Andrés Nin Los problemas de la revolución española
Prefacio de Juan Andrade. Cubierta de José Martínez
XII+240 pp. Ft. 13,5x21,5 cm
Paris 1971
Reeditado en España con otro formato.
Colección Biblioteca de cultura socialista
XII+240 pp. Ft. 13,5x21,5 cm
Paris 1971
Reeditado en España con otro formato.
Colección Biblioteca de cultura socialista
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Crítica del BOB LOS PROBLEMAS DE LA REVOLUCION ESPAÑOLA
Autor: Nin, Andrés.
Editor: Ruedo Ibérico.
Lugar y fecha: París, 1971.
Páginas: 230. 17,5 X 23 cm
Editor: Ruedo Ibérico.
Lugar y fecha: París, 1971.
Páginas: 230. 17,5 X 23 cm
CONTENIDO
Se trata de una compilación de textos de Andrés Nin, a cargo de Juan
Andrade, que aparecen en lengua española más de treinta años después de que
fueran inicialmente concebidos. De hecho, es una justificación de las
posiciones tomadas por el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), centro
polémico de las divergencias entre los movimientos de agitación obrera en torno
a la guerra de España.
En ellos vemos cómo la guerra civil y la revolución españolas ofrecen
características que no se han presentado luego en casos análogos de la Europa
del Este, China, Corea, Vietnam y Cuba: la presencia de dos importantes
corrientes obreras revolucionarias independientes de los dos partidos
tradicionales: el socialdemócrata y el comunista. Estos dos movimientos
independientes fueron CNT-FAI y el POUM, anarcosindicalista el primero y
marxista-leninista el segundo. Consideración que hace que el comentario a la
obra que nos ocupa deba ir unido, completándose mutuamente, al de la
titulada Les anarchistes espagnols et le pouvoir, de César M.
Lorenzo.
El movimiento CNT-FAI representaba en España a masas de trabajadores de
una importancia por lo menos igual a la de todos los partidos marxistas y la
otra central sindical juntos. Hay que recordar cómo la intervención
anarcosindicalista contra los nacionales fue fundamental y decisiva en toda
Cataluña. Pero luego, el anarquismo se encontró perdido en una revolución que
había predicado durante años, pero para la que no se había preparado ideológica
ni materialmente. La acción de CNT-FAI fue desafortunada para sus propios
objetivos: en su actuación gubernamental llegó a formar parte de un gobierno
estalinizante -el de Negrín-,
una de cuyas primeras finalidades fue la liquidación de toda corriente obrera
no comunista, con lo que abonó el terreno para la hegemonía estalinista en
España.
Cuatro capitulaciones fundamentales de CNT-FAI facilitaron la
consolidación del Partido Comunista: la aceptación de la disolución del Comité
de Milicias de Cataluña; el reconocimiento de la insignificante fuerza sindical
filo-estalinista en la región catalana; su pasividad ante la liquidación del
POUM, y la entrega -desarmados y sin garantía- de los participantes en «las
jornadas de mayo de 1937».
El POUM fue fundado en septiembre de 1935, como resultado de la fusión
del Bloque Obrero y Campesino (BOC) y de la Izquierda Comunista Española (ICE).
Entre sus dirigentes, Andrés Nin se impuso, cuando la guerra civil, a todos por
su autoridad y las necesidades de la realidad. Luego, la lucha del Partido
Comunista por el poder absoluto llevaría a la eliminación del POUM y al
asesinato del propio Nin.
La guerra civil española se produjo en plena prepotencia de Stalin,
«cuando su criminalidad estaba en el punto culminante». La importancia de la
guerra -por otra parte- daba valor mundial a todo movimiento de agitación
obrera que desarrollara nuevas corrientes y revalorizara el pensamiento
marxista después de la experiencia rusa. La burocracia estalinista vio el
peligro y desencadenó una terrible campaña -nunca vista hasta entonces fuera de
la Unión Soviética- para acabar a sangre y fuego con el POUM.
Otras circunstancias ayudaron a los comunistas y, entre ellas, la
beligerancia que comenzó a concederles Largo Caballero desde 1936. Al surgir el
Alzamiento, las dos fuerzas de combatientes más importantes en la zona
republicana eran: PSOE-UGT en Madrid, Asturias y resto de España, y CNT-FAI en
Cataluña y algunas provincias de Andalucía. El P. C. se presentaba como el
único partido que deseaba garantizar el «orden» contra el caos
«anarcosindicalista», asimilándose a una buena parte de los militares
profesionales republicanos. Además, la ayuda militar internacional en
combatientes era canalizada solamente por los comunistas.
Ejemplo clásico de la actuación comunista son las «jornadas de mayo» de
1937 en Barcelona. Para reprimir el poder hegemónico de los sindicatos de la
CNT en Cataluña, el Comisario de Orden Público de Barcelona -estalinista- se
presenta con guardias a incautarse del edificio de la Central Telefónica. Con
esta acción se inicia una batalla violenta en la que las fuerzas obreras no
comunistas se hacen dueños de casi toda Cataluña durante cinco días. Pero la
deserción de los jefes marxistas de CNT-FAI hace que, en resumidas cuentas, el
POUM pague por todos.
El Partido Comunista pacta con los republicanos «pequeñoburgueses» para
utilizarlos como tapadera, orientación expresada sin ambages en la célebre
carta confidencial de Stalin a Largo Caballero, el 21 de diciembre de 1936. «España fue, pues, el primer campo de
maniobras donde un partido comunista aplicó los métodos que, después de la
segunda guerra mundial, habían de dar a otros partidos comunistas de Europa el
éxito que obtuvieron para la imposición de las actuales democracias
populares.»
La sangrienta liquidación del POUM se emprendió en junio de 1937. La
Pasionaria pronunciaría en aquella ocasión su cínica frase: «Es demasiado
pronto para eso»... El Comité Ejecutivo del POUM fue detenido en la noche del
16 de junio de 1937. Largo Caballero había presentado su dimisión el 15 de
mayo, aislado frente a la proposición comunista para declarar el POUM fuera de
la ley. Le sustituyó un aventurero intelectual impuesto por los comunistas:
Juan Negrín.
Andrés Nin, maestro y periodista, traductor como principal medio de vida
(había traducido la «Historia de la Revolución rusa» de Trotski y realizado
versiones al catalán de clásicos rusos), ingresó en 1911 en el Partido
Socialista. Diez años más tarde parte a Berlín, para trabajar en los Sindicatos
Rojos de la Europa central. Posteriormente en Rusia es expulsado del Partido en
1927. Está en España desde 1930. Rompe con Trotski en 1934. Cuando fue
asesinado era secretario político del POUM. El 25 de junio de 1937, «Mundo
Obrero» da la noticia de que Nin se encontraba en Burgos, liberado de Alcalá
por un grupo de oficiales de Falange. Los oficiales pertenecían realmente a la
Brigada rusa de Orloff, de guarnición en El Pardo, y su «liberación» era sin
duda sin retorno.
En los escritos de Andrés Nin podemos ordenar sus temas fundamentales en
forma cronológica, como sigue:
Fin de
la Dictadura.
El problema del fin de la Dictadura es que no deja detrás de ella
partidos ni hombres, y para gobernar -como dice Cambó- faltan partidos
organizados y fuerzas disciplinadas. Tras ella quedan dos perspectivas:
convocatoria de Cortes y nueva Constitución -camino de la revolución- o
compromiso entre la dictadura y la burguesía industrial concediéndose cierta
libertad a las organizaciones obreras y a la prensa. De aquí surgen agitaciones
obreras, huelgas... Pero en todo caso una cosa es clara: las clases poseyentes
sacrificarán a la Monarquía en un intento de salvarse.
La
República.
El 14 de abril es una etapa en el proceso revolucionario del país, que
puede calificarse de «largo malestar». La República es obra de la pequeña
burguesía, que perdió su fe en la eficacia de la dictadura, consideró a la
Monarquía como causante de todos sus males y vio en la República el remedio de
todos ellos.
Reitera el autor que el 14 de abril es una etapa, no una revolución,
porque realmente toma el poder la burguesía: muy lejos se está aún del
objetivo. Kautsky, en los tiempos en que era aún revolucionario, dijo algo de
aplicación al caso: «La República es la forma de gobierno bajo la cual los
antagonismos sociales hallan su expresión más acentuada.»
Para Andrés Nin la República no fue más que una tentativa desesperada de
la burguesía y de los grandes terratenientes para salvar sus privilegios. La
misión de los comunistas debía consistir en desvanecer las ilusiones
democráticas, demostrando la imposibilidad para la burguesía de dar satisfacción
a ninguna de las aspiraciones de las masas.
La Historia ofrecía tres ejemplos característicos cuyas lecciones debían
aprovecharse. El primero es el de la revolución francesa de 1848, en la que el
proletariado, tras de luchar en las barricadas, se convierte en un simple
apéndice de la pequeña burguesía. Luego, el instrumento de la reacción sería el
General Cavaignac. El segundo ejemplo es el de la experiencia de la revolución
rusa. Cuando, en febrero de 1917, se derrumba la Monarquía secular de los Romanov
por la acción de las masas obreras y campesinas, es la burguesía la que toma el
poder. Durante los ocho meses de gobierno provisional la revolución estuvo
parada. La contrarrevolución estuvo a cargo del General Kornilov.
Lo decía Lenin: en una lucha de clases no puede haber una línea
media. Las aspiraciones de la pequeña burguesía consisten en substancia en
querer lo imposible, en aspirar a esta «línea media».
En la revolución china -tercer ejemplo- el proletariado infeudó sus
destinos al Kuomintang, partido eminentemente burgués. Chiang-Kai Shek fue el
encargado de la represión contra el movimiento revolucionario chino.
La
huelga de enero de 1933.
El error fundamental de este movimiento consistió en haberlo iniciado en
la periferia y no en el centro. Los grandes levantamientos de masas han de
iniciarse en los centros industriales importantes, que son los puntos
neurálgicos del país, y ejercen una influencia decisiva en el resto del mismo.
Las revoluciones europeas del 48 estallaron en París, Berlín y Viena. La
revolución húngara se produjo en Budapest. Las dos revoluciones rusas de 1917
surgieron en Petrogrado: el resto del país siguió... Otro de los errores fue el
declarar la huelga general en Barcelona el sábado, hecho sobre el que no hay
que insistir. En fin, habría que repetir las palabras clásicas de Marx que
gustaba de citar Lenin: «La insurrección
es un arte, del mismo modo que la guerra. En primer lugar, no juguéis nunca con
la insurrección si no estáis dispuestos a afrontar todas las consecuencias. En
segundo, tomad la ofensiva: la defensiva es la muerte de todo levantamiento
armado. Seguid la consigna de Danton: audacia, audacia y siempre audacia.»
Las
lecciones del octubre rojo de 1934.
El equilibrio inestable de la República no podía sostenerse durante largo
tiempo: la tensión produjo la revolución de octubre, pero la insurrección fue
un movimiento sectario que movilizó casi exclusivamente a los miembros del
Partido Socialista. Luego faltó un plan preconcebido y un Estado Mayor revolucionario.
No se puede atribuir el fracaso a la traición de los anarquistas, con los
cuales no se había contado, ni a la deserción de los campesinos, mal trabajados
por la propaganda, ni a otra traición de vascos y catalanes, temerosos del
cariz que tomaban los acontecimientos.
Las
elecciones de febrero de 1936.
Los republicanos de izquierda se apresuraron a atribuirse primordialmente
el triunfo. «Que no se hagan ilusiones. La victoria fue obtenida gracias a la
participación entusiasta y activa de las masas obreras del país». Azaña
perseguía como fin gobernar «para todos
los españoles», «que es lo peor que se puede hacer en un período
caracterizado por profundas y agudas contradicciones de clase».
El
Alzamiento.
«Era necesario que fueran unos militares tan estúpidos como los militares
españoles para que, al desencadenar la rebelión del 19 de julio, acelerasen el
proceso revolucionario provocando una revolución proletaria más profunda que la
propia revolución rusa...»
«El problema de la Iglesia ya sabéis cómo se ha resuelto: no queda ni una
iglesia en toda España...»
JUICIO
POUM
El tema de la obra, radicalmente enlazado con el de la titulada Les
anarchistes espagnols et le pouvoir, nos permite analizar la revolución
marxista del 36 en su perspectiva más decisiva y polémica: la de las
divergencias. Y la importancia del tema no lo es solamente desde el punto de
vista de la praxis revolucionaria; lo es aún más porque nos ilumina las
diferencias radicales entre el caso español y las vías «ortodoxas» hacia el
comunismo.
Si las masas revolucionarias españolas canalizaron una tremenda energía
en la dirección anarquista, llegando a constituir una pieza fundamental en el
anarcosindicalismo internacional, el desarrollo de un movimiento
marxista-leninista de la entidad que llegó a alcanzar en España, es también sin
duda un fenómeno revolucionario aislado.
El difícil problema de la unidad revolucionaria se ha presentado siempre
con agudas características en nuestro país, por los fenómenos apuntados.
Vicente Rojo, en «Alerta los pueblos», llama la atención sobre esta falta de
unidad como determinante de la derrota de su bando. Así, la historia de la zona
republicana es la de la lucha del Partido Comunista por la eliminación de estos
partidos que no podía controlar.
El fenómeno se repite con las mismas características en el momento
actual: un comunismo «ortodoxo» que predica la utilización de las vías legales
mientras otros grupos -marxistas-leninistas, trotskistas, Liga Comunista
Revolucionaria, ETA, etc.- emplean la violencia como sistema. Los «ortodoxos»
de turno, beneficiarios del foso pueblo-gobierno que los otros grupos intentan
abrir, se rasgan sin embargo las vestiduras ante sus métodos. Es la historia
tantas veces repetida de la revolución, sus beneficiados y sus luchadores.
En las palabras de Andrés Nin no cabe más claridad en cuanto a la
utilización de la República por el comunismo como estación de parada. Los del
POUM, Andrés Nin su portador en este caso, narran la revolución sin ambages en
este libro, muy recomendable para «burgueses» e idealistas de la utopía.
Estas lecciones deben ser meditadas: «El problema de la dictadura es que
no deja detrás de ella partidos ni hombres.» Las dos opciones son: o la
repetición de la República, «camino de la revolución», o la alianza
dictadura-capitalismo, «engendradora de agitaciones». Lo que queda claro en el
análisis de Nin es que la revolución siempre tiene un camino y que la
estabilidad política ha de ser dinámica, en lucha permanente por la libertad
contra el totalitarismo comunista. Donde es más diáfana la obra es en la
consideración de la República del 14 de abril, «el largo malestar», «la hora de
los antagonismos sociales», de la antítesis marxista que va a abrir las puertas
a la revolución. El comunista, tras incitar a la democracia republicana, debe
«desvanecer las ilusiones democráticas».
Los caminos de la historia vuelven a repetirse, pero varían sus destinos
como producto de diferentes circunstancias. En la Francia de 1848, tras la
revolución viene «el poder burgués» y «la reacción» con nombre de General:
Cavaignac; en la Rusia de 1917, un esquema análogo, el General se llama
Kornilov; en China «la reacción» es Chiang-Kai Shek... Merecería la pena
aplicar la investigación histórica al estudio comparativo de estos casos, el
porqué de los triunfos y derrotas de la revolución.
Otro tema, el de la huelga de enero de 1933, nos llama la atención sobre
la importancia de los barrios industriales, periféricos a las grandes ciudades,
zonas socialmente inestables, objetivo rentable de la agitación y
frecuentemente desatendidas: un plan de mejoramiento del medio e intensa acción
cultural pudieran ser caminos para contrarrestar la acción disolvente de que son
objeto estas zonas.
La revolución de Asturias, que movilizó casi solamente a los socialistas,
fue el gran ejemplo. La lección de su fracaso no fue aprovechada. La
incapacidad para corregir la falta de unidad llevó a la derrota y al éxodo de
1939 a la conjunción revolucionaria.
Es importante la llamada que se hace a la valoración correcta de la
acción de las masas obreras en cualquier hecho de la vida política. Como
ejemplo: las elecciones de febrero de 1936.
La lógica marxista de Andrés Nin se quiebra en un momento crucial: en la
consideración del Alzamiento. También pudiera ser que quisiera fomentar el
optimismo de sus compañeros en un momento que para él debió tener seguramente
bastantes incertidumbres.
In Boletín de Orientación Bibliográfica nº 91-92,
marzo-abril 1974, pp. 19-24
Prefacio
de Juan Andrade al libro: Andrés Nin Los problemas de la revolución
española
Prefacio
Sólo después de bastantes años de ocurridos los hechos, comienza a
escribirse verdaderamente la historia de la guerra civil y de la revolución
españolas, y obras de más o menos valor informativo y documental tratan de
exponer el desarrollo de aquellos acontecimientos, que influyeron tan
sensiblemente en las opiniones de las generaciones socialistas del periodo
preliminar a la última contienda mundial. El carácter profundo que tuvieron las
discrepancias en circunstancias críticas, el afrontamiento e incluso las luchas
sangrientas que se sucedieron entre los defensores de distintas ideologías de
los partidos obreros españoles, no son siempre bien esclarecidas, a pesar de
que en los últimos años la crisis del movimiento comunista internacional aporta
suficientes elementos para poderlos interpretar políticamente. Con esta
compilación de los textos de Andrés Nin, no se pretende dar un estudio completo
de los sucesos que se presentaron : es sólo la información y explicación de las
posiciones teóricas y tácticas mantenidas por el Partido Obrero de Unificación
Marxista (POUM), que fue el partido que constituyó el centro de las polémicas y
luchas, y en torno al cual se manifestaron principalmente las divergencias y
discusiones sobre la guerra de España en el movimiento obrero internacional.
Por otra parte, este prefacio intenta únicamente situar los problemas
globalmente y de manera sucinta en la época y dar de ellos un análisis
resumido, que responde a la opinión de un militante que intervino activamente
en los acontecimientos y que asumió funciones dirigentes en el POUM,
contribuyendo así a definir su política y actuación.
La guerra civil y la revolución españolas ofrecieron al mundo
características que no se han presentado en los movimientos políticos que se
desarrollaron luego en Europa y que culminaron después en regímenes socialistas
en Europa del este, China, Corea, Vietnam y Cuba : la presencia de dos
corrientes obreras revolucionarias, considerables e independientes de los dos
partidos tradicionales, o sea del socialdemócrata
y el comunista. Estos dos movimientos fueron la Confederación Nacional del
Trabajo-Federación Anarquista Ibérica (CNT-FAI) y el Partido Obrero de
Unificación Marxista (POUM), la primera anarcosindicalista y el segundo
marxista-leninista. La diversidad constituía quizá la debilidad de la situación
española para afrontar los problemas de la guerra y de la economía, sobre todo
el del poder ; pero era posiblemente más un valor y una garantía inicial contra
la implantación definitiva de un régimen de partido único, totalitario. Esta
existencia de fuerzas dispares en el desenvolvimiento de la revolución
española, y la hostilidad intransigente del Partido Comunista (PC) hacia todo
sistema de convivencia democrática con las otras fracciones obreras, originaron
la pugna entre los partidos y las organizaciones sindicales, las luchas
sangrientas, y finalmente el predominio oficial de los comunistas, mediante la
maniobra, la persecución, el terror, y el apoyo de una fuerza exterior.
La CNT-FAI representaba en España a masas de trabajadores de una importancia
por lo menos igual a la de todos los partidos marxistas y la otra central
sindical juntos ; era también una organización de un extraordinario dinamismo
militante, y en Cataluña tenía la hegemonía entre los trabajadores En la
historia de las luchas sociales españolas, los más grandes combates de clase
figuran en el activo de la organización confederal. Pero habiendo hecho del
"apoliticismo" su principio básico, su táctica se contradecía
constantemente, porque la fuerza de los acontecimientos la obligaba, por vía
indirecta, a adoptar posiciones y hasta compromisos políticos. Su poder de
resistencia a todas las represiones había sido único, y de todas volvía a
resurgir, no debilitada sino hasta fortalecida.
Al proclamarse la República en 1931 y restablecerse, más o menos, las
libertades democráticas, la CNT-FAI amplió extraordinariamente su campo e
influencia, que se manifestó a veces por acciones desconcertadas, que incluso
creaban una situación de hostilidad muy violenta entre los mismos trabajadores.
Embriagados por su extraordinario desarrollo, los faístas llegaron incluso a
organizar movimientos aislados para establecer el "comunismo
libertario", que concentraron contra ellos el descrédito, pero que
realmente no mermaron su fuerza. Cuando estalló la sublevación
militar-fascista, los anarquistas mantenían en distintas regiones del país
huelgas de gran duración y enorme repercusión, principalmente la de los obreros
de la construcción de Madrid, que había impulsado el establecimiento de la CNT
en la capital, donde hasta entonces sus efectivos no habían sido abundantes. El
gobierno republicano-socialista había llevado a cabo una fuerte represión
contra ella, y miles de sus militantes en toda España se encontraban en las
prisiones republicanas el 18 de julio de 1936, al estallar la guerra civil. La
intervención anarcosindicalista contra los sublevados fue fundamental y
decisiva en toda Cataluña.
Sin autoridad ni eco el poder republicano, la espontaneidad de los
trabajadores afrontó, en las primeras semanas de la lucha, al margen de él,
todos los problemas de la guerra civil y de la organización de la estructura
del nuevo Estado, aunque sin gran cohesión y parcelado. Pero los elementos
burgueses y los reformistas y comunistas, se recuperaron rápidamente, y amparados
en Largo Caballero, cuya aureola revolucionaria prestigiaba sus propósitos,
aunque no sabía muy bien políticamente lo que quería y a dónde iba, se formó un
gobierno nacional que fue el de la liquidación del poder obrero. Y una vez más
los anarcosindicalistas demostraron la contradicción de su conducta :
"apolíticos" por sistema, iban a realizar la peor de las actuaciones
políticas, con cuatro ministros en el gobierno democrático burgués.
En realidad, el anarcosindicalismo se encontró perdido en España en una
revolución que había predicado durante años, pero para la que no se había
preparado ideológicamente, que había creído en el fondo muy lejana, y para
cuyos problemas no bastaban los simples folletos de propaganda que habían
constituido siempre su alimento cultural. Por la gran importancia de sus
efectivos y por su propio activismo, los anarcosindicalistas se hallaron del
día a la mañana asumiendo un papel fundamental, para el que los partidos
obreros y republicanos pequeño-burgueses les reclamaban, con el fin de
comprometerles y de contar con su fuerza, y que ellos a su vez también
reivindicaban basados en su potencia numérica y activa. Por el propio
desarrollo de los acontecimientos y la correlación de fuerzas, aceptaron las
responsabilidades gubernamentales y liquidaron prácticamente las conquistas
logradas en su acción inicial ; interpretaron su intervención en el gobierno
del Frente Popular como un triunfo y un reconocimiento de su
"personalidad".
Sin ninguna concepción de conjunto de la situación española y del mundo
en que se producía, sin plantearse de manera consecuente e inteligente el
problema del poder, al mismo tiempo que colaboraban en el gobierno republicano-socialista, de Frente Popular, adoptaron al
margen de él una táctica de improvisaciones experimentales, en las que
alternaban los más oportunistas compromisos políticos y los disparates utópicos
más infantiles. Sus ministros, directores generales de la Administración,
coroneles o tenientes coroneles y jefes de policía, aceptaban y aplicaban una
política contra el propio alcance de la revolución anunciada, política
destinada en un plazo más o menos corto a la liquidación de su influencia ; se
consagraron más al cumplimiento "objetivo" en el desempeño de sus
cargos gubernamentales, que a servir las concepciones que les habían elevado a
ellos. Por otra parte, sus grupos de militantes actuaban autónomamente en la
mayoría de los casos, sin ningún espíritu de disciplina orgánica y utilizando
la violencia sin discriminación alguna ; la experimentación de las
colectivizaciones, enormemente individualizadas, con criterios económicos y
administrativos establecidos elementalmente, creaban el caos en una economía ya
de por sí bastante quebrantada por las contingencias de la guerra y el boicot del
capitalismo internacional.
Esta dispar actuación se expresó en dos resultados fundamentales y de
consecuencias históricas nefastas : en primer lugar, la intervención oficial
gubernamental de la CNT-FAI amparó toda la degeneración de la revolución, llegando
incluso en su política a formar parte del gobierno estalinizante y represivo de
Negrín, que tenía como una de sus principales finalidades liquidar toda
corriente obrera no comunista, y principalmente la cenetista, después de la
represión contra el POUM ; en segundo lugar, facilitó un terreno fácilmente
accesible al estalinismo, por lo que también históricamente aparece como
responsable, en gran parte, de que éste llegara en España a lograr su
hegemonía.
Contra esta supremacía quisieron reaccionar algunos sectores de la
CNT-FAI, pero ya muy larde, en condiciones de gran inferioridad, cuando se
encontraban totalmente sitiados, atenazados, y sin saber oponer una política
que correspondiera a la situación. Habiendo podido determinar por completo todo
el desenvolvimiento de la revolución, principalmente en Cataluña, por falta de
una concepción real y viva de los problemas y por ausencia de capacidad
dirigente, fueron cediendo terreno, "en
aras de la unidad antifascista", de "renunciar a todo menos a la
victoria militar", hasta encontrarse finalmente al borde del abismo, por
no haber acertado a comprender e interpretar el curso de la revolución y el
papel durante ella del estalinismo Bastará
decir que la represión contra el POUM fue considerada al comienzo por los
órganos confederales como una mera "lucha de influencia entre marxistas
autoritarios". Se demostró una vez más, y trágicamente, que la CNT-FAI
era un gigante con pies de barro, que no es bastante con alardear de una
suficiencia vacía para dominar los acontecimientos y que la máxima
intransigencia verbal de los anarquistas va siempre acompañada de una gran
propensión al compromiso, como muestra Andrés Nin en algunos de los trabajos
que siguen.
Cuatro capitulaciones fundamentales de la CNT-FAI facilitaron la
consolidación en el poder del Partido Comunista : l) su aceptación de la
disolución del Comité de Milicias en Cataluña, que supuso la reaparición como
mayoría de los partidos pequeño-burgueses republicanos, que con el 18 de julio
habían desaparecido de la escena política como influencia efectiva; 2)
el reconocimiento de la insignificante fuerza sindical influida en la región
catalana por los estalinistas, en lugar de establecer el pacto de unidad
sindical con la FOUS, organización sindical afecta al POUM, mucho más
importante y de mayor raigambre entre la clase trabajadora catalana; 3)
haber cedido a la presión de los estalinistas para que el POUM fuera eliminado
del gobierno de la Generalidad, lo que desde el punto de vista táctico incluso
privaba a la CNT-FAI del sector más afín a ella en muchas cuestiones; 4)
haber entregado desarmados y sin garantía a los trabajadores de Barcelona
después de "las jornadas de mayo de 1937", precisamente cuando éstos
habían demostrado su fuerza y la debilidad del poder contrarrevolucionario de
la Generalidad.
A fines de 1937, la CNT-FAI había perdido ya todo peso en la
determinación del desarrollo de la revolución; los dirigentes
anarcosindicalistas que ocupaban cargos políticos o militares en el sistema
creado por los comunistas estaban integrados en él; las "prisiones
antifascistas" alojaban entonces casi tantos militantes
anarcosindicalistas como había después de octubre de 1934. Era la comprobación
del fracaso del anarquismo como doctrina ante la realidad de los hechos
revolucionarios.
La guerra civil española evidenció que, si bien los anarquistas en los
periodos de paz exponen su desesperación ultralibertaria, cuando se convierten
en movimiento de masas tienden siempre al oportunismo y el compromiso ante situaciones
concretas sobre las que hay que decidir. Y se demostró igualmente que un
partido marxista consecuente, como era el POUM, es más capaz y más
intransigente para defender no sólo la libertad de todos los trabajadores, sino
también todas las libertades humanas, como fue el caso en España.
El POUM se fundó en septiembre de 1935, después de la revolución
asturiana de 1934, y como consecuencia de una gran corriente de unidad que se
expresaba con carácter general en toda la clase obrera española, consciente de
su fuerza con la unión y porque se preparaba para afrontar tareas superiores
que veía llegar. El POUM, fue el resultado de la fusión del Bloque Obrero y
Campesino (BOC) y de la Izquierda Comunista Española (ICE).
La ICE procedía primitivamente de una escisión del Partido Comunista
oficial y había formado parte de la organización trotsquista internacional, de
la que se había separado después de una larga polémica con Trotski.
precisamente por discrepancias derivadas de la táctica a seguir en la situación
concreta de España. Su revista teórica. Comunismo, tenía bastante
eco político y gozaba de autoridad teórica incluso entre los comunistas
oficiales, pero esto no se manifestaba muy tangiblemente en el dominio
orgánico. En el fondo, la única conducta que dictaba Trotski a los marxistas
revolucionarios españoles, y que nosotros secundábamos, era la de seguir
exponiendo rígidamente los principios y la de denunciar duramente todas las
debilidades políticas de los demás. La táctica de la ICE había sido ésta desde
su fundación hasta su separación de la organización trotsquista internacional.
Y precisamente porque a pesar de la autoridad teórica de que gozaba la ICE, no
se desarrollaba mucho la organización ni su influencia sobre las masas obreras,
cuando Trotski impuso su táctica de "entrismo" en los partidos
socialistas para influenciarlos, la casi totalidad de la organización
trotsquista española decidió realizar una política más amplia, de más
elasticidad táctica, para la aplicación final de los mismos principios.
La determinación adoptada estuvo también impuesta por dos
consideraciones, profundamente analizadas: 1) la mayoría de los
militantes obreros trotsquistas deseaban romper el aislamiento a que la
actuación en círculo sectario les condenaba, y su estado de espíritu propendía
a incorporarse a otra organización donde tuvieran la posibilidad de aplicar más
eficazmente su actividad; 2) el avance de la reacción era rápido, el
peso de la opinión de "izquierda" y "derecha" casi se
equilibraba, y por un reflejo natural de defensa y combate el sentimiento de
unidad era arrollador entre los trabajadores; se trataba para nosotros, no de
someternos a un estado pasional demasiado genérico en sus fines, sino de saber
cómo afrontarlo con provecho, con la máxima eficacia revolucionaria en los
resultados.
Y principalmente, España vivía un periodo intensamente revolucionario, y
no era para nosotros, pues, de acuerdo con nuestras convicciones y
temperamento, una táctica el reducirnos a ser meramente críticos contemplativos
inexorables. Aspirábamos a intervenir en
los acontecimientos, a integrarnos en ellos, o por lo menos a influenciar
prácticamente su desarrollo en un sentido positivo, para lo cual era necesario
ensanchar las bases y los medios de acción en el clima de unidad obrera que
entonces se manifestaba en toda España; pero también queríamos llegar a una
verdadera conjunción con criterio independiente, y no a la disolución (ingreso
individual en el Partido Socialista) como Trotski preconizaba como consigna
terminante; creíamos igualmente, que nuestra unión debía realizarse con los más
próximos, naturalmente, es decir con los más influenciables a nuestras
concepciones, para llegar a crear el verdadero partido marxista revolucionario
de la clase trabajadora española. Estas fueron las razones que nos condujeron a
crear el POUM.
El BOC, principalmente su jefe de hecho, buscaba también una táctica que
le procurase la realización de los mismos propósitos de una mayor audiencia
nacional entre la clase obrera y le permitiera transformarse en un partido
nacional, ibérico, y no solamente catalán como lo había sido hasta entonces. A
pesar de que había tenido casi el mismo origen que nosotros, o sea que procedía
de una escisión con el Partido Comunista, había bastante que nos separaba de él
por nuestra formación, educación teórica y concepción táctica diferentes, y
sobre todo en pensamiento político, como se había manifestado a través de una
dura polémica y del que uno de los artículos de Nin que se insertan es
expresión; considerábamos al BOC como una especie de federación de grupos de
amigos, que tenía como norte de orientación política únicamente las
"genialidades" de su jefe.
El BOC sufría una grave crisis interna, algunos dirigentes y militantes
obreros lo abandonaban para ingresar en el PC y someterse al estalinismo, por
lo que estimamos que para garantizar la existencia de una fuerza independiente
de la socialdemocracia y del comunismo oficial, con voz y voto ante la
situación, la fusión entre las dos organizaciones se imponía. Considerábamos
que aunque se resentía el BOC de un cierto espíritu de frivolidad y de culto al
jefe, y que padecía de muchos resabios de nacionalismo catalán, lo que nos era
completamente ajeno, un nuevo partido de carácter nacional surgido de la fusión,
con perspectivas de extensión a todas las regiones y sin que la mentalidad
catalanista del BOC hiciera gran peso, terminaría por imponerse como la
necesaria organización revolucionaria española, y haría prevalecer finalmente
la claridad política que faltase al comienzo. Y esto tanto más cuanto que la
mayoría de los militantes bloquistas estaba formada por trabajadores de gran
espíritu de clase, aunque influidos en general por el oportunismo de sus
dirigentes, por haber aceptado con demasiado retraso los principios marxistas.
Desgraciadamente, la guerra civil estalló antes de que se hubiera
establecido la soldadura interna en la concepción de los problemas de las dos
organizaciones fusionadas. Joaquín Maurín, secretario general del partido, que
contaba con la adhesión casi incondicional de la gran mayoría de afiliados, no
se encontraba al frente del POUM cuando estalló la guerra civil. Habiendo
partido dos días antes de comenzar ésta para un mitin en Galicia, fue detenido
y estuvo preso en las prisiones franquistas durante toda la guerra e incluso
algunos años después de terminada; salvó la vida porque no fue identificado por
su verdadero nombre. Por otra parte, casi la totalidad de las secciones más
importantes procedentes de la antigua ICE correspondían a provincias donde
había triunfado la sublevación militar desde el principio, o desde poco
después, sus militantes más conocidos fueron fusilados y los demás se
dispersaron sin posibilidad de comunicación; por lo cual, sólo la organización
de Cataluña era la determinante, con una oposición sin fuerza de la sección de
Madrid, que fue contra la primera que se desencadenó la represión estalinista.
Pero por su autoridad moral, su talento, su prestigio y las necesidades
de la realidad, Andrés Nin se impuso a todos en aquellas circunstancias como
secretario político (no general), aunque con muy escaso poder de determinación
verdadera. La ausencia de su jefe Maurín, había creado entre los antiguos
bloquistas un reflejo de defensa preventiva contra los dirigentes del partido
procedentes de la ICE, en los que suponían la intención de "apoderarse del
POUM" y de "imponer el trotsquismo". Por esta situación, Andrés
Nin fue un secretario político disminuido en sus funciones, lo que le afectó dolorosamente
durante el año de guerra civil que vivió, y contra cuyo estado de cosas yo
estimaba que no quería ni acertaba a reaccionar resueltamente.
También por la precipitación de los sucesos en seguida de su
constitución, el POUM orgánica y políticamente no estaba suficientemente armado
para las grandes tareas que tuvo que afrontar, a que la historia le destinaba y
que sólo afrontó en parte. Independientemente de sus defectos de origen, era
tal la acumulación propagandística llevada a cabo por los comunistas, que su
proyección alcanzaba bastante a los propios medios exbloquistas del POUM. De
hecho, a manera de concesión ofrecida al PC, éstos se esforzaban por disminuir
la influencia en el interior de la organización de los militantes que procedían
del trotsquismo, y en primer lugar de Andrés Nin, el más representativo, cuya
menor opinión era recibida con recelo y desconfianza. Es decir, aparte de la
lucha contra el estalinismo, el POUM vivió desde el comienzo de la revolución
en constante y oculta crisis interna. Sin embargo, en realidad, el alcance de
la influencia que tuvo el partido nacional e internacionalmente, se basó en
posiciones políticas y actitudes tácticas que, en el interior de los círculos
dirigentes exbloquistas más influyentes, pocas veces se aceptaban voluntariamente,
porque la mayoría de la dirección frenaba más que alentaba, y que terminaban
aceptando porque la brutalidad represiva no facilitaba el menor respiro a la
componenda que se hubiera deseado, y porque no tenían otra táctica a ofrecer.
Andrés Nin fue, pues, el exponente público más caracterizado de la
política del POUM, aunque su autoridad y criterio, como hemos dicho, no eran
siempre decisivos para los comités de Cataluña, para los "notables"
maurinistas de las comarcas, que eran finalmente los que decidían con sus
votos. La fracción minoritaria identificada con Nin, sabía bien lo que se
jugaba en la contienda, pero quiso cumplir con fidelidad hasta el fin lo que
entendía por su misión, y se esforzó por servir la causa del socialismo español
e internacional, aprovechando el único aparato de que disponía, convencida
también de la madurez política que se operaba en el seno de la base del
partido, como consecuencia de la experiencia estalinista; sabía muy bien que se
corría el riesgo de que el partido fuera aniquilado por la inmensidad de los
elementos desencadenados contra él, y tenía conciencia de que el asesinato
acechaba a sus militantes.
El propio Andrés Nin fue asesinado en condiciones que no han sido
esclarecidas totalmente. Excelentes camaradas fueron asesinados en el frente o
la retaguardia. Y algunos de los que salimos con vida de la represión, lo
debemos sólo a la rápida campaña internacional que se despertó a nuestro favor,
una vez conocida la suerte de Nin, y que les obligó a los estalinistas a
detener algunos crímenes, por lo menos los más visibles.
Desde su constitución, a pesar de sus debilidades, el POUM prosiguió la
tarea que había llevado a cabo hasta entonces la Izquierda Comunista, y en
parte también el Bloque Obrero y Campesino, aunque éste desde un punto de vista
oportunista y muy frecuentemente variable, de interpretar el proceso
revolucionario iniciado desde 1930 a la caída del general Primo de Rivera, de
preparar al proletariado para intervenir acertadamente en su desarrollo mediante
un frente único de la clase trabajadora, y garantizar la libertad de pensamiento y un régimen de decisiones
democráticas en el interior de los organismos proletarios de unidad. La
política del POUM era definida a través de sus propias resoluciones y de la
crítica teórica y táctica que exponía de las otras corrientes obreras, pero que
se concentraba principalmente contra la estalinista, que en nombre del "marxismo-leninismo"
se expresaba por una cadena ininterrumpida de errores, que comprendía desde el
aventurerismo más irresponsable al democratismo más vulgar. Sin sólidas bases
entre el proletariado y sin grandes posibilidades de proselitismo a costa de
los otros movimientos, los estalinistas no acertaban a oponer una respuesta
política fundada, y como única reacción seguían la línea de Moscú de aquel
periodo de descalificaciones y calumnias, métodos que no prendían en los otros
sectores obreros. Las Alianzas Obreras de 1934 se habían constituido con la
participación de la Izquierda Comunista y del Bloque Obrero y Campesino; del
Bloque Electoral Popular de febrero de 1936 formaba parte el POUM. Era
demasiado para el Partido Comunista, que sólo acepta los pactos de frente único
o de unidad que puede dominar totalmente, el peligro de tener que confrontar su
eclecticismo y sus métodos con una verdadera corriente marxista-leninista que
defendía las posiciones revolucionarias que él abandonaba; era para la
Internacional estalinista un precedente inadmisible. La importancia de la
situación y la trascendencia de los hechos rebasaban el marco político español.
La guerra civil española se produjo en plena prepotencia de Stalin,
cuando su criminalidad estaba en su punto culminante, pero al mismo tiempo
también cuando el movimiento obrero mundial, e incluso numerosos militantes,
comunistas, manifestaban su sorpresa o su horror por sus métodos y sus
crímenes, principalmente ante los procesos de Moscú, que nuestro órgano La
Batalla denunciaba con pasión. La revolución española reavivó en el mundo
el interés y el entusiasmo de los trabajadores más conscientes y de los
intelectuales más avanzados de todo el mundo. En semejantes condiciones
históricas, el POUM, a pesar de sus lagunas internas (su dirección nacional no
era homogénea y su mayoría no estaba preparada políticamente), se ofrecía al
proletariado mundial con una orientación y una táctica inspiradas en las
mejores tradiciones de la revolución rusa y de los primeros tiempos de la
Internacional Comunista, de acuerdo también con las aspiraciones
revolucionarias que sacudían al mundo de aquellos tiempos. Demostraba así con
su presencia que había otro camino hacia el socialismo que no era el de la
colaboración socialdemócrata, y sobre todo que no debía seguirse el de la
adhesión a la autocracia estalinista.
La propia importancia internacional de la guerra civil española daba un
valor mundial a las concepciones, más o menos bien representadas e
interpretadas por nuestro partido. Es decir la actuación y la influencia del
POUM minaba las fuerzas del estalinismo no sólo en España sino en el movimiento
obrero mundial, daba esperanzas internacionalmente a las tendencias
revolucionarias antiestalinistas, y fomentaba la creación y desarrollo de
nuevas corrientes de revalorización del pensamiento marxista después de la
práctica rusa. El POUM sometía a una prueba internacional, en el combate y las
realizaciones, a la Internacional Comunista y la Unión Soviética, que hubiera
podido cambiar la mentalidad y la estructura de los partidos comunistas de
algunos países. La burocracia estalinista e internacional tuvo rápidamente
conciencia de este peligro. Movilizó todas sus fuerzas y todos sus medios.
Jamás se había desencadenado hasta entonces, aparte de en la Unión Soviética,
una campana mayor de infamias y calumnias, nunca tampoco se habían puesto en
servicio tantos medios materiales para acabar con un partido obrero, a sangre y
fuego. Una gran parte de la alta burocracia del mundo estalinista de entonces,
desde Tito a Togliatti, de Marty a Kadar, de Geroe a Luigi Longo, además de generales
y coroneles rusos con nombres españoles, se establecieron inmediatamente en
España para cumplir los designios de Stalin y reducir el alcance de la
revolución española estrictamente a las conveniencias de la política exterior
rusa de entonces.
Dos consignas engañosas que tuvieron gran eficacia
propagandística entre las masas obreras, inspiraron la acción estalinista en
España y dieron resultados positivos al PC desde el principio y durante todo el
curso de la guerra civil: el Frente
Popular (la conjunción de todos los partidos y personalidades genéricamente
antifascistas) y la unidad orgánica (unidad de socialistas y comunistas
primeramente, porque la unidad sindical se dejaba para una segunda etapa, que
era casi inaccesible; se trataba primero de estalinizar a la
Unión General de Trabajadores, lo que casi llegaron a lograr).
Era una política cuya ejecución suponía la actividad por un programa, que
en modo alguno era el del marxismo-leninista, sino el de la coincidencia
circunstancial de la pequeña burguesía y del reformismo socialdemócrata, y que
además era la táctica dictada desde Moscú. Pero también era el medio que
facilitaba el lograr que los más oportunistas de estos diversos elementos
pequeño-burgueses realizasen la política del PC, que se convirtió igualmente en
el polo de atracción de todos los arribistas que aspiraban a prosperar en
aquella coyuntura. Esta gran maniobra táctica no era posible llevarla a cabo si
no se intentaba eliminar, en primer lugar, todo sector revolucionario crítico de
semejantes propósitos.
Durante las primeras semanas de la guerra civil, los comunistas no
pudieron representar el papel político principal, ni disponer de una decisión
determinante en los organismos republicanos que se habían conservado, como
tampoco en los que se organizaban como consecuencia de la revolución y de
nuevas necesidades. Los socialistas dominaban en Madrid y los
anarcosindicalistas en Barcelona, y entre ambos se repartían la verdadera
influencia en el resto de España, pero prevaleciendo los primeros. Es evidente,
pues, que el poderío alcanzado por los comunistas a los pocos meses de
comenzada la guerra, fue debido fundamentalmente al apoyo material soviético, y
que en regiones como la asturiana y la vasca, donde el aparato y la ayuda
aportados por Rusia no fueron considerables, se conservó hasta su caída en
poder de los facciosos la misma relación de las fuerzas obreras de julio de
1936, y los comunistas en manera alguna fueron el factor decisivo ni llegaron a
imponerse.
También es forzoso reconocer que contribuyeron otras circunstancias que
ayudaron a los comunistas a lograr su influencia sobre la opinión general. No
fue la menor la beligerancia total, incluso en plano de igualdad con su propio
partido, que a partir de 1936 comenzó a concederles Largo Caballero. El Partido
Socialista, ya desde antes de la revolución de Asturias de 1934 y bajo la
dirección del propio Largo Caballero, se había hecho el intérprete de un
revolucionarismo verbal muy genérico, que encontraba un gran eco entre todas
las masas obreras y campesinas del país. El PC aparecía casi como un mero
satélite, como una especie de pariente pobre de la socialdemocracia española
radicalizada, que en palabras iba mucho más lejos que los estalinistas. Las
Juventudes Socialistas, que se aprovechaban de esta orientación de su partido
para darle una expresión aún más jacobina, llegaron incluso a proponer que el
PC ingresase en el socialista, puesto que, según ellos, sus aspiraciones
revolucionarias de clase no tenían ya razón de ser para un partido aparte, dado
que eran las mismas de la socialdemocracia hispánica renovada. (Poco tiempo
después las cosas cambiaron rápidamente: el PC iba a plantear el mismo
problema, pero en sentido inverso, es decir la formación de un partido obrero
único, pero dominado por él).
Largo Caballero, en su gran ambición desproporcionada de convertirse en
el jefe supremo de todos los trabajadores españoles, dio una beligerancia al PC
de que hasta entonces no había gozado nunca; pero éste, a su vez, correspondió
poniendo en juego su gran maniobra táctica, aconsejada por los delegados de la
Internacional Comunista, al parecer por Palmiro
Togliatti, proclamando a Largo Caballero el "Lenin
español". El Bloque Electoral de las elecciones legislativas de febrero de
1936, se saldó para los comunistas con una minoría de 16 diputados, que no
habrían conseguido, en manera alguna, sin las concesiones que les hizo Largo
Caballero.
Al surgir la rebelión militar-fascista el 18 de julio de 1936, las dos
fuerzas más importantes de combatientes fueron el PSOE-UGT en Madrid, Asturias
y el resto de España, y la CNT-FAI en Cataluña y algunas provincias de
Andalucía. Las primeras columnas de milicianos que partieron de Madrid para los
distintos frentes fueron organizadas por los sindicatos ugetistas y llevaban
sus propios nombres: Milicias de Artes Blancas de la Construcción, de Artes
Gráficas, de los Metalúrgicos, etc. Superados realmente por los
acontecimientos, los comunistas recurrieron, según su costumbre, al bluff y
a la publicidad escandalosa de reclamo. El reconocimiento de la Unión Soviética
por el gobierno del Frente Popular proporcionó la introducción en todo lo que
quedaba del aparato republicano de Madrid de los agentes soviéticos y de los
delegados comunistas de distintos países, que pronto se vieron reforzados por
la presencia de las Brigadas Internacionales, acreditadas como la fuerza más
eficaz aportada a la guerra civil española, en el momento en que Madrid,
principalmente, se encontraba amenazado de los mayores peligros y con una gran
desorganización y hasta indisciplina en los combatientes españoles.
El PC logró recoger desde el principio de la guerra, y se hizo el
intérprete, a la opinión más conservadora de la zona republicana del país, ante
la que se presentaba y se ofrecía como el único partido que deseaba
garantizar el "orden", con un sentido de la disciplina y de la
organización, que combatía y contrarrestaba los "excesos", las
posiciones socialistas, que luchaba contra el "caos
anarcosindicalista": era el partido del orden republicano burgués contra
las aspiraciones revolucionarias socialistas, como ahora, más de treinta años
después, es el partido de la "Reconciliación
Nacional" frente al espíritu radical de las nuevas
generaciones. Todos los elementos más reaccionarios e incluso fascistas
desamparados se incorporaban al PC porque encontraban en él una garantía de
salvaguarda. Dado que poseían "una instrucción", llegaban los
fascistas emboscados a obtener empleos burocráticos importantes, desde donde
servían mejor al gobierno militar de Burgos.
Su poder gubernamental y administrativo comenzó a sentirse más, llegando
a ser omnímodo, al encontrarse la España antifascista aislada
internacionalmente, pudiendo contar sólo con la ayuda material de la URSS, y
cuando militantes extranjeros más experimentados que los españoles, obedeciendo
disciplinadamente las órdenes de Moscú, lograron orientar su acción hacia la
colonización estalinista de todo el territorio republicano. Alternando su
penetración en los restos del aparato del Estado burgués, a través de
arribistas que hacían su política, con consignas de organización que respondían
en abstracto a las necesidades reales
para la eficacia de la guerra, pero que prácticamente tenían otro
propósito, llegaron a abolir todo régimen de democracia interna de las
organizaciones obreras y de expresión libre de la opinión, para establecer
únicamente, y por primera vez, esas especies de concentraciones plebiscitarias
de masas perfectamente orientadas en la línea del partido, que se hacían pasar
por la "opinión emanante y directa
de la totalidad del pueblo español". Bajo el lema de la unidad se llevaban a cabo "acciones de
masas", para imponer desde el exterior, incluso a "su gobierno",
en el que eran nominalmente minoritarios, la política de Stalin y coaccionar a
socialistas y anarcosindicalistas, que frente a ellos no tenían ninguna
reacción defensiva, ninguna política definida, ni ninguna comprensión del
proceso revolucionario. La corrupción y
el engaño desempeñaban un gran papel en su táctica.
Por ejemplo, ante las observaciones y las críticas que les hacían sus
propios camaradas, los dirigentes anarcosindicalistas justificaban en privado
sus concesiones de los "pactos de unidad" con los comunistas, que
fueron la base de la implantación de éstos en Cataluña, en las promesas que
habían recibido de los rusos de que les facilitarían armas para emprender la
ofensiva en los frentes de Aragón y el apoyo de la aviación soviética.
Para los comunistas, la principal preocupación en la organización del
nuevo poder estribaba ante todo en montar "el aparato", en establecer
un sistema jerarquizado de mandos militares, económicos y administrativos, o
sea su burocracia, que no estuviera articulada en una democracia socialista
determinada por los nuevos órganos salidos de la propia revolución, sino
inspirada únicamente en servir las maniobras tácticas del partido, o mejor dicho
la estrategia exterior soviética del momento. Su política oportunista, de
combinaciones constantes, de total eclecticismo en los métodos, sólo podía
llevarse a cabo mediante la creación de una potente burocracia, con intereses
creados, no sometida a la opinión obrera, sino meramente al aparato del
partido.
Llegando a una acumulación de intereses particulares de los nuevos
investidos de poderes o de cargos, se lograba identificar a éstos, no con la
clase obrera, de la que procedían en la mayoría de los casos, sino con la ya
nueva clase que se iba formando y que dependía exclusivamente de las
determinaciones de los delegados de la Internacional Comunista.
Sustraídos a las prácticas democráticas de su organización sindical
política, muchos socialistas aceptaban su burocratización, su dependencia
absoluta "de arriba" para conservar su nueva situación y dejaban de
tener la menor voluntad de independencia. El PC se asimiló a la mayor parte de
los militares profesionales republicanos. Para éstos sólo se ofrecían dos
caminos: servir al partido y obtener ascensos, o no hacerlo y quedar rezagados
a pesar de todos los méritos, e incluso algo más grave, el ser denunciados como
agentes de los fascistas y perder la vida. En esta perspectiva, el sometimiento
de los elementos intelectuales pequeño-burgueses no ofrecía gran dificultad,
puesto que se llegaba provisionalmente a compensarles. Desde el poeta exquisito
y católico José Bergamín que había permanecido toda su
vida en el Olimpo, y que entonces descendía de él para firmar una petición de
pena de muerte contra "los fascistas del POUM" hasta el más minúsculo
y venal periodista, todos los intelectuales se dejaban seducir por "la
eficacia de la política comunista", la aceptaban y justificaban, y eran
remunerados.
El desarrollo de esta situación política era evidente sobre todo para la
minoría del POUM, que habiendo formado parte del PC en el pasado, lo había
abandonado precisamente porque no aceptaba esta negación de los principios
básicos del socialismo y esta imposibilidad de convivencia. Estábamos bastante
sensibilizados políticamente, habíamos denunciado constantemente este
comportamiento y los fines que perseguía, para no adivinar el objetivo final de
cada medida, que aunque a veces era justa en sí estaba destinada a otra
aplicación que la que se confesaba públicamente. Por ejemplo, la ayuda militar
internacional en combatientes, era sólo canalizada por los comunistas, e
incluso los socialistas europeos se sometían a su dirección, en casi todos los
casos. Las Brigadas Internacionales aportaban la fuerza combatiente más
importante, activa y eficaz de colaboración al antifascismo español, los
militantes más heroicos del movimiento obrero de todos los países, pero
encuadrados, comunistas o no comunistas, únicamente por mandos estalinistas. Sin
embargo, ¿cómo era posible perder de vista que se les utilizaba igualmente como
fuerza de invasión de la política estalinista en España, de lo que incluso
ellos eran inconscientes? ¿Y cómo se podía disminuir el valor de su aportación
ante el pueblo español señalando también todo lo que podían suponer de peligro
para el futuro? Porque al mismo tiempo, el sentido de la responsabilidad y la
necesidad imperiosa de ganar la guerra, nos obligaba a contribuir a todo
esfuerzo en la lucha contra el fascismo, y con ello a fortalecer los organismos
que la decidían y que organizaban la retaguardia. De lo cual se derivaban las
posiciones poumistas, que aunque parecían a veces contradictorias, tenían un
sentido socialista justo y un encadenamiento político lógico para defender el
carácter socialista democrático de la revolución, sin debilitar ninguna
posibilidad de victoria militar.
Se trataba para nosotros de que los militantes socialistas y
anarcosindicalistas se recuperasen de su complejo de impotencia ante el PC, a
consecuencia de la ayuda rusa, que comprendiesen la trampa estalinista de su
propaganda de "unidad", y el lograr un acuerdo de acción
común, un frente único para el establecimiento de la democracia obrera,
esperanza y fin de toda aspiración verdaderamente socialista. La única garantía
para el desarrollo político de la revolución era el vincular todos los derechos
de decisión directamente en los trabajadores, y la confrontación en la
discusión de sus verdaderos intereses, para que pudieran reconocer sus aspiraciones
socialistas y sus auténticos defensores, para que finalmente cesase también el
reino de lo arbitrario establecido por los estalinistas. Terreno del que
precisamente siempre rehuyen los comunistas oficiales, conscientes de su propia
debilidad en la polémica y de que ésta puede descubrir su juego.
Andreu
Nin. El significado y alcance de las jornadas de mayo de 1937 frente a la
contrarrevolución
Las llamadas "jornadas de mayo" de 1937 de Barcelona y la
posición adoptada por el POUM en la ocasión, fue un ejemplo de esa posición
nuestra que podría a simple vista calificarse de equívoca. En dicha fecha, las
telecomunicaciones de Barcelona estaban aún "sindicalizadas", es
decir no pertenecían al Estado ni a la colectividad obrera en su conjunto, sino
al Sindicato de Teléfonos de la CNT, que se había reservado todos los derechos
de propiedad, que determinaba el curso a dar a los mensajes e incluso ejercía
la censura de manera caprichosa. Semejante estado de cosas era intolerable,
porque era arbitrario, unilateral y nocivo ese propósito de querer edificar y
tener la propiedad en terreno ajeno.
Era necesario regularizar la " sindicalización de las
telecomunicaciones " ; pero la contrarrevolución estalinista vio en esta
situación un motivo para comenzar la represión contra el poder hegemónico de
los sindicatos de la CNT en Cataluña, que le permitiera sondear el terreno para
ataques de mayor envergadura. Con varios camiones de guardias pertenecientes al
PC, sin ordenes ni incluso autorización expresa del gobierno de la Generalidad,
el comisario estalinista de Orden Público, que anteriormente había sido miembro
del BOC, se presentó en la Central Telefónica para incautarse del edificio. Los
cenetistas del Sindicato de Telecomunicaciones hicieron frente a tiro limpio,
se entabló una batalla violenta, la noticia se difundió inmediatamente por la
ciudad, se declaró la huelga general por solidaridad, se levantaron barricadas
por todos sitios. Las fuerzas obreras no comunistas fueron realmente dueñas de
Barcelona y de casi toda Cataluña durante cinco días, que tuvieron como resultado
más de quinientos muertos y millares de heridos. Habiendo demostrado su fuerza
superior la clase obrera no estalinista de Barcelona, habiendo podido cambiar
el curso de los acontecimientos, las "jornadas de mayo" se
convirtieron al final en una victoria para la contrarrevolución estalinista a
consecuencia del conformismo y la deserción de los jefes máximos de la CNT-FAI.
El POUM se solidarizó con el movimiento, sus militantes se batieron con bravura
y conscientemente, y el POUM fue en resumidas cuentas el que pagó las
consecuencias de la politiquería de los dirigentes anarcosindicalistas. A pesar
de que no aceptábamos, de que comprendíamos y criticábamos los errores de la
"economía confederal", estábamos obligados a solidarizarnos con ellos
ante la agresión estalinista.
Esta fue una de las varias contradicciones de conducta con que nos
encontrábamos enfrentados frecuentemente.
El principal de los problemas en que se manifestaba más toda la pugna
política entre el partido estalinista español y el POUM se resumía sobre todo
en la organización del nuevo poder, del nuevo tipo de Estado. El proceso de la
revolución estaba determinado para los comunistas, no para llegar a su
culminación en una democracia socialista de la que debían establecerse las bases,
pero en la que habrían estado en minoría frente a las otras organizaciones
obreras, sino por la conservación de la "legalidad republicana"
mediante un compromiso con los republicanos pequeño-burgueses que habían
desaparecido como factor político desde el 18 de julio, pero que el PC
valorizaba para utilizarlos como tapadera para desarrollar las conveniencias de
la política exterior rusa.
Esta orientación estaba expresada sin ambages en la célebre carta confidencial dirigida personalmente por Stalin
a Largo Caballero, entonces jefe del gobierno de Frente Popular, el 21 de
diciembre de 1936: "No
hay que rechazar a los jefes del partido republicano, sino por el contrario hay
que atraerlos al gobierno, hacer que participen en la responsabilidad común de
la obra del gobierno. Sobre todo es necesario asegurar al gobierno el apoyo de
Azaña y de su grupo, haciendo todo lo posible para vencer sus titubeos. Esto es
indispensable para impedir que los enemigos de España la consideren como una
república comunista, que es lo que constituye el peligro mayor para la España
republicana. Se podría encontrar ocasión para declarar en la prensa que el
gobierno de España no tolerará que nadie atente contra la propiedad y los
legítimos intereses de los extranjeros establecidos en España, ciudadanos de
los países que no sostienen a los rebeldes".
Para la España obrera, el problema central durante la contienda era
derrotar a las fuerzas militares y reaccionarias y ganar la guerra entablada.
En esta suprema empresa no podía admitirse ningún desfallecimiento, por ser
vital para todos. Sin embargo, este propósito de victoria debía ser para algo
más que la restauración del pasado, puesto que se trataba sobre todo de
garantizar el porvenir. Propugnar, definir y organizar el nuevo régimen y las
estructuras económicas de la nueva España no sólo no mermaba el esfuerzo de
guerra sino que reforzaba y daba también el aliento de un futuro mucho mejor a
los combatientes obreros y campesinos, haciéndoles intervenir directamente ya
en sus propios destinos. No debía de tratarse sólo de pedir sacrificios para un
fin exclusivamente guerrero de derrotar al adversario; no se trataba únicamente
de tener en cuenta todos los grandes aspectos positivos de la revolución rusa,
sino igualmente todo su desarrollo negativo posterior, y que entonces el mundo
conocía en toda su degeneración; no se trataba, finalmente, de ofrecer un
ejemplo de conservadurismo y "sensatez" al mundo capitalista para
neutralizarlo y facilitar la política rusa en España y la implantación del
partido comunista en el nuevo Estado, sino de tener en cuenta, evidentemente,
todas las experiencias rusas, para obtener las ventajas de unas y evitar los
males de las otras.
Esta era una discrepancia profunda que enfrentaba al POUM contra el PC,
incluso por encima de las cuestiones básicas teóricas, que a veces exponíamos
demasiado dogmáticamente, obligados a ello para contrarrestar el pragmatismo
oportunista de los estalinistas. Porque si bien tu táctica se basaba en un
equívoco bien cultivado, el de la unidad en abstracto, que podía confundir y
engañar a los republicanos pequeño-burgueses y a los trabajadores de menos
educación política, no podía equivocar a los que sabían interpretar los
acontecimientos y conocían el resultado práctico que tendría el desarrollo del
estalinismo en España.
La explicación de la táctica a seguir era un modelo de maquiavelismo
estalinista, pero era igualmente la que mejor servía los intereses exteriores
soviéticos en aquella situación europea y la misma que orientaba toda la
estrategia de los Frentes Populares. Se trataba también de intentar preparar la
coartada, esforzándose por probar al capitalismo internacional que el dominio
ruso no se exteriorizaba en España, y que únicamente los nativos eran dueños de
sus propios destinos. Lo que, además, no resolvía nada en verdad porque los
gobiernos fascistas y capitalistas en general sabían muy bien a qué atenerse.
En cambio, esta intervención del estalinismo y sus métodos restaban
aportaciones o daba lugar a reticencias de la opinión obrera y democrática ante
la revolución española en el terreno internacional, porque al mismo tiempo se
llevaba a cabo el terrorismo en la URSS contra los viejos bolcheviques. No era
precisamente el carácter radical de las transformaciones operadas en el terreno
económico en España, sino el sentido de la organización que políticamente se
desarrollaba y los métodos que la acompañaban, lo que ponía en guardia a la
parte más sana de la opinión socialista mundial. E hizo más daño a su crédito
en esos medios la represión "técnica" de las checas comunistas
españolas que los desafueros, indudables, cometidos en las primeras semanas de
la guerra civil.
España,
primer ensayo de democracia popular
España fue, pues, el primer campo de maniobras donde un partido
comunista, en plena decadencia estalinista, aplicó los métodos que después de
la segunda guerra mundial habían de dar, a otros partidos comunistas de Europa,
el éxito que obtuvieron para la imposición de las actuales "democracias
populares". Aunque sin gran tradición en el movimiento, sin gran
fuerza numérica, sin dirigentes que gozaran de autoridad, amparado únicamente
en el prestigio de la revolución rusa, el PC español disponía ya, sin embargo,
del tipo de organización jerarquizada que les permite a todos realizar los
cambios más fundamentales de orientación y táctica, sin el menor contratiempo
ni oposición interior. Al comenzar la guerra civil disponía de poca influencia
efectiva con respecto a los socialistas y anarcosindicalistas, pero se alimentó
al poco tiempo con la fuerza que le aportaron los socialistas, directa o
indirectamente, y todos los elementos pequeño-burgueses en masa.
Un ejemplo bastante ilustrativo de la imposición de los rusos de sus
propios intereses políticos nacionales de partido en la revolución española, se
evidenció en las circunstancias y los métodos con que la represión para la
liquidación violenta y sangrienta del POUM se emprendió en junio de 1937. Sobre
el momento en que se debía desencadenar la ofensiva se manifestaron
discrepancias, que se derivaban, claro está, sólo de una apreciación sobre la
oportunidad, la forma y las consecuencias que podían derivarse. Los agentes de
la Guepeú, los delegados de la Internacional Comunista que en España
interpretaban las órdenes de Moscú, eran apremiados desde allí para que se
acabase lo más rápidamente posible, a sangre y fuego, con la "presencia
del POUM", cuya proyección política podía ser peligrosa y contagiosa
internacionalmente, que era lo que más temían. Operaciones de este carácter y
envergadura eran fáciles en la Unión Soviética, sin comunicación con el
exterior, sin observadores extranjeros, sin una oposición organizada, en un
país monolitizado. Para los agentes estalinistas extranjeros, dada su
mentalidad "rusa", la operación no ofrecía ninguna dificultad
material o técnica, ni ningún peligro político considerable. Sin embargo, la
dirección del partido español vacilaba todavía sobre el momento a elegir,
porque sabía que el clima político en España no era el mismo que en la URSS, ni
tampoco el temperamento militante. Sin oponerse en principio a la gran
represión, estimaba que era prematura entonces, porque el poder del PC no
estaba aún suficientemente afirmado para afrontar el riesgo de la reacción que
podía producirse por parte de los otros partidos y organizaciones españoles. El
buró político hizo observaciones a la empresa proyectada: José Díaz, al
parecer, era contrario y "Pasionaria" pronunció su cínica frase :
"Es demasiado pronto para eso".
A este respecto tiene interés relatar lo que sucedió con la detención de
los que constituíamos el Comité Ejecutivo del POUM. Fuimos detenidos en la
noche del 16 de junio de 1937 por policías de Madrid, procedentes todos ellos
de las antiguas Juventudes Socialistas; un gran equipo de éstos se había
trasladado a Barcelona para llevar a cabo directamente la operación, porque no
tenían confianza en la intervención de la policía catalana, que entonces no
estaba todavía totalmente dominada por los estalinistas. Fuimos trasladados a
la Jefatura de Policía incomunicados, y a la madrugada del día siguiente
conducidos a Valencia. La conducción se hizo en las siguientes condiciones:
cada uno de nosotros iba en un auto vigilado por cuatro policías madrileños;
delante de nuestro coche, y a alguna distancia, iba otro con cinco agentes de
la Guepeú, principalmente polacos y húngaros, pero también de otras naciones;
nuestro coche iba después seguido por otro también ocupado por agentes
extranjeros. Cada parada en el camino era indicada por los que integraban el
primer coche, o consultada previamente por los madrileños. Fue el testimonio
más significativo de que la represión fue dirigida directamente por
funcionarios a las órdenes de Moscú.
Justo es reconocer que, en resumidas cuentas, la operación fue
"rentable" para ellos. La falta de comprensión y de reacción de los
otros sectores obreros, unos inconscientes (la CNT-FAI: "Es una pugna
entre marxistas autoritarios") y otros oportunistas (Indalecio Prieto a
los diputados laboristas ingleses: "Los rusos nos dan aviones y cañones y
ustedes nada"), no podía más que interpretarse como libre para la
persecución contra todos los adversarios del estalinismo. Después de la
represión contra el POUM, con el pretexto de "la unidad" se
obstaculizó la propaganda de los largocaballeristas ; tomando como base los
groseros errores del Consejo de Aragón, se emprendió gradualmente el ataque
contra la CNT-FAI. Y el estalinismo terminó estableciendo su imperio policiaco
en toda la zona republicana. Característico también a este respecto fue el
proceso de grandeza y decadencia de Largo Caballero, del "Lenin
español". En la presidencia del Consejo, para los estalinistas nativos y
extranjeros cometía el supremo delito de orgullo de independencia frente a las
injerencias avasalladoras de los agentes soviéticos, y el delito más grave aún
de negarse a ejercer las funciones de presidente testaferro de Moscú.
En mayo de 1937, los estalinistas decidieron emprender resueltamente la
ofensiva para eliminar del gobierno a un hombre tan molesto. Su prensa comenzó
una campaña insidiosa de acusaciones, principalmente calificándole de inepto,
tomando sobre todo como base la derrota de Málaga, que había producido una
profunda impresión en la opinión pública, y de la que se hacía responsable
injustamente al general Asensio, que era un adicto del líder socialdemócrata, y
que a su vez se oponía también a la hegemonía y despotismo comunista. Largo
Caballero había estado resistiendo también a todas las presiones que se
ejercían sobre él, a través de los representantes diplomáticos de la Unión
Soviética, para que ejerciera las medidas represivas que exigían contra el
POUM.
Y fue ésta, precisamente, la
causa que hizo que Largo Caballero abandonase para siempre la presidencia del
gobierno. proposición para que el POUM fuera disuelto y declarado fuera de la
ley. Largo Caballero, a pesar de que nosotros habíamos sido los únicos que
durante su periodo de apogeo le habíamos combatido políticamente de una manera
constante, se opuso de manera decidida a este deseo estalinista, alegando que
él nunca ejercería la represión contra una organización obrera. No encontró un apoyo resuelto ni siquiera
entre los miembros de su propio partido, ni entre los ministros republicanos
moderados. La obsesión de obtener armas rusas era más determinante para ellos
que toda otra consideración política o de conciencia, y les convertía en
verdaderos títeres manejados por Moscú.
Estimándose en minoría en el seno del Consejo, presentó su dimisión de
jefe del gobierno el 15 de mayo de 1937. Los comunistas tenían ya preparado su
sustituto, un aventurero intelectual: Juan
Negrín, que iba a servir incondicionalmente la política de
los rusos, autorizando a los dos meses la represión contra un partido obrero, a
lo que se había negado el viejo líder socialdemócrata, simplemente por honradez
política, por una razón de mera moral.
Pero esto nos lleva también a poner de relieve la profunda transformación
política que se había operado en toda la "zona roja", en el breve
plazo de sólo once meses, pasando Largo Caballero de la inmensa popularidad a
su total anulación política, que culminó el 21 de octubre de 1937, con una
disposición de arresto en su domicilio y la prohibición de desplazarse fuera de
él. El PC había logrado imponer totalmente su hegemonía y poder de decisión, y
trataba ya de hacer aceptar como figura señera a la oportunista
"Pasionaria", con la complicidad o la neutralidad de los otros
sectores antifascistas.
Al mismo tiempo que el POUM se encontraba enfrentado en una lucha tan
proporcionalmente desigual con todos los elementos movilizados en España de la
contrarrevolución estalinista que le cercaban, preparaban su persecución y
terminaron por aniquilarle, acusándole esencialmente de
"trotsquista", Trotski y sus más incondicionales partidarios
producían una abundante literatura calificando constantemente de traidor a
nuestro partido y considerándole como el principal obstáculo para la formación
del "verdadero partido revolucionario español", es decir del partido
trotsquista.
Como ya se ha visto, el POUM era producto de la fusión del Bloque Obrero
y Campesino y de la Izquierda Comunista, que había sido la sección española de
la Liga Comunista Internacionalista, que era como se denominaba entonces la
organización mundial trotsquista. Pero había estado bastante frecuentemente en
desacuerdo con ésta, durante la mayor parte de su existencia como tal. Las
discrepancias no se manifestaron de una manera pública hasta la constitución
del POUM, sino antes principalmente por una correspondencia seguida con Trotski
y su Secretariado internacional. Nuestra principal objeción se basaba en un
principio en que estimábamos que la táctica a desarrollar se establecía casi
exclusivamente en función de la política de la oposición comunista rusa, sin
tener en cuenta la situación del movimiento obrero en cada país y las
posibilidades especiales políticas que podía haber para cada sección nacional
de la Oposición en su propio medio de acción.
Nos elevamos en distintas ocasiones contra el sistema de trabajo del
Secretariado internacional y los métodos impositivos de Trotski, pero nuestra
identificación con sus principios teóricos generales sobre la degeneración de
la Internacional Comunista, nos hacía finalmente mantenernos en la disciplina
de la organización. Considerábamos que la orientación y la táctica política del
momento no era determinada por la deliberación de las secciones, y que se
definían mediante un artículo de Trotski, que tenía casi un carácter de mandato
para toda la Liga Comunista. La parte que tomaba Trotski en las crisis
interiores de las secciones, principalmente de la francesa, que, bajo la
apariencia de discrepancias políticas, no eran la mayoría de las veces más que
conflictos personales, no la estimábamos conveniente, ni digna de su misión,
sino como un deseo de mantener una organización fiel a su persona. La propia
composición del Secretariado internacional, en el que la sección rusa, que
entonces ya era prácticamente inexistente, tenía el predominio, suscitó siempre
todas nuestras reservas. La sección española se consideraba marxista-leninista,
de acuerdo con las tesis y resoluciones de los tres primeros congresos de la
Internacional Comunista y en lucha contra el estalinismo como degeneración
burocrática y contrarrevolucionaria, pero no era una organización personalmente
trotsquista. Y finalmente, el hecho de que al llegar a la convicción de que la
sección española se negaba a una obediencia ciega a su persona y a sus
determinaciones, intentase Trotski producir una escisión creando un grupo
incondicionalmente adicto en España, método utilizado frecuentemente por él cuando
tenía dificultades en otros países, mediante una correspondencia personal con
el que creía que podía ser más adicto, colmó toda nuestra paciencia, pero no le
compensó a Trotski porque no logró la ruptura de la sección española, que se
presentaba como monolítica frente a toda maniobra. Nuestras posiciones,
resueltas mediante acuerdos adoptados democráticamente, eran para Trotski
"reminiscencias del individualismo anarquizante español".
A través de todos estos disentimientos, y de algunos más, que en la
polémica con él adquirían siempre un tono agrio, colérico, de agresión
personal, llegamos en 1934 al problema que determinó nuestra separación
definitiva de la organización trotsquista, y una lucha encarnizada contra
nosotros por parte de él y del trotsquismo internacional: el problema del
ingreso de las secciones de la Liga Comunista Internacionalista en los partidos
socialistas, aunque conservando al propio tiempo su órgano periódico y
constituidas en fracción en el interior de la socialdemocracia.
La determinación fue adoptada por el Secretariado internacional, es decir
por Trotski, a sugestión de algunos dirigentes de la sección francesa, sin
tener tampoco en cuenta en esta ocasión la situación del movimiento obrero en
cada país o la posibilidad de una actuación más fructuosa políticamente que
podía ofrecerse a otras secciones. Anquilosados realmente los grupos
trotsquistas, perdiendo miembros en lugar de ganarlos, devorados por crisis
internas sucesivas, a las cuales únicamente la sección española había escapado,
Trotski creyó encontrar en el ingreso en los partidos socialistas un medio
táctico de influenciar políticamente a la clase trabajadora y de difundir su
pensamiento, pero sin cambiar los métodos que tan inútiles se habían mostrado.
Como es sabido, el resultado se reveló como totalmente negativo en todas
partes, lo que era fácil prever conociendo la composición social de los
partidos socialdemócratas y la fuerza decisiva y tradicional de su aparato
administrativo. La experiencia se dio pronto por acabada, sin que se registrara
ningún avance en el desarrollo de la Liga Comunista Internacionalista, y más
bien con la pérdida de algunos elementos desmoralizados. Las perspectivas y
posibilidades de España eran completamente diferentes. A la Izquierda Comunista
se nos presentaba otra salida que nos parecía de más porvenir, de mejores
resultados en un futuro inmediato, y que los hechos posteriores vinieron a
confirmar. El carácter obligatorio como se estableció el ingreso como fracción
en los partidos socialistas, y nuestro conocimiento de las características del
partido español, nos hicieron rechazar íntegramente esta táctica, y llegar a
una ruptura definitiva, total y dolorosa, sobre todo para Andrés Nin, vinculado
durante muchos años a Trotski, al que le unía, además de su identidad en
pensamiento, una profunda amistad personal. En un editorial del último número
de nuestra revista Comunismo, publicado en septiembre de 1934
-después la revista fue suspendida por las autoridades republicanas como consecuencia
de la revolución asturiana de octubre, y a continuación dejó de publicarse
definitivamente al fundarse el POUM- que redacté por encargo de nuestro Comité
ejecutivo y después de aprobación del mismo, nuestra organización expresó su
opinión en la siguiente forma:
"Nuestra organización mundial,
la Liga Comunista Internacionalista, atraviesa una profunda crisis. No tenemos
porque ocultarlo, porque nuestros problemas, como problemas políticos, no los
hurtamos al conocimiento de la clase trabajadora. La realización del frente
único en Francia, circunscrito a los socialistas y comunistas, y dejando al
margen a nuestra sección francesa, ha dado lugar a que algunos camaradas, entre
ellos nuestro jefe político, consideren que la táctica que corresponde, dado el
ilusionismo creado en torno al pacto entre socialistas y estalinistas, es el
ingreso como fracción, con su propio órgano, en el Partido Socialista francés.
Los defensores de dicha solución táctica, creen con ello poder conseguir de una
manera más eficaz influenciar a las masas trabajadoras. La reunión de nuestro
Comité central ampliado, aprobará la resolución en que fije la posición
española con respecto a dicho problema. Conociendo el pensamiento de la inmensa
mayoría, si es que no la totalidad de nuestra organización, podemos anticipar
que es absolutamente contraria al criterio que con más tesón que nadie y con su
apasionamiento de siempre defiende nuestro camarada Trotski. Las corrientes en
pro de la unidad que en virtud de la acción nefasta del estalinismo se han
creado en ciertos países, no pueden de ninguna manera conducirnos a la
confusión orgánica. La garantía del futuro reside en el frente único, pero
también en la independencia orgánica de la vanguardia del proletariado. De
ninguna manera, por un utilitarismo circunstancial, podemos fundirnos en un
conglomerado amorfo, llamado a romperse al primer contacto con la realidad. Por
triste y penoso que nos resulte, estamos dispuestos a mantenernos en estas
posiciones de principio que hemos aprendido de nuestro jefe, aún a riesgo de
tener que andar parte de nuestro camino hacia el triunfo separados de él."
En una forma bastante terminante, aunque cordial, era el anuncio, sin
equívoco, de la indisciplina total de la sección española, la ruptura con la que
había sido nuestra organización internacional, o sea una resolución que había
sido largamente pensada y discutida en el seno de nuestros grupos locales.
Efectivamente, la reunión del Comité central ampliado de la Izquierda Comunista
Española confirmó esta posición anticipada por Comunismo, aunque,
en la discusión, con algunas reservas de Andrés Nin, al que apenaba esta
ruptura, que estaba inspirada sobre todo por el grupo de Madrid y los
militantes de Bilbao. Sólo dos de los mejores teóricos de nuestra sección, que
habían dado a nuestra revista una gran brillantez, descubrieron en la fórmula
de Trotski una escapatoria para aspirar más directamente a su promoción
política en el seno de la socialdemocracia, y resolvieron ingresar en el
Partido Socialista, juntamente con otros seis camaradas. El resto de la
organización se negó a aceptar el ingreso, principalmente los militantes
obreros que desarrollaban una actividad sindical y que sabían muy bien la
imposibilidad de una actividad fraccional eficaz en el seno del PSOE. Los
desertores, en lugar de "asimilar" fueron "asimilados", en
vez de atacar la política reformista de socialdemócratas y estalinistas, se
dedicaron a combatir durante la guerra civil la actividad revolucionaria del
POUM, y desaparecieron pronto de la escena política. La casi totalidad de los
militantes de la Izquierda Comunista, mediante la fusión con el Bloque Obrero y
Campesino y la constitución del POUM, íbamos a comenzar una nueva experiencia,
llena de escollos y dificultades, discutible si se quiere, pero que ha dejado
una huella bastante profunda en el movimiento obrero español e internacional, y
de la que pasados los años se comienza a conocer mejor su sentido.
Inmediatamente de hacerse pública la constitución del POUM, comenzaron
los ataques violentos y de una gran injusticia de Trotski contra el partido,
llenos de rencor más que de sabiduría política, que no cesaron hasta su muerte.
Por ejemplo, al poco tiempo de la ruptura política, tomaba venganza contra esta
determinación, publicando un artículo en su prensa, al que corresponde este
párrafo, tan insultante como falto de elegancia moral: "Hace algunos meses
ha aparecido en Madrid un libro de Juan Andrade: La burocracia
reformista en el movimiento obrero... Andrade me envió su libro dos veces
con dedicatorias muy cariñosas, en las cuales me llamaba su "jefe y
maestro". Este hecho que, en otras condiciones me habría halagado, me
obliga ahora a declarar con una firmeza mayor, que nunca ni a nadie le he
enseñado la traición política. Y la conducta de Andrade no es
nada más que una traición del proletariado en interés de una alianza
con la burguesía."
Partiendo de profecías (si se hubiera hecho aquello que yo decía se
habría producido esto, es decir el triunfo de la revolución), llegaba a la
conclusión terminante de que el POUM, y principalmente su dirigente más
significado, Andrés Nin, era un partido de traidores patentados. En abril de
1936, o sea apenas tres meses antes de comenzar la guerra civil española, decía
en otro artículo: "Es ya muy grande
la culpabilidad de un Andrés Nin, de un Andrade, etc. Con una política justa,
la "Izquierda Comunista", como sección de la IV Internacional, podía
estar actualmente a la cabeza del proletariado español. En lugar de esto vegeta
en la organización confusa de Maurín, sin programa, sin perspectivas y sin
importancia política alguna. La acción marxista en España comienza por la
condenación implacable de toda la política de Andrés Nin y Andrade, que era y
que sigue siendo no solamente falsa sino criminal".
España
Revolucionaria Selección de Escritos 1930- 1940
Leon Trotsky
León
Trotsky, escritos sobre España (La revolución española al día)
Trotski y
el POUM: un balance
Era el estilo peculiar de Trotski para tratar de convencer, basándose en
una interpretación fundamentalmente dogmática, mecanicista y en manera alguna
dialéctica, del desarrollo de la revolución española. Partiendo de una
formulación en abstracto de una revolución proletaria -la española se producía
en condiciones históricas diferentes que la rusa y con la mayoría de la clase
obrera organizada en los partidos y sindicatos- pareciendo no tener en cuenta
los verdaderos sentimientos concretos de los obreros, que ante el temor del
triunfo fascista sólo consideraban como verdaderamente eficaz la fuerza que
podía dar en la lucha "la unidad de todos", Trotski insistía en que
el POUM fuera únicamente contra la corriente, sin matices, y que se privase de
toda posibilidad de maniobra estratégica, de toda adaptación circunstancial de
su táctica a la situación del momento de España y a las fuerzas en presencia.
Esto le conducía a una idealización de la perfección de la conciencia política
revolucionaria de los militantes de nuestro partido, e incluso del conjunto del
proletariado, que según Trotski era traicionado por los dirigentes poumistas,
que no aceptaban el satisfacer su verdadera voluntad revolucionaria.
Este esquema, casi escolar, en manera alguna respondía a la realidad. A
pesar de los errores, o mejor dicho de las vacilaciones frecuentes de la
dirección mayoritaria del POUM, ésta tuvo siempre una actitud bastante más
progresiva sobre la táctica a desarrollar que la casi totalidad de los
militantes del partido, en los que se proyectaba el estado de espíritu general,
porque el Comité ejecutivo tenía también una comprensión más exacta del proceso
de la revolución y de los designios y la finalidad del estalinismo.
La izquierda del POUM, vinculada principalmente en los procedentes de la
antigua ICE, eludimos durante todo el tiempo de la guerra civil, el entablar
públicamente la polémica con Trotski y su llamada IV Internacional (un motivo
más que servía para exacerbarle) para responder a sus acusaciones. En primer
lugar, porque había un sentimiento muy antitrotsquista en la gran mayoría de
los militantes de origen maurinista, que era un sentimiento inculcado, sin
entendimiento teórico, y no podíamos prestarnos a dotarles de una
argumentación. Hubiera sido además facilitar también la tarea del estalinismo
en su campaña contra Trotski. Quizá fue un error nuestra posición y pudo
parecer entonces como inspirada por una actitud vergonzante de nuestra parte;
pero pasados tantos años, ahora no creo tener razón para arrepentirme de
semejante conducta y de tal lealtad.
En segundo lugar, abrir la polémica con Trotski ofrecía también el
peligro de que ésta derivase en divisiones y hasta en escisiones en el POUM.
Hubiera sido establecer de nuevo la separación, de una manera más profunda aún,
entre los militantes según su procedencia de origen. Nosotros nos habíamos
manifestado siempre contra la irresponsabilidad de las escisiones, conducta
preferida del trotsquismo, y no íbamos a practicar ésta en las graves
circunstancias de la guerra civil y ante tan poderosos enemigos frente a
nosotros. Habíamos aceptado someternos a los acuerdos establecidos
democráticamente, sola ley de convivencía posible incluso en el seno de una
organización revolucionaria, y no teníamos derecho político ni moral a operar
una escisión, en la que habríamos sido seguidos sólo por escasísimos
militantes, porque eran esencialmente los trabajadores los más apegados a la
unidad, incluso aunque la concebían de una manera demasiado abstracta. Hay que
tener en cuenta que la sicología política, el estado de espíritu de las masas
obreras no es semejante cuando éstas comprenden que están comprometidas en una
lucha defensiva, que cuando son conscientes de que tienen todas las
posibilidades de triunfar, es decir cuando se trata de hacer frente a una
contrarrevolución, que cuando el combate entablado es para realizar o
consolidar la revolución. Por esto, y a pesar de las vejaciones constantes de
que éramos objeto en el interior del partido, principalmente Andrés Nin, por
parte de los notables maurinistas, nos negamos siempre a fraccionar el POUM,
teniendo siempre más confianza en hacer comprender y aceptar nuestros puntos de
vista.
Sin embargo, para Trotski y los trotsquistas, el problema de la
revolución española era fácil de resolver en sus últimas consecuencias: bastaba
con aplicar su táctica peculiar, el ataque violento, a diestra y siniestra,
contra todo el campo obrero, la denuncia sin ninguna discriminación de unos y
otros, socialistas y anarcosindicalistas, como traidores inveterados (es decir,
situarnos en el terreno que deseaban los estalinistas), y la exposición sin
atenuaciones de la más pura concepción bolchevique rusa, independiente de la
situación objetiva nacional e internacional; pero esta táctica trotsquista si
bien es discutible en tiempos de paz, y la prueba nos lo da el resultado
obtenido, es mucho más negativa en una guerra civil todavía indecisa. Así como
el POUM era un partido "centrista", y "el principal obstáculo en
el camino del partido revolucionario", según Trotski, esto explica el
fracaso de la revolución española. Trotski descargaba sobre los hombros del
POUM una responsabilidad demasiado pesada para su debilidad.
El criterio trotsquista consistía en principio en una generalización
teórica de toda la concepción bolchevique sobre el desarrollo de la revolución
socialista, pero aplicada a una época en que no había nacido todavía el
estalinismo y su poder absorbente y terrorista, que se amparaba en el prestigio
precisamente de la Unión Soviética y que ejercía una verdadera fascinación
entre las masas obreras y la parte más progresiva de la población. Para
Trotski, al POUM no le estaba permitido el escalonar la aplicación de su
táctica teniendo en cuenta las contingencias del movimiento obrero nacional...
e internacional, ni la menor flexibilidad de maniobra para buscar, si no apoyos
por lo menos neutralidades en su flanco izquierdo. La salvación estaba sólo en
el cumplimiento estricto de sus consejos. De hecho, Trotski en sus posiciones
sobre la guerra civil española retrocedía también a las actitudes del
romanticismo revolucionario, en las que "el gesto radical" tenía más
valor que la eficacia política. Había mucho más en las consideraciones de
Trotski sobre la revolución española de literatura utopista que de buen sentido
leninista.
Sin embargo, el propio Trotski, en su folleto La Revolución
española y los peligros que la amenazan (1) combatiendo
el doctrinarismo de los bordiguistas, consideraba que intervenir en la
revolución española con un programa ultraizquierdista era, son sus palabras,
"igual que lanzarse a nadar con las manos atadas a la espalda; el nadador
que haga esto -agregaba- corre el peligro de ahogarse". Esta verdad
inspiró nuestra conducta táctica, y sobre todo ésta nos era impuesta ante un
mar tan agitado por fuertes corrientes como la revolución española, que hacía
navegar inmediatamente a los navegantes solitarios.
Trotski había analizado muy justamente el significado y el alcance de la
degeneración política estalinista y sus consecuencias: la dictadura personal y
el terrorismo contra el discrepante. Esta preocupación constituía lo
fundamental de sus estudios teóricos; pero si bien explicaba cómo esta
situación había podido crearse en Rusia a través de un fortalecimiento del
"aparato" y del predominio del secretario (el proceso que condujo a
esta situación nunca ha sido definido hasta ahora de manera política y
sicológica satisfactoria, y los trotsquistas se encuentran todavía embarazados
cuando un obrero informado y de buena fe les pregunta: "¿Y cómo Trotski
pudo ser reducido a nada tan rápidamente en la Unión Soviética?"), jugaba
con la creencia absoluta en la sensibilidad de clase de los obreros y estimaba
que en los países donde la conciencia política de los trabajadores podría
manifestarse libremente, impediría que se repitiera el ejemplo ruso de
sometimiento al dictador. Es decir, valorizaba en extremo el poder de reacción
de la clase obrera, y parecía como si desconociera la mecánica de la técnica de
propaganda y represión de los agentes internacionales de Stalin, que se aplicó
a fondo y se perfeccionó mucho desde el comienzo de la guerra civil española.
Un poco después de un año de haberse creado el POUM, se presentó un
problema político concreto ante el que debimos adoptar nuestras
responsabilidades. Visto el avance de la reacción burguesa, que se desarrollaba
con gran fuerza en todo el país; con millares de presos a consecuencia de la
revolución de octubre de 1934 y de movimientos anteriores de la CNT-FAI, fueron
convocadas las elecciones legislativas, que en general se estimaba que podían
ser las últimas, porque no se tenía confianza absoluta en el triunfo electoral
de las fuerzas democráticas y obreras. Se decidió formar un Bloque Electoral
Popular. El POUM fue invitado a formar parte de él, y aceptó. Problema político
que nunca han tenido que plantearse los grupos trotsquistas en ningún país en
circunstancias semejantes, porque en ningún país han dispuesto de valor
orgánico suficiente para obtener una beligerancia por parte de las otras
organizaciones políticas y sindicales de la clase obrera.
Aunque hubo consideraciones que pudiéramos llamar pragmáticas que
inspiraron nuestra decisión, como era la de aprovechar todas las posibilidades
de actuación pública y de grandes actos para dar a conocer nuestro partido y
nuestro programa a las grandes masas de opinión, sensibilizadas por la lucha
política electoral, y combatir al mismo tiempo también toda ilusión sobre el
Frente Popular, el POUM respondió así principalmente al sentimiento unánime de
los trabajadores españoles para hacer frente al desarrollo ofensivo de los
militares y la contrarrevolución, deseo compartido incluso por los
"antipolíticos" de la CNT-FAI, que en definitiva fueron los que
determinaron con sus votos el triunfo del Bloque Electoral en febrero de 1936.
Y en lo que se refiere al propio POUM, no surgió en sus filas ninguna
oposición a la firma del pacto. La base obrera del partido, que constituía la
inmensa mayoría de militantes, consideró la decisión, quizás un poco más a ras
de tierra, como incluso una victoria de amor propio político, que imponía a los
estalinistas nuestro reconocimiento, y por tanto un triunfo sobre ellos. Los
obreros reaccionan frecuentemente de una manera más simple, lógica y práctica
que los teorizantes metafísicos de los grupos de ultraizquierda que gozan con
su aislamiento y la ineficacia de sus posiciones. Para el obrero poumista que
luchaba en su fábrica, en su medio de trabajo, en su sindicato contra la
campaña de calumnias e infamias de los estalinistas, este reconocimiento era
una conquista moral, y una decisión en contrario por parte de la dirección de
su partido, no habría sido aceptada en modo alguno.
Pero para Trotski, está posición adoptada por el POUM, de una forma
absolutamente democrática, era meramente una traición, inspirada, o de la que
por lo menos eran responsables dos traidores: Andrés Nin y Juan Andrade. Quería
olvidar que nuestra opinión, en todo caso, era minoritaria en el partido,
aunque bien es cierto que habíamos aceptado la decisión conscientemente; pero
para Trotski, la permanencia en un grupo o partido estaba determinada siempre
solamente si se aceptaban enteramente los puntos de vista de los militantes que
asumen las funciones de dirección, y sobre todo del "jefe", porque la
menor discrepancia debía dar lugar a la escisión, como lo ha demostrado toda la
historia del desarrollo del trotsquismo, que ha sido una serie continua de
desgajes.
Era evidente que, en la práctica, la posición de Trotski era
completamente contradictoria y parcial, originada sobre todo porque los
antiguos militantes de la Izquierda Comunista Española nos habíamos escapado a
su obediencia. Si según su criterio hubiéramos ingresado en el Partido
Socialista, habríamos aceptado formalmente también el Bloque Electoral, puesto
que este partido no sólo lo firmó igualmente, sino que incluso fue su promotor.
Claro está, nuestro grupo en él habría publicado una pequeña hoja, sin eco real
alguno ni eficacia, denunciando el hecho como la traición del siglo. En nuestro
concepto, fue más lógico y positivo asumir toda la responsabilidad del hecho,
sacar ventaja de la posibilidad que se ofrecía para denunciar al mismo tiempo
los peligros que ofrecía toda política de Frente Popular y aceptar las tribunas
que se ponían a nuestra disposición para explicar nuestro propio programa.
Ninguno de los textos de Nin que se insertan en este volumen se presta a
equívoco alguno sobre nuestra posición totalmente contraria al
frentepopularismo.
A partir de esta primera ofensiva de Trotski contra el POUM, toda su
principal labor polémica en aquellos años estuvo consagrada a tratar de
desacreditar y destruir a nuestro partido, por "centrista y traidor",
y como principal obstáculo para la constitución del "verdadero partido
revolucionario español y realmente bolchevique-leninista".
La otra principal acusación formulada contra el POUM, por Trotski y una
parte de los trotsquistas en el extranjero, y no precisamente por los
trotsquistas que se encontraban en el momento en Barcelona, que estaban
influenciados por la situación concreta que se ofrecía ante nosotros y por las
dificultades que presentaba cada situación a determinar, se refirió a la
participación de nuestro partido en el gobierno de la Generalidad después de
haber sido liquidado el Comité central de milicias, que se había formado en
Cataluña inmediatamente después de comenzada la guerra civil el 18 de julio de
1936. El planteamiento de la crítica de Trotski, de su denuncia de "la
traición del POUM", estaba formulada casi en los términos de cómo si se
hubiera tratado de la colaboración clásica de los socialdemócratas en un
gobierno parlamentario burgués, es decir de Andrés Nin siguiendo la estela de
Millerand.
El Comité central de milicias estaba integrado por delegados de los
partidos antifascistas, partidos republicanos de la pequeña burguesía y
partidos obreros, y por las organizaciones sindicales. Era ya un organismo de
Frente Popular, pero en el que las fuerzas obreras eran fundamentalmente
determinantes, lo que le daba un carácter clasista. Sin embargo, la CNT-FAI, de
acuerdo con el señor Companys, que seguía estimándose jefe del antiguo gobierno
y considerado como tal por los anarcosindicalistas, logró convencer a éstos,
fácilmente, de que debía llegarse a la formación de un nuevo gobierno de la
Generalidad que tuviera la misma composición orgánica que el Comité de
milicias. Nuestro delegado se batió hasta el último momento, sostenido por todo
el partido y su órgano La Batalla, contra este propósito,
proponiendo, en cambio, una mejor estructuración del Comité de milicias y una
representación más fiel de las masas revolucionarias, para hacer frente más
eficazmente a las inmensas tareas que ya la evidente prolongación de la guerra
imponía en el plano militar y en el terreno de la economía para emprender la
socialización. Nuestra opinión era muy minoritaria, la CNT-FAI disponía de una
fuerza activa hegemónica, y su decisión fue adoptada.
Al POUM se le planteó de nuevo un grave problema, decidir el nombramiento
de un ministro del gobierno de la Generalidad, que sustituyera en él a nuestro
delegado en el Comité de milicias. La disyuntiva no se limitaba meramente a una
simple cuestión de colaboración, sino a todas las consecuencias que se
derivarían de la determinación. Consecuencias políticas y materiales. Nuestra
negativa daría satisfacción a los estalinistas y a los agentes soviéticos, a
los que hubiera facilitado el pretexto para proclamar ya ilegal el POUM. El
partido habría sido privado de todas las ventajas materiales que permitían
mantener a nuestras milicias (y sin disponer de milicias no había
reconocimiento como partido antifascista) y no dispondríamos de las escasas
armas que se nos facilitaban oficialmente o que podíamos proporcionarnos
directamente. Era colocarnos nosotros mismos en situación de ilegalidad en una
situación revolucionaria y cortarnos en cierta manera de poder influenciar a
las masas obreras. La suerte que nos aguardaba la adivinábamos bien, dada la
influencia total que los rusos y sus agentes comenzaban a tener en la
"zona republicana", pero el propio instinto de conservación para
seguir nuestra labor de proselitismo, nos obligaba a retrasar lo más posible la
represión contra nosotros para fortalecer al partido y dar a conocer más
ampliamente a los trabajadores y a los combatientes nuestras posiciones
políticas.
En una reunión del Comité central ampliado, se adoptó la resolución de
participar en el gobierno de la Generalidad; Andrés Nin fue designado como
consejero de Justicia. Considero que fue un error su aceptación, pues dada su
gran personalidad en toda España su nombre contribuía a prestigiar al gobierno,
y porque además la secretaría del partido exigía que dedicase a ella la
totalidad de sus facultades políticas; pero eran inmensas las tareas que había
que cumplir en todos los sectores, los militantes competentes no abundaban y la
oposición en el seno de un gobierno tan heterogéneo y con tantos adversarios
exigía un gran conocimiento de los problemas políticos y dotes polémicas.
Cuatro meses después de ser nombrado ministro, Andrés Nin era eliminado
del Consejo de la Generalidad, por imposición del consulado soviético de
Barcelona, con el consentimiento de la CNT-FAI, que esperaba con esta concesión
a los comunistas obtener armas soviéticas. Y casi un año después de comenzada
la guerra civil, el 16 de junio de 1937, se desencadenó la feroz represión
contra el partido: Andrés Nin murió asesinado, numerosos camaradas fueron
también asesinados en el frente o la retaguardia, nuestros locales fueron
saqueados por la policía estalinista y los militantes más significados que se
libraron de la muerte fueron a parar a las cárceles del Frente Popular. Al
partido se le declaró ilegal, pero siguió existiendo en la clandestinidad y
expuso hasta el final su política y denunció implacablemente los crímenes.
Me he referido únicamente a las dos acusaciones principales que desarrolló
Trotski, según él suficientes para explicar que el POUM era un partido
centrista traidor, al cual era necesario destruir. Pero el profeta encontraba
faltas graves hasta en las más mínimas de nuestras determinaciones. En su
frenesí demoledor contra el POUM, llegó a condenar el que nuestro partido
hubiera organizado sus propias milicias, cuando ésta fue la determinación que
adoptaron los partidos obreros y las organizaciones sindicales, para crear
unidades de combatientes al comienzo de la guerra civil; era igualmente una
especie de delito el que hubiéramos confiado la guardia de nuestros locales a
los milicianos poumistas; nos acusaba de haber creado nuestros propios
sindicatos, hecho absolutamente falso puesto que los sindicatos que constituían
la FOUS, que estaba dirigida por los poumistas, eran únicamente los que habían
sido expulsados de la CNT, y que se habían reagrupado para luchar precisamente
por la unidad sindical.
Resumir y rebatir todos los ataques exigiría demasiado espacio. Hubiera
sido mejor dar como olvidadas esas páginas de la historia de aquella época. Si
me he referido a ello, es porque todavía algunos de sus discípulos antiguos y
hasta otros nuevos, repiten las ofensas y las acusaciones, centrándolas contra
Andrés Nin, como "el traidor de la revolución española".
Sin embargo, cerca de treinta y cinco años después, las nuevas
generaciones de España se interrogan y se interesan por lo que representó el
POUM en aquellas circunstancias, y en el terreno internacional se recuerda la
esperanza que suscitó el partido en el mundo socialista revolucionario, como
una nueva concepción de los anhelos de libertad de los trabajadores frente al
totalitarismo y los crímenes de Stalin, que en aquellos tiempos estaba en todo
su poder dominador. Por el contrario, el trotsquismo no puede presentar ningún
logro en su hoja de servicios en los diversos movimientos que se han producido
en el mundo, sino es el haberse parcelado aún más los grupos en todos los
países donde existen, y el estar enfrentados más que nunca en un combate feroz
entre ellos.
El 20 de octubre de 1930, Andrés Nin llegó a Barcelona procedente de
Moscú, después de casi diez años de ausencia de España, o sea desde mayo de
1921, en que, formando parte de una delegación de la CNT, se trasladó a Rusia
para participar en el congreso constituyente de la Internacional de Sindicatos
Rojos. Se le nombró miembro del Comité ejecutivo de la misma y se le requirió
para que permaneciera en la Unión Soviética entregado a la tarea de
organización de dicha Internacional.
Pero desde 1921 a 1930, se habían producido grandes acontecimientos
políticos, tanto en España como en Rusia. En España, la caída de la dictadura
militar del general Primo de Rivera, había abierto el proceso de la revolución
española, y Nin consideró que su obligación era estar presente y contribuir al
desarrollo de los acontecimientos; la amplia ley de amnistía que se promulgó le
permitió regresar legalmente y gozar de todos los derechos. En la Unión
Soviética, había conseguido imponerse con todo su poder y terror la
contrarrevolución estalinista. Nin había sido excluido de todos sus cargos,
expulsado del PC ruso, y estaba constantemente amenazado de encarcelamiento por
formar parte de la oposición trotsquista. Sus gestiones para lograr el pasaporte
de salida no fueron fáciles, pero su carácter de extranjero pesaba todavía un
poco políticamente en las decisiones de Stalin, y también el temor a las
repercusiones que la negativa a conceder la salida podía tener en el movimiento
obrero español, donde Andrés gozaba de una gran popularidad y respeto incluso
entre sus adversarios políticos.
Inmediatamente de llegar a Barcelona se incorporó a la Oposición
Comunista Española, que había sido creada inicialmente en Bélgica por un
pequeño grupo de trabajadores españoles emigrados allí, y que después se
estableció en España, con la adhesión de viejos y jóvenes militantes
comunistas. Los medios de expresión de que disponía la Oposición Comunista, se
reducían casi exclusivamente a su revista Comunismo, donde la colaboración
de Andrés Nin se manifestaba en todos los números, analizando los problemas
españoles y la crisis de la Internacional Comunista. Completaba la publicación
de sus artículos con la edición de algunos folletos sobre los mismos temas,
folletos que se recogen en esta compilación, y alternando su labor literaria
con conferencias y discursos en mítines, de los que desgraciadamente no hemos
podido encontrar reseñas que fueran fieles, sobre todo de la conferencia
pronunciada en el Ateneo de Madrid en 1931, que constituyó una gran pieza
oratoria sobre la situación política de entonces.
Al constituirse el POUM prosiguió la misma actividad de escritor y
orador, pero se consagró más intensamente a la propaganda hablada, obligado por
las necesidades y requerimientos del partido, que conocía un extraordinario
desarrollo. Durante la guerra civil, sus tareas en la secretaría del partido y
otras obligaciones tampoco le permitieron dedicar mucho tiempo a escribir; pero
fue el redactor de casi todas las resoluciones y documentos oficiales del
partido.
La compilación de trabajos de Nin (artículos, folletos, discursos y
resoluciones) que comprende este libro, con el título genérico de Los
problemas de la revolución española, en su misma diversidad constituye un
estudio de conjunto de aquellos acontecimientos, desde el derrumbamiento de la
dictadura de Primo de Rivera hasta junio de 1937, en que fue asesinado. Esta
compilación no pretende ser completa, pero contiene lo esencial del pensamiento
político de Andrés Nin del periodo histórico que comprende.
Generalmente en tono polémico, al rebatir a los adversarios, Andrés Nin
da a conocer las distintas posiciones mantenidas por ellos, hace historia y
sitúa la política de su partido. Esta posición se manifiesta incluso en la polémica
con los que fueron los adversarios más afines, como es el caso con Joaquín
Maurín y el Bloque Obrero y Campesino. En el periodo inicial de la República,
Nin escribió algunos artículos destinados a combatir las consignas y la acción
maurinista, y el artículo que se inserta en este libro es el que ofrece lo
esencial de sus críticas, al mismo tiempo que su interpretación del proceso
revolucionario español. Pero éste es más principalmente examinado en el resto
de la obra al fijar Nin las posiciones de su organización frente al curso, unas
veces aventurerista y otras ultraoportunista, del partido estalinista. Los
capítulos se presentan bajo títulos que denominan las principales etapas de los
acontecimientos que se sucedieron de 1930 a 1937.
Este resumen de la actividad teórica de Andrés Nin, aparece en lengua
española más de treinta años después de cuando fue inicialmente concebido. En
1939, por iniciativa de un grupo de amigos franceses, y por haber estado ligado
a Nin profundamente por el pensamiento y la amistad, me encargué de prepararlo
para su traducción al francés; el editor Jean Flory asumió la tarea de su
publicación en lengua francesa. Tirados y plegados incluso todos los pliegos de
la obra, estalló la guerra, Francia fue ocupada por los nazis y se desencadenó
la desbandada y la represión. Temiendo las represalias de la Gestapo, el
impresor decidió en 1940 quemar todos los pliegos, y sólo se salvaron dos
juegos de pruebas: uno que fue a parar a la Biblioteca Nacional de París y otro
que obra en mi poder.
Pero a pesar de todas las gestiones emprendidas no se logró recuperar el
original español. Terminada la guerra mundial, mi propósito fue reconstruir la
compilación en español. La labor no era fácil, por la dificultad de encontrar
las colecciones de revistas y periódicos, y también los folletos, donde por
primera vez aparecieron los trabajos. Gracias a la fundamental colaboración de
mi gran amigo Francisco de Cabo, que también lo fue íntimo de Andrés Nin, se ha
podido con tiempo y paciencia completar los textos que se ofrecen a
continuación de este prefacio.
El retraso en la reproducción de estos documentos sobre la historia del
movimiento obrero español, lejos de disminuir su interés, por vía indirecta lo
revaloriza. El problema español PC-POUM, a la luz de los acontecimientos
sobrevenidos en Rusia, en las "democracias populares" y en los
partidos comunistas de distintos países, alcanza toda su medida y
significación, que para muchos quizá no fue apreciada exactamente entonces.
Bastantes de las cuestiones suscitadas actualmente, constituyeron la base
de las posiciones adoptadas por el POUM frente a las concepciones y los métodos
del Partido Comunista, y tienen sus antecedentes históricos en España. La
reconstrucción del partido revolucionario del proletariado que se inicia ahora,
teniendo en cuenta las experiencias del pasado y la degeneración de los
partidos comunistas, tuvo su iniciación en la revolución española.
En la actual coyuntura del comunismo internacional, esta recopilación de
trabajos teóricos y de orientación política marxista, en los que el análisis y
las conclusiones prevalecen sobre toda otra consideración y forma polémica, es
una contribución valiosa para examinar y reconocer los errores del pasado y
definir el porvenir. Y para las nuevas generaciones revolucionarias de España e
Hispanoamérica, desconcertadas por la crisis, pero llenas de esperanza en el
socialismo, supone el conocimiento de una experiencia y de la trayectoria de
fidelidad al ideal de un partido que libró batalla en circunstancias
excepcionalmente difíciles, que se esforzó siempre por razonar y que fue
respondido con el crimen. A pesar de ello, ni los escritos de Nin ni estas
páginas introductivas están escritas con odio, porque lo que se trata de
defender son los verdaderos valores del socialismo y su sentido de la libertad.
Juan
Andrade
París, abril de 1970
París, abril de 1970
1. Publicado en Trotski, Escritos sobre España, Paris, Ruedo
ibérico 1971 (NDE)
Textos de
este autor:
- [La crisis del
movimiento comunista] La crisis del
movimiento comunista de Fernando Claudín
- [El reñidero
español] El reñidero
español de Franz Borkenau
- [Los problemas
de la revolución española] Prefacio de
Juan Andrade al libro de Andrés Nin
El POUM en la ilegalidad bajo Negrín
EL POUM EN LA HISTORIA
El terror estalinista en Barcelona (1938). Los informes de “Pedro”. El
PSUC. [Capítulo 2]
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