La situación política y
las tareas del proletariado
Proyecto
de “Tesis políticas”, elaboradas por Nin, para presentarla al Congreso nacional
del POUM, el 19 de junio de 1937. Dicho Congreso no llegó a celebrarse a causa
de la represión.
Escrito:
Junio de 1937.
Digitalización: Martin Fahlgren, 2012.
Esta edición: Marxists Internet Archive, febrero de 2012.
Digitalización: Martin Fahlgren, 2012.
Esta edición: Marxists Internet Archive, febrero de 2012.
I
Los
acontecimientos que se han desarrollado en España después del Congreso de
constitución del POUM, celebrado en Barcelona el 29 de septiembre de 1935, han
confirmado que la posición fundamental de nuestro partido, al afirmar que la
lucha no estaba planteada entre la democracia burguesa y el fascismo, sino
entre el fascismo y el socialismo, y al calificar de democrática socialista
nuestra revolución, era completamente justa.
La
experiencia de 1931-1935 había demostrado sobradamente la impotencia de la
burguesía para resolver los problemas fundamentales de la revolución
democrática burguesa y la necesidad de que la clase obrera se pusiera
decididamente al frente del movimiento de emancipación para realizar la
revolución democrática e iniciar la revolución socialista. La persistencia de
las ilusiones democráticas y de la alianza orgánica con los partidos
republicanos, había de conducir fatalmente al reforzamiento de las posiciones
reaccionarias y, en un próximo porvenir, al triunfo del fascismo como única
salida de un régimen capitalista incapaz de resolver sus contradicciones
internas dentro del marco de las instituciones democráticas burguesas.
La
lección de Asturias, donde el proletariado, al tomar decididamente la dirección
del movimiento en octubre de 1934, asestó un golpe mortal a la reacción, y la
de Cataluña, donde en los mismos días se evidenció una vez más la incapacidad y
la inconsciencia de los partidos pequeño-burgueses, no fue debidamente
aprovechada, como resultado de la ausencia de un gran partido revolucionario.
Los partidos socialista y comunista, en vez de aprovechar la lección de Octubre
impulsando la Alianza obrera, que tan espléndidos resultados había dado en
Asturias, y canalizando todos los esfuerzos en el sentido de asegurar la
hegemonía de la clase obrera, infeudaron nuevamente el proletariado, a través
del Frente Popular, a los partidos republicanos burgueses, fracasados
estrepitosamente en octubre y desaparecidos virtualmente de la escena política.
El
período que precedió inmediatamente a las elecciones del 16 de febrero se
caracteriza por la galvanización de los partidos republicanos, por obra y
gracia de socialistas y comunistas oficiales, y por un cierto renacer de las
ilusiones democráticas entre las masas, las cuales, sin embargo, parecen
moverse más bien por el vehemente deseo de obtener la amnistía de los presos y
condenados de octubre que por confianza en los partidos republicanos. Este
deseo era tan unánime y el movimiento tan avasallador, que nuestro partido no
tuvo más remedio que sumarse al mismo, pero conservando íntegramente su
personalidad e independencia, y ejerciendo una crítica dura y despiadada de la
política republicana. Esta táctica, que nos salvó del aislamiento, nos permitió
acercarnos a grandes masas, hasta entonces inasequibles para nosotros, entre
las cuales difundimos nuestros principios.
La
gestión de los republicanos de izquierda en el poder, después del 16 de febrero,
fue la confirmación absoluta de nuestras previsiones. Desde el primer momento,
se estableció un divorcio profundo entre el gobierno y el poderoso impu1so de
las masas, que obligaba a aquél a dictar el decreto de amnistía e iniciaba un
vasto y profundo movimiento de huelgas. Desde abajo se reclamaba una actuación
rápida y enérgica, una política de realizaciones revolucionarias y de medidas
rigurosas contra la reacción, cada día más insolente. Desde arriba, se
efectuaba una política de pasividad, de contemplaciones funestas; una política
cuyo lema parecía ser el no variar nada, no asustar a nadie ni lesionar los
intereses de las clases explotadoras. El resultado de esta política fue el
levantamiento militar-fascista del 19 de julio de 1936. El estampido de los
cañones y el crepitar de las ametralladoras aquella madrugada de julio,
despertó de su sueño a los trabajadores que mantenían aún ilusiones
democráticas. La victoria electoral del 16 de febrero no había zanjado el
problema planteado en nuestro país. La reacción fascista recurría a argumentos
más contundentes que la papeleta electoral. Valiéndose de la situación
privilegiada que el propio gobierno de la República le había concedido al
mantenerla en los puestos estratégicos más importantes, la inmensa mayoría de
la oficialidad del ejército, al servicio de las clases reaccionarias,
desencadenaba la guerra civil.
II
El
levantamiento militar-fascista provoca una formidable reacción en la clase
trabajadora, que se lanza resueltamente al combate y, a pesar de la pasividad,
en unos casos, y de la traición, en otros, de los partidos republicanos, cuyos
representantes oficiales se niegan a entregar las armas a los trabajadores,
aplasta la insurrección en los centros industriales más importantes del país.
Esta
intervención resuelta de los trabajadores tiene consecuencias políticas
inmensas. Los órganos del poder burgués quedan, en realidad, deshechos. Se
crean comités revolucionarios por doquier. El ejército permanente se derrumba,
y es remplazado por las milicias. Los obreros toman posesión de las fábricas.
Los campesinos se apoderan de las tierras. Conventos e iglesias son destruidos
por el fuego purificador de la revolución. En pocas horas, o a lo sumo en pocos
días, los obreros y campesinos resuelven, por la acción directa revolucionaria,
los problemas que la burguesía republicana no ha podido resolver en cinco años
– es decir, los problemas de la revolución democrática – e inician la
revolución socialista por medio de la expropiación de la burguesía.
Durante
un cierto período, los órganos del poder burgués no son más que una sombra. El
poder real lo ejercen los comités revolucionarios, que forman una tupida red en
todas las regiones no ocupadas por los facciosos.
Sin
embargo, en este primer período el impulso revolucionario es mucho más vigoroso
en Cataluña que en España. Cataluña va, indudablemente, a la cabeza de la
revolución, porque gracias a la influencia del POUM, de la CNT y de la FAI, que
no se incorporaron al Frente Popular, el oportunismo democrático republicano ha
penetrado menos en la masa trabajadora.
La
insurrección fascista, pues, destinada principalmente a ahogar el movimiento
obrero revolucionario, lo acelera vertiginosamente, dando a la lucha de clases
una violencia inaudita, y planteando claramente el problema del poder: o
fascismo o socialismo. Lo que se proponía ser una contrarrevolución preventiva
se convierte en revolución proletaria, con todas las características
distintivas de la misma: relajamiento del mecanismo estatal burgués, descomposición
del ejército, de las fuerzas coactivas del Estado y de las instituciones
judiciales, armamento de la clase trabajadora, que ataca y vulnera el derecho
de propiedad privada; intervención directa de los campesinos que expropian a
los terratenientes, y finalmente la convicción, por parte de las clases
explotadoras, de que su dominio ha terminado.
En las
primeras semanas que siguen al 19 de julio, el convencimiento de que el pasado
no puede volver, de que la República democrática está superada, es general. Y
el impulso de la revolución es tan poderoso que los propios partidos de la
pequeña burguesía proclaman la caducidad del régimen capitalista y la necesidad
de emprender la transformación socialista de la sociedad española.
La
única salida inmediata de la situación era coordinar el empuje de las masas a
instituir un poder vigoroso, basado en los organismos salidos de las entrañas
de la revolución, como expresión directa de la voluntad de los que desempeñaban
un papel predominante en la lucha contra el fascismo. Ese poder vigoroso no
podía ser otro que un gobierno obrero y campesino. Esta posición, sostenida por
el POUM desde el momento en que el carácter de la lucha apareció con claridad,
tropezó con la oposición de todos los partidos del Frente Popular, y en primer
lugar del Partido Comunista, y con la indecisión de la CNT, cuya ideología
anarquista le impedía darse cuenta de la importancia fundamental y decisiva del
problema del poder.
Entre
tanto, con ayuda de una campaña tenaz y sistemática, iban abriéndose paso dos
concepciones de consecuencias funestas para el desarrollo victorioso de la
lucha de la clase obrera. La primera de estas concepciones se expresaba en los
términos:”Primero ganar
la guerra, después se hará la revolución”. De acuerdo con la segunda,
consecuencia directa de la primera, en la guerra actual los obreros y
campesinos luchan por el mantenimiento de la república democrática
parlamentaria, y por tanto no se puede hablar de revolución proletaria. Más
tarde, esta concepción tuvo una derivación insospechada: la de que la dramática
contienda que ensangrienta y arruina al país, es”una guerra por la
independencia nacional y la defensa de la patria”.
Nuestro
partido adopta desde el primer momento una actitud de oposición decidida frente
a estas concepciones contrarrevolucionarias.
III
La fórmula”primero
ganar la guerra, después se hacer la revolución”, es fundamentalmente falsa. En
la contienda que se desarrolla actualmente en España, guerra y revolución son,
no sólo dos términos inseparables, sino sinónimos. La guerra civil, estado más
o menos prolongado del conflicto directo entre dos o más clases de la sociedad,
es una de las manifestaciones, la más aguda, de la lucha entre el proletariado,
por una parte, y por otra la gran burguesía y los terratenientes, que
atemorizados por el avance revolucionario del proletariado, intentan instituir
un régimen de dictadura sangrienta, que consolide sus privilegios de clase. La
lucha en los frentes de batalla no es más que una prolongación de la lucha en
la retaguardia. La guerra es una forma de la política. Esta política es la que
guía la guerra en todos los casos. Los ejércitos defienden siempre los
intereses de una clase determinada. Se trata de saber si los obreros y
campesinos de los frentes se baten por el orden burgués o por una sociedad
socialista. Guerra y revolución son tan inseparables en el momento actual en
España como la eran en Francia en el siglo XVIII y en Rusia en 1917-1920. ¿Cómo
podemos separar la guerra de la revolución, cuando la guerra no es más que la
culminación violenta del proceso revolucionario que se está desarrollando en
nuestro país desde el año 1930 acá?
En
realidad, la fórmula:”primero ganar la guerra [...]” encubre el propósito
efectivo de frustrar la revolución. Las revoluciones hay que hacerlas cuando
existen circunstancias favorables para ello, y estas circunstancias la historia
nos las ofrece excepcionalmente. Si no se aprovechan los momentos de máxima
tensión revolucionaria, el enemigo de clase va reconquistando posiciones y acaba
por estrangular la revolución. La historia del siglo XIX y la más reciente de
la posguerra (Alemania, Austria, Italia, China, etc.), nos ofrecen abundantes
ejemplos en este sentido. Aplazar la revolución para después de ganada la
guerra, equivale a dejar las manos libres a la burguesía para que,
aprovechándose del descenso de la tensión revolucionaria, vaya restableciendo
su mecanismo de opresión a fin de preparar, sistemática y progresivamente, la
restauración del régimen capitalista. La guerra – ya lo hemos dicho – es una
forma de la política. El régimen político sirve siempre a una clase
determinada, de la cual es la expresión y el instrumento. Mientras dure la
guerra hay que hacer una política: ¿al servicio de quién?, ¿de qué intereses de
clase? Toda la cuestión radica aquí. Y la garantía de una victoria rápida y
segura en los frentes estriba en una política revolucionaria firme en la
retaguardia, capaz de inspirar a los combatientes el brío y la confianza
indispensables para la lucha; capaz también de impulsar la solidaridad
revolucionaria del proletariado internacional, la única con que podemos contar,
de crear una sólida industria de guerra, de reconstituir sobre bases
socialistas la economía desquiciada por la guerra civil, de forjar un ejército
eficiente al servicio de la causa proletaria, que es la de la humanidad
civilizada. El instrumento de esta política revolucionaria no puede ser más que
un gobierno obrero y campesino.
IV
Como en
Rusia en 1917, en toda Europa después de la guerra imperialista, el obstáculo
más considerable que se opone al avance victorioso de la revolución proletaria
es el reformismo, agente de la burguesía en el movimiento obrero. Pero se da el
caso paradójico de que, en nuestro país, el exponente más característico del reformismo
castrador sea precisamente el Partido Comunista de España, y su filial el
Partido Socialista Unificado de Cataluña, afiliados a una internacional, la
Internacional Comunista, surgida como consecuencia de la ruptura ideológica y
orgánica con el reformismo. Prisionero de la burocracia soviética, que se 'ha
vuelto de espaldas a la revolución proletaria internacional para cifrar todas
sus esperanzas en los países”democráticos” y la Sociedad de Naciones, el
comunismo oficial ha abandonado definitivamente la política revolucionaria de
clase para orientarse hacia la alianza con los partidos burgueses democráticos
(Frente Popular) y preparar psicológicamente a las masas para la próxima guerra
mundial. De aquí la consigna:”Lucha por la independencia nacional”, que
traducida al lenguaje de la política internacional significa:”sujeción de la
España revolucionaria a los intereses del bloque imperialista
franco-británico”, del cual forma parte asimismo la URSS. Las consecuencias
nefastas de esta política no han tardado en dejarse sentir: especulando con las
dificultades de la guerra y las posibles complicaciones internacionales, el
reformismo, apoyado eficazmente por los representantes de la burocracia
estalinista, los cuales, a su vez, han especulado con la ayuda prestada por la
URSS, ha logrado socavar sistemáticamente las conquistas revolucionarias,
preparando el terreno a la contrarrevolución. Nuestra eliminación del gobierno
de la Generalidad, las tentativas de formación de un ejército popular
”democrático”, ”neutral”, la supresión de las milicias de retaguardia y la
reconstitución del orden público a base del restablecimiento del antiguo
mecanismo, la censura periodística, son las etapas más importantes de este
proceso contrarrevolucionario, que continuará inflexiblemente hasta el total
aplastamiento del movimiento revolucionario si la clase trabajadora española no
se decide a reaccionar, rápida y vigorosamente, reconquistando las posiciones
logradas en las jornadas de julio e impulsando la revolución socialista hacia
adelante.
En
la situación presente, inequívocamente revolucionaria, la consigna”lucha por la
república democrática parlamentaría” no puede servir más que los intereses de
la contrarrevolución burguesa. Hoy más que nunca ”la palabra “democracia” no es
más que una tapadera con la que se quiere impedir al pueblo revolucionario que
se levante y acometa, libre, intrépidamente y por su cuenta, la edificación de
la sociedad nueva” (Lenin). Como nos ha enseñado el marxismo revolucionario, la
república democrática no es más que una forma enmascarada de la dictadura
burguesa. En el
período de apogeo del capitalismo, cuando éste representaba un factor
progresivo, la burguesía podía permitirse el lujo de conceder una serie de libertades”democráticas”
– considerablemente limitadas, condicionadas, por el hecho de su dominación
económica y política – a la clase trabajadora. Hoy, en la época del
imperialismo,”última etapa del capitalismo”, la burguesía, para superar sus
contradicciones internas, se ve precisada a recurrir a la instauración de
regímenes de dictadura brutal (fascismo), que destruyen incluso las mezquinas
libertades democráticas. En estas circunstancias, el mundo se halla ante un
dilema fatal: o socialismo o fascismo. Los regímenes”democráticos” han de ser
forzosamente fugaces, inconsistentes, con la agravante de que al adormecer y
desarmar a los trabajadores con sus ilusiones, preparan eficazmente el terreno
para la reacción fascista.
Para
justificar su monstruosa traición al marxismo revolucionario, los estalinistas
arguyen que la república democrática que preconizan será una república
democrática distinta de las demás, una república”popular”, de la que habrá
desaparecido la base material del fascismo. Es decir, que dejan
escandalosamente de lado la teoría marxista del Estado como instrumento de
dominación de una clase para caer en la utopía del Estado democrático”por
encima de las clases”, al servicio del pueblo, con objeto de mistificar a las
masas y preparar la consolidación pura y simple del régimen burgués. Una
república de la cual ha desaparecido la base material del fascismo, no puede
ser más que una república socialista, por cuanto la base material del fascismo
es el capitalismo.
V
El
antifascismo en abstracto, hábilmente manejado por los reformistas – que
preparan política y psicológicamente las condiciones favorables para una
intervención en la próxima guerra imperialista mundial, presentada como una
contienda entre los países fascistas y los países democráticos – es el antídoto
de la revolución proletaria, la expresión de la política de”unidad nacional”, a
la cual el marxismo ha opuesto siempre la lucha de clases.
Si el
dilema ante el cual la historia ha colocado al proletariado español es”fascismo o socialismo”,
el problema fundamental de la hora presente es el problema del poder. Todos los
demás – el de la organización militar, el de la industria de guerra, el de los
abastos, el de la reconstrucción económica del país, el de la seguridad
interior, etc. – están subordinados a ese problema fundamental, cuya solución
depende de la clase en cuyas manos esté el poder.
¿Cuál
es la actitud de los distintos sectores del movimiento obrero ante este
problema?
El
Partido Comunista, el Partido Socialista Obrero y el Partido Socialista
Unificado de Cataluña preconizan la política del Frente popular, que presupone
el ejercicio del poder por gobiernos ”antifascistas”, de coalición con la
burguesía y con un programa democrático burgués.
La CNT
y la FAI, se declaran resueltamente partidarias de la revolución social y, por
tanto, adversarios acérrimos de la restauración de la república democrática;
pero su tradición anti estatal y la propaganda sistemática a favor del
comunismo libertario, realizada durante largos años, dificulta su evolución
hacia la concepción del poder proletario.
Nuestra
actitud frente a estos distintos sectores se halla determinada por el papel que
desempeñan o pueden desempeñar en el curso del desarrollo de los
acontecimientos actuales.
El
Partido Comunista de España y el Partido Socialista Unificado de Cataluña, por
su posición política presente, inspirada directamente por la Internacional
Comunista, instrumento a su vez de la burocracia soviética, deben ser
considerados como organizaciones ultra oportunistas y ultra reformistas. Por su
política de colaboración de clases, por su renuncia total a los principios ya
la táctica fundamentales del marxismo revolucionario, por su auxilio declarado
y activo a los planes de estrangulación de la revolución española, tramados por
el capitalismo nacional e internacional, el Partido Comunista y el PSUC
desempeñan el papel de agentes de la burguesía en el movimiento obrero, más
peligrosos para la revolución que la propia burguesía. por cuanto la etiqueta
marxista con que se adornan facilita su penetración en las filas proletarias.
Los
intereses supremos de la revolución exigen una crítica constante e implacable
de las posiciones políticas de dichos partidos, crítica que contribuirá
eficazmente a acentuar la diferenciación en el seno de los mismos, atrayendo a
las posiciones revolucionarias a los elementos proletarios. Los acontecimientos
actuales han puesto de manifiesto la inconsistencia ideológica de la llamada
”izquierda” del Partido Socialista Español, cuya fraseología revolucionaria
había hecho nacer tantas esperanzas entre una buena parte de la vanguardia de
la clase trabajadora. De las tendencias que existían en vísperas del 19 de
julio no queda virtualmente nada. Entre las tendencias de”derecha”. ”Izquierda”
y ”centro” no hay ninguna diferencia fundamental; todas ellas están unidas por
una denominación común, la política del Frente Popular, que las lleva a
renunciar a las posiciones revolucionarias del proletariado para hacer el juego
de la burguesía democrática. Pero en la base del partido se nota un profundo
malestar, producido principalmente por las tentativas del estalinismo para
absorber al partido – como lo ha conseguido ya con las juventudes – y someterlo
a la política de la burocracia de la Tercera Internacional. Muchos de los
viejos militantes asisten con dolor y con un sentimiento de protesta sorda a la
obra de destrucción, sistemáticamente llevada a cabo, de la organización que
con tanto esfuerzo levantaran, ya la introducción de métodos que repugnan a su
conciencia socialista ya las tradiciones del partido. Por otra parte, la
política escandalosamente oportunista del Partido Comunista, caracterizada por
una monstruosa deformación del marxismo, suscita viva y justificada inquietud
entre los millones de trabajadores sinceramente revolucionarios que se han
incorporado al PSOE, y que se dan cuenta, alarmados, de la labor de penetración
que los estalinistas, valiéndose de todos los medios, realizan en sus filas.
La
misión de nuestro partido debe consistir en ayudar a esos elementos a ver claro
en la situación, tratando fraternalmente de guiarles por el buen camino, es
decir, hacerles comprender la necesidad de una clara política de intransigencia
proletaria, servida por un fuerte partido revolucionario.
Son
deseables los acuerdos temporales con los elementos que, sin aceptar plenamente
nuestras posiciones revolucionarias, están dispuestos a luchar contra la
burocracia estalinista y sus métodos de corrupción.
La
CNT y la FAI han coincidido con nosotros, desde el primer momento, en reconocer
que la guerra y la revolución son inseparables, han coincidido asimismo con nosotros en la
apreciación de algunos de los problemas fundamentales que se han planteado,
tales como el del ejército, del orden público, etc. Pero
las vacilaciones de las organizaciones mencionadas con respecto a la cuestión
del poder, así como su posición estrictamente”sindical”, que tiende a eliminar
los partidos, lo que no obsta para que, al amparo de esta posición se
establezca, a través de la UGT, una colaboración efectiva con socialistas y
comunistas oficiales, ha hecho que esa coincidencia no diera los resultados
fructíferos apetecidos.
El
anarcosindicalismo ha rectificado notablemente sus posiciones anteriores, pero
el peso de la tradición le ha impedido llevar esa rectificación hasta sus
últimas consecuencias. Así, ha renunciado a su
apoliticismo inveterado, entrando a participar en el gobierno de la república y
en el de Cataluña, es decir, en gobiernos de colaboración con los partidos
republicanos burgueses, sin atreverse a adoptar
una actitud afirmativa, más fácilmente comprensible para las masas trabajadoras
encuadradas en la CNT, con respecto a la formación de un gobierno obrero y
campesino. Si la CNT y la FAI adoptaran esta actitud, el destino
victorioso de nuestra revolución estaría garantizado. Sólo la conquista del
poder permitiría la solución rápida y eficaz de todos los problemas que la
revolución y la guerra han planteado.
Sin
renunciar a una labor tenaz y paciente encaminada a llevar a las masas
confederales a esta posición, impuesta imperiosamente por la situación actual,
debemos orientar todo nuestro esfuerzo en el sentido de estrechar las
relaciones de nuestro partido con las organizaciones de la CNT y la FAI,
nuestros aliados naturales en las circunstancias presentes. Las coincidencias
importantísimas que ya se han manifestado y la necesidad de defender la
revolución en peligro, imponen una alianza efectiva, que no presupone, ni mucho
menos, la renuncia a la crítica recíproca, ni a la defensa de las posiciones
respectivas.
VI
El
deber imperioso del momento, pues, es la conquista del poder por el
proletariado, aliado con los campesinos, y la formación consiguiente de un
gobierno obrero y campesino, único capaz de organizar, de acuerdo con las
necesidades de la población y de la guerra, la economía desquiciada, y de
establecer un orden revolucionario en el país.
Este
gobierno, para que tenga toda su eficacia revolucionaria, no puede ser
designado desde arriba, como resultado de combinaciones más o menos
diplomáticas, ni surgir de un parlamento constituido según las normas
democráticas burguesas.
Un
gobierno formado por delegados de organizaciones obreras nombrados por los
comités superiores de las mismas, representaría, indudablemente, un paso
adelante con respecto a la situación actual, pero no sería el gobierno que las
circunstancias exigen. Elegido en estas condiciones, seguramente no iría mucho
más allá de las posiciones del Frente popular.
El
gobierno obrero y campesino ha de ser la expresión directa de la voluntad
revolucionaria de las masas obreras y campesinas del país, y por lo tanto no
puede surgir del Parlamento del 16 de febrero, completamente superado por los
acontecimientos, ni del que pudiera resultar de unas elecciones efectuadas a
base del sufragio universal. El Parlamento burgués ha de ser disuelto, y en su
lugar debe convocarse un congreso que siente las bases económicas, sociales y
políticas de la España libre de la dominación capitalista, que se está forjando
en los campos de batalla, y elija el gobierno obrero y campesino. Esa asamblea
no puede ser de tipo democrático burgués, es decir, no puede basarse en el
derecho de representación para todas las clases, sino que ha de reflejar la
nueva situación creada por la guerra civil y la revolución, concediendo todos
los derechos a los que las sostienen con las armas en la mano o con el trabajo
creador. En una palabra, el congreso debe estar formado por los delegados de
los sindicatos obreros y campesinos, y de los combatientes.
Esos
mismos órganos deben constituir la base de la transformación de todo el
mecanismo del poder, empezando por los ayuntamientos, Con las modificaciones de
detalle que las circunstancias impongan.
La
orientación que propugna el POUM puede resumirse en estas dos consignas
fundamentales: a) conquista del poder por la clase obrera; b) instauración de
un régimen socialista.
En la
etapa actual de la revolución, la conquista del poder por el proletariado no
presupone forzosamente la insurrección armada. Las posiciones que, a pesar del
retroceso sufrido por la revolución, sigue manteniendo la clase trabajadora, el
peso específico de la misma y de sus organizaciones, y sobre todo el hecho de
que siga teniendo una gran parte de las armas en sus manos, permiten la
conquista pacífica del poder. Basta para ello que el proletariado recobre la
confianza en su fuerza y se decida a afirmar intransigentemente su voluntad
imponiéndola. De él depende enteramente que se restablezca la correlación de
fuerzas del 19 de julio y que sepa utilizarla en beneficio propio, o, lo que es
la mismo, de la revolución.
La
conquista del poder por el proletariado significa la hegemonía absoluta de la
clase trabajadora a fin de ahogar implacablemente toda tentativa contrarrevolucionaria
y aplastar a la burguesía. Esta hegemonía de la clase no puede identificarse en
ningún caso con la dictadura de un
partido, sino que presupone la más amplia democracia obrera, el derecho
de crítica más absoluto para todos los sectores proletarios, la
participación de todos en la obra común. Sólo las clases explotadoras
quedan privadas de todo derecho político. Cuando las clases hayan desaparecido
completamente, los órganos de coacción resultarán superfluos y desaparecerá el
Estado.
Al
conquistar el poder, la clase obrera no se limitará a utilizar el antiguo
mecanismo del Estado – como lo ha hecho la burguesía democrática – sino que lo
destruirá de raíz. Con ayuda de los comités de obreros, campesinos y
combatientes, transformará de abajo arriba todo el mecanismo gubernamental e
instituirá un gobierno barato y verdaderamente democrático. El gobierno
barato será posible por la destrucción del viejo y costoso sistema burocrático,
la supresión de los sueldos elevados, estableciendo como norma que nadie pueda
percibir un sueldo superior al de un obrero calificado, el control vigilante y
activo de las masas trabajadoras. La verdadera democracia quedará garantizada
por la participación efectiva de la inmensa mayoría del país en la
administración de la cosa pública, la elegibilidad de todos los cargos y su
revocación en cualquier momento. En fin, el gobierno obrero y campesino será el gobierno de la
victoria militar, pues sólo un gobierno de esa naturaleza es capaz de crear la
moral indispensable para el triunfo, organizar una sólida industria de guerra,
nacionalizar los Bancos, acabar con la especulación, concentrar y movilizar
todos los recursos económicos del país para la guerra.
VII
Uno de
los argumentos a que recurren con mayor frecuencia los reformistas para
justificar su política colaboracionista y contrarrevolucionaria, es la
necesidad de mantener el bloque con los partidos pequeños burgueses, con el fin
de asegurar el concurso de una masa importante de la población.
La
pequeña burguesía constituye, en efecto, un factor de la mayor importancia en
todos los países, y muy particularmente en los que, como el nuestro, se han
incorporado con gran retraso al proceso capitalista. Pero por su carácter de
clase intermedia, equidistante de la gran burguesía y del proletariado, por su
dependencia económica, no puede desempeñar un papel independiente en la vida
política. Vacilante e indecisa, se mueve siempre entre las dos clases
fundamentales, haciendo, en definitiva, la política de la una o de la otra. Los
partidos pequeño burgueses mantienen vivo el equívoco de una política
independiente – ni burguesa, ni proletaria –, pero, en realidad, son siempre un
instrumento en roanos del gran capital, y, por lo tanto, un instrumento contra
los intereses de la pequeña burguesía, cuya representación ostentan. Su
política conduce indefectiblemente a la consolidación de las posiciones
económicas del gran capital, y por consiguiente a la asfixia efectiva de la
pequeña burguesía. La alianza con los partidos pequeño burgueses no representa
la alianza con la pequeña burguesía, sino contra ella. La experiencia española,
desde el 14 de abril acá, es muy elocuente a este respecto. La pequeña
burguesía, y en primer lugar los campesinos, no ha visto satisfecha ninguna de
sus reivindicaciones fundamentales. Todo lo conseguido lo debe a la acción
independiente de la clase obrera.
La
pequeña burguesía, potencialmente, no es revolucionaria ni reaccionaria. Quiere
un orden, sea el que fuere, pero un orden. Y este orden no lo puede
establecer más que el proletariado o la burguesía. Cuando la clase obrera actúa
resueltamente, dando la sensación neta de su fuerza y de que sabe lo que quiere
y adónde va, la pequeña burguesía queda neutralizada e incluso, en gran parte,
sigue al proletariado, o para decirlo con más propiedad, es arrastrada por él.
Pero si en el momento decisivo la clase obrera falla, la pequeña burguesía
pierde la fe en ella, le vuelve la espalda y pone nuevamente los ojos en la
gran burguesía. Si en aquel momento aparece un caudillo más o menos demagógico,
no le será difícil aprovecharse del desencanto de las masas pequeño burguesas,
para convertirlas en la base social de un movimiento (fascismo), destinado a
aplastar a la clase trabajadora e instaurar un régimen de dictadura sangrienta
del gran capital.
La
pequeña burguesía ha hecho la experiencia de la república democrática.
Repetirla, equivale a preparar nuevos fracasos, a crear las premisas necesarias
de una incorporación de las masas pequeño burguesas al campo reaccionario. Por
el contrario, si la clase obrera aparece a los ojos de las masas populares del
país como el verdadero guía de la revolución, como la única fuerza capaz de
crear un régimen fuerte, un orden nuevo, la pequeña burguesía seguirá a aquélla
como la siguió después de las jornadas gloriosas de julio.
La
política de atracción de la pequeña burguesía no consiste, pues, en contener el
ritmo de la revolución, sino en acelerarlo. Cuando más audaz y decidido se
muestra el proletariado, más seguro puede estar de la colaboración de la
pequeña burguesía, o por lo menos de su neutralización.
VIII
La
división de la clase obrera es, indudablemente, uno de los factores que se
Oponen más poderosamente a que se cree entre las masas pequeño burguesas la
sensación de fuerza invencible del proletariado. La unidad sindical – cuya
ausencia, por otra parte, repercute desfavorablemente en la obra de
organización socialista de la producción – constituiría un gran paso adelante
en este sentido. Pero la burocracia reformista la sabotea sistemáticamente, por
cuanto presiente que el movimiento sindical unificado le escaparía de las manos
para pasar a las de los elementos revolucionarios. Impulsarla e imponerla
constituye el deber ineludible de la clase trabajadora.
En el
terreno político, deben surgir los órganos de unidad adecuados a las
circunstancias. A fines de 1933 aparecieron las
Alianzas obreras, destinadas a desempeñar en nuestro país el mismo papel que
desempeñaran los soviets en la revolución rusa. Dichas Alianzas demostraron su
magnífica eficacia revolucionaria durante la insurrección asturiana de octubre
de 1934. Formada por todos los partidos y organizaciones obreras sin excepción,
la Alianza obrera de Asturias demostró palmariamente al mundo los prodigios de
heroísmo y de iniciativa de que es capaz el proletariado unido. Pero la
política del Frente popular frustró aquellos espléndidos inicios, y nuevamente
la clase trabajadora marchó a la zaga de los partidos republicanos. Si las
Alianzas obreras no hubiesen sido liquidadas por los paladines de la
colaboración de clases, los acontecimientos habrían tomado un giro
completamente distinto del que tomaron, y la hegemonía del proletariado
habríase afirmado indiscutiblemente.
Resucitarlas
hoy sería un error, por cuanto corresponden a una etapa ya superada. Los
congresos de delegados de los sindicatos obreros y campesinos, y de los
combatientes, son sustancialmente lo mismo que eran las Alianzas obreras en la
etapa anterior. En ellos debe basarse el gobierno de la clase trabajadora, de
ellos deben surgir los órganos del poder; ellos deben encarnar la unidad
de acción de los trabajadores por encima de las diferencias que les separan en
el terreno de la organización sindical y política. En ellos se basará la futura
Unión Ibérica de Repúblicas Socialistas.
Ni la
unidad sindical, ni las asambleas de delegados obreros, campesinos y
combatientes, excluyen la posibilidad de la formación de alianzas entre los
sectores de la clase obrera que coincidan en la concepción del momento y la
actitud de la clase trabajadora. Al contrario, estas alianzas están claramente
dictadas por la situación.
En el
caso concreto de nuestra revolución, se impone la constitución de un Frente
Obrero Revolucionario, formado por la CNT, la FAI y el POUM, organizaciones que
coinciden en el reconocimiento de la necesidad de cerrar el paso al reformismo,
evitar el retorno a la situación anterior al 19 de julio y de impulsar la
revolución proletaria, llevándola hasta sus últimas consecuencias. Un programa
de realizaciones claras y concretas – hoy perfectamente posible – debería ser
la base del Frente Obrero Revolucionario, cuya
formación determinaría, indiscutiblemente, un cambio fundamental en la
correlación de fuerzas e imprimiría un poderoso empuje a la revolución.
IX
Uno de
los argumentos predilectos empleados por 1os reformistas contra la revolución
proletaria, es el de que sería fatalmente ahogada por los países capitalistas.
La
clase trabajadora cometería un profundo error si no contase con la probabilidad
de una intervención armada extranjera contra la revolución española. Pero si el
proletariado no pudiera lanzarse a la lucha revolucionaria decisiva más que en
el caso de estar seguro de que dicha intervención no iba a producirse, tendría
que renunciar de antemano a toda esperanza de emancipación. Porque es evidente
que el capitalismo internacional no podrá asistir pasivamente, por espíritu de
conservación, a la victoria del proletariado en ningún país del mundo.
El
peligro de la intervención existe, y si el factor decisivo fuera la. Superioridad
técnico-militar, la derrota del proletariado podría considerarse como
descontada. Pero hay un factor real infinitamente más eficaz: la fuerza
expansiva de la revolución. Triunfante en España, tendría una repercusión
inmediata en los demás países, y muy particularmente en Italia y Alemania, a
cuyos regímenes fascistas asestaría un golpe mortal.
La
revolución rusa fue la causa inmediata del hundimiento de los imperios
centrales, hizo tambalear el régimen capitalista en toda Europa, y provocó un
movimiento tan intenso de solidaridad proletaria internacional, que contribuyó
poderosamente al fracaso de la intervención. Las consecuencias de la revolución
española pueden ser no menos trascendentales. La victoria de la clase obrera de
nuestro país modificaría inmediatamente, en favor del proletariado, la
correlación de fuerzas en el mundo entero, dando un impulso decisivo a la
revolución proletaria interna
http://www.grupgerminal.org/?q=node/253
ResponderEliminarAquí podréis encontrar textos de Nin digitalizados.