Los desahucios y la memoria de los
pueblos Destacado
Por Nega
(LCDM) miércoles, 13 de Febrero de
2013
Algunas impresiones en torno al drama de los desahucios
Dos muertos
más. Dos vidas que se apagan.
Mientras en el Congreso de los
Diputados se admitía a trámite la dación en pago, nos llegaba la noticia de dos
jubilados que se quitaban la vida en Palma de Mallorca tras recibir la orden de
desahucio. Dos asesinados más por el terrorismo financiero y la casta
empresarial. Esa elite privilegiada que paga a sus trabajadores en negro, es
rescatada con dinero público o soborna a nuestros gobernantes con una impunidad
escandalosa. Centramos nuestras iras en los políticos (en abstracto) y en los
banqueros (como poder financiero) pero a veces nos olvidamos de los grandes
empresarios; el que recibe la contrata para construir, el que soborna a cambio
de dicha contrata, el que te deja sin trabajo si protestas, etc. La maquinaria
mediática ha sabido desvincular bien al gran capital empresarial de la crisis y
las encuestas de opinión nos dicen que personajes tan siniestros como Amancio
Ortega o Juan Roig gozan de un prestigio y popularidad que ya querrían para sí
muchos políticos (incluidos los de izquierdas). Pudiere parecer que nos hemos
tragado el paradigma neoliberal que nos dice que son las empresas las que crean
trabajo y que una empresa no puede funcionar sin jefes o directivos. En
realidad y como todos sabemos sucede al revés: una empresa puede funcionar a la
perfección sin jefes o directivos mientras se vería completamente abocada a la
quiebra sin trabajadores. Que la figura del emprendedor hecho así mismo goce de
tan buena salud en tiempos de escasez debería ponernos en alerta. Quizá
centrarse en que la culpa de la crisis son los coches oficiales (o los hoteles
de cinco estrellas que diría la rojeras) o enfatizar que ‘no somos ni de
derechas ni de izquierdas’ y que ‘todos los políticos son iguales’,
han ayudado a instaurar el dogma. La cuestión es que mientras escribo estas
líneas un hombre se quita la vida en Alicante cuando estaba apunto de ser
desahuciado. Otro más. Los muertos vuelven a amontonarse en las cunetas
de la historia, lo que ocurre es que ahora los verdugos ya no entonan ‘el muera
la inteligencia’ o ‘el cara al sol’ y tienen mucho más decoro: ahora se
disfrazan de emprendedores, de agencias de calificación o de asesores
financieros. La raíz es la misma, el disfraz es mucho más sofisticado.
¿Y qué hacemos? Llevar firmas al
congreso, puede sonar de muchas formas pero es lo que tenemos, obviamente
la respuesta no es proporcional (quizá sí con los tiempos insulsos y líquidos
que nos han tocado vivir). En otras ocasiones (las más) ponemos nuestros
endebles cuerpos frente a la maquinaria represiva en cada desahucio, nos
manifestamos o acudimos a asambleas. Años de duro trabajo que han desembocado
en que el Partido Popular admita a trámite debatir la cuestión de los
desahucios (en realidad sabemos que fue la muerte de la pareja de jubilados
porque a las 14:00 la respuesta era negativa, tras conocerse el suicidio en
pareja, el gobierno optó por el sí). En ningún caso el gobierno ha manifestado
su intención de aprobar las exigencias de la PAH tales como la dación en pago
retroactiva, una moratoria universal y un parque público de alquiler social. El
mero hecho de que se hayan dignado a debatirlo llenó nuestros corazones de
júbilo y emoción pero sucede que en los últimos tiempos han sido tantas y tan
grandes las derrotas que la más mínima victoria simbólica parece el imparable
ascenso de las multitudes emancipadas hacia un nuevo horizonte social e
igualitario. Ocurre a todos los niveles, el eje político se ha desplazado tanto
a la derecha y la ofensiva del capital contra los pueblos está siendo tan
brutal que la más mínima propuesta de carácter socialdemócrata parece
ciertamente revolucionaria: ayer Alberto Garzón declarando que Draghi debería
sentarse en un juzgado parecía Lenin resucitado y no, aunque la intervención
estuvo muy acertada, Alberto Garzón no es Lenin. La aceptación a trámite de la
Iniciativa Legislativa Popular es una victoria que sabe un tanto amarga, en
nuestro fuero interno sabemos que el Partido Popular y su mayoría absoluta se
pasará por el forro de sus genitales gastados un parque de alquiler social o
daciones en pago retroactivas, no pagar a los bancos sería una profunda
transformación del sistema que por supuesto no va a venir de la mano de un
partido cuyo ex-tesorero tiene 20 millones de euros en Suiza o trae al
presidente del Banco Central Europeo sin la presencia de cámaras o taquígrafos.
Resultaría de una inconcebible ingenuidad.
Pero la victoria de la PAH no es que
el Partido Popular se haya dignado a debatir la cuestión de los desahucios
(todos sabemos cuál va a ser su posición), la verdadera victoria de la PAH es
cuestionar públicamente uno de los pilares básicos del sistema capitalista: la
propiedad privada. La victoria es arrojar al debate público que legalidad
no significa legitimidad. No nos engañemos: si le prestas dinero a alguien lo
normal y lo que deseas es que ese dinero sea devuelto ¿verdad? ése y no otro es
el argumento de la derecha. Lo esgrimía de manera petulante el impresentable de
Sánchez Dragó frente a Ada Colau en El Gran debate: la ley es igual para todos.
Sí claro, pero con los bancos es distinto. Y ese ‘es distinto’
que ha saltado a la opinión pública es la gran victoria de la PAH. Que la
gente, el común, el hijo de vecino, se cuestione algo que hace unos años era
únicamente cuestionable por la extrema izquierda es una grandísima victoria
que, de manera organizada y apretando los resortes adecuados, podría llevarnos
muy lejos. Uno de esos resortes debería ser conectar con el mundo del trabajo
asalariado, tanto el precario como el fordista o manual: parece que en este
país ya sólo tienen derecho a manifestarse los funcionarios (marea verde, marea
blanca) o los estudiantes. Las huelgas generales deberían haber servido para
converger y de alguna manera estructurar las protestas y romper la
sectorización gremial pero; por un lado tenemos unos sindicatos que ya sólo
trabajan para los suyos, y por otro tenemos a una clase media empobrecida y
altamente cualificada que agita la calle pero no sabe conectar con los
trabajadores fijos provenientes del fordismo. Cuando colectivos como Juventud
sin futuro tengan electricistas, peluqueras y mozos de almacén entre sus filas
y no sólo universitarios, seremos verdaderamente temibles. El objetivo, para
que se me entienda, es fusionar el SAT con JSF, juntar al que ocupa tierras con
el que ocupa aulas, al interino con el operario de la SEAT, al becario con el
fontanero, en definitiva juntar lo viejo con lo nuevo. Ya sé que pido mucho,
pero yo es que aspiro a mucho. Porque mientras... los nuestros mueren como
ratas.
Y el escenario hace palidecer las
novelas distópicas de ciencia ficción. El gran hermano es ahora, el mundo feliz
es el que estamos viviendo. Quizá estamos inmersos en el proceso y por ello no
nos damos cuenta, pero abstrayéndonos un poco los hechos son tozudos y
terribles: si esto no es propio de una novela de Orwell o de Philip K. Dick que
baje Marx y lo vea. La batalla es tan desigual que llamarlo batalla o lucha
resulta verdaderamente [tragi]-cómico. La lucha de clases es un viejo concepto
que no es posible encajar en el marco de estos dramáticos acontecimientos. Una
lucha o batalla se caracteriza por tener dos bandos enfrentados y esto no es
una lucha, es una carnicería. Una tortura brutal que no se produce en un
recóndito calabozo en las cloacas del estado como sucede con jóvenes vascos
independentistas o inmigrantes sin papeles en un CIE; se hace a cara
descubierta ante la mirada atónita e impotente de los torturados. Una tortura
que se ha convertido en un espectáculo retransmitido en directo por todas las
pantallas, sea la televisión, el Ipad o los teléfonos móviles. Aunque duela
reconocerlo, la propia Troika se felicita de los niveles tan bajos de
conflictividad social que tiene nuestro país. Una reciente encuesta arrojaba un
dato demoledor, pese a los últimos dos años de movilizaciones (15M, sanidad,
educación, Primavera Valenciana, PAH’s, mineros...) tan solo un 50% de
españoles ha pisado una manifestación.
Es tan desesperante que cuando hay
muertos de por medio uno ya no sabe ni cómo terminar el artículo. ¿Basta ya?
¿Pasemos a la ofensiva? ¿Demos un paso adelante? De momento podríamos empezar
por desbordar la convocatoria de este sábado y convertirla en masiva. Sería un
buen comienzo no olvidar a nuestros muertos, los de antes y los de ahora. Un
pueblo sin memoria es como un concierto sin público, triste. Lo mejor de
nuestra democracia se pudre en las cunetas sin la menor reparación o
reconocimiento por parte de esa oligarquía criminal que nos sigue gobernando
desde 1939, sea con el disfraz del PSOE sea con el disfraz del PP. Que no
vuelva a ocurrir, que estas muertes no sean en vano, que los asesinatos de los
jubilados de Mallorca, del activista de la PAH en Córboda, de Amaia Egaña y
tantos otros, no sean relegados al vertedero de la historia.
Que se enteren de una vez que algunos
preferimos la lucha a la paz de los cementerios.
Que el miedo cambie de bando.
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