NOTA DEL
EDITOR DE ESTE BLOG: Le he añadido todos enlaces.
Las cincos cartas de Lenin
Segunda carta: El nuevo gobierno y el proletariado
Tercera carta: A propósito de una milicia proletaria
Cuarta carta: Cómo lograr la paz
Quinta carta: Las tareas que implica la construcción del estado
proletario revolucionario
Primera
carta [1] Obras de Lenin, Tomo VI
(1916-1917)
Cartas desde lejos (desde la
página 83 hasta la 101)
Vladímir Ilich Uliánov Lenin. Informe sobre la revolución de 1905
Enero de 1917
Hace 100 años... La revolución de 1905 en Rusia
La primera revolución, engendrada por la guerra imperialista mundial [3], ha
estallado. La primera revolución pero no la última, por cierto.
A juzgar por la escasa información de que se dispone en Suiza, la primera
etapa de esta primera revolución, o sea, de la Revolución Rusa del 1° de marzo
de 1917, ha terminado. La primera etapa de nuestra revolución no será, por
cierto, la última.
¿Cómo pudo ocurrir el “milagro” de que sólo en 8 días –período señalado
por el señor Miliukov[4] en su presuntuoso telegrama a todos los representantes
de Rusia en el extranjero- se desmoronara un monarquía que se había mantenido
durante siglos y que, a pesar de todo, consiguió mantenerse durante los tres
años de las tremendas batallas de clases de 1905 a 1907, que abarcaron todo el
país?
Los milagros no existen ni en la naturaleza ni en historia, pero todo
viraje brusco de la historia, y esto se aplica a toda revolución, ofrece un
contenido tan rico, descubre combinaciones tan inesperadas y peculiares de
formas de lucha y de alineación de las fuerzas en pugna, que para la mente lega
muchas cosas pueden parecer milagrosas. Para que la monarquía zarista pudiera
desmoronarse en pocos días, fue necesaria la combinación de varios factores de
importancia histórica mundial. Mencionaremos las principales.
Sin los tres años de tremendas batallas de clases, sin la energía
revolucionaria desplegada por el proletariado ruso de 1905 a 1907, la segunda
revolución no habría podido producirse tan rápidamente; en el sentido de que su
etapa inicial culminó en pocos días. La primera revolución (1905[5])
removió profundamente el terreno, desarraigó prejuicios seculares, despertó a
la vida y a la lucha política a millones de obreros y a decenas de millones de
campesinos, reveló a unos y otros, y al mundo entero, el verdadero carácter de
todas las clases (y de los principales partidos) de las sociedad rusa, la
verdadera alineación de sus intereses, de sus fuerzas, de sus métodos de
acción, de sus objetivos inmediatos y finales. La primera revolución y el
subsiguiente período de contrarrevolución (1907-1914) pusieron al descubierto
la verdadera naturaleza de la monarquía zarista, la llevaron a su “último
extremo”, descubrieron toda su putrefacción e ignominia, el cinismo y la
corrupción de la banda zarista dominada por ese monstruo de Novikh
Rasputín [6].
Desenmascararon toda la ferocidad de la familia de los Románov, esos
pogromistas[7] que anegaron a Rusia en sangre de judíos, de obreros, de
revolucionarios, esos terratenientes, “los primeros entre sus pares”,
poseedores de millones de desiatinas[8] de tierra, dispuestos a recurrir a
cualquier atrocidad, a cualquier crimen, a arruinar y estrangular a cualquier
cantidad de ciudadanos para resguardar el “sagrado derecho de propiedad” para
ellos y para su clase.
Sin la revolución de 1905-1907, y la contrarrevolución de 1907-1914, no
habría sido posible una “autodefinición” tan clara de todas las clases del pueblo
ruso y de todos los pueblos que habitan en Rusia, esa definición de
la relación de esas clases, entre sí y con la monarquía zarista, que se puso de
manifiesto durante los 8 días de la revolución de febrero-marzo de 1917. Esta
revolución de 8 días fue, si puede permitirse una metáfora, “representada”
después de una docena de ensayos parciales y generales; los “actores” se
conocían, sabían sus papeles, conocían sus puestos y el decorado entonos sus
detalles, a fondo, hasta los matices más o menos importantes de las tendencias
políticas y de las formas de acción.
Pues la primera gran revolución de 1905, denunciada como “una gran
rebelión” por los Guchkov[9],
Pável
Miliukov y sus acólitos, condujo doce años
después, a la “brillante” y “gloriosa” revolución de 1917, que los Guchkov y
los Miliukov calificaron de “gloriosa” porque los colocó (por el momento) en el
poder. Pero esto necesitó un gran director de escena, vigoroso, omnipotente,
capaz, por una parte, de acelerar extraordinariamete la marcha de la historia
universal y, por otra, de engendrar una crisis mundial económica, política,
nacional e internacional de una intensidad sin paralelo.
Aparte de una aceleración extraordinaria de la historia universal, se
necesitaba también que la historia hiciera virajes particularmente bruscos,
para que la enlodada y sangrienta carreta de la monarquía de los Románov
pudiera ser volcada de un golpe.
Este director de escena omnipotente, este acelerador vigoroso fue la
guerra mundial imperialista. Hoy ya no cabe duda de que la guerra es mundial,
pues Estados Unidos y China están ya semicomprometidos hoy en ella, y mañana lo
estarán totalmente.
Tampoco cabe duda de que la guerra es imperialista por ambas partes. Sólo
los capitalistas y sus acólitos, los socialpatriotas y los socialchovinistas o,
si en lugar de definiciones críticas generales, empleamos nombres de políticos
bien conocidos en Rusia, sólo los Guchkov y los Lvov [10], los
Miliukov y los Shingariov, por una parte, y los Gvózdiev, los Potrésov[11], los
Chjenkeli, los Kerensky[12] y los
Chjeídze[13],
por la otra, pueden negar o callar este hecho. Tanto la burguesía alemana como la anglo-francesa hacen la guerra para
saquear a otros países y estrangular a naciones pequeñas, para lograr
supremacía financiera mundial y proceder a l reparto y redistribución de las
colonias, y para salvar al agonizante régimen capitalista engañando y
dividiendo a los obreros de los distintos países.
La guerra imperialista tenía que -era objetivamente inevitable- acelerar
extraordinariamente y recrudecer en grado nunca visto la lucha de clases del
proletariado contra la burguesía; tenía que transformarse en una guerra civil
entre las clases enemigas.
Archivo KARL KAUTSKY (1854 - 1938)
Esta trasformación comenzó con la revolución de febrero-marzo de 1917,
cuya primera etapa fue señalada, en primer lugar, por el golpe conjunto
infligido al zarismo por dos fuerzas: toda la Rusia burguesa y terrateniente
con todos sus acólitos inconscientes y con todos sus dirigentes conscientes,
los embajadores y capitalistas franceses e ingleses, por una parte, y por
otra, el Soviet de diputados obreros, que ha empezado a ganarse a los
diputados soldados y campesinos.
Estos tres campos políticos, estas tres fuerzas políticas fundamentales
son: 1) la monarquía zarista, cabeza de los terratenientes feudales, de
la vieja burocracia y de la casta militar; 2) la Rusia burguesa y
terrateniente de los octubristas[14] y los kadetes, detrás de la cual se arrastra la pequeña burguesía (cuyos
principales representantes son Kerensky y Chjeídze); 3) el Soviet de diputados obreros, que trata de
que todo el proletariado y toda la masa de los sectores más pobres de la
población se conviertan en aliados suyos. Estas tres fuerzas políticas
fundamentales se manifestaron plenamente y con toda claridad, inclusive en los
8 días de la “primera etapa”, e inclusive para un observador tan alejado de la
escena de los acontecimientos como está quien escribe estas líneas, que se ve
obligado a contentarse con los escuetos telegramas de los periódicos
extranjeros.
Pero antes de tratar esto con mayores detalles, debo volver a la parte de
mi carta dedicada a un factor de primordial importancia: la guerra imperialista
mundial. La guerra ha eslabonado entre sí, con cadenas de hierro, a las
potencias beligerantes, a los grupos capitalistas beligerantes, a los “amos”
del sistema capitalista, a los propietarios de esclavos de la esclavitud
capitalista. Un amasijo sanguinolento; tal es la vida social y política del
momento histórico actual.
Los socialistas que desertaron a las filas de la burguesía cuando comenzó
la guerra, todos esos David y Scheidemann en Alemania, y los
Plejánov-Potrésov-Gvózdiev y Cia. en Rusia, vociferaron durante mucho tiempo
contra las “ilusiones” de los revolucionarios, contra las “ilusiones” del
Manifiesto de Basilea, contra la “quimera” de transformar la guerra
imperialista en guerra civil. Cantaron loas en todos los tonos a la fuerza, a
la tenacidad y a la capacidad de adaptación supuestamente revelada por el
capitalismo; ¡ellos, que ayudaron a los capitalistas a “adaptar”, domesticar,
engañar y dividir a la clase obrera de los distintos países!
Pero “quien ríe último ríe mejor”. La burguesía no consiguió aplazar por
largo tiempo la crisis revolucionaria engendrada por la guerra. Esta crisis se
agrava con una fuerza irresistible en todos los países, empezando por la
Alemania, la cual, según un observador que visitó ese país recientemente, sufre
de un “hambre genialmente organizada”, y terminando con Inglaterra y Francia,
donde el hambre también asoma, pero donde la organización es mucho menos
“genial”.
Era natural que la crisis revolucionaria estallara en primer lugar en la
Rusia zarista, donde la desorganización era en extremo aterradora y el
proletariado en extremo revolucionario (no en virtud de las cualidades
especiales, sino debido a las tradiciones, aún vivas, de 1905). Esta crisis se
precipitó por la serie e durísimas derrotas sufridas por Rusia y sus aliados.
Las derrotas sacudieron todo el viejo mecanismo gubernamental y todo el viejo
orden de cosas, y despertaron la cólera de todas las clases de la población
contra ellos; exasperaron al ejército, liquidaron una gran parte del antiguo comando,
compuesto por aristócratas reaccionarios y por elementos burócratas
extraordinariamente corrompidos y fueron remplazados por un elenco joven,
fresco, principalmente burgués, plebeyo y pequeño burgués. Aquellos que se
rebajaban ante la burguesía o simplemente no tenían agallas, y que clamaban y
vociferaban sobre el “derrotismo”, hoy se enfrentan con el hecho de la
vinculación histórica entre la derrota de la más atrasada y bárbara monarquía
zarista y el comienzo del incendio revolucionario.
Pero mientras las derrotas al principio de la guerra fueron un factor
negativo que precipitó la explosión, los vínculos entre el capital financiero
anglo-francés, el imperialismo anglo-francés y el capital octubrista y kadete
de Rusia fue un factor que aceleró esta crisis, mediante la organización
directa de un complot contra Nicolás Románov.
Por razones obvias, la prensa anglo-francesa silencia este aspecto,
extraordinariamente importante, de la cuestión, mientras que la prensa alemana
lo subraya con malicia. Nosotros, los marxistas, debemos enfrentar la verdad
serenamente, sin dejarnos confundir ya sea con las mentiras, las melosas
mentiras oficiales diplomáticas y ministeriales, del primer grupo de
beligerantes imperialistas, o por las sonrisas disimuladas de sus rivales
financieros y militares del otro grupo beligerante. Todo el curso de los
sucesos en la revolución de febrero-marzo muestra claramente que las embajadas
inglesa y francesa, con sus agentes y sus “vinculaciones”, que desde tiempo
atrás estaban haciendo los más desesperados esfuerzos por impedir acuerdos
“separados” y una paz por separado entre Nicolás II (y el último, esperamos, y
haremos lo necesario para que así sea) y Guillermo II[15],
organizaron directamente un complot en conjunto con los octubristas y los
kadetes, con parte de los generales y del ejército y con los oficiales de la
guarnición de Petersburgo con el claro propósito de deponer a Nicolás Románov.
No acariciemos ninguna ilusión. No incurramos en el error de quienes
–como algunos de los partidarios del CO o mencheviques, que vacilan entre la
política de los Gvózdiev-Potrésov y el internacionalismo, y que con demasiada
frecuencia se deslizan al pacifismo
pequeño burgués- están dispuestos ahora a exaltar el “acuerdo” entre el
partido obrero y los kadetes, el “apoyo” del primero a los segundos, etc., etc.
Conforme a la vieja doctrina (que nada tiene de marxista) que han aprendido de
memoria, tratan de encubrir el complot tramado por los imperialistas
anglo-franceses con los Guchkov y los Miliukov dirigido a desplazar al
“principal guerrero”, Nicolás Románov, y remplazarlo por guerreros más
enérgicos, frescos y más capaces.
Si la revolución triunfó tan rápida y radicalmente –en apariencia, a
primera vista-, sólo se debe al hecho de que, como resultado de una situación
histórica en extremo original, se unieron, en forma asombrosamente “armónica”,
corrientes absolutamente diferentes, intereses de clase absolutamente heterogéneos,
aspiraciones políticas y sociales absolutamente opuestas. Es decir, la
conspiración de los imperialistas anglo-franceses, que empujaron a Miliukov,
Guchkov y Cía. a apoderarse del poder para continuar la guerra imperialista,
con el objeto de conducirla aún con mayor encarnizamiento y tenacidad, con el
objeto de asesinar a nuevos millones de obreros y campesinos rusos, para que
los Guchkov puedan adueñarse de Constantinopla, los capitalistas franceses, de
Siria, los capitalistas ingleses, de la Mesopotamia, etc. Esto por una parte. Y
por la otra, había un profundo movimiento popular proletario y de masas de
carácter revolucionario (un movimiento de todos los sectores más pobres de la
población de la ciudad y del campo), por el pan, la paz y la verdadera
libertad.
Sería simplemente tonto hablar de que el proletariado revolucionario de
Rusia “apoyara” al imperialismo kadete-octubrista, “remendado” con el dinero
inglés, y tan abominable como el imperialismo zarista. Los obreros
revolucionarios han estado destruyendo, han destruido ya en gran parte y
destruirán la infame monarquía zarista hasta acabar con ella; no se entusiasman
ni se desaniman por el hecho de que en determinadas coyunturas históricas,
breves y excepcionales, los ayudó la lucha de los Buchanan, los Guchkov, los
Miliukov y Cía., ¡a reemplazar un monarca por otro monarca, preferiblemente
también un Romanov!
Así y sólo así, se desarrolló la situación. Así y sólo así es la manera
como puede considerar las cosas un político que no teme la verdad, que analiza
con sensatez el equilibrio de las fuerzas sociales en la revolución, que
aprecia cada “momento actual”, no sólo desde el punto de vista de todas sus
peculiaridades presentes o del momento actual, sino también desde el punto de
vista de las motivaciones fundamentales, de la más profunda relación de
intereses del proletariado y de la burguesía, tanto en Rusia como en todo el
mundo.
Los obreros de Petrogrado, al igual que los obreros de toda Rusia,
combatieron abnegadamente la monarquía zarista, lucharon por la libertad, por
la tierra para los campesinos, por la paz, contra la matanza imperialista. El
capital imperialista anglo-francés, para continuar e intensificar esa matanza,
urdió intrigas palaciegas, conspiró con los oficiales de la guardia, instigó y
alentó a los Guchkov y a los Miliukov, y organizó un nuevo gobierno completo
que en la práctica tomó el poder no bien la lucha del proletariado asestó los
primeros golpes al zarismo.
Este nuevo gobierno, en el que Lvov y Guchkov, de los octubristas y del
partido de la “Renovación pacífica”, cómplices ayer de Stolipin[16] el Verdugo,
controlan cargos realmente importantes, cargos decisivos, el ejército y la
burocracia, este gobierno, en el que Miliukov y el resto de los kadetes son más
que nada figuras decorativas, rótulos cuya función es pronunciar sentimentales
discursos académicos, y en el que el trudovique[17] Kerensky es una
balalaika[18] con el sonido de cuyas cuerdas procuran engañar a los obreros y a
los campesinos; ese gobierno no es una asociación accidental de personas.
Representan a la nueva clase que se ha encaramado al poder político de
Rusia, la clase de los terratenientes capitalistas y de la burguesía que desde
hace largo tiempo dirige económicamente nuestro país, y que durante la
revolución de 1905-1907, durante la contrarrevolución de 1907-1914, y,
finalmente, y con particular rapidez, durante la guerra de 1914 a 1917, se
organizó políticamente con extraordinaria rapidez y pasó a controlar los
gobiernos locales, la instrucción pública, congresos de todos género, la Duma,
los comités de la industria de guerra, etc. Esta nueva clase estaba ya “casi
completamente” en el poder para 1917, y por eso los primeros golpes fueron
suficientes para que el zarismo se desmoronase y quedara libre el camino para
la burguesía. La guerra imperialista, que exigió una increíble tensión de
fuerzas, aceleró a tal extremo el proceso de desarrollo de la Rusia atrasada,
que “de un solo golpe” (aparentemente de un solo golpe), hemos alcanzado a Italia,
a Inglaterra y case a Francia. Hemos obtenido un gobierno “parlamentario”, de
“coalición”, “nacional” (es decir, apto para continuar la matanza imperialista
y para engañar al pueblo).
Junto a este gobierno –que en lo que respecta a la guerra actual, no es
más que el agente de la “firma” multimillonaria “Inglaterra y Francia”-, ha
surgido el esencial, no oficial, aún no desarrollado y relativamente débil
gobierno obrero, que expresa los intereses del proletariado y de todo el sector
pobre de la población urbana y rural. Este gobierno es el Soviet de diputados
obreros de obreros de Petrogrado, que procura establecer vínculos con los
soldados y los campesinos, así como con los obreros agrícolas; más con estos
últimos, por supuesto, que con los campesinos.
Tal es la verdadera situación política que nosotros no debemos, ante
todo, esforzarnos por finar con la máxima precisión y objetividad posibles, a
fin de asentar la táctica marxista sobre la única base sólida posible, la base
de los hechos. La monarquía zarista ha sido abatida, pero no definitivamente
destruida. El gobierno burgués, octubrista-kadete, que quiere llevar la guerra
imperialista “hasta el fin”, y que es en realidad el agente de la firma
financiera “Inglaterra y Francia”, se ve obligado a prometer al pueblo
el máximo de libertades y concesiones compatibles con el mantenimiento de su
poder sobre el pueblo y con la posibilidad de continuar la matanza
imperialista.
El soviet
de diputados obreros es una organización de los obreros, es el embrión de un
gobierno obrero, el representante de los intereses de toda la masa del sector
pobre de la población, es decir, de las nueve décimas partes de la población,
que anhela la paz, el pan y la libertad.
El conflicto de estas tres fuerzas determina la situación que ha surgido
ahora, una situación de transición entre la primera etapa de la revolución y la
segunda.
El antagonismo entre la primera fuerza y la segunda no es profundo, es
momentáneo, fruto solamente de la coyuntura actual del brusco viraje de los
acontecimientos en la guerra imperialista. Todo el nuevo gobierno es
monárquico, pues el republicanismo verbal de Kerensky simplemente no se puede
tomar en serio, no es digno de un estadista, y objetivamente es una tramoya
política. El nuevo gobierno que aún no ha asestado el golpe de gracia a la
monarquía zarista, ya ha empezado a pactar con la dinastía terrateniente de los
Románov. La burguesía de tipo octubrista-kadete necesita una monarquía para que
sirva como cabeza de la burocracia y del ejército, para salvaguardar los
privilegios del capital contra los trabajadores.
Quien diga que los obreros deben apoyar al nuevo gobierno en interés de
la lucha contra la reacción zarista (y aparentemente esto han dicho los
Potrésov, los Gvózdiev, Chjenkeli y también Chjeídze, pese a su ambigüedad),
traiciona a los obreros, traiciona la causa del proletariado, la causa de la
paz y de la libertad. Porque, en realidad, precisamente este nuevo gobierno ya
está atado de pies y manos al capital imperialista, a la política imperialista
de guerra y de rapiña; ya ha comenzado a pactar (¡sin consultar al pueblo!)
con la dinastía; se encuentra ya empeñado en la restauración de la monarquía
zarista; ya auspicia la candidatura de Mijáil Románov como nuevo reyezuelo;
está ya tomando medidas para apuntalar el trono, para reemplazar la monarquía
legítima (legal, basada en las viejas leyes) por una monarquía bonapartista,
plebiscitaria (basada en un plebiscito fraudulento).
¡No, si se ha de luchar realmente contra la monarquía zarista, se ha de
garantizar la libertad en los hechos, y no sólo de palabra, no sólo con las
promesas versátiles de Miliukov y Kerensky; no son los obreros quienes deben
apoyar al nuevo gobierno, sino es el gobierno quien de “apoyar” a los obreros! Porque la única garantía de libertad y de
destrucción completa del zarismo reside en armar al proletariado, en
consolidar, extender, desarrollar el papel, la importancia y la fuerza del
soviet de diputados obreros. Todo lo demás es pura fraseología y mentiras,
vanas ilusiones por parte de los politiqueros del campo liberal y radical,
maquinaciones fraudulentas. Ayuden a armarse a los obreros, o al menos no
estorben esta tarea, y la libertad será invencible en Rusia, la monarquía no
podrá ser restaurada y la República se verá asegurada.
De lo contrario, los Guchkov y los Miliukov restaurarán la monarquía y no
otorgarán ninguna, absolutamente ninguna de las “libertades” por ellos
prometidas. Todos los políticos burgueses en todas las revoluciones burguesas
han “alimentado” a los pueblos y engañado a los obreros con promesas. La
nuestra es una revolución burguesa, por consiguiente los obreros deben apoyar a
la burguesía, dicen los Potrésov, los Gvózdiev y los Chjeídze, como ya lo
dijera Plejánov.
La nuestra es una revolución burguesa, decimos nosotros, los marxistas,
por consiguiente los obreros deben abrir los ojos al pueblo para que vea
el engaño de los politicastros burgueses, enseñarle a no creer en las palabras,
a confiar únicamente en sus propias fuerzas, en su propia organización, en su
propia unión, en sus propias armas.
El gobierno de los octubristas y kadetes, de los Guchkov y los Miliukov
no puede- aunque lo quisiese sinceramente (sólo los niños pueden creer que los
Guchkov y Lvov son sinceros)-, no puede dar al pueblo ni paz, ni pan,
ni libertad.
No puede
dar la paz, porque es un gobierno belicista, un gobierno para la continuación de la
matanza imperialista, un gobierno de rapiña, empeñado en saquear Armenia, a
Galitzia y Turquía, en anexarse Constantinopla, reconquistar Polonia,
Curlandia, Lituania, etc. Es un gobierno que está atado de pies y manos al
capital imperialista anglo-francés. El capital ruso no es más que una rama de
la “firma” internacional que maneja centenares de miles de millones de rublos y
que se llama “Inglaterra y Francia”.
No puede
dar pan, porque es un gobierno burgués. En el mejor de los casos puede dar al pueblo,
como lo ha hecho Alemania, “un hambre genialmente organizada”. Pero el pueblo
no aceptará el hambre. Se enterará, y probablemente muy pronto, de que hay pan
y de que es posible obtenerlo, pero únicamente con métodos que no respetan la
santidad del capital y de la propiedad terrateniente. No pude dar libertad,
porque es un gobierno terrateniente y capitalista, que teme al pueblo y
que ya ha comenzado a pactar con la dinastía de los Románov.
En otro artículo nos ocuparemos de los problemas tácticos de nuestra
actitud inmediata hacia este gobierno. Explicaremos en él la originalidad de la
situación actual, que es de transición de la primera etapa de la revolución a
la segunda, y por qué la consigna, “la tarea del día”, en este momento debe
ser: ¡Obreros! Ustedes han hecho prodigios de heroísmo proletario, el heroísmo
del pueblo, en la guerra civil contra el zarismo. Ustedes deben hacer
prodigios de organización del proletariado y de todo el pueblo para
preparar el camino de la victoria en la segunda etapa de la revolución.
Limitándonos por el momento a analizar la lucha de clases y la alineación
de las fuerzas de clase en esta etapa de la revolución, debemos plantear aún el
problema: ¿Quiénes son los aliados del
proletariado en esta revolución?
Tiene dos
aliados: primero, la amplia masa de los semiproletarios y, en parte, también
la masa de los pequeños campesinos que suman decenas de millones y constituyen
la inmensa mayoría de la población de Rusia. Para esta masa son esenciales
la paz, el pan, la libertad y la tierra. Es inevitable que, en cierta medida, esta
masa sufra la influencia de la burguesía y, sobre todo de la pequeña burguesía,
con la que tiene mayor afinidad por sus condiciones de vida, y que vacila entre
la burguesía y el proletariado. Las duras lecciones de la guerra, que serán
tanto más duras cuanto más enérgicamente continúen la guerra Guchkov, Lvov,
Miliukov y Cía., empujarán inevitablemente a esta masa hacia el proletariado,
la obligarán a seguirlo. Ahora debemos aprovechar la libertad relativa del
nuevo régimen y los soviets de diputados obreros para esclarecer y
organizar, sobre todo y por encima de todo a esta masa. Los soviets de
diputados campesinos y los soviets de obreros agrícolas, esa es una
de nuestras tareas más urgentes. A este respecto, nos esforzaremos no sólo
porque los obreros agrícolas constituyan sus soviets propios, sino también
porque los campesinos sin tierra y más pobres se organicen por separado,
aparte de los campesinos acomodados. En la próxima carta nos ocuparemos
de las tareas especiales y de las formas especiales de organización, que hoy
son urgentemente necesarias.
Segundo, el aliado
del proletariado ruso es el proletariado de todos los países beligerantes y de
todos los países en general. Hoy este aliado se encuentra en gran medida
reprimido por la guerra y con demasiada frecuencia los socialchovinistas
europeos hablan en su nombre, hombres que, como Plejánov, Gvózdiev y Potrésov
en Rusia, han desertado a las filas de la burguesía. Pero cada mes de guerra
imperialista ha ido liberando de su influencia al proletariado, y la revolución
rusa acelerará inevitablemente este proceso en enormes proporciones. Con estos
dos aliados, el proletariado, aprovechando las peculiaridades del actual
momento de transición, puede y debe proceder, primero, a la conquista de una
república democrática y de la victoria completa de los campesinos sobre los
terrateniente, en lugar de la semimonarquía de Guchkov-Miliukov, y después, a la
conquista del socialismo, lo único que puede dar a los pueblos,
extenuados por la guerra, paz, pan y libertad.
N. Lenin
Segunda carta [19]
El nuevo
gobierno y el proletariado
El principal documento de que dispongo hoy (8 [21] de marzo) es un número
del 16/3 del periódico inglés más conservador y burgués, el Times, con una
tanda de noticias sobre la revolución en Rusia. Está claro que sería difícil
encontrar una fuente mejor dispuesta -para decirlo con suavidad- hacia el
gobierno de Guchkov y Miliukov.
El corresponsal de este diario informa desde Petersburgo el miércoles 1
(14) de marzo, cuando aún existía el primer Gobierno Provisional, es decir, el
Comité Ejecutivo de la Duma, compuesto por trece miembros, encabezado por
Rodzianko[20] y que incluye a dos “socialistas”, como dice el periódico,
Kerensky y Chjeídze:
“Un grupo de 22 miembros electos de la Cámara Alta [Consejo de Estado]
-incluyendo a Guchkov, Stájovich, el Príncipe Trubetskói, el profesor Vasíliev,
Grimm y Vernadski- envió ayer un telegrama al zar”, rogándole que, para salvar
la “dinastía”, etc., etc., convocase la Duma y designase un jefe de gobierno
que gozara de la “confianza de la nación”. “En el momento de despachar este
telegrama, aún no se sabe -dice el corresponsal- qué resolverá el emperador
cuando llegue hoy; pero una cosa es indudable. Si su majestad no accede
inmediatamente a los deseos de los elementos más moderados entre sus fieles
súbditos, la influencia que hoy ejerce el Comité Provisional de la Duma
Imperial pasará íntegramente a manos de los socialistas, que quieren establecer
una república, pero que son incapaces de instituir ningún tipo de gobierno de
orden y que precipitarían inevitablemente el país en la anarquía en el interior
y el desastre en el exterior”.
¡Qué sagacidad política, y qué claridad revela esto! ¡Qué bien comprende
este inglés que piensa como los Guchkov y los Miliukov (si es que no los
dirige), la alineación de fuerzas e intereses de clase! “Los elementos más
moderados entre sus fieles súbditos”, es decir, los terratenientes y
capitalistas monárquicos desean asir el poder, pues comprenden perfectamente
que, de no ocurrir así, la "influencia" pasará a manos de los “socialistas”.
¿Por qué los “socialistas” y no otro cualquiera? Porque el guchkovista inglés
comprende perfectamente que en la arena política no hay ni puede haber otra
fuerza social. La revolución fue obra del
proletariado. Éste dio muestras de heroísmo; derramó su sangre: arrastró tras
de sí a las más amplias masas de trabajadores y de pobres; exige pan, paz y
libertad; exige una república y simpatiza con el socialismo. Pero un puñado
de terratenientes y capitalistas, encabezados por los Guchkov y los Miliukov,
quieren burlar la voluntad, o los anhelos, de la inmensa mayoría de la
población, y pactar con la monarquía tambaleante, apuntalarla, salvarla:
designe a Lvov y Guchkov su majestad y nosotros estaremos con la monarquía,
contra el pueblo. ¡Éste es el sentido íntegro, la esencia de la política
del nuevo gobierno!
Pero, ¿cómo justificar el fraude, el engaño al pueblo, la burla de
la voluntad de la inmensa mayoría de la población?
Calumniando al pueblo, el viejo y eternamente nuevo método de la
burguesía. Y el guchkovista inglés calumnia, increpa, escupe y masculla:
¡¡“anarquía en el interior, desastre en el exterior”, ningún “gobierno de
orden”!!
¡Esto es mentira, honorable guchkovista!
Los obreros quieren una república, y una república es un gobierno más “de
orden” que la monarquía. ¿Qué garantía tiene el pueblo de que el segundo
Románov no se procurará un segundo Rasputín?
El desastre lo provocará precisamente la continuación de la guerra, es
decir, el nuevo gobierno precisamente. Sólo una república proletaria,
respaldada por los obreros agrícolas y el sector más pobre de los campesinos y
de los habitantes de la ciudad, puede asegurar la paz, brindar pan, orden y
libertad.
Todos los gritos sobre la anarquía no son más que una pantalla para
ocultar los mezquinos intereses de los capitalistas, que desean beneficiarse
con la guerra, con los empréstitos de guerra, que desean restaurar la monarquía
contra el pueblo.
Ayer -continúa el corresponsal- el Partido Socialdemócrata lanzó una
proclama de un carácter en extremo sedicioso, que se difundió por toda la
ciudad. Ellos (es decir el Partido Socialdemócrata) son simples doctrinarios,
pero en los tiempos que corren pueden causar un daño inmenso. Los señores
Kerensky y Chjeídze, quienes comprenden que no pueden esperar evitar la
anarquía sin el apoyo de los oficiales y los elementos más moderados del pueblo,
deben tener en cuenta a sus socios menos prudentes, e insensiblemente son
llevados a asumir una actitud que complica la tarea del Comité provisional...
¡Oh, gran diplomático inglés guchkovista! ¡Cuán
"imprudentemente" ha dejado escapar usted la verdad!
“El Partido Socialdemócrata” y sus “socios menos prudentes”, a quienes
Kerensky y Chjeídze “deben tener en cuenta” son, evidentemente, el Comité
Central, o el Comité de Petersburgo de nuestro partido, que fue renovado en la
Conferencia de enero de 1912, esos mismos “bolcheviques” a quienes la burguesía
lanza siempre el término injurioso de “doctrinarios”,
debido a su fidelidad a la “doctrina”, es decir, a los fundamentos, los
principios, las enseñanzas, los objetivos del socialismo. Está claro que el
guchkovista inglés aplica los términos injuriosos de sedicioso y doctrinario al
llamamiento [21] y al proceder de nuestro partido, que insta a luchar
por una república, por la paz, por la total destrucción de la monarquía
zarista, por el pan para el pueblo.
El pan para el pueblo y la paz: eso es sedición, pero carteras
ministeriales para Guchkov y Miliukov, eso es “orden”. ¡Viejos y conocidos
discursos!
¿Cuál es, entonces, la táctica de Kerensky y de Chjeídze, según el
guchkovista inglés?
La vacilación: por una parte, el guchkovista los elogia: “comprenden”
(¡excelentes muchachos! ¡inteligentes!) que sin el “apoyo” de los oficiales del
ejército y de los elementos más moderados no se puede evitar la anarquía (en
cambio nosotros siempre hemos pensado, de acuerdo con nuestra doctrina, con las
enseñanzas del socialismo, que son precisamente los capitalistas quienes
introducen la anarquía y la guerra en la sociedad humana, ¡que sólo el paso de
todo el poder político al proletariado y a los sectores más pobres del pueblo
puede librarnos de la guerra, de la anarquía y del hambre!) Por otra
parte Kerensky y Chjeídze “deben tener en cuenta a sus socios menos prudentes”,
es decir, a los bolcheviques, al Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia,
renovado y unido por el Comité Central.
¿Cuál es la fuerza que obliga a Kerensky y Chjeídze a “tener en cuenta”
al partido bolchevique, al que jamás pertenecieron, al que ellos mismos o sus
representantes literatos (socialistas revolucionarios, socialistas populares,
los mencheviques del CO, etc.) siempre han injuriado, condenado, denunciado
como un círculo clandestino insignificante, como una secta de doctrinarios,
etc., etc.? ¿Dónde y cuándo ha ocurrido que en tiempos de revolución, en
tiempos en que la acción de masas es lo predominante, políticos cuerdos deban tener
en cuenta a “doctrinarios”?
Nuestro pobre guchkovista inglés se ha hecho un lío, no ha podido dar un
argumento lógico, no ha sabido decir ni una mentira completa ni la verdad
completa: simplemente ha mostrado la oreja.
Kerensky y Chjeídze se han visto obligados a tener en cuenta al Partido
Socialdemócrata del Comité Central debido a la influencia que éste ejerce sobre
el proletariado, sobre las masas. Nuestro partido estuvo siempre ligado a las
masas, al proletariado revolucionario, a pesar del arresto y la deportación de
nuestros diputados a Siberia ya en 1914, a pesar de las terribles persecuciones
y detenciones de que fue objeto nuestro Comité de Petersburgo por su actividad
clandestina durante la guerra, contra la guerra y contra el zarismo.
“Los hechos son obstinados”, reza un dicho inglés. ¡Permítame que se lo
recuerde, mi muy estimado guchkovista ingles! Que nuestro partido dirigió a los
obreros de Petersburgo, o por lo menos les prestó una ayuda abnegada en
los grandes días de la revolución, es un hecho que se ha visto obligado a
reconocer el “propio” guchkovista inglés. E igualmente, se ha visto obligado a
reconocer el hecho de que Kerensky y Chjeídze vacilan entre la burguesía y el
proletariado. Los partidarios de Gvózdiev, los “defensistas”, esto es, los
socialchovinistas, es decir, los defensores de la guerra imperialista, de
rapiña, hoy siguen completamente a la burguesía; Kerensky, al entrar en el
gabinete, es decir, en el segundo Gobierno provisional, también se ha pasado
totalmente a la burguesía; Chjeídze no; Chjeídze continúa vacilando entre el
Gobierno provisional de la burguesía, los Guchkov y los Miliukov, y el
“gobierno provisional” del proletariado y de las capas más pobres del pueblo,
el soviet de diputados obreros y el Partido
Obrero Socialdemócrata de Rusia unido por
el Comité Central.
La revolución ha confirmado, por consiguiente, lo que nosotros
afirmábamos con particular insistencia cuando instábamos a los obreros a
establecer con claridad la diferencia de clase entre los principales partidos y
las principales tendencias dentro del movimiento obrero y en la pequeña
burguesía; ha confirmado lo que dijimos nosotros, por ejemplo, en el núm. 47
del Sotsial-Demokrat de Ginebra hace casi año y medio, el 13 de octubre de
1915:
“Seguimos creyendo que los socialdemócratas pueden aceptar participar en
un Gobierno provisional revolucionario, junto con la pequeña burguesía
democrática, pero no con los revolucionarios chovinistas. Consideramos
revolucionarios chovinistas a los que quieren vencer al zarismo para vencer a
Alemania, para expoliar a otros países, para afianzar la dominación de los gran
rusos sobre los otros pueblos de Rusia, etc. La base del chovinismo
revolucionario es la situación de clase de la pequeña burguesía. Ésta vacila
siempre entre la burguesía y el proletariado. Ahora vacila entre el chovinismo
(que le impide ser consecuentemente revolucionaria, aun en el sentido de la revolución
democrática) y el internacionalismo proletario. Los portavoces políticos de
esta pequeña burguesía en Rusia son actualmente los trudoviques, los
socialistas revolucionarios, Nasha Zariá[22] (ahora Dielo), el grupo de
Chjeídze, el CO, el señor Plejánov y otros por el estilo. Si los
revolucionarios chovinistas triunfaran en Rusia, estaríamos contra la defensa
de su “patria” en la guerra actual. Nuestra consigna es: contra los
chovinistas, aunque sean revolucionarios y republicanos; contra ellos y por la
alianza del proletariado internacional con vistas a la revolución
socialista”*[23].
Pero, volvamos al guchkovista inglés.
Comprendiendo el peligro
que amenaza -continúa el guchkovista-, el Comité
provisional de la Duma Imperial se ha abstenido intencionadamente de llevar a
cabo su plan original de detener a los ministros, aunque podría haberlo hecho
ayer con muy poca dificultad. Por lo tanto, la puerta ha quedado abierta para
negociaciones, gracias a lo cual nosotros (“nosotros” = capital financiero e
imperialismo ingleses) podremos obtener todos los beneficios del nuevo
régimen sin pasar por la terrible prueba Comuna y la anarquía de
una guerra civil....
Los partidarios de Guchkov estaban de acuerdo con una guerra civil
con la cual ellos pudieran beneficiarse, pero están contra la guerra civil con
la cual el pueblo, es decir, la real mayoría de los trabajadores, puede
beneficiarse.
“... Las relaciones entre el Comité provisional de la Duma, que
representa a toda la nación (¡decir esto del Comité de la IV Duma terrateniente
y capitalista!) y el Consejo de diputados obreros, que representa
exclusivamente intereses de clase (éste es el lenguaje de un diplomático que ha
escuchado palabras sabias con un oído y desea ocultar el hecho de que el Soviet de diputados obreros representa al
proletariado y a los pobres, es decir los 9/10 de la población), pero que
en una crisis como la actual adquiere enorme poder, han suscitado no pocos
recelos entre hombres razonables respecto de la posibilidad de un conflicto
entre unos y otros, cuyos resultados podrían ser demasiado terribles.
“Felizmente, este peligro ha sido conjurado, al menos por el momento
(¡obsérvese este “al menos”!), gracias a la influencia de señor Kerensky, joven
abogado con grandes dotes oratorias que comprende claramente (¿a diferencia de
Chjeídze, que también “comprendió”, aunque, por lo visto, con menos claridad,
según nuestro guchkovista?) la necesidad de colaborar con el Comité en interés
de sus electores obreros (es decir, para asegurarse los votos de los obreros,
para coquetear con ellos). Hoy (miércoles 1º de marzo [14]) se ha concluido
un acuerdo satisfactorio [24], por el cual se evitará toda fricción
innecesaria.”
Qué acuerdo fue ése, si fue realizado con todo el Soviet de diputados
obreros y en qué términos, eso no lo sabemos. Esta vez el guchkovista inglés
nada dice sobre este punto fundamental. ¡Es lógico! ¡A la burguesía no le
conviene que esos términos sean claros y precisos, que los conozca todo el
mundo, pues entonces le sería más difícil violarlos!
Ya había escrito las líneas anteriores, cuando leí dos noticias muy
importantes. En primer lugar, el texto del manifiesto del Soviet de diputados
obreros llamando a “apoyar” al nuevo gobierno, publicado el 20/3 en Le Temps[25],
el periódico parisiense más conservador y burgués, y, en segundo lugar, un
extracto del discurso pronunciado el 1 (14) de marzo por Skobelev[26] en
la Duma del Estado, reproducido en un periódico de Zurich (el Neue Zürcher
Zeitung, 1 Mit.-bl., 21/3) que lo tomó de un periódico berlinés (el
National-Zeitung).
El Manifiesto del Soviet de diputados obreros, si el texto no ha sido
falseado por los imperialistas franceses, es un documento notable. Muestra que
el proletariado de Petersburgo se hallaba, por lo menos cuando fue lanzado el
Manifiesto, bajo la influencia predominante de los políticos pequeño burgueses.
Recuérdese que incluyo en esta categoría de políticos, como lo he señalado
anteriormente, a gente del tipo de Kerensky y de Chjeídze.
En el Manifiesto vemos dos ideas políticas y dos consignas que
corresponden a ellas.
Primero. El
Manifiesto dice que el gobierno (el nuevo gobierno) está compuesto por
“elementos moderados”. Extraña definición y de ninguna manera completa, de
carácter puramente liberal, no marxista. También yo estoy dispuesto a admitir
que en cierto sentido -en mi próxima carta especificaré en qué sentido
precisamente- ahora, una vez completada la primera etapa de la revolución, todo
gobierno debe ser “moderado”. Pero es absolutamente inadmisible ocultar a uno
mismo y al pueblo que este gobierno quiere continuar la guerra
imperialista; que es un agente del capital inglés; que quiere restaurar la
monarquía y fortalecer la dominación de los terratenientes y capitalistas.
El Manifiesto declara que todos los demócratas deben “apoyar” al nuevo
gobierno y que el Soviet de diputados obreros suplica a Kerensky que participe
en el Gobierno provisional y lo autoriza a ello. Las condiciones: llevar a la
práctica las reformas prometidas ya durante la guerra, garantías para el “libre
desarrollo cultural” (¿¿sólo??) de las nacionalidades (programa puramente
kadete, miserablemente liberal), y la creación de un comité especial compuesto
por miembros del Soviet de diputados obreros y por “militares” encargado de
supervisar las actividades del Gobierno provisional.
De este Comité supervisor, que entra dentro de la segunda categoría de
ideas y consignas, hablaremos especialmente más adelante.
La designación de un Louis Blanc ruso, Kerensky, y el llamado a apoyar al
nuevo gobierno son, se puede decir, un ejemplo clásico de traición a la causa
de la revolución y a la causa del proletariado, traición que condenó a muerte a
muchas revoluciones del siglo XIX, independientemente de lo sinceros y leales
al socialismo que hayan sido los dirigentes y los partidarios de tal política.
El proletariado no puede y no debe apoyar a un gobierno de guerra, a un
gobierno de restauración. Para combatir la reacción, para rechazar todas las
posibles y probables tentativas de los Románov y de sus amigos de restaurar la
monarquía y organizar un ejército contrarrevolucionario, es necesario, no
apoyar a Guchkov y Cía., sino organizar, engrandecer y fortalecer una milicia
proletaria, armar al pueblo bajo la dirección de los obreros. Sin esta
medida principal, básica, radical, no se puede ni hablar de ofrecer una
resistencia seria a la restauración de la monarquía y a los intentos de anular
o cercenar las libertades prometidas, o de marchar firmemente por el camino que
dará al pueblo pan, paz y libertad.
Si es cierto que Chjeídze, que con Kerensky era miembro del primer
Gobierno provisional (Comité de la Duma de los trece), se abstuvo de participar
en el segundo Gobierno provisional por consideraciones de principio como las
mencionadas más arriba o de un carácter similar, eso le hace honor. Hay que
decirlo francamente. Por desgracia, tal interpretación está en contradicción
con los hechos, sobre todo con el discurso de Skobelev, que siempre ha estado
de acuerdo con Chjeídze.
Skobelev dijo, si se puede confiar en la fuente antes mencionada, que “el
grupo social (¿? evidentemente el socialdemócrata) y los obreros tienen un leve
contacto (tienen poca afinidad) con los objetivos del Gobierno provisional”;
que los obreros reclaman la paz y que, si la guerra continúa, de todos modos se
producirá el desastre en la primavera, que “los obreros han concertado con la
sociedad (la sociedad liberal) un acuerdo temporal (eine vorläufge
Waffenfreundschaft), aunque sus objetivos políticos están tan distantes de los
objetivos de la sociedad como la tierra del cielo”; que “los liberales deben
renunciar a los insensatos (unsinnige) objetivos de la guerra”, etc., etc.
Este discurso es un ejemplo de lo que más arriba llamamos, en el extracto
del Sotsial-Demokrat, “oscilar” entre la burguesía y el proletariado. Los
liberales, mientras sean liberales, no pueden “renunciar” a los “insensatos”
objetivos de la guerra, que, entre paréntesis, no los determinan ellos solos,
sino el capital financiero anglo-francés, una potencia mundial cuya fuerza se
mide en centenares de miles de millones. La tarea no consiste en “persuadir” a
los liberales, sino explicar a los obreros por qué los liberales se encuentran
en un callejón sin salida, por qué se ven ellos atados de pies y manos, por qué
ocultan tanto los tratados concertados por el zarismo con Inglaterra, y otros países,
como los pactos secretos entre el capital ruso y el anglo-francés, etc.
Si Skobelev dice que los obreros han concertado un acuerdo con la
sociedad liberal, no importa de qué tipo, y puesto que no protesta contra él,
no explica desde la tribuna de la Duma cuán perjudicial es para los obreros,
quiere decir, entonces, que él aprueba ese acuerdo. Y eso es exactamente, lo
que no debió hacer.
La aprobación directa o indirecta de Skobelev, claramente expresada o
tácita, del acuerdo del Soviet de diputados obreros con el Gobierno
provisional, señala la oscilación de Skobelev hacia la burguesía. La afirmación
de Skobelev de que los obreros reclaman la paz, de que sus objetivos están tan
distantes de los objetivos de los liberales como la tierra del cielo, señala la
oscilación de Skobelev hacia el proletariado.
Puramente proletaria, auténticamente revolucionaria y profundamente
acertada por su concepción es la segunda idea política que contiene el
Manifiesto del Soviet de
diputados obreros que estamos estudiando, es decir, la idea de constituir un
"Comité supervisor" (no sé si es precisamente así como se llama en
ruso, yo traduzco libremente del francés), de supervisión del gobierno
provisional por obreros y soldados.
¡Eso sí que está bien! ¡Eso sí que es digno de los obreros, que han
derramado su sangre por la libertad, la paz y pan para el pueblo! ¡Es un
paso real hacia garantías reales contra el zarismo, contra la monarquía y
contra los monárquicos Guchkov, Lvov y Cía! ¡Es indicio de que el proletariado
ruso, a pesar de todo, ha ido más allá que el proletariado francés en 1848,
cuando “dio plenos poderes” a Louis Blanc! Es prueba de que el instinto y la
razón de las masas proletarias no se dan por satisfechos con declamaciones,
exclamaciones, promesas de reformas y de libertades, con el título de “ministro
facultado por los obreros” y oropeles similares, sino que buscan un apoyo sólo
allí donde deben hallarlo, en las masas populares armadas, organizadas y
dirigidas por el proletariado, los obreros con conciencia de clase. Éste es un
paso por el buen camino, pero sólo el primer paso.
Si este “Comité supervisor” se limita a ser una institución parlamentaria
de tipo puramente político, un comité que “formulará preguntas” al Gobierno
provisional y recibirá respuestas de él, entonces no será más que un juguete,
no será nada.
Por el contrario, si se orienta inmediatamente y a pesar de todos los
obstáculos, a organizar una milicia obrera o una guardia obrera interna, en la
que participe efectivamente todo el pueblo, todos los hombres y mujeres,
que no sólo remplace la policía exterminada y dispersada, que no sólo haga
imposible el restablecimiento de ésta por ningún gobierno, monárquico
constitucional o republicano democrático, tanto en Petersburgo como en
cualquier otro lugar de Rusia, entonces los obreros avanzados de Rusia habrán
emprendido realmente el camino hacia nuevas y grandes victorias, el camino
hacia la victoria sobre la guerra, hacia la realización de la consigna que,
como informan los periódicos, engalanaba las banderas de las tropas de
caballería que desfilaron en Petersburgo, en la plaza frente a la Duma del
Estado.
“¡Vivan las repúblicas socialistas de todos los países!”
En la carta próxima expondré mis ideas sobre esta milicia obrera.
Trataré de demostrar en ella, por una parte, que la creación de una
milicia que abarque a todo el pueblo, y dirigida por los obreros es la
justa consigna del momento, la que responde a las tareas tácticas del original
período de transición que atraviesa la revolución rusa (y la revolución
mundial), y por otra parte, que, para que sea fructífera, esta milicia obrera
debe, en primer lugar, abarcar a todo el pueblo, debe ser una organización de
masas hasta llegar a ser universal, debe abarcar realmente a toda la población
físicamente apta de ambos sexos, y, en segundo lugar, debe combinar no sólo
funciones puramente policiales, sino todas las de interés para el Estado con
las funciones militares y con el control de la producción social y la
distribución.
N. Lenin
Zurich, 22 (9) de marzo de 1917.
P. S. - Me olvidé de fechar mi carta precedente, del 20 (7) de marzo.
Tercera
carta [27]
A
propósito de una milicia proletaria
La conclusión a que llegué ayer sobre la táctica vacilante de Chjeídze ha
sido plenamente confirmada hoy, 10 (23) de marzo, por dos documentos. Primero,
un telegrama de Estocolmo en la Frankfurter Zeitung con extractos del
manifiesto del Comité Central de nuestro Partido, el Partido Obrero Socialdemócrata
de Rusia, de Petersburgo. En este documento no se dice ni palabra sobre si
apoyar o derrocar al gobierno Guchkov; en él se llama a los obreros y a los
soldados a organizarse en torno del Soviet de diputados obreros, a enviar a él
a sus representantes para luchar contra el zarismo y por una república, por la
jornada de 8 horas, por la confiscación de las tierras de los terratenientes y
de las existencias de cereales y, sobre todo, por el fin de la guerra de
rapiña. Al respecto, es particularmente importante y particularmente
apremiante la opinión absolutamente correcta de nuestro Comité Central, de que
para obtener la paz, es preciso establecer relaciones con los proletarios de
todos los países beligerantes.
Esperar la paz de negociaciones y de relaciones entre los gobiernos
burgueses sería un autoengaño y un engaño al pueblo.
El segundo documento es otra noticia de Estocolmo, también comunicada por
telégrafo, a otro periódico alemán (Periódico de Voss) [28], sobre una
conferencia entre el grupo de Chjeídze en la Duma, el Grupo del Trabajo
(¿Arbeiterfraction?) y los representantes de 15 sindicatos obreros el 2 (15) de
marzo y sobre un manifiesto publicado al día siguiente. De los once puntos de
este manifiesto, el telegrama trascribe sólo tres: el primero, la exigencia de
una república; el séptimo, la exigencia de paz e inmediatas negociaciones de
paz, y el tercero, la exigencia de “una adecuada participación en el gobierno
de representantes de la clase obrera rusa”.
Si este punto está trascrito correctamente, comprendo por qué la
burguesía elogia a Cheídze. Comprendo por qué al elogio, más arriba citado, de
los guchkovistas ingleses en el Times se ha sumado el elogio de los
guchkovistas franceses en Le Temps. Este periódico de los millonarios e
imperialistas franceses decía el 22/3: “Los dirigentes de los partidos obreros,
y sobre todo el señor Chjeídze, ejercen toda su influencia para moderar los
deseos de las clases trabajadoras.”
En efecto, reclamar la “participación” de los obreros en el gobierno
Guchkov-Miliukov es un absurdo teórico y político: participar como minoría,
equivaldría a ser un simple peón; participar en “pie de igualdad”, es imposible
porque no se puede conciliar la exigencia de continuar la guerra con la
exigencia de concertar un armisticio e iniciar negociaciones de paz; para
“participar” como mayoría sería necesario contar con fuerza suficiente para
derrocar al gobierno Guchkov-Miliukov. En la práctica, exigir la
“participación” es caer en la peor especie de blanquismo[29], es decir,
olvidar la lucha de clases y las condiciones reales en que se libra,
entusiasmarse con frases enteramente vacías, sembrar ilusiones entre los
obreros, perder un tiempo precioso en negociaciones con Miliukov o con
Kerensky, que debería emplearse para crear una fuerza verdaderamente de clase y
revolucionaria, una milicia proletaria, capaz de inspirar confianza a todas las
capas pobres de la población -que constituyen la inmensa mayoría-, que las
ayude a organizarse y a luchar por el pan, la paz y la libertad.
[29] Se refiere a los seguidores de Blanqui, Louis (1805-1881). Fue un
socialista francés que participó de la revolución de 1830 en Francia. Organizó
la insurrección fallida en 1839 y fue encarcelado. Volvió a prisión en vísperas
de la Comuna de París, hasta 1879. Blanqui sostenía la teoría de la
insurrección armada por grupos pequeños de hombres seleccionados y entrenados,
en oposición a la concepción marxista de la insurrección de masas.
Este error del manifiesto de Chjeídze y de su grupo (no hablo del partido
del CO, del Comité de Organización, pues en las fuentes de que dispongo no se
dice ni palabra del CO), este error es tanto más extraño por cuanto Skobelev,
el colaborador más cercano de Chjeídze, en la conferencia del 2 (15) de marzo,
dijo, según los periódicos: “Rusia se halla en vísperas de una segunda, de una
verdadera (wirklich) revolución.”
Esta es una verdad de la cual Skobelev y Chjeídze han olvidado sacar conclusiones
prácticas. No puedo juzgar desde aquí, desde mi maldita lejanía, hasta qué
punto es inminente esta segunda revolución. Por estar en el lugar de los
hechos, Skobelev puede apreciar mejor las cosas. Por consiguiente, no me
planteo problemas para cuya solución no dispongo ni puedo disponer de los datos
concretos necesarios. Me limito a subrayar la confirmación de Skobelev, un
“testigo imparcial”, es decir, que no pertenece a nuestro partido, de la
conclusión real, a que llegué en mi primera carta, es decir: que la revolución
de febrero-marzo no ha sido más que la primera etapa de la revolución. Rusia
atraviesa un momento histórico muy peculiar de transición a la próxima etapa de
la revolución o, para emplear las palabras de Skobelev, a la “segunda revolución”.
Si queremos ser marxistas y sacar enseñanzas de la experiencia de las
revoluciones del mundo entero, debemos esforzarnos por comprender en qué
consiste precisamente la peculiaridad de este momento de transición y qué
táctica se desprende de sus características específicas objetivas.
La peculiaridad de la situación consiste en que el gobierno
Guchkov-Miliukov obtuvo la primera victoria con extraordinaria facilidad,
gracias a las siguientes tres circunstancias principales:
1) la ayuda del capital financiero anglo-francés y de sus agentes;
2) la ayuda de parte de los altos mandos del ejército;
3) la organización ya existente de toda la burguesía rusa en los
zemstvos, en los municipios, en la Duma del Estado, en los comités de la
industria de guerra, etc.
El gobierno Guchkov está apresado en un cepo: atado por los intereses del
capital, se ve obligado a esforzarse por continuar la guerra de rapiña y de
saqueo, a proteger los escandalosos beneficios del capital y de los
terratenientes, a restaurar la monarquía. Atado por su origen revolucionario y
por la necesidad de un brusco cambio del zarismo a la democracia, presionado
por las masas que tienen hambre de pan y hambre de paz, el gobierno se ve
obligado a mentir, a maniobrar, a ganar tiempo, a “proclamar” y prometer lo más
posible (las promesas son lo único barato, incluso en un período de ascenso
desenfrenado de los precios) y a hacer lo menos posible, a hacer concesiones
con una mano y a birlarlas con la otra.
En determinadas condiciones, el nuevo gobierno puede, como mucho, aplazar
un poco su derrumbe, apoyándose en toda la capacidad de organización de la
burguesía rusa y de la intelectualidad burguesa. Pero aun así es incapaz de
evitar el derrumbe, porque es imposible escapar a las garras del monstruo
espantoso alimentado por el capitalismo mundial -la guerra imperialista y el
hambre- sin renunciar a las relaciones burguesas, sin tomar medidas
revolucionarias, sin apelar al supremo heroísmo histórico del proletariado ruso
e internacional.
De ahí la conclusión: no podemos derribar al nuevo gobierno de un solo
golpe, y si pudiésemos (en épocas revolucionarias los límites de lo posible
se amplían mil veces), no estaríamos en condiciones de conservar el poder a
menos que opusiéramos a la magnífica organización de toda la burguesía rusa y
de toda la intelectualidad burguesa una no menos magnífica organización del
proletariado, que deberá dirigir a toda la inmensa masa de pobres de la
ciudad y del campo, el semiproletariado y los pequeños propietarios.
Ya sea que la “segunda revolución” haya estallado ya en Petersburgo (he
dicho que sería totalmente absurdo pensar que es posible desde el extranjero,
determinar el ritmo real con que madura), que haya sido aplazada por un tiempo
o haya comenzado ya en algunas regiones aisladas (de lo cual hay signos
evidentes), de cualquier modo, la consigna del momento, en vísperas de
la nueva revolución, durante ella o inmediatamente después de ella, debe ser
organización proletaria.
Camaradas
obreros! Han realizado ustedes prodigios de heroísmo proletario ayer, al
derrocar a la monarquía zarista. En un futuro más o menos cercano (quizás
incluso ahora, mientras escribo estas líneas), tendrán que realizar otra vez
idénticos prodigios de heroísmo para derribar el dominio de los terratenientes
y los capitalistas, que hacen la guerra imperialista. ¡No podrán lograr ustedes
una victoria duradera en esta próxima y “verdadera”, revolución, si no se
realizan prodigios de organización proletaria!
Organización, es la consigna del momento. Pero limitarse a esto
equivaldría a no decir nada, porque por una parte, la organización es siempre
necesaria; por tanto, referirse solamente a la necesidad de “organizar a las
masas” no explica absolutamente nada; por otra parte, quien sólo se limita a
ello, se convierte en cómplice de los liberales, porque lo que los liberales desean precisamente, para consolidar su
dominación, es que los obreros no traspasen los límites de sus organizaciones
corrientes, “legales” (desde el punto de vista de la sociedad burguesa
“normal”), es decir, que los obreros se incorporen solamente a su partido, a su
sindicato, a su cooperativa, etc., etc.
Guiados por su instinto de clase, los obreros han comprendido que en un
período revolucionario necesitan organizaciones no sólo corrientes, sino
completamente diferentes, y han emprendido con acierto el camino señalado por
la experiencia de nuestra revolución de 1905 y de la Comuna de París de 1871;
han creado un soviet de diputados obreros, han comenzado a desarrollarlo,
ampliarlo y fortalecerlo, atrayendo a él a diputados de los soldados y, sin
duda alguna, a diputados de los asalariados rurales y, además (en una u
otra forma) de todos los campesinos pobres.
La principal tarea, la más importante, y que no puede ser postergada, es
crear organizaciones de ese tipo en todos los lugares de Rusia sin excepción,
para todos los gremios y todas las capas de la población proletaria y semiproletaria
sin excepción, es decir, para todos los trabajadores y todos los
explotados, para emplear un término menos exacto desde el punto de vista de
la economía, pero más popular.
Señalaré, anticipándome, que nuestro partido (espero poder ocuparme en
una de mis próximas cartas de su papel especial en el nuevo tipo de organizaciones proletarias) debe recomendar especialmente a toda la masa campesina
que organice soviets de trabajadores asalariados y soviets de pequeños
agricultores que no venden su cereal, independientemente de los campesinos
ricos. Sin esta condición será en general[30] imposible, tanto aplicar
una auténtica política proletaria, como abordar con acierto la cuestión
práctica en extremo importante, que es cuestión de vida o muerte para millones
de hombres: la justa distribución de los cereales, el aumento de su producción,
etc.
[30] En las zonas rurales se desarrollará ahora una lucha por los
pequeños campesinos y, en parte por los campesinos medios. Los terratenientes,
apoyándose en los campesinos ricos, tratarán de que éstos se subordinen a la
burguesía. Nosotros, apoyándonos en los asalariados rurales y en los pobres
del campo, debemos conducirlos a la más estrecha unión con el proletariado
urbano.
Surge la pregunta: ¿Cuál debe ser la función de los soviets de diputados
obreros? “Deben ser considerados como los órganos de la insurrección, como
los órganos del poder revolucionario”, decíamos en el número 47 del
Sotsial-Demokrat de Ginebra, el 13 de octubre de 1915.
Esta proposición teórica, deducida de la experiencia de la Comuna de
París de 1871 y de la revolución rusa de 1905, debe ser explicada y
desarrollada concretamente basándose en la experiencia práctica, precisamente
de la etapa actual, de la actual revolución en Rusia.
Necesitamos un gobierno revolucionario, necesitamos (durante un cierto
período de transición) un Estado. Esto es lo que nos distingue de los
anarquistas. La diferencia entre los marxistas revolucionarios y los
anarquistas, no sólo consiste en que los primeros son partidarios de la
gran producción comunista centralizada, mientras que los segundos son
partidarios de la pequeña producción dispersa. No, la diferencia entre
nosotros, precisamente en la cuestión del gobierno, del Estado, consiste
en que nosotros estamos por la utilización revolucionaria de formas
revolucionarias de Estado en la lucha por el socialismo y los anarquistas están
en contra.
Necesitamos un Estado. Pero no la clase de Estado que ha creado la
burguesía en todas partes, desde las monarquías constitucionales hasta las
repúblicas más democráticas. Y en ello nos distinguimos de los oportunistas y
de los kautskistas[31] de los viejos y decadentes partidos socialistas,
que han deformado u olvidado las enseñanzas de la Comuna de París y el análisis
que de estas enseñanzas hicieron Marx y Engels[32].
31] Seguidores
de Kautsky, Kart (1854-1938). Fue un dirigente y teórico de la socialdemocracia
alemana y fundador de la IIº Internacional. Enfrentó las posiciones
revisionistas de Eduard Bernstein en la década de 1890. giró hacia posiciones
reformistas años después. Frente a la Primera Guerra Mundial, adoptó una
posición primeramente pacifista y luego, socialchovinista. En 1917 fundó, junto
a Hilferding y Otto Bauer el Partido Socialdemócrata Independiente, oponiéndose
abiertamente a la Revolución de Octubre y la dictadura del proletariado,
abogando por la vía parlamentaria. Por esta razón fue combatido por Lenin en La
revolución proletaria y el renegado Kautsky. En 1922 regresó al Partido
Socialdemócrata.
[32] En una de mis próximas cartas o en un artículo
especial trataré en forma detallada de este análisis hecho especialmente en La
guerra civil de Francia, de C. Marx, en el prefacio de Engels a la tercera
edición de dicha obra, en las cartas de Marx del 12 de abril de 1871 y de
Engels del 18 y del 28 de marzo de 1875, así como de la forma en que Kautsky
tergiversó por completo el marxismo en la polémica que sostuvo en 1912 con
Panneckoek sobre el problema de la llamada “destrucción del Estado”. (Véase V.
I. Lenin, op. cit., t. XXVII, El Estado y la revolución. (Ed.)
Necesitamos un Estado, pero no del tipo que necesita la burguesía, con
organismos de gobierno -en forma de policía, ejército y burocracia
(funcionarios públicos)- separados del pueblo y en contra de él. Todas las revoluciones burguesas se han
limitado a perfeccionar esa maquinaria del Estado, a trasferirla simplemente de
manos de un partido a las de otro.
Por otra parte, si el proletariado quiere defender las conquistas
de la presente revolución y seguir adelante, si quiere conquistar la paz, el
pan y la libertad, debe, empleando la expresión de Marx, “destruir” esa
maquinaria del Estado “prefabricada” y reemplazarla por otra nueva, fusionando la policía, el ejército y la
burocracia con todo el pueblo armado. Siguiendo el camino indicado
por la experiencia de la Comuna de París de 1871 y de la revolución rusa de
1905, el proletariado debe organizar y armar a todos los sectores pobres y
explotados de la población, a fin de que ellos mismos puedan tomar directamente
en sus propias manos los organismos del poder del Estado y puedan ellos mismos
establecer esos organismos del poder del Estado.
Los obreros de Rusia emprendieron ya ese camino en la primera etapa de la
primera revolución, en febrero-marzo de 1917. Ahora todo estriba en comprender
claramente cuál es este nuevo camino, en seguir adelante por él, con firmeza y
perseverancia.
Los capitalistas anglo-franceses y rusos “sólo” querían alejar a Nicolás
II, o sólo “asustarlo”, y dejar intacta la vieja maquinaria del Estado, la
policía, el ejército y la burocracia.
Los obreros fueron más lejos y la destruyeron. Y ahora no sólo los
capitalistas anglo-franceses, sino también los alemanes, braman con furia y
espanto al ver, por ejemplo, que los soldados rusos fusilan a sus oficiales,
como en el caso del almirante Nepenin, ese partidario de Guchkov y de Miliukov.
He dicho que los obreros han destruido la vieja maquinaria del Estado. Más correcto sería decir: han comenzado a
destruirla.
Tomemos un ejemplo concreto.
En Petersburgo y en muchos otros lugares la policía en parte ha sido
liquidada y en parte dispersada. El gobierno Guchkov-Miliukov no puede
restaurar la monarquía ni, en general, conservar el poder sin restablecer antes
la fuerza policial como una organización especial de hombres armados a las
órdenes de la burguesía, separada del pueblo y en contra de él. Esto es
claro como el día.
Por otra parte, el nuevo gobierno se ve obligado a tener en cuenta al pueblo
revolucionario, a alimentarlo con concesiones a medias y con promesas, a ganar
tiempo. Por ello recurre a medidas a medias: organiza una “milicia popular”
con oficiales designados por elección (¡esto suena terriblemente respetable,
terriblemente democrático, revolucionario y hermoso!), pero... pero en primer
lugar, pone esta milicia bajo el control de los zemstvos y las municipalidades,
es decir, ¡¡a las órdenes de los terratenientes y de los capitalistas elegidos
según las leyes promulgadas por Nicolás II el Sanguinario y por Stolipin el
Verdugo!! En segundo lugar, a pesar de que la llama “milicia popular”,
para echar tierra a los ojos del “pueblo”, no llama a todo el pueblo
a incorporarse a esta milicia y no obliga a los patronos y capitalistas a pagar
a los obreros y empleados el salario corriente por las horas y los días
que consagran al servicio público, es decir, a la milicia.
Esta es la trampa. Así es como el gobierno terrateniente y capitalista de
los Guchkov y los Miliukov consigue tener una “milicia popular” en el
papel, mientras que en realidad restablece poco a poco, bajo cuerda, la milicia
burguesa, antipopular. Al principio consistirá en “8.000 estudiantes y
profesores” (como describen los periódicos extranjeros a la actual milicia de
Petersburgo} -¡evidentemente una niñería!- y después, poco a poco, será
organizada con las antiguas y las nuevas fuerzas de seguridad.
¡Impedir el restablecimiento de las fuerzas de seguridad! ¡No dejar
escapar de las manos los gobiernos locales! ¡Organizar una milicia que abarque
al pueblo entero, auténticamente universal, dirigida por el proletariado!
Esta es la tarea del día, esta es la consigna del momento, que responde por
igual a los intereses bien comprendidos de la ulterior lucha de clase, del
ulterior movimiento revolucionario y al instinto democrático de cada obrero, de
cada campesino, de cada trabajador explotado, que no puede dejar de odiar a la
policía, a las patrullas de la gendarmería, a los esbirros de la aldea, el
imperio de los terratenientes y capitalistas sobre hombres armados con poder
sobre el pueblo.
¿Qué clase de fuerzas de seguridad necesitan ellos, los Guchkov y los
Miliukov, los terratenientes y los capitalistas? Del mismo tipo que las
existentes bajo la monarquía zarista. Todas las repúblicas burguesas y
democrático-burguesas del mundo crearon o restablecieron, después de los más
breves períodos revolucionarios, precisamente esas fuerzas de seguridad, una
organización especial de hombres armados subordinados, de una u otra forma, a
la burguesía, separados del pueblo y en contra de él.
¿Qué clase de milicia necesitamos nosotros, el proletariado, todo
el pueblo trabajador? Una auténtica milicia popular, es decir, una
milicia que en primer lugar, esté formada por la población entera, por todos
los ciudadanos adultos de ambos sexos y que, en segundo lugar, combine las funciones de un ejército popular con
funciones de policía, con las funciones de órgano principal y fundamental del
orden público y de la administración pública.
Para hacer más comprensibles estas ideas tomaré un ejemplo puramente
esquemático. No es necesario decir que sería absurdo querer trazar cualquier
tipo de “plan” para una milicia proletaria: cuando los obreros y el
pueblo entero la lleven a la práctica, verdaderamente en forma masiva, la
constituirán y organizarán cien veces mejor que cualquier teórico. Yo no
propongo un “plan”, sólo quiero ilustrar mi idea.
Petersburgo tiene una población de alrededor de dos millones de
habitantes; de éstos, más de la mitad oscilan entre los 15 y los 65 años.
Tomemos la mitad, un millón. Restémosle incluso toda una cuarta parte: los
físicamente incapacitados, etc., que no participan hoy en el servicio público
por causas justificadas. Quedan 750.000 personas que, sirviendo en la
milicia, digamos, un día de cada quince (y percibiendo el salario de estos días
de su patrono), formarían un ejército de 50.000 hombres.
¡Este es el tipo de “Estado” que necesitamos!
Este es el tipo de milicia que sería una "milicia popular",
en los hechos y no sólo de palabra.
Así es como debemos proceder para evitar el restablecimiento de una
fuerza de seguridad especial o de un ejército especial, separado del pueblo.
Esa
milicia compuesta en un 95 por ciento por obreros y campesinos,
expresaría el pensamiento, la voluntad verdaderos, la fuerza y el poder de la
inmensa mayoría del pueblo. Esa milicia armaría de verdad a todo el
pueblo y le daría instrucción militar, sería una garantía -no al estilo de
Guchkov o Miliukov- contra todas las tentativas de restablecer la reacción,
contra todos los designios de los agentes zaristas. Esa milicia sería el
organismo ejecutivo de los “soviets de diputados obreros y soldados”,
gozaría del respeto y la confianza ilimitados del pueblo, pues ella
misma sería una organización del pueblo entero. Esta milicia
transformaría la democracia, de hermoso rótulo que encubre la esclavización y
tormento del pueblo por los capitalistas, en un medio de verdadera
educación de las masas para que participen en todos los asuntos del Estado.
Esta milicia incorporaría a los jóvenes a la vida política, y los educaría no
sólo con palabras, sino mediante la acción, mediante el trabajo. Esta milicia
desplegaría las funciones que, hablando en lenguaje científico, entran dentro
de la esfera de la “policía del bienestar público”, la inspección sanitaria, etc., e incorporarían a esta labor a todas
las mujeres adultas. Si no se incorpora a las mujeres a las funciones
públicas, a la milicia y a la vida política, si no se arranca a las mujeres del
ambiente embrutecedor del hogar y la cocina, será imposible asegurar la
verdadera libertad, será imposible incluso construir la democracia, sin hablar
ya del socialismo.
Esta
milicia sería una milicia proletaria, porque los obreros industriales y urbanos
ejercerían una influencia dirigente sobre la masa de los pobres de manera
tan natural e inevitable como desempeñaron el papel dirigente en la lucha
revolucionaria del pueblo, tanto en 1905-1907 como en 1917.
Esta milicia aseguraría el orden absoluto y observaría con toda
abnegación una disciplina basada en la camaradería. Al mismo tiempo, en la
grave crisis que sufren todos los países en guerra, esta milicia permitiría
combatir dicha crisis por medios verdaderamente democráticos, procediendo a
hacer un reparto justo y rápido de los cereales y de otros víveres,
introduciendo el “servicio de trabajo obligatorio”, al que los franceses
llaman hoy “movilización civil” y los alemanes “servicio civil”, y sin el cual
es imposible -se ha probado que es imposible- restañar las heridas que ha infligido
y continúa infligiendo la terrible guerra de rapiña.
¿Acaso el proletariado de Rusia derramó su sangre sólo para recibir
hermosas promesas de reformas democráticas de carácter político y nada más?
¿Será posible que no exija y garantice que todo trabajador vea y perciba
inmediatamente alguna mejora en sus condiciones de vida? ¿Que cada familia
tenga pan? ¿Que cada niño tenga una botella de buena leche y que ni un sólo
adulto de familia rica se atreva a consumir más de su ración de leche mientras
no la tengan los niños? ¿Que los palacios y los ricos apartamentos abandonados
por el zar y la aristocracia no queden desocupados y den refugio a los que no
tienen hogar y a los indigentes? ¿Quién puede aplicar estas medidas excepto la
milicia popular, en la que las mujeres deben participar al igual que los
hombres?
Esas medidas aún no constituyen el
socialismo. Atañen a la regulación del consumo, y no a la reorganización de
la producción. No significarían aún la “dictadura
del proletariado”, sino solamente la “dictadura democrática
revolucionaria del proletariado y del campesinado pobre”. No se trata de
hacer una clasificación teórica. Cometeríamos un grave error si quisiéramos
meter por la fuerza los objetivos de la revolución, complejos, apremiantes y en
rápido desarrollo, en el lecho de Procusto de una “teoría” estrechamente
concebida, en lugar de considerar la teoría ante todo y sobre todo como
una guía para la acción.
¿Posee la masa de los obreros rusos suficiente conciencia de clase,
firmeza y heroísmo para realizar “prodigios de organización proletaria” después
de haber realizado, en la lucha revolucionaria directa, prodigios de audacia,
de iniciativa y de espíritu de sacrificio? Esto no lo sabemos, y sería
ocioso entregarse a conjeturas, pues sólo la práctica puede dar respuesta a
semejantes cuestiones.
Lo que sí sabemos con certeza, y lo que nosotros, como partido, debemos
explicar a las masas es, por una parte, que la enorme potencia de la locomotora
de la historia está engendrando una crisis sin precedente, el hambre y
calamidades incalculables. Esa locomotora es la guerra, hecha por los
capitalistas de ambas coaliciones beligerantes con fines de rapiña. Esa
“locomotora” ha conducido al borde de la ruina a muchas naciones de las más
ricas, más libres y más cultas. Obliga a los pueblos a poner en tensión, hasta
el límite, todas sus energías, colocándolos en una situación insoportable,
poniéndola la orden del día, no la aplicación de ciertas “teorías” (una ilusión
contra la cual Marx previno siempre a los socialistas), sino la aplicación de
las medidas prácticas más extremas, porque sin medidas extremas, a millones de
seres les espera la muerte, la muerte inmediata y cierta por hambre.
No es necesario demostrar que el entusiasmo revolucionario de la clase avanzada
puede mucho cuando la situación objetiva exige de todo el pueblo la adopción de
medidas extremas. Este aspecto lo ve y lo siente claramente todo el mundo, en
Rusia.
Es importante comprender que en tiempos revolucionarios la situación
objetiva cambia con la misma rapidez y brusquedad que el curso de la vida en
general. Y nosotros debemos saber adaptar nuestra táctica y nuestras tareas
inmediatas a las características específicas de cada situación dada. Hasta febrero de 1917 la tarea inmediata
era realizar una audaz propaganda revolucionaria internacionalista, llamar a
las masas a luchar, despertarlas. Las jornadas de febrero-marzo exigieron el
heroísmo de una lucha abnegada para aplastar al enemigo inmediato, el zarismo.
Ahora nos encontramos en un período de transición de esta primera etapa de la
revolución a la segunda, de “pelear” con el zarismo a “pelear” con el
imperialismo terrateniente y capitalista de Guchkov-Miliukov. La tarea
inmediata es la organización, no sólo en el sentido estereotipado de entregarse
a constituir organizaciones estereotipadas, sino en el sentido de incorporar,
en proporciones nunca vistas, a amplias masas de las clases oprimidas a una
organización que se haría cargo de las funciones militares, políticas y
económicas del Estado.
El proletariado ha abordado y abordará de diversas maneras esta tarea
original. En algunos lugares de Rusia la revolución de febrero-marzo ha puesto
casi la totalidad del poder en sus manos; en otros, el proletariado quizá
comience a organizar y desarrollar en forma “subrepticia” la milicia
proletaria; y en otros probablemente luchará por elecciones inmediatas, sobre
la base del sufragio universal, etc., a los municipios y a los zemstvos, para
convertirlos en centros revoluciones, etc., hasta que el crecimiento de la
organización proletaria, la unión de los soldados con los obreros, el
movimiento entre el campesinado y la desilusión que muchos experimentarán
respecto del gobierno guerrerista imperialista de Guchkov y Miliukov, acerquen
la hora de reemplazar ese gobierno por el “gobierno” del soviet de diputados
obreros.
Tampoco debemos olvidar que muy cerca de Petersburgo se encuentra uno de
los países más avanzados, realmente republicano, o sea Finlandia, que desde
1905 a 1917, escudado por las batallas revolucionarias de Rusia, ha
desarrollado, en forma relativamente pacífica, la democracia y ha conquistado
para el socialismo a la mayoría de su población. El proletariado de Rusia
garantizará a la república finlandesa una libertad completa, incluida la libertad
de separación (ahora que el kadete Ródichev regatea tan indignamente en
Helsingfors migajas de privilegios para los gran rusos), es difícil que un solo
socialdemócrata abrigue dudas al respecto, y precisamente de esa manera se
ganará la confianza completa y la ayuda fraterna de los obreros finlandeses a
la causa del proletariado de toda Rusia. Los errores son inevitables en toda
empresa difícil y grande; tampoco los evitaremos nosotros.
Los obreros finlandeses son mejores organizadores, nos ayudarán en este
aspecto, impulsarán, a su manera, la instauración de la república socialista.
Las
victorias revolucionarias en la propia Rusia -los éxitos de la organización
pacífica en Finlandia, escudada por esas victorias-, el paso de los obreros
rusos a las tareas revolucionarias de organización en una nueva escala -la toma
del poder por el proletariado y las capas más pobres de la población-, el
estímulo y el desarrollo de la revolución socialista en Occidente: tal es el
camino que nos conducirá a la paz y al socialismo.
1918: La tragedia de Rusia
N. Lenin
Zurich, 11 (24) de marzo de 1917
Cuarta carta [33]
Cómo
lograr la paz
Acabo de leer (12 [25] de marzo) en el Neue Züricher Zeitung (núm. 517,
del 24/III) el siguiente despacho telegráfico de Berlín:
Informan desde Suecia que Máximo Gorki ha enviado al gobierno y al
Comité Ejecutivo un saludo entusiasta. Gorki saluda la victoria del pueblo
sobre los señores de la reacción y llama a todos los hijos de Rusia a ayudar a
erigir el edificio del nuevo Estado ruso. Al mismo tiempo, insta al gobierno a
coronar la causa de la emancipación concluyendo la paz. No debe ser, dice, una
paz a cualquier precio; Rusia tiene ahora menos motivos que nunca para aspirar
a una paz a cualquier precio. Debe ser una paz que permita a Rusia llevar una
existencia digna entre las demás naciones del mundo. La humanidad ha derramado
mucha sangre; el nuevo gobierno prestaría el mayor de los servicios, no sólo a
Rusia, sino a toda la humanidad si consiguiera concertar rápidamente la paz.
Esta es la trascripción de la carta de Gorki.
Con profunda amargura leemos esta carta, impregnada desde el principio
hasta el fin de un cúmulo de prejuicios filisteos. El autor de estas líneas ha
tenido muchas oportunidades en sus entrevistas con Gorki en la isla de Capri,
de ponerlo en guardia contra sus errores políticos y de reprochárselos. Gorki
rechazaba estos reproches con su inimitable sonrisa encantadora y con la
ingenua observación: “Yo sé que soy un mal marxista. Además, nosotros los
artistas somos todos un poco irresponsables.” No es fácil discutir
esos argumentos.
Gorki es, no cabe duda, un artista de talento prodigioso, que ha prestado
ya y prestará grandes servicios al movimiento proletario internacional.
¿Pero, qué necesidad tiene Gorki de meterse en política? La carta de Gorki
expresa, a mi parecer, prejuicios extraordinariamente difundidos, no sólo entre
la pequeña burguesía, sino también entre un sector de obreros sometidos a su
influencia. Todas las energías de nuestro partido, todos los esfuerzos de los
obreros con conciencia de clase deben concentrarse en una lucha tenaz,
consecuente y completa contra estos prejuicios.
El gobierno zarista empezó e hizo la guerra actual como una guerra
imperialista, de rapiña, para saquear y estrangular a las naciones débiles. El
gobierno de los Guchkov y los Miliukov, que es un gobierno terrateniente y
capitalista, se ve obligado a continuar y quiere continuar precisamente esta
misma guerra. Pedirle a este gobierno que concluya una paz democrática es
lo mismo que predicar la virtud a guardianes de prostíbulos. Permítaseme
explicar lo que quiero decir. ¿Qué es el capitalismo?
En mi folleto El imperialismo, etapa superior del capitalismo, cuyo
manuscrito fue enviado a la editorial Parus antes de la revolución, fue
aceptado por dicha editorial y anunciado en la revista Liétopis, contesto a
dicha pregunta del siguiente modo:
“El imperialismo es el capitalismo
en aquella etapa de desarrollo en que se establece la dominación de los
monopolios y del capital financiero; en que ha adquirido señalada importancia
la exportación de capitales; en que empieza el reparto del mundo entre los
trusts internacionales; en que ha culminado el reparto de todos los territorios
del planeta entre las más grandes potencias imperialistas.” (Cap. VII del
folleto citado, anunciado en Liétopis, cuando había aún censura, bajo el título
V. Ilín, El capitalismo actual.)
Todo depende de que el capital ha alcanzado proporciones formidables.
Asociaciones constituidas por un reducido número de los más grandes
capitalistas (cárteles, consorcios, trusts) manejan miles de millones y se
reparten entre ellos el mundo entero. El reparto del mundo se ha completado. El
origen de la guerra fue el choque de los dos más poderosos grupos de
multimillonarios, el anglo-francés y el alemán, por la redistribución del
mundo.
El grupo anglo-francés de capitalistas quiere en primer término despojar
a Alemania, quitarle sus colonias (ya se ha apoderado de casi todas) y después
despojar a Turquía.
El grupo alemán de capitalistas quiere apoderarse de Turquía y resarcirse
de la pérdida de sus colonias apoderándose de pequeños Estados vecinos
(Bélgica, Serbia, Rumania).
Esta es la auténtica verdad; se la oculta con toda suerte de mentiras
burguesas sobre una guerra “de liberación”,
“nacional”, una “guerra por el derecho y la justicia” y demás sonsonetes con que los
capitalistas engañan siempre a la gente sencilla.
Rusia está haciendo esta guerra con dinero ajeno. El capital ruso es
socio del capital anglo-francés. Rusia hace la guerra para saquear a Armenia, a
Turquía y a Galitzia.
No es por casualidad que Guchkov, Lvov, Miliukov, nuestros actuales
ministros, ocupan esos cargos. Son representantes y dirigentes de toda la clase
de los terratenientes y de los capitalistas. Están atados por los intereses del
capital. Los capitalistas no pueden renunciar a sus intereses, del mismo modo
que un hombre no puede levantarse en vilo tirándose del pelo.
En segundo lugar, Guchkov-Miliukov y Cía. están atados por el capital
anglo-francés. Han hecho y hacen la guerra con dinero ajeno. Han recibido en
préstamo miles de millones, prometiendo pagar un interés anual de centenares de
millones y estrujar a los obreros y a los campesinos rusos para arrancarles ese
tributo.
En tercer lugar, Guchkov-Miliukov y Cía. están atados a Inglaterra,
Francia, Italia, Japón y otros grupos de bandidos capitalistas por tratados
directos, relativos a los fines de rapiña de esta guerra. Esos tratados fueron
concluidos por el zar Nicolás II. Guchkov-Miliukov y Cía. se aprovecharon de la
lucha de los obreros contra la monarquía zarista para adueñarse del poder, y
ratificaron los tratados concertados por el zar.
Esto lo ha hecho el gobierno de Guchkov-Miliukov en pleno en un
manifiesto que la Agencia Telegráfica de Petersburgo difundió el 7 (20) de marzo.
“El gobierno (de Guchkov-Miliukov) cumplirá fielmente con todos los tratados
que nos comprometen con otras potencias”, reza el manifiesto. Miliukov, el
nuevo ministro de Relaciones Exteriores, dijo lo mismo en su telegrama del 5
(18) de marzo de 1917, dirigido a todos los representantes de Rusia en el
extranjero.
Todos estos son tratados secretos, y Miliukov y Cía. se niegan a hacerlos
públicos por dos razones: 1) temen al pueblo, que se opone a la guerra
de rapiña; 2) están atados al capital anglo-francés, que insiste en que los
tratados sigan siendo secretos. Pero todo lector de periódicos que haya seguido
los acontecimientos sabe que en esos tratados contemplan el saqueo de China por
Japón; de Persia, Armenia, Turquía (sobre todo Constantinopla) y Galitzia por
Rusia; de Albania por Italia; de Turquía y de las colonias alemanas por Francia
e Inglaterra, etc.
Esta es la situación.
Por consiguiente, proponer al gobierno Guchkov-Miliukov que concluya una
paz pronta, honrada, democrática y de buenos vecinos, es lo mismo que cuando un
buen “padrecito” de aldea insta a los terratenientes y a los comerciantes “a
seguir el camino de Dios”, a amar al prójimo y a poner la otra mejilla. Los
terratenientes y los comerciantes escuchan estos sermones y continúan oprimiendo
y saqueando al pueblo, y alaban al “padrecito” por su habilidad para confortar
y calmar a los “mujiks” [34].
Todo el que durante esta guerra imperialista dirige piadosos llamados de
paz a los gobiernos burgueses, desempeña, consciente o inconscientemente,
idéntico papel. Los gobiernos burgueses, o bien se niegan a escuchar tales
llamados e incluso los prohíben; o autorizan, y afirman a todos y cada uno que
ellos siguen combatiendo sólo para concluir la paz más pronta y “más justa”,
que toda la culpa la tiene el enemigo. Hablar de paz a los gobiernos burgueses
es, en realidad, engañar al pueblo.
Los grupos de capitalistas que han anegado el mundo en sangre por el
reparto de territorios, mercados y privilegios, no pueden concluir una paz
“honrosa”. Sólo pueden concertar una paz vergonzosa, una paz basada en el
reparto del botín, en la división de Turquía y las colonias.
Por otra parte, el gobierno Guchkov-Miliukov no está en general de
acuerdo con la paz en este momento, porque el “único” “botín” que podría
obtener ahora sería Armenia y parte de Galitzia, siendo que también desea
apoderarse de Constantinopla y reconquistar Polonia de los alemanes, país al
cual el zarismo siempre oprimió de manera tan inhumana y vergonzosa. Además, el
gobierno Guchkov-Miliukov es, en esencia, sólo el agente del capital
anglo-francés, que quiere conservar las colonias que le arrebató a Alemania, y,
encima de esto, obligar a Alemania a devolver Bélgica y parte de Francia. El
capital anglo-francés ayudó a los Guchkov y los Miliukov a deponer a Nicolás II
a fin de que ellos pudieran ayudarlo a “vencer” a Alemania. ¿Qué hacer
entonces?
Para lograr la paz (y más aún para lograr una paz auténticamente
democrática, auténticamente honrosa) es necesario que el poder político esté
en manos de los obreros y los campesinos más pobres, y no de los
terratenientes y los capitalistas. Éstos constituyen una minoría insignificante
de la población; los capitalistas, como todo el mundo sabe, realizan con la
guerra ganancias astronómicas.
Los obreros y los campesinos más pobres constituyen la inmensa mayoría de
la población. No realizan ganancias con la guerra; por el contrario, se
arruinan y pasan hambre. No están atados ni al capital ni a los tratados
concluidos entre los rapaces grupos de capitalistas; ellos pueden y quieren
sinceramente poner fin a la guerra.
Si el poder político en Rusia estuviera en manos de los soviets de
diputados obreros, soldados y campesinos, estos soviets y el Soviet de toda
Rusia por ellos elegido, podrían -y con toda seguridad lo harían- aplicar el
programa de paz que nuestro partido (el Partido Obrero Socialdemócrata de
Rusia) esbozó ya el 13 de octubre de 1915 en el número 47 de su órgano central,
Sotsial-Demókrat (que se editaba entonces en Ginebra debido a la draconiana
censura zarista).
Este
programa sería probablemente el siguiente.
1. El Soviet
de diputados obreros, soldados y campesinos de toda Rusia (o el Soviet de
Petersburgo, que lo reemplaza provisionalmente) declararía inmediatamente
que no está atado por ningún tratado concluido ni por la monarquía zarista por
los gobiernos burgueses.
2.
Publicaría inmediatamente todos esos tratados para denunciar la infamia de los
fines de rapiña perseguidos por la monarquía zarista y por todos los gobiernos
burgueses sin excepción.
3. Invitaría
inmediata y abiertamente a todas las potencias beligerantes a concertar sin
dilación un armisticio.
4. Haría
conocer inmediatamente a todo el pueblo nuestras condiciones de paz, las
condiciones de paz de los obreros y de los campesinos; liberación de todas las colonias; liberación
de todas las naciones dependientes, oprimidas o en condiciones de inferioridad.
5. Declararía
que nada bueno espera de los gobiernos burgueses y llamaría a los obreros de
todos los países a derrocarlos y a entregar todo el poder político a los
soviets de diputados obreros.
6.
Declararía que las deudas de miles de millones contraídas por los gobiernos
burgueses para hacer esta guerra criminal, de rapiña, pueden pagarlas los
propios señores capitalistas, y que los obreros y campesinos se niegan a
reconocer esas deudas. Pagar los intereses de esos empréstitos
significaría pagar, durante largos años, tributo a los capitalistas por haber
permitido cortésmente a los obreros matarse entre sí, para que los
capitalistas pudieran repartirse el botín.
¡Obreros y campesinos! –Diría el soviet de diputados obreros- ¿desean
ustedes pagar anualmente centenares de millones de rublos a estos señores, los
capitalistas, por una guerra hecha por el reparto de las colonias de África, de
Turquía, etc.?
Pienso que por estas condiciones de paz el soviet de diputados obreros
estaría de acuerdo en hacer la guerra contra cualquier gobierno burgués y
contra todos los gobiernos burgueses del mundo, porque ésta sería una guerra
realmente justa, porque todos los obreros y trabajadores de todos los
países contribuirían a su triunfo.
El obrero alemán ve hoy que en Rusia la monarquía belicista es remplazada
por una república belicista, una república de capitalistas que quiere continuar
la guerra imperialista y que ha ratificado las tratados rapaces de la monarquía
zarista.
Juzguen ustedes mismos, ¿puede el obrero alemán confiar en semejante
república?
Juzguen ustedes mismos, ¿puede continuar la guerra, puede continuar la
dominación capitalista del mundo si el pueblo ruso, animado siempre por
los recuerdos vivos de la gran revolución de 1905, conquista la libertad
completa y entrega todo el poder político a los soviets de diputados obreros y
campesinos?
N. Lenin
Zurich, 12 (25) de marzo de 1917.
Quinta
carta [35]
[35] Publicado por
primera vez en 1924, en la revista Bolshevik, núm. 3-4. Se publica de acuerdo
con el manuscrito. Esta carta, que se comenzó a escribir el 8 de abril de
1917, el día de la partida de Suiza, nunca fue terminada por Lenin.
Las
tareas que implica la construcción del estado proletario revolucionario
En las cartas anteriores, las tareas inmediatas del proletariado
revolucionario de Rusia se formularon como sigue: (1) hallar el camino
más seguro hacia la siguiente etapa de la revolución, o hacia la segunda
revolución, la cual (2) debe transferir el poder del Estado de manos del
gobierno de los terratenientes y los capitalistas (los Guchkov, los Lvov, los
Miliukov, los Kerensky) a manos de un gobierno de los obreros y los campesinos
más pobres.(3)Este último gobierno debe estar organizado conforme el
modelo de los soviets de diputados obreros y campesinos, es decir,(4)debe
destruir y eliminar por completo la antigua maquinaria del Estado, común a
todos los países burgueses -ejército, policía, burocracia (funcionarios
públicos)- y remplazarla (5) por no sólo una organización de
masas, sino por una organización universal que comprenda a todo el pueblo
armado. (6) Sólo tal gobierno, de “tal” composición de clase (“dictadura
revolucionaria democrática del proletariado y el campesinado”) y tales
organismos de gobierno (“milicia proletaria”) estarán en condiciones de
resolver eficazmente el problema esencial del momento, en extremo difícil y
absolutamente urgente, a saber: lograr la paz, no una paz imperialista, no
un pacto entre las potencias imperialistas respecto al reparto del botín entre
los capitalistas y sus gobiernos, sino una paz verdaderamente duradera y
democrática, que no es posible lograr sin una revolución proletaria en
varios países. (7) En Rusia se podrá lograr la victoria del
proletariado en un futuro muy próximo, sólo si los obreros cuenta, desde el
principio, con el apoyo de la inmensa mayoría de los campesinos que
luchan por que sean confiscadas las grandes haciendas de los terratenientes (y
por la nacionalización de toda la tierra, si presumimos que el programa agrario
de los "104" continúa siendo esencialmente el programa agrario del
campesinado). (8) Con respecto a tal revolución campesina y
apoyándose en ella, el proletariado puede y debe, en alianza con los
sectores más pobres del campesinado, dar nuevos pasos hacia el control de
la producción y de la distribución de los productos básicos, hacia la
introducción del “trabajo general obligatorio”, etc. Estos pasos los
imponen con absoluta inevitabilidad, las consecuencias de la guerra, que en
muchos aspectos se agravarán aún más en el período de posguerra. En su conjunto
y en su desarrollo, estos pasos señalarán la, transición al socialismo, que
no es posible realizar en Rusia directamente, de un solo golpe, sin medidas
transitorias, pero que es perfectamente realizable e imperiosamente necesario,
como resultado de estas medidas transitorias. (9) Con respecto a esto, la
tarea de organizar inmediatamente soviets especiales de diputados obreros en
los distritos rurales, es decir, soviets de trabajadores asalariados rurales,
independientes de los soviets de los demás diputados campesinos,
surge en primer plano con extrema urgencia.
Tal es, brevemente, el programa esbozado por nosotros, basado en una
apreciación de las fuerzas de clase de la revolución rusa y mundial, y también
en la experiencia de 1871 y de 1905.
Intentaremos realizar ahora un examen general de este programa en su
conjunto y analizaremos, de paso, cómo enfocó el asunto K. Kautsky, el
principal teórico de la “II” Internacional [36] (1889-1914)
y el más destacado representante del “centro”, de la tendencia del “pantano”
que puede observarse ahora en todos los países, la tendencia que oscila entre
los socialchovinistas y los internacionalistas revolucionarios. Kautsky se
ocupó de este asunto en su revista Nuevos tiempos’ (Die Neue Zeit), del 6 de
abril de 1917 (nuevo calendario), en un artículo titulado “Las perspectivas de
la revolución rusa”.
1917: La Revolución Rusa
Ante todo -escribe Kautsky- debemos determinar qué tareas debe
encarar el régimen proletario revolucionario (el sistema estatal).Dos cosas
-sigue Kautsky- son de imperiosa necesidad para el proletariado: la democracia
y el socialismo.
Desgraciadamente, Kautsky promueve esta tesis, absolutamente
indiscutible, en forma excesivamente general, de modo que, en esencia, no dice
ni explica nada. Miliukov y Kerensky, miembros de un gobierno burgués e
imperialista, suscribirían de buena gana esta tesis general, el uno su primera
parte y el otro la segunda ... *[37]
Escrito el 26 de marzo (8 de abril) de 1917.
Tesis de abril
Publicado: 7 de
abril de 1917
[1] Escrita el 7 (20) de marzo de 1917. Publicada con supresiones el 21 y
el 22 de marzo de 1917 en el periódico Pravda, números 14 y 15. El texto
íntegro se publicó por primera vez en 1957, en la primera edición de las Obras
Completas, de V. I. Lenin, tomo XXIII.
[2] Se trata del período conocido como “Revolución de Febrero”.
[3] Hace referencia a la Primera Guerra Mundial, que tuvo lugar entre
1914 y 1918.
[4] Miliukov, Pavel (1859-1943): fue historiador y líder del Partido
Kadete, ministro de Asuntos Extranjeros del Gobierno Provisional ruso entre
marzo y mayo de 1917. Fue uno de los adversarios más destacados de la
revolución.
[5] La revolución de 1905 comenzó el 9 de enero de ese año con una
manifestación de los obreros de Petrogrado, en la que peticionaban, entre otras
demandas, la jornada de ocho horas y el derecho de huelga. La manifestación
estaba dirigida por el cura Gapón. En ella participaron activamente los
socialdemócratas. Los manifestantes fueron reprimidos por las fuerzas zaristas
en lo que se conoce como el “Domingo sangriento”. Este primer ensayo
revolucionario fue derrotado. Para mayor información, se puede consultar el
libro 1905, una obra que compila artículos de León Trotsky y otros autores,
editado por el Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones León Trotsky
en Buenos Aires, en el año 2005.
[6] Efímovich, Grígori o Yefímovich, Novikh Rasputín, conocido como El
Monje Loco (1872-1916): monje, aventurero y cortesano ruso. A principios de la
Primera Guerra Mundial, Rusia atravesaba un momento crítico. El zar Nicolás II
asumió el mando del ejército y Rasputín se hizo con el control absoluto del
gobierno. Su profunda influencia en la corte imperial escandalizaba a la
opinión pública.
[7] Pogrom es una palabra rusa que significa ataque o disturbio. Las
connotaciones históricas del término incluyen ataques violentos por las fuerzas
represivas y sectores de las poblaciones locales incitados por el zarismo y los
gobiernos de turno contra judíos y revolucionarios en el imperio ruso y en todo
el mundo.
[8] La desiatina es una unidad de medida de superficie utilizada en
Rusia.
[9] Guchkov, Alexander (1862-1936) Dirigente de los octubristas, partido
monárquico de la gran burguesía industrial, comercial y terrateniente,
presidente de la Duma desde 1907 a 1912, ministro de Guerra y Marina del Primer
Gobierno Provisional.
[10] Lvov, George Eugeneyevich (1861-1925): fue un príncipe ruso. Miembro
de la primera duma y primer ministro del primer Gobierno Provisional entre
marzo y julio de 1917. Emigró en 1918.
[11] Potrésov, A. N. (1869-1934): miembro de Nasha Zarya, fue chovinista
durante la guerra, se opuso a la Revolución de Octubre y emigró a París.
[12] Kerensky, Alexander (1881-1970): socialrrevolucionario ruso. Después
de la Revolución de Febrero fue Ministro de Justicia, Guerra y Marina y
finalmente, jefe del Gobierno Provisional desde julio hasta la Revolución de
Octubre. En 1918 huyó al extranjero.
[13] Chjeídze, Nikolai Sesnenovich (1864-1926): fue un menchevique
georgiano. Miembro de la tercera y la cuarta dumas. Durante la guerra fue
centrista. Fue miembro del comité provisional de la Duma. Fue presidente del
Primer Soviet de Petrogrado de 1917. Fue presidente del comité central de los
Soviets de Todas las Rusias. Fue presidente de la asamblea constituyente
de Georgia 1918. Emigró en 1921. Retirado de la política, se suicidó.
[14] Miembros del partido monárquico de la gran burguesía industrial, comercial
y terrateniente.
[15] Guillermo II (1859-1941): fue emperador de Alemania desde 1888. Al
producirse la revolución alemana de 1918 abdicó.
[16] Stolipin, Peter (1862-1911): reaccionario político zarista, fue
primer ministro luego de la derrota de la Revolución de 1905. Impulsó una
reforma agraria que tenía como objetivo promover un nuevo sector de campesinos
ricos. En el gabinete de Goremkin, Stolipin era ministro del Interior.
[17] Trudoviques: eran los representantes de los campesinos en las cuatro
dumas, que oscilaban constantemente entre los cadetes (liberales) y los
socialdemócratas.
[18] Instrumento musical ruso.
[19] Publicada por primera vez en 1924, en la revista Bolshevik número
3-4.
[20] Rodzianko, M. (1859-1924): fue líder del partido octubrista, partido
monárquico de la gran burguesía liberal.
[21] Lenin denomina llamamiento al “Manifiesto del Partido Obrero
Socialdemócrata de Rusia a todos los ciudadanos de Rusia” del CC del POSDR
publicado en el Suplemento del número 1 de Izvestia del Soviet de Petrogrado
del 28 de febrero (13 de marzo) de 1917. [22] Nasha Zariá (“Nuestra aurora”):
revista mensual publicada legalmente por los mencheviques liquidadores;
apareció en Petersburgo desde enero de 1910 a Septiembre de 1914. Su director
fue A.N. Potrésov, colaboraron en ella F. I. Dan, C. O. Tsederbaum y
otros. Con el comienzo de la Primera Guerra mundial la revista se colocó
en una posición socialchovinista. [23] Véase V.I. Lenin, tomo XXII, “Algunas
tesis”.[24] Se alude al acuerdo sobre la formación del gobierno provisional
burgués concertado en la noche del 1 al 2 de marzo (14-15) de 1917 por el
Comité Provisional de la Duma del Estado y los dirigentes eseristas y
mencheviques del Comité Ejecutivo del Soviet de diputados obreros y soldados de
Petrogrado. Los eseristas y mencheviques entregaron voluntariamente, cediendo
al Comité Provisional de la Duma del Estado el derecho a formar el gobierno
provisional de acuerdo con su criterio. (ed)[25] Le Temps: diario conservador
publicado en París desde 1861 hasta 1942. Reflejaba los intereses de los
círculos dirigentes de Francia; virtualmente era el órgano oficial del
ministerio de Relaciones Exteriores.
[26] Skobelev, Matvei Ivanovich (1885-1939): menchevique que fue cuarto
vicepresidente del soviet de Petrogrado y miembro del comité ejecutivo. Fue
ministro de Trabajo en el Gobierno Provisional entre mayo y septiembre de 1917.
Se unió al Partido Comunista en 1922.
[27] Publicado por primera vez en 1924, en la revista Internacional
Comunista, número 3-4. Se publica de acuerdo con el manuscrito.
[28] “Periódico de Voss” (Vossische Zeitung): publicación de los
liberales moderados de Alemania, editada en Berlín desde 1704 hasta 1934.
(Ed.).
[29] Se refiere a los seguidores de Blanqui, Louis (1805-1881). Fue un
socialista francés que participó de la revolución de 1830 en Francia. Organizó
la insurrección fallida en 1839 y fue encarcelado. Volvió a prisión en vísperas
de la Comuna de París, hasta 1879. Blanqui sostenía la teoría de la
insurrección armada por grupos pequeños de hombres seleccionados y entrenados,
en oposición a la concepción marxista de la insurrección de masas.
[30] En las zonas rurales se desarrollará ahora una lucha por los
pequeños campesinos y, en parte por los campesinos medios. Los terratenientes,
apoyándose en los campesinos ricos, tratarán de que éstos se subordinen a la
burguesía. Nosotros, apoyándonos en los asalariados rurales y en los pobres del
campo, debemos conducirlos a la más estrecha unión con el proletariado
urbano.
[31] Seguidores de Kautsky, Kart (1854-1938). Fue un dirigente y teórico
de la socialdemocracia alemana y fundador de la IIº Internacional. Enfrentó las
posiciones revisionistas de Eduard Bernstein en la década de 1890. giró hacia
posiciones reformistas años después. Frente a la Primera Guerra Mundial, adoptó
una posición primeramente pacifista y luego, socialchovinista. En 1917 fundó,
junto a Hilferding y Otto Bauer el Partido Socialdemócrata Independiente,
oponiéndose abiertamente a la Revolución de Octubre y la dictadura del
proletariado, abogando por la vía parlamentaria. Por esta razón fue combatido
por Lenin en La revolución proletaria y el renegado Kautsky. En 1922 regresó al
Partido Socialdemócrata.
[32] En una de mis próximas cartas o en un artículo especial trataré en
forma detallada de este análisis hecho especialmente en La guerra civil de
Francia, de C. Marx, en el prefacio de Engels a la tercera edición de dicha
obra, en las cartas de Marx del 12 de abril de 1871 y de Engels del 18 y del 28
de marzo de 1875, así como de la forma en que Kautsky tergiversó por completo
el marxismo en la polémica que sostuvo en 1912 con Panneckoek sobre el problema
de la llamada “destrucción del Estado”. (Véase V. I. Lenin, op. cit., t. XXVII,
El Estado y la revolución. (Ed.)
[33] Publicado por primera vez en 1924, en la revista Internacional
Comunista, número 3-4. Se publica de acuerdo con el manuscrito.
[34] Denominación dada a los campesinos rusos.
[35] Publicado por primera vez en 1924, en la revista Bolshevik, núm.
3-4. Se publica de acuerdo con el manuscrito. Esta carta, que se comenzó a
escribir el 8 de abril de 1917, el día de la partida de Suiza, nunca fue
terminada por Lenin.
[36] IIº Internacional: fundada en 1889 como sucesora de la Iº
Internacional. En sus inicios fue una asociación libre de partidos nacionales
laboristas y socialdemócratas, en la que se nucleaban elementos revolucionarios
y reformistas. En 1914, sus secciones principales, violando los más elementales
principios socialistas, apoyaron a sus respectivos gobiernos imperialistas en
la Primera Guerra Mundial. Quedó aislada durante la guerra pero resurgió en
1923 como una organización completamente reformista.
[37] Aquí se interrumpe el manuscrito.
Hola, saludos a todos.
ResponderEliminarTengo varios libros de la Editorial Progreso de Moscú, que forman parte de la Colección Octubre de los años 70, como el de la Nieve Ardiente, Campos Roturados, El cuarenta y uno, la Trilogía Tinieblas y Amanecer, entre otros de reconocidos autores soviéticos.
Si gustan verlos les dejo el enlace de uno de ellos, Vladimir Ilich Lenin, que estoy ofertando en ebay.
Saludos
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