Las claves del socialismo del Siglo XXI
Escrito por Alberto Arregui
, 14 Septiembre 2011
“Por encargo del Comité
Central del Partido Comunista de Rusia declaro inaugurado el primer Congreso
Comunista Internacional. Ante todo, ruego a todos los presentes que honremos la
memoria de los mejores representantes de la III Internacional, de Karl
Liebknecht y Rosa Luxemburgo, poniéndonos en pie. [Todos se ponen en pie]». (1)
Fue el propio Lenin quien dirigió estas palabras a los
delegados del primer congreso de la internacional comunista en marzo de 1919.
En los años siguientes, el dirigente bolchevique, insistió una y otra vez en la
necesidad de la publicación y difusión de las obras completas de Rosa
Luxemburgo. Pero con la muerte de Lenin, se extinguió también el eco del
pensamiento de la gran revolucionaria alemana.
¡Vae victis! (¡Ay
de los vencidos!)
Si alguna vez la historia, y la historia de la
izquierda, se ha cebado en la derrota de una personalidad gigantesca para
ignorarla, no cabe duda alguna, lo ha hecho con Rosa Luxemburgo. En su vida y
después sobre su memoria, ha pagado con creces el pecado prometeico; desafió a
la sociedad de su tiempo, ella, una mujer, de origen judío, nacida en una
nacionalidad oprimida y saqueada, Polonia, exiliada en Alemania con espíritu
cosmopolita entregó su vida a la causa revolucionaria participando directamente
en los acontecimientos revolucionarios en Rusia, Polonia y Alemania.
La brutal derrota de la
revolución de 1918-19 dejó sobre la obra de Rosa el estigma de los vencidos,
pero la semilla de cualquier elaboración teórica que no renuncie a las raíces del
socialismo, para construir una alternativa de superación del capitalismo en el
siglo XXI, se encuentra en sus escritos más que en los de ningún otro autor
marxista.
Siempre habló sin tapujos,
expresó todo su pensamiento, tanto en el terreno personal, aunque inseparable
de su acción política (es imprescindible leer su correspondencia para
comprender la vitalidad de su pensamiento), como en la lucha política cotidiana
y en sus escritos. Como diríamos hoy “hacía amigos” cada vez que se dirigía a
sus adversarios políticos, y recibía críticas de no pocos dirigentes del SPD y
de los sindicatos, pero al tiempo ampliaba la simpatía entre los trabajadores
que la conocían, que leían sus artículos o que escuchaban su encendida y
auténtica oratoria.
En 1916, una de las veces
que salió de la cárcel, fue recibida por una multitud de mujeres. En una
recepción posterior, el encargado de saludarla se dirigió a ella presentándola
como una mujer que “dice abierta y francamente lo que hay que decir incluso a
los dirigentes del partido, porque es la mujer a quien en las altas esferas del
partido, prefieren ver entrar en la cárcel que salir”. (2)
Aún hoy, leer sus
intervenciones en los congresos socialdemócratas despierta en nosotros esa
admiración por las personas que creen firmemente en las palabras que
pronuncian:
“Han afirmado: Lo que
se dice de la meta final representa un hermoso pasaje de nuestro programa, que
sin duda no debemos olvidar, pero que no tiene ninguna relación directa con
nuestra lucha práctica. Puede incluso que haya cierto número de compañeros que
opinen que un debate sobre el objetivo final es una discusión académica.
Declaro que, al contrario, no hay para nosotros, en la medida que somos un
partido revolucionario proletario, ninguna cuestión más práctica que el
objetivo final. Pensadlo: ¿En qué consiste, de hecho, el carácter socialista de
nuestro movimiento? La lucha práctica propiamente dicha se divide en tres
partes principales: la lucha sindical, la lucha por las reformas y la lucha por
la democratización del Estado capitalista. ¿Acaso estas tres formas de lucha
son, hablando en propiedad, algo propio del socialismo? ¡Desde luego que no!
Tomemos ante todo el
movimiento sindical. ¡Ahí tenéis a Inglaterra! En ese país, el movimiento
sindical no sólo no es socialista, sino que en parte incluso es un obstáculo
para el movimiento socialista. En lo que se refiere a las reformas sociales,
los «socialistas de cátedra», los socialistas nacionales y otros de la misma
calaña también las preconizan. En cuanto a la democratización, no hay en ella
nada que no sea específicamente burgués. La burguesía ya había inscrito en sus
banderas la democracia antes que nosotros. ¿Qué es entonces lo que hace de
nosotros, en nuestra lucha cotidiana, un partido socialista? Solamente la
relación de estas tres formas de lucha práctica con nuestra meta final. El
objetivo final es lo único que da su espíritu y su contenido a nuestra lucha
socialista y hace de ella una lucha de clase. Y, en contra de lo que dice
Heine, al decir meta final no debemos entender tal o cual representación de la
sociedad futura, sino aquello que debe preceder a cualquier sociedad futura, es
decir, la conquista del poder político.”(3)
Franz Mehring, dirigente
del SPD salió en su defensa con ocasión de las diatribas que dirigieron contra
ella los dirigentes de los sindicatos, escocidos por las críticas recibidas,
afirmando que “...estas invectivas de mal gusto a la cabeza más genial surgida
entre los herederos científicos de Marx y Engels, radican en último término en
el hecho de que es una mujer quien la lleva encima de los hombros” (4)
En la crisis de dimensión
histórica que hoy padece la izquierda es imprescindible volver a las raíces del
socialismo para encontrar el vigor que haga renacer el movimiento por la
transformación socialista de la sociedad. En esa tarea, el pensamiento de esta
mujer debe ser rescatado aún más que por justicia, por necesidad.
De esta vigencia
arrolladora de su pensamiento debemos tomar, al menos, como imprescindible: su
defensa del socialismo frente al reformismo, su concepción de los medios de
lucha de la clase obrera, especialmente el papel de la huelga general y la
relación entre el partido político y la clase trabajadora, su idea de partido y
de la democracia interna y de la relación con los sindicatos, y su aportación
acerca de la concepción del sistema político que debe acompañar al sistema
económico socialista. Tan ambicioso propósito hace que, con dolor, dejemos fuera
sus escritos económicos acerca de la acumulación del capital, la cuestión
nacional, su análisis de la revolución rusa y sus escritos diversos de las
polémicas en las filas de la socialdemocracia, si bien deberemos referirnos,
aunque sea tangencialmente, a las falsedades que se han hecho lugares
comunes acerca de Rosa: un supuesto antibolchevismo y la atribución de
una defensa de la teoría del espontaneismo del movimiento frente a
la necesidad del partido.
Su lucha política se
desarrolló en condiciones diferentes a las de los bolcheviques, en un país con
democracia burguesa con libertades formales y con partidos y sindicatos de
masas en condiciones de legalidad con creciente representación parlamentaria,
por eso también sus escritos acerca del parlamentarismo, de los sindicatos, del
régimen interno de las organizaciones obreras, nos resultan mucho más cercanos,
y su concepción de la democracia socialista podríamos decir que es “la joya de
la corona”. No es casualidad que la formulación más acabada del reformismo
frente al marxismo se produjera en Alemania a partir del poderoso Partido
Socialdemócrata paradigma de todas las tendencias que quieren adaptarse al
capitalismo, y también allí, se levantó la voz que aún hoy debemos escuchar
frente a quienes pretenden dar por caduco el socialismo.
Sería un grave error
acercarnos a Rosa Luxemburgo con una concepción de prospección arqueológica de
su pensamiento. Sus análisis y sus textos nos ayudarán a desarrollar la
gigantesca e ineludible tarea planteada por Carlos Marx en sus tesis sobre
Feuerbach: no basta con interpretar, nuestra tarea sigue siendo transformar el
mundo. Quien no este movido por este deseo, pierde el tiempo leyendo a
esta revolucionaria.
La vigencia de su obra «Reforma social o
revolución»
«No hay ninguna calumnia más grosera, ningún insulto más
indignante contra los trabajadores que la afirmación de que las discusiones
teóricas son solamente cosa de los ‘académicos’. Ya Lassalle dijo en una
ocasión que sólo cuando la ciencia y los trabajadores, esos dos polos opuestos
de la sociedad, se unan, acabarán con sus brazos de acero con todos los
obstáculos culturales. Toda la fuerza del movimiento obrero moderno se basa en
el conocimiento teórico» (5). Así pensaba la autora del más didáctico y actual
argumentario contra el reformismo. Siempre insistió en la importancia vital de
la teoría, como podemos comprobar leyendo su folleto Junius: «La teoría
marxista puso en las manos de la clase obrera del mundo entero, una brújula que
le permitía encontrar su camino en el torbellino de los acontecimientos de cada
día y orientar su táctica de combate, en cada momento, en la dirección del
inmutable objetivo final». (6)
“Reforma social o
revolución” aborda un debate actual, unos argumentos aplicables a nuestros
días. Este libro debiera convertirse en un material obligado de lectura y
reflexión en las filas del movimiento obrero.
La teoría que explica la
ley de la gravedad fue formulada hace mucho tiempo, pero nadie en su sano
juicio, se lanzaría desde una gran altura para demostrar que “lo viejo” no es
válido. Mientras se mantengan las condiciones en que actúa, quien quiera
mantener su integridad física deberá tenerla en cuenta, aunque no sepa
formularla. De igual manera mientras las relaciones de producción capitalistas
se mantengan, serán válidas las ideas que plantean la superación de las mismas
y los argumentos contra este sistema que ha desarrollado el marxismo, aunque
haya dirigentes de formaciones de izquierdas que ignoren la formulación
de la ley del valor o de la circulación y reproducción del capital. El hecho de
que se ignore la teoría de Marx acerca del carácter de las crisis capitalistas,
debidas a la sobreproducción, tan brillantemente defendida por Rosa Luxemburgo,
no altera la realidad, implacable, de la actual crisis económica de
sobreproducción ni sus consecuencias.
En un viejo chiste, un
sargento chusquero explicaba a los reclutas las trayectorias de las balas y la
descripción de la parábola por el efecto de “la ley de la gravedad”, al
comprobar que nadie entendía nada terció: “pero no os preocupéis, aunque no
hubiera ley de la gravedad, la bala caería por su propio peso”.
A pesar de todo el tiempo
transcurrido y de la experiencia acumulada, seguimos discutiendo las leyes
básicas de la historia, de la economía y de las revoluciones sociales. El
núcleo esencial de la discusión en el seno de la izquierda transformadora es,
más que nunca, el planteado en la famosa polémica «reforma o revolución»:
¿Sigue siendo posible, hoy, una alternativa global al capitalismo, o sólo
podemos resignarnos a reformas? ¿Esas reformas progresivas conducirían a un
capitalismo justo, o a una superación gradual y pacífica de las injusticias del
sistema?
A pesar de que toda la
historia del capitalismo contradice las tesis gradualistas de los reformistas,
a pesar de que la inmensa mayoría de nuestro planeta padece hambre, guerras y
enfermedades, a pesar de que la riqueza se concentra cada vez en menos manos,
muchos de los dirigentes políticos ha aceptado la quimera del revisionismo, el
espejismo de que poco a poco el propio sistema va resolviendo los problemas.
El propósito de Rosa no es
oponerse a las reformas sociales, sino rechazar el argumento de que se puede
llegar a una sociedad socialista, o que se puede alcanzar la justicia en la
sociedad, a través de una reforma paulatina del capitalismo. Tras ello se
oculta la renuncia a la transformación de la sociedad.
Eduard Bernstein en sus
artículos, que aparecieron como libro en 1899 (7), recogía todas las críticas al
marxismo, pretendidamente manteniéndose en el campo socialista.
Pero, como los reformistas
actuales, Bernstein cuestiona la ley del valor tal como Marx la planteó, y
defiende la capacidad del capitalismo para adaptarse evitando las crisis
proponiendo un cambio de modelo productivo, pero sin cuestionar el modo de
producción.
Los mecanismos
fundamentales de adaptación serían la utilización del crédito, las sociedades
anónimas y los monopolios, así como la elevación del nivel de vida de las
masas. Todo ello conduciría, a través de una mejora paulatina de las
condiciones de vida a la superación de las crisis económicas, encontrando una
salida favorable para todos, empresarios y trabajadores. No hay mucha
diferencia con las actuales tesis del fin de la historia, de la tercera vía o
de los «gestores honestos» del sistema. En definitiva se trata de castrar el
socialismo para quedarse en una ética seglar de un mundo mejor, buscando
salidas a las crisis dentro del sistema.
La crisis capitalista
actual, con el enorme desastre financiero organizado, resalta la vigencia de
las respuestas de Rosa a Bernstein, en su “Reforma social o revolución”: “El
crédito constituye no sólo el medio técnico por el cual un capitalista puede
tener acceso a capitales ajenos, sino que también supone un estímulo para hacer
un uso audaz y poco escrupuloso de la propiedad de otros, es decir, para
incurrir en temerarias especulaciones… el crédito no sólo agudiza las crisis
sino que facilita su aparición y ampliación al convertir el intercambio en su
conjunto en un mecanismo muy complejo y artificial con base real en una
cantidad mínima de moneda metálica, de modo que puede sufrir perturbaciones a
la menor ocasión. Nos damos cuenta así de que el crédito, lejos de ser un medio
de eliminación o incluso de atenuación de las crisis, constituye muy por el
contrario un factor particularmente poderoso de su formación”.
¿No tienen plena actualidad
estas ideas? Antes de la crisis, los defensores más acérrimos del capitalismo
insistían en que los nuevos “productos financieros” —es decir, de las formas
modernas del crédito y la especulación— garantizaban la estabilidad económica
gracias a la diversificación del riesgo. Para Rosa “el crédito no hace sino
facilitar y agudizar las crisis, que no son sino el choque periódico entre las
fuerzas contradictorias de la economías capitalista”. No hace sino seguir las
huellas de Marx, en su explicación de que la contradicción permanente entre el
desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción deriva en
crisis de sobreproducción, y no existen recetas para sortear esas crisis en el
marco del sistema de producción capitalista.
Marx estableció la medida
del valor en el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir las
mercancías. Desentrañó la diferencia entre trabajo y fuerza de trabajo, fue
capaz de dar una explicación material de los mecanismos de la economía
capitalista (o “de mercado”). Sin embargo Bernstein, como todos los
reformistas, sustituyó la ley del valor por una abstracción inmaterial. Los
capitalistas tratan de ocultar la cruda explotación a la que someten a la clase
trabajadora, de la que extraen la plusvalía, tras ocultas fuerzas espirituales,
tales como el «riesgo», el «carácter emprendedor», «esfuerzo», I+D+i,
“inversión productiva”, “competitividad”, gran «habilidad para los
negocios»… o simples engaños. Pero hasta hoy seguimos esperando en vano que
expliquen de donde surge el beneficio. Porque, tal como decía Engels, “de la
nada no surge nada, y señaladamente no surge beneficio”.
La esencia de la táctica revolucionaria
Como no podía ser de otra manera, Bernstein omite la
lucha de clases, por tanto no puede comprender su papel de motor de la
historia. Necesita este paso para, a continuación, dar el que acometen todos
los conciliacionistas, el reconocimiento de una armonía de intereses entre
burgueses y proletarios, entre patronos y obreros, entre gobernantes y
gobernados. Según Bernstein, el capitalismo se iría democratizando
progresivamente, y era prueba de ello las sociedades por acciones. Ya vemos que
lo del «capitalismo popular», o lo que nuestros dirigentes sindicales llaman
“nuevo modelo de relaciones laborales”, o “el estado de derecho”, no es
original.
Así mismo, las
reivindicaciones salariales de los sindicatos irían reduciendo paulatinamente
los beneficios de los capitalistas hasta llegar a su práctica anulación y, con
ello, el fin de la explotación del trabajo asalariado.
Rosa Luxemburgo dio
cumplida respuesta en su obra Reforma social o revolución a todas estas ideas,
con argumentos que en gran parte mantienen su vigencia, rechazando la política
de pacto social, denunciando cualquier política de colaboración de clases o de
participación de los representantes de la clase obrera en los gobiernos
burgueses.
Especial interés merece el
debate acerca de las crisis económicas, pues ya entonces algunos defendieron
que el capitalismo las había superado, al igual que se ha venido repitiendo
cada vez que se prolongaba el período entre las crisis.
Debemos aclarar que
Bernstein se aferró a una expresión utilizada entonces en algunos debates
acerca del supuesto «derrumbe» económico del capitalismo, para decir que tal
derrumbe no se produciría nunca. Realmente Marx y Engels jamás plantearon un
derrumbe pasivo del capitalismo, una especie de «crisis final» como
consecuencia de sus contradicciones económicas, sin la intervención consciente
del proletariado. Tampoco Rosa Luxemburgo tenía esa concepción fatalista,
comprendía perfectamente el carácter decisivo del factor subjetivo para poder
transformar la crisis en revolución. Leemos en su folleto Junius: «La victoria
del proletariado socialista (…) está unida a las férreas leyes de la historia,
a miles de peldaños de una penosa evolución anterior demasiado lenta. Pero
jamás podrá ser realidad si de entre todos los elementos reunidos, los
requisitos previos, no salta la chispa incendiaria de la voluntad consciente de
las masas populares».
En “Reforma social o
revolución” no deberían caber dudas del sentido que le daba al «derrumbe»
capitalista, cuando afirma ideas como la siguiente: «Naturalmente, la táctica
socialdemócrata normal no consiste en esperar el desarrollo extremo de las
contradicciones capitalistas hasta que se produzca entonces un cambio
revolucionario. Al revés: lo que hacemos es apoyarnos en la dirección del
desarrollo, una vez conocida, para llevar luego mediante la lucha política sus
consecuencias hasta el límite. En esto consiste la esencia de toda táctica
revolucionaria en general». ¡He aquí, en unas líneas la médula de una
concepción marxista frente la actitud pusilánime del reformismo!
Ahora bien, en aquella
época sí se respiraba entre los marxistas el ambiente de que se produciría una
gran crisis económica y social y, en ese sentido, se comenzó a hablar de «un
derrumbe». La verdad es que ese derrumbe de la sociedad se produjo, ¡y de que
manera!, durante todo un período histórico que comprende desde la Primera a la
Segunda Guerra Mundial.
La superioridad del
análisis marxista sobre el empirismo de Bernstein ya había quedado, en
cualquier caso, de manifiesto: «Ahora bien, si el sistema de crédito, los
cárteles, etc., no eliminan la anarquía de la economía capitalista, ¿cómo es
posible que hayan transcurrido ya dos décadas —desde 1873—sin que se haya
presentado ninguna gran crisis comercial? ¿No es esto un signo de que el modo
de producción capitalista, al menos en lo esencial, se ha ‘adaptado’ a las
necesidades de la sociedad y el análisis realizado por Marx está superado?
La respuesta no se hizo
esperar. Apenas Bernstein había arrojado en 1898 la teoría marxista de las
crisis como un trasto viejo e inservible cuando, en 1900, estalló una intensa
crisis general y siete años más tarde, en 1907, una nueva crisis alcanzó desde
los Estados Unidos al conjunto del mercado mundial. La teoría de la
‘adaptación’ del capitalismo se vino abajo como consecuencia de estos
elocuentes hechos. Al mismo tiempo quedaba así demostrado que quienes
abandonaban la teoría marxista de las crisis sólo porque presuntamente había
fallado en un par de ‘plazos de vencimiento’, habían confundido el núcleo de
esta teoría con un detalle secundario y externo propio de su forma: con el
ciclo decenal».(8)
Bernstein, como muchos de
nuestros socialdemócratas actuales, consideraba las crisis económicas como algo
debido a fallos del sistema que se podrían superar desde el propio capitalismo:
«Para él [Bernstein] las crisis son simplemente perturbaciones del mecanismo
económico y en el momento en que se eliminan el mecanismo ya puede funcionar
completamente. Sin embargo, las crisis no son «perturbaciones» en sentido
propio o, mejor, son perturbaciones de las cuales no obstante, la economía
capitalista en su conjunto no puede prescindir».(9)
Socialismo ayer, socialismo mañana…
Rosa fue contestando, uno por uno los argumentos de los
gradualistas, de los Bernstein de ayer de los dirigentes y gobernantes
reformistas de hoy, para demostrar que su táctica, y en esto la historia le ha
dado plenamente la razón, supone una aceptación del sistema capitalista. Quizá siga
siendo este el problema más acuciante en el seno de la izquierda para ser
capaces de levantar una alternativa que ofrezca un futuro de esperanza a los
explotados de todo el mundo, pues de aquel debate son hoy más los herederos de
Bernstein que los de Rosa Luxemburgo, es lo mismo decir que son más los que han
renunciado al marxismo en las filas de las organizaciones políticas y
sindicales de la clase obrera. Esto supone un gran retroceso histórico, pues
una amplia organización, consciente de la necesidad de transformar la sociedad
es la condición previa para la emancipación de todos los oprimidos. Y hay mucho
que aprender de las conclusiones de “Reforma social o revolución”: «Por tanto,
quien se pronuncie por un camino de reformas legales en lugar y en contra de la
conquista del poder político y de la transformación de la sociedad está, en
realidad, eligiendo no un camino más tranquilo, más seguro y más lento hacia la
misma meta, sino también una meta diferente; está optando ciertamente por la
introducción no de una nueva sociedad sino meramente de transformaciones que no
afectan a la esencia de la sociedad existente. Así, a partir de las ideas
políticas del revisionismo llegamos a la misma conclusión que a partir de sus
teorías económicas: que el revisionismo, en el fondo, no aspira a la
realización del socialismo, sino simplemente a la reforma del capitalismo, no
aspira a la eliminación del sistema salarial sino a reducir más o menos la
explotación, aspira, en una palabra, a suprimir los excesos del capitalismo y
no el capitalismo mismo».
La historia confirmó de sobra la certeza de los
argumentos revolucionarios contra los reformistas. Todas las ideas de
Bernstein, después Kautsky y los demás, defendiendo la evolución gradual del
capitalismo y de la democracia burguesa, así como la superación de las crisis
económicas sufrieron un mentís aplastante con el advenimiento de la crisis del
29 y el triunfo de la barbarie nazi y la Segunda Guerra Mundial.Hoy habría que
añadir, que los herederos de Bernstein, no sólo abandonaron la lucha por el
socialismo, sino que, en una paradoja sólo aparente, acabarían dejando la lucha
por las reformas como atestigua la política de las direcciones de los partidos
socialistas en toda Europa a lo largo de estos años.
Pero nosotros no debemos
limitarnos a tomar partido por los argumentos expuestos en Reforma social o
revolución en la época en que fue escrita, sino trasladarlos a nuestros días.
Una vez más oímos defender las mismas ideas con nuevos envoltorios.
Desde diversos ángulos se
puede afirmar la actualidad de los argumentos de esta obra que polemizaba
contra el reformismo.
Por una parte,
asombrosamente, la mayor parte de los argumentos que hoy se utilizan contra el
socialismo fueron sistematizados por Bernstein hace más de un siglo. Si la obra
del viejo derechista alemán se hiciese hoy popular los reformistas de todo el
mundo quedarían a la altura del barro, pues se demostraría que su supuesta
modernidad es una falacia.
Y si a alguien aún le cabe
alguna duda de la actualidad del debate Rosa-Bernstein, traigamos aquí una de
las muchas citas que podríamos recabar de un bernsteiniano moderno:
“Hoy se encuentra fuera de
discusión el papel crucial del Mercado como mecanismo de asignación,
dinamización e innovación económica. Como mecanismo promotor de crecimiento y
riqueza. Como pieza decisiva, imprescindible, de una economía moderna y
dinámica”.
Esta declaración de
un dirigente de izquierdas en una conferencia en el Club Siglo XXI, sirve
perfectamente para demostrar la formulación actual de esas ideas, de que el
sistema capitalista es incuestionable aunque necesita correcciones.
Los argumentos
luxemburguianos se han vuelto con el tiempo más actuales aún en la lucha contra
el revisionismo. En realidad, es el debate más urgente para el movimiento
obrero organizado. Resulta de una necesidad inaplazable la discusión acerca de
la vigencia de las ideas socialistas concebidas como un programa revolucionario
para superar el sistema capitalista.
El propio Bernstein, como
Eróstrato, que incendió el templo de Diana con el único propósito de alcanzar
la celebridad, tenía el mérito de hacerse famoso no por su propio pensamiento
sino tratando de enterrar a un famoso, en este caso a Marx. Ahora los
«erostratos» son legión, y su categoría muy inferior, pero siguen intentando
arañar la fama descubriendo la superación de las ideas socialistas, y se
limitan a repetir lo ya dicho hace mucho tiempo. Una sola pluma, la del águila
que fue Rosa Luxemburgo, basta para contestar y barrer todos los argumentos de
estos modernos incendiarios.
En un vibrante discurso
dijo que «no existe ninguna cuestión más práctica que el objetivo final» (10),
dio en el clavo. La socialdemocracia alemana utilizó una táctica que, por
desgracia, ha tenido gran éxito histórico; la de arrinconar la idea del
socialismo sin enfrentarse a ella, es decir planteando que «algún día»
lucharemos por él, pero nunca llega ese día. Así el objetivo de la lucha deja
de ser la meta y se puede llevar a cabo una política «realista» de adaptación
al capitalismo, una renuncia en la práctica a la lucha por transformar la
sociedad. Nunca llega el momento de cambiar el sistema productivo, siempre
tenemos una propuesta de nuevo modelo productivo en el marco de las relaciones
de propiedad capitalistas.
Como en la famosa obra
de “Alicia”, en el diálogo con la reina, siempre encontramos un motivo
para considerar que el socialismo no es la alternativa “hoy”, sino las
reformas, el cambio de modelo productivo, la cogestión...para concluir que el
socialismo es como la mermelada que ofrece la reina: “mermelada ayer, mermelada
mañana, pero nunca mermelada hoy”.
Cualquier intento de crear
una separación entre la lucha cotidiana y el objetivo de la transformación
socialista de la sociedad se trata de un divorcio artificial, que conduce
inexorablemente al abandono del socialismo, adaptándose al sistema. El hablar
de cambios de modelo productivo en lugar de luchar por cambiar el “sistema
productivo”o “modo de producción”, nos conduce irremediablemente a decir:
“socialismo ayer, socialismo mañana, pero nunca socialismo hoy”.
“El objetivo final lo es todo”
El programa marxista está concebido como un programa de
transición, es decir, un programa capaz de vincular la lucha cotidiana, las
reivindicaciones inmediatas, con la lucha por la transformación social. Marx lo
explicó muy bien al hablar del salario en la sociedad capitalista. Rosa lo
sintetizó en una expresión que le costó la enemistad de algunos dirigentes
sindicales, al decir que la lucha sindical sin perspectiva socialista era “un
trabajo de Sísifo”, en referencia, al inútil esfuerzo de este personaje
mitológico subiendo una roca a la montaña que de nuevo rodaría por la
pendiente. Esta expresión no implicaba, ni mucho menos, un desprecio al papel
de las reivindicaciones sindicales, lo que pretendía era destacar que la lucha
sindical no tiene sentido sin una perspectiva de transformación social: «No
existen dos luchas distintas de la clase obrera, una económica y otra política;
existe sólo una única lucha de clase que tiende simultáneamente a limitar la
explotación capitalista dentro de la sociedad burguesa y a suprimir la
explotación capitalista y al mismo tiempo la sociedad burguesa».(11)
En ese aspecto, consideraba
que no se puede separar artificialmente lucha política y lucha sindical: «La
pretendida oposición entre partido y sindicato se reduce en este orden de cosas
a una oposición entre el partido y un cierto grupo de funcionarios sindicales
y, al mismo tiempo, en una oposición en el interior de los sindicatos entre
este grupo y la masa de los proletarios organizados sindicalmente».(12)
Supo ver el grave problema
que se deriva de un trabajo sindical carente de perspectiva socialista. El
análisis que efectuó de los riesgos que implica esta situación eran una
previsión de lo que se ha convertido en el mayor problema de los sindicatos
obreros: «La especialización en su actividad profesional de dirigentes
sindicales, así como la restricción natural de horizontes que los liga con las
luchas económicas fragmentadas en períodos de quietud, concluyen por llevar
fácilmente a los funcionarios sindicales al burocratismo y a una cierta
estrechez de miras».(13)
Es fácil comprender por qué
el ala derecha de los sindicatos hizo de Rosa Luxemburgo el objeto de insultos
personales y ataques políticos, que lejos de anular su crítica confirmaban que
había puesto el dedo sobre la llaga: «Los dirigentes sindicales, constantemente
absorbidos por la pequeña guerra económica, que tienen por objetivo hacer que las
masas obreras sepan apreciar el gran valor de cada conquista económica, por
mínima que ella sea, de cada aumento salarial y reducción del horario de
trabajo, llegan insensiblemente a perder ellos mismo los grandes nexos de
causalidad y la visión de conjunto de la situación general. Sólo así se puede
entender por qué más de uno de ellos se extienda con tanta satisfacción sobre
las conquistas de estos últimos quince años, sobre los millones en aumentos
salariales, en lugar de insistir por el contrario en el reverso de la medalla:
en el descenso de las condiciones de vida para los proletarios, que
simultáneamente han causado el encarecimiento del pan, toda la política fiscal
y aduanera, la especulación del terreno edificable que aumenta de modo
exorbitante los alquileres, en pocas palabras, sobre todas las tendencias
efectivas de la política burguesa que anulan en gran parte las conquistas de
las luchas sindicales de quince años.
De la verdad socialista
total, que, poniendo de relieve el trabajo presente y su absoluta necesidad
pone el acento principal sobre la crítica y los límites de este trabajo, se
llega a defender así la media verdad sindical, que hace resaltar sólo el
resultado positivo de la lucha cotidiana».(14)
Sus observaciones acerca de
los sindicatos son un reflejo de su concepción marxista, no admitiendo la
separación entre la lucha por lo inmediato y la lucha por la transformación de
la sociedad, comprendiendo el carácter transicional que se debe imprimir a las
reivindicaciones laborales. Su análisis descubre una de las raíces más
importantes del abandono por parte de los dirigentes obreros de las ideas
socialistas al sumergirse en un sindicalismo que se desvincula de la lucha
política: «Pero dado que el punto de vista socialista consiste precisamente en
combatir el optimismo sindical acrítico, y además combatir el optimismo
parlamentario, se termina por oponerse a la misma teoría socialista: se busca a
tientas una ‘nueva teoría sindical’, es decir, un teoría que, en contraste con
la doctrina socialista, abriría a las luchas sindicales, en el terreno del
orden capitalista, perspectivas ilimitadas de progreso económico».(15)
Aquellos dirigentes
sindicales que defienden un sindicalismo apolítico y creen haber descubierto un
«sindicalismo moderno», podrán constatar aquí que el intento de separar la
actividad sindical de la lucha por la revolución social es, al menos, tan
antiguo como el reformismo y que no necesitamos más argumentos que los
expuestos por Rosa Luxemburgo para demostrar su alejamiento de los intereses
reales del movimiento obrero.
La necesidad de contemplar
la unidad dialéctica de la lucha por las reformas con la meta revolucionaria,
es para ella la respuesta más adecuada frente a quienes pierden de vista la
razón de ser del pensamiento socialista: «Debemos declarar, de una forma clara
y tajante, como Catón, el Viejo: «¡Creo que es necesario destruir ese Estado!»
La conquista del poder político sigue siendo nuestro objetivo final, y la meta
última sigue siendo el alma de nuestra lucha. La clase obrera no debe adoptar
el punto de vista decadente del filósofo: ««El objetivo final, sea cual sea, no
es nada; el movimiento lo es todo». No; al contrario: el movimiento, como tal,
sin relación con la meta final, el movimiento como objetivo en sí mismo, no es
nada; ¡el objetivo final lo es todo!
[Aplausos]». (16)
El parlamentarismo. Masas, partido y
dirección
Al fin y al cabo, la perspicaz Rosa, es consciente de
que en el partido también se da este peligro de burocratización, que se
manifiesta fundamentalmente en los riesgos que conlleva la actividad
parlamentaria separada de la lucha de las masas. Jamás se opuso a la
participación en el parlamento, pero tuvo una ocasión muy clara de mostrar cual
era su concepción en la práctica y no sólo en la teoría. Su inseparable
camarada Karl Liebnekcht demostró cual era la actitud consecuente de un
marxista, al oponerse, en primer lugar el sólo, en el parlamento alemán a la
aprobación de los créditos de guerra, mientras el grupo parlamentario
socialdemócrata preso del patriotismo más patético votaba junto al imperialismo
alemán a favor de los medios para una carnicería que asolaría Europa.
Sus consideraciones no
pueden ser más actuales: «El parlamentarismo no sólo da pie a todas las
conocidas ilusiones del oportunismo actual como las que conocemos por Francia,
Alemania e Italia, es decir, la sobrevaloración de la acción reformadora, la
colaboración de las clases y de los partidos, la evolución pacífica, etc., sino
que constituye al mismo tiempo el suelo sobre el cual esas ilusiones pueden
fomentarse en la práctica al separar a los intelectuales también en la
Socialdemocracia, en tanto que parlamentarios, de las masas proletarias
poniéndolos en cierto modo por encima de éstas. Finalmente, el mismo
parlamentarismo, con el crecimiento del movimiento obrero, hace de este último
trampolín para el ascenso político, razón por la cual vienen a cobijarse en él
muchos elementos ambiciosos desplazados pertenecientes a la burguesía».(17)
El proletariado alemán se
había dotado de una poderosa organización política y sindical, pero falta de
vida de base, de iniciativa política, con estructuras anquilosadas, lo que
constituía una de las mayores preocupaciones de Rosa, que clamaba por la
participación y la democracia interna como la sangre que debía circular por la
venas de la organización: «…Sería un error fatal pensar que por ese mero hecho
la organización socialdemócrata se ha convertido en la única depositaria de
toda la capacidad de acción histórica del pueblo, y que las masas desorganizadas
del proletariado se reducen a un magma amorfo, a un lastre inerte para la
historia. Es precisamente lo contrario; la materia viviente de la historia
sigue siendo, siempre, a pesar de la socialdemocracia, la masa del pueblo; y
sólo cuando la sangre circula entre el núcleo organizado y las masas populares,
sólo cuando el pulso de uno y otro late al unísono, la socialdemocracia puede y
demuestra ser capaz de realizar grandes acciones históricas. (…) …la pequeña
parte de iniciativa y decisión tanto en el plano intelectual como político, que
incumbía a las organizaciones de base en la vida cotidiana, queda totalmente
transferida al pequeño cenáculo que dirige el partido: direcciones de sección,
federación y grupo parlamentario. Lo que queda para la gran masa de miembros es
el pago de las cotizaciones, la difusión de los panfletos, las elecciones y la
organización de la campaña electoral, el puerta a puerta para recoger las
suscripciones a la prensa del partido y otras obligaciones por el estilo. (…) La
iniciativa de la base acaba por lo general estrellándose contra el muro de las
innumerables instancias».(18) ¡Quién diría que estas palabras fueron escritas
hace un siglo!
«Los pasos en falso en que
incurre un movimiento obrero verdaderamente revolucionario son históricamente
mucho más fructíferos que la infalibilidad del mejor Comité Central».(19)
En esta afirmación
encontramos la más radical exigencia de la democracia interna en las
organizaciones de masas, no como un concepto abstracto, sino en su relación con
la lucha por la transformación social, y con una concepción de independencia de
clase frente a los partidos burgueses.
En la relación de los
distintos frentes que tiene abierta la lucha por la transformación de la
sociedad, el ámbito del parlamento debe jugar un destacado papel, pero siendo
conscientes de cual ha sido la experiencia vivida. Luchaba por obtener el
máximo margen para combatir la burocratización de los dirigentes y, sobre todo,
creía en el aire fresco de la presión directa de las masas y la necesidad de
mecanismos de control y participación que impidiesen la traición Esa
desconfianza en los dirigentes la manifiesta en contraste con una gran
confianza en las masas, es una constante de su pensamiento y su lucha, quizá
una de las citas más expresivas sea esta: «La revoluciones que ha habido hasta
ahora, y en especial la de 1848, nos han demostrado que no es a las masas a
quien hay que sujetar, sino a los parlamentarios para que no traicionen a las
masas y a la revolución».(20) Desde aquellas fechas, a la experiencia de 1848
se podría añadir una larga lista.
Siempre fue implacable a la
hora de “distribuir responsabilidades” entre el partido y las masas, o dentro
del partido entre las bases y la dirección, con aquellos que “se sienten
decepcionados por las masas o por la militancia”. Estamos demasiado
acostumbrados a culpar a las masas o a los votantes de nuestros males, a
calificarlos de “aburguesados” o de que “huyen como conejos”, o que son “unos
borregos”, en lugar de analizar nuestros errores. Su carta a Mathilde
Wurm es una reflexión profunda acerca de los procesos de toma de conciencia y
del papel decisivo del partido: «No hay nada tan mutable como la
psicología de los hombres, al igual que la psique de las masas encubre siempre
—como thalassa, el mar eterno—, en este estado latente, todas las
virtualidades: una calma mortal y la tempestad más feroz, la cobardía más vil y
el más bravo heroísmo. Las masas son siempre aquello que necesariamente tienen
que ser en función de las circunstancias, y siempre están a punto de
convertirse en algo totalmente diferente de lo que aparentan ser. ¡Ah! ¡Qué
clase de capitán podría ser aquel navegante que fijara su ruta fiándose
únicamente del aspecto momentáneo del mar y que no supiera prever la llegada de
la tempestad a partir de los signos observados en el cielo y en las
profundidades del océano! ‘Ser decepcionado por las masas’, mi pequeña, para un
dirigente político, equivale siempre a la demostración de su propia
incapacidad. Un dirigente de gran envergadura no basa su táctica en el humor
momentáneo de las masas, sino en las leyes de bronce de la evolución; mantiene
su táctica a pesar de todas las decepciones y deja tranquilamente que la
historia vaya madurando su obra».(21)
Esta no es una idea esporádica
en Rosa, sino que constituye uno de los más sólidos fundamentos de su
pensamiento, sobre todo a raíz de la experiencia de la Revolución Rusa de 1905,
y, para cualquier comunista, representa una guía para la acción: «Es cierto que
las masas sólo pueden alcanzar el éxito si la dirección del partido es
consecuente, resuelta y de una claridad transparente. Si cada vez que se dan
dos pasos adelante se retrocede uno, las acciones de masas irán también a
ciegas. Pero cada vez que una campaña política fracasa el responsable no son
las masas desorganizadas, sino el partido organizado y su dirección.
Históricamente la
socialdemocracia está llamada a constituir la vanguardia del proletariado; como
partido de la clase obrera debe ir delante y asumir la dirección. Pero si la
socialdemocracia se imagina que es la única llamada a escribir la historia, que
la clase no es nada, que debe ser transformada en partido antes de poder
actuar, podría ocurrir fácilmente que la socialdemocracia jugara un papel de
freno en la lucha de clases y que llegado el momento fuera obligada a correr
detrás del movimiento, y fuera arrastrada a la batalla decisiva contra su
voluntad».(22)
La participación en los gobiernos
Quizá en estos temas de organización es donde un
militante comunista actual, más podrá sorprenderse de las palabras de esta
revolucionaria que cuestionó la falta de democracia interna, que comprendió
mucho antes que el propio Lenin el anquilosamiento de los dirigentes del SPD.
Baste tener en cuenta que Lenin había pensado en 1914 que la noticia de que el
grupo parlamentario socialdemócrata había respaldado los créditos de guerra del
gobierno alemán era una falsedad para sembrar la división en el movimiento
obrero.
Rosa Luxemburgo comprendió
antes que él la degeneración política y organizativa del SPD. Ya a principios
de 1907, le escribía a Clara Zetkin: «Soy consciente, más brutal y
dolorosamente que nunca, de la pusilanimidad y de la mezquindad que reinan en
nuestro partido, pero no me encolerizo como tú por ello, porque ya he
comprendido —es de una claridad que asusta— que estas cosas y estas gentes no
pueden cambiar si la situación no cambia. E incluso entonces —ya me lo he dicho
a mí misma al reflexionar fríamente sobre ello, y es algo para mí de cajón—
cuando queramos hacer avanzar a las masas, tendremos que contar con la
resistencia inevitable de todos ellos. (…) Si los acontecimientos toman un giro
que desborde los límites del parlamentarismo, ya no servirán absolutamente para
nada.(…) Nuestra tarea, la que actualmente nos concierne, consiste simplemente
en actuar contra la esclerotización y el embrutecimiento de estas autoridades,
protestando tan vigorosamente como nos sea posible».(23)
Lenin, como lo hizo siempre
que fué necesario, reconoció su equivocación, después de 1914: «Odio y
desprecio ahora a Kautsky más que a nadie por su sucia, vil y fatua hipocresía.
No ha sucedido nada, según él, no se han abandonado los principios, todos
tienen el derecho de defender a su patria. El internacionalismo, fíjense
ustedes, consiste en que los obreros de todos los países disparen unos contra
otros ‘en aras de la defensa de la patria’.
Tenía razón Rosa Luxemburgo
cuando decía, hace tiempo, que Kautsky tiene el ‘servilismo de un teórico’:
espíritu de lacayo, para decirlo en lenguaje más llano, de lacayo ante la
mayoría del partido, ante el oportunismo».(24)
Rosa, “dolorosamente
consciente” de la evolución de los dirigentes del SPD, sabía, una vez más, que
debía mantener en rumbo entre las corrientes oportunistas y ultraizquierdistas.
Esta capacidad por su parte
le llevó a insistir una y otra vez en la necesidad de preservar el carácter de
clase independiente frente a la burguesía de las organizaciones obreras
oponiéndose a la entrada en alianzas con los partidos burgueses y, mucho menos
aún, en la colaboración de clases que supone participar en un mismo gobierno
con los partidos de la clase dominante.
A propósito de la discusión
sobre la participación en junio de 1899 del socialista Millerand, en un
gobierno burgués en Francia, que en esas fechas era algo sin precedentes en el
movimiento obrero, escribió: «La naturaleza de un gobierno burgués no viene
determinada por el carácter personal de sus miembros, sino por su función
orgánica en la sociedad burguesa. El gobierno del Estado moderno es
esencialmente una organización de dominación de clase, cuya función regular es
una de las condiciones de existencia para el Estado de clase. Con la entrada de
un socialista en el gobierno, la dominación de clase continúa existiendo, el
gobierno burgués no se transforma en un gobierno socialista, pero en cambio un
socialista se transforma en un ministro burgués. (…) Mientras que en el
Parlamento, o en el Consejo Municipal, podemos obtener reformas útiles luchando
contra el gobierno burgués, ocupando un puesto ministerial sólo conseguimos
esas reformas si apoyamos al Estado burgués. La entrada de los socialistas en
un gobierno burgués no es, pues, como podría creerse, una conquista parcial del
Estado burgués por los socialistas, sino una conquista parcial del partido
socialista por el Estado burgués».(25)
Esta argumentación
impecable de nuestra revolucionaria mantiene toda su vigencia avalada por la
experiencia de todo tipo de gobiernos de colaboración de clases, y sin duda
haría que sus posiciones estuviesen en franca minoría en cualquier ámbito de la
izquierda, algunos también somos “dolorosamente conscientes” de ello.
En definitiva está
planteando que no se puede hacer una política socialista y, al mismo tiempo,
mantener el Estado burgués: «En la sociedad burguesa, a la socialdemocracia le
corresponde por su misma esencia el papel de un partido de la oposición; como
gobernante solamente puede aparecer sobre las ruinas del Estado burgués».(26)
No hace sino expresar con
la vehemencia y brillantez que daban carácter a todo lo que hacía, las ideas de
Marx, de Engels, de Lenin, pero... ¿Cuantos votos obtendría esta tesis en
nuestros congresos?
En consecuencia, su
concepción de la lucha está destinada a estos objetivos, a la conquista del
poder político, y lo argumenta de igual forma que como un torrente brota de las
rocas, con ímpetu y haciendo de la dialéctica algo natural. Como Trotsky
diría al referirse a ella: “manejaba el método marxista como sus propios
brazos; podría decirse que el marxismo corría por sus venas...”(27)
Pocas veces encontramos una
aplicación tan brillante del núcleo fuerte de la filosofía dialéctica como en
estos análisis aplicados a las tareas del partido y a la relación con la lucha:
«La concepción rígida y mecánica de la burocracia sólo admite la lucha como
resultado de la organización que ha llegado a un cierto grado de fuerza. La
evolución dialéctica viva, por el contrario, hace nacer a la organización como
producto de la lucha».(28)
¡Qué demostración más
brillante de la importancia de la teoría! Estas argumentaciones son un libro
cerrado para quienes ignoran el marxismo. Fue a raíz de la Revolución de
Octubre en Rusia cuando Rosa llegó más lejos en estos análisis que, de paso,
nos sirven para demostrar la estulticia de los argumentos del supuesto
“antibolchevismo” de esta revolucionaria: «El partido de Lenin fue el único que
comprendió el mandamiento y el deber de un partido auténticamente
revolucionario, el único que aseguró el avance de la revolución gracias a la
consigna: todo el poder al proletariado y al campesinado.
De esta forma han
conseguido resolver los bolcheviques la cuestión famosa de la ‘mayoría del
pueblo’, que atormenta como una pesadilla a los socialdemócratas alemanes.
Discípulos fervientes del cretinismo parlamentario, se limitan a aplicar a la
revolución las trivialidades de su casa cuna parlamentaria: si se quiere
conseguir algo, hay que tener primero la mayoría. Lo mismo sucede con la
revolución: primero tenemos que ser una ‘mayoría’. Sin embargo, la verdadera
dialéctica de la revolución invierte el sentido de esta banalidad
parlamentaria: no es la mayoría la que lleva a la táctica revolucionaria, sino
la táctica revolucionaria la que lleva a la mayoría. Únicamente un partido que
sabe dirigir, o sea, impulsar hacia delante, se gana a los seguidores en su
avance»… «Lenin, Trotsky y sus camaradas han demostrado que tienen todo el
valor, la energía, la perspicacia y la entereza revolucionarias que quepa pedir
a un partido a la hora histórica de la verdad. Los bolcheviques han mostrado
poseer todo el honor y la capacidad de acción revolucionarios que han
caracterizado a la socialdemocracia europea; su sublevación de octubre no ha
sido solamente una salvación real de la Revolución Rusa, sino que ha sido,
también, la salvación del honor del socialismo internacional».(29)
¿Cómo se podría explicar
mejor la esencia de la concepción revolucionaria del marxismo? Es difícil
encontrar una defensa tan audaz y tan “redonda” del socialismo revolucionario
frente al reformismo, y una comprensión tan profunda de la médula que explica
el éxito de la toma del poder en Octubre.
¿A quién le puede extrañar
que Lenin insistiese en la publicación de todas sus obras?. “Pero a pesar de
todos sus errores, Rosa Luxemburgo fue y seguirá siendo un águila; y no sólo
será siempre entrañable para todos los comunistas su recuerdo, sino que su
biografía y sus obras completas (cuya edición demoran demasiado los comunistas
alemanes, quienes sólo en parte merecen ser disculpados por la inaudita cantidad
de víctimas que sufren en su dura lucha) serán una utilísima enseñanza para
educar a muchas generaciones de comunistas de todo el mundo. ‘Después del 4 de
agosto de 1914, la socialdemocracia alemana es un cadáver hediondo’: con esta
máxima entrará el nombre de Rosa Luxemburgo en la historia del movimiento
obrero mundial.”(30)
Sin embargo, años después
de la muerte de Lenin, el Comité Ejecutivo de la III Internacional, comenzó a
considerar la obra de Rosa poco recomendable...
La Democracia Socialista
Su concepción de la lucha, cuya piedra de toque es la
participación activa de las masas a través de la huelga general, de la
organización consciente del control de los órganos del partido y de los cargos
públicos, puede darnos muchas claves para la refundación imprescindible de la
izquierda comunista, pero, quizá en su concepción del socialismo encontramos
propuestas, aún sin desarrollar, que marcan el camino a seguir hoy. A partir de
sus reflexiones acerca de la Revolución Rusa (tanto de 1905 como de 1917), Rosa
llegó a algunas de sus más preciadas conclusiones.
Tal como hemos visto, respaldó sin restricciones a los
bolcheviques y admiró su capacidad revolucionaria sintiéndose parte del mismo
partido, pero su capacidad, su espíritu crítico y valentía le llevaron a
ver más allá que los demás, sin caer en un apoyo acrítico. Precisamente porque
comprende que la Revolución Rusa forma parte de un proceso internacional: «La
fortuna de la Revolución Rusa dependía por entero de los acontecimientos
internacionales, y el hecho de que los bolcheviques hayan condicionado su
política a la revolución mundial del proletariado es, precisamente, el
testimonio más brillante de su perspicacia, de la solidez de sus principios y
de la audacia de su política». Ello le conduce a plantear, honestamente, los
riesgos que se derivan de una incomprensión del conjunto de la revolución:
«Tampoco cabe duda alguna de que muchas de las decisiones más graves que Lenin
y Trotsky, los dirigentes más capacitados de la Revolución Rusa, tuvieron que
tomar en su camino sembrado de espinas y trampas de todo tipo, se tomaron tras
vencer las indecisiones internas más profundas y en lucha, también, contra las
resistencias más extremas; y nada parecería más impropio a estos dirigentes que
la idea de que todos sus actos, realizados en condiciones amargas de coacción y
de urgencia, en el torbellino vertiginoso de los acontecimientos, sean
admitidos por la Internacional como modelo sublime de política socialista, pues
tal es una actitud para la que únicamente resultan apropiadas la admiración
acrítica y la imitación servil».(31)
En nuestros días, tras el
hundimiento de los regímenes de la URSS y los Países del Este, del retorno al
capitalismo, sería el suicidio de los comunistas no profundizar en las causas
de este derrumbe y en qué alternativa debemos plantear para construir el
socialismo. Las ideas de Rosa, a propósito de la lucha y de la concepción del
socialismo nos dan el embrión que debemos ser capaces de cultivar.
Ella fue capaz de
comprender que, aún con la indisociable relación que existe entre la estructura
política y económica de una sociedad, no existe una correlación mecánica que
haga inevitable que de una estructura económica dada, se derive necesariamente
una forma política. Al igual que en capitalismo podemos tener regímenes
políticos muy diferentes: dictadura, monarquía, república...y en todos ellos se
salvaguarda el dominio de la burguesía y de las relaciones de producción (de
propiedad) capitalistas, también puede suceder lo mismo en un sistema económico
basado en la nacionalización de la economía.
Y es aquí donde entra en
juego esa extraordinaria capacidad de Rosa Luxemburgo para aplicar el marxismo,
esa exigencia de la participación consciente de los hombres y mujeres que deben
construir el socialismo y nadie como ella ha planteado en unas pocas frases la
esencia de esta alternativa.
Comprendía perfectamente
que las libertades formales son disfrutadas por una minoría de la población
mundial, y dentro de esos países el verdadero poder de decisión se lo reservan
para ellos el puñado de propietarios de las grandes empresas, bancos y medios
de comunicación.
« ¿No ha afirmado siempre
la socialdemocracia que ‘una democracia plena no formal, sino auténtica y
eficaz’ solamente es pensable como consecuencia de una igualdad económica y
social, es decir, de un orden económico socialista y que, por el contrario, la
‘democracia’ del estado nacionalista burgués es, en última instancia, un fraude
más o menos grande?».(32)
Partiendo de esta premisa
básica para cualquier marxista, ella fue capaz de formular la idea de la
democracia socialista, y, de nuevo aquí, fue una precursora. Los bolcheviques
insistían en la formulación de Marx de “dictadura del proletariado”, como
contraposición a “dictadura de la burguesía”. En la época en que Marx planteó
el tema el término “dictadura” no tenía la misma significación que ahora, pero
aún más tras la experiencia de los regímenes burocráticos del Este de Europa la
URRS y China, el planteamiento de “democracia socialista” frente a “democracia
burguesa”, es mucho más pertinente, entre otras cosas porque hoy en las filas
de la izquierda se habla de “democracia” en abstracto como si careciese de
apellido, de carácter de clase como si todos, derechas e izquierdas, burgueses
y proletarios, tuviésemos las mismas ideas democráticas, y la democracia fuese
un valor ahistórico, atemporal, una especie de ángel sin sexo, igual desde la
Grecia de Pericles hasta nuestros días. Esto introduce una perniciosa
influencia generando ilusiones en la democracia burguesa que no se corresponden
con la realidad, haciendo de ella un valor a compartir con la derecha.
Partiendo de ese carácter de clase de cualquier
democracia, y de la necesidad de que se corresponda a un sistema de producción
socialista, Rosa planteó: «El proletariado tiene el derecho y la obligación
ineludible de acometer medidas socialistas del modo más enérgico, inflexible y
radical, o sea de ejercer la dictadura, pero una dictadura de clase, no de un
partido o de una pandilla; dictadura de clase que es tanto como decir con la
mayor publicidad, con la más activa y libre participación de las masas
populares, en un régimen de democracia ilimitada. “Como marxistas nunca fuimos
fanáticos de la democracia formal”, escribe Trotsky. Es cierto, nunca fuimos
fanáticos de la democracia formal. Pero tampoco hemos sido en modo alguno
fanáticos del socialismo o del marxismo ¿Esto significa que tenemos el derecho,
al modo de Cunow-Lensch-Parvus, de tirar al canasto al socialismo o al marxismo
cuando nos incomodan? Trotsky y Lenin constituyen la negación viva de esta
posibilidad. Que “nosotros no fuimos nunca fanáticos de la democracia formal”,
significa sólo lo siguiente: siempre hemos distinguido el contenido social de
la forma política de la democracia burguesa, siempre supimos ver la semilla
amarga de la desigualdad y de la sujeción social que se oculta dentro de la
dulce cáscara de la igualdad y de la libertad formales, no para rechazarlas,
sino para incitar a la clase obrera a no limitarse a la envoltura, a conquistar
antes el poder político para llenarlo con un nuevo contenido social. La misión
histórica del proletariado, una vez llegado al poder, es crear, en lugar de una
democracia burguesa, una democracia socialista y no abolir toda democracia».(33)
De nuevo aquí, la
interrelación dialéctica entre las tareas diarias y el objetivo final, entre es
sistema de producción y el régimen político, la participación consciente en la
transformación de la sociedad, se ensamblan en la idea que debería presidir todos
los debates de la izquierda si queremos, retomando la lucha de Rosa Luxemburgo,
hacer que el socialismo triunfe en la época que nos ha tocado vivir.
Marx y Engels pusieron en
pie una obra titánica: dieron forma a un sistema de pensamiento y un programa
que encerraban la superación del capitalismo, que surgían de las
contradicciones engendradas en su seno. Dialécticamente podemos afirmar que el
socialismo es una tendencia interna del propio capitalismo. Pero por supuesto
no es la única tendencia engendrada por el sistema, aunque adquiere el carácter
de necesidad histórica (en el sentido hegeliano). Los problemas que ha ido
generando el capitalismo no podrán ser resueltos mientras se mantengan los
mecanismos esenciales que dan forma a este sistema: principalmente la propiedad
privada de los medios de producción, que conlleva la anarquía en la producción,
y la existencia de las barreras establecidas por las fronteras nacionales.
Así, como necesidad
histórica, las condiciones para la lucha por el socialismo se crean bajo el
capitalismo, pero el socialismo no es una consecuencia pacífica del sistema
capitalista, pues la tendencia interna más constante y poderosa del sistema es
la de su propia supervivencia. Es lo que podemos llamar con Marx y Engels, la
reproducción del sistema. El capital no sólo produce, sino que se reproduce.
Cada día no sólo salen mercancías de las fábricas sino que se alimenta, con el
propio trabajo de los obreros la relación de dominio del capital sobre la clase
obrera, el capital crece, se reproduce, reproduciendo al mismo tiempo las
relaciones de producción que establecen el dominio de una minoría sobre la
inmensa mayoría de la sociedad. Nunca asistiremos a una tendencia de
transformación gradual en que «desaparezcan» las diferencias de clase, sino que
el sistema tiende a reproducirlas y ampliarlas. Y esta tendencia interna del
sistema, que constituye su médula espinal, es la que se ha impuesto hasta nuestros
días, aunque ha sido rota en muchas ocasiones por el movimiento de los
trabajadores, que expresa periódicamente la necesidad histórica de superar el
capitalismo.
El reformismo o
revisionismo, el ala de derechas del movimiento obrero, no hace sino expresar
esta tendencia capitalista, que considera que existe una armonía de intereses
entre el capital y los trabajadores, como señaló acertadamente Rosa.
El sistema a superar es el
mismo al que se enfrentó ella, las relaciones de propiedad las mismas, y sólo
con el socialismo, como entonces, se puede encontrar la superación de ese
dilema que, más que nunca, nos sitúa en la disyuntiva de socialismo o barbarie.
Se trata sin duda de una
tarea ingente: «La unión de las masas con una meta que trasciende por completo
el orden establecido, la vinculación de la lucha cotidiana con la gran
transformación del mundo: ése es el gran problema del movimiento
socialdemócrata, el cual, consecuentemente, ha de trabajar y avanzar entre dos
escollos: entre el abandono del carácter de masas y el abandono de la meta
final, entre el retroceso a la secta y la degradación a movimiento burgués de
reformas, entre el anarquismo y el oportunismo». (34)
Lenin salió más de una vez
en defensa de Rosa Luxemburgo, señalando sus errores (como podríamos señalar
los de Lenin) pero haciendo una defensa vigorosa de su figura y su obra,
diciendo al referirse a ella, con una fábula rusa: “a veces las águilas vuelan
más bajo que las gallinas; pero las gallinas jamás podrán elevarse a la altura
de las águilas” (35).
¡Ojalá seamos capaces de
hacer que la izquierda levante el vuelo, sintiéndonos capaces de nuevo de
conquistar el socialismo! Para ello nada mejor que recurrir a las raíces del
socialismo, al manantial en el que aún podemos encontrar las ideas limpias de
la revolución social.
Y partiendo de ellas se
haga realidad la invocación que Rosa Luxemburgo lanzó en las últimas líneas que
nos han quedado de ella, en la víspera de ser asesinada, como lo fueron Karl
Liebknecht, Leo Jogiches y tantos cientos de revolucionarios espartaquistas con
la derrota de la revolución alemana en 1919:
“¡El orden reina en
Berlín!»… ¡Ah! ¡Estúpidos e insensatos verdugos! No os dais cuenta de que
vuestro «orden» está levantado sobre arena. La revolución se erguirá mañana con
su victoria y el terror asomará en vuestros rostros al oírle anunciar con todas
sus trompetas: ¡Era, soy y seré!” (36)
Fuentes
1.-Lenin.
Obras Completas. Progreso. Tomo XXXVII. Página 507.
2.-De
“Carta a Clara Zetkin” (9 de marzo de 1916)
3.-Discurso
de Rosa Luxemburgo sobre la táctica en el Congreso de Stuttgart de 1898.
4.-Recogido
en la biografía “Rosa Luxemburgo. Su vida y su obra” de Paul Frölich. Editorial
Fundamentos.
5.-Prólogo
a “Reforma social o revolución”. Edición de la Asociación Cultural
Emancipación, 1999.
6.-“La
crisis de la socialdemocracia (Junius)”, Editorial Anagrama.
7.-Publicado
en castellano con el título: “Socialismo evolucionista. Las premisas del
socialismo y las tareas de la socialdemocracia”. Editorial Fontamara.
8.-“Reforma
social o revolución”. Edición de la Asociación Cultural Emancipación, 1999.
9.Ibídem.
10.-Discurso
de Rosa Luxemburgo sobre la táctica en el Congreso de Stuttgart de 1898.
11.-“Huelga
de masas, partido y sindicatos”. Edición de Siglo XXI.
12.-Ibídem.
13.-Ibídem.
14.Ibídem.
15.-Ibídem.
16.-Réplica
a Vollmar de Rosa Luxemburgo en el Congreso de Stuttgart de 1898.
17.-“Problemas
de organización de la socialdemocracia rusa”, recogido en “El pensamiento de
Rosa Luxemburgo”, Ediciones del Serbal.
18.-“Cuestiones
tácticas”, artículo publicado en Leipziger Volkszeitung en 1913, recogido en
“El pensamiento de Rosa Luxemburgo”, Ediciones del Serbal.
19.-Recogido
en la biografía “Rosa Luxemburgo. Su vida y su obra” de Paul Frölich. Editorial
Fundamentos.
20.-Ibídem.
21.-Wronke,
16 de febrero de 1917. Recogido en “El pensamiento de Rosa Luxemburgo”.
22.-“Cuestiones
tácticas”, artículo publicado en Leipziger Volkszeitung en 1913, recogido en
“El pensamiento de Rosa Luxemburgo”, de Ediciones del Serbal.
23.-Recogido
en El pensamiento de Rosa Luxemburgo. Ediciones del Serbal.
24.-Carta
a A.G. Shliapnikov. 27/10/1914. Obras Completas Tomo IL página 22.
25.-“El
affaire Dreyfus y el caso Millerand” citado en “El Pensamiento de Rosa
Luxemburgo”.
26.-Recogido
en la biografía “Rosa Luxemburgo. Su vida y su obra” de Paul Frölich. Editorial
Fundamentos.
27.-“Perfiles
políticos”, León Trotsky. Editorial Ayuso.
28.-“Huelga
de masas, partido y sindicatos”. Edición de Siglo XXI.
29.-La
Revolución Rusa. Castellote Editor.
30.-Escrito
a finales de 1922. Obras Completas. Tomo XLIV.
31.-La
Revolución Rusa. Castellote Editor.
32.-
Un artículo en Die Internationale citado por Paul Frölich, en su biografía de
Rosa Luxemburgo.
33.-La
Revolución Rusa. Castellote Editor.
34.-“Reforma
social o revolución”. Edición de la Asociación Cultural Emancipación, 1999.
35.-Lenin.
Escrito a finales de 1922. Obras Completas. Tomo XLIV.
36.-“El
orden reina en Berlín”, último trabajo escrito por Rosa Luxembugo el 14 de
enero de 1919, en la víspera de su asesinato.
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