Escrito: Julio de
1936.
Primera vez publicado: La Nueva Era. Julio de 1936. Número 6.
Digitalización: Martin Fahlgren, 2013.
Esta edición: Marxists Internet Archive, marzo de 2013.
Los grandes movimientos huelguísticos que se han desarrollado durante
estas últimas semanas, y que persisten con mayor o menor intensidad, plantean,
por su profundidad y extensión, así como por sus rasgos característicos, una
serie de problemas que es necesario examinar. Por hoy, nos limitaremos a unas
breves consideraciones generales, dejando para más adelante el examen de eses
problemas.
Tanto en España como en Francia, el movimiento huelguístico, acompañado,
en este segundo país, de la ocupación de las fábricas, ha estallado
inmediatamente después de la victoria electoral del Frente Popular.
La primera reacción, por parte de los líderes obreros del Frente Popular,
ha sido la sorpresa, y, por parte de los líderes republicanos, la indignación.
La sorpresa de los primeros ha sido originada por el carácter espontáneo del
movimiento: en la mayoría de los casos — en Francia en la totalidad — los
obreros se han lanzado a la lucha por encima de sus organizaciones
tradicionales. La indignación de los segundos obedece a causas muy distintas.
Esos buenos señores acusan a los obreros de ingratitud e impaciencia
injustificada. ” ¡Cómo! — dicen con la mayor seriedad del mundo —. Cuando hay
en el país una situación política reaccionaria, no planteáis conflictos. En
cambio, cuando al gobierno reaccionario sucede un gobierno popular, animado de
las mejores intenciones respecto a la clase trabajadora, promovéis conflicto
tras conflicto creando al poder una situación difícil. No os impacientéis,
confiad en nosotros y colaborad, desde la calle, a nuestra obra de
consolidación del régimen. Lo contrario, es una ingratitud manifiesta para
aquellos cuyo amor al pueblo es inequívoco. Por otra parte, el planteamiento
constante de conflictos, con el estado de inquietud y agitación consiguiente,
abona el terreno para el fascismo, contra el cual estamos dispuestos a luchar
por todos los medios legales. No os mováis, pues, del terreno de la legalidad
republicana, en cuyo marco hallarán satisfacción todas las justas demandas del
proletariado”.
Analicemos
someramente el valor de estos argumentos.
La victoria de la reacción es siempre una consecuencia directa de la
derrota de la clase obrera. Nada tiene de particular, por lo tanto, que ésta,
desmoralizada y desorganizada, se mantenga durante cierto tiempo en una actitud
relativamente pasiva, que no excluye, sin embargo, las explosiones aisladas. No
es que el proletariado atenúe su acción combativa porque ocupan el poder las
fuerzas reaccionarias, sino que las fuerzas reaccionarias ocupan el poder a
consecuencia de un debilitamiento momentáneo de la potencia proletaria. Y
cuando la clase trabajadora abandona su pasividad temporal y recobra la
confianza en sí misma, las fuerzas reaccionarias se tambalean. A menudo — como
ocurrió en nuestro país en octubre de 1934 — si la ofensiva proletaria no
consigue, por las razones que sean, abatir al capitalismo, logra, como un
producto accesorio de la lucha revolucionaria, barrer la situación
reaccionaria, para ceder el paso a un régimen democrático burgués. En el caso
concreto de España, podemos afirmar que si los republicanos de izquierda ocupan
el poder, lo deben exclusivamente al heroico sacrificio de la clase trabajadora
y, en primer lugar, de los mineros asturianos. Lógico es, por consiguiente, que
los obreros, gracias a cuya acción la política del país ha tomado un nuevo
rumbo, aspiren a sacar el mayor provecho posible de la situación que tan
poderosamente han contribuido a crear, con tanto mayor motivo cuanto que la
necesidad de elevar el nivel de vida de la clase trabajadora y reparar las
injusticias de que fue víctima durante el llamado ”bienio negro”, es a todas
luces evidente.
Pero, además, el movimiento huelguístico no sólo cumple esta misión
reparadora, sino también la de constituir un acicate para la revolución. Es
aquí precisamente donde aparece con mayor relieve la profunda contradicción
existente entre la política del Frente Popular y la política revolucionaria.
Mientras para los demócratas burgueses y pequeñoburgueses, y para los
comunistas republicanos, el gobierno actual es un gobierno popular
”antifascista”, por encima de las clases,
a cuya consolidación hay que contribuir desde el Parlamento y desde la calle,
para los marxistas revolucionarios dicho gobierno es burgués por su
contenido de clase y por su política, por cuanto aspira a lo sumo a reformar el
sistema capitalista, no a destruirlo. Por consiguiente, el proletariado no
puede, sin traicionar sus intereses de clase, que coinciden, en esta hora histórica,
con los intereses generales del país, frenar su acción combativa y contribuir a
consolidar un régimen que, a fin de cuentas, está basado en la propiedad privada y en la esclavitud del asalariado.
Si la clase obrera prestara atención a los cantos de sirena que la invitan al
desarme en un momento en que es más necesario que nunca estar armado de todas
armas, ayudaría directamente a la burguesía a reforzar su sistema de explotación,
a sentar las bases de un potente mecanismo estatal de coacción de etiqueta
democrática y a preparar, gracias al inevitable desencanto de las masas
populares, el advenimiento de una dictadura de tipo fascista.
Para la burguesía democrática, la revolución ha terminado. Para la clase
obrera, se halla en una de sus etapas de desarrollo. Para la primera, pues,
toda acción encaminada a impulsar el proceso revolucionario debe ser
resueltamente reprimida. Para la segunda, acelerar ese proceso, imprimirle un
ritmo vigoroso constituye un deber ineludible. Para la primera, el ideal del
movimiento es parar la rueda de la historia; para la segunda, impulsarla con
redoblado vigor. La única garantía del avance progresivo del proceso
revolucionario es la tensión combativa de las masas trabajadoras. ¿Qué hubiera
sido de la revolución, qué hubiera sido de la república misma sin la acción del
proletariado? ¿Estarían en el poder los gobernantes actuales sin el glorioso
movimiento de Octubre que, ¡oh paradoja!, condenaron con rotunda unanimidad?
Cada retroceso de la reacción, cada avance de la revolución ha sido un
resultado directo de la iniciativa, de la acción extralegal del proletariado.
Aun en el caso de que esta acción no tuviera otras consecuencias que preservar
las conquistas democráticas contra los ataques reaccionarios, contenerla,
frenarla, sería un verdadero crimen. Fue por esa acción como los presos de
octubre salieron a la calle, obligando al gobierno a sancionar de derecho lo
que los trabajadores habían conquistado ya de hecho; fue la clase obrera de
Madrid la que con su magnífica huelga general del 17 de abril, declarada contra
la voluntad de socialistas y comunistas republicanos, asestó el único golpe
serio a los señoritos fascistas; han sido los campesinos los que, cansados de
esperar, se han apresurado a ocupar las tierras por su cuenta y riesgo, los que
han obligado a acelerar la realización de la reforma agraria, y podríamos
multiplicar los ejemplos.
Y que no se nos diga que, con esos movimientos ”anárquicos”, las masas
trabajadoras hacen el juego al fascismo. ¡Como si el fascismo obrara por
razones de orden moral y no se atreviera a atacar cuando la clase obrera se
mantiene quietecita, cándidamente confiada en las instituciones de la
democracia burguesa! ¡Como si el fascismo, en vez de ser un producto directo
del capitalismo en su etapa actual de descomposición, fuera simplemente el
resultado de la mala voluntad de tal o cual aventurero ambicioso!
La burguesía recurre al fascismo porque el régimen parlamentario y
democrático no le permite resolver las contradicciones internas en que se
debate el sistema capitalista. Los regímenes democráticos pueden ser únicamente
temporales, transitorios. La lucha está planteada crudamente entre las dos
clases fundamentales de la sociedad: la burguesía y el proletariado. O
el proletariado conquista el poder y emprende el camino de la organización
socialista o el mundo se hundirá en la barbarie. De aquí que la política del Frente Popular, al presentar el problema como una lucha entre
la democracia burguesa y el fascismo, siembre funestas ilusiones entre las
masas trabajadoras y las desvíe del cumplimiento de su misión histórica,
preparando, por ello mismo, la victoria del fascismo. En la literatura oficial
de la Internacional ex comunista y de sus secciones, los términos
clásicos, ”lucha de clases”, ”proletariado”, son
sistemáticamente sustituidos por los de ”lucha antifascista” y ”antifascistas”.
La cosa no tendría mayor importancia si no se tratara más que de una simple sustitución
terminológica. Lo grave es que asistimos a una monstruosa deformación de la
doctrina del marxismo. No hay más lucha antifascista que la lucha
revolucionaria de la clase obrera por la conquista del poder. La clase obrera
puede aliarse con los sectores pequeñoburgueses de la población, y muy
particularmente con los campesinos, pero no para mantener en ellos la ilusión
de una lucha eficaz contra el fascismo por medio de la democracia burguesa,
sino para convencerles de que la situación no tiene más salida que la
revolución proletaria, que es el único antifascismo eficaz.
Si partimos de esta consideración fundamental, en ningún modo se puede
admitir la posibilidad de que el proletariado renuncie a su lucha directa, a
los grandes movimientos huelguísticos u otros, para contribuir a la
consolidación del régimen burgués, cualesquiera que sean sus características
exteriores. Su misión esencial, su deber ineludible, consiste precisamente en
acentuar esa lucha, en dar cada vez mayor empuje, extensión y profundidad a su
acción de clase, en hostigar constante e incansablemente a la burguesía, en no
confiar más que en sus propias fuerzas, en crear, desde ahora, los instrumentos
adecuados para la insurrección y el ejercicio del poder — Alianza Obrera,
partido revolucionario —, y en impulsar vigorosa y decididamente el movimiento
hacia la revolución social.
[Libro](1930)
Andreu Nin. Las Dictaduras de
nuestro tiempo
Capítulo
III. El Fascismo italiano
Tras el
triunfo electoral A todos los trabajadores! 16 de febrero de 1936
El origen
del concepto de Frente Popular o Frente interclasista
Frente
Popular o Frente Único Proletario y el Populismo de Podemos
La farsa de
la “unidad popular” (Unidad popular para torpes)
Qué es y qué
quiere el Partido Obrero de Unificación Marxista
Primera
campaña de difamaciones y calumnias, en la que se identificaba al POUM con el
fascismo internacional, se intensificó desde finales de 1936 y en los primeros
meses de 1937
Trotsky, el
POUM y los hechos de mayo. Andy Durgan
Grandizo
Munis. Carta a un obrero poumista. La bandera de la IV Internacional es la
única bandera de la revolución proletaria. 1938
Víctor Alba.
Sobre el frente único proletario, documentos complementarios.
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