La Nueva
Era (2ª época),
núm. 4, mayo de 1936
Los
comunistas stalinistas -prácticamente ex comunistas- afirman que nuestra
revolución es de tipo democratico-burgués. Esto tiene consecuencias políticas
extraordinariamente graves. Significa colocar al proletariado en un segundo
plano desempeñando el papel de espolique, de auxiliar de la burguesía.
Los
socialistas siguen navegando en medio de un mar de confusionismos y de falta
completa de horizontes teóricos. En el fondo, creen también -y actúan en
consecuencia- que la revolución es democrático-burguesa.
Esta
posición doctrinal, y táctica como consecuencia, de comunistas (?) y
socialistas es la causa principal de la lentitud del proceso revolucionario.
Frente a
socialistas y comunistas, hay un sector marxista, el nuestro, que parte del
supuesto de que estamos en presencia, no de una revolución
democrático-burguesa, sino democrático-socialista o para mayor precisión,
socialista.
La
burguesía, clase reaccionaria
La burguesía
fue una clase revolucionaria desde que empezó a manifestarse en el curso de la
Edad Media y sobre todo durante los siglos XVI, XVII y XVIII, y luchaba contra
el feudalismo y contra la Iglesia.
La
burguesía, tras una serie de combates seculares que algunas veces adquirieron
un esplendor épico –Revolución inglesa y Revolución francesa-, conquistó el
poder político en un gran número de países. La burguesía organizó un sistema
económico: el capitalismo. Ahora bien, de la misma manera que de los flancos
del viejo feudalismo nació una clase social nueva -la burguesía- que debía acabar
con él, de los flancos del capitalismo surgió el proletariado, cuya misión
histórica era ser el heredero, continuador y destructor a la vez de la
burguesía.
La
burguesía, de clase revolucionaria con relación al feudalismo, se ha
transformado en conservadora y reaccionaria con respecto al proletariado.
Esta
transformación de la burguesía empieza a manifestarse a medida que el
feudalismo cae hecho trizas y, en cambio, la clase trabajadora se desarrolla al
calor de la fábrica y de la gran empresa. Es en la revolución de 1848 que se
nota experimentalmente este cambio, adquiriendo en 1871, en la Commune
francesa, proporciones gigantescas.
Esta
evolución de la burguesía en sentido retrógrado, en oposición al crecimiento y
al desarrollo revolucionario del proletariado, se acentúa más y más durante el
siglo xx, época de imperialismos.
La primera
revolución que surge en el siglo xx es la de Rusia, en 1905. Aun cuando en
Rusia había que liquidar el feudalismo, se demostró palpablemente que la
burguesía ya no era una fuerza revolucionaria y que la única clase
verdaderamente progresiva era el proletariado. Solamente la clase trabajadora
podía llevar la revolución adelante. La falta de un verdadero partido
revolucionario que desempeñara las funciones de eje del proletariado y supiera
buscar aliados, al campesino principalmente, determinó el fracaso de la
revolución. La burguesía, después de algunas fluctuaciones, acabó por ligarse
con el zarismo feudal contra la clase trabajadora.
En 1917
vuelve a plantearse el problema como en 1905. Pero el movimiento obrero tiene
ante sí la experiencia de doce años atrás. Mientras que el socialismo
reformista, el menchevismo, pretende que la revolución rusa es una revolución
democrático-burguesa, el marxismo revolucionario, representado por Lenin y
Trotski, opina que el proletariado debe ir a la conquista del poder político
para llevar a cabo la revolución burguesa, que la burguesía es incapaz de
hacer, e iniciar la revolución socialista.
No hay
necesidad de que nos extendamos en consideraciones para demostrar que la
posición bolchevique era justa frente al menchevismo. Lo asombroso,
aparentemente, es que quienes se dicen continuadores del bolchevismo, cuando en
España tea un problema parecido al de Rusia en posiciones que en aquella época
defendían los Dan, Tsereteli, Kerenski, etc. Digo aparentemente porque,
analizada la cosa a fondo, no hay por qué extrañarse. El comunismo de la época
stalinista -y esto me propongo demostrarlo en un próximo artículo- es
menchevismo de la peor especie, no teniendo nada, absolutamente nada que ver
con el bolchevismo clásico.
La
Revolución rusa, o mejor dicho, las tres revoluciones rusas, la de 1905 y las
dos de 1917, son para la revolución proletaria lo que para las revoluciones
burguesas fue la Gran Revolución francesa de fines del siglo XVIII: el guión
ejemplar.
En Italia,
en Alemania, en Austria, la socialdemocracia se empeñó en estabilizar la
revolución sobre el flanco democrático-burgués. Quiso quedarse en el 1905 ruso
sin llegar al Octubre de 1917. El fracaso no ha podido ser más contundente. Los
trabajadores de dichos países y el propio proletariado internacional sufren
ahora las consecuencias de las faltas del socialismo reformista, obstaculizando
el triunfo de la revolución socialista.
El fascismo
no es solamente la denegación política de la burguesía. Es también un castigo,
un azote devastador, que la historia inflige a la clase trabajadora por su
falta de audacia revolucionaria, por sus pecados reformistas.
Socialismo
o fascismo
Cuando la
Internacional Comunista, en 1935-1936, ha dado por liquidadas todas las
perspectivas de revolución socialista mundial y ha puesto como mascarón de proa
el «democracia o fascismo», parece
que damos un salto hacia atrás de más de cien años. Lo que ahora es el fascismo
entonces era la reacción feudal.
Al parecer,
para los teorizantes de la Internacional Comunista -muchos de ellos antiguos
mencheviques- en el mundo no ha pasado nada durante los últimos treinta años.
Demuestran,
en primer lugar, una incomprensión total, absoluta, de lo que es el fascismo.
El hecho de oponer dos términos abstractos, «democracia» y «fascismo»,
evidencia su situación fuera del marxismo.
La
burguesía, cuando ha conquistado el Poder en lucha implacable contra el feudalismo,
se ha sentido dictatorial. La dictadura burguesa era entonces progresiva.
Cromwell, Robespierre simbolizan este estadio histórico.
A medida que
el proletariado crece, formula demandas. Quiere tener un lugar bajo el sol.
Pide pan y para garantizarlo organiza sus sindicatos. Necesita libertad que hay
que arrancar a dentelladas al Estado capitalista. y para eso constituye sus
partidos políticos.
La lucha de
la clase trabajadora contra la burguesía, en una época en que el proletariado
no ha alcanzado todavía su mayoría de edad, cristaliza adquiriendo formas
democráticas. La burguesía, guardando los resortes del poder político y
económico, se ve obligada a hacer, sin embargo, concesiones en ambos dominios,
ya que no le es posible prescindir de la clase trabajadora.
El verdadero
generador de la democracia no lo es la burguesía, sino la clase trabajadora.
Solamente aquella clase social que es la mayoría de la población puede ser un
defensor consecuente de la democracia hasta las últimas consecuencias. La burguesía
ha puesto siempre dificultades a las conquistas democráticas después de vencido
el feudalismo. La lucha por el sufragio universal, por la libertad de
asociación, reunión y expresión es el barómetro que ha medido la gran presión
del movimiento obrero, efectuada a veces a través de los partidos liberales de
la burguesía, con vistas a la conquista de posiciones democráticas.
Ahora bien,
hemos entrado en la fase de la decadencia capitalista. La burguesía comprende
que el proletariado ha alcanzado la madurez y se prepara para llevar a cabo la
sustitución. Una situación de democracia, naturalmente, favorece al movimiento
obrero para prepararse con objeto de librar la batalla final.
Y ante esa
situación, la burguesía, que ha sido democrática a regañadientes cuando la
democracia favorecía a la clase trabajadora, marcha atropelladamente hacia la
liquidación de todo vestigio democrático. Es la evolución hacia el fascismo.
El fascismo
es una nueva forma de dominación de la burguesía que consiste en entregar el
poder político a un puñado de “condottieris” y aventureros sin escrúpulos,
regimentados, que lo ejercen despóticamente destruyendo toda organización
obrera y todas las formas democráticas ganadas por la clase trabajadora. De
este modo la burguesía, cuya capacidad de dirección política se ha agotado, se
siente segura en el orden económico y hace esfuerzos por mantener con
dificultades un régimen social que está en oposición con los intereses de la
mayoría de la población, en contradicción con las necesidades del conjunto de
la Humanidad.
¿Cómo es
posible, pues, oponer democracia a fascismo?
La
democracia, por lo que respecta a la burguesía, corresponde a un período
superado. La burguesía no encarna ya la democracia, sino la dictadura de tipo
fascista o fascistizante. La democracia está hoy vinculada al movimiento
obrero, al triunfo del proletariado. Plantear el problema de la democracia -que
es adjetivo y no sustantivo- significa abordar la cuestión de la toma del Poder
por la clase trabajadora. Hablar de democracia al margen del socialismo es como
creer que la luna puede ser atraída a la tierra utilizando una lente
gigantesca. La óptica no se transforma en mecánica, sino en fantasía.
Pretender
mantener la cuestión histórica en la estrechez de «democracia o fascismo» es un
crimen imperdonable, ya que no será la burguesía la que picará en el anzuelo,
sino que una tal concepción, a modo de valla, detendrá el movimiento
revolucionario de la clase trabajadora en los momentos en que las
circunstancias le son más favorables, dando así tiempo a la contrarrevolución
fascista para prepararse. En una palabra, se repetiría lo que los mencheviques
deseaban en Rusia en 1917 y lo que triunfó en Italia, Alemania y Austria, esto
es, esforzarse en mantener la revolución dentro de los cuadros de la burguesía
mientras que la burguesía evoluciona a marchas forzadas hacia el fascismo.
Una
revolución burguesa
La fase
histórica de las revoluciones burguesas corresponde a los siglos XVIII y XIX.
En esa época
la burguesía española no supo hacer su
propia revolución. y no la hizo porque el poder del feudalismo, por una
serie de razones que no hemos de estudiar ahora, era tan abrumador y el peso de
la burguesía tan débil relativamente, que no fue posible la victoria de la revolución
burguesa como en otros países.
Los residuos
feudales se agruparon alrededor de la monarquía. El combate contra la monarquía
sintetizaba la primera etapa de la revolución libertadora.
La burguesía
hizo posible la restauración de la monarquía en 1874 y no fue capaz más tarde
de derrumbarla. Era ésta una misión que incumbía a la clase trabajadora.
A medida que
el movimiento obrero ha ido desarrollándose durante el siglo xx y adquiriendo
conciencia de clase, el problema de la revolución ha ido precisándose.
La
monarquía, y con ella todo un sistema orgánico semifeudal-burgués, se hundió el
14 de abril de 1931, no simplemente a causa de unas elecciones, sino como
resultado de una amplia movilización y de una intensa presión de las masas
trabajadoras.
Al caer la
monarquía se hundía también, en parte, el régimen capitalista existente en
España. Históricamente el 14 de abril significaba el comienzo de la marcha
hacia la revolución socialista.
Sin embargo,
la socialdemocracia hizo esfuerzos indecibles con objeto de ayudar a la
burguesía a llevar a cabo una «decorosa» revolución burguesa.
Mas todo
aquello fracasó porque no es posible, ni aún con inyecciones de sangre
proletaria, dar vigor revolucionario a una clase social, la burguesía, que ha
entrado en su fase de decadencia.
Los
problemas fundamentales de la revolución democrática quedaron sin resolver.
Lo que es
conocido en nuestra Historia reciente por el «primer bienio» no fue, en
resumidas cuentas, más que la demostración contundente de la imposibilidad de
que la burguesía realice la revolución burguesa, y la evidenciación simultánea
de que no hay manera de establecer una solución de continuidad entre la
revolución democrática y la revolución socialista, como se
habían propuesto nuestros socialdemócratas.
El 19 de
noviembre de 1933 triunfaban en una consulta electoral los representantes de lo
que en apariencia había sido vencido el 14 de abril de 1931. En dos años y
medio, las fuerzas reaccionarias antes agrupadas alrededor de la monarquía
habían conseguido rehacerse, presentar batalla y ganarla.
La prueba no
podía ser más convincente. La revolución democrático-burguesa había sido una
monstruosa superchería.
La burguesía
marchaba a paso de carga hacia posiciones eminentemente fascistas. Seguía el
mismo rumbo que la de los otros países.
Octubre
de 1934
El
proletariado español, aleccionado por lo que había sucedido en Alemania y
Austria, se dispuso a librar batalla contra el fascismo en ciernes antes de que
éste estuviese bien organizado y en condiciones de poder vencer a la clase
trabajadora.
Tuvo lugar
la gesta heroica e histórica de Octubre de 1934, culminando en la gloriosa
insurrección de Asturias.
El
movimiento de Octubre no fue de tipo republicano, democrático-burgués. Fue eminentemente
socialista.
Octubre
significa una reacción violenta contra la torpe política de reformas de 1931-33
y por el paso audaz a los dominios de la revolución socialista.
Es el
proletariado quien lucha en Octubre. y lucha contra la burguesía reaccionaria
incorporada a la República. La pequeña burguesía, el republicanismo de
izquierda, cuando surge la gran explosión de Octubre, se inhibe atemorizada o
hace un gesto de rebeldía para entregarse luego con armas y bagajes,
decapitando el movimiento.
Octubre es
derrotado, pero no vencido. La clase trabajadora de todo el país ha sido
alertada por la acción revolucionaria y, lejos de sentirse aplastada,
trabaja subterráneamente, continuando lo que Octubre esbozó.
Octubre fue
el prólogo de la segunda revolución, de la revolución socialista. El movimiento
obrero, después de haber escrito con su sangre y con sus esfuerzos ese
prefacio, se prepara para pasar a nuevas acciones.
En las
elecciones del 16 de febrero queda derrotada la contrarrevolución. La lucha del
16 de febrero es la continuación, en una forma legal, de Octubre de 1934. La
disputa se libra en torno a la cuestión de Octubre. La bandera principal es la
de la amnistía y la readmisión de los obreros despedidos. Triunfa
Octubre, es decir, el movimiento obrero. Triunfa la idea de la revolución
socialista.
Sin embargo,
por una de esas frecuentes paradojas de la Historia, quien ocupa exteriormente
un primer lugar, el que aparece
como primer vencedor es la pequeña burguesía, es el movimiento republicano. y son los republicanos los que pasan a ocupar el
poder, apoyándose, eso sí, sobre dos partidos obreros: el socialista y el comunista.
como primer vencedor es la pequeña burguesía, es el movimiento republicano. y son los republicanos los que pasan a ocupar el
poder, apoyándose, eso sí, sobre dos partidos obreros: el socialista y el comunista.
Una vez más,
la política española aparece descentrada, manifestándose una contradicción
entre lo que es y lo que debiera ser. La aplastante mayoría del país es
socialista -entendiendo por esta palabra el movimiento obrero de tendencias
transformadoras-. Los trabajadores de la ciudad, como los campesinos, no
aguardan nada de la República seudo-democrática. Sus esperanzas van más
allá. Van hacia perspectivas de una nueva estructuración social.
Pero el
poder es usufructuado por partidos ficticios que no representan más que un
equívoco. Ni Azaña, ni Martínez Barrio, ni Companys tienen una fuerza
real detrás de sí. La pequeña burguesía no ha tenido nunca en España un
considerable peso específico. y la gran burguesía no se encuentra detrás
de Azaña, Companys y Martínez Barrio, sino que va situándose abiertamente al
lado de la contrarrevolución fascista. Los partidos republicanos que detentan
el poder no son otra cosa, de hecho, que el exponente de la falta de voluntad
de los partidos obreros -socialista y comunista- para lanzar la clase
trabajadora por los senderos que conducen a la toma violenta del poder.
Se repite
aquí algo análogo a lo que ocurrió en Italia en 1919 y 1920. «El país era
socialista -decía un observador-, pero el socialismo no sabía qué hacer con el
país.» En efecto, España, todo el país desea una revolución socialista, pero
los que debieran ser los impulsores más decisivos, se mantienen en la
actitud estática de la política del Frente
Popular, o lo que es lo mismo: se
empeñan en que la revolución no desborde la linde que le ha trazado la
burguesía.
Aunque es
difícil poner vallas al campo, detener un torrente impetuoso, paralizar la
marcha de la Historia.
Lo
sorprendente e interesante de este momento es que las masas están por encima de
sus directivos y de sus partidos. El movimiento de contraofensiva que tuvo
lugar en todo el país hasta septiembre de 1934 fue un movimiento intuitivo de
las masas. Octubre fue asimismo una acción de masas sin dirección central
coordinadora. La batalla del 16 de febrero de 1936 representa otro triunfo de
las masas. La amnistía, arrancada en seguida por imposición de abajo, también.
La huelga general del 17 de abril declarada en Madrid en oposición con los
organismos directivos, por la presión de las masas, ha sido el último ejemplo,
y no el menos importante.
Las masas
están bien, admirablemente bien. Pero un marxista no puede creer en una
constante capacidad espontánea de las masas. Las masas necesitan
absolutamente un partido revolucionario dirigente dotado de una justa política
marxista.
El
inevitable fracaso de la situación actual
Azaña, en la
presidencia del Gobierno y en la probable presidencia de la República, apoyado
por socialistas y ex comunistas, se propone -dice- estabilizar la situación,
consolidando la República democrática. ¿Tendrá Azaña y los que le sostienen más
fuerza persuasiva, más poder dominador y convincente que la socialdemocracia
alemana y austriaca? ¿Lograrán ellos conseguir en España lo que no se ha
obtenido en ningún otro lugar? Tan sólo formular la pregunta demuestra lo
absurdo de una tal suposición.
Azaña tiene
dos caminos ante sí: o convertirse en el centro de convergencia de la burguesía
en oposición al movimiento obrero, o quedar triturado entre dos fuegos: el de
la burguesía, por un lado, y el del movimiento obrero, por el otro.
La primera
posibilidad no es inverosímil, aunque la segunda es la más probable.
La ofensiva
de la burguesía ya ha empezado. Se lleva a cabo por todos los medios:
atentados, terrorismo, manifestaciones, conspiraciones militares y
fascistas, campañas de prensa a pesar de la censura, oposición violenta en el
Parlamento, emigración de capitales, disminución de cuentas corrientes,
pánico bursátil, cierre de fábricas, sabotaje consciente, desobediencia de
ciertas órdenes del Estado, campaña internacional de prensa y financiera, etc.
La situación
económica es enormemente grave. Dentro de poco tiempo, si las cosas continúan
al ritmo actual, sobrevendrá un colapso financiero como el que tuvo lugar
en Francia en 1926, en España en 1930 y en Inglaterra en 1931. Entonces es
posible que se lance el grito de «tregua y
unión sagrada para salvar a España», lo que no sería otra cosa que el
salvamento de la burguesía española.
Azaña, en el
Parlamento, en su primer discurso, dijo que cumpliría el pacto del Frente
Popular, «sin quitar ni añadir punto ni coma». Esta afirmación es bastante
significativa si se tiene en cuenta que el pacto del Frente Popular fue un
compromiso de carácter electoral, viéndose los partidos obreros obligados
a hacer una serie de concesiones ya presentar demandas minoritarias para hacer
posible la coalición obrera-republicana, necesaria dado el estado de cosas
existente a comienzos de 1936.
Azaña no
quiere rebasar las demandas mínimas de los obreros. ¿Será esto posible? ¿Es que
la presión de abajo, de las masas, no romperá los modelos estrechos del pacto
del Frente Popular?
Lo ocurrido
en Madrid a mediados de abril es altamente sintomático y señala lo que puede
ocurrir.
El 14 de
abril se celebró el quinto aniversario de la proclamación de la República.
Tuvieron lugar una serie de atentados y provocaciones de carácter fascista. El
día 16 se llevó a cabo una manifestación militar-fascista. La situación era
enormemente grave. El movimiento obrero comprendió lo delicado de la
situación, contrastando la debilidad del Gobierno con la procacidad de los contrarrevolucionarios.
La situación era propicia para una huelga general que detuviera los avances
fascistas y obligara al Gobierno a tomar medidas radicales. La huelga
general era necesaria. Pero los partidos y organizaciones que forman
parte
del Frente Popular se conformaron con las buenas promesas del señor Azaña, y recomendaron «calma y vigilancia». Mas el movimiento obrero de Madrid, con una comprensión justísima de la importancia del momento, fue a la huelga general pasando por encima de sus directivos ligados al Frente Popular.
del Frente Popular se conformaron con las buenas promesas del señor Azaña, y recomendaron «calma y vigilancia». Mas el movimiento obrero de Madrid, con una comprensión justísima de la importancia del momento, fue a la huelga general pasando por encima de sus directivos ligados al Frente Popular.
Las masas,
afortunadamente, van más allá del Frente Popular.
El pacto del
Frente Popular dice que hay que llevar a cabo la Reforma Agraria, resolver la
cuestión del paro forzoso, entre otras cosas.
Limitémonos
solamente a estos dos aspectos.
Supongamos
que, en efecto, tienen lugar los acontecimientos de que habla frecuentemente el
ministro de Agricultura. A los campesinos de determinadas provincias
españolas se les dará un trozo de tierra. ¿Pero es que la tierra desnuda podrá
satisfacer a esos campesinos famélicos? Los campesinos necesitarán dinero para
comprar aperos, simientes, abonos, ganado. ¿De dónde podrán sacar el dinero
necesario? Azaña dijo en el Parlamento: «les daremos dinero». ¡Qué optimismo
barato! Para dar posibilidades económicas a los campesinos no hay otro remedio
que nacionalizar la Banca. ¡Ah! Pero de esto los republicanos del Frente
Popular no quieren ni oír hablar.
En el
problema del paro forzoso ocurre algo análogo. «No es cuestión de subsidio, sino
de dar trabajo», dice Azaña. ¿Cómo? ¿Ensanchar las posibilidades de ocupación
cuando la economía está en crisis crónica y cada día se cierran fábricas,
minas y empresas? Para sacar la economía del marasmo no hay tampoco otra
solución que poner la banca al servicio del interés general.
Es decir,
que por dondequiera que el problema sea considerado, se llega fatalmente a la
conclusión que para salir del atolladero actual no hay otra perspectiva viable
que entrar de lleno en el comienzo de las realizaciones de tipo socialista.
Pero como
los republicanos, burguesía liberal, no pueden saltar por encima de su sombra,
el fracaso de su actuación será tan inevitable como durante el primer
período de su dominación: 1931-1933.
Hacia la
toma del poder por la clase trabajadora
Si el
proletariado español tuviera un gran partido marxista revolucionario,
probablemente ya se hubiese verificado la toma del poder por la clase
trabajadora.
Ha sido
demostrado y se demostrará de nuevo una vez más que no hay posibilidad alguna
de encerrar la revolución en el cerco de la revolución democrático-burguesa. La Historia, el desarrollo de
la clase obrera, la conciencia política del proletariado, la incapacidad y las
contradicciones de la propia burguesía, las mismas necesidades colectivas
llevan a la conclusión final: el paso al socialismo, es decir, la revolución
socialista.
La toma del poder por la clase
trabajadora entrañará la realización de la revolución democrática que la
burguesía no puede hacer -liberación de la tierra, de las nacionalidades,
destrucción de la Iglesia, emancipación económica de la mujer, mejoramiento de
la situación material y moral de los trabajadores- y al mismo tiempo iniciará
la revolución socialista, nacionalizando la tierra, los transportes, minas,
gran industria y Banca.
Nuestra revolución es democrática y
socialista a la vez,
puesto que el proletariado triunfante tiene que hacer una buena parte de la
revolución que correspondía a la burguesía y, simultáneamente, ha de empezar la
revolución socialista. La trascendencia que la toma del poder por los
trabajadores en nuestro país tendrá en todo el mundo es incalculable.
Inaugurará un período de grandes conmociones revolucionarias, de hundimiento de
regímenes fascistas y de empuje arrollador de los pueblos esclavizados en busca
de su emancipación.
Nuestro
país, rezagado en la Historia, puede de un salto ponerse a la cabeza de un
grandioso movimiento de consecuencias incalculables.
Una serie de
circunstancias hacen que la clase trabajadora española sea hoy el centro de
esperanza del proletariado mundial.
Cierto que nuestro movimiento obrero tiene todavía una serie de escollos que sortear y dificultades subjetivas que vencer para llevar a feliz término su misión. Pero de esto hablaremos en otra ocasión.
La Nueva
Era, n° 2.
febrero 1936
Con la
victoria de la coalición obrero-republicana en las elecciones del 16 del
actual, se ha logrado el fin que fundamentalmente se perseguía: cortar el paso
a la reacción vaticanista, a los siniestros héroes de la represión de Octubre,
y la amnistía para los treinta mil combatientes encarcelados.
No seremos
ciertamente nosotros los que regateemos la importancia de esa victoria. La
magnitud de lo conseguido es considerable, pero faltaríamos a nuestro deber si
no pusiéramos en guardia a los trabajadores contra un optimismo irreflexivo,
hijo de cándidas ilusiones democráticas, que llevaría indefectiblemente la
revolución a la catástrofe.
La
primera lección de la victoria
Los
republicanos de izquierda se apresuran a atribuirse primordialmente el triunfo.
Que no se hagan ilusiones. La victoria ha sido obtenida gracias a la
participación entusiasta y activa de las masas obreras del país. Estas masas,
alma del movimiento de Octubre, han expresado con su voto su voluntad
inquebrantable de que se abran las cárceles y de que la revolución no dé ni un
solo paso atrás. Pero la contradicción fundamental entre las aspiraciones
históricas del proletariado y los partidos republicanos no tardará en
manifestarse. Los dos sectores que han participado en la lucha se proponían
contener el avance de la reacción; pero llegará indefectiblemente el momento en
que la burguesía republicana se estacionará en un punto determinado, mientras
que la clase obrera empujará la revolución hacia adelante.
La
representación obtenida por los partidos obreros es indudablemente inferior a
su fuerza real. En cambio, nadie pondrá en duda que, por lo que se refiere a
los republicanos, esta representación es superior al volumen de opinión y a los
efectivos con que cuentan en el país. Si después de los acontecimientos de
Octubre, el Partido Socialista, que es el que ejerce la hegemonía en el
movimiento obrero, hubiera sido un partido revolucionario homogéneo, la lucha
se habría planteado en términos completamente distintos, y la hegemonía de la
lucha contra la reacción no la habrían ejercido los partidos
republicanos, sino el proletariado.
Pero el
movimiento tiene su lógica. A pesar de la ausencia de un verdadero partido
socialista revolucionario, la clase obrera ha sido el factor determinante de la
victoria, y esta circunstancia ha de pesar de una manera decisiva en el
desenvolvimiento ulterior de la revolución, sobre todo si se tiene en cuenta
que nuestro proletariado ha vivido durante estos últimos tiempos una
experiencia extraordinariamente rica en enseñanzas.
La primera
lección, pues, que hay que sacar de la victoria del 16 de febrero es la
siguiente: el factor decisivo de la revolución es la clase obrera; la fuerza de
los partidos republicanos es simplemente una fuerza de reflejo.
Eficacia
de la insurrección de Octubre
Los
apologistas de la democracia burguesa no dejarán de señalar el resultado de las
elecciones de febrero como una prueba de la eficacia y la superioridad de los
procedimientos democráticos, respecto a la lucha directa de las masas. Nada
sería más erróneo que dejarse llevar por esta ilusión sembrada ya profusamente
en 1931, con motivo de la proclamación pacifica de la República, como
consecuencia inmediata de la victoria electoral del 12 de abril.
De la misma
manera que la caída de la monarquía fue en definitiva el resultado de las
grandes luchas de la clase obrera durante largos años, de un tenaz y prolongado
combate, que tuvo sus etapas más características en el levantamiento de
Cataluña de 1909, la huelga revolucionaria de agosto de 1917, las intensas
agitaciones obreras y campesinas de 1930 y la sublevación de Jaca, la victoria
electoral reciente ha sido el resultado inmediato de la insurrección de
Octubre.
El argumento
de los demócratas burgueses se vuelve Contra ellos mismos. Es indiscutible que
si en Octubre de 1934 Cataluña y Asturias no se hubieran insurreccionado contra
los poderes constituidos, es decir, si se hubiera actuado de acuerdo con la
legalidad en virtud de la cual las derechas habían conseguido las mayorías en
las elecciones del año anterior, la situación sería hoy completamente distinta:
la reacción filofascista de Gil Robles se habría adueñado del poder, habrían
desaparecido todas las esperanzas de reconquista de las libertades
constitucionales, y Cataluña se habría visto obligada a renunciar a su
autonomía. Es aquí donde aparece, con particular evidencia, la falsedad de la
posición de aquellos, que en nombre de la defensa de las libertades
constitucionales, pretenden relegar a segundo término la lucha emancipadora de
la clase obrera, para diluir su acción en un bloque permanente con los partidos
de la democracia burguesa. La conquista de las libertades democráticas es
siempre un producto accesorio de la lucha del proletariado por la conquista del
poder. Con la política de la colaboración permanente con la burguesía, no se
defienden las libertades democráticas, sino que éstas son libradas al enemigo.
Gracias a la colaboración, la clase obrera olvida sus fines fundamentales,
desarma su fuerza combativa y se pone objetivamente al servicio de los
intereses de la burguesía.
La nueva
etapa democrática
La reacción
ha sido aplastada en las urnas, pero la lucha continúa. Las fuerzas derrotadas
el 16 de febrero no han desaparecido de la escena. Por el contrario, gracias a
la política del primer bienio, que dejó intactos sus privilegios, disfrutan
todavía de un enorme poderío en el país. Nuevos y encarnizados combates será
preciso sostener con esas fuerzas, y la única garantía de la victoria sobre las
mismas radica, no en la acción que puedan realizar los gobiernos burgueses más
o menos de izquierda, sino en la lucha directa de la clase trabajadora.
No puede
existir ninguna duda sobre el verdadero carácter del gobierno constituido por
el señor Azaña. Por si pudiera existir alguna duda sobre el particular, la
alocución radiada por el presidente del Consejo el día siguiente de tomar
posesión de su cargo, bastaría para desvanecerla. El gobierno Azaña no es, por
su espíritu, el gobierno a que instintivamente aspiraban las masas populares
que votaron la candidatura de izquierdas, sino un gobierno de tendencia
profundamente burguesa y moderada.
Las
predicciones hechas por nosotros durante la campaña electoral no tardarán en
verse plenamente confirmadas; la gestión de las izquierdas republicanas en el
poder defraudará todavía más a las clases trabajadoras que la del primer
bienio. Azaña -sus propios discursos preelectorales y especialmente el del
campo de Lassarre lo demuestran- aspira a polarizar a su alrededor a todos los
sectores de la burguesía, contener la revolución en los límites de una moderada
política liberal. Los que esperaban una ofensiva decidida contra los restos de
la España monárquica y feudal se verán cruelmente defraudados. Azaña perseguirá
como fin gobernar "para todos los
españoles", que es lo peor que se puede hacer en un periodo como el
actual caracterizado por profundas y agudas contradicciones de clase.
En estas
circunstancias, exigir de la clase obrera que renuncie a sus aspiraciones
máximas -destrucción del régimen burgués y conquista del poder- en nombre de la
necesidad de "consolidar" la República, es un crimen y una traición.
Traducida al lenguaje real, la frase "consolidar
la República" significa dar la posibilidad a la burguesía de
consolidar su dominación de clase bajo la forma republicana. Este y no otro es
el sentido de la política de "Frente
Popular", con carácter orgánico y permanente, preconizada por el
comunismo oficial.
¿Significa
esto que la clase trabajadora debe lanzarse a acciones esporádicas, de carácter
"putchista", a perturbar por perturbar, sin otro objeto que provocar
la inconsistencia de los gobiernos republicanos? De ninguna manera. De lo que
se trata es de delimitar claramente la actuación del movimiento obrero con
respecto a los partidos burgueses, dándole la indispensable independencia para
que pueda continuar, con las mayores garantías de eficacia, la lucha por la
realización de los fines que históricamente le están confiados.
El deber
del momento
Es evidente
que el proceso revolucionario continúa, que la revolución no ha terminado, pero
no lo es menos que el problema de la conquista del poder por el proletariado no
se plantea de una manera inmediata. Al decir que no se plantea de una manera
inmediata no queremos significar que se trata de un objetivo remoto, y que, por
lo tanto, la clase obrera debe limitarse a una lucha de carácter meramente
reformista. No. La conquista del poder es el fin al que debe subordinar toda su
acción el proletariado español. La solución del problema pertenece a un
provenir inmediato. Del acierto o desacierto con que este problema sea
resuelto, depende que el proceso revolucionario desemboque en la revolución
socialista o en el fascismo.
Las
condiciones no están maduras para que la clase obrera pueda tomar el poder hoy,
pero si para que se prepare debidamente para tomarlo en breve. El deber del
momento consiste, pues, en forjar las armas necesarias para la victoria:
organismos capaces de agrupar a grandes masas, de realizar la unidad de acción
efectiva de la clase obrera y de convertirse en órganos de poder, como lo
fueron los soviets en Rusia, y un gran partido revolucionario. Esos organismos
son las Alianzas obreras; a las cuales hay que incorporar las fuerzas que
permanecen todavía fuera de ellas y coordinarlas en el terreno general, creando
un centro directivo para todo el país. El gran partido revolucionario surgirá
indefectiblemente como consecuencia del proceso de diferenciación ideológica,
que se está operando en el seno del movimiento obrero español.
Pero forjar
estas armas indispensables será absolutamente imposible sin una clara política
de clase, sin la más completa independencia del movimiento obrero
revolucionario con respecto a los partidos burgueses. Queda dicho con ello que
la política del Frente Popular no responde a los intereses vitales del
proletariado y de la revolución en el momento presente.
Se objetará
a esto la necesidad de atraer a la pequeña burguesía. La objeción carece en
absoluto de valor. Si como es fatal, los gobiernos de izquierda republicana, en
esta segunda etapa, defraudan las esperanzas de las masas populares, dejan sin
resolver los grandes problemas que tiene planteados el país y, como
consecuencia, la pequeña burguesía sigue debatiéndose con insuperables
dificultades económicas, se muestran incapaces de asegurar a ésta unas
condiciones de existencia más llevaderas, las masas campesinas y pequeño
burguesas, decepcionadas, se echarán en brazos de la reacción. Y en este caso,
el fascismo contará con la base social de que hasta ahora había carecido.
Sólo una
política clara y decidida es capaz de arrastrar a las grandes masas populares.
Esta política no puede realizarla Azaña ni ningún partido político burgués o
pequeño burgués, sino la clase trabajadora, que sabe lo que quiere y adónde va,
y que no vacilará en atacar a fondo los intereses de las clases privilegiadas,
que no gobernará "para todo el país" sino en favor de la mayoría del
país y contra la minoría de explotadores.
Independencia,
pues, del movimiento obrero frente a los partidos republicanos, organización,
unidad sindical, Alianza Obrera, formación rápida del partido revolucionario:
he aquí el deber del momento.
Andreu
Nin. Las lecciones de la Insurrección de Octubre. Es necesario un partido
revolucionario del proletariado
Escrito: 1934.
Primera vez publicado: L’Estrella Roja, 1 diciembre 1934.
Fuente/Edición digital: La Bataille Socialiste.
Esta edición: Marxists Internet Archive, noviembre de 2010
Primera vez publicado: L’Estrella Roja, 1 diciembre 1934.
Fuente/Edición digital: La Bataille Socialiste.
Esta edición: Marxists Internet Archive, noviembre de 2010
Andrés
Nin. Primero de mayo de 1937
Escrito: Mayo de 1937.
Primera vez publicado: En La Batalla, 1 de mayo de 1937.
Digitalización: Martin Fahlgren, 2013.
Esta edición: Marxists Internet Archive, febrero de 2013.
Seis años
atrás, la clase trabajadora española celebraba el Primero de Mayo en medio de
un gran entusiasmo, el corazón henchido de esperanza. Quince días antes había
caído el odiado régimen monárquico. La República del 14 de abril vivía su luna
de miel. Y Alcalá Zamora, presidente del gobierno provisional, prometía a la
multitud obrera la iniciación de una nueva era, la era de la justicia social.
Pero el
verdadero carácter de la transformación política que acababa de sufrir España
no tardó en manifestarse. La burguesía, con el auxilio directo de los
socialistas, se aprovechó del entusiasmo popular para emprender rápida y
eficazmente la consolidación de sus posiciones quebrantadas, para afianzar,
bajo la máscara democrática, su dominación, puesta en peligro por el movimiento
revolucionario de las masas. Inspirada por su certero espíritu de clase, frenó
la propia revolución, conservando, esencialmente, las bases económicas de la
monarquía y manteniendo incólume el mecanismo estatal del régimen derribado.
El idilio de
abril, como era de esperar, fue breve. Contrariamente a lo que pretendía la
burguesía, la revolución no sólo no había terminado, sino que entraba en una
nueva fase llena de peligros ya la par de grandes posibilidades. ”El periodo que se abre – decíamos por aquel
entonces – no es un periodo de paz, sino un periodo de lucha encendida. Y en
esta lucha estarán en juego los intereses fundamentales de la clase trabajadora
y todo su porvenir. La clase obrera será derrotada si en el momento crítico no
dispone de los elementos de combate necesarios; triunfará, si cuenta con estos
elementos, si se desprende de todo contacto con la democracia burguesa,
practica una política netamente de clase y sabe aprovechar el momento oportuno
para dar el asalto al poder”.
En efecto,
la lucha de clases recobró todos sus derechos, con más intensidad todavía que
durante la monarquía, pues, en régimen democrático los antagonismos de clase se
manifiestan en toda su desnudez, y la experiencia de los últimos seis años vino
a demostrar que la democracia burguesa, incapaz de resolver los problemas
fundamentales del país, preparaba el terreno al fascismo, y que la única salida
de la situación era la revolución proletaria.
En la
sublevación militar del 19 de julio, y la guerra civil y la revolución
subsiguientes, se ha condensado, por decirlo así, toda esta experiencia. Y es
en este momento crucial de nuestra historia “en que están en juego los
intereses fundamentales de la clase trabajadora y todo su porvenir”, cuando
partidos que pretenden ser obreros y marxistas intentan yugular la revolución,
frustrar las inmensas posibilidades que se ofrecen al proletariado español,
sacrificando sus intereses superiores – que coinciden con los de la humanidad
civilizada – a la República democrática
parlamentaria, es decir, a la burguesía y a su régimen de explotación.
El Primero
de Mayo de este año coincide con la fase más crítica de este momento histórico.
La burguesía, atemorizada en los primeros meses de la revolución, levanta la
cabeza e intenta consolidar sus posiciones. Especulando con la guerra y sus
dificultades, intenta arrebatar – con innegable éxito en algunos aspectos – las
conquistas del proletariado. Y, como en todos los periodos revolucionarios,
halla su auxiliar más eficaz en el reformismo. Pero la relación de fuerzas,
aunque modificada en estos últimos tiempos, sigue siendo favorable al
proletariado. Para que esta relación de fuerzas favorable sea decisiva, es
preciso que la clase obrera recobre la plena confianza en sí misma, rompa las
amarras que la atan a la democracia burguesa y emprenda resueltamente el camino
de la conquista del poder. Hoy todavía es tiempo. Mañana será tarde.
Y que no se
deje sugestionar por los que so pretexto de subordinarlo todo a las necesidades
de la guerra, pretenden establecer una “unión sagrada” a base de concesiones
constantes del proletariado a sus enemigos de clase. La guerra tiene una
importancia inmensa, pero está indisolublemente ligada a la revolución. La
burguesía preferirá la derrota militar al triunfo de la clase trabajadora, para
cuyo aplastamiento no vacilará, si las circunstancias lo exigen, en aliarse con
sus enemigos de hoy. Sólo un gobierno obrero y campesino es capaz de organizar
la victoria, de montar una potente industria bélica, de llevar la guerra hasta
el fin, de crear una auténtica moral de guerra en la retaguardia, de sacrificar
todos los intereses particulares al interés general.
Sólo un
gobierno obrero y campesino, que rompa todo contacto con la burguesía nacional
y con el imperialismo extranjero, e imprima un vigoroso impulso a la revolución
internacional, puede aplastar definitivamente al fascismo, tanto en la
retaguardia, como en el frente.
La consigna
que arrastró a las masas populares al Primero de Mayo de 1913? ( 1931), fue: ¡Viva la República del 14 de abril! La
consigna de las masas trabajadoras de España, en este Primero de Mayo trágico y
glorioso, debe ser: ¡Viva la revolución
social! ¡Viva el gobierno obrero y campesino! Sólo con el triunfo de esta
consigna no habrá resultado estéril el generoso sacrificio del proletariado
español ni su magnífico heroísmo, sin precedentes en la Historia.
Joaquín
Maurín. El 14
de abril
Capítulo V
de La Revolución española, 1931
Hacia la
segunda revolución, de Joaquín Maurin
La Cosecha
Anticapitalista edita la principal obra de Maurín: Revolución y
contrarrevolución en España y bibliografía complementaria
El libro del
enlace del libro lo ha desactivado
Aquí está
Joaquín
Maurin. Revolución y contrarrevolución
en España
El origen
del concepto de Frente Popular o Frente interclasista
Frente
Popular o Frente Único Proletario y el Populismo de Podemos
La farsa de
la “unidad popular” (Unidad popular para torpes)
El homenaje
de Cataluña a Nin y la reacción estalinista vergonzante desde Red Roja
Homenaje a
Andreu Nin en el Parlamento de Catalunya: Anticomunismo de izquierdas
disfrazado de memoria histórica y revol
José Guillén
José Guillén
Respuesta de
Red Roja a Pepe Gutiérrez
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