jueves, 9 de agosto de 2012

Orwell y la polémica con el estalinismo



Orwell y la polémica con el estalinismo

Pepe Gutiérrez-Álvarez

   

   Estas notas forman parte de un capítulo que aparece más desarrollado en mi libro La cuestión Orwell (Ed. Sepha, Málaga, 2008), así como en otros trabajos suplementarios aparecidos en Web como Kaos y/o Rebelión…
    

     El lector que sigue mis modestos artículos en Kaos encontrara un tanto sorprendente la cantidad de insultos y descalificaciones que me suelen caer, todo por criticar al estalinismo, y detallar las razones de su ascenso, apogeo, crisis, decadencia y descomposición. Lo más curioso de esta tentativa de lapidación es que raramente se ofrecen más argumentos que lo de “hacer el juego” al enemigo o el sempiterno de “agente de la CIA”, y los recursos a Gorkin, y poco más.
    Se trata de una reacción totalmente a la defensiva, muy lejana a la que pudo existir en otros tiempos, incluyendo en los años setenta cuando el maoísmo ocupó buena parte de la franja militante a la izquierda del PCE. Con todo, parece “natural” que, a pesar de su descomposición, cierto estalinismo continúe teniendo una cierta audiencia, lo que se justifica al menos por tres razones:
1.    Porque sin duda tuvo una importancia central en el movimiento obrero hasta fechas recientes, para grandes sectores de trabajadores e intelectuales representaba la URSS y el “mundo socialista” frente al imperialismo;
2.    Se apoyaba y se apoya en una estructura mental muy propia de la tradición religiosa en la que el bien y el mal se reparte por una gestión de fe, sí el imperialismo y el capitalismo son el mal social por excelencia, en consecuencia;
3.    No existía ni existe todavía una alternativa social lo suficientemente implantada para  que estos restos del naufragio puedan pensar que se trata de una historia que no se puede explicar, al menos no socialmente, por la capacidad negativa de la reacción, y que en su hundimiento pesaron igual o más sus propia barbarie, sus enormes contradicciones 

    
     Entre los comunistas digamos de “la vieja escuela” que creen que el balance a desarrollar sobre la URSS y el estalinismo resulta “”primordialmente positivo”, Orwell aparece como alguien que no merece para nada el reconocimiento que goza. El posible lector interesado no tiene más que darse una vuelta por algunos de los artículos publicados Kaosenlared, una de las más abiertas y visitadas, y buscar los referidos a Orwell, y podrá comprobar hasta que grado  alcanza el rechazo. Se podría decir que describen Orwell como una suerte de émulo de Louis-Ferdinand Céline: anticomunista, chivato, agente de la CIA, machista, antisemita, cuando no cosas peores (1).
    Aunque esta furia linchadora raramente coincide con trabajos razonados, los que existen resultan profusamente y éste es el caso de dos en particular, de Del modelo orwelliano o paradigma totalitario, de Eduardo Núñez, pero sobre todo de ¿Quién fue realmente George Orwell?, con un impresionante subtítulo de añadido: Los mitos orwellianos: de la Guerra Civil española al holocausto soviético,  de Albert Escusa, y en que me centraré es el que aborda más directamente la “cuestión Orwell”. Según mis noticias, Escusa forma parte del Partit Comunista de Catalunya (PCC), corriente de origen “prosoviético” actualmente integrada en EUiA y que actúa en coalición con Iniciativa pe Catalunya, y por lo tanto con el gobierno de gestión izquierdas de la Generalitat…(2)  Se trata de un trabajo con pretensiones de un ajuste de cuentas intelectual contra Orwell y sus admiradores de una vez por todas, un trabajo prolijo que se ilustra con un abundante aparato crítico de 76 notas a pie de páginas, y once referencias bibliográficas (3). Después de una lectura acotada, se puede desprender del texto las siguientes afirmaciones: 
   a) El caso Orwell se “ha construido de manera considerablemente dogmática” un “mito” “establecido como la antítesis de los valores negativos que para muchos izquierdistas y progresistas tenía el modelo socialista soviético”, modelo que el autor define una y otra vez como socialista sin titubeo. Objeta que la “vida de Orwell ha sido poco estudiada (...) de manera interesada por la fuerza anticomunista que tuvieron sus obras”. Dicho de otro modo: ha importado más como anticomunista que como escritor. Escusa asegura que “no se conocen  o se conocen poco” sus cartas, pero con estas el misterio queda desvelado: “Orwell fue bastante diferente a la biografía comúnmente divulgada”, hasta nos desvela un caso de doble personalidad: “Orwell era un seudónimo y como han revelado sus cartas recientemente publicadas, Eric Blair era muy distinto –y mucho menos admirable que el literato George Orwell”
   b) No se trata pues de un “escritor independiente comprometido socialmente”, ni que “mantuvo sus convicciones”. Lo único que hizo fue rechazar “el modelo marxista de la URSS”; “nunca estuvo en la órbita de lo que se llamó “comunismo oficial”, y que escribió Animal Farm “para satirizar la Revolución rusa de 1917 y su desarrollo posterior”; rechaza a los “que se dejan arrastrar” (suponemos que por el anticomunismo), y efectúan “un análisis superficial” de Orwell al pasar por alto “el contexto histórico”. Con el contexto en la mano afirma que “Orwell no es, ciertamente, un caso aislado de contradicciones políticas: algunos escritores con una dilatada trayectoria progresista, considerados brillantes, pasan al cabo de un tiempo a repudiar sus antiguas creencias y a defender activamente al imperialismo, como Mario Vargas Llosa”;
   c) Orwell no padeció una “supuesta  censura de la burguesía inglesa”, una mentira que le daría  un “certificado de garantía” anticapitalista y de izquierdas…Todo lo contrario, ya que lejos de ser así, simplemente Animal Farm simplemente “sufrió un aplazamiento” (además “beneficioso”), y después fue catapultado  por “esta misma burguesía inglesa (y también la norteamericana)”. Este  aplazamiento por el “contexto” de la guerra que justificaba el “atraso”, esta y no otra  “fue la verdadera razón del retraso en la publicación de Rebelión en la granja. Orwell, naturalmente, durante la guerra antifascista no pudo ver publicada su obra antisoviética hasta el fin del conflicto, puesto que hubiera sido bastante torpe por parte los Gobiernos occidentales aliados a la URSS, que se jugaban la vida contra los nazis, criminalizar de esa manera a un Gobierno amigo”;
  d) 1984  “fue un plagio consciente, ya que él mismo lo explicó en otro de sus trabajos. La trama argumental, los principales personajes, los símbolos y el clima de su narración, pertenecieron a un escritor ruso de principios de siglo, totalmente olvidado: Evgeni Zamiatin. En su libro Nosotros, el ruso desilusionado del socialismo después del fracaso de la revolución de 1905, dedicó sus esfuerzos a anatematizar al partido socialdemócrata obrero fundado por Jorge Plejanov. Cuando sobrevino la revolución de Octubre –en 1917–, Zamiatin se exilió en París, donde escribió su obra póstuma anticomunista.”;
   e) Orwell fue alguien  obsesionado por “ser un miembro de la clase “opresora”. Esto le llevó a simpatizar con los “oprimidos” e incluso
al volver a Europa a considerar la sociedad inglesa desde esta perspectiva, es decir, veía a la clase trabajadora como la “oprimida” y a los poseedores de capital como “opresores”. Es importante hacerse eco de esta visión colonialista y simplista del problema de las clases sociales para comprender bien los derroteros de su evolución posterior, caracterizada por su falta de conocimiento profundo de la política y su carencia de ideología concreta. Lo que lo mueve es ese sentimiento humanitario de “opresor” que quiere ponerse de parte del “oprimido”; un redentorista con “una actitud más parecida a la de un Cristo que quiere redimir a los pobres, que a la de un científico social que  busca conocer la realidad para transformarla. Por ello, decide irse a vivir como vagabundo a un barrio popular londinense para tener un contacto directo con los estratos más desarraigados”:
    f)  Los orwellianos se dividen entre los le atribuían  la denuncia contra “toda forma de lo que él llamaba totalitarismo que atentara a la verdad y a la libertad, tanto el fascismo como el comunismo”, y lo que interpretan que “el enemigo principal de Orwell era el socialismo de la Unión Soviética”, pero en definitiva, acabó siendo más que un pilar del anticomunismo de la guerra fría, un personaje que contribuyó a solidificar el Imperio inglés de postguerra y al que sirvió con gusto”.

    Escusa nos reserva su diatriba más furiosa en lo que llama el modelo orwelliano sobre la guerra española, entorno a la cual ofrece las siguientes acusaciones:
    1) Únicamente “desde un espíritu de provocación, o cuando menos de contradicción perpetua” puede explicar la actitud de Orwell de situarse al lado del  POUM. En un párrafo que no se entiende, asegura  que ambos condenaban “
la revolución proletaria “pura” y el enfrentamiento con las clases medias y la pequeña burguesía” en oposición al PSUC y el PCE “que buscaban una alianza de clases con la pequeña burguesía con el objetivo de construir un bloque antifascista para ganar la guerra de manera prioritaria”.  Orwell (y el POUM) le daban al “socialismo” una “dimensión sentimental, alejándose definitivamente de una concepción científica y analítica de la sociedad”...;
    2)  Aunque sí bien Orwell “no publicó sobre el conflicto español trabajos tan “teóricos” como Animal farm o 1984, sus impresiones sobre nuestra guerra han generado una especie de modelo orwelliano, que ha inspirado, con sus respectivas variaciones y aportaciones, a sectores anarquistas, poumistas, trotskistas y otros”. Se trata de un modelo creado por alguien de “elevado” nivel teórico –dice Escusa con ironía-, en el “inactivo y estéril frente de Huesca”. Igualmente es producto de sus  “percepciones superficiales, sentimentales y moralistas”. Orwell “construye una imagen idealizada y victimista del POUM”, todo con la finalidad de “desprestigiar la política comunista y la estrategia de frente antifascista para ganar la guerra”. A su parecer “los comunistas tenían como único objetivo aplastar la supuesta revolución y devolverle el poder a la burguesía siguiendo instrucciones de la URSS y para ello no dudaron en destruir al POUM, un partido supuestamente inocente que no molestaba a nadie”, atribuyendo “una supuesta traición por parte de los “comunistas estalinistas” teledirigidos a miles de kilómetros desde Moscú”, detalles que deja aquí para desde otro trabajo “analizar tanto las falsificaciones de Orwell como las maquinaciones del POUM, que perseguía el hundimiento de la retaguardia republicana”.
   3) Se citan a tres personajes sobre los que recae un papel central en la composición de este modelo orwelliano sobre España: Víctor  Alba, Julián Gorkin y Burnett Bolloten. Con el primero tiene suficiente con la cita de un elogio de Federico Jiménez Losantos. A Gorkin lo define como  “un intrigante, oscuro y siniestro personaje”, al que relaciona con otro viejo bolchevique (el subrayado es suyo) Jacques Doriot, base de una antigua acusación contra el POUM. Alba, Gorkin, son pilares de una  “conexión catalana” con Orwell que “se cierra en las oficinas de la CIA”.  Bolloten es descrito como “un periodista que estuvo en la Guerra Civil, comprometiéndose con la causa republicana; había sido también simpatizante y amigo de los comunistas. Tras el conflicto, fue variando su postura conforme las cosas se ponían difíciles en el mundo libre, deslizándose progresivamente hacia el anticomunismo”. En la misma lógica sitúa a Arthur Koestler que queda retratado por su amistad  “Hemos demostrado, pues, que España fue la víctima de un vasto “complot” comunista, inspirado y controlado por los francmasones europeos, judíos en su mayoría, y agitadores internacionales”;
    4) Entre “las manipulaciones más groseras del orwelliano Gorkin”, Escusa cita  “la colección de artículos publicados bajo el título España, primer ensayo de democracia popular, donde se incluían 30 páginas del libro de Jesús Hernández (ex-ministro comunista durante la guerra, que rompió con el PCE) Yo fui ministro de Stalin, que había sido reelaborado por órdenes de Gorkin”, todo ello como e objetivo de “exagerar la importancia del asesinato del dirigente del POUM Andreu Nin, para colocarlo como el suceso más importante de la Guerra Civil”, de esta manera “elevar artificialmente, de esta manera, la importancia política del POUM y del propio Gorkin durante el conflicto bélico”;
    5) Por sí había alguna duda, insiste en que al comienzo de la guerra mundial, Orwell “no fue un sincero, limpio y honesto revolucionario, sino un personaje individualista, un intelectual pequeño-burgués radicalizado que vomitó toda su frustración y su odio contra lo que él creía que debería de haber sido puro y perfecto – mientras que él como progresista dejaba mucho que desear– llegando al punto de traficar con los servicios de inteligencia del Imperio británico. Así, por paradojas del destino, Orwell, que había luchado supuestamente a favor de la República española,  decidió colaborar con el país occidental que, tras Alemania e Italia, más hizo por la victoria de Franco. Por ello, una vez conocida la faceta delatora de Orwell, la derecha británica, heredera de aquella que impidió que llegaran armas para la defensa de la República, se apresuró a descubrir sus virtudes, como: “su amor por Inglaterra y las virtudes típicamente inglesas, la gentileza, la seriedad, el respeto a la ley y la antipatía hacia los uniformes”.

    Pero más allá de la guerra fría, Escusa atribuye al modelo orwelliano le corresponde otra responsabilidad más: su papel central en la caía de la URSS.
    Sobre este extremo, su compañero Núñez el más específico al escribir: “El modelo totalitario, igualmente, se apoya en creaciones literarias contenidas en libros (...) de George Orwell. Estas obras, desde principios de los años 60, servirán a un gran número de académicos e intelectuales occidentales como modelo del paradigma totalitario: el gran hermano (Stalin), la policía del pensamiento (NKVD), doblepensamiento (distorsiones de la verdad por los “estalinistas”), agujeros en la historia (manipulaciones fotográficas y modificación de los libros en la sociedad soviética), una sociedad de nulos mentales con el cerebro lavado, estructura piramidal en cuya cúspide se haya el poder omnímodo, etc. Es una realidad que lejos de construir el modelo totalitario sobre la base de la realidad soviética, los intelectuales y académicos operaron a la inversa, es decir, utilizaron el modelo orwelliano para “entender” y “explicar” la sociedad soviética que ellos querían que existiese realmente”.
    Escusa explica que “se está produciendo un genocidio silencioso, un siniestro y oculto holocausto contra los pueblos ex–soviéticos”, y a su favor administra una serie de datos estadísticos al respecto, para llegar a la conclusión siguiente: “Este es el mundo que Orwell, Gorkin y sus seguidores han ayudado a crear. Son los resultados prácticos de la victoria póstuma de Orwell sobre el “Gran Hermano”.
   De ahí que: “Mediante sus publicaciones, no solamente estaban ayudando a destruir una parte del mundo. Estaban ayudando a la CIA a levantar otra realidad, la constituida por los “escuadrones de la muerte”, las dictaduras militares, las guerras “sucias”, los desaparecidos... Este es uno de los grandes éxitos de estos intelectuales. Pero su mayor éxito, no hay duda de que es el espantoso holocausto que están viviendo los pueblos ex–soviéticos, su particular y masivo 1984, esta vez auténtico y real. ¿Dónde están ahora los lamentos de los orwellianos por el genocidio del pueblo ex–soviético? De todos estos millones de víctimas prefiere olvidarse la intelectualidad orwelliana, una intelectualidad que esconde su cabeza eludiendo su cuota de responsabilidad en la tragedia, una intelectualidad que es bien considerada en el mundo libre y que, mientras derrocha ríos de tinta especulando sobre fantásticos y puros modelos de socialismo, considera indigno escribir acerca del sufrimiento de los millones y millones que mueren y agonizan en los gulags capitalistas de Rusia y de Europa Oriental” (4).

    Resulta bastante curioso que un trabajo con pretensiones de demostrar la existencia “otro Orwell” diferente al que se encuentra en las librerías, al que describen toda clase de biógrafos y ensayistas, al que se estudia en las universidades, pase por alto lo fundamental de su biografía, así como el “contexto” nacional e internacional que le rodeó. Todo merece ser enfocado bajo el signo de la sospecha ya que se trata de trabajos que esconden el “verdadero Orwell”. El Orwell de Escusa deberá ser el “auténtico”. En su trayecto, el autor pasa de puntillas sobre lo que realmente se ha dicho sobre Orwell. Tamaña omisión le permite escamotear todo el “contexto” al que se remite la obra de Orwell. Así, el presunto “anticomunismo” orwelliano cuelga como  una realidad externa al estalinismo, un concepto que no figura en su léxico. Orwell es por lo mismo un obsesivo que inventa unas “fantasías”. Su prestigio depende exclusivamente del interés que las clases dominantes prestaron a su obra.
    Y por lo visto se la siguen prestando aunque ya no lo necesiten.
    Lo dicho: la relación de Orwell con el estalinismo es de las más singulares de la historia de la literatura (y del “comunismo”), pero no se aislar. Históricamente la relación estalinismo-cultura presentó muchas caras, aunque actualmente solamente tiene una: la del rechazo radical. En su momento existieron dos, la incondicional (cerrada, el estalinismo podría incluso culpar a lo fieles de desviacionismo) y la oposición, sumamente plural. En la época del apogeo del estalinismo, la disidencia permaneció reducida a algunos autores muy especiales como Panait Istrati, André Gide, Ignacio Silone, por supuesto, Víctor Serge, Gustav Regler, John Dos Passos y los surrealistas, amén de los que dieron su apoyo a la tentativa de crear una Federación de Artista Revolucionarios e Independientes (FIARI), que resultó frustrada con el estallido de la guerra mundial, esto por no hablar del “frente interno”, donde buena parte de la flor y nata de los escritores rusos o que vivían en la URSS, desaparecen en la noche oscura de una represión estalinista sobre la que Albert Escusa no parece tener noticias.
   Orwell lo ignoraba todo o casi todo de la historia soviética hasta 1936-1937. Pertenecía a una generación que nació a la vida política entre finales de los años veinte y la primera mitad de los años treinta, o sea en una coyuntura política de crisis abierta del sistema capitalista, y por lo mismo, de revalorización de la revolución rusa, un inmenso país en el que proyectar los sueños sobre la “ciudad ideal”, un país que había quedado al margen de la gran depresión, y que se erigía como un baluarte ante al nazi-fascismo en oposición a la actitud cómplice de la burguesía liberal (y la socialdemocracia parlamentarista). La derecha que había creído que los nazis se contentaría con llevar sus exigencias expansionistas hacia la URSS,  se vio obligada a aceptar una alianza antifascista con la que –además- se reconciliaban con sus propios pueblos. En esta trágica coyuntura, el estalinismo pasó a ser sinónimo de comunismo, y alcanzó un prestigio enorme que se manifestó por el auge extraordinario de los partidos comunistas. Fallecido en 1950, Orwell apenas sí tuvo ocasión de conocer el inicio de una quiebra que tendría su primer acto en el cisma titoísta.
    Tampoco tuvo oportunidad más que de asistir a los prolegómenos de la “guerra fría”, y desde luego no se le puede considerar responsable de cómo los verdaderos vencedores de la Guerra Mundial, los norteamericanos con todo su potencial, utilizaron sus obras, marcadas por su obsesión crítica sobre el curso que había tomado la URSS desde los “procesos de Moscú”, escritas a partir de su experiencia en la tentativa de reproducir dichos procesos en el campo republicano, y por lo tanto, situadas a contracorriente. La actitud de Orwell no fue demasiado diferente al que acabarían tomando artistas e intelectuales de procedencia izquierdista como lo fueron, entre otros, Bertrand Russell, Ignazio Silone, André Malraux, Edmund Wilson,  Arthur Koestler, Stephen Auden, Richard Wright, James T. Farrell, John Dos Passos,  que más tarde se dividirían, sobre todo ante la guerra del Vietnam. Algunos como nuestro exanarquista, excomunista, Ramón J. Sender, apoyó al gobierno norteamericano, aunque no por eso dejó de ser el autor de Crónica del alba o de Réquiem por un campesino español. 
    En cuanto al apoyo incondicional, se puede hablar de una primera ruptura con el pacto nazi-soviético (Malraux, Koestler, Auden, Julien Graq), otro mucho más importante se dará con la revolución húngara. Entre los que protestan se encuentran Halldór Laxness, Sartre, Beauvoir, Camus, Calvino, Howard Fast, Jorge Amado, Aimé Cesaire, entre muchos otros. George Lukács será ministro de cultura con Nagy. En 1956, Ylya Ehrenbourg escribe El deshielo, obra que dará título a la época kruscheviana. En 1968, cuando tiene lugar la ocupación de Checoslovaquia, la protesta es ya totalmente generalizada hasta alcanzar a la mayoría de los partidos comunistas europeos (incluido el español): Louis Aragón, Arthur London publica La confesión, con situaciones (de torturas) que parecen extraídas de 1984, Roger Garaudy, Manuel Sacristán, tratado de “ultrarevisionista” en las mismas paginas en la que publican a Eduardo Núñez y Albert Escusa.
    Hay que estar muy ciego para reducir toda esta perdida de un inmenso capital cultural a la conspiración, o a la traición.
    Por todo lo dicho, resulta curiosa la referencia de Escusa al “contexto” (5) cuando de toda la historia de la Rusia soviética únicamente hace referencia a la fase que va desde Stalingrado hasta la “guerra fría”, lo cual no deja de resultar harto significativo ya que enfoca a Orwell exclusivamente desde este momento crucial. En su trabajo citado, Núñez atribuye el desprestigio del estalinismo estrictamente  a su derrota, ya se sabe, la historia la escribe los vencedores, una generalización que no ayuda a explicar nada, entre otras cosas porque no explica el porqué de la derrota (6). De la misma manera que la derecha insiste en un canon según el cual la revolución rusa fue intrínsecamente perversa, y en que no hay diferencias entre el período de Lenin y el de Stalin (ni por supuesto en el tiempo de éste), nuestros autores nos aseguran por su parte que historia de la URSS está fuera de todo cuestionamiento. A su parecer existe una perfecta sintonía entre 1917 y lo que viene después...hasta el XX Congreso del PCUS en 1956.
    Semejante escamoteo -tan similar al que se podía dar en un texto oficialista en una país del “socialismo real”- queda justificado por diversas referencias al socialismo, el marxismo, o unas concepciones “científicas” que no requieren demostración, al mismo tiempo que permite una lectura paradójica: Escusa no “entra” en la historia de la Rusia estalinista porque teme que se le trate justamente de lo que es, un estalinista convencido, algo constatable por el propio escrito que, empero, no quiere asumir abiertamente. Antes de defender con argumentos, cuando  trata cuestiones concretas, prefiere unas irrisibles toscas ironías sobre los estalinistas “malos”, la “revolución pura” y argucias diversas como sí estuviese tratando de un debate infantil o de una vulgar película reaccionaria del tipo Murió hace quince años. Por la misma reglas mágicas, el autor distribuye atributos positivos o negativos a su antojo, así el “gobierno amigo” de Wiston Churchill se convierte cuando rompe la alianza con la URSS, en un gobierno imperialista y represor, ¡cómo si antes lo hubiera dejado de ser!...También sobre este detalle, Escusa pasa como sobre ascuas. Quizás porque no debe de ignorar que tal represión en la inmediata postguerra la llevaron los laboristas que hasta poco antes habían sido “prosoviéticos”, y que en el caso francés, tal represión (brutal en Vietnam, Argelia, Túnez y Madagascar), la llevó a cabo un gobierno con ministros comunistas (7).    
     Evidentemente, esta relación de Orwell con la izquierda militante no estuvo exenta de conflictos y contradicciones. No ha sido de otra forma que se ha desarrollado dicha relación desde siempre, basta recordar las relaciones de Máximo Gorki con los bolcheviques, y tantos otros casos. Por lo mismo, no hay escritor que no pueda ser tachado de varias cosas. Escusa debía de saber toda la campaña que se realizó en los años ochenta contra Marx por el trato que tuvo con su compañera, y por el hijo “bastardo” que le hizo a la criada. En cuanto al antisemitismo, se dice como sí Orwell fuese un partidario de la “raza aria”, cuando en realidad fue acusado de “antisionista”. Por cierto, Stalin no fue antisionista pero sí antisemita (8).
   En su afán de negarle el pan y la sal, Escusa llega a celebrar a autor un desconocido (Emilio J. Corbiere) para dictaminar que 1984 es un plagio de Zamiatin, y no tiene problemas en citar a un trotskista –heterodoxo- como Deutscher para reforzar su aseveración. Por supuesto, no citará a Deutscher en otros terrenos. Pero como aquí le vale, da por buena una apreciación precipitada que desde luego,  no será avalada por ningún especialista.  Vuelve a citar al célebre biógrafo de Trotsky cuando éste escribe sobre “un miserable ciego vendedor de periódicos” que le recomendó 1984 para que supiera “por qué tenemos que lanzar la bomba atómica contra los bolcheviques”, cuando es evidente que Deutscher no culpa a Orwell de la manipulación que sufrió su obra. 
   El capítulo sobre la guerra española nos lleva a los mejores tiempos. En resumidas cuentas, los orwellianos y el POUM  buscaban el hundimiento de la retaguardia republicana, por ende formaban parte de la “quinta columna”; una afirmación que, de resultar coherentemente asumida, reproduciría las mismas acusaciones contra Andreu Nin en vez de dar el requiebro irónico sobre sí que fue el muerto más importante de la guerra. El tono se mantiene en el montaje que organiza sobre el modelo orwelliana cuya lógica le lleva a la CIA. No necesitan mayores pruebas que sentar en el banquillo a  tres acusados, lástima que con ese misma argumento García Zapatero o Carod Rovira podrían ser definidos como extremistas de izquierdas. Lo de “viejo bolchevique” al referirse a Gorkin contiene una segunda lectura bastante siniestra: nos remite a los “viejos bolcheviques” destruidos en las “purgas” que siguieron al asesinato de Kirov...La conexión con Jacques Doriot no puede ser más infame y se basa únicamente en una burda maniobra cronológica. Su trato con Jesús Hernández es de la misma categoría, Escusa no distingue entre la disidencia y la traición, y desde luego parece desconocer que una parte del PCE-PSUC optó por disidencia en un momento u otro de la postguerra (9) 
    Su explicación sobre Burnett Bolloten tiene la misma matriz: sustituye el análisis por la denigración. Es cierto que Bolloten evolucionó desde un socialismo más o menos en la línea de Indalecio Prieto con fuertes simpatías por el comunismo oficial hacia la derecha. Preston dice que fue a raíz del impacto que le causó el asesinato de Trotsky en México, aunque lo cierto es que en su obra Trotsky queda más bien malparado. El caso es que como profesional de la historia, Bolloten dedicó más de cuarenta años a profundizar en una documentación que, empero,  no se rebate; se va a por él en la misma lógica que se va a por Orwell. Alguien tan opuesto a su obra como Gabriel Jackson, no tendrá reparos en escribir lo siguiente: “...Yo mismo no interpreto el papel de Juan Negrín en la forma en que lo hace Bolloten, pero puedo confiar planamente en la meticulosidad con la cual éste documenta sus aseveraciones. Dicha meticulosidad es la obligación más importante de un historiador y es precisamente este sentido de honradez profesional el que a menudo se echa en falta en las referencias de otros autores a su obra” (La revolución española, Grijalbo, Barcelona, 1980, p.17).
    Por supuesto, se podrá discrepar en el capítulo de las interpretaciones, pero lo cierto es que desde los años sesenta (época en la que se editan además las obras de Orwell, Peirats, Kaminski, Borkenau, Broué, Rama, y tantos otros autores), se recupera la historia de una revolución que en la olvidada historia oficial del PCE escrita bajo la dirección de Dolores Ibárruri, se recoge pero se le atribuye una (auto) contención: no sobrepasaba la etapa democrático-liberal.
    En realidad, todo radica en el presunto “antisovietismo” de Orwell, y en las virtudes mágicas de sus maléficos libros. No es otra cosa lo que le convierta en una suma de taras cuando de haber sido “prosoviético”  todo se habrían entendido en sentido opuesto.
    Al final va resultar que en principio que el verbo y no la acción. Que en la descomposición de la URSS y de los países del llamado “socialismo real”, todo fue obra del imperialismo y de los que criticaron al estalinismo: o sea todas las demás corrientes del movimiento obrero, y finalmente, casi todo el movimiento comunista internacional desde 1956. Al parecer, no hay nada que objetar a los gobernantes. Tampoco fueron las contradicciones sociales, que las tuvo que haber desde el momento en que dicha descomposición se da sin una resistencia social digna de mención, más bien al contrario, con un pueblo que se hace ilusiones con los modelos del capitalismo a la europea o a la norteamericana. Fue el diablo vestido de intelectuales que adoptaron el “modelo orwelliano” los responsables de una labor de zapa cultural complementaria a la del imperialismo. Esto supera todos los milagros conocidos, todas las interpretaciones sobre el diablo con tal de no molestar a Stalin, Beria, Pol Pot, Mao, Ceaucescu, y otros tantos que deberán estar en los cielos totalmente ajenos a que su “socialismo” se derrumbara sin oposición digna de mención. Deberán de estar maldiciendo a Orwell, Trotsky y todos los culpables de que verdaderos profesionales del marxismo leninismo queden arrumbados entre los míseros restos del naufragio.
    Y es que pesar de todos los recursos a la “ciencia”, Escusa y sus amigos no pueden explicarnos como es que años después de que la guerra fría haya pasado a la historia, un vulgar plagiario manteniendo un reconocimiento tan amplio y duradero. Y que siga siendo definido “como un hombre honrado, sincero, luchador incansable en pro de los desposeídos y de las clases oprimidas. (...) Es la honradez típicamente orwelliana lo que le impide la asociación a cualquier dogmatismo, o a cualquier interés que no sirva a la verdad. Orwell está en todo momento en una continua revisión de sus planteamientos, para no verse atrapado en sus propias ideas, que podrían llevarlo a caer en el engaño e impedirle el acceso a la verdad. Más que un hombre de pensamiento es, sobre todo, un hombre de acción. Nunca se conforma con pensar y decir, sino que su profundo sentido de la responsabilidad humana, lo lleva a hacer (10).

Notas

---(1) Entre las notas insertas en mi artículo para Kaosenlared: George Orwell, un “trotskista fanático”, que evoca los informes de la policía estalinista en España, cito al vuelo estas dos:
“..."escritor" de cabecera del anticomunismo más repugnante, delator de comunistas (entre ellos Chaplin) al M-16 y la CIA, integrante de las plataformas "culturales" lanzadas por la CIA para "combatir el comunismo", simpatizante ¡como no! del POUM anticomunista, verdadera quintacolumna del franquismo ibérico...¡pónganle un monumento señores de KAOS! un tipo con este currículum debe ser integrado de inmediato a la "izquierda plural" ¿Izquierda?. Comunistas totalitarios, caca, pis, pedo, ¡¡viva el mal, viva el capital y viva George, alias el "anticomunista"! ¡y viva Kaos enlared)!... que a este paso un día nos  va a colgar algún interesante "escrito"  alguna oda biográfica de...Sholetnishin  (¿se escribe así colectivo editorial?), o del mismísimo Mas Canosa...¡es la "izquierda plural"!, esa que  como los fascistas, odia el comunismo y a los comunistas.    Este personaje es tan deleznable como s fuente de inspiración, Trotsky. (...) Aliado de los imperialistas para combatir el comunismo, menudo revolucionario, sí, sí (…) De boquilla tan revolucionario como todos los trotskistas
De hecho tan traidor y oportunista como todos los trotskistas.
“¡Pobre Orwell! Había denunciado el estalinismo como un sistema perverso en el que los hijos eran capaces de denunciar a los padres por motivos políticos, y él mismo acabó siendo un denunciante, un mísero delator. Pasó del antiestalinismo al anticomunismo primario, como les ocurrió a tantos otros que se convirtieron en instrumentos, a veces inconscientemente, de los servicios secretos estadounidenses, tal como ha revelado F.Stonor Saunders en su libro “La CIA y la guerra fría cultural” en el que documenta minuciosamente cómo la CIA organizó una campaña secreta para infiltrarse en el mundo cultural occidental a través de la financiación de revistas, libros, fundaciones filantrópicas, etc. Los fustigadores de Stalin, que tanto criticaron a esos "compañeros de viaje" que se dejaron deslumbrar por la Unión Soviética en los años treinta, terminaron por convertirse ellos mismos en compañeros de viaje del imperialismo norteamericano. Para quien quiera profundizar en el tema, recomiendo el excelente trabajo de Albert Escusa que podréis encontrar en rebelión:
http://www.rebelion.org/docs/6220.pdf
; y que el lector lo encontrará resumido en estas páginas).

---(2) El PCC surgió como una fracción que rechazaba la deriva “eurocomunista” del PSUC a principios de los años ochenta. Curiosamente, en el curso del debate, ambas fracciones se tacharon mutuamente de “estalinista”. Los “euros” entendían como tal la fidelidad a la URSS (en plena guerra de Afganistán, de ahí que llamaran a su rivales “afganos”), y estos entendían como tal los procedimientos poco democráticos, de imposición por el poder del “aparato”...Iniciativa haría una renuncia del comunismo “a la italiana”, el PCC persiste en ciertas tradiciones, pero rehuye cualquier gesto en este sentido, por ejemplo, ha permanecido callado delante las diversas conmemoraciones como la de la revolución de Octubre o la guerra civil española, el mayo del 37 y cualquier otra cosa que afecte su pasado ...

---(3) Aunque solamente se citan dos títulos citados en este libro. Las referencias sirven exclusivamente para registrar citas que abundan en las tesis del autor, y también para certificar la abundancia  de una documentación que omite casi todas las fuentes.

---(4) Cita está extraída del libro de Antonio Fernández Ortiz, Chechenia versus Rusia. El caos como tecnología de la contrarrevolución, libro aparecido en El Viejo Topo (1973), una revista de la que servidor (PG-A) es un colaborador habitual, y que desde su constitución ha apostado por un enfoque radicalmente crítico con el estalinismo, la antigua URSS y el “socialismo real”, y que por lo tanto, parte de esa misma “conexión”  cómplice y desintegradora.

---(5) Escusa ha tenido a bien citar algunas líneas de un artículo mío sobre Orwell y la revolución rusa en que me hace decir que Orwell fue un escritor de izquierdas...porque fue censurado. Ecuación “absurda” ya que no consideraba un “contexto” restringido a la lucha del pueblo ruso contra el nazismo. Como el lector habrá podido apreciar a lo largo de las páginas de este libro, la apreciación general sobre Orwell como escritor de izquierdas o de extrema izquierda se deriva de una larga trayectoria, y no del hecho puntual. Por lo demás, tal como se explica en el capítulo 5, el “contexto” tenía muchas más caras tanto en la URSS como entre los Aliados.

---(6) El deslizamiento “proamericano” de muchos intelectuales al inicio de la guerra fría no se puede entender sin tener en cuenta el rechazo que provocaron algunos momentos del historial estaliniano del que Escusa celebra su momento de mayor prestigio (al final de la guerra mundial, tema que sobre el que el lector encontrará una aproximación insuperable en la obra de Vasili Grossman, Vida y destino), olvidando que después todo fue una marcha atrás. El comunismo estalinista no permitía la menor disidencia, y a veces las inventaba (el lector no tiene que recurrir a 1984 para saber como las gastaban, lo puede hacer con La confesión, obra de Arthur London, estalinista convencido que cayó en desgracia y sufrió  las consecuencias como “enemigo del pueblo”), en tanto que los británicos y norteamericanos no tenían problemas en jugar las cartas con disidentes siempre que estuvieran de acuerdo en lo fundamenta...Para los más auténticos, todo empezó a cambiar con Corea, Joe MacCarthy y sobre todo con el Vietnam, y el libro de Frances Stonor Saunders ofrece numerosos ejemplos. Naturalmente, la historiadora británica juzga muy severamente las colaboraciones con la CIA, pero en ningún momento muestra la menor complacencia con el estalinismo. Éste comenzó a perder la batalla cultural cuando todavía estaba en su apogeo.

---(7) Sobre la actuación de los ministros comunistas franceses en la represión de los movimientos anticolonialistas al acabar la guerra mundial en Vietnam, Argelia y otros lugares, ver la obra de Fernando Claudín, La crisis del movimiento comunista internacional, editada por Ruedo Ibérico. En Grecia, la “luna de miel” entre Stalin y Churchill motivó que el primero obligara a “sus” comunistas a reprimir ellos mismos la fracción trotskista de la Resistencia.

---(8) El estudioso Peter Davison escribe que Orwell era tremendamente an¬tisionista, y creía que “Los judíos sionistas de todo el mundo nos odian y consideran a Gran Bretaña el enemigo, más, incluso, que a Alemania”, lo cual, ni que decir tiene, era más que suficiente para que los sionistas lo tildaran de antisemita. Al igual que la mayoría de la izquierda militante, Orwell denunció el antisemitismo nazi, pero no apoyó la creación de Estado sionista, lo que sí hizo Stalin.

---(9) Jacques Doriot (1898-1945), metalúrgico en el barrio obrero de St-Denis, soldado insumiso en el ejército de Oriente, secretario general de las juventudes comunistas en 1923. fue uno de los lideres del partido comunista francés hasta 1934, año en el que fue excluido por haber llevado una campaña a favor del frente único, época en la que coincide con Julián Gorkin. No será hasta 1936 que evoluciona muy rápidamente hacia el fascismo al que Gorkin combatió con las armas. La misma “lógica” se puede entrever en relación a Arthur Koestler, novelista comunista autor de Espartaco y combatiente en España, y al que le atribuye afinidades últimas con el franquismo que afectarían por igual...a Orwell. En cuanto a la sumeria referencia a Jesús Hernández –condenado sin juicio-, nos ayuda a vislumbrar como Albert Escusa sigue atado a la historia estaliniana que convierte cualquier disidente en una traidor que no merece la menor consideración. Recordemos que fueron muchos los lideres del PCE que acabaron apartándose de la línea oficial (Joan Comorera, José del Barrio, Fernando Claudin, etc.), esto sin olvidar los que fueron liquidados por el propio aparato del partido (Quiñónez, Monzón, Trilla). Exceptuando Enrique Lister y unos pocos más, la mayor parte de los líderes del PCE siguieron la línea “revisionista” de Jruschev, y más tarde se apuntaron al “eurocomunismo”. Eso significa que posiciones como la de Escusa está hoy asumidas en rigurosa exclusiva por grupos como el PCOE, PCE-ml, GRAPO, y su artículo sobre Orwell ha encontrado un cobijo entusiasta en la páginas Web de todos ellos.       

---(10) Galván Reula, Juan Fernando, George Orwell y España (1984; 51) citado por Escusa.

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