01/10/2015 | Ignacio Iglesias
[Este texto fue escrito en 1985, con motivo del 50
aniversario de la fundación del POUM]
Algunos antecedentes
El Bloque y la Izquierda Comunista
El proceso unificador
La creación del POUM
No estará de más, antes de referirnos a la
creación del POUM en aquel ya un poco lejano 29 de septiembre de 1935,
hace pues justamente cincuenta años [al escribir el texto], echar una breve
ojeada a la situación del movimiento obrero español, mejor dicho, a las
organizaciones sindicales y políticas que lo representaban, en el momento de la
proclamación de la República, en abril de 1931, fecha que señala grosso modo el
inicio del proceso revolucionario, que con distintos altibajos habría de abocar
a la guerra civil y al establecimiento de la dictadura franquista.
Algunos antecedentes
El movimiento sindical estaba entonces
representado por la CNT y la UGT; la primera dirigida por los
anarcosindicalistas y la segunda dominada por los socialistas. La CNT, que en
1919, cuando celebró el llamado Congreso de la Comedia -nombre éste último de
un teatro madrileño-, contaba con unos 800.000 afiliados, se vio a continuación
seriamente quebrantada a causa de la represión gubernamental y del pistolerismo
alimentado por la patronal catalana, de modo y manera que cuando se produjo, en
septiembre de 1924, el pronunciamiento del general Primo de Rivera, la central
anarcosindicalista se hallaba casi exangüe. Desapareció prácticamente durante
los años que duró la dictadura militar primorriverista, pero en vísperas de la
implantación de la República surgió, como el ave Fénix de sus cenizas, con más
vigor que nunca. En mayo de 1931, ya tenía más de 500.000 afiliados y un par de
años después superaba el millón.
La UGT, que no sufrió la menor persecución en
la etapa de la dictadura del general Primo de Rivera, al igual que el Partido
Socialista, pudo ir extendiendo su influencia, pasando de 200.000 militantes en
1920 a 300.000 en 1930 y a más de un millón en 1932, de los cuales unos 150.000
pertenecían a la Federación de Trabajadores de la Tierra. Ambas organizaciones
eran, pues, en el momento de proclamarse la República, las principales fuerzas
del movimiento obrero español, a las que seguían en importancia el Partido
Socialista, el cual había restañado las heridas que sufrió en 1921, en el
momento de la escisión comunista. El Partido Socialista ofreció al primer
Gobierno republicano tres de sus dirigentes, que pasaron a ocupar otros tantos
ministerios -Trabajo, Hacienda y Justicia-, amén de otros importantes cargos
ministeriales. La UGT, por su parte, se cuidó de oponerse a cualquier
movimiento huelguístico, en nombre de la necesaria consolidación de la
República. Por tanto, puede afirmarse que la base principal del nuevo régimen
estaba constituida por los socialistas.
Para completar el cuadro que en 1931
presentaba el movimiento obrero español, cabe referirse al Partido Comunista.
El pequeño sector que se separó de las Juventudes Socialistas en abril de 1920
y la minoría que rompiera con el Partido Socialista un año después -unificados
luego por imposición de Moscú-, lo hicieron cegados por los resplandores de la
revolución rusa de 1917, dispuestos desde el primer instante a acatar
ciegamente, servilmente, las órdenes de la Internacional Comunista. Por este y
otros motivos más, el Partido Comunista no pasó de ser en España un grupo
exótico, sin la menor influencia real sobre la clase trabajadora del país.
Incluso la proclamación de la República los pilló de sorpresa, pues no en vano
el principal delegado de Moscú, que residía en Barcelona, el suizo
Humbert-Droz, informaba en marzo de 1931 que las ilusiones republicanas se
disipaban, mientras uno de los gerifaltes de la III Internacional, el inefable
Manuilski, escribía poco antes que una huelga parcial en cualquier país ofrecía
“mayor importancia para la clase obrera internacional que ese género de
revolución a la española”.
Por si fuera poco, el comunismo español,
numéricamente de escasa importancia al iniciar su andadura el proceso revolucionario,
Estaba formado por un conjunto de pequeños grupos. Tres de ellos, los más
definidos, eran el Partido Comunista Oficial -como decían entonces todos
los oposicionistas-, la Federación Catalano-Balear, convertida más tarde en
Bloque Obrero y Campesino, y la Oposición Comunista Española, que a partir de
marzo de 1932 pasó a denominarse Izquierda Comunista. Ni que decir tiene que
para los dirigentes del Partido Comunista, principalmente, los otros dos grupos
-el Bloque y la Izquierda- estaban integrados por “traidores y
contrarrevolucionarios”, a los que negaban el pan y la sal en nombre del
marxismo-leninismo, cumpliendo así uno de los más imperiosos mandatos de Moscú,
preocupada la dirección de la III Internacional en mantener la más pura
ortodoxia estalinista.
No obstante las profundas divergencias de
orden político existentes entre estas tres organizaciones, acompañadas
inexorablemente -ya dice el proverbio que no hay peor cuña que la de la misma
madera- de críticas, dicterios y excomuniones en nombre de los más caros
principios, podía percibirse un soterrado hilo que al cabo de cuentas los unía,
incluso contra su propio deseo. Expliquémonos: el Partido Comunista se hallaba
totalmente enfeudado a la III Internacional, cuya política aplicaba en España
con la máxima docilidad; el Bloque Obrero y Campesino –así como su alter ego de
entonces, la Federación Comunista Catalano-Balear- atacaba al grupo dirigente
del Partido Comunista Oficial, pero conservaba su confianza en Moscú; y la
Izquierda Comunista, denominada entonces Oposición, consideraba que tanto la
política del Partido Comunista como la de la III Internacional eran totalmente
erróneas, pero se empeñaba en ser sólo simple oposición, una tendencia en el
seno de ambos organismos, puesto que consideraba al Partido Comunista como su
partido y a la Internacional Comunista como su Internacional. Esta situación de
veras paradójica duró al menos un año, hasta que el Bloque perdió sus ilusiones
respecto a la III Internacional y la Oposición dejó de ser simple oponente para
convertirse en Izquierda Comunista, es decir, de hecho en un nuevo partido.
El Bloque y la Izquierda Comunista
Durante tres o cuatro años, el Bloque Obrero y
Campesino y la Izquierda Comunista, aun coincidiendo en sus críticas respecto a
la desfasada y ultra izquierdista política del Partido Comunista -recuérdese
que el 14 de abril de 1931 sus militantes se manifestaron en las calles de
Madrid a los gritos insólitos de “¡Abajo la República!” y “¡Vivan los
soviets!”- discreparon y hasta polemizaron a veces ásperamente. Tal vez uno
de los motivos principales de sus discrepancias fue la cuestión nacional. El
Bloque, por ejemplo, pretendía que la clase obrera hiciese suyo el movimiento
nacionalista e, incluso deseaba extenderlo, además de Cataluña y Vasconia -como
se decía y escribía en aquel entonces-, a Galicia, Andalucía, Aragón, Murcia,
etc., para así, según afirmaba a los cuatro vientos, debilitar y acabar
arrumbando al Estado español, considerado como un Estado opresor, unitario,
completamente reaccionario. La Izquierda Comunista, en cambio, estimaba que
avivar el problema nacional en todas las regiones españolas, aunque en la mayor
parte de ellas no existiese el menor sentimiento nacionalista, resultaba no
sólo artificial en grado sumo, sino que respondía a un mero afán de
izquierdismo pequeño-burgués.
Un año más tarde, el Bloque atenuó un poco sus
posiciones sobre la cuestión nacional. Maurín había afirmado, en una
conferencia pronunciada en el Ateneo de Madrid, en junio de 1931: "Somos
separatistas”. Y un mes después, en La Batalla, escribió: “Al mismo tiempo
que la separación de Cataluña, queremos la de Vasconia, Galicia, Aragón,
Castilla, etc.. Sin embargo, en marzo de 1932 su portavoz publicó la tesis
sobre la cuestión nacional, aprobada luego en el Congreso que celebró el
Bloque, en la que puede leerse: “El espíritu asimilista del imperialismo
castellano no consiguió vencer la personalidad de las naciones de la periferia:
Cataluña, Galicia, Vasconia. Las demás comarcas peninsulares -Portugal aparte-,
si bien no se han refundido totalmente al embate del imperialismo castellano,
su personalidad no se ha destacado con bastante empaje y viven faltas de vigor,
sin reivindicar aún como Cataluña y Vasconia el derecho a la propia
personalidad." Como puede colegirse, el lenguaje ya no era el mismo, lo
que evidenciaba unas posiciones menos tajantes.
También la Izquierda Comunista cambió lo suyo
respecto al problema nacional. En junio de 1931, en una de sus tesis se decía:
“En el caso concreto de España, los comunistas sostendrán el derecho de
Cataluña y Vizcaya a darse la constitución política que los plazca”. Mas en
marzo de 1932, diez meses escasos después, el análisis ya es otro:. “¿Puede
acaso un comunista situarse del mismo modo ante el problema vasco que ante el
catalán? Puede decirse rotundamente que no. Todo lo que tiene de revolucionario
y progresivo el movimiento catalán, tiene de reaccionario y atrasado el
movimiento vasco. Los comunistas, ante el significado tan distinto de estos dos
problemas, no podemos pronunciarnos del mismo modo ante el uno y ante el otro.
El problema catalán debemos admitirlo como un factor revolucionario y hasta
cierto modo debemos impulsarlo; pero ante el hecho nacional vasco hemos de
adoptar una actitud totalmente opuesta”. Y nuevo cambio un año y medio más
tarde, cuando Andrés Nin escribe en la revista Leviatán: “Existen en España dos
movimientos de emancipación nacional de vitalidad indudable: el de Cataluña y
el de Euzkadi. El de Galicia, por el momento, no es más que un balbuceo
regionalista, falto del calor de las grandes masas y refugiado, por ello en los
cenáculos literarios y en las Academias”. A partir de entonces, sobre todo
desde que comenzó a ocuparse en Comunismo –órgano teórico de la Izquierda
Comunista- de la cuestión nacionalista en Euzkadi el bilbaíno José Luis
Arenillas-fusilado por los franquistas-, se dejó de
establecer diferencia entre ambos problemas.
Cual puede comprobarse, las posiciones del
Bloque y de la Izquierda Comunista respecto al problema de las nacionalidades
en el Estado español se fueron paulatinamente aproximando. Lo mismo ocurrió
respecto a otras cuestiones de índole política. Pero al mismo tiempo se
profundizaron las diferencias entre Trotsky y los trotskistas españoles. Estos
no estaban dispuestos a mantener una actitud beata y a aceptar, de buenas a
primeras, sin discusión alguna los ukases de Trotsky, que trataba de imponer
sus puntos de vista en todos los problemas de la oposición internacional, roída
además por los conflictos internos permanentes, con la consiguiente secuela de
excomuniones y expulsiones. Sobre la Izquierda Comunista llovieron las críticas
de Trotsky, del Secretariado internacional y de las distintas secciones
nacionales de la organización Trotskysta. La polémica fue casi permanente
durante todo el año 1933 y parte de 1934. Todavía se agudizaron las
discrepancias al decidir Trotsky y sus acólitos que todas las secciones de la
oposición internacional ingresaran en los distintos partidos socialistas, a lo
cual la Izquierda Comunista se opuso terminantemente. Por último, en septiembre
de 1934, en un editoria1 de su revista Comunismo, afirmó: “Por triste y penoso
que nos resulte, estamos dispuestos a mantenernos en estas posiciones de
principio que hemos aprendido de nuestro jefe (Trotsky), aun a riesgo de tener
que andar nuestro camino hacia el triunfo separados de él “.
Era el inicio de la ruptura definitiva. A
partir de entonces, Trotsky abrió la caja de los truenos y se dedicó a atacar
virulentamente a la Izquierda Comunista en general y en particular a dos de sus
figuras más sobresalientes: Andrés Nin y Juan Andrade. Participaron en esa
campaña de denigración los componentes del Secretariado Internacional, supuesto
órgano director de la oposición Trotskysta, cuya única misión no era otra que
repetir y ampliar las decisiones de Trotsky. No estará de más señalar que entre
los integrantes de ese Secretariado figuraba el italiano Leonetti -que se
ocupaba de los asuntos españoles-, alias Martín, alias Feroci, alias Akros,
alias Suzo, alias Guido Saracena, que cambiaba de nombre como de camisa, sin
duda para darse a sí mismo un aire más bolchevique; después de haberse
despachado a gusto contra la Izquierda Comunista y más tarde contra el POUM,
abandonó las filas del Trotskysmo para retornar al seno del Partido Comunista
italiano. Peor fue el caso de otro de los colaboradores de ese Secretariado
Internacional, hombre de absoluta confianza de Trotsky y de su hijo Sedov,
llamado Marc
Zborowski, alias Etienne, que resultó ser un activo agente de
los servicios secretos soviéticos.
Lo que es indudable es que esta ruptura con
Trotsky y su organización permitió a la Izquierda Comunista verse libre de
trabas y poderse embarcar en el proceso unificador que se inició en Cataluña,
tras la revolución de octubre de 1934. Hasta entonces, los trotskistas
españoles se habían visto obligados, para cumplir con la estrategia política de
Trotsky, a aplicar en España una táctica inútil, que anulaba por completo los
esfuerzos llevados a cabo en el terreno teórico por sus mejores militantes para
intentar aclarar la situación real del país en cada momento dado. Tenían que
considerar al Partido Comunista como su propio Partido, a la Internacional
Comunista como su Internacional, a la Unión Soviética como un Estado obrero con
bases socialistas. Y por causa de todo esto, sus críticas a la política del
Partido Comunista y de la III Internacional aparecían, ante los ojos de la
generalidad de los trabajadores, cual disputas bizantinas o simple lucha por
los puestos dirigentes.
El proceso unificador
Ya durante los primeros tiempos de la
República, se habían lanzado llamamientos en favor de la unificación de todos
los grupos o tendencias comunistas, sobre todo por parte de la Oposición
trotskista y de la Federación Catalano-Balear, pero sin el menor resultado, quizá
por ser todavía prematuro y precisarse cierto período de decantación. El primer
paso serio, que a la larga sería determinante, fue la creación de la Alianza
Obrera, en diciembre de 1933 en Cataluña y en marzo de 1934 en Asturias,
principalmente, con el propósito de establecer un frente unido obrero capaz de
impedir el triunfo de la reacción. El documento que dio fe del nacimiento de la
Alianza en Cataluña está fechado el 9 de diciembre de 1933 y entre otras cosas
dice: "Las entidades abajo firmantes, de tendencias y aspiraciones
doctrinales diversas, pero unidas en un común deseo de salvaguardar las
conquistas conseguidas hasta hoy por la clase trabajadora española, hemos
constituido la Alianza Obrera, para oponernos al entronizamiento de la reacción
en nuestro país , para evitar cualquier intento de golpe de Estado o
instauración de una dictadura".
El documento en cuestión llevaba las firmas
siguientes: J.Vila Cuenca, por la UGT; Ángel Pestaña, por los Sindicatos de
Oposición (treintistas) ; Rafael Vidiella, por la Federación Socialista de
Barcelona (PSOE); Juan López, por la Federación Sindicalista Libertaria; M.
Martínez Cuenca, por la Uniò Socialista de Cataluña; José Calvet, por la Unión
de Rabassaires; Francisco Aguilar, por la Federación de Sindicatos expulsados
de la CNT; Joaquín Maurín, por el Bloque Obrero y Campesino, y Andrés Nin, por
la Izquierda Comunista. Faltaba a la cita la CNT -salvo en Asturias, donde se
impusieron los partidarios de la Alianza-, entonces ya en manos de la
Federación Anarquista Ibérica, dedicada a practicar el más absurdo
ultraizquierdismo mediante huelgas generales revolucionarias y putschs que se
convertían en otros tantos estrepitosos fracasos, pero empecinada en implantar,
de buenas a primeras, nada menos que el comunismo libertario. Y asimismo,
naturalmente, el Partido Comunista, que combatía sin descanso a la Alianza
Obrera desde el primer día de su nacimiento, hasta que en uno de sus bruscos
cambios, acatando órdenes de Moscú, decidió en vísperas de la revolución de octubre
de 1934 ingresar en esa Alianza que tanto había denigrado.
Es cierto que la Alianza Obrera no dio de sí
todo lo que sus promotores anhelaban. La ausencia -salvo en Asturias,
repetimos- de la CNT, que contaba entonces con gran influencia en el seno del
movimiento obrero, más el mínimo interés de la UGT, pesaron decididamente en el
destino de este organismo de unión, que no pudo desempeñar en la revolución de
octubre de 1934 el papel que le correspondía. Empero, las relaciones mantenidas
en el seno de la Alianza entre algunas de sus organizaciones favorecieron el
establecimiento de un mejor clima de entendimiento político, olvidando viejas
querellas y enemistades. De distintos lugares se había proclamado la imperiosa
necesidad de una unificación de los partidos y grupos marxistas, "sobre la
base no del confusionismo, sino, claramente, sobre la del marxismo
revolucionario, tanto por su pensamiento como por su acción”., como escribió
Maurín a comienzos de 1935, en su libro Hacia la segunda revolución. Con
anterioridad, a partir de 1934, un pequeño grupo catalán, el Partit Català
Proletari -que se había escindido del ultranacionalista Estat Català- se mostró
partidario de la unificación marxista. Andrés Nin se expresó igualmente en
favor de "la constitución de un partido revolucionario a través de la
fusión de las organizaciones que acepten unos principios y una táctica
determinadas".
Por tanto, todos o casi todos los partidos y
grupos marxistas catalanes aparecían de acuerdo en que la unificación era
imprescindible. Faltaba dar el primer paso. La iniciativa de convocar a todas
esas organizaciones partió del Partit Català Proletari y en los primeros días
de febrero de 1935 tuvo lugar la primera reunión, en la que estuvieron
presentes, además del grupo convocante, es decir, el Partit Catala Proletari,
el Bloque Obrero y Campesino, la Federación Catalana del Partido Socialista, el
Partido Comunista, la Uniò Socialista de Cataluña y la Izquierda Comunista. Y
como cabía esperar, pronto aparecieron las discrepancias. La Federación
Catalana del Partido Socialista expuso que no podía tomar acuerdo alguno de
unificación porque dependía orgánicamente del PSOE; la Uniò Socialista entendía
que primero había que buscar un entendimiento previo entre los núcleos afines
por separado de socialistas, por un lado, y de comunistas por el otro; el
Partido Comunista declaró de buenas a primeras que el nuevo partido unificado
tenía que depender de la III Internacional; el Partit Català Proletari mostró
su voluntad de unirse con los partidos que hayan demostrado verdadero interés
por la fusión y que compartan sus puntos de vista respecto a la cuestión
catalana; la Izquierda Comunista consideró que la unificación no era tarea
fácil, pero que existían las condiciones objetivas que permitían llevarla a
cabo, a base de transacciones y procurando hallar una estructura orgánica para
que las diferencias que puedan subsistir puedan ser ventiladas en un ambiente
de convivencia; el Bloque, finalmente, se opuso a la propuesta de la Uniò
Socialista y se expresó, en líneas generales, en el mismo sentido que la
Izquierda Comunista.
Los únicos acuerdos logrados en esta primera
reunión, fueron los que .siguen: "1º
Los reunidos reconocemos la necesidad de unificar las fuerzas marxistas
existentes; 2° La unificación será llevada a cabo sobre la base del
marxismo revolucionario, que supone: a) desarrollarse con independencia de todo
partido burgués, b) toma violenta del poder a través de la insurrección armada,
y c) instauración transitoria de la dictadura del proletariado". Fueron
unos acuerdos mínimos, de índole más bien general para obtener la adhesión de
todos, que deberían someterse a los Comités de cada partido para que en una
reunión próxima se expusiesen posiciones definidas. Esta tuvo lugar el 6 de abril,
sin otra ausencia que la de la Federación Catalana del PSOE, que afirmó no
haber recibido a tiempo la convocatoria. Y en ella las posiciones ya
aparecieron claramente establecidas. El Partido Comunista exigió que se
prescindiera de la Izquierda Comunista en este proceso unificador; la Uniò
Socialista se reafirmó en sus puntos de vista expuestos en la primera reunión;
el Bloque, la Izquierda Comunista y el Partit Català Proletari defendieron los
acuerdos ya concretados, a partir de los cuales debería proseguirse las
discusiones. Ninguna de las organizaciones presentes aceptó la propuesta del
Partido Comunista de excluir a la Izquierda.
El delegado del Bloque pidió la suspensión de
la reunión hasta días después, para que el Partido Comunista diga si acepta la
opinión de la mayoría. Esta tercera y última reunión se celebró el 13 de abril,
esta vez con la asistencia de todos. En la misma plasmaron las tres tendencias
que habían apuntado anteriormente. La Federación Catalana del PSOE y la Uniò
Socialista coincidieron en afirmar que el partido marxista que se quiere crear
ya existe y no es otro que el Partido Socialista Obrero Español; el Partido
Comunista confirmó sus posiciones, insistiendo que no existía posibilidad
alguna de obtener la reunificación al margen de la Internacional Comunista; el
Bloque, la Izquierda Comunista y el Partit Català Proletari coincidieron en sus
apreciaciones, indicando el primero que era inaceptable la propuesta de los
socialistas de entrar todos en el Partido Socialista y que las propuestas del
Partido Comunista mostraban inequívocamente que no deseaba la unificación,
mientras la Izquierda rebatió lo expuesto por los comunistas y el Partit Català
Proletari señaló que la actitud adoptada por el Partido Socialista, por el
Partido Comunista y por la Uniò Socialista hacían imposible la fusión,
mostrándose partidario de proseguir la discusión con quienes aceptaban sin
reservas los puntos aprobados en la primera reunión respecto a la unificación.
As! fue como quedaron solos, en el iniciado
proceso de unión, el Bloque, la Izquierda Comunista y el Partit Català
Proletari, los cuales publicaron una nota en la que manifestaban que estas
organizaciones continúan elaborando la unificación marxista, interpretando el
deseo de la mayoría de los trabajadores y la necesidad histórica del momento
actual". Pero tampoco fructificó la fusión de estos partidos, como cabía
prever. El obstáculo insalvable no fue otro que la cuestión catalana, mejor
dicho, si el nuevo partido unificado debería ser únicamente catalán o bien se
extendería al resto de España. El Partit Cátala Proletari argüía que la
unificación tenía que realizarse en Cataluña exclusivamente, correspondiendo al
Partido Socialista y al Partido Comunista unificarse en el resto del Estado
español; era una actitud comprensible en una organización eminentemente
nacionalista y por ende limitada al territorio catalán. El caso de la Izquierda
Comunista y del Bloque Obrero y Campesino era otro harto distinto: por lo
general, la mayoría de los militantes de la primera residían fuera de Cataluña,
mientras el Bloque aspiraba a no limitarse al territorio catalán; ni una ni
otra de estas dos organizaciones querían abandonar a sus grupos de las
distintas regiones españolas o empujarlos hacia el Partido Socialista. La
ruptura de estas dos organizaciones con el Partit Català Proletari resultó,
pues, inevitable. Se llevó a cabo en los primeros días de junio de 1935.
La creación del POUM
El Bloque Obrero y Campesino y la Izquierda
Comunista se quedaron solos en ese .intento de unificación .Además, ese breve
proceso tuvo sus repercusiones en el interior de esos dos partidos. Un reducido
pero destacado grupo de militantes trotskistas -Fersen, Esteban Bilbao, Munis y
otros dos, todos ellos de Madrid- ingresó en el Partido Socialista, sin
aguardar a la decisión final de la organización. Por su parte, el Comité
Ejecutivo de la Izquierda Comunista se mostró bastante irresoluto, llegando
incluso a proponer -con el voto en contra de uno de sus componentes, Francisco
de Cabo- que una vez constituido el nuevo partido en Cataluña, el resto de la
militancia española solicitase su ingreso en el Partido Socialista, lo cual
suponía, al cabo de cuentas, dar la razón a los que ya se habían ido, al mismo
tiempo que, paradójicamente, hacía suyos los puntos de vista del Partit Català
Proletari, que en sus discusiones con éste rechazaba. En realidad era la
posición de Nin; para defenderla, pidió a Iglesias que publicase en el Boletín
Interior, en abril de 1935, un artículo, que apareció firmado con el seudónimo
de Paco, no obstante no estar éste muy convencido de los puntos de vista que
exponía. Pero Nin y el Comité Ejecutivo quedaron prácticamente solos: toda la
organización se pronunció –con Andrade a la cabeza- contra el ingreso en el Partido
Socialista y en favor del carácter nacional del nuevo partido. Y esta fue,
finalmente, la actitud adoptada, que coincidía con la del Bloque.
En el Bloque Obrero y Campesino, también la
unificación produjo algunos sobresaltos y defecciones. Varios militantes,
algunos muy conocidos en la organización, se opusieron a la fusión. Según
afirmó Maurín años más tarde, en una carta al historiador francés Pierre Broué,
"había un poco de catalanismo retardado en el grupo formado por Estivill,
Estartús y Ferrer, en el sentido de que convirtiéndose el Bloque en un partido
peninsular, perdería -creían ellos- su característica inicial catalana”. Ese
grupo dio a la luz pública en noviembre de 1935, o sea poco después de haberse
ultimado la fusión del Bloque y de la Izquierda, dando nacimiento al POUM, un
documento criticando esa unificación y la creación de un nuevo partido, por lo
cual el Comité Central del POUM, reunido los días 5 y 6 de enero de 1936,
acordó marginar de toda actividad en la organización por un año a Colomer,
Estivill y Estartús y sancionar al resto con la imposibilidad de acceder a
cargos de responsabilidad también durante un año. La respuesta de los
sancionados fue inmediata: días después dieron a conocer su decisión de
separarse del POUM. Lo curioso del caso es que esos “catalanistas retardados”
se fueron al Partido Socialista casi todos y acabaron en el PSUC, partido
creado de prisa y corriendo pocos días después de iniciarse la guerra civil
bajo la égida de la estalinista Internacional Comunista.
Ineluctablemente, desde el instante mismo en
que el Bloque y la Izquierda Comunista quedaron solos en el malogrado proceso
unificador, la fusión de hecho quedaba establecida. Las posiciones políticas
sobre los distintos problemas se habían ido decantando y las coincidencias
resultaban, si no totales, si al menos muy aproximadas. Ya antes de crearse
oficialmente, por decirlo así, el nuevo partido, el POUM, varios militantes de
la Izquierda Comunista iniciaron su colaboración en La Batalla, hasta entonces
portavoz del Bloque. El 12 de julio, este semanario anunciaba: “El Comité
Central del BOC acuerda la unificación con la Izquierda Comunista”. Y una
semana después, en el mismo periódico, publicó un artículo Andrés Nin, titulado
“Un pacto de unificación firme y sincero”. Las resoluciones y tesis de la nueva
organización, redactadas de común acuerdo por Maurín y Nin, fueron aprobadas
por los respectivos Comités Centrales. A causa de hallarse suspendidas las
garantías constitucionales, como consecuencia de la revolución de octubre, no
pudo celebrarse el Congreso de unificación.
Se afirmó empero que éste se había reunido en
la clandestinidad el 29 de septiembre de 1935. A decir verdad, repetimos, no
hubo tal Congreso, sino simplemente una reunión de varios representantes del
Bloque y de la Izquierda Comunista. Tuvo lugar en la tarde de dicha fecha, en
el número 24 de la calle Montserrat de Casanovas, en Horta, en las afueras de
Barcelona. Como ya estaba todo o casi todo ultimado, en esa reunión se
designaron los miembros del Comité Ejecutivo, del Comité Central y de la
dirección de las Juventudes, la Juventud Comunista Ibérica, de acuerdo con las
decisiones tomadas previamente en el seno de las dos organizaciones, ahora
unificadas en el POUM. El Comité Ejecutivo quedó en aquel entonces constituido
por Joaquín Maurín –designado secretario general-, Pedro Bonet, Jordi Arquer,
José Rovira, José Coll, Andrés Nin y Narciso Molins y Fàbrega, los cinco
primeros en nombre del Bloque y los dos últimos por parte de la Izquierda Comunista.
Para la dirección de las Juventudes se nombró a Germinal Vidal -secretario-,
Miguel Pedrola, Wilebaldo Solano y Gelada, si no recuerdo mal, en
representación del Bloque, y a Ignacio Iglesias por la Izquierda Comunista.
Como no se ha publicado en parte alguna, vale la pena ofrecer los nombres de
los asistentes a esa reunión del 29 de septiembre de 1935. Helos aquí: Maurín,
Nin, Bonet, Molins, Arquer, Coll, Rovira e Iglesias, así como Francisco de Cabo
y su compañera Carlota Durany, que vivían en la casa donde se celebró el
encuentro. También estuvo presente un antiguo militante trotskista de Famplona,
llamado Alútiz -fusilado por los carlistas en los primeros días de la guerra
civil-, de profesión ferroviario, que acababa de asistir en Madrid a una
reunión de los ugetistas de su sindicato y se hallaba fortuitamente de paso por
Barcelona. Que sepamos, sólo quedan con vida [en el momento de escribir el
artículo] Coll, de Cabo e Iglesias.
La fundación del POUM no vino a provocar una
nueva división del movimiento obrero español, como denunciaron los estalinistas
y sus adláteres, sino, por el contrario, a sumar fuerzas ya simplificar. Es
más, como su nombre indica, no se consideraba como un partido definitivo; más
bien como un buen paso dado hacia la unificación de los partidos de carácter
marxista. En el número que publicó La Batalla el 11 de octubre de 1935,
dedicado justamente a la creación del POUM, puede leerse: "La fusión del
BOC y de la Izquierda Comunista es algo más que una simple suma de adherentes
de dos organizaciones. Representa el primer paso importante hacia la
constitución del gran partido obrero socialista revolucionario que el
proletariado español necesita”. Y en un folleto que edita semanas después con
el título “Qué es y que quiere el Partido Obrero de Unificación
Marxista”, hay la siguiente referencia a la cuestión de
la unidad marxista: “El problema no es de ingreso o de absorción, sino de
unificación marxista revolucionaria. Es un Partido nuevo el que se precisa
formar mediante la fusión de los marxistas revolucionarios”. Señalemos, aunque
sea únicamente de pasada, que el POUM, desde el primer día de su nacimiento,
fue blanco predilecto de los virulentos ataques de los trotskistas y de los
estalinistas.
Un nuevo partido revolucionario no se crea de
la noche a la mañana, no surge súbitamente, como Venus de la espuma del mar; ni
siquiera es suficiente la iniciativa de unos cuantos hombres, por sólidas que
sean sus razones y grande su valer. Son precisas, sobre todo, unas coyunturas
históricas favorables, así como cierto tiempo para consolidarse y madurar, para
lograr instalarse en la conciencia de los trabajadores. Esas coyunturas
favorables se daban en 1935 y la iniciativa existió, como hemos visto, por
parte de los hombres del Bloque Obrero y Campesino y de la Izquierda Comunista.
Pero desgraciadamente, faltó el tiempo necesario para que el nuevo partido, el
POUM pudiera extenderse y fortificarse. En efecto, menos de diez meses después
de aquel 29 de septiembre de 1935, fecha de su fundación, se produjo la
sublevación militar y la subsiguiente guerra civil. El POUM, todavía en el
inicial e imprescindible período de formación, de organización de sus cuadros,
tuvo que enfrentarse a la nueva situación en pésimas condiciones, por si fuera
poco con su secretario general, Maurín, ausente, atrapado en zona franquista.
Pero, como diría Kipling, esa es ya otra historia.
Ignacio Iglesias (1912-2005), fue uno de los
fundadores del POUM y redactor de La Batalla
1985
IGNACIO IGLESIAS (1912-2005)
Ignacio Iglesias
Burocracia y capitalismo de Estado
Ignacio Iglesias
1951 Burocracia y capitalismo de
Estado [Iglesias]
De Ignacio Iglesias. Publicado en La
Batalla en exilio (n°102-104, 1951). Edición digital de la Fundación
Andreu Nin, mayo 2002.
La URSS: de la revolución socialista al
capitalismo de Estado
Ignacio Iglesias
Wilebaldo Solano. 80 aniversario de su
fundación: el POUM en la historia
Verdades elementales. Andreu Nin Por la
unificación marxista
Juan Andrade El marxismo y los problemas de la
revolución española. Lenin y el Leninismo
Juan Andrade. Alianza Revolucionaria
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León Trotsky LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA (1930-1939)
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https://www.marxists.org/espanol/trotsky/indice.htm
ResponderEliminarDmitri Manuilski
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El problema de las nacionalidades en Euzkadi (José Luis Arenillas, septiembre 1934)
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Juan Andrade. Alianza Revolucionaria
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Vida, obra y muerte de Andreu Nin
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