jueves, 8 de noviembre de 2012

Las claves del socialismo del Siglo XXI



Las claves del socialismo del Siglo XXI


Escrito por Alberto Arregui   , 14 Septiembre 2011

“Por encargo del Comité Central del Partido Comunista de Rusia declaro inaugurado el primer Congreso Comunista Internacional. Ante todo, ruego a todos los presentes que honremos la memoria de los mejores representantes de la III Internacional, de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, poniéndonos en pie. [Todos se ponen en pie]». (1)
    
Fue el propio Lenin quien dirigió estas palabras a los delegados del primer congreso de la internacional comunista en marzo de 1919. En los años siguientes, el dirigente bolchevique, insistió una y otra vez en la necesidad de la publicación y difusión de las obras completas de Rosa Luxemburgo. Pero con la muerte de Lenin, se extinguió también el eco del pensamiento de la gran revolucionaria alemana.
                                       
¡Vae victis!  (¡Ay de los vencidos!)
Si alguna vez la historia, y la historia de la izquierda, se ha cebado en la derrota de una personalidad gigantesca para ignorarla, no cabe duda alguna, lo ha hecho con Rosa Luxemburgo. En su vida y después sobre su memoria, ha pagado con creces el pecado prometeico; desafió a la sociedad de su tiempo, ella, una mujer, de origen judío, nacida en una nacionalidad oprimida y saqueada, Polonia, exiliada en Alemania con espíritu cosmopolita entregó su vida a la causa revolucionaria participando directamente en los acontecimientos revolucionarios en Rusia, Polonia y Alemania.
La brutal derrota de la revolución de 1918-19 dejó sobre la obra de Rosa el estigma de los vencidos, pero la semilla de cualquier elaboración teórica que no renuncie a las raíces del socialismo, para construir una alternativa de superación del capitalismo en el siglo XXI, se encuentra en sus escritos más que en los de ningún otro autor marxista.
Siempre habló sin tapujos, expresó todo su pensamiento, tanto en el terreno personal, aunque inseparable de su acción política (es imprescindible leer su correspondencia para comprender la vitalidad de su pensamiento), como en la lucha política cotidiana y en sus escritos. Como diríamos hoy “hacía amigos” cada vez que se dirigía a sus adversarios políticos, y recibía críticas de no pocos dirigentes del SPD y de los sindicatos, pero al tiempo ampliaba la simpatía entre los trabajadores que la conocían, que leían sus artículos o que escuchaban su encendida y auténtica oratoria.
En 1916, una de las veces que salió de la cárcel, fue recibida por una multitud de mujeres. En una recepción posterior, el encargado de saludarla se dirigió a ella presentándola como una mujer que “dice abierta y francamente lo que hay que decir incluso a los dirigentes del partido, porque es la mujer a quien en las altas esferas del partido, prefieren ver entrar en la cárcel que salir”. (2)
Aún hoy, leer sus intervenciones en los congresos socialdemócratas despierta en nosotros esa admiración por las personas que creen firmemente en las palabras que pronuncian:
 “Han afirmado: Lo que se dice de la meta final representa un hermoso pasaje de nuestro programa, que sin duda no debemos olvidar, pero que no tiene ninguna relación directa con nuestra lucha práctica. Puede incluso que haya cierto número de compañeros que opinen que un debate sobre el objetivo final es una discusión académica. Declaro que, al contrario, no hay para nosotros, en la medida que somos un partido revolucionario proletario, ninguna cuestión más práctica que el objetivo final. Pensadlo: ¿En qué consiste, de hecho, el carácter socialista de nuestro movimiento? La lucha práctica propiamente dicha se divide en tres partes principales: la lucha sindical, la lucha por las reformas y la lucha por la democratización del Estado capitalista. ¿Acaso estas tres formas de lucha son, hablando en propiedad, algo propio del socialismo? ¡Desde luego que no!
Tomemos ante todo el movimiento sindical. ¡Ahí tenéis a Inglaterra! En ese país, el movimiento sindical no sólo no es socialista, sino que en parte incluso es un obstáculo para el movimiento socialista. En lo que se refiere a las reformas sociales, los «socialistas de cátedra», los socialistas nacionales y otros de la misma calaña también las preconizan. En cuanto a la democratización, no hay en ella nada que no sea específicamente burgués. La burguesía ya había inscrito en sus banderas la democracia antes que nosotros. ¿Qué es entonces lo que hace de nosotros, en nuestra lucha cotidiana, un partido socialista? Solamente la relación de estas tres formas de lucha práctica con nuestra meta final. El objetivo final es lo único que da su espíritu y su contenido a nuestra lucha socialista y hace de ella una lucha de clase. Y, en contra de lo que dice Heine, al decir meta final no debemos entender tal o cual representación de la sociedad futura, sino aquello que debe preceder a cualquier sociedad futura, es decir, la conquista del poder político.”(3)
Franz Mehring, dirigente del SPD salió en su defensa con ocasión de las diatribas que dirigieron contra ella los dirigentes de los sindicatos, escocidos por las críticas recibidas, afirmando que “...estas invectivas de mal gusto a la cabeza más genial surgida entre los herederos científicos de Marx y Engels, radican en último término en el hecho de que es una mujer quien la lleva encima de los hombros” (4)
En la crisis de dimensión histórica que hoy padece la izquierda es imprescindible volver a las raíces del socialismo para encontrar el vigor que haga renacer el movimiento por la transformación socialista de la sociedad. En esa tarea, el pensamiento de esta mujer debe ser rescatado aún más que por justicia,  por necesidad.
De esta vigencia arrolladora de su pensamiento debemos tomar, al menos, como imprescindible: su defensa del socialismo frente al reformismo, su concepción de los medios de lucha de la clase obrera, especialmente el papel de la huelga general y la relación entre el partido político y la clase trabajadora, su idea de partido y de la democracia interna y de la relación con los sindicatos, y su aportación acerca de la concepción del sistema político que debe acompañar al sistema económico socialista. Tan ambicioso propósito hace que, con dolor, dejemos fuera sus escritos económicos acerca de la acumulación del capital, la cuestión nacional, su análisis de la revolución rusa y sus escritos diversos de las polémicas en las filas de la socialdemocracia, si bien deberemos referirnos, aunque sea tangencialmente, a las  falsedades que se han hecho lugares comunes acerca de Rosa: un supuesto antibolchevismo y la atribución de una  defensa de la teoría del  espontaneismo del movimiento frente a la necesidad del  partido.
Su lucha política se desarrolló en condiciones diferentes a las de los bolcheviques, en un país con democracia burguesa con libertades formales y con partidos y sindicatos de masas en condiciones de legalidad con creciente representación parlamentaria, por eso también sus escritos acerca del parlamentarismo, de los sindicatos, del régimen interno de las organizaciones obreras, nos resultan mucho más cercanos, y su concepción de la democracia socialista podríamos decir que es “la joya de la corona”. No es casualidad que la formulación más acabada del reformismo frente al marxismo se produjera en Alemania a partir del poderoso Partido Socialdemócrata paradigma de todas las tendencias que quieren adaptarse al capitalismo, y también allí, se levantó la voz que aún hoy debemos escuchar frente a quienes pretenden dar por caduco el socialismo.
Sería un grave error acercarnos a Rosa Luxemburgo con una concepción de prospección arqueológica de su pensamiento. Sus análisis y sus textos nos ayudarán a desarrollar la gigantesca e ineludible tarea planteada por Carlos Marx en sus tesis sobre Feuerbach: no basta con interpretar, nuestra tarea sigue siendo transformar el mundo. Quien no este movido por este deseo,  pierde el tiempo leyendo a esta revolucionaria.

La vigencia de su obra «Reforma social o revolución»            
«No hay ninguna calumnia más grosera, ningún insulto más indignante contra los trabajadores que la afirmación de que las discusiones teóricas son solamente cosa de los ‘académicos’. Ya Lassalle dijo en una ocasión que sólo cuando la ciencia y los trabajadores, esos dos polos opuestos de la sociedad, se unan, acabarán con sus brazos de acero con todos los obstáculos culturales. Toda la fuerza del movimiento obrero moderno se basa en el conocimiento teórico» (5). Así pensaba la autora del más didáctico y actual argumentario contra el reformismo. Siempre insistió en la importancia vital de la teoría, como podemos comprobar leyendo su folleto Junius: «La teoría marxista puso en las manos de la clase obrera del mundo entero, una brújula que le permitía encontrar su camino en el torbellino de los acontecimientos de cada día y orientar su táctica de combate, en cada momento, en la dirección del inmutable objetivo final». (6)
“Reforma social o revolución” aborda un debate actual, unos argumentos aplicables a nuestros días. Este libro debiera convertirse en un material obligado de lectura y reflexión en las filas del movimiento obrero.
La teoría que explica la ley de la gravedad fue formulada hace mucho tiempo, pero nadie en su sano juicio, se lanzaría desde una gran altura para demostrar que “lo viejo” no es válido. Mientras se mantengan las condiciones en que actúa, quien quiera mantener su integridad física deberá tenerla en cuenta, aunque no sepa formularla. De igual manera mientras las relaciones de producción capitalistas se mantengan, serán válidas las ideas que plantean la superación de las mismas y los argumentos contra este sistema que ha desarrollado el marxismo, aunque haya dirigentes de  formaciones de izquierdas que ignoren la formulación de la ley del valor o de la circulación y reproducción del capital. El hecho de que se ignore la teoría de Marx acerca del carácter de las crisis capitalistas, debidas a la sobreproducción, tan brillantemente defendida por Rosa Luxemburgo, no altera la realidad, implacable, de la actual crisis económica de sobreproducción ni sus consecuencias.
En un viejo chiste, un sargento chusquero explicaba a los reclutas las trayectorias de las balas y la descripción de la parábola por el efecto de “la ley de la gravedad”, al comprobar que nadie entendía nada terció: “pero no os preocupéis, aunque no hubiera ley de la gravedad, la bala caería por su propio peso”.
A pesar de todo el tiempo transcurrido y de la experiencia acumulada, seguimos discutiendo las leyes básicas de la historia, de la economía y de las revoluciones sociales. El núcleo esencial de la discusión en el seno de la izquierda transformadora es, más que nunca, el planteado en la famosa polémica «reforma o revolución»: ¿Sigue siendo posible, hoy, una alternativa global al capitalismo, o sólo podemos resignarnos a reformas? ¿Esas reformas progresivas conducirían a un capitalismo justo, o a una superación gradual y pacífica de las injusticias del sistema?
A pesar de que toda la historia del capitalismo contradice las tesis gradualistas de los reformistas, a pesar de que la inmensa mayoría de nuestro planeta padece hambre, guerras y enfermedades, a pesar de que la riqueza se concentra cada vez en menos manos, muchos de los dirigentes políticos ha aceptado la quimera del revisionismo, el espejismo de que poco a poco el propio sistema va resolviendo los problemas.
El propósito de Rosa no es oponerse a las reformas sociales, sino rechazar el argumento de que se puede llegar a una sociedad socialista, o que se puede alcanzar la justicia en la sociedad, a través de una reforma paulatina del capitalismo. Tras ello se oculta la renuncia a la transformación de la sociedad.
Eduard Bernstein en sus artículos, que aparecieron como libro en 1899 (7), recogía todas las críticas al marxismo, pretendidamente manteniéndose en el campo socialista.
Pero, como los reformistas actuales, Bernstein cuestiona la ley del valor tal como Marx la planteó, y defiende la capacidad del capitalismo para adaptarse evitando las crisis proponiendo un cambio de modelo productivo, pero sin cuestionar el modo de producción.
Los mecanismos fundamentales de adaptación serían la utilización del crédito, las sociedades anónimas y los monopolios, así como la elevación del nivel de vida de las masas. Todo ello conduciría, a través de una mejora paulatina de las condiciones de vida a la superación de las crisis económicas, encontrando una salida favorable para todos, empresarios y trabajadores. No hay mucha diferencia con las actuales tesis del fin de la historia, de la tercera vía o de los «gestores honestos» del sistema. En definitiva se trata de castrar el socialismo para quedarse en una ética seglar de un mundo mejor, buscando salidas a las crisis dentro del sistema.
La crisis capitalista actual, con el enorme desastre financiero organizado, resalta la vigencia de las respuestas de Rosa a Bernstein, en su “Reforma social o revolución”: “El crédito constituye no sólo el medio técnico por el cual un capitalista puede tener acceso a capitales ajenos, sino que también supone un estímulo para hacer un uso audaz y poco escrupuloso de la propiedad de otros, es decir, para incurrir en temerarias especulaciones… el crédito no sólo agudiza las crisis sino que facilita su aparición y ampliación al convertir el intercambio en su conjunto en un mecanismo muy complejo y artificial con base real en una cantidad mínima de moneda metálica, de modo que puede sufrir perturbaciones a la menor ocasión. Nos damos cuenta así de que el crédito, lejos de ser un medio de eliminación o incluso de atenuación de las crisis, constituye muy por el contrario un factor particularmente poderoso de su formación”.
¿No tienen plena actualidad estas ideas? Antes de la crisis, los defensores más acérrimos del capitalismo insistían en que los nuevos “productos financieros” —es decir, de las formas modernas del crédito y la especulación— garantizaban la estabilidad económica gracias a la diversificación del riesgo. Para Rosa “el crédito no hace sino facilitar y agudizar las crisis, que no son sino el choque periódico entre las fuerzas contradictorias de la economías capitalista”. No hace sino seguir las huellas de Marx, en su explicación de que la contradicción permanente entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción deriva en crisis de sobreproducción, y no existen recetas para sortear esas crisis en el marco del sistema de producción capitalista.
Marx estableció la medida del valor en el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir las mercancías. Desentrañó la diferencia entre trabajo y fuerza de trabajo, fue capaz de dar una explicación material de los mecanismos de la economía capitalista (o “de mercado”). Sin embargo Bernstein, como todos los reformistas, sustituyó la ley del valor por una abstracción inmaterial. Los capitalistas tratan de ocultar la cruda explotación a la que someten a la clase trabajadora, de la que extraen la plusvalía, tras ocultas fuerzas espirituales, tales como el «riesgo», el «carácter emprendedor», «esfuerzo», I+D+i, “inversión productiva”,  “competitividad”, gran «habilidad para los negocios»… o simples engaños. Pero hasta hoy seguimos esperando en vano que expliquen de donde surge el beneficio. Porque, tal como decía Engels, “de la nada no surge nada, y señaladamente no surge beneficio”.

La esencia de la táctica revolucionaria
Como no podía ser de otra manera, Bernstein omite la lucha de clases, por tanto no puede comprender su papel de motor de la historia. Necesita este paso para, a continuación, dar el que acometen todos los conciliacionistas, el reconocimiento de una armonía de intereses entre burgueses y proletarios, entre patronos y obreros, entre gobernantes y gobernados. Según Bernstein, el capitalismo se iría democratizando progresivamente, y era prueba de ello las sociedades por acciones. Ya vemos que lo del «capitalismo popular», o lo que nuestros dirigentes sindicales llaman “nuevo modelo de relaciones laborales”, o “el estado de derecho”, no es original.
Así mismo, las reivindicaciones salariales de los sindicatos irían reduciendo paulatinamente los beneficios de los capitalistas hasta llegar a su práctica anulación y, con ello, el fin de la explotación del trabajo asalariado.
Rosa Luxemburgo dio cumplida respuesta en su obra Reforma social o revolución a todas estas ideas, con argumentos que en gran parte mantienen su vigencia, rechazando la política de pacto social, denunciando cualquier política de colaboración de clases o de participación de los representantes de la clase obrera en los gobiernos burgueses.
Especial interés merece el debate acerca de las crisis económicas, pues ya entonces algunos defendieron que el capitalismo las había superado, al igual que se ha venido repitiendo cada vez que se prolongaba el período entre las crisis.
Debemos aclarar que Bernstein se aferró a una expresión utilizada entonces en algunos debates acerca del supuesto «derrumbe» económico del capitalismo, para decir que tal derrumbe no se produciría nunca. Realmente Marx y Engels jamás plantearon un derrumbe pasivo del capitalismo, una especie de «crisis final» como consecuencia de sus contradicciones económicas, sin la intervención consciente del proletariado. Tampoco Rosa Luxemburgo tenía esa concepción fatalista, comprendía perfectamente el carácter decisivo del factor subjetivo para poder transformar la crisis en revolución. Leemos en su folleto Junius: «La victoria del proletariado socialista (…) está unida a las férreas leyes de la historia, a miles de peldaños de una penosa evolución anterior demasiado lenta. Pero jamás podrá ser realidad si de entre todos los elementos reunidos, los requisitos previos, no salta la chispa incendiaria de la voluntad consciente de las masas populares».
En “Reforma social o revolución” no deberían caber dudas del sentido que le daba al «derrumbe» capitalista, cuando afirma ideas como la siguiente: «Naturalmente, la táctica socialdemócrata normal no consiste en esperar el desarrollo extremo de las contradicciones capitalistas hasta que se produzca entonces un cambio revolucionario. Al revés: lo que hacemos es apoyarnos en la dirección del desarrollo, una vez conocida, para llevar luego mediante la lucha política sus consecuencias hasta el límite. En esto consiste la esencia de toda táctica revolucionaria en general». ¡He aquí, en unas líneas la médula de una concepción marxista frente la actitud pusilánime del reformismo!
Ahora bien, en aquella época sí se respiraba entre los marxistas el ambiente de que se produciría una gran crisis económica y social y, en ese sentido, se comenzó a hablar de «un derrumbe». La verdad es que ese derrumbe de la sociedad se produjo, ¡y de que manera!, durante todo un período histórico que comprende desde la Primera a la Segunda Guerra Mundial.
La superioridad del análisis marxista sobre el empirismo de Bernstein ya había quedado, en cualquier caso, de manifiesto: «Ahora bien, si el sistema de crédito, los cárteles, etc., no eliminan la anarquía de la economía capitalista, ¿cómo es posible que hayan transcurrido ya dos décadas —desde 1873—sin que se haya presentado ninguna gran crisis comercial? ¿No es esto un signo de que el modo de producción capitalista, al menos en lo esencial, se ha ‘adaptado’ a las necesidades de la sociedad y el análisis realizado por Marx está superado?
La respuesta no se hizo esperar. Apenas Bernstein había arrojado en 1898 la teoría marxista de las crisis como un trasto viejo e inservible cuando, en 1900, estalló una intensa crisis general y siete años más tarde, en 1907, una nueva crisis alcanzó desde los Estados Unidos al conjunto del mercado mundial. La teoría de la ‘adaptación’ del capitalismo se vino abajo como consecuencia de estos elocuentes hechos. Al mismo tiempo quedaba así demostrado que quienes abandonaban la teoría marxista de las crisis sólo porque presuntamente había fallado en un par de ‘plazos de vencimiento’, habían confundido el núcleo de esta teoría con un detalle secundario y externo propio de su forma: con el ciclo decenal».(8)
Bernstein, como muchos de nuestros socialdemócratas actuales, consideraba las crisis económicas como algo debido a fallos del sistema que se podrían superar desde el propio capitalismo: «Para él [Bernstein] las crisis son simplemente perturbaciones del mecanismo económico y en el momento en que se eliminan el mecanismo ya puede funcionar completamente. Sin embargo, las crisis no son «perturbaciones» en sentido propio o, mejor, son perturbaciones de las cuales no obstante, la economía capitalista en su conjunto no puede prescindir».(9)

Socialismo ayer, socialismo mañana…
Rosa fue contestando, uno por uno los argumentos de los gradualistas, de los Bernstein de ayer de los dirigentes y gobernantes reformistas de hoy, para demostrar que su táctica, y en esto la historia le ha dado plenamente la razón, supone una aceptación del sistema capitalista. Quizá siga siendo este el problema más acuciante en el seno de la izquierda para ser capaces de levantar una alternativa que ofrezca un futuro de esperanza a los explotados de todo el mundo, pues de aquel debate son hoy más los herederos de Bernstein que los de Rosa Luxemburgo, es lo mismo decir que son más los que han renunciado al marxismo en las filas de las organizaciones políticas y sindicales de la clase obrera. Esto supone un gran retroceso histórico, pues una amplia organización, consciente de la necesidad de transformar la sociedad es la condición previa para la emancipación de todos los oprimidos. Y hay mucho que aprender de las conclusiones de “Reforma social o revolución”: «Por tanto, quien se pronuncie por un camino de reformas legales en lugar y en contra de la conquista del poder político y de la transformación de la sociedad está, en realidad, eligiendo no un camino más tranquilo, más seguro y más lento hacia la misma meta, sino también una meta diferente; está optando ciertamente por la introducción no de una nueva sociedad sino meramente de transformaciones que no afectan a la esencia de la sociedad existente. Así, a partir de las ideas políticas del revisionismo llegamos a la misma conclusión que a partir de sus teorías económicas: que el revisionismo, en el fondo, no aspira a la realización del socialismo, sino simplemente a la reforma del capitalismo, no aspira a la eliminación del sistema salarial sino a reducir más o menos la explotación, aspira, en una palabra, a suprimir los excesos del capitalismo y no el capitalismo mismo».
La historia confirmó de sobra la certeza de los argumentos revolucionarios contra los reformistas. Todas las ideas de Bernstein, después Kautsky y los demás, defendiendo la evolución gradual del capitalismo y de la democracia burguesa, así como la superación de las crisis económicas sufrieron un mentís aplastante con el advenimiento de la crisis del 29 y el triunfo de la barbarie nazi y la Segunda Guerra Mundial.Hoy habría que añadir, que los herederos de Bernstein, no sólo abandonaron la lucha por el socialismo, sino que, en una paradoja sólo aparente, acabarían dejando la lucha por las reformas como atestigua la política de las direcciones de los partidos socialistas en toda Europa a lo largo de estos años.
Pero nosotros no debemos limitarnos a tomar partido por los argumentos expuestos en Reforma social o revolución en la época en que fue escrita, sino trasladarlos a nuestros días. Una vez más oímos defender las mismas ideas con nuevos envoltorios.
Desde diversos ángulos se puede afirmar la actualidad de los argumentos de esta obra que polemizaba contra el reformismo.
Por una parte, asombrosamente, la mayor parte de los argumentos que hoy se utilizan contra el socialismo fueron sistematizados por Bernstein hace más de un siglo. Si la obra del viejo derechista alemán se hiciese hoy popular los reformistas de todo el mundo quedarían a la altura del barro, pues se demostraría que su supuesta modernidad es una falacia.
Y si a alguien aún le cabe alguna duda de la actualidad del debate Rosa-Bernstein, traigamos aquí una de las muchas citas que podríamos recabar de un bernsteiniano moderno:
“Hoy se encuentra fuera de discusión el papel crucial del Mercado como mecanismo de asignación, dinamización e innovación económica. Como mecanismo promotor de crecimiento y riqueza. Como pieza decisiva, imprescindible, de una economía moderna y dinámica”.
Esta  declaración de un dirigente de izquierdas en una conferencia en el Club Siglo XXI, sirve perfectamente para demostrar la formulación actual de esas ideas, de que el sistema capitalista es incuestionable aunque necesita correcciones.
Los argumentos luxemburguianos se han vuelto con el tiempo más actuales aún en la lucha contra el revisionismo. En realidad, es el debate más urgente para el movimiento obrero organizado. Resulta de una necesidad inaplazable la discusión acerca de la vigencia de las ideas socialistas concebidas como un programa revolucionario para superar el sistema capitalista.
El propio Bernstein, como Eróstrato, que incendió el templo de Diana con el único propósito de alcanzar la celebridad, tenía el mérito de hacerse famoso no por su propio pensamiento sino tratando de enterrar a un famoso, en este caso a Marx. Ahora los «erostratos» son legión, y su categoría muy inferior, pero siguen intentando arañar la fama descubriendo la superación de las ideas socialistas, y se limitan a repetir lo ya dicho hace mucho tiempo. Una sola pluma, la del águila que fue Rosa Luxemburgo, basta para contestar y barrer todos los argumentos de estos modernos incendiarios.
En un vibrante discurso dijo que «no existe ninguna cuestión más práctica que el objetivo final» (10), dio en el clavo. La socialdemocracia alemana utilizó una táctica que, por desgracia, ha tenido gran éxito histórico; la de arrinconar la idea del socialismo sin enfrentarse a ella, es decir planteando que «algún día» lucharemos por él, pero nunca llega ese día. Así el objetivo de la lucha deja de ser la meta y se puede llevar a cabo una política «realista» de adaptación al capitalismo, una renuncia en la práctica a la lucha por transformar la sociedad. Nunca llega el momento de cambiar el sistema productivo, siempre tenemos una propuesta de nuevo modelo productivo en el marco de las relaciones de propiedad capitalistas.
Como en la famosa obra de  “Alicia”, en el diálogo con la reina, siempre encontramos un motivo para considerar que el socialismo no es la alternativa “hoy”, sino las reformas, el cambio de modelo productivo, la cogestión...para concluir que el socialismo es como la mermelada que ofrece la reina: “mermelada ayer, mermelada mañana, pero nunca mermelada hoy”.
Cualquier intento de crear una separación entre la lucha cotidiana y el objetivo de la transformación socialista de la sociedad se trata de un divorcio artificial, que conduce inexorablemente al abandono del socialismo, adaptándose al sistema. El hablar de cambios de modelo productivo en lugar de luchar por cambiar el “sistema productivo”o “modo de producción”, nos conduce irremediablemente a decir: “socialismo ayer, socialismo mañana, pero nunca socialismo hoy”.
 
“El objetivo final lo es todo”
El programa marxista está concebido como un programa de transición, es decir, un programa capaz de vincular la lucha cotidiana, las reivindicaciones inmediatas, con la lucha por la transformación social. Marx lo explicó muy bien al hablar del salario en la sociedad capitalista. Rosa lo sintetizó en una expresión que le costó la enemistad de algunos dirigentes sindicales, al decir que la lucha sindical sin perspectiva socialista era “un trabajo de Sísifo”, en referencia, al inútil esfuerzo de este personaje mitológico subiendo una roca a la montaña que de nuevo rodaría por la pendiente. Esta expresión no implicaba, ni mucho menos, un desprecio al papel de las reivindicaciones sindicales, lo que pretendía era destacar que la lucha sindical no tiene sentido sin una perspectiva de transformación social: «No existen dos luchas distintas de la clase obrera, una económica y otra política; existe sólo una única lucha de clase que tiende simultáneamente a limitar la explotación capitalista dentro de la sociedad burguesa y a suprimir la explotación capitalista y al mismo tiempo la sociedad burguesa».(11)
En ese aspecto, consideraba que no se puede separar artificialmente lucha política y lucha sindical: «La pretendida oposición entre partido y sindicato se reduce en este orden de cosas a una oposición entre el partido y un cierto grupo de funcionarios sindicales y, al mismo tiempo, en una oposición en el interior de los sindicatos entre este grupo y la masa de los proletarios organizados sindicalmente».(12)
Supo ver el grave problema que se deriva de un trabajo sindical carente de perspectiva socialista. El análisis que efectuó de los riesgos que implica esta situación eran una previsión de lo que se ha convertido en el mayor problema de los sindicatos obreros: «La especialización en su actividad profesional de dirigentes sindicales, así como la restricción natural de horizontes que los liga con las luchas económicas fragmentadas en períodos de quietud, concluyen por llevar fácilmente a los funcionarios sindicales al burocratismo y a una cierta estrechez de miras».(13)
Es fácil comprender por qué el ala derecha de los sindicatos hizo de Rosa Luxemburgo el objeto de insultos personales y ataques políticos, que lejos de anular su crítica confirmaban que había puesto el dedo sobre la llaga: «Los dirigentes sindicales, constantemente absorbidos por la pequeña guerra económica, que tienen por objetivo hacer que las masas obreras sepan apreciar el gran valor de cada conquista económica, por mínima que ella sea, de cada aumento salarial y reducción del horario de trabajo, llegan insensiblemente a perder ellos mismo los grandes nexos de causalidad y la visión de conjunto de la situación general. Sólo así se puede entender por qué más de uno de ellos se extienda con tanta satisfacción sobre las conquistas de estos últimos quince años, sobre los millones en aumentos salariales, en lugar de insistir por el contrario en el reverso de la medalla: en el descenso de las condiciones de vida para los proletarios, que simultáneamente han causado el encarecimiento del pan, toda la política fiscal y aduanera, la especulación del terreno edificable que aumenta de modo exorbitante los alquileres, en pocas palabras, sobre todas las tendencias efectivas de la política burguesa que anulan en gran parte las conquistas de las luchas sindicales de quince años.
De la verdad socialista total, que, poniendo de relieve el trabajo presente y su absoluta necesidad pone el acento principal sobre la crítica y los límites de este trabajo, se llega a defender así la media verdad sindical, que hace resaltar sólo el resultado positivo de la lucha cotidiana».(14)
Sus observaciones acerca de los sindicatos son un reflejo de su concepción marxista, no admitiendo la separación entre la lucha por lo inmediato y la lucha por la transformación de la sociedad, comprendiendo el carácter transicional que se debe imprimir a las reivindicaciones laborales. Su análisis descubre una de las raíces más importantes del abandono por parte de los dirigentes obreros de las ideas socialistas al sumergirse en un sindicalismo que se desvincula de la lucha política: «Pero dado que el punto de vista socialista consiste precisamente en combatir el optimismo sindical acrítico, y además combatir el optimismo parlamentario, se termina por oponerse a la misma teoría socialista: se busca a tientas una ‘nueva teoría sindical’, es decir, un teoría que, en contraste con la doctrina socialista, abriría a las luchas sindicales, en el terreno del orden capitalista, perspectivas ilimitadas de progreso económico».(15)
Aquellos dirigentes sindicales que defienden un sindicalismo apolítico y creen haber descubierto un «sindicalismo moderno», podrán constatar aquí que el intento de separar la actividad sindical de la lucha por la revolución social es, al menos, tan antiguo como el reformismo y que no necesitamos más argumentos que los expuestos por Rosa Luxemburgo para demostrar su alejamiento de los intereses reales del movimiento obrero.
La necesidad de contemplar la unidad dialéctica de la lucha por las reformas con la meta revolucionaria, es para ella la respuesta más adecuada frente a quienes pierden de vista la razón de ser del pensamiento socialista: «Debemos declarar, de una forma clara y tajante, como Catón, el Viejo: «¡Creo que es necesario destruir ese Estado!» La conquista del poder político sigue siendo nuestro objetivo final, y la meta última sigue siendo el alma de nuestra lucha. La clase obrera no debe adoptar el punto de vista decadente del filósofo: ««El objetivo final, sea cual sea, no es nada; el movimiento lo es todo». No; al contrario: el movimiento, como tal, sin relación con la meta final, el movimiento como objetivo en sí mismo, no es nada; ¡el objetivo final lo es todo!
[Aplausos]». (16)
 
El parlamentarismo. Masas, partido y dirección
Al fin y al cabo, la perspicaz Rosa, es consciente de que en el partido también se da este peligro de burocratización, que se manifiesta fundamentalmente en los riesgos que conlleva la actividad parlamentaria separada de la lucha de las masas. Jamás se opuso a la participación en el parlamento, pero tuvo una ocasión muy clara de mostrar cual era su concepción en la práctica y no sólo en la teoría. Su inseparable camarada Karl Liebnekcht demostró cual era la actitud consecuente de un marxista, al oponerse, en primer lugar el sólo, en el parlamento alemán a la aprobación de los créditos de guerra, mientras el grupo parlamentario socialdemócrata preso del patriotismo más patético votaba junto al imperialismo alemán a favor de los medios para una carnicería que asolaría Europa.
Sus consideraciones no pueden ser más actuales: «El parlamentarismo no sólo da pie a todas las conocidas ilusiones del oportunismo actual como las que conocemos por Francia, Alemania e Italia, es decir, la sobrevaloración de la acción reformadora, la colaboración de las clases y de los partidos, la evolución pacífica, etc., sino que constituye al mismo tiempo el suelo sobre el cual esas ilusiones pueden fomentarse en la práctica al separar a los intelectuales también en la Socialdemocracia, en tanto que parlamentarios, de las masas proletarias poniéndolos en cierto modo por encima de éstas. Finalmente, el mismo parlamentarismo, con el crecimiento del movimiento obrero, hace de este último trampolín para el ascenso político, razón por la cual vienen a cobijarse en él muchos elementos ambiciosos desplazados pertenecientes a la burguesía».(17)
El proletariado alemán se había dotado de una poderosa organización política y sindical, pero falta de vida de base, de iniciativa política, con estructuras anquilosadas, lo que constituía una de las mayores preocupaciones de Rosa, que clamaba por la participación y la democracia interna como la sangre que debía circular por la venas de la organización: «…Sería un error fatal pensar que por ese mero hecho la organización socialdemócrata se ha convertido en la única depositaria de toda la capacidad de acción histórica del pueblo, y que las masas desorganizadas del proletariado se reducen a un magma amorfo, a un lastre inerte para la historia. Es precisamente lo contrario; la materia viviente de la historia sigue siendo, siempre, a pesar de la socialdemocracia, la masa del pueblo; y sólo cuando la sangre circula entre el núcleo organizado y las masas populares, sólo cuando el pulso de uno y otro late al unísono, la socialdemocracia puede y demuestra ser capaz de realizar grandes acciones históricas. (…) …la pequeña parte de iniciativa y decisión tanto en el plano intelectual como político, que incumbía a las organizaciones de base en la vida cotidiana, queda totalmente transferida al pequeño cenáculo que dirige el partido: direcciones de sección, federación y grupo parlamentario. Lo que queda para la gran masa de miembros es el pago de las cotizaciones, la difusión de los panfletos, las elecciones y la organización de la campaña electoral, el puerta a puerta para recoger las suscripciones a la prensa del partido y otras obligaciones por el estilo. (…) La iniciativa de la base acaba por lo general estrellándose contra el muro de las innumerables instancias».(18) ¡Quién diría que estas palabras fueron escritas hace un siglo!
«Los pasos en falso en que incurre un movimiento obrero verdaderamente revolucionario son históricamente mucho más fructíferos que la infalibilidad del mejor Comité Central».(19)
En esta afirmación encontramos la más radical exigencia de la democracia interna en las organizaciones de masas, no como un concepto abstracto, sino en su relación con la lucha por la transformación social, y con una concepción de independencia de clase frente a los partidos burgueses.
En la relación de los distintos frentes que tiene abierta la lucha por la transformación de la sociedad, el ámbito del parlamento debe jugar un destacado papel, pero siendo conscientes de cual ha sido la experiencia vivida. Luchaba por obtener el máximo margen para combatir la burocratización de los dirigentes y, sobre todo, creía en el aire fresco de la presión directa de las masas y la necesidad de mecanismos de control y participación que impidiesen la traición Esa desconfianza en los dirigentes la manifiesta en contraste con una gran confianza en las masas, es una constante de su pensamiento y su lucha, quizá una de las citas más expresivas sea esta: «La revoluciones que ha habido hasta ahora, y en especial la de 1848, nos han demostrado que no es a las masas a quien hay que sujetar, sino a los parlamentarios para que no traicionen a las masas y a la revolución».(20) Desde aquellas fechas, a la experiencia de 1848 se podría añadir una larga lista.
Siempre fue implacable a la hora de “distribuir responsabilidades” entre el partido y las masas, o dentro del partido entre las bases y la dirección, con aquellos que “se sienten decepcionados por las masas o por la militancia”. Estamos demasiado acostumbrados a culpar a las masas o a los votantes de nuestros males, a calificarlos de “aburguesados” o de que “huyen como conejos”, o que son “unos borregos”, en lugar de analizar nuestros errores. Su carta a  Mathilde Wurm es una reflexión profunda acerca de los procesos de toma de conciencia y del papel decisivo del partido: «No hay nada tan mutable como la psicología de los hombres, al igual que la psique de las masas encubre siempre —como thalassa, el mar eterno—, en este estado latente, todas las virtualidades: una calma mortal y la tempestad más feroz, la cobardía más vil y el más bravo heroísmo. Las masas son siempre aquello que necesariamente tienen que ser en función de las circunstancias, y siempre están a punto de convertirse en algo totalmente diferente de lo que aparentan ser. ¡Ah! ¡Qué clase de capitán podría ser aquel navegante que fijara su ruta fiándose únicamente del aspecto momentáneo del mar y que no supiera prever la llegada de la tempestad a partir de los signos observados en el cielo y en las profundidades del océano! ‘Ser decepcionado por las masas’, mi pequeña, para un dirigente político, equivale siempre a la demostración de su propia incapacidad. Un dirigente de gran envergadura no basa su táctica en el humor momentáneo de las masas, sino en las leyes de bronce de la evolución; mantiene su táctica a pesar de todas las decepciones y deja tranquilamente que la historia vaya madurando su obra».(21)
Esta no es una idea esporádica en Rosa, sino que constituye uno de los más sólidos fundamentos de su pensamiento, sobre todo a raíz de la experiencia de la Revolución Rusa de 1905, y, para cualquier comunista, representa una guía para la acción: «Es cierto que las masas sólo pueden alcanzar el éxito si la dirección del partido es consecuente, resuelta y de una claridad transparente. Si cada vez que se dan dos pasos adelante se retrocede uno, las acciones de masas irán también a ciegas. Pero cada vez que una campaña política fracasa el responsable no son las masas desorganizadas, sino el partido organizado y su dirección.
Históricamente la socialdemocracia está llamada a constituir la vanguardia del proletariado; como partido de la clase obrera debe ir delante y asumir la dirección. Pero si la socialdemocracia se imagina que es la única llamada a escribir la historia, que la clase no es nada, que debe ser transformada en partido antes de poder actuar, podría ocurrir fácilmente que la socialdemocracia jugara un papel de freno en la lucha de clases y que llegado el momento fuera obligada a correr detrás del movimiento, y fuera arrastrada a la batalla decisiva contra su voluntad».(22)

La participación en los gobiernos
Quizá en estos temas de organización es donde un militante comunista actual, más podrá sorprenderse de las palabras de esta revolucionaria que cuestionó la falta de democracia interna, que comprendió mucho antes que el propio Lenin el anquilosamiento de los dirigentes del SPD. Baste tener en cuenta que Lenin había pensado en 1914 que la noticia de que el grupo parlamentario socialdemócrata había respaldado los créditos de guerra del gobierno alemán era una falsedad para sembrar la división en el movimiento obrero.
Rosa Luxemburgo comprendió antes que él la degeneración política y organizativa del SPD. Ya a principios de 1907, le escribía a Clara Zetkin: «Soy consciente, más brutal y dolorosamente que nunca, de la pusilanimidad y de la mezquindad que reinan en nuestro partido, pero no me encolerizo como tú por ello, porque ya he comprendido —es de una claridad que asusta— que estas cosas y estas gentes no pueden cambiar si la situación no cambia. E incluso entonces —ya me lo he dicho a mí misma al reflexionar fríamente sobre ello, y es algo para mí de cajón— cuando queramos hacer avanzar a las masas, tendremos que contar con la resistencia inevitable de todos ellos. (…) Si los acontecimientos toman un giro que desborde los límites del parlamentarismo, ya no servirán absolutamente para nada.(…) Nuestra tarea, la que actualmente nos concierne, consiste simplemente en actuar contra la esclerotización y el embrutecimiento de estas autoridades, protestando tan vigorosamente como nos sea posible».(23)
Lenin, como lo hizo siempre que fué necesario, reconoció su equivocación, después de 1914: «Odio y desprecio ahora a Kautsky más que a nadie por su sucia, vil y fatua hipocresía. No ha sucedido nada, según él, no se han abandonado los principios, todos tienen el derecho de defender a su patria. El internacionalismo, fíjense ustedes, consiste en que los obreros de todos los países disparen unos contra otros ‘en aras de la defensa de la patria’.
Tenía razón Rosa Luxemburgo cuando decía, hace tiempo, que Kautsky tiene el ‘servilismo de un teórico’: espíritu de lacayo, para decirlo en lenguaje más llano, de lacayo ante la mayoría del partido, ante el oportunismo».(24)
Rosa, “dolorosamente consciente” de la evolución de los dirigentes del SPD, sabía, una vez más, que debía mantener en rumbo entre las corrientes oportunistas y ultraizquierdistas.
Esta capacidad por su parte le llevó a insistir una y otra vez en la necesidad de preservar el carácter de clase independiente frente a la burguesía de las organizaciones obreras oponiéndose a la entrada en alianzas con los partidos burgueses y, mucho menos aún, en la colaboración de clases que supone participar en un mismo gobierno con los partidos de la clase dominante.
A propósito de la discusión sobre la participación en junio de 1899 del socialista Millerand, en un gobierno burgués en Francia, que en esas fechas era algo sin precedentes en el movimiento obrero, escribió: «La naturaleza de un gobierno burgués no viene determinada por el carácter personal de sus miembros, sino por su función orgánica en la sociedad burguesa. El gobierno del Estado moderno es esencialmente una organización de dominación de clase, cuya función regular es una de las condiciones de existencia para el Estado de clase. Con la entrada de un socialista en el gobierno, la dominación de clase continúa existiendo, el gobierno burgués no se transforma en un gobierno socialista, pero en cambio un socialista se transforma en un ministro burgués. (…) Mientras que en el Parlamento, o en el Consejo Municipal, podemos obtener reformas útiles luchando contra el gobierno burgués, ocupando un puesto ministerial sólo conseguimos esas reformas si apoyamos al Estado burgués. La entrada de los socialistas en un gobierno burgués no es, pues, como podría creerse, una conquista parcial del Estado burgués por los socialistas, sino una conquista parcial del partido socialista por el Estado burgués».(25)
Esta argumentación impecable de nuestra revolucionaria mantiene toda su vigencia avalada por la experiencia de todo tipo de gobiernos de colaboración de clases, y sin duda haría que sus posiciones estuviesen en franca minoría en cualquier ámbito de la izquierda, algunos también somos “dolorosamente conscientes” de ello.
En definitiva está planteando que no se puede hacer una política socialista y, al mismo tiempo, mantener el Estado burgués: «En la sociedad burguesa, a la socialdemocracia le corresponde por su misma esencia el papel de un partido de la oposición; como gobernante solamente puede aparecer sobre las ruinas del Estado burgués».(26)
No hace sino expresar con la vehemencia y brillantez que daban carácter a todo lo que hacía, las ideas de Marx, de Engels, de Lenin, pero... ¿Cuantos votos obtendría esta tesis en nuestros congresos?
En consecuencia, su concepción de la lucha está destinada a estos objetivos, a la conquista del poder político, y lo argumenta de igual forma que como un torrente brota de las rocas, con ímpetu y haciendo de la dialéctica  algo natural. Como Trotsky diría al referirse a ella: “manejaba el método marxista como sus propios brazos; podría decirse que el marxismo corría por sus venas...”(27)
Pocas veces encontramos una aplicación tan brillante del núcleo fuerte de la filosofía dialéctica como en estos análisis aplicados a las tareas del partido y a la relación con la lucha: «La concepción rígida y mecánica de la burocracia sólo admite la lucha como resultado de la organización que ha llegado a un cierto grado de fuerza. La evolución dialéctica viva, por el contrario, hace nacer a la organización como producto de la lucha».(28)
¡Qué demostración más brillante de la importancia de la teoría! Estas argumentaciones son un libro cerrado para quienes ignoran el marxismo. Fue a raíz de la Revolución de Octubre en Rusia cuando Rosa llegó más lejos en estos análisis que, de paso, nos sirven para demostrar la estulticia de los argumentos del supuesto “antibolchevismo” de esta revolucionaria: «El partido de Lenin fue el único que comprendió el mandamiento y el deber de un partido auténticamente revolucionario, el único que aseguró el avance de la revolución gracias a la consigna: todo el poder al proletariado y al campesinado.
De esta forma han conseguido resolver los bolcheviques la cuestión famosa de la ‘mayoría del pueblo’, que atormenta como una pesadilla a los socialdemócratas alemanes. Discípulos fervientes del cretinismo parlamentario, se limitan a aplicar a la revolución las trivialidades de su casa cuna parlamentaria: si se quiere conseguir algo, hay que tener primero la mayoría. Lo mismo sucede con la revolución: primero tenemos que ser una ‘mayoría’. Sin embargo, la verdadera dialéctica de la revolución invierte el sentido de esta banalidad parlamentaria: no es la mayoría la que lleva a la táctica revolucionaria, sino la táctica revolucionaria la que lleva a la mayoría. Únicamente un partido que sabe dirigir, o sea, impulsar hacia delante, se gana a los seguidores en su avance»… «Lenin, Trotsky y sus camaradas han demostrado que tienen todo el valor, la energía, la perspicacia y la entereza revolucionarias que quepa pedir a un partido a la hora histórica de la verdad. Los bolcheviques han mostrado poseer todo el honor y la capacidad de acción revolucionarios que han caracterizado a la socialdemocracia europea; su sublevación de octubre no ha sido solamente una salvación real de la Revolución Rusa, sino que ha sido, también, la salvación del honor del socialismo internacional».(29)
¿Cómo se podría explicar mejor la esencia de la concepción revolucionaria del marxismo? Es difícil encontrar una defensa tan audaz y tan “redonda” del socialismo revolucionario frente al reformismo, y una comprensión tan profunda de la médula que explica el éxito de la toma del poder en Octubre.
¿A quién le puede extrañar que Lenin insistiese en la publicación de todas sus obras?. “Pero a pesar de todos sus errores, Rosa Luxemburgo fue y seguirá siendo un águila; y no sólo será siempre entrañable para todos los comunistas su recuerdo, sino que su biografía y sus obras completas (cuya edición demoran demasiado los comunistas alemanes, quienes sólo en parte merecen ser disculpados por la inaudita cantidad de víctimas que sufren en su dura lucha) serán una utilísima enseñanza para educar a muchas generaciones de comunistas de todo el mundo. ‘Después del 4 de agosto de 1914, la socialdemocracia alemana es un cadáver hediondo’: con esta máxima entrará el nombre de Rosa Luxemburgo en la historia del movimiento obrero mundial.”(30)
Sin embargo, años después de la muerte de Lenin, el Comité Ejecutivo de la III Internacional, comenzó a considerar la obra de Rosa poco recomendable...
 
La Democracia Socialista
Su concepción de la lucha, cuya piedra de toque es la participación activa de las masas a través de la huelga general, de la organización consciente del control de los órganos del partido y de los cargos públicos, puede darnos muchas claves para la refundación imprescindible de la izquierda comunista, pero, quizá en su concepción del socialismo encontramos propuestas, aún sin desarrollar, que marcan el camino a seguir hoy. A partir de sus reflexiones acerca de la Revolución Rusa (tanto de 1905 como de 1917), Rosa llegó a algunas de sus más preciadas conclusiones.
Tal como hemos visto, respaldó sin restricciones a los bolcheviques y admiró su capacidad revolucionaria sintiéndose parte del mismo partido,  pero su capacidad, su espíritu crítico y valentía le llevaron a ver más allá que los demás, sin caer en un apoyo acrítico. Precisamente porque comprende que la Revolución Rusa forma parte de un proceso internacional: «La fortuna de la Revolución Rusa dependía por entero de los acontecimientos internacionales, y el hecho de que los bolcheviques hayan condicionado su política a la revolución mundial del proletariado es, precisamente, el testimonio más brillante de su perspicacia, de la solidez de sus principios y de la audacia de su política». Ello le conduce a plantear, honestamente, los riesgos que se derivan de una incomprensión del conjunto de la revolución: «Tampoco cabe duda alguna de que muchas de las decisiones más graves que Lenin y Trotsky, los dirigentes más capacitados de la Revolución Rusa, tuvieron que tomar en su camino sembrado de espinas y trampas de todo tipo, se tomaron tras vencer las indecisiones internas más profundas y en lucha, también, contra las resistencias más extremas; y nada parecería más impropio a estos dirigentes que la idea de que todos sus actos, realizados en condiciones amargas de coacción y de urgencia, en el torbellino vertiginoso de los acontecimientos, sean admitidos por la Internacional como modelo sublime de política socialista, pues tal es una actitud para la que únicamente resultan apropiadas la admiración acrítica y la imitación servil».(31)
En nuestros días, tras el hundimiento de los regímenes de la URSS y los Países del Este, del retorno al capitalismo, sería el suicidio de los comunistas no profundizar en las causas de este derrumbe y en qué alternativa debemos plantear para construir el socialismo. Las ideas de Rosa, a propósito de la lucha y de la concepción del socialismo nos dan el embrión que debemos ser capaces de cultivar.
Ella fue capaz de comprender que, aún con la indisociable relación que existe entre la estructura política y económica de una sociedad, no existe una correlación mecánica que haga inevitable que de una estructura económica dada, se derive necesariamente una forma política. Al igual que en capitalismo podemos tener regímenes políticos muy diferentes: dictadura, monarquía, república...y en todos ellos se salvaguarda el dominio de la burguesía y de las relaciones de producción (de propiedad) capitalistas, también puede suceder lo mismo en un sistema económico basado en la nacionalización de la economía.
Y es aquí donde entra en juego esa extraordinaria capacidad de Rosa Luxemburgo para aplicar el marxismo, esa exigencia de la participación consciente de los hombres y mujeres que deben construir el socialismo y nadie como ella ha planteado en unas pocas frases la esencia de esta alternativa.
Comprendía perfectamente que las libertades formales son disfrutadas por una minoría de la población mundial, y dentro de esos países el verdadero poder de decisión se lo reservan para ellos el puñado de propietarios de las grandes empresas, bancos y medios de comunicación.
« ¿No ha afirmado siempre la socialdemocracia que ‘una democracia plena no formal, sino auténtica y eficaz’ solamente es pensable como consecuencia de una igualdad económica y social, es decir, de un orden económico socialista y que, por el contrario, la ‘democracia’ del estado nacionalista burgués es, en última instancia, un fraude más o menos grande?».(32)
Partiendo de esta premisa básica para cualquier marxista, ella fue capaz de formular la idea de la democracia socialista, y, de nuevo aquí, fue una precursora. Los bolcheviques insistían en la formulación de Marx de “dictadura del proletariado”, como contraposición a “dictadura de la burguesía”. En la época en que Marx planteó el tema el término “dictadura” no tenía la misma significación que ahora, pero aún más tras la experiencia de los regímenes burocráticos del Este de Europa la URRS y China, el planteamiento de “democracia socialista” frente a “democracia burguesa”, es mucho más pertinente, entre otras cosas porque hoy en las filas de la izquierda se habla de “democracia” en abstracto como si careciese de apellido, de carácter de clase como si todos, derechas e izquierdas, burgueses y proletarios, tuviésemos las mismas ideas democráticas, y la democracia fuese un valor ahistórico, atemporal, una especie de ángel sin sexo, igual desde la Grecia de Pericles hasta nuestros días. Esto introduce una perniciosa influencia generando ilusiones en la democracia burguesa que no se corresponden con la realidad, haciendo de ella un valor a compartir con la derecha.
Partiendo de ese carácter de clase de cualquier democracia, y de la necesidad de que se corresponda a un sistema de producción socialista, Rosa planteó: «El proletariado tiene el derecho y la obligación ineludible de acometer medidas socialistas del modo más enérgico, inflexible y radical, o sea de ejercer la dictadura, pero una dictadura de clase, no de un partido o de una pandilla; dictadura de clase que es tanto como decir con la mayor publicidad, con la más activa y libre participación de las masas populares, en un régimen de democracia ilimitada. “Como marxistas nunca fuimos fanáticos de la democracia formal”, escribe Trotsky. Es cierto, nunca fuimos fanáticos de la democracia formal. Pero tampoco hemos sido en modo alguno fanáticos del socialismo o del marxismo ¿Esto significa que tenemos el derecho, al modo de Cunow-Lensch-Parvus, de tirar al canasto al socialismo o al marxismo cuando nos incomodan? Trotsky y Lenin constituyen la negación viva de esta posibilidad. Que “nosotros no fuimos nunca fanáticos de la democracia formal”, significa sólo lo siguiente: siempre hemos distinguido el contenido social de la forma política de la democracia burguesa, siempre supimos ver la semilla amarga de la desigualdad y de la sujeción social que se oculta dentro de la dulce cáscara de la igualdad y de la libertad formales, no para rechazarlas, sino para incitar a la clase obrera a no limitarse a la envoltura, a conquistar antes el poder político para llenarlo con un nuevo contenido social. La misión histórica del proletariado, una vez llegado al poder, es crear, en lugar de una democracia burguesa, una democracia socialista y no abolir toda democracia».(33)
De nuevo aquí, la interrelación dialéctica entre las tareas diarias y el objetivo final, entre es sistema de producción y el régimen político, la participación consciente en la transformación de la sociedad, se ensamblan en la idea que debería presidir todos los debates de la izquierda si queremos, retomando la lucha de Rosa Luxemburgo, hacer que el socialismo triunfe en la época que nos ha tocado vivir.
Marx y Engels pusieron en pie una obra titánica: dieron forma a un sistema de pensamiento y un programa que encerraban la superación del capitalismo, que surgían de las contradicciones engendradas en su seno. Dialécticamente podemos afirmar que el socialismo es una tendencia interna del propio capitalismo. Pero por supuesto no es la única tendencia engendrada por el sistema, aunque adquiere el carácter de necesidad histórica (en el sentido hegeliano). Los problemas que ha ido generando el capitalismo no podrán ser resueltos mientras se mantengan los mecanismos esenciales que dan forma a este sistema: principalmente la propiedad privada de los medios de producción, que conlleva la anarquía en la producción, y la existencia de las barreras establecidas por las fronteras nacionales.
Así, como necesidad histórica, las condiciones para la lucha por el socialismo se crean bajo el capitalismo, pero el socialismo no es una consecuencia pacífica del sistema capitalista, pues la tendencia interna más constante y poderosa del sistema es la de su propia supervivencia. Es lo que podemos llamar con Marx y Engels, la reproducción del sistema. El capital no sólo produce, sino que se reproduce. Cada día no sólo salen mercancías de las fábricas sino que se alimenta, con el propio trabajo de los obreros la relación de dominio del capital sobre la clase obrera, el capital crece, se reproduce, reproduciendo al mismo tiempo las relaciones de producción que establecen el dominio de una minoría sobre la inmensa mayoría de la sociedad. Nunca asistiremos a una tendencia de transformación gradual en que «desaparezcan» las diferencias de clase, sino que el sistema tiende a reproducirlas y ampliarlas. Y esta tendencia interna del sistema, que constituye su médula espinal, es la que se ha impuesto hasta nuestros días, aunque ha sido rota en muchas ocasiones por el movimiento de los trabajadores, que expresa periódicamente la necesidad histórica de superar el capitalismo.
El reformismo o revisionismo, el ala de derechas del movimiento obrero, no hace sino expresar esta tendencia capitalista, que considera que existe una armonía de intereses entre el capital y los trabajadores, como señaló acertadamente Rosa.
El sistema a superar es el mismo al que se enfrentó ella, las relaciones de propiedad las mismas, y sólo con el socialismo, como entonces, se puede encontrar la superación de ese dilema que, más que nunca, nos sitúa en la disyuntiva de socialismo o barbarie.
Se trata sin duda de una tarea ingente: «La unión de las masas con una meta que trasciende por completo el orden establecido, la vinculación de la lucha cotidiana con la gran transformación del mundo: ése es el gran problema del movimiento socialdemócrata, el cual, consecuentemente, ha de trabajar y avanzar entre dos escollos: entre el abandono del carácter de masas y el abandono de la meta final, entre el retroceso a la secta y la degradación a movimiento burgués de reformas, entre el anarquismo y el oportunismo». (34)
Lenin salió más de una vez en defensa de Rosa Luxemburgo, señalando sus errores (como podríamos señalar los de Lenin) pero haciendo una defensa vigorosa de su figura y su obra, diciendo al referirse a ella, con una fábula rusa: “a veces las águilas vuelan más bajo que las gallinas; pero las gallinas jamás podrán elevarse a la altura de las águilas” (35).
¡Ojalá seamos capaces de hacer que la izquierda levante el vuelo, sintiéndonos capaces de nuevo de conquistar el socialismo! Para ello nada mejor que recurrir a las raíces del socialismo, al manantial en el que aún podemos encontrar las ideas limpias de la revolución social.
Y partiendo de ellas se haga realidad la invocación que Rosa Luxemburgo lanzó en las últimas líneas que nos han quedado de ella, en la víspera de ser asesinada, como lo fueron Karl Liebknecht, Leo Jogiches y tantos cientos de revolucionarios espartaquistas con la derrota de la revolución alemana en 1919:
“¡El orden reina en Berlín!»… ¡Ah! ¡Estúpidos e insensatos verdugos! No os dais cuenta de que vuestro «orden» está levantado sobre arena. La revolución se erguirá mañana con su victoria y el terror asomará en vuestros rostros al oírle anunciar con todas sus trompetas: ¡Era, soy y seré!” (36)



Fuentes
1.-Lenin. Obras Completas. Progreso. Tomo XXXVII. Página 507.
2.-De “Carta a Clara Zetkin” (9 de marzo de 1916)
3.-Discurso de Rosa Luxemburgo sobre la táctica en el Congreso de Stuttgart de 1898.
4.-Recogido en la biografía “Rosa Luxemburgo. Su vida y su obra” de Paul Frölich. Editorial Fundamentos.
5.-Prólogo a “Reforma social o revolución”. Edición de la Asociación Cultural Emancipación, 1999.
6.-“La crisis de la socialdemocracia (Junius)”,  Editorial Anagrama.
7.-Publicado en castellano con el título: “Socialismo evolucionista. Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia”. Editorial Fontamara.
8.-“Reforma social o revolución”. Edición de la Asociación Cultural Emancipación, 1999.
9.Ibídem.
10.-Discurso de Rosa Luxemburgo sobre la táctica en el Congreso de Stuttgart de 1898.
11.-“Huelga de masas, partido y sindicatos”. Edición de Siglo XXI.
12.-Ibídem.
13.-Ibídem.
14.Ibídem.
15.-Ibídem.
16.-Réplica a Vollmar de Rosa Luxemburgo en el Congreso de Stuttgart de 1898.
17.-“Problemas de organización de la socialdemocracia rusa”, recogido en “El pensamiento de Rosa Luxemburgo”, Ediciones del Serbal.
18.-“Cuestiones tácticas”, artículo publicado en Leipziger Volkszeitung en 1913, recogido en “El pensamiento de Rosa Luxemburgo”, Ediciones del Serbal.
19.-Recogido en la biografía “Rosa Luxemburgo. Su vida y su obra” de Paul Frölich. Editorial Fundamentos.
20.-Ibídem.
21.-Wronke, 16 de febrero de 1917. Recogido en “El pensamiento de Rosa Luxemburgo”.
22.-“Cuestiones tácticas”, artículo publicado en Leipziger Volkszeitung en 1913, recogido en “El pensamiento de Rosa Luxemburgo”, de Ediciones del Serbal.
23.-Recogido en El pensamiento de Rosa Luxemburgo. Ediciones del Serbal.
24.-Carta a A.G. Shliapnikov. 27/10/1914. Obras Completas Tomo IL página 22.
25.-“El affaire Dreyfus y el caso Millerand” citado en “El Pensamiento de Rosa Luxemburgo”.
26.-Recogido en la biografía “Rosa Luxemburgo. Su vida y su obra” de Paul Frölich. Editorial Fundamentos.
27.-“Perfiles políticos”, León Trotsky. Editorial Ayuso.
28.-“Huelga de masas, partido y sindicatos”. Edición de Siglo XXI.
29.-La Revolución Rusa. Castellote Editor.
30.-Escrito a finales de 1922. Obras Completas. Tomo XLIV.
31.-La Revolución Rusa. Castellote Editor.
32.- Un artículo en Die Internationale citado por Paul Frölich, en su biografía de Rosa Luxemburgo.
33.-La Revolución Rusa. Castellote Editor.
34.-“Reforma social o revolución”. Edición de la Asociación Cultural Emancipación, 1999.
35.-Lenin. Escrito a finales de 1922. Obras Completas. Tomo XLIV.
36.-“El orden reina en Berlín”, último trabajo escrito por Rosa Luxembugo el 14 de enero de 1919, en la víspera de su asesinato.



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