Jean Bricmont
12/NOV/2008
Pascual Serrano
En los
últimos años, parte de la progresía internacional, ha llegado a equiparar las
intervenciones humanitarias con el carácter solidario internacionalista que
tradicionalmente ha caracterizado a la izquierda. Este libro del belga Jean
Bricmont se encarga, con una lucidez estremecedora, de desmantelar ese
pensamiento.
En los
últimos años, parte de la progresía internacional, ha llegado a equiparar las
intervenciones humanitarias con el carácter solidario internacionalista que
tradicionalmente ha caracterizado a la izquierda. Este libro del belga Jean
Bricmont se encarga, con una lucidez estremecedora, de desmantelar ese
pensamiento. Para las injerencias militares el poder esgrime dos tipos de
argumentos. Unos, destinados a los sectores de la población menos politizada y
menos conocedora de la política internacional, a ellos se les airea el
espantajo del terrorismo o la presencia de armas y dictadores peligrosos. En
cambio, para los intelectuales y la élite, puesto que serán conscientes de que
las supuestas amenazas de esos estados son exageradas, las acciones militares
se presentan como intervenciones humanitarias que legitiman el derecho de
injerencia. Así, gran parte del discurso ético de la izquierda considera la
necesidad de exportar la democracia y los derechos humanos echando mano de las
intervenciones militares del primer mundo, y califican de relativistas morales
e indiferentes al sufrimiento ajeno a quienes critican esas injerencias. De
forma que es precisamente esa izquierda la que inventa e interioriza “la
ideología de la guerra humanitaria como un mecanismo de legitimación”.
Para
empezar, bastaría con recordar la legislación internacional, el mismo preámbulo
de la Carta de las Naciones Unidas establece como prioridad “preservar a las
futuras generaciones del flagelo de la guerra” para lo cual es fundamental el
“respeto de la soberanía nacional y la no injerencia en los asuntos internos de
otros Estados”. Evidentemente, el primer paso para la guerra es enviar un
ejército a otro país sin el consentimiento de este último. Es un error plantear
que existen gobiernos buenos -que pueden invadir- y malos -que merecen ser
invadidos y derrocados-. No olvidemos que si aceptamos esa opción, la invasión
legítima, en el fondo, estamos autorizando la del fuerte sobre el débil. ¿Acaso
invadirá Brasil (tan democrático como EEUU) a Iraq para instaurar la
democracia? ¿Aceptaríamos que Siria bombardeara con carácter preventivo a
Israel? Recordemos que ha sido atacado alguna vez por ese país, estaría muy
fundado su ataque preventivo.
Olvidan
también que el poder siempre se ha presentado como altruista. Decir que se
bombardea Yugoslavia para impedir una limpieza étnica, se invade Afganistán
para defender los derechos de las mujeres o se ocupa Iraq para llevar la
democracia y liberar al país de un dictador, no difiere mucho del discurso de
la Santa Alianza para enfrentar las ideas de la Ilustración que inspiraron la
Revolución Francesa, o del de Hitler que justificó su invasión de los Sudestes
checoslovacos para defender a la minoría alemana. Parece que esa izquierda de
fervor internacionalista humanitario olvida que, ya en los tiempos más
recientes, el intervencionismo extranjero occidental, que viene a ser lo mismo
que decir el estadounidense, es el que apoya Suharto frente a Sukarno, a los
dictadores guatemaltecos frente a Arbentz, a Somoza frente a los sandinistas, a
los generales brasileños contra Goulart, a Pinochet frente a Allende, al
apartheid frente a Mandela, al Sha contra Mossadegh y a los golpistas
venezolanos contra Chávez.
El cinismo
de las intervenciones llega tan lejos que se presentan como en defensa de la
democracia, pero si de democracia se tratase, deberían escuchar las constantes
condenas de los no alineados que representan el 70 % de la población. Véase el
caso de Cuba, cuyo bloqueo es condenado masivamente por todos los países de las
Naciones Unidas. Si por democracia entendemos escuchar a la opinión pública, he
aquí dos ejemplos claros de cómo aplicarla sin enviar tropas a ningún país.
Comparar
intervenciones actuales, por muy humanitarias y democráticas que parezcan, con
ejemplos históricos de internacionalismo como fueron las Brigadas
Internacionales durante la Guerra Civil española es, en opinión de Bricmont,
una frivolidad absoluta. Cuando hoy decimos “nosotros debemos intervenir
para... “, no es que vayamos a ir físicamente como hicieron valerosa y
generosamente aquellos brigadistas, ahora el “nosotros” quiere decir que irán
las fuerzas armadas de los países poderosos. No se puede comparar el interés
por la democracia de los brigadistas internacionales con el de la U.S. Air
Force, como la historia de este ejército está demostrando. Y, por supuesto, es
diferente el valor de aquellos -muchos de los cuales dieron su vida- con el
nuestro que nos limitamos -bajo un solemne nosotros- a pronunciarnos a favor de
la intervención desde el sofá de nuestra casa. Existe, en opinión de nuestro
autor, otra importante diferencia entre el internacionalismo proletario y el
humanismo intervencionista actual. Entonces había unos intereses comunes entre
los movimientos sindicales, anarquistas, comunistas o socialistas que entendían
que los trabajadores debían unirse frente a un enemigo común. Pero, ahora, “en
términos de objetivos políticos, ¿qué tienen la izquierda en común con el Dalai
Lama, el Ejército para la Liberación de Kosovo, los separatistas chechenos,
Natan Sharansky y Vaclav Havel?”. Todos ellos, en algún momento, han tenido el
apoyo de la izquierda occidental. Por otro lado, en caso de una solidaridad
materializada en la presencia de uno mismo, siempre puede controlar el
desarrollo de esa intervención porque la protagoniza, tal y como sucedía con
las Brigadas Internacionales, pero los defensores de los derechos humanos, vía
intervención militar, “no tienen influencia, ni siquiera una influencia
moderadora, sobre la fuerza que ellos alientan, es decir, el ejército de EEUU”.
Otro error es pensar que una sociedad democrática es garantía de que su presencia militar en otros países será respetuosa con los derechos humanos. Pero desde los tiempos del colonialismo a los actuales con las invasiones con la aplicación de la tortura y la existencia de ese gulag que es Guantánamo, se ha demostrado que eso no es verdad.
Es frecuente
apelar al nazismo y a la Segunda Guerra Mundial como ejemplo de pasividad ante
los dictadores y que la lección que debemos haber aprendido es que la política
del apaciguamiento no es efectiva. Pero, en realidad, lo que sucedió en el
expansionismo nazi fue precisamente lo que ahora estamos permitiendo, que un
país invade con la argumentación altruista de que lo hace para proteger
determinadas nacionalidades minoritarias. Para eso se crearon las Naciones Unidas para que nunca más nos
lanzáramos a la guerra de todos contra todos en nombre de la defensa de minorías étnicas.
El error es
considerarnos tan superiores como para creernos en el derecho de violar la
carta fundacional de las Naciones Unidas e ignorar la soberanía de los países.
Es verdad que los derechos humanos son un valor universal, pero les exigimos a
países del Tercer Mundo que respeten derechos humanos que nosotros nunca
respetamos cuando nos encontrábamos en sus mismos niveles de subdesarrollo. No somos
capaces de entender que no puede desaparecer la corrupción policial si el
policía no gana para comer, ni dejará de haber cultivos ilícitos si los
campesinos se mueren de hambre cultivando maíz o que la ausencia de libertad de
prensa es irrelevante para ellos si no saben leer ni escribir y cada día mueren
miles de niños por falta de comida. Esto, que hace unas décadas hubiera sido
una obviedad para la izquierda, ahora se ha olvidado, en lo que supone una
victoria del concepto neoliberal de los derechos humanos. Los intelectuales de
Occidente no dejan de repetir que las naciones del Tercer Mundo deben resolver
sus diferencias como lo hacen los del primero, sin entender que su situación de
subdesarrollo, con quien debería compararles es con nuestra Europa y Estados
Unidos de hace muchos años. Así, el desarrollismo de China (explotación
laboral, trabajo infantil... ) es lo mismo que hizo Inglaterra en los tiempos
de Dickens. Olvidamos que nuestra riqueza, confort y democracia se basa, en
primer lugar, en una explotación de los recursos naturales inviable si lo
quisieran hacer en el resto del mundo, queremos que China respete los derechos
humanos como nosotros, pero nos asusta que consuman tanta leche y cereales como
hacemos aquí porque desestabilizan el mercado mundial. Además, olvidamos que
ninguna de las violaciones y abusos del Tercer Mundo se puede comparar en
crueldad a las que hicieron los países ricos en su periodo colonizador.
Incluso
cuando algunos de estos intelectuales de izquierda intentan estar por encima
del bien y del mal, con sus expresiones de equidistancia del tipo “ni Milosevic
ni OTAN”, “ni Sadam ni Bush”, están insinuando que estar en contra de un
bombardeo de la OTAN o una invasión estadounidense requiere de un rechazo
expreso a esos regímenes para que no se interprete que se defienden, cuando el
único asunto a plantearse es la violación de la legislación internacional por
parte de una potencia invasora.
Jean
Bricmont considera que la izquierda está cayendo en un absolutismo moral de situarse
por encima del bien y del mal, no se quiere “mojar” y sólo apuesta por un
catálogo de buenas intenciones para así no equivocarse (abrir las fronteras,
garantizar el pleno empleo...), a costa de no ofrecer ninguna alternativa
concreta para el mundo real. “Obviamente, si no hacemos nada que pueda tener un
efecto sobre la realidad, no correremos ningún riesgo y no tendremos que
preocuparnos que nos acusen de apoyar a Stalin o a Pol Pot”. Y, por supuesto,
desde esa moral tan inmaculada como incapaz, la izquierda se permite encontrar
errores y defectos en un Chávez vociferante, un Castro personalista o un Lula
demasiado moderado, y así con cualquier gobernante progresista que surja y que
se vea obligado, ese es su defecto, a tener los pies en la tierra.
Es en esa
línea de “mojarse” que el autor de la obra propugna “defender el mal menor, el derecho internacional por oposición al
hegemonismo estadounidense”.
Incluso
cuando los intelectuales de izquierda expresan públicamente su apoyo -critica
el autor-, no se sabe muy bien en qué consiste, no se diferencia entre apoyo
pasivo y activo. Como “la mayoría de nosotros no tiene ni armas ni secretos que
entregar a alguna causa con la que simpaticemos”, nuestro “apoyo” es
sentimental, tan meritorio y sacrificado como el del hincha de fútbol que grita
en el sofá con una cerveza en la mano a favor de su equipo. Este hábito procede
de los tiempos de la Internacional Comunista, cuando había un centro
revolucionario que escuchaba y difundía nuestras opiniones hasta el otro lado
del mundo, algo que ahora no lo hay.
Según
Bricmont, “un mínimo de modestia debería hacernos comprender que, lejos de
apoyar a una resistencia que no nos pide nada, es ella la que nos apoya a
nosotros. Después de todo, esta resistencia es mucho más efectiva bloqueando el
aparato militar estadounidense, al menos temporalmente, que los millones de
manifestantes que han marchado pacíficamente contra la guerra y que,
desafortunadamente, no lograron detener ni a los soldados ni a las bombas” de
sus propios gobiernos. Pero el autor deja claro que lo suyo no es un alegato a
favor de permanecer en casa y “cultivar nuestro jardín”: “¿Por qué la gente que
critica que no hayamos intervenido en Ruanda, donde cerca de 8.000 personas
murieron cada día durante cien días, no se siente responsable ante el hecho de
que el mismo número de personas muere en África cada día, todo el año,
debido a enfermedades que son relativamente fáciles de prevenir?”. Hay una
diferencia entre intervención y cooperación, y para cambiar nuestra mentalidad
haría falta más modestia y menos arrogancia. Nuestra soberbia nos lleva a
considerar que el primer mundo está en condiciones de arreglar todos los
conflictos del globo, de ahí el dilema de considerar que el caos dominante en
Iraq no hace recomendable una salida de las tropas ocupantes, “sería mucho más
realista admitir que no tenemos soluciones a los problemas de los demás y que,
en consecuencia, lo mejor que podríamos hacer es no inmiscuirnos en sus
asuntos”. La opción más recomendada sería, por tanto, “cooperación pacífica, no injerencia, respeto a la soberanía nacional y
resolución de los conflictos mediante la intermediación de las Naciones Unidas”.
La
conclusión es que “la ideología de la
intervención en nombre de los derechos humanos ha sido el instrumento perfecto
para destruir a los movimientos pacifistas y a los movimientos
antiimperialistas”. Las organizaciones de derechos humanos, ante esas
invasiones, piden que se respeten las leyes de la guerra, en lugar de denunciar
la ilegalidad de la invasión, es como si pidieran a los violadores que
utilizaran preservativo.
Pero a pesar
de sus duras críticas, la conclusión con la que termina el libro, es
esperanzadora. Los medios y los intelectuales dominantes no son tan poderosos,
perdieron el referéndum de la constitución Europea en Francia, pierden cada
votación en Venezuela y en Estados Unidos no han conseguido que la mayoría de
la población deje de oponerse a la invasión de Iraq. Basta contrastar la
facilidad con que EEUU derrocó a Mosadegh o a Arbenz en los cincuenta y lo que
le está costando controlar Iraq, y no digamos dar la vuelta a la tortilla en
Venezuela o en Irán. No me resisto a reproducir su párrafo final: “Todos aquellos que prefieren la paz antes
que el poder, y la felicidad antes que la gloria, deberían estar agradecidos a
los pueblos colonizados por su misión civilizadora: al liberarse de su yugo,
han hecho a los europeos más modestos, menos racistas y más humanos. Esperemos
que el proceso continúe y que EEUU se vea forzado a seguir la misma vía. Cuando
nuestra causa es injusta, la derrota puede ser liberalizadora”.
Jean Bricmont. “Imperialismo humanitario. El uso de los Derechos Humanos
para vender la guerra”. El Viejo Topo. Barcelona 2008. Traducción de A. J.
Ponziano Bertoucini
Parte del
libro, Imperialismo humanitario: el uso de los derechos humanos para vender la
guerra. Escrito por Jean Bricmont
https://books.google.es/books?id=bUlVA8QntGwC&printsec=frontcover&hl=es&source=gbs_ge_summary_r&cad=0#v=onepage&q&f=false
"Imperialismo
humanitario: El uso de los Derechos Humanos para vender la guerra"
Imperialismo
Humanitario: los derechos humanos como excusa para la intervención militar
(Jean Bricmont)
ENTREVISTA
CON JEAN BRICMONT
Imperialismo Humanitario
Imperialismo Humanitario
Imperialismo humanitario. Los derechos
humanos, el derecho de injerencia, más fuerte es la derecha?
"La
izquierda se ha autodestruido aceptando las intervenciones humanitarias"
Jean Bricmont recoge en su libro 'Imposturas intelectuales' que la
izquierda debería exigir un estricto respeto del derecho internacional por
parte de los gobiernos occidentales
Jean
Bricmont: "La izquierda se ha autodestruido aceptando las intervenciones
humanitarias
Por Àngel
Ferrero | Público.es | 25 noviembre del 2015
Jean
Bricmont (Uccle,
1952), profesor de Física en la Universidad Católica de Lovaina, es
conocido por el público español por Imposturas intelectuales(Paidós),
una demoledora crítica del posmodernismo coescrita con Alan Sokal, y por Imperialismo
humanitario. El uso de los Derechos Humanos para vender la guerra (El
Viejo Topo), de cuya edición española se cumplen en este 2015 diez años. Con
motivo de este aniversario, Público entrevistó a Bricmont para
hablar de las principales ideas del libro, con el conflicto de Siria como telón
de fondo.
Han
pasado 10 años desde la publicación en español de Imperialismo humanitario.
¿Qué le llevó a escribir entonces este libro?
Comenzó como
una reacción a la actitud de la izquierda durante la guerra de Kosovo, en 1999,
que fue en gran medida aceptada con argumentos humanitarios, y también a la más
bien débil oposición del movimiento pacifista antes de la invasión de 2003 en
Irak.
Por ejemplo,
muchos "pacifistas" aceptaron la política de sanciones impuesta en la
primera guerra del Golfo, en 1991, e incluso después, y eran favorables a las
inspecciones en los días previos a la guerra sin darse cuenta de que era una
maniobra para preparar a la opinión pública para que la aceptase, algo que se
hizo público a través de filtraciones posteriores, como los llamados papeles de
Downing Street.
Me parecía
que la ideología de la intervención humanitaria había destruido por completo en
la izquierda cualquier noción de respeto al derecho internacional, así como
cualquier actitud crítica hacia los medios de comunicación.
¿Qué cree
que ha cambiado en estos últimos 10 años?
Los
imperialistas humanitarios siguen ocupados empujándonos hacia nuevas guerras
Han cambiado
muchas cosas, aunque me temo que no debido a mi libro. Se trata, más bien, de
una realidad que se ha revelado por sí misma, primero, con el caos en Irak,
luego en Libia y ahora en Siria y en Ucrania, conduciendo a la
crisis de los refugiados y a un estado próximo a la guerra con Rusia, que no
sería un simple desfile militar.
Los
imperialistas humanitarios siguen ocupados empujándonos hacia nuevas guerras,
pero ahora hay una parte considerable de la opinión pública que está en contra
de estas políticas. Esa parte es probablemente más importante en la derecha que
en la izquierda.
El papel
de los intelectuales a la hora de legitimar las intervenciones e injerencias
occidentales es duramente criticado en el libro, así como sus acciones
simbólicas, como la firma de cartas públicas y manifiestos, ¿por qué?
El problema
con los intelectuales es que les encanta pretender que son
críticos del poder cuando en realidad lo legitiman. Por ejemplo, lamentarán que
nuestros gobiernos occidentales no hacen lo suficiente para promover nuestros
valores (a través de intervenciones y subversiones), lo que, por
descontado, refuerza el concepto de que “los nuestros” o “nuestros gobiernos”
hacen eso de buena voluntad, algo de lo que conviene dudar, como trato de
explicar en mi libro.
Estos intelectuales en
ocasiones son criticados, ¿pero por quién? En general por figuras marginales,
creo. Siguen dominando en los medios de comunicación y en la esfera intelectual.
Otra de
las preocupaciones del libro es la degradación del discurso público. ¿Cree que
la situación empeorado? ¿Cómo valora el impacto de las redes sociales?
El discurso
público ha ido de mal a peor, al menos en Francia. Este hecho está relacionado
con la censura constante, ya sea a través de demandas legales o campañas
de demonización, o del discurso políticamente incorrecto, en el que se incluye
a quienquiera que cuestione el discurso dominante sobre los crímenes de
nuestros enemigos y las justificaciones para las guerras.
Las redes
sociales es la única alternativa que queda a los disidentes, con el
inconveniente de que, allí, cabe cualquier cosa, incluyendo las teorías más
descabelladas.
Algunos
comentaristas señalan que Rusia está utilizando actualmente su propia versión
de la “ideología de los derechos humanos” para justificar su intervención
en Crimea o su campaña de bombardeos en Siria contra el Estado Islámico. ¿Le
parece justa esta comparación?
¿Quién
empezó a desmantelar el orden internacional basado en la Carta de la ONU y la
premisa de igual soberanía de todas las naciones? La respuesta, obviamente, es
los EEUU y sus aliados.
No creo que
Rusia ni siquiera alegue intervenir por motivos humanitarios. En el caso de
Crimea, se basa en el derecho a la propia autodeterminación de un pueblo que es
básicamente ruso, que fue vinculado a Ucrania de manera arbitraria en 1954 (en
una época en la que no importaba demasiado, porque Ucrania era parte de la
Unión Soviética) y que tenía todas las razones del mundo para temer un gobierno
fanáticamente antirruso en Kiev.
En el caso
de Siria, han respondido a la demanda de ayuda del gobierno de ese
país para combatir a los terroristas procedentes del
extranjero. No veo por qué es menos legítima que la intervención de Francia en
Mali, que también fue demandada por el gobierno de ese país, o la intervención,
más reciente, de Estados Unidos en Irak contra el Estado Islámico.
Por
supuesto, los movimientos de los rusos pueden demostrarse como equivocados y
pueden debatirse desde un punto de vista pacifista, pero la cuestión
fundamental es la siguiente: ¿Quién empezó a desmantelar el orden internacional
basado en la Carta de la ONU y la premisa de igual soberanía de todas las
naciones? La respuesta, obviamente, es los Estados Unidos y sus aliados (en los
viejos tiempos, uno estaba acostumbrado a decir lacayos). Rusia sólo está
respondiendo a ese desorden y lo hace a través de vías legales.
No
abandonemos Siria. Algunos políticos europeos exigen una intervención militar
en Siria y Libia para restaurar el orden y detener el flujo de refugiados hacia
la Unión Europea. ¿Qué opina de esta crisis y de las soluciones planteadas por
la UE?
Nadie
probablemente esperaba la crisis de los refugiados, pero ocurrió en un
momento en el que los ciudadanos europeos son crecientemente hostiles a la
inmigración y a la construcción europea.
Los
políticos no saben resolver el problema que ellos mismos han creado. Sobre el
conflicto, diré que exigiendo la dimisión de Assad como condición previa a
resolver la crisis siria y apoyando a los llamados rebeldes moderados (la
etiqueta moderado significa aquí, en la práctica, que son los
que han sido escogidos por nosotros), previene cualquier solución en Siria. Es
más, una solución política debería estar basada en la diplomacia y esto último
presupone una evaluación realista de las fuerzas.
En el caso
de Siria, ser realista significa aceptar el hecho de que Assad tiene el control
del ejército y tiene aliados extranjeros, Irán y Rusia. Ignorar este hecho es
una manera de negar la realidad y de rechazar dar cualquier oportunidad a la
diplomacia.
Nadie
probablemente esperaba la crisis de los refugiados, pero ocurre en un momento
en el que los ciudadanos europeos son crecientemente hostiles a la inmigración
y a la construcción europea. La mayoría de los gobiernos europeos se enfrentan
a lo que llaman movimientos populistas, esto es, movimientos que exigen una
mayor soberanía para sus propios países.
El flujo de
refugiados no podría llegar en peor momento desde el punto de vista de los
gobiernos europeos, por lo que intentan resolver el problema como pueden: con
países periféricos como Hungría alzando vallas (que denuncian en público pero
de las que probablemente se alegran en privado), reintroduciendo controles
fronterizos, pagando a Turquía para que se haga cargo de los refugiados,
etcétera.
También hay,
por supuesto, llamadas a intervenir en Siria y resolver el problema "en su
origen". ¿Pero qué es lo que pueden hacer ahora? ¿Prestar un mayor apoyo a
los rebeldes creando una zona de exclusión aérea, por ejemplo, y arriesgándose
a tener una confrontación directa con los rusos? ¿Ayudar al ejército sirio a
combatir a los rebeldes, como hacen los rusos? Pero eso significaría dar la
vuelta a años de propaganda y políticas contrarias a Assad.
En suma, son
rehenes de su propia situación, lo cual es una posición incómoda.
¿Por qué
cree que los verdes y la nueva izquierda defienden las intervenciones
humanitarias?
La nueva
izquierda está enteramente dominada por intelectuales pequeño-burgueses.
En última
instancia uno debe llevar a cabo un análisis de clase de la “nueva izquierda”.
Mientras que la “vieja izquierda” se basaba en la clase obrera y sus dirigentes
procedían de esa clase social, la nueva izquierda está enteramente dominada por
intelectuales pequeño-burgueses.
Estos
intelectuales no son “burguesía”, en el sentido de que no poseen los medios de
producción, ni son tampoco explotados.
Su función
social es la de proporcionar una ideología que pueda servir de justificación
cómoda a un sistema económico y a una serie de relaciones internacionales que
están basadas, en última instancia, en la fuerza bruta. La ideología de los
derechos humanos es perfecta desde ese punto de vista.
Es lo suficientemente
idealista e imposible de poner en práctica de manera consistente (si uno
tuviera que librar una guerra contra cada “violador de los derechos humanos”,
entonces entraríamos en una guerra contra todo el mundo, incluyéndonos a
nosotros mismos), como para permitir a aquellos defensores de la oportunidad
observar críticamente a los gobiernos (si no Intervienen lo suficiente).
Sin embargo,
desviando la atención de las relaciones de fuerza reales en el mundo, la
ideología de los derechos humanos ofrece también a aquellos que mantienen
realmente el poder una justificación moral para sus acciones. Así, los
intelectuales pequeño-burgueses de la nueva izquierda pueden
servir al poder y pretender, al mismo tiempo, ser subversivos. ¿Qué más se
le puede pedir a una ideología?
En la
conclusión del libro recomienda una suerte de pedagogía para el público
occidental, con el fin de que éste acepte el fin de la hegemonía occidental y
la emergencia de un nuevo orden en las relaciones internacionales. ¿Cómo se puede
contribuir a ello?
La izquierda
debería exigir un estricto respeto del derecho internacional por parte de los
gobiernos occidentales.
Como dije
antes, es la realidad la que está forzando a la audiencia occidental a cambiar.
Siempre fue un disparate pensar que se podían promover los derechos
humanos con un sinfín de guerras, pero ahora vemos las consecuencias de ese
disparate ante nuestros propios ojos.
Debería
haber una reorientación radical de las prioridades de la izquierda en los
asuntos internacionales: en lugar de intentar resolver los problemas en otros
países a través de intervenciones ilegales, la izquierda debería exigir un
estricto respeto del derecho internacional por parte de los gobiernos
occidentales, la cooperación pacífica con otros países, en particular Rusia,
Irán y China, y el desmantelamiento de alianzas militares agresivas como la
OTAN.
Imposturas
intelectuales
[Libro] Imposturas
intelectuales (Paidós) 1999 Alan Sokal- Jean Bricmot
Me
gustaría preguntarle sobre Imposturas intelectuales, el otro libro
que le hizo conocido para el público no especializado. Este libro, coescrito
con Alan Sokal, es una crítica al posmodernismo. ¿Sigue existiendo esa
influencia del posmodernismo entre los académicos y en la opinión pública?
Me resulta
difícil responderle a esta pregunta, porque precisaría un estudio sociológico
para el que no cuento con los medios necesarios. Pero debería decir que el
posmodernismo, como el giro hacia las intervenciones humanitarias, es otra vía
por la que la izquierda se ha autodestruido, aunque este aspecto ha tenido
consecuencias menos dramáticas que las guerras y el daño se limitó a una
“élite” de los círculos intelectuales.
Si la
izquierda quiere crear una sociedad más justa, ha de contar con una noción de
justicia. Si adopta una actitud relativista hacia la ética, ¿cómo puede
justificar sus objetivos? También tiene que denunciar las ilusiones
y mistificaciones del discurso dominante.
Es mejor
respaldarse en una noción de verdad que no es una “construcción social”, sin
más. El posmodernismo ha contribuído en gran medida a la destrucción de la
razón, la objetividad y la ética en la izquierda, y la ha conducido a su
suicidio.
A
propósito de Imposturas intelectuales:
Una entrevista a Alan Sokal
Una entrevista a Alan Sokal
Una
versión ligeramente abreviada de esta entrevista fue publicada en El Viejo Topo [Barcelona],
no. 132 (septiembre 1999), págs. 27-39.
Imposturas
intelectuales Alan Sokal y Jean Bricmont Paidós, 1999 (e.o. 1998)
Cuando los
derechos humanos son un pretexto para las intervenciones militares
imperialistas
19/10/2008
Respuesta
a la izquierda anti-antiguerra, por Jean Bricmont
¿DERECHO DE
INJERENCIA O DERECHO INTERNACIONAL?
Respuesta a
la izquierda anti-antiguerra
Por Jean
Bricmont
Jean
Bricmont
Los agentes involuntarios de la Orden Imperial – La
izquierda ilusa
Jean Bricmont - Archivo
La
caída de Saigón. ¿Recuerda Europa lo qué sucedió 40 años atrás?
Ambos lados
de la política estadounidense
07 de noviembre 2001
"Estados Unidos hará todo lo posible para
poner radios de las ruedas de los rusos"
Reflexiones
de Damasco a Paris: El yihadismo como instrumento del imperialismo y sus
guerras
LOS
INTELECTUALES DEL "CONSENSO" CONTRA SIRIA
IMPERIALISMO
HUMANITARIO
EL USO DE
LOS DERECHOS HUMANOS PARA VENDER LA GUERRA
Libia frente
al imperialismo humanitario. Entrevista
Entrevista
con Jean Bricmont, autor de Imperialismo humanitario
¿Derechos
humanos o derecho del más fuerte?
10-01-2006
En su nueva obra, Imperialismo humanitario, Jean Bricmont denuncia la
utilización del pretexto de los derechos humanos para justificar las agresiones
contra los países del sur. Encuentro con un pacifista e intelectual
comprometido
Traducido
del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
¿Cómo un
profesor de física teórica llega a escribir un libro sobre el imperialismo?
Jean
Bricmont. Siempre
me ha interesado la política, al menos de manera pasiva. El principio de mi
compromiso se remonta a 1999: lo suscitó la guerra contra Yugoslavia. Los
motivos humanitarios invocados por Estados Unidos para justificar esta agresión
me dejaron perplejo. También me sorprendió la falta de oposición de la
izquierda -e incluso, en parte, de la extrema derecha- frente a esta agresión.
He sido invitado a dar conferencias en todo tipo de lugares: iglesias
protestantes, movimiento musulmán, círculos de estudiantes, Attac... Mi
obra Imperialismo humanitario es, entre otras cosas, una
reacción ante las preocupaciones y las conversaciones mantenidas con las
personas y grupos con los que me encontré en estas conferencias. Este libro
también es una respuesta a las actitudes de algunos militantes políticos que se
dicen de izquierda. Legitiman las agresiones a países soberanos en nombre de
los derechos humanos. O reducen hasta tal punto su oposición que ésta se vuelve
simbólica.
¿Los derechos humanos a la basura?
Jean
Bricmont. Defiendo
las aspiraciones contenidas en la Declaración universal de los derechos humanos de 1948. Ésta contiene un conjunto de
derechos económicos, sociales, políticos e individuales. El problema surge
cuando el no respeto, real o supuesto, de estos derechos sirve para legitimar
una guerra, el embargo y otras sanciones contra un país. Cuando los derechos
humanos se convierten en un pretexto de una injerencia violenta. Además, muchas
veces la Declaración solo se lee parcialmente. Cuando se habla de respeto a los
derechos humanos, los derechos económicos y sociales suelen importar poco en
relación a los derechos individuales y políticos. Tomemos la calidad de sanidad
en Cuba. Se trata de un desarrollo absolutamente destacable de un derecho
socio-económico. Sin embargo se ignora completamente. Aun admitiendo que Cuba
corresponde perfectamente a la descripción muy crítica que Periodistas sin fronteras hace de ella,
esto no disminuye en nada la importancia de la calidad de su sanidad. Si se
expresan reservas sobre el respeto a los derechos políticos e individuales
cuando se habla de Cuba, al menos habría que mencionar la importancia de los
derechos económicos y sociales de los que se benefician los cubanos. Podríamos
preguntarnos, entonces, qué es más importante, los derechos individuales o el
derecho a la sanidad. Sin embargo, nadie razona de esta manera. Los defensores
de los derechos humanos ignoran generalmente el derecho a la vivienda, a la
alimentación, a la existencia o a la salud.
Precisamente su libro indica que estos elementos son ignorados en las campañas mediáticas contra los países socialistas como Cuba o China. Usted escribe que si India hubiera adoptado la vía china se podrían haber salvado cuatro millones de vidas.
Jean
Bricmont. Partiendo
de una base similar, los economistas Jean Drèze y Amartya Sen
calculan que China e India han seguido caminos de desarrollo diferentes y que
la diferencia entre los sistemas sociales de ambos países implica 3.900.000
muertos suplementarios al año en India.
En América latina se habrían salvado 285. 000 vidas al año si se hubiera aplicado el sistema cubano de sanidad y de alimentación. No digo que los éxitos en materia social y económica puedan justificar lagunas en otros derechos. Pero nadie afirmará lo contrario: el respeto de los derechos individuales y políticos no puede justificar que los derechos sociales y económicos sean ignorados. ¿Por qué los defensores de los derechos humanos nunca hacen estas declaraciones? Volvamos a Cuba. ¿Se puede justificar la falta de libertades individuales con una sanidad competente? Se discute eso. Si en Cuba hubiera un régimen pro-occidental, seguramente los servicios sanitarios no tendría tan buenas prestaciones. Al menos esto es lo que se deduce si se constata el estado sanitario en los países «pro-occidentales» de América latina. Así pues, en la práctica no encontramos con una opción: ¿qué tipo de derechos son más importantes, los socio-económicos o políticos e individuales? Se querría tener ambos a la vez. El presidente venezolano Chávez, por ejemplo, trata de conciliarlos. Pero la política de injerencia estadounidense hace difícil esta reconciliación en el tercer mundo. Lo que quiero subrayar es que no somos nosotros, personas que en occidente nos beneficiamos de ambos tipos de derechos, quienes tenemos que elegir. Más bien deberíamos consagrar nuestra energía a permitir un desarrollo independiente de los países del tercer mundo. Esperando que a largo plazo el desarrollo favorezca la emergencia de estos derechos.
¿La percepción de los derechos humanos y del deber de injerencia no es muy diferente según se viva en el norte o en el sur del planeta? Jean Bricmont.
En 2002,
poco antes de la guerra, estuve en Damasco (Siria) y Beirut (Líbano). Allí
conocí a varias personas. Decir que se oponían a la guerra contra Iraq es un
eufemismo. Y ello incluso en la universidad estadounidense de Beirut. ¡El
antiamericanismo y la oposición feroz a la guerra eran fortísimos!. ¡Cuando
volví a Bélgica no percibí el menor eco de ello! Tomemos la cuestión del
desarme de Iraq. Algunos miembros del CNAPD [coordinación belga contra
la guerra] me decían que había que imponer este desarme, no por la vía
militar desde luego, sino por medios pacíficos. Si se dice lo mismo en Oriente
Medio, la gente responde: «¿Y por qué no hay que desarmar a Israel?» En América
Latina y en el mundo arabo-musulmán sobre todo, la percepción del derecho
internacional es totalmente diferente de la que hay en nuestros países, incluso
en la izquierda y extrema izquierda. A estos últimos no parece que les interese
lo que piensan las poblaciones directamente concernidas por nuestras
injerencias.
¿Por qué? ¿Por egocentrismo, por etnocentrismo?
Jean
Bricmont. Durante
la colonización y la guerra de Vietnam, la izquierda antepuso una nueva
reflexión. Defendió un punto de vista anti-imperialista en materias económica,
militar, social. Después esta reflexión fue mermada por la injerencia de los
derechos humanos. La oposición al neo-colonialismo fue remplazada por la
voluntad de ayudar a los pueblos del sur a luchar contra sus gobiernos
dictatoriales, ineficaces, corruptos...Los defensores de esta opción no se dan
cuenta de la profundidad del abismo que les separa de los pueblos del tercer
mundo. Estos generalmente no aceptan la injerencia de los gobiernos
occidentales en sus asuntos internos. Muchos de ellos, por supuesto, aspiran a gobiernos
más democráticos o más honestos. Pero, ¿con qué objetivos? En primer lugar para
que sus dirigentes aseguren una gestión racional de sus recursos naturales,
para obtener mejores precios para sus materias primas, para que sus dirigentes
les preserven del control de las multinacionales e incluso para crear ejércitos
poderosos. Cuando algunos hablan aquí de gobiernos más democráticos, no se
refieren en absoluto a todo esto. Unos gobiernos verdaderamente democráticos en
el sur se parecerían más al de Chávez que al actual gobierno iraquí.
¿No habría en ello un fondo de ideología colonial?
Jean
Bricmont. Quizá,
pero en el marco de un leguaje post-colonial. Todo el mundo
condena la colonización. Quienes defienden las guerras actuales afirman que las
injerencias humanitarias son «completamente diferentes» del colonialismo. Si
embargo, es forzoso constatar la continuidad en el cambio. Las injerencia
fueron legitimadas primero por el cristianismo y después por una misión
civilizadora. También por el anticomunismo. En cualquier época se supone que
nuestra supuesta superioridad nos autoriza a cometer una serie de acciones.
¿Cuál es
el papel de los medios de comunicación en la propagación de este «imperialismo
humanitario»?
Jean
Bricmont. Fundamental.
En el caso de la guerra en Yugoslavia, los medios de comunicación se emplearon
en preparar a la opinión pública para estos ataques. En relación a Iraq los
periodistas repiten sin cesar: «En cualquier caso, está bien que se haya
derrocado a Sadam». Pero, ¿en qué medida es legítimo que Estados
Unidos derroque a Sadam? He aquí una pregunta que los periódicos no plantean
nunca. ¿Consideran los iraquíes esta injerencia como beneficiosa? En caso
afirmativo, ¿por qué más del 80% desea que Estados Unidos se vaya de su país?
La prensa critica a Estados Unidos, pero la crítica se refiere sobre todo a los
medios utilizados durante la guerra y durante la ocupación, no al principio
mismo de la injerencia.
¿Con un presidente demócrata Estados Unidos sería menos propenso a emprender guerras?
¿Con un presidente demócrata Estados Unidos sería menos propenso a emprender guerras?
Jean
Bricmont. Esto
depende mucho de cómo acabe la ocupación de Iraq. En Estados Unidos se están
alzando muchas voces que piden la retirada de las tropas. En muchos sectores de
la sociedad se ha instalado un clima de pánico. Si como en Vietnam la guerra de
Iraq termina en una catástrofe para los estadounidenses, durante algún tiempo
podría producirse un repliegue significativo. Si consiguen retirarse
suavemente, sin perder demasiadas plumas, entonces podrían emprender
rápidamente otra guerra. Pero creer que los demócratas son menos agresivos o no
preconizan las intervenciones militares es una ilusión que está muy viva.
¿Por qué la respuesta a la guerra de los progresistas europeos es tan débil?
Jean
Bricmont. En
efecto, los ecologistas, la izquierda socialista, los
partidos comunistas tradicionales, los trotskistas y la mayoría de las ONG han
dado muestras de una oposición muy débil. Estas corrientes se han visto
mermadas por la ideología de la injerencia humanitaria y ha abandonado toda referencia
seria al socialismo en sus programas. Una parte de esta izquierda ha sustituido
sus objetivos iniciales de mejora o de revoluciones sociales por la lucha por
los derechos humanos. Como para estos movimientos es difícil defender una
guerra de EEUU contra Yugoslavia o Iraq, adoptan esta postura tan cómoda del «Ni Ni». Esta postura permite evitar
todas las críticas: «Ni Bush ni Sadam».
Evidentemente puedo comprender que Sadam Husein no guste . Pero el «Ni, Ni» va
mucho más allá de esta constatación. En primer lugar esta postura no reconoce
la legitimidad del derecho internacional. No distingue entre agresores y
agredidos. Haciendo una comparación, durante la Segunda Guerra Mundial hubiera
sido muy difícil decir algo como «Ni Hitler, Ni Stalin» sin ser considerado
colaborador. En segundo lugar, esta fórmula desdeña el poder destructor de
Estados Unidos desde 1945. Desde el final de la Segunda Guerra mundial
interviene en todas partes del mundo para apoyar o instalar fuerzas
conservadoras, reaccionarias, desde Guatemala al Congo, de Indonesia a Chile.
Estados Unidos se esfuerza por matar el espíritu de cambio social de los pobres
en todas partes del mundo. Es este país, y no Sadam Husein, quien quiere
revocar a Hugo Chávez. La guerra de Vietnam tampoco de debió a Sadam. Aun
admitiendo el discurso de demonización contra Milosevic o Sadam Husein,
situarlos en pie de igualdad en el plano internacional con EEUU es totalmente
injusto y falso. Por último, lo que más me molesta de este «Ni, Ni» es la postura que adoptamos
frente a nuestra propia responsabilidad al seguir estas consignas. Cuando vemos
unos políticos que no nos gustan en el tercer mundo, hay que empezar
discutiendo con quienes viven en él y hacerlo con las organizaciones
representativas de masas, no con grupúsculos o individuos aislados. Hay que
tratar de ver si sus prioridades son las mismas que las nuestras. Espero que el movimiento altermundista ponga en
funcionamiento canales que permitan una mejor comprensión de los puntos de
vista del sur. Por el momento, la izquierda occidental tiende a quedarse en su
rincón, al mismo tiempo que tiene muy poca influencia ahí donde vive y hace el
juego al imperialismo, demonizando al árabe, al ruso, al chino...en nombre de la democracia y de los
derechos humanos. De lo que somos fundamentalmente responsables es del
imperialismo de nuestros propios países. Empecemos, pues, por dedicarnos a eso.
Y de manera eficaz.
Jean Bricmont. Impéralisme humanitaire. Droits de l'Homme, droit d'ingérence, droit du plus fort?, Ed. Aden, 2005, 253 pages, 18 euros. Se puede pedir a la editoria Aden :http://www.rezolibre.com/librairie/detail.php?article=98
VÉASE TAMBIÉN : Biografía de Jean Bricmont http://www.michelcollon.info/bio_invites.php?invite=Jean%20Bricmont
Jean Bricmont - Quelques remarques sur la violence, la démocratie et l'espoir: http://www.michelcollon.info/articles.php?dateaccess=2005-03-16%2017:32:42&log=invites
Quelques
remarques sur la violence, la démocratie et l’espoir.
Algunas
observaciones sobre la violencia, la democracia y la esperanza.
Jean
Bricmont
Algunas
observaciones sobre la violencia revolucionaria
22 de
noviembre de, de 2006
Jean
Bricmont - Européens, encore un effort si vous voulez vous joindre au
genrehumain! http://www.michelcollon.info/articles.php?dateaccess=2003-02-16%2018:24:22&log=invites
Jean Bricmont & Diana Johnstone - Les deux faces de la politique américaine http://www.michelcollon.info/articles.php?dateaccess=2001-11-07%2018:35:48&log=invites
Les deux
faces de la politique américaine
Ambos
lados de la política estadounidense
07 de
noviembre 2001
SOBRE LA GUERRA EN IRAQ Y SUS CAUSAS, VÉASE TAMBIÉN Nuevo libro [de Michel Collon] "Bush, le cyclone" : http://www.michelcollon.info/bush_le_cyclone.php
Entrevista
con Jean Bricmont, autor de Imperialismo humanitario
¿Derechos
humanos o derecho del más fuerte?
10-01-2006
En su nueva obra, Imperialismo humanitario, Jean Bricmont denuncia la
utilización del pretexto de los derechos humanos para justificar las agresiones
contra los países del sur. Encuentro con un pacifista e intelectual
comprometido
Traducido
del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
¿Cómo un
profesor de física teórica llega a escribir un libro sobre el imperialismo?
Jean
Bricmont. Siempre
me ha interesado la política, al menos de manera pasiva. El principio de mi
compromiso se remonta a 1999: lo suscitó la guerra contra Yugoslavia. Los
motivos humanitarios invocados por Estados Unidos para justificar esta agresión
me dejaron perplejo. También me sorprendió la falta de oposición de la
izquierda -e incluso, en parte, de la extrema derecha- frente a esta agresión.
He sido invitado a dar conferencias en todo tipo de lugares: iglesias
protestantes, movimiento musulmán, círculos de estudiantes, Attac... Mi
obra Imperialismo humanitario es, entre otras cosas, una
reacción ante las preocupaciones y las conversaciones mantenidas con las
personas y grupos con los que me encontré en estas conferencias. Este libro
también es una respuesta a las actitudes de algunos militantes políticos que se
dicen de izquierda. Legitiman las agresiones a países soberanos en nombre de
los derechos humanos. O reducen hasta tal punto su oposición que ésta se vuelve
simbólica.
¿Los derechos humanos a la basura?
Jean
Bricmont. Defiendo
las aspiraciones contenidas en la Declaración universal de los derechos humanos de 1948. Ésta contiene un conjunto de
derechos económicos, sociales, políticos e individuales. El problema surge
cuando el no respeto, real o supuesto, de estos derechos sirve para legitimar
una guerra, el embargo y otras sanciones contra un país. Cuando los derechos
humanos se convierten en un pretexto de una injerencia violenta. Además, muchas
veces la Declaración solo se lee parcialmente. Cuando se habla de respeto a los
derechos humanos, los derechos económicos y sociales suelen importar poco en
relación a los derechos individuales y políticos. Tomemos la calidad de sanidad
en Cuba. Se trata de un desarrollo absolutamente destacable de un derecho
socio-económico. Sin embargo se ignora completamente. Aun admitiendo que Cuba
corresponde perfectamente a la descripción muy crítica que Periodistas sin fronteras hace
de ella, esto no disminuye en nada la importancia de la calidad de su sanidad.
Si se expresan reservas sobre el respeto a los derechos políticos e
individuales cuando se habla de Cuba, al menos habría que mencionar la
importancia de los derechos económicos y sociales de los que se benefician los
cubanos. Podríamos preguntarnos, entonces, qué es más importante, los derechos
individuales o el derecho a la sanidad. Sin embargo, nadie razona de esta manera.
Los defensores de los derechos humanos ignoran generalmente el derecho a la
vivienda, a la alimentación, a la existencia o a la salud.
Precisamente su libro indica que estos elementos son ignorados en las campañas mediáticas contra los países socialistas como Cuba o China. Usted escribe que si India hubiera adoptado la vía china se podrían haber salvado cuatro millones de vidas.
Precisamente su libro indica que estos elementos son ignorados en las campañas mediáticas contra los países socialistas como Cuba o China. Usted escribe que si India hubiera adoptado la vía china se podrían haber salvado cuatro millones de vidas.
Jean
Bricmont. Partiendo
de una base similar, los economistas Jean Drèze y Amartya Sen
calculan que China e India han seguido caminos de desarrollo diferentes y que
la diferencia entre los sistemas sociales de ambos países implica 3.900.000
muertos suplementarios al año en India.
En América latina se habrían salvado 285. 000 vidas al año si se hubiera aplicado el sistema cubano de sanidad y de alimentación. No digo que los éxitos en materia social y económica puedan justificar lagunas en otros derechos. Pero nadie afirmará lo contrario: el respeto de los derechos individuales y políticos no puede justificar que los derechos sociales y económicos sean ignorados. ¿Por qué los defensores de los derechos humanos nunca hacen estas declaraciones? Volvamos a Cuba. ¿Se puede justificar la falta de libertades individuales con una sanidad competente? Se discute eso. Si en Cuba hubiera un régimen pro-occidental, seguramente los servicios sanitarios no tendría tan buenas prestaciones. Al menos esto es lo que se deduce si se constata el estado sanitario en los países «pro-occidentales» de América latina. Así pues, en la práctica no encontramos con una opción: ¿qué tipo de derechos son más importantes, los socio-económicos o políticos e individuales? Se querría tener ambos a la vez. El presidente venezolano Chávez, por ejemplo, trata de conciliarlos. Pero la política de injerencia estadounidense hace difícil esta reconciliación en el tercer mundo. Lo que quiero subrayar es que no somos nosotros, personas que en occidente nos beneficiamos de ambos tipos de derechos, quienes tenemos que elegir. Más bien deberíamos consagrar nuestra energía a permitir un desarrollo independiente de los países del tercer mundo. Esperando que a largo plazo el desarrollo favorezca la emergencia de estos derechos.
¿La percepción de los derechos humanos y del deber de injerencia no es muy diferente según se viva en el norte o en el sur del planeta? Jean Bricmont.
En 2002,
poco antes de la guerra, estuve en Damasco (Siria) y Beirut (Líbano). Allí
conocí a varias personas. Decir que se oponían a la guerra contra Iraq es un
eufemismo. Y ello incluso en la universidad estadounidense de Beirut. ¡El
antiamericanismo y la oposición feroz a la guerra eran fortísimos!. ¡Cuando
volví a Bélgica no percibí el menor eco de ello! Tomemos la cuestión del
desarme de Iraq. Algunos miembros del CNAPD [coordinación belga contra
la guerra] me decían que había que imponer este desarme, no por la vía
militar desde luego, sino por medios pacíficos. Si se dice lo mismo en Oriente
Medio, la gente responde: «¿Y por qué no hay que desarmar a Israel?» En América
Latina y en el mundo arabo-musulmán sobre todo, la percepción del derecho
internacional es totalmente diferente de la que hay en nuestros países, incluso
en la izquierda y extrema izquierda. A estos últimos no parece que les interese
lo que piensan las poblaciones directamente concernidas por nuestras
injerencias.
¿Por qué? ¿Por egocentrismo, por etnocentrismo?
Jean
Bricmont. Durante
la colonización y la guerra de Vietnam, la izquierda antepuso una nueva
reflexión. Defendió un punto de vista anti-imperialista en materias económica,
militar, social. Después esta reflexión fue mermada por la injerencia de los
derechos humanos. La oposición al neo-colonialismo fue remplazada por la
voluntad de ayudar a los pueblos del sur a luchar contra sus gobiernos
dictatoriales, ineficaces, corruptos...Los defensores de esta opción no se dan
cuenta de la profundidad del abismo que les separa de los pueblos del tercer
mundo. Estos generalmente no aceptan la injerencia de los gobiernos
occidentales en sus asuntos internos. Muchos de ellos, por supuesto, aspiran a
gobiernos más democráticos o más honestos. Pero, ¿con qué objetivos? En primer
lugar para que sus dirigentes aseguren una gestión racional de sus recursos
naturales, para obtener mejores precios para sus materias primas, para que sus
dirigentes les preserven del control de las multinacionales e incluso para
crear ejércitos poderosos. Cuando algunos hablan aquí de gobiernos más
democráticos, no se refieren en absoluto a todo esto. Unos gobiernos
verdaderamente democráticos en el sur se parecerían más al de Chávez que al
actual gobierno iraquí.
¿No habría en ello un fondo de ideología colonial?
Jean
Bricmont. Quizá,
pero en el marco de un leguaje post-colonial. Todo el mundo
condena la colonización. Quienes defienden las guerras actuales afirman que las
injerencias humanitarias son «completamente diferentes» del colonialismo. Si
embargo, es forzoso constatar la continuidad en el cambio. Las injerencia
fueron legitimadas primero por el cristianismo y después por una misión
civilizadora. También por el anticomunismo. En cualquier época se supone que
nuestra supuesta superioridad nos autoriza a cometer una serie de acciones.
¿Cuál es
el papel de los medios de comunicación en la propagación de este «imperialismo
humanitario»?
Jean
Bricmont. Fundamental.
En el caso de la guerra en Yugoslavia, los medios de comunicación se emplearon
en preparar a la opinión pública para estos ataques. En relación a Iraq los
periodistas repiten sin cesar: «En cualquier caso, está bien que se haya
derrocado a Sadam». Pero, ¿en qué medida es legítimo que Estados
Unidos derroque a Sadam? He aquí una pregunta que los periódicos no plantean
nunca. ¿Consideran los iraquíes esta injerencia como beneficiosa? En caso
afirmativo, ¿por qué más del 80% desea que Estados Unidos se vaya de su país?
La prensa critica a Estados Unidos, pero la crítica se refiere sobre todo a los
medios utilizados durante la guerra y durante la ocupación, no al principio
mismo de la injerencia.
¿Con un presidente demócrata Estados Unidos sería menos propenso a emprender guerras?
Jean
Bricmont. Esto
depende mucho de cómo acabe la ocupación de Iraq. En Estados Unidos se están
alzando muchas voces que piden la retirada de las tropas. En muchos sectores de
la sociedad se ha instalado un clima de pánico. Si como en Vietnam la guerra de
Iraq termina en una catástrofe para los estadounidenses, durante algún tiempo
podría producirse un repliegue significativo. Si consiguen retirarse
suavemente, sin perder demasiadas plumas, entonces podrían emprender rápidamente
otra guerra. Pero creer que los demócratas son menos agresivos o no preconizan
las intervenciones militares es una ilusión que está muy viva.
¿Por qué la respuesta a la guerra de los progresistas europeos es tan débil?
Jean
Bricmont. En
efecto, los ecologistas, la izquierda socialista, los
partidos comunistas tradicionales, los trotskistas y la mayoría de las ONG han
dado muestras de una oposición muy débil. Estas corrientes se han visto
mermadas por la ideología de la injerencia humanitaria y ha abandonado toda
referencia seria al socialismo en sus programas. Una parte de esta izquierda ha
sustituido sus objetivos iniciales de mejora o de revoluciones sociales por la
lucha por los derechos humanos. Como para estos movimientos es difícil defender
una guerra de EEUU contra Yugoslavia o Iraq, adoptan esta postura tan cómoda
del «Ni Ni». Esta postura permite
evitar todas las críticas: «Ni Bush ni
Sadam». Evidentemente puedo comprender que Sadam Husein no guste . Pero el
«Ni, Ni» va mucho más allá de esta constatación. En primer lugar esta postura
no reconoce la legitimidad del derecho internacional. No distingue entre
agresores y agredidos. Haciendo una comparación, durante la Segunda Guerra
Mundial hubiera sido muy difícil decir algo como «Ni Hitler, Ni Stalin» sin ser
considerado colaborador. En segundo lugar, esta fórmula desdeña el poder
destructor de Estados Unidos desde 1945. Desde el final de la Segunda Guerra
mundial interviene en todas partes del mundo para apoyar o instalar fuerzas
conservadoras, reaccionarias, desde Guatemala al Congo, de Indonesia a Chile.
Estados Unidos se esfuerza por matar el espíritu de cambio social de los pobres
en todas partes del mundo. Es este país, y no Sadam Husein, quien quiere
revocar a Hugo Chávez. La guerra de Vietnam tampoco de debió a Sadam. Aun
admitiendo el discurso de demonización contra Milosevic o Sadam Husein,
situarlos en pie de igualdad en el plano internacional con EEUU es totalmente
injusto y falso. Por último, lo que más me molesta de este «Ni, Ni» es la postura que adoptamos
frente a nuestra propia responsabilidad al seguir estas consignas. Cuando vemos
unos políticos que no nos gustan en el tercer mundo, hay que empezar
discutiendo con quienes viven en él y hacerlo con las organizaciones
representativas de masas, no con grupúsculos o individuos aislados. Hay que
tratar de ver si sus prioridades son las mismas que las nuestras. Espero que el
movimiento altermundista ponga en funcionamiento canales que permitan una mejor
comprensión de los puntos de vista del sur. Por el momento, la izquierda
occidental tiende a quedarse en su rincón, al mismo tiempo que tiene muy poca
influencia ahí donde vive y hace el juego al imperialismo, demonizando al
árabe, al ruso, al chino...en nombre de
la democracia y de los derechos humanos. De lo que somos fundamentalmente
responsables es del imperialismo de nuestros propios países. Empecemos, pues,
por dedicarnos a eso. Y de manera eficaz.
Jean Bricmont. Impéralisme humanitaire. Droits de l'Homme, droit d'ingérence, droit du plus fort?, Ed. Aden, 2005, 253 pages, 18 euros. Se puede pedir a la editoria Aden :http://www.rezolibre.com/librairie/detail.php?article=98
VÉASE TAMBIÉN : Biografía de Jean Bricmont http://www.michelcollon.info/bio_invites.php?invite=Jean%20Bricmont
Jean Bricmont - Quelques remarques sur la violence, la démocratie et l'espoir: http://www.michelcollon.info/articles.php?dateaccess=2005-03-16%2017:32:42&log=invites
Jean Bricmont. Impéralisme humanitaire. Droits de l'Homme, droit d'ingérence, droit du plus fort?, Ed. Aden, 2005, 253 pages, 18 euros. Se puede pedir a la editoria Aden :http://www.rezolibre.com/librairie/detail.php?article=98
VÉASE TAMBIÉN : Biografía de Jean Bricmont http://www.michelcollon.info/bio_invites.php?invite=Jean%20Bricmont
Jean Bricmont - Quelques remarques sur la violence, la démocratie et l'espoir: http://www.michelcollon.info/articles.php?dateaccess=2005-03-16%2017:32:42&log=invites
Quelques
remarques sur la violence, la démocratie et l’espoir.
Algunas
observaciones sobre la violencia, la democracia y la esperanza.
Jean
Bricmont
Algunas
observaciones sobre la violencia revolucionaria
22 de
noviembre de, de 2006
Bahar Kimyongür
Partido Revolucionario Liberación del Pueblo
Organizaciones consideradas como terroristas por el
Consejo de la Unión Europea
Nuevo libro!
Syriana, la conquista continua
NUEVO! Learn
2: Syriana, la conquista continua
La conquista
continúa
Jean Bricmont - Européens, encore un
effort si vous voulez vous joindre au genrehumain! http://www.michelcollon.info/articles.php?dateaccess=2003-02-16%2018:24:22&log=invites
Jean Bricmont & Diana Johnstone - Les deux faces de la politique américaine http://www.michelcollon.info/articles.php?dateaccess=2001-11-07%2018:35:48&log=invites
Les deux
faces de la politique américaine
Ambos
lados de la política estadounidense
07 de
noviembre 2001
Entrevista a
Jean Bricmont, escritor y profesor de física teórica en la Universidad de
Louvain, cuya última obra analiza cómo la excusa de la defensa de los derechos
humanos se ha transformado en un instrumento de injerencia militar:
Imperialismo
humanitario
06-12-2005
Jean Bricmont, es profesor de física teórica en la Universidad de
Louvain; intelectual comprometido, acaba de publicar: “Impérialisme
humanitaire. Droits de l’homme, droit d’ingérence, droit du plus fort? “
[Imperialismo humanitario. Derechos humanos, derecho de injerencia, ¿derecho
del más fuerte?]. Es una obra que analiza cómo la idea de la defensa de los
derechos humanos en el intervencionismo occidental se ha transformado poco a
poco en la legitimación de la injerencia militar. Jean Bricmont también forma
parte del “Tribunal de Bruselas”. Es un tribunal de opinión que examina los
crímenes de guerra en Irak y se considera como la continuación de la gran
movilización internacional contra la guerra en Irak. Compuesto de intelectuales
y juristas, el Tribunal de Bruselas participa igualmente en un movimiento más
amplio que quiere poner fin al nuevo orden imperialista mundial.
Silvia Cattori: En la introducción a su último libro “Imperialismo
humanitario”, usted escribe que existen dos tipos de sentimientos que conducen
a la acción política: la esperanza y la indignación”. Toda persona dotada de
conciencia no puede dejar de sentir indignación después leerlo. Países enteros
han sido salvajemente destruidos por gobiernos que, como Estados Unidos, han
actuado al margen del derecho y, lo que es más grave, con la complicidad de lo
que se da por llamar la “comunidad internacional”. ¿Qué medios se pueden
utilizar para difundir esta indignación en la opinión pública y asegurar su
impacto político?
Jean Bricmont: ¡Qué pregunta complicada! Me limito a lo que soy capaz
de hacer, escribir y hablar: evidentemente, se necesitan otros relevos,
organizaciones políticas que no puedo, personalmente, estructurar. Las que
existen no son suficientemente conscientes de las verdaderas prioridades, según
mi modesta opinión. Hay que re-crear un movimiento internacional contra la
guerra en Irak, como hubo en la época de la guerra de Argelia, de la guerra de
Vietnam, de la crisis de los misiles, y como ya no existe en la actualidad.
S.C.: ¿Piensa que el desafío lanzado al mundo por “Eje por la Paz”,
creado por iniciativa de Thierry Meyssan de la Red Voltaire, pueda constituir
el punto de partida de un gran movimiento contra la guerra?
Jean Bricmont: La idea es buena: reunir a personas de diversos
horizontes filosóficos, políticos, religiosos, y que actúan a favor de la paz;
la mayor parte de los conflictos en el mundo son conflictos regionales, entre
países vecinos o dentro de un mismo país. No hay más que un país que se permite
enviar sus tropas lejos de sus fronteras, contra un país que no le ha hecho
ningún mal, bajo pretextos totalmente inventados, y es Estados Unidos. Esta
forma de actuar es una amenaza para la paz mundial, y debe ser detenida; no es
una tarea simple, requiere la colaboración de la población estadounidense, y
constato que una parte de esta última se da cuenta de que la opinión pública
mundial no acepta la política de su gobierno. Al protestar aquí contra la
política estadounidense, apoyamos a aquellos que, en Estados Unidos, quieren
cambiar la política de su país.
S.C.: Si la mayoría de la gente se horroriza ante las imágenes que
llegan de Irak, de Afganistán, de Palestina, no sabe con claridad que toda esta
barbarie ha contado con el apoyo de los partidos progresistas. ¿Cómo han podido
degenerar estos últimos hasta llegar a hacer creer que Bush y Blair libran una
guerra por buenos motivos, siendo que se trata de agresiones contra la libertad
y la dignidad de los pueblos?
Jean Bricmont: Hay que distinguir; hay diversos aspectos. La política
de Bush no ha sido muy popular en los medios que pueden ser calificados de
izquierdas, incluyendo el movimiento favorable a la ingerencia humanitaria. La
política que fue verdaderamente popular, era la de Clinton; durante todo el
período de su presidencia hubo un embargo contra Irak que sin duda ha causado
más muertos que la guerra, y vi muy pocas protestas contra ese embargo por
parte de personas que abundaban en elogios de la ingerencia humanitaria, por
ejemplo en Yugoslavia. Si la gente no apoya la política de Bush, es porque
posee el arte de presentarla muy mal, lo que resulta en que la hace impopular;
también es muy arrogante, lo que agrava su impopularidad, sobre todo en el
extranjero. Clinton no era así. Por otra parte, el apoyo de la izquierda al
intervencionismo frenó la oposición a las guerras, incluso a las de Bush, y
hace que dicha oposición sea relativamente superficial. No se opone por
principio a la hegemonía y a la guerra en Irak, sino porque Bush es torpe. El
objetivo del libro es sacudir al sector de la izquierda constituido por
personas que a menudo son muy sinceras, pero que no poseen una visión
suficientemente global de la situación como para tener como prioridades la paz
y el respeto a la soberanía nacional de los países del Tercer Mundo. Ese tipo
de ideas ha sido mermado por la ideología de la ingerencia humanitaria que
nació después de la guerra de Vietnam.
S.C.: ¿Cuáles son los países que han sufrido guerras en nombre de ese
“derecho de intervención?
Jean Bricmont: Desde el comienzo de la era colonial, existe
fundamentalmente en Occidente una ideología según la cual, porque somos países
civilizados, más respetuosos de la democracia y de los derechos del hombre, más
desarrollados, más racionales, más científicos, etc., tenemos derecho a cometer
monstruosidades contra países que consideramos como menos civilizados. El cristianismo,
la misión civilizadora de la república, la carga del hombre blanco donde los
ingleses, han servido sucesivamente de justificación ideológica para crímenes
abominables. En la actualidad, la ideología que tiende a remplazar todo eso, es la ideología de los derechos humanos y
de la democracia. Esto no conduce forzosamente a la guerra, pero abarca
otras formas de acción, como el embargo contra Irak, o contra Cuba, y otras
sanciones, que son aceptadas porque van dirigidas contra regímenes horribles, o
que supuestamente lo son. La izquierda debería considerar lo que dicen las
cumbres de los países del sur, o de los países no-alineados, que se han opuesto
a todas esas sanciones y que lo dicen de modo muy explícito. Para ellos,
ninguna sanción puede ser unilateral y todo debe pasar por la ONU. Los países
del sur, que representan a la inmensa mayoría del género humano, no desean en
ningún caso una semejante política de ingerencia.
S.C.: Usted escribió: “La ideología de nuestra época, en todo caso en
lo que se refiere a la legitimación de la guerra, ya no es el cristianismo, ni
la “misión civilizadora” de la República, sino un cierto discurso sobre los
derechos del hombre y la democracia. Ese discurso y esa representación son lo
que hay que encarar si se quiere construir una oposición radical y sin
complejos a las guerras actuales y futuras.” Pero, ¿de dónde salió esa teoría
del derecho a la ingerencia humanitaria?
Jean Bricmont: Su origen se remonta esencialmente a la administración
Carter, que realizó un cambio. Antes de, y durante, la guerra de Vietnam hubo
una política de apoyo a los regímenes anticomunistas, respetuosos o no de los
derechos humanos, en nombre de la lucha contra el comunismo. Después del fin de
la guerra de Vietnam, Carter redoró el blasón de Estados Unidos diciendo que
los derechos humanos constituían el alma de su política extranjera. Esto
contradecía su práctica política en Timor o en Afganistán, pero, con esa
ideología y a causa del impacto de los “nuevos filósofos” en Francia, hubo una
presión inmensa sobre la izquierda para que se distanciara de los movimientos
revolucionarios y de liberación en el Tercer Mundo. La crisis yugoslava fue el
clímax de la legitimación de la intervención porque la izquierda se puso a
repetir consignas como: “No se puede permitir que hagan eso”, “es como Hitler
antes de la guerra”, etc. El cambio de mentalidad se completó con la guerra de
Kosovo, y la izquierda, sobre todo en Occidente, había capitulado por completo
en el tema de la defensa de la soberanía nacional y del derecho internacional.
Es lo que hace que la oposición a la guerra en Irak haya sido muy débil, sobre
todo ideológicamente, en las cabezas de las organizaciones que podían
estructurar esa oposición. Se aceptaban argumentos del estilo de: “Sí, pero
primero hay que desarmar a Irak… “Aceptaban casi todos los pretextos a favor de
la guerra, incluso personas que se declaraban contra la guerra. Y en la
actualidad, las mismas personas parecen aceptar la idea de que los
estadounidenses van a permanecer indefinidamente en Irak. La idea general, es
que se asiste en Irak a una transición hacia la democracia: no todo va bien
pero las cosas en general van mejor, o por lo menos, van a terminar por
mejorar. En el momento de la caída de Bagdad gente de mi entorno creía que se
había acabado y que no habría más resistencia. Muchos piensan todavía que esta
última terminará por ser vencida, pero yo lo dudo.
S.C.: ¿No será que los ideólogos que han proclamado que había que
imponer la democracia para combatir el “terrorismo”, han invertido el problema
porque les convenía? ¿No habría sido necesario enfrentar las causas profundas,
especialmente Israel, que provoca todos los conflictos regionales?
Jean Bricmont: No diría que eso genera todos los demás conflictos, pero
juega un papel inmenso en muchos otros conflictos, eso es seguro. Los
occidentales no comprenden que la naturaleza del conflicto israelí-palestino va
mucho más allá de las fronteras de Israel o de Palestina por una razón muy
simple: lo que los europeos han hecho, es hacer pagar a los árabes por los
crímenes cometidos por los europeos contra los judíos. Las cosas se pueden
resumir diciendo que no crearon un Estado judío en Europa, para compensar las
desgracias sufridas por los judíos en Europa, no sólo porque los sionistas
querían un Estado en Palestina, sino porque esta última estaba poblada por
árabes, considerados en ese tiempo como carentes de todo valor. Desde entonces,
no se ha reconocido jamás la raíz del conflicto, se han sumado otros conflictos
al conflicto inicial, se ocupan territorios, etc. En realidad, las cosas se han
agravado y existe una ceguera de los occidentales sobre las raíces y la
profundidad del conflicto. No hay un niño que crezca en Rabat, incluso si están
tan lejos de Palestina, que no sepa que si Israel fue creado en el sitio en el
que se encuentra, es porque los europeos lo han hecho, judíos y no-judíos, que
se creían más civilizados que árabes como él, y eso es difícilmente tolerable.
Es una dimensión del conflicto que es mucho más profunda que lo que se
comprende en general en Occidente.
S.C.: A propósito de la crítica de la política de Israel y del
sionismo, usted ha escrito: “Cuando judíos como Norman Finkelstein o Noam
Chomsky se atreven a criticar la política del movimiento sionista, tratan de
hacerlos callar acusándolos de una extraña enfermedad psicológica, el “odio a
sí mismo”. Y en cuanto a los no-judíos, basta una sola palabra:
“antisemitismo”– ¿Qué se puede hacer para reconquistar un derecho a la libre
expresión, asfixiado en la actualidad – especialmente en Franca – por esas
acusaciones sin fundamento?
Jean Bricmont: Hay dos tipos de problemas: por una parte la
satanización y la intimidación, por otra los procesos (Dieudonné Mbala Mbala,
Edgar Morin, Israel Shamir y otros). Frente a esta situación, hay que defender
la libertad de expresión. Es otro error de la izquierda y, de modo irónico, es
precisamente una izquierda que se quiere antifascista y antiestalinista, la que
adopta la doctrina, común al fascismo y al estalinismo, según la cual el Estado
tiene derecho a determinar lo que se puede decir en cuanto a la historia o
sobre otros temas. Las leyes que reprimen la libertad de expresión parten de
ideas antirracistas tal vez generosas, pero mal entendidas. Esas leyes, igual
que la ley Fabius-Gayssot contra el negacionismo, son sostenidas en general por
la izquierda y la extrema izquierda (Gayssot es comunista). Pienso que es un
error total, porque la respuesta a los discursos supuestamente de odio, es más
discursos, no menos. Existen perfectamente medios de combatir al antisemitismo
respetando la libertad de expresión; no faltan medios donde expresar puntos de
vista criticando al antisemitismo. Además estoy perfectamente de acuerdo en que
se critique al antisemitismo pero no es posible hacerlo de modo eficaz si no se
distingue radicalmente entre el antisionismo, que consiste en un cierto número
de actitudes políticas, y el antisemitismo, que es una forma de racismo. La
gente que amalgama las dos cosas piensa que va a librarse del antisionismo
difamándolo, al asociarlo con el antisemitismo; el problema es que se puede
leer al revés la ecuación antisionismo=antisemitismo, es decir que se puede
legitimar el antisemitismo al asociarlo con el antisionismo. Los que practican
esta asimilación piensan que van a hacer desaparecer ideas que no les gustan,
pero no se dan cuenta en todos los casos de que también pueden legitimar ideas
que les gustan menos aún.
S.C.: Los movimientos que pretendían ser anticolonialistas han apoyado
la ideología del intervencionismo occidental. Personalidades políticas – como Bernard Kouchner, Daniel Cohn Bendit, Joska Fischer – han hecho uso cínicamente
de los derechos humanos y de la democracia por motivos oportunistas. ¿No es aún
mayor la responsabilidad de estos personajes de gatillo fácil si se considera
que los medios les han dado vía libre para proceder al lavado de cerebros?
Jean Bricmont: No quiero emprenderlas demasiado contra persona; es
verdad que a veces cito en el libro a personas que son representativas de esa
esfera de influencia, como Kouchner o Havel. Pero lo importante, es la
desviación del movimiento ecológico. Cuando nació ese movimiento, era
no-violento, opuesto a todo ejército, y ahora apoya una política una política
de ingerencia humanitaria que presupone un ejército importante. Exigir una
política de ingerencia humanitaria presupone tener los medios, un ejército
poderoso, la posibilidad de transportar tropas a miles de kilómetros de
distancia. Esta transformación del movimiento ecológico es extraordinaria. En
la época de la guerra fría, existía verdaderamente una amenaza de guerra, tal
vez exagerada, pero la URSS era poderosa y su ejército nos era potencialmente
hostil. A pesar de ello, en esa época, los ecologistas abogaban por una defensa
civil no-violenta, incluso en caso de agresión soviética. Por lo tanto, la
ideología de la ingerencia ha producido transformaciones profundas,
irreconciliables con la perspectiva ecologista del comienzo, a causa
precisamente de la militarización que presupone su nueva posición política.
Esto ocurrió en los años noventa, y esos movimientos oponen actualmente una
resistencia muy débil a la guerra en Irak, no dicen mucho al respecto, y no
hacen mucho. No dicen, por ejemplo: nuestra prioridad es exigir el retiro de
las tropas estadounidenses de Irak. En EE.UU., por paradoja, existe una
oposición muy fuerte a la guerra en ciertos sectores de la derecha, que no es
neoconservadora, sino que es más tradicional, así como entre ciertos militares
y sus familiares que pagan el costo de la guerra, en vidas humanas. Esta
oposición contrasta con la actitud de los demócratas, o de la izquierda
“moderada”, que dicen: “Hay que seguir ocupando, no podemos abandonar a los
iraquíes, etc.” ¡No es sólo el gobierno Bush el que debilita el movimiento por
la paz!
S.C.: Ha habido unanimidad en las fuerzas políticas para barrer con los
principios que rigen el derecho internacional. Al no condenar a los Estados que
han violado esos principios, las instancias internacionales han perdido
igualmente todo crédito. El Consejo de Seguridad de la ONU ha ratificado las
peores sanciones. ¿No ha llegado la hora de construir muros de contención para
impedir que la superpotencia de Estados Unidos vaya más lejos? ¿Y no es
demasiado tarde?
Jean Bricmont: No es nunca demasiado tarde. En lo que se refiere a la
ONU, hay que usar matices. Lo que usted dice del Consejo de Seguridad es
verdad: han legitimado la agresión, las sanciones, etc. Pero igual hay que ver
a la ONU como un adelanto mayor en relación a lo que existía antes de 1945,
porque ha reforzado el derecho internacional y ha ofrecido un medio para
solucionar conflictos de manera pacífica antes de que estallen. Los votos de la
asamblea general de la ONU son también interesantes: expresan en muchos temas
el punto de vista de la opinión pública mundial. El problema del Consejo de
Seguridad, es el derecho a veto, y el exorbitante poder de Estados Unidos, que
posee medios enormes de presión sobre los miembros no-permanentes del Consejo
de Seguridad. Toda reforma de la ONU debe pasar por la ONU, es decir debe tener
el acuerdo de los países que tienen derecho a veto, y yo no sé cómo obligarlos
a aceptar reformas que serían positivas en el sentido de que limitarían el
poder de los Estados más poderosos, es decir el de ellos. Pienso que proyectos
regionales, el proyecto bolivariano en América del Sur o el grupo de Shangai
que agrupa a China, Rusia y otros países, que tratan de poner límites a la
hegemonía estadounidense, constituyen buenos pasos. Y ciertos dirigentes
estadounidenses se dan cuentan de que la política de Bush es la que, por
reacción, suscita esas dinámicas, y por lo tanto querrían una política más
suave, lo que se producirá sin duda cuando los demócratas vuelvan al poder: un
retorno a la política de Clinton. Si las cosas van mal en Irak para EE.UU., y
si se convierte en una catástrofe, tal vez haya un electrochoque, una revuelta
de la población. Por el momento, la población no está muy preocupada, es
relativamente indiferente, pero una política aislacionista podría recibir el
apoyo de la mayoría de la población estadounidense. Para el resto del mundo,
sería sin duda la solución menos mala.
S.C.: Ya que el agresor es al mismo tiempo el que financia a las ONG,
esto implica que espera de ellas que se conduzcan frente a los verdugos como si
fueran perfectamente legítimos. ¿Se puede continuar teniendo confianza en esas
ONG que se han involucrado en esos desastres programados y que hoy hacen el
trabajo humanitario como si fuera un negocio?
Jean Bricmont: No quiero pronunciarme de un modo demasiado categórico,
no he estudiado en detalle el problema de las ONG. Simplemente presento un
cierto número de ejemplos en el libro: Cuando sobrevino la guerra en Irak,
Human Rights Watch denunció la forma como EE.UU. hizo la guerra, lo que ha
causado, dicen, centenares de muertos inútiles. Pero, según un estudio
publicado por la prestigiosa revista médica The Lancet, habría
habido 100.000 muertos civiles y, por lo menos, hay 25.000. Por lo tanto la
declaración de Human Rights Watch es absolutamente extraordinaria: se indigna,
denuncian un crimen, y al mismo tiempo minimizan considerablemente su amplitud,
lo que es una forma particularmente hipócrita de defenderlo. El fondo del
problema, es la “N” en ONG. ¿En qué medida es real? Las ONG no son
gubernamentales en el sentido estricto de la palabra, pero son en general y en
gran parte financiadas por los gobiernos, o por la Unión Europea, ¡y eso no
parece causarles problemas! En realidad, como esas ONG son financiadas por
países democráticos, sus militantes piensan que ese financiamiento no puede
tener influencia, amañar su conducta, llevarlas a hacer algunas cosas y no
otras. Pero es evidente, para presentar un ejemplo extremo, que una ONG de
médicos no sería financiada para ir a atender a los miembros de la resistencia
iraquí. Por lo tanto, la fuente del financiamiento de las ONG, que es
gubernamental, influye sobre sus decisiones. Es un poco como en el caso de la
prensa: Es “libre”, pero todos los periodistas interiorizan la idea de que hay
cosas que no se hacen y no se dicen: las que pondrían en peligro sus contactos
con los que están en el poder, o los recursos publicitarios de sus periódicos.
Entre los militantes de las ONG, la credulidad fundamental concierne la
creencia en la neutralidad de los Estados que las financian.
S.C.: La situación de las víctimas se hace aún más dramática por el
estado de inferioridad en la que se encuentran los pueblos. Y se les prohíbe
igualmente resistir al agresor. Por lo tanto todo se pasa como si la dignidad
de las palabras no tuviera valor cuando se trata de árabes y musulmanes. Pero
su libro, como un grito, hace comprender que ya no es posible callarse. ¿Qué
pueden hacer los ciudadanos deseosos de cambiar las cosas sin equivocarse por
las políticas?
Jean Bricmont: He tratado de argumentar, de hacer un libro que ataca lo
más rigurosamente posible a la ideología imperial. Yo no quiero hacer
reaccionar a la gente por la fuerza, aunque parta de una indignación: me chocó
ver la debilidad de la oposición durante la guerra en Yugoslavia, en los
movimientos contra la guerra, pacifistas, de extrema izquierda, etc. En 2003,
la población se movilizó, es verdad, pero fue momentáneo. La situación en Irak
choca probablemente a muchas personas, pero no comprenden que lo que hay que
hacer, es decir a Estados Unidos: “Respecten el derecho internacional, punto y
aparte, vuelvan a su casa”. Si en Irak no hubiera habido resistencia, todos
habrían dicho: Muy bien, Bush los libró de Sadam Husein, y ya está, se habrían
lanzado a la guerra contra Irán, contra Siria, o en Cuba, hasta que los
detuvieran en algún sitio. Siempre he pensado, desde el comienzo de la
ideología de la ingerencia, que ésta llevaría a un nuevo Dien Bien Phu o a un
nuevo Stalingrado, porque esa ideología es totalmente errónea, Debemos cooperar
con los países del Tercer Mundo sobre la base de un respeto mutuo, no meternos
en sus asuntos internos. Desde el comienzo de los años ochenta, la izquierda
toma un rumbo totalmente equivocado con esta ideología. Además, es un truco que
fomenta el poder de los países occidentales (vayan a salvar a los kosovares, a las
mujeres afganas, etc.) y sobre todo su peor aspecto, el poder militar.
S.C.: Usted dice que el futuro retendrá sin duda de nuestra época la
imagen de una indiferencia generalizada ante políticas criminales, mezclada con
una perfecta buena conciencia, simbolizadas por el moralismo de un Kouchner que
justifica indirectamente el cinismo de un Rumsfeld. En lo inmediato, después de
haber destruido y desmembrado Irak, quebrantado a la gente, esta vez Irán y
Siria son amenazados por Bush, Blair y también Chirac. ¿No caracterizan la
hipocresía, las mentiras, y las sumisiones a la política y la diplomacia? ¿Se
puede esperar, a pesar de todo, que nuestro futuro será menos cruel que nuestro
pasado?
Jean Bricmont: Hay una especie de carrera de velocidad entre la superpotencia
estadounidense y la opinión pública mundial: si esta última es suficientemente
fuerte, Estados Unidos se encontrará en una situación de la que se puede
esperar que lo bloquee. La situación militar en Irak, es el nudo de todo;
mientras se vean inmovilizados por la resistencia en Irak, no los veo atacando
a otros países, salvo mediante bombardeos. Pueden bombardear a Irán y Siria,
pero no tienen suficientes tropas para invadirlos. Además, tenemos a
Latinoamérica donde la situación no es nada de buena para los estadounidenses.
Lo que es muy peligroso, es la nueva posición del Pentágono que considera
abiertamente el uso de armas nucleares contra países que no poseen tales armas.
Es su nueva doctrina. Muchos científicos estadounidenses y franceses se
movilizan contra esta política. Pero a pesar de ello hay que esperar que haya
una reacción en Estados Unidos, que les impida utilizar el arma todopoderosa
que es el arma nuclear. Siempre han tenido una doble estrategia: las armas
convencionales, en cantidades absurdas, más el arma nuclear. Han demostrado en
Irak, para sorpresa de muchos, que las armas convencionales no bastan. Por lo
tanto, lo único que les queda, es el arma nuclear. ¡Hay que impedir que la
utilicen! Para convencer a la opinión dicen: “vamos a miniaturizar el arma
nuclear,” será mucho menos devastadora, por lo tanto su utilización será
políticamente más aceptable. Es muy peligroso. Existe efectivamente una carrera
de velocidad entre un militarismo estadounidense que puede no aceptar su derrota,
y la opinión pública mundial, incluyendo a una buena parte de la opinión
pública estadounidense, ya que una fracción importante de ésta piensa que hay
que destituir a Bush, lo que no está mal.
S.C.: Su libro, que apela a la sensibilidad y a la compasión que
debemos a los seres que no tienen la posibilidad de vivir con dignidad, puede
contribuir a aumentar las posibilidades de una toma de conciencia. Pero ¿puede
esperarse verdaderamente que los dirigentes que se han equivocado de rumbo lo
vayan a leer y que echen marcha atrás bajo la presión de la opinión pública, y
particularmente la de sus electores?
Jean Bricmont: No espero que dirigentes como Bush me vayan a leer. En
todo caso no leen mucho. Pero deseo abrir la discusión en la izquierda, y
re-crear la actitud que existía en los movimientos anticolonialistas del
pasado, que era mucho más lúcida respecto a lo que son nuestros propios países.
Además, hay que darse cuenta que en Occidente somos los principales
responsables de la política de los países occidentales. Cuando vemos políticas
en los países del tercer mundo que no nos gustan, hay que comenzar por discutir
con la gente que vive allá, pero con las organizaciones representativas de las
masas, no con grupúsculos o individuos aislados. Hay que tratar de ver si sus
prioridades son las mismas que las nuestras. Por ejemplo, la gente de a pie en
Latinoamérica no ve a Cuba de la misma manera que en Francia, donde cuesta
decir algo bueno sobre Cuba, pero en Latinoamérica es bastante popular. Una
persona como el primer ministro de Malasia, Mohammed Mahatir, es demonizada en
nuestro país (por antisemitismo), pero lo que ha dicho es sin duda
relativamente popular en los países musulmanes (y no simplemente por el
antisemitismo). Existe una extraordinaria conciencia tranquila occidental que
consiste en decir: “Esa gente son dictadores, o musulmanes fanáticos,
extremistas, etc.”, que permite ignorar y no escuchar lo que piensa una gran
parte del género humano. Espero que el movimiento altermondialista instituya canales
que permitan una mejor comprensión de los puntos de vista del sur. Por el
momento, la izquierda occidental tiende a permanecer en su rincón, aunque tiene
poquísima influencia donde reside y hace indirectamente el juego del
imperialismo al satanizar al adversario, al otro, al árabe, el ruso, el chino…
en nombre de la democracia y de los derechos humanos. De lo que se es
responsable antes de todo, es del imperialismo de su propio país. Comencemos
por lo tanto a encarar ese tema y a enfrentarlo de manera eficaz; de los
crímenes de los otros: Sadam, Milosevic, Bin Laden, hablaremos cuando
corresponda.
Bibliografía.
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d’ingérence, droit du plus fort ?, Aden, Bruselas, 2005, 18 Euros.
Imperialismo humanitario. Los derechos
humanos, el derecho de injerencia, más fuerte es la derecha?
- Jean Bricmont, Régis Debray, A l'ombre des Lumières, Odile Jacob,
Paris, 2003
- Jean Bricmont, Alan Sokal, Impostures Intellectuelles, Odile Jacob,
Paris, 1997 (2ème édition, Le livre de poche, 1999)
- Jean Bricmont, Diana Johnstone, « Les deux faces de la politique
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- « Folies et raisons d'un processus de dénigrement, Lire Noam Chomsky
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- « La fin de la "fin de l'histoire" », y « Questions aux
"défenseurs des droits de l'homme" », en: 11 de septiembre 2001, La
fin de la "fin de l'histoire" (coll.), Aden, Bruselas, 2001.
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