lunes, 12 de octubre de 2015

Prólogo al libro "Derechos humanos como arma de destrucción masiva"



NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG: Le he añadido todos enlaces que hacen referencia y artículos complementarios







Presentamos el prólogo conjunto de los autores del libro Derechos humanos como arma de destrucción masiva editado por Boltxe Liburuak. El libro estará disponible en las próximas semanas para su descarga de manera libre en nuestra página web https://www.bolte.eus en formato de libro electrónico (PDF, ePub y mobi para Kindle). También estará disponible a partir del 15 de octubre en versión papel a un precio de 8€ más gastos de envío. El libro se puede comprar escribiendo a nuestro correo electrónico boltxe@boltxe.eus y a través de nuestra página web.


Prólogo de los autores al libro «Derechos humanos como arma de destrucción masiva»

El libro que presentamos –Derechos humanos como arma de destrucción masiva, Boltxe Liburuak, Bilbo 2015- nace por muchos motivos de tipo político, social, de oportunidad histórica y también, integrado en todos los anteriores por necesidades personales. Nuestras militancias en diversos campos de lucha contra las opresiones nos han hecho tomar conciencia de la perversa trampa que se esconde en la ideología burguesa de los derechos abstractos que ocultan el derecho concreto del capital a la explotación humana. También nuestra pertenencia a pueblos oprimidos como el andaluz y el vasco, nos ha facilitado descubrir la mentira de la famosa «constitución democrática» que embellece los barrotes de esta cárcel de pueblos que es la monarquía española y su Estado.


Qué duda cabe que el tema de los derechos humanos burgueses es de suma actualidad, de gran importancia en el momento histórico que vivimos. Lo que de forma abstracta y mezclando conceptos diferentes viene en llamarse derechos humanos. Acepción que tiene una clara intención de evocar aspectos muy positivos, deseables, humanísticos que debemos defender; pero que en su realidad lleva dentro de esas bonitas palabras puro veneno.


La dialéctica nos enseña que el pensamiento crítico, componente básico del método científico, puede llegar a lo real si bucea hasta sus raíces contradictorias: así descubrimos que debajo de admirables palabras como libertad, justicia y derecho se libra una lucha a muerte entre fuerzas antagónicas, entre el derecho/necesidad de la salud y la necesidad de la industria de la salud capitalista para engordar sus ingentes beneficios mercadeando la vida humana. Y quien habla del derecho/necesidad a la salud habla también del derecho/necesidad a la cultura, al trabajo libre como creación de bellos valores de uso, mientras que el oficial «derecho al trabajo» es en la práctica derecho al tripalium, a la tortura del trabajo explotado..


Además, hablar de derechos humanos tiene una íntima conexión con la Declaración de los Derechos Humanos de 1948, difundida, orquestada y publicitada por los medios de comunicación escrita y visual de los Estados capitalistas que igualmente se comenzaron a llamar «democráticos» y del «mundo libre»; aunque la experiencia terrible, antes y después de esa fecha, son las matanzas y genocidios de lo que algunos autores han venido en llamar «terrorismo occidental». En toda su obra, pero sobre todo en el muy crudo y estético capítulo XXIV del libro I de El Capital, Marx desnuda el terrorismo implacable sobre el que descansa la libertad y el derecho de la burguesía. Para el imperialismo que busca expandirse mediante la acumulación por desposesión, además de otros métodos, para este Moloch contemporáneo, derecho y terror son las dos caras de la tasa de beneficio.


Porque a veces se olvida que en la realidad práctica son los derechos de la burguesía, como la libertad y la fraternidad, por los que se bañó en sangre al pueblo de París o de Puerto Príncipe en Haití. Por ello insistimos a lo largo del libro en llamarlos derechos abstractos, porque en los hechos concretos muestran todo lo contrario de lo que predican esas palabras: muerte y dolor, violencia extrema sobre muchos pueblos empobrecidos del mundo.


Porque se olvida que antes del derecho burgués existieron otros derechos precapitalistas. Que las mujeres aplastadas, los pueblos esclavizados y las clases oprimidas se pusieron una y mil veces en pie para defender sus derechos colectivos, sus bienes comunes expresados en los derechos consuetudinarios fervorosamente defendidos por un joven Marx de 24 años, y sus poderes comunales tan admirados por Engels. Volvemos a reivindicar la dialéctica: derecho contra derecho, y cuando chocan dos derechos irreconciliables, decide la fuerza: ¿derecho/necesidad al agua como bien vital común y valor de uso, o derecho a la industria transnacional burguesa del agua como mercancía y valor de cambio? No existe punto equidistante, neutro e intermedio.


Ahora que se celebran aniversarios de heroicas victorias, pero sumamente cruentas y costosas, contra el nazi-fascismo, simbolizado por la llegada del Ejército Rojo soviético a un Berlín nazi totalmente destrozado; o contra el imperialismo, cuando el pueblo vietnamita logra expulsar el terror que supuso la invasión del ejercito de los Estados Unidos. En estos y otros aniversarios de victorias populares, es más necesario que nunca analizar qué significaron y significan los derechos humanos burgueses para la población.


Fue entre estos dos grandes hitos sangrientos provocados por estas dos grandes potencias imperialistas, la nazi alemana y la de Estados Unidos, cuando se promulgan de forma pomposa la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, apoyados por los restantes Estados imperialistas de la época en pugna entre ellos. En el libro que presentamos se explica con detalle el contexto de terror abierto y soterrado, según los lugares, que precedió a dicha declaración. Fundamental para entender la violencia que se ejerció posteriormente en diferentes países del mundo, siendo una de las más visibles y sanguinarias la ya comentada invasión del ejército estadounidense del pueblo de Vietnam.


Fue en este contexto de debilidad del imperialismo «democrático» -Estados Unidos, Gran Bretaña, Estado francés, Holanda, Bélgica…, imperios bañados en sangre-, de desprestigio absoluto de las burguesías colaboracionistas con el nazifascismo y de suma legitimidad y fuerza del socialismo y de las luchas de liberación nacional por su decisiva participación en la derrota del monstruo negro con runas de plata, el que hizo que se reafirmara el inalienable derecho a la rebelión contra la injusticia y la opresión nada menos que en el «Preámbulo» de la Declaración Universal. Pero la unidad y lucha de contrarios es la fuerza de la vida y de la historia, y la firma por el imperialismo del derecho a la rebelión llevaba la trampa de qué definir como «derecho a la rebelión» ante los ataques imperialistas a los pueblos explotados que luchaban por su independencia socialista. J. Bricmont ha denunciado brillantemente esta trampa en su crítica del «imperialismo humanitario».


Sin embargo, la Declaración de 1948 refrenda el derecho de propiedad del capital, y aunque en algún articulado interno se insinúa la necesidad del control social del derecho de propiedad, lo cierto es que la propiedad burguesa es prácticamente reconocida como «derecho humano». Desde una perspectiva verdaderamente humanista, tuvieron razón los países socialistas al negarse a aceptar que el derecho de propiedad de las fuerzas productivas fuera un «derecho humano», porque en realidad solo es la violenta fuerza burguesa elevada al rango de «derecho inhumano».


De este modo, las contradicciones inherentes al modo de producción capitalista se reflejaron en la Declaración de 1948, y prácticamente desde el día posterior a su firma el imperialismo comenzó a desautorizar sus contenidos democrático-burgueses, casi anulándolos, excepto en la propaganda, mientras que únicamente aplicaba sus contenidos reaccionarios. Esta práctica fue intensificándose conforme se encrespaba la llamada «guerra fría» al impulsar e imponer a los pueblos trabajadores toda serie de dictaduras terroristas y regímenes militares proimperialistas.


Pero las izquierdas occidentales, por razones que no podemos exponer ahora, fueron absorbidas por la ideología burguesa de los derechos humanos vacíos, huecos. Olvidaron la creativa experiencia revolucionaria de los derechos socialistas, de aquella impresionante Declaración de los Derechos del Pueblo Trabajador y Explotado, firmada en Moscú en 1918, y que ahora nos ilumina en medio del caos mundial; o la no menos impactante y actual Declaración Universal de los Derechos de los Pueblos, firmada en Argel en 1976, por no hablar de las declaraciones de los derechos de la mujer que tuvieron que elaborarse posteriormente a la Declaración de 1948 por su debilidad sobre los derechos de la mujer en general, y específicamente sobre la mujer trabajadora y oprimida nacionalmente.


Los derechos profundos, colectivos y concretos del pueblo -de la mayoría de la población- chocan en la práctica, donde realmente se comprueba la veracidad y coherencia de la teoría, con los derechos abstractos, mentirosos y tramposos de la burguesía, de la minoría rica. Porque como todo en la vida, no hay teoría sin práctica, no hay promesas sin hechos, no hay sentimientos, afectos, sin compromisos, sacrificios y convivencia práctica. Y los derechos humanos burgueses nos demuestran continuamente, en el pasado y en el presente, que solo son bonitas palabras dichas superficialmente, pero llenas de egoísmo, hipocresía y falta de ética; que desprecia y provoca sufrimiento y destruye la vida de las personas.


Contrarrestar con pedagogía y organización la propaganda del sistema, para demostrar que la lucha por los derechos es la lucha por las necesidades humanas, aclarando su realización y constatación práctica. Porque sobran los motivos para luchar por los auténticos derechos de la población, a una alimentación de calidad, a un medio ambiente sano, al agua, la sanidad, la luz y a la vivienda. A un trabajo rico y creativo para mujeres y hombres, a la salud y felicidad, en suma, para todo el pueblo. No es ninguna utopía, o mejor dicho, es un atopía -y por tanto realizable y posible-, aunque difícil por los impedimentos de todo tipo que pone y pondrá la clase dominante a nivel mundial, pero merece la pena el intento.
Iñaki Gil de San Vicente








CAPITULO XXIV
LA LLAMADA ACUMULACION ORIGINARIA




DECLARACIÓN UNIVERSAL DE DERECHOS HUMANOS
Adoptada y proclamada por la Asamblea General en su Resolución 217 A (III), de 10 de diciembre de 1948


LA DECLARACIÓN UNIVERSAL DE DERECHOS HUMANOS
DOCUMENTO OFICIAL
PREÁMBULO







V. I. LENIN, DECLARACIÓN DE LOS DERECHOS DEL PUEBLO TRABAJADOR Y EXPLOTADO
Propuesta redactada por Lenin antes del 3 de enero de 1918, aprobado por la sesión del Comité Ejecutivo Central del 3 de enero y rechazada por la mayoría de la Asamblea Constituyente para ser ratificada el 12 del mismo mes por III Congreso de Soviets de toda Rusia
La Asamblea Constituyente decreta:
                                                           I.
1.- Queda proclamada en Rusia la República de los Soviets de diputados obreros, soldados y campesinos. Todo el poder, tanto en el centro como en las localidades, pertenece a dichos Soviets.
 2.- La República Soviética de Rusia se instituye sobre la base de la unión libre de naciones libres, como Federación de Repúblicas Soviéticas nacionales.
                                                             II.
Habiéndose señalado como misión esencial abolir toda explotación del hombre por el hombre, suprimir por completo la división de la sociedad en clases, sofocar de manera implacable la resistencia de los explotadores, instaurar una organización socialista de la sociedad y hacer triunfar el socialismo en todos los países, la Asamblea Constituyente decreta, además:
1.- Queda abolida la propiedad privada de la tierra. Se declara patrimonio de todo el pueblo trabajador toda la tierra, con todos los edificios, ganado de labor, aperos de labranza y demás accesorios agrícolas.
2.- Se ratifica la ley soviética acerca del control obrero y del Consejo Superior de Economía Nacional, con objeto de asegurar el poder del pueblo trabajador sobre los explotadores y como primera medida para que las fábricas, talleres, minas, ferrocarriles y demás medios de producción y de transporte pasen por entero a ser propiedad del Estado obrero y campesino.
 3.- Se ratifica el paso de todos los bancos a propiedad del Estado obrero y campesino, como una de las condiciones de la emancipación de las masas trabajadoras del yugo del capital.
4.- Queda establecido el trabajo general obligatorio, con el fin de suprimir los sectores parasitarios de la sociedad.
 5.- Se decreta el armamento de los trabajadores, la formación de un Ejército Rojo socialista de obreros y campesinos y el desarme completo de las clases poseedoras, con objeto de asegurar la plenitud del poder de las masas trabajadoras y eliminar toda posibilidad de restauración del poder de los explotadores.
                                                              III.
1.- Al expresar su inquebrantable decisión de arrancar a la humanidad de las garras del capital financiero y del imperialismo, que han anegado en sangre la tierra en la guerra actual, la más criminal de todas, la Asamblea Constituyente se solidariza por entero con la política aplicada por el Poder de los Soviets, consistente en romper los tratados secretos, organizar la más extensa confraternización con los obreros y campesinos de los ejércitos actualmente en guerra y obtener, cueste lo que cueste, por procedimientos revolucionarios, una paz democrática entre los pueblos, sin anexiones ni contribuciones, sobre la base de la libre autodeterminación de las naciones.
2.- Con el mismo fin, la Asamblea Constituyente insiste en la completa ruptura con la bárbara política de la civilización burguesa, que basaba la prosperidad de los explotadores de unas pocas naciones elegidas en la esclavitud de centenares de millones De trabajadores en Asia, en las colonias en general y en los países pequeños. La Asamblea Constituyente aplaude la política del Consejo de Comisarios del Pueblo, que ha proclamado la completa independencia de Finlandia, ha comenzado a retirar las tropas de Persia y ha anunciado la libertad de autodeterminación de Armenia.
3.- La Asamblea Constituyente considera la ley soviética de anulación de los empréstitos concertados por los gobiernos del zar, de los terratenientes y de la burguesía como un primer golpe asestado al capital bancario, financiero internacional, y expresa la seguridad de que el Poder de los Soviets seguirá firmemente esta ruta hasta la completa victoria de la insurrección obrera internacional contra el yugo del capital.
                                                          IV.
Elegida sobre la base de las candidaturas de los partidos confeccionadas antes de la Revolución de Octubre, cuando el pueblo no podía aún alzarse en su totalidad contra los explotadores, ni conocía toda la fuerza de la resistencia de éstos en la defensa de sus privilegios de clase ni había abordado en la práctica la creación de la sociedad socialista, la Asamblea Constituyente consideraría profundamente erróneo, incluso desde el punto de vista formal, contraponerse al Poder de los Soviets. En esencia, la Asamblea Constituyente estima que hoy, en el momento de la lucha final del pueblo contra sus explotadores, no puede haber lugar para estos últimos en ninguno de los órganos de poder. El poder debe pertenecer íntegra y exclusivamente a las masas trabajadoras y a sus representantes autorizados: los Soviets de diputados obreros, soldados y campesinos. Al apoyar el Poder de los Soviets y los decretos del Consejo de Comisarios del Pueblo, la Asamblea Constituyente estima que sus funciones no van más allá de establecer las bases cardinales de la transformación socialista de la sociedad. Al mismo tiempo, en su propósito de crear una alianza efectivamente libre y voluntaria y, por consiguiente, más estrecha y duradera entre las clases trabajadoras de todas las naciones de Rusia, la Asamblea Constituyente limita su misión a estipular las bases fundamentales de la Federación de Repúblicas Soviéticas de Rusia, concediendo a los obreros y campesinos de cada nación la libertad de decidir con toda independencia, en su propio Congreso de los Soviets investido de plenos poderes, si desean, y en qué condiciones, participar en el gobierno federal y en las demás instituciones soviéticas federales.



Constitución rusa de 1918 y la Declaración de los Derechos del Pueblo Trabajador y Explotado.





Título
IMPERIALISMO HUMANITARIO
El uso de los Derechos Humanos para vender la guerra 
Autor/es
Jean Bricmont
Tras el fin de la Guerra Fría, la idea “Derechos Humanos” ha sido utilizada como justificación por parte de los poderes militares y económicos –singularmente por parte de Estados Unidos– para tomar el control de otros países, mediante una “intervención humanitaria”. Los criterios utilizados para llevar a cabo esa intervención son arbitrarios, pero en cualquier caso conducen con frecuencia a un escenario en el que las víctimas, en lugar de disminuir, aumentan. Así ha sucedido en Yugoslavia, y más recientemente en Kosovo, en Afganistán e Iraq, por citar casos que están en la mente de todos. 


La “ideología de la intervención” ha sido compartida ampliamente por la izquierda, ciega ante el hecho de que los nuevos modos del imperialismo hoy se enmascaran bajo la defensa de los Derechos Humanos. Poniéndolo de manifiesto, Jean Bricmont establece el verdadero papel que cumple la ideología intervencionista en la expansión del imperialismo, y describe el papel que juega Estados Unidos, secundado por la OTAN y la Unión Europea, en un incremento de las acciones bélicas que pueden calificarse ya de guerra global.

Jean Bricmont (Bélgica, 1952), es profesor de física teórica en la Universidad de Lovaina. Su actividad científica le ha merecido obtener diversos premios. Como ensayista, sus obras han sido traducidas a diversos idiomas, siendo la más conocida Imposturas intelectuales, escrita en colaboración con Alan Sokal. En 2003 publicó A la sombra de la Ilustración, un debate con el filósofo Régis Debray. 


Tras el fin de la Guerra Fría, la idea “Derechos Humanos” ha sido utilizada como justificación por parte de los poderes militares y económicos –singularmente por parte de Estados Unidos– para tomar el control de otros países, mediante una “intervención humanitaria”. Los criterios utilizados para llevar a cabo esa intervención son arbitrarios, pero en cualquier caso conducen con frecuencia a un escenario en el que las víctimas, en lugar de disminuir, aumentan. Así ha sucedido en Yugoslavia, y más recientemente en Kosovo, en Afganistán e Iraq, por citar casos que están en la mente de todos.
La “ideología de la intervención” ha sido compartida ampliamente por la izquierda, ciega ante el hecho de que los nuevos modos del imperialismo hoy se enmascaran bajo la defensa de los Derechos Humanos. Poniéndolo de manifiesto, Jean Bricmont establece el verdadero papel que cumple la ideología intervencionista en la expansión del imperialismo, y describe el papel que juega Estados Unidos, secundado por la OTAN y la Unión Europea, en un incremento de las acciones bélicas que pueden calificarse ya de guerra global.

Jean Bricmont (Bélgica, 1952), es profesor de física teórica en la Universidad de Lovaina. Su actividad científica le ha merecido obtener diversos premios. Como ensayista, sus obras han sido traducidas a diversos idiomas, siendo la más conocida Imposturas intelectuales, escrita en colaboración con Alan Sokal. En 2003 publicó A la sombra de la Ilustración, un debate con el filósofo Régis Debray





Entrevista a Jean Bricmont, escritor y profesor de física teórica en la Universidad de Louvain, cuya última obra analiza cómo la excusa de la defensa de los derechos humanos se ha transformado en un instrumento de injerencia militar:
Imperialismo humanitario
Jean Bricmont, es profesor de física teórica en la Universidad de Louvain; intelectual comprometido, acaba de publicar: “Impérialisme humanitaire. Droits de l’homme, droit d’ingérence, droit du plus fort? “ [Imperialismo humanitario. Derechos humanos, derecho de ingerencia, ¿derecho del más fuerte?]. Es una obra que analiza cómo la idea de la defensa de los derechos humanos en el intervencionismo occidental se ha transformado poco a poco en la legitimación de la injerencia militar. Jean Bricmont también forma parte del “Tribunal de Bruselas”. Es un tribunal de opinión que examina los crímenes de guerra en Irak y se considera como la continuación de la gran movilización internacional contra la guerra en Irak. Compuesto de intelectuales y juristas, el Tribunal de Bruselas participa igualmente en un movimiento más amplio que quiere poner fin al nuevo orden imperialista mundial.

Silvia Cattori: En la introducción a su último libro “Imperialismo humanitario”, usted escribe que existen dos tipos de sentimientos que conducen a la acción política: la esperanza y la indignación”. Toda persona dotada de conciencia no puede dejar de sentir indignación después leerlo. Países enteros han sido salvajemente destruidos por gobiernos que, como Estados Unidos, han actuado al margen del derecho y, lo que es más grave, con la complicidad de lo que se da por llamar la “comunidad internacional”. ¿Qué medios se pueden utilizar para difundir esta indignación en la opinión pública y asegurar su impacto político?

Jean Bricmont: ¡Qué pregunta complicada! Me limito a lo que soy capaz de hacer, escribir y hablar: evidentemente, se necesitan otros relevos, organizaciones políticas que no puedo, personalmente, estructurar. Las que existen no son suficientemente conscientes de las verdaderas prioridades, según mi modesta opinión. Hay que re-crear un movimiento internacional contra la guerra en Irak, como hubo en la época de la guerra de Argelia, de la guerra de Vietnam, de la crisis de los misiles, y como ya no existe en la actualidad.

S.C.: ¿Piensa que el desafío lanzado al mundo por “Eje por la Paz”, creado por iniciativa de Thierry Meyssan de la Red Voltaire, pueda constituir el punto de partida de un gran movimiento contra la guerra?
Jean Bricmont: La idea es buena: reunir a personas de diversos horizontes filosóficos, políticos, religiosos, y que actúan a favor de la paz; la mayor parte de los conflictos en el mundo son conflictos regionales, entre países vecinos o dentro de un mismo país. No hay más que un país que se permite enviar sus tropas lejos de sus fronteras, contra un país que no le ha hecho ningún mal, bajo pretextos totalmente inventados, y es Estados Unidos. Esta forma de actuar es una amenaza para la paz mundial, y debe ser detenida; no es una tarea simple, requiere la colaboración de la población estadounidense, y constato que una parte de esta última se da cuenta de que la opinión pública mundial no acepta la política de su gobierno. Al protestar aquí contra la política estadounidense, apoyamos a aquellos que, en Estados Unidos, quieren cambiar la política de su país.

S.C.: Si la mayoría de la gente se horroriza ante las imágenes que llegan de Irak, de Afganistán, de Palestina, no sabe con claridad que toda esta barbarie ha contado con el apoyo de los partidos progresistas. ¿Cómo han podido degenerar estos últimos hasta llegar a hacer creer que Bush y Blair libran una guerra por buenos motivos, siendo que se trata de agresiones contra la libertad y la dignidad de los pueblos?


Jean Bricmont: Hay que distinguir; hay diversos aspectos. La política de Bush no ha sido muy popular en los medios que pueden ser calificados de izquierdas, incluyendo el movimiento favorable a la ingerencia humanitaria. La política que fue verdaderamente popular, era la de Clinton; durante todo el período de su presidencia hubo un embargo contra Irak que sin duda ha causado más muertos que la guerra, y vi muy pocas protestas contra ese embargo por parte de personas que abundaban en elogios de la ingerencia humanitaria, por ejemplo en Yugoslavia. Si la gente no apoya la política de Bush, es porque posee el arte de presentarla muy mal, lo que resulta en que la hace impopular; también es muy arrogante, lo que agrava su impopularidad, sobre todo en el extranjero. Clinton no era así. Por otra parte, el apoyo de la izquierda al intervencionismo frenó la oposición a las guerras, incluso a las de Bush, y hace que dicha oposición sea relativamente superficial. No se opone por principio a la hegemonía y a la guerra en Irak, sino porque Bush es torpe. El objetivo del libro es sacudir al sector de la izquierda constituido por personas que a menudo son muy sinceras, pero que no poseen una visión suficientemente global de la situación como para tener como prioridades la paz y el respeto a la soberanía nacional de los países del Tercer Mundo. Ese tipo de ideas ha sido mermado por la ideología de la ingerencia humanitaria que nació después de la guerra de Vietnam.

S.C.: ¿Cuáles son los países que han sufrido guerras en nombre de ese “derecho de intervención?


Jean Bricmont: Desde el comienzo de la era colonial, existe fundamentalmente en Occidente una ideología según la cual, porque somos países civilizados, más respetuosos de la democracia y de los derechos del hombre, más desarrollados, más racionales, más científicos, etc., tenemos derecho a cometer monstruosidades contra países que consideramos como menos civilizados. El cristianismo, la misión civilizadora de la república, la carga del hombre blanco donde los ingleses, han servido sucesivamente de justificación ideológica para crímenes abominables. En la actualidad, la ideología que tiende a remplazar todo eso, es la ideología de los derechos humanos y de la democracia. Esto no conduce forzosamente a la guerra, pero abarca otras formas de acción, como el embargo contra Irak, o contra Cuba, y otras sanciones, que son aceptadas porque van dirigidas contra regímenes horribles, o que supuestamente lo son. La izquierda debería considerar lo que dicen las cumbres de los países del sur, o de los países no-alineados, que se han opuesto a todas esas sanciones y que lo dicen de modo muy explícito. Para ellos, ninguna sanción puede ser unilateral y todo debe pasar por la ONU. Los países del sur, que representan a la inmensa mayoría del género humano, no desean en ningún caso una semejante política de ingerencia.


S.C.: Usted escribió: “La ideología de nuestra época, en todo caso en lo que se refiere a la legitimación de la guerra, ya no es el cristianismo, ni la “misión civilizadora” de la República, sino un cierto discurso sobre los derechos del hombre y la democracia. Ese discurso y esa representación son lo que hay que encarar si se quiere construir una oposición radical y sin complejos a las guerras actuales y futuras.” Pero, ¿de dónde salió esa teoría del derecho a la ingerencia humanitaria?


Jean Bricmont: Su origen se remonta esencialmente a la administración Carter, que realizó un cambio. Antes de, y durante, la guerra de Vietnam hubo una política de apoyo a los regímenes anticomunistas, respetuosos o no de los derechos humanos, en nombre de la lucha contra el comunismo. Después del fin de la guerra de Vietnam, Carter redoró el blasón de Estados Unidos diciendo que los derechos humanos constituían el alma de su política extranjera. Esto contradecía su práctica política en Timor o en Afganistán, pero, con esa ideología y a causa del impacto de los “nuevos filósofos” en Francia, hubo una presión inmensa sobre la izquierda para que se distanciara de los movimientos revolucionarios y de liberación en el Tercer Mundo. La crisis yugoslava fue el clímax de la legitimación de la intervención porque la izquierda se puso a repetir consignas como: “No se puede permitir que hagan eso”, “es como Hitler antes de la guerra”, etc. El cambio de mentalidad se completó con la guerra de Kosovo, y la izquierda, sobre todo en Occidente, había capitulado por completo en el tema de la defensa de la soberanía nacional y del derecho internacional. Es lo que hace que la oposición a la guerra en Irak haya sido muy débil, sobre todo ideológicamente, en las cabezas de las organizaciones que podían estructurar esa oposición. Se aceptaban argumentos del estilo de: “Sí, pero primero hay que desarmar a Irak… “Aceptaban casi todos los pretextos a favor de la guerra, incluso personas que se declaraban contra la guerra. Y en la actualidad, las mismas personas parecen aceptar la idea de que los estadounidenses van a permanecer indefinidamente en Irak. La idea general, es que se asiste en Irak a una transición hacia la democracia: no todo va bien pero las cosas en general van mejor, o por lo menos, van a terminar por mejorar. En el momento de la caída de Bagdad gente de mi entorno creía que se había acabado y que no habría más resistencia. Muchos piensan todavía que esta última terminará por ser vencida, pero yo lo dudo.
S.C.: ¿No será que los ideólogos que han proclamado que había que imponer la democracia para combatir el “terrorismo”, han invertido el problema porque les convenía? ¿No habría sido necesario enfrentar las causas profundas, especialmente Israel, que provoca todos los conflictos regionales?


Jean Bricmont: No diría que eso genera todos los demás conflictos, pero juega un papel inmenso en muchos otros conflictos, eso es seguro. Los occidentales no comprenden que la naturaleza del conflicto israelí-palestino va mucho más allá de las fronteras de Israel o de Palestina por una razón muy simple: lo que los europeos han hecho, es hacer pagar a los árabes por los crímenes cometidos por los europeos contra los judíos. Las cosas se pueden resumir diciendo que no crearon un Estado judío en Europa, para compensar las desgracias sufridas por los judíos en Europa, no sólo porque los sionistas querían un Estado en Palestina, sino porque esta última estaba poblada por árabes, considerados en ese tiempo como carentes de todo valor. Desde entonces, no se ha reconocido jamás la raíz del conflicto, se han sumado otros conflictos al conflicto inicial, se ocupan territorios, etc. En realidad, las cosas se han agravado y existe una ceguera de los occidentales sobre las raíces y la profundidad del conflicto. No hay un niño que crezca en Rabat, incluso si están tan lejos de Palestina, que no sepa que si Israel fue creado en el sitio en el que se encuentra, es porque los europeos lo han hecho, judíos y no-judíos, que se creían más civilizados que árabes como él, y eso es difícilmente tolerable. Es una dimensión del conflicto que es mucho más profunda que lo que se comprende en general en Occidente.


S.C.: A propósito de la crítica de la política de Israel y del sionismo, usted ha escrito: “Cuando judíos como Norman Finkelstein o Noam Chomsky se atreven a criticar la política del movimiento sionista, tratan de hacerlos callar acusándolos de una extraña enfermedad psicológica, el “odio a sí mismo”. Y en cuanto a los no-judíos, basta una sola palabra: “antisemitismo”– ¿Qué se puede hacer para reconquistar un derecho a la libre expresión, asfixiado en la actualidad – especialmente en Franca – por esas acusaciones sin fundamento?

Jean Bricmont: Hay dos tipos de problemas: por una parte la satanización y la intimidación, por otra los procesos (Dieudonné Mbala Mbala, Edgar Morin, Israel Shamir y otros). Frente a esta situación, hay que defender la libertad de expresión. Es otro error de la izquierda y, de modo irónico, es precisamente una izquierda que se quiere antifascista y antiestalinista, la que adopta la doctrina, común al fascismo y al estalinismo, según la cual el Estado tiene derecho a determinar lo que se puede decir en cuanto a la historia o sobre otros temas. Las leyes que reprimen la libertad de expresión parten de ideas antirracistas tal vez generosas, pero mal entendidas. Esas leyes, igual que la ley Fabius-Gayssot contra el negacionismo, son sostenidas en general por la izquierda y la extrema izquierda (Gayssot es comunista). Pienso que es un error total, porque la respuesta a los discursos supuestamente de odio, es más discursos, no menos. Existen perfectamente medios de combatir al antisemitismo respetando la libertad de expresión; no faltan medios donde expresar puntos de vista criticando al antisemitismo. Además estoy perfectamente de acuerdo en que se critique al antisemitismo pero no es posible hacerlo de modo eficaz si no se distingue radicalmente entre el antisionismo, que consiste en un cierto número de actitudes políticas, y el antisemitismo, que es una forma de racismo. La gente que amalgama las dos cosas piensa que va a librarse del antisionismo difamándolo, al asociarlo con el antisemitismo; el problema es que se puede leer al revés la ecuación antisionismo=antisemitismo, es decir que se puede legitimar el antisemitismo al asociarlo con el antisionismo. Los que practican esta asimilación piensan que van a hacer desaparecer ideas que no les gustan, pero no se dan cuenta en todos los casos de que también pueden legitimar ideas que les gustan menos aún.


S.C.: Los movimientos que pretendían ser anticolonialistas han apoyado la ideología del intervencionismo occidental. Personalidades políticas – como Bernard Kouchner, Cohn Bendit, Joska Fischer – han hecho uso cínicamente de los derechos humanos y de la democracia por motivos oportunistas. ¿No es aún mayor la responsabilidad de estos personajes de gatillo fácil si se considera que los medios les han dado vía libre para proceder al lavado de cerebros?


Jean Bricmont: No quiero emprenderlas demasiado contra persona; es verdad que a veces cito en el libro a personas que son representativas de esa esfera de influencia, como Kouchner o Havel. Pero lo importante, es la desviación del movimiento ecológico. Cuando nació ese movimiento, era no-violento, opuesto a todo ejército, y ahora apoya una política una política de ingerencia humanitaria que presupone un ejército importante. Exigir una política de ingerencia humanitaria presupone tener los medios, un ejército poderoso, la posibilidad de transportar tropas a miles de kilómetros de distancia. Esta transformación del movimiento ecológico es extraordinaria. En la época de la guerra fría, existía verdaderamente una amenaza de guerra, tal vez exagerada, pero la URSS era poderosa y su ejército nos era potencialmente hostil. A pesar de ello, en esa época, los ecologistas abogaban por una defensa civil no-violenta, incluso en caso de agresión soviética. Por lo tanto, la ideología de la ingerencia ha producido transformaciones profundas, irreconciliables con la perspectiva ecologista del comienzo, a causa precisamente de la militarización que presupone su nueva posición política. Esto ocurrió en los años noventa, y esos movimientos oponen actualmente una resistencia muy débil a la guerra en Irak, no dicen mucho al respecto, y no hacen mucho. No dicen, por ejemplo: nuestra prioridad es exigir el retiro de las tropas estadounidenses de Irak. En EE.UU., por paradoja, existe una oposición muy fuerte a la guerra en ciertos sectores de la derecha, que no es neoconservadora, sino que es más tradicional, así como entre ciertos militares y sus familiares que pagan el costo de la guerra, en vidas humanas. Esta oposición contrasta con la actitud de los demócratas, o de la izquierda “moderada”, que dicen: “Hay que seguir ocupando, no podemos abandonar a los iraquíes, etc.” ¡No es sólo el gobierno Bush el que debilita el movimiento por la paz!

S.C.: Ha habido unanimidad en las fuerzas políticas para barrer con los principios que rigen el derecho internacional. Al no condenar a los Estados que han violado esos principios, las instancias internacionales han perdido igualmente todo crédito. El Consejo de Seguridad de la ONU ha ratificado las peores sanciones. ¿No ha llegado la hora de construir muros de contención para impedir que la superpotencia de Estados Unidos vaya más lejos? ¿Y no es demasiado tarde?


Jean Bricmont: No es nunca demasiado tarde. En lo que se refiere a la ONU, hay que usar matices. Lo que usted dice del Consejo de Seguridad es verdad: han legitimado la agresión, las sanciones, etc. Pero igual hay que ver a la ONU como un adelanto mayor en relación a lo que existía antes de 1945, porque ha reforzado el derecho internacional y ha ofrecido un medio para solucionar conflictos de manera pacífica antes de que estallen. Los votos de la asamblea general de la ONU son también interesantes: expresan en muchos temas el punto de vista de la opinión pública mundial. El problema del Consejo de Seguridad, es el derecho a veto, y el exorbitante poder de Estados Unidos, que posee medios enormes de presión sobre los miembros no-permanentes del Consejo de Seguridad. Toda reforma de la ONU debe pasar por la ONU, es decir debe tener el acuerdo de los países que tienen derecho a veto, y yo no sé cómo obligarlos a aceptar reformas que serían positivas en el sentido de que limitarían el poder de los Estados más poderosos, es decir el de ellos. Pienso que proyectos regionales, el proyecto bolivariano en América del Sur o el grupo de Shangai que agrupa a China, Rusia y otros países, que tratan de poner límites a la hegemonía estadounidense, constituyen buenos pasos. Y ciertos dirigentes estadounidenses se dan cuentan de que la política de Bush es la que, por reacción, suscita esas dinámicas, y por lo tanto querrían una política más suave, lo que se producirá sin duda cuando los demócratas vuelvan al poder: un retorno a la política de Clinton. Si las cosas van mal en Irak para EE.UU., y si se convierte en una catástrofe, tal vez haya un electrochoque, una revuelta de la población. Por el momento, la población no está muy preocupada, es relativamente indiferente, pero una política aislacionista podría recibir el apoyo de la mayoría de la población estadounidense. Para el resto del mundo, sería sin duda la solución menos mala.
S.C.: Ya que el agresor es al mismo tiempo el que financia a las ONG, esto implica que espera de ellas que se conduzcan frente a los verdugos como si fueran perfectamente legítimos. ¿Se puede continuar teniendo confianza en esas ONG que se han involucrado en esos desastres programados y que hoy hacen el trabajo humanitario como si fuera un negocio?

Jean Bricmont: No quiero pronunciarme de un modo demasiado categórico, no he estudiado en detalle el problema de las ONG. Simplemente presento un cierto número de ejemplos en el libro: Cuando sobrevino la guerra en Irak, Human Rights Watch denunció la forma como EE.UU. hizo la guerra, lo que ha causado, dicen, centenares de muertos inútiles. Pero, según un estudio publicado por la prestigiosa revista médica The Lancet, habría habido 100.000 muertos civiles y, por lo menos, hay 25.000. Por lo tanto la declaración de Human Rights Watch es absolutamente extraordinaria: se indigna, denuncian un crimen, y al mismo tiempo minimizan considerablemente su amplitud, lo que es una forma particularmente hipócrita de defenderlo. El fondo del problema, es la “N” en ONG. ¿En qué medida es real? Las ONG no son gubernamentales en el sentido estricto de la palabra, pero son en general y en gran parte financiadas por los gobiernos, o por la Unión Europea, ¡y eso no parece causarles problemas! En realidad, como esas ONG son financiadas por países democráticos, sus militantes piensan que ese financiamiento no puede tener influencia, amañar su conducta, llevarlas a hacer algunas cosas y no otras. Pero es evidente, para presentar un ejemplo extremo, que una ONG de médicos no sería financiada para ir a atender a los miembros de la resistencia iraquí. Por lo tanto, la fuente del financiamiento de las ONG, que es gubernamental, influye sobre sus decisiones. Es un poco como en el caso de la prensa: Es “libre”, pero todos los periodistas interiorizan la idea de que hay cosas que no se hacen y no se dicen: las que pondrían en peligro sus contactos con los que están en el poder, o los recursos publicitarios de sus periódicos. Entre los militantes de las ONG, la credulidad fundamental concierne la creencia en la neutralidad de los Estados que las financian.

S.C.: La situación de las víctimas se hace aún más dramática por el estado de inferioridad en la que se encuentran los pueblos. Y se les prohíbe igualmente resistir al agresor. Por lo tanto todo se pasa como si la dignidad de las palabras no tuviera valor cuando se trata de árabes y musulmanes. Pero su libro, como un grito, hace comprender que ya no es posible callarse. ¿Qué pueden hacer los ciudadanos deseosos de cambiar las cosas sin equivocarse por las políticas?
Jean Bricmont: He tratado de argumentar, de hacer un libro que ataca lo más rigurosamente posible a la ideología imperial. Yo no quiero hacer reaccionar a la gente por la fuerza, aunque parta de una indignación: me chocó ver la debilidad de la oposición durante la guerra en Yugoslavia, en los movimientos contra la guerra, pacifistas, de extrema izquierda, etc. En 2003, la población se movilizó, es verdad, pero fue momentáneo. La situación en Irak choca probablemente a muchas personas, pero no comprenden que lo que hay que hacer, es decir a Estados Unidos: “Respecten el derecho internacional, punto y aparte, vuelvan a su casa”. Si en Irak no hubiera habido resistencia, todos habrían dicho: Muy bien, Bush los libró de Sadam Husein, y ya está, se habrían lanzado a la guerra contra Irán, contra Siria, o en Cuba, hasta que los detuvieran en algún sitio. Siempre he pensado, desde el comienzo de la ideología de la ingerencia, que ésta llevaría a un nuevo Dien Bien Phu o a un nuevo Stalingrado, porque esa ideología es totalmente errónea, Debemos cooperar con los países del Tercer Mundo sobre la base de un respeto mutuo, no meternos en sus asuntos internos. Desde el comienzo de los años ochenta, la izquierda toma un rumbo totalmente equivocado con esta ideología. Además, es un truco que fomenta el poder de los países occidentales (vayan a salvar a los kosovares, a las mujeres afganas, etc.) y sobre todo su peor aspecto, el poder militar.

S.C.: Usted dice que el futuro retendrá sin duda de nuestra época la imagen de una indiferencia generalizada ante políticas criminales, mezclada con una perfecta buena conciencia, simbolizadas por el moralismo de un Kouchner que justifica indirectamente el cinismo de un Rumsfeld. En lo inmediato, después de haber destruido y desmembrado Irak, quebrantado a la gente, esta vez Irán y Siria son amenazados por Bush, Blair y también Chirac. ¿No caracterizan la hipocresía, las mentiras, y las sumisiones a la política y la diplomacia? ¿Se puede esperar, a pesar de todo, que nuestro futuro será menos cruel que nuestro pasado?

Jean Bricmont: Hay una especie de carrera de velocidad entre la superpotencia estadounidense y la opinión pública mundial: si esta última es suficientemente fuerte, Estados Unidos se encontrará en una situación de la que se puede esperar que lo bloquee. La situación militar en Irak, es el nudo de todo; mientras se vean inmovilizados por la resistencia en Irak, no los veo atacando a otros países, salvo mediante bombardeos. Pueden bombardear a Irán y Siria, pero no tienen suficientes tropas para invadirlos. Además, tenemos a Latinoamérica donde la situación no es nada de buena para los estadounidenses. Lo que es muy peligroso, es la nueva posición del Pentágono que considera abiertamente el uso de armas nucleares contra países que no poseen tales armas. Es su nueva doctrina. Muchos científicos estadounidenses y franceses se movilizan contra esta política. Pero a pesar de ello hay que esperar que haya una reacción en Estados Unidos, que les impida utilizar el arma todopoderosa que es el arma nuclear. Siempre han tenido una doble estrategia: las armas convencionales, en cantidades absurdas, más el arma nuclear. Han demostrado en Irak, para sorpresa de muchos, que las armas convencionales no bastan. Por lo tanto, lo único que les queda, es el arma nuclear. ¡Hay que impedir que la utilicen! Para convencer a la opinión dicen: “vamos a miniaturizar el arma nuclear,” será mucho menos devastadora, por lo tanto su utilización será políticamente más aceptable. Es muy peligroso. Existe efectivamente una carrera de velocidad entre un militarismo estadounidense que puede no aceptar su derrota, y la opinión pública mundial, incluyendo a una buena parte de la opinión pública estadounidense, ya que una fracción importante de ésta piensa que hay que destituir a Bush, lo que no está mal.

S.C.: Su libro, que apela a la sensibilidad y a la compasión que debemos a los seres que no tienen la posibilidad de vivir con dignidad, puede contribuir a aumentar las posibilidades de una toma de conciencia. Pero ¿puede esperarse verdaderamente que los dirigentes que se han equivocado de rumbo lo vayan a leer y que echen marcha atrás bajo la presión de la opinión pública, y particularmente la de sus electores?
Jean Bricmont: No espero que dirigentes como Bush me vayan a leer. En todo caso no leen mucho. Pero deseo abrir la discusión en la izquierda, y re-crear la actitud que existía en los movimientos anticolonialistas del pasado, que era mucho más lúcida respecto a lo que son nuestros propios países. Además, hay que darse cuenta que en Occidente somos los principales responsables de la política de los países occidentales. Cuando vemos políticas en los países del tercer mundo que no nos gustan, hay que comenzar por discutir con la gente que vive allá, pero con las organizaciones representativas de las masas, no con grupúsculos o individuos aislados. Hay que tratar de ver si sus prioridades son las mismas que las nuestras. Por ejemplo, la gente de a pie en Latinoamérica no ve a Cuba de la misma manera que en Francia, donde cuesta decir algo bueno sobre Cuba, pero en Latinoamérica es bastante popular. Una persona como el primer ministro de Malasia, Mohammed Mahatir, es demonizada en nuestro país (por antisemitismo), pero lo que ha dicho es sin duda relativamente popular en los países musulmanes (y no simplemente por el antisemitismo). Existe una extraordinaria conciencia tranquila occidental que consiste en decir: “Esa gente son dictadores, o musulmanes fanáticos, extremistas, etc.”, que permite ignorar y no escuchar lo que piensa una gran parte del género humano. Espero que el movimiento altermondialista instituya canales que permitan una mejor comprensión de los puntos de vista del sur. Por el momento, la izquierda occidental tiende a permanecer en su rincón, aunque tiene poquísima influencia donde reside y hace indirectamente el juego del imperialismo al satanizar al adversario, al otro, al árabe, el ruso, el chino… en nombre de la democracia y de los derechos humanos. De lo que se es responsable antes de todo, es del imperialismo de su propio país. Comencemos por lo tanto a encarar ese tema y a enfrentarlo de manera eficaz; de los crímenes de los otros: Sadam, Milosevic, Bin Laden, hablaremos cuando corresponda.
Bibliografía.
- Jean Bricmont, Impérialisme humanitaire. Droits de l’homme, droit d’ingérence, droit du plus fort ?, Aden, Bruselas, 2005, 18 Euros.
- Jean Bricmont, Régis Debray, A l'ombre des Lumières, Odile Jacob, Paris, 2003
- Jean Bricmont, Alan Sokal, Impostures Intellectuelles, Odile Jacob, Paris, 1997 (2ème édition, Le livre de poche, 1999)
- Jean Bricmont, Diana Johnstone, « Les deux faces de la politique américaine », in : L'empire en guerre (coll.), Le temps des cerises, Paris, 2001
- « Folies et raisons d'un processus de dénigrement, Lire Noam Chomsky en France », postface in : Noam Chomsky, De la guerre comme politique étrangère des Etats-Unis, Agone, Marseille, 2002
- « L'espoir change-t-il de camp? » en: Mourir pour MacDo en Irak (coll.), Aden, Bruselas, 2004
- Prfacio en: Norman Finkelstein, Tuer l'espoir: introduction au conflit Israélo-Palestinien, Aden, Bruselas, 2003
- « Donner un contenu concret à la notion de classe », prefacio en: Geoffrey Geuens, Tous pouvoirs confondus, EPO, Bruselas, 2003
- « La fin de la "fin de l'histoire" », y « Questions aux "défenseurs des droits de l'homme" », en: 11 de septiembre 2001, La fin de la "fin de l'histoire" (coll.), Aden, Bruselas, 2001.




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