se la encara hoy en la discusión en
Alemania, aparece como un fenómeno aislado muy claro y simple, agudamente
delineado. Se habla exclusivamente de la huelga política de masas,
entendiéndose ésta como un gran levantamiento único del proletariado
industrial, que se produce por algún móvil político de la mayor importancia.
Este levantamiento se encara en base al entendimiento mutuo entre las
autoridades dirigentes del partido y las de los sindicatos. Se lleva adelante
con disciplina partidaria y en perfecto orden. En un orden más perfecto aun
-como una señal dada en el momento preciso- se presentan ante los comités, los
cuales determinan de antemano, con exactitud, la organización del apoyo, el
costo, el sacrificio, en una palabra todo el balance material de la huelga de
masas.
Ahora bien, cuando comparamos este esquema teórico con la huelga de masas
real, tal como se dio en Rusia hace cinco años, nos vemos obligados a decir que
esta representación, que en la discusión en Alemania ocupa el lugar central,
difícilmente concuerde con una sola de las muchas huelgas de masas que ya han
tenido lugar. Por otra parte, la huelga de masas en Rusia desplegó tal
multiplicidad de formas de acción diferentes que resulta prácticamente imposible
hablar de “la” huelga de masas en forma abstracta y esquemática. Todos los
elementos de la huelga de masas y sus características no sólo son diferentes en
cada una de las ciudades y distritos del país, sino que además su carácter general
muchas veces ha ido cambiando en el transcurso de la revolución. La huelga de
masas vivió en Rusia una historia muy definida, y todavía la está viviendo. Por
ende, para hablar de la huelga de masas en Rusia, antes que nada hay que tener
presente su historia.
La actual etapa oficial, por así decirlo, de la Revolución Rusa comienza
con el levantamiento del proletariado del 22 de enero de 1905, cuando la
manifestación de doscientos mil obreros terminó en un aterrorizante baño de
sangre ante el palacio del zar. La masacre de San Petersburgo fue, como se
sabe, la señal para el estallido de la primera serie gigantesca de huelgas de
masas que se extendieron sobre toda Rusia en pocos días, llevando el llamado
revolucionario a la acción desde los confines de San Petersburgo a todos los
rincones del imperio y a las más amplias capas del proletariado. Pero el
levantamiento de San Petersburgo del 22 de enero fue sólo el momento crítico de
una huelga de masas emprendida por el proletariado de la capital zarista en
enero de 1905. Esta huelga de masas de enero se emprendió sin ninguna duda bajo
la influencia inmediata de la gigantesca huelga general que estalló en el
Cáucaso (Bakú) en diciembre de 1904, que durante largo tiempo mantuvo en
suspenso a toda Rusia. Por su parte, los acontecimientos de diciembre en Bakú
fueron la última y poderosa ramificación de esas tremendas huelgas de masas
que, como episódicos temblores de tierra, sacudieron el sur de Rusia, cuyo
preludio fue la huelga de masas de Batum, en el Cáucaso, en marzo de 1902.
Este primer movimiento de huelgas de masas dentro de la serie continua de
erupciones revolucionarias actuales está separado por cinco o seis años de la
gran huelga general de los obreros textiles de San Petersburgo de 1896 y 1897.
Varios años de aparente estancamiento y reacción separan a ese movimiento de la
revolución actual. Pero cualquiera que conozca el desarrollo político interno
que siguió el proletariado ruso hasta alcanzar su presente nivel de conciencia
de clase y energía revolucionaria reconocerá que la etapa actual de la lucha de
clases se inicia con aquellas huelgas generales de San Petersburgo. En
consecuencia, éstas son importantes para dilucidar los problemas que plantea la
huelga de masas porque ya contienen en germen los principales elementos de las
que la sucedieron.
Nuevamente, la huelga general de San Petersburgo de 1896 aparece como una
lucha salarial parcial puramente económica. Sus causas fueron las intolerables
condiciones de trabajo de los hilanderos y tejedores de San Petersburgo; la
jornada de trabajo de 13, 14 ó 15 horas; la miserable paga por pieza y un
montón de subterfugios despreciables utilizados por los empleadores. Esta
situación, sin embargo, fue pacientemente soportada por los trabajadores
durante largo tiempo, hasta que una circunstancia aparentemente trivial hizo
desbordar la copa. En mayo de 1896 se celebró la coronación del actual zar
(Nicolás II), que se había venido posponiendo durante dos años por temor a los
revolucionarios. En esa ocasión los patrones de San Petersburgo dieron libre
cauce a su celo patriótico otorgando a sus trabajadores tres días de vacaciones
obligatorias que, resulta curioso decirlo, no pensaban pagarles. Los
trabajadores, furiosos, comenzaron a moverse. Se celebró un congreso en los
jardines de Ekaterinof con la participación de alrededor de trescientos obreros
de los más conscientes, que decidió ir a la huelga por las siguientes
reivindicaciones: pago de los feriados por la coronación, jornada laboral de
diez horas, aumento de la paga por pieza. Esto sucedió el 24 de mayo. En una
semana estaban paradas todas las hilanderías y fábricas textiles, y cuarenta
mil obreros habían ido a la huelga general. Hoy este acontecimiento, comparado
con la gigantesca huelga de masas de la revolución, puede parecer muy poca
cosa. Dentro de la polar rigidez política de la Rusia de esa época una huelga
general era algo nunca visto; era una revolución total en pequeño. Allí
comenzó, por supuesto, la persecución más brutal. Alrededor de mil obreros
fueron arrestados y se levantó la huelga general.
Ya aquí vemos aparecer las características fundamentales de las huelgas
de masas posteriores. El movimiento siguiente fue enteramente accidental, casi
sin importancia, su estallido muy elemental. Pero su éxito hizo evidentes los
frutos de la agitación de la socialdemocracia, que venía trabajando desde hacía
varios años. En el curso de la huelga general los agitadores socialdemócratas
se pusieron a la cabeza del movimiento, lo dirigieron y lo utilizaron para
impulsar la agitación revolucionaria. La huelga era una simple lucha económica
salarial, pero la actitud del gobierno y la agitación de la socialdemocracia la
transformaron en un fenómeno político de primera línea. Y finalmente la huelga
fue liquidada; los trabajadores sufrieron una “derrota”. Pero en enero del año
siguiente los trabajadores textiles de San Petersburgo fueron a la huelga
general una vez más, y esta vez lograron un éxito notable: el reconocimiento legal de la jornada de trabajo de once horas para
toda Rusia. Sin embargo, se logró un resultado mucho más importante: desde
esa primera huelga general de 1896, en la que no había ni trazas de
organización o fondos de huelga, comenzó una intensa lucha sindical en la misma
Rusia, que se extendió desde San Petersburgo al resto del país, que abrió
perspectivas enteramente nuevas a la agitación y organización social
demócratas. Ello les permitió realizar un trabajo clandestino de preparación de
la revolución, durante el período siguiente, de aparente calma mortal.
En marzo de 1902 estalló otra huelga en el Cáucaso, aparentemente
accidental y provocada por causas parciales puramente económicas (aunque la
produjeron otros factores), igual que la de 1896. Estaba relacionada con la
seria crisis industrial y comercial que precedió en Rusia a la guerra japonesa
y que, junto con ella, fue el detonante más poderoso del incipiente fermento
revolucionario. La crisis produjo una enorme masa de desempleados que alimentó
la agitación entre las masas proletarias, y por lo tanto el gobierno, para
restablecer la tranquilidad entre los trabajadores, tomó a su cargo trasladar
en grupos a las “manos superfluas” a sus respectivos hogares. Esta medida, que
afectaba a alrededor de cuatrocientos obreros petroleros, provocó una protesta
masiva en Batum, que derivó en manifestaciones, arrestos, una masacre, y
finalmente en un juicio político en el que el motivo parcial y puramente
económico se transformó súbitamente en un acontecimiento político y
revolucionario. La consecuencia de la “infructífera” huelga de Batum, que
agonizaba y fue suprimida, fue una serie de manifestaciones obreras
revolucionarias y masivas en Nizni Novgorod, Saratov y otras ciudades, y por lo
tanto un poderoso avance de la marea revolucionaria.
Ya en noviembre de 1902 se hizo sentir el primer eco revolucionario
genuino en la huelga general de Rostov, sobre el río Don. Las disputas sobre
los salarios a pagar en los talleres del Ferrocarril del Vladicáucaso dieron
impulso a este movimiento. Como la administración trataba de disminuir los
salarios, el comité del Don de la socialdemocracia lanzó una proclama llamando
a la huelga por las siguientes reivindicaciones: jornada de nueve horas,
aumento de salarios, abolición de las multas, destitución de los ingenieros más
detestados, etcétera. Participaron de la huelga talleres ferroviarios enteros.
Enseguida se les unieron las demás industrias, y en un momento imperó en Rostov
una situación nunca vista hasta entonces: Todos los centros industriales
estaban paralizados. Todos los días se celebraban al aire libre gigantescos
mítines de quince a veinte mil personas, a veces rodeados por un cordón de
cosacos. Por primera vez se escuchó a los oradores socialdemócratas; se
pronunciaban inflamadas arengas sobre el socialismo y la libertad política, que
eran recibidas con inmenso entusiasmo, y se distribuían decenas de miles de
copias de llamamientos revolucionarios. En la rígida Rusia absolutista, el
proletariado de Rostov ganó por asalto, por primera vez, el derecho de reunión
y de libre expresión. Ni falta hace decir que hubo una masacre aquí también.
Las disputas salariales en el ferrocarril del Vladicáucaso devinieron en pocos
días en una huelga política general y en una batalla callejera revolucionaria.
Las siguió inmediatamente una huelga general en la estación de Tichoretzkaia,
en el mismo ferrocarril. Aquí también tuvieron lugar una masacre y un juicio;
también Tichoretzkaia ocupa su lugar en la ininterrumpida cadena de
acontecimientos revolucionarios.
La primavera de 1903 fue la respuesta a la derrota de las huelgas de
Rostov y Tichoretzkaia; en mayo, junio y julio se encendió todo el sur de
Rusia. Bakú, Tiflis, Batum, Elisavetgrado, Odesa, Kiev, Nikolaev y
Ekaterinoslav estaban en huelga general, en el sentido literal de estas palabras.
Aquí tampoco el movimiento surgió sobre la base de algún plan preconcebido; se
desencadenó por razones diferentes, en lugares diferentes y de forma diferente
para confluir luego. Comenzó en Bakú, donde varias luchas salariales parciales
en distintas fábricas y departamentos culminaron en una huelga general. En
Tiflis iniciaron la huelga dos mil empleados de comercio, cuya jornada de
trabajo se extendía desde las 6 de la mañana hasta las 11 de la noche. El 4 de
julio dejaron los negocios y recorrieron la ciudad exigiendo que los
propietarios los cerraran. La victoria fue total; los empleados de comercio
consiguieron que su jornada comenzara a las 8 de la mañana y terminara a las 8
de la noche, y los siguieron inmediatamente todas las fábricas, negocios y
oficinas. No salieron los periódicos y no pudieron hacer andar el transporte
tranviario bajo custodia militar.
El 4 de julio comenzó una huelga en Elisavetgrad, en todas las fábricas,
levantando reivindicaciones puramente económicas. Se concedieron casi todas y
la huelga terminó el 14. Sin embargo, dos semanas después estalló nuevamente.
Esta vez empezaron los panaderos, y se les unieron los albañiles, los
carpinteros, los tintoreros, los molineros y finalmente todos los obreros
fabriles.
En Odesa el movimiento comenzó con una lucha salarial durante la cual se
impuso la central sindical “legal”, fundada por agentes del gobierno según el
programa del famoso gendarme Zubatov.67 La dialéctica histórica otra vez
tuvo ocasión de jugar una de sus maliciosas bromitas. Las luchas económicas del
primer periodo (entre ellas la gran huelga general de San Petersburgo de 1896)
desviaron a la social democracia rusa hacia la exageración de la importancia de
lo “económico”; de esta forma quedó preparado el terreno para la actividad
demagógica de Zubatov. Después de un tiempo, sin embargo, la gran corriente
revolucionaria hizo dar un viraje a ese barquito que navegaba con su bandera
falsa y lo obligó a encabezar la flota del proletariado revolucionario. Los
sindicatos zubatovianos dieron la señal para la gran huelga general de Odesa en
la primavera de 1904 y para la huelga general de San Petersburgo en enero de
1905. Los obreros de Odesa, que
67 Sergei
Vasilievich Zubatov (1864-1917): revolucionario ruso que se convirtió en agente
policial y en 1880 llegó a ser jefe de la Ojrana (policía política secreta
zarista). Actualizó los métodos de la policía rusa introduciendo la
dactiloscopia, la fotografía, etcétera. Inspirador del “socialismo policial”, u
organización preventiva de los obreros auspiciada por la policía. Fue despedido
cuando algunas de esas “sociedades” se le fueron de las manos y se convirtieron
en núcleo de un movimiento huelguístico. Reincorporado en 1905, se suicidó
luego de la Revolución de Febrero de 1917.
no se dejaban engañar por la actitud aparentemente amistosa del gobierno
hacia los trabajadores y su simpatía por las huelgas puramente económicas,
exigieron que se lo probaran con un ejemplo, obligando al “sindicato obrero”
zubatoviano de una fábrica a declarar una huelga por reivindicaciones muy
moderadas. Inmediatamente fueron despedidos, y cuando exigieron la protección
de las autoridades que les había prometido su dirigente el caballero se hizo
humo dejándolos sumidos en la mayor de las furias.
Los socialdemócratas se pusieron inmediatamente a la cabeza y el
movimiento huelguístico se extendió a otras fábricas. El 1º de julio dos mil
quinientos estibadores abandonaron el trabajo exigiendo aumento de salarios (de
ochenta cópecs a dos rublos) y la reducción en media hora de la jornada de
trabajo. El 16 de julio los marineros se unieron al movimiento. El 13 comenzó
una huelga del personal tranviario. Luego se realizó un mitin de todos los
huelguistas, unos siete u ocho mil hombres; fueron en manifestación de fábrica
en fábrica, creciendo como una avalancha; entonces una multitud de cuarenta a
cincuenta mil hombres se dirigió a los muelles para hacer parar allí todo el
trabajo. Pronto toda la ciudad se embarcó en una huelga general.
En Kiev comenzó el 21 de julio una huelga de los talleres ferroviarios.
Aquí también la causa inmediata fueron las miserables condiciones de trabajo, y
se presentaron demandas salariales. Al otro día siguieron el ejemplo los
trabajadores de las fundiciones. El 23 de julio ocurrió un incidente que dio la
señal para la huelga general. Dos delegados ferroviarios fueron arrestados
durante la noche. Los trabajadores en huelga inmediatamente exigieron su
libertad; como no fue concedida, decidieron no permitir que los trenes partieran
de la ciudad. Todos los huelguistas se sentaron en el andén con sus esposas y
familiares, un mar de seres humanos. Fueron amenazados con salvas de rifle. Los
obreros se pusieron delante y gritaron “ ¡tiren! “ Dispararon una salva contra
la multitud indefensa sentada en el andén; quedaron en el suelo de treinta a
cuarenta cadáveres, muchos de mujeres y niños. Al conocerse el hecho, toda la
ciudad de Kiev fue a la huelga el mismo día. Los cadáveres de los obreros
asesinados fueron llevados en alto por la multitud en una manifestación masiva.
Mítines, discursos, arrestos, luchas callejeras aisladas: Kiev estaba en plena
revolución. El movimiento pronto terminó. Pero los imprenteros lograron la
reducción en una hora de su jornada de trabajo y un aumento de salarios de un
rublo; en una fábrica de levadura se introdujo la jornada de ocho horas; se
cerraron los talleres ferroviarios por orden del ministerio; otros
departamentos continuaron con huelgas parciales por sus reivindicaciones.
En Nikolaev se declaró la huelga general bajo la influencia inmediata de
las noticias que venían de Odesa, Bakú, Batum y Tiflis, a pesar de la oposición
del comité socialdemócrata, que quería postergar el estallido del movimiento
hasta el momento en que los militares dejaran la ciudad para irse de maniobras.
Las masas se rehusaron a esperar; comenzó una fábrica, las huelgas se
extendieron de taller en taller. La resistencia de los militares sólo echó leña
al fuego. Se realizaron manifestaciones masivas que marchaban al son de canciones
revolucionarias, en las que participaban todos los obreros, empleados, personal
tranviario, hombres y mujeres. El paro fue total. En Ekaterinoslav salieron a
la huelga los panaderos el 5 de agosto, el 7 los trabajadores de los talleres
ferroviarios y el 8 el resto de las fábricas. Pararon los tranvías y no
salieron los periódicos.
Así nació la colosal huelga general del sur de Rusia en el verano de
1903. Por los infinitos pequeños canales de las luchas económicas parciales y
los pequeños “incidentes” confluyó rápidamente en un rugiente mar, y transformó
durante algunas semanas todo el sur de Rusia en una extraña república obrera
revolucionaria. “La multitud que inundaba las calles de la mañana al atardecer
se confundía en abrazos fraternales, gritos de gozo y entusiasmo, canciones de
libertad, risas alegres, humor y alegría. Los ánimos estaban exaltados; casi se
podía creer que una vida nueva y mejor comenzaba en el mundo. Un espectáculo
muy solemne, y al mismo tiempo idílico, conmovedor.” Así se expresaba entonces
el corresponsal del periódico liberal Osvoboshdenie [Liberación] de Peter
Struve.
El año 1904 trajo consigo la guerra y un intervalo en el movimiento
huelguístico de masas. Al comienzo asoló todo el país una ola de
manifestaciones “patrióticas” impulsadas por la policía. La sociedad burguesa
“liberal” resultó herida de muerte por el chovinismo zarista liberal. Pero
pronto los socialdemócratas se hicieron dueños del terreno; a las
manifestaciones del lumpenproletariado patriótico organizadas bajo el
patrocinio de la policía se opusieron las manifestaciones de los obreros
revolucionarios. Al fin las vergonzosas derrotas del ejército zarista
despertaron de su letargo a la sociedad liberal; comenzó entonces la era de los
congresos democráticos, banquetes, discursos, llamados y manifiestos. El
absolutismo, momentáneamente disminuido por el bochorno de la guerra, dio
amplia libertad de acción a estos caballeros, que de más en más veían todo
color de rosa. Durante seis meses el liberalismo burgués ocupó el centro de la
escena y el proletariado quedó en las sombras. Pero después de una larga
depresión el absolutismo resurgió, y bastó un único y poderoso movimiento de la
bota cosaca para que el liberalismo quedara relegado en un rincón. Se
prohibieron los banquetes, discursos y congresos tachándolos de “intolerable
presunción”, y el liberalismo se encontró de pronto con que se le había acabado
la cuerda.
Pero exactamente en el punto en que quedó agotado el liberalismo comenzó
la acción del proletariado. En diciembre de 1904 estalló la huelga general en
Bakú a causa del desempleo; la clase obrera nuevamente estaba en el campo de
batalla. Prohibida la palabra, comenzó la acción. En Bakú, durante la huelga
general, los socialdemócratas tuvieron la dirección durante algunas semanas
como dueños absolutos de la situación. Los acontecimientos de diciembre en el
Cáucaso habrían causado una inmensa sensación si no hubieran sido tapados tan
rápidamente por la ascendente marea revolucionaria que justamente ellos habían
puesto en movimiento. Aún no habían llegado a todo el imperio zarista las
noticias confusas y fantásticas de la huelga general de Bakú cuando en enero de
1905 estalló en San Petersburgo la huelga de masas.
Aquí también, como es sabido, la causa inmediata fue trivial. Dos
trabajadores de los establecimientos de Putilov fueron despedidos por estar
afiliados al sindicato legal zubatoviano. Esta medida provocó una huelga
general de solidaridad, el 16 de enero, de los doce mil empleados de esos
establecimientos. Los socialdemócratas aprovecharon la huelga para comenzar una
viva agitación en pro de la extensión de las demandas; planteaban la jornada de
ocho horas, el derecho de asociación, la libertad de palabra y prensa,
etcétera. La inquietud reinante entre los trabajadores de Putilov se comunicó
rápidamente al resto del proletariado, y en pocos días estaban en huelga ciento
cuarenta mil obreros. Tuvieron lugar congresos unitarios y discusiones
violentas, de los cuales resultó ese programa proletario de libertades
burguesas, encabezado por la consigna de la jornada de ocho horas, con el cual
el 22 de enero doscientos mil obreros dirigidos por el Padre Gapón 68
marcharon al palacio del zar. El conflicto de los dos obreros de Putilov
sometidos a un castigo disciplinario se transformó en una semana en el preludio
de la revolución más violenta de los tiempos modernos.
Lo que siguió es bien conocido. La masacre sangrienta de San Petersburgo
tuvo como respuesta gigantescas huelgas de masas y la huelga general, en enero
y febrero, en todos los centros y ciudades industriales de Rusia, Polonia,
Lituania, las provincias del Báltico, el Cáucaso, Siberia, de norte a sur y de
este a oeste. Un examen más atento, sin embargo, revela que la huelga de masas
se estaba dando en formas distintas a las del periodo anterior. En todas partes
las organizaciones socialdemócratas iban a la vanguardia con sus proclamas; en
todas partes se planteaba explícitamente la solidaridad revolucionaria con el
proletariado
68 Padre
Gapón (1870-1906): sacerdote ruso que organizó la manifestación del 9 de enero
de 1905 en San Petersburgo, conocida como el “domingo sangriento”. Estaba en
acuerdos con la policía de Zubatov.
de San Petersburgo como la causa y el objetivo de la huelga general; en todas
partes, al mismo tiempo, había manifestaciones, discursos, conflictos con los
militares.
Pero incluso en este caso no hubo un plan determinado previamente, no
hubo una acción organizada; las proclamas de los partidos apenas podían seguir
el paso a los levantamientos espontáneos de las masas; los dirigentes apenas
tenían tiempo de formular las consignas para la ferviente multitud proletaria.
Además, las primeras huelgas de masas y generales se originaron en la
confluencia de luchas salariales aisladas que, en el clima general creado por
la situación revolucionaria y bajo la influencia de la agitación
socialdemócrata, se transformaban rápidamente en manifestaciones políticas. El
factor económico y el carácter disperso del sindicalismo eran el punto de partida;
la acción generalizada de la clase y la dirección política, la consecuencia.
Ahora el movimiento se revertía.
Las huelgas generales de enero y febrero se lanzaron como acciones
revolucionarias unificadas que comenzaron bajo la dirección de los socialdemócratas;
pero pronto derivaron en una serie interminable de huelgas locales parciales,
económicas, en distintos distritos, ciudades, departamentos y fábricas. Durante
toda la primavera y mitad del verano de 1905 una ininterrumpida huelga económica
contra el capital, que abarcó casi al conjunto del proletariado, fermentó a
través del inmenso imperio. Por un lado, entraron en la lucha todas las
profesiones pequeñoburguesas y liberales, los empleados de comercio, los
técnicos, actores y artistas. Por otro, el movimiento penetró en el servicio
doméstico, en las categorías más bajas de la policía, incluso en el
lumpenproletariado. Simultáneamente se extendió de las ciudades a los distritos
campesinos, y llegó a golpear los portones de hierro de los cuarteles.
Es un fresco gigantesco y multicolor de un enfrentamiento general entre
el capital y el trabajo, que refleja toda la complejidad de la organización
social y de la conciencia política de cada sector y cada distrito. La escala se
extiende desde la lucha sindical ordenada de una capa selecta y probada del
proletariado de la gran industria hasta la protesta informe de un puñado de
obreros rurales y los primeros temblores leves de una guarnición militar
agitada; de la revuelta bien educada y elegante de los trabajadores de puños
almidonados y cuello duro en las oficinas de un banco hasta los tímidos
murmullos de una tosca reunión de policías insatisfechos en un sucio puesto de
guardia oscuro y lleno de humo.
Para los teóricos amantes de las luchas “ordenadas y bien disciplinadas”,
que siguen un plan y un esquema; especialmente para aquellos que siempre, desde
lejos, pretenden saber mejor que nadie “cómo habría que haber actuado”, que la
gran huelga general política de enero de 1905 haya degenerado en un montón de
luchas económicas fue “un gran error”, que arruinó esa acción y la convirtió en
un “fuego de artificio”. La socialdemocracia rusa, que participó en la
revolución pero no la “hizo”, que tuvo que aprender sus leyes en el mismo curso
de la lucha, en primera instancia se desorientó durante un tiempo por la marea
aparentemente estéril levantada por la tormenta de la huelga general. Sin
embargo, la historia, que cometió ese “gran error”, realizó, pese a los
razonamientos de sus profesores oficiosos, un gigantesco trabajo en favor de la
revolución, que era tan inevitable como incalculables fueron sus consecuencias.
El súbito levantamiento proletario general de enero, provocado por el
ímpetu poderoso de los acontecimientos de San Petersburgo, fue exteriormente un
acto político, una declaración revolucionaria de guerra al absolutismo. Pero
esta primera acción general directa detonó, como una corriente eléctrica, una
poderosa reacción interna, ya que por primera vez se despertaron en millones de
personas los sentimientos y la conciencia de clase. Y ese despertar del
sentimiento de clase se expresó luego en el hecho de que la masa de millones de
proletarios tomó conciencia, rápida y agudamente, de lo intolerable de esa
existencia económica y social a la que la condenaba el capitalismo, existencia
que había sobrellevado pacientemente durante décadas. Acto seguido comenzó un
espontáneo movimiento general sacudiendo y rompiendo esas cadenas. Los
innumerables sufrimientos del proletariado moderno les recordaban sus viejas
heridas siempre sangrantes. Aquí se peleaba por la jornada de ocho horas; allí
se resistía el trabajo a destajo; aquí se “sacaba del medio” a los capataces
brutales embolsados en una carretilla; en otro lugar se luchaba contra el
infame sistema de multas; en todas partes se peleaba por mejores salarios y en
uno u otro lugar por la abolición del trabajo domiciliario. Los oficios más
retrasados y degradados de las grandes ciudades, las pequeñas poblaciones de
provincia, que hasta entonces habían dormido un sueño idílico, la aldea con su
herencia feudal, súbitamente puestos en pie por el rayo de enero, reflexionaban
sobre sus derechos y febrilmente trataban de recuperar el tiempo perdido.
La lucha económica no fue en este caso un retroceso, una dispersión de la
acción; se trató simplemente de un cambio de frente, de la alteración súbita y
natural del primer enfrentamiento generalizado con el absolutismo en un choque
generalizado con el capital que, conforme a su naturaleza, asumió la forma de
luchas salariales aisladas, dispersas. En enero, el cambio de la huelga general
en huelgas económicas no destruyó ninguna acción política de clase, sino al
contrario; después de agotado todo el contenido político posible de la acción
en esa situación dada y en esa etapa determinada de la revolución, irrumpió
como acción económica, o más bien se transformó en ésta.
De hecho, ¿qué más podría haber logrado la huelga general de enero?
Solamente la total falta de reflexión podía pretender destruir al absolutismo
de un golpe, con una huelga general única “de larga duración”, según el plan
anarquista. En Rusia el absolutismo debe
ser derribado por el proletariado. Pero para ser capaz de ello el proletariado
necesita un alto nivel de educación política, de conciencia de clase y de
organización. Estas condiciones no se logran con folletos y volantes sino únicamente con la escuela política viva, con
la lucha y en la lucha, en el proceso continuo de la revolución. Además, no
puede derribarse el absolutismo en el momento en que se lo desee, solamente con
“esfuerzo” y “perseverancia”. La calda del absolutismo será la expresión
exterior del desarrollo interno social y de clase de la sociedad rusa.
Antes de que se den las posibilidades de derribar al absolutismo debe
formarse en el interior del país la Rusia burguesa, con sus modernas divisiones
de clase. Ello exige el agolpamiento de las distintas capas e intereses
sociales, además de la educación de los partidos proletarios revolucionarios, y
también de los liberales, radicales pequeñoburgueses, conservadores y
reaccionarios. Exige conciencia de sí, conocimiento de sí y conciencia de clase
no solamente de los sectores populares sino también de las distintas capas
burguesas. Estas también podrán constituirse y madurar solamente en la lucha,
en el proceso mismo de la revolución, en la escuela viva de la experiencia,
enfrentándose con el proletariado y entre ellas mismas en un incesante choque.
El peculiar rol dirigente del proletariado por una parte traba y dificulta esta
división y maduración de clase de la sociedad burguesa, mientras que su lucha
contra el absolutismo, por otra parte, la estimula y acelera. Las diferentes
corrientes subterráneas del proceso social revolucionario se entrecruzan,
chocan unas con otras, incrementan las contradicciones internas de la
revolución, pero al final aceleran su estallido haciéndolo más violento.
En consecuencia, este problema simple y puramente mecánico puede
plantearse así: el derrocamiento del absolutismo es un proceso social largo y
continuo, y su solución exige que se socaven totalmente las bases de la
sociedad. Lo de arriba ha de ser tirado abajo y lo de abajo elevado, el “orden”
aparente debe transformarse en caos y el caos aparentemente “anárquico” debe
transformarse en un nuevo orden. Ahora bien; en este proceso de transformación
social de la vieja Rusia jugaron un rol indispensable no sólo el luminoso enero
de la primera huelga general sino también las tormentas de primavera y verano
que lo siguieron. La manera descarnada en que se plantearon las relaciones
entre el trabajo asalariado y el capital contribuyeron en igual medida al
agrupamiento de los diferentes sectores populares y de los sectores burgueses;
a la toma de conciencia de clase del proletariado revolucionario y a la de la
burguesía liberal y conservadora. Y de la misma manera en que la lucha salarial
urbana contribuyó a la formación de un fuerte partido monárquico industrial en
Moscú, el violento levantamiento rural en Livonia condujo a la rápida
liquidación del famoso liberalismo aristocrático-agrario de los zemstvos.69
Al mismo tiempo, el periodo de luchas económicas de la primavera y el
verano de 1905 permitió al proletariado urbano, a través de la agitación y
dirección de la activa socialdemocracia, asimilar luego las lecciones del
preludio de enero y comprender claramente los objetivos ulteriores de la
revolución. En relación con esto, se da otra circunstancia de carácter social
duradero: un aumento general del nivel de vida del proletariado, económico,
social e intelectual.
Casi todas las huelgas de enero de 1905 terminaron en un triunfo. Como
prueba aportamos algunos datos de la enorme y casi inaccesible masa de
material, referidos a algunas de las huelgas impulsadas solamente en Varsovia
por el Partido Social Demócrata Polaco y Lituano. En veintidós grandes fábricas
metalúrgicas de Varsovia los obreros ganaron, después de huelgas de cuatro a
cinco semanas (desde el 25-26 de enero), la jornada de nueve horas, un
veinticinco por ciento de aumento de salarios y obtuvieron varias concesiones
menores. Las fábricas son: Lilpop Ltda.; Ran y Lowenstein; Rudzki y Cía.;
Borman, Schwede y Cía.; Handtke, Gerlach y Pulst; Geisler Hnos.; Eberherd,
Wolsky y cía.; Konrad y Yarnuszkiewicz Ltda.; Weber y Dajehu; Ewizdzinski y
Cía.; Establecimientos Metalúrgicos Wolonski, Gostynski y Cía. Ltda.; Rrun e
Hijo; Frage Norblin; Werner; Buch; Kenneberg Hnos.; Labor; Fábrica de Lámparas
Dittunar; Serkowski; Weszk. En los grandes talleres de la industria de la
madera en Varsovia: Karmanski, Damieki, Gromel, Szerbinskik, Twemerovski, Horn,
Devensee, Tworkowski, Daab y Martens (doce en total), el 23 de febrero los
huelguistas habían obtenido la jornada de nueve horas; no contentos con esto
insistieron en la jornada de ocho horas, que también ganaron, junto con un
aumento de salarios, después de otra semana de huelga.
El 27 de febrero fue a la huelga toda la industria de la construcción
exigiendo, en conformidad con la consigna de la social democracia, la jornada
de ocho horas. El 11 de marzo ganaron la jornada de diez horas y un aumento de
salarios para todas las categorías, el pago regular de los salarios
semanalmente, etcétera. Los pintores de obra, los carreteros, los talabarteros
y los herreros obtuvieron todos la jornada de ocho horas sin disminución del
salario.
69 Zemstvos:
asambleas rurales de la Rusia zarista a fines del siglo pasado y principios de
éste. Contaba con poderes muy limitados, cumpliendo sólo funciones económicas y
culturales.
Los telefónicos pararon diez días y ganaron la jornada de ocho horas y un
aumento de salarios de entre el diez y el quince por ciento. Las grandes
hilanderías de lino de Hielle y Dietrich (diez mil obreros) obtuvieron luego de
una huelga de nueve semanas la reducción en una hora de la jornada laboral y un
aumento salarial del cinco al diez por ciento. Similares resultados, con
infinitas variaciones, se observaron en las ramas más antiguas de la industria
en Varsovia, Lodz y Sosnovitz.
En Rusia propiamente dicha, consiguieron la jornada de ocho horas en diciembre
de 1904 una cuantas categorías de obreros petroleros en Bakú; en mayo de 1905
los trabajadores azucareros del distrito de Kiev; en enero de 1905 todas las
imprentas de Samara (donde al mismo tiempo se obtuvo un aumento de la paga por
pieza y la abolición de las multas); en febrero en el establecimiento donde se
fabrican los instrumentos médicos para el ejército, en una fábrica de muebles y
en la fábrica de municiones de San Petersburgo. Luego se introdujo la jornada
de ocho horas en las minas de Vladivostock, en marzo en los talleres mecánicos
estatales y en mayo para los empleados del ferrocarril eléctrico de Tiflis. En
el mismo mes se ganó la jornada de ocho horas y media en la gran fábrica de
tejidos de algodón de Morosov (también la abolición del trabajo nocturno y un
aumento de salarios del ocho por ciento); en junio, la jornada de ocho horas en
algunos talleres petroleros de San Petersburgo y Moscú; en julio la jornada de
ocho horas y media para los herreros de los muelles de San Petersburgo; en
noviembre en todas las imprentas privadas de la ciudad de Orel (y al mismo
tiempo un aumento del veinte por ciento en la paga por hora y un cien por
ciento en la paga por pieza, además de una comisión conciliadora donde obreros
y patrones están paritariamente representados).
La jornada de nueve horas se introdujo en febrero en todos los talleres
ferroviarios; también en muchos talleres del gobierno, militares y navales, en
la mayoría de las fábricas de la ciudad de Berdiansk, en todas las imprentas de
las ciudades de Poltava y Munsk; de nueve horas y media en los astilleros,
talleres mecánicos y fundiciones de la ciudad de Nikolaev; en junio, después de
una huelga general de mozos en Varsovia, en muchos restaurantes y cafés (y al
mismo tiempo un aumento salarial del veinte al cuarenta por ciento y dos
semanas anuales de vacaciones).
La jornada de diez horas se impuso en casi todas las fábricas de las
ciudades de Lodz, Sosnovitz, Riga, Kovno, Oval, Dorfat, Minsk, Jarkov, en las
panaderías de Odesa, para los mecánicos de Kishinev, en algunas fundiciones de
San Petersburgo, en las fábricas de fósforos de Kovno (con un aumento de
salarios del diez por ciento), en casi todos los astilleros estatales y para
todos los estibadores.
Los aumentos de salarios fueron en general menores que la reducción de
las horas de trabajo, pero siempre más significativos: en Varsovia la
municipalidad fijó, a mediados de marzo de 1905, un aumento del quince por
ciento para las fábricas que dependen de ella; en el centro de la industria
textil, Ivanovo Vosnesensk, el aumento fue del siete al quince por ciento, en
Kolvno afectó al setenta y tres por ciento de los obreros. Se introdujo un
salario mínimo fijo en algunas panaderías de Odesa, en los astilleros Neva de
San Petersburgo, etcétera.
De más está decir que estas concesiones fueron retiradas luego en uno u
otro lugar. Esto sin embargo provocó nuevas luchas y llevó a batallas aun más
enconadas. Así, el periodo de huelgas de la primavera de 1905 se transformó en
el preludio de una serie infinita, que todavía continúa, de luchas económicas
que se expanden y se entrelazan. En la etapa de aparente estancamiento de la
revolución, cuando el telégrafo no transmitía ninguna noticia sensacional del
campo de guerra ruso al mundo exterior, cuando el europeo occidental hacia a un
lado su periódico desalentado por la noticia de que “nada se estaba haciendo en
Rusia”, en realidad se llevaba a cabo el gran trabajo revolucionario
clandestino sin pausa, día a día y hora a hora, en el corazón mismo del
imperio. La incesante e intensa lucha económica efectuó, con métodos rápidos y
abreviados, la transición del capitalismo
de la etapa de acumulación primitiva, de formas
de trabajo patriarcales y ametódicas, a un capitalismo sumamente moderno y
civilizado.
En la actualidad, la jornada de trabajo real de la industria en Rusia
dejó atrás no sólo la legislación fabril rusa, o sea la jornada legal de once
horas, sino también la situación real imperante en Alemania. En la mayor parte
de la gran industria rusa predomina la jornada de diez horas, considerada un
objetivo inalcanzable por la legislación social alemana. Y lo que es más, en
medio de la tormenta revolucionaria y de la revolución misma nació el tan
añorado “constitucionalismo industrial”,
que tanto entusiasmo despierta en Alemania y en función del cual los
partidarios de la táctica oportunista están dispuestos a proteger de la más
leve brisa las aguas estancadas de su parlamentarismo que todo lo aguanta, así
como las del “constitucionalismo político”.
En realidad no se trata simplemente de que haya tenido lugar una elevación del
nivel general de vida o del nivel cultural de la clase obrera. En la revolución
no se alcanza un nivel de vida material como etapa permanente de bienestar.
Llena de contradicciones y contrastes trae simultáneamente sorprendentes
victorias económicas y los más brutales actos de venganza de parte de los
capitalistas; hoy la jornada de ocho horas y mañana los lock-outs masivos y el
hambre para millones de personas.
La consecuencia más preciosa, por lo permanente, de este rápido flujo y
reflujo de la marea es su sedimento mental: el crecimiento intelectual y
cultural del proletariado, que avanza a saltos, y que ofrece una inviolable
garantía de su irresistible progreso en la lucha económica y política. Y no
sólo eso. Incluso las relaciones del trabajador con su patrón se han dado
vuelta; desde la huelga general de enero “y las huelgas de 1905 que la
siguieron, el principio del capitalista “señor de su casa” fue abolido de
facto. En las fábricas más grandes de todos los centros industriales
importantes se estableció, como cosa natural, el comité obrero, el único con el que negocia el patrón y el que
decide en todos los conflictos.
Y finalmente otra cosa: las huelgas aparentemente “caóticas” y la acción
revolucionaria “desorganizada” posterior a la huelga general de enero se están
convirtiendo en el punto de partida de un febril trabajo de organización. La
señora Historia, allá lejos, se mofa sonriente de los fantoches burocráticos
que vigilan celosamente el destino de los sindicatos alemanes. Las firmes
organizaciones que, según su hipótesis, para que estallara una eventual huelga
de masas en Alemania deberían estar fortificadas como inexpugnables ciudadelas,
en Rusia, por el contrario, nacieron de la huelga de masas. Y mientras los
guardianes de los sindicato; alemanes temen por sobre todo que el huracán
revolucionario haga caer las organizaciones haciéndolas pedazos, como si fueran
una rara porcelana, los revolucionarios rusos nos muestran un cuadro
exactamente opuesto; del huracán y la tormenta, del fuego y la hoguera de la
huelga de masas y de la lucha callejera, surgen, como Venus de las olas,
sindicatos frescos, jóvenes, poderosos, vigorosos.
Otra vez un pequeño ejemplo, que sin embargo es típico de todo el
imperio. En el segundo congreso de los sindicatos rusos, que tuvo lugar a fines
de febrero de 1906 en San Petersburgo, el representante de los sindicatos
petersburgueses, en su informe sobre el desarrollo de las organizaciones
sindicales en la capital zarista decía:
“El 22 de enero de 1905, que barrió con el sindicato de Capón, fue un
momento decisivo. La experiencia enseñó a gran cantidad de obreros a valorar y
comprender la importancia de la organización, y que sólo ellos pueden crear
estas organizaciones. El primer sindicato -el de los tipógrafos- se creó
directamente relacionado con el movimiento de enero. La comisión designada para
fijar las cotizaciones elaboró los estatutos y el 19 de julio el sindicato
comenzó su existencia. También por esta época nació el sindicato de empleados
de oficina y tenedores de libros.
“Además de estas organizaciones, que funcionaban casi abiertamente,
surgieron entre enero y octubre de 1905 sindicatos semilegales y legales. Entre
los primeros estaba, por ejemplo, el sindicato de asistentes de laboratorio y
empleados de comercio. Entre los sindicatos ilegales se debe prestar especial
atención al de relojeros, que celebró su primera sesión secreta el 24 de abril.
Todos los intentos por celebrar un mitin público chocaron con la obstinada
resistencia de la policía y de los patrones, agremiados en la Cámara de Comercio.
Este hecho desafortunado no impidió la existencia del sindicato. Sus afiliados
se reunieron secretamente el 9 de junio y el 14 de agosto, además de las
sesiones que celebró el ejecutivo sindical. El sindicato de sastres y modistas
se fundó en 1905 en un mitin que se realizó en un bosque al que asistieron
sesenta sastres. Luego de discutirse la formación del sindicato se designó una
comisión a la que se le encargó la tarea de redactar los estatutos. Fracasaron
todos los intentos de la comisión de conseguir la legalidad para el sindicato.
Su actividad se limitó a la agitación y al reclutamiento de nuevos miembros en
los talleres aislados. Similar destino le estaba reservado al sindicato de
zapateros. En julio se realizó una reunión nocturna secreta en un bosque cerca
de la ciudad. Concurrieron alrededor de cien zapateros; se leyó un informe
sobre la importancia del sindicalismo, su historia en Europa Occidental y sus
tareas en Rusia. Se decidió entonces formar un sindicato; se designó una
comisión de doce personas para redactar los estatutos y convocar una asamblea
general de zapateros. Los estatutos se redactaron, pero hasta ahora no fue
posible imprimirlos ni se llamó a asamblea general.”
Así fueron los primeros y difíciles comienzos. Luego vinieron las jornadas
de octubre, la segunda huelga general, el manifiesto del zar del 30 de octubre
y el breve “periodo constitucional”. Los obreros se zambulleron con ardiente
celo en la corriente de las libertades políticas con el fin de utilizarlas para
el trabajo organizativo. Además de las reuniones políticas diarias, los debates
y la formación de clubes, tomaron inmediatamente la tarea de impulsar el
sindicalismo. En octubre y noviembre aparecieron cuarenta sindicatos nuevos en
San Petersburgo. Se estableció un “buró central”, es decir, un consejo
sindical, aparecieron varios periódicos sindicales y desde noviembre se publica
un órgano central, El Sindicato.
Lo que informamos sobre Petersburgo es válido también para Moscú y Odesa,
Kiev y Nicolaev, Saratov y Voronez, Samara y Nizni Novgorod y para todas las
ciudades grandes de Rusia, y más aun para Polonia. Los sindicatos de las
distintas ciudades tratan de mantenerse en contacto y se celebran congresos. El
fin del “periodo constitucional” y el retorno a la reacción en diciembre de
1905 pusieron punto final por el momento a la actividad abierta de los
sindicatos pero no la apagaron del todo. Funcionan como organizaciones secretas
y ocasionalmente llevan a cabo luchas salariales abiertas. Se está imponiendo
una peculiar combinación de legalidad e ilegalidad en la vida sindical, que se
corresponde con la situación revolucionaria sumamente contradictoria.
En medio de la lucha el trabajo organizativo se extiende cada vez más, a
fondo y hasta con cierta pedantería. Los sindicatos del Partido Social
Demócrata de Polonia y Lituania, por ejemplo, que en el último congreso (1906)
contaban con cinco delegados que representaban a diez mil miembros, cuentan con
los acostumbrados estatutos, carnets impresos de afiliados, declaraciones de
adhesión, etcétera. Y los mismos panaderos y zapateros, ingenieros y tipógrafos
de Varsovia y Lodz, que en junio de 1905 estaban en las barricadas y en
diciembre sólo esperaban la señal de Petersburgo para lanzarse a la lucha
callejera, encuentran tiempo y entusiasmo, entre una y otra huelga de masas,
entre la cárcel y el lock-out, bajo el estado de sitio, para elaborar sus
estatutos sindicales y discutirlos acaloradamente. Estos luchadores de las
barricadas de ayer y de mañana más de una vez recriminaron severamente a sus
dirigentes amenazándolos con irse del partido por no haber impreso aquellos las
desgraciadas listas de afiliados sindicales con suficiente rapidez (en
imprentas secretas y bajo una incesante persecución policial). Hasta hoy continúan
este celo y entusiasmo. Por ejemplo, en las dos primeras semanas de julio de
1906 aparecieron quince sindicatos nuevos en Ekaterinoslav, seis en Kostroma,
varios en Kiev, Poltava, Smolensk, Cherkasi, Proskurvo, hasta en las más
insignificantes poblaciones de provincia.
En la sesión del 4 de junio de este año el consejo sindical de Moscú,
después de la aceptación de los informes individuales de los delegados
sindicales, se decidió “que los
sindicatos deben disciplinar a sus miembros y abstenerse de participar de
reyertas callejeras porque no se considera que sea momento oportuno para la
huelga de masas. Ante una posible provocación del gobierno, debemos tener
cuidado de que las masas no se vuelquen a las calles.” Finalmente, el
consejo decidió que si en algún momento un sindicato salía a la huelga los
otros tenían que abstenerse de cualquier lucha salarial. En la actualidad la
mayor parte de las luchas económicas están dirigidas por los sindicatos.
Vemos así que la gran lucha económica que siguió a la huelga general de
enero y que no se ha detenido hasta la actualidad constituyó un amplio
trasfondo revolucionario. De allí, en una recíproca e incesante acción con la
agitación política y los acontecimientos exteriores de la revolución, surgen
aquí y allá nuevas expresiones aisladas y nuevas acciones generales del
proletariado. Se destacan contra este trasfondo los siguientes acontecimientos,
uno después de otro; en las manifestaciones del Primero de Mayo hubo en
Varsovia una huelga general total que terminó en un sangriento encuentro entre
la multitud indefensa y los soldados. En junio, un acto masivo en Lodz que fue
dispersado por los soldados llevó a una manifestación de cien mil trabajadores
en el funeral de algunas de las víctimas de la soldadesca brutal y a un nuevo
enfrentamiento con los militares; finalmente, el 23, 24 y 25 de junio se llevó
a cabo la primera lucha de barricadas del imperio zarista. También en junio
estalló la primera gran revuelta de los marinos de la flota del Mar Negro, en
el puerto de Odesa, a partir de un incidente trivial a bordo del acorazado
Potemkin, que provocó inmediatamente una violenta huelga de masas en Odesa y
Nikolaev. La siguieron como un eco lejano la huelga de masas y las revueltas de
los marineros de Kronstadt, Libau y Vladivostok.
En el mes de octubre se realizó el grandioso experimento de San
Petersburgo con la introducción de la jornada de ocho horas. El consejo general
de delegados obreros decidió conquistar la jornada de ocho horas de manera
revolucionaria. En el día señalado todos los obreros de Petersburgo debían
informar a sus patrones que no querían trabajar más de ocho horas diarias y
abandonar los lugares de trabajo transcurrido ese lapso. La idea causó gran
agitación, los obreros la aceptaron y aplicaron con entusiasmo, pero no se
pudieron evitar grandes sacrificios. Por ejemplo, la jornada de ocho horas
significaba una enorme disminución en el salario de los textiles, que hasta
entonces habían trabajado once horas y a destajo. Sin embargo, lo aceptaron voluntariamente.
En una semana se había impuesto la jornada de ocho horas en todas las fábricas
y talleres de Petersburgo; la alegría de los trabajadores no tenía límites.
Pronto, sin embargo, los estupefactos patrones prepararon su defensa;
amenazaron en todas partes con cerrar las fábricas. Algunos trabajadores
aceptaron negociar y obtuvieron en determinados lugares la jornada de diez
horas y en otros la de nueve. La élite del proletariado de Petersburgo, los
obreros de los grandes talleres mecánicos estatales, permaneció firme; el
lock-out dejó en la calle durante un mes entre cuarenta y cinco a cincuenta mil
hombres. El movimiento por la jornada de ocho horas llevó a la huelga general
de diciembre, preparada en gran medida por el lock-out.
Mientras tanto, la segunda formidable huelga general de todo el imperio
se lanza en octubre como respuesta a la Duma de Buligin,70 huelga que
fue iniciada por los ferroviarios. Esta segunda gran acción del proletariado ya
tiene un carácter esencialmente distinto de la de enero. El elemento
“conciencia política” juega ahora un rol mucho mayor. Aquí también, la razón
inmediata del estallido de la huelga de masas fue secundaria y aparentemente
70 La Duma de
Buligin: fue un cuerpo parlamentario puramente consultivo creado en Rusia bajo
la presión de la revolución de 1905. Electa por un sufragio muy restringido, el
zar se reservaba el derecho de convocarla o disolverla a voluntad. La convocó
el Ministro del Interior designado en febrero de ese año, Buligin (1851- 1906).
accidental; el conflicto de los ferroviarios con la administración por
los fondos para pensiones. Pero el levantamiento general del proletariado
industrial que lo siguió fue llevado adelante con ideas políticas claras. El
preludio de la huelga de enero fue una procesión pidiéndole al zar mayores
libertades políticas; la consigna de la huelga de octubre era “¡Terminemos con
la comedia constitucional del zarismo!”
Y gracias al inmediato éxito de la huelga general, al manifiesto del zar
del 30 de octubre, el movimiento no se repliega en sí mismo sino que se expande
en la ansiosa actividad de la libertad política recientemente adquirida.
Manifestaciones, reuniones, una prensa nueva, discusiones públicas y masacres
sangrientas al final de la historia, y luego nuevas huelgas de masas y
manifestaciones; éste es el tormentoso cuadro de los días de noviembre y
diciembre. En noviembre, a instancias de los socialdemócratas de Petersburgo,
la primera huelga de masas de protesta surge a partir de una manifestación
contra los sangrientos hechos y el establecimiento del estado de sitio en
Polonia y Livonia.
El fermento del breve periodo constitucional y el despertar brutal
finalmente conduce en diciembre al estallido de la tercera huelga general en
todo el imperio. Esta vez su curso y sus resultados son totalmente diferentes
de los de los dos casos anteriores. La acción política no se transforma en
económica como en enero pero tampoco logra una rápida victoria como en octubre.
La camarilla zarista ya no hizo más intentos de conceder una libertad política
real, y entonces la acción revolucionaria, por primera vez en su historia,
chocó contra los espesos muros de la violencia física del absolutismo. Por la
lógica interna del proceso de asimilación de la experiencia, esta vez la huelga
de masas se transforma en insurrección abierta, en barricadas armadas, y en
Moscú en lucha callejera. Las jornadas de diciembre en Moscú cierran el primer
año de la revolución, y constituyen el punto culminante de la línea ascendente
de la acción política y el movimiento de huelgas de masas.
Los acontecimientos de Moscú muestran un cuadro típico del desarrollo
lógico y a la vez del futuro del movimiento revolucionario de conjunto: su
culminación inevitable en una insurrección general abierta, que tampoco puede
darse de otra forma que a través del entrenamiento en una serie de
insurrecciones parciales preparatorias, que momentáneamente acabarán en
“derrotas” parciales que, consideradas aisladamente, pueden parecer
“prematuras”.
El año 1906 trae consigo las elecciones y los incidentes en la Duma. El
proletariado, por su poderoso instinto revolucionario y su claro conocimiento
de la situación, boicotea la farsa constitucional zarista y el liberalismo
ocupa durante algunos meses el centro de la escena. Parece que se hubiera
vuelto a la situación de 1904, cuando se pronunciaban discursos en lugar de
actuar, y el proletariado, durante un tiempo, se retira en las sombras para
dedicarse con esmero a la lucha sindical y al trabajo organizativo. Ya no se habla
de huelga de masas, mientras se disparan día tras día los fuegos de artificio
de la retórica liberal. Por fin se arranca la cortina que parecía de hierro, se
dispersan los actores y de los artificios liberales ya no queda más que el humo
y el vapor. El intento del Comité Central de la socialdemocracia rusa de
impulsar una huelga de masas como demostración de fuerzas ante la Duma y la
reapertura del periodo del discurseo liberal cae totalmente en el vacío. Quedó
agotado el rol de la huelga de masas puramente política pero al mismo tiempo no
se realizó la transición de la huelga de masas al levantamiento popular
general. El episodio liberal ya pertenece al pasado; el episodio proletario
todavía no comenzó. Por el momento el escenario está vacío.
4. Relación
entre la lucha política y la económica
Hasta aquí hemos tratado de esbozar en unos pocos trazos la historia de
la huelga de masas en Rusia. Aunque sólo echemos una mirada a vuelo de pájaro
sobre esta historia, nos encontramos con un panorama que no concuerda en nada
con el que surge frecuentemente de las discusiones en Alemania sobre la huelga
de masas. En vez del esquema rígido y hueco de una árida acción política
llevada a cabo por decisión de los organismos superiores, encajada en un plan y
una perspectiva determinados, nos encontramos con el latido de un cuerpo vivo,
de carne y sangre, que no puede ser arrancado del gran marco de la revolución
porque está conectado con todas sus partes por miles de vasos comunicantes.
La huelga de masas, como nos lo demuestra la Revolución Rusa, es un
fenómeno tan variable que refleja todas las fases de la lucha política y
económica, todas las etapas y factores que intervienen en la revolución. Su
adaptabilidad, su eficiencia, los factores que la originan, cambian
constantemente. Súbitamente, cuando la revolución parece haber llegado a un
estrecho callejón sin salida sobre el cual resulta imposible hacer ningún tipo
de cálculo con alguna seguridad, le abre nuevas y amplias perspectivas. Ora cae
como una gran catarata sobre todo el reino, ora se divide en una gigantesca red
de angostos arroyuelos; ora brota del suelo como un fresco manantial o se
pierde completamente como un río subterráneo. Las huelgas políticas y las
económicas, las huelgas de masas y las parciales, las huelgas de protesta y las
de lucha, las huelgas generales de determinadas ramas de la industria y las
huelgas generales en determinadas ciudades, las pacíficas luchas salariales y
las masacres callejeras, las peleas en las barricadas; todas se entrecruzan,
corren paralelas, se encuentran, se interpenetran y se superponen; es una
cambiante marea de fenómenos en incesante movimiento. Y la ley que rige el
movimiento de estos fenómenos es clara: no reside en la huelga de masas misma
ni en sus detalles técnicos sino en las proporciones políticas y sociales de
las fuerzas de la revolución.
La huelga
de masas es simplemente la forma de la lucha revolucionaria. Todo
desnivel en las relaciones de las fuerzas en lucha, en el desarrollo de los
partidos y en las divisiones de clase, en la posición de la contrarrevolución,
inmediatamente influye sobre la actividad de la huelga de mil maneras
invisibles y apenas controlables. Pero la acción misma de la huelga no se
detiene un solo minuto. Solamente altera sus formas, sus dimensiones, sus
efectos. Es el pulso vivo de la revolución y al mismo tiempo su motor más
poderoso. En una palabra, la huelga de masas, como nos lo demuestra la
Revolución Rusa, no es un método artesanal descubierto por un razonamiento
sutil con el propósito de hacer más efectiva la lucha proletaria, sino el
método de movimiento de la masa proletaria, la forma fenoménica de la lucha
proletaria en la revolución.
Podemos examinar ahora algunos aspectos generales que nos pueden ayudar a
formarnos una idea correcta del problema de la huelga de masas.
1 — Es
absurdo pensar la huelga de masas como un acto, una acción aislada. La huelga
de masas es en realidad el índice, la idea rectora de todo un periodo de la
lucha de clases que dura años, tal vez décadas. Entre las innumerables huelgas
de masas, muy variadas, que tuvieron lugar en Rusia durante los últimos cuatro
años, pocas se adaptaban al esquema de que la huelga de masas es un movimiento
puramente político, que comienza y termina según un plan preparado de antemano,
un acto breve y único de una sola variante, y de una variante secundaria: la
huelga puramente de protesta. Durante el transcurso de los cinco años vemos que
en Rusia se sucedieron unas pocas huelgas de ese género, las que, debemos
tenerlo en cuenta, se limitaban generalmente a ciudades aisladas. Así tenemos
la huelga general anual del Primero de Mayo en Varsovia y Lodz, ya que en Rusia
todavía no se ha extendido en medida considerable su celebración con la
abstención de ir a trabajar; la huelga de masas en Varsovia el 11 de setiembre
de 1905 en memoria de la ejecución de Martin Kasprzack;71 la de
noviembre de 1905 en Petersburgo como demostración de protesta contra la
declaración del estado de sitio en Polonia y Livonia; la del 22 de enero de
1906 en Varsovia, Lodz, Czentochon y en la cuenca carbonífera de Dombrowa, al
igual que
71 Martin
Kasprzack (1860-1905): revolucionario polaco, amigo y mentor de Rosa
Luxemburgo. Militó junto al PSD alemán. Pasó la mayor parte de su vida en
prisión y murió en la horca.
las celebradas en algunas ciudades rusas en el aniversario del Domingo
Sangriento de Petersburgo. Además, en julio de 1906 una
huelga general en Tiflis como demostración de solidaridad con los soldados
sentenciados por una corte marcial a raíz de la revuelta militar; finalmente,
otra por la misma causa en setiembre de 1906, durante las deliberaciones de la corte
marcial en Reval. Todas las huelgas de masas, amplias y parciales, ya
mencionadas, y las huelgas generales, no fueron huelgas de protesta sino de
lucha. Como tales se originaron en su mayor parte espontáneamente, en cada caso
a partir de causas accidentales, específicas de cada localidad, sin plan ni
intención. Crecieron con fuerza elemental hasta transformarse en grandes
movimientos: no comenzaron un “repliegue
en orden”, sino que algunas se transformaron en luchas económicas o
callejeras y otras se extinguieron.
En este panorama general la huelga de protesta puramente política juega
un rol bastante subordinado; son pequeños puntos aislados en medio de una
poderosa ola expansiva. Por lo tanto, considerándolo en el aspecto temporal,
aparece la siguiente característica: la huelga de protesta que, a diferencia de
la de lucha, despliega la mayor proporción de disciplina partidaria, dirección
consciente y reflexión política, y en consecuencia puede aparecer como la forma
superior y más madura de la huelga de masas, juega en realidad el rol
fundamental al comienzo del movimiento. Por ejemplo, el paro total del Primero
de Mayo en Varsovia, como primer caso en que una decisión de los
socialdemócratas se concreta de manera tan asombrosa, fue una experiencia de gran
importancia para el movimiento obrero de Polonia. De la misma manera, la huelga
de solidaridad que se realizó en Petersburgo ese mismo año produjo gran
impresión por ser la primera experiencia rusa de acción de masas consciente y
sistemática. Asimismo, el “ensayo de huelga de masas” de los camaradas de
Hamburgo, del 17 de enero de 1906, jugará un rol prominente en la historia de
la futura huelga de masas en Alemania puesto que fue el primer intento serio de
utilizar el arma tan disputada, y también una prueba muy exitosa y convincente
del temperamento luchador y el ánimo de pelea de la clase obrera hamburguesa. Y
con toda seguridad, una vez que el periodo de la huelga de masas haya empezado
verdaderamente en Alemania, llevará naturalmente a que el Primero de Mayo sea
un día de real paro general. La celebración del Primero de Mayo puede llegar a
ocupar el sitial de honor como la primera gran demostración bajo la égida de la
lucha de masas. En este sentido, el viejo “caballo cojo”, como se llamó a la
celebración del Primero de Mayo en el congreso sindical de Colonia, tiene
todavía ante sí un gran futuro y un importante rol que jugar en la lucha
proletaria de clases en Alemania.
Pero a medida que la lucha revolucionaria se profundiza, la importancia
de esas manifestaciones disminuye rápidamente. Son precisamente ésos los
factores que objetivamente facilitan la realización de la huelga de protesta de
acuerdo a un plan preparado de antemano y a la voz de orden del partido (es
decir, el crecimiento de la conciencia política y el entrenamiento del
proletariado) los que hacen imposible esta variante de la huelga de masas. Hoy
al proletariado ruso, la vanguardia de masas más capacitada, no le interesan
las huelgas de masas; los obreros ya no están para bromas, piensan solamente en
una lucha seria con todas sus consecuencias. En la primera gran huelga de masas
de enero de 1905 el elemento de protesta jugó todavía un rol importante, no por
cierto de manera intencional sino más bien instintiva, espontánea. Pero el intento
del Comité Central de los socialdemócratas rusos de llamar a una huelga de
masas en agosto como protesta por la disolución de la Duma no tuvo eco, entre
otras cosas, por el positivo desinterés del proletariado educado en embarcarse
en débiles acciones a medias, en simples manifestaciones.
2 — Sin
embargo, si tomamos en consideración la variante menos importante de la huelga,
la de protesta, en lugar de la huelga de lucha -que hoy constituye en Rusia la
forma real de expresión de la acción proletaria- vemos con mayor claridad que
es imposible separar los factores económicos de los políticos. Aquí también la
realidad se desvía del esquema teórico, y resulta totalmente falso el planteo
pedantesco de que la huelga de masas puramente política deriva lógicamente de
la huelga general sindical como su etapa superior y más madura, pero al mismo
tiempo se diferencia de ella. Esto no se expresa solamente en el hecho de que
las huelgas de masas, desde aquella gran huelga salarial de los obreros
textiles de Petersburgo en 1896-1897 hasta la última gran huelga de masas de
diciembre de 1905, hayan pasado imperceptiblemente del terreno económico al
político de manera tal que resulta casi imposible trazar una línea divisoria
entre ambos.
Nuevamente, cada una de las grandes huelgas de masas repite, por así
decirlo, a pequeña escala la historia completa de la huelga de masas en Rusia y
comienza con un conflicto puramente económico, o en todo caso sindical y
parcial, y atraviesa todas las etapas hasta la manifestación política. La gran
avalancha de huelgas de masas que se descargó sobre el sur de Rusia en 1902 y
1903 comenzó, como ya lo hemos visto, en Bakú por una sanción disciplinaria
impuesta a los desempleados, en Rostov por disputas salariales en los talleres
ferroviarios, en Tifus por una lucha de los empleados de comercio por la
disminución de las horas de trabajo, en Odesa por una disputa salarial en una
sola fábrica pequeña. La huelga de masas de enero de 1905 se desarrolló a
partir de un conflicto interno en los establecimientos de Putilov, la huelga de
octubre a partir de la lucha de los ferroviarios por un fondo para pensiones, y
finalmente la huelga de diciembre a partir de la lucha de los empleados de
correos y telégrafos por el derecho de asociación. El progreso del movimiento
de conjunto no se expresa en la omisión de la etapa inicial sino mucho más en
la rapidez con que se recorren todas las etapas hasta la manifestación política
y en el punto hasta el cual llega la huelga.
Pero el movimiento de conjunto no avanza de la lucha económica a la
política ni viceversa. Toda gran acción política de masas, después de alcanzar
su pináculo político, se multiplica en un montón de luchas económicas. Y eso no
sólo se aplica a cada una de las grandes huelgas de masas sino también a la
revolución de conjunto. Con la extensión, clarificación y mayor complejidad de
la lucha política, la lucha económica no sólo no retrocede sino que se
extiende, se organiza v se ve involucrada en igual proporción. Entre ambas se
da la más completa acción recíproca.
Cada nueva arremetida y cada nueva victoria de la lucha política se
transforman en un poderoso estímulo a la lucha económica, extendiendo al mismo
tiempo sus posibilidades externas e intensificando el anhelo interior de los
trabajadores por mejorar su posición y su deseo de lucha. Cuando se retira la
marea burbujeante de la acción política, deja tras de sí un fructífero depósito
en el cual florecen millares de brotes de lucha económica. Y al revés. La
situación de los obreros de lucha económica incesante con el capitalismo
mantiene viva su energía en todos los interregnos políticos. Constituye, por
así decirlo, la permanente fuente de reservas de las clases proletarias, que
renueva continuamente la fuerza de la lucha política. Al mismo tiempo conduce,
en todas las oportunidades, la infatigable y permanente energía para la lucha
económica de los trabajadores, aquí y allá, a agudos conflictos aislados, que
detonan la explosión de conflictos políticos a gran escala.
En una palabra: la lucha económica actúa como el transmisor de un centro
político a otro; la lucha política es el fertilizante del sucio de la lucha
económica. Causa y efecto se intercambian continuamente sus lugares. Por lo
tanto, en el periodo de la huelga de masas el factor político y el económico,
ya sea ampliamente mezclados, completamente separados o excluyéndose mutuamente
(como los quiere el esquema teórico) constituyen simplemente los dos aspectos
entrelazados de la lucha proletaria de clases en Rusia. Y su unidad la constituye
precisamente la huelga de masas. La sofisticada teoría propone hacer una
inteligente y lógica disección de la huelga de masas con el propósito de llegar
a la “huelga de masas puramente política”. Esta disección, como cualquier otra,
no permitirá percibir el fenómeno en su esencia viva; simplemente lo matará.
3 —
Finalmente, los acontecimientos de Rusia nos demuestran que la huelga de masas
es inseparable de la revolución. La historia de las huelgas de masas en Rusia
es la historia de la Revolución Rusa. Seguramente, cuando los representantes de
nuestro oportunismo alemán oyen hablar de “revolución”, piensan inmediatamente
en derramamientos de sangre, luchas callejeras y tiroteos. Y extraen una
conclusión lógica: la huelga de masas inevitablemente conduce a la revolución,
por lo tanto no nos atrevemos a encararla. De hecho, vemos que en Rusia casi
todas las huelgas de masas llevan a la larga a enfrentamientos con los guardias
armados del régimen zarista; en este aspecto las así llamadas huelgas políticas
son exactamente lo mismo que las luchas económicas mayores. La revolución, sin
embargo, es algo distinto y algo más que un derramamiento de sangre. A
diferencia de la policía, que ve la revolución exclusivamente desde el punto de
vista de los disturbios y grescas callejeros, es decir desde el punto de vista
del “desorden”, el socialismo científico ve la revolución sobre todo como una
completa reversión interna de las relaciones sociales de ciase. Y desde esta
perspectiva la conexión entre revolución y huelga de masas en Rusia resulta
totalmente distinta a la supuesta por la concepción generalizada de que la
huelga de masas siempre termina en un derramamiento de sangre.
Ya hemos visto el mecanismo interno de la huelga de masas en Rusia, que
depende de la incesante acción recíproca entre las luchas políticas y las
económicas. Pero esta acción recíproca se ve condicionada durante el periodo
revolucionario. Sólo en la atmósfera cargada de la etapa revolucionaria cada
pequeño conflicto parcial entre el capital y el trabajo puede transformarse en
una explosión general. En Alemania ocurren todos los años y todos los días
choques violentos y brutales entre obreros y patrones, sin que la lucha
traspase los límites de un distrito o una ciudad, o incluso de una fábrica. Es
cosa de todos los días la sanción a los obreros organizados como en
Petersburgo, el desempleo como en Bakú, las luchas salariales como las de
Odesa, las luchas por el derecho de asociación como en Moscú. Sin embargo,
ninguno de estos casos cambia súbitamente a una acción de clase mancomunada. Y
cuando llegan a ser huelgas de masas aisladas, con una incuestionable
coloración política, no provocan una tormenta general. La huelga general de los
ferroviarios holandeses, que se extinguió, pese a la calurosa simpatía que
despertó, en medio de la pasividad más completa del proletariado del país,
constituye una prueba contundente de lo que decimos.
Por el contrario, solamente en el periodo revolucionario, cuando los
cimientos y los muros sociales de la sociedad de clases se ven sacudidos y
sometidos a un constante proceso de descomposición, cualquier acción política
de clase del proletariado puede hacer emerger de su pasividad a sectores
enteros de la clase obrera que hasta entonces se mantenían apartados, lo que se
expresa inmediata y naturalmente en una tormentosa lucha económica. El obrero,
despierto de golpe a la actividad por la corriente eléctrica de la acción
política, empuña el arma que tiene más a mano para luchar contra su esclavitud
económica. La sacudida violenta de la lucha política le hace sentir con
intensidad inesperada el peso y la presión de sus cadenas económicas. Mientras
que en Alemania, por ejemplo, las más violentas luchas políticas —la lucha
electoral o la parlamentaria sobre las tarifas aduaneras— ejerció una
influencia directa apenas perceptible sobre el curso y la intensidad de las
luchas salariales que se estaban librando al mismo tiempo en el país, en Rusia
toda acción política del proletariado se expresa en la extensión y profundización
de la lucha económica.
La revolución crea primero las condiciones sociales que posibilitan este
súbito cambio de la lucha económica en política y de la política a la
económica, cambio que encuentra su expresión en la huelga de masas. Y si bien
el esquema vulgar ve la relación entre huelga de masas y revolución solamente
en los sangrientos enfrentamientos callejeros en los que concluyen las huelgas
de masas, la observación más profunda de los acontecimientos rusos muestra una
relación exactamente opuesta: en realidad la huelga de masas no produce la
revolución, sino que la revolución produce la huelga de masas.
Para comprender lo anterior basta con una explicación del problema de la
dirección y la iniciativa conscientes en la huelga de masas. Si la huelga de
masas no es un acto aislado sino un periodo completo de la lucha de clases, si
este periodo es idéntico a un periodo revolucionario, es obvio que la huelga de
masas no puede ser provocada a voluntad, aun cuando la decisión provenga del más
alto comité del partido socialdemócrata más fuerte. En tanto la
socialdemocracia no tiene el poder de imponer o retirar a capricho una
revolución, el entusiasmo y la impaciencia más fervientes de las bases
socialdemócratas no serán suficientes para hacer surgir un periodo de
verdaderas huelgas de masas que sean un movimiento vivo y poderoso del pueblo.
La decisión de la dirección y la disciplina partidaria pueden producir una sola
manifestación breve, como la huelga de masas en Suecia, o la última en Austria,
o incluso la de Hamburgo del 17 de enero. Estas demostraciones, sin embargo, se
diferencian de una etapa de huelgas de masas revolucionarias real de la misma
manera en que las maniobras en un puerto extranjero en un momento de tirantez
en las relaciones diplomáticas se diferencian de una guerra naval. Una huelga
de masas surgida del puro entusiasmo y la disciplina jugará, a lo sumo, un rol episódico,
será un síntoma del ánimo de lucha de la clase obrera que refleja, sin embargo,
las condiciones de un periodo pacífico.
Por supuesto, incluso durante la revolución las huelgas de masas no caen
del cielo. Los trabajadores deben provocarlas de una u otra manera. La
resolución y decisión de los trabajadores también juegan su parte, y la
iniciativa y dirección general recaen naturalmente en el núcleo organizado y
más esclarecido del proletariado. Pero los alcances de esta iniciativa y esta
dirección se ven limitados, en su mayor parte, a acciones y huelgas aisladas
cuando el periodo revolucionario recién comienza, y casi nunca traspasa las
fronteras de una ciudad. Así, por ejemplo, como ya lo hemos dicho, los
socialdemócratas en algunas ocasiones han tenido éxito en la apelación directa
a la huelga de masas en Bakú, Varsovia, Lodz y Petersburgo. Pero el éxito es
mucho menos frecuente cuando se trata de movimientos generales de todo el
proletariado.
Además, la iniciativa y la dirección conscientes tropiezan con límites
muy definidos. Durante la revolución le resulta extremadamente difícil a
cualquier organismo dirigente del movimiento proletario calcular y prever las
oportunidades y los factores que pueden conducir a una explosión. Aquí también
la iniciativa y la dirección no consisten en impartir órdenes según los propios
deseos sino en la adecuación más hábil a la situación dada y el contacto lo más
estrecho posible con el estado de ánimo de las masas. El elemento
espontaneidad, según ya lo hemos visto, juega un gran rol en absolutamente
todas las huelgas de masas en Rusia, ya sea como fuerza impulsora o influencia
frenadora. Ello no se debe a que la socialdemocracia es todavía joven o débil.
En cada acto de la lucha juegan y actúan unos sobre otros tantos importantes
factores económicos, políticos y sociales, generales y locales, materiales y
síquicos, que ninguna acción, por pequeña que sea, puede ser dispuesta y
resuelta como un problema matemático. La revolución, aun cuando el
proletariado, con los socialdemócratas a la cabeza, juega en ella el rol
dirigente, no es una maniobra que efectúa la clase obrera a campo abierto sino
una lucha librada en medio del incesante resquebrajamiento, cambio y derrumbe
de los cimientos de la sociedad. En suma, en las huelgas de masas en Rusia el
elemento espontáneo no juega un rol preponderante no porque los proletarios
rusos “estén poco educados” sino porque las revoluciones no permiten que nadie
juegue con ellas al maestro de escuela.
Por otra parte, vemos que en Rusia la misma revolución que les hizo tan
difícil a los socialdemócratas tomar la dirección de la huelga de masas, y que
de manera tan cómica en distintas oportunidades les daba o les sacaba el bastón
de mando, resolvió por su cuenta todas las dificultades de la huelga de masas
que según el esquema teórico de la discusión alemana son fundamentalmente
patrimonio del “cuerpo directivo”: el “aprovisionamiento”, el “cálculo de los
costos” y del “sacrificio”. De más está decir que no los resuelve de la misma
manera que lo harían, lápiz en mano, los miembros de los comités dirigentes
superiores del movimiento obrero en una tranquila discusión secreta. La
“organización” de todas estas cuestiones estriba en la circunstancia de que la
revolución pone en escena una multitud tan enorme que cualquier cálculo o
reglamentación del costo del movimiento, tal como podría hacerse en un proceso
civil, resulta una tarea totalmente imposible de llevar a cabo.
Las organizaciones dirigentes de Rusia tratan de ayudar lo más posible a
las víctimas directas de los conflictos. Así, por ejemplo, mantuvieron durante
semanas enteras a los valientes obreros perjudicados por el gigantesco lock-out
que siguió en San Petersburgo a la campaña por la jornada de ocho horas. Pero
todas sus medidas, en el enorme balance de la revolución, son como una gota en
el océano. En el momento en que comienza un periodo verdadero, serio, de
huelgas de masas, todos estos “cálculos” de “costos” son como querer desagotar
el océano con una cuchara. Y toda revolución trae a las masas proletarias un
océano verdadero de privaciones y sufrimientos terribles. La solución que un
periodo revolucionario aporta a esta dificultad aparentemente invencible
consiste en la circunstancia de que se libera tan inmensa cantidad de idealismo
en las masas que éstas se vuelven insensibles a los sufrimientos más amargos.
Ni la revolución ni la huelga de masas pueden hacerse con la mentalidad del
sindicalista que no faltará al trabajo el Primero de Mayo a menos que le
garanticen previamente que en caso de que le suceda algo recibirá una
determinada cantidad de ayuda. Pero en la tormenta del periodo revolucionario
hasta el proletario se transforma; deja de ser un previsor pater familias para
convertirse en un “romántico revolucionario”, para quien hasta el bien supremo,
la misma vida, por no decir nada del bienestar material, significa muy poco en
comparación con los ideales de la lucha. Pero, si bien la dirección de la
huelga de masas en el sentido de decidir su estallido y calcular y aceptar sus
costos es una cuestión que atañe al periodo revolucionario mismo, en un sentido
totalmente diferente pasa a ser la obligación de la socialdemocracia y sus
organismos dirigentes. En vez de romperse la cabeza con el aspecto técnico y
los mecanismos de la huelga de masas, los socialdemócratas están llamados a
asumir la dirección política de la huelga en el periodo revolucionario.
Proveer de línea y dirección a la lucha; disponer las tácticas a utilizar
en cada fase y cada momento de la lucha política de modo tal que toda la fuerza
disponible del proletariado, ya soliviantado y activo, encuentre expresión en
el plan de batalla del partido; cuidar de que las tácticas que resuelvan
aplicar los socialdemócratas sean resueltas e inteligentes y nunca caigan por
debajo del nivel exigido por la real relación de fuerzas, sino que lo superen;
ésa es la tarea más importante de la organización dirigente en una etapa de
huelgas de masas. Esta dirección se va convirtiendo, en cierta medida, en
dirección técnica. Una táctica coherente, resuelta, progresiva por parte de los
socialdemócratas produce en las masas un sentimiento de seguridad, confianza en
sí mismas y deseos de luchar; una láctica vacilante, débil, basada en la
subestimación del proletariado paraliza y confunde a las masas. En el primer
caso la huelga de masas irrumpe “por sí misma” y “oportunamente” ; en el segundo,
resultan estériles todas las convocatorias de los organismos dirigentes. La
Revolución Rusa brinda contundentes ejemplos de ambas situaciones.
1. Lecciones de la movilización obrera
rusa aplicables en Alemania
Veamos ahora en qué medida todas estas lecciones que se extraen de las
huelgas de masas en Rusia pueden aplicarse a Alemania. Existen grandes
diferencias entre las condiciones sociales y políticas, la historia y la
situación del movimiento obrero de Alemania y de Rusia. A primera vista puede
parecer que las leyes internas que rigen las huelgas masivas rusas, tal como
las hemos expuesto más arriba, son producto exclusivo de condiciones
específicamente rusas que el proletariado alemán no tiene por qué tener en
cuenta. Existe un vínculo interno muy estrecho entre la lucha política y la
económica en la Revolución Rusa; su unidad se materializa en la etapa de las
huelgas de masas. Pero, ¿no es eso consecuencia del absolutismo ruso? En un
estado en que toda forma de expresión del movimiento obrero está prohibida, en
que la huelga más simple es un crimen político, toda lucha económica se
transforma lógicamente en lucha política.
Más aun cuando, por el contrario, el primer estallido de la revolución
política trajo consigo el ajuste general de cuentas de la clase obrera rusa con
su patronal; ello se debe asimismo a que el obrero ruso hasta ahora tuvo un
nivel de vida muy bajo y jamás libró una lucha económica para mejorar su
situación. La primera tarea del proletariado ruso es, en cierta medida, luchar
por salir de su situación miserable; ¿qué tiene de extraño que se haya
apropiado, con toda las ansias de la juventud, del primer medio que le
permitiera alcanzar ese fin, apenas la revolución trajo la primera brisa fresca
al enmohecido aire del absolutismo?
Y por último, la explicación del curso tempestuoso y revolucionario de la
huelga de masas rusa, al igual que su carácter predominantemente espontáneo,
elemental, reside, por un lado, en el atraso político ruso, en la necesidad de
derrocar al despotismo oriental y, por otro, en la falta de organización y
disciplina del proletariado ruso. En un país en que la clase obrera tiene la
experiencia de treinta años de vida política, un poderoso partido
socialdemócrata de tres millones de afiliados y un cuarto de millón de
combatientes probados, organizados en sindicatos, ni la lucha política ni la
huelga de masas tienen la posibilidad de asumir el mismo carácter tempestuoso y
elemental que en un estado semibárbaro que acaba de consumar el salto de la
Edad Media al moderno orden burgués. Esta es la concepción en boga entre
quienes deducen el grado de madurez de las condiciones sociales de un país
leyendo el texto de las leyes escritas.
Escrito: Por Engels en abril de 1875, con adicion de "palabras
finales" escritas en enero de 1894.
Examinemos en orden los problemas. Para empezar, es un error enfocar el
problema como si la lucha económica rusa recién hubiera comenzado con el
estallido de la revolución. En realidad, las huelgas y conflictos salariales
han estado siempre, y cada vez lo están más, a la orden del día, en Rusia
propiamente dicha, a partir de la década de 1890, y en la Polonia rusa, donde
los obreros conquistaron derechos cívicos, a partir de 1880. Pese a que
desataban una feroz represión policial, eran un fenómeno cotidiano. Por
ejemplo, ya en 1891 tanto en Varsovia como en Lodz había un buen fondo de
huelga, y el entusiasmo sindical de aquellos años había creado en Polonia esa
ilusión “económica” de corta duración que luego prevalecería en Petrogrado y el
resto de Rusia.
Es igualmente errónea la concepción exagerada de que el proletariado
tenía, en el imperio zarista de antes de la revolución, el nivel de vida de un
mendigo. El sector obrero de la gran industria en las grandes ciudades, que
tuvo una participación más activa y combativa tanto en la lucha económica como
en la política, posee un nivel material de vida casi tan elevado como su
similar alemán; en algunos oficios los salarios rusos son tan elevados como los
alemanes y, en determinados casos, más altos aun. En lo que hace a la jornada
laboral, la diferencia entre las grandes industrias de ambos países es
insignificante. La noción de la supuesta esclavitud material y cultural de la
clase obrera rusa tampoco tiene asidero en los hechos. Esta noción se
contradice, como lo demuestra un mínimo de reflexión, con el hecho en sí de la
revolución y el papel prominente que desempeñó el proletariado en la misma. Con
mendigos no se puede llevar a cabo una revolución de tanta madurez política y
lucidez de pensamiento, y los obreros industriales de San Petersburgo y
Varsovia, Moscú y Odesa, que se encuentran a la cabeza de la lucha, están
cultural y mentalmente mucho más cerca del tipo europeo occidental de lo que se
imaginan quienes ven en el parlamentarismo burgués y en la actividad sindical
metódica la escuela indispensable, inclusive la única, para el aprendizaje del
proletariado. El gran desarrollo capitalista moderno de Rusia y la década y
media de influencia intelectual de la socialdemocracia, que ha estimulado y
dirigido la lucha económica, han llevado a cabo una importante obra cultural
sin las garantías externas del orden legal burgués.
El contraste, empero, se vuelve aun menor cuando observamos con cierto
detenimiento el real nivel de vida de la clase obrera alemana. Las grandes
huelgas políticas de masas en Rusia soliviantaron desde el comienzo a las más amplias
capas del proletariado y las arrojaron a una lucha económica febril. Pero,
¿acaso no existen en Alemania sectores obreros no esclarecidos entre los cuales
casi no ha penetrado la cálida luz de los sindicatos, capas enteras que hasta
el día de hoy no han intentado, o lo intentaron en vano, elevarse de la
esclavitud social en la que están sumidos a través de conflictos salariales
diarios?
Veamos la pobreza de los mineros. Ya en la tranquila jornada de trabajo,
en la fría atmósfera de la monotonía parlamentaria alemana —al igual que en
otros países, inclusive en el Eldorado del sindicalismo, en Inglaterra- el
conflicto salarial de los obreros de las minas casi nunca se expresa de otra
forma que en violentos estallidos esporádicos de huelgas masivas, de carácter
elemental, típico. Esto demuestra que el antagonismo entre el capital y el
trabajo es demasiado violento y agudo como para permitir su desgaste en luchas
sindicales parciales, tranquilas y sistemáticas. La miseria de los mineros,
campo minado que aun en las épocas “normales” es un centro de tormenta de la
mayor violencia, tiene necesariamente que explotar en una furiosa lucha
económica socialista ante cada gran movilización política de masas de la clase
obrera, ante cada convulsión violenta que trastorna el equilibrio momentáneo de
la vida social cotidiana.
Veamos, además, la pobreza de los obreros textiles. Aquí también, los
tremendos estallidos de la lucha salarial, en su mayoría infructuosos, que
devastan Vogtland cada tantos años, no dan sino una vaga idea de la violencia
con que la gran masa concentrada de los esclavos del capital de los trusts
textiles estalla necesariamente durante una convulsión política, durante una
poderosa y audaz movilización masiva de los obreros alemanes. Veamos, además,
la pobreza de los trabajadores a domicilio, de los obreros del vestido, de los
electricistas, verdaderos centros de tormenta en los que es tanto más probable
que estallen luchas violentas ante cada trastorno de la atmósfera política
alemana cuanto menor sea la frecuencia con que el proletariado alemán salga a
la lucha en épocas tranquilas. Y cuanto menos efectiva sea su lucha en
cualquier momento, más brutal será la represión con que el capital los obligará
a volver, rechinando los dientes, al yugo de la esclavitud.
Ahora, sin embargo, hay que tener en cuenta a enormes sectores del
proletariado alemán que en el devenir “normal” de los acontecimientos no tienen
posibilidad de participar en una lucha económica pacífica para mejorar su
situación, ni gozan del derecho a la agremiación. Empezamos con el ejemplo de
la terrible pobreza de los empleados ferroviarios y de correo. Para estos
trabajadores estatales imperan condiciones similares a las rusas en el seno del
Estado constitucional parlamentario alemán. Hablamos de condiciones rusas
previas a la revolución, durante el esplendor inmutable del absolutismo. Ya en
la gran huelga de octubre de 1905, los obreros ferroviarios de la Rusia
formalmente absolutista se encontraban, en lo que concierne a la libertad
económica y política de su movimiento, a una cabeza de distancia de los
alemanes. Los empleados ferroviarios y de correo rusos se ganaron en medio de
la tormenta el derecho de facto a organizarse y si, por el momento, los juicios
y represalias fueron cosa de todos los días, no pudieron afectar la unidad
interna de los trabajadores.
Sin embargo, sería un cálculo sicológico totalmente falso suponer, como
lo hace la reacción alemana, que la obsecuencia servil de los empleados
ferroviarios y de correo alemanes será eterna, que es una roca que nada puede
erosionar. Cuando hasta los dirigentes sindicales alemanes se han acostumbrado
a las condiciones imperantes hasta el punto de sentarse, con una indiferencia
que casi no tiene igual en toda Europa, a contemplar con entera satisfacción
los resultados de la lucha sindical alemana, el resentimiento arraigado y
reprimido de los esclavos uniformados del Estado encontrará inevitablemente la
vía de escape en el alzamiento general de los obreros industriales. Y cuando la
vanguardia industrial del proletariado, mediante la huelga de masas, se apropie
de nuevos derechos políticos o trate de defender los que ya posee, el gran
ejército de los empleados ferroviarios y de correo pensará necesariamente en su
propia desgracia particular y se levantará para liberarse de la parte extra de
absolutismo ruso que les tocó en suerte en Alemania.
La concepción pedante, que pretende que las grandes movilizaciones
populares se desarrollen según planes y recetas, considera que es indispensable,
antes de “atreverse a pensar” en una huelga de masas en Alemania, que los
obreros ferroviarios logren el derecho a la agremiación. Pero el verdadero
curso natural de los acontecimientos es exactamente lo opuesto a dicha
concepción: el derecho de agremiación, tanto para los trabajadores postales
como para los ferroviarios, sólo puede otorgarlo una poderosa movilización
huelguística de masas. Y los problemas que en la realidad actual de Alemania
resultan insolubles encontrarán rápida solución bajo la influencia y presión de
una movilización política general del proletariado.
Por último, veamos la pobreza mayor y más importante: la pobreza de los
trabajadores de la tierra. Es lógico que los sindicatos británicos agrupen
exclusivamente a los obreros industriales, en vista del carácter peculiar de la
economía británica y la poca importancia de la agricultura en la vida económica
de ese país. En Alemania, una central sindical, por bien organizada que esté,
si sólo agrupa a los obreros industriales y no es accesible al gran ejército de
los trabajadores de la tierra sólo reflejará un cuadro débil y parcial de la
situación del proletariado. Pero nuevamente sería una ilusión fatal pensar que
la situación del país es inalterable e inmutable, que la infatigable obra
educativa de la socialdemocracia y, más aun, toda la política de clase alemana,
no socavan continuamente la pasividad exterior de los trabajadores agrícolas,
que la primera gran movilización general clasista del proletariado alemán,
cualquiera que sea su objetivo, puede no arrastrar al proletariado rural a la
lucha.
Del mismo modo, el panorama de la supuesta superioridad económica del
proletariado alemán sobre el ruso se altera considerablemente cuando nos
alejamos de las estadísticas de las industrias y sectores sindicalizados y
echamos una mirada a los grandes sectores del proletariado que están fuera de
la lucha sindical o cuya situación económica especial no les permite
incorporarse a la guerra de guerrillas cotidiana de los sindicatos. Vemos, uno tras
otro, sectores importantes en los que la agudización de los antagonismos ha
llegado al punto culminante, en los que hay abundancia de material explosivo
acumulado, que padecen mucho de “absolutismo ruso” en su forma más cruda, que
tienen que hacer las primeras rendiciones de cuentas económicas con el capital.
Una huelga general política masiva del proletariado, entonces, le
presentará todas estas cuentas pendientes al sistema imperante. Una
movilización del proletariado urbano artificialmente preparada, que ocurra de
una sola vez, una mera huelga de masas hecha por disciplina y dirigida por la
batuta de un dirigente del comité ejecutivo del partido, dejará a las amplias
masas populares frías e indiferentes. Pero una movilización combativa, poderosa
y audaz del proletariado industrial, surgida de una situación revolucionaria,
seguramente actuará sobre los sectores más sumergidos y en definitiva atraerá a
la lucha económica general a quienes en épocas normales se abstienen de
participar en la lucha sindical.
Pero, por otra parte, cuando nos volvemos hacia la vanguardia organizada
del proletariado industrial alemán teniendo en vista los objetivos de la lucha
económica por los que combatió la clase obrera rusa, de ninguna manera nos
encontramos con una tendencia a despreciar las movilizaciones de la juventud,
como lo hacen, y con razón, los sindicatos alemanes más antiguos. Así, la
consigna más importante de las huelgas rusas desde el 22 de enero —la jornada
de ocho horas- no es, por cierto, un objetivo inalcanzable para el proletariado
alemán. Antes bien, en la mayoría de los casos, es un ideal hermoso y remoto.
Esto es válido también para la lucha por el programa del “dueño de casa”,
por la creación de comités obreros en
todas las fábricas, por la abolición del trabajo a destajo y del trabajo a
domicilio en las ramas artesanales, por el cumplimiento pleno del descanso
dominical y por el reconocimiento del derecho de agremiación. Sí; visto más
de cerca, todos los objetivos económicos de la lucha del proletariado ruso son
muy reales para los obreros alemanes, y ponen el dedo en una llaga muy sensible
para ellos.
La consecuencia que inevitablemente se deduce de esto es que la
utilización preferente de la huelga de masas puramente política constituye un
plan teórico carente de vida. Si las huelgas de masas provocan, de manera
natural y en base a un fermento revolucionario, la lucha política de los
obreros urbanos, se trasformarán, con la misma naturalidad con que ocurrió en
Rusia, en todo un periodo de tempestuosos conflictos económicos elementales.
Por tanto, los temores de los dirigentes sindicales de que la lucha por los
intereses económicos en un periodo de grandes conflictos políticos, en un
periodo de huelgas de masas, puedan dejarse de lado, se basan en una concepción
del curso de los acontecimientos totalmente insensata y escolástica. Un periodo
revolucionario en Alemania alteraría tanto el carácter de la lucha sindical y
desarrollaría su potencial hasta tal punto que, en comparación con ella, la
actual guerra de guerrillas que libran los sindicatos sería cosa de niños. Y
por otra parte esta tempestad económica elemental de huelgas de masas daría
nuevos ímpetus y fuerza a la lucha política. La acción recíproca de la lucha
económica y la política, principal motor de las huelgas contemporáneas en Rusia
y, al mismo tiempo, mecanismo regulador, por así decirlo, de la movilización
revolucionaria del proletariado, también surgiría en Alemania, con toda
naturalidad, de la propia situación.
6. La
colaboración de los obreros organizados y desorganizados es necesaria para la
victoria
Ligado a esto, el problema de la organización en relación con el de la
huelga de masas en Alemania presenta un aspecto esencialmente distinto.
La actitud de muchos dirigentes sindicales al respecto se resume en la
siguiente afirmación: ‘Todavía no
contamos con fuerzas suficientes como para arriesgarnos a una prueba tan dura
como la huelga de masas”. Esta posición es insostenible, en la medida en que no
se puede determinar de manera pacífica, “cuantitativa”, cuando el proletariado
con “fuerza suficientes” como para luchar. Hace treinta años los sindicatos
alemanes tenían cincuenta mil afiliados.
No podía ni pensarse, obviamente, en una huelga de masas a gran escala. Quince
años más tarde, los sindicatos habían cuadruplicado sus fuerzas y contaban con doscientos treinta y siete mil afiliados.
Si en ese momento se les hubiera preguntado a los dirigentes sindicales de hoy
en día si la organización proletaria ya estaba lo suficientemente madura como
para una huelga de masas, seguramente
hubiesen respondido que faltaba mucho, que antes sería necesario que los
afiliados a los sindicatos se contaran de a millones.
Hoy el número de sindicalistas supera
los dos millones, pero la posición de los dirigentes sigue siendo la misma,
y bien puede seguir siéndolo hasta el fin. Su posición implícita es que toda la
clase obrera de Alemania, hasta el último hombre y la última mujer, debe
afiliarse al sindicato antes de que éste cuente con “fuerzas suficientes” como
para arriesgarse en una movilización de masas, que en tal caso, siempre de
acuerdo con la vieja fórmula, sería calificada de “superflua”. Esta teoría es,
de todas maneras, totalmente utópica, por la simple razón de que adolece de una
contradicción interna que la hace girar en un círculo vicioso. Antes de salir a
la lucha los obreros deben organizarse. Las circunstancias y condiciones del
desarrollo capitalista y el Estado burgués imposibilitan la organización de
ciertos sectores —los más numerosos, importantes, bajos y oprimidos por el
capital y el Estado- si no median grandes luchas de clases. Hasta en
Inglaterra, que ha pasado por todo un siglo de actividad sindical infatigable
sin “alborotos” -salvo al comienzo en el periodo del movimiento cartista- sin
errores ni tentaciones “románticas revolucionarias”, ha sido imposible ir más
allá de la organización de una minoría bien remunerada del proletariado.
Por otra parte, los sindicatos, como cualquier otra organización de lucha
del proletariado, no pueden subsistir en forma permanente si no es a través de
la lucha. Y no hablamos de luchas como
las que se dan entre las ranas y los ratones en la charca del periodo
parlamentario burgués, sino de la lucha en los periodos revolucionarios de
la huelga de masas. La concepción rígida,
mecánico-burocrática, sólo puede concebir la lucha como producto de una
organización que cuenta con cierto nivel de fuerza. Por el contrario, para la explicación viva, dialéctica, la organización
surge como resultado de la lucha. Ya hemos visto un grandioso ejemplo de
ese fenómeno en Rusia, donde un proletariado casi totalmente desorganizado creó
una red global de apéndices organizativos en un año y medio de lucha
revolucionaria tempestuosa.
Tenemos otro ejemplo en la historia de los sindicatos alemanes. En 1878
los sindicatos contaban con cincuenta mil afiliados. Según la teoría de los
actuales dirigentes sindicales, tal como la expusimos más arriba, esta
organización no contaba con “fuerzas suficientes” como para embarcarse en una
lucha política violenta. Sin embargo, los sindicatos alemanes, por débiles que
fuesen en ese momento, salieron a la lucha contra la ley antisocialista y
demostraron que sí poseían “fuerza suficiente”, no sólo para triunfar sino para
quintuplicar su peso: en 1891, derogada la ley antisocialista, el número de
afiliados ascendía a 277.659. Es cierto que los métodos que emplearon los
sindicatos para salir triunfantes de la lucha contra la ley antisocialista no
corresponden al ideal de un proceso pacífico, minucioso e ininterrumpido:
entraron en ruinas a la lucha, para surgir en la oleada siguiente y resucitar.
Pero éste es precisamente el método específico que corresponde al desarrollo de
las organizaciones de clase del proletariado: probarse en la lucha y emerger de
ella con fuerzas redobladas.
Si examinamos más de cerca la situación de Alemania y de los distintos
sectores de la clase obrera, resultará claro que el próximo periodo de grandes
luchas políticas de masas no provocará la tan temida destrucción de los
sindicatos alemanes sino que, por el contrario, se les abrirán perspectivas
insospechadas para extender su esfera de poder; y esta extensión avanzará a
pasos agigantados. Pero la cuestión presenta también otro aspecto. El plan de
realizar huelgas de masas como seria movilización política de la clase contando
únicamente con los obreros organizados no tiene esperanzas de triunfar. Para triunfar, la huelga y la lucha de masas
primero deben convertirse en un verdadero movimiento popular, es decir, hay que
llevar a la lucha a grandes sectores del proletariado. En su forma
parlamentaria, el poder de la lucha proletaria de clases no reside en el
pequeño grupo organizado sino en el proletariado con mentalidad revolucionaria
que lo rodea. Si los socialdemócratas entran en la lid electoral contando
únicamente con sus pocos cientos de miles de afiliados se condenarían al
fracaso. Y aunque la socialdemocracia tiende en todas partes a hacer ingresar
al partido el gran ejército de sus votantes, la masa de votantes, después de
treinta años de experiencia con la socialdemocracia, no aumenta porque la
organización partidaria crezca. Por el contrario, los nuevos sectores
proletarios, ganados momentáneamente en la lucha electoral, constituyen terreno
fértil para la semilla de la organización. Aquí la organización no provee
tropas para la lucha sino que la lucha le provee efectivos a la organización.
Esto se aplica en un grado mucho mayor, obviamente, a la movilización
política directa de masas que a la lucha parlamentaria. Si los
socialdemócratas, en tanto que núcleo organizado de la clase obrera, son la
vanguardia más importante del conjunto de los obreros, y si la claridad
política, la fuerza y la unidad del movimiento obrero surgen de dicha
organización, no se puede concebir la movilización de clase del proletariado
como movilización de la minoría organizada. Toda lucha de clases verdaderamente
grande debe basarse en el apoyo y la colaboración de las más amplias masas. Una
estrategia para la lucha de clases que no cuente con ese apoyo, que se base en
una marcha puesta en escena por el pequeño sector bien entrenado del
proletariado, está destinada a terminar en un miserable fracaso.
Por tanto,
las huelgas y luchas políticas de masas no pueden ser realizadas en Alemania
solamente por los obreros organizados, ni tampoco se las puede dirigir mediante
“directivas” emanadas del Comité Central de un partido. En este caso,
nuevamente —tal como ocurrió en Rusia- no dependen tanto de la “disciplina” y
el “entrenamiento” ni de la evaluación exacta de apoyo y costo calculados a
priori, sino de una verdadera movilización de clase revolucionaria y audaz,
capaz de ganar para la lucha a los más amplios sectores de los obreros
desorganizados, de acuerdo con su estado de ánimo y su situación.
La sobreestimación y la falsa estimación del papel de las organizaciones
en la lucha de clases del proletariado generalmente se ve reforzada por la
subestimación de la masa proletaria desorganizada y su grado de madurez
política. En un periodo revolucionario, en medio de la tormenta de las luchas
de clases, todo el efecto educativo del veloz desarrollo del capitalismo y de
la influencia de la socialdemocracia se revela antes que nada en los amplios
sectores populares que, en momentos de paz, casi ni figuran en las estadísticas
de organizaciones y elecciones.
Rusia nos demostró que en dos años puede estallar una gran movilización
general del proletariado a partir del menor conflicto parcial de los obreros
contra los patrones, del más insignificante acto de brutalidad de los
organismos gubernamentales. Desde luego, todos lo ven y lo creen porque en
Rusia está “la revolución”. Pero, ¿qué significa eso? Significa que el
sentimiento de clase, el instinto de clase del proletariado ruso es activo y
vital, de modo que ve en cada problema parcial de un grupo pequeño de obreros
un problema general, un asunto que concierne a la clase, y reacciona con la
rapidez del rayo en forma unificada. Cuando en Alemania, Francia, Italia y
Holanda los conflictos sindicales más violentos apenas si provocan una
movilización generalizada de la clase —y en esos casos sólo se moviliza el
sector organizado— en Rusia el conflicto más pequeño desata una tormenta. Eso
sólo significa que, por paradójico que parezca, el instinto de clase del
proletariado más joven, menos entrenado, menos educado y todavía menos
organizado de Rusia es muchísimo más fuerte que el de la clase obrera
organizada, entrenada y esclarecida de Alemania o de cualquier otro país de
Europa Occidental. Y no hay que considerar esto una virtud específica del
“Oriente joven y enérgico” en contraposición al “Occidente torpe”, sino
simplemente el resultado de la movilización masiva revolucionaria directa.
En el caso del obrero alemán esclarecido la conciencia de clase creada
por la socialdemocracia es teórica y latente: en la etapa dominada por el
parlamentarismo burgués no puede, en general, participar activamente en una
movilización de masas; es la suma ideal de las cuatrocientas acciones paralelas
de las circunscripciones durante la lucha electoral, de muchas huelgas
económicas parciales, etcétera. En la revolución, cuando las masas irrumpen en
el campo de batalla político, esta conciencia de clase se vuelve práctica y
activa. Por ello, un año de revolución le
ha dado al proletariado ruso el “entrenamiento” que treinta años de lucha
parlamentaria y sindical no le pudieron dar al proletariado alemán. Desde
luego que este sentimiento de clase vivo, activo, del proletariado, disminuirá
considerablemente en su intensidad o, más bien, pasará a una situación oculta y
latente, cuando culmine el periodo revolucionario y se erija el Estado constitucional burgués parlamentario.
Y, asimismo, en una etapa de grandes luchas políticas, el sentimiento
revolucionario de clase afectará a las capas más amplias y profundas del
proletariado alemán. Y este proceso será tanto más rápido y profundo cuanto más
enérgico sea el trabajo educativo que realice la socialdemocracia. Este trabajo
de educación y el efecto provocativo y agitador de toda la política alemana
actual se revelará cuando todos aquellos grupos que en la actualidad hacen gala
de una aparente estupidez política y permanecen insensibles a los intentos
organizativos de la socialdemocracia y los sindicatos se coloquen repentinamente
bajo la bandera socialdemócrata, en un periodo verdaderamente revolucionario.
Seis meses de etapa revolucionaria completarán la educación de esas masas
desorganizadas, que no pudo llevarse a cabo en diez años de manifestaciones
públicas y distribución de panfletos. Y cuando la situación alemana haya
alcanzado ese momento crítico, los sectores que hoy están desorganizados y
atrasados resultarán los más radicales e impetuosos en la lucha, y no habrá
necesidad de arrastrarlos. Si estallan las huelgas de masas en Alemania, con
toda seguridad que no serán los trabajadores mejor organizados —no serán los
tipógrafos, por cierto— quienes demostrarán la mayor capacidad para la acción,
sino los peor organizados o los totalmente desorganizados: los mineros, los textiles,
acaso los trabajadores rurales.
De esta manera, llegamos para Alemania a las mismas conclusiones que en
nuestro análisis de los acontecimientos de Rusia, en lo que concierne a las
tareas de dirección, al papel de la socialdemocracia en las huelgas de masas. Abandonemos el esquema pedante de las
huelgas de protesta provocadas artificialmente por orden de partidos y
sindicatos y volvámonos hacia el cuadro vivo de las movilizaciones populares,
que estallan con gran energía al exacerbarse los antagonismos de clase y la
situación política, movilizaciones que se convierten política y económicamente
en luchas y huelgas de masas. Resultará obvio entonces que la tarea de la
socialdemocracia no consiste en preparar y dirigir técnicamente las huelgas de
masas sino, primero y principal, en dirigir
políticamente la movilización en su conjunto.
Los socialdemócratas constituyen la vanguardia más esclarecida y
consciente del proletariado. No pueden ni atreverse a esperar de manera
fatalista, con los brazos cruzados, el advenimiento de la “situación
revolucionaria”, aquello que, en toda movilización popular espontánea, cae de
las nubes. Por el contrario; ahora, al igual que siempre, deben acelerar el
desarrollo de los acontecimientos. Esto no puede hacerse, empero, levantando
repentinamente la “consigna” de huelga de masas al azar y en cualquier momento
sino, ante todo, propagandizando ante las capas más amplias del proletariado el
advenimiento inevitable del periodo revolucionario, los factores sociales
internos que lo provocan y las consecuencias políticas del mismo. Si se gana a
los sectores más extensos del proletariado para una movilización política
masiva de la socialdemocracia; si, a la inversa, los socialdemócratas asumen y
conservan la verdadera dirección de la movilización de masas; si se convierten,
en un sentido político, en dirigentes de todo el movimiento, deben, con toda
claridad, consecuencia y firmeza, informar al proletariado alemán de sus
tácticas y objetivos para la próxima etapa de lucha.
1. El papel de la huelga de masas en la
revolución
Hemos visto que la huelga de masas rusa no es el producto artificial de
alguna táctica premeditada de los socialdemócratas. Es un fenómeno histórico
natural que se apoya en la actual revolución. Ahora bien, ¿cuáles son las
causas entonces que han hecho surgir en Rusia esta nueva forma fenoménica de la
revolución?
La próxima tarea de la Revolución Rusa será la abolición del absolutismo
y la creación de un Estado moderno, parlamentario burgués, constitucional.
Formalmente, es la misma tarea que plantearon la Revolución de Marzo en
Alemania y la Gran Revolución Francesa de fines del siglo XVIII. Pero las
condiciones y el medio histórico en que se dieron esas revoluciones formalmente
análogas a la rusa son fundamentalmente distintas de las que imperan
actualmente en Rusia. La diferencia fundamental deriva de que en el lapso que
media entre aquellas revoluciones burguesas de Occidente y la actual revolución
burguesa de Oriente se cumplió el ciclo del desarrollo capitalista. Y este
proceso no afectó solamente a los países de Europa Occidental sino también a la
Rusia absolutista.
La gran industria, con todas sus consecuencias: las modernas divisiones
de clase, los agudos contrastes sociales, la vida actual en las grandes ciudades
y el proletariado contemporáneo, se ha vuelto en Rusia la forma predominante,
es decir decisiva, en el proceso social de la producción.
Esta situación histórica tan notable y contradictoria es fruto de que la
revolución burguesa, de acuerdo con sus tareas formales, será realizada en
primer término por un proletariado con conciencia de clase en un medio
internacional caracterizado por la decadencia de la democracia burguesa. A
diferencia de lo que sucedió en las primeras revoluciones occidentales, la
burguesía no es ahora el principal elemento revolucionario mientras que el
proletariado, desorganizado y disuelto en la pequeña burguesía, suministra el
material humano para el ejército burgués. Por el contrario, el proletariado
consciente es el elemento dirigente y motor, mientras que la burguesía está
dividida en grandes sectores, algunos francamente contrarrevolucionarios, otros
débilmente liberales; sólo la pequeña burguesía rural y la intelligentsia
pequeñoburguesa urbana están claramente en la oposición, algunos con mentalidad
revolucionaria.
El proletariado ruso, destinado a desempeñar el rol dirigente en la
revolución burguesa, entra a la lucha libre de toda ilusión respecto de la
democracia burguesa, con una gran conciencia de sus intereses específicos de
clase y en un momento en que ha alcanzado su apogeo el antagonismo entre el
capital y el trabajo. Esta situación contradictoria se refleja en el hecho de
que en esta revolución, formalmente burguesa, el antagonismo entre la sociedad
burguesa y el absolutismo se rige por el antagonismo entre el proletariado y la
sociedad burguesa; la lucha del proletariado va dirigida simultáneamente y con
la misma energía contra el absolutismo y contra la explotación capitalista; y
que el programa de la lucha revolucionaria pone igual énfasis en la libertad
política que en la conquista de la jornada laboral de ocho horas y un nivel de
vida material aceptable para el proletariado. Este carácter dual de la
Revolución Rusa se expresa en la unión estrecha entre la lucha económica y la
política y en su mutua interacción, fenómeno que caracteriza a los
acontecimientos rusos y que encuentra su expresión adecuada en la huelga de
masas.
En las primeras revoluciones burguesas, por un lado, la educación y
dirección política de las masas revolucionarias estaba en manos de partidos
burgueses y, por otro lado, se trataba simplemente de derrocar al gobierno. Por
eso, la lucha revolucionaria encontraba su forma apropiada en el breve combate
de las barricadas. Hoy, cuando las clases trabajadoras se educan en la lucha
revolucionaria, cuando deben reunir sus fuerzas y dirigirse a sí mismas, cuando
la revolución apunta tanto contra el viejo poder estatal como contra la explotación
capitalista, la huelga de masas aparece como el medio natural de ganar para la
lucha a las más amplias capas del proletariado y, a la vez, de derrocar el
viejo poder estatal y terminar con la explotación capitalista. El proletariado
industrial urbano es ahora el alma de la Revolución Rusa. Pero para librar una
lucha política directa masiva, primero se debe reunir el proletariado en masa;
salir de la fábrica y el taller, la mina y la fundición y superar la
atomización y la decadencia a las que se ve condenado por el yugo cotidiano de
la explotación del sistema.
La huelga de masas es la primera forma natural e impulsiva de toda gran
lucha revolucionaria de la clase obrera, y cuanto más desarrollado se encuentra
el antagonismo entre el capital y el trabajo más efectiva y decisiva debe ser
la huelga de masas. La forma principal de lucha de las revoluciones burguesas
anteriores, las barricadas, el conflicto franco con el poder estatal armado es,
en la revolución actual, nada más que el punto culminante, un momento en el
proceso de la lucha de masas proletaria. Y con ello, en esta nueva forma de la
revolución se alcanza la lucha de clases civilizada y mitigada que profetizaron
los oportunistas de la socialdemocracia alemana: los Bernstein, David,
etcétera. Es cierto que estos hombres veían su anhelada lucha de clases
civilizada y mitigada a la luz de sus ilusiones pequeñoburguesas democráticas:
creyeron que la lucha de clases se reduciría a un conflicto puramente
parlamentario, y la lucha callejera simplemente desaparecería. La historia
encontró una solución más profunda y elegante: el surgimiento de la huelga
revolucionaria de masas. Por supuesto, ésta de ninguna manera reemplaza ni hace
innecesaria la brutal lucha callejera, pero la reduce a un instante en el
prolongado periodo de luchas políticas. A la vez, cumple en el periodo
revolucionario una enorme obra cultural, en el sentido más preciso del término:
eleva material y espiritualmente a la clase obrera de conjunto, “civilizando”
la barbarie de la explotación capitalista.
Vemos, pues, que la huelga de masas no es un producto específicamente
ruso, consecuencia del absolutismo, sino una forma universal de la lucha de
clases que surge de la etapa actual del desarrollo capitalista y sus relaciones
sociales. Desde este punto de vista, las tres revoluciones burguesas —la Gran
Revolución Francesa, la Revolución Alemana de Marzo y la actual Revolución
Rusa- forman una cadena continua en la que se advierte la suerte y el fin de la
era capitalista. En la Gran Revolución Francesa las contradicciones internas de
la sociedad burguesa, apenas desarrolladas, dieron lugar a un largo periodo de
luchas violentas en el que los antagonismos que germinaron y maduraron al calor
de la revolución se desencadenaron, sin trabas ni restricciones, con un
radicalismo desaforado. Un siglo después, la revolución de la burguesía
alemana, que estalló cuando el desarrollo del capitalismo había llegado a mitad
de camino, ya se encontraba trabada de ambos lados por el antagonismo de
intereses y el equilibrio de fuerzas entre el capital y el trabajo. Se ahogaba
en una especie de compromiso burgués-feudal que la redujo a un breve y
miserable episodio que quedó en palabras.
Pasó otro medio siglo. La Revolución Rusa actual se encuentra en un punto
del camino histórico que ya está del otro lado del punto culminante de la
sociedad capitalista, en el que la revolución burguesa ya no puede ser ahogada
por el antagonismo entre burguesía y proletariado sino que, por el contrario,
abrirá un nuevo periodo prolongado de luchas sociales violentas, en el que la rendición
de cuentas del absolutismo parecerá insignificante al lado de las numerosas
cuentas abiertas por la propia revolución. La revolución actual concreta en el
marco de la Rusia absolutista las consecuencias generales del desarrollo
capitalista internacional. Aparece, no tanto como sucesor de las viejas
revoluciones burguesas, sino como precursora de una nueva serie de revoluciones
proletarias en Occidente. El país más atrasado, precisamente porque su
revolución burguesa llegó en momento tan tardío, le muestra al proletariado de
Alemania y de los países capitalistas más adelantados los nuevos métodos de la
lucha de clases.
Desde este punto de vista, resulta totalmente erróneo considerar la
Revolución Rusa un buen espectáculo, algo específicamente “ruso”, para admirar,
en el mejor de los casos, el heroísmo de los combatientes, o sea, lo accesorio
de la lucha. Es mucho más importante que los obreros alemanes aprendan a ver la
Revolución Rusa como asunto propio, no sólo en el sentido de la solidaridad
internacional con el proletariado ruso sino ante todo como un capítulo de su
propia historia política y social. Los dirigentes sindicales y parlamentarios
que consideran al proletariado alemán “demasiado débil” y la situación alemana
“inmadura” para las luchas revolucionarias de masas, obviamente no tienen la
menor idea de que el grado de madurez de las relaciones de clase en Alemania y
el poder del proletariado no se reflejan en las estadísticas sindicales ni en
las cifras electorales sino... en los acontecimientos de la Revolución Rusa.
Así como la madurez de los antagonismos de clase en Francia durante la
monarquía de julio y la batalla de París de junio se reflejaron en el proceso y
fracaso de la Revolución de Marzo en Alemania, la madurez de los antagonismos de
clase alemanes se refleja en los acontecimientos y la fuerza de la Revolución
Rusa. Y los burócratas del movimiento obrero alemán, mientras revuelven los
cajones de sus escritorios para recabar informes sobre su fuerza y madurez, no
ven que lo que buscan lo pone ante sus ojos una gran revolución histórica.
Porque, desde el punto de vista histórico, la Revolución Rusa refleja el poder
y la madurez de la Internacional y, por tanto, en primer término del movimiento
obrero alemán.
Sería un fruto demasiado miserable y grotescamente insignificante de la
Revolución Rusa el que el proletariado alemán extrajera de ella -como lo desean
los camaradas Frohome, Elm y otros-, como única lección, la manera de utilizar
la forma extrema de lucha, la huelga de masas, como mera fuerza de reserva en
caso de la supresión del voto parlamentario, debilitándola por lo tanto hasta
el punto de convertirla en medio pasivo de defensa parlamentaria. Cuando se nos
quite el voto parlamentario, resistiremos. Eso es evidente. Pero para ello no
es necesario asumir la pose heroica de un Danton, como lo hizo el camarada Elm
en Jena; la defensa del modesto derecho parlamentario no es una innovación
violenta sino el primer deber de todo partido de oposición, si bien fueron
necesarias para impulsarlo las terribles hecatombes de la Revolución Rusa. Pero
el proletariado no puede quedarse a la defensiva en un periodo revolucionario.
Y si bien es difícil predecir con certeza si la liquidación del sufragio
universal provocaría en Alemania una acción huelguística de masas en forma
inmediata, por otra parte es absolutamente cierto que cuando Alemania entre en
una etapa de acciones violentas de masas los socialdemócratas no podrán basar
su táctica en la mera defensa parlamentaria.
Fijar de antemano la causa por la que estallarán las huelgas de masas y
el momento en que lo harán no está en manos de la socialdemocracia, puesto que
ésta no puede provocar situaciones históricas mediante resoluciones de los
congresos del partido. Pero lo que sí puede y debe hacer es tener claridad
acerca de las situaciones históricas cuando aparecen, y formular tácticas
resueltas y consecuentes. El hombre no puede detener los acontecimientos
históricos mientras elabora recetas, pero puede ver de antemano sus
consecuencias previsibles y ajustar según éstas su modo de actuar.
El primer peligro político que acecha, que ha preocupado durante años al
proletariado alemán, es un golpe de Estado reaccionario que les arranque a las
amplias masas populares su derecho político más importante: el sufragio
universal. A pesar de la gran importancia de este probable acontecimiento es
imposible, como hemos dicho, decir con certeza que el golpe de Estado provocará
una movilización popular inmediata, porque hay que tener en cuenta una gran cantidad
de circunstancias y factores. Pero si consideramos lo agudo de la actual
situación alemana y, por otra parte, las múltiples reacciones internacionales
que provocará la Revolución Rusa y la futura Rusia rejuvenecida, es claro que
el derrumbe de la política alemana que sobrevendría como consecuencia de la
revocación del sufragio universal no bastaría para detener la lucha por ese
derecho. Más bien, el golpe de Estado provocaría, tarde o temprano y con gran
fuerza, un gran ajuste general de cuentas de la masa popular soliviantada e
insurgente; ajuste de cuentas por la usura del pan; por el aumento artificial
de los precios de la carne; por los gastos que exigen un ejército y una marina
que no conocen límites; por la corrupción de la política colonial; por la
desgracia nacional del juicio de Königsberg; por el cese de la reforma agraria;
por los despidos masivos a los obreros ferroviarios, empleados de correo y
trabajadores rurales; por los engaños y burlas perpetradas contra los mineros;
por el juicio de Lobtau y todo el sistema judicial de clase; por el bárbaro
sistema del lock-out, en fin, por la opresión de treinta años a manos de los
junkers y el gran capital trustificado.
Una vez que la bola empiece a rodar, la socialdemocracia, quiéralo o no,
no podrá detenerla. Los adversarios de la huelga de masas suelen decir que las
elecciones y ejemplos de la Revolución Rusa no pueden ser un criterio válido
para Alemania, porque en Rusia primero se debe dar el gran paso del despotismo
oriental al orden legal burgués moderno. Se dice que la distancia formal entre
el viejo orden político y el nuevo es explicación suficiente de la violencia y
vehemencia de la revolución en Rusia. En Alemania hace tiempo que gozamos de
las formas y garantías de un Estado constitucional, de donde se deduce que aquí
es imposible que se desate semejante tormenta de los antagonismos sociales.
Los que así especulan, olvidan que en Alemania, cuando estallen las
luchas políticas abiertas, el objetivo históricamente determinado no será el mismo
que en Rusia. Precisamente porque el orden legal burgués ha existido durante
tanto tiempo en Alemania, porque ha tenido tiempo de agotarse y llegar a su
fin, porque la democracia y el liberalismo burgués han tenido tiempo de morir,
aquí ya ni se puede hablar de revolución burguesa. Por eso, en el periodo de
luchas políticas populares en Alemania, el objetivo último históricamente
necesario no puede ser sino la dictadura del proletariado. Sin embargo, la
distancia que media entre esta tarea y la situación que impera actualmente en
Alemania es mayor aun que la distancia entre el orden legal burgués y el
despotismo oriental. Por tanto, esa tarea no puede realizarse de golpe; se
consumará en una etapa de gigantescas luchas sociales.
Pero, ¿no hay una gran contradicción en el cuadro que hemos trazado? Por
un lado, decimos que en un eventual periodo futuro de acción política de masas
los sectores más atrasados del proletariado alemán —los trabajadores rurales,
los ferroviarios y los esclavos del correo— ganarán antes que nada el derecho
de agremiación, y que en primer lugar hay que liquidar las peores excrecencias
de la explotación capitalista. Por otro lado, ¡decimos que la tarea política
del momento es la toma del poder por el proletariado! ¡Por un lado, luchas
económicas y sindicales por los intereses inmediatos, por la elevación material
de la clase obrera; por el otro, el objetivo último de la social democracia! Es
cierto que se trata de contradicciones muy grandes, pero no se deben a nuestro
razonamiento sino al desarrollo del capitalismo. Este no avanza en una hermosa
línea recta, sino en un relampagueante zigzag. Así como los distintos países
reflejan los más variados niveles del desarrollo, dentro de cada país se
revelan las distintas capas de la misma clase obrera. Pero la historia no
espera a que los países más atrasados y las capas más avanzadas se fundan para
que toda la masa avance simétricamente como una sola columna. Hace que los
sectores mejor preparados estallen apenas las condiciones alcanzan la madurez
necesaria, y luego, en la tempestad revolucionaria, se recupera terreno, se
nivelan las desigualdades y todo el ritmo del progreso social cambia
súbitamente y avanza velozmente.
Así como en la Revolución Rusa todos los grados de desarrollo y todos los
intereses de las distintas capas de obreros se unifican en el programa
revolucionario socialdemócrata, y los innumerables conflictos parciales se
unifican en la gran movilización común del proletariado, lo mismo ocurrirá en
Alemania cuando la situación esté lo suficientemente madura. Y la tarea de la
socialdemocracia será, entonces, regular su táctica, según las necesidades de
los sectores más avanzados, no de los más atrasados.
1. La unidad de acción de los sindicatos
y la socialdemocracia
Lo más importante para el periodo de grandes luchas que se abrirá tarde o
temprano es que la clase obrera alemana actúe con la mayor audacia y coherencia
táctica. Para ello necesitará una gran capacidad para la acción, y por tanto la
mayor unidad posible del sector socialdemócrata de las masas proletarias. Los
primeros intentos débiles de organizar grandes movilizaciones de masas han
revelado una gran falla en ese sentido: la separación e independencia totales
de las dos organizaciones del movimiento obrero, la socialdemocracia y los
sindicatos.
Observando más de cerca tanto las huelgas de masas rusas como la
situación imperante en Alemania, resulta claro que una gran movilización de
masas, si no es la mera manifestación de un día de lucha sino una verdadera
movilización combativa, no puede concebirse como una huelga política de masas.
En una movilización de esta clase en Alemania, los sindicatos se verían tan
comprometidos como la socialdemocracia. Ello no se debe a que los dirigentes
sindicales piensen que los socialdemócratas, por lo reducido de su
organización, no tengan más remedio que cooperar con el millón y cuarto de
sindicalistas, sino a un motivo mucho más profundo: toda movilización de masas
en el periodo de lucha de clases abierta tendría un carácter a la vez político
y económico. Si por determinada causa y en cualquier momento llegara a abrirse
en Alemania un periodo de grandes luchas políticas, de huelgas de masas, se
abriría a la vez una era de violentas luchas sindicales, y los hechos no se
detendrían para solicitar el visto bueno de los dirigentes sindicales. Si se
marginan o tratan de detener los acontecimientos, sean dirigentes sindicales o
partidarios, la marea de los acontecimientos los barrerá de la escena, las
masas librarán sus luchas económicas y políticas sin ellos.
En realidad, la separación e independencia de la lucha política y la
económica no es sino un producto artificial, si bien determinado por la
historia, del periodo parlamentario. Por un lado, en el curso pacifico,
“normal”, de la sociedad burguesa la lucha económica se ve dividida en una
serie de luchas individuales en cada rama de la producción y en cada empresa.
Por otra parte, no son las mismas masas quienes dirigen su lucha política en la
acción directa sino, en concomitancia con la forma del Estado burgués, a través
de sus representantes parlamentarios. Apenas comienza el periodo de luchas
revolucionarias, es decir, apenas las masas irrumpen en escena, queda liquidada
la separación entre las luchas económica y política y también la forma
indirecta de lucha política a través del parlamento. En la movilización
revolucionaria de masas, la lucha política y la económica se funden en una, y
la frontera artificial entre sindicalismo y socialdemocracia como dos formas de
organización del movimiento obrero totalmente independientes entre sí es
barrida por la marea. Pero lo que encuentra su expresión concreta en la época
de las movilizaciones revolucionarias de masas es también una realidad en la
etapa parlamentaria. No existen dos
luchas distintas de la clase obrera, económica una y política la otra, sino una
única lucha de clases, que apunta a la vez a la disminución de la explotación
capitalista dentro de la sociedad burguesa y a la abolición de la explotación
junto con la sociedad burguesa.
Cuando estos dos aspectos de la lucha de clases se separan por razones
técnicas en la etapa parlamentaria, no forman dos acciones que transcurren
paralelas, sino simplemente dos fases, dos estadios de la lucha por la
emancipación de la clase obrera. La lucha sindical abarca los intereses
inmediatos, la lucha socialdemócrata los intereses futuros del movimiento
obrero. Los comunistas, dice el Manifiesto Comunista, representan, contra los
distintos intereses sectoriales, nacionales o locales del proletariado, el
interés común del proletariado en su conjunto. En las distintas etapas de la
lucha de clases representan los intereses de conjunto del movimiento, es decir,
el objetivo final: la liberación del proletariado. Los sindicatos representan
únicamente los intereses sectoriales y una sola etapa del desarrollo del
movimiento obrero. La socialdemocracia representa la clase obrera y la causa de
su liberación como totalidad. Por eso, los sindicatos se relacionan con la
socialdemocracia como parte de un todo. El hecho de que entre los dirigentes
sindicales esté tan en boga la teoría de la “igual autoridad” del sindicato y
la socialdemocracia se basa sobre una concepción errónea de la esencia del
sindicalismo y de su rol en la lucha general por la liberación de la clase
obrera.
Esta teoría de la acción paralela de la socialdemocracia y los sindicatos
y de su “igual autoridad” no carece, sin embargo, de fundamentos, sino que
posee sus propias raíces históricas. Se basa en la ilusión del periodo
pacífico, “normal”, de la sociedad burguesa, en el que la lucha política de la
socialdemocracia parece consumarse en la lucha parlamentaria. Sin embargo, la
lucha parlamentaria, junto con su contrapartida sindical, se libra
exclusivamente en el terreno del orden social burgués. Es, por naturaleza
propia, una obra de reforma política, así como la de los sindicatos es una obra
de reforma económica. Representa un trabajo político para el presente, así como
los sindicatos hacen un trabajo económico para el presente. Es, como ellos, una
mera fase, una etapa en el desarrollo del proceso de la lucha de clases del
proletariado cuyo objetivo final trasciende tanto la lucha parlamentaria como
la lucha sindical. En relación a la política socialdemócrata, la lucha
parlamentaria es, al igual que la lucha sindical, parte de una totalidad. La
socialdemocracia comprende hoy a la lucha parlamentaria y a la lucha sindical
en una sola lucha de clases que apunta a destruir el orden social burgués.
La teoría de la “igual autoridad” de sindicatos y partido no es un mero
malentendido teórico, no se trata de una confusión, sino que refleja la ya
conocida tendencia oportunista del ala socialdemócrata que reduce la lucha
política de la clase obrera a la discusión parlamentaria, y busca trasformar a
la socialdemocracia de partido revolucionario proletario en partido reformista
pequeñoburgués.**
** Puesto que
se suele negar la existencia de semejante tendencia en la socialdemocracia
alemana, no podemos menos que agradecer a la corriente oportunista por la sinceridad
con que ha formulado sus verdaderos deseos y objetivos. En un mitin partidario
celebrado en Mayence el 10 de setiembre de 1909 se aprobó la siguiente
resolución, propuesta por el doctor David:
”Considerando que el Partido Social Demócrata interpreta el término
‘revolución’, no en el sentido de un vuelco violento sino en el de un proceso
pacífico, es decir, de realización gradual de un nuevo principio económico, el
mitin público del partido en Mayence repudia todo tipo de ‘romanticismo
revolucionario’.
”Para este mitin, la conquista del poder político no es sino ganar a la
mayoría del pueblo para las ideas y consignas de la socialdemocracia, conquista
que no puede realizarse por medio de la violencia sino revolucionando la mente
mediante la propaganda intelectual y la obra reformista práctica en todas las
esferas de la vida política, económica y social.
Si la socialdemocracia aceptara la teoría de los sindicatos de la “igual
autoridad”, aceptaría con ello, indirecta y tácitamente, la trasformación que
buscan desde hace tiempo los representantes de la tendencia oportunista.
En Alemania existen, sin embargo, cambios tales en las relaciones en el
movimiento obrero que serían imposibles en cualquier otro país. La concepción
teórica en virtud de la cual los sindicatos son simplemente parte de la
socialdemocracia tiene su expresión clásica en Alemania, de hecho, en tres
sentidos. Primero, los sindicatos alemanes son producto directo de la
socialdemocracia; ésta los creó, permitiéndoles así alcanzar sus dimensiones
actuales, y hasta el día de hoy les provee de sus dirigentes y promotores más
activos.
En segundo lugar, los sindicatos alemanes son producto de la
socialdemocracia también en el sentido de que las enseñanzas socialdemócratas
son el alma de la mili rancia sindical; los sindicatos socialdemócratas deben
su primacía sobre los sindicatos burgueses y amarillos a la concepción de la
lucha de clases; sus éxitos, su poder, son resultado del hecho de que su
militancia está iluminada por la teoría del socialismo científico, que los
eleva por encima del socialismo utópico estrecho. La fuerza de la “actividad
práctica” de los sindicatos alemanes reside en su comprensión de las relaciones
sociales y políticas más profundas del sistema capitalista; pero deben esta
comprensión enteramente a la teoría del socialismo científico, que conforma el
fundamento de su militancia. Considerado desde este punto de vista, cualquier
intento de emancipar a los sindicatos de la teoría socialdemócrata en favor de
otra “teoría sindical” opuesta es, desde el ángulo de los
“Con la convicción de que la socialdemocracia florece mejor cuando emplea
métodos legales que cuando confía en medios ilegales y revolucionarios, este
mitin, repudia la ‘acción directa de las masas’ como principio táctico y
adhiere al principio de ‘acción reformista parlamentaria’, es decir, que desea
que el partido haga todos los esfuerzos en el futuro, como lo hizo en el
pasado, por lograr sus objetivos mediante la legislación y la organización
gradual.
”Para llevar adelante este método de lucha reformista, es indispensable
que la participación de las masas populares desposeídas en la legislación del
imperio y de los distintos estados no disminuya sino que se incremente al
máximo. Por esta razón, este mitin declara que la clase obrera posee el derecho
inalienable de dejar de trabajar durante un periodo más o menos prolongado para
defenderse de todo ataque contra sus derechos legales y para obtener nuevos
derechos, cuando no queden otros recursos.
”Pero puesto que la huelga política de masas sólo puede realizarse
victoriosamente cuando se la mantiene dentro de los cánones estrictamente
legales y cuando los huelguistas no le dan a las autoridades ninguna excusa
para recurrir a la fuerza armada, este mitin ve la única preparación necesaria
y verdadera para el ejercicio de este método de lucha en la mayor extensión de
las organizaciones políticas, sindicales y cooperativistas. Porque sólo así
pueden crearse entre las grandes masas populares las condiciones que garanticen
la continuación de una huelga de masas hasta obtener el triunfo: disciplina
consciente y apoyo económico adecuado. ” [R. L.]
propios sindicatos y de su futuro, nada más que un intento de suicidio.
La separación de la práctica sindical de la teoría del socialismo científico
significaría, para los sindicatos alemanes, la pérdida inmediata de su
superioridad sobre los sindicatos burgueses de todo tipo y su caída desde la
altura que ocupan en la actualidad al nivel del tanteo inestable y la empiria
vulgar.
Tercero y último,
pese a que los dirigentes sindicales lo han ido perdiendo de vista
gradualmente, la fuerza numérica de los sindicatos se debe al movimiento
socialdemócrata y a su agitación. Es cierto que en muchos distritos la
agitación sindical precede a la agitación socialdemócrata y que en todas partes
el trabajo sindical le abre el camino al trabajo partidario. Desde el punto de
vista del efecto, el partido y los sindicatos se prestan el máximo de ayuda
mutua. Pero la proporción se altera considerablemente cuando contemplamos como
una totalidad el cuadro de la lucha de clases alemana y sus conexiones
internas. Muchos dirigentes sindicales
tienen la costumbre de contemplar triunfalmente, desde su orgullosa altura de
un millón y cuarto de afiliados, la miseria organizativa de la
socialdemocracia, que todavía no llega al medio millón, y recordar cuando
hace diez o doce años algunos socialdemócratas eran pesimistas respecto de las
perspectivas de desarrollo del movimiento sindical.
Sí ven que entre estas dos cosas -el gran número de sindicalistas
organizados y el pequeño número de socialdemócratas organizados— existe, en
cierta medida, una relación causal directa. Miles y miles de obreros no entran
al partido precisamente porque se afilian a los sindicatos. Según la teoría,
todos los obreros deben pertenecer a dos organizaciones, asistir a dos clases
de reuniones, pagar doble cotización, leer dos clases de periódicos obreros,
etcétera. Pero para ello es necesario poseer un nivel de inteligencia superior
y ese idealismo que, por sentido del deber para con el movimiento obrero, está
dispuesto a sacrificar diariamente tiempo y dinero; y por último, un nivel más
elevado de interés apasionado en la vida del partido, cosa que sólo puede
engendrar la afiliación al partido. Todo esto es válido para la minoría más
esclarecida e inteligente de los obreros socialdemócratas de las grandes
ciudades, donde el partido lleva una vida plena y atractiva. Entre los sectores
más amplios de la clase obrera de las grandes ciudades, al igual que en las
provincias y en los pueblos y aldeas, donde la vida política local no es
independiente sino un mero reflejo de los acontecimientos de la capital; donde,
en consecuencia, la vida partidaria es aburrida y monótona; donde, por último,
el nivel de vida de los obreros es, en la mayoría de los casos, miserable,
resulta muy difícil lograr la doble afiliación.
Para el obrero socialdemócrata proveniente de las masas, la cuestión se
resuelve con la afiliación al sindicato. Los intereses inmediatos de su lucha
económica, condicionados por la naturaleza misma de la lucha, no pueden
satisfacerse de otra manera que con la afiliación a un sindicato. Las cuotas
que abona, con considerable sacrificio para su nivel de vida, le traen
resultados visibles, inmediatos. Sus ideas socialdemócratas le permiten, sin
embargo, participar en distintos tipos de tareas sin afiliarse al partido:
votando en las elecciones parlamentarias, asistiendo a los mítines públicos
socialdemócratas, siguiendo los informes de los discursos socialdemócratas en
los organismos representativos, leyendo la prensa partidaria. En este sentido,
¡compárese la cantidad de electores socialdemócratas o el número de
suscriptores del Vorwaerts con la cantidad de obreros afiliados al partido en
Berlín!
Y, lo que es más decisivo, el obrero común que se siente socialdemócrata
y que, como hombre de mediana educación, no puede comprender la complicada
teoría de las dos almas, se siente, dentro del sindicato, miembro de una
organización socialdemócrata. Aunque los comités centrales de los sindicatos no
tienen la etiqueta partidaria, el trabajador de base de cada ciudad y aldea ve,
a la cabeza de su sindicato, entre los dirigentes más activos del mismo, a
aquellos colegas a quienes conoce también como camaradas socialdemócratas en la
vida pública, ora como delegados al Reichstag, al Landtag o representantes
locales, ora como hombres de confianza de la socialdemocracia, miembros de
comités electorales, periodistas y secretarios del partido, o simples
agitadores y oradores. Además, en el trabajo agitativo del sindicato oye las
mismas ideas, que él comprende y que lo atraen, tales como explotación
capitalista, relaciones de clase, etcétera, que provienen de la agitación
socialdemócrata. Los oradores más queridos y escuchados en los mítines
sindicales son los mismos socialdemócratas.
Así, todo se combina para darle al típico obrero consciente la sensación
de que, en calidad de afiliado al sindicato, es también miembro de su partido
obrero, de la organización socialdemócrata. Allí reside el gran poder de
atracción de los sindicatos alemanes. No es su aparente neutralidad, sino la
realidad socialdemócrata de su ser, lo que les ha dado a las federaciones
sindicales su fuerza actual. La necesidad de “neutralidad” política de los
sindicatos se implantó artificialmente mediante la creación de otros sindicatos
—católicos, Hirsch-Dunker, [sindicatos con direcciones “liberales”], etcétera—
dirigidos por los partidos burgueses. Cuando el obrero alemán, con plena
libertad de elección, opta por el “sindicato libre” en lugar del cristiano,
evangélico-católico o librepensador, o abandona a éstos para afiliarse al
primero, lo hace únicamente porque considera que los sindicatos centrales son
las verdaderas organizaciones de la moderna lucha de clases o, lo que en
Alemania es lo mismo, son sindicatos socialdemócratas.
En una palabra, la aparente “neutralidad” que existe en la mente de
muchos dirigentes sindicales no existe para la masa de sindicalistas
organizados. Y ésa es la buena suerte del movimiento sindical. Si esa aparente
“neutralidad”, esa alienación y separación de los sindicatos respecto de la
socialdemocracia, verdaderamente se hiciera realidad a los ojos de las masas
proletarias, los sindicatos perderían inmediatamente todas sus ventajas sobre
sus competidores de los sindicatos burgueses, perdiendo así su poder de
atracción, su fuego vital. Hay hechos conocidos que lo demuestran en forma
tajante. La aparente “neutralidad” sindical con respecto a los partidos
políticos prestaría un enorme servicio en un país donde la socialdemocracia no
gozara del menor prestigio entre las masas, en los que el odio que suscita la
organización obrera le resultaría una desventaja antes que una ventaja, donde,
en una palabra, los sindicatos tendrían que empezar por captar sus efectivos
entre una masa no esclarecida, totalmente aburguesada.
El mejor ejemplo de semejante país fue en el siglo pasado, y hasta cierto
punto lo sigue siendo hoy, Gran Bretaña. En cambio, en Alemania las relaciones
con el partido son totalmente distintas. En un país en el que la
socialdemocracia es el partido más poderoso, en el que su poder de captación se
refleja en un ejército de más de tres millones de proletarios, es ridículo
hablar del efecto contraproducente de la socialdemocracia y de la necesidad de
una organización obrera de combate para garantizar la neutralidad política. La
mera comparación de las cifras de votantes de la socialdemocracia con las
cifras de afiliados a las organizaciones sindicales alemanas basta para demostrarle
al más necio que los sindicatos alemanes, a diferencia de los ingleses, no
recluían sus efectivos entre una masa no esclarecida y aburguesada sino en la
masa proletaria esclarecida por la socialdemocracia y ganada por ella para la
concepción de la lucha de clases. Muchos dirigentes sindicales repudian
indignados esta idea —requisito para la “teoría de la neutralidad”— y
consideran a los sindicatos un semillero de captación para la socialdemocracia.
Esta idea, aparentemente insultante pero en realidad sumamente halagüeña, es
una mera fantasía, ya que los papeles están invertidos; la socialdemocracia es
el semillero de captación para los sindicatos.
Además, si el trabajo de organización sindical es difícil y engorroso,
ello se debe, con excepción de unos pocos casos y de algunos distritos, no sólo
a que el arado socialdemócrata todavía no ha roturado el terreno, sino también
a que tanto la semilla sindical como la siembra deben ser socialdemócratas,
“rojos”, para que la cosecha pueda ser buena. Pero cuando comparamos de esta
manera las cifras de la fuerza sindical, no con la de las organizaciones
socialdemócratas, sino -y ésta es la única forma correcta de hacerlo con las de
las masas de votantes socialdemócratas, llegamos a una conclusión considerablemente
distinta de la que está en boga actualmente. Es un hecho que los “sindicatos
libres” no representan en la actualidad sino una minoría de los obreros
conscientes de Alemania, que aun con su millón y cuarto de afiliados todavía no
han logrado integrar a sus filas ni a la mitad de los obreros ya despiertos por
la socialdemocracia.
La conclusión más importante a extraer de los hechos arriba mencionados
es que la unidad total de los movimientos sindical y socialdemócrata, que es
absolutamente indispensable para las luchas de masas que se avecinan en
Alemania, ya es un hecho, incorporado a la gran masa que conforma
simultáneamente la base de los sindicatos y de la socialdemocracia y en cuya
conciencia ambas partes del movimiento se funden en una especie de unidad
mental. El supuesto antagonismo entre la socialdemocracia y los sindicatos se
reduce a un antagonismo entre la socialdemocracia y algunos dirigentes
sindicales. Que es, al mismo tiempo, el antagonismo entre esos dirigentes
sindicales y la masa proletaria organizada en los sindicatos.
El rápido crecimiento de los sindicatos alemanes en los últimos quince
años, sobre todo en el periodo de gran prosperidad económica que abarca los
años 1895 a 1910, ha traído consigo
una gran independencia de los sindicatos, la especialización de sus métodos de
lucha y, por último, la creación de toda una dirección sindical. Todos estos
fenómenos son productos históricos, bastante naturales y comprensibles, del
crecimiento de los sindicatos en ese periodo de quince años y de la prosperidad
económica y la estabilidad política de Alemania. Aun cuando acarrean algunas
desventajas constituyen, sin duda, un mal históricamente necesario. Pero la
dialéctica de su desarrollo también trae consigo el hecho de que estos medios
necesarios para fomentar el crecimiento de los sindicatos devienen, por el
contrario, en obstáculos para su mayor crecimiento en determinada etapa de su
organización y en cierto grado de madurez de las condiciones.
La
especialización de su actividad profesional como dirigentes sindicales, al
igual que el horizonte, naturalmente estrecho, que acompaña a las luchas
aisladas de una etapa pacífica, facilita muchísimo la tendencia de los
funcionarios sindicales hacia el burocratismo y la estrechez de miras. Ambos se
expresan en toda una gama de tendencias que pueden ser fatales para el futuro
de la organización sindical. Existe, en primer término, la sobrevaloración de
la organización, que se convierte gradualmente de medio en fin, en una cosa
preciosa a la que se deben subordinar los intereses de lucha. De ahí también
surge esa necesidad de paz, reconocida abiertamente, que se achica ante el
riesgo y los supuestos peligros que amenazan la estabilidad de los sindicatos
y, además, la sobrevaloración del método de lucha sindical, sus perspectivas y
éxitos.
Los dirigentes sindicales, constantemente absorbidos por la guerrilla
económica, cuya tarea consiste en hacer que los obreros sobrevaloren en extremo
la más mínima hazaña económica, cualquier aumento de salarios o reducción de la
jornada laboral, pierden gradualmente el poder de visión de las grandes
conexiones y de la situación en su conjunto. Esta es la única explicación de
por qué los dirigentes sindicales se refieren con la mayor satisfacción a los
logros de los últimos quince años, en
lugar de poner el acento en el reverso de la moneda; la tremenda
disminución del nivel de vida proletario a causa de la usura de la tierra, la
política impositiva y aduanera, el tremendo aumento de los alquileres (fruto de
la rapacidad de los dueños), en fin, todas las tendencias objetivas de la
política burguesa que han neutralizado, en gran medida, las ventajas obtenidas
en quince años de lucha sindical. De la verdad socialdemócrata total que, a la
vez que pone el énfasis en la importancia del trabajo actual y su absoluta
necesidad, atribuye importancia primordial a la crítica y limitaciones de dicho
trabajo, se extrae la verdad sindical a medias que sólo enfatiza el aspecto
positivo de la lucha cotidiana.
Y por último, del ocultamiento de los límites objetivos que el orden
social burgués le impone a la lucha sindical surge la hostilidad a toda crítica
teórica que se refiera a dichas limitaciones en conexión con los objetivos
últimos del movimiento obrero. Se considera la adulación servil y el optimismo
ilimitado como deber de todo “amigo del movimiento sindical”. Pero, puesto que
el punto de vista socialdemócrata consiste precisamente en combatir el
optimismo sindical y parlamentario, falto de sentido crítico, se forma un
frente contra la teoría socialdemócrata: los hombres buscan a tientas una
“nueva teoría sindical”, es decir, una teoría que le abra un horizonte
ilimitado de avance económico para la lucha sindical en el marco capitalista,
en oposición a la doctrina socialdemócrata. Esa teoría existe desde hace
tiempo: es la teoría del profesor Sombart,72 promulgada con el objetivo
manifiesto de introducir una cuña entre los sindicatos y la socialdemocracia
alemana y de atraer a éstos a la posición burguesa.
En ligazón estrecha con esas corrientes teóricas se ha producido una
revolución en las relaciones entre los dirigentes y las bases. En lugar de ser
dirigidos por sus colegas a
72 Werner
Sombart (1863-1941): economista y sociólogo alemán. En sus primeros trabajos
estaba influido por el marxismo, pero luego se convirtió en su enemigo frontal.
través de los comités locales, con todas sus faltas ya conocidas, surge
la dirección formal de los funcionarios sindicales. De esa manera, la
iniciativa y el poder de decisión quedan en manos de los especialistas
sindicales, por darles un nombre, mientras que sobre la base recae la virtud
más pasiva de la disciplina. Este aspecto desfavorable de la dirección entraña
grandes peligros, por cierto, para el partido. También entraña peligros muy
grandes la reciente innovación de crear secretariados partidarios a escala
local, puesto que si la base socialdemócrata no los vigila de cerca pueden
convertirse en meros órganos encargados de cumplir las resoluciones en lugar de
ser los depositarios de toda la iniciativa y dirección de la vida partidaria
local. Pero, por la propia naturaleza del caso, en virtud del carácter de la
lucha política, el burocratismo se mueve dentro de márgenes estrechos, tanto en
la vida partidaria como sindical.
Pero en este caso la especialización técnica de las luchas salariales,
como la firma de complicados acuerdos tarifarios y otras cosas por el estilo,
significa con frecuencia que la masa obrera organizada se ve privada de su
“visión de la vida industrial en su conjunto”, quedando así incapacitada para
tomar decisiones. La consecuencia de esta concepción es que se hace un tabú de
la crítica teórica de las perspectivas y posibilidades del accionar sindical,
en virtud de que semejante crítica significa un peligro para el piadoso sentimiento
sindical de las masas. De allí se ha desarrollado la teoría de que a las masas
trabajadoras sólo se las puede ganar para la organización si se les inculca una
fe ciega e infantil en la eficacia de la lucha sindical. A diferencia de la
socialdemocracia, que basa su influencia sobre la unidad de las masas en medio
de las contradicciones del orden imperante, en el carácter complejo de su
desarrollo y en la actitud crítica hacia todos los hechos y etapas de su propia
lucha de clases, la influencia y el poder de los sindicatos se basa en la
teoría invertida de la incapacidad de las masas para la crítica y la decisión.
“Hay que mantener la fe del pueblo”: tal es el principio fundamental, que lleva
a muchos dirigentes sindicales a calificar de atentado contra la vida del
movimiento toda crítica a la insuficiencia objetiva del sindicalismo.
Por último, el resultado de esta especialización y burocratización de los
dirigentes sindicales es la gran independencia y “neutralidad” de los
sindicatos respecto de la socialdemocracia. La extrema independencia de la
organización sindical es fruto natural de su crecimiento, como relación surgida
de la división técnica del trabajo entre las formas de lucha política y
sindical. La “neutralidad” de los sindicatos alemanes es, por su parte,
producto de la legislación sindical reaccionaria del estado policial
prusiano-germano. Con el tiempo, han cambiado ambos aspectos de su naturaleza.
En base a la “neutralidad” política de los sindicatos, impuesta por la policía,
ha surgido la teoría de su neutralidad voluntaria como necesidad basada en la
supuesta naturaleza de la lucha sindical misma. Y de la independencia técnica
de los sindicatos, que debería basarse en la división del trabajo en la lucha
de clase unificada de la socialdemocracia, ha surgido la separación de los
sindicatos de la política y dirección socialdemócratas, hasta trasformarse en
la supuesta “igual” autoridad de los sindicatos y la socialdemocracia.
Sin embargo, esta aparente separación e igualdad de los sindicatos y la
socialdemocracia se corporiza principalmente en los dirigentes sindicales, y se
fortalece a través del aparato de administración sindical. Debido a la
existencia de todo un cuerpo de funcionarios sindicales, de un comité central
totalmente independiente, de una gran prensa profesional y, por último, de un
congreso sindical, se crea la ilusión de un paralelismo exacto con el aparato
de administración, el comité ejecutivo, la prensa y el congreso partidarios.
Esta ilusión de igualdad de los sindicatos con la socialdemocracia ha llevado,
entre otras cosas, a la monstruosidad de que se discutan órdenes del día
bastante parecidos en los respectivos congresos y que, en torno a las mismas
cuestiones, se suelan aprobar resoluciones distintas, a veces diametralmente
opuestas. A partir de la división natural del trabajo entre el congreso
partidario, que representa los intereses y tareas generales del movimiento
obrero, y el congreso sindical, que se ocupa del campo mucho más estrecho de
los problemas e intereses sociales, se ha creado la división artificial entre
un supuesto punto de vista sindical y otro socialdemócrata en torno a los
mismos problemas e intereses generales del movimiento obrero.
Así surgió la situación tan peculiar de que este mismo movimiento sindical
que, por abajo, para la gran masa proletaria, constituye un todo único con la
socialdemocracia, se rompe abiertamente por arriba, en la superestructura
administrativa, y se establece como una gran potencia independiente. Con ello
el movimiento obrero alemán asume la forma peculiar de una doble pirámide, cuya
base y cuerpo consisten en una sola masa sólida, pero cuyos ápices se
encuentran bien separados.
Presentado el caso de esta manera, resulta claro cuál es la única manera
natural y solvente de lograr la unidad compacta del movimiento obrero alemán,
unidad que, en vista de las luchas políticas que se avecinan y teniendo en
cuenta los intereses de los sindicatos y su futuro crecimiento, se vuelve
indispensable. Nada hay más impotente y perverso que el deseo de lograr la
unidad entre la dirección socialdemócrata y los comités centrales sindicales a
través de negociaciones esporádicas periódicas en torno a problemas aislados
que afectan al movimiento obrero. Son precisamente los círculos más encumbrados
de ambas formas de organización del movimiento obrero quienes, como hemos
visto, al corporizar su separación y autosuficiencia, promueven la ilusión de
la “misma autoridad” y de la existencia paralela de la socialdemocracia y el
sindicalismo.
Desear la unidad de éstos mediante la unión del ejecutivo partidario y la
comisión general sindical es querer construir un puente allí donde la distancia
es mayor y el cruce más dificultoso. La garantía de la verdadera unidad del
movimiento obrero no se encuentra en la cumbre, entre los dirigentes de las
organizaciones y su alianza federativa, sino en la base, entre las masas
proletarias organizadas. Para la conciencia de un millón de sindicalistas, el
partido y los sindicatos son una unidad, representan de distintas maneras la
lucha socialdemócrata por la emancipación del proletariado. Y de allí surge
automáticamente la necesidad de quitar de en medio todas las causas de la
fricción que ha surgido entre la socialdemocracia y algunos sindicatos, de
adaptar sus relaciones mutuas a la conciencia de las masas proletarias, es
decir, de reunificar los sindicatos con la socialdemocracia. Así se expresará
la síntesis del proceso real que llevó a los sindicatos a separarse de la
socialdemocracia, y se abrirá el camino para el próximo periodo de grandes
luchas de masas del proletariado. En dicho periodo se producirá el vigoroso
crecimiento de los sindicatos y la social-democracia cuya unidad, en bien de
sus intereses mutuos, se volverá una necesidad.
No se trata, por supuesto, de fundir la organización sindical con la
partidaria, sino de restaurar la unidad de la socialdemocracia con los
sindicatos, lo que corresponde a las verdaderas relaciones entre el movimiento
obrero en su conjunto y su expresión sindical parcial. Semejante revolución
suscitará indudablemente una poderosa reacción de parte de algunos dirigentes
sindicales. Pero ya es hora de que las masas trabajadoras socialdemócratas
aprendan a expresar su capacidad de acción y decisión y, con ello, a demostrar
su madurez para esa etapa de grandes luchas y tareas en que ellas serán el
coro, y los organismos dirigentes meras “voces cantantes”, es decir, simples
intérpretes de la voluntad de las masas.
El movimiento sindical no es aquel que se refleja en la ilusión,
comprensible pero irracional, de una minoría de dirigentes sindicales, sino
aquel que vive en la conciencia de miles de proletarios que han sido ya ganados
para la lucha de clases. Para esta conciencia el movimiento sindical es parte
de la socialdemocracia. “Y aquello que es, debe tener la osadía de
aparentarlo.”
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