miércoles, 20 de septiembre de 2017

Juan Andrade. Franz Borkenau: El reñidero español.







Juan Andrade (1898-1981). Un revolucionario de toda la vida

04/05/2011 | Pepe Gutiérrez-Álvarez



FUNDACIÓN ANDREU NIN

JUAN ANDRADE (1898-1981) Y  MARÍA TERESA GARCÍA BANÚS (1895-1989)


Franz Borkenau










Relato de un testigo de los conflictos sociales y políticos de la guerra civil española


245 páginas (Ruedo ibérico, París, 1971).




En todas las historias o estudios históricos sobre la guerra civil española se encuentran con frecuencia referencias a la obra The Spanish Cockpit, de Franz Borkenau. Sin embargo, hasta ahora los lectores españoles interesados en conocer el libro no tenían la posibilidad de llegar a él, porque editado en inglés en su primera publicación, en 1937, estaba agotado, no había versión en otras lenguas y la edición norteamericana hecha después, en 1963, era casi desconocida. Sobre todo, faltaba una edición castellana, que Ruedo ibérico ha llevado a cabo ahora, con el título de El reñidero español, que aunque tiene un cierto acento peyorativo en primera impresión, responde a la intención del autor y resulta expresivo.


La lectura de El reñidero español no hace más que acentuar la autoridad que se le concedía como documento de primera mano, y los españoles que vivieron la contienda o los que la han estudiado encontrarán en la obra un elemento básico sobre los comienzos de la guerra y de la revolución, y de su degeneración bajo el imperio del estalinismo, a pesar de que sólo comprende los hechos y su desarrollo hasta mediados de 1937, lo que es lástima.

Franz Borkenau había pertenecido al Partido Comunista alemán e incluso ocupado un cargo en la Internacional Comunista. Pero al cabo de algunos años abandonó el partido y las ideas comunistas para consagrarse por entero a la sociología. Inmediatamente de estallar la guerra civil, decidió trasladarse a España, a la «zona republicana », para conocer y estudiar directamente todo el «hecho sociológico», aunque con un amplio sentido de asimilación y comprensión y una gran simpatía no disimulada hacia la causa popular; pero también armado, indudablemente, con un espíritu crítico del desenvolvimiento de los acontecimientos y con la vasta cultura política de su formación inicial. Esto le condujo a juicios que parecen bastante distantes de unos y de otros, de desvalorización aparente de casi todo lo que presencia y enfoca, a un subjetivismo bastante negativo casi siempre, derivado de una impresión demasiado rápida de hechos a los que asiste como espectador. Esta independencia en sus observaciones es lo que hace decir a Gerald Brenan, su prologuista americano: « Y sin embargo Borkenau no era, como él creía, un liberal democrático, sino una especie de romántico nietzscheano, que sólo llegaba a la verdad después de una lucha consigo mismo

El reñidero español se inicia con el capítulo titulado «Antecedentes históricos», cuyo objeto es situar los acontecimientos que se desarrollan durante nuestra guerra civil en el contexto de la propia historia de España, lo que le lleva a concluir que a pesar de que todos los partidos obreros se consideran « como especímenes españoles de movimientos internacionales, apenas puede considerarse que tengan equivalentes extranjeros ». Consideración en general discutible, pero en este caso inexacta, como se vio trágicamente después, porque en nuestra época las revoluciones, por su carácter profundamente social, de lucha de clases, se dan por concepciones que responden a aspiraciones que son comunes a las dos clases en pugna, y que por lo tanto crean principios y solidaridades iguales por encima de las fronteras, independientemente de las tradiciones, temperamentos y peculiaridades nacionales.


Claro está, Borkenau tenía en cuenta, principalmente, para esta explicación, el fenómeno anarquista, que era el prevaleciente en el periodo que el autor vivió durante la revolución española. Interpretación con la cual, por otra parte, se han estrellado también casi todos los historiadores o estudiosos de la historia y la política de nuestro país; porque el caso anarquista sí que ha sido durante casi un siglo típicamente ibero, que escapaba a las «normas » internacionales, pero al que ya Marx y Engels prestaron su atención y analizaron y que Trotski, durante la guerra civil, redujo meramente a diatribas ofensivas.


El capítulo «Antecedentes históricos », a pesar de algunos errores menores (por ejemplo, decir que Salvador Seguí fue asesinado en la prisión) y de que se trata de un resumen muy somero, sirve para fijar la situación cuando él atravesó la frontera francoespañola para estudiar y tratar de comprender el desarrollo de la guerra y de la revolución y sus consecuencias. El panorama de la situación real nacional se presentaba para Borkenau así: « El alzamiento de los generales logró aquello que ni socialistas ni anarquistas hubiesen sido capaces de lograr: en media España y en seis de las principales ciudades españolas, llevó el poder a manos del proletariado revolucionario. Se planteaban los siguientes problemas: ¿Podrían conservarlo? ¿Cómo lo utilizarían? ¿Serían más capaces que sus predecesores de descubrir una solución constructiva a los problemas que habían torturado a España durante un siglo? » La formulación era bastante ingenua y demasiado fundada en la acción «espontaneísta» de las masas, porque la revolución era consecuencia precisamente de la propaganda durante un siglo de socialistas y anarquistas, que dieron a los trabajadores una conciencia social de clase, y de la actuación de sus organizaciones en el momento de producirse el levantamiento de los militares y fascistas.

El autor pasa enseguida a lo que llama «Diario revolucionario», que comprende las notas tomadas en su primer viaje, o sea del 5 de agosto, como ya hemos dicho, al 15 de septiembre de 1936. Su primera sorpresa al entrar en la frontera -llegaba impresionado por los rumores alarmantes que difundía ya toda la prensa capitalista extranjera- fue que « las cosas, lejos de ser desagradables, como todos habían predicho, se desenvolvieron tan pacíficamente que parecía incluso ridículo». La llegada a Barcelona se hace sin grandes inconvenientes. En su deseo de información, en todas partes encuentra una acogida cordial por el solo hecho de ser extranjero y de querer comprender lo que sucede por vía directa. Por parte de todos los partidos, de todas las organizaciones se trata principalmente en sus entrevistas de explicar para llegar a convencer, se admiten las preguntas, críticas y censuras; se trata también de condenar, o en otros casos de justificar los errores que se han podido cometer. Pero en Barcelona tiene también la impresión, desde el primer momento, de que se vive una verdadera revolución. La presencia de hombres armados por todas partes, es para él la manifestación gráfica del nuevo estado de cosas, como lo son también los grandes edificios ahora incautados por las organizaciones obreras.


Borkenau recoge rumores que circulan, ecos de los propósitos, que resultan a veces dispares y contradictorios, y no menos fantásticos también, como sucede durante el desarrollo de los grandes acontecimientos históricos. No obstante, el autor nos advierte igualmente, que aunque reconoce que existen estas contradicciones en su relato, ha preferido dejarlas en su libro tal y como las anotó. Y creo que hizo bien porque su lectura nos da un panorama de conjunto, vivo por directo, en medio de su ambiente natural, que no se encuentra expresado en toda su realidad en los fríos relatos de los historiadores. Son los primeros días de una euforia completa, los grandes momentos de la alegría política popular. «Todo se encontraba en estado de transición, entre el caos y el génesis.»

La situación le lleva a hacerse algunas preguntas, que somete a la consideración o respuesta de los representantes de las organizaciones que entrevista, y a las que otras veces él mismo se responde. Había una que era de la más pura lógica para el observador culto política e históricamente: « ¿Por qué, pregunto, no han sido creados soviets propiamente dichos (como en Asturias en 1934) constituidos con diputados elegidos directamente ?» El maquiavelismo estalinista le responde: «Porque todos estamos dedicados a los problemas de orden militar. » No encuentra las contestaciones pertinentes, aunque había hallado la explicación política que buscaba interrogando al POUM, que era precisamente el que defendía la constitución de comités (o soviets) directamente elegidos; pero el autor repite varias veces (son casi las únicas alusiones a dicho partido) que « los trotsquistas del POUM » eran una minoría insignificante, y además... extremista.


No encontrando a esta curiosidad contestación convincente, trata de explicar personalmente el caso: «Quedo limitado a mis deducciones. Es la CNT quien está en posición de decidir si deben o no crearse soviets. Si no los hay, es probablemente porque la CNT no los quiere. Si los quisiera, la UGT no podría impedirlo. Y deduzco que la actitud de la CNT se explica quizás por el hecho de que mantiene el control de las fábricas a través de sus poderosas organizaciones sindicales, y unas elecciones de tipo soviético no contribuirían en nada a su poder sino que, inevitablemente, darían a los demás partidos la oportunidad de probar su fuerza en las fábricas. También los comunistas, en la Rusia de 1917, se desinteresaron cada vez más de los soviets, una vez que el partido logró controlar el país.» Planteamiento del problema que contiene una menor parte de verdad y una mayor parte de errores, porque si bien la CNT se oponía a la constitución de comités o soviets como organismos de poder, esta posición se derivaba de toda su filosofía anarcosindicalista, y no a su temor de perder la influencia sindical en las fábricas, que entonces era bien sólida.

Claro está, centra sobre todo su análisis sobre las opiniones, o más bien las reacciones de los anarquistas ante el curso que seguía la revolución y la guerra principalmente en Cataluña; pero al mismo tiempo, como contraste, acude también a recoger lo que dicen los comunistas. El antagonismo práctico entre las dos concepciones que empezaba ya a manifestarse en septiembre de 1936, explicaba por anticipado su evolución ulterior. Y aunque el autor parece adoptar una actitud neutral, aparte de algunos desaciertos de apreciación debidos a la improvisación, hay juicios de bastante buen sentido general.

Después de haberse hecho una idea de conjunto sobre el clima político y social de Barcelona, el autor hace lo que consideraba entonces obligado todo buen informador, o sea una «visita al frente de Aragón ». Su descripción de la situación de los pueblos que recorre y la organización de las primeras milicias tiene mucho de pintoresco, y aunque las conclusiones que deduce son a veces bastante simplistas, el colorido con que las reviste da fuerza a la realidad de la improvisación de todo.


Entonces se le presenta la ocasión de apreciar los antagonismos entre las diversas organizaciones antifascistas y contrasta el cuadro de sus diferentes posiciones. Mejor que en Barcelona, puede conocer ocasionalmente la finalidad de la política de los estalinistas, lo que le hace decir: « La gente resulta a veces sorprendente. Miembros representativos del PSUC expresan la opinión de que no está teniendo lugar una revolución en España, y estos hombres (con quienes sostuve una discusión relativamente larga no son, como debía suponerse, viejos socialistas catalanes, sino comunistas extranjeros. España, explican, se enfrenta a una situación única: el gobierno lucha contra su propio Ejército. Y esto es todo. Insinué el hecho de que los obreros estaban armados, de que la administración había caído en manos de los comités revolucionarios, que miles de personas eran ejecutadas sin juicio, que tanto fábricas como grandes fincas eran expropiadas y administradas por sus antiguos obreros. Si esto no era una revolución, ¿qué es lo era entonces? Se me dijo que estaba equivocado; todo eso no tenía ninguna significación; eran sólo medidas de emergencia sin consecuencias políticas [...]. Me pregunto cómo es posible que los comunistas que, en todo el mundo y durante quince años, han estado descubriendo situaciones revolucionarias allí donde no había ninguna, logrando hacer con ello tremendo daño, no reconozcan una revolución ahora, cuando por primera vez en Europa desde la revolución rusa de 1917 existe de verdad.»

Después del frente de Aragón, Borkenau da un salto hacia Valencia, donde pasa dos días que le permiten llegar a la conclusión de que « desde el punto de vista constitucional Valencia puede ser considerada casi como una república soviética independiente. Pero socialmente es mucho menos soviética que Barcelona y sigue siendo una ciudad pequeño burguesa. Hay muchas menos milicias armadas que en Barcelona, menos expropiaciones y control obrero en las fábricas, menos banderas rojas y más estandartes con los colores valencianos o españoles». Visión demasiado rápida e impresionista, defecto inherente a todo reportaje fulminante.

Con respecto a la relación de fuerza de las organizaciones revolucionarias, observa que predominan también los anarquistas, aunque no con el mismo peso decisivo que en Barcelona, y que los comunistas son una minoría. Estos últimos son los únicos que se someten a la junta delegada, la autoridad nombrada por el presidente de la República, y se lamentan porque « los anarquistas no quieren entender que tienen que obedecer; éstos quieren la independencia regional ». Y el líder comunista se hace mucho más amargo al terminar diciendo: « Le digo que hubo momentos en que nos quedamos completamente solos en nuestra defensa de las órdenes de Madrid. »


En la provincia de Valencia, en Gandía, estuvo a punto de ser fusilado, según relata. Estaba hablando de problemas agrícolas con el secretario local de la UGT, cuando fue llamado aparte por cuatro hombres; después de un interrogatorio le invitaron a abandonar inmediatamente Gandía si no quería ser « eliminado». Empezaba la caza de herejes de los estalinistas contra todo extranjero, que, aunque antifascista conocido, no estuviera avalado por « el Partido », y los agentes de la Internacional comenzaban a llegar para imponer la política de Stalin. Fecha estos hechos en el 22 de agosto de 1936.

Viaje ahora a Madrid, sede entonces todavía del gobierno republicano. Su impresión primera: « Madrid brinda mucho más que Barcelona la impresión de una ciudad en tiempos de guerra, pero mucho menos la de una ciudad en medio de una revolución social ». Los socialistas predominan ampliamente, y sobre todo los pertenecientes a la fracción de Largo Caballero; pero éstos no figuran aún en el gobierno. Lo que se manifiesta en ellos por un descontento. Alegan que hay una falta total de eficacia. El gobierno no hace nada, no organiza nada, no prevé nada. Es también la impresión general de Borkenau, al parecer. Ciertamente, hay que decir que era la expresión de una situación concreta. Se debe agregar que esto lo escribía el autor de El reñidero español el 27 de agosto y que el 4 de septiembre Largo Caballero presidía un gobierno de Frente Popular amplio, que de hecho facilitó la implantación absoluta de los estalinistas en todos los organismos « oficiales » de la llamada « zona roja ».


Desde Madrid, pasa a visitar los frentes del sur y central, y me atrevo a decir que es la parte más expresiva de la obra, porque se relatan hechos vividos « en el terreno », directamente y con inteligencia, que no se encuentran frecuentemente en otros libros sobre nuestra guerra civil escritos por extranjeros. En el frente andaluz su visita se realiza cuando las fuerzas militares fascistas están llevando a cabo los avances inmediatos al desembarco de moros y legionarios y realizan su rápido progreso hacia Madrid; también cuando los huidizos de los pueblos que habían caído en poder de los militares insurgentes relataban la cruel represión que seguía a la toma de cada pueblo. Esto creaba un estado de espíritu de represalias en las poblaciones, que en la forma era igualmente salvaje y sin ninguna discriminación. El autor presenció, con justo horror, algunos de estos hechos salvajes.


Pero como sociólogo le interesa estudiar cómo se va resolviendo la cuestión agraria. Durante su visita llega a la conclusión de que « sigue sin ser resuelta y que prevalece la mayor incertidumbre en cuanto a cómo hacerlo». La diferencia más notable que encuentra en la forma de hacer frente a la cuestión y a todos los problemas anexos a la revolución, se deriva de que dominen en el pueblo los socialistas o los anarquistas y de que el pueblo tenga una tradición de organización social o no. En Andujar, por ejemplo, la administración municipal continua en su puesto, pero fortalecida por la cooperación de representantes de la UGT, de los partidos socialista y comunista y de la Juventud Socialista; es cierto que los socialistas habían ganado las elecciones municipales y que en toda la provincia de Jaén la influencia de los anarquistas era escasa.


La diferencia de concepción y propósitos en cuanto a la manera de resolver los problemas de la revolución agraria, se le hace al autor más presente cuando visita Castro del Río, en la provincia de Córdoba, que era conocido como uno de los más antiguos y fuertes centros anarquistas de Andalucía y donde la CNT-FAI era la única organización obrera existente. Allí, la Guardia civil, unida a los caciques y a los ricos, se rebeló contra la República ; este bloque reaccionario triunfó en los primeros momentos; pero la población puso asedio a los civiles, les obligó a rendirse y después de una «liquidación» general se estableció el comunismo libertario en Castro del Río.

Sobre este caso dice Borkenau : «El punto más notable del régimen anarquista en Castro es la abolición del dinero. El intercambio monetario ha sido suprimido; la producción ha sufrido muy pocos cambios. Las tierras de Castro pertenecían a tres de los más grandes magnates españoles; todos ellos, ausentes por supuesto, han sido expropiadas. El ayuntamiento local no se ha fundido con el comité, como en el resto de Andalucía, sino que ha sido disuelto, el comité ha tomado su lugar y ha creado una especie de sistema soviético. Se ha apoderado de las tierras y las administra. Estas no han sido integradas, sino que se las sigue trabajando por separado, contando con los mismos obreros empleados antes en ellas. Los salarios han sido suprimidos. Sería incorrecto decir que han sido sustituidos por una paga en especie. No existe paga de ninguna clase; las tiendas del pueblo alimentan directamente a los habitantes. » Esto lo anotó el autor el 6 de septiembre de 1936; es lástima que no exista, por lo menos que conozcamos, ningún estudio de conjunto y de carácter económico y social sobre estas diversas experiencias de aplicación de ideologías. Como también hay que sentir que Borkenau no llevase más lejos en profundidad sus inteligentes observaciones analíticas y que se limitase meramente a bosquejarlas a grandes trazos, porque podía habernos dejado un documento de grandísimo valor.


Al llegar a Montero, el escritor se encuentra en pleno cuartel general del frente de Córdoba, cuando las fuerzas insurgentes atacaban furiosamente Pozoblanco. Es una descripción muy viva y emocionante, de la confusión y desorganización, de los pánicos, pero sobre todo del heroísmo en la resistencia y el ataque. La parte anecdótica, en la que particularmente se detiene bastante Borkenau en todo su libro, le da un gran valor porque hace más « visible » en cada momento la situación.


Después, vuelta a Madrid, desde donde regresa a Francia, pasando la frontera por Port-Bou el 15 de septiembre de 1936, para regresar a España a mediados de enero de 1937, en un segundo viaje que terminó el 15 de febrero del mismo año.


Durante este segundo viaje, hasta Barcelona encuentra las mismas facilidades y cordialidad que en el primero. En Barcelona, sin embargo, las primeras impresiones no son las mismas que en el primer viaje ; el cambio se siente, se palpa. No se trata sólo de un cierto orden y estructuración que ha reemplazado al inevitable caos de los primeros meses, sino de la evolución que se está operando en el terreno político. Estima que « en realidad quedan sólo dos protagonistas, los anarquistas y el PSUC ».


Y es evidentemente el PSUC quien está ganando terreno. Observa que las fuerzas de éste aumentan considerablemente, « gracias en parte a las nuevas afiliaciones de trabajadores manuales, pero sobre todo de los grupos de trabajadores burocráticos y pequeños burgueses [...] Los rusos, junto con su ayuda material e ideológica realizada por intermedio del PSUC introdujeron la presión política. Obtuvieron como primer paso la disolución del Comité central de Milicias [...]» Y, sin embargo, el Comité central de Milicias, agrega, había sido la mayor avanzada creada en España, con vistas al establecimiento de un sistema soviético. Le parecía casi increíble la facilidad con que el PSUC se salía con la suya.

En su análisis de las fuerzas antifascistas en Barcelona, a pesar de algunos toques acertados, su pintura de conjunto es mucho menos cabal. Hay una reiterada inquina al POUM. que se manifiesta no sólo por errores de mucho bulto, sino por juicios de casi mala fe como éste: «El POUM no era realmente popular dentro de ninguna capa de la población, a causa de su actitud altanera y de, a pesar de sus reducidas fuerzas, sus pretensiones de dominio [...] » Y un escritor tan documentado y avispado como él, olvida lo que no ha dejado de hacer ninguno de cuantos historiadores han escrito sobre la guerra civil española: situar «el problema del POUM » en el plano internacional y de los procesos de Moscú.


De Barcelona pasa otra vez a Valencia, y de esta ciudad al frente de Málaga. Esta segunda parte del libro está principalmente consagrada a exponer su criterio sobre el desarrollo de la política del Frente Popular. Aparte de estimaciones que me parecen justas, en honor a la verdad hay que decir que muchas otras pecan de superficiales y ligeras, cuando no de erróneas. Pero el cambio fundamental lo advierte por el prevalecimiento que ha llegado a tener el estalinismo. La GPU ha extendido sus antenas, los extranjeros no avalados por «el Partido» están sometidos a vigilancia. Y lo que se veía venir en el libro para los que vivimos aquella época, llega y le hace exclamar: «A diferencia de mi primer viaje, fui durante el segundo constantemente molestado y obstaculizado en mi trabajo por personas que seguían mis pasos y me denunciaban continuamente. Esto no varió a partir de los primeros días. No había duda de que la diferencia se debía a la mayor influencia que los comunistas ejercían ahora con relación a la primera vez. » Y añadiremos por nuestra cuenta que seguramente era consecuencia de que la GPU, entre los dos viajes, había recibido su «sumario político » establecido por los estalinistas de su país.


El caso es que nuestro hombre termina en la cárcel y acusado expresamente de... trotsquista, de pertenecer a la tendencia hacia la cual expresaba más hostilidad en sus juicios. Espías aficionados, como él dice, todos extranjeros, le tendían la trampa, como a muchos otros.


En los interrogatorios, los agentes estalinistas tenían sólo una obsesión: conseguir el manuscrito que hubiera podido escribir, y que él había tenido la precaución de poner a buen recaudo y que hoy tenemos el placer de poder leer. Y cuenta a continuación que en los pocos días que permaneció después en Valencia tuvo una divertida experiencia que « ilustra claramente lo común que era en esa época un accidente como éste. Conté la historia de mi arresto a un grupo de seis personas de diversas nacionalidades, algunas de ellas periodistas extranjeros que trabajaban por los intereses republicanos y otros empleados de los servicios del gobierno. Sólo dos de ellos no habían estado nunca detenidos, y de estos dos, uno esperaba ser detenido en cualquier momento por una cuestión que no tenía nada que ver con sentimientos antirrepublicanos [...].

Tomaron el asunto en broma». Pero tuvo también ocasión de advertir que cuando salía de los interrogatorios inquisitoriales de los agentes directos del estalinismo y entraba en manos de los españoles en la comisaría o la cárcel el ambiente cambiaba: la comprensión y hasta la cordialidad se manifestaba ampliamente, porque esos elementos extranjeros eran un cuerpo extraño en el sentimiento español revolucionario, eran sólo agentes especiales de Stalin.


Borkenau, ante una situación que se presentaba ya bastante negra para él, decide partir, lo que indica que sabía prevenirse, y con razón. Así evitó, felizmente, el mes de junio de 1937 en que comenzó, en gran escala, la caza de herejes extranjeros no estalinistas, que fueron a parar a las cárceles de Barcelona o Valencia o que fueron asesinados alevosa y anónimamente en el frente o la retaguardia. Y ya fuera del horno español, se entrega a algunas digresiones sobre los hechos posteriores, que no juzga con mayor acierto político que a los que asistió durante su estancia en la zona republicana española.

En resumen, El reñidero español es de muy interesante lectura, a pesar de bastantes fallas. La parte de reportaje vivo en el propio terreno es una aportación importante, fundamental, para la reconstitución histórica de aquellos momentos, tanto para los que los vivimos como para los que no los conocieron. Hay observaciones muy atinadas, y sobre todo revela un estado de hecho con todas sus virtudes y males. En cambio, las interpretaciones políticas deben ser leídas con muchas reservas. Son formuladas generalmente a base de impresiones no sometidas a reflexión y frecuentemente también bajo la influencia de cuanto le decían sus informadores, sin un conocimiento suficiente de los antecedentes.


La traducción, anónima, es excelente, con todos los matices de estilo bien interpretados, por lo cual es lástima que Ruedo ibérico haya omitido hacer figurar el nombre del autor de la versión española.
Publicado en Cuadernos de Ruedo ibérico nº 33/35, octubre 1971-marzo 1972





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