jueves, 8 de diciembre de 2016

Rosa Luxemburgo. La Huelga de masas, partido político y los sindicatos (1906)






Rosa Luxemburgo. La Huelga de masas, partido político  y los sindicatos (1906)

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Rosa Luxemburgo. La Huelga de masas, partido político  y los sindicatos (1906)

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Rosa Luxemburgo. La Huelga de masas, partido político  y los sindicatos (1906)

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[Huelga de masas, partido y sindicatos fue escrito para concretar la segunda tarea que se planteó Rosa Luxemburgo en relación a la Revolución de 1905: interpretar para los obreros alemanes los acontecimientos de 1905-1906 y extraer de ellos enseñanzas para el futuro de la lucha de clases en Alemania. Es también uno de tos ataques más efectivos de Rosa Luxemburgo al conservadurismo institucionalizado de la burocracia sindical socialdemócrata de Alemania.


[Como explica Rosa Luxemburgo en la primera parte de su artículo, hubo una larga historia de controversias alrededor de la cuestión de la huelga de masas o huelga general como arma a ser utilizada por la clase obrera en sus batallas, desde los días de la Primera Internacional 59 en adelante. Sin embargo, la Revolución Rusa de 1905 arrojó nueva luz sobre el debate. Un análisis marxista de esos acontecimientos sólo podía conducir a una apreciación más amplia del rol que juega en la lucha revolucionaria la huelga de masas, en la que se confunden inextricablemente los factores económicos y políticos. Aunque sus argumentos son, en lo fundamental, absolutamente correctos, tiende a ir demasiado lejos en la tendencia a poner al mismo nivel la huelga de masas con la revolución misma.


[Hace una descripción y un análisis vividos del desarrollo de la lucha en el Imperio Ruso para ejemplificar su argumento central: que la huelga de masas no es un estéril concepto creado artificialmente en las mentes de algunos osificados y tímidos burócratas sindicales, “no un método artesanal descubierto por un razonamiento sutil con el propósito de hacer más efectiva la lucha proletaria, sino el método de movimiento de la masa proletaria, la forma fenoménica de la lucha proletaria en la revolución”.


[Sus argumentos están dirigidos principalmente contra los dirigentes de los sindicatos alemanes, a quienes había llegado a considerar como sus más serios adversarios. Todo el folleto está empapado de su total desprecio por la cobardía, el conservadurismo y el estrecho reformismo de los dirigentes sindicales. No tenía esperanzas de cambiar la mentalidad de éstos, pero sí de convencer a algunos de los demás dirigentes del PSD del peligro que representaba la creciente independencia de los dirigentes sindicales de la disciplina partidaria.

59 La Primera Internacional o Asociación Internacional de los Trabajadores fue fundada en 1864 por Marx y Engels y se mantuvo hasta la derrota de la Comuna de París en 1871, cuando su centro se trasladó de Inglaterra a los Estados Unidos. Su último congreso se realizó en Filadelfia en 1876.


[Más aun, esperaba educar a los obreros alemanes en el verdadero espíritu de la Revolución Rusa y hacerles comprender las implicancias internacionales de esa revolución. Esperaba vacunarlos contra el oportunismo de sus dirigentes. “Esos dirigentes sindicales y parlamentarios que consideran que el proletariado alemán es ‘demasiado débil’ y que las condiciones en Alemania ‘no están lo suficientemente maduras’ para la lucha revolucionaria de masas, evidentemente no tienen la menor idea de que la medida del nivel de madurez de las relaciones de clase en Alemania y de la fuerza del proletariado no reside en las estadísticas del sindicalismo alemán o en las cifras electorales, sino en los acontecimientos de la Revolución Rusa.”


[En el otoño de 1905, antes de que Rosa Luxemburgo partiera para Varsovia, los dirigentes sindicales rompieron abiertamente con la política del PSD. En el congreso partidario de Jena se discutió si el partido incluiría o no en su arsenal de armas potenciales el llamado a una huelga de masas. Se adoptó una resolución aprobándolo, pero sólo en la eventualidad de que el gobierno intentara restringir el derecho al voto. Incluso esta débil resolución propuesta por la dirección central del PSD fue suficiente para aterrorizar a los sindicalistas. En el Congreso de Sindicatos Alemanes que se realizó en Colonia inmediatamente después que el de Jena, se consideró que hasta la discusión teórica sobre la huelga general significaba “jugar con fuego” y se la rechazó. Así, por primera vez el congreso sindical dirigido por miembros del PSD adoptó una política que estaba en abierta contradicción con la del partido.


[Sin embargo, no se los sancionó ni se les llamó la atención; en febrero de 1906 el PSD y los dirigentes sindicales acordaron en una reunión secreta enterrar calladamente la resolución de Jena. Y en el siguiente congreso partidario, que se realizó en 1906, se votó oficialmente una resolución que estableció que no existía contradicción alguna entre la resolución de Jena y la posición sindical de Colonia.


[El 4 de marzo de 1906 Rosa había sido arrestada, al denunciar un diario conservador alemán su presencia en Varsovia. A pesar de sus documentos falsos, casi inmediatamente se reveló su verdadera identidad debido a un allanamiento policial a la casa de su hermana, en donde se obtuvieron algunas fotografías suyas. Se la acusó de serios crímenes contra el Estado, pero fue liberada en julio de 1906, gracias a sustanciosas coimas, advertencias del Partido Social Demócrata Polaco de que se tomarían represalias si algo le sucedía a Rosa y certificados que confirmaban que su salud era muy débil.


[En agosto se le permitió dejar Varsovia; de allí se fue a Finlandia para encontrarse con Lenin, Zinoviev, Kamenev y otros dirigentes bolcheviques. Las experiencias de 1905 habían acercado mucho el PSDPyL a los bolcheviques, a quienes aquellos reconocían como su equivalente ruso en la acción y la teoría. Finalmente, en abril de 1906 el PSDPyL se unió al partido ruso y se ubicó junto a los bolcheviques y contra los mencheviques en la mayoría de las cuestiones.


[Rosa Luxemburgo pasó en Finlandia las últimas semanas de agosto y las primeras de septiembre, discutiendo con los dirigentes bolcheviques y escribiendo el folleto sobre la huelga de masas. Luego volvió a Alemania a tiempo para participar en el congreso partidario de 1906, donde intentó infructuosamente hacer volver atrás al PSD en su capitulación a los sindicatos en la cuestión de la huelga de masas y restablecer la autoridad del partido sobre los dirigentes sindicales.

[El folleto fue publicado en inglés por primera vez en 1925 por la Sociedad de Educación Marxista de Detroit. La traducción al inglés es de Patrick Lavin.] [El folleto sobre la huelga de masas fue escrito en agosto de 1906 en Kuokala, Finlandia, donde Rosa Luxemburgo se recuperaba de las consecuencias de su prisión en Varsovia.]
Contenido:

1. La Revolución Rusa, el anarquismo y la huelga general

2. La huelga de masas, producto histórico y no artificial

3. Desarrollo del proceso de la huelga de masas en Rusia

4. Relación entre la lucha política y la económica

5. Lecciones de la movilización obrera rusa aplicables en Alemania

6. La colaboración de los obreros organizados y desorganizados es necesaria para la victoria

7. El papel de la huelga de masas en la revolución


8. La unidad de acción de los sindicatos y la socialdemocracia


1. La Revolución Rusa, el anarquismo y la huelga general


Casi todos los trabajos y declaraciones del socialismo internacional sobre el tema de la huelga general datan de la época anterior a la Revolución Rusa [la de 1905. N. del E.], la primera experiencia histórica en la que este medio de lucha fue utilizado en vasta escala. Por lo tanto es evidente que la mayoría de dichos textos están desactualizados. Su concepción es esencialmente la de Engels que, en su crítica a los garrafales errores revolucionarios de los bakuninistas 60 en España, escribió en 1873:


“En el programa bakuninista, la huelga general es la palanca de que hay que valerse para desencadenar la revolución social. Una buena mañana, los obreros de todos los gremios de un país y hasta del mundo entero dejan el trabajo y, en cuatro semanas a lo sumo, obligan a las clases poseedoras a darse por vencidas o a lanzarse contra los obreros, con lo cual dan a éstos el derecho a defenderse y a derribar, aprovechando la ocasión, toda la vieja organización social. La idea dista mucho de ser nueva; primero los socialistas franceses y luego los belgas se han hartado, desde 1848, de montar este palafrén que es, sin embargo, por su origen, un caballo de raza inglesa. Durante el rápido e intenso auge del

60 Mijail Bakunin (1814-1876): contemporáneo y adversario de Marx en la Primera Internacional. Fundador del movimiento anarquista.

Cartismo 61 entre los obreros británicos, que siguió a la crisis de 1837, se predicó, ya en 1839, el “mes santo”, el paro en escala nacional; y la idea tuvo tanta resonancia que los obreros fabriles del norte de Inglaterra intentaron ponerla en práctica en julio de 1842. También en el congreso de los aliancistas celebrado en Ginebra el 1º de septiembre de 1873 desempeñó un gran papel la huelga general, si bien todo el mundo reconoció que para esto hacía falta una organización perfecta de la clase obrera y una caja bien repleta. Y aquí reside precisamente la dificultad del asunto. De una parte, los gobiernos, sobre todo si se les deja envalentonarse con el abstencionismo político, jamás permitirán que la organización ni las cajas de los obreros lleguen tan lejos; y, por otra parte, los acontecimientos políticos y los abusos de las clases gobernantes facilitarán la emancipación de los obreros mucho antes de que el proletariado llegue a reunir esa organización ideal y ese gigantesco fondo de reserva. Pero, si dispusiese de ambas cosas, no necesitaría dar el rodeo de la huelga general para llegar a la meta.”62


He aquí el razonamiento característico de la actitud de la socialdemocracia internacional hacia la huelga de masas en las décadas siguientes. Se basa en la teoría anarquista de la huelga general —o sea en la teoría de la huelga general como medio para desencadenar la revolución social, en contraposición con la lucha política diaria de la clase obrera- y se agota en este simple dilema: o bien el proletariado en su conjunto no posee aún la poderosa organización y los recursos financieros necesarios, en cuyo caso no puede llevar adelante la huelga general; o ya está lo suficientemente bien organizado, en cuyo caso no necesita la huelga general. Este razonamiento es tan simple y a primera vista tan irrefutable que, durante un cuarto de siglo, prestó un excelente servicio al movimiento obrero moderno como herramienta lógica contra el fantasma anarquista y como medio para llevar la idea de la lucha política a amplias capas de la clase obrera. Los enormes saltos dados por el movimiento sindical en todos los países capitalistas durante los últimos veinticinco años son la evidencia más concluyente del valor de las tácticas de la lucha política en las que insistieron Marx y Engels en oposición al bakuninismo; y la socialdemocracia alemana, en su

61 Cartismo: gran movimiento de las masas británicas, que comenzó en 1838 y se prolongó hasta comienzos de la década de 1850. Fue una lucha por la democracia política y la igualdad social que alcanzó proporciones casi revolucionarias, centrada en un programa (la Carta) de sufragio universal y otras reformas políticas democráticas formulado por la London Workingmen’s Association (Asociación de los Trabajadores de Londres).

62 Ver de Friedrich Engels “Los bakuninistas en acción” en Karl Marx y Engels La revolución española, Moscú, Lenguas Extranjeras, pp. 196-197






posición de vanguardia de todo el movimiento sindical internacional, no deja de ser el producto directo de la aplicación consecuente y enérgica de esas tácticas.


La Revolución Rusa ha traído ahora como consecuencia una revisión radical de este razonamiento. Por primera vez en la historia de la lucha de clases se ha logrado una grandiosa concreción de la idea de la huelga de masas y, como demostraremos luego, ha madurado la huelga general abriendo por lo tanto una nueva era en el desarrollo del movimiento obrero. De esto no se desprende, por supuesto, que las tácticas de lucha política recomendadas por Marx y Engels fueran falsas o que fuera incorrecta la crítica que hacían del anarquismo. Por el contrario, es en la misma línea de pensamiento, en el mismo método, en las tácticas de Marx y Engels, en que se basa toda la práctica previa de la socialdemocracia alemana; y que producen ahora en la Revolución Rusa nuevos factores y nuevas condiciones en la lucha de clases. La Revolución Rusa, el primer experimento histórico de huelga de masas, no sólo no ofrece una reivindicación del anarquismo sino que en realidad implica la liquidación histórica del anarquismo. La penosa existencia a la que se vio condenada esta tendencia en las últimas décadas por el poderoso desarrollo de la socialdemocracia en Alemania puede, en cierta medida, explicarse por el dominio exclusivo y la larga duración del periodo parlamentario. Una tendencia basada enteramente en el “primer golpe” y la “acción directa”, una tendencia “revolucionaria” en el más crudo sentido del llamado al patíbulo, no puede menos que languidecer temporariamente en la calma del momento parlamentario y, cuando vuelve el periodo de lucha directa abierta, renacer y desplegar su fuerza inherente.


Rusia, particularmente, pareció haberse convertido en un campo experimental para las heroicas acciones del anarquismo. Un país en que el proletariado no tenía ningún derecho político y sus organizaciones eran extremadamente débiles, un complejo multicolor de diversos sectores de población, un caos de intereses en conflicto, un bajo nivel de educación en la masa del pueblo, una brutalidad extrema en el uso de la violencia por parte del régimen dominante: todo parecía a propósito como para darle al anarquismo un súbito si bien tal vez efímero poder. Además, Rusia fue la cuna histórica del anarquismo. Pero la patria de Bakunin iba a convertirse en la tumba de sus enseñanzas. No sólo no estuvieron ni están los anarquistas rusos a la cabeza del movimiento de la huelga de masas. No sólo está toda la dirección política de la acción revolucionaria y también de la huelga de masas en manos de las organizaciones socialdemócratas, a las que los anarquistas rusos se oponen amargamente tachándolas de “partidos burgueses”, o parcialmente en manos de organizaciones socialistas más o menos influidas por la socialdemocracia o más o menos cercanas a ésta (como el partido terrorista, los “socialistas revolucionarios”); sino que los anarquistas directamente no existen como tendencia política seria en la Revolución Rusa. Sólo en una pequeña ciudad de Lituania donde las condiciones son particularmente difíciles -una confusa mescolanza de nacionalidades entre los obreros, una industria a pequeña escala muy dispersa, un proletariado muy seriamente oprimido-, en Bialistok, hay, entre los siete u ocho grupos revolucionarios diferentes, un puñado de “anarquistas” imberbes que siembran la confusión y el desconcierto entre los obreros lo mejor que pueden; y finalmente en Moscú, y tal vez en otras dos o tres ciudades, se hace ver un puñado de gente de ésta.


Pero aparte de estos pocos grupos “revolucionarios”, ¿qué papel real juega el anarquismo en la Revolución Rusa? Se ha convertido en el símbolo del robo y de los pillajes comunes; una gran proporción de los innumerables robos y actos de saqueo a personas privadas se llevaron a cabo en nombre del “anarco-comunismo”, actos que se volverían como una ola tumultuosa contra la revolución en cada periodo de depresión y en cada periodo defensivo temporario. En la Revolución Rusa el anarquismo no se ha convertido en la teoría de la lucha del proletariado sino en la bandera ideológica del lumpenproletariado contrarrevolucionario que, como una escuela de tiburones, pululan tras el barco de guerra de la revolución. Por lo tanto la carrera histórica del anarquismo está poco menos que liquidada.


Por otra parte, la huelga de masas en Rusia no se ha realizado como un medio para evadir la lucha política de la clase obrera, y especialmente del parlamentarismo, o de saltar repentinamente a la revolución social por medio de un golpe teatral sino como medio para, en primer lugar, crear las condiciones para la lucha política diaria del proletariado y especialmente del parlamentarismo. El pueblo trabajador, y especialmente el proletariado, de Rusia lleva a cabo la lucha revolucionaria por esos derechos políticos y esas condiciones cuya necesidad e importancia en la lucha por la emancipación de la clase obrera señalaron por primera vez Marx y Engels, y por los cuales lucharon contra el anarquismo con todas sus fuerzas en la Internacional. Así, de la dialéctica histórica, la roca sobre la que se apoya toda la enseñanza del socialismo marxista, resultó que hoy en día el anarquismo, con el cual está indisolublemente asociada la idea de la huelga de masas, se ha vuelto en la práctica contrario a ella. Por otro lado, la huelga de masas, que fue combatida como opuesta a la actividad política del proletariado, aparece hoy como el arma más poderosa de la lucha por los derechos políticos. Por lo tanto, si bien la Revolución Rusa hace imperativa la necesidad de una revisión fundamental de la antigua posición marxista sobre la cuestión de la huelga de masas, una vez más el método general y los puntos de vista del marxismo son los que salen ganadores, esta vez de una manera nueva. “A la amada del moro sólo la puede matar la mano del moro.”63
63Tomado del drama de Schiller Los bandidos


2. La huelga de masas, producto histórico y no artificial


En lo que hace a la cuestión de la huelga de masas, lo primero que la experiencia de Rusia nos lleva a revisar es la concepción general del problema. En la actualidad, cuando ya todo se ha dicho y hecho, nos encontramos con que la posición de los más fervientes defensores de “ensayar la huelga de masas” en Alemania, como Bernstein, Eisner, 64 etcétera, y la de los más enconados adversarios de esta idea, como por ejemplo Bomelburg 65 en el campo sindical, en la práctica resultan lo mismo, es decir la concepción anarquista. Los polos aparentemente opuestos no se excluyen uno al otro sino, como siempre sucede, se condicionan y al mismo tiempo se complementan. Pues el modo de pensar anarquista es la especulación directa sobre el “gran Kladderadatsch”,* sobre la revolución social simplemente como característica externa e inesencial. Lo esencial del anarquismo es la concepción abstracta, ahistórica, de la huelga de masas y de las condiciones en que generalmente se libra la lucha proletaria.


Para el anarquista existen sólo dos cosas como supuestos materiales de sus especulaciones “revolucionarias”: primero la imaginación, y segundo la buena voluntad y el coraje para rescatar a la humanidad del valle de lágrimas del capitalismo. Este caprichoso modo de razonar tuvo como resultado que hace sesenta años se concibiera la huelga de masas como el camino más breve, seguro y fácil para saltar a un futuro social mejor. El mismo modo de razonar originó recientemente la idea de que la lucha sindical era la única y verdadera “acción directa de las masas”, y también la única lucha revolucionaria verdadera. Esta, como sabemos, es la última posición de los “sindicalistas” franceses e italianos. Lo fatal para el anarquismo fue siempre que los métodos de lucha improvisados en el aire son como invitaciones a una casa cuyo dueño está ausente, es decir, son puramente utópicos.

64 Kurt Eisner (1867-1919): editor y socialista alemán, miembro del PSDU. Primer ministro de Bavaria en 1918, fue asesinado por un oficial del ejército.

 65 Bomelburg (1862-1912): sindicalista alemán del gremio de la construcción. En 1906, en el Congreso sindical de Colonia, estuvo en contra de la táctica de huelga política de masas.

* Un gran ruido (N. del T.)


Además, estas especulaciones que en un momento dado fueron en general revolucionarias, al no contar con la despreciable y vil realidad, son transformadas por ésta, de hecho, en instrumentos de la reacción.


Los que hoy fijan un día en el calendario para la huelga de masas en Alemania, como si se tratara de un compromiso anotado en la agenda de un ejecutivo; los que, como los participantes del congreso sindical de Colonia, pretenden eliminar por medio de una prohibición “propagandística” el problema de la huelga de masas de la faz de la tierra, se guían por estos mismos métodos de observación abstractos y ahistóricos. Ambas tendencias se basan en el supuesto netamente anarquista de que la huelga de masas es un medio de lucha puramente técnico, que puede “decidirse” a placer y de modo estrictamente consciente, o que puede ser “prohibido”, una especie de navaja que se guarda cerrada en el bolsillo “lista para cualquier emergencia”, y se puede abrir y utilizar cuando uno lo decida. Los adversarios de la huelga de masas reclaman para sí el mérito de tomar en cuenta la situación histórica y las condiciones materiales de la situación actual en Alemania, al contrario de los “románticos revolucionarios” que flotan en las nubes y que no cuentan en ningún momento con la dura realidad, con las posibilidades e imposibilidades. “¡Hechos y cifras, cifras y hechos!”, claman, igual que Mr. Gadgring en Tiempos difíciles de Dickens.


Para el adversario sindical de la huelga de masas “base histórica” y “condiciones materiales” significan dos cosas: por un lado la debilidad del proletariado, por otro la fuerza del militarismo prusiano-germano. La inadecuada organización de los obreros y la imponente bayoneta prusiana: éstos son los hechos y cifras sobre los cuales basan los dirigentes sindicales su política práctica en este caso. Ahora bien; es cierto que la caja fuerte de los sindicatos y la bayoneta prusiana son fenómenos materiales y muy históricos; pero la concepción que se apoya en ellos no es materialismo histórico en el sentido marxista sino materialismo policial a lo Puttkammer.66 Los representantes del Estado policial capitalista toman muy en cuenta, por cierto casi exclusivamente, tanto la fuerza real que en ocasiones tiene el proletariado organizado como el poder material de la bayoneta. De la comparación de estas dos hileras de cifras extraen siempre la reconfortante conclusión de que el movimiento obrero revolucionario es producto de demagogos y agitadores individuales. Por lo tanto, la prisión y las bayonetas son el medio adecuado para reprimir ese desagradable “fenómeno pasajero”


66 Puttkammer (1828-1900): Ministro del Interior de Alemania de 1881 a 1888.


Los obreros alemanes con conciencia de clase han entendido por fin lo ridículo de la teoría policial de que todo el movimiento obrero moderno es un producto artificial, arbitrario, de un puñado de “demagogos y agitadores” inconscientes.


Sin embargo, es exactamente la misma concepción la que se refleja cuando dos o tres respetables camaradas constituyen una brigada de vigías voluntarios con el fin de advertir a la clase obrera alemana contra la peligrosa agitación de unos pocos “románticos revolucionarios” y su “propaganda de la huelga de masas”. O la que se expresa cuando, por otro lado, aquellos que creen que pueden evitar el estallido de la huelga de masas en Alemania estableciendo acuerdos “confidenciales” entre el ejecutivo del partido y la comisión general de los sindicatos lanzan una ruidosa e indignada campaña.


Si dependiera de la inflamada “propaganda” de los románticos revolucionarios o de las decisiones secretas o públicas de la dirección partidaria, en Rusia no se hubiera dado todavía una sola huelga de masas seria. En ningún país del mundo -como ya lo señalé en marzo de 1905 en el Sachische Arbeiterzeitung- se “difundió” o incluso se “propagó” tan poco la huelga de masas como en Rusia. Los ejemplos aislados de las decisiones y los acuerdos del ejecutivo del partido ruso, que realmente pretendía proclamar por su cuenta la huelga de masas (como lo demuestra, por ejemplo, el último intento en agosto de este año después de la disolución de la Duma), carecen prácticamente de valor.


Por lo tanto, si algo nos enseña la Revolución Rusa, es, sobre todo, que la huelga de masas no se “fabrica” artificialmente, que no se “decide” al azar, que no se “propaga”; es un fenómeno histórico que, en un momento dado, surge de las condiciones sociales como una inevitable necesidad histórica. Por lo tanto, no se puede entender ni discutir el problema basándose en especulaciones abstractas sobre la posibilidad o la imposibilidad, sobre lo útil o lo perjudicial de la huelga de masas. Hay que examinar los factores y condiciones sociales que originan la huelga de masas en la etapa actual de la lucha de clases. En otras palabras, no se trata de la crítica subjetiva de la huelga de masas desde la perspectiva de lo que sería deseable, sino de la investigación objetiva de las causas de la huelga de masas desde la perspectiva de lo históricamente inevitable.



En el terreno irreal del análisis lógico abstracto, se puede demostrar con la misma fuerza que la huelga de masas es absolutamente imposible y será derrotada o que sí es posible y su triunfo incuestionable. En consecuencia, el valor de la evidencia a que apela cada parte es el mismo: cero. El temor a la “propagación” de la huelga de masas, al que se blande como un anatema formal contra las personas acusadas de tal crimen, es solamente el producto de la extraña confusión de algunos. Es tan imposible “propagar” la huelga de masas como medio abstracto de lucha como lo es propagar la “revolución”. La “revolución”, como la “huelga de masas”, es una forma externa de lucha de clases, que sólo adquiere sentido y significado en determinadas situaciones políticas.



Si alguien se dedicara a hacer de la huelga de masas en general, como forma de acción proletaria, el objeto de una agitación metódica, y fuera de casa en casa solicitando apoyo para esta “idea” a fin de ganar gradualmente para ella a la clase obrera, resultaría una ocupación tan vana, inútil y absurda como lo sería la de hacer agitación especial alrededor de la revolución o de la lucha de barricadas.


La huelga de masas se ha convertido ahora en el centro de interés de la clase obrera alemana y mundial porque es una forma nueva de lucha, y como tal constituye un síntoma seguro de una revolución interna total, tanto en las relaciones entre las clases como en las condiciones de la lucha de clases. El que, a pesar de la obstinada resistencia de sus dirigentes sindicales, la masa proletaria alemana tome este nuevo problema con tanto interés constituye un testimonio de su probado instinto revolucionario y su rápida inteligencia.


Pero no es el caso, en vista de este interés y este extraordinario afán intelectual y de realizaciones revolucionarias de los obreros, de entrenarlos en una gimnasia mental abstracta sobre la posibilidad o la imposibilidad de la huelga de masas. Se los debe esclarecer sobre el desarrollo de la Revolución Rusa, la importancia internacional de esa revolución, la agudización de los antagonismos de clase en Europa Occidental, las más amplias perspectivas políticas de la lucha de clases en Alemania, el rol y las tareas de las masas en las luchas por venir. Sólo de esta manera la discusión sobre la huelga de masas contribuirá a ampliar el horizonte intelectual del proletariado, a agudizar su pensamiento, a impulsar sus energías.




Considerando el problema desde esta perspectiva, se ve qué absurdas son las medidas que quieren tomar los enemigos del “romanticismo revolucionario” por el hecho de que éstos, al analizar la cuestión, no se adhieren estrictamente al texto de la resolución de Jena. Los “políticos prácticos” están de acuerdo con esta resolución cuando les conviene, porque relacionan la huelga de masas principalmente con el destino del sufragio universal, de lo que se deduce que ellos pueden creer dos cosas: primero, que la huelga de masas es puramente defensiva; segundo, que la huelga de masas está incluso subordinada al parlamentarismo, es decir, que se ha vuelto un simple apéndice del parlamentarismo. Pero el meollo real de la resolución de Jena en relación a esto es que en la situación actual de Alemania un ataque por parte de la reacción predominante contra el voto parlamentario sería probablemente la señal que desataría un periodo de tormentosas luchas políticas en las que la huelga de masas probablemente se utilizaría como arma de lucha por primera vez en Alemania.


Pero intentar, por medio de la resolución de un congreso, ahogar y limitar artificialmente el objetivo histórico de la huelga de masas como fenómeno y problema de la lucha de clases, limitar su alcance histórico, es un error que por la falta de visión sólo puede compararse con el veto a la discusión que se impuso en el congreso sindical de Colonia. En las resoluciones del Congreso de Jena la socialdemocracia alemana tomó conciencia en forma oficial del cambio fundamental que produjo la Revolución Rusa en las condiciones internacionales de la lucha de clases proletaria, demostrando su capacidad para desarrollarse en un sentido revolucionario y adaptarse a las nuevas exigencias de la próxima etapa de la lucha de clases. Allí reside la importancia de la resolución de Jena. En cuanto a la aplicación práctica de la huelga de masas en Alemania, lo decidirá la historia, así como lo decidió en Rusia; la historia, de la cual la socialdemocracia alemana es, por cierto, un factor importante, pero al mismo tiempo sólo un factor entre muchos.


3. Desarrollo del proceso de la huelga de masas en Rusia


La huelga de masas, tal como se la encara hoy en la discusión en Alemania, aparece como un fenómeno aislado muy claro y simple, agudamente delineado. Se habla exclusivamente de la huelga política de masas, entendiéndose ésta como un gran levantamiento único del proletariado industrial, que se produce por algún móvil político de la mayor importancia. Este levantamiento se encara en base al entendimiento mutuo entre las autoridades dirigentes del partido y las de los sindicatos. Se lleva adelante con disciplina partidaria y en perfecto orden. En un orden más perfecto aun -como una señal dada en el momento preciso- se presentan ante los comités, los cuales determinan de antemano, con exactitud, la organización del apoyo, el costo, el sacrificio, en una palabra todo el balance material de la huelga de masas.


Ahora bien, cuando comparamos este esquema teórico con la huelga de masas real, tal como se dio en Rusia hace cinco años, nos vemos obligados a decir que esta representación, que en la discusión en Alemania ocupa el lugar central, difícilmente concuerde con una sola de las muchas huelgas de masas que ya han tenido lugar. Por otra parte, la huelga de masas en Rusia desplegó tal multiplicidad de formas de acción diferentes que resulta prácticamente imposible hablar de “la” huelga de masas en forma abstracta y esquemática. Todos los elementos de la huelga de masas y sus características no sólo son diferentes en cada una de las ciudades y distritos del país, sino que además su carácter general muchas veces ha ido cambiando en el transcurso de la revolución. La huelga de masas vivió en Rusia una historia muy definida, y todavía la está viviendo. Por ende, para hablar de la huelga de masas en Rusia, antes que nada hay que tener presente su historia.


La actual etapa oficial, por así decirlo, de la Revolución Rusa comienza con el levantamiento del proletariado del 22 de enero de 1905, cuando la manifestación de doscientos mil obreros terminó en un aterrorizante baño de sangre ante el palacio del zar. La masacre de San Petersburgo fue, como se sabe, la señal para el estallido de la primera serie gigantesca de huelgas de masas que se extendieron sobre toda Rusia en pocos días, llevando el llamado revolucionario a la acción desde los confines de San Petersburgo a todos los rincones del imperio y a las más amplias capas del proletariado. Pero el levantamiento de San Petersburgo del 22 de enero fue sólo el momento crítico de una huelga de masas emprendida por el proletariado de la capital zarista en enero de 1905. Esta huelga de masas de enero se emprendió sin ninguna duda bajo la influencia inmediata de la gigantesca huelga general que estalló en el Cáucaso (Bakú) en diciembre de 1904, que durante largo tiempo mantuvo en suspenso a toda Rusia. Por su parte, los acontecimientos de diciembre en Bakú fueron la última y poderosa ramificación de esas tremendas huelgas de masas que, como episódicos temblores de tierra, sacudieron el sur de Rusia, cuyo preludio fue la huelga de masas de Batum, en el Cáucaso, en marzo de 1902.



Este primer movimiento de huelgas de masas dentro de la serie continua de erupciones revolucionarias actuales está separado por cinco o seis años de la gran huelga general de los obreros textiles de San Petersburgo de 1896 y 1897. Varios años de aparente estancamiento y reacción separan a ese movimiento de la revolución actual. Pero cualquiera que conozca el desarrollo político interno que siguió el proletariado ruso hasta alcanzar su presente nivel de conciencia de clase y energía revolucionaria reconocerá que la etapa actual de la lucha de clases se inicia con aquellas huelgas generales de San Petersburgo. En consecuencia, éstas son importantes para dilucidar los problemas que plantea la huelga de masas porque ya contienen en germen los principales elementos de las que la sucedieron.


Nuevamente, la huelga general de San Petersburgo de 1896 aparece como una lucha salarial parcial puramente económica. Sus causas fueron las intolerables condiciones de trabajo de los hilanderos y tejedores de San Petersburgo; la jornada de trabajo de 13, 14 ó 15 horas; la miserable paga por pieza y un montón de subterfugios despreciables utilizados por los empleadores. Esta situación, sin embargo, fue pacientemente soportada por los trabajadores durante largo tiempo, hasta que una circunstancia aparentemente trivial hizo desbordar la copa. En mayo de 1896 se celebró la coronación del actual zar (Nicolás II), que se había venido posponiendo durante dos años por temor a los revolucionarios. En esa ocasión los patrones de San Petersburgo dieron libre cauce a su celo patriótico otorgando a sus trabajadores tres días de vacaciones obligatorias que, resulta curioso decirlo, no pensaban pagarles. Los trabajadores, furiosos, comenzaron a moverse. Se celebró un congreso en los jardines de Ekaterinof con la participación de alrededor de trescientos obreros de los más conscientes, que decidió ir a la huelga por las siguientes reivindicaciones: pago de los feriados por la coronación, jornada laboral de diez horas, aumento de la paga por pieza. Esto sucedió el 24 de mayo. En una semana estaban paradas todas las hilanderías y fábricas textiles, y cuarenta mil obreros habían ido a la huelga general. Hoy este acontecimiento, comparado con la gigantesca huelga de masas de la revolución, puede parecer muy poca cosa. Dentro de la polar rigidez política de la Rusia de esa época una huelga general era algo nunca visto; era una revolución total en pequeño. Allí comenzó, por supuesto, la persecución más brutal. Alrededor de mil obreros fueron arrestados y se levantó la huelga general.


Ya aquí vemos aparecer las características fundamentales de las huelgas de masas posteriores. El movimiento siguiente fue enteramente accidental, casi sin importancia, su estallido muy elemental. Pero su éxito hizo evidentes los frutos de la agitación de la socialdemocracia, que venía trabajando desde hacía varios años. En el curso de la huelga general los agitadores socialdemócratas se pusieron a la cabeza del movimiento, lo dirigieron y lo utilizaron para impulsar la agitación revolucionaria. La huelga era una simple lucha económica salarial, pero la actitud del gobierno y la agitación de la socialdemocracia la transformaron en un fenómeno político de primera línea. Y finalmente la huelga fue liquidada; los trabajadores sufrieron una “derrota”. Pero en enero del año siguiente los trabajadores textiles de San Petersburgo fueron a la huelga general una vez más, y esta vez lograron un éxito notable: el reconocimiento legal de la jornada de trabajo de once horas para toda Rusia. Sin embargo, se logró un resultado mucho más importante: desde esa primera huelga general de 1896, en la que no había ni trazas de organización o fondos de huelga, comenzó una intensa lucha sindical en la misma Rusia, que se extendió desde San Petersburgo al resto del país, que abrió perspectivas enteramente nuevas a la agitación y organización social demócratas. Ello les permitió realizar un trabajo clandestino de preparación de la revolución, durante el período siguiente, de aparente calma mortal.


En marzo de 1902 estalló otra huelga en el Cáucaso, aparentemente accidental y provocada por causas parciales puramente económicas (aunque la produjeron otros factores), igual que la de 1896. Estaba relacionada con la seria crisis industrial y comercial que precedió en Rusia a la guerra japonesa y que, junto con ella, fue el detonante más poderoso del incipiente fermento revolucionario. La crisis produjo una enorme masa de desempleados que alimentó la agitación entre las masas proletarias, y por lo tanto el gobierno, para restablecer la tranquilidad entre los trabajadores, tomó a su cargo trasladar en grupos a las “manos superfluas” a sus respectivos hogares. Esta medida, que afectaba a alrededor de cuatrocientos obreros petroleros, provocó una protesta masiva en Batum, que derivó en manifestaciones, arrestos, una masacre, y finalmente en un juicio político en el que el motivo parcial y puramente económico se transformó súbitamente en un acontecimiento político y revolucionario. La consecuencia de la “infructífera” huelga de Batum, que agonizaba y fue suprimida, fue una serie de manifestaciones obreras revolucionarias y masivas en Nizni Novgorod, Saratov y otras ciudades, y por lo tanto un poderoso avance de la marea revolucionaria.


Ya en noviembre de 1902 se hizo sentir el primer eco revolucionario genuino en la huelga general de Rostov, sobre el río Don. Las disputas sobre los salarios a pagar en los talleres del Ferrocarril del Vladicáucaso dieron impulso a este movimiento. Como la administración trataba de disminuir los salarios, el comité del Don de la socialdemocracia lanzó una proclama llamando a la huelga por las siguientes reivindicaciones: jornada de nueve horas, aumento de salarios, abolición de las multas, destitución de los ingenieros más detestados, etcétera. Participaron de la huelga talleres ferroviarios enteros. Enseguida se les unieron las demás industrias, y en un momento imperó en Rostov una situación nunca vista hasta entonces: Todos los centros industriales estaban paralizados. Todos los días se celebraban al aire libre gigantescos mítines de quince a veinte mil personas, a veces rodeados por un cordón de cosacos. Por primera vez se escuchó a los oradores socialdemócratas; se pronunciaban inflamadas arengas sobre el socialismo y la libertad política, que eran recibidas con inmenso entusiasmo, y se distribuían decenas de miles de copias de llamamientos revolucionarios. En la rígida Rusia absolutista, el proletariado de Rostov ganó por asalto, por primera vez, el derecho de reunión y de libre expresión. Ni falta hace decir que hubo una masacre aquí también. Las disputas salariales en el ferrocarril del Vladicáucaso devinieron en pocos días en una huelga política general y en una batalla callejera revolucionaria. Las siguió inmediatamente una huelga general en la estación de Tichoretzkaia, en el mismo ferrocarril. Aquí también tuvieron lugar una masacre y un juicio; también Tichoretzkaia ocupa su lugar en la ininterrumpida cadena de acontecimientos revolucionarios.

La primavera de 1903 fue la respuesta a la derrota de las huelgas de Rostov y Tichoretzkaia; en mayo, junio y julio se encendió todo el sur de Rusia. Bakú, Tiflis, Batum, Elisavetgrado, Odesa, Kiev, Nikolaev y Ekaterinoslav estaban en huelga general, en el sentido literal de estas palabras. Aquí tampoco el movimiento surgió sobre la base de algún plan preconcebido; se desencadenó por razones diferentes, en lugares diferentes y de forma diferente para confluir luego. Comenzó en Bakú, donde varias luchas salariales parciales en distintas fábricas y departamentos culminaron en una huelga general. En Tiflis iniciaron la huelga dos mil empleados de comercio, cuya jornada de trabajo se extendía desde las 6 de la mañana hasta las 11 de la noche. El 4 de julio dejaron los negocios y recorrieron la ciudad exigiendo que los propietarios los cerraran. La victoria fue total; los empleados de comercio consiguieron que su jornada comenzara a las 8 de la mañana y terminara a las 8 de la noche, y los siguieron inmediatamente todas las fábricas, negocios y oficinas. No salieron los periódicos y no pudieron hacer andar el transporte tranviario bajo custodia militar.

El 4 de julio comenzó una huelga en Elisavetgrad, en todas las fábricas, levantando reivindicaciones puramente económicas. Se concedieron casi todas y la huelga terminó el 14. Sin embargo, dos semanas después estalló nuevamente. Esta vez empezaron los panaderos, y se les unieron los albañiles, los carpinteros, los tintoreros, los molineros y finalmente todos los obreros fabriles.


En Odesa el movimiento comenzó con una lucha salarial durante la cual se impuso la central sindical “legal”, fundada por agentes del gobierno según el programa del famoso gendarme Zubatov.67 La dialéctica histórica otra vez tuvo ocasión de jugar una de sus maliciosas bromitas. Las luchas económicas del primer periodo (entre ellas la gran huelga general de San Petersburgo de 1896) desviaron a la social democracia rusa hacia la exageración de la importancia de lo “económico”; de esta forma quedó preparado el terreno para la actividad demagógica de Zubatov. Después de un tiempo, sin embargo, la gran corriente revolucionaria hizo dar un viraje a ese barquito que navegaba con su bandera falsa y lo obligó a encabezar la flota del proletariado revolucionario. Los sindicatos zubatovianos dieron la señal para la gran huelga general de Odesa en la primavera de 1904 y para la huelga general de San Petersburgo en enero de 1905. Los obreros de Odesa, que

67 Sergei Vasilievich Zubatov (1864-1917): revolucionario ruso que se convirtió en agente policial y en 1880 llegó a ser jefe de la Ojrana (policía política secreta zarista). Actualizó los métodos de la policía rusa introduciendo la dactiloscopia, la fotografía, etcétera. Inspirador del “socialismo policial”, u organización preventiva de los obreros auspiciada por la policía. Fue despedido cuando algunas de esas “sociedades” se le fueron de las manos y se convirtieron en núcleo de un movimiento huelguístico. Reincorporado en 1905, se suicidó luego de la Revolución de Febrero de 1917.

no se dejaban engañar por la actitud aparentemente amistosa del gobierno hacia los trabajadores y su simpatía por las huelgas puramente económicas, exigieron que se lo probaran con un ejemplo, obligando al “sindicato obrero” zubatoviano de una fábrica a declarar una huelga por reivindicaciones muy moderadas. Inmediatamente fueron despedidos, y cuando exigieron la protección de las autoridades que les había prometido su dirigente el caballero se hizo humo dejándolos sumidos en la mayor de las furias.


Los socialdemócratas se pusieron inmediatamente a la cabeza y el movimiento huelguístico se extendió a otras fábricas. El 1º de julio dos mil quinientos estibadores abandonaron el trabajo exigiendo aumento de salarios (de ochenta cópecs a dos rublos) y la reducción en media hora de la jornada de trabajo. El 16 de julio los marineros se unieron al movimiento. El 13 comenzó una huelga del personal tranviario. Luego se realizó un mitin de todos los huelguistas, unos siete u ocho mil hombres; fueron en manifestación de fábrica en fábrica, creciendo como una avalancha; entonces una multitud de cuarenta a cincuenta mil hombres se dirigió a los muelles para hacer parar allí todo el trabajo. Pronto toda la ciudad se embarcó en una huelga general.


En Kiev comenzó el 21 de julio una huelga de los talleres ferroviarios. Aquí también la causa inmediata fueron las miserables condiciones de trabajo, y se presentaron demandas salariales. Al otro día siguieron el ejemplo los trabajadores de las fundiciones. El 23 de julio ocurrió un incidente que dio la señal para la huelga general. Dos delegados ferroviarios fueron arrestados durante la noche. Los trabajadores en huelga inmediatamente exigieron su libertad; como no fue concedida, decidieron no permitir que los trenes partieran de la ciudad. Todos los huelguistas se sentaron en el andén con sus esposas y familiares, un mar de seres humanos. Fueron amenazados con salvas de rifle. Los obreros se pusieron delante y gritaron “ ¡tiren! “ Dispararon una salva contra la multitud indefensa sentada en el andén; quedaron en el suelo de treinta a cuarenta cadáveres, muchos de mujeres y niños. Al conocerse el hecho, toda la ciudad de Kiev fue a la huelga el mismo día. Los cadáveres de los obreros asesinados fueron llevados en alto por la multitud en una manifestación masiva. Mítines, discursos, arrestos, luchas callejeras aisladas: Kiev estaba en plena revolución. El movimiento pronto terminó. Pero los imprenteros lograron la reducción en una hora de su jornada de trabajo y un aumento de salarios de un rublo; en una fábrica de levadura se introdujo la jornada de ocho horas; se cerraron los talleres ferroviarios por orden del ministerio; otros departamentos continuaron con huelgas parciales por sus reivindicaciones.


En Nikolaev se declaró la huelga general bajo la influencia inmediata de las noticias que venían de Odesa, Bakú, Batum y Tiflis, a pesar de la oposición del comité socialdemócrata, que quería postergar el estallido del movimiento hasta el momento en que los militares dejaran la ciudad para irse de maniobras. Las masas se rehusaron a esperar; comenzó una fábrica, las huelgas se extendieron de taller en taller. La resistencia de los militares sólo echó leña al fuego. Se realizaron manifestaciones masivas que marchaban al son de canciones revolucionarias, en las que participaban todos los obreros, empleados, personal tranviario, hombres y mujeres. El paro fue total. En Ekaterinoslav salieron a la huelga los panaderos el 5 de agosto, el 7 los trabajadores de los talleres ferroviarios y el 8 el resto de las fábricas. Pararon los tranvías y no salieron los periódicos.


Así nació la colosal huelga general del sur de Rusia en el verano de 1903. Por los infinitos pequeños canales de las luchas económicas parciales y los pequeños “incidentes” confluyó rápidamente en un rugiente mar, y transformó durante algunas semanas todo el sur de Rusia en una extraña república obrera revolucionaria. “La multitud que inundaba las calles de la mañana al atardecer se confundía en abrazos fraternales, gritos de gozo y entusiasmo, canciones de libertad, risas alegres, humor y alegría. Los ánimos estaban exaltados; casi se podía creer que una vida nueva y mejor comenzaba en el mundo. Un espectáculo muy solemne, y al mismo tiempo idílico, conmovedor.” Así se expresaba entonces el corresponsal del periódico liberal Osvoboshdenie [Liberación] de Peter Struve.


El año 1904 trajo consigo la guerra y un intervalo en el movimiento huelguístico de masas. Al comienzo asoló todo el país una ola de manifestaciones “patrióticas” impulsadas por la policía. La sociedad burguesa “liberal” resultó herida de muerte por el chovinismo zarista liberal. Pero pronto los socialdemócratas se hicieron dueños del terreno; a las manifestaciones del lumpenproletariado patriótico organizadas bajo el patrocinio de la policía se opusieron las manifestaciones de los obreros revolucionarios. Al fin las vergonzosas derrotas del ejército zarista despertaron de su letargo a la sociedad liberal; comenzó entonces la era de los congresos democráticos, banquetes, discursos, llamados y manifiestos. El absolutismo, momentáneamente disminuido por el bochorno de la guerra, dio amplia libertad de acción a estos caballeros, que de más en más veían todo color de rosa. Durante seis meses el liberalismo burgués ocupó el centro de la escena y el proletariado quedó en las sombras. Pero después de una larga depresión el absolutismo resurgió, y bastó un único y poderoso movimiento de la bota cosaca para que el liberalismo quedara relegado en un rincón. Se prohibieron los banquetes, discursos y congresos tachándolos de “intolerable presunción”, y el liberalismo se encontró de pronto con que se le había acabado la cuerda.


Pero exactamente en el punto en que quedó agotado el liberalismo comenzó la acción del proletariado. En diciembre de 1904 estalló la huelga general en Bakú a causa del desempleo; la clase obrera nuevamente estaba en el campo de batalla. Prohibida la palabra, comenzó la acción. En Bakú, durante la huelga general, los socialdemócratas tuvieron la dirección durante algunas semanas como dueños absolutos de la situación. Los acontecimientos de diciembre en el Cáucaso habrían causado una inmensa sensación si no hubieran sido tapados tan rápidamente por la ascendente marea revolucionaria que justamente ellos habían puesto en movimiento. Aún no habían llegado a todo el imperio zarista las noticias confusas y fantásticas de la huelga general de Bakú cuando en enero de 1905 estalló en San Petersburgo la huelga de masas.



Aquí también, como es sabido, la causa inmediata fue trivial. Dos trabajadores de los establecimientos de Putilov fueron despedidos por estar afiliados al sindicato legal zubatoviano. Esta medida provocó una huelga general de solidaridad, el 16 de enero, de los doce mil empleados de esos establecimientos. Los socialdemócratas aprovecharon la huelga para comenzar una viva agitación en pro de la extensión de las demandas; planteaban la jornada de ocho horas, el derecho de asociación, la libertad de palabra y prensa, etcétera. La inquietud reinante entre los trabajadores de Putilov se comunicó rápidamente al resto del proletariado, y en pocos días estaban en huelga ciento cuarenta mil obreros. Tuvieron lugar congresos unitarios y discusiones violentas, de los cuales resultó ese programa proletario de libertades burguesas, encabezado por la consigna de la jornada de ocho horas, con el cual el 22 de enero doscientos mil obreros dirigidos por el Padre Gapón 68 marcharon al palacio del zar. El conflicto de los dos obreros de Putilov sometidos a un castigo disciplinario se transformó en una semana en el preludio de la revolución más violenta de los tiempos modernos.


Lo que siguió es bien conocido. La masacre sangrienta de San Petersburgo tuvo como respuesta gigantescas huelgas de masas y la huelga general, en enero y febrero, en todos los centros y ciudades industriales de Rusia, Polonia, Lituania, las provincias del Báltico, el Cáucaso, Siberia, de norte a sur y de este a oeste. Un examen más atento, sin embargo, revela que la huelga de masas se estaba dando en formas distintas a las del periodo anterior. En todas partes las organizaciones socialdemócratas iban a la vanguardia con sus proclamas; en todas partes se planteaba explícitamente la solidaridad revolucionaria con el proletariado

68 Padre Gapón (1870-1906): sacerdote ruso que organizó la manifestación del 9 de enero de 1905 en San Petersburgo, conocida como el “domingo sangriento”. Estaba en acuerdos con la policía de Zubatov.


de San Petersburgo como la causa y el objetivo de la huelga general; en todas partes, al mismo tiempo, había manifestaciones, discursos, conflictos con los militares.


Pero incluso en este caso no hubo un plan determinado previamente, no hubo una acción organizada; las proclamas de los partidos apenas podían seguir el paso a los levantamientos espontáneos de las masas; los dirigentes apenas tenían tiempo de formular las consignas para la ferviente multitud proletaria. Además, las primeras huelgas de masas y generales se originaron en la confluencia de luchas salariales aisladas que, en el clima general creado por la situación revolucionaria y bajo la influencia de la agitación socialdemócrata, se transformaban rápidamente en manifestaciones políticas. El factor económico y el carácter disperso del sindicalismo eran el punto de partida; la acción generalizada de la clase y la dirección política, la consecuencia. Ahora el movimiento se revertía.


Las huelgas generales de enero y febrero se lanzaron como acciones revolucionarias unificadas que comenzaron bajo la dirección de los socialdemócratas; pero pronto derivaron en una serie interminable de huelgas locales parciales, económicas, en distintos distritos, ciudades, departamentos y fábricas. Durante toda la primavera y mitad del verano de 1905 una ininterrumpida huelga económica contra el capital, que abarcó casi al conjunto del proletariado, fermentó a través del inmenso imperio. Por un lado, entraron en la lucha todas las profesiones pequeñoburguesas y liberales, los empleados de comercio, los técnicos, actores y artistas. Por otro, el movimiento penetró en el servicio doméstico, en las categorías más bajas de la policía, incluso en el lumpenproletariado. Simultáneamente se extendió de las ciudades a los distritos campesinos, y llegó a golpear los portones de hierro de los cuarteles.

Es un fresco gigantesco y multicolor de un enfrentamiento general entre el capital y el trabajo, que refleja toda la complejidad de la organización social y de la conciencia política de cada sector y cada distrito. La escala se extiende desde la lucha sindical ordenada de una capa selecta y probada del proletariado de la gran industria hasta la protesta informe de un puñado de obreros rurales y los primeros temblores leves de una guarnición militar agitada; de la revuelta bien educada y elegante de los trabajadores de puños almidonados y cuello duro en las oficinas de un banco hasta los tímidos murmullos de una tosca reunión de policías insatisfechos en un sucio puesto de guardia oscuro y lleno de humo.


Para los teóricos amantes de las luchas “ordenadas y bien disciplinadas”, que siguen un plan y un esquema; especialmente para aquellos que siempre, desde lejos, pretenden saber mejor que nadie “cómo habría que haber actuado”, que la gran huelga general política de enero de 1905 haya degenerado en un montón de luchas económicas fue “un gran error”, que arruinó esa acción y la convirtió en un “fuego de artificio”. La socialdemocracia rusa, que participó en la revolución pero no la “hizo”, que tuvo que aprender sus leyes en el mismo curso de la lucha, en primera instancia se desorientó durante un tiempo por la marea aparentemente estéril levantada por la tormenta de la huelga general. Sin embargo, la historia, que cometió ese “gran error”, realizó, pese a los razonamientos de sus profesores oficiosos, un gigantesco trabajo en favor de la revolución, que era tan inevitable como incalculables fueron sus consecuencias.


El súbito levantamiento proletario general de enero, provocado por el ímpetu poderoso de los acontecimientos de San Petersburgo, fue exteriormente un acto político, una declaración revolucionaria de guerra al absolutismo. Pero esta primera acción general directa detonó, como una corriente eléctrica, una poderosa reacción interna, ya que por primera vez se despertaron en millones de personas los sentimientos y la conciencia de clase. Y ese despertar del sentimiento de clase se expresó luego en el hecho de que la masa de millones de proletarios tomó conciencia, rápida y agudamente, de lo intolerable de esa existencia económica y social a la que la condenaba el capitalismo, existencia que había sobrellevado pacientemente durante décadas. Acto seguido comenzó un espontáneo movimiento general sacudiendo y rompiendo esas cadenas. Los innumerables sufrimientos del proletariado moderno les recordaban sus viejas heridas siempre sangrantes. Aquí se peleaba por la jornada de ocho horas; allí se resistía el trabajo a destajo; aquí se “sacaba del medio” a los capataces brutales embolsados en una carretilla; en otro lugar se luchaba contra el infame sistema de multas; en todas partes se peleaba por mejores salarios y en uno u otro lugar por la abolición del trabajo domiciliario. Los oficios más retrasados y degradados de las grandes ciudades, las pequeñas poblaciones de provincia, que hasta entonces habían dormido un sueño idílico, la aldea con su herencia feudal, súbitamente puestos en pie por el rayo de enero, reflexionaban sobre sus derechos y febrilmente trataban de recuperar el tiempo perdido.


La lucha económica no fue en este caso un retroceso, una dispersión de la acción; se trató simplemente de un cambio de frente, de la alteración súbita y natural del primer enfrentamiento generalizado con el absolutismo en un choque generalizado con el capital que, conforme a su naturaleza, asumió la forma de luchas salariales aisladas, dispersas. En enero, el cambio de la huelga general en huelgas económicas no destruyó ninguna acción política de clase, sino al contrario; después de agotado todo el contenido político posible de la acción en esa situación dada y en esa etapa determinada de la revolución, irrumpió como acción económica, o más bien se transformó en ésta.


De hecho, ¿qué más podría haber logrado la huelga general de enero? Solamente la total falta de reflexión podía pretender destruir al absolutismo de un golpe, con una huelga general única “de larga duración”, según el plan anarquista. En Rusia el absolutismo debe ser derribado por el proletariado. Pero para ser capaz de ello el proletariado necesita un alto nivel de educación política, de conciencia de clase y de organización. Estas condiciones no se logran con folletos y volantes sino únicamente con la escuela política viva, con la lucha y en la lucha, en el proceso continuo de la revolución. Además, no puede derribarse el absolutismo en el momento en que se lo desee, solamente con “esfuerzo” y “perseverancia”. La calda del absolutismo será la expresión exterior del desarrollo interno social y de clase de la sociedad rusa.


Antes de que se den las posibilidades de derribar al absolutismo debe formarse en el interior del país la Rusia burguesa, con sus modernas divisiones de clase. Ello exige el agolpamiento de las distintas capas e intereses sociales, además de la educación de los partidos proletarios revolucionarios, y también de los liberales, radicales pequeñoburgueses, conservadores y reaccionarios. Exige conciencia de sí, conocimiento de sí y conciencia de clase no solamente de los sectores populares sino también de las distintas capas burguesas. Estas también podrán constituirse y madurar solamente en la lucha, en el proceso mismo de la revolución, en la escuela viva de la experiencia, enfrentándose con el proletariado y entre ellas mismas en un incesante choque. El peculiar rol dirigente del proletariado por una parte traba y dificulta esta división y maduración de clase de la sociedad burguesa, mientras que su lucha contra el absolutismo, por otra parte, la estimula y acelera. Las diferentes corrientes subterráneas del proceso social revolucionario se entrecruzan, chocan unas con otras, incrementan las contradicciones internas de la revolución, pero al final aceleran su estallido haciéndolo más violento.


En consecuencia, este problema simple y puramente mecánico puede plantearse así: el derrocamiento del absolutismo es un proceso social largo y continuo, y su solución exige que se socaven totalmente las bases de la sociedad. Lo de arriba ha de ser tirado abajo y lo de abajo elevado, el “orden” aparente debe transformarse en caos y el caos aparentemente “anárquico” debe transformarse en un nuevo orden. Ahora bien; en este proceso de transformación social de la vieja Rusia jugaron un rol indispensable no sólo el luminoso enero de la primera huelga general sino también las tormentas de primavera y verano que lo siguieron. La manera descarnada en que se plantearon las relaciones entre el trabajo asalariado y el capital contribuyeron en igual medida al agrupamiento de los diferentes sectores populares y de los sectores burgueses; a la toma de conciencia de clase del proletariado revolucionario y a la de la burguesía liberal y conservadora. Y de la misma manera en que la lucha salarial urbana contribuyó a la formación de un fuerte partido monárquico industrial en Moscú, el violento levantamiento rural en Livonia condujo a la rápida liquidación del famoso liberalismo aristocrático-agrario de los zemstvos.69


Al mismo tiempo, el periodo de luchas económicas de la primavera y el verano de 1905 permitió al proletariado urbano, a través de la agitación y dirección de la activa socialdemocracia, asimilar luego las lecciones del preludio de enero y comprender claramente los objetivos ulteriores de la revolución. En relación con esto, se da otra circunstancia de carácter social duradero: un aumento general del nivel de vida del proletariado, económico, social e intelectual.


Casi todas las huelgas de enero de 1905 terminaron en un triunfo. Como prueba aportamos algunos datos de la enorme y casi inaccesible masa de material, referidos a algunas de las huelgas impulsadas solamente en Varsovia por el Partido Social Demócrata Polaco y Lituano. En veintidós grandes fábricas metalúrgicas de Varsovia los obreros ganaron, después de huelgas de cuatro a cinco semanas (desde el 25-26 de enero), la jornada de nueve horas, un veinticinco por ciento de aumento de salarios y obtuvieron varias concesiones menores. Las fábricas son: Lilpop Ltda.; Ran y Lowenstein; Rudzki y Cía.; Borman, Schwede y Cía.; Handtke, Gerlach y Pulst; Geisler Hnos.; Eberherd, Wolsky y cía.; Konrad y Yarnuszkiewicz Ltda.; Weber y Dajehu; Ewizdzinski y Cía.; Establecimientos Metalúrgicos Wolonski, Gostynski y Cía. Ltda.; Rrun e Hijo; Frage Norblin; Werner; Buch; Kenneberg Hnos.; Labor; Fábrica de Lámparas Dittunar; Serkowski; Weszk. En los grandes talleres de la industria de la madera en Varsovia: Karmanski, Damieki, Gromel, Szerbinskik, Twemerovski, Horn, Devensee, Tworkowski, Daab y Martens (doce en total), el 23 de febrero los huelguistas habían obtenido la jornada de nueve horas; no contentos con esto insistieron en la jornada de ocho horas, que también ganaron, junto con un aumento de salarios, después de otra semana de huelga.


El 27 de febrero fue a la huelga toda la industria de la construcción exigiendo, en conformidad con la consigna de la social democracia, la jornada de ocho horas. El 11 de marzo ganaron la jornada de diez horas y un aumento de salarios para todas las categorías, el pago regular de los salarios semanalmente, etcétera. Los pintores de obra, los carreteros, los talabarteros y los herreros obtuvieron todos la jornada de ocho horas sin disminución del salario.

69 Zemstvos: asambleas rurales de la Rusia zarista a fines del siglo pasado y principios de éste. Contaba con poderes muy limitados, cumpliendo sólo funciones económicas y culturales.


Los telefónicos pararon diez días y ganaron la jornada de ocho horas y un aumento de salarios de entre el diez y el quince por ciento. Las grandes hilanderías de lino de Hielle y Dietrich (diez mil obreros) obtuvieron luego de una huelga de nueve semanas la reducción en una hora de la jornada laboral y un aumento salarial del cinco al diez por ciento. Similares resultados, con infinitas variaciones, se observaron en las ramas más antiguas de la industria en Varsovia, Lodz y Sosnovitz.


En Rusia propiamente dicha, consiguieron la jornada de ocho horas en diciembre de 1904 una cuantas categorías de obreros petroleros en Bakú; en mayo de 1905 los trabajadores azucareros del distrito de Kiev; en enero de 1905 todas las imprentas de Samara (donde al mismo tiempo se obtuvo un aumento de la paga por pieza y la abolición de las multas); en febrero en el establecimiento donde se fabrican los instrumentos médicos para el ejército, en una fábrica de muebles y en la fábrica de municiones de San Petersburgo. Luego se introdujo la jornada de ocho horas en las minas de Vladivostock, en marzo en los talleres mecánicos estatales y en mayo para los empleados del ferrocarril eléctrico de Tiflis. En el mismo mes se ganó la jornada de ocho horas y media en la gran fábrica de tejidos de algodón de Morosov (también la abolición del trabajo nocturno y un aumento de salarios del ocho por ciento); en junio, la jornada de ocho horas en algunos talleres petroleros de San Petersburgo y Moscú; en julio la jornada de ocho horas y media para los herreros de los muelles de San Petersburgo; en noviembre en todas las imprentas privadas de la ciudad de Orel (y al mismo tiempo un aumento del veinte por ciento en la paga por hora y un cien por ciento en la paga por pieza, además de una comisión conciliadora donde obreros y patrones están paritariamente representados).


La jornada de nueve horas se introdujo en febrero en todos los talleres ferroviarios; también en muchos talleres del gobierno, militares y navales, en la mayoría de las fábricas de la ciudad de Berdiansk, en todas las imprentas de las ciudades de Poltava y Munsk; de nueve horas y media en los astilleros, talleres mecánicos y fundiciones de la ciudad de Nikolaev; en junio, después de una huelga general de mozos en Varsovia, en muchos restaurantes y cafés (y al mismo tiempo un aumento salarial del veinte al cuarenta por ciento y dos semanas anuales de vacaciones).


La jornada de diez horas se impuso en casi todas las fábricas de las ciudades de Lodz, Sosnovitz, Riga, Kovno, Oval, Dorfat, Minsk, Jarkov, en las panaderías de Odesa, para los mecánicos de Kishinev, en algunas fundiciones de San Petersburgo, en las fábricas de fósforos de Kovno (con un aumento de salarios del diez por ciento), en casi todos los astilleros estatales y para todos los estibadores.


Los aumentos de salarios fueron en general menores que la reducción de las horas de trabajo, pero siempre más significativos: en Varsovia la municipalidad fijó, a mediados de marzo de 1905, un aumento del quince por ciento para las fábricas que dependen de ella; en el centro de la industria textil, Ivanovo Vosnesensk, el aumento fue del siete al quince por ciento, en Kolvno afectó al setenta y tres por ciento de los obreros. Se introdujo un salario mínimo fijo en algunas panaderías de Odesa, en los astilleros Neva de San Petersburgo, etcétera.


De más está decir que estas concesiones fueron retiradas luego en uno u otro lugar. Esto sin embargo provocó nuevas luchas y llevó a batallas aun más enconadas. Así, el periodo de huelgas de la primavera de 1905 se transformó en el preludio de una serie infinita, que todavía continúa, de luchas económicas que se expanden y se entrelazan. En la etapa de aparente estancamiento de la revolución, cuando el telégrafo no transmitía ninguna noticia sensacional del campo de guerra ruso al mundo exterior, cuando el europeo occidental hacia a un lado su periódico desalentado por la noticia de que “nada se estaba haciendo en Rusia”, en realidad se llevaba a cabo el gran trabajo revolucionario clandestino sin pausa, día a día y hora a hora, en el corazón mismo del imperio. La incesante e intensa lucha económica efectuó, con métodos rápidos y abreviados, la transición del capitalismo de la etapa de acumulación primitiva, de formas de trabajo patriarcales y ametódicas, a un capitalismo sumamente moderno y civilizado.


En la actualidad, la jornada de trabajo real de la industria en Rusia dejó atrás no sólo la legislación fabril rusa, o sea la jornada legal de once horas, sino también la situación real imperante en Alemania. En la mayor parte de la gran industria rusa predomina la jornada de diez horas, considerada un objetivo inalcanzable por la legislación social alemana. Y lo que es más, en medio de la tormenta revolucionaria y de la revolución misma nació el tan añorado “constitucionalismo industrial”, que tanto entusiasmo despierta en Alemania y en función del cual los partidarios de la táctica oportunista están dispuestos a proteger de la más leve brisa las aguas estancadas de su parlamentarismo que todo lo aguanta, así como las del “constitucionalismo político”. En realidad no se trata simplemente de que haya tenido lugar una elevación del nivel general de vida o del nivel cultural de la clase obrera. En la revolución no se alcanza un nivel de vida material como etapa permanente de bienestar.


Llena de contradicciones y contrastes trae simultáneamente sorprendentes victorias económicas y los más brutales actos de venganza de parte de los capitalistas; hoy la jornada de ocho horas y mañana los lock-outs masivos y el hambre para millones de personas.


La consecuencia más preciosa, por lo permanente, de este rápido flujo y reflujo de la marea es su sedimento mental: el crecimiento intelectual y cultural del proletariado, que avanza a saltos, y que ofrece una inviolable garantía de su irresistible progreso en la lucha económica y política. Y no sólo eso. Incluso las relaciones del trabajador con su patrón se han dado vuelta; desde la huelga general de enero “y las huelgas de 1905 que la siguieron, el principio del capitalista “señor de su casa” fue abolido de facto. En las fábricas más grandes de todos los centros industriales importantes se estableció, como cosa natural, el comité obrero, el único con el que negocia el patrón y el que decide en todos los conflictos.


Y finalmente otra cosa: las huelgas aparentemente “caóticas” y la acción revolucionaria “desorganizada” posterior a la huelga general de enero se están convirtiendo en el punto de partida de un febril trabajo de organización. La señora Historia, allá lejos, se mofa sonriente de los fantoches burocráticos que vigilan celosamente el destino de los sindicatos alemanes. Las firmes organizaciones que, según su hipótesis, para que estallara una eventual huelga de masas en Alemania deberían estar fortificadas como inexpugnables ciudadelas, en Rusia, por el contrario, nacieron de la huelga de masas. Y mientras los guardianes de los sindicato; alemanes temen por sobre todo que el huracán revolucionario haga caer las organizaciones haciéndolas pedazos, como si fueran una rara porcelana, los revolucionarios rusos nos muestran un cuadro exactamente opuesto; del huracán y la tormenta, del fuego y la hoguera de la huelga de masas y de la lucha callejera, surgen, como Venus de las olas, sindicatos frescos, jóvenes, poderosos, vigorosos.

Otra vez un pequeño ejemplo, que sin embargo es típico de todo el imperio. En el segundo congreso de los sindicatos rusos, que tuvo lugar a fines de febrero de 1906 en San Petersburgo, el representante de los sindicatos petersburgueses, en su informe sobre el desarrollo de las organizaciones sindicales en la capital zarista decía:

“El 22 de enero de 1905, que barrió con el sindicato de Capón, fue un momento decisivo. La experiencia enseñó a gran cantidad de obreros a valorar y comprender la importancia de la organización, y que sólo ellos pueden crear estas organizaciones. El primer sindicato -el de los tipógrafos- se creó directamente relacionado con el movimiento de enero. La comisión designada para fijar las cotizaciones elaboró los estatutos y el 19 de julio el sindicato comenzó su existencia. También por esta época nació el sindicato de empleados de oficina y tenedores de libros.


“Además de estas organizaciones, que funcionaban casi abiertamente, surgieron entre enero y octubre de 1905 sindicatos semilegales y legales. Entre los primeros estaba, por ejemplo, el sindicato de asistentes de laboratorio y empleados de comercio. Entre los sindicatos ilegales se debe prestar especial atención al de relojeros, que celebró su primera sesión secreta el 24 de abril. Todos los intentos por celebrar un mitin público chocaron con la obstinada resistencia de la policía y de los patrones, agremiados en la Cámara de Comercio. Este hecho desafortunado no impidió la existencia del sindicato. Sus afiliados se reunieron secretamente el 9 de junio y el 14 de agosto, además de las sesiones que celebró el ejecutivo sindical. El sindicato de sastres y modistas se fundó en 1905 en un mitin que se realizó en un bosque al que asistieron sesenta sastres. Luego de discutirse la formación del sindicato se designó una comisión a la que se le encargó la tarea de redactar los estatutos. Fracasaron todos los intentos de la comisión de conseguir la legalidad para el sindicato. Su actividad se limitó a la agitación y al reclutamiento de nuevos miembros en los talleres aislados. Similar destino le estaba reservado al sindicato de zapateros. En julio se realizó una reunión nocturna secreta en un bosque cerca de la ciudad. Concurrieron alrededor de cien zapateros; se leyó un informe sobre la importancia del sindicalismo, su historia en Europa Occidental y sus tareas en Rusia. Se decidió entonces formar un sindicato; se designó una comisión de doce personas para redactar los estatutos y convocar una asamblea general de zapateros. Los estatutos se redactaron, pero hasta ahora no fue posible imprimirlos ni se llamó a asamblea general.”


Así fueron los primeros y difíciles comienzos. Luego vinieron las jornadas de octubre, la segunda huelga general, el manifiesto del zar del 30 de octubre y el breve “periodo constitucional”. Los obreros se zambulleron con ardiente celo en la corriente de las libertades políticas con el fin de utilizarlas para el trabajo organizativo. Además de las reuniones políticas diarias, los debates y la formación de clubes, tomaron inmediatamente la tarea de impulsar el sindicalismo. En octubre y noviembre aparecieron cuarenta sindicatos nuevos en San Petersburgo. Se estableció un “buró central”, es decir, un consejo sindical, aparecieron varios periódicos sindicales y desde noviembre se publica un órgano central, El Sindicato.


Lo que informamos sobre Petersburgo es válido también para Moscú y Odesa, Kiev y Nicolaev, Saratov y Voronez, Samara y Nizni Novgorod y para todas las ciudades grandes de Rusia, y más aun para Polonia. Los sindicatos de las distintas ciudades tratan de mantenerse en contacto y se celebran congresos. El fin del “periodo constitucional” y el retorno a la reacción en diciembre de 1905 pusieron punto final por el momento a la actividad abierta de los sindicatos pero no la apagaron del todo. Funcionan como organizaciones secretas y ocasionalmente llevan a cabo luchas salariales abiertas. Se está imponiendo una peculiar combinación de legalidad e ilegalidad en la vida sindical, que se corresponde con la situación revolucionaria sumamente contradictoria.


En medio de la lucha el trabajo organizativo se extiende cada vez más, a fondo y hasta con cierta pedantería. Los sindicatos del Partido Social Demócrata de Polonia y Lituania, por ejemplo, que en el último congreso (1906) contaban con cinco delegados que representaban a diez mil miembros, cuentan con los acostumbrados estatutos, carnets impresos de afiliados, declaraciones de adhesión, etcétera. Y los mismos panaderos y zapateros, ingenieros y tipógrafos de Varsovia y Lodz, que en junio de 1905 estaban en las barricadas y en diciembre sólo esperaban la señal de Petersburgo para lanzarse a la lucha callejera, encuentran tiempo y entusiasmo, entre una y otra huelga de masas, entre la cárcel y el lock-out, bajo el estado de sitio, para elaborar sus estatutos sindicales y discutirlos acaloradamente. Estos luchadores de las barricadas de ayer y de mañana más de una vez recriminaron severamente a sus dirigentes amenazándolos con irse del partido por no haber impreso aquellos las desgraciadas listas de afiliados sindicales con suficiente rapidez (en imprentas secretas y bajo una incesante persecución policial). Hasta hoy continúan este celo y entusiasmo. Por ejemplo, en las dos primeras semanas de julio de 1906 aparecieron quince sindicatos nuevos en Ekaterinoslav, seis en Kostroma, varios en Kiev, Poltava, Smolensk, Cherkasi, Proskurvo, hasta en las más insignificantes poblaciones de provincia.


En la sesión del 4 de junio de este año el consejo sindical de Moscú, después de la aceptación de los informes individuales de los delegados sindicales, se decidió “que los sindicatos deben disciplinar a sus miembros y abstenerse de participar de reyertas callejeras porque no se considera que sea momento oportuno para la huelga de masas. Ante una posible provocación del gobierno, debemos tener cuidado de que las masas no se vuelquen a las calles.” Finalmente, el consejo decidió que si en algún momento un sindicato salía a la huelga los otros tenían que abstenerse de cualquier lucha salarial. En la actualidad la mayor parte de las luchas económicas están dirigidas por los sindicatos.


Vemos así que la gran lucha económica que siguió a la huelga general de enero y que no se ha detenido hasta la actualidad constituyó un amplio trasfondo revolucionario. De allí, en una recíproca e incesante acción con la agitación política y los acontecimientos exteriores de la revolución, surgen aquí y allá nuevas expresiones aisladas y nuevas acciones generales del proletariado. Se destacan contra este trasfondo los siguientes acontecimientos, uno después de otro; en las manifestaciones del Primero de Mayo hubo en Varsovia una huelga general total que terminó en un sangriento encuentro entre la multitud indefensa y los soldados. En junio, un acto masivo en Lodz que fue dispersado por los soldados llevó a una manifestación de cien mil trabajadores en el funeral de algunas de las víctimas de la soldadesca brutal y a un nuevo enfrentamiento con los militares; finalmente, el 23, 24 y 25 de junio se llevó a cabo la primera lucha de barricadas del imperio zarista. También en junio estalló la primera gran revuelta de los marinos de la flota del Mar Negro, en el puerto de Odesa, a partir de un incidente trivial a bordo del acorazado Potemkin, que provocó inmediatamente una violenta huelga de masas en Odesa y Nikolaev. La siguieron como un eco lejano la huelga de masas y las revueltas de los marineros de Kronstadt, Libau y Vladivostok.


En el mes de octubre se realizó el grandioso experimento de San Petersburgo con la introducción de la jornada de ocho horas. El consejo general de delegados obreros decidió conquistar la jornada de ocho horas de manera revolucionaria. En el día señalado todos los obreros de Petersburgo debían informar a sus patrones que no querían trabajar más de ocho horas diarias y abandonar los lugares de trabajo transcurrido ese lapso. La idea causó gran agitación, los obreros la aceptaron y aplicaron con entusiasmo, pero no se pudieron evitar grandes sacrificios. Por ejemplo, la jornada de ocho horas significaba una enorme disminución en el salario de los textiles, que hasta entonces habían trabajado once horas y a destajo. Sin embargo, lo aceptaron voluntariamente. En una semana se había impuesto la jornada de ocho horas en todas las fábricas y talleres de Petersburgo; la alegría de los trabajadores no tenía límites. Pronto, sin embargo, los estupefactos patrones prepararon su defensa; amenazaron en todas partes con cerrar las fábricas. Algunos trabajadores aceptaron negociar y obtuvieron en determinados lugares la jornada de diez horas y en otros la de nueve. La élite del proletariado de Petersburgo, los obreros de los grandes talleres mecánicos estatales, permaneció firme; el lock-out dejó en la calle durante un mes entre cuarenta y cinco a cincuenta mil hombres. El movimiento por la jornada de ocho horas llevó a la huelga general de diciembre, preparada en gran medida por el lock-out.


Mientras tanto, la segunda formidable huelga general de todo el imperio se lanza en octubre como respuesta a la Duma de Buligin,70 huelga que fue iniciada por los ferroviarios. Esta segunda gran acción del proletariado ya tiene un carácter esencialmente distinto de la de enero. El elemento “conciencia política” juega ahora un rol mucho mayor. Aquí también, la razón inmediata del estallido de la huelga de masas fue secundaria y aparentemente

70 La Duma de Buligin: fue un cuerpo parlamentario puramente consultivo creado en Rusia bajo la presión de la revolución de 1905. Electa por un sufragio muy restringido, el zar se reservaba el derecho de convocarla o disolverla a voluntad. La convocó el Ministro del Interior designado en febrero de ese año, Buligin (1851- 1906).

accidental; el conflicto de los ferroviarios con la administración por los fondos para pensiones. Pero el levantamiento general del proletariado industrial que lo siguió fue llevado adelante con ideas políticas claras. El preludio de la huelga de enero fue una procesión pidiéndole al zar mayores libertades políticas; la consigna de la huelga de octubre era “¡Terminemos con la comedia constitucional del zarismo!”


Y gracias al inmediato éxito de la huelga general, al manifiesto del zar del 30 de octubre, el movimiento no se repliega en sí mismo sino que se expande en la ansiosa actividad de la libertad política recientemente adquirida. Manifestaciones, reuniones, una prensa nueva, discusiones públicas y masacres sangrientas al final de la historia, y luego nuevas huelgas de masas y manifestaciones; éste es el tormentoso cuadro de los días de noviembre y diciembre. En noviembre, a instancias de los socialdemócratas de Petersburgo, la primera huelga de masas de protesta surge a partir de una manifestación contra los sangrientos hechos y el establecimiento del estado de sitio en Polonia y Livonia.


El fermento del breve periodo constitucional y el despertar brutal finalmente conduce en diciembre al estallido de la tercera huelga general en todo el imperio. Esta vez su curso y sus resultados son totalmente diferentes de los de los dos casos anteriores. La acción política no se transforma en económica como en enero pero tampoco logra una rápida victoria como en octubre. La camarilla zarista ya no hizo más intentos de conceder una libertad política real, y entonces la acción revolucionaria, por primera vez en su historia, chocó contra los espesos muros de la violencia física del absolutismo. Por la lógica interna del proceso de asimilación de la experiencia, esta vez la huelga de masas se transforma en insurrección abierta, en barricadas armadas, y en Moscú en lucha callejera. Las jornadas de diciembre en Moscú cierran el primer año de la revolución, y constituyen el punto culminante de la línea ascendente de la acción política y el movimiento de huelgas de masas.


Los acontecimientos de Moscú muestran un cuadro típico del desarrollo lógico y a la vez del futuro del movimiento revolucionario de conjunto: su culminación inevitable en una insurrección general abierta, que tampoco puede darse de otra forma que a través del entrenamiento en una serie de insurrecciones parciales preparatorias, que momentáneamente acabarán en “derrotas” parciales que, consideradas aisladamente, pueden parecer “prematuras”.



El año 1906 trae consigo las elecciones y los incidentes en la Duma. El proletariado, por su poderoso instinto revolucionario y su claro conocimiento de la situación, boicotea la farsa constitucional zarista y el liberalismo ocupa durante algunos meses el centro de la escena. Parece que se hubiera vuelto a la situación de 1904, cuando se pronunciaban discursos en lugar de actuar, y el proletariado, durante un tiempo, se retira en las sombras para dedicarse con esmero a la lucha sindical y al trabajo organizativo. Ya no se habla de huelga de masas, mientras se disparan día tras día los fuegos de artificio de la retórica liberal. Por fin se arranca la cortina que parecía de hierro, se dispersan los actores y de los artificios liberales ya no queda más que el humo y el vapor. El intento del Comité Central de la socialdemocracia rusa de impulsar una huelga de masas como demostración de fuerzas ante la Duma y la reapertura del periodo del discurseo liberal cae totalmente en el vacío. Quedó agotado el rol de la huelga de masas puramente política pero al mismo tiempo no se realizó la transición de la huelga de masas al levantamiento popular general. El episodio liberal ya pertenece al pasado; el episodio proletario todavía no comenzó. Por el momento el escenario está vacío.


4. Relación entre la lucha política y la económica


Hasta aquí hemos tratado de esbozar en unos pocos trazos la historia de la huelga de masas en Rusia. Aunque sólo echemos una mirada a vuelo de pájaro sobre esta historia, nos encontramos con un panorama que no concuerda en nada con el que surge frecuentemente de las discusiones en Alemania sobre la huelga de masas. En vez del esquema rígido y hueco de una árida acción política llevada a cabo por decisión de los organismos superiores, encajada en un plan y una perspectiva determinados, nos encontramos con el latido de un cuerpo vivo, de carne y sangre, que no puede ser arrancado del gran marco de la revolución porque está conectado con todas sus partes por miles de vasos comunicantes.


La huelga de masas, como nos lo demuestra la Revolución Rusa, es un fenómeno tan variable que refleja todas las fases de la lucha política y económica, todas las etapas y factores que intervienen en la revolución. Su adaptabilidad, su eficiencia, los factores que la originan, cambian constantemente. Súbitamente, cuando la revolución parece haber llegado a un estrecho callejón sin salida sobre el cual resulta imposible hacer ningún tipo de cálculo con alguna seguridad, le abre nuevas y amplias perspectivas. Ora cae como una gran catarata sobre todo el reino, ora se divide en una gigantesca red de angostos arroyuelos; ora brota del suelo como un fresco manantial o se pierde completamente como un río subterráneo. Las huelgas políticas y las económicas, las huelgas de masas y las parciales, las huelgas de protesta y las de lucha, las huelgas generales de determinadas ramas de la industria y las huelgas generales en determinadas ciudades, las pacíficas luchas salariales y las masacres callejeras, las peleas en las barricadas; todas se entrecruzan, corren paralelas, se encuentran, se interpenetran y se superponen; es una cambiante marea de fenómenos en incesante movimiento. Y la ley que rige el movimiento de estos fenómenos es clara: no reside en la huelga de masas misma ni en sus detalles técnicos sino en las proporciones políticas y sociales de las fuerzas de la revolución.

La huelga de masas es simplemente la forma de la lucha revolucionaria. Todo desnivel en las relaciones de las fuerzas en lucha, en el desarrollo de los partidos y en las divisiones de clase, en la posición de la contrarrevolución, inmediatamente influye sobre la actividad de la huelga de mil maneras invisibles y apenas controlables. Pero la acción misma de la huelga no se detiene un solo minuto. Solamente altera sus formas, sus dimensiones, sus efectos. Es el pulso vivo de la revolución y al mismo tiempo su motor más poderoso. En una palabra, la huelga de masas, como nos lo demuestra la Revolución Rusa, no es un método artesanal descubierto por un razonamiento sutil con el propósito de hacer más efectiva la lucha proletaria, sino el método de movimiento de la masa proletaria, la forma fenoménica de la lucha proletaria en la revolución.

Podemos examinar ahora algunos aspectos generales que nos pueden ayudar a formarnos una idea correcta del problema de la huelga de masas.

1 — Es absurdo pensar la huelga de masas como un acto, una acción aislada. La huelga de masas es en realidad el índice, la idea rectora de todo un periodo de la lucha de clases que dura años, tal vez décadas. Entre las innumerables huelgas de masas, muy variadas, que tuvieron lugar en Rusia durante los últimos cuatro años, pocas se adaptaban al esquema de que la huelga de masas es un movimiento puramente político, que comienza y termina según un plan preparado de antemano, un acto breve y único de una sola variante, y de una variante secundaria: la huelga puramente de protesta. Durante el transcurso de los cinco años vemos que en Rusia se sucedieron unas pocas huelgas de ese género, las que, debemos tenerlo en cuenta, se limitaban generalmente a ciudades aisladas. Así tenemos la huelga general anual del Primero de Mayo en Varsovia y Lodz, ya que en Rusia todavía no se ha extendido en medida considerable su celebración con la abstención de ir a trabajar; la huelga de masas en Varsovia el 11 de setiembre de 1905 en memoria de la ejecución de Martin Kasprzack;71 la de noviembre de 1905 en Petersburgo como demostración de protesta contra la declaración del estado de sitio en Polonia y Livonia; la del 22 de enero de 1906 en Varsovia, Lodz, Czentochon y en la cuenca carbonífera de Dombrowa, al igual que

71 Martin Kasprzack (1860-1905): revolucionario polaco, amigo y mentor de Rosa Luxemburgo. Militó junto al PSD alemán. Pasó la mayor parte de su vida en prisión y murió en la horca.


las celebradas en algunas ciudades rusas en el aniversario del Domingo Sangriento de Petersburgo. Además, en julio de 1906 una huelga general en Tiflis como demostración de solidaridad con los soldados sentenciados por una corte marcial a raíz de la revuelta militar; finalmente, otra por la misma causa en setiembre de 1906, durante las deliberaciones de la corte marcial en Reval. Todas las huelgas de masas, amplias y parciales, ya mencionadas, y las huelgas generales, no fueron huelgas de protesta sino de lucha. Como tales se originaron en su mayor parte espontáneamente, en cada caso a partir de causas accidentales, específicas de cada localidad, sin plan ni intención. Crecieron con fuerza elemental hasta transformarse en grandes movimientos: no comenzaron un “repliegue en orden”, sino que algunas se transformaron en luchas económicas o callejeras y otras se extinguieron.


En este panorama general la huelga de protesta puramente política juega un rol bastante subordinado; son pequeños puntos aislados en medio de una poderosa ola expansiva. Por lo tanto, considerándolo en el aspecto temporal, aparece la siguiente característica: la huelga de protesta que, a diferencia de la de lucha, despliega la mayor proporción de disciplina partidaria, dirección consciente y reflexión política, y en consecuencia puede aparecer como la forma superior y más madura de la huelga de masas, juega en realidad el rol fundamental al comienzo del movimiento. Por ejemplo, el paro total del Primero de Mayo en Varsovia, como primer caso en que una decisión de los socialdemócratas se concreta de manera tan asombrosa, fue una experiencia de gran importancia para el movimiento obrero de Polonia. De la misma manera, la huelga de solidaridad que se realizó en Petersburgo ese mismo año produjo gran impresión por ser la primera experiencia rusa de acción de masas consciente y sistemática. Asimismo, el “ensayo de huelga de masas” de los camaradas de Hamburgo, del 17 de enero de 1906, jugará un rol prominente en la historia de la futura huelga de masas en Alemania puesto que fue el primer intento serio de utilizar el arma tan disputada, y también una prueba muy exitosa y convincente del temperamento luchador y el ánimo de pelea de la clase obrera hamburguesa. Y con toda seguridad, una vez que el periodo de la huelga de masas haya empezado verdaderamente en Alemania, llevará naturalmente a que el Primero de Mayo sea un día de real paro general. La celebración del Primero de Mayo puede llegar a ocupar el sitial de honor como la primera gran demostración bajo la égida de la lucha de masas. En este sentido, el viejo “caballo cojo”, como se llamó a la celebración del Primero de Mayo en el congreso sindical de Colonia, tiene todavía ante sí un gran futuro y un importante rol que jugar en la lucha proletaria de clases en Alemania.


Pero a medida que la lucha revolucionaria se profundiza, la importancia de esas manifestaciones disminuye rápidamente. Son precisamente ésos los factores que objetivamente facilitan la realización de la huelga de protesta de acuerdo a un plan preparado de antemano y a la voz de orden del partido (es decir, el crecimiento de la conciencia política y el entrenamiento del proletariado) los que hacen imposible esta variante de la huelga de masas. Hoy al proletariado ruso, la vanguardia de masas más capacitada, no le interesan las huelgas de masas; los obreros ya no están para bromas, piensan solamente en una lucha seria con todas sus consecuencias. En la primera gran huelga de masas de enero de 1905 el elemento de protesta jugó todavía un rol importante, no por cierto de manera intencional sino más bien instintiva, espontánea. Pero el intento del Comité Central de los socialdemócratas rusos de llamar a una huelga de masas en agosto como protesta por la disolución de la Duma no tuvo eco, entre otras cosas, por el positivo desinterés del proletariado educado en embarcarse en débiles acciones a medias, en simples manifestaciones.


2 — Sin embargo, si tomamos en consideración la variante menos importante de la huelga, la de protesta, en lugar de la huelga de lucha -que hoy constituye en Rusia la forma real de expresión de la acción proletaria- vemos con mayor claridad que es imposible separar los factores económicos de los políticos. Aquí también la realidad se desvía del esquema teórico, y resulta totalmente falso el planteo pedantesco de que la huelga de masas puramente política deriva lógicamente de la huelga general sindical como su etapa superior y más madura, pero al mismo tiempo se diferencia de ella. Esto no se expresa solamente en el hecho de que las huelgas de masas, desde aquella gran huelga salarial de los obreros textiles de Petersburgo en 1896-1897 hasta la última gran huelga de masas de diciembre de 1905, hayan pasado imperceptiblemente del terreno económico al político de manera tal que resulta casi imposible trazar una línea divisoria entre ambos.



Nuevamente, cada una de las grandes huelgas de masas repite, por así decirlo, a pequeña escala la historia completa de la huelga de masas en Rusia y comienza con un conflicto puramente económico, o en todo caso sindical y parcial, y atraviesa todas las etapas hasta la manifestación política. La gran avalancha de huelgas de masas que se descargó sobre el sur de Rusia en 1902 y 1903 comenzó, como ya lo hemos visto, en Bakú por una sanción disciplinaria impuesta a los desempleados, en Rostov por disputas salariales en los talleres ferroviarios, en Tifus por una lucha de los empleados de comercio por la disminución de las horas de trabajo, en Odesa por una disputa salarial en una sola fábrica pequeña. La huelga de masas de enero de 1905 se desarrolló a partir de un conflicto interno en los establecimientos de Putilov, la huelga de octubre a partir de la lucha de los ferroviarios por un fondo para pensiones, y finalmente la huelga de diciembre a partir de la lucha de los empleados de correos y telégrafos por el derecho de asociación. El progreso del movimiento de conjunto no se expresa en la omisión de la etapa inicial sino mucho más en la rapidez con que se recorren todas las etapas hasta la manifestación política y en el punto hasta el cual llega la huelga.
Pero el movimiento de conjunto no avanza de la lucha económica a la política ni viceversa. Toda gran acción política de masas, después de alcanzar su pináculo político, se multiplica en un montón de luchas económicas. Y eso no sólo se aplica a cada una de las grandes huelgas de masas sino también a la revolución de conjunto. Con la extensión, clarificación y mayor complejidad de la lucha política, la lucha económica no sólo no retrocede sino que se extiende, se organiza v se ve involucrada en igual proporción. Entre ambas se da la más completa acción recíproca.


Cada nueva arremetida y cada nueva victoria de la lucha política se transforman en un poderoso estímulo a la lucha económica, extendiendo al mismo tiempo sus posibilidades externas e intensificando el anhelo interior de los trabajadores por mejorar su posición y su deseo de lucha. Cuando se retira la marea burbujeante de la acción política, deja tras de sí un fructífero depósito en el cual florecen millares de brotes de lucha económica. Y al revés. La situación de los obreros de lucha económica incesante con el capitalismo mantiene viva su energía en todos los interregnos políticos. Constituye, por así decirlo, la permanente fuente de reservas de las clases proletarias, que renueva continuamente la fuerza de la lucha política. Al mismo tiempo conduce, en todas las oportunidades, la infatigable y permanente energía para la lucha económica de los trabajadores, aquí y allá, a agudos conflictos aislados, que detonan la explosión de conflictos políticos a gran escala.


En una palabra: la lucha económica actúa como el transmisor de un centro político a otro; la lucha política es el fertilizante del sucio de la lucha económica. Causa y efecto se intercambian continuamente sus lugares. Por lo tanto, en el periodo de la huelga de masas el factor político y el económico, ya sea ampliamente mezclados, completamente separados o excluyéndose mutuamente (como los quiere el esquema teórico) constituyen simplemente los dos aspectos entrelazados de la lucha proletaria de clases en Rusia. Y su unidad la constituye precisamente la huelga de masas. La sofisticada teoría propone hacer una inteligente y lógica disección de la huelga de masas con el propósito de llegar a la “huelga de masas puramente política”. Esta disección, como cualquier otra, no permitirá percibir el fenómeno en su esencia viva; simplemente lo matará.


3 — Finalmente, los acontecimientos de Rusia nos demuestran que la huelga de masas es inseparable de la revolución. La historia de las huelgas de masas en Rusia es la historia de la Revolución Rusa. Seguramente, cuando los representantes de nuestro oportunismo alemán oyen hablar de “revolución”, piensan inmediatamente en derramamientos de sangre, luchas callejeras y tiroteos. Y extraen una conclusión lógica: la huelga de masas inevitablemente conduce a la revolución, por lo tanto no nos atrevemos a encararla. De hecho, vemos que en Rusia casi todas las huelgas de masas llevan a la larga a enfrentamientos con los guardias armados del régimen zarista; en este aspecto las así llamadas huelgas políticas son exactamente lo mismo que las luchas económicas mayores. La revolución, sin embargo, es algo distinto y algo más que un derramamiento de sangre. A diferencia de la policía, que ve la revolución exclusivamente desde el punto de vista de los disturbios y grescas callejeros, es decir desde el punto de vista del “desorden”, el socialismo científico ve la revolución sobre todo como una completa reversión interna de las relaciones sociales de ciase. Y desde esta perspectiva la conexión entre revolución y huelga de masas en Rusia resulta totalmente distinta a la supuesta por la concepción generalizada de que la huelga de masas siempre termina en un derramamiento de sangre.



Ya hemos visto el mecanismo interno de la huelga de masas en Rusia, que depende de la incesante acción recíproca entre las luchas políticas y las económicas. Pero esta acción recíproca se ve condicionada durante el periodo revolucionario. Sólo en la atmósfera cargada de la etapa revolucionaria cada pequeño conflicto parcial entre el capital y el trabajo puede transformarse en una explosión general. En Alemania ocurren todos los años y todos los días choques violentos y brutales entre obreros y patrones, sin que la lucha traspase los límites de un distrito o una ciudad, o incluso de una fábrica. Es cosa de todos los días la sanción a los obreros organizados como en Petersburgo, el desempleo como en Bakú, las luchas salariales como las de Odesa, las luchas por el derecho de asociación como en Moscú. Sin embargo, ninguno de estos casos cambia súbitamente a una acción de clase mancomunada. Y cuando llegan a ser huelgas de masas aisladas, con una incuestionable coloración política, no provocan una tormenta general. La huelga general de los ferroviarios holandeses, que se extinguió, pese a la calurosa simpatía que despertó, en medio de la pasividad más completa del proletariado del país, constituye una prueba contundente de lo que decimos.




Por el contrario, solamente en el periodo revolucionario, cuando los cimientos y los muros sociales de la sociedad de clases se ven sacudidos y sometidos a un constante proceso de descomposición, cualquier acción política de clase del proletariado puede hacer emerger de su pasividad a sectores enteros de la clase obrera que hasta entonces se mantenían apartados, lo que se expresa inmediata y naturalmente en una tormentosa lucha económica. El obrero, despierto de golpe a la actividad por la corriente eléctrica de la acción política, empuña el arma que tiene más a mano para luchar contra su esclavitud económica. La sacudida violenta de la lucha política le hace sentir con intensidad inesperada el peso y la presión de sus cadenas económicas. Mientras que en Alemania, por ejemplo, las más violentas luchas políticas —la lucha electoral o la parlamentaria sobre las tarifas aduaneras— ejerció una influencia directa apenas perceptible sobre el curso y la intensidad de las luchas salariales que se estaban librando al mismo tiempo en el país, en Rusia toda acción política del proletariado se expresa en la extensión y profundización de la lucha económica.

La revolución crea primero las condiciones sociales que posibilitan este súbito cambio de la lucha económica en política y de la política a la económica, cambio que encuentra su expresión en la huelga de masas. Y si bien el esquema vulgar ve la relación entre huelga de masas y revolución solamente en los sangrientos enfrentamientos callejeros en los que concluyen las huelgas de masas, la observación más profunda de los acontecimientos rusos muestra una relación exactamente opuesta: en realidad la huelga de masas no produce la revolución, sino que la revolución produce la huelga de masas.


Para comprender lo anterior basta con una explicación del problema de la dirección y la iniciativa conscientes en la huelga de masas. Si la huelga de masas no es un acto aislado sino un periodo completo de la lucha de clases, si este periodo es idéntico a un periodo revolucionario, es obvio que la huelga de masas no puede ser provocada a voluntad, aun cuando la decisión provenga del más alto comité del partido socialdemócrata más fuerte. En tanto la socialdemocracia no tiene el poder de imponer o retirar a capricho una revolución, el entusiasmo y la impaciencia más fervientes de las bases socialdemócratas no serán suficientes para hacer surgir un periodo de verdaderas huelgas de masas que sean un movimiento vivo y poderoso del pueblo. La decisión de la dirección y la disciplina partidaria pueden producir una sola manifestación breve, como la huelga de masas en Suecia, o la última en Austria, o incluso la de Hamburgo del 17 de enero. Estas demostraciones, sin embargo, se diferencian de una etapa de huelgas de masas revolucionarias real de la misma manera en que las maniobras en un puerto extranjero en un momento de tirantez en las relaciones diplomáticas se diferencian de una guerra naval. Una huelga de masas surgida del puro entusiasmo y la disciplina jugará, a lo sumo, un rol episódico, será un síntoma del ánimo de lucha de la clase obrera que refleja, sin embargo, las condiciones de un periodo pacífico.


Por supuesto, incluso durante la revolución las huelgas de masas no caen del cielo. Los trabajadores deben provocarlas de una u otra manera. La resolución y decisión de los trabajadores también juegan su parte, y la iniciativa y dirección general recaen naturalmente en el núcleo organizado y más esclarecido del proletariado. Pero los alcances de esta iniciativa y esta dirección se ven limitados, en su mayor parte, a acciones y huelgas aisladas cuando el periodo revolucionario recién comienza, y casi nunca traspasa las fronteras de una ciudad. Así, por ejemplo, como ya lo hemos dicho, los socialdemócratas en algunas ocasiones han tenido éxito en la apelación directa a la huelga de masas en Bakú, Varsovia, Lodz y Petersburgo. Pero el éxito es mucho menos frecuente cuando se trata de movimientos generales de todo el proletariado.

Además, la iniciativa y la dirección conscientes tropiezan con límites muy definidos. Durante la revolución le resulta extremadamente difícil a cualquier organismo dirigente del movimiento proletario calcular y prever las oportunidades y los factores que pueden conducir a una explosión. Aquí también la iniciativa y la dirección no consisten en impartir órdenes según los propios deseos sino en la adecuación más hábil a la situación dada y el contacto lo más estrecho posible con el estado de ánimo de las masas. El elemento espontaneidad, según ya lo hemos visto, juega un gran rol en absolutamente todas las huelgas de masas en Rusia, ya sea como fuerza impulsora o influencia frenadora. Ello no se debe a que la socialdemocracia es todavía joven o débil. En cada acto de la lucha juegan y actúan unos sobre otros tantos importantes factores económicos, políticos y sociales, generales y locales, materiales y síquicos, que ninguna acción, por pequeña que sea, puede ser dispuesta y resuelta como un problema matemático. La revolución, aun cuando el proletariado, con los socialdemócratas a la cabeza, juega en ella el rol dirigente, no es una maniobra que efectúa la clase obrera a campo abierto sino una lucha librada en medio del incesante resquebrajamiento, cambio y derrumbe de los cimientos de la sociedad. En suma, en las huelgas de masas en Rusia el elemento espontáneo no juega un rol preponderante no porque los proletarios rusos “estén poco educados” sino porque las revoluciones no permiten que nadie juegue con ellas al maestro de escuela.


Por otra parte, vemos que en Rusia la misma revolución que les hizo tan difícil a los socialdemócratas tomar la dirección de la huelga de masas, y que de manera tan cómica en distintas oportunidades les daba o les sacaba el bastón de mando, resolvió por su cuenta todas las dificultades de la huelga de masas que según el esquema teórico de la discusión alemana son fundamentalmente patrimonio del “cuerpo directivo”: el “aprovisionamiento”, el “cálculo de los costos” y del “sacrificio”. De más está decir que no los resuelve de la misma manera que lo harían, lápiz en mano, los miembros de los comités dirigentes superiores del movimiento obrero en una tranquila discusión secreta. La “organización” de todas estas cuestiones estriba en la circunstancia de que la revolución pone en escena una multitud tan enorme que cualquier cálculo o reglamentación del costo del movimiento, tal como podría hacerse en un proceso civil, resulta una tarea totalmente imposible de llevar a cabo.


Las organizaciones dirigentes de Rusia tratan de ayudar lo más posible a las víctimas directas de los conflictos. Así, por ejemplo, mantuvieron durante semanas enteras a los valientes obreros perjudicados por el gigantesco lock-out que siguió en San Petersburgo a la campaña por la jornada de ocho horas. Pero todas sus medidas, en el enorme balance de la revolución, son como una gota en el océano. En el momento en que comienza un periodo verdadero, serio, de huelgas de masas, todos estos “cálculos” de “costos” son como querer desagotar el océano con una cuchara. Y toda revolución trae a las masas proletarias un océano verdadero de privaciones y sufrimientos terribles. La solución que un periodo revolucionario aporta a esta dificultad aparentemente invencible consiste en la circunstancia de que se libera tan inmensa cantidad de idealismo en las masas que éstas se vuelven insensibles a los sufrimientos más amargos. Ni la revolución ni la huelga de masas pueden hacerse con la mentalidad del sindicalista que no faltará al trabajo el Primero de Mayo a menos que le garanticen previamente que en caso de que le suceda algo recibirá una determinada cantidad de ayuda. Pero en la tormenta del periodo revolucionario hasta el proletario se transforma; deja de ser un previsor pater familias para convertirse en un “romántico revolucionario”, para quien hasta el bien supremo, la misma vida, por no decir nada del bienestar material, significa muy poco en comparación con los ideales de la lucha. Pero, si bien la dirección de la huelga de masas en el sentido de decidir su estallido y calcular y aceptar sus costos es una cuestión que atañe al periodo revolucionario mismo, en un sentido totalmente diferente pasa a ser la obligación de la socialdemocracia y sus organismos dirigentes. En vez de romperse la cabeza con el aspecto técnico y los mecanismos de la huelga de masas, los socialdemócratas están llamados a asumir la dirección política de la huelga en el periodo revolucionario.


Proveer de línea y dirección a la lucha; disponer las tácticas a utilizar en cada fase y cada momento de la lucha política de modo tal que toda la fuerza disponible del proletariado, ya soliviantado y activo, encuentre expresión en el plan de batalla del partido; cuidar de que las tácticas que resuelvan aplicar los socialdemócratas sean resueltas e inteligentes y nunca caigan por debajo del nivel exigido por la real relación de fuerzas, sino que lo superen; ésa es la tarea más importante de la organización dirigente en una etapa de huelgas de masas. Esta dirección se va convirtiendo, en cierta medida, en dirección técnica. Una táctica coherente, resuelta, progresiva por parte de los socialdemócratas produce en las masas un sentimiento de seguridad, confianza en sí mismas y deseos de luchar; una láctica vacilante, débil, basada en la subestimación del proletariado paraliza y confunde a las masas. En el primer caso la huelga de masas irrumpe “por sí misma” y “oportunamente” ; en el segundo, resultan estériles todas las convocatorias de los organismos dirigentes. La Revolución Rusa brinda contundentes ejemplos de ambas situaciones.


1.     Lecciones de la movilización obrera rusa aplicables en Alemania

Veamos ahora en qué medida todas estas lecciones que se extraen de las huelgas de masas en Rusia pueden aplicarse a Alemania. Existen grandes diferencias entre las condiciones sociales y políticas, la historia y la situación del movimiento obrero de Alemania y de Rusia. A primera vista puede parecer que las leyes internas que rigen las huelgas masivas rusas, tal como las hemos expuesto más arriba, son producto exclusivo de condiciones específicamente rusas que el proletariado alemán no tiene por qué tener en cuenta. Existe un vínculo interno muy estrecho entre la lucha política y la económica en la Revolución Rusa; su unidad se materializa en la etapa de las huelgas de masas. Pero, ¿no es eso consecuencia del absolutismo ruso? En un estado en que toda forma de expresión del movimiento obrero está prohibida, en que la huelga más simple es un crimen político, toda lucha económica se transforma lógicamente en lucha política.


Más aun cuando, por el contrario, el primer estallido de la revolución política trajo consigo el ajuste general de cuentas de la clase obrera rusa con su patronal; ello se debe asimismo a que el obrero ruso hasta ahora tuvo un nivel de vida muy bajo y jamás libró una lucha económica para mejorar su situación. La primera tarea del proletariado ruso es, en cierta medida, luchar por salir de su situación miserable; ¿qué tiene de extraño que se haya apropiado, con toda las ansias de la juventud, del primer medio que le permitiera alcanzar ese fin, apenas la revolución trajo la primera brisa fresca al enmohecido aire del absolutismo?


Y por último, la explicación del curso tempestuoso y revolucionario de la huelga de masas rusa, al igual que su carácter predominantemente espontáneo, elemental, reside, por un lado, en el atraso político ruso, en la necesidad de derrocar al despotismo oriental y, por otro, en la falta de organización y disciplina del proletariado ruso. En un país en que la clase obrera tiene la experiencia de treinta años de vida política, un poderoso partido socialdemócrata de tres millones de afiliados y un cuarto de millón de combatientes probados, organizados en sindicatos, ni la lucha política ni la huelga de masas tienen la posibilidad de asumir el mismo carácter tempestuoso y elemental que en un estado semibárbaro que acaba de consumar el salto de la Edad Media al moderno orden burgués. Esta es la concepción en boga entre quienes deducen el grado de madurez de las condiciones sociales de un país leyendo el texto de las leyes escritas.

Escrito: Por Engels en abril de 1875, con adicion de "palabras finales" escritas en enero de 1894.


Examinemos en orden los problemas. Para empezar, es un error enfocar el problema como si la lucha económica rusa recién hubiera comenzado con el estallido de la revolución. En realidad, las huelgas y conflictos salariales han estado siempre, y cada vez lo están más, a la orden del día, en Rusia propiamente dicha, a partir de la década de 1890, y en la Polonia rusa, donde los obreros conquistaron derechos cívicos, a partir de 1880. Pese a que desataban una feroz represión policial, eran un fenómeno cotidiano. Por ejemplo, ya en 1891 tanto en Varsovia como en Lodz había un buen fondo de huelga, y el entusiasmo sindical de aquellos años había creado en Polonia esa ilusión “económica” de corta duración que luego prevalecería en Petrogrado y el resto de Rusia.


Es igualmente errónea la concepción exagerada de que el proletariado tenía, en el imperio zarista de antes de la revolución, el nivel de vida de un mendigo. El sector obrero de la gran industria en las grandes ciudades, que tuvo una participación más activa y combativa tanto en la lucha económica como en la política, posee un nivel material de vida casi tan elevado como su similar alemán; en algunos oficios los salarios rusos son tan elevados como los alemanes y, en determinados casos, más altos aun. En lo que hace a la jornada laboral, la diferencia entre las grandes industrias de ambos países es insignificante. La noción de la supuesta esclavitud material y cultural de la clase obrera rusa tampoco tiene asidero en los hechos. Esta noción se contradice, como lo demuestra un mínimo de reflexión, con el hecho en sí de la revolución y el papel prominente que desempeñó el proletariado en la misma. Con mendigos no se puede llevar a cabo una revolución de tanta madurez política y lucidez de pensamiento, y los obreros industriales de San Petersburgo y Varsovia, Moscú y Odesa, que se encuentran a la cabeza de la lucha, están cultural y mentalmente mucho más cerca del tipo europeo occidental de lo que se imaginan quienes ven en el parlamentarismo burgués y en la actividad sindical metódica la escuela indispensable, inclusive la única, para el aprendizaje del proletariado. El gran desarrollo capitalista moderno de Rusia y la década y media de influencia intelectual de la socialdemocracia, que ha estimulado y dirigido la lucha económica, han llevado a cabo una importante obra cultural sin las garantías externas del orden legal burgués.


El contraste, empero, se vuelve aun menor cuando observamos con cierto detenimiento el real nivel de vida de la clase obrera alemana. Las grandes huelgas políticas de masas en Rusia soliviantaron desde el comienzo a las más amplias capas del proletariado y las arrojaron a una lucha económica febril. Pero, ¿acaso no existen en Alemania sectores obreros no esclarecidos entre los cuales casi no ha penetrado la cálida luz de los sindicatos, capas enteras que hasta el día de hoy no han intentado, o lo intentaron en vano, elevarse de la esclavitud social en la que están sumidos a través de conflictos salariales diarios?


Veamos la pobreza de los mineros. Ya en la tranquila jornada de trabajo, en la fría atmósfera de la monotonía parlamentaria alemana —al igual que en otros países, inclusive en el Eldorado del sindicalismo, en Inglaterra- el conflicto salarial de los obreros de las minas casi nunca se expresa de otra forma que en violentos estallidos esporádicos de huelgas masivas, de carácter elemental, típico. Esto demuestra que el antagonismo entre el capital y el trabajo es demasiado violento y agudo como para permitir su desgaste en luchas sindicales parciales, tranquilas y sistemáticas. La miseria de los mineros, campo minado que aun en las épocas “normales” es un centro de tormenta de la mayor violencia, tiene necesariamente que explotar en una furiosa lucha económica socialista ante cada gran movilización política de masas de la clase obrera, ante cada convulsión violenta que trastorna el equilibrio momentáneo de la vida social cotidiana.


Veamos, además, la pobreza de los obreros textiles. Aquí también, los tremendos estallidos de la lucha salarial, en su mayoría infructuosos, que devastan Vogtland cada tantos años, no dan sino una vaga idea de la violencia con que la gran masa concentrada de los esclavos del capital de los trusts textiles estalla necesariamente durante una convulsión política, durante una poderosa y audaz movilización masiva de los obreros alemanes. Veamos, además, la pobreza de los trabajadores a domicilio, de los obreros del vestido, de los electricistas, verdaderos centros de tormenta en los que es tanto más probable que estallen luchas violentas ante cada trastorno de la atmósfera política alemana cuanto menor sea la frecuencia con que el proletariado alemán salga a la lucha en épocas tranquilas. Y cuanto menos efectiva sea su lucha en cualquier momento, más brutal será la represión con que el capital los obligará a volver, rechinando los dientes, al yugo de la esclavitud.


Ahora, sin embargo, hay que tener en cuenta a enormes sectores del proletariado alemán que en el devenir “normal” de los acontecimientos no tienen posibilidad de participar en una lucha económica pacífica para mejorar su situación, ni gozan del derecho a la agremiación. Empezamos con el ejemplo de la terrible pobreza de los empleados ferroviarios y de correo. Para estos trabajadores estatales imperan condiciones similares a las rusas en el seno del Estado constitucional parlamentario alemán. Hablamos de condiciones rusas previas a la revolución, durante el esplendor inmutable del absolutismo. Ya en la gran huelga de octubre de 1905, los obreros ferroviarios de la Rusia formalmente absolutista se encontraban, en lo que concierne a la libertad económica y política de su movimiento, a una cabeza de distancia de los alemanes. Los empleados ferroviarios y de correo rusos se ganaron en medio de la tormenta el derecho de facto a organizarse y si, por el momento, los juicios y represalias fueron cosa de todos los días, no pudieron afectar la unidad interna de los trabajadores.


Sin embargo, sería un cálculo sicológico totalmente falso suponer, como lo hace la reacción alemana, que la obsecuencia servil de los empleados ferroviarios y de correo alemanes será eterna, que es una roca que nada puede erosionar. Cuando hasta los dirigentes sindicales alemanes se han acostumbrado a las condiciones imperantes hasta el punto de sentarse, con una indiferencia que casi no tiene igual en toda Europa, a contemplar con entera satisfacción los resultados de la lucha sindical alemana, el resentimiento arraigado y reprimido de los esclavos uniformados del Estado encontrará inevitablemente la vía de escape en el alzamiento general de los obreros industriales. Y cuando la vanguardia industrial del proletariado, mediante la huelga de masas, se apropie de nuevos derechos políticos o trate de defender los que ya posee, el gran ejército de los empleados ferroviarios y de correo pensará necesariamente en su propia desgracia particular y se levantará para liberarse de la parte extra de absolutismo ruso que les tocó en suerte en Alemania.


La concepción pedante, que pretende que las grandes movilizaciones populares se desarrollen según planes y recetas, considera que es indispensable, antes de “atreverse a pensar” en una huelga de masas en Alemania, que los obreros ferroviarios logren el derecho a la agremiación. Pero el verdadero curso natural de los acontecimientos es exactamente lo opuesto a dicha concepción: el derecho de agremiación, tanto para los trabajadores postales como para los ferroviarios, sólo puede otorgarlo una poderosa movilización huelguística de masas. Y los problemas que en la realidad actual de Alemania resultan insolubles encontrarán rápida solución bajo la influencia y presión de una movilización política general del proletariado.
Por último, veamos la pobreza mayor y más importante: la pobreza de los trabajadores de la tierra. Es lógico que los sindicatos británicos agrupen exclusivamente a los obreros industriales, en vista del carácter peculiar de la economía británica y la poca importancia de la agricultura en la vida económica de ese país. En Alemania, una central sindical, por bien organizada que esté, si sólo agrupa a los obreros industriales y no es accesible al gran ejército de los trabajadores de la tierra sólo reflejará un cuadro débil y parcial de la situación del proletariado. Pero nuevamente sería una ilusión fatal pensar que la situación del país es inalterable e inmutable, que la infatigable obra educativa de la socialdemocracia y, más aun, toda la política de clase alemana, no socavan continuamente la pasividad exterior de los trabajadores agrícolas, que la primera gran movilización general clasista del proletariado alemán, cualquiera que sea su objetivo, puede no arrastrar al proletariado rural a la lucha.


Del mismo modo, el panorama de la supuesta superioridad económica del proletariado alemán sobre el ruso se altera considerablemente cuando nos alejamos de las estadísticas de las industrias y sectores sindicalizados y echamos una mirada a los grandes sectores del proletariado que están fuera de la lucha sindical o cuya situación económica especial no les permite incorporarse a la guerra de guerrillas cotidiana de los sindicatos. Vemos, uno tras otro, sectores importantes en los que la agudización de los antagonismos ha llegado al punto culminante, en los que hay abundancia de material explosivo acumulado, que padecen mucho de “absolutismo ruso” en su forma más cruda, que tienen que hacer las primeras rendiciones de cuentas económicas con el capital.


Una huelga general política masiva del proletariado, entonces, le presentará todas estas cuentas pendientes al sistema imperante. Una movilización del proletariado urbano artificialmente preparada, que ocurra de una sola vez, una mera huelga de masas hecha por disciplina y dirigida por la batuta de un dirigente del comité ejecutivo del partido, dejará a las amplias masas populares frías e indiferentes. Pero una movilización combativa, poderosa y audaz del proletariado industrial, surgida de una situación revolucionaria, seguramente actuará sobre los sectores más sumergidos y en definitiva atraerá a la lucha económica general a quienes en épocas normales se abstienen de participar en la lucha sindical.


Pero, por otra parte, cuando nos volvemos hacia la vanguardia organizada del proletariado industrial alemán teniendo en vista los objetivos de la lucha económica por los que combatió la clase obrera rusa, de ninguna manera nos encontramos con una tendencia a despreciar las movilizaciones de la juventud, como lo hacen, y con razón, los sindicatos alemanes más antiguos. Así, la consigna más importante de las huelgas rusas desde el 22 de enero —la jornada de ocho horas- no es, por cierto, un objetivo inalcanzable para el proletariado alemán. Antes bien, en la mayoría de los casos, es un ideal hermoso y remoto.


Esto es válido también para la lucha por el programa del “dueño de casa”, por la creación de comités obreros en todas las fábricas, por la abolición del trabajo a destajo y del trabajo a domicilio en las ramas artesanales, por el cumplimiento pleno del descanso dominical y por el reconocimiento del derecho de agremiación. Sí; visto más de cerca, todos los objetivos económicos de la lucha del proletariado ruso son muy reales para los obreros alemanes, y ponen el dedo en una llaga muy sensible para ellos.


La consecuencia que inevitablemente se deduce de esto es que la utilización preferente de la huelga de masas puramente política constituye un plan teórico carente de vida. Si las huelgas de masas provocan, de manera natural y en base a un fermento revolucionario, la lucha política de los obreros urbanos, se trasformarán, con la misma naturalidad con que ocurrió en Rusia, en todo un periodo de tempestuosos conflictos económicos elementales. Por tanto, los temores de los dirigentes sindicales de que la lucha por los intereses económicos en un periodo de grandes conflictos políticos, en un periodo de huelgas de masas, puedan dejarse de lado, se basan en una concepción del curso de los acontecimientos totalmente insensata y escolástica. Un periodo revolucionario en Alemania alteraría tanto el carácter de la lucha sindical y desarrollaría su potencial hasta tal punto que, en comparación con ella, la actual guerra de guerrillas que libran los sindicatos sería cosa de niños. Y por otra parte esta tempestad económica elemental de huelgas de masas daría nuevos ímpetus y fuerza a la lucha política. La acción recíproca de la lucha económica y la política, principal motor de las huelgas contemporáneas en Rusia y, al mismo tiempo, mecanismo regulador, por así decirlo, de la movilización revolucionaria del proletariado, también surgiría en Alemania, con toda naturalidad, de la propia situación.

6. La colaboración de los obreros organizados y desorganizados es necesaria para la victoria

Ligado a esto, el problema de la organización en relación con el de la huelga de masas en Alemania presenta un aspecto esencialmente distinto.


La actitud de muchos dirigentes sindicales al respecto se resume en la siguiente afirmación: ‘Todavía no contamos con fuerzas suficientes como para arriesgarnos a una prueba tan dura como la huelga de masas”. Esta posición es insostenible, en la medida en que no se puede determinar de manera pacífica, “cuantitativa”, cuando el proletariado con “fuerza suficientes” como para luchar. Hace treinta años los sindicatos alemanes tenían cincuenta mil afiliados. No podía ni pensarse, obviamente, en una huelga de masas a gran escala. Quince años más tarde, los sindicatos habían cuadruplicado sus fuerzas y contaban con doscientos treinta y siete mil afiliados. Si en ese momento se les hubiera preguntado a los dirigentes sindicales de hoy en día si la organización proletaria ya estaba lo suficientemente madura como para una huelga de masas, seguramente hubiesen respondido que faltaba mucho, que antes sería necesario que los afiliados a los sindicatos se contaran de a millones.


Hoy el número de sindicalistas supera los dos millones, pero la posición de los dirigentes sigue siendo la misma, y bien puede seguir siéndolo hasta el fin. Su posición implícita es que toda la clase obrera de Alemania, hasta el último hombre y la última mujer, debe afiliarse al sindicato antes de que éste cuente con “fuerzas suficientes” como para arriesgarse en una movilización de masas, que en tal caso, siempre de acuerdo con la vieja fórmula, sería calificada de “superflua”. Esta teoría es, de todas maneras, totalmente utópica, por la simple razón de que adolece de una contradicción interna que la hace girar en un círculo vicioso. Antes de salir a la lucha los obreros deben organizarse. Las circunstancias y condiciones del desarrollo capitalista y el Estado burgués imposibilitan la organización de ciertos sectores —los más numerosos, importantes, bajos y oprimidos por el capital y el Estado- si no median grandes luchas de clases. Hasta en Inglaterra, que ha pasado por todo un siglo de actividad sindical infatigable sin “alborotos” -salvo al comienzo en el periodo del movimiento cartista- sin errores ni tentaciones “románticas revolucionarias”, ha sido imposible ir más allá de la organización de una minoría bien remunerada del proletariado.


Por otra parte, los sindicatos, como cualquier otra organización de lucha del proletariado, no pueden subsistir en forma permanente si no es a través de la lucha. Y no hablamos de luchas como las que se dan entre las ranas y los ratones en la charca del periodo parlamentario burgués, sino de la lucha en los periodos revolucionarios de la huelga de masas. La concepción rígida, mecánico-burocrática, sólo puede concebir la lucha como producto de una organización que cuenta con cierto nivel de fuerza. Por el contrario, para la explicación viva, dialéctica, la organización surge como resultado de la lucha. Ya hemos visto un grandioso ejemplo de ese fenómeno en Rusia, donde un proletariado casi totalmente desorganizado creó una red global de apéndices organizativos en un año y medio de lucha revolucionaria tempestuosa.


Tenemos otro ejemplo en la historia de los sindicatos alemanes. En 1878 los sindicatos contaban con cincuenta mil afiliados. Según la teoría de los actuales dirigentes sindicales, tal como la expusimos más arriba, esta organización no contaba con “fuerzas suficientes” como para embarcarse en una lucha política violenta. Sin embargo, los sindicatos alemanes, por débiles que fuesen en ese momento, salieron a la lucha contra la ley antisocialista y demostraron que sí poseían “fuerza suficiente”, no sólo para triunfar sino para quintuplicar su peso: en 1891, derogada la ley antisocialista, el número de afiliados ascendía a 277.659. Es cierto que los métodos que emplearon los sindicatos para salir triunfantes de la lucha contra la ley antisocialista no corresponden al ideal de un proceso pacífico, minucioso e ininterrumpido: entraron en ruinas a la lucha, para surgir en la oleada siguiente y resucitar. Pero éste es precisamente el método específico que corresponde al desarrollo de las organizaciones de clase del proletariado: probarse en la lucha y emerger de ella con fuerzas redobladas.


Si examinamos más de cerca la situación de Alemania y de los distintos sectores de la clase obrera, resultará claro que el próximo periodo de grandes luchas políticas de masas no provocará la tan temida destrucción de los sindicatos alemanes sino que, por el contrario, se les abrirán perspectivas insospechadas para extender su esfera de poder; y esta extensión avanzará a pasos agigantados. Pero la cuestión presenta también otro aspecto. El plan de realizar huelgas de masas como seria movilización política de la clase contando únicamente con los obreros organizados no tiene esperanzas de triunfar. Para triunfar, la huelga y la lucha de masas primero deben convertirse en un verdadero movimiento popular, es decir, hay que llevar a la lucha a grandes sectores del proletariado. En su forma parlamentaria, el poder de la lucha proletaria de clases no reside en el pequeño grupo organizado sino en el proletariado con mentalidad revolucionaria que lo rodea. Si los socialdemócratas entran en la lid electoral contando únicamente con sus pocos cientos de miles de afiliados se condenarían al fracaso. Y aunque la socialdemocracia tiende en todas partes a hacer ingresar al partido el gran ejército de sus votantes, la masa de votantes, después de treinta años de experiencia con la socialdemocracia, no aumenta porque la organización partidaria crezca. Por el contrario, los nuevos sectores proletarios, ganados momentáneamente en la lucha electoral, constituyen terreno fértil para la semilla de la organización. Aquí la organización no provee tropas para la lucha sino que la lucha le provee efectivos a la organización.


Esto se aplica en un grado mucho mayor, obviamente, a la movilización política directa de masas que a la lucha parlamentaria. Si los socialdemócratas, en tanto que núcleo organizado de la clase obrera, son la vanguardia más importante del conjunto de los obreros, y si la claridad política, la fuerza y la unidad del movimiento obrero surgen de dicha organización, no se puede concebir la movilización de clase del proletariado como movilización de la minoría organizada. Toda lucha de clases verdaderamente grande debe basarse en el apoyo y la colaboración de las más amplias masas. Una estrategia para la lucha de clases que no cuente con ese apoyo, que se base en una marcha puesta en escena por el pequeño sector bien entrenado del proletariado, está destinada a terminar en un miserable fracaso.


Por tanto, las huelgas y luchas políticas de masas no pueden ser realizadas en Alemania solamente por los obreros organizados, ni tampoco se las puede dirigir mediante “directivas” emanadas del Comité Central de un partido. En este caso, nuevamente —tal como ocurrió en Rusia- no dependen tanto de la “disciplina” y el “entrenamiento” ni de la evaluación exacta de apoyo y costo calculados a priori, sino de una verdadera movilización de clase revolucionaria y audaz, capaz de ganar para la lucha a los más amplios sectores de los obreros desorganizados, de acuerdo con su estado de ánimo y su situación.


La sobreestimación y la falsa estimación del papel de las organizaciones en la lucha de clases del proletariado generalmente se ve reforzada por la subestimación de la masa proletaria desorganizada y su grado de madurez política. En un periodo revolucionario, en medio de la tormenta de las luchas de clases, todo el efecto educativo del veloz desarrollo del capitalismo y de la influencia de la socialdemocracia se revela antes que nada en los amplios sectores populares que, en momentos de paz, casi ni figuran en las estadísticas de organizaciones y elecciones.


Rusia nos demostró que en dos años puede estallar una gran movilización general del proletariado a partir del menor conflicto parcial de los obreros contra los patrones, del más insignificante acto de brutalidad de los organismos gubernamentales. Desde luego, todos lo ven y lo creen porque en Rusia está “la revolución”. Pero, ¿qué significa eso? Significa que el sentimiento de clase, el instinto de clase del proletariado ruso es activo y vital, de modo que ve en cada problema parcial de un grupo pequeño de obreros un problema general, un asunto que concierne a la clase, y reacciona con la rapidez del rayo en forma unificada. Cuando en Alemania, Francia, Italia y Holanda los conflictos sindicales más violentos apenas si provocan una movilización generalizada de la clase —y en esos casos sólo se moviliza el sector organizado— en Rusia el conflicto más pequeño desata una tormenta. Eso sólo significa que, por paradójico que parezca, el instinto de clase del proletariado más joven, menos entrenado, menos educado y todavía menos organizado de Rusia es muchísimo más fuerte que el de la clase obrera organizada, entrenada y esclarecida de Alemania o de cualquier otro país de Europa Occidental. Y no hay que considerar esto una virtud específica del “Oriente joven y enérgico” en contraposición al “Occidente torpe”, sino simplemente el resultado de la movilización masiva revolucionaria directa.


En el caso del obrero alemán esclarecido la conciencia de clase creada por la socialdemocracia es teórica y latente: en la etapa dominada por el parlamentarismo burgués no puede, en general, participar activamente en una movilización de masas; es la suma ideal de las cuatrocientas acciones paralelas de las circunscripciones durante la lucha electoral, de muchas huelgas económicas parciales, etcétera. En la revolución, cuando las masas irrumpen en el campo de batalla político, esta conciencia de clase se vuelve práctica y activa. Por ello, un año de revolución le ha dado al proletariado ruso el “entrenamiento” que treinta años de lucha parlamentaria y sindical no le pudieron dar al proletariado alemán. Desde luego que este sentimiento de clase vivo, activo, del proletariado, disminuirá considerablemente en su intensidad o, más bien, pasará a una situación oculta y latente, cuando culmine el periodo revolucionario y se erija el Estado constitucional burgués parlamentario.


Y, asimismo, en una etapa de grandes luchas políticas, el sentimiento revolucionario de clase afectará a las capas más amplias y profundas del proletariado alemán. Y este proceso será tanto más rápido y profundo cuanto más enérgico sea el trabajo educativo que realice la socialdemocracia. Este trabajo de educación y el efecto provocativo y agitador de toda la política alemana actual se revelará cuando todos aquellos grupos que en la actualidad hacen gala de una aparente estupidez política y permanecen insensibles a los intentos organizativos de la socialdemocracia y los sindicatos se coloquen repentinamente bajo la bandera socialdemócrata, en un periodo verdaderamente revolucionario. Seis meses de etapa revolucionaria completarán la educación de esas masas desorganizadas, que no pudo llevarse a cabo en diez años de manifestaciones públicas y distribución de panfletos. Y cuando la situación alemana haya alcanzado ese momento crítico, los sectores que hoy están desorganizados y atrasados resultarán los más radicales e impetuosos en la lucha, y no habrá necesidad de arrastrarlos. Si estallan las huelgas de masas en Alemania, con toda seguridad que no serán los trabajadores mejor organizados —no serán los tipógrafos, por cierto— quienes demostrarán la mayor capacidad para la acción, sino los peor organizados o los totalmente desorganizados: los mineros, los textiles, acaso los trabajadores rurales.


De esta manera, llegamos para Alemania a las mismas conclusiones que en nuestro análisis de los acontecimientos de Rusia, en lo que concierne a las tareas de dirección, al papel de la socialdemocracia en las huelgas de masas. Abandonemos el esquema pedante de las huelgas de protesta provocadas artificialmente por orden de partidos y sindicatos y volvámonos hacia el cuadro vivo de las movilizaciones populares, que estallan con gran energía al exacerbarse los antagonismos de clase y la situación política, movilizaciones que se convierten política y económicamente en luchas y huelgas de masas. Resultará obvio entonces que la tarea de la socialdemocracia no consiste en preparar y dirigir técnicamente las huelgas de masas sino, primero y principal, en dirigir políticamente la movilización en su conjunto.


Los socialdemócratas constituyen la vanguardia más esclarecida y consciente del proletariado. No pueden ni atreverse a esperar de manera fatalista, con los brazos cruzados, el advenimiento de la “situación revolucionaria”, aquello que, en toda movilización popular espontánea, cae de las nubes. Por el contrario; ahora, al igual que siempre, deben acelerar el desarrollo de los acontecimientos. Esto no puede hacerse, empero, levantando repentinamente la “consigna” de huelga de masas al azar y en cualquier momento sino, ante todo, propagandizando ante las capas más amplias del proletariado el advenimiento inevitable del periodo revolucionario, los factores sociales internos que lo provocan y las consecuencias políticas del mismo. Si se gana a los sectores más extensos del proletariado para una movilización política masiva de la socialdemocracia; si, a la inversa, los socialdemócratas asumen y conservan la verdadera dirección de la movilización de masas; si se convierten, en un sentido político, en dirigentes de todo el movimiento, deben, con toda claridad, consecuencia y firmeza, informar al proletariado alemán de sus tácticas y objetivos para la próxima etapa de lucha.


1.     El papel de la huelga de masas en la revolución

Hemos visto que la huelga de masas rusa no es el producto artificial de alguna táctica premeditada de los socialdemócratas. Es un fenómeno histórico natural que se apoya en la actual revolución. Ahora bien, ¿cuáles son las causas entonces que han hecho surgir en Rusia esta nueva forma fenoménica de la revolución?


La próxima tarea de la Revolución Rusa será la abolición del absolutismo y la creación de un Estado moderno, parlamentario burgués, constitucional. Formalmente, es la misma tarea que plantearon la Revolución de Marzo en Alemania y la Gran Revolución Francesa de fines del siglo XVIII. Pero las condiciones y el medio histórico en que se dieron esas revoluciones formalmente análogas a la rusa son fundamentalmente distintas de las que imperan actualmente en Rusia. La diferencia fundamental deriva de que en el lapso que media entre aquellas revoluciones burguesas de Occidente y la actual revolución burguesa de Oriente se cumplió el ciclo del desarrollo capitalista. Y este proceso no afectó solamente a los países de Europa Occidental sino también a la Rusia absolutista.


La gran industria, con todas sus consecuencias: las modernas divisiones de clase, los agudos contrastes sociales, la vida actual en las grandes ciudades y el proletariado contemporáneo, se ha vuelto en Rusia la forma predominante, es decir decisiva, en el proceso social de la producción.


Esta situación histórica tan notable y contradictoria es fruto de que la revolución burguesa, de acuerdo con sus tareas formales, será realizada en primer término por un proletariado con conciencia de clase en un medio internacional caracterizado por la decadencia de la democracia burguesa. A diferencia de lo que sucedió en las primeras revoluciones occidentales, la burguesía no es ahora el principal elemento revolucionario mientras que el proletariado, desorganizado y disuelto en la pequeña burguesía, suministra el material humano para el ejército burgués. Por el contrario, el proletariado consciente es el elemento dirigente y motor, mientras que la burguesía está dividida en grandes sectores, algunos francamente contrarrevolucionarios, otros débilmente liberales; sólo la pequeña burguesía rural y la intelligentsia pequeñoburguesa urbana están claramente en la oposición, algunos con mentalidad revolucionaria.


El proletariado ruso, destinado a desempeñar el rol dirigente en la revolución burguesa, entra a la lucha libre de toda ilusión respecto de la democracia burguesa, con una gran conciencia de sus intereses específicos de clase y en un momento en que ha alcanzado su apogeo el antagonismo entre el capital y el trabajo. Esta situación contradictoria se refleja en el hecho de que en esta revolución, formalmente burguesa, el antagonismo entre la sociedad burguesa y el absolutismo se rige por el antagonismo entre el proletariado y la sociedad burguesa; la lucha del proletariado va dirigida simultáneamente y con la misma energía contra el absolutismo y contra la explotación capitalista; y que el programa de la lucha revolucionaria pone igual énfasis en la libertad política que en la conquista de la jornada laboral de ocho horas y un nivel de vida material aceptable para el proletariado. Este carácter dual de la Revolución Rusa se expresa en la unión estrecha entre la lucha económica y la política y en su mutua interacción, fenómeno que caracteriza a los acontecimientos rusos y que encuentra su expresión adecuada en la huelga de masas.


En las primeras revoluciones burguesas, por un lado, la educación y dirección política de las masas revolucionarias estaba en manos de partidos burgueses y, por otro lado, se trataba simplemente de derrocar al gobierno. Por eso, la lucha revolucionaria encontraba su forma apropiada en el breve combate de las barricadas. Hoy, cuando las clases trabajadoras se educan en la lucha revolucionaria, cuando deben reunir sus fuerzas y dirigirse a sí mismas, cuando la revolución apunta tanto contra el viejo poder estatal como contra la explotación capitalista, la huelga de masas aparece como el medio natural de ganar para la lucha a las más amplias capas del proletariado y, a la vez, de derrocar el viejo poder estatal y terminar con la explotación capitalista. El proletariado industrial urbano es ahora el alma de la Revolución Rusa. Pero para librar una lucha política directa masiva, primero se debe reunir el proletariado en masa; salir de la fábrica y el taller, la mina y la fundición y superar la atomización y la decadencia a las que se ve condenado por el yugo cotidiano de la explotación del sistema.


La huelga de masas es la primera forma natural e impulsiva de toda gran lucha revolucionaria de la clase obrera, y cuanto más desarrollado se encuentra el antagonismo entre el capital y el trabajo más efectiva y decisiva debe ser la huelga de masas. La forma principal de lucha de las revoluciones burguesas anteriores, las barricadas, el conflicto franco con el poder estatal armado es, en la revolución actual, nada más que el punto culminante, un momento en el proceso de la lucha de masas proletaria. Y con ello, en esta nueva forma de la revolución se alcanza la lucha de clases civilizada y mitigada que profetizaron los oportunistas de la socialdemocracia alemana: los Bernstein, David, etcétera. Es cierto que estos hombres veían su anhelada lucha de clases civilizada y mitigada a la luz de sus ilusiones pequeñoburguesas democráticas: creyeron que la lucha de clases se reduciría a un conflicto puramente parlamentario, y la lucha callejera simplemente desaparecería. La historia encontró una solución más profunda y elegante: el surgimiento de la huelga revolucionaria de masas. Por supuesto, ésta de ninguna manera reemplaza ni hace innecesaria la brutal lucha callejera, pero la reduce a un instante en el prolongado periodo de luchas políticas. A la vez, cumple en el periodo revolucionario una enorme obra cultural, en el sentido más preciso del término: eleva material y espiritualmente a la clase obrera de conjunto, “civilizando” la barbarie de la explotación capitalista.


Vemos, pues, que la huelga de masas no es un producto específicamente ruso, consecuencia del absolutismo, sino una forma universal de la lucha de clases que surge de la etapa actual del desarrollo capitalista y sus relaciones sociales. Desde este punto de vista, las tres revoluciones burguesas —la Gran Revolución Francesa, la Revolución Alemana de Marzo y la actual Revolución Rusa- forman una cadena continua en la que se advierte la suerte y el fin de la era capitalista. En la Gran Revolución Francesa las contradicciones internas de la sociedad burguesa, apenas desarrolladas, dieron lugar a un largo periodo de luchas violentas en el que los antagonismos que germinaron y maduraron al calor de la revolución se desencadenaron, sin trabas ni restricciones, con un radicalismo desaforado. Un siglo después, la revolución de la burguesía alemana, que estalló cuando el desarrollo del capitalismo había llegado a mitad de camino, ya se encontraba trabada de ambos lados por el antagonismo de intereses y el equilibrio de fuerzas entre el capital y el trabajo. Se ahogaba en una especie de compromiso burgués-feudal que la redujo a un breve y miserable episodio que quedó en palabras.


Pasó otro medio siglo. La Revolución Rusa actual se encuentra en un punto del camino histórico que ya está del otro lado del punto culminante de la sociedad capitalista, en el que la revolución burguesa ya no puede ser ahogada por el antagonismo entre burguesía y proletariado sino que, por el contrario, abrirá un nuevo periodo prolongado de luchas sociales violentas, en el que la rendición de cuentas del absolutismo parecerá insignificante al lado de las numerosas cuentas abiertas por la propia revolución. La revolución actual concreta en el marco de la Rusia absolutista las consecuencias generales del desarrollo capitalista internacional. Aparece, no tanto como sucesor de las viejas revoluciones burguesas, sino como precursora de una nueva serie de revoluciones proletarias en Occidente. El país más atrasado, precisamente porque su revolución burguesa llegó en momento tan tardío, le muestra al proletariado de Alemania y de los países capitalistas más adelantados los nuevos métodos de la lucha de clases.


Desde este punto de vista, resulta totalmente erróneo considerar la Revolución Rusa un buen espectáculo, algo específicamente “ruso”, para admirar, en el mejor de los casos, el heroísmo de los combatientes, o sea, lo accesorio de la lucha. Es mucho más importante que los obreros alemanes aprendan a ver la Revolución Rusa como asunto propio, no sólo en el sentido de la solidaridad internacional con el proletariado ruso sino ante todo como un capítulo de su propia historia política y social. Los dirigentes sindicales y parlamentarios que consideran al proletariado alemán “demasiado débil” y la situación alemana “inmadura” para las luchas revolucionarias de masas, obviamente no tienen la menor idea de que el grado de madurez de las relaciones de clase en Alemania y el poder del proletariado no se reflejan en las estadísticas sindicales ni en las cifras electorales sino... en los acontecimientos de la Revolución Rusa. Así como la madurez de los antagonismos de clase en Francia durante la monarquía de julio y la batalla de París de junio se reflejaron en el proceso y fracaso de la Revolución de Marzo en Alemania, la madurez de los antagonismos de clase alemanes se refleja en los acontecimientos y la fuerza de la Revolución Rusa. Y los burócratas del movimiento obrero alemán, mientras revuelven los cajones de sus escritorios para recabar informes sobre su fuerza y madurez, no ven que lo que buscan lo pone ante sus ojos una gran revolución histórica. Porque, desde el punto de vista histórico, la Revolución Rusa refleja el poder y la madurez de la Internacional y, por tanto, en primer término del movimiento obrero alemán.


Sería un fruto demasiado miserable y grotescamente insignificante de la Revolución Rusa el que el proletariado alemán extrajera de ella -como lo desean los camaradas Frohome, Elm y otros-, como única lección, la manera de utilizar la forma extrema de lucha, la huelga de masas, como mera fuerza de reserva en caso de la supresión del voto parlamentario, debilitándola por lo tanto hasta el punto de convertirla en medio pasivo de defensa parlamentaria. Cuando se nos quite el voto parlamentario, resistiremos. Eso es evidente. Pero para ello no es necesario asumir la pose heroica de un Danton, como lo hizo el camarada Elm en Jena; la defensa del modesto derecho parlamentario no es una innovación violenta sino el primer deber de todo partido de oposición, si bien fueron necesarias para impulsarlo las terribles hecatombes de la Revolución Rusa. Pero el proletariado no puede quedarse a la defensiva en un periodo revolucionario. Y si bien es difícil predecir con certeza si la liquidación del sufragio universal provocaría en Alemania una acción huelguística de masas en forma inmediata, por otra parte es absolutamente cierto que cuando Alemania entre en una etapa de acciones violentas de masas los socialdemócratas no podrán basar su táctica en la mera defensa parlamentaria.
Fijar de antemano la causa por la que estallarán las huelgas de masas y el momento en que lo harán no está en manos de la socialdemocracia, puesto que ésta no puede provocar situaciones históricas mediante resoluciones de los congresos del partido. Pero lo que sí puede y debe hacer es tener claridad acerca de las situaciones históricas cuando aparecen, y formular tácticas resueltas y consecuentes. El hombre no puede detener los acontecimientos históricos mientras elabora recetas, pero puede ver de antemano sus consecuencias previsibles y ajustar según éstas su modo de actuar.


El primer peligro político que acecha, que ha preocupado durante años al proletariado alemán, es un golpe de Estado reaccionario que les arranque a las amplias masas populares su derecho político más importante: el sufragio universal. A pesar de la gran importancia de este probable acontecimiento es imposible, como hemos dicho, decir con certeza que el golpe de Estado provocará una movilización popular inmediata, porque hay que tener en cuenta una gran cantidad de circunstancias y factores. Pero si consideramos lo agudo de la actual situación alemana y, por otra parte, las múltiples reacciones internacionales que provocará la Revolución Rusa y la futura Rusia rejuvenecida, es claro que el derrumbe de la política alemana que sobrevendría como consecuencia de la revocación del sufragio universal no bastaría para detener la lucha por ese derecho. Más bien, el golpe de Estado provocaría, tarde o temprano y con gran fuerza, un gran ajuste general de cuentas de la masa popular soliviantada e insurgente; ajuste de cuentas por la usura del pan; por el aumento artificial de los precios de la carne; por los gastos que exigen un ejército y una marina que no conocen límites; por la corrupción de la política colonial; por la desgracia nacional del juicio de Königsberg; por el cese de la reforma agraria; por los despidos masivos a los obreros ferroviarios, empleados de correo y trabajadores rurales; por los engaños y burlas perpetradas contra los mineros; por el juicio de Lobtau y todo el sistema judicial de clase; por el bárbaro sistema del lock-out, en fin, por la opresión de treinta años a manos de los junkers y el gran capital trustificado.


Una vez que la bola empiece a rodar, la socialdemocracia, quiéralo o no, no podrá detenerla. Los adversarios de la huelga de masas suelen decir que las elecciones y ejemplos de la Revolución Rusa no pueden ser un criterio válido para Alemania, porque en Rusia primero se debe dar el gran paso del despotismo oriental al orden legal burgués moderno. Se dice que la distancia formal entre el viejo orden político y el nuevo es explicación suficiente de la violencia y vehemencia de la revolución en Rusia. En Alemania hace tiempo que gozamos de las formas y garantías de un Estado constitucional, de donde se deduce que aquí es imposible que se desate semejante tormenta de los antagonismos sociales.


Los que así especulan, olvidan que en Alemania, cuando estallen las luchas políticas abiertas, el objetivo históricamente determinado no será el mismo que en Rusia. Precisamente porque el orden legal burgués ha existido durante tanto tiempo en Alemania, porque ha tenido tiempo de agotarse y llegar a su fin, porque la democracia y el liberalismo burgués han tenido tiempo de morir, aquí ya ni se puede hablar de revolución burguesa. Por eso, en el periodo de luchas políticas populares en Alemania, el objetivo último históricamente necesario no puede ser sino la dictadura del proletariado. Sin embargo, la distancia que media entre esta tarea y la situación que impera actualmente en Alemania es mayor aun que la distancia entre el orden legal burgués y el despotismo oriental. Por tanto, esa tarea no puede realizarse de golpe; se consumará en una etapa de gigantescas luchas sociales.


Pero, ¿no hay una gran contradicción en el cuadro que hemos trazado? Por un lado, decimos que en un eventual periodo futuro de acción política de masas los sectores más atrasados del proletariado alemán —los trabajadores rurales, los ferroviarios y los esclavos del correo— ganarán antes que nada el derecho de agremiación, y que en primer lugar hay que liquidar las peores excrecencias de la explotación capitalista. Por otro lado, ¡decimos que la tarea política del momento es la toma del poder por el proletariado! ¡Por un lado, luchas económicas y sindicales por los intereses inmediatos, por la elevación material de la clase obrera; por el otro, el objetivo último de la social democracia! Es cierto que se trata de contradicciones muy grandes, pero no se deben a nuestro razonamiento sino al desarrollo del capitalismo. Este no avanza en una hermosa línea recta, sino en un relampagueante zigzag. Así como los distintos países reflejan los más variados niveles del desarrollo, dentro de cada país se revelan las distintas capas de la misma clase obrera. Pero la historia no espera a que los países más atrasados y las capas más avanzadas se fundan para que toda la masa avance simétricamente como una sola columna. Hace que los sectores mejor preparados estallen apenas las condiciones alcanzan la madurez necesaria, y luego, en la tempestad revolucionaria, se recupera terreno, se nivelan las desigualdades y todo el ritmo del progreso social cambia súbitamente y avanza velozmente.


Así como en la Revolución Rusa todos los grados de desarrollo y todos los intereses de las distintas capas de obreros se unifican en el programa revolucionario socialdemócrata, y los innumerables conflictos parciales se unifican en la gran movilización común del proletariado, lo mismo ocurrirá en Alemania cuando la situación esté lo suficientemente madura. Y la tarea de la socialdemocracia será, entonces, regular su táctica, según las necesidades de los sectores más avanzados, no de los más atrasados.


1.     La unidad de acción de los sindicatos y la socialdemocracia

Lo más importante para el periodo de grandes luchas que se abrirá tarde o temprano es que la clase obrera alemana actúe con la mayor audacia y coherencia táctica. Para ello necesitará una gran capacidad para la acción, y por tanto la mayor unidad posible del sector socialdemócrata de las masas proletarias. Los primeros intentos débiles de organizar grandes movilizaciones de masas han revelado una gran falla en ese sentido: la separación e independencia totales de las dos organizaciones del movimiento obrero, la socialdemocracia y los sindicatos.
Observando más de cerca tanto las huelgas de masas rusas como la situación imperante en Alemania, resulta claro que una gran movilización de masas, si no es la mera manifestación de un día de lucha sino una verdadera movilización combativa, no puede concebirse como una huelga política de masas. En una movilización de esta clase en Alemania, los sindicatos se verían tan comprometidos como la socialdemocracia. Ello no se debe a que los dirigentes sindicales piensen que los socialdemócratas, por lo reducido de su organización, no tengan más remedio que cooperar con el millón y cuarto de sindicalistas, sino a un motivo mucho más profundo: toda movilización de masas en el periodo de lucha de clases abierta tendría un carácter a la vez político y económico. Si por determinada causa y en cualquier momento llegara a abrirse en Alemania un periodo de grandes luchas políticas, de huelgas de masas, se abriría a la vez una era de violentas luchas sindicales, y los hechos no se detendrían para solicitar el visto bueno de los dirigentes sindicales. Si se marginan o tratan de detener los acontecimientos, sean dirigentes sindicales o partidarios, la marea de los acontecimientos los barrerá de la escena, las masas librarán sus luchas económicas y políticas sin ellos.


En realidad, la separación e independencia de la lucha política y la económica no es sino un producto artificial, si bien determinado por la historia, del periodo parlamentario. Por un lado, en el curso pacifico, “normal”, de la sociedad burguesa la lucha económica se ve dividida en una serie de luchas individuales en cada rama de la producción y en cada empresa. Por otra parte, no son las mismas masas quienes dirigen su lucha política en la acción directa sino, en concomitancia con la forma del Estado burgués, a través de sus representantes parlamentarios. Apenas comienza el periodo de luchas revolucionarias, es decir, apenas las masas irrumpen en escena, queda liquidada la separación entre las luchas económica y política y también la forma indirecta de lucha política a través del parlamento. En la movilización revolucionaria de masas, la lucha política y la económica se funden en una, y la frontera artificial entre sindicalismo y socialdemocracia como dos formas de organización del movimiento obrero totalmente independientes entre sí es barrida por la marea. Pero lo que encuentra su expresión concreta en la época de las movilizaciones revolucionarias de masas es también una realidad en la etapa parlamentaria. No existen dos luchas distintas de la clase obrera, económica una y política la otra, sino una única lucha de clases, que apunta a la vez a la disminución de la explotación capitalista dentro de la sociedad burguesa y a la abolición de la explotación junto con la sociedad burguesa.

Cuando estos dos aspectos de la lucha de clases se separan por razones técnicas en la etapa parlamentaria, no forman dos acciones que transcurren paralelas, sino simplemente dos fases, dos estadios de la lucha por la emancipación de la clase obrera. La lucha sindical abarca los intereses inmediatos, la lucha socialdemócrata los intereses futuros del movimiento obrero. Los comunistas, dice el Manifiesto Comunista, representan, contra los distintos intereses sectoriales, nacionales o locales del proletariado, el interés común del proletariado en su conjunto. En las distintas etapas de la lucha de clases representan los intereses de conjunto del movimiento, es decir, el objetivo final: la liberación del proletariado. Los sindicatos representan únicamente los intereses sectoriales y una sola etapa del desarrollo del movimiento obrero. La socialdemocracia representa la clase obrera y la causa de su liberación como totalidad. Por eso, los sindicatos se relacionan con la socialdemocracia como parte de un todo. El hecho de que entre los dirigentes sindicales esté tan en boga la teoría de la “igual autoridad” del sindicato y la socialdemocracia se basa sobre una concepción errónea de la esencia del sindicalismo y de su rol en la lucha general por la liberación de la clase obrera.


Esta teoría de la acción paralela de la socialdemocracia y los sindicatos y de su “igual autoridad” no carece, sin embargo, de fundamentos, sino que posee sus propias raíces históricas. Se basa en la ilusión del periodo pacífico, “normal”, de la sociedad burguesa, en el que la lucha política de la socialdemocracia parece consumarse en la lucha parlamentaria. Sin embargo, la lucha parlamentaria, junto con su contrapartida sindical, se libra exclusivamente en el terreno del orden social burgués. Es, por naturaleza propia, una obra de reforma política, así como la de los sindicatos es una obra de reforma económica. Representa un trabajo político para el presente, así como los sindicatos hacen un trabajo económico para el presente. Es, como ellos, una mera fase, una etapa en el desarrollo del proceso de la lucha de clases del proletariado cuyo objetivo final trasciende tanto la lucha parlamentaria como la lucha sindical. En relación a la política socialdemócrata, la lucha parlamentaria es, al igual que la lucha sindical, parte de una totalidad. La socialdemocracia comprende hoy a la lucha parlamentaria y a la lucha sindical en una sola lucha de clases que apunta a destruir el orden social burgués.


La teoría de la “igual autoridad” de sindicatos y partido no es un mero malentendido teórico, no se trata de una confusión, sino que refleja la ya conocida tendencia oportunista del ala socialdemócrata que reduce la lucha política de la clase obrera a la discusión parlamentaria, y busca trasformar a la socialdemocracia de partido revolucionario proletario en partido reformista pequeñoburgués.**

** Puesto que se suele negar la existencia de semejante tendencia en la socialdemocracia alemana, no podemos menos que agradecer a la corriente oportunista por la sinceridad con que ha formulado sus verdaderos deseos y objetivos. En un mitin partidario celebrado en Mayence el 10 de setiembre de 1909 se aprobó la siguiente resolución, propuesta por el doctor David:


”Considerando que el Partido Social Demócrata interpreta el término ‘revolución’, no en el sentido de un vuelco violento sino en el de un proceso pacífico, es decir, de realización gradual de un nuevo principio económico, el mitin público del partido en Mayence repudia todo tipo de ‘romanticismo revolucionario’.


”Para este mitin, la conquista del poder político no es sino ganar a la mayoría del pueblo para las ideas y consignas de la socialdemocracia, conquista que no puede realizarse por medio de la violencia sino revolucionando la mente mediante la propaganda intelectual y la obra reformista práctica en todas las esferas de la vida política, económica y social.

Si la socialdemocracia aceptara la teoría de los sindicatos de la “igual autoridad”, aceptaría con ello, indirecta y tácitamente, la trasformación que buscan desde hace tiempo los representantes de la tendencia oportunista.

En Alemania existen, sin embargo, cambios tales en las relaciones en el movimiento obrero que serían imposibles en cualquier otro país. La concepción teórica en virtud de la cual los sindicatos son simplemente parte de la socialdemocracia tiene su expresión clásica en Alemania, de hecho, en tres sentidos. Primero, los sindicatos alemanes son producto directo de la socialdemocracia; ésta los creó, permitiéndoles así alcanzar sus dimensiones actuales, y hasta el día de hoy les provee de sus dirigentes y promotores más activos.


En segundo lugar, los sindicatos alemanes son producto de la socialdemocracia también en el sentido de que las enseñanzas socialdemócratas son el alma de la mili rancia sindical; los sindicatos socialdemócratas deben su primacía sobre los sindicatos burgueses y amarillos a la concepción de la lucha de clases; sus éxitos, su poder, son resultado del hecho de que su militancia está iluminada por la teoría del socialismo científico, que los eleva por encima del socialismo utópico estrecho. La fuerza de la “actividad práctica” de los sindicatos alemanes reside en su comprensión de las relaciones sociales y políticas más profundas del sistema capitalista; pero deben esta comprensión enteramente a la teoría del socialismo científico, que conforma el fundamento de su militancia. Considerado desde este punto de vista, cualquier intento de emancipar a los sindicatos de la teoría socialdemócrata en favor de otra “teoría sindical” opuesta es, desde el ángulo de los


“Con la convicción de que la socialdemocracia florece mejor cuando emplea métodos legales que cuando confía en medios ilegales y revolucionarios, este mitin, repudia la ‘acción directa de las masas’ como principio táctico y adhiere al principio de ‘acción reformista parlamentaria’, es decir, que desea que el partido haga todos los esfuerzos en el futuro, como lo hizo en el pasado, por lograr sus objetivos mediante la legislación y la organización gradual.


”Para llevar adelante este método de lucha reformista, es indispensable que la participación de las masas populares desposeídas en la legislación del imperio y de los distintos estados no disminuya sino que se incremente al máximo. Por esta razón, este mitin declara que la clase obrera posee el derecho inalienable de dejar de trabajar durante un periodo más o menos prolongado para defenderse de todo ataque contra sus derechos legales y para obtener nuevos derechos, cuando no queden otros recursos.


”Pero puesto que la huelga política de masas sólo puede realizarse victoriosamente cuando se la mantiene dentro de los cánones estrictamente legales y cuando los huelguistas no le dan a las autoridades ninguna excusa para recurrir a la fuerza armada, este mitin ve la única preparación necesaria y verdadera para el ejercicio de este método de lucha en la mayor extensión de las organizaciones políticas, sindicales y cooperativistas. Porque sólo así pueden crearse entre las grandes masas populares las condiciones que garanticen la continuación de una huelga de masas hasta obtener el triunfo: disciplina consciente y apoyo económico adecuado. ” [R. L.]


propios sindicatos y de su futuro, nada más que un intento de suicidio. La separación de la práctica sindical de la teoría del socialismo científico significaría, para los sindicatos alemanes, la pérdida inmediata de su superioridad sobre los sindicatos burgueses de todo tipo y su caída desde la altura que ocupan en la actualidad al nivel del tanteo inestable y la empiria vulgar.


Tercero y último, pese a que los dirigentes sindicales lo han ido perdiendo de vista gradualmente, la fuerza numérica de los sindicatos se debe al movimiento socialdemócrata y a su agitación. Es cierto que en muchos distritos la agitación sindical precede a la agitación socialdemócrata y que en todas partes el trabajo sindical le abre el camino al trabajo partidario. Desde el punto de vista del efecto, el partido y los sindicatos se prestan el máximo de ayuda mutua. Pero la proporción se altera considerablemente cuando contemplamos como una totalidad el cuadro de la lucha de clases alemana y sus conexiones internas. Muchos dirigentes sindicales tienen la costumbre de contemplar triunfalmente, desde su orgullosa altura de un millón y cuarto de afiliados, la miseria organizativa de la socialdemocracia, que todavía no llega al medio millón, y recordar cuando hace diez o doce años algunos socialdemócratas eran pesimistas respecto de las perspectivas de desarrollo del movimiento sindical.


Sí ven que entre estas dos cosas -el gran número de sindicalistas organizados y el pequeño número de socialdemócratas organizados— existe, en cierta medida, una relación causal directa. Miles y miles de obreros no entran al partido precisamente porque se afilian a los sindicatos. Según la teoría, todos los obreros deben pertenecer a dos organizaciones, asistir a dos clases de reuniones, pagar doble cotización, leer dos clases de periódicos obreros, etcétera. Pero para ello es necesario poseer un nivel de inteligencia superior y ese idealismo que, por sentido del deber para con el movimiento obrero, está dispuesto a sacrificar diariamente tiempo y dinero; y por último, un nivel más elevado de interés apasionado en la vida del partido, cosa que sólo puede engendrar la afiliación al partido. Todo esto es válido para la minoría más esclarecida e inteligente de los obreros socialdemócratas de las grandes ciudades, donde el partido lleva una vida plena y atractiva. Entre los sectores más amplios de la clase obrera de las grandes ciudades, al igual que en las provincias y en los pueblos y aldeas, donde la vida política local no es independiente sino un mero reflejo de los acontecimientos de la capital; donde, en consecuencia, la vida partidaria es aburrida y monótona; donde, por último, el nivel de vida de los obreros es, en la mayoría de los casos, miserable, resulta muy difícil lograr la doble afiliación.


Para el obrero socialdemócrata proveniente de las masas, la cuestión se resuelve con la afiliación al sindicato. Los intereses inmediatos de su lucha económica, condicionados por la naturaleza misma de la lucha, no pueden satisfacerse de otra manera que con la afiliación a un sindicato. Las cuotas que abona, con considerable sacrificio para su nivel de vida, le traen resultados visibles, inmediatos. Sus ideas socialdemócratas le permiten, sin embargo, participar en distintos tipos de tareas sin afiliarse al partido: votando en las elecciones parlamentarias, asistiendo a los mítines públicos socialdemócratas, siguiendo los informes de los discursos socialdemócratas en los organismos representativos, leyendo la prensa partidaria. En este sentido, ¡compárese la cantidad de electores socialdemócratas o el número de suscriptores del Vorwaerts con la cantidad de obreros afiliados al partido en Berlín!


Y, lo que es más decisivo, el obrero común que se siente socialdemócrata y que, como hombre de mediana educación, no puede comprender la complicada teoría de las dos almas, se siente, dentro del sindicato, miembro de una organización socialdemócrata. Aunque los comités centrales de los sindicatos no tienen la etiqueta partidaria, el trabajador de base de cada ciudad y aldea ve, a la cabeza de su sindicato, entre los dirigentes más activos del mismo, a aquellos colegas a quienes conoce también como camaradas socialdemócratas en la vida pública, ora como delegados al Reichstag, al Landtag o representantes locales, ora como hombres de confianza de la socialdemocracia, miembros de comités electorales, periodistas y secretarios del partido, o simples agitadores y oradores. Además, en el trabajo agitativo del sindicato oye las mismas ideas, que él comprende y que lo atraen, tales como explotación capitalista, relaciones de clase, etcétera, que provienen de la agitación socialdemócrata. Los oradores más queridos y escuchados en los mítines sindicales son los mismos socialdemócratas.


Así, todo se combina para darle al típico obrero consciente la sensación de que, en calidad de afiliado al sindicato, es también miembro de su partido obrero, de la organización socialdemócrata. Allí reside el gran poder de atracción de los sindicatos alemanes. No es su aparente neutralidad, sino la realidad socialdemócrata de su ser, lo que les ha dado a las federaciones sindicales su fuerza actual. La necesidad de “neutralidad” política de los sindicatos se implantó artificialmente mediante la creación de otros sindicatos —católicos, Hirsch-Dunker, [sindicatos con direcciones “liberales”], etcétera— dirigidos por los partidos burgueses. Cuando el obrero alemán, con plena libertad de elección, opta por el “sindicato libre” en lugar del cristiano, evangélico-católico o librepensador, o abandona a éstos para afiliarse al primero, lo hace únicamente porque considera que los sindicatos centrales son las verdaderas organizaciones de la moderna lucha de clases o, lo que en Alemania es lo mismo, son sindicatos socialdemócratas.


En una palabra, la aparente “neutralidad” que existe en la mente de muchos dirigentes sindicales no existe para la masa de sindicalistas organizados. Y ésa es la buena suerte del movimiento sindical. Si esa aparente “neutralidad”, esa alienación y separación de los sindicatos respecto de la socialdemocracia, verdaderamente se hiciera realidad a los ojos de las masas proletarias, los sindicatos perderían inmediatamente todas sus ventajas sobre sus competidores de los sindicatos burgueses, perdiendo así su poder de atracción, su fuego vital. Hay hechos conocidos que lo demuestran en forma tajante. La aparente “neutralidad” sindical con respecto a los partidos políticos prestaría un enorme servicio en un país donde la socialdemocracia no gozara del menor prestigio entre las masas, en los que el odio que suscita la organización obrera le resultaría una desventaja antes que una ventaja, donde, en una palabra, los sindicatos tendrían que empezar por captar sus efectivos entre una masa no esclarecida, totalmente aburguesada.


El mejor ejemplo de semejante país fue en el siglo pasado, y hasta cierto punto lo sigue siendo hoy, Gran Bretaña. En cambio, en Alemania las relaciones con el partido son totalmente distintas. En un país en el que la socialdemocracia es el partido más poderoso, en el que su poder de captación se refleja en un ejército de más de tres millones de proletarios, es ridículo hablar del efecto contraproducente de la socialdemocracia y de la necesidad de una organización obrera de combate para garantizar la neutralidad política. La mera comparación de las cifras de votantes de la socialdemocracia con las cifras de afiliados a las organizaciones sindicales alemanas basta para demostrarle al más necio que los sindicatos alemanes, a diferencia de los ingleses, no recluían sus efectivos entre una masa no esclarecida y aburguesada sino en la masa proletaria esclarecida por la socialdemocracia y ganada por ella para la concepción de la lucha de clases. Muchos dirigentes sindicales repudian indignados esta idea —requisito para la “teoría de la neutralidad”— y consideran a los sindicatos un semillero de captación para la socialdemocracia. Esta idea, aparentemente insultante pero en realidad sumamente halagüeña, es una mera fantasía, ya que los papeles están invertidos; la socialdemocracia es el semillero de captación para los sindicatos.


Además, si el trabajo de organización sindical es difícil y engorroso, ello se debe, con excepción de unos pocos casos y de algunos distritos, no sólo a que el arado socialdemócrata todavía no ha roturado el terreno, sino también a que tanto la semilla sindical como la siembra deben ser socialdemócratas, “rojos”, para que la cosecha pueda ser buena. Pero cuando comparamos de esta manera las cifras de la fuerza sindical, no con la de las organizaciones socialdemócratas, sino -y ésta es la única forma correcta de hacerlo con las de las masas de votantes socialdemócratas, llegamos a una conclusión considerablemente distinta de la que está en boga actualmente. Es un hecho que los “sindicatos libres” no representan en la actualidad sino una minoría de los obreros conscientes de Alemania, que aun con su millón y cuarto de afiliados todavía no han logrado integrar a sus filas ni a la mitad de los obreros ya despiertos por la socialdemocracia.


La conclusión más importante a extraer de los hechos arriba mencionados es que la unidad total de los movimientos sindical y socialdemócrata, que es absolutamente indispensable para las luchas de masas que se avecinan en Alemania, ya es un hecho, incorporado a la gran masa que conforma simultáneamente la base de los sindicatos y de la socialdemocracia y en cuya conciencia ambas partes del movimiento se funden en una especie de unidad mental. El supuesto antagonismo entre la socialdemocracia y los sindicatos se reduce a un antagonismo entre la socialdemocracia y algunos dirigentes sindicales. Que es, al mismo tiempo, el antagonismo entre esos dirigentes sindicales y la masa proletaria organizada en los sindicatos.


El rápido crecimiento de los sindicatos alemanes en los últimos quince años, sobre todo en el periodo de gran prosperidad económica que abarca los años 1895 a 1910, ha traído consigo una gran independencia de los sindicatos, la especialización de sus métodos de lucha y, por último, la creación de toda una dirección sindical. Todos estos fenómenos son productos históricos, bastante naturales y comprensibles, del crecimiento de los sindicatos en ese periodo de quince años y de la prosperidad económica y la estabilidad política de Alemania. Aun cuando acarrean algunas desventajas constituyen, sin duda, un mal históricamente necesario. Pero la dialéctica de su desarrollo también trae consigo el hecho de que estos medios necesarios para fomentar el crecimiento de los sindicatos devienen, por el contrario, en obstáculos para su mayor crecimiento en determinada etapa de su organización y en cierto grado de madurez de las condiciones.


La especialización de su actividad profesional como dirigentes sindicales, al igual que el horizonte, naturalmente estrecho, que acompaña a las luchas aisladas de una etapa pacífica, facilita muchísimo la tendencia de los funcionarios sindicales hacia el burocratismo y la estrechez de miras. Ambos se expresan en toda una gama de tendencias que pueden ser fatales para el futuro de la organización sindical. Existe, en primer término, la sobrevaloración de la organización, que se convierte gradualmente de medio en fin, en una cosa preciosa a la que se deben subordinar los intereses de lucha. De ahí también surge esa necesidad de paz, reconocida abiertamente, que se achica ante el riesgo y los supuestos peligros que amenazan la estabilidad de los sindicatos y, además, la sobrevaloración del método de lucha sindical, sus perspectivas y éxitos.


Los dirigentes sindicales, constantemente absorbidos por la guerrilla económica, cuya tarea consiste en hacer que los obreros sobrevaloren en extremo la más mínima hazaña económica, cualquier aumento de salarios o reducción de la jornada laboral, pierden gradualmente el poder de visión de las grandes conexiones y de la situación en su conjunto. Esta es la única explicación de por qué los dirigentes sindicales se refieren con la mayor satisfacción a los logros de los últimos quince años, en lugar de poner el acento en el reverso de la moneda; la tremenda disminución del nivel de vida proletario a causa de la usura de la tierra, la política impositiva y aduanera, el tremendo aumento de los alquileres (fruto de la rapacidad de los dueños), en fin, todas las tendencias objetivas de la política burguesa que han neutralizado, en gran medida, las ventajas obtenidas en quince años de lucha sindical. De la verdad socialdemócrata total que, a la vez que pone el énfasis en la importancia del trabajo actual y su absoluta necesidad, atribuye importancia primordial a la crítica y limitaciones de dicho trabajo, se extrae la verdad sindical a medias que sólo enfatiza el aspecto positivo de la lucha cotidiana.


Y por último, del ocultamiento de los límites objetivos que el orden social burgués le impone a la lucha sindical surge la hostilidad a toda crítica teórica que se refiera a dichas limitaciones en conexión con los objetivos últimos del movimiento obrero. Se considera la adulación servil y el optimismo ilimitado como deber de todo “amigo del movimiento sindical”. Pero, puesto que el punto de vista socialdemócrata consiste precisamente en combatir el optimismo sindical y parlamentario, falto de sentido crítico, se forma un frente contra la teoría socialdemócrata: los hombres buscan a tientas una “nueva teoría sindical”, es decir, una teoría que le abra un horizonte ilimitado de avance económico para la lucha sindical en el marco capitalista, en oposición a la doctrina socialdemócrata. Esa teoría existe desde hace tiempo: es la teoría del profesor Sombart,72 promulgada con el objetivo manifiesto de introducir una cuña entre los sindicatos y la socialdemocracia alemana y de atraer a éstos a la posición burguesa.


En ligazón estrecha con esas corrientes teóricas se ha producido una revolución en las relaciones entre los dirigentes y las bases. En lugar de ser dirigidos por sus colegas a
72 Werner Sombart (1863-1941): economista y sociólogo alemán. En sus primeros trabajos estaba influido por el marxismo, pero luego se convirtió en su enemigo frontal.


través de los comités locales, con todas sus faltas ya conocidas, surge la dirección formal de los funcionarios sindicales. De esa manera, la iniciativa y el poder de decisión quedan en manos de los especialistas sindicales, por darles un nombre, mientras que sobre la base recae la virtud más pasiva de la disciplina. Este aspecto desfavorable de la dirección entraña grandes peligros, por cierto, para el partido. También entraña peligros muy grandes la reciente innovación de crear secretariados partidarios a escala local, puesto que si la base socialdemócrata no los vigila de cerca pueden convertirse en meros órganos encargados de cumplir las resoluciones en lugar de ser los depositarios de toda la iniciativa y dirección de la vida partidaria local. Pero, por la propia naturaleza del caso, en virtud del carácter de la lucha política, el burocratismo se mueve dentro de márgenes estrechos, tanto en la vida partidaria como sindical.


Pero en este caso la especialización técnica de las luchas salariales, como la firma de complicados acuerdos tarifarios y otras cosas por el estilo, significa con frecuencia que la masa obrera organizada se ve privada de su “visión de la vida industrial en su conjunto”, quedando así incapacitada para tomar decisiones. La consecuencia de esta concepción es que se hace un tabú de la crítica teórica de las perspectivas y posibilidades del accionar sindical, en virtud de que semejante crítica significa un peligro para el piadoso sentimiento sindical de las masas. De allí se ha desarrollado la teoría de que a las masas trabajadoras sólo se las puede ganar para la organización si se les inculca una fe ciega e infantil en la eficacia de la lucha sindical. A diferencia de la socialdemocracia, que basa su influencia sobre la unidad de las masas en medio de las contradicciones del orden imperante, en el carácter complejo de su desarrollo y en la actitud crítica hacia todos los hechos y etapas de su propia lucha de clases, la influencia y el poder de los sindicatos se basa en la teoría invertida de la incapacidad de las masas para la crítica y la decisión. “Hay que mantener la fe del pueblo”: tal es el principio fundamental, que lleva a muchos dirigentes sindicales a calificar de atentado contra la vida del movimiento toda crítica a la insuficiencia objetiva del sindicalismo.


Por último, el resultado de esta especialización y burocratización de los dirigentes sindicales es la gran independencia y “neutralidad” de los sindicatos respecto de la socialdemocracia. La extrema independencia de la organización sindical es fruto natural de su crecimiento, como relación surgida de la división técnica del trabajo entre las formas de lucha política y sindical. La “neutralidad” de los sindicatos alemanes es, por su parte, producto de la legislación sindical reaccionaria del estado policial prusiano-germano. Con el tiempo, han cambiado ambos aspectos de su naturaleza. En base a la “neutralidad” política de los sindicatos, impuesta por la policía, ha surgido la teoría de su neutralidad voluntaria como necesidad basada en la supuesta naturaleza de la lucha sindical misma. Y de la independencia técnica de los sindicatos, que debería basarse en la división del trabajo en la lucha de clase unificada de la socialdemocracia, ha surgido la separación de los sindicatos de la política y dirección socialdemócratas, hasta trasformarse en la supuesta “igual” autoridad de los sindicatos y la socialdemocracia.


Sin embargo, esta aparente separación e igualdad de los sindicatos y la socialdemocracia se corporiza principalmente en los dirigentes sindicales, y se fortalece a través del aparato de administración sindical. Debido a la existencia de todo un cuerpo de funcionarios sindicales, de un comité central totalmente independiente, de una gran prensa profesional y, por último, de un congreso sindical, se crea la ilusión de un paralelismo exacto con el aparato de administración, el comité ejecutivo, la prensa y el congreso partidarios. Esta ilusión de igualdad de los sindicatos con la socialdemocracia ha llevado, entre otras cosas, a la monstruosidad de que se discutan órdenes del día bastante parecidos en los respectivos congresos y que, en torno a las mismas cuestiones, se suelan aprobar resoluciones distintas, a veces diametralmente opuestas. A partir de la división natural del trabajo entre el congreso partidario, que representa los intereses y tareas generales del movimiento obrero, y el congreso sindical, que se ocupa del campo mucho más estrecho de los problemas e intereses sociales, se ha creado la división artificial entre un supuesto punto de vista sindical y otro socialdemócrata en torno a los mismos problemas e intereses generales del movimiento obrero.


Así surgió la situación tan peculiar de que este mismo movimiento sindical que, por abajo, para la gran masa proletaria, constituye un todo único con la socialdemocracia, se rompe abiertamente por arriba, en la superestructura administrativa, y se establece como una gran potencia independiente. Con ello el movimiento obrero alemán asume la forma peculiar de una doble pirámide, cuya base y cuerpo consisten en una sola masa sólida, pero cuyos ápices se encuentran bien separados.


Presentado el caso de esta manera, resulta claro cuál es la única manera natural y solvente de lograr la unidad compacta del movimiento obrero alemán, unidad que, en vista de las luchas políticas que se avecinan y teniendo en cuenta los intereses de los sindicatos y su futuro crecimiento, se vuelve indispensable. Nada hay más impotente y perverso que el deseo de lograr la unidad entre la dirección socialdemócrata y los comités centrales sindicales a través de negociaciones esporádicas periódicas en torno a problemas aislados que afectan al movimiento obrero. Son precisamente los círculos más encumbrados de ambas formas de organización del movimiento obrero quienes, como hemos visto, al corporizar su separación y autosuficiencia, promueven la ilusión de la “misma autoridad” y de la existencia paralela de la socialdemocracia y el sindicalismo.



Desear la unidad de éstos mediante la unión del ejecutivo partidario y la comisión general sindical es querer construir un puente allí donde la distancia es mayor y el cruce más dificultoso. La garantía de la verdadera unidad del movimiento obrero no se encuentra en la cumbre, entre los dirigentes de las organizaciones y su alianza federativa, sino en la base, entre las masas proletarias organizadas. Para la conciencia de un millón de sindicalistas, el partido y los sindicatos son una unidad, representan de distintas maneras la lucha socialdemócrata por la emancipación del proletariado. Y de allí surge automáticamente la necesidad de quitar de en medio todas las causas de la fricción que ha surgido entre la socialdemocracia y algunos sindicatos, de adaptar sus relaciones mutuas a la conciencia de las masas proletarias, es decir, de reunificar los sindicatos con la socialdemocracia. Así se expresará la síntesis del proceso real que llevó a los sindicatos a separarse de la socialdemocracia, y se abrirá el camino para el próximo periodo de grandes luchas de masas del proletariado. En dicho periodo se producirá el vigoroso crecimiento de los sindicatos y la social-democracia cuya unidad, en bien de sus intereses mutuos, se volverá una necesidad.



No se trata, por supuesto, de fundir la organización sindical con la partidaria, sino de restaurar la unidad de la socialdemocracia con los sindicatos, lo que corresponde a las verdaderas relaciones entre el movimiento obrero en su conjunto y su expresión sindical parcial. Semejante revolución suscitará indudablemente una poderosa reacción de parte de algunos dirigentes sindicales. Pero ya es hora de que las masas trabajadoras socialdemócratas aprendan a expresar su capacidad de acción y decisión y, con ello, a demostrar su madurez para esa etapa de grandes luchas y tareas en que ellas serán el coro, y los organismos dirigentes meras “voces cantantes”, es decir, simples intérpretes de la voluntad de las masas.


El movimiento sindical no es aquel que se refleja en la ilusión, comprensible pero irracional, de una minoría de dirigentes sindicales, sino aquel que vive en la conciencia de miles de proletarios que han sido ya ganados para la lucha de clases. Para esta conciencia el movimiento sindical es parte de la socialdemocracia. “Y aquello que es, debe tener la osadía de aparentarlo.”




































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