NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG: Le he añadido algunos enlaces al documento,
y documentos complementarios.
Anexo: Intercambio de cartas entre Stalin, Molotov, Vorochilov, por un
lado, y Largo Caballero, por otro lado
El
fascismo, la Internacional Comunista y el proletariado revolucionario
Para entender los fenómenos socio-históricos en toda su complejidad
y desde un punto de vista marxista-leninista, los comunistas tenemos que
utilizar todas las herramientas teóricas que el materialismo histórico y
dialéctico nos ha legado. Así, un fenómeno determinado solo puede ser estudiado
de forma correcta, si -y solo si- se analizan los procesos interrelacionados y
dinámicos que intervienen en la gestación de dicho fenómeno. Por este motivo,
antes de analizar la época de los frentes populares, la Guerra Civil española
y, en última medida, el papel de los comunistas a nivel estatal e
internacional, es imprescindible que nos centremos previamente en la
explicación del origen del fascismo.
Durante el VII Congreso de la Internacional Comunista, los comunistas entendieron
el fascismo como una nueva amenaza. Por supuesto, esa «dictadura terrorista
abierta de los elementos más reaccionarios» (La ofensiva del fascismo y las tareas de la Internacional en
la lucha por la unidad de la clase obrera contra el fascismo, Georgi Dimitrov) era interpretada como un peligro burgués;
concretamente como una reacción de la oligarquía financiera, del capital
monopolista, de los rapaces imperialistas. Este análisis, que era esencialmente
correcto, dejaba de lado la complejidad de la naturaleza pluriclasista del
fascismo. En este sentido, nosotros entendemos que el fascismo no era exclusivamente la
respuesta político-militar de la dictadura de la oligarquía financiera, sino
también la reacción de dicha oligarquía como gran movilizadora de todas las
fuerzas, clases y estratos sociales reaccionarios de las sociedades de la
Europa occidental.
Recordemos que estos sectores, como la pequeña burguesía y la aristocracia
obrera, constituían una parte importante de las bases de apoyo de los partidos
socialdemócratas y oportunistas. Tras la subordinación de la socialdemocracia a
los intereses del gran capital, muchos elementos de estas clases y estratos
intermedios se sintieron defraudados por la «gestión» de la socialdemocracia en
torno a la guerra imperialista, la represión contrarrevolucionaria y la crisis
económica (caracterizada por un paro galopante, una hiperinflación sin
precedentes en la historia de Alemania y unas medidas económicas que
perjudicaban claramente los intereses de la gran mayoría de la población). Como
bien señaló Dimitrov, estos sectores encontraron en los nazifascistas a sus
«verdaderos» representantes. Cuando el Estado fascista se constituyó, la
burguesía aniquiló las organizaciones combativas del proletariado y, además,
consiguió adoctrinar y disciplinar mediante una política patronal terrorista a
una gran parte de la clase obrera.
No
obstante, no debemos olvidar que el fascismo también supo ganarse a ciertos
sectores del proletariado, los cuales fueron conquistados mediante una
propaganda que tenía un basamento sólido en el impresionante despegue económico
que registraron países como Alemania o Italia (sobre todo el primero, en gran
medida como consecuencia de una política armamentística y expansiva auspiciada
por el Estado burgués nazi). Es decir, el fascismo no solo supuso terror
sistemático y aniquilación abierta del proletariado revolucionario (aunque esto
fue lo fundamental en cuanto a los intereses de la clase obrera); no solo
supuso destrucción, en suma, sino que además implicó una política de beneficio
indirecto para determinados sectores de la clase obrera alemana o italiana, los
cuales pudieron disfrutar temporalmente de las migajas que caían del plato
cocinado por unas burguesías cada vez más militaristas, chovinistas y rapaces
(algo no tan diferente de las migajas de las que pudo disfrutar una parte de la
clase asalariada de los países imperialistas con los «Estados del bienestar»,
gracias a la división internacional del trabajo posterior a la Segunda Guerra
Mundial). También la pequeña y la mediana burguesía se vieron beneficiadas por
el corporativismo y la militarización del trabajo asalariado impuestos por los
fascistas.
Una
evidencia muy clara del carácter pluriclasista de las bases sociales sobre las
que se apoyó y fortaleció el fascismo alemán la tenemos en la evolución de las
propias SA, los paramilitares del NSDAP. Muchos de los elementos paramilitares
que formaron esta «sección de asalto» provenían de los Freikorps («cuerpos
libres»), que destacaron como fuerzas de choque de la burguesía en la represión
contra los revolucionarios alemanes en 1918 y principios de los 20. Pues bien,
en cuanto a la naturaleza sociológica de este cuerpo, sabemos que las SA eran
el exponente más violento de la pequeña burguesía «revolucionaria»,
abiertamente antiaristocrática y «antiplutocrática». Hitler y el aparato
dirigente nazi en su conjunto, como fieles sirvientes de la oligarquía
financiera alemana, utilizarían más tarde a las SA como un medio muy poderoso
para imponer su dominio sobre el conjunto del Estado. Posteriormente, por las
presiones del gran capital y los jerarcas nazis, las SA serían desarticuladas y
parcialmente integradas en las SS, las famosas «escuadras de defensa» al
servicio del Estado nazi.
Podemos
decir que en la gestación del fascismo confluyeron dos factores fundamentales.
Por un lado, existía una rivalidad creciente entre diferentes sectores de la
burguesía en países -como Alemania e Italia- que habían carecido de una
tradición burguesa y liberal, y que aún contaban con importantes sectores
semi-aristocráticos en el seno de las clases dominantes (como sucedía con
los junkers prusianos o los terratenientes italianos).
Por
otro lado, el fascismo era la respuesta lógica y ultrarreaccionaria de la
burguesía ante una potencial amenaza revolucionaria. En cuanto a esto último,
es cierto que, a mediados de los 20, la llama revolucionaria que recorrió
Europa desde la Revolución de Octubre se había apagado en buena medida. Pero, a
pesar de la mayor lejanía de una Revolución proletaria, todavía en ese momento
la burguesía europea era consciente de que, en determinados países (en los que
había cierta efervescencia de movimientos de masas proletarios), la
constitución de los Estados de tipo fascista era la única llave que podía
ahuyentar el fantasma del proyecto revolucionario de la clase obrera. De hecho,
cuando los fascistas se hicieron con las riendas del Estado, tanto en Italia
como Alemania, las primeras medidas políticas estuvieron encaminadas a eliminar
todas las organizaciones políticas y sociales proletarias que podían
representar un peligro para la dominación de la burguesía.
Hay
que entender que, si el fascismo pudo hacerse con los aparatos de represión
estatales (y, al final, con todas las instituciones del Estado), ello fue
posible porque en países como Alemania, Italia o España la burguesía entendió
que la democracia burguesa había dejado de ser, en ese marco espacio-temporal,
una herramienta útil como forma de dominación hegemónica sobre el resto de las
clases sociales. Aunque nosotros no atribuimos en exclusiva el
origen y auge del fascismo al movimiento revolucionario (ya hablamos con
anterioridad de otros factores condicionantes del fascismo, como las
contradicciones entre distintas fracciones de la clase dominante y los modelos
de acumulación de capital y de formatos políticos con nula o escasa tradición liberal),
es obvio que un factor determinante para la aparición de esta nueva forma
política de dominación burguesa fue la existencia de partidos y movimientos
comunistas con influencia considerable sobre el proletariado.
Sin
embargo, consideramos que el fascismo no era solo un movimiento ofensivo, sino
también y sobre todo un movimiento defensivo y de reacción de la clase
dominante, que mucho antes que los comunistas había asumido que la democracia
burguesa era un modelo disfuncional en algunos países para asegurar el dominio
de la clase explotadora. En cualquier caso, no olvidemos que fue Lenin quien
dejó meridianamente claro (por ejemplo, en El Estado y la revolución)
que la democracia burguesa era la mejor forma de dominación de la clase capitalista.
Antes
de proceder a estudiar el desarrollo de la Guerra Civil española y el papel de
la Comintern y del PCE durante la misma, es necesario pasar por el rodillo de
la crítica revolucionaria algunos mitos históricos sobre el fascismo y el rol
de los comunistas alimentados por el revisionismo y el oportunismo.
En
primer lugar, todavía en nuestros días hay quien sostiene que era imposible
constituir y fortalecer el Partido Comunista en un clima de terror represivo
fascista. Esto es falso, y lo demuestran distintas experiencias históricas,
empezando por la constitución y el desarrollo del Partido Obrero
Socialdemócrata Ruso (bolchevique) -que pudo convertirse en un Partido vigoroso
y protagonizar la primera Revolución socialista de la historia de la Humanidad
en medio del terror y la represión estatal más draconiana- y terminando, ya
durante la Segunda Guerra Mundial, con las victorias partisanas en la República
Social Fascista de Saló (enclavada en el norte de Italia), en Grecia o en la
antigua Yugoslavia.
Otro
de los dogmas oportunistas y revisionistas más recurrentes en esta cuestión es
el que afirma que el fascismo solo podía ser combatido y derrotado de forma
exitosa antes de que tomara las riendas del Estado. Este análisis erróneo llevó
a los partidos comunistas a plegarse a una alianza con las burguesías
democráticas, renunciando así a la Revolución proletaria con el fin de evitar
el triunfo electoral de los fascistas y su acceso a posiciones de mando
estatales. El problema fundamental fue que dichas alianzas, además de insuflar
oxígeno al revisionismo, se saldaron siempre con derrotas tremendas. Ello se
explica por el hecho de que el poder real del fascismo no residía en los
parlamentos, sino en los elementos armados y movilizados de la propia
burguesía, tanto dentro como fuera de su Estado.
El
revisionismo vendió la idea de que Gobierno y Estado eran idénticos, y llamaron
a los proletarios revolucionarios a ocupar los gobiernos para «evitar» el triunfo
de la reacción fascista del Estado burgués contra las masas obreras. Como
tendremos ocasión de analizar en el segundo epígrafe de este trabajo, el caso
más sonado de este rotundo fracaso fue el español. Pero también el ejemplo
francés confirmó el fiasco de esta táctica. En este caso, pese a que la
burguesía gala no tenía necesidad de articular un Estado fascista para derrotar
al proletariado, el Partido Comunista Francés renunció a la Revolución y se
plegó a la burguesía democrática. El Gobierno de León
Blum terminó reprimiendo al movimiento obrero, y el Frente
Popular francés, tras cumplir su función burguesa, se disolvió en 1938,
quedando los comunistas desacreditados ante las masas proletarias. Por si esto
fuera poco, fue el mismo Frente Popular francés el que, haciendo alarde de un
«internacionalismo proletario» bastante sui generis, se negó a
vender armas a la República española.
Una
interpretación igualmente errónea por parte de la Comintern tenía que ver con
el hecho de entender el fascismo alemán desde un punto de vista excesivamente
retórico y superestructural. En realidad, el nazismo respondía, en el plano
internacional, al conflicto imperialista no resuelto y aún persistente en
Europa, una especie de revival de la Primera Guerra Mundial
entre imperialistas británicos y alemanes. Por tanto, la pretensión de evitar a
toda costa una posible alianza entre las democracias burguesas y los fascismos
alemán e italiano contra la URSS, se basaba en un análisis errado de la
posición del imperialismo alemán, pues los comunistas entendieron que los
discursos expansionistas y beligerantes de los nazis eran pura retórica
unilateral por parte del imperialismo germano, cuando en verdad eran la
evidencia palpable del irreconciliable conflicto entre ambos bloques
imperialistas (conflicto que solo podía solventarse mediante la guerra, como de
hecho sucedería a la sazón).
A
nuestro juicio, otro de los grandes mitos construidos sobre el fascismo en ese
periodo es aquel que postulaba que lo fundamental era la derrota «militar» del
fascismo, excluyendo su derrota ideológica y política. Se asumió así que la
Revolución proletaria internacional debía ponerse a la defensiva, y se obvió que
la derrota ideológico-política del fascismo habría supuesto a la postre la
derrota total de la burguesía. Al final, la acumulación de fuerzas militares
para la derrota militar del fascismo solo pudo ser lograda por la URSS y los
movimientos partisanos.
En
conclusión, el fascismo demostró una capacidad de movilización social mayor que
la expresada por Dimitrov, puesto que, al igual que el Frente Popular
representaba las enormes concesiones del proletariado revolucionario a la
socialdemocracia y a su base social (aristocracia obrera, elementos atrasados
del proletariado y pequeña burguesía), así como a la burguesía democrática e,
incluso, a la burguesía en general (pues no hay mayor concesión a la clase
explotadora que relegar o rechazar la Revolución proletaria), el fascismo
también representaba ciertas concesiones a estos sectores sociales -aunque el
Estado corporativista del fascismo impusiera una hegemonía absoluta de la
oligarquía financiera a nivel de dominio sobre el aparato del Estado-, con la
diferencia de que el fascismo pretendía liquidar al movimiento revolucionario y
los frentes populares no tenían la pretensión de hacer lo propio con la
burguesía.
Por
otro lado, la política de los frentes únicos propuesta el VII Congreso de la
Comintern (recordemos que uno de sus elementos fundamentales eran los frentes
populares), además de realizarse en torno a los programas reformistas de la
socialdemocracia (abandonando así los partidos comunistas su propio programa
revolucionario para convertirse en muletas electorales de la burguesía
democrática), se ejecutaba y desarrollaba en torno a la unidad y no en torno a
la Revolución proletaria, como había afirmado Lenin con su primigenia política
de frentes únicos del proletariado. En favor de Dimitrov debemos decir que
ningún Frente Popular fue construido según sus tesis, sino que la mayoría de
ellos se limitaron a alianzas electorales entre comunistas y socialdemócratas,
es decir, alianzas por arriba y no por abajo, no mediante el trabajo
revolucionario de masas. Aunque la teoría dimitrovista de la
«bolchevización» de los socialdemócratas era bienintencionada, al final terminó
abriendo las puertas al revisionismo y, al contrario de lo pretendido por el
comunista búlgaro, fue el oportunismo el que socialdemocratizó a
los comunistas en los frentes populares.
Si en
1919 los bolcheviques llegaron a reprimir a mencheviques y
socialrevolucionarios (los cuales se pusieron al servicio de la burguesía
contra el proletariado revolucionario), en 1935, sin que las desviaciones de
los reformistas se hubieran modificado un ápice en Europa, los herederos de los
bolcheviques pretendían «unificar» sus fuerzas con los mencheviques sin la
derrota ideológica previa de estos últimos. Obviamente, esta táctica implicó
abrir las puertas en tropel a los revisionistas y socialdemócratas a las filas
de los partidos comunistas, al mismo tiempo que se daba sangre nueva y una
apariencia «radical» a los deslegitimados partidos socialdemócratas, sin cuya
crisis entre la clase obrera sería imposible hablar de fascismo.
En definitiva, entendemos que los partidos comunistas
de este periodo histórico se sacrificaron para salvar a sus principales
adversarios, los revisionistas y oportunistas, pues entendieron que solo junto
a estos últimos podían derrotar al fascismo (que, en el fondo, era una forma de
oportunismo ultrarreaccionario). Al final, la liquidación revolucionaria de los
partidos comunistas y el rotundo fracaso de los frentes populares demostraron
lo profundamente erróneo que fue la línea y el programa seguidos por los
comunistas en torno al problema del fascismo y el Estado burgués.
El
desarrollo de la Guerra Civil española y el papel de la Comintern y el PCE
Después de haber
analizado la naturaleza de clase del fascismo y las implicaciones de la línea y
la política implementadas por los comunistas durante las décadas de los 30 y
los 40, finalizaremos este trabajo con un balance histórico sobre la política
seguida por los comunistas (tanto por parte del PCE como por parte de la
Internacional Comunista) durante el transcurso de la Guerra Civil española. Por
cuestiones de espacio, no analizaremos con profundidad la cuestión relativa a
los orígenes y las causas del conflicto armado acaecido desde 1936 a 1939 en el
Estado español, pues el objetivo prioritario es analizar desde un punto de
vista revolucionario la actuación de los comunistas durante la guerra.
Comencemos el estudio remontándonos al 23 de octubre de 1935. Ese día, el Comité
Central del PCE publicó una carta abierta a Claridad, el diario del
ala «izquierdista» del PSOE. En dicha carta se aceptaba el programa
de Largo Caballero (quien representaba el ala «revolucionaria» del PSOE, al
contrario que Besteiro o Prieto, que representaban el ala derechista y
«moderada» del Partido, respectivamente1) y se abogaba por la
formación de un bloque popular antifascista sobre la base del «frente unido
proletario», considerado como la «unidad política orgánica del proletariado».
Además, el PCE apostaba por una «absoluta independencia frente a la burguesía y
una ruptura total del bloque socialdemócrata de la burguesía». Como podemos
comprobar, hasta esa fecha el PCE mantenía una línea claramente revolucionaria
que deslindaba el campo entre el proletariado revolucionario y la burguesía
democrática.
Más
adelante, concretamente el 15 de enero de 1936, se produjo un acuerdo entre el
PSOE, el PCE y algunos anarquistas. En dicho acuerdo se aprobó un programa que
constituía la plataforma electoral del Frente Popular: liberación de los presos
políticos, readmisión de los despedidos por el «régimen fascista» tras la
insurrección proletaria de octubre del 34 en Asturias, reforma fiscal,
financiera y de la judicatura. Ahora, al contrario de lo declarado tan solo
tres meses antes, el proyecto revolucionario del proletariado se subordinaba
completamente al pacto con la burguesía democrática. Siguiendo la línea errónea
sobre el fascismo y la democracia burguesa del VII Congreso de la Internacional
Comunista, en la plataforma aprobada brilló por su ausencia cualquier tipo de
demanda socio-económica seria en relación a los intereses de las masas
explotadas. Tampoco se reflejó ni se fomentó en dicho programa del Frente
Popular la ocupación de tierras por los proletarios del campo o la toma de
fábricas por los obreros.
En ese
momento, Dimitrov elogió al PCE por su actitud crítica hacia «las consignas
izquierdistas de los socialistas de izquierda dirigidos por Largo Caballero,
que propone empezar de inmediato la lucha por una república socialista». Según
lo establecido por la Comintern, la tarea del momento consistía en llevar a su
conclusión la revolución democrático-burguesa. Así, el secretariado del Comité
Central de la Internacional Comunista (en adelante, IKKI) dio a conocer una
resolución en la que declaraba que «el papel fundamental y urgente del PCE y
del proletariado español» pasaba por «llevar a cabo medidas destinadas a
completar la revolución democrática».
Esta
postura, idéntica a la defendida en el resto de Europa en torno a los frentes
populares, el fascismo y la democracia burguesa, descansaba en la premisa
errónea del proletariado como fuerza subalterna en la revolución
democrático-burguesa. En realidad, aunque ni mucho menos España era un país
semifeudal (sino un país de capitalismo monopolista débil e insuficientemente
desarrollado), en el Estado español había tareas democrático-burguesas
pendientes, pero estas solo podían resolverse mediante la Revolución socialista,
y no colocando a las masas populares como segundones de la pequeña burguesía y
la aristocracia obrera. Tampoco la mayoría de los comunistas supo ver que la
República española, como consecuencia de la implantación débil y tardía del
capitalismo español, descansaba sobre cimientos falsos -o cuando menos muy
endebles-, lo que demostraba a todas luces la debilidad esencial de la
democracia burguesa española.
En
este punto, pensamos que los comunistas cometieron el grave error de entender
que un país plenamente capitalista como España, pero en un estadio de
desarrollo claramente atrasado con respecto a las grandes potencias, era un
país «semi-feudal», confundiendo desarrollo insuficiente de las fuerzas
productivas con relaciones de producción no capitalistas o semifeudales.
Incluso en Andalucía, uno de los territorios más atrasados del Estado (a
excepción de las colonias), hacía tiempo que, a pesar de la carcasa
político-institucional caciquil y semi-feudal, las relaciones de producción eran
netamente capitalistas, y la inmensa mayoría de habitantes de las zonas rurales
sufría una brutal explotación asalariada por parte de la burguesía
terrateniente andaluza.
Cuando
en febrero de 1936 el Frente Popular ganó las elecciones, España se convirtió
en el primer Estado de Europa en el que una alianza de estas características
triunfaba en unas elecciones generales. Básicamente, el mapa electoral provocó
que los grandes territorios industriales del Estado español -Cataluña, Asturias
y Bilbao, no así el conjunto del País Vasco, en el que ganó el PNV- estuvieran
en manos de los republicanos. Poco a poco, por la radicalización creciente de
las masas explotadas, tanto los terratenientes como una fracción creciente de
burgueses monopolistas y medios comenzaron a verse representados cada vez más
por organizaciones y dirigentes golpistas o claramente fascistas. Ello explica
por qué cada vez más capitalistas y terratenientes veían en el fascismo a su
legítimo salvador.
Cuando
el golpe de Estado fascista de julio del 36 se hizo efectivo, la posterior
Guerra Civil que se desencadenó se convirtió en un problema internacional de
primer orden. Con respecto a la participación de las potencias imperialistas en
el conflicto, recordemos que los fascistas españoles recibieron muy pronto
apoyo militar y logístico por parte de las potencias nazifascistas. Aunque en
el Estado español no intervinieron fuerzas alemanas terrestres, el apoyo
militar nazi superó en calidad a la ayuda brindada por la Italia fascista, que
fue superior en cantidad y que sí envió tropas terrestres para apoyar a los
fascistas españoles y liquidar política e ideológicamente al proletariado
revolucionario. A España llegaron aeroplanos, suministros militares y personal
técnico en cantidades importantes gracias a los Estados fascistas.
Por su
parte, los dirigentes de la Segunda Internacional de Amsterdam hicieron un
llamamiento a las democracias burguesas para que apoyasen a los obreros y
campesinos españoles en lucha por la «democracia» y la República
burguesa. En cuanto que recibió el bando republicano, cabe destacar la
respuesta del Gobierno del Frente Popular francés. En los primeros días de la
Guerra Civil envió a España aeroplanos y otras armas y municiones. Sin embargo,
como expusimos más arriba, pronto suspendería su apoyo militar a la República
española. Además, influyentes círculos reaccionarios franceses apoyaban de
forma activa al bando fascista.
En
cuanto al Gobierno «conservador» de Gran Bretaña, este dio muestras desde el
principio de cerrar en banda cualquier tipo de apoyo al Gobierno republicano
español. Cuando Léon Blum visitó Londres en julio de 1936, Anthony Eden (el
número dos, durante la Segunda Guerra Mundial, del Gobierno del genocida y
racista Churchill) le advirtió del peligro de implicarse en el suministro de
armas a los republicanos y le indicó que el Gobierno británico pretendía
mantenerse «neutral» en la guerra española. Al final, las presiones de la
primera potencia imperialista en ese momento provocaron que también el Estado
francés ahogara en sangre a la República española. Nuevamente, las democracias
burguesas demostraban de qué lado estaban cuando se trataba de elegir entre
fascismo y proletariado subordinado a las políticas del Frente Popular.
Aunque
la URSS fue el único país, junto con México, que suministró apoyo militar y
logístico a la República española, en un principio las reacciones en la URSS
fueron vacilantes como consecuencia de cierta alineación de la política
exterior soviética con la de Francia e Inglaterra. A pesar de que, desde el
primer minuto de inicio de la contienda española, la mayoría de los dirigentes
bolcheviques y el resto de comunistas abogaban por un envío inmediato y masivo
de armas al Gobierno republicano español, dicha presión estaba aún sujeta al
freno de la política diplomática soviética. Sin embargo, el Estado socialista
soviético pronto entendió que no oponerse de forma clara y rotunda al apetito
expansionista de Alemania e Italia era tan cobarde como peligroso a largo
plazo.
Según
la información aportada por el agregado militar francés en Moscú, en el seno de
la Internacional Comunista había dos facciones: una «moderada», a la que
pertenecía el propio Stalin, y que «quería evitar cualquier intervención con el
fin de no provocar una reacción de Alemania e Italia», y otra «extremista», que
«considera que la URSS no puede permanecer neutral y que debe apoyar al
gobierno legal». Por estas fechas, tanto Stalin como Litvinov hilaban muy fino
para no hacer nada que pudiera provocar la ruptura de las relaciones con el
Estado francés.
Fruto
de la errónea línea sobre el fascismo, los artículos de la prensa soviética
presentaban a Franco como un instrumento de la agresión de la Italia y la
Alemania fascistas (obviando el apoyo abierto o tácito de Gran Bretaña y otras
democracias burguesas a Franco como única forma de conjurar el fantasma de la
Revolución proletaria en el Estado español). Así, Pravda declaraba
el 1 de agosto de 1936: «El fascismo quiere la guerra». Pero ¿quién quería la
guerra en realidad? ¿El fascismo o el conjunto de la burguesía (también
la democrática)? Por el momento, la URSS decidió brindar apoyo financiero al
Gobierno republicano a través de las organizaciones sindicales.
Fue el
27 de agosto de 1936 cuando llegó a Madrid, con un imponente séquito de
agregados y expertos militares, navales y aéreos, el primer embajador soviético
en Madrid, Rosenberg (que había sido anteriormente el antiguo secretario
adjunto de la Sociedad de Naciones). Pero el suministro de equipo militar
soviético iba a tardar más en llegar. Según M. Meshcheryakov (Ispanskaya
Republika i Kominter [1981], p. 52), el primer envío de armas
soviéticas llegó al puerto de Cartagena en un buque español el 4 de octubre,
arribando concretamente 50 tanques. También llegaron aeroplanos soviéticos (de
una calidad sensiblemente superior al material alemán e italiano, según
diversos expertos militares). Sin embargo, a lo largo de septiembre de 1936,
mientras el flujo de armamento de Alemania e Italia a los fascistas aumentaba
sin interrupción alguna, seguía siendo efectiva la prohibición de envíos a la
España republicana desde Francia, Gran Bretaña y la URSS. Todas las declaraciones
públicas de aquel momento sobre los envíos de la URSS al Gobierno español
insistían en que eran alimentos y otros suministros para la población civil.
Entendemos que aún hay algunas lagunas sobre el momento y las circunstancias
precisas en que se tomó en la URSS la decisión de suministrar armas al Gobierno
español.
En
cualquier caso, el 15 de octubre de 1936, Stalin envío a José Diaz un telegrama
personal breve en el que declaraba:
«Los trabajadores de la Unión Soviética solo cumplen con su deber cuando
prestan ayuda a las masas revolucionarias españolas. Son conscientes de que la
liberación de España de la persecución de los reaccionarios fascistas no es
asunto privado de los españoles, sino causa universal de toda la humanidad
avanzada y progresista. Saludos fraternales».
Según describió Koltsov en su Diario de la guerra de España, el
entusiasmo popular en Madrid tras recibirse el telegrama de Stalin fue
formidable. A pesar de que la URSS y la Comintern ya entendían la necesidad
acuciante de enviar armas al bando republicano español, todavía en este momento
las fuentes oficiales soviéticas se mostraban reticentes en la cuestión del
apoyo militar. Como explicamos anteriormente, la política exterior soviética
seguía la línea trazada por el IKKI de no hacer nada susceptible de enfrentarla
a los paladines de la democracia burguesa europea, Francia y Gran Bretaña, con
quienes la URSS contaba para repeler al agresor fascista.
Volviendo de nuevo a la actitud de la burguesía francesa, fue su Gobierno el
que concibió el proyecto de obtener de los Estados implicados un compromiso
mutuo de abstenerse de cualquier intervención en la Guerra Civil española y del
envío de material bélico a cualquiera de los bandos. En consonancia con la
posición soviética en torno a las democracias burguesas, el Gobierno soviético
anunció, el 5 de agosto de 1936, su aceptación de la propuesta. Tras alguna
vacilación, el resto de Gobiernos eligió el mismo camino. Finalmente, el texto
de la declaración sobre la No-Intervención fue redactado por el Gobierno
francés, aprobado por el británico el 15 de agosto y enviado a los demás
presuntos firmantes. La aprobación de la URSS consistió en un intercambio de
notas con el embajador francés, el 23 de agosto, en Moscú. El Gobierno
soviético condicionó su ratificación final a la adhesión oficial de Alemania,
Italia y Portugal.
Evidentemente, la declaración de No-Intervención era absolutamente hipócrita
desde el principio. La aceptación de la declaración por parte de la URSS
sorprendió a muchos, sobre todo teniendo en cuenta la campaña en apoyo del
Gobierno republicano, tanto en el Estado soviético como en los partidos
comunistas de todo el mundo. Aunque es cierto que la URSS no disponía en ese
momento de la capacidad para enviar suministros militares al Estado español en
una magnitud comparable a la de Alemania e Italia, hoy es innegable que un
motivo de peso era el interés de marchar junto a las dos grandes democracias
burguesas europeas, las promotoras del plan.
La
participación de la URSS en el acuerdo fue justificada un mes después por Litvinov, en un discurso en la asamblea de
la Sociedad de Naciones celebrada en Ginebra. El Gobierno soviético no había
querido ofender a “un país amigo”, temeroso, en caso contrario, de “un
conflicto internacional”. Sin embargo, Litvinov añadió que consideraba “inaplicable
el principio de neutralidad a la lucha de unos rebeldes contra un gobierno
legal y contrario a las normas del derecho internacional”. Nuevamente, desde
posiciones de mando del Estado soviético se obviaba el análisis de clase en el
trasfondo del golpe fascista del 36.
A dos
meses del estallido de la Guerra Civil, en España el enfrentamiento se
recrudecía por momentos, así como las contradicciones entre clases y sectores
de clase en el bando republicano. Tras la dimisión de Giral, llevada a efecto
el 4 de septiembre de 1936, le sucedió como primer ministro y ministro de
Guerra Largo Caballero. Anarquistas y dirigentes del PCE fueron invitados a
participar, pasando a formar parte del nuevo Gobierno dos dirigentes del PCE.
Hernández, uno de los nuevos ministros del PCE, había escrito negando que “el
actual movimiento tuviese por objetivo el establecimiento de una dictadura
proletaria después de que acabase la revolución” (Mundo Obrero, 9 de
agosto de 1936). Vemos cómo Hernández llegaba tan lejos que no solo afirmaba
que el proletariado no debía construir su propio poder durante la Guerra Civil,
sino que además ni siquiera debía hacerlo al acabar “la revolución”
(democrático-burguesa, obviamente).
El
lema elegido por el Gobierno era: “Todo para el Frente Popular, todo por el
Frente Popular”. Después de que Manuilski plantease el recurrente –y claramente
erróneo a la luz de los hechos históricos- dilema sobre el carácter
democrático-burgués o proletario de la Revolución en España, Dimitrov rechazó
“los viejos cánones de la socialdemocracia que existían hace veinte o treinta
años”. Así, el Estado por el que estaba luchando el proletariado y el
campesinado pobre de España no sería una República democrática al viejo estilo,
sino “un estado especial, con auténtica democracia popular”. No sería “un
estado soviético, sino un estado antifascista, con participación del sector
auténticamente izquierdista de la burguesía”. En una pirueta dialéctica un
tanto extraña al marxismo-leninismo, Dimitrov defendía la posibilidad de
construir un Estado “diferente”, “democrático-popular” que, según él, sería
capaz de enfrentarse con éxito al fascismo. El dirigente de la Comintern
defendía esta posición sin la previa destrucción del aparato burocrático de la
burguesía, sin la destrucción del viejo Estado burgués, es decir, mediante
reformas. Volvía a demostrar su incomprensión sobre la imposibilidad de acabar
con el fascismo sin asegurar la independencia ideológico-política y
revolucionaria del proletariado.
De
poco servía que Dimitrov resucitara la fórmula leninista de “una forma especial
de dictadura democrática de la clase obrera y del campesinado” (acuñada por el
revolucionario ruso en 1905). La colectivización de la tierra y la industria
podía y debía esperar, pues lo que ahora estaba en juego era “la victoria sobre
el fascismo”. El dirigente comunista búlgaro también defendió con ahínco la
fusión de las milicias obreras, ahora unidades bien armadas y organizadas, con
los elementos “leales” del ejército republicano burgués. Al final, unidades
proletarias y comunistas, como el Quinto Regimiento, fueron integradas en el
aparato militar de la burguesía republicana.
Sin
embargo, no todos los dirigentes soviéticos tenían la misma visión sobre la
Guerra Civil española. Así, Knorin, en un artículo publicado en Pravda,
sembraba la duda sobre la posibilidad de transformar la Revolución en España en
una Revolución socialista. Knorin planteaba que la burguesía española estaba
demasiado vinculada a los poderes más reaccionarios y a la contrarrevolución.
Además, el Frente Popular era excesivamente débil en el Estado español como para
alcanzar metas revolucionarias.
Pero
Togliatti, en su artículo “Sobre la peculiaridad de la revolución española”,
volvió a insistir en la posición hegemónica sobre la necesidad de lograr una
Revolución democrático-burguesa. El comunista italiano calificó la Revolución
española como “el acontecimiento más importante en la historia de la lucha por
la liberación desde octubre de 1917”. Togliatti sabía que el PCE era un partido
aún débil, que el PSOE era más fuerte de lo que jamás lo fueran los mencheviques
y, además, entendía que una organización de masas anarcosindicalista era un
obstáculo para la acción de un proletariado revolucionario auténtico y
disciplinado. Por eso, el italiano consideraba que eran prematuras las
reivindicaciones de “colectivización” de tierras y fábricas. Había que
reconocer, según él, que parte de la burguesía y de la pequeña burguesía eran
aliados políticos en la resistencia contra el fascismo. Toda una plétora de
argumentos de Togliatti apuntaban de forma tácita hacia la necesidad de
moderación y cautela, es decir, hacia la subordinación del programa
revolucionario al programa de la burguesía democrática.
Parecía claro que la experiencia de la «Revolución española» suponía un
refuerzo poderoso para los dirigentes soviéticos y de la Tercera Internacional,
que se esforzaban por llevar a su lógica conclusión las decisiones del VII
Congreso de la Comintern y subordinaban el proyecto de Revolución proletaria a
la «urgencia inmediata» de construir amplias bases de resistencia contra el
agresor fascista.
Con
respecto a los anarquistas, el grueso de sus históricos dirigentes reconsideró
su política de abstención, no sin una resistencia fuerte de sus bases, y en
noviembre de 1936 cuatro miembros de la CNT pasaron a formar parte del
Gobierno. Además, la organización anarcosindicalista decidió ocupar su lugar en
la Generalitat de Cataluña, junto al PSUC, el POUM y Esquerra
Republicana de Catalunya, el partido defensor de la pequeña burguesía
catalanista. Por su parte, cuatro ministros anarcosindicalistas se incorporaron
al Gobierno central de Largo Caballero. Como analizó con lucidez Togliatti, el
movimiento obrero anarcosindicalista era vigoroso en España, sobre todo en
Cataluña, y ningún partido político o movimiento social podía articular
cualquier propuesta o programa de acción sin contar con la aquiescencia, al
menos tácita, del movimiento anarquista.
Ningún
otro país excepto España presentaba esta peculiar y compleja situación de
poderosos movimientos anarquistas de masas que, al tiempo que mantenían su
singular estrategia y táctica anticapitalista, impedían de facto cualquier
tipo de avance del movimiento proletario comunista. En todo caso, era evidente
que los anarquistas merecían la lealtad de un amplio sector del proletariado,
sobre todo del catalán. En esta nación del Estado español, tanto el anarquismo
como el nacionalismo catalán supusieron dos rémoras para el interés del PCE de
ponerse al frente de un movimiento de ámbito estatal contra el
fascismo. Por supuesto, el PCE siempre intentó, con José Díaz a la cabeza,
ganarse a los dirigentes más destacados del movimiento anarquista catalán y
español.
A
finales de año (concretamente, el 21 de diciembre de 1936), Stalin, Molotov y
Vorochilov enviaron una carta personal a Largo Caballero. En dicha carta –que
reproducimos íntegramente en el anexo a este trabajo, junto a la respuesta
posterior del dirigente del PSOE-, los tres dirigentes soviéticos advertían de
forma amistosa pero enfática a Largo Caballero de que no se enemistara con los
campesinos, la pequeña burguesía y los republicanos que, en caso contrario,
podrían “seguir a los fascistas”. Asimismo, debían evitarse las confiscaciones
y garantizarse la libertad de comercio. No debía hacerse nada que animase “a
los enemigos de España” a “mirarla como a una república comunista”.
No
menos complejas e intrincadas fueron las relaciones y los enfrentamientos entre
el PCE y el ala «izquierdista» del PSOE, encabezada por Largo Caballero. Este
comenzó a recelar muy pronto de las Brigadas Internacionales, pues consideraba
que eran recalcitrantes al «control profesional». La oposición del dirigente
del PSOE resultó fatal para las negociaciones de unificación entre el PCE y el
PSOE. La singular apuesta de Largo Caballero consistía en un plan para
sustituir el Gobierno representativo de los partidos por un Gobierno
representativo de las organizaciones sindicales. Sin embargo, el dirigente del
PSOE no logró el apoyo del resto de la dirección de su partido.
Desde
que se produjo la toma de Málaga por los fascistas en febrero de 1937, las
constantes recriminaciones sobre la dirección de las operaciones militares por
Largo Caballero demuestran que había perdido la confianza de los dirigentes del
PCE y de los mandos soviéticos. José Díaz, que no atacó de forma abierta a
Largo Caballero, advirtió que, si el Gobierno no mantenía una «política firme»,
tendría que hacerlo «otro gobierno del Frente Popular». El 15 de mayo de 1937,
el líder del PSOE se opuso a una propuesta del PCE para proscribir al POUM y
reducir la representación anarquista en el Gobierno. En ese momento, los
dirigentes del PCE abandonaron disgustados el Consejo de Ministros, y al día
siguiente Largo Caballero presentó su dimisión a Azaña.
Negrín, el anterior ministro de Hacienda
que pertenecía al ala derecha del PSOE y era amigo personal de Prieto (quien
pasó a ostentar la cartera de Defensa), asumió el cargo de primer ministro en
un Gobierno que excluía a los anarquistas y al POUM.
Recordemos que, en junio de 1937, los debates del comité central del PCE habían
estado dominados por las propuestas de fusión del PSOE con el PCE en un solo
«Partido proletario». La hostilidad de Largo Caballero hacia el PCE era
implacable, y el problema era que el dirigente del PSOE todavía tenía
influencia en la central sindical afín al PSOE. El periódico comunista Frente
Rojo calificaba al comité ejecutivo de la UGT de “grupo de gente
hostil a la unidad, hostil a la nación, desbordados y resentidos, que pone sus
resentimientos y pasiones personales por delante del sagrado interés de la
nación”.
Tras
arduas negociaciones y debates, se llegó a un acuerdo para elaborar un programa
de acción común que fue publicado en la prensa del PCE y el PSOE el 19 y el 20
de agosto. El programa preveía la acción conjunta en el fomento de una mayor
eficacia del ejército, de la producción de guerra, y en «la coordinación y
planificación de la economía», además de en «las buenas relaciones con la
pequeña burguesía comercial e industrial». Terminaba con un compromiso de
defensa de la URSS y de su lucha «contra el fascismo internacional, por la
democracia y la libertad de los pueblos» (nuevamente, ni una sola alusión a la
necesidad de construir poder revolucionario para echar abajo el sistema de
dominación burgués y su pata fascista). Por otro lado, el problema no estaba en
contar con la pequeña burguesía -que era un aliado fundamental en un país en el
que su presencia era aún determinante desde el punto de vista social-, sino en
subordinar sistemáticamente la línea proletaria y revolucionaria a la de la
burguesía republicana.
El PCE
lanzó un comunicado en el que prometía apoyar a cualquier Gobierno del Frente
Popular que asegurara la dedicación de todos «los elementos materiales y
humanos del país» a una victoria que pudiera abrir el camino a «la revolución
de nuestro pueblo». Asimismo, expresaba nuevamente el deseo de «ir mano a mano
con nuestros camaradas de la CNT». Por su parte, la organización
anarcosindicalista insistía en la necesidad de una dirección política y militar
unificadas, de un plan de reconstrucción económica y de la defensa de la
propiedad común de la tierra, siempre que los campesinos fueran libres para
cultivarla individual o colectivamente.
De
vueltas con la trágica situación internacional, el Gobierno británico se tomó
cada vez menos molestias para disimular su indiferencia ante la suerte de la
República española. El 25 de junio de 1937, Arthur Neville Chamberlain se
abstuvo intencionadamente de cualquier expresión de simpatía o apoyo al
Gobierno republicano español, y explicó que la política británica iba dirigida
«a un fin y solamente a uno, a saber, a mantener la paz en Europa, limitando la
guerra a España» (House of Commons: Fifth Series, CCCXXV [1937], pp.
1545-1550). No obstante, en el otoño del mismo año, la Conferencia del Partido
Laborista adoptó por unanimidad una resolución condenatoria del acuerdo de
No-Intervención. Además, pedía la restitución al Gobierno constitucional
español de su derecho a adquirir armas para mantener su autoridad (Report of
the Thirty-Seventh Annual Conference of the Labour Party [1937], pp.
260-278). Al margen de las declaraciones aparentemente bienintencionadas de la
socialdemocracia británica, la burguesía de ese país ya hacía tiempo que había
repartido las cartas: había que cortocircuitar por todos los medios posibles
cualquier intento de organizar una Revolución socialista en el Estado español.
Pero ni siquiera esto provocó que la mayoría de los comunistas se quitara la
venda de los ojos sobre la idea de contar con la aquiescencia o el apoyo de la
burguesía británica en la lucha contra el fascismo.
Por su
parte, la URSS seguía enviando suministros y equipos militares a las fuerzas
republicanas, aunque con menor profusión que el apoyo militar recibido por las
fuerzas fascistas de Italia y Alemania. Pero el verano de 1937 estuvo marcado
por un descenso relativo del interés: España era cada vez más un peón en el
tablero europeo, y los dos grandes actores democráticos imperialistas, Francia
y Gran Bretaña, sabían que la única forma de evitar una Revolución proletaria
en España era dejar morir lentamente a la República española.
La
conciencia de la precaria situación en el Estado español y de los nuevos
problemas y peligros que se oponían al Gobierno de Negrín influyeron en la
decisión de la Internacional Comunista de enviar a España, en misión de
información, a su más experimentado colaborador extranjero, Palmiro Togliatti 2, quien
estaba persuadido totalmente de que la Revolución, en países como España e
Italia, estaba todavía en su fase democrático-burguesa. Por tanto, entendía que
el primer paso de la lucha contra el fascismo debía darse hacia un nuevo tipo
de democracia, pero sin la destrucción del Estado capitalista. Se debía dar
mucha importancia a la lucha entre la democracia y el fascismo.
Togliatti, como Díaz o Dimitrov, no entendían que en España la burguesía ya
tenía el poder político y, aunque persistieran en la estructura socio-económica
rasgos de enorme atraso e incluso semi-feudales, era el proletariado el
encargado de encabezar y dirigir el proceso revolucionario hasta la
construcción de la dictadura del proletariado, no desde las ruinas del
moribundo Estado democrático-burgués español. En cualquier caso, el comunista
italiano planteó críticas interesantes al PCE (pueden leerse en sus Obras).
Atribuía la debilidad del PCE al rápido crecimiento y a la falta de experiencia
de los cuadros. Entendía que el Comité Central y el Politburó estaban mal
organizados y la política era, con frecuencia, indecisa e incoherente.
Togliatti también se quejaba de que las «políticas progresistas» de los
«camaradas catalanes» habían tenido el efecto de «empujar a los campesinos
hacia los partidos burgueses y republicanos». Asimismo, afirmó que las fuerzas
militares republicanas eran ineficaces, estaban mal equipadas y carecían de
disciplina; no querían luchar y estaban divididas por enfrentamientos internos.
Consideraba que solo las Brigadas Internacionales y las unidades militares
comunistas eran capaces de enfrentarse al poder militar del fascismo3.
Togliatti, en su informe del 30 de agosto de 1937, cargó abiertamente parte de
la responsabilidad del insatisfactorio trabajo del PCE sobre “nuestros
consejeros”.
Fue en
el verano de 1937 (concretamente, el 17 de junio), cuando el Gobierno promulgó
un decreto por el que autorizaba la «militarización» de la industria de guerra,
lo que implicaba colocar las principales industrias bajo el control
gubernamental. Aunque en determinadas zonas rurales la resistencia fue feroz
(los anarquistas se opusieron violentamente para conservar las colectividades
que habían constituido en las zonas del Estado bajo su control), dichas
colectividades se mantuvieron firmes en las regiones en que los anarquistas habían
permanecido en el poder a lo largo del primer año de la Guerra Civil (sobre
todo en Aragón), hasta que, en agosto de 1937, unidades del ejército
republicano ocuparon el frente de Aragón y el Consejo de Aragón4 fue
disuelto con represalias contra sus dirigentes.
En el
mismo verano, la burguesía francesa corroboraba nuevamente el papel de las
democracias burguesas con respecto al aniquilamiento de la República española,
cerrando de forma explícita la frontera franco-española. Por su parte, el IKKI,
el 29 de setiembre de 1937, aprobó una resolución sobre las tareas más
acuciantes del PCE. Se insistía vehementemente en la base democrática del
frente antifascista y se aconsejaba presentar listas comunes con otros partidos
antifascistas en las elecciones (mientras la burguesía monopolista demostraba
la esencia de su poder, la línea implementada por la Comintern seguía llamando
al proletariado a confiar en las fuerzas democrático-burguesas y a postergar la
Revolución para acabar con el fascismo, cuando justamente este se alimentaba de
la debilidad formidable del proletariado revolucionario y el PCE). Insistía
igualmente el IKKI en que el control nacional de la economía era esencial para
la eficacia, lo que conllevaba un acuerdo con los sindicatos. Además, no debía
hacerse nada que hiciera verosímil la acusación según la cual el PCE quería
«tragarse al PSOE» (K. Shirinya, Strategia i Taktika Kominterna [1979],
pp. 169-169).
Con
respecto a la cuestión de la UGT, los acontecimientos se sucedieron de tal
forma que el 1 de octubre de 1937, cuando el comité ejecutivo de la UGT
destituyó a Largo Caballero de la presidencia del sindicato, también expulsó a
varias federaciones y declaró su completo apoyo al Gobierno.
En
cuanto al «problema catalán», el PSUC había declarado, en julio del mismo año,
que «Cataluña no puede ser libre si el fascismo conquista España. España no
puede ser libre sin la ayuda de Cataluña» (Rundschau, núm. 24, 4 de mayo
de 1938, p. 783). Si bien el PCE animaba a los comunistas a enrolarse en el
PSUC, seguía aún habiendo fricciones entre ambas organizaciones. Según
Togliatti, el PSUC estaba «sometido a una fuerte influencia del nacionalismo
pequeñoburgués, de igual modo que recibe la influencia del anarquismo y recibió
la del POUM», y «mantenía una política de colectivización y colectivismo
“ultra-izquierdista”». El comunista italiano también reconocía que la CNT era
todavía la primera fuerza entre los obreros de Cataluña.
A
comienzos y mediados de 1938, la República española seguía hundiéndose lenta
pero inexorablemente. Así, en abril del mismo año, las diferencias entre Prieto
y el PCE se agudizaron, y el primero pasó a ser ya tachado abiertamente de
derrotista en los círculos del PCE. El 15 de marzo, una demostración de masas
en Barcelona (se han dado cifras de alrededor de 200.000 manifestantes), exigió
a Negrín la continuación de la resistencia y la remoción de los ministros del
Gobierno que no se mostraran firmes ante la defensa de la República española.
En la URSS, el periódico Pravda (en su edición del 31 de
marzo de 1938) relacionaba la agresión fascista en España con la conquista de
Austria por el «fascismo alemán» y con la anexión de los Sudetes
(Checoslovaquia). Además de esto, denunciaba nuevamente la «doble política» de
los Gobiernos francés e inglés. ¿Por qué, entonces, la dirección del país
socialista seguía defendiendo una táctica consistente en «no buscar
enfrentamientos» con las dos grandes potencias imperialistas del continente europeo?
Teniendo en cuenta la capacidad de guía ideológica que ejercía aún la URSS en
el resto de partidos comunistas del mundo, no es de extrañar que el máximo
dirigente del PCE, José Díaz, enviara una carta5,( del libro TRES AÑOS DE LUCHA) el 29 de marzo de 1938 (publicada el día
siguiente en Frente Rojo), con una severa reprimenda al periódico
del Partido, Mundo Obrero, que había publicado previamente un
artículo en el que declaraba que la lucha era entre el fascismo y el comunismo,
y que el enemigo contra el que la República estaba combatiendo a muerte era el
capitalismo. ¡Es que así era, como los hechos demostraban sistemáticamente! No
se podía luchar contra el fascismo si el proletariado no ejercía e imponía su
dictadura en confrontación con el fascismo y el Estado burgués moribundo. Si ni
el Gobierno republicano burgués español -ni, menos aún, Gran Bretaña o Francia-
eran capaces de hacer frente a la acometida burguesa del fascismo, ¿por qué
debían los proletarios y campesinos pobres seguir subyugados por una burguesía democrática
que cada vez demostraba más incapacidad para hacer frente al fascismo y cumplir
con las tareas pendientes en el Estado español?
En
esta época, el Comité Central del PCE creó una comisión, encabezada por
Togliatti y Stepanov, con objeto de redactar un programa para el nuevo
Gobierno. Constaba de 13 puntos en los que se defendía la independencia y la
integridad de España. Además, prometía la defensa de la democracia y de los
derechos civiles, incluidos los derechos de propiedad «y el libre ejercicio de
las creencias religiosas». Una cláusula especial, en la que insistió el IKKI y
que dio lugar a alguna controversia, protegía la propiedad de los capitalistas
extranjeros, salvo la de quienes hubieran ayudado a los fascistas (¿por qué no
la de aquellos capitalistas, franceses y británicos, que daban cada vez más
muestras de boicot a la República española?). Cualquier elemento que pudiera
ser tachado de comunista o socialista quedó rigurosamente excluido. Por último,
se insistió en que los 13 puntos representaban el paso de un frente «popular» a
un frente «nacional» (M. Mescheryakov, Ispanskaya Respublika i
Komintern [1981], pp. 147-149).
A
finales de 1938, la situación era cada vez más grave. Así, en noviembre de
1938, Negrín escribió una carta desesperada a Stalin suplicándole un incremento
de la ayuda militar de la URSS. No hay constancia de la respuesta. Por otro
lado, era cada vez más evidente que una victoria de los fascistas españoles no
provocaría más que una suave ola en las aguas internacionales. Los acuerdos de
Munich6 a lo ancho y largo de Europa afectaron a los
republicanos españoles de forma clara, mostrando con mayor claridad que nunca
que la República española quedaba ahora relegada a un lugar insignificante en
las preocupaciones de las potencias imperialistas europeas, no pudiendo además
esperarse futuros esfuerzos para sostener la causa de la democracia burguesa en
España.
Fue en
este momento cuando José Díaz escribió, en el periódico Frente
Rojo (en su edición del 5 de octubre de 1938): «Lo ocurrido en
Checoslovaquia es una derrota para el proletariado internacional, una derrota
de las fuerzas de la democracia y de la paz. El fascismo ha logrado una
victoria». A nuestro juicio, Díaz fue incapaz de ver que era la burguesía la
que en el fondo se había impuesto, y que, por una línea errónea, el grueso de
los comunistas en el mundo había apostado por una línea de supeditación a las
ambivalentes e hipócritas democracias burguesas.
La
reorganización del Gobierno de Negrín, en abril de 1938, así como los 13 puntos
del 30 de ese mes, marcaron el abandono final de cualquier elemento mínimamente
revolucionario en el programa republicano: se identificó la causa republicana
con la defensa de la independencia estatal (¡cuando la única independencia
estatal posible solo podía venir de la mano de un Estado de los obreros y
campesinos pobres del Estado español!) y de la seguridad de España contra los
agresores fascistas, quienes contaban principalmente con la ayuda de Alemania e
Italia.
A
principios de 1939, la Guerra Civil española iba llegando a su dramático y
anunciado final. El 26 de enero, los primeros tanques fascistas hicieron acto
de presencia en la capital catalana. La matanza brutal de republicanos se
prolongó durante varios días. Pravda, el 7 de febrero de 1939,
culpaba de la tragedia de Cataluña a la «criminal política de No-Intervención
impulsada por los Gobiernos de los países democrático-burgueses, Francia e
Inglaterra» (pero se cuidaba de no mencionar que la misma URSS había
alimentado, durante demasiado tiempo, esa ilusión de hacer creer al
proletariado y a las masas populares de España que podían contar con las
burguesías democráticas en su lucha contra el terror fascista), mientras elogiaba
a los comunistas que seguían luchando heroicamente en Madrid y otras ciudades
de la zona central.
El 1
de febrero de 1939, las Cortes españolas celebraron su última sesión. En ellas
Negrín propuso una oferta de negociaciones de paz bajo tres condiciones:
garantía de independencia del país, derecho del pueblo español a decidir sobre
su sistema de gobierno y cese de las represalias e interrogatorios de quienes
habían participado en la guerra. La propuesta fue aprobada por Mije, en nombre
del PCE, y posteriormente aceptada de forma unánime. Los fascistas, obviamente,
ya tenían la sartén por el mango, con lo que no tenían ningún motivo para
aceptar semejantes negociaciones de paz. La tumba de la República española (y
del proletariado revolucionario, que había carecido de un Partido
marxista-leninista con una línea y una capacidad políticas como la del Partido
de los bolcheviques en la Rusia de 1917) ya había sido cavada, y pronto
comenzaron los primeros intentos claros de rendición ante las hienas fascistas.
Así
fue como Casado, comandante de la guarnición, llegó a la convicción de que
cualquier resistencia era inútil, y ya por entonces buscaba una rendición
negociada. El Politburó del PCE en Madrid intentó recuperar posiciones con un
manifiesto de 22 de febrero, que pretendía que la paz no debía significar
rendición (pero, como dijimos anteriormente, ¿por qué los fascistas tendrían
que negociar algo que ya tenían absolutamente ganado?), sino que debía
alcanzarse sobre la base de las tres condiciones del Gobierno establecidas en
la sesión de las Cortes celebrada el 1 de febrero.
Pero
la «paciencia» de Casado se agotaba ante las dudas y reservas del propio Negrín
y, en la noche del 5 al 6 de marzo, en una alocución radiada anunció la
formación de un Consejo Nacional de Defensa, formado por el general Miaja, el
veterano dirigente del PSOE, Besteiro; y diferentes representantes de la CNT,
la UGT y los partidos republicanos de izquierdas. Casado prometió al pueblo de
Madrid y al ejército «una paz digna y honorable». Obviamente, la ceremonia fue
infructuosa, por las razones que antes expusimos. El pescado ya estaba
vendido, y la burguesía monopolista y sus esbirros fascistas lo sabían
perfectamente.
Lo que
aconteció después fue la crónica de una muerte anunciada. Los militantes
comunistas lucharon de forma heroica y aguerrida, rechazando abiertamente el
llamamiento de Casado a deponer las armas. Finalmente, el 1 de abril de 1939
EEUU reconoció al Gobierno de Franco, siendo la URSS el único país importante
que no lo había hecho. En el país socialista, quedaba poco más que el consuelo
de no haber depuesto las armas. Manuilski, el 11 de marzo del mismo año,
informó sobre el trabajo de la Internacional Comunista, consolando a sus
oyentes con la reflexión de que el «milagro» de la larga resistencia de la
España republicana frente a una aplastante superioridad de fuerzas militares se
había debido al frente unido de la clase obrera, fortalecido por «la gran
fuerza política de un partido comunista en crecimiento», y «sobre todo» al
apoyo político de la URSS y del padre de todos los trabajadores, el camarada
Stalin.
Conclusiones
necesarias
Tras haber analizado la cuestión del fascismo y los comunistas, creemos que es
inevitable llegar a una serie de conclusiones que nos valgan para entender la
historia del movimiento comunista internacional y del Estado español.
Lógicamente, estas conclusiones no pueden estar totalmente cerradas, pues el
periodo de los frentes populares y la Guerra Civil española aún debe ser
estudiado más a fondo por los marxistas-leninistas.
Como
hemos tenido ocasión de comprobar, al final de la contienda no hubo ni un ápice
de autocrítica sobre la línea trazada por la Comintern y la URSS y, pese a que
al final quedó demostrado de forma sangrienta que la subordinación del
proletariado y los comunistas a la vacilante burguesía democrática era una
muerte segura, la dirección soviética cerró filas en torno a un programa que
indirectamente contribuyó a esa derrota histórica del proletariado del Estado
español.
«España fue el primer país de Europa occidental en el que se estableció la
dictadura democrática de una amplia coalición de fuerzas políticas, desde los
comunistas a los católicos, basada en el parlamento», se puede leer en Istoriya
Vtoroi Mirovoi Voiny, II (1974), p. 51. ¿Y la dictadura democrática de los
proletarios y campesinos pobres al estilo bolchevique, es decir, con la forja
del nuevo poder de las masas explotadas? Sin duda, la doctrina del Frente
Popular diluyó la línea comunista en el maremágnum de las distintas siglas y
organizaciones vacilantes de la socialdemocracia y de la burguesía democrática.
Aunque
es obvio que los comunistas de la época (empezando por el Estado mayor de la
Revolución internacional, la URSS) tuvieron que hacer frente a innumerables y
complejísimos conflictos y problemas, hoy no podemos adoptar una actitud
sectaria y dogmática, totalmente ajena al marxismo-leninismo, y no criticar una
línea que, si hubiera defendido la independencia ideológica y política del
proletariado, podría haber dado resultados muy diferentes. No podemos olvidar
que, ya desde principios de los 30, la URSS comenzó a promover un progresivo
acercamiento con las democracias burguesas occidentales, y, ya mucho antes de
la Guerra Civil española, cualquier elemento ideológico-político que oliera
levemente a Revolución proletaria y ruptura con la democracia burguesa era
eliminado de los programas de la mayoría de los diferentes partidos comunistas
europeos. En ello influyó considerablemente el aislamiento objetivo de la Unión
Soviética, pero este hecho no puede ocultar la influencia de factores
ideológicos y políticos en el desarrollo de la línea que en este trabajo hemos
sometido a crítica.
En el
caso de la resistencia antifascista en España, se pudo ver que, cuanto más
desesperada era la situación, más evidente era que había que hacer algo, por lo
que todo se sacrificó a la consolidación de la débil resistencia contra el
fascismo español. Todo este proceso de claudicación ideológico-política a una
democracia burguesa idealizada significó, como se pudo demostrar
posteriormente, la liquidación del proyecto revolucionario del proletariado,
que terminó poniendo los muertos para un sector de la burguesía «progresista»
que prefería el triunfo del fascismo a la posibilidad, por muy remota que
fuera, del éxito de la Revolución socialista.
En lo
concerniente a la cuestión del carácter de la Revolución en el Estado español,
incluso aceptando la necesidad de la fase democrático-burguesa, esta no podía
hacerse sin la destrucción del aparato estatal de la burguesía. De hecho, los
revolucionarios de España contaban con la experiencia de la Revolución
bolchevique, y, solo una década después del fin de la Guerra Civil española, la
experiencia china demostraría que la Revolución democrático-burguesa solo era
posible con la construcción de un nuevo Estado hegemonizado por el
proletariado.
Relacionado con esto, el PCE, pese a su heroica lucha contra el fascismo hasta
el último momento, subordinó completamente su programa al de la burguesía
republicana, provocando con ello una clara pérdida de independencia
ideológico-política por parte del proletariado (que tuvo su corolario
inevitable en la pérdida de la independencia militar, al integrar al Quinto
Regimiento en el Ejército Popular Republicano).
Otro
de los errores graves que cometió el PCE, fruto de la política seguida por la
Comintern desde el VII Congreso, fue
el de establecer una oposición entre democracia y fascismo, en lugar de hacerlo entre dictadura burguesa y dictadura proletaria.
Asimismo, la realidad demostró que no tenía sentido aplazar la Revolución
proletaria para no enemistar a las potencias democrático-burguesas, puesto que
estas, como hemos demostrado en este trabajo, no tenían la más mínima intención
de apoyar a la República.
Al
final, tras el golpe de Casado, el PCE no tuvo margen de maniobra alguno, pues
gran parte de los sectores que conformaban la alianza republicana antifascista
traicionaron la lucha contra el fascismo (recordemos que la Junta de Casado
estaba formada por representantes de las dos alas del PSOE, por dirigentes de
la CNT y por miembros de los partidos republicanos, es decir, Izquierda
Republicana y Unión Republicana) y, en última instancia, a las masas
explotadas, que tanta combatividad habían demostrado.
Notas
1. Recordemos que gran parte de la
fuerza electoral del PSOE permanecía del lado de Prieto y el ala «moderada».
2. Su nombre cifrado en el PCE era «Alfredo».
3. Según las estadísticas del PCE, en el verano de 1937 eran miembros del
partido el 60% de todo el personal del ejército. En una carta de 1939, Prieto
reprochaba a Negrín su incapacidad para reconocer el peligro del «dominio
comunista» en el ejército y en la administración (D. Cattell, Communism
and the Spanish Civil War [1965], p. 234, nota 27).
4. Era un organismo político y económico dominado por los anarquistas.
5. «Con toda la claridad posible»: http://www.marxists.org/espanol/diaz/1930s/tadl/54.htm
José Díaz Ramos. Tres años de lucha
Tres tareas fundamentales
Artículo
publicado en “Frente
Rojo” el 9 de febrero de 1938
Hechos
positivos
Esta sesión parlamentaria se ha celebrado en un momento en que la
solución dada a algunos problemas muy agudos de la guerra y de nuestra vida
nacional, con la participación activa de las masas populares, ha creado en el
país una atmósfera muy diferente de la que existía hace algunos meses. Se han
dado pasos bastante importantes en el camino de la unidad. Se ha acabado, en
gran parte, con los residuos de los “incontrolados”. Se ha liquidado el intento
escisionista del grupo Largo Caballero. Se ha puesto fuera de la ley al POUM,
agencia de espionaje fascista. La “Quinta Columna” ha recibido serios golpes y
se continúa trabajando para aplastarla radicalmente. Lo hecho para crear un
Ejército, una masa de fuerzas de reserva, nos ha permitido llevar a cabo una operación
como la de Teruel, deshaciendo los planes de “gran” ofensiva del enemigo. No es
extraño si, en esta situación, los países democráticos nos manifiestan más
abiertamente que antes su simpatía. La demostración de nuestra fuerza los está
convenciendo, más de lo que pudo hacerlo la demostración de la justicia de
nuestra causa. No es extraño que también en nuestro país gentes que ayer
estaban perdiendo la fe en la victoria demuestren hoy haberla recuperado.
6. Los acuerdos de Munich fueron aprobados y firmados el 30 de septiembre
de 1938 por el Reino Unido, Francia, Italia y Alemania con el claro objetivo de
desplazar el apetito expansionista del imperialismo alemán hacia el Este, es
decir, hacia la URSS.
Anexo:
Intercambio de cartas entre Stalin, Molotov, Vorochilov, por un lado, y Largo
Caballero, por otro lado
Al camarada
Largo Caballero:
Querido
camarada:
El
camarada Rosenberg, nuestro representante plenipotenciario, nos ha comunicado
la expresión de sus fraternales sentimientos. También nos ha dicho que continúa
usted animado de una fe invariable en la victoria. Permítanos que le
agradezcamos fraternalmente sus sentimientos y que le digamos que también
nosotros participamos de su fe en la victoria del pueblo español. Hemos
estimado y continuamos estimando como un deber nuestro ayudar, en la medida de
nuestras posibilidades, al Gobierno español que dirige la lucha de todos los
trabajadores, de toda la democracia española, contra la pandilla militar y
fascista, que no es sino instrumento de las fuerzas fascistas internacionales.
La
revolución española se traza sus caminos, distintos, desde muchos puntos de
vista, del camino que siguió la revolución rusa. Ello obedece a las diferentes
condiciones sociales, históricas y geográficas, y a las necesidades que impone
la situación internacional, distintas de las que conoció la revolución rusa. Es
posible que la acción parlamentaria sea en España un medio de actuación
revolucionaria más eficaz que en Rusia.
Pero
dicho esto creemos que nuestra experiencia, sobre todo la experiencia de
nuestra guerra civil, aplicada a las condiciones de la lucha revolucionaria
española, puede tener para España cierta importancia. En ese sentido,
accediendo a las reiteradas demandas de usted que en momento oportuno nos
transmitió el camarada Rosenberg, resolvimos enviarle cierto número de
camaradas militares para que se pongan a su disposición. Esos camaradas llevan
instrucciones nuestras para, con sus consejos de orden militar, servir a los
jefes militares españoles cerca de los cuales los haya enviado usted para
ayudarles.
Se les
ha ordenado categóricamente que no pierdan de vista el hecho de que, no
obstante la conciencia de solidaridad de que están penetrados actualmente el
pueblo español y los pueblos de la URSS, un camarada soviético, siendo un
extranjero en España, no puede ser realmente útil más que a condición de
mantenerse estrictamente en sus funciones de consejero y nada más que de
consejero.
Creemos que es así, de esa manera, y no de otra, como utiliza usted a nuestros
camaradas militares. Mucho le agradeceremos que nos informe, como amigos, en
qué medida y con qué exito nuestros camaradas militares realizan los trabajos
que usted les confía, pues, bien entendido, solo en el caso de que usted juzgue
favorablemente su trabajo convendrá dejarles continuar en España.
Igualmente le rogamos que nos comunique de manera directa, sin ambages, su
opinión acerca del camarada Rosenberg: ¿Está satisfecho el Gobierno español, o
hay que sustituir a Rosenberg por otro representante?
He
aquí cuatro consejos de amigos que le damos:
1.º Habría que tener en cuenta a los campesinos, que tienen gran importancia
en un país agrario como España. Hay que promulgar unos decretos en orden a la
cuestión agraria y en orden a los impuestos, adelantándose a los intereses de
los campesinos. Convendría igualmente atraerse a los campesinos al Ejército o
crear grupos de adictos en la retaguardia fascista. Unos decretos en favor de
los campesinos facilitarían este trabajo.
2.º Habría que atraer al lado del
Gobierno a la pequeña y mediana burguesía de las ciudades o, en todo caso,
darles posibilidad de tomar una actitud de neutralidad favorable al Gobierno,
protegiéndoles de cualquier tentativa de confiscación y asegurándoles, en la
medida de lo posible, la libertad de comercio. De lo contrario, todos esos
grupos caerán del lado del fascismo.
3.º No hay que
rechazar a los jefes del partido republicano, sino, por el contrario, atraerlos
al Gobierno, hacer que participen en la responsabilidad común de la obra de
gobierno. Sobre todo, es necesario asegurar al Gobierno el apoyo de Azaña y de
su grupo, haciendo todo lo posible para vencer sus titubeos. Esto es
indispensable para impedir que los enemigos de España la consideren como una
República comunista, que es lo que constituye el peligro mayor para la España
republicana.
4.º
Se podría encontrar ocasión para declarar en la prensa que el Gobierno de
España no tolerará que nadie atente contra la propiedad y los legítimos
intereses de los extranjeros establecidos en España, ciudadanos de los países
que no sostienen a los rebeldes.
Saludos fraternales.
Amigos de la República española.
STALIN, MOLOTOV, VOROCHILOV
Moscú, 21 de diciembre de 1936.
Carta
de Largo Caballero a Stalin, Molotov y Vorochilov
Camaradas
Stalin, Molotov y Vorochilov:
Mis
queridos camaradas:
La
carta que han tenido a bien mandarme por medio del camarada Rosenberg me ha
proporcionado una gran alegría. Sus saludos fraternales y su ferviente fe en la
victoria del pueblo español me han producido una profunda satisfacción. A su
cordial salutación y a su ardiente fe en nuestro triunfo, les contesto, a mi
vez, con mis mejores sentimientos.
La
ayuda que prestan ustedes al pueblo español y que se han impuesto ustedes
mismos, al considerarla como un deber, nos ha sido y continúa siendo de gran
beneficio. Estén ustedes seguros de que la estimamos en su justo valor.
Del
fondo del corazón y en nombre de España, y muy especialmente en nombre de los
trabajadores, se lo agradecemos; esperamos que en lo subsiguiente, como hasta
ahora, su ayuda y sus consejos no nos han de faltar.
Tienen
ustedes razón al señalar que existen diferencias sensibles entre el desarrollo
que siguió la revolución rusa y el que sigue la nuestra. En efecto, como
ustedes mismos lo señalan, las circunstancias son diferentes: las condiciones
históricas de cada pueblo, el medio geográfico, el estado económico, la
evolución social, el desarrollo cultural y, sobre todo, la madurez política y
sindical dentro de la cual se han producido las dos revoluciones es diferente.
Pero, contestando a su alusión, conviene señalar que, cualquiera que sea la suerte
que el porvenir reserva a la institución parlamentaria, ésta no goza entre
nosotros, ni aun entre los republicanos, de defensores entusiastas.
Los
camaradas que, pedidos por nosotros, han venido a ayudarnos, nos prestan un
gran servicio. Su gran experiencia nos es muy útil y contribuye de una manera
eficaz a la defensa de España en su lucha contra el fascismo. Puedo asegurarles
que desempeñan sus cargos con verdadero entusiasmo y con una valentía
extraordinaria.
En
cuanto al camarada Rosenberg, puedo decirles con franqueza que estamos
satisfechos de su conducta y actividad entre nosotros. Aquí todos le quieren.
Trabaja mucho, con exceso, y perjudica su débil salud. Les estoy muy agradecido
por los consejos de amigo que contiene el final de su carta. Los estimo como
una prueba de su cordial amistad y de su interés por el mejor éxito de nuestra
lucha.
En
efecto, el problema agrario en España es de una importancia excepcional. Desde
el primer momento nuestro gobierno se preocupó de proteger a los agricultores,
mejorando enormemente las condiciones de su existencia. En este sentido hemos
publicado importantes decretos. Pero, desgraciadamente, no se pudo evitar,
sobre todo al principio, que se cometieran en el campo ciertos excesos, pero
tenemos una gran esperanza de que no se repetirán.
Otro
tanto puedo decirles de la pequeña burguesía. La hemos respetado y
constantemente proclamamos su derecho a vivir y a desarrollarse. Tratamos de
atraerla hacia nosotros defendiéndola contra las posibles agresiones que pudo
sufrir al principio.
Absolutamente de acuerdo con lo que ustedes dicen en relación con las fuerzas
políticas republicanas. Hemos procurado, en todos los momentos, asociarlas a la
obra del Gobierno y a la lucha. Participan ampliamente en todos los organismos
políticos y administrativos, tanto en los locales como en los provinciales y
nacionales. Lo que ocurre es que ellas mismas no hacen nada para recalcar su
propia personalidad política.
En
cuanto a los intereses y propiedades de los extranjeros, ciudadanos de los
países que no ayudan a los rebeldes, instalados en España, han sido respetados
y puestos bajo el amparo del Gobierno.
Así lo
hemos hecho saber en muchas ocasiones. Y así lo hacemos. Y con toda seguridad
aprovecharé la primera ocasión para repetirlo una vez más a todo el mundo.
Saludos fraternales.
FRANCISCO LARGO CABALLERO
Valencia, 12 de enero de 1937.
Guy Hermet: Los comunistas en España
EL PROCESO CONTRA EL POUM. (Un episodio de la revolución española)
Internacional Comunista
El VII
Congreso de la Internacional Comunista
http://www.filosofia.org/his/1960hp17.htm un
capítulo de la Historia del Partido Comunista de España (Redactada por una
comisión del Comité Central del Partido)
http://www.filosofia.org/his/1960hpce.htm
VI
Congreso del Partido Comunista de España
(28-31 de Enero de 1960)
(28-31 de Enero de 1960)
J.
Dimitrov. La ofensiva del fascismo y las
tareas de la Internacional en la lucha por la unidad de la clase obrera contra
el fascismo
Primera
Edición: Informe ante en VII Congreso Mundial de la Internacional Comunista,
2 de agosto de 1935
José Díaz
Ramos. Tres años de lucha
EL VII CONGRESO DE LA INTERNACIONAL COMUNISTA
SEÑALA EL CAMINO
Discurso
breve en la apertura del VII Congreso Mundial de la Internacional Comunista -
Dolores Ibarruri, la Pasionaria - agosto de 1935
Joan Comorera i Soler
Maksim Litvínov
Palmiro
Togliatti
Palmiro
Togliatti
1893-1964
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