Estamos
asistiendo a un repunte de la conflictividad laboral, derivado de la política
de ajuste; es decir, de un aumento del grado de explotación del capital.
Algunas de las luchas han tenido una dimensión estatal (teleoperadores,
camareras de hotel, Ferrovial, estiba...) Junto a ellas, un interminable
rosario de conflictos locales.
Muchos de
los sectores implicados se caracterizan por la ausencia de regulación en sus
condiciones laborales, lo que conlleva una sobre-explotación. Esto se conoce
coloquialmente como precariedad, lo que desmiente, en la práctica, las teorías
que contraponen una clase trabajadora fordista, es decir, sindicada
y presente en grandes empresas, a un precariado totalmente
indefenso, al que sólo cabía organizar en las plazas. Cuando los trabajadores y
trabajadoras no tienen nada que perder y cuentan con el impulso de direcciones
sindicales consecuentes, naturalmente que pueden luchar y vencer.
Es verdad
que en estas luchas han participado afiliados, delegados y secciones sindicales
de los principales centrales. Y ello a pesar de la línea que mantienen sus
organizaciones. Sus aparatos dirigentes, anclados en un modelo de diálogo
social y colaboración en la gestión del sistema, no cesan de buscar algún tipo
de pacto social.
Dos ejemplos
constatan esa apuesta por la colaboración de clases. Uno: La invitación que
hace la burocracia sindical a los representantes del capital para que asistan a
sus congresos (en el recientemente celebrado en Madrid de CCO.OO Cristina
Cifuentes era una de las invitadas); y en el de CC.OO. de Cataluña el
representante de la burguesía catalana invitado era Puigdemont. Otro: La firma
del Convenio de Contact Center, que eterniza la precariedad del sector, es el
último servicio de estos burócratas al capital.
El
capitalismo no necesita del consenso social mientras no se vea ante una amenaza
revolucionaria.
Gestos como
el Acuerdo para la Mejora del Empleo Público apenas son un
pequeño tributo al papel de control social y elemento de estabilización que
cumplen esas cúpulas sindicales. Ese pequeño tributo consiste en rebajar a
costas más soportables el grado de temporalidad de funcionarios, pero es
significativo que en los únicos colectivos donde se crea empleo neto es en la
policía y en la guardia civil.
Paralelamente
asistimos a una creciente proliferación de plataformas de la llamada “economía
colaborativa”, una especie de piratas desrreguladores de sectores como el del
taxi, la paquetería, la mensajería y otros servicios. Es lo que se conoce como
“uberización” (por la plataforma UBER) del mercado laboral, con retribuciones a
la baja y en variable, y ruptura de las relaciones contractuales, mientras
provoca el enfrentamiento de sus “colaboradores” (que no empleados), con los
trabajadores de los sectores en los que penetran y que sí tienen reguladas sus
relaciones laborales.
Llamativamente,
ni al gobierno ni a sus “oposiciones” parece preocuparles lo más mínimo esta
cuestión, quizá porque con ello se logra debilitar aún más al movimiento
obrero.
Otro ejemplo
de lucha de estos trabajadores sobreexplotados se está produciendo en los Ayuntamientos
del cambio. Los empleados de empresas que realizan servicios externalizados
están luchando contra la precariedad, por la municipalización de servicios y por
la mejora de sus convenios. Los Ayuntamientos del cambio están
mostrando, como no podía ser de otra manera, demasiados elementos de
continuidad con la gestión del PP, no haciendo gesto alguno para defender los
intereses de las clases trabajadoras e, incluso, careciendo de escrúpulos para
eliminar empleos (Polideportivos de Usera o Getafe).
El dique de
contención de la lucha de clases, que se intentó con la “Nueva Política”
muestra signos de resquebrajamiento.
Para que
estas luchas tengan impulso y puedan vencer, es esencial la solidaridad de
nuestra clase. Todos los sectores hemos sufrido una disminución de los salarios
reales y, por ello, las luchas de unos son las de todos. Hablemos de clase, no
de ciudadanía ni solidaridad ciudadana. Como
usuarios, tanto podemos quejarnos de una huelga porque no nos proporciona un
servicio como mostrar simpatía hacia ella porque pueda mejorar el servicio.
Reducirnos a la condición de usuarios es una premisa esencial para enfrentar a
unos trabajadores contra otros, desarmarnos y sumirnos en la impotencia.
Nunca
olvidemos que, en el sistema capitalista, podemos disputar el precio de la
venta de nuestra fuerza de trabajo, pero vamos a seguir siendo una simple
mercancía destinada a proporcionar beneficios a una minoría. Allá donde el
movimiento obrero ha olvidado que su objetivo último es el logro de una
sociedad socialista, no sólo ha sido derrotado, sino que ha devenido en un
simple lobby (grupo de presión), a menudo instrumentalizado
por intereses oscuros. Miremos, si no, qué ha ocurrido en lugares como Estados
Unidos o Argentina, y el esfuerzo que cuesta recuperar el terreno perdido.
Queda mucho
por hacer. Apostamos por conectar todas estas luchas laborales en un gran
movimiento sociopolítico que, hoy por hoy, encuentra su mejor representación en
las Marchas de la Dignidad, y pueden ayudar a recuperar conciencia de clase.
Como comunistas, nos encargaremos de recordar que, en última instancia, una
clase que se constituye como tal debe aspirar a ejercer el poder político si
quiere materializar sus intereses.
No hay comentarios:
Publicar un comentario