Vega Cantor, Renán. Historiador. Profesor titular de la
Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá, Colombia. Doctor de la Universidad
de París VIII. Diplomado de la Universidad de París I, en Historia de América
Latina. Autor y compilador de los libros Marx y el siglo XXI (2 volúmenes),
Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 1998-1999; El Caos Planetario, Ediciones
Herramienta, 1999; Gente muy Rebelde (4 volúmenes), Editorial Pensamiento
Crítico, Bogotá, 2002; Neoliberalismo: mito y realidad; Entre sus últimos
trabajos podemos mencionar: Los economistas neoliberales, nuevos criminales de
guerra: El genocidio económico y social del capitalismo contemporáneo (2010).
La República Bolivariana de Venezuela le entregó en 2008 el Premio Libertador
por su obra Un mundo incierto, un mundo para aprender y enseñar. Dirige la
revista CEPA (Centro Estratégico de Pensamiento Alternativo). Es integrante del
Consejo Asesor de la Revista Herramienta, en la que ha publicado varios de sus
trabajos..
Hace mucho que se habla de la "casa inteligente", que
regula por sí sola la calefacción y la ventilación, o de la "nevera
inteligente", que encarga al supermercado la leche que se terminó. Nuevas
creaciones son el "carrito de compras inteligente", que llama
la atención del consumidor sobre las ofertas especiales, o la "raqueta inteligente", que con un
sistema electrónico embutido permite al tenista un saque especial, mucho más
potente. ¿Será éste el estadio final de la evolución intelectual moderna? ¿Una
grotesca imitación de nuestras más triviales acciones cotidianas por las
máquinas, conquistando así una consagración intelectual superior? La
maravillosa sociedad del conocimiento aparece como sociedad de la información,
porque se empeña en reducir el mundo a un cúmulo de informaciones y
procesamientos de datos, y en ampliar de modo permanente los campos de
aplicación de los mismos.
Uno de las nociones más recurrentes para justificar la implementación
de las políticas neoliberales, en términos educativos y laborales, es la de
"sociedad del conocimiento". Sin mayores explicaciones se
suele afirmar que hemos entrado a una nueva forma de organización social, en la
que lo decisivo sería el conocimiento y la información. En contravía con esa
opinión, aquí sostenemos que la "sociedad del conocimiento" es
otro de los sofismas de la vulgata de la globalización, sofisma esgrimido con
la finalidad de justificar el supuesto cambio de época en que nos
encontraríamos y la pretendida pérdida de importancia de los recursos naturales
y de la producción material. Para controvertir esa gaseosa imagen de la
"sociedad del conocimiento" en este ensayo consideramos tres
cuestiones: en la primera se analiza
el origen del vocablo y se establecen algunas relaciones con el capitalismo
actual; en la segunda se escudriña
en la forma como se concibe al conocimiento por parte de aquellos que promueven
la emergencia de una supuesta nueva sociedad; y en la tercera se examina la contradicción evidente que resulta de
constatar que, mientras se presume que vivimos en una época pletórica de
conocimiento, se haya generalizado la ignorancia por todo el mundo.
El origen de la noción de "sociedad del
conocimiento" y el capitalismo realmente existente
Ha habido una retroalimentación "conceptual" entre los
investigadores y las instituciones financieras y burocráticas internacionales,
por lo cual a veces no es fácil diferenciar quién plagia a quién, es decir, si
fueron los investigadores de la "era de la información" los que
usaron por primera vez las nociones de sociedad y economía del conocimiento o
fueron instituciones como el Banco Mundial las que
acuñaron esos términos y luego los investigadores se dieron a la tarea de
darles legitimidad y "contenido teórico" a esos supuestos. Además,
las funciones como consejeros gubernamentales en materia de tecnología e
información de algunos de esos teóricos son, por lo menos, reveladoras de los
intereses en juego. Así, Manuel Castells se ha
desempeñado como consejero de diferentes gobiernos europeos en materia de
información y también presidió una comisión de expertos que asesoró al gobierno
neoliberal de Boris Yeltsin en Rusia y Jeremy Rifkin se
desempeñó como consejero de la administración de Bill Clinton. Estos nexos con
altas esferas del poder indican que esos teóricos no son tan independientes
como podría pensarse y, de alguna forma, sus recomendaciones políticas y sus
formulaciones teóricas han estado influidas por los intereses del mundo de la
informática. No por casualidad, The Wall Street Journal, periódico
neoliberal por excelencia y vocero de los grandes intereses corporativos,
calificó a Castells como "el primer filósofo del ciberespacio".
Al margen de estos detalles "anecdóticos", lo único cierto
estriba en que, mucho más que los propagadores de las ideas clave de la nueva
vulgata, quien se ha encargado de legitimar mediante su difusión ideológica y
la contratación de expertos encargados de expandir en todo el mundo esas ideas
es el Banco Mundial, el cual ha introducido la noción de "economía del
conocimiento". Para dicho Banco esa "nueva economía" se
fundamenta primordialmente en el uso de ideas más que en el de capacidades
físicas, así como en la aplicación de la tecnología más que en la
transformación de materias primas o la explotación de mano de obra económica.
Se trata de una economía en la que el conocimiento es creado, adquirido,
transmitido y utilizado más eficazmente por personas individuales, empresas,
organizaciones y comunidades para fomentar el desarrollo económico y social[1].
[1]. Banco Mundial, Aprendizaje
permanente en la economía global del conocimiento. Desafíos para los países en
desarrollo
http://siteresources.worldbank.org/EDUCATION/Resources/278200-1099079877269/547664-1099079984605/LLL_KE_Spanish.pdf
Una idea tan peregrina como esta, que no se corresponde con la economía
real de ningún país del mundo, es repetida hasta el cansancio, a partir del
momento en que hay dólares en juego, por investigadores de todos los terrenos,
en especial del campo educativo, porque es evidente que el interés de la imagen
de "sociedad de conocimiento" es presentar una realidad irrebatible a
la que deben ajustarse los modelos escolares en todo el planeta. No sorprende,
en consecuencia, que el argentino Juan Carlos Tedesco, un funcionario de la
UNESCO, sostenga que "existe consenso (sic) en reconocer que el
conocimiento y la información estarían reemplazando a los recursos naturales, a
la fuerza/y o al dinero, como variables clave de la generación y distribución
del poder en la sociedad"[2]. De lo
que se trata es de saber quiénes han determinado que nos encontramos en una
época en la cual los recursos naturales ya no son importantes y ahora lo que
cuenta es el conocimiento y la información.
Que se siga repitiendo esto después de que ha quebrado la efímera
"nueva economía" de las tecnologías de la información y que se han
generalizado las guerras de agresión de Estados Unidos por apropiarse del
petróleo y de los recursos naturales en distintos puntos de la tierra
(incluyendo a Colombia), demuestra o lo mal "informados" que están
los teóricos de la sociedad del conocimiento o los intereses que defienden al
negarse a considerar factores decisivos que ponen en cuestión el supuesto
eclipse de la realidad material en aras del conocimiento y la información.
Súbitamente y sin ningún tipo de explicación, el Banco Mundial utiliza
indistintamente las nociones de "sociedad del conocimiento" o
"economía del conocimiento" como denominaciones del
capitalismo actual, términos que además están directamente relacionados con la
educación, arguyendo que el surgimiento de una economía global basada en el
conocimiento le ha conferido al aprendizaje un valor diferencial alrededor del
mundo. Las ideas, los conocimientos y la experiencia como fuentes del
crecimiento económico y del desarrollo, junto con la aplicación de nuevas
tecnologías, traen importantes consecuencias en la manera como las personas
aprenden y aplican sus conocimientos durante toda su vida[3].
La tan aclamada "economía del conocimiento" tendría cuatro características
definitorias: la revolución de la información y el uso de nuevas
tecnologías; la reducción del ciclo de los productos, lo que ha aumentado la
necesidad de la innovación; una gran integración a la economía mundial y un
mayor crecimiento de los países que brindan mejor educación y salud a sus
habitantes, entendidas como actividades proporcionadas por el mercado; y, las
empresas pequeñas y medianas que suministran servicios cada día tenderían a ser
más importantes[4]. En este contexto se agrega que "el
aprendizaje permanente es la formación de las personas para la economía del
conocimiento" y en un "marco de aprendizaje constante… las
estructuras de la educación formal -primaria, secundaria, superior, vocacional,
etc.- no son tan importantes como el aprendizaje del estudiante y la satisfacción
de sus necesidades"[5]. Es decir, habría un imperativo que
condiciona la educación de la gente, formarse para participar en la
"economía del conocimiento", razón que determina todo lo relacionado
con la educación. Y es ese imperativo el que se ha exaltado como premisa de la
transformación del sistema educativo en concordancia con las necesidades del
mercado, porque "los sistemas educativos tradicionales, aquellos en los
que el docente constituye la única fuente de conocimiento, poco se prestan para
dotar de los necesario a las personas que deban trabajar y vivir en una
economía del conocimiento", en la cual el sistema educativo "se tiene
que orientar hacia competencias más que hacia grupos de edades". Y, como
para que no quede duda, se recalca que "el modelo de aprendizaje
permanente les permite a los estudiantes adquirir no sólo habilidades adicionales
sino también la clase de destrezas nuevas que exige la economía del
conocimiento, además de una mayor cantidad de habilidades académicas
tradicionales"[6].
En pocas palabras, la llamada "sociedad del conocimiento" en
el caso de las universidades resulta ser una denominación que contradice el
mismo sentido del conocimiento de esas instituciones, que se supone debería ser
universal, democrático y pluralista. Por el contrario, lo que la "tal
sociedad del conocimiento" le depara a las universidades es algo completamente
distinto que niega el carácter democrático de la universidad, al especializar
"recursos humanos" funcionales para el capitalismo transnacional, una
fuerza de trabajo diestra técnicamente, poco costosa, que no piense y
absolutamente despolitizada. Ese es el "recurso humano" adecuado para
el capitalismo actual, pero en cuanto a la universidad se evaporan los
contenidos universales de lo que se enseña, ya que su función queda reducida a
impartir unos conocimientos técnicos especializados en concordancia con las
necesidades del mercado, y no con la de los seres humanos. Por este sesgo
economicista, en las universidades públicas de diversos lugares del mundo se ha
dado un giro hacia los conocimientos técnicos, abandonando los saberes
humanistas y éticos, convirtiendo a las ciencias sociales en unos dispositivos
funcionales a la tecnología y en esclavas del capitalismo transnacional. En
rigor, el saber es crítico, reflexivo, histórico y social,
características consideradas como completamente inútiles para los portavoces de
la "sociedad del conocimiento" a quienes sólo les interesa aquello
que es rentable de manera inmediata. Todo lo que no corresponda a la lógica del
lucro es desechado:
De aquí que las humanidades no sean, en modo alguno, un lujo superfluo,
sino algo "útil" en su sentido más noble y elevado, esto es, en el
sentido de que son necesarias para ayudarnos a formar nuestro juicio político
sobre el presente, a su vez entendiendo lo político en su sentido más noble,
esto es, como la actividad totalizadora y reflexiva, que a cada cual
compromete, sobre el conjunto de los problemas que nos afectan a todos. Se
comprende entonces de qué modo en las sociedades económicamente avanzadas esa
tenaza denominada por sus valedores "sociedad del conocimiento" está
cerrando sobre todos nosotros su círculo implacable de barbarie
cognoscitiva y política… Dentro de este círculo resulta un lujo
superfluo toda disciplina genuinamente humanista necesaria para la formación
del juicio político del ciudadano, razón por la cual el círculo de la
"sociedad del conocimiento" deberá tender a cerrarse sobre la base de
esta última exclusión de sus contenidos, la de los estudios de humanidades[7].
La noción ligera y sin sentido de "Sociedad del Conocimiento",
un sinónimo de "Sociedad de la Información", es otro intento terminológico del capitalismo por camuflarse
con un nuevo nombre, pretendidamente
neutro y con intencionalidades políticas evidentes, porque ¿quién querría
oponerse al conocimiento? Los cultores de esa noción afirman que el rechazo
sólo puede provenir de los fundamentalistas religiosos o de cavernarios que
reivindican la ignorancia y que se oponen al "progreso". Sin
embargo, la pregunta cambia por completo de sentido si nos demandamos ¿quién puede y debe oponerse al
capitalismo?, lo cual nos remite a una forma de organización social y no a
un determinado tipo de conocimiento o información. Y esta pregunta aclara el
panorama, a partir del momento que entendemos la idea de "conocimiento"
que subyace entre aquellos que alardean de la "sociedad del
conocimiento", como veremos enseguida.
¿Cuál es la idea de conocimiento que sustenta la
pretendida constitución de la "sociedad del conocimiento"?
Una pregunta de fondo para entender el sentido profundo de lo que está
en juego con el término que estamos comentando, consiste en determinar ¿cuál es
la noción de conocimiento que se encuentra tras el eslogan de "sociedad de
conocimiento"? Y la decepción no puede ser más grande al constatar que, para
los teóricos de la "nueva era", "conocimiento" es sinónimo
puro y simple de información, lo cual pone de presente que no se está hablando
de ninguna reflexión intelectual sino de procesamiento de información a vasta
escala, llegando a plantear incluso la existencia de una "inteligencia artificial" de tipo maquinal.
Por eso se habla de la casa inteligente, del automóvil inteligente, de la
cafetera inteligente, del congelador inteligente… y mil denominaciones por el
estilo, en verdad poco inteligentes, que están relacionadas con un
comportamiento mecánico que se desarrolla a partir de unos determinados códigos
informáticos. ¡Que eso pueda catalogarse
como inteligente, no pasa de ser una estupidez!
Siguiendo con la lógica mecánica de la "inteligencia artificial",
en la "era de la información" el saber se puede expresar en la
ecuación: tecnología + cantidad
de información = conocimiento. Los términos de esta
ecuación expresan claramente a lo que se reduce el conocimiento en estos
momentos: al empleo de tecnologías que aceleran el procesamiento de
información, las cuales generan un gran cúmulo de datos, cuya cantidad supera
la capacidad de procesamiento individual de una persona, sin que eso signifique
en verdad conocimiento, entendiéndolo como producto de la acción de pensar, de
reflexionar o de teorizar. Porque, además, cuando en la ecuación mencionada se
habla de cantidad se sobreentiende que se está señalando la velocidad en
procesar información y de su carácter efímero y desechable.
Un revelador ejemplo de lo que se entiende por "conocimiento"
en la "sociedad del conocimiento" lo encontramos en una nota de
prensa en la que se informaba que "a pedido de la agencia espacial
canadiense, la empresa Tactex desarrolló en British Columbia telas
inteligentes. En trozos de paño se cosen una serie de minúsculos censores que
reaccionan a la presión. Ante todo, la tela de Tactex debe ser probada como
revestimiento de asientos de automóviles. Reconoce a quien se sentó en el
asiento del conductor... El asiento inteligente reconoce el trasero de
su conductor". Como bien lo comenta el filósofo alemán Robert
Kurtz, "para un asiento de automóvil, se trata seguramente de un hecho
grandioso", pero eso "no se puede considerar en serio como un
paradigma del ‘acontecimiento intelectual del futuro’. El problema radica en
que el concepto de inteligencia de la sociedad de la información -o del
conocimiento- está específicamente modelado por la llamada ‘inteligencia
artificial’", lo cual quiere decir que "estamos hablando de máquinas
electrónicas que por medio del procesamiento de datos tienen una capacidad de
almacenamiento cada vez más alta para simular actividades rutinarias del
cerebro humano"[8].
Y a esa capacidad de almacenar millones de datos y de procesarlos en
poco tiempo en los computadores se ha bautizado como "memoria", lo
cual es un eufemismo puesto que esa
función no se parece en nada a la prodigiosa memoria humana. En efecto,
mientras nuestra memoria está ligada al cuerpo y a las emociones, lo que se ha
denominado inadecuadamente como "memoria" en el computador es algo
muerto, un simple depósito de datos. Lo mismo puede decirse de la inteligencia,
cualidad esencialmente humana, de ahí que sea impropio hablar de inteligencia
artificial o cosas por el estilo. Ya lo dijo J. Weizenbaum, "por mucha
inteligencia que los ordenadores puedan obtener ahora o en el futuro, la suya
será una inteligencia ajena a los auténticos problemas y preocupaciones
humanos"[9].
Un caso extremo de lo que se entiende por conocimiento en el
capitalismo actual nos lo proporciona Jeremy Rifkin cuando sostiene que hasta
los robots y los computadores con avanzados sofwares "están invadiendo las
últimas esferas humanas disponibles: el reino de la mente. Adecuadamente
programadas, estas nuevas ‘máquinas pensantes’ son capaces de realizar
funciones conceptuales, de gestión y administrativas y de coordinar el flujo de
producción, desde la propia extracción de materias primas hasta el marketing y
la distribución de servicios y productos acabados"[10]. Esta
apreciación nos ayuda a entender que en la "nueva era", el
"conocimiento" hace referencia a pura y simple información -hasta el
punto que los mecánicos robots "piensan" y "conocen" a ese
nivel- porque las Nuevas Tecnologías de la Información suministran datos de
poca calidad, superficiales y abundantes pero sin ningún tipo de profundidad y
en muchos casos falsos. No proporcionan ninguna guía moral o intelectual sobre
qué tipo de información deberíamos seleccionar y cómo deberíamos evaluarla. En
la "sociedad del conocimiento", hay grandes posibilidades para
escoger el color del automóvil, el modelo de móvil o los ingredientes de la
pizza, o sea, trivialidades. Por esta circunstancia, "gran parte de la
explosión de conocimiento es… algo gaseoso, en el que el estilo prevalece a la
sustancia, en que la mayoría de las personas sólo tienen elección respecto a lo
que se refiere a cosas no esenciales de la vida, en el que ‘todo lo sólido se
diluye en el aire’"[11].
[11]. Andy Hargreaves, Enseñar en la sociedad del
conocimiento. La educación en la era de la inventiva, Madrid,
Editorial Octaedro, 2003, p. 53.
Y lo que es peor aún, en una muestra de cinismo digno del capitalismo
contemporáneo, a nombre de una supuesta e irreversible "sociedad del
conocimiento" se pretenden dos
cosas, respectivamente en los terrenos laboral
y educativo: por un lado, sostener
que el único trabajo importante sería aquel que realizan quienes laboran en la
esfera del "conocimiento"; y, por otro lado, que los profesores deben
perder todos sus derechos como sujetos de la educación en aras de ajustarse a
los requerimientos de la "economía del conocimiento". Con
respecto a la cuestión del trabajo, es una ficción decir que los trabajadores
del conocimiento son los del futuro porque esas actividades son las que más se
expanden y consolidan, cuando para que aquéllos existan -siendo, además, una
notable minoría- es indispensable el trabajo degradado de los proletarios,
viejos y nuevos, de la era industrial, sometidos a regímenes inhumanos de
explotación en las zonas más pobres del mundo, además que muchos de los
"trabajadores simbólicos" son tan explotados como los trabajadores
materiales, como sucede con los ingenieros informáticos en la India o con los
empleados del Valle de Silicio, en los propios Estados Unidos. Y en cuanto a
los profesores, es significativo que cuando más se pregona sobre la fábula de
la sociedad del conocimiento aquellos sean las principales víctimas: víctimas
del desmonte de los mecanismos reguladores de los Estados, víctimas de la
privatización, víctimas de la reducción del gasto social, víctimas de la
taylorización de los sistemas de trabajo con la extensión de la jornada laboral
a un ritmo brutal, víctimas de la desestructuración de las familias
empobrecidas de la mayor parte de los estudiantes, víctimas de las reformas
educativas neoliberales que lo consideran como el único responsable de la mala
calidad de la educación, en fin, victimas del capitalismo realmente existente,
lo cual hace muy dudoso suponer que puedan estar actuando y laborando en una
"sociedad del conocimiento", más bien en una sociedad de la
ignorancia generalizada.
Ante todo esto, se puede recordar que las tan mentadas "sociedad
del conocimiento" y "economía del conocimiento" -simples eufemismos de capitalismo-
debilitan las comunidades, socavan las relaciones entre los seres humanos y
afecta negativamente la vida pública. Por ello, "una de las últimas
instituciones públicas supervivientes, la educación pública y sus docentes
deben preservar y reforzar las relaciones y el sentido de ciudadanía que la
economía de conocimiento está amenazando"[12], y por tal razón debe afrontar el reto de
preparar en valores solidarios que enfrenten al capitalismo actual y las
diversas expresiones de su fundamentalismo de mercado.
3. ¿"Sociedad del conocimiento" o
capitalismo de la ignorancia generalizada?
Definir al capitalismo actual como una sociedad del conocimiento no
sólo es pretencioso sino falso, si comparamos a esta forma de organización
social con otras que han existido, y algunas que sobreviven, a lo largo de la
historia. En rigor, todas las sociedades han sido sociedades del conocimiento
porque para la supervivencia de cada una de ellas se ha necesitado de un cierto
cúmulo de conocimientos producidos por los seres humanos en una determinada
fase histórica. No debe olvidarse que el conocimiento es histórico, y por lo
tanto relativo, y lo que hoy es visto como algo elemental, en su momento hizo
parte de una compleja trama de relaciones y de productos culturales. Desde este
punto de vista, todas las sociedades que han existido han sido sociedades del
conocimiento, y si esto es así nada ganamos con denominar al capitalismo actual
de esa manera pues eso no lo distingue de ninguna otra forma de organización
social. Una sociedad de cazadores o de recolectores puede incluso basarse mucho
más en el conocimiento que la sociedad actual, a pesar de que hoy estemos
rodeados de artefactos tecnológicos, por la sencilla razón que ese conocimiento
específico era imprescindible para su supervivencia, siendo algo más que pura
información. Por ejemplo, los cazadores de Kung San, del desierto de Kalahari,
si que podían catalogarse como una auténtica sociedad del conocimiento por la
forma como desarrollaban sus actividades cotidianas, como lo ilustra este breve
relato de Carl Sagan:
El pequeño grupo de cazadores sigue el rastro de huellas de cascos y
otras pistas. Se detienen un momento junto a un bosque de árboles. En
cuclillas, examinan la prueba más atentamente. El rastro que venían siguiendo
se ve cruzado por otro. Rápidamente deciden qué animales son los responsables,
cuántos son, qué edad y sexo tienen, si hay alguno herido, con qué rapidez
viajan, cuánto tiempo hace que pasaron, si los siguen otros cazadores, si el
grupo puede alcanzar a los animales y, si es así, cuánto tardaran. Tomada la
decisión, dan un golpecito con las manos en el rastro que seguirán, hacen un
ligero sonido entre los dientes como silbando y se van rápidamente. A pesar de
sus arcos y flechas envenenadas, siguen en su forma de carrera al estilo de una
maratón durante horas. Casi siempre han leído el mensaje en la tierra
correctamente. Las bestias salvajes, elands u okapis están donde creían, en la
cantidad y condiciones estimadas. La caza tiene éxito. Vuelven con la carne al
campamento temporal. Todo el mundo lo festeja[13].
Este caso demuestra que los seres humanos siempre nos hemos esforzado
por acumular y transmitir conocimientos y toda sociedad se define por los
conocimientos de los que dispone, lo cual "vale tanto para el conocimiento
natural como para el religioso o la reflexión teórico-social". Por esto,
"parece increíble que desde hace algunos años se esté difundiendo el
discurso de la "sociedad del conocimiento… como si sólo ahora se hubiese
descubierto el verdadero conocimiento y como si la sociedad hasta hoy no hubiese
sido una "sociedad del conocimiento""[14].
La confusión que se esconde detrás de la muletilla "sociedad del
conocimiento" estriba en suponer que conocimiento es sinónimo de
información, porque si de algo está inundado nuestro mundo es de información,
que desinforma y desmoviliza. En sentido estricto, información no es
conocimiento, cuando mucho conocimiento trivial, similar a estar enterado del
movimiento de la bolsa de valores o del momento en el que llega el próximo bus
a la estación de Transmilenio. Cuando se mezclan como sinónimos conocimiento e
información en realidad están en juego dos categorías de conocimiento: el de
las señales y el funcional. Este último está reservado a la elite tecnológica
"que construye, edifica y mantiene en funcionamiento los sistemas de
aquellos materiales y máquinas "inteligentes". El conocimiento de las
señales, por el contrario, compete a las máquinas, pero también a sus usuarios,
por no decir a sus objetos humanos. Ambos tienen que reaccionar automáticamente
a determinadas informaciones o estímulos. No necesitan saber cómo funcionan
esas cosas; sólo necesitan procesar los datos "correctamente". Este
es un comportamiento mecánico basado en la informática que sirve para programar
secuencias funcionales. En realidad.
Se trabaja con procesos describibles y mecánicamente re-ejecutables,
con medios formales, por una secuencia de señales (algoritmos). Esto suena bien
para el funcionamiento de tuberías hidráulicas, aparatos de fax y motores de
automóviles; está muy bien que haya especialistas en eso. Sin embargo, cuando
el comportamiento social y mental de los seres humanos es también representable,
calculable y programable, estamos ante una materialización de las visiones de
terror de las modernas utopías negativas. Esa especie de conocimiento social de
señales sugiere vuelos mucho menos audaces que los del famoso perro de Pavlov.
A comienzos del siglo XX, el fisiólogo Ivan Petrovitch Pavlov había descubierto
el llamado reflejo condicionado. Un reflejo es una reacción automática a un
estímulo externo. Un reflejo condicionado o motivado consiste en el hecho de
que esa reacción puede ser también desencadenada por una señal secundaria
aprendida, que está ligada al estímulo original. Pavlov asoció el reflejo
salival innato de los perros ante la visión de la ración de comida con una
señal, y pudo finalmente provocar también ese reflejo utilizando la señal de
manera aislada. Por lo que parece, la vida social e intelectual en la sociedad
del conocimiento -o sea, de la información- debe orientarse por un camino de
comportamiento que corresponda a un sistema de reflejos condicionados: estamos
siendo reducidos a aquello que tenemos en común con los perros, puesto que el
esquema de estímulo-reacción de los reflejos tiene que ver absolutamente con el
concepto de información e "inteligencia" de la cibernética y de la
informática[15].
Y si algún conocimiento es limitado y parcial es el de las señales, de
donde resulta profundamente empobrecedor y restringido que los seres humanos se
guíen y actúen en concordancia con "las señales del mercado".
"Este conocimiento miserable de las señales no es, a decir verdad, ningún
conocimiento. Un mero reflejo no es al fin y al cabo ninguna reflexión
intelectual, sino exactamente lo contrario. Reflexión significa no sólo que
alguien funcione, sino también que ese alguien pueda reflexionar ‘sobre’ tal o
cual función y cuestionar su sentido"[16].
La escasa reflexión intelectual que caracteriza a los profetas de la
"sociedad del conocimiento" queda en evidencia cuando se constata que
aunque la información crece en forma alocada, el conocimiento real disminuye y
se generaliza la estupidez televisiva. Al fin y al cabo que más puede esperarse
de "una conciencia sin historia, volcada hacia la atemporalidad de la
‘inteligencia artificial’ que pierde cualquier orientación", porque
"la sociedad del conocimiento, que no conoce nada de sí misma, no tiene
más que producir que su propia ruina. Su notable fragilidad de memoria es al
mismo tiempo su único consuelo" [17].
La pretendida "sociedad del conocimiento" es una auténtica
falacia si se considera, por ejemplo, que según las mismas proyecciones que se
efectúan en países como los Estados Unidos, el 70 por ciento de los puestos de
trabajo que se crean en ese país no requieren de ninguna preparación
profesional y menos de educación universitaria. El sofisma de la "sociedad
del conocimiento" pretende ocultar que en estos momentos lo que se está generando
es la más espantosa desigualdad social, expresada por supuesto en la educación,
en la que una ínfima minoría accede a todo tipo de servicios educativos,
mientras que la mayoría no tiene ninguna posibilidad de capacitarse, entre
otras cosas porque el mercado laboral demanda en todos los países del mundo
trabajo barato y sin ninguna preparación, como se observa en las maquilas y en
las fábricas de la muerte que se implantan en todo el planeta.
Además, es verdaderamente cínico que se asuma una noción tan vaporosa
como la de "sociedad del conocimiento" cuando lo que predomina en
el capitalismo actual es la ignorancia generalizada en todos los terrenos, como
se constata con los 800 millones de analfabetos que hay en el mundo, a lo cual
deben agregarse otros millones de analfabetos funcionales -es decir, aquellos
que aunque supuestamente sepan leer y escribir no están en capacidad de
entender lo que leen ni de expresarse coherentemente a través de la escritura-
y la "ignorancia sofisticada"
de los que siendo expertos o profesionales no pueden pensar en el sentido
estricto del término, entre los que hay que incluir forzosamente a los que se
mueven en el terreno de la informática y la cibercultura, cuyo pensamiento es
bastante tosco y rudimentario.
Tampoco tiene mucho sentido catalogar al capitalismo como una
sociedad del conocimiento cuando asistimos a la destrucción de miles de lenguas
y a una bestial homogeneización cultural a nombre de los "valores superiores" de la "economía de mercado" y de su
tecnología informática, la que ni siquiera es capaz de almacenar información
para el corto plazo, digamos unos 20 años. Esto último supone que buena parte
de la información generada después de 1980 y que se ha depositado en disquetes,
CDs y otros dispositivos ni siquiera existe hoy, habiéndose perdido por
completo y para siempre, dado que los nuevos mecanismos electrónicos no son
capaces de leerla. Desde esta perspectiva, para la memoria colectiva de la
humanidad ha sido más importante el papiro que nos ha legado información
durante miles de años que los discos de computadora que solamente almacenan
información fugaz, que tiene tan corta vida como las máquinas en que se procesa
y como la "memoria" de los
tecnócratas neoliberales.
Para terminar, no tiene sentido hablar de "sociedad del
conocimiento" en momentos en que se presenta el mayor genocidio cultural
de todos los tiempos, patentizado en la desaparición acelerada de cientos de
idiomas en todo el mundo, lo cual está asociado a la brutal imposición del inglés.
Cada lengua que se pierde supone la desaparición de saberes extraordinarios
sobre medicina, botánica, ecosistemas y el clima y conocimientos esenciales
para el desarrollo de la agricultura. Al mismo tiempo, la erosión cultural que
caracteriza a la sociedad capitalista actual se manifiesta, por ejemplo, en que
los autores más traducidos y más leídos en el mundo escriben en inglés, y la
mayor parte de esos autores (como Stephen King) han escrito libros basura, es
decir, textos que no aportan nada ni al conocimiento ni al arte sino que son
productos comerciales desechables sin ninguna utilidad duradera, tales como
novelas tontas, ciencia-ficción de pésima calidad, recetas de cocina o técnicas
para adelgazar. Por todo ello, podemos concluir señalando que paradójicamente,
y en contra de los lugares comunes, "nuestra generación es la primera en
la historia que ha perdido más conocimiento del que ha adquirido"[18].
* Robert
Kurz, "La ignorancia de la Sociedad del Conocimiento", en antroposmoderno.com/antro-articulo.php?id_articulo=247. (Subrayado
nuestro)
[1]. Banco Mundial, Aprendizaje permanente en la economía global
del conocimiento. Desafíos para los países en desarrollo,Bogotá, Banco
Mundial, Alfaomega, 2003, p. 1
http://siteresources.worldbank.org/EDUCATION/Resources/278200-1099079877269/547664-1099079984605/LLL_KE_Spanish.pdf
[2]. Juan Carlos Tedesco, Educar en la sociedad del conocimiento, Buenos
Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000, pp. 11-12.
[7]. Juan B. Fuentes Ortega y Mª José Callejo Herranz, "En torno a la
idea de "sociedad del conocimiento": Crítica (filosófico-política) a
la LOU, a su contexto y a sus críticos", en www.filosofia.net/materiales/num/num17/Critilou.htm
[8]. R. Kurtz, "La ignorancia en la Sociedad del Conocimiento",
en antroposmoderno.com/antro-articulo.php?id_articulo=247
[9]. Citado en Theodore Roszak, El culto a la información. El
folclore de los ordenadores y el verdadero arte de pensar, México,
Editorial Grijalbo, 1990, p. 148.
[10]. J.
Rifkin, The End of Work. The Decline or the Global Labor Force and the
Dawn of the Post-Market Era, Nueva York, Putnan Book, 1995.
[11]. Andy Hargreaves, Enseñar en la sociedad del conocimiento. La
educación en la era de la inventiva, Madrid, Editorial Octaedro, 2003, p.
53.
[13]. Carl Sagan, El mundo y sus demonios. La ciencia como una luz
en la oscuridad, Bogotá, Editorial Planeta, 1997, p. 339.
[14]. Robert Kurz, "La ignorancia de la Sociedad del
Conocimiento", en antroposmoderno.com/antro-articulo.php?id_articulo=247
[18]. Pat Roy Mooney, El siglo ETC. Erosión, transformación
tecnológica y concentración corporativa en el siglo XXI,Montevideo,
Editorial Nordan Comunidad, 2002, p. 21.
http://www.herramienta.com.ar/revista-herramienta-n-35/la-sociedad-del-conocimiento-una-falacia-comercial-del-capitalismo-contempo
Manuel
Castells y Boris Yeltsin
BORÍS
YELTSIN
La
democratización de la URSS es imparable
El
dilema de Gorbachov
Manuel
Castells es catedrático de Sociología de la UAM, ha sido profesor visitante en
la Escuela Superior del Comité Central del Komsmol (Moscú) en marzo-abril de
1991.
La
nueva revolución rusa
Manuel
Castells es catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid y director del
Programa de Estudios Rusos del Instituto de Sociología de la UAM. (Este
artículo fue escrito antes de la reunión del Congreso de los Diputados
Populares de la URSS).
¿Yeltsin
dictador?
¿Qué
va a pasar en Rusia?
Manuel Castells y el 15 M
[9].
Citado en Theodore Roszak, El culto a la información. El folclore de
los ordenadores y el verdadero arte de pensar, México, Editorial
Grijalbo, 1990, p. 148
El culto
a la información: el folklore de los ordenadores y el verdadero arte de pensar
Roszak,
Theodore - El culto a la informacion.1986.pdf
Tratado
sobre alta tecnología inteligencia artificial y el verdadero arte de pensar
El fin del
trabajo
El fin
del trabajo. El declive de la fuerza del trabajo global y el nacimiento de la
era posmercado,
es un libro de ensayo sobre economía y trabajo escrito por el economista estadounidense Jeremy
Rifkin en 1995. El autor plantea la inevitable reducción de la jornada laboral -como
mecanismo para el reparto del trabajo- ante el constante aumento
de la productividad en las sociedades modernas
desarrolladas.1
The End
of Work o El fin del trabajo
Construir
Sociedades de Conocimiento: Nuevos Desafíos para la Educación Terciaria
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