miércoles, 24 de enero de 2018

Rosa Luxemburgo: La acrobacia programática de los socialpatriotas (1902). Rosa Luxemburgo: La cuestión nacional (sexta parte)





La acrobacia programática de los socialpatriotas (1902)    43


La Cuestión Polaca en el Congreso Internacional de Londres (1896) 29


Rosa Luxemburgo La cuestión polaca en el Congreso Internacional en Londres (1896)

http://eljanoandaluz.blogspot.com.es/2017/11/rosa-luxemburgo-la-cuestion-polaca-en.html
3. Federación, centralización y particularismo (está el documento traducido al castellano “Rosa Luxemburgo Prólogo de la antología: La cuestión polaca y el movimiento socialista (1905)”



Rosa Luxemburgo y la cuestión nacional (primera parte)
La acrobacia programática de los socialpatriotas (1902)    43



FRAGMENT ÜBER KRIEG, NATIONALE FRAGE UND REVOLUTION [1]
FRAGMENTO SOBRE LA GUERRA, LA CUESTIÓN NACIONAL Y LA REVOLUCIÓN [1]

http://arsfemina.de/politische-schriften-iii/fragment-%C3%BCber-krieg-nationale-frage-und-revolution-17051




Fragmentos sobre la Guerra la Cuestión Nacional y la Revolución (1918) desde la página 187



Rosa Luxemburgo. 5. La cuestión nacional y la autonomía (1908)


El último "Testamento" de Lenin o Carta al Congreso del Partido Comunista de Rusia bolchevique



“Sólo he tenido tiempo para hablar con el camarada Dzerzhinski, que vino formar el Cáucaso y me dijo cómo este asunto se puso en Georgia. También he podido intercambiar algunas palabras con el camarada Zinoviev y expresar mis aprehensiones sobre este asunto. De lo que me dijeron por el camarada Dzerzhinski, que estaba a la cabeza de la comisión enviada por el CC para "investigar" el incidente de Georgia , sólo podía sacar las mayores aprehensiones. Si las cosas habían llegado a un extremo tal que Orjonikidze podría llegar al extremo de la aplicación de la violencia física, como el camarada Dzerzhinski me informó, podemos imaginar qué lío nos hemos metido. Obviamente, todo el asunto de "autonomización" era radicalmente errónea y mal sincronizado.”




Georgian Affair-1921

En febrero de 1921, con el estallido de los levantamientos populares contra el gobierno menchevique allí, el Ejército Rojo invadió para ayudar. Sin embargo, el alcance y la popularidad del levantamiento se habían exagerado y al Ejército Rojo le llevó diez días de intensos combates entrar en Tiflis, la capital georgiana.

Trotsky, jefe del Ejército Rojo, no había ordenado ni siquiera había sido informado sobre la invasión de Georgia, que fue instigada y llevada a cabo principalmente por Stalin (Secretario General) y Ordzhonikidze (comisario jefe del Consejo de Guerra Revolucionario del Cáucaso). Trotsky no estuvo de acuerdo con la invasión y explicó que la población podría llevar la revolución. Lenin, estuvo de acuerdo con la invasión, pero instó a una extrema precaución en su implementación para asegurar que el "matón ruso" ayudaría y no dominaría, la revolución georgiana.

Más tarde, Lenin escribió en una de sus últimas cartas al Congreso de los Soviets, que mantener el derecho a la autonomía y la igualdad de las minorías nacionales de Rusia era absolutamente esencial. En el incidente georgiano, recordó, el chauvinismo ruso y las prácticas de Stalin violaron la base más primaria de la solidaridad de clase proletaria, al ejercer los intereses de una gran nación sobre una pequeña. (Ver: Sobre la cuestión de las nacionalidades




La cuestión de las nacionalidades o "autonomización"


Supongo que he sido muy negligente con respecto a los trabajadores de Rusia por no haber intervenido enérgica y decisivamente en la notoria cuestión de la autonomización, que, al parecer, se llama oficialmente la cuestión de las repúblicas socialistas soviéticas.

Cuando surgió esta pregunta el verano pasado, estaba enfermo; y luego, en otoño, confié demasiado en mi recuperación y en las sesiones plenarias de octubre y diciembre, lo que me brindó la oportunidad de intervenir en esta cuestión. Sin embargo, no pude asistir a la reunión plenaria de octubre (cuando surgió esta pregunta) ni a la de diciembre, por lo que la pregunta pasó casi por completo.

Solo he tenido tiempo para una conversación con el camarada Dzerzhinsky, que vino del Cáucaso y me contó cómo era este asunto en Georgia. También he logrado intercambiar algunas palabras con el camarada Zinoviev y expresar mis aprensiones sobre este asunto. Por lo que me dijo el camarada Dzerzhinsky, que estaba a la cabeza de la comisión enviada por el CC para "investigar" el incidente georgiano , solo pude sacar las mayores aprensiones. Si los asuntos hubieran llegado a tal punto que Orjonikidze podría llegar al extremo de aplicar violencia física, como me informó el camarada Dzerzhinsky, podemos imaginar en qué confusión nos hemos metido. Obviamente, todo el asunto de la "autonomización" era radicalmente erróneo y mal sincronizado.


Se dice que se necesitaba un aparato unido. ¿De dónde vino esa seguridad? ¿No vino del mismo aparato ruso que, como señalé en una de las secciones precedentes de mi diario, tomamos el poder del zarismo y lo ungimos ligeramente con el petróleo soviético?

No hay duda de que esa medida debería haberse retrasado hasta que pudiéramos decir que garantizamos que nuestro aparato es nuestro. Pero ahora, debemos, en toda conciencia, admitir lo contrario; el aparato que llamamos nuestro es, de hecho, aún bastante extraño para nosotros; es una mezcolanza burguesa y zarista y no ha habido posibilidad de deshacerse de ella en el transcurso de los últimos cinco años sin la ayuda de otros países y porque hemos estado "ocupados" la mayor parte del tiempo con compromisos militares y la lucha contra el hambre.

Es muy natural que en tales circunstancias la "libertad de separarse de la unión" por la cual nos justificamos será un mero trozo de papel, incapaz de defender a los no rusos de la embestida de ese hombre realmente ruso, el Gran Ruso chauvinista, en esencia un bribón y un tirano, como el típico burócrata ruso. No hay duda de que el porcentaje infinitesimal de trabajadores soviéticos y sovietizados se ahogará en esa marea de chusma machista ruso como una mosca en la leche.

Se dice en defensa de esta medida que las Comisarías del Pueblo directamente relacionadas con la psicología nacional y la educación nacional se establecieron como órganos separados. Pero ahí surge la pregunta: ¿pueden estas Comisarías del Pueblo hacerse independientes? y segundo: ¿fuimos lo suficientemente cuidadosos como para tomar medidas para proporcionar a los no rusos una protección real contra el verdadero matón ruso? No creo que hayamos tomado esas medidas, aunque podríamos y deberíamos haberlo hecho.

Creo que la prisa de Stalin y su enamoramiento con la administración pura, junto con su rencor contra el notorio "nacionalismo-socialismo" [Stalin criticó a las naciones minoritarias por no ser "internacionalistas" porque deseaban unirse con Rusia] , jugó un papel fatal aquí. En política, el despecho generalmente juega los roles más bajos.

También temo que el camarada Dzerzhinsky, que fue al Cáucaso para investigar el "crimen" de esos "socialistas-socialistas", se distinguió allí por su mentalidad verdaderamente rusa (es de conocimiento común que personas de otras nacionalidades que se han convertido en rusificadas) sobre-hacer este estado de ánimo ruso) y que la imparcialidad de toda su comisión fue tipificada bastante bien por el "maltrato" de Orgonikidze. Creo que ninguna provocación o incluso un insulto pueden justificar el maltrato de los hombres rusos y que el camarada Dzerzhinsky era inexcusablemente culpable al adoptar una actitud despreocupada al respecto.

Para todos los ciudadanos en el Cáucaso, Orjonikidze era la autoridad. Orjonikidze no tenía derecho a mostrar esa irritabilidad a la que él y Dzerzhinsky se referían. Por el contrario, Orjonikidze debería haberse comportado con una moderación que no puede exigirse a ningún ciudadano común, y menos a un hombre acusado de un crimen "político". Y, para decir la verdad, esos socialistas nacionalistas eran ciudadanos acusados ​​de un crimen político, y los términos de la acusación eran tales que no podía describirse de otro modo.
Aquí tenemos una pregunta importante de principio: ¿cómo se debe entender el internacionalismo?
Lenin
30 de diciembre de 1922
Tomado por MV

Continuación de las notas.
31 de diciembre de 1922
En mis escritos sobre la cuestión nacional, ya he dicho que una presentación abstracta de la cuestión del nacionalismo en general no sirve para nada. Debe hacerse necesariamente una distinción entre el nacionalismo de una nación opresora y el de una nación oprimida, el nacionalismo de una gran nación y el de una nación pequeña.

Con respecto al segundo tipo de nacionalismo, nosotros, ciudadanos de una gran nación, casi siempre hemos sido culpables, en la práctica histórica, de un número infinito de casos de violencia; además, cometemos violencia e insultamos un número infinito de veces sin darnos cuenta. Basta recordar mis reminiscencias del Volga sobre cómo se trata a los no rusos; cómo a los polacos no se les llama con otro nombre que Polyachiska, cómo se apoda al tártaro Prince, cómo los ucranianos son siempre Khokhols y los georgianos y otros ciudadanos caucásicos siempre kapkasianos.

Es por eso que el internacionalismo por parte de los opresores o "grandes" naciones, como se les llama (aunque son grandes solo en su violencia, solo grandes como matones), debe consistir no solo en la observancia de la igualdad formal de las naciones, sino incluso en una desigualdad de la nación opresora, la gran nación, que debe compensar la desigualdad que se obtiene en la práctica real. Cualquiera que no comprenda esto no ha comprendido la verdadera actitud proletaria a la cuestión nacional, sigue siendo esencialmente pequeñoburgués en su punto de vista y, por lo tanto, seguramente descenderá al punto de vista burgués.

¿Qué es importante para el proletario? Para el proletario no solo es importante, sino que es absolutamente esencial que se le garantice que los no rusos depositan la mayor confianza posible en la lucha de clases proletaria. ¿Qué se necesita para asegurar esto? No solo la igualdad formal. De una forma u otra, por la propia actitud o por concesiones, es necesario compensar al no ruso por la falta de confianza, por la sospecha y los insultos a los que el gobierno de la nación "dominante" los sometió en el pasado.

Creo que es innecesario explicar esto a los bolcheviques, a los comunistas, en mayor detalle. Y creo que en el presente caso, en lo que concierne a la nación georgiana, tenemos un caso típico en el que una actitud genuinamente proletaria hace que una profunda cautela, consideración y disposición a comprometer una cuestión de necesidad para nosotros. El georgiano [Stalin]quien es negligente con este aspecto de la cuestión, o quien descuidadamente lanza acusaciones de "socialismo-socialismo" (mientras que él mismo es un verdadero y verdadero "nacionalista-socialista", e incluso un vulgar matón ruso-ruso), viola, en sustancia, los intereses de la solidaridad proletaria de clase, porque nada detiene el desarrollo y el fortalecimiento de la solidaridad proletaria de clase como la injusticia nacional; Los nacionales "ofendidos" no son sensibles a nada tanto como a la sensación de igualdad y la violación de esta igualdad, aunque sea por negligencia o broma, a la violación de esa igualdad por parte de sus camaradas proletarios. Por eso, en este caso, es mejor sobrepasar en lugar de someterse a las concesiones y la indulgencia hacia las minorías nacionales. Por eso, en este caso, el interés fundamental de la lucha de clases proletaria exige que nunca adoptemos una actitud formal ante la cuestión nacional, sino que siempre tomemos en cuenta la actitud específica del proletario de la nación oprimida (o pequeña) hacia el opresor (o gran) nación.
Lenin
Tomado por MV
31 de diciembre de 1922

Continuación de las notas.
31 de diciembre de 1922
¿Qué medidas prácticas deben tomarse en la situación actual?

En primer lugar, debemos mantener y fortalecer la unión de las repúblicas socialistas. De esto no puede haber ninguna duda. Esta medida es necesaria para nosotros y es necesaria para el proletariado mundial comunista en su lucha contra la burguesía mundial y su defensa contra las intrigas burguesas.

En segundo lugar, la unión de las repúblicas socialistas debe mantenerse para su aparato diplomático. Por cierto, este aparato es un componente excepcional de nuestro aparato estatal. No hemos permitido que una sola persona influyente del antiguo aparato zarista entre en ella. Todas las secciones con cualquier autoridad están compuestas por comunistas. Es por eso que ya se ha ganado a sí mismo (esto puede decirse con valentía) el nombre de un aparato comunista confiable purgado en un grado incomparablemente mayor de los antiguos elementos zaristas, burgueses y pequeñoburgueses que el que hemos tenido que conformar con en otras Comisarías del Pueblo.


En tercer lugar, debe infligirse un castigo ejemplar al camarada Orjonikidze (lo digo con más pesar, ya que soy uno de sus amigos personales y he trabajado con él en el extranjero) y la investigación de todo el material recopilado por Dzerzhinsky debe completarse o iniciarse, una vez más para corregir la enorme masa de errores y juicios sesgados que sin duda contiene. La responsabilidad política de toda esta verdadera campaña nacionalista de Gran Rusia debe, por supuesto, ser atribuida a Stalin y Dzerzhinsky.

Por cuartos, las reglas más estrictas se deben introducir en el uso del idioma nacional en las repúblicas no rusas de nuestra unión, y estas reglas se deben verificar con especial cuidado. No hay duda de que nuestro aparato es lo que es, con la excusa de la unidad en el servicio ferroviario, la unidad en el servicio fiscal, etc., una masa de abusos verdaderamente rusos. Especial ingenio es necesario para la lucha contra estos abusos, sin mencionar la sinceridad especial de parte de quienes emprenden esta lucha. Se requerirá un código detallado, y solo los ciudadanos que residan en la República en cuestión pueden prepararlo con éxito. Y entonces no podemos estar seguros de antemano de que como resultado de este trabajo no demos un paso atrás en nuestro próximo Congreso de los Soviets, es decir.


Debe tenerse en cuenta que la descentralización de las Comisarías del Pueblo y la falta de coordinación en su trabajo en Moscú y otros centros pueden ser compensadas suficientemente por la autoridad del Partido si se ejerce con la suficiente prudencia e imparcialidad; el daño que puede causar a nuestro estado la falta de unificación entre los aparatos nacionales y el aparato ruso es infinitamente menor que el que se nos hará no solo a nosotros, sino a toda la Internacional y a los cientos de millones de personas de Asia, que está destinado a seguirnos al escenario de la historia en el futuro cercano. Sería un oportunismo imperdonable si, en la víspera del debut de Oriente, tal como está despertando, minamos nuestro prestigio con sus pueblos, aunque solo sea por la menor crudeza o injusticia hacia nuestras propias nacionalidades no rusas. La necesidad de manifestarse contra los imperialistas de Occidente, que defienden el mundo capitalista, es una cosa. No puede haber ninguna duda al respecto y sería superfluo para mí hablar sobre mi aprobación incondicional. Otra cosa es cuando nosotros mismos abandonamos, aunque sea en pequeñas cosas, las actitudes imperialistas hacia las nacionalidades oprimidas, socavando así toda nuestra sinceridad de principios, toda nuestra defensa de principio de la lucha contra el imperialismo.
Lenin
31 de diciembre de 1922
Tomado por MV 








Rosa Luxemburgo: La acrobacia programática de los socialpatriotas (1902). 


Tabla de contenidos       I    1
                                    II    3
                                   III   6

                                     I   

Junto a las obligaciones generales que el orden económico y político de la sociedad actual les confiere, los partidos socialistas de los distintos países tienen planteadas tareas específicas: llevar a cabo de una u otra forma la ideología heredada a través de las luchas precedentes y la historia política del país; así, desde su nacimiento, la socialdemocracia alemana se encontró enfrentada al difícil problema de la unidad alemana; la socialdemocracia francesa, al ideal de la república heredado de la democracia pequeño-burguesa; la socialdemocracia rusa, a la tradición de desarrollo histórico «natural» de Rusia. Desde el principio, la socialdemocracia polaca tenía como tarea llevar a cabo la herencia histórica de la nobleza polaca, es decir, encontrar una solución a la cuestión nacional.


Ya los primeros pasos del movimiento obrero polaco encuentran su origen en la negación categórica a responder al problema de las nacionalidades. La socialdemocracia, que desde los años noventa ha confrontado a la socialdemocracia europea occidental con los problemas del proletariado polaco en lucha, completa la actitud negativa de los socialistas polacos respecto a la cuestión nacional con un programa político positivo: lucha común con el proletariado de cada una de las potencias ocupantes por la democratización de las condiciones políticas comunes, y en el Reino Unido, en particular, lucha por el derrocamiento del zarismo y la obtención de una constitución.

Paralelamente al auténtico movimiento de la clase obrera polaca han existido desde muy pronto las naturales tentativas de alianza entre el socialismo y el patriotismo, que han dado un tinte nacional a este movimiento, internacional en su esencia. En el umbral de los años ochenta el grupo «Pobudka» hizo una tentativa de este tipo en París, y después de su desaparición, en el transcurso de los años noventa, el autodenominado Partido Socialista Polaco 1 reemprendió esta tarea.

El socialpatriotismo en su nueva forma es, con mucho, más pretencioso de lo que fue el modesto «Pobudka» parisiense. Si éste enarboló abiertamente la enseña del águila blanca polaca, a la que el rojo pálido no le servía más que de fondo, sus herederos actuales se presentan como un partido socialista obrero auténtico, que sólo es movido por motivos políticos cuando impone a los obreros la tarea de

1 El Partido Socialista Polaco (P.P.S.) pasa a ser claramente nacionalista cuando dos de sus grupos se unen a la Federación de Trabajadores Polacos y a los retos de «proletariado», cuyo resultado será la fundación del Partido Socialdemócrata del Reino de Polonia en el año 1893; sus principales dirigentes fueron, con Rosa Luxemburg y Leo Jogiches, Adolf Warski y Jilan Marchlewski, todos miembros del consejo de redacción de Sprawra Robotnicza, que hasta ese momento había sido el órgano del P.P.S

restaurar Polonia. Si el «Pobudka» nació abierta y honestamente cubierto con la Konfederatka, el P.P.S. actual va a la guerra contra la anexión cubierto con una boina obrera. Veamos en qué medida se esconde realmente el espíritu del socialismo moderno bajo esta moderna indumentaria.

De acuerdo con los principios de Marx y Engels, aceptados hoy en buena medida por el movimiento obrero, cada programa que reivindique el nombre de «socialista» debe ser conforme a una verdadera exigencia de socialismo científico y, ante todo, tener una verdadera motivación científica.

La inflexión que las teorías de Marx han suscitado en la historia del pensamiento socialista y en el movimiento obrero, se funda en el hecho de que reemplazaban las aspiraciones socialistas basadas únicamente sobre la idea de justicia y de bien común, sobre la inmoralidad del sistema capitalista, en una palabra: sobre la necesidad imaginada de diversas formas, por aspiraciones fundadas en el desarrollo objetivo de la sociedad burguesa; sobre la necesidad histórica, que tiene su origen a fin de cuentas, en el desarrollo económico. Desde este momento, las aspiraciones socialistas y el movimiento obrero se confundieron y constituyeron juntas una fuerza histórica consciente de sus objetivos, que avanza con el fatalismo de las leyes naturales (un ejemplo de este fenómeno en su forma más pura es el crecimiento casi geométrico de la socialdemocracia alemana).

Hoy no se encuentra ya ningún partido socialista que, al menos conscientemente, no encare el provenir del socialismo según el esquema indicado aquí arriba. Ciertamente en las filas de la socialdemocracia se pueden constatar hoy corrientes aisladas, que se inclinan hacia un idealismo caduco en la justificación de las aspiraciones socialistas (Berstein y sus consortes); pero incluso estos reanimadores de la utopía rinden homenaje a la ideología marxista dominante negando su utopismo con obstinación, convencidos de ser los más fervientes adeptos del materialismo histórico.

No obstante, hoy nos encontramos con que tras una justificación científica del objetivo final, muchos creen poder justificar su llamado programa mínimo inmediato empleando el antiguo método, es decir, razonar en términos de necesidad absoluta, de utilidad, etc. En realidad, la conexión interna entre el programa mínimo y el objetivo final del socialismo es tan grande, que no puede aceptar una justificación tan diferente de las dos partes del programa socialista.

Porque si consideramos el programa socialista desde el punto de vista histórico, y es el único racional, si encaramos la aspiración al socialismo en la perspectiva del desarrollo histórico de la sociedad burguesa, del que la clase obrera adopta conscientemente ciertos fenómenos fundamentales dándoles una expresión política a través de la lucha de clases, comprenderemos que el programa mínimo de un partido socialista no puede representar otra cosa que etapas históricas en el desarrollo de la sociedad actual hacia la revolución socialista.

La identidad del programa mínimo y el programa máximo de un partido socialista debe lógicamente corresponder a esta constante que el proletariado ha afirmado en el transcurso de sus luchas. En una palabra: el programa inmediato (mínimo) de los socialistas de cada país debe estar justificado absolutamente de la misma manera que el objetivo final, es decir, estar fundado sobre el desarrollo económico-político y sobre la necesidad histórica.

Pero si este programa se apoya sobre el esquema general de la sociedad burguesa, que es la misma en Inglaterra, en Rusia, en Alemania, en España, en Francia y en los Estados Unidos, el programa inmediato debe tener en cuenta las particularidades económicas, políticas e históricas de cada país, es decir, debe basarse en el desarrollo económico-político específico del país en cuestión.


La historia del programa agrario de la socialdemocracia alemana prueba que los partidos socialistas que están en la vanguardia del movimiento obrero europeo siguen este principio. De forma análoga, la socialdemocracia rusa se ha impuesto como primera tarea la destrucción de zarismo y la lucha por una constitución, no tanto porque lo juzgue necesario para el desarrollo ulterior de la lucha de clases, sino, sobre todo, porque el desarrollo material del Estado ruso conduce lógicamente a la bancarrota del gobierno autocrático en tanto que necesidad histórica.

Partiendo de esta concepción nos planteamos la cuestión de la justificación del programa socialpatriota, es decir, de la restauración de Polonia.

Todos los que hayan seguido la historia de los socialistas polacos desde las primeras manifestaciones de la línea patriota en 1893 deben convenir en que ésta ha estado sujeta a fluctuaciones hasta el último momento, que tanto el contenido como la justificación del programa de independencia polaca sufrían continuas modificaciones, que casi cada adepto a esta línea concebía de una manera diferente. Para unos, la independencia polaca debía constituir el programa máximo que sería realizado por la victoria del proletariado sobre el sistema burgués. Otros la concebían como una etapa pasajera, como un programa medio, entre el programa mínimo y el programa máximo, a realizar, si fuera posible, cuando la clase obrera «no es todavía lo bastante fuerte» para arremeter seriamente contra la sociedad actual, pero es ya lo «bastante fuerte» para derribar a las tres potencias aliadas que se reparten Polonia. En esta versión del social-patriotismo, la constitución rusa estaba perfectamente de acuerdo con la independencia polaca, en el sentido en que ésta era su primera etapa. Otros consideraban la restauración de Polonia como la reivindicación mínima del proletariado polaco y paralela al papel que la socialdemocracia polaca había asignado a la lucha por una constitución. Aunque esta modalidad es el recién nacido del socialpatriotismo, se ha convertido en predominante y puede ser considerada como el verdadero programa de esta línea.

Sin embargo, si bien la formulación de las aspiraciones políticas del PSP han tomado tal o cual aspecto definitivo, en la justificación de esta política arcaica constatamos la fluctuación permanente y la ausencia de una concepción clara y limpia. Resumiendo, hasta hoy el partido socialista no ha propuesto ninguna justificación oficial y homogénea de su programa político. Entre toda la voluminosa literatura de esta línea podemos buscar en vano un trabajo que justifique el programa del Partido Socialista Polaco. Sólo encontraremos afirmaciones dispersas aquí y allí, un puñado de vagas pruebas destinadas a defender este programa. Ya el análisis crítico de estas justificaciones programáticas, emitidas ocasionalmente, demuestra que la ausencia de una motivación verdadera y unitaria del social patriotismo no es fortuita, sino más bien la consecuencia natural de una situación de hecho.

                                            II
La prueba más antigua, y al mismo tiempo la más frecuente citada, es la que arguye que la debilidad del movimiento obrero, así como la ausencia de una fuerza revolucionaria en Rusia capaz de derrocar el zarismo muy a corto plazo, hace ilusoria toda esperanza de conquistar las libertades democráticas. Con esta argumentación se establecía una dudosa línea lógica entre el «Proletariado»2 muy antipatriota y sus sucesores patriotas. La actitud puramente negativa del partido del «proletariado» respecto a las aspiraciones nacionales polacas no habría tenido más causa que la ceguera de los primeros socialistas polacos y la sobreestimación del significado del movimiento revolucionario en Rusia. Cuando tras la ruina del «Narodnaja Volja»3 en Rusia comenzó a reinar una paz revolucionaria, entonces -según este razonamiento- los socialistas polacos debían llegar a la convicción de que para ellos el único cambio revolucionario pasaba por la separación de Rusia.


Sin entrar en el valor histórico y lógico de estos métodos que tratan de adosarse al «proletariado» ardientemente internacionalista, vamos a ocuparnos de juzgar la principal prueba ofrecida por el socialpatriotismo.

La disparidad geográfica, por decirlo así, entre la justificación y el mismo programa a que esta justificación debía servir de fundamento, es a lo que de inmediato salta a la vista. Cuando se trata de la independencia polaca, en tanto que tarea política de la clase obrera, toda persona de juicio comprende hoy que por «Polonia independiente» no se entiende tal o cual territorio ni una caricatura napoleónica del Estado a imagen del «Gran Ducado de Varsovia», sino una Polonia aproximativamente étnica, una Polonia que englobe las tres partes. Que no es otra la forma en que los partidarios del socialpatriotismo conciben al asunto, queda probado por el hecho de que se esfuercen en formar un solo partido político en las tres provincias ocupadas llevando una política común.

Aunque el programa de reconstrucción de Polonia concierne naturalmente a las diferentes partes de la antigua República, la exposición de los motivos no se refiere más que a una sola: el reino de Polonia.

2 Partido socialista, revolucionaria, fundado en Polonia en 1882. Rosa Luxemburg se afilió a él un año después que sus principales dirigentes: Bardowski, Kunicki, Ossowki y Petrusinski, fueran procesados y finalmente colgados el 28 de enero de 1886.

3 Narodnaia Volia (La Voluntad del Pueblo), fundada en 1879 tras la división de «Zemlia i Volia» (Tierra y Libertad), tenía un programa populista, utópico, que incapacitó a la organización para conectar con el movimiento de masas revolucionario ruso y derivó en sus acciones al terrorismo. El gobierno zarista, por medio de provocadores y una brutal represión, aniquiló a la organización, que se disgregó después de 1881, siendo inútiles todos los intentos posteriores por reavivarla.

¡La ausencia de un movimiento revolucionario en Rusia, evidentemente, no puede constituir una razón seria para separar Galitzia de Austria o el Gran Ducado de Poznan y Prusia Oriental de Alemania! Las provincias polacas pertenecientes a Austria y a Prusia deberían, pues, querer separarse definitivamente de las potencias que se las reparten sólo por gusto. Por otra parte, es cierto que uno de los socialpatriotas más fanáticos -Veto- se levanta más particularmente contra Austria y presenta toda una serie de pruebas para justificar una «separación de Galitzia». Pero el nido que Veto dejó en un vuelo de águila renegó solemne y oficialmente de él al mismo tiempo que de su argumentación, comprometedora para el partido socialpatriota (puede que sea porque su argumentación era demasiado sincera y muy poco diplomática). Sea como sea, no se han dado otras razones, ni en Galitzia ni en Prusia, para justificar la aspiración a una Polonia independiente, de suerte que hasta hoy el programa de independencia no está motivado más que en lo que se refiere a la tercera provincia.


Esto no es todo: afirmamos incluso que la alegación concerniente a la parte rusa conduce -tras una corta reflexión- a resultados opuestos a los de las otras dos. Si la prueba principal de la necesidad de una separación del zarismo reside realmente en la superioridad -tantas veces citada- cultural, económica y política del reino sobre Rusia, las cosas son diferentes en Poznan, en Prusia y en Silesia Superior. Ni el más fanático enemigo de Alemania puede negar que en estos territorios la población es inferior en todos los aspectos al pueblo alemán. Si consideramos el movimiento obrero ruso como una empresa impotente y abandonada, que nos resulta más un estrobo que un digno aliado, la clase obrera alemana, por el contrario, está a la cabeza del mundo entero, mientras que el movimiento socialista polaco va a remolque mucho más atrás. ¡Si en Rusia la esperanza de conquistar las libertades políticas elementales es tan débil, nosotros, en cambio, sacamos el mayor provecho de las instituciones parlamentarias, tenemos la mejor baza para la lucha política: el sufragio universal, que, por otra parte es utilizado de forma mucho más inteligente por el pueblo alemán que por el polaco! Aquí cualquier auténtico socialpatriota exclamará con cara de triunfo que el atraso material y espiritual del Gran Ducado de Poznan es justamente consecuencia de la agresión alemana, del trato desventajoso que infligen el gobierno y la sociedad alemana, y que el estado de atraso es la mejor prueba de la necesidad de conquistar la independencia.

Si quisiéramos tomar en serio este argumento sin comprometernos, por tanto, en una crítica seria, constataríamos un extraño desorden en la concepción del programa socialpatriota. Así, debemos separarnos de Rusia porque le somos superiores en el plano cultural y social; de Alemania debemos separarnos porque le somos inferiores en el plano cultural y social y sufrimos una opresión nacional; de Austria debemos separarnos ya que ejerceríamos una especie de autogestión estatal y gozaríamos de la total igualdad nacional. ¿Cómo aclararse?

Si nos hemos entretenido un momento en esta acrobacia lógica no es porque pretendiéramos tomar en serio o refutar seriamente los argumentos indicados aquí arriba. Como dice un proverbio alemán: a los gorriones no hay que dispararles con cañón. Con estos pequeños sondeos sólo pretendíamos poner en evidencia el carácter particular de esta argumentación, este titubeo, esta división, este revocado artificial de un programa que se desmorona cada vez que se toca con algo más de seriedad, en una palabra, esta palabrería de la justificación de las aspiraciones socialpatriotas.


Aquí no se trata tampoco de ninguna argumentación unitaria de un programa fundado sobre el desarrollo interno propio de cada una de las tres partes de Polonia, sobre la tendencia a la unión económica y, por consiguiente, política y nacional. La argumentación de los socialpatriotas es un barullo de pruebas que presentan aspecto diferente para cada una de las partes, un barullo que hace pensar más en la justificación de la visita de Macielet de Barleka a la corte de Soplica, que en la construcción científica de un programa socialista moderno:

Porque todos guardaban rencor al juez por múltiples razones, como es habitual entre vecinos: a éste le perjudicó, aquel había sufrido destrozos, allí hubo una disputa acerca de las líneas de demarcación, algunos sólo estaban contrariados, otros se dejaban llevar sólo por la envidia de la fortuna del juez, pero el rencor los unía a todos.

La similitud es total, en efecto. Las pruebas de los socialpatriotas no proporcionan ninguna indicación sobre las tendencias históricas objetivas a la unificación de Polonia, no son más que «rencores» y «quejas», por consiguiente, motivos puramente subjetivos. Supongamos realmente que las afirmaciones de los socialpatriotas en lo que concierne al estado desesperado de las condiciones sociales en Rusia sean exactas. Ahora bien, ni siquiera las más tristes de las perspectivas para los países hoy dominados por el zarismo constituye por sí una prueba histórica de la necesidad y aún de la posibilidad de una separación violenta del zarismo. La necesidad de la restauración polaca frente a la situación deplorable de Rusia es una idea que sólo tiene su origen en la cabeza de los especuladores políticos socialpatriotas y no resulta en absoluto del desarrollo de Polonia y de Rusia. Y esta necesidad sutilmente imaginada no tiene más fuerza respecto a la historia que la argumentación del personaje de Gogol -Chlestrakov- que, sin tener una perra en el bolsillo, encargaba un almuerzo en un restaurante siguiendo al principio: «Ved'ja sovsem otoscaju» (pero moriría de inanición).

Nos comprometemos a demostrar categóricamente, que si los países de Bohemia, que están entre las regiones más industrializadas de Austria, formaran un Estado independiente, si el territorio de Moscú, el corazón de la Rusia capitalista, recobrara su independencia política de los tiempos del Gran Ducado de Moscú, si la ciudad de Hamburgo obtuviera la independencia que poseía antes de la formación del imperio Alemán, si... -¡Ay! ¿Qué se podrá demostrar con un poco de buena voluntad y una pizca de fantasía?-, entonces podríamos demostrar que gracias a todos estos cambios la causa socialista había ganado enormemente. ¿Pero tienen todas estas combinaciones más valor que la charlatanería política de los parroquianos de un café?


Las «quejas» y el «rencor» de los socialpatriotas tratando de justificar las aspiraciones de independencia nacional constituyen esencialmente una acrobacia lógica e histórica, como la que ya hemos mencionado. Explicar el estado de atraso social e intelectual del Gran Ducado de Poznan por la opresión nacional ejercida por Prusia es realmente poner las cosas al revés. Se trata exactamente de lo contrario. La falta de resistencia intelectual frente a la germinación que ha permitido progresos incomparablemente mayores en la población polaca de Prusia que los rendidos por la rusificación en el Reino de Polonia, super-capitalista, aunque los métodos del gobierno zarista sean ciertamente más brutales, esta falta se explica única y exclusivamente por el estado de atraso económico y social, la falta de vida ciudadana y de inteligencia burguesa, el adormecido carácter pequeño-burgués de los habitante de Poznan.


Pero, incluso si supiéramos que tanto la crítica de la situación actual de los territorios polacos, como las promesas para el futuro hechas por los socialpatriotas a cambio de una Polonia independiente fuesen completamente exactas, sus «quejas» y su «rencor» no bastarían por ello para justificar el programa de restauración de Polonia. Y esto lo ha demostrado la historia de los movimientos socialistas de forma irrefutable. Como sabemos, las teorías socialistas vienen de muy antiguo y se remontan a su forma moderna y clásica, al principio del siglo XIX. Ya los clásicos entre los pioneros socialistas, Owen, St. Simon y Fourier partieron sin ninguna duda del sistema capitalista en la elaboración de sus teorías. Pero esto no es todo. La crítica a la que sometían la economía capitalista, su análisis del sistema socialista liberador en sus consecuencias materiales e intelectuales para la humanidad, eran de una genialidad incontestable y conservan su validez en nuestros días. A pesar de esto, Owen, St. Simon y Fourier quedaron como los utópicos del socialismo. A pesar de sus conmovedoras acusaciones contra el sistema burgués, a pesar de la genialidad de sus presentimientos socialistas, el socialismo mismo no pasó de ser una utopía hasta que Karl Marx hubo transferido la crítica subjetiva del capitalismo y el deseo subjetivo del socialismo al terreno realista del desarrollo histórico objetivo de la economía capitalista hacia el socialismo.

El razonamiento político de nuestros socialpatriotas se vuelve a encontrar la copia fiel del método de los antiguos utópicos -excepción hecha, por supuesto, del genio crítico y de la veracidad de las afirmaciones. Como no son capaces de fundamentarse en el desarrollo histórico de Polonia hacia la independencia -por la simple razón de que tal desarrollo no existe, las tendencias económicas y, en consecuencia, las tendencias políticas de los territorios polacos divididos son exactamente divergentes y conducen, sobre todo en ese territorio decisivo que es el Reino de Polonia, hacia la unión económica y política con el Estado dominante-, no pueden pues, más que sacar a la luz todos los defectos, deplorar la situación actual de la Polonia perdida y pintar de color de rosa esta «república popular», que sería la nuestra en una Polonia independiente. Pero si en otro tiempo el método de Owen, de Saint Simon y de Fourier les impedía crear algo más que una utopía socialista genial, está claro que nuestros mediocres pensadores, siguiendo este camino criticado desde entonces, no pueden producir más que un enredo político y utópico.

                                           III


Karl Marx dijo una vez, que no hay que juzgar a los partidos políticos por lo que dicen de sí mismos, sino por lo que son realmente. Aunque según ellos, el socialpatriotismo era y es un movimiento realmente socialista, es decir, un movimiento de la clase obrera, al unir los intereses de clase del proletariado polaco con la independencia polaca, que no tiene relación con los deberes de la clase obrera, al estar directamente opuesto a la línea actual de desarrollo social polaco, se deslizaba por una pendiente que le conduciría fatalmente a la concepción puramente nacionalista en la que el socialismo no es más que un frase sin sentido.


Las primeras condiciones eran para el socialpatriotismo la falta de libertades democráticas en Rusia y la falta de esperanza de conseguir, por consiguiente, los intereses políticos formales de la clase obrera. Aunque hoy, el desarrollo revolucionario inesperado en Rusia arrebate a los socialpatriotas las premisas fundamentales de su programa, en lugar de abandonar su posición manifiestamente errónea, mantienen su programa adoptado de una vez por todas, sustituyendo tan sólo la base por una nueva. Hoy ya no se trata de la falta de esperanza en una lucha victoriosa por las libertades democráticas en Rusia, sino sobre todo del «derecho de todos los pueblos a la independencia»; esta no es, pues, la posición de clase que constituye la piedra angular de la socialdemocracia, sino de una posición nacional.


La actitud adoptada respecto a la autonomía de los territorios en Prusia es la prueba decisiva. Si las necesidades políticas del proletariado polaco constituyen realmente el punto de partida de los socialpatriotas, si el interés de la clase es decisivo en su concepción de la cuestión nacional, está claro que la única solución que pudiera ser dada al problema planteado por la parte polaca perteneciente a Prusia, es la lucha por la autogestión esto es, por la autonomía. Esta idea figura realmente en el programa de la socialdemocracia alemana y en el de la socialdemocracia polaca: corresponde a las necesidades del normal desarrollo nacional y cultural.

Sin embargo, últimamente constatamos este hecho sorprendente al saber que los socialpatriotas emplean todas sus energías en Alemania en combatir la reivindicación de autonomía. En el número 10 de Przedswit, del año 1901, la redacción afirma de forma clara y categórica que «La consigna de la autonomía de las provincias polacas en Prusia, no tiene ningún valor» (p. 294) y que el P.P.S. no lanza la consigna de una constitución (en Rusia) «no lucha, ni luchará por obtenerla, del mismo modo que no luchará por la autonomía de los distritos polacos de Prusia» (p. 229).


En realidad, esta exigencia de los socialistas polacos no debe despertar entre las masas obreras polacas la creencia que la defensa de sus intereses es posible en las circunstancias estatales dadas, y desviar su mirada y sus deseos de la independencia polaca. Todo esfuerzo por la democratización de las condiciones políticas actuales en Alemania y en Rusia, esfuerzo que es naturalmente común al proletariado polaco y al proletariado de los territorios divididos, es con respecto a la restauración de Polonia un desvío, un error, una falta de política.

Por esto es por lo que el socialpatriota consecuente rechaza con indignación toda idea de lucha por una constitución en Rusia, por la autonomía en Prusia. Pero esto prueba con claridad que lo que importa a los socialpatriotas no es el interés de clase, sino el interés nacional. Porque si en un principio el programa de independencia sólo era considerado como el último medio para conquistar las libertades democráticas, hoy por el contrario, en función de la supuesta imposibilidad de conquistarlas en Rusia, la independencia polaca se ha convertido en el objetivo principal que ordena el rechazo de todos los esfuerzos en pro de una democratización de las condiciones políticas rusas y polacas-alemanas, consideradas como obstáculos a las aspiraciones nacionales. Anteriormente, el punto de partida era la lucha por la democratización de las condiciones políticas dadas y ésta era decisiva en la actitud a tomar respecto a la independencia nacional. Hoy el punto de partida es la independencia nacional que decide la actitud a tomar respecto a la democratización de las condiciones políticas existentes.

La evolución de los medios y de los métodos de lucha considerados corresponde a la evolución de la concepción y de la motivación del programa. Si al principio se intentaba discretamente encontrar una relación orgánica entre el objetivo de la restauración de Polonia y la lucha política global del proletariado, el objeto de estas tentativas debía naturalmente conducir al socialpatriotismo a corto plazo, a volver a los antiguos métodos del patriotismo de la época de la Schlachta 4 , empujarle a llamar a los soldaditos a «la insurrección», a los cañoncitos a la ocupación de los «territorios limítrofes».


A través de sus posiciones políticas y sus métodos de lucha, el socialpatriotismo tomó por fin conciencia de su verdadero origen político. Si al principio trataba con ahínco de encontrar su origen en la familia revolucionaria de Marx y Engels, de «proletariado» en Polonia, hoy, tras haber abandonado estas derivaciones artificiales y traídas por los pelos, se reclama abiertamente de su verdadero ancestro: la bienaventurada Sociedad Democrática. «El P.P.S., vocifera orgullosamente Mazur en el número 5 de Przedswit, del año 1901 (p. 170), ha finalizado expresa y conscientemente la tarea, interrumpida en 1848, de la Sociedad Democrática»

Aquí se acaba la evolución. Tras haber rechazado la apariencia de un partido que reconocía en el socialismo basado en el desarrollo real de la sociedad el factor esencial, que definió la posición a tomar respecto a la cuestión nacional, el socialpatriotismo se presenta «expresa y conscientemente» como continuador del movimiento que nació, hace medio siglo, en el suelo polaco avasallado en el transcurso de las insurrecciones de Schlachta, movimiento que, a consecuencia del proceso de la lucha nacional de la nobleza, ha planteado la cuestión social en la forma utópica y vaga de su momento.

Así, la última tentativa de casar el movimiento obrero polaco con las tradiciones de la nobleza polaca condujo al mismo punto que la tentativa precedente, la de la famosa «Pobudka». Podemos tomarnos la libertad de considerar esta tentativa como la última. Porque es imposible hacer esfuerzos realmente mayores para rejuvenecer con la sangre fresca del socialismo una consigna nacional que ha fracasado, juntar con más ardor los más pequeños indicios de la tradición polaca desparramados entre los socialistas y los demócratas europeos, de lo que lo han hecho los socialpatriotas de nuestros días. Y sin embargo, el resultado ha sido el siguiente: la bancarrota total de los socialpatriotas a los ojos de los socialistas occidentales, por el contrario, en sus propias filas, la fatal decadencia hacia una postura puramente patriota. La gorra obrera se ha transformado en un abrir y cerrar de ojos en la antigua y honesta Konfederatka.



Pero ésta no es la única razón para considerar la actual tentativa de los socialpatriotas como la última. Tras tantas experiencias, el obrero polaco está, por fin, suficientemente prevenido contra el encabestramiento artificial de sus intereses de clase con las tradiciones nacionales. El intelectual polaco, sin embargo, que encuentra en el Socialpatriotismo una ocasión cómoda, que no le compromete a nada, de pasar por un «revolucionario», porque en el fondo queda como candidato aventajado por el «moscovita» para un puesto gubernamental, o si por una rara casualidad se tratara de un socialista honesto y dispuesto a luchar y a sacrificarse por la liberación del proletariado, el intelectual polaco debería aceptar, al fin de una u otra forma, el espíritu científico europeo de lucha por el socialismo para separarse con asco de la vanguardia política atiborrada de socialpatriotismo de hoy.
Rosa Luxemburg 1902
Texto digitalizado por Boltxe Kolektiboa.

4 Hace referencia a un movimiento surgido entre las capas medias y bajas de la nobleza polaca a finales del siglo XVIII. En 1788 se convocó la Dieta, llamada de los Cuatro Años, que empezó sus trabajos con el intento de dotar a Polonia de una organización estatal moderna y continuó como afirmación polaca frente a la ocupación rusa. Dichos estratos de la nobleza polaca, habiéndose empobrecido a lo largo del siglo XVIII y emigrado a las ciudades para dedicarse a profesiones liberales, intelectuales y administrativas, desempeñaban el papel de una burguesía polaca. Tras la Revolución francesa estas capas cultas e ilustradas.




 Rosa Luxemburgo y la cuestión nacional (primera parte)



Rosa Luxemburgo La cuestión nacional (1909) (segunda parte)


Georges Haupt Los marxistas frente a la cuestión nacional: La historia del problema. Rosa Luxemburgo La cuestión nacional (tercera parte)



Rosa Luxemburgo En defensa de la nacionalidad (1900). Lenin El orgullo nacional de los rusos 1914. Rosa Luxemburgo La cuestión nacional (cuarta parte)


Rosa Luxemburgo: La memoria del "Proletariado" 1903. Rosa Luxemburgo La cuestión nacional (quinta parte)



Carlos Marx, Federico Engels y Rosa Luxemburgo LOS NACIONALISMOS CONTRA EL PROLETARIADO



[Libro] Raya Dunayevskaya Rosa Luxemburgo La liberación femenina y la filosofía marxista de la Revolución








La cuestión nacional y la autonomía
Índice
Prólogo  5
El derecho de las naciones a la autodeterminación  11
El Estado- Nación y el proletariado  71
Federación, centralización y particularismo  101
Cuestión nacional y la autonomía  173
Bibliografía  213



Notas bibliográfica.
Otras obras importante de Rosa Luxemburgo sobre la cuestión nacional





4º La cuestión polaca y el movimiento socialista (1905)
3. Federación, centralización y particularismo (está el documento traducido al castellano “Rosa Luxemburgo Prólogo de la antología: La cuestión polaca y el movimiento socialista (1905)”

5º La crisis de la socialdemocracia (1916)
Rosa Luxemburgo. El folleto Junius: La crisis de la socialdemocracia alemana. 1915



7º La guerra, la cuestión nacional y la revolución 1918


Rosa Luxemburg> ‎1896> ‎
Rosa Luxemburgo: Patriotismo social en Polonia



La cuestión nacional  1 jun 1999 de Rosa Luxemburg
Rosa Luxemburg (1871-1918) luchó toda su vida contra el capitalismo salvaje y su secuela de hambre, explotación y pobreza. Previó y denunció los gérmenes de la sociedad de consumo y previó y denunció el nacional socialismo (o social patriotismo, como ella lo llamaba); y previó y advirtió contra la deriva autoritaria de la Revolución de Octubre. Pero, ¿quién fue realmente Rosa Luxemburg? ¿Por qué la conocemos tan poco y tan mal? ¿Por qué su obra, y especialmente sus escritos sobre la Cuestión Nacional han llegado al público a cuentagotas, de forma fragmentada y terriblemente mutilada? La respuesta es que fue una revolucionaria sumamente crítica, sagaz, valiente y honesta y, por ello, incómoda. Incómoda para poderosos y patronos, que la enviaron una y otra vez a la cárcel; incómoda para socialistas de Estado, que propiciaron su asesinato; e incómoda para el estalinismo, que tejió un velo de silencio sobre su persona y su obra. Hoy, en cambio, nos damos cuenta de que su pensamiento es quizá, de entre los marxistas de su generación, el más moderno.




SOBRE EL LIBRO La Cuestión Nacional y la autonomía, de Rosa Luxemburg.


En esta entrada quiero hablar de las principales ideas desarrolladas en este libro de Rosa Luxemburg. Para ello voy a describir sucintamente el contenido de cada uno de los capítulos, para que así el lector/ a se pueda conocer los planteamientos de Luxemburg sobre esta cuestión.
Este libro cuenta con seis capítulos. El primero, titulado El derecho de los pueblos a la autodeterminación, se centra básicamente en el contenido y la aplicabilidad de los puntos 7º y 9º del Plan de Londres de 1896. Luxemburg critica de ellos su vaguedad y su inoperancia en el campo específico de aplicación; y sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación, en sí, afirma. “no da ninguna indicación práctica para la política cotidiana del proletariado, ninguna solución práctica de los problemas nacionales”. En otras palabras, este derecho, más que encarar la problemática, es “una jugada para eludir la cuestión”.


Otra de sus críticas a esto va enfocada en el sentido de la generalización que implica su enunciado. De una manera que después será característica en ella, Luxemburg llama la atención sobre la importancia de la particularidad de cada caso, del estudio de las condiciones reales y de un socialismo científico que, más que buscar dar panoramas generales y generalizadores, sea capaz de ofrecer soluciones que no contradigan la corriente del desarrollo histórico de las sociedades modernas.


Termina este capítulo enfocando su atención nuevamente en la contradicción implícita entre el derecho de las naciones y la teoría de la sociedad de clases, en tanto la primera, más que basarse en condiciones materiales reales, se constituye como “la fórmula verbal de una idea metafísica [semejante al derecho al trabajo, etc.], totalmente irrealizable en el seno de la sociedad burguesa”. Así pues, concluye aquí, “el punto nueve debe ser remplazado por un texto concreto aunque general, que dé una solución a la cuestión nacional de acuerdo a los intereses del proletariado de las respectivas nacionalidades”.

El segundo capítulo, titulado El estado nacional y el proletariado, se centra en la definición del estado nacional en el marco de la sociedad burguesa y el papel del proletariado al interior de ésta. Partiendo de la definición de Kautsky de los tres factores que constituyen las raíces de una idea contemporánea de la nación,  Luxemburg concluye que esta idea “está ligada de la manera más estrecha con una época determinada del desarrollo moderno”. En ese orden, la idea contemporánea de nación esta inde­fec­tiblemente ligada con la emergencia del dominio burgués y el capitalismo industrial.

En este marco (el estado moderno burgués), la misión histórica del proletariado se  convierte en la abolición de éste “como una forma política de capitalismo en la que él mismo como clase consciente llega al mundo para establecer el régimen socialista.”

Termina este capítulo enfocándose en el caso específico de Polonia, en el que aclara que “la idea nacio­nal jamás representó la idea clasista de la burguesía, con la de la nobleza”. En este orden de ideas, “la do­minación de clase de la burguesía en Polonia no sólo no requería la creación de un estado nacional uni­­ficado […], sino que, por el contrario, se levantó sobre la base de la anexión y del desmembramien­to de Polonia”. Así pues, Luxemburg resalta la tradición nacional polaca como propaganda natural de la contrarrevolución.

En el tercer capítulo, titulado Federación, centralización, particularismo, la autora se encarga de demostrar la naturaleza contrarrevolucionaria (anti­progresiva en términos históricos) del federalismo. Para ello, parte de una identificación del federalismo con una lógica organizacional feudal, como par antagónico del centralismo capitalista. Para aclarar este punto, cito: “la misión histórica del proletariado […] estriba en la revolución mundial, universal, cuyo punto de partida es el desarrollo del gran estado capitalista”. En ese sentido, aparece en el horizonte la idea de un centralismo necesario, opuesto a cualquier afán federalista.

Así pues, termina el capítulo afirmando categóricamente la naturaleza reaccionaria de cualquier federalismo: “la idea de federación, retrograda por su propia naturaleza y por su contenido histórico, en la actualidad se ha convertido en un anuncio comercial seudorrevolucionario del nacionalismo pequeño burgués y la reacción contra la lucha revolucionaria clasista del proletariado que se funda en la unión de todas las naciones”.


En el cuarto capítulo, La centralización y el autogobiernoLuxemburg encara la cuestión referente a la importancia de la centralización política y económica, y su relación con el desarrollo del autogobier­no. Uno de los principales puntos sobre los que hay que llamar la atención aquí es la caracterización del autogobierno en distinción con respecto al federalismo. Luxemburg escribe: “El autogobierno […] no significa, ni mucho menos, la eliminación del centralismo estatal, sino su complemento, y sólo juntos dan una plena caracterización de lo que es un estado burgués”.  En este sentido, el autogobierno es entendido como tentáculo del pulpo centralizador, en tanto es a partir del desarrollo de una burocracia y un sistema administrativo local dependiente de un centro como el poder centralizado tiene un mayor control sobre su área de influencia.

En el quinto capítuloLa nacionalidad y la autonomía, parte de un marco en el que relaciona las bases materiales y las formas espirituales en lo referente a la construcción de una nacionalidad y de una cultura nacional. En ese sentido, identificando esa cultura nacional como un producto burgués, afirma que “la autonomía nacional moderna, en el sentido de un autogobierno en un determinado territorio, sólo es posible ahí donde la nacionalidad respectiva tiene un desarrollo burgués propio, una vida urbana, una intelliguentzia, una vida literaria y científica propias.”


En el último capítuloLa autonomía del Krolestwo polaco, concluye su libro encarando de nuevo la cuestión polaca y, apoyándose en los argumentos expuestos a lo largo del texto, afirma “que las condiciones socioculturales e históricas de nuestro país hacen imprescindible la autonomía nacional en el Krolestwo polaco como consecuencia ineludible de la revolución política que se opera el estado ruso, encaminada a la abolición del despotismo asiático y a la creación de formas progresistas de vida política, adecuadas a las necesidades de la economía capitalista y del desarrollo burgués. Por las mismas razones, la autonomía constituye una reivindicación del programa del proletariado polaco revolucionario”.




Acerca del reciente libro sobre Rosa Luxemburgo, la cuestión nacional y la autonomía

Autor(es): Löwy, Michael

Le Temps des Cerisses, París 2002, 264 páginas, traducido y presentado por Claudie Weill, con la colaboración de Bruno Drweski.

Tenemos por fin traducido al francés, gracias a la iniciativa de Claudie Weill, este texto de Rosa Luxemburgo, a menudo citado, pero que no se conoce más que de segunda mano, por la crítica que de él hizo Lenin. Se trata de seis artículos publicados en 1908-1909 en el Przeglad Socjaldemocratyczny (La Revista Socialdemócrata), el órgano teórico del SDKPiL, el Partido Social Demócrata del Reino de Polonia y de Lituania, del que Rosa Luxemburgo y Leo Jogiches eran los principales dirigentes.


Es la primera vez que el conjunto de estos textos está reunido en un libro. Como recuerda Claudie Weill en su introducción, estos artículos están estrechamente ligados al combate internacionalista intransigente que llevaba la marxista judeopolaca contra el "social patriotismo" representado en Polonia por el PPS, el Partido Socialista Polaco. Están también en relación con los debates sobre la cuestión nacional en el movimiento obrero ruso, es decir en el POSDR, el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia al que pertenecía, desde 1906, el SDKPiL. Los seis artículos son relativamente autónomos pero forman parte de un conjunto coherente: I. El derecho de las naciones a la autodeterminación; II. El Estado-nación y el proletariado; III. Federación, centralización y particularismo; IV. Centralización y autoadministración; V. La nación y la autonomía; VI. La autonomía del reino de Polonia.

El argumento principal, y el más controvertido, de esta compilación es la crítica contra el derecho a la autodeterminación proclamado por el programa del POSDR y defendido tanto por los bolcheviques como por los mencheviques como ilusión utópica. Ciertamente, Rosa Luxemburgo acepta la resolución del Congreso de la Internacional Socialista de Londres (1896) que afirma el derecho a la autodeterminación de todas las naciones. Pero en su interpretación esto no será posible más que en el futuro socialista de la humanidad: "Las naciones serán dueñas de su existencia histórica cuando la sociedad humana sea dueña de su proceso social", escribe en una de aquellas bellas fórmulas cuyo secreto poseía.  Mientras tanto, mientras vivamos bajo el capitalismo, la única conclusión práctica que se puede sacar de este imperativo es luchar contra toda manifestación  de opresión nacional. De la misma forma, la comparación no deja de tener interés cuando luchamos por la igualdad social y política de los sexos.

Hay en el argumento de Rosa Luxemburgo un aspecto profético, que se ha cumplido plenamente durante el siglo XX: en el capitalismo, escribe, no puede existir Estado nacional que no sea militarista, agresivo, expansionista, guerrero, conquistador. La lucha criminal entre las naciones es la regla, no la excepción. El imperialismo capitalista, con su lógica de expansión  comercial o colonial, destruye la independencia de un número creciente de pueblos e incluso de continentes enteros. Los estados imperialistas europeos y norteamericano dominan no sólo las colonias sino también otros países, formalmente independientes pero de hecho completamente sometidos.  Por el contrario, el aspecto más "fechado", y el más discutible, de este texto es lo que ella designa como "el frío análisis del socialismo científico", que rechaza todas las soluciones "utópicas" y todos los "clichés metafísicos" como "los derechos de las naciones" o "los derechos humanos" en nombre del "desarrollo social  objetivo" del capitalismo, del "desarrollo progresista de la sociedad burguesa". El papel de la socialdemocracia, es decir, en la terminología de la época, de los marxistas,  no es apoyar un pretendido "derecho" metafísico de los pueblos, escribe, sino acompañar "la corriente del desarrollo objetivo" de la civilización capitalista que va hacia la centralización económica y política.  Rosa Luxemburgo está aquí influenciada por la ideología del progreso y por el evolucionismo lineal, encarnados en el seno del marxismo de la II Internacional por Karl Kautsky, el autor más citado en este libro. Una visión  bastante determinista de la historia de la que se desembarazará de forma radical en 1915, con la consigna de "Socialismo o barbarie" del folleto firmado como "Junius".


Más interesante es su propuesta de autonomía nacional-cultural, una solución original para la cuestión nacional, distinta tanto de la planteada por los marxistas rusos, el derecho a la separación, como de la predicada por los marxistas austríacos: la autonomía cultural (no territorial).

Constituye a sus ojos  una de las formas posibles de la autoadministración local moderna que distingue categóricamente del federalismo, sumariamente tachado de "reaccionario", es decir una forma de descentralización y democratización de los grandes estados que no pone en cuestión su unidad política.

La idea de autonomía nacional parte también de la constatación de que la cultura, como todas las ideologías, es relativamente autónoma: se relaciona con la herencia ideológica del pasado y sigue su propio desarrollo lógico en un espacio dado. Los intereses culturales del proletariado exigen la eliminación de la opresión nacional y una vida cultural amplia, sin restricciones. La autonomía nacional-cultural es pues una forma de autoadministración local de los territorios nacionales, con su propio poder legislativo local y el desarrollo, por la educación popular, de la cultura nacional. ¿En el caso de una revolución democrática contra el zarismo, cuál sería el futuro del reino de Polonia, es decir de la parte (de hecho la mayoría) de la Polonia anexionada por el imperio ruso en el siglo XVIII? Rosa Luxemburgo cree que "el desarrollo capitalista conjunto de Polonia y Rusia" condena al fracaso por "utópico" y "reaccionario" todo proyecto separatista, todo sueño de independencia de   Polonia. En el marco de una república rusa democrática, por el contrario, se podría establecer una autonomía nacional para Polonia, permitiéndole gestionar, según los principios de la autoadministración local, su propia política educativa, agrícola, minera, sanitaria y sobre todo cultural.


Este texto muestra que, a  pesar de su oposición radical al nacionalismo polaco en sus versiones tanto de derechas como de izquierdas, Rosa Luxemburgo no deja de denunciar  la opresión nacional que sufre Polonia en el marco del imperio zarista e intenta salvaguardar una forma de vida nacional autónoma para el pueblo polaco en un futuro democrático común con los demás pueblos del imperio. La solución era interesante, a condición de ser presentada como propuesta programática de los socialistas, con la posibilidad para los interesados, es decir para el pueblo polaco, de aceptarla o preferir otra, en un proceso democrático de autodeterminación. Es un poco la división del trabajo que le propondrá Lenin: nosotros, los marxistas rusos, afirmamos el derecho a la autodeterminación de la nación polaca, y ustedes, los marxistas polacos, luchan contra el separatismo y por la unidad con los trabajadores rusos.
Las previsiones de Rosa Luxemburgo sobre Polonia no se realizaron, pero su programa de autonomía nacional vuelve a tener actualidad hoy, cuando se ven, sobre todo en Europa del Este, en los Balcanes y en el Cáucaso, los estragos del separatismo nacional llevado a su absurdo. Hay que añadir, sin embargo, que a ojos de Rosa Luxemburgo, la autonomía nacional no es la única forma política aplicable a todos los grupos nacionales. Allí donde las nacionalidades están estrechamente imbricadas, como en el Cáucaso, trazar fronteras es una tarea insoluble. En estas situaciones en que la separación territorial es impracticable, el único método  democrático que asegura a todas las nacionalidades la libertad cultural sin que ninguna domine a las demás, es una amplia autoadministración local que ignore las fronteras étnicas. A condición de completar esta descentralización con leyes culturales y lingüísticas, a escala de todo el Estado, que protejan a las minorías. La preocupación de los derechos de las minorías es otra constante de la reflexión de Rosa Luxemburgo sobre la cuestión nacional. Se sitúa en la misma dirección de lo que ella llama, en uno de los más bellos pasajes del libro, "el ideal moral y social del socialismo", que exige "defender los derechos de los que nada tienen en relación con los poseedores, de las mujeres en relación con los hombres, de los menores en relación a los padres y tutores, de los niños llamados ilegítimos en relación a los padres y a la sociedad".

Artículo aparecido en el periódico Rouge, con motivo de la aparición de un libro de Rosa Luxemburgo en francés recogiendo sus escritos sobre la cuestión nacional y la autonomía.






El luxemburguismo en España: y 4. Obras



















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