04/05/2016
Mauricio Macri.
Foto: HispanTV
A raíz de la llegada Mauricio Macri a la presidencia se desató en algunos
círculos académicos argentinos la reflexión en torno del “modelo económico” que
la derecha estaba intentando imponer. Se trató no solo de hurgar en los curriculum
vitae de ministros, secretarios de estado y otros altos funcionarios
sino sobre todo en la avalancha de decretos que desde el primer día de gobierno
se precipitaron sobre el país. Buscarle coherencia estratégica a ese conjunto
fue una tarea ardua que a cada paso chocaba con contradicciones que obligaban a
desechar hipótesis sin que se pudiera llegar a un esquema mínimamente riguroso.
La mayor de ellas fue probablemente la flagrante contradicción entre medidas
que destruyen el mercado interno para favorecer a una supuesta ola exportadora
evidentemente inviable ante el repliegue de la economía global, otra es la suba
de las tasas de interés que comprime al consumo y a las inversiones a la espera
de una ilusoria llegada de fondos provenientes de un sistema financiero
internacional en crisis que lo único que puede brindar es el armado de
bicicletas especulativas.
Algunos optaron por resolver el tema adoptando definiciones abstractas
tan generales como poco operativas (“modelo favorable al gran capital”,
“restauración neoliberal”, etc.), otros decidieron seguir el estudio pero cada
vez que llegaban a una conclusión satisfactoria aparecía un nuevo hecho que les
tiraba abajo el edificio intelectual construido y finalmente unos pocos, entre
los que me encuentro, llegamos a la conclusión de que buscar una coherencia
estratégica general en esas decisiones no era una tarea fácil pero tampoco
difícil sino sencillamente imposible. La llegada de la derecha al gobierno no
significa el reemplazo del modelo anterior (desarrollista, neokeynesiano o como
se lo quiera calificar) por un nuevo modelo (elitista) de desarrollo, sino
simplemente el inicio de un gigantesco saqueo donde cada banda de saqueadores
obtiene el botín que puede obtener en el menor tiempo posible y luego de
conseguido pugna por más a costa de las víctimas pero también si es necesario
de sus competidores. La anunciada libertad del mercado no significó la
instalación de un nuevo orden sino el despliegue de fuerzas entrópicas, el país
burgués no realizó una reconversión elitista-exportadora sino que se sumergió
en un gigantesco proceso destructivo.
Si estudiamos los objetivos
económicos reales de otras derechas latinoamericanas como las de Venezuela,
Ecuador o Brasil encontraremos similitudes sorprendentes con el caso argentino,
incoherencias de todo tipo, autismos desenfrenados que ignoran el contexto
global así como las consecuencias desestabilizadoras de sus acciones o
“proyectos” generadores de destrucciones sociales desmesuradas y posibles
efectos boomerang contra la propia derecha[1]. Es evidente que el cortoplacismo y la
satisfacción de apetitos parciales dominan el escenario.
En la década de 1980 pero sobre todo en los años 1990 el discurso
neoliberal desbordaba optimismo, el “fantasma comunista” había implotado
y el planeta quedaba a disposición de la única superpotencia: los Estados
Unidos, el libre mercado aparecía con su imagen triunfalista prometiendo
prosperidad para todos. Como sabemos esa avalancha no era portadora de
prosperidad sino de especulación financiera, mientras la tasas de crecimiento
económico real global seguían descendiendo tendencialmente desde los años 1970
(y hasta la actualidad) la masa financiera comenzó a expandirse en progresión
geométrica. Se estaban produciendo cambios de fondo en el sistema, mutaciones
en sus principales protagonistas que obligaban a una reconceptualización. En el
comando de la nave capitalista global comenzaban a ser desplazados los
burgueses titulares de empresas productoras de objetos útiles, inútiles o
abiertamente nocivos y su corte de ingenieros industriales, militares
uniformados y políticos solemnes, y empezaban a asomar especuladores financieros,
payasos y mercenarios despiadados, la criminalidad anterior medianamente
estructurada comenzaba a ser remplazada por un sistema caótico mucho más letal.
Se retiraba el productivismo keynesiano (heredero el viejo productivismo
liberal) y comenzaba a instalarse el parasitismo neoliberal.
El
concepto de lumpenburguesía
Existen antecedentes de ese concepto, por ejemplo en Marx cuando
describía a la monarquía orleanista de Francia (1830-1848) como un sistema bajo
la dominación de la aristocracia financiera señalando que “en las
cumbres de la sociedad burguesa se propagó el desenfreno por la satisfacción de
los apetitos más malsanos y desordenados, que a cada paso chocaban con las
mismas leyes de la burguesía , desenfreno en el que, por la ley natural, va a
buscar su satisfacción la riqueza procedente del juego, desenfreno por el que
el placer se convierte en crápula y en que confluyen el dinero, el lodo y la
sangre. La aristocracia financiera, lo mismo en sus métodos de
adquisición, que en sus placeres, no es más que el renacimiento del
lumpenproletariado en las cumbres de la sociedad burguesa”[2]. La
aristocracia financiera aparecía en ese enfoque claramente diferenciada de la
burguesía industrial, clase explotadora insertada en el proceso productivo. Se
trataba, según Marx, de un sector instalado en la cima de la sociedad que
lograba enriquecerse “no mediante la producción sino mediante el escamoteo
de la riqueza ajena ya creada”[3]. Ubiquemos dicha descripción en el
contexto del siglo XIX europeo occidental marcado por el ascenso del
capitalismo industrial donde esa aristocracia navegando entre la usura y el
saqueo aparecía como una irrupción históricamente anómala destinada a ser
desplazada tarde o temprano por el avance de la modernidad. Marx señalaba que
hacia el final del ciclo orleanista “La burguesía industrial veía sus
intereses en peligro, la pequeña burguesía estaba moralmente indignada, la
imaginación popular se sublevaba. París estaba inundado de libelos. “La
dinastía de los Rothschild”, “Los usureros, reyes de la época”, etc. en lo que
se denunciaba y anatematizaba, con más o menos ingenio, la dominación de la
aristocracia financiera” [4].
Resulta notable ver aparecer a los Rothschild como “usureros”, imagen
claramente precapitalista, cuando en las décadas que siguieron y hasta la
Primera Guerra Mundial simbolizaron al capitalismo más sofisticado y moderno. Karl Polanyi los idealizaba como pieza
clave de la Haute Finance europea instrumento decisivo, según
él, en el desarrollo equilibrado del capitalismo liberal, cumpliendo una
función armonizadora poniéndose por encima de los nacionalismos, anudando
compromisos y negocios que atravesaban las fronteras estatales calmando así la
disputas interimperialistas. Describiendo a la Europa de las últimas décadas
del siglo XIX Polanyi explicaba que: “los Rothschild no estaban sujetos a un
gobierno; como una familia, incorporaban el principio abstracto del
internacionalismo; su lealtad se entregaba a una firma, cuyo crédito se había
convertido en la única conexión supranacional entre el gobierno político y el
esfuerzo industrial en una economía mundial que crecía con rapidez”[5].
Lo que para Marx era una anomalía, un resto degenerado del pasado, para
Polanyi era una pieza clave de la “Pax Europea”, del progreso liberal de
Occidente quebrado en 1914. La permanencia de los Rothschild y de sus
colegas banqueros durante todo el largo ciclo del despegue y consolidación
industrial de Europa demostró que no se trataba de una anomalía sino de una
componente parasitaria indisociable (aunque no hegemónica en ese ciclo) de la
reproducción capitalista. Por otra parte el estallido de 1914 y lo que siguió
desmintió la imagen de cúpula armonizadora, estableciendo acuerdos, negocios
que imponían equilibrios. Sus refinamientos y su aspecto “pacificador”
formaban parte de un doble juego peligroso pero muy rentable, por un lado
alentaban de manera discreta toda clase de aventuras coloniales y ambiciones
nacionalistas como por ejemplo las carreras armamentistas (y de inmediato
pasaban la cuenta) y por otro las calmaban cuando amenazaban producir desastres,
pero esa sucesión de excitantes y calmantes aplicadas a monstruos que absorbían
drogas cada vez más fuertes terminó como tenía que terminar: con un gigantesco
estallido bajo la forma de Primera Guerra Mundial.
El concepto de “lumpenburguesía” aparece por primera vez
hacia fines de los años 1950 a través de algunos textos de “Ernest Germain”
seudónimo empleado por Ernest Mandel haciendo referencia a la burguesía de
Brasil que el autor consideraba una clase semicolonial, “atrasada”, no
completamente “burguesa” (en el sentido moderno-occidental del término).
Fue retomado más adelante, en los años 1960-1970 por André Gunder Frank
generalizándolo a las burguesías latinoamericanas[6].
Tanto Mandel como Gunder Frank establecían la diferencia entre las burguesías
centrales: estructuradas, imperialistas, tecnológicamente sofisticadas y las
burguesías periféricas, subdesarrolladas, semicoloniales, caóticas, en fin: lumpenburguesas (burguesías
degradadas).
Pero ese esquema empezó a ser desmentido por la realidad desde los años
1970 con la declinación del keynesianismo productivista y sus acompañantes
reguladores e integradores. Se desató el proceso de transnacionalización
y financierización del capitalismo global que desde comienzos de los años 1990
(con la implosión de la URSS y la aceleración del ingreso de China en la
economía de mercado) adquirió un ritmo desenfrenado y una extensión planetaria.
Mientras se desaceleraba la economía productiva crecía exponencialmente la
especulación financiera, una de sus componentes principales, los productos
financieros derivados equivalían a unas dos veces el Producto Bruto
Mundial en el 2000 y representaban en 2008 unas 12 veces el Producto Bruto Mundial,
por su parte la masa financiera global (derivados y otros papeles) equivalía en
ese momento a una 20 veces el Producto Bruto Mundial. Hegemonía financiera
apabullante que transformó completamente la naturaleza de la elites económicas
del planeta, la desregulación (es decir la violación creciente de todas las
normas), el cortoplacismo, las dinámicas depredadoras, fueron los
comportamientos dominantes produciendo veloces concentraciones de ingresos
tanto en los países centrales como en los periféricos, marginaciones sociales,
deterioros institucionales (incluidas las crisis de representatividad).
Todo ello se ha agravado desde la crisis financiera de 2008 confirmando
la existencia de una lumpenburguesía global dominante (resultado
de la decadencia sistémica general) cuyos hábitos de especulación y saqueo
enlazan con ascensos militaristas que potencian su irracionalidad, los Estados
Unidos se encuentran en el centro de esa peligrosa fuga hacia adelante.
Escalada militar en el Este de Europa, Medio Oriente y Asia del Este acompañada
por claros síntomas de descontrol financiero donde por ejemplo el Deustche Bank
acumula actualmente unos 75 billones de dólares en productos financieros
derivados[7],
papeles altamente volátiles que representaban en 2015 unas 22 veces el Producto
Bruto Interno de Alemania y unas 4,6 veces el Producto Bruto Interno de toda la
Unión Europea, del otro lado del Atlántico solo cinco grandes bancos
norteamericanos (Citigroup, JP Morgan, Goldman Sachs, Bank of America y Morgan
Stanley) acumulaban derivados por cerca de 250 billones de dólares[8], equivalentes
a 3,4 veces veces el Producto Bruto Mundial o bien unas 14 veces el Producto
Bruto Interno de los Estados Unidos. Imaginemos las consecuencias económicas
globales del muy probable desplome de esa masa de papeles, mientras tanto los
grandes lobos de Wall Street juegan alegremente al poker admirados por pequeñas
aves carroñeras de la periferia deseosas de “abrirse al mundo” y participar del
festín.
América
Latina
América Latina no ha quedado fuera de esa mutación de carácter global.
Existe un consenso bastante amplio en cuanto a la configuración de las elites
económicas latinoamericanas durante las dos primeras etapas de la
“modernización” regional (es decir su integración plena al capitalismo) entre
fines del siglo XIX y mediados del siglo XX: la agro-minera-exportadora con sus
correspondientes “oligarquías” seguida por el llamado período
(industrializante) de sustitución de importaciones con la emergencia de burguesías
industriales locales. Especificidades nacionales de distinto tipo muestran
casos que van desde la inexistencia de “segunda etapa” en pequeños países
casi sin industrias hasta desarrollos industriales significativos como en
Brasil, Argentina o México con burguesías y empresas estatales poderosas. Desde
prolongaciones industriales de las viejas oligarquías hasta irrupciones de
clases nuevas , advenedizos no completamente admitidos por las viejas elites
hasta integraciones de negocios donde los viejos apellidos se mezclaban con los
de los recién llegados.
En torno de los años 1960-1970 el proceso de industrialización fue siendo
acorralado por la debilidad de los mercados internos y su dependencia
tecnológica y de las divisas proporcionadas por las exportaciones primarias
tradicionales, apabullado por un capitalismo global que impuso ajustes y
destruyó o se apoderó de tejidos productivos locales. La transnacionalización y
financierización globales se expresaron en la región como desarrollo del
subdesarrollo, firmas occidentales que pasaron a dominar áreas industriales
decisivas mientras bancos europeos y norteamericanos hacía lo propio con el
sector financiero, al mismo tiempo se agudizaba la exclusión social urbana y
rural. La llamada etapa de industrialización por sustitución de importaciones
había significado el fortalecimiento del Estado y en varios casos importantes
la “nacionalización” de una porción significativa de las elites
dominantes con la emergencia de burguesías industriales nacionales inestables,
pero eso comenzó a ser revertido desde los años 1960-1970 y el proceso de
colonización se aceleró en los años 1990.
Lo que ahora constatamos son combinaciones entre asentamientos de
empresas transnacionales dominantes en la banca, el comercio, los medios de
comunicación, la industria, etc. rodeados por círculos multiformes de burgueses
locales completamente transnacionalizados en sus niveles más altos rodeados a
su vez por sectores intermedios de distinto peso. Los grupos locales se
caracterizan por una dinámica de tipo “financiero” combinando a gran
velocidad toda clase de negocios legales, semilegales o abiertamente ilegales,
desde la industria o el agrobusiness hasta el narcotráfico pasando por
operaciones especulativas o comerciales más o menos opacas. Es posible
investigar a una gran empresa industrial mexicana, brasileña o argentina y
descubrir lazos con negocios turbios, colocaciones en paraísos fiscales, etc. o
a una importante cerealera realizando inversiones inmobiliarias en convergencia
con blanqueos de fondos provenientes de una red-narco a su vez asociada a un
gran grupo mediático. Las elites económicas latinoamericanas aparecen como una
parte integrante de la lumpenburguesía global, son su sombra periférica, ni más
ni menos degradada que sus paradigmas internacionales. Muy por debajo de todo
ese universo sobreviven pequeños y medianos empresarios industriales, agrícolas
o ganaderos que no forman parte de las elites pero que si consiguen ingresar al
ascensor de la prosperidad inevitablemente son capturados por la cultura de los
negocios confusos, si no lo hacen se estancan en el mejor de los casos o
emprenden el camino del descenso.
Aunque cuando estudiamos a esas elites rápidamente descubrimos que su
dinámica puramente “económica” solo existe en nuestra imaginación, un negocio
inmobiliario de gran envergadura seguramente requiere conexiones judiciales,
políticas, mediáticas, etc., por su parte para llegar a los niveles más altos
de la mafia judicial es necesario disponer de buenas conexiones con círculos de
negocios, políticos, mediáticos, etc. y ser exitoso en la carrera política
requiere fondos y coberturas mediáticas y judiciales. En suma, se trata en la
práctica de un complejo conjunto de articulaciones mafiosas, grupos de poder transectoriales
vinculados a, más o menos subordinados a (o formando parte de) tramas
extra-regionales a través de canales de diverso tipo: el aparato de
inteligencia de los Estados Unidos, un mega banco occidental, una red
clandestina de negocios, alguna empresa industrial transnacional, etc.
A comienzos del siglo XX la elites latinoamericanas formaban parte de una
división internacional del trabajo donde la periferia agropecuaria-minera
exportadora se integraba de manera colonial a los capitalismos centrales
industrializados, en aquellos tiempos Inglaterra era el polo dominante[9]. Luego llegó
el siglo XX y su recorrido de crisis, guerras, revoluciones y
contrarrevoluciones, keynesianismos, fascismos, socialismos… pero al final de
ese siglo todo ese mundo quedaba enterrado, triunfaba el neoliberalismo y el
capitalismo globalizado y cuando este entró en crisis en América Latina
emergieron y se instalaron las experiencias progresistas que intentaron
resolver las crisis de gobernabilidad con políticas de inclusión social a
sistemas que eran más o menos reformados buscando hacerlos más productivos,
menos sometidos a los Estados Unidos, más igualitarios y democráticos. Las
elites dominantes se pusieron histéricas, aunque no habían sido seriamente
desplazadas perdían posiciones de poder, se les escapaban de las manos negocios
suculentos y su agresividad fue en aumento a medida que la crisis global
dificultaba sus operaciones. Por su parte los Estados Unidos en retroceso
geopolítico global acentuó sus presiones sobre la región intentando su
recolonización. Al comenzar el año 2016 los progresismos han sido
acorralados como en Brasil o Venezuela o derrocados como en Paraguay o
Argentina, Obama se frota las manos y sus buitres se lanzan al ataque, los
capriles y macris cantan victoria convencidos de que estamos retornando a la
“normalidad” (colonial), pero no es así; en realidad estamos ingresando en una
nueva etapa histórica de duración incierta marcada por una crisis deflacionaria
global que se va agravando acompañada por señales alarmantes de guerra.
Las élites dominantes locales no son el sujeto de una nueva
gobernabilidad sino el objeto de un proceso de decadencia que las desborda,
peor aún esas lumpenburguesías aportan crisis a la crisis más allá de sus
manipulaciones mediáticas que tratan de demostrar lo contrario, creen tener
mucho poder pero no son más que instrumentos ciegos de un futuro sombrío.
Aunque la declinación real del sistema abre la posibilidad de un renacimiento
popular, seguramente difícil, doloroso, no escrito en manuales, ni siguiendo
rutas bien pavimentadas y previsibles.
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Este texto ha sido publicado en el número 6 de la revista Maíz, Facultad
de Periodismo y Ciencias de la Comunicación – Universidad Nacional de La Plata,
Argentina, mayo de
2016.
- Jorge Beinstein es economista argentino,
docente de la Universidad de Buenos Aires.
[1] Jorge Beinstein, "Serra
contra o Mercosul: o auge das direitas loucas na América Latina" http://cartamaior.com.br/?/Editoria/Internacional/Serra-contra-o-Mercosul-o-auge-das-direitas-loucas-na-America-Latina%0D%0A/6/15507
[2] Carlos Marx, “Las luchas de
clases en Francia de 1848 a 1850”, en Carlos Marx-Federico Engels, Obras
Escogidas, Tomo I, páginas 128-129, Editorial Progreso, Moscú 1966.
[3] Ibid.
[5] Karl Polanyi, “The Great
Transformation.The Political and Economic Origins of Our Time”, Bacon Press,
Boston, Massachusetts, 2001.
[6] Andre Gunder Frank, “Lumpenburguesía: lumpendesarrollo”,
Colección Cuadernos de América, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo,
1970.
[7] Tyler Durden, "Is Deutsche
Bank The Next Lehman?", Zero Hedge, http://www.zerohedge.com/news/2015-06-12/deutsche-bank-next-lehman
[8] Michael Snyder, "Financial
Armageddon Approaches", INFOWARS, http://www.infowars.com/financial-armageddon-approaches-u-s-banks-have-247-trillion-dollars-of-exposure-to-derivatives/
[9] "La inversión de las
naciones industriales, en especial de Inglaterra, fluyó hacia América Latina.
Entre 1870 y 1913, el valor de las inversiones británicas aumentó de 85
millones de libras esterlinas a 757 millones, una multiplicación casi por nueve
en cuatro décadas. Hacia 1913, los inversores británicos poseían
aproximadamente dos tercios del total de la inversión extranjera".
Skidmore, Thomas E. y Smith, Peter H., "Historia contemporánea de América
Latina. América Latina en el siglo XX", Ed. Grijalbo. 4a. edición, España,
1996.
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