Escrito: Septiembre de 1934.
Primera
vez publicado: En Leviatán,
n.° 5. Septiembre de 1934, p. 39-47.
Digitalización: Martin Fahlgren, 2011.
Esta edición: Marxists Internet Archive, enero de 2012.
Digitalización: Martin Fahlgren, 2011.
Esta edición: Marxists Internet Archive, enero de 2012.
Este
documento es un capítulo del libro, Andreu Nin (1914-36) La cuestión nacional en el estado
español
El pueblo
que oprime a otro no puede ser libre.
Karl Marx
Igualdad
completa de derechos para todas las naciones; derecho de las naciones a
disponer libremente de sus destinos; fusión de los obreros de todas las
naciones. Éste es el programa que el marxismo y la experiencia de Rusia y de
todo el mundo enseña a los obreros.
V I Lenin
Planteamiento teórico del problema
La revolución social no se desarrolla en línea recta, no es el Grand
Soir con que soñaban los revolucionarios ingenuos del siglo XIX, la
caída espectacular del régimen capitalista en virtud de un acto de fuerza breve
y certero y la sustitución casi automática del viejo orden de cosas por una
sociedad más justa y más humana, surgida de la noche a la mañana, con todos los
atributos de un mecanismo perfecto y regular.
Por asombroso que parezca, en nuestros días, a pesar de la experiencia
decisiva de los últimos años, esa concepción ingenua y falsa sobrevive todavía
en la conciencia de muchos militantes del movimiento obrero, lo cual les
impulsa a rechazar todas aquellas acciones que no persigan como fin inmediato
esa ”revolución” miraculosa que en veinticuatro horas ha de realizar la
transformación catastrófica y radical de la sociedad. Los ”revolucionarios” de
esa categoría — ni que decir tiene — reservan el mayor de los desprecios o la
indiferencia más absoluta a problemas tales como el de la emancipación de las
nacionalidades oprimidas.
Y, sin embargo, los movimientos nacionales desempeñan un papel de primer
orden en el desarrollo de la revolución democrático burguesa, arrastran a la
lucha a masas inmensas y constituyen un factor revolucionario poderosísimo que
el proletariado no puede dejar de tener en cuenta, sobre todo en países como el
nuestro, en que dicha revolución no ha sido realizada todavía. Volver la
espalda hacia esos movimientos, adoptar una actitud de indiferencia ante los
mismos, es hacer el juego al nacionalismo opresor y reaccionario, aunque se
pretenda cubrir dicha actitud con la capa del internacionalismo. La posición
del proletariado ha de ser, a este respecto, clara y concreta e inspirarse en
el propósito de estrechar los lazos de solidaridad entre los obreros de las
distintas naciones que forman el estado e impulsar la revolución hacia
adelante.
Qué es la cuestión nacional
El fundamento económico de la nación es el desarrollo del intercambio
sobre la base de la economía capitalista.
La existencia de relaciones económicas determinadas, la comunidad de
territorio, de idioma y de cultura constituyen los rasgos característicos de la
nación. Se puede afirmar, por consiguiente, que la nación, en el verdadero
sentido de la palabra, es un producto directo de la sociedad capitalista. Las
unidades políticas y territoriales de la antigüedad y de la edad media no eran
más que naciones en germen. Los países que no han entrado todavía en el período
de desarrollo capitalista no pueden ser considerados, propiamente, como
naciones.
La burguesía tiende a constituirse en estado nacional porque es la forma
que mejor responde a sus intereses y que garantiza un mayor desarrollo del
capitalismo. Los movimientos de emancipación nacional expresan esta tendencia,
y en los estados plurinacionales, en que el poder está ejercido por los grandes
terratenientes, adquieren una amplitud y una virulencia particulares. En este
sentido, se puede decir que no representan más que un aspecto de la lucha
general contra las supervivencias feudales y por la democracia. La historia nos
demuestra, en efecto, que la lucha nacional ha coincidido siempre con la lucha
contra el feudalismo.
Cuando la creación de los grandes estados ha correspondido al
desenvolvimiento capitalista, ha constituido un hecho progresivo. Alemania,
para citar sólo uno de los casos más típicos, nos ofrece un ejemplo elocuente de
ello. Cuando la formación de los grandes estados precede al desenvolvimiento
capitalista, la unidad resultante es una unidad regresiva, despótica, de tipo
asiático, que contiene, en vez de favorecer, el desarrollo de las fuerzas
productivas. Los ejemplos más característicos de este tipo de unidad los
hallamos en los ex imperios ruso y austrohúngaro y en España. Por ello, en
estos países la lucha por la emancipación nacional ha adquirido caracteres tan
agudos y una importancia tan enorme como factor revolucionario.
La
burguesía industrial y la pequeña burguesía en la lucha nacional
En el transcurso de las revoluciones burguesas del siglo XX, los países
capitalistas más importantes de Europa resolvieron su problema nacional; pero
éste subsistió en los estados plurinacionales que no habían realizado todavía
su revolución democrático burguesa. En los movimientos de emancipación nacional
las distintas clases sociales actúan con las mismas características que las
distinguen en la lucha general por las reivindicaciones democráticas, de las
cuales aquéllos no son más que un aspecto.
Los intereses de la economía capitalista impulsan a la burguesía a luchar
contra las reminiscencias feudales que constituyen un obstáculo a su avance
triunfal; pero esta lucha se desarrolla en condiciones históricas muy distintas
de las que caracterizaron a las épocas de las revoluciones burguesas
anteriores. La burguesía era entonces todavía una fuerza progresiva, cuya
consolidación coincidía con los intereses generales de la humanidad. Hoy es una
fuerza regresiva, cuya persistencia constituye un peligro para dichos
intereses, con los cuales se halla en abierta contradicción. Entonces la
burguesía realizaba su misión histórica, con la ayuda directa de las masas
obreras y campesinas, sin la cual le hubiera sido imposible triunfar. Hoy, el
proletariado tiene una conciencia de clase incomparablemente más elevada,
numéricamente es mucho más fuerte, y si bien tiene un interés vital en resolver
los problemas fundamentales de la revolución democrático burguesa, considera
esta revolución como etapa indispensable para seguir avanzando en el sentido de
las realizaciones de carácter socialista y no está dispuesto a lanzarse al
combate en provecho exclusivo de la dominación burguesa. En cuanto a los
campesinos, los términos del problema han variado asimismo fundamentalmente. La
cuestión de la tierra, como es sabido, puede ser considerada como la piedra
angular de la revolución burguesa. En el período anterior, la burguesía
capitalista podía atacar, sin consecuencias para su propia dominación, el
derecho de propiedad de los grandes terratenientes, cuyo poderío tenía interés
en destruir. Hoy, ante el miedo de que ese ataque estimule la ofensiva
proletaria contra el derecho de propiedad privada en general, se vuelve
precavida, y su actitud ante el problema de la tierra se convierte en
conservadora y regresiva.
La burguesía, pues, en las circunstancias históricas actuales, no puede
resolver los problemas fundamentales de su propia revolución y, por consiguiente,
el de la emancipación nacional, y en los momentos decisivos, cuando entran en
acción grandes masas populares, aterrorizada ante las posibles consecuencias de
la misma, retrocede y se apresura a pactar con los elementos semifeudales. En
la mayor parte de los casos, esta defección de la gran burguesía provoca una
reacción popular que determina el desplazamiento de la dirección del movimiento
nacional hacia la pequeña burguesía. Su fraseología pomposa y radical, sus
actitudes exteriormente revolucionarias, su intransigencia verbal, le atraen la
simpatía y la confianza populares. Pero las fallas fundamentales de esa clase
no tardan en manifestarse. Clase vacilante e indecisa, como reflejo de la
situación intermedia que ocupa en la economía capitalista, su revolucionarismo
se deshincha rápida y lamentablemente; presa de pánico ante las consecuencias y
las responsabilidades de un alzamiento nacional, se agarra ansiosamente a la
primera fórmula conciliatoria que se le ofrece, y el movimiento nacional, bajo
la dirección de la pequeña burguesía, corre la misma suerte que la revolución
democrática en general.
¿Cuál debe ser la actitud del
proletariado?
Queda otro factor: el proletariado. Esta clase, por su naturaleza y por
la misión que la historia le reserva, está llamada a realizar lo que ni la gran
burguesía ni la pequeña son capaces de hacer: la revolución democrático burguesa.
Sólo él puede, por consiguiente, resolver radicalmente el problema nacional.
Pero para ello es preciso que adopte una actitud clara y definida ante él. La
tradición del marxismo le señala, en este sentido, una orientación precisa.
Marx y Engels subrayaron repetidamente el papel progresivo de los
movimientos de emancipación nacional y, muy particularmente, la inmensa
importancia revolucionaria de la lucha de Polonia e Irlanda. La indiferencia
ante esos movimientos representaba, a su juicio, un apoyo directo al chovinismo
opresor, fuente del poder de clase de la burguesía de la nación dominante. Por
esto — afirmaba Marx —, ”la victoria del
proletariado sobre la burguesía es al mismo tiempo la victoria sobre las
rivalidades nacionales que actualmente oponen a unos pueblos contra otros. La
victoria del proletariado sobre la burguesía es al mismo tiempo la señal de la
emancipación de todas las naciones oprimidas”.
En la Internacional Socialista de antes de la guerra la cuestión nacional
fue objeto de vivos y apasionados debates. El congreso de Londres de 1896
concretó en una resolución el criterio de la mayoría de la socialdemocracia.
”El Congreso se pronuncia — decía la mencionada resolución — por el derecho
absoluto de todas las naciones a disponer de sus destinos y expresa su simpatía
por los obreros de todos los países que sufren actualmente el yugo del
absolutismo militar o nacional. El congreso invita a los obreros de todos estos
países a entrar en las filas de los obreros conscientes de todo el mundo, a fin
de luchar junto con ellos por la supresión del capitalismo internacional y la
realización de los objetivos perseguidos por la socialdemocracia.” El congreso,
al adoptar este punto de vista, rechazó, tanto el de los socialistas polacos
del RPS, que preconizaban la inclusión de la independencia de Polonia en el
programa de la Internacional, como el de Rosa Luxemburg, que consideraba que la
socialdemocracia nada tenía que ver con la cuestión nacional. Esa posición fue
la que fundamentalmente sostuvieron la mayoría del ala izquierda de la
Internacional y, muy particularmente, los bolcheviques rusos, que la llevaron
hasta sus últimas consecuencias con un inflexible rigor lógico.
La posición bolchevista
Marx y Engels se habían ocupado de la cuestión sólo de un modo episódico
y accidental. Lenin nos ha legado, en cambio, una serie de trabajos teóricos
que constituyen una doctrina bien trabada, y son una aplicación magistral del
método marxista a las situaciones históricas concretas. Resumiremos
sucintamente la posición clásica del bolchevismo, elaborada antes de la guerra
y traducida en realización práctica después de la revolución de octubre.
Todo movimiento nacional tiene un contenido democrático que el
proletariado ha de sostener sin reservas. Una clase que combate
encarnizadamente todas las formas de opresión no puede mostrarse indiferente
ante la opresión nacional; no puede, con ningún pretexto, desentenderse del
problema. La posición seudointernacionalista, que niega el hecho nacional y
preconiza la constitución de grandes unidades, sostiene prácticamente la
absorción de las pequeñas naciones por las grandes, y, por lo tanto, la
opresión. El proletariado no puede tener más que una actitud: apoyar el derecho
indiscutible de los pueblos a disponer libremente de sus destinos y a
constituirse en estado independiente si ésta es su voluntad.
”¡Ningún privilegio para ninguna nación, ningún privilegio para ningún
idioma! ¡Ninguna opresión, ninguna injusticia hacia la minoría nacional! He
aquí el programa de la democracia obrera” (Lenin).
Pero el reconocimiento del derecho indiscutible a la separación no
implica, ni mucho menos, la propaganda en favor de la misma en todas las
circunstancias, ni el considerarla invariablemente corno un hecho progresivo.
El reconocimiento de este derecho disminuye los peligros de disgregación y
cimenta la solidaridad indispensable entre los trabajadores de las distintas
naciones que integran el estado. Al sotener este derecho, el proletariado no se
identifica con la burguesía nacional, que quiere subordinar los intereses de
clase a los intereses nacionales, ni con las clases privilegiadas de la nación
dominante, que quieren convertir a los obreros en cómplices de la política de
opresión nacional.
La lucha por el derecho de los pueblos a la independencia no presupone,
ni mucho menos, la disgregación de los obreros de las distintas naciones que
forman el estado, mediante la existencia de organizaciones independientes. El
bolchevismo ha sostenido siempre la necesidad primordial de la unión de los
trabajadores de dichas naciones para la lucha común por la democracia y ha combatido
acerbamente toda tendencia conducente a dar al partido del proletariado una
estructura federalista. Y así, el Partido Bolchevique, que practicó una
política nacionalitaria consecuente, fue siempre una organización esencialmente
centralista.
Esta política es la única susceptible de garantizar el derecho absoluto
de las naciones a decidir de su suerte, de destruir los chovinismos unitario y
nacionalista, de acabar con las rivalidades entre los pueblos, de sellar la
unión del proletariado y de sentar las bases sólidas en que han de cimentarse
las futuras confederaciones de pueblos libres. El ejemplo vivo de la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas es la demostración práctica más elocuente de
la excelencia de dicha política. Pero este ejemplo ha venido precisamente a
evidenciar que la cuestión de las nacionalidades, como todos los problemas de
la revolución democrático burguesa, no puede ser resuelta más que por la
revolución social y la instauración de la dictadura del proletariado. Que no lo
olviden las masas campesinas y semiproletarias de las naciones oprimidas que
abrigan todavía la esperanza en una solución radical del problema en el marco
de la democracia burguesa.
El carácter de la unidad española
Existen en España dos movimientos de emancipación nacional de vitalidad
indudable: el de Cataluña y el de Euskadi. El de Galicia, por el momento, no es
más que un balbuceo regionalista, falto del calor de las grandes masas, y
refugiado, por ello, en los cenáculos literarios y en las academias. Para que
se convierta en un movimiento nacional, en el verdadero sentido de la palabra,
le faltan las premisas económicas necesarias. En todo caso, hoy no es todavía
una realidad y, mientras no lo sea, carece de interés para los
marxistas, los cuales deben operar siempre con hechos. De Euskadi
hablaremos en otra ocasión. Por hoy, nos limitamos a examinar someramente,
aplicándole el criterio teórico esbozado, el problema concreto de Cataluña.
España, como hemos indicado ya más arriba, pertenece a la categoría de
los estados plurinacionales, cuya formación ha precedido al desenvolvimiento
capitalista. En todos los grandes estados de Europa — como hace observar Marx
en sus luminosos estudios sobre la revolución española — las grandes monarquías
se crearon sobre las ruinas de las clases feudales, la aristocracia y las
ciudades. En los demás países, ”la monarquía absoluta apareció como un centro
de civilización, como un agente de unidad social. Fue como un laboratorio en el
cual los distintos elementos de la sociedad se mezclaron y transformaron, hasta
tal punto que les fue posible a las ciudades sustituir su independencia
medieval por la superioridad y la dominación burguesa”.[1] En cambio, en España la monarquía
absoluta ”hizo todo cuanto dependió de ella para entorpecer el aumento de los
intereses sociales, que trae aparejada consigo la división natural del trabajo
y una circulación industrial múltiple, y así suprimió la única base sobre la
cual podía ser fundado un sistema unificado de gobierno y de legislación común.
He aquí por qué la monarquía absoluta española puede ser más bien equiparada al
despotismo asiático que comparada con los otros estados europeos”.[2].
La poderosa inteligencia de Marx señaló magistralmente, en estas líneas,
el carácter regresivo de la unidad española, en el cual hay que buscar la causa
de su inconsciencia y de la agudeza extraordinaria adquirida por los problemas
de emancipación nacional. A la luz de esta interpretación y de las
consideraciones expuestas en la primera parte de este estudio, aparecerán claramente
los motivos por los cuales los focos más considerables del movimiento de
liberación nacional se han concentrado, principalmente, en Cataluña y en
Euskadi, es decir, en los dos centros industriales más importantes del país.
La lucha de Cataluña por su emancipación
Si los rasgos distintivos de una nación los constituyen la existencia de
relaciones económicas determinadas, la comunidad de territorio, de idioma y de
cultura, Cataluña es indudablemente una nación. Cataluña, cuna de una burguesía
comercial poderosa, entra desde los primeros momentos en lucha con el estado
unitario español, representado por las castas parasitarias y feudales. Y
cuando, como consecuencia del descubrimiento de América, el Mediterráneo pierde
su importancia comercial y se prohíbe a los catalanes comerciar con el Nuevo
Mundo, la decadencia de la burguesía determina un colapso en el desarrollo
económico y cultural del país.
Con la aparición de la industria y de la burguesía industrial, se acentúa
el antagonismo con la oligarquía que rige los destinos de España y se inicia el
movimiento de emancipación nacional, cuya intensidad aumenta en proporción
directa con el desarrollo de la industria. La renaixença literaria
que caracteriza los inicios del movimiento no es más que la envoltura externa,
el medio de expresión inconsciente de ese antagonismo fundamental, que no tarda
en manifestarse en toda su desnudez. En efecto, cuando el catalanismo empieza a
tomar cuerpo como movimiento político, es para expresar las reivindicaciones de
carácter económico de la burguesía industrial. Y cuando, con la pérdida de las
colonias, Cataluña se ve privada de sus mercados más importantes y la
incapacidad de la oligarquía gobernante aparece en toda su trágica magnitud, el
catalanismo adquiere un nuevo y poderoso impulso. La protesta de la burguesía
catalana se acentúa y se precisa. En la prensa de la época aparece reflejado el
antagonismo de intereses entre la Cataluña industrial y la España agrario feudal.
La tesis de la burguesía catalana, expresada por uno de sus órganos más
caracterizados, el Diario del Comercio, según un artículo que resumimos,
es la siguiente: la industria catalana necesita importar algodón, lino, cáñamo,
seda, lana, etcétera, con franquicia absoluta. A las demás regiones les
conviene, en cambio, exportar sus frutos y sus primeras materias en las mejores
condiciones posibles e importar, a bajo precio, los artículos manufacturados.
”Esta es la verdad escueta que, sin ambages ni rodeos, cabe expresar
concisamente de esta manera: Cataluña, económicamente, es un pueblo
independiente que se basta a sí mismo; el resto de España, salvo raras y
honrosísimas excepciones, es una colonia.”[3] Añádase a esto el descontento por el
expedienteo, las trabas administrativas opuestas al desarrollo económico y al
establecimiento de las industrias, y se tendrá una idea clara de los orígenes
del movimiento catalán, movimiento indudablemente progresivo frente al estado
semifeudal y despótico.
En este sentido, como hemos hecho ya observar más arriba, el movimiento
de emancipación nacional de Cataluña no es más que un aspecto de la revolución democrático
burguesa en general, que tiende a destruir, en interés del desarrollo de las
fuerzas productivas, las reminiscencias de carácter feudal y se distingue por
los mismos rasgos característicos. La emancipación nacional como la revolución
democrática, no es posible más que con la participación de las masas obreras y
campesinas, y esta participación, en las circunstancias históricas presentes,
presupone la lucha contra los privilegios de la clase capitalista, el
desbordamiento de los límites fijados por la burguesía. De aquí que ésta tienda
al compromiso y a la alianza pura y simple con el poder central para aplastar
el movimiento de las masas. Así, en 1899, en uno de los momentos más graves
para el centralismo español, la burguesía catalana presta su apoyo a Polavieja,
el asesino de Rizal; en 1917, aterrorizada por la huelga general de agosto, da
dos ministros a la monarquía; en 1919-1922 colabora directamente en la
sangrienta represión ejecutada por los representantes del poder central; en
1923 facilita el golpe de estado de Primo de Rivera, y, finalmente, intenta
apuntalar a la monarquía tambaleante participando en su último gobierno.
La traición de la gran burguesía en el terreno de la lucha por la
emancipación nacional la desplaza — exactamente igual como en la revolución
democrática — de la dirección del movimiento. Y entonces aparece, en primer
término, la pequeña burguesía, la cual, gracias, por una parte, a su
radicalismo y a su programa demagógico — es el caso de Maciá y de la Esquerra
Republicana de Catalunya — y, por otra, a la ausencia de un gran partido
proletario, consigue arrastrar tras de sí a las grandes masas populares. Pero
la pequeña burguesía manifiesta desde el primer momento las vacilaciones y la
indecisión propias de una clase incapaz, por su propia naturaleza económica, de
desempeñar un papel independiente. Llevada del impulso inicial, proclama la
República catalana, para batirse en retirada dos días después y contentarse con
un Estatuto que establece una autonomía limitadísima. Y cuando los campesinos
obligan al Parlamento catalán a consagrar de derecho — mediante la ley de
Contratos de Cultivo — lo que habían ya conquistado de hecho, adopta una
actitud de rebeldía frente al poder central, que se transforma progresivamente
en actitud defensiva y se transformará indefectiblemente en una claudicación o
en un compromiso equívoco.
Y, sin embargo, el movimiento nacional de Cataluña, por su contenido y
por la participación de las masas populares, es, en el momento actual, un
factor revolucionario de primer orden, que contribuye poderosamente, con el
movimiento obrero, a contener el avance victorioso de la reacción. De aquí se
deduce claramente la actitud que ha de adoptar ante el mismo el proletariado
revolucionario:
l.° Sostener activamente el movimiento de emancipación nacional de
Cataluña, oponiéndose enérgicamente a toda tentativa de ataque por parte de la
reacción.
2.° Defender el derecho indiscutible de Cataluña a disponer libremente de
sus destinos, sin excluir el de separarse del estado español, si ésta es su
voluntad.
3.° Considerar la proclamación de la República catalana como un acto de
enorme trascendencia revolucionaria; y
4.° Enarbolar la bandera de la República catalana, con el fin de
desplazar de la dirección del movimiento a la pequeña burguesía indecisa y
claudicante, que prepara el terreno a la victoria de la contrarrevolución, y
hacer de la Cataluña emancipada del yugo español el primer paso hacia la Unión
de Repúblicas Socialistas de Iberia.
Noter:
Manifiesto
del Partido Comunista, de Karl Marx y Federico Engels. Lectura obligada para la
clase obrera.
Carlos
Marx, La revolución española, Editorial Cenit, Madrid 1929, 203
páginas.
José Luis
Arenillas (1903-1937)
Partido
Obrero de Unificación Marxista
ANDREU NIN
Andreu Nin
(1914-36) La cuestión nacional en el estado español
Andreu Nin.
Los movimientos de emancipación nacional (1935)
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