Editorial
Fontamara 1979 Prólogo por Pelai Pagés
Índice
Prólogo
Socialismo y
socialismo
Consideraciones
Preliminares
Socialismo y
nacionalismo
Calma,
calama.. Con los nacionalistas, no; con el nacionalismo, si
Consideraciones
sobre el problema de las nacionalidades
La cuestión
de las nacionalidades y el movimiento obrero revolucionario
Antecedentes
de la teoría proletaria
El marxismo
y los movimientos nacionalistas
Planteamiento
teórico del problema
Qué es la
cuestión nacional
La burguesía
industrial y la pequeña burguesía en la lucha nacional
¿Cuál debe
ser la actitud del proletariado?
La posición
bolchevista
El carácter
de la unidad española
La lucha de
Cataluña por su emancipación.
Anexos
Tesis sobre
las nacionalidades
Tesis sobre
la cuestión de las nacionalidades
El POUM y la
cuestión de las nacionalidades
Prólogo
El presente
volumen recoge la mayor parte de los artículos de divulgación publicados por
Nin con el objetivo de dar a conocer las principales posiciones teóricas del
marxismo sobre la cuestión de las nacionalidades oprimidas y los movimientos de
emancipación nacional, y su adecuación en el estado español. En este sentido,
la importancia del compendio estriba en el hecho de que viene a completar la
obra teórica que publicó en 1935 con el título de Els moviments d'emancipació
nacional 1 .
Hasta poco tiempo antes de su asesinato, en plena vorágine de
la represión stalinista contra el POUM, tras las jornadas de mayo de 1937, Nin
había estado trabajando en dos obras que jamás pudieron ver la luz pública: una
biografía sobre el que fuera íntimo correligionario y amigo entrañable en sus
años de militancia en la CNT, Salvador Seguí, ”El Noi del Sucre”, asesinado por
los pistoleros del sindicalismo libre el 10 de marzo de 1923; y un proyecto,
que acariciaba desde su llegada a España en septiembre de 1930, sobre la
cuestión de las
Publicada en Barcelona por las
Edicions Proa, 1935. La segunda edición catalana en París, Edicions Catalanes
de París, 1970. La primera versión en castellano fue publicada en Barcelona,
por Ed. Fontamara, 1977.
nacionalidades
oprimidas en la Península Ibérica. Las tareas políticas que tuvo que desempeñar
durante la República y la revolución españolas, y su súbita desaparición, le
impidieron culminar unos trabajos que, sin lugar a dudas, hoy serían de un
valor inapreciable para el movimiento obrero y para la lucha de las
nacionalidades ibéricas hacia su emancipación.
La calidad
de los materiales que había recogido, la agudeza crítica de su método de
análisis, la inquebrantable fe de Nin en la revolución y en las masas obreras y
campesinas que debían protagonizarla, quedan reflejados, a pesar de todo, en
los artículos que publicamos. Sus posiciones sobre la cuestión nacional en el
estado español durante la República son ya conocidas: su tesis central defiende
la imperiosa necesidad de que la clase obrera asuma, como única clase
revolucionaria, las reivindicaciones nacionalitarias y encamine a las nacionalidades
oprimidas hacia su liberación, puesto que sólo la clase obrera podía acometer
una tarea que había sido traicionada por la gran burguesía y que estaba siendo
traicionada también por la pequeña burguesía radical, a medida que los
antagonismos de clase se iban agudizando. La revolución democrática, en cuyo
marco debía encuadrarse la autodeterminación de las nacionalidades, sólo podría
ser realizada por el proletariado, quien, tras su conquista del poder,
iniciaría también amplias transformaciones de carácter socialista. Así, la
revolución democrática, en el momento histórico en que quedó planteada su
realización a partir de la crisis de 1930, iba íntimamente relacionada, sin
etapas ni rupturas de ninguna clase, a la revolución socialista.
La mayoría
de artículos que publicó Nin, todos ellos anteriores al inicio de la revolución
de julio de 1936, intentan la plasmación táctica de este planteamiento
estratégico. Partiendo de las fuentes teóricas del marxismo clásico, de Marx,
Engels y Lenin; de la naturaleza de la nación moderna, como producto directo
del capitalismo; de las particularidades de la formación del estado español —
donde la formación del estado precedió al desarrollo capitalista—; y del
carácter de las clases sociales durante el imperialismo, Nin va desgranando,
uno por uno, los problemas con que se enfrentaron las nacionalidades del estado
español durante el desarrollo republicano, hasta la revolución de octubre de
1934.
Sólo en dos
casos la metodología de los análisis de Nin no se ajusta a este planteamiento
ni al momento histórico republicano: se trata de los dos artículos que publicó
en 1914 en ”La Justicia Social” de Reus, durante sus años de militancia en la
Federación Catalana del PSOE. Su inclusión en el presente volumen no es meramente
testimonial, sino que posee una importancia histórica y política de primer
orden: por primera vez en la historia del socialismo español, un socialista
catalán planteaba la necesidad de incorporar la lucha de las nacionalidades
oprimidas en el marco de la lucha por el socialismo. Y lo planteaba a través de
una argumentación que si bien era aún débil desde el punto de vista teórico, en
cambio era irrefutable desde la perspectiva de un análisis de la realidad y de
las circunstancias históricas en que se hallaba Europa en vísperas del inicio
de la primera guerra mundial.
Su primera
contribución armó un considerable revuelo entre los socialistas e inició un
debate en el que Fabra i Ribas se distinguió como opositor y contrincante de
las posiciones de Nin. Las tajantes afirmaciones de Nin de que ”los caracteres
del socialismo no son, ni pueden ser, pura y exclusivamente económicos”, de que
”el problema social no es una simple cuestión de estómago” y de que el
”problema económico” aunque constituye el alma del socialismo ”no deja de
representar más que un aspecto — claro está que el más importante — de la
cuestión social” representaron, sin duda, dardos hirientes contra el
dogmatizado y ortodoxo cuerpo doctrinario de un partido socialista que era
impotente para hacer avanzar los planteamientos teóricos del socialismo
español. Como diría muchos años más tarde Juan Andrade, ”lo que en España ha
pasado por socialismo era una mezcla de obrerismo reformista a secas y de
democratismo pequeñoburgués”, características que se concretaron en el hecho de
que la ”divulgación de los trabajos de Lafargue realizada por los viejos
socialistas era en el fondo sólo la necesidad de dar un barniz teórico a su
política”.2 No es extraño, pues, que cuando Nin intentó plantear la cuestión
nacional, una cuestión que se apartaba de los esquemas teóricos de los
socialistas históricos como Fabra i Ribas, se hallase ante un camino
bloquedado.
Aunque
anunció la necesidad de profundizar en el estudio de los nacionalismos, no
volvió a hacerlo. En agosto de 1915, en plena conflagración mundial, Nin fue
entrevistado por una publicación catalana, ”La Revista”, sobre la posición de
Catalunya ante la guerra, y en este interviu no dudó en afirmar que el problema
de las pequeñas nacionalidades entraba de lleno en la pugna de la guerra
mundial, y que ”si, como parece, son resueltos los pleitos de algunos pueblos
que luchan por su liberación, el ejemplo puede producir una reacción favorable
a nuestro movimiento por parte de quienes aún lo contemplan con indiferencia, y
puede servir asimismo de estímulo a los militantes para emprender una intensa
tarea de nacionalización, de reconstrucción espiritual, indispensable para el
triunfo de la causa de Catalunya”. Tras defender la neutralidad activa de Catalunya
frente a la guerra, una neutralidad que promoviese y propulsase ”soluciones de
los problemas económicos que la conflagración ha planteado, galvanizando el
cuerpo social español y abriendo una vía amplia de discusión serena y
desapasionada de las inquietudes que la guerra ha sugerido en las conciencias”,
concluía el interviu afirmando ”que la constitución actual de los estados en
una continua y permanente amenaza al derecho de las naciones pequeñas y que la
unión de todos los pueblos europeos bajo la forma federativa es la única
garantía de paz duradera”.3
Si bien Nin
no volvió a ocuparse de la cuestión nacional siendo militante del PSOE — y lo
fue hasta 1919—, sus intervenciones sirvieron para que se iniciase una
interesante polémica que se desarrolló en el seno del socialismo español
durante los años 1915 y 1916 y en la que intervinieron entre otros los
socialistas catalanes Martí i Julià y Recasens; y, en último extremo, sirvieron
también para que el PSOE empezase a plantearse la necesidad de asumir las
reivindicaciones de las nacionalidades, aunque quizá fuese sólo por una
cuestión de táctica política. El acuerdo de su XI Congreso, celebrado en
noviembre de 1918, al aprobar la necesidad de una futura ”confederación
republicana de las nacionalidades ibéricas” y su activo apoyo a la campaña en
favor de la autonomía catalana que se realizó en Catalunya durante los meses de
diciembre de 1918 y enero de 1919, son dos claras consecuencias de un debate
que había iniciado Nin a principios de 1914.
Los siguientes artículos de Nin sobre la cuestión nacional se
produjeron ya durante la II República española, con el eje
metodológico-político que ya hemos mencionado, y tras haber asimilado
plenamente el marxismo tanto a nivel teórico como práctico, después de haber
vivido nueve años en la Unión Soviética. En todos ellos, Nin no se limita a
plantear cuestiones de principio, sino que aborda los problemas concretos con
que se encontraron las nacionalidades oprimidas durante la II R.3pública: la
resolución que se dio a la autonomía catalana, las continuas transacciones
realizadas por la pequeña burguesía nacionalista, las tensiones que se
originaron entre el gobierno central y la Generalitat, y la alternativa
socialista, que defendía como única forma para solucionar la opresión nacional.
No es por casualidad que el último
2 Juan Andrade: “La crisis del
partido español como consecuencia de la crisis de la I. C.”, Comunismo, n.° 2,
15 de junio de 1931, p. 24-25.
3 La Revista (Barcelona), n.° 4, 10
de agosto de 1915. Los párrafos transcritos son traducidos del catalán.
artículo lo
publicara en septiembre de 1934, pocos días antes de que estallara la
revolución de octubre en Asturias y de que Companys proclamara el Estado
Catalán en el marco de la República Federal española.
Que la
cuestión de las nacionalidades no es ajena a la dinámica de la lucha de clases,
sino que la lucha por la emancipación nacional es un aspecto de dicha lucha,
quedó plenamente demostrado durante los años de la II República española.
Cuando Nin plantea, como fin estratégico, la formación de una Unión de
Repúblicas Socialistas de Iberia, enmarca un proceso que sólo pueden
protagonizar unas clases sociales determinadas. Cuando en julio de 1936 el
proletariado industrial y los campesinos catalanes derrotaron a los militares
insurrectos contra la República e iniciaron un proceso de transformaciones
revolucionarias, no sólo se aprovecharon del marco autonómico para profundizar
dichas transformaciones, sino que ensancharon enormemente la autonomía catalana
hasta el extremo de romper las limitaciones impuestas por el Estatuto de 1932.
La creación de nuevos organismos institucionales como el Consell de Economia o
el Consell de l'Escola Nova Unificada, y la nueva legislación que surgió en
todos los dominios de la vida pública catalana, son inconcebibles sin una
autonomía muy cercana ya a una plena autodeterminación, y sólo se pudieron
llevar a cabo cuando la clase obrera pasó a ocupar — aunque sólo fuera
coyunturalmente — una posición hegemónica en la sociedad catalana. Es, sin
lugar a dudas, desde esta perspectiva, como Nin aborda la resolución definitiva
de la emancipación de las nacionalidades.
Como
complemento a los artículos de Nin hemos añadido las tesis sobre las
nacionalidades de las dos organizaciones políticas a las que perteneció Nin
durante la República: la Izquierda Comunista de España (ICE) y el Partido
Obrero de Unificación Marxista (POUM); y, además, la de la Federación Comunista
Catalano-Balear (Bloque Obrero y Campesino) dirigida por Maurín. Las
resoluciones de la ICE y del BOC — las dos organizaciones que en septiembre de
1935 se unificaron para formar el POUM — presentan dos conclusiones bastante
diferentes sobre la cuestión nacional, aunque partan de análisis parecidos. La
ICE, adoptando en gran medida las posiciones teóricas que plantea Nin,
condiciona la cuestión de las nacionalidades a los intereses específicos de la
clase obrera y esta perspectiva le hará desentenderse y rechazar los
movimientos nacionalistas de Euskadi (”burgués, reaccionario y clerical”) y de
Galicia (”culturalista”), mientras dará su incondicional apoyo al movimiento
nacional catalán. Para la FCC-B-BOC, que acepta el principio de que las
reivindicaciones nacionales sólo pueden ser resueltas por el proletariado en el
marco revolución democrática, la lucha contra el estado centralista una defensa
del separatismo como factor de descomposición del estado español.
Ambas
resoluciones fueron adoptadas a principios de 1932, en un momento en que aún no
se había aprobado por las Cortes el Estatuto catalán, cuando el desarrollo de
los antagonismos de clase no había alcanzado la conflictividad que le
caracterizaría desde el verano de 1932 y cuando las cuestiones nacionales de
Euskadi y Galicia aún no se planteaban con la urgencia de Catalunya. Ello ayuda
a explicar que ambas organizaciones modificaran progresivamente algunas de sus
tajantes conclusiones, y que cuando ambas se plantearon la unificación, después
de la revolución de octubre de 1934, desaparecieron las divergencias esenciales
sobre una cuestión cuya clarificación imponía la propia dinámica de la
realidad.
PELAI PAGES
Socialismo y nacionalismo1
Consideraciones preliminares
Los
caracteres del socialismo no son, ni pueden ser, pura y exclusivamente,
económicos. El socialismo es la más perfecta y admirable realización del ideal
pedagógico social, en armonía con el fin que a la educación asigna Herbert
Spencer: ”conducir al hombre a la vida completa”
Desgraciadamente
— decía en estos o parecidos términos en estas columnas el compañero Morato –
el principio de la lucha de clases no nos es suficiente para resolver los
múltiples y variados problemas — que la complejidad de la vida social plantea.
El problema
social no es una simple cuestión de estómago. En todo caso, el problema
exclusivamente económico será el fundamental, constituirá el alma del
socialismo, sin el cual éste no tendría razón de existir; pero no deja de
representar más que un aspecto — claro está que el más importante — de la
cuestión social, cuya solución ha de ”conducir” al hombre al pleno goce de la
vida.
He aquí por
qué, después del económico, hay un problema que atrae poderosamente mi
atención, como socialista y como hombre, como simple observador de los hechos y
de los fenómenos sociales y respondiendo a una viva inquietud espiritual: el
problema nacionalista.
Persigue
como fin el nacionalismo — dice Rovira y Virgili — la liberación de los
pueblos. Persigue como fin el socialismo la liberación de los hombres.
La
liberación de los pueblos y la liberación de los hombres producen las más
profundas convulsiones en los países modernos.
No habrá paz
en la tierra hasta que se dé satisfacción a esos inmensos anhelos de libertad
que sienten los pueblos de nuestro siglo.
Nacionalismo
y socialismo son dos términos antitéticos al parecer, pero cuyos fines se
confunden y se complementan recíprocamente, existiendo entre ambos una íntima e
indestructible conexión. Uno y otro amenazan los cimientos mismos de la
sociedad actual. Ninguna doctrina tan revolucionaria como ellas.
Ataca el
nacionalismo la organización y la estructura de los estados, absorbentes,
unitarios, centralistas, tiránicos y dominadores y combate el socialismo el
régimen capitalista, la propiedad privada y la moderna forma de la esclavitud
representada por el salario.
Si el
socialismo lograra, con su esfuerzo, que se derrumbe completamente el único
poder de la burguesía, desapareciendo con él la injusticia de la desigualdad
económica de lo que despreciativamente llamaba con razón Fourier la sociedad
civilizada, el nacionalismo conseguirá, por su acción cada día más viva y más
intensa, vencer en todos sus reductos a la burguesía arrebatándole su fuerza y
su instrumento de opresión más formidables: el estado.
Digno es por demás el problema nacionalista de atraer la
atención nuestra. Así lo han entendido los hombres más eminentes y prestigiosos
del socialismo internacional, que se han ocupado de él con preferencia a otros
muchos, interviniendo incluso algunos de ellos, de una manera decidida, en la
acción y en la obra de los movimientos nacionalistas (el caso de
1 La Justicia Social (Reus), 7 febrero de 1914.
nuestro
camarada flamingand, Huysmans, es ya suficientemente representativo).
En varios
países, los partidos socialistas prestan al nacionalismo su más decidida
colaboración; en otros, tienen un carácter marcadamente nacionalista.
Nadie se
atreverá a negar que merece, cuando menos, esta cuestión, por su inmensa
trascendencia, que sea objeto de nuestra curiosidad y de nuestro estudio.
En el
socialismo español falta quien, desde nuestro punto de vista doctrinal, haya
hablado de este palpitante problema con la amplitud que requiere.
Este vacío
vamos a llenarlo nosotros, lamentándonos de que plumas más autorizadas que la
nuestra no realicen esta misión, desproporcionada, por su importancia y su
complejidad, con la insignificancia de nuestras facultades.
Constituye
para el articulista el más vivo anhelo que alguien tome la palabra en esta
cuestión; que se discuta, que se debata, que se conceda al problema
nacionalista la importancia que indiscutiblemente merece.
Con ello me
daré por suficientemente satisfecho.
Socialismo y nacionalismo1
Calma, calma... Con los
nacionalistas, no; con el nacionalismo, si
Soy un
ferviente admirador de Fabra Ribas. Aprecio en lo mucho que vale su talento, su
acometividad, su actividad inagotable, su espíritu inquieto y batallador, su
inmensa y sincera fe en nuestros ideales. Sigo con profundo interés todos los
detalles de su meritísima labor periodística y aquilato y compruebo en mi
apostolado por Cataluña los óptimos resultados que produce. Comparto con él
casi todas sus opiniones sobre la doctrina, la organización y la táctica del
partido. Su obra merece todos mis entusiasmos y todas mis simpatías. Lamento
que, en una cuestión tan trascendental como la planteada en mi primer artículo
sobre ”Socialismo y nacionalismo”, disienta, el fraternal amigo, de mi
criterio.
Y, ¡válgame
Dios! ¡con qué furia y con qué denuedo arremete contra mi artículo!
Fabra es un
espíritu rígido, dogmático, rectilíneo. Si yo tuviese la afición o la manía de
las filiaciones, generalmente arbitrarias, quizá no dudaría un momento en
pegarle la etiqueta de ”guesdista”. Tiene la acometividad de Guesde, como
asimismo sus concepciones enjutas, duras como el acero. Piensa como el viejo
luchador socialista, pero no siente como Jaurès ni se compenetra con su
flexibilidad de espíritu y su exuberancia sentimental e ideológica.
Así se
comprende que ante mis afirmaciones nacionalistas se revuelva airado, alarmado
por el fantástico temor de que se produzcan escisiones en el partido.
Los
comentarios que ha sugerido a Fabra Ribas mi artículo son a todas luces
apasionados, inspirados por una inconcebible obcecación.
Calma, amigo
Fabra, calma... Razonemos, discutamos, oponga a los míos otros argumentos, pero
no nos apasionemos ciegamente.
Como ya
anuncié en mi primer artículo, me propongo tratar el problema nacionalista con
mucha extensión, con la extensión que, a mi juicio, merece. Me propuse
estudiarlo metódicamente, con calma y serenidad.
De intento,
dejé de publicar el segundo artículo en el número de la semana pasada,
convencido de que alguien terciaría en el debate. Fabra lo ha hecho. Aunque
sólo sea por cortesía, no puedo dejar de contestarle, alterando el orden por mi
preestablecido, pero rogándole que, hasta que dé por terminado mi estudio, se
abstenga de intervenir en la discusión.
Entonces
podremos debatir largamente, con toda la amplitud que requiere el
interesantísimo problema que ha motivado mi artículo.
Ante todo,
amigo cordialísimo, es preciso calmar los nervios... calma, mucha calma...
* * *
Con un
singular aplauso, Fabra afirma que el problema nacionalista no existe para los
socialistas.
A renglón seguido, sostiene ”que el nacionalismo — del cual
yo hablaba en sentido general, sin particularizar — tal como lo entienden los
nacionalistas catalanes, comparado con el
1 La Justicia Social (Reus), 28
febrero de 1914.
socialismo,
puede constituir un bonito tema de conversación para matar el tiempo en una
tertulia aburrida o para distraer los ocios durante las vacaciones veraniegas.”
El problema
nacionalista constituye una realidad viva y palpitante, a cuya influencia no
podemos sustraernos ni como socialistas ni como hombres.
Séame
permitido de nuevo citar textos de nuestro común amigo Rovira y Virgili,
primera autoridad en esta materia. Dice el notable escritor en el prólogo de su
magnífica obra Historia dels moviments nacionalistes:
”Llena la
vieja Europa (el problema nacionalista) de rumores de lucha y la angustia con
peligros crecientes y con difíciles conflictos.
Entra de
lleno en el campo de la cultura, de la civilización, de la biología de las
naciones...
Es toda la
arquitectura y todo el funcionamiento de los estados lo que está en crisis. Es
toda una orientación espiritual lo que camina hacia la bancarrota...”
Para Fabra,
una cosa tan viva y sustancial, un movimiento que produce las más violentas y
profundas convulsiones en los pueblos modernos, no tiene ninguna importancia.
El partido
socialista tiene un programa mínimo, en el cual están consignados el sufragio
universal, la justicia gratuita, la supresión del presupuesto del clero, las
cantinas escolares, la creación de casas de barios y lavaderos públicos
gratuitos, etc.
¿Se atreverá
Fabra a afirmar que la implantación de todas esas reformas significarían una
transformación tan radical y profunda de la sociedad actual como la que
resultaría del triunfo de los ideales nacionalistas?
No lo
entienden de esta manera los socialistas de los otros países. Y siendo así, no
comprendo como Fabra y otros camaradas se empellan en establecer una excepción
cuando de España se trata.
Es
copiosísima la documentación que poseo respecto a este particular. Veamos a
vuela pluma algunos casos.
* * *
En
Finlandia, el año 1905, el partido socialista, en colaboración con los demás
partidos, organizó la huelga general para pedir su autonomía. El paro duró una
semana y, sin derramar ni una gota de sangre, los finlandeses conquistaron la
libertad deseada. El socialismo realizó, en aquellas favorables circunstancias,
progresos formidables. Los 8.300 afiliados con que contaba la socialdemocracia
en el año 1903, ascendieron en 1905 a 45.300 y a 80.000 en 1910.
Al ser de nuevo disuelta la Dieta por el
despótico gobierno moscovita, el Bureau Socialista Internacional publicó un
manifiesto en favor de Finlandia y en la Duma fueron los socialistas rusos los
que con más vigor protestaron del rudo golpe que acababa de asestarse a las
libertades del pueblo finlandés.
El
socialismo austríaco está constituido por seis partidos: el alemán, el checo,
el polaco, el rutemio, el esloveno y el italiano.
Inspirándose
en la fórmula ”Autonomía nacional y unión internacional”, en el congreso
celebrado en Brünn el año 1897 el Partido Socialista austríaco adoptó la
organización federativa. En las elecciones de 1911, los socialistas checos
(nacionalistas a outrance) sacaron triunfantes 25 diputados y los socialistas
centralistas sólo consiguieron hacer triunfar a uno solo de sus candidatos.
De Labriola,
el eminente escritor socialista, son las siguientes palabras, que nosotros no
nos atreveríamos a suscribir:
”El caso de Austria es el más fuerte
argumento en favor de la tesis según la cual los sentimientos nacionales
abrazan y sobrepasan los sentimientos sociales.”
En Polonia,
nuestros camaradas defienden los principios del socialismo internacional, pero
son partidarios de la libertad de su nación.
Cuando en 1901, los alumnos de uno y otro sexo
de las escuelas de Wreschen fueron castigados por negarse a aprender el
catecismo y a entonar los cánticos en alemán, los socialistas de Polonia protestaron
ruidosamente y en el congreso celebrado en Munich el año siguiente se separaron
de los socialistas alemanes.
El caso más
típico y representativo es el de Flandes, donde el problema se reduce casi
exclusivamente a una cuestión de idioma. Es más: el nacionalismo ”flamigand”
tiene un carácter marcadamente católico, opuesto al espíritu liberal y
democrático de Valonia. Así y todo, los socialistas flamencos son plenamente
nacionalistas.
En un mitin
celebrado en Amberes en 1911, nuestro eminente camarada Huysmans, que pertenece
al comité internacional del partido, abrazó al católico Van Canvelaert,
prometiendo solemnemente combatir todo gobierno que no atendiese las
aspiraciones flamencas.
Durante le
mismo año se celebró en Bruselas un ciclo de conferencias sobre el problema de
Flandes.
Tomaron
parte en las mismas oradores flamencos y valones. Huysmans formuló estas
categóricas afirmaciones:
”Nosotros no pedimos. exigimos. La victoria
será de los flamencos. Nosotros somos los más y contamos con la fuerza. Tenemos
lo que vosotros, los valones no tenéis: un ideal.
Somos lo que no sois vosotros: unos
fanáticos.”
Y el
diputado socialista valón, nuestro compañero Destrée, era el que, después, de
una manero rotunda y categórica, negaba que existiese un alma belga y afirmaba
que Bélgica no es una nación, sino un estado político, constituido por la
artificiosa agrupación de dos pueblos, como el valón y el flamenco,
completamente distintos.
En 1912,
fueron los socialistas, en colaboración con los estudiantes, los que
organizaron en Sarajevo (Bosnia) una manifestación en favor de Croacia y de
Hungría, con motivo de la cual se produjeron sangrientos disturbios
Huelga decir
que los socialistas de la Alsacia-Lorena son francamente antianexionistas.
En las
elecciones de 1902 obtuvieron la mayoría en el ayuntamiento de Mulhouse y su
primer acto de gobierno consistió en la introducción de la enseñanza
obligatoria del francés en las escuelas municipales.
En Ucrania
hay dos principales partidos: el moderado y el radical. El primero se contenta
con la autonomía dentro del imperio ruso y el segundo, que defiende principios
esencialmente socialistas, cree en el derrumbamiento del estado ruso actual y
en el resurgimiento de una Ucrania independiente...
¿Será
necesario citar más casos? Llenaríamos columnas y más columnas con datos, con opiniones,
con documentos corroboradores de nuestras afirmaciones.
Con lo
dicho, basta por hoy.
* * *
Fabra
confunde lastimosamente el nacionalismo con los nacionalistas, que son dos
cosas completamente distintas.
Sin haber ni
tan siquiera mentado en mi primer artículo el nacionalismo catalán, el
distinguido escritor, con una energía y una viveza dignas de mejor causa,
arremete contra los explotadores nacionalistas, contra las ”bastillas” de la
cuenca del Ter y del alto Llobregat, contra el sistema de delación practicado
por la Lliga y la Defensa Social...
A renglón
seguido, las emprende contra la izquierda catalana, a la cual ataca duramente
por su alianza con Lerroux...
Conformes,
conformes en un todo con sus apreciaciones, amigo Fabra.
Como usted —
y permítame reproducir lo que me dice en carta particular, haciéndome suyas
todas sus palabras — ”odio y detesto cordialmente a esa clase media catalana
que no supo hacer triunfar la Solidaridad Catalana, que se fue al Congreso para
adoptar los mismos procedimientos que los sicofantes de las demás regiones y
que en 1909 no tuvo.., riñones para afirmarse e imponerse, contribuyendo a
dirigir y encauzar un movimiento que podía haber acabado con la guerra, con el
centralismo y con la monarquía”.
Quizá por
haber convivido con ella, por razón de mi procedencia política, sienta por ella
un odio y un desprecio superiores a los de mi queridísimo amigo y compañero…
Fabra desvía
la cuestión. Yo no hablé para nada ni del nacionalismo catalán ni de los
nacionalistas de Cataluña.
Ya les
tocará su turno en el metódico desarrollo de mi estudio.
Observo que
el artículo me resulta excesivamente extenso y que aún queda mucho por decir.
”Todo se andará”... con paciencia y calma.
Como conclusión
a lo expuesto en estas mal pergeñadas líneas, afirmo que el socialismo es en
todas partes francamente nacionalista; que España constituye, en este sentido,
una lamentable excepción y que el problema nacionalista vive y palpita como
cosa sustancial y humana, a pesar nuestro.
Yo no
relegaré nunca a segundo término el principio de la lucha de clases, como
parece desprenderse de las palabras de Fabra. Cuando me convencí de que ”es la
lucha suprema, una lucha al lado de la cual todas las otras parecen pequeñas
escaramuzas” abandoné las filas de los partidos burgueses y me abracé a la
gloriosa bandera roja de la Internacional.
¡Que
conste!, pero que conste también que no comprendo que, en nombre del
internacionalismo, se combatan las justas aspiraciones de los pueblos
oprimidos, incurriendo por inconcebible paradoja, en pecado de patrioterismo.
...Que nos
pongan todos los motes que quieran pero que no nos llamen españolistas...
Consideraciones sobre el problema de
las nacionalidades1
La nación es
un producto directo de la sociedad capitalista. La historia antigua y medieval
no ha conocido en realidad la nación, sino únicamente gérmenes de la misma. El
fundamento de la nación es el desarrollo del intercambio sobre la base
económica del capitalismo. La nación se desarrolla en la medida en que se
desarrolla el capitalismo, porque es la forma que corresponde a los intereses
de clase de la burguesía. La nación es, pues, un resultante de la aparición y
el desarrollo del capitalismo y se caracteriza por la existencia de relaciones
económicas determinadas, la comunidad de territorio, idioma y cultura.
Los países
que no han entrado en el período del desarrollo capitalista no pueden, en
realidad, ser considerados como naciones. La burguesía nacional tiende en todas
partes a constituirse en estado. El movimiento de emancipación nacional expresa
precisamente esta tendencia.
La formación
de los estados ruso y austrohúngaro pr precedió al desarrollo capitalista. La
unidad establecida fue una unidad absolutista y despótica. En España. la unidad
se produjo en formas parecidas, y por esto Marx, refiriéndose a la misma, ha
podido hablar de estados de tipo asiático. La unidad española ha sido una
unidad artificiosa y despótica, cimentada en la dominación de los elementos
semifeuda1es, los terratenientes y la Iglesia. Esto explica fundamentalmente el
hecho de que sean precisamente los elementos más reaccionarios del país los que
hayan levantado la cruzada contra las aspiraciones nacionales de Cataluña.
Si España
hubiera sido un gran país industrial, sin ningún género de duda el capitalismo
habría realizado su unidad y los problemas nacionales no surgirían con la
acuidad con que se han producido.
El
movimiento surgió en Cataluña, y es allí donde ha adquirido una mayor
profundidad, precisamente porque se trata de un país industrial, cuyos
intereses eran incompatibles con las reminiscencias del feudalismo español. En
este sentido, es movimiento progresivo.
La lucha de
las nacionalidades es uno de los aspectos de la revolución democrática, y por
lo tanto, está íntimamente ligada con la lucha de clases. En dicho movimiento,
como en el democrático en general, la gran burguesía tiende siempre a ceder
ante el poder central. La pequeña burguesía, por el contrario, tiende hacia las
soluciones radicales. El ejemplo de Cataluña es bastante elocuente para que
tengamos que insistir sobre el particular.
El
proletariado no puede desentenderse de la cuestión. En todo movimiento de
emancipación nacional hay un contenido democrático, y el proletariado ha de
sostenerlo incondicionalmente. Enemigo de toda opresión, faltaría al más elemental
de los deberes que su misión histórica le impone si no se levantara contra una
de las formas más acentuadas de opresión, la nacional. ”El principio de las
nacionalidades — dice Lenin — es históricamente inevitable en la sociedad
burguesa, y tomando en consideración esta sociedad, el marxismo reconoce
plenamente la legitimidad de los movimientos nacionales. Pero para que este
reconocimiento no se convierta en una apología del nacionalismo, es preciso que
se limite rigurosamente sólo a lo que hay de progresivo en dichos movimientos,
a fin de que ese reconocimiento no conduzca al oscurecimiento de la conciencia
proletaria por la ideología burguesa.”
Los que so pretexto de defender el internacionalismo combaten
los movimientos de emancipación nacional, en realidad hacen el juego de las
clases explotadoras de la nación
1 Comunismo
(Madrid), n.° 12. Mayo 1932, p. 25-28
dominante.
El revolucionario español que niega el hecho de la nacionalidad catalana y su
derecho a disponer de sus destinos, sostiene prácticamente la absorción de las
demás nacionalidades por la nación a que él pertenece. No hay que confundir La
Internacional con la Marcha de Cádiz. El hecho de que haya movimientos
nacionales reaccionarios no es un motivo para que los comunistas se declaren adversarios
de los mismos en general. Esto sería lo mismo como preconizar la superioridad
de la forma monárquica sobre la republicana por el hecho de que haya repúblicas
más reaccionarias que algunas monarquías.
Antes de la
guerra se manifestaban en el movimiento socialista internacional tres
tendencias principales con respecto a esta cuestión: la de los oportunistas
(los socialistas alemanes y otros), la de la izquierda (Kautsky, os
bolcheviques) y la de la extrema izquierda (Rosa Luxemburg, Radek y los socialistas
polacos). Los primeros sostenían la necesidad de la tutela de los países
avanzados sobre los atrasados. Es, en realidad, el mismo punto de vista que en
nuestro país ha sostenido Pestaña con respecto a Marruecos. La extrema
izquierda adoptaba una posición internacionalista abstracta, y afirmaba que el
proletariado no tenía por qué interesarse por el problema nacional. La posición
de los bolcheviques es la que heredó el Partido Comunista ruso y la Tercera
Internacional y que constituyó uno de los factores que más poderosamente
contribuyeron a la gloriosa victoria del mes de octubre de 1917. ¿Cuál es en el
fondo la posición que el proletariado revolucionario debe adoptar?
Enemigos de
toda opresión, los comunistas deben aceptar todo lo que tenga de democrático el
movimiento nacional y reconocer incondicionalmente el derecho de los pueblos a
disponer de sí mismos. ”Para que las distintas naciones — dice Lenin — puedan
vivir juntas pacíficamente o separarse cuando les convenga, constituyendo
estados distintos, es preciso un democratismo completo, sostenido por la clase
obrera. ¡Ningún privilegio para ninguna nación, ningún privilegio para ninguna
lengua! ¡Ninguna opresión, ninguna injusticia hacia la minoría nacional! He
aquí el principio de la democracia obrera.”
Desde el
punto de vista de la democracia en general, el reconocimiento del derecho a la
separación disminuye los peligros de la disgregación del estado. En general,
los pueblos no se deciden a la separación más que cuando la opresión nacional hace
insoportable la propia existencia y dificulta las relaciones económicas.
El hecho de
que el proletariado proclame el derecho de los pueblos a la autodeterminación
no significa, ni mucho menos, que se identifique con la burguesía nacional, la
cual quiere subordinar los intereses de clase a los nacionales.
Ningún
demócrata sincero — y los comunistas son los demócratas más consecuentes —
puede pronunciarse contra el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos.
Pero esto no significa que se defienda la cosa en sí misma, es decir, que los
comunistas, como lo hace, por ejemplo, el Bloque Obrero y Campesino, se
declaren separatistas. El antídoto más poderoso contra la balcanización de
España, que sería fatal a los intereses económicos de la península, es
precisamente el pleno reconocimiento del derecho a la separación.
La burguesía
no puede resolver el problema de las nacionalidades, como no puede dar solución
a ninguno de los inherentes a la revolución democrática. Una sociedad basada en
la opresión no puede resolver un problema de libertad como es el de las
nacionalidades. La postguerra nos ha dado una prueba elocuente de este aserto.
Como ha dicho un escritor, antes había en Europa una Austria-Hungría. Ahora hay
varias. El problema nacional no ha sido resuelto en ningún país burgués. En
Polonia, los polacos, que representan el 52 por 100 de la población, tienen
sometidos a los ucranianos, los judíos, los rusos blancos, los alemanes. En el nuevo
estado checoslovaco, la nación hegemónica, los checos, que representan el 44
por 100 de la población, tienen sometidos a los alemanes, los eslovacos, los
húngaros y los judíos. En Yugoslavia, los servios constituyen el 42 por 100 de
la población y las minorías nacionales de los croatas, eslovenos, alemanes y
húngaros no gozan de ningún derecho. Y no hablemos ya de los países balcánicos.
Estados artificiales, que viven gracias a la caridad de las grandes potencias
imperialistas para que formen un cinturón alrededor de la Rusia soviética.
Rusia nos
ofrece, en ésta como en otras cuestiones, el ejemplo vivo de la aplicación de
la verdadera táctica del marxismo revolucionario. Contrariamente a lo ocurrido
en 1905, las naciones oprimidas tomaron una participación muy activa en la
revolución de Febrero de 1917, lo cual se explica por la circunstancia de que,
gracias al desarrollo del capitalismo en aquellos doce años, el movimiento
nacional había tomado un extraordinario impulso. Es evidente que, en un
principio, fueron los elementos de la pequeña burguesía los que se pusieron al
frente del movimiento quisieron reemplazar la dominación de la burga?: sía rusa
por la autóctona. Pero gracias principalmente a la acertada política de los
bolcheviques, el movimiento fue evolucionando, y en la Asamblea democrática
convocada por Kerenski la mayoría de los representantes de las nacionalidades
votaron contra la coalición con la burguesía. El gobierno provisional prometió
mucho, pero en la práctica no hizo nada, dejando siempre la cuestión para la
Asamblea Constituyente. En realidad no sólo no cumplió sus promesas, sino que
realizó una política que fundamentalmente se diferenciaba poco de la del
zarismo. Así, por ejemplo, se pronunció contra la decisión de autonomía
adoptada por la Rada ucraniana y disolvió con las armas el Seim finlandés. Es
verdad que reconoció la independencia de Polonia; pero lo hizo cuando este país
estaba ocupado por los alemanes. Fue con motivo de la escandalosa actitud del
gobierno provisional con respecto a Finlandia que Lenin formuló con una
precisión admirable el punto de vista del marxismo revolucionario. Los
demócratas burgueses, coreados por los mencheviques, decían que la cuestión de
las relaciones entre el Seim finlandés y Rusia no podía ser resuelta más que
mediante el acuerdo entre Finlandia y la Asamblea Constituyente. Lenin combatió
enérgicamente este punto de vista, afirmando la libertad de Finlandia de
separarse de Rusia. La fórmula del acuerdo, decía, no resuelve nada, porque
¿qué es lo que se hará si el acuerdo no se logra? El acuerdo no es posible más
que si se proclama el derecho a la separación. Debe haber igualdad de derechos:
Rusia tiene el de no mostrarse de acuerdo, pero, Finlandia también. ¡Qué sorprendente analogía entre el
caso de Finlandia en 1917 y el de Cataluña de 1932!
Los
bolcheviques, al llegar al poder, pusieron inmediatamente en práctica su
programa, proclamando el derecho de los pueblos que formaran antes el imperio a
disponer de sus destinos. Hoy la Unión Soviética es una confederación de
pueblos libres, en la cual el problema nacional en realidad no existe.
* * *
Resumamos
estas consideraciones aplicándolas al caso concreto de España.
La cuestión
catalana no es más que un aspecto de la revolución democrática en general. Esta
revolución ha sido escamoteada y, como consecuencia, se prepara asimismo el
escamoteo de la única solución democrática que se puede dar al problema
catalán: el derecho indiscutible de Cataluña a disponer de si misma, incluso a
separarse de España si ésta es su voluntad. Las Cortes Constituyentes no
resolverán, no puede resolver el problema. La revolución democrática está por
hacer. La lucha continuará. El proletariado, en esta lucha, estará con las
nacionalidades, con su movimiento de emancipación, que tiene un carácter
progresivo, y contra el unitarismo absorbente, que es la reacción, los obreros
de fuera de Cataluña La cuestión catalana no es más que un aspecto de la
revolución democrática en general. Esta revolución ha sido escamoteada y, como
consecuencia, se prepara asimismo el escamoteo de la única solución democrática
que se puede dar al problema catalán: el derecho indiscutible de Cataluña a
disponer de si misma, incluso a separarse de España si ésta es su voluntad. Las
Cortes Constituyentes no resolverán, no puede resolver el problema. La
revolución democrática está por hacer. La lucha continuará. El proletariado, en
esta lucha, estará con las nacionalidades, con su movimiento de emancipación,
que tiene un carácter progresivo, y contra el unitarismo absorbente, que es la
reacción, los obreros de fuera de Cataluña.
La cuestión de las nacionalidades y
el movimiento obrero revolucionario 1
Antecedentes de la teoría proletaria
El problema
de la emancipación de las nacionalidades oprimidas, particularmente agudizado
después de la guerra imperialista de 1914-1918, que destruyó el monstruoso
imperio plurinacional austrohúngaro a cambio de la balcanización de Europa,
ofrece indiscutible interés para el movimiento obrero, y especialmente para el
de aquellos países que, como España, lo tienen planteado de un modo tan vivo
que la indiferencia ante el mismo es completamente inadmisible. El proletariado
ha de adoptar ante esta cuestión una actitud clara y definida.
Por fortuna,
gracias principalmente a la aportación valiosísima de Lenin, cuenta con una
teoría sólidamente cimentada que puede servirle de guía insustituible para la
acción. Esa teoría, a la cual dio cima el fundador del bolchevismo, ha sido el
resultado de un prolongado proceso de elaboración, cuyos inicios hay que buscar
en la turbulenta época de los años 40 del siglo pasado y en la reacción ante
los acontecimientos que la caracterizaron, de los grandes revolucionarios que
echaron los cimientos del movimiento obrero internacional.
Las ideas de
los fundadores del socialismo científico sobre los movimientos nacionales no
constituyen un cuerpo de doctrina estructurado. En realidad, no consagraron al
problema una gran atención. La época en que vivían tenía otras exigencias. En
el período de la revolución de 1848 todo el esfuerzo se reducía a obtener la
mayor concentración posible de las fuerzas de la revolución. Por esto, Marx y
Engels se pronunciaban resueltamente, por ejemplo, contra el movimiento
nacional de los eslavos, que hacían el juego a la reacción y contribuían
activamente a ahogar el impulso revolucionario de las masas populares.
De las ideas
que aparecen dispersas en sus trabajos teóricos y políticos y en su
correspondencia, que, dicho sea de paso, constituye un caudal inagotable de
enseñanzas, se desprenden, sin embargo, las líneas generales de una actitud
firme y clara. Esas premisas teóricas iniciales constituyen la piedra angular
en que reposa la doctrina que, con respecto a la cuestión de las nacionalidades
oprimidas, sustenta actualmente el marxismo revolucionario.
La idea
central de Marx y Engels era la subordinación de todos los problemas a los
intereses generales de la revolución. Su actitud ante los movimientos
nacionales no podía escapar a esta norma fundamental e inquebrantable. Así,
cuando Marx preconiza la necesidad de la liberación de Irlanda, no parte de los
intereses de la nación irlandesa, sino de los del proletariado. ”La clase
obrera inglesa — decía a Kugelmann en su carta del 29 de diciembre de 1.869 —
debe no sólo ayudar a Irlanda, sino tomar la iniciativa de la abolición del
pacto de 1801 y su substitución por una unión libre basada en el principio
federal. El proletariado inglés debe preconizar esta política, no por simpatía
hacia los irlandeses, sino porque es necesaria desde el punto de vista de sus
propios intereses. Si no lo hace así, el pueblo inglés se convertirá en un
auxiliar de las clases dominantes, porque tendrá que obrar junto con él contra
Irlanda.”
Engels, por su parte, escribía a Bernstein en 1891, con
motivo de la insurrección de Dalmacia: ”Hemos de trabajar por la emancipación
del proletariado occidental. Todo lo demás ha de
1 Comunismo
(Madrid), n.° 37. Agosto 1934, p. 22-26.
subordinarse
a este fin. Por interesantes que sean los pueblos balcánicos y otros análogos,
no quiero saber nada de ellos si sus anhelos de emancipación chocan con los
intereses del proletariado. Los alsacianos también son víctimas de la opresión.
Pero si en vísperas de una revolución que con toda evidencia se aproxima,
provocan una guerra entre Francia y Alemania, lanzan a un pueblo contra otro y
con ello retrasan la revolución, les digo: ”¡Deteneos! Tened paciencia,
mientras la tenga el proletariado. Si éste se emancipa, vosotros también seréis
libres; pero, entretanto, no toleraremos que echéis a perder la causa del
proletariado combatiente.”
La posición
de Marx y Engels podía resumirse así: actitud democrática consecuente ante el
problema nacional, apoyo incondicional a todo lo que éste tenga de progresivo y
sirva los intereses generales del proletariado. Pero, al mismo tiempo,
afirmación de la unidad de la clase explotada por encima de los intereses
nacionales. Toda desviación del democratismo consecuente, en este aspecto, lo
consideraban como una desviación burguesa y reaccionaria, y, de la misma
manera, toda desviación de los principios de la unidad del proletariado la
consideraban como una manifestación de la influencia burguesa sobre este
último, como una reminiscencia del nacionalismo burgués. Por esto reaccionaban
con idéntica energía, tanto contra los que, como Proudhon, en nombre de un
internacionalismo abstracto, consideraban que la cuestión nacional era un
”prejuicio burgués” como contra los que subordinaban a los intereses nacionales
la causa del proletariado.
En una carta
del 29 de junio de 1866, Marx, refiriéndose a Lafargue, revolucionario de la
primera categoría, que en una reunión del Consejo General de la I Internacional
había negado las nacionalidades, decía Engels que Lafargue, sin darse cuenta de
ello, entendía por ”negación de las nacionalidades” la absorción de todas éstas
por la nación francesa. Para el inmortal autor del Capital, este
internacionalismo era una monstruosa mixtificación, completamente inadmisible.
El principio
de la unidad proletaria, de la comunidad de intereses de los obreros de las
distintas naciones, es afirmado con particular relieve ea las siguientes
líneas, que entresacamos de una carta de Engels al líder socialdemócrata
austríaco Víctor Adler: ”Hoy sabemos lo que los obreros de Bohemia de las dos
nacionalidades no hacían más que sentir: el odio entre las nacionalidades no es
posible más que bajo la dominación de los señores feudales, grandes
propietarios y capitalistas. Este odio sirve para perpetuar esta dominación.
Los obreros checos y alemanes tienen los mismos intereses comunes. Tan pronto
como la clase obrera llegue al poder, queda suprimido todo pretexto para las
querellas nacionales. Pues la clase obrera es internacional por su naturaleza
misma.”
A la luz de
esta actitud dialéctica se comprenden perfectamente las contradicciones que, a
los ojos de un observador superficial, aparecían en la posición de Marx y
Engels ante los distintos problemas nacionales planteados en Europa en la época
en que vivieron. De acuerdo con esta actitud, sostienen el derecho indiscutible
de Irlanda a su emancipación del yugo inglés, se pronuncian decididamente por
la unidad y la liberación de Italia, subrayan la inconsistencia y la inanidad
histórica de un movimiento nacional en el sur de Francia, combaten el
paneslavismo como elemento de reacción, afirman el carácter progresivo de la
unidad alemana para cambiar radicalmente de actitud cuando París proclama la
Commune en 1871 y, finalmente, se solidarizan con la lucha de Polonia por su
emancipación, sin que ello sea un obstáculo para que más tarde rectifiquen
hasta cierto punto su posición cuando surge en Rusia un movimiento
revolucionario de una cierta potencia.
Los dos
grandes problemas nacionales que más agitaban a Europa a mediados del siglo pasado
eran el de Irlanda y el de Polonia. Que Marx y Engels les dedicaran especial
atención se explica perfectamente.
Hemos visto
ya, por lo que a Irlanda se refiere, que preconizaban como solución la
federación libre con Inglaterra. Pero conviene tener en cuenta que, fieles a su
democratismo consecuente, consideraban al mismo tiempo completamente
indiscutible el derecho de Irlanda a la separación en el caso dé que fuera
imposible llegar a un acuerdo.
En una carta
sobre el problema irlandés, dirigida en nombre del Consejo General de la I
Internacional al comité de Ginebra, Marx expone su punto de vista con singular
claridad. Por su extraordinaria importancia, reproducimos a continuación los
párrafos esenciales de dicho documento:
”Si Inglaterra — dice Marx — es el
reducto del landlordismo 2 y del capitalismo europeos, el único punto desde el
cual se puede asestar un golpe decisivo a la Inglaterra oficial es Irlanda.
Ante todo, Irlanda es el reducto del landlordismo inglés. Si éste cae en
Irlanda, caerá inevitablemente en Inglaterra. En Irlanda esta operación es cien
veces más fácil, porque en dicho país la lucha económica se concentra
exclusivamente en la propiedad agraria. Dicha lucha es, al mismo tiempo,
nacional, y el pueblo es más revolucionario y está más irritado en Irlanda que
en Inglaterra. El landlordismo en Irlanda se halla apoyado únicamente por el
ejército inglés. En el momento en que cese la unión forzada de estos dos países,
estallará en Irlanda la revolución social, aunque sea bajo formas anticuadas.
El landlordismo inglés perderá no sólo una fuente considerable de sus riquezas,
sino también una fuente importantísima de su fuerza moral en calidad de
representante de la dominación de Inglaterra sobre Irlanda. De otra parte, el
proletariado inglés hace invulnerables a sus landlord en Inglaterra mientras
deje intacto su poderío en Irlanda.
Además, la burguesía inglesa no sólo
explota la miseria irlandesa para empeorar la situación de la clase obrera en
Inglaterra mediante la emigración forzada de los indigentes irlandeses, sino
que ha dividido al proletariado en dos campos antagónicos. En todos los grandes
centros industriales de Inglaterra existe un profundo antagonismo entre el
proletariado inglés e irlandés. El obrero inglés medio odia al irlandés como a
un competidor que desprecia los salarios y rebaja el nivel de vida. Siente por
él un odio nacional y religioso... La burguesía cultiva artificialmente este
antagonismo, porque sabe que en él radica el secreto de la conservación de su
poderío. Este antagonismo se manifiesta, asimismo, en la otra parte del
Atlántico. Expulsados de la tierra natal por los bueyes y las ovejas3 ), los
irlandeses se trasladan a los Estados Unidos, donde constituyen una parte
considerable de la población. Su único pensamiento, su única pasión, es el odio
hacia los ingleses. Los gobiernos inglés y norteamericano, esto es, las clases
que representan, cultivan este odio con el fin de eternizar las contradicciones
internacionales, que constituyen un obstáculo a una unión seria y honrada entre
la clase obrera de los dos países, y, como consecuencia de ello, un obstáculo a
su emancipación común... Irlanda representa en la actualidad lo que
representaba, en proporciones mucho mayores, la antigua Roma. El pueblo que
esclaviza a otro, forja sus propias cadenas. El punto de vista de la
Asociación Internacional de Trabajadores sobre la cuestión irlandesa es, por
consiguiente, muy claro. Su misión principal es acelerar la revolución social
en Inglaterra. Con este fin, hay que asestar un golpe definitivo en Irlanda.”
Ya nos perdonará el lector la extensión de este extracto en
gracia a su importancia y a la claridad insuperable con que Marx expone su
apreciación del problema irlandés. La reproducción de estas líneas es, además,
tanto más necesaria cuanto pertenecen a un texto completamente desconocido en
nuestro país y bastan para precisar el criterio marxista respecto a los
movimientos de emancipación nacional.
2 Landlord,
gran terrateniente.
3 Los
terratenientes ingleses utilizan para pastos las tierras de que expulsan a los
campesinos irlandeses.
Marx y
Engels fundamentan su actitud ante el movimiento nacional polaco en el papel
desempeñado por este último como uno de los factores más decisivos de la lucha
contra el zarismo y por el triunfo de la revolución. Una Polonia democrática
sería, a su juicio, el reducto de la democracia europea contra Rusia. Pero la
lucha por la independencia de la nación polaca debía estar íntimamente ligada
con la lucha general revolucionaria de las masas populares y, muy
particularmente, con la revolución rusa. La independencia de Polonia y la
revolución rusa son dos cosas que se condicionan mutuamente. En la medida en
que el movimiento polaco de emancipación nacional se convertía en la causa de
todos los pueblos oprimidos y constituía por consiguiente, un factor
progresivo, debía ser calurosamente apoyado. Polonia, por sus condiciones
sociales especiales, se convertía en una parte revolucionaria de Rusia, Austria
y Prusia. ”Mientras nosotros, los alemanes — decía Marx—, ayudemos a oprimir a
Polonia, mientras mantengamos una parte de Polonia adscrita a Alemania,
quedamos atados a Rusia y a la política rusa y no podemos emanciparnos, en nuestro
propio país, del absolutismo feudal. La creación de una Polonia democrática es
la primera condición de la creación de una Alemania democrática.”
En 1851,
Engels había expresado sus dudas a Marx sobre la significación histórica de
Polonia, que consideraba transitoria ”hasta la revolución agraria en Rusia”4 ;
pero, sin embargo, esto no le impide adoptar, años más tarde, una actitud de
cálida simpatía cuando Polonia se agita y no ha despertado todavía en Rusia el
movimiento revolucionario. ”La Rusia oficial — dice en su artículo del
Volkstaat del 11 de junio de 1874 — sigue siendo el reducto y el refugio de
toda la reacción europea, y su ejército, la reserva de los demás ejércitos de
Europa que protegen el régimen social fundado en la opresión de la clase
obrera. Los primeros que chocarán con ese inmenso ejército serán los obreros
alemanes, tanto del imperio germánico como de Austria. Mientras los rusos estén
tras la espalda de la burguesía austríaca y alemana, de los gobiernos austríaco
y alemán, el movimiento obrero alemán estará paralizado. Por esto nosotros, los
alemanes, estamos más interesados que nadie en librarnos del yugo de la
reacción y del ejército ruso. Y en esta causa no tenemos más que un aliado
seguro en todas las circunstancias. Este aliado es el pueblo polaco... Polonia
demostró en 1863 y sigue demostrando todos los días que no es posible
destruirla. Su derecho a una existencia independiente en el seno de la familia
de los pueblos europeos es indiscutible. Pero la liberación de Polonia es
particularmente necesaria para dos pueblos: para los alemanes y para los
propios rusos. El pueblo que oprime a otro no se puede emancipar a sí mismo. La
fuerza que necesita para la opresión de los demás se vuelve, al fin y al cabo,
contra él mismo. Mientras en Polonia haya soldados rusos, no se puede esperar
ni la emancipación política ni la emancipación social del pueblo ruso. Pero en
el estado actual de Rusia es indudable que el día que Polonia se emancipe, el
movimiento será en Rusia suficientemente fuerte para derribar el orden de cosas
existente.”
La actitud de Marx y Engels ante los problemas nacionales
planteados en Europa se inspira, pues, constantemente en los intereses
superiores de la causa revolucionaria. Es una actitud que se halla tan lejos del
nacionalismo burgués, limitado, chovinista, que tiende a sustituir la lucha de
clases por la unidad nacional superior, como del internacionalismo abstracto
que, inconscientemente, sirve de tapadera a la política de opresión nacional.
En la época en que
4 ”No se puede suponer ni por
un-instante que Polonia, incluso contra Rusia, represente un progreso o tenga
una importancia histórica cualquiera. En Rusia hay más elementos de
civilización, instrucción, industria, burguesía, que en la Polonia soñolienta.
¿Qué significan Varsovia y Cracovia frente a Petersburgo, Moscú, Odesa?” (Carta
de Engels a Marx del 23 de mayo de 1851.)
vivieron los
fundadores de la teoría revolucionaria del proletariado, los movimientos de
emancipación nacional en Europa giraban alrededor de Irlanda, Polonia y de la
existencia del monstruoso imperio austrohúngaro. La posición de Marx y Engels
ante estos problemas está subordinada a la lucha por la transformación
democrática de Europa, que halla su expresión más característica en las revoluciones
de 1848. Sólo a la luz de esta circunstancia se podrán apreciar justamente las
líneas generales de esta posición, que, con referencia a la situación europea,
y para poner fin a estas líneas, se puede resumir así:
1.o
Austria-Hungría, cuya existencia, según la expresión de Engels, era una
vergüenza y una ignominia, había de dejar de existir, cediendo a Alemania e
Italia todas las partes' de territorio que eran necesarias a estos países para
su unificación nacional.
2.o La
reconstrucción de la Polonia democrática independiente había de ser el reducto
de la democracia europea contra la Rusia zarista y la serial de la revolución
rusa.
3.o La
liberación de Irlanda debía de ser el golpe decisivo contra la oligarquía
burguesterrateniente de Inglaterra.
El marxismo y los movimientos
nacionalistas 1
El pueblo que oprime a otro no puede
ser libre.
Karl Marx
Igualdad completa de derechos para
todas las naciones; derecho de las naciones a disponer libremente de sus
destinos; fusión de los obreros de todas las naciones. Éste es el programa que
el marxismo y la experiencia de Rusia y de todo el mundo enseña a los obreros.
V I Lenin
Planteamiento teórico del problema
La
revolución social no se desarrolla en línea recta, no es el Grand Soir con que
soñaban los revolucionarios ingenuos del siglo XIX, la caída espectacular del
régimen capitalista en virtud de un acto de fuerza breve y certero y la
sustitución casi automática del viejo orden de cosas por una sociedad más justa
y más humana, surgida de la noche a la mañana, con todos los atributos de un
mecanismo perfecto y regular.
Por
asombroso que parezca, en nuestros días, a pesar de la experiencia decisiva de
los últimos años, esa concepción ingenua y falsa sobrevive todavía en la
conciencia de muchos militantes del movimiento obrero, lo cual les impulsa a
rechazar todas aquellas acciones que no persigan como fin inmediato esa
”revolución” miraculosa que en veinticuatro horas ha de realizar la
transformación catastrófica y radical de la sociedad. Los ”revolucionarios” de
esa categoría — ni que decir tiene — reservan el mayor de los desprecios o la
indiferencia más absoluta a problemas tales como el de la emancipación de las
nacionalidades oprimidas.
Y, sin
embargo, los movimientos nacionales desempeñan un papel de primer orden en el
desarrollo de la revolución democráticoburguesa, arrastran a la lucha a masas
inmensas y constituyen un factor revolucionario poderosísimo que el
proletariado no puede dejar de tener en cuenta, sobre todo en países como el
nuestro, en que dicha revolución no ha sido realizada todavía. Volver la
espalda hacia esos movimientos, adoptar una actitud de indiferencia ante los
mismos, es hacer el juego al nacionalismo opresor y reaccionario, aunque se
pretenda cubrir dicha actitud con la capa del internacionalismo. La posición
del proletariado ha de ser, a este respecto, clara y concreta e inspirarse en
el propósito de estrechar los lazos de solidaridad entre los obreros de las
distintas naciones que forman el estado e impulsar la revolución hacia
adelante.
Qué es la cuestión nacional
El
fundamento económico de la nación es el desarrollo del intercambio sobre la
base de la economía capitalista. La existencia de relaciones económicas
determinadas, la comunidad de territorio, de idioma y de cultura constituyen
los rasgos característicos de la nación. Se puede afirmar, por consiguiente,
que la nación, en el verdadero sentido de la palabra, es un producto directo de
la sociedad capitalista. Las unidades políticas y territoriales de la antigüedad
y de la edad media no eran más que naciones en germen. Los países que no han
entrado todavía en el período de desarrollo capitalista no pueden ser
considerados, propiamente, como naciones.
La burguesía tiende a constituirse en estado nacional porque
es la forma que mejor responde a sus intereses y que garantiza un mayor
desarrollo del capitalismo. Los movimientos de emancipación nacional expresan
esta tendencia, y en los estados plurinacionales, en que el
1 Leviatán,
n.° 5. Septiembre de 1934, p. 39-47.
poder está
ejercido por los grandes terratenientes, adquieren una amplitud y una
virulencia particulares. En este sentido, se puede decir que no representan más
que un aspecto de la lucha general contra las supervivencias feudales y por la
democracia. La historia nos demuestra, en efecto, que la lucha nacional ha
coincidido siempre con la lucha contra el feudalismo.
Cuando la
creación de los grandes estados ha correspondido al desenvolvimiento
capitalista, ha constituido un hecho progresivo. Alemania, para citar sólo uno
de los casos más típicos, nos ofrece un ejemplo elocuente de ello. Cuando la
formación de los grandes estados precede al desenvolvimiento capitalista, la
unidad resultante es una unidad regresiva, despótica, de tipo asiático, que
contiene, en vez de favorecer, el desarrollo de las fuerzas productivas. Los
ejemplos más característicos de este tipo de unidad los hallamos en los ex
imperios ruso y austrohúngaro y en España. Por ello, en estos países la lucha
por la emancipación nacional ha adquirido caracteres tan agudos y una
importancia tan enorme como factor revolucionario.
La burguesía industrial y la pequeña
burguesía en la lucha nacional
En el
transcurso de las revoluciones burguesas del siglo XX, los países capitalistas
más importantes de Europa resolvieron su problema nacional; pero éste subsistió
en los estados plurinacionales que no habían realizado todavía su revolución
democraticoburguesa. En los movimientos de emancipación nacional las distintas
clases sociales actúan con las mismas características que las distinguen en la
lucha general por las reivindicaciones democráticas, de las cuales aquéllos no
son más que un aspecto.
Los
intereses de la economía capitalista impulsan a la burguesía a luchar contra
las reminiscencias feudales que constituyen un obstáculo a su avance triunfal;
pero esta lucha se desarrolla en condiciones históricas muy distintas de las
que caracterizaron a las épocas de las revoluciones burguesas anteriores. La
burguesía era entonces todavía una fuerza progresiva, cuya consolidación
coincidía con los intereses generales de la humanidad. Hoy es una fuerza
regresiva, cuya persistencia constituye un peligro para dichos intereses, con
los cuales se halla en abierta contradicción. Entonces la burguesía realizaba
su misión histórica, con la ayuda directa de las masas obreras y campesinas,
sin la cual le hubiera sido imposible triunfar. Hoy, el proletariado tiene una
conciencia de clase incomparablemente más elevada, numéricamente es mucho más
fuerte, y si bien tiene un interés vital en resolver los problemas
fundamentales de la revolución democráticoburguesa, considera esta revolución
como etapa indispensable para seguir avanzando en el sentido de las
realizaciones de carácter socialista y no está dispuesto a lanzarse al combate
en provecho exclusivo de la dominación burguesa. En cuanto a los campesinos,
los términos del problema han variado asimismo fundamentalmente. La cuestión de
la tierra, como es sabido, puede ser considerada como la piedra angular de la revolución
burguesa. En el período anterior, la burguesía capitalista podía atacar, sin
consecuencias para su propia dominación, el derecho de propiedad de los grandes
terratenientes, cuyo poderío tenía interés en destruir. Hoy, ante el miedo de
que ese ataque estimule la ofensiva proletaria contra el derecho de propiedad
privada en general, se vuelve precavida, y su actitud ante el problema de la
tierra se convierte en conservadora y regresiva.
La
burguesía, pues, en las circunstancias históricas actuales, no puede resolver
los problemas fundamentales de su propia revolución y, por consiguiente, el de
la emancipación nacional, y en los momentos decisivos, cuando entran en acción
grandes masas populares, aterrorizada ante las posibles consecuencias de la misma,
retrocede y se apresura a pactar con los elementos semifeudales. En la mayor
parte de los casos, esta defección de la gran burguesía provoca una reacción
popular que determina el desplazamiento de la dirección del movimiento nacional
hacia la pequeña burguesía. Su fraseología pomposa y radical, sus actitudes
exteriormente revolucionarias, su intransigencia verbal, le atraen la simpatía
y la confianza populares. Pero las fallas fundamentales de esa clase no tardan
en manifestarse. Clase vacilante e indecisa, como reflejo de la situación
intermedia que ocupa en la economía capitalista, su revolucionarismo se
deshincha rápida y lamentablemente; presa de pánico ante las consecuencias y
las responsabilidades de un alzamiento nacional, se agarra ansiosamente a la
primera fórmula conciliatoria que se le ofrece, y el movimiento nacional, bajo
la dirección de la pequeña burguesía, corre la misma suerte que la revolución
democrática en general.
¿Cuál debe ser la actitud del
proletariado?
Queda otro
factor: el proletariado. Esta clase, por su naturaleza y por la misión que la
historia le reserva, está llamada a realizar lo que ni la gran burguesía ni la
pequeña son capaces de hacer: la revolución democráticoburguesa. Sólo él puede,
por consiguiente, resolver radicalmente el problema nacional. Pero para ello es
preciso que adopte una actitud clara y definida ante él. La tradición del
marxismo le señala, en este sentido, una orientación precisa.
Marx y
Engels subrayaron repetidamente el papel progresivo de los movimientos de
emancipación nacional y, muy particularmente, la inmensa importancia
revolucionaria de la lucha de Polonia e Irlanda. La indiferencia ante esos
movimientos representaba, a su juicio, un apoyo directo al chovinismo opresor,
fuente del poder de clase de la burguesía de la nación dominante. Por esto —
afirmaba Marx —, ”la victoria del proletariado sobre la burguesía es al mismo
tiempo la victoria sobre las rivalidades nacionales que actualmente oponen a
unos pueblos contra otros. La victoria del proletariado sobre la burguesía es
al mismo tiempo la señal de la emancipación de todas las naciones oprimidas”
En la
Internacional Socialista de antes de la guerra la cuestión nacional fue objeto
de vivos y apasionados debates. El congreso de Londres de 1896 concretó en una
resolución el criterio de la mayoría de la socialdemocracia. ”El Congreso se
pronuncia — decía la mencionada resolución — por el derecho absoluto de todas
las naciones a disponer de sus destinos y expresa su simpatía por los obreros
de todos los países que sufren actualmente el yugo del absolutismo militar o
nacional. El congreso invita a los obreros de todos estos países a entrar en
las filas de los obreros conscientes de todo el mundo, a fin de luchar junto
con ellos por la supresión del capitalismo internacional y la realización de
los objetivos perseguidos por la socialdemocracia.” El congreso, al adoptar
este punto de vista, rechazó, tanto el de los socialistas polacos del RPS, que
preconizaban la inclusión de la independencia de Polonia en el programa de la
Internacional, como el de Rosa Luxemburg, que consideraba que la
socialdemocracia nada tenía que ver con la cuestión nacional. Esa posición fue
la que fundamentalmente sostuvieron la mayoría del ala izquierda de la
Internacional y, muy particularmente, los bolcheviques rusos, que la llevaron
hasta sus últimas consecuencias con un inflexible rigor lógico.
La posición bolchevista
Marx y
Engels se habían ocupado de la cuestión sólo de un modo episódico y accidental.
Lenin nos ha legado, en cambio, una serie de trabajos teóricos que constituyen
una doctrina bien trabada, y son una aplicación magistral del método marxista a
las situaciones históricas concretas. Resumiremos sucintamente la posición
clásica del bolchevismo, elaborada antes de la guerra y traducida en
realización práctica después de la revolución de octubre.
Todo
movimiento nacional tiene un contenido democrático que el proletariado ha de
sostener sin reservas. Una clase que combate encarnizadamente todas las formas
de opresión no puede mostrarse indiferente ante la opresión nacional; no puede,
con ningún pretexto, desentenderse del problema. La posición
seudointernacionalista, que niega el hecho nacional y preconiza la constitución
de grandes unidades, sostiene prácticamente la absorción de las pequeñas
naciones por las grandes, y, por lo tanto, la opresión. El proletariado no
puede tener más que una actitud: apoyar el derecho indiscutible de los pueblos
a disponer libremente de sus destinos y a constituirse en estado independiente
si ésta es su voluntad.
”¡Ningún privilegio para ninguna
nación, ningún privilegio para ningún idioma! ¡Ninguna opresión, ninguna
injusticia hacia la minoría nacional! He aquí el programa de la democracia
obrera” (Lenin).
Pero el
reconocimiento del derecho indiscutible a la separación no implica, ni mucho
menos, la propaganda en favor de la misma en todas las circunstancias, ni el
considerarla invariablemente corno un hecho progresivo. El reconocimiento de
este derecho disminuye los peligros de disgregación y cimenta la solidaridad
indispensable entre los trabajadores de las distintas naciones que integran el
estado. Al sotener este derecho, el proletariado no se identifica con la
burguesía nacional, que quiere subordinar los intereses de clase a los
intereses nacionales, ni con las clases privilegiadas de la nación dominante,
que quieren convertir a los obreros en cómplices de la política de opresión
nacional.
La lucha por
el derecho de los pueblos a la independencia no presupone, ni mucho menos, la
disgregación de los obreros de las distintas naciones que forman el estado,
mediante la existencia de organizaciones independientes. El bolchevismo ha
sostenido siempre la necesidad primordial de la unión de los trabajadores de
dichas naciones para la lucha común por la democracia y ha combatido
acerbamente toda tendencia conducente a dar al partido del proletariado una
estructura federalista. Y así, el Partido Bolchevique, que practicó una
política nacionalitaria consecuente, fue siempre una organización esencialmente
centralista.
Esta
política es la única susceptible de garantizar el derecho absoluto de las
naciones a decidir de su suerte, de destruir los chovinismos unitario y
nacionalista, de acabar con las rivalidades entre los pueblos, de sellar la
unión del proletariado y de sentar las bases sólidas en que han de cimentarse
las futuras confederaciones de pueblos libres. El ejemplo vivo de la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas es la demostración práctica más elocuente de
la excelencia de dicha política. Pero este ejemplo ha venido precisamente a
evidenciar que la cuestión de las nacionalidades, como todos los problemas de
la revolución democraticoburguesa, no puede ser resuelta más que por la
revolución social y la instauración de la dictadura del proletariado. Que no lo
olviden las masas campesinas y semiproletarias de las naciones oprimidas que
abrigan todavía la esperanza en una solución radical del problema en el marco
de la democracia burguesa.
El carácter de la unidad española
Existen en
España dos movimientos de emancipación nacional de vitalidad indudable: el de
Cataluña y el de Euskadi. El de Galicia, por el momento, no es más que un
balbuceo regionalista, falto del calor de las grandes masas, y refugiado, por
ello, en los cenáculos literarios y en las academias. Para que se convierta en
un movimiento nacional, en el verdadero sentido de la palabra, le faltan las
premisas económicas necesarias. En todo caso, hoy no es todavía una realidad y,
mientras no lo sea, carece de interés para los marxistas, los cuales deben
operar siempre con hechos. De Euskadi hablaremos en otra ocasión. Por hoy,
nos limitamos a examinar
someramente, aplicándole el criterio teórico esbozado, el problema concreto de
Cataluña.
España, como
hemos indicado ya más arriba, pertenece a la categoría de los estados
plurinacionales, cuya formación ha precedido al desenvolvimiento capitalista.
En todos los grandes estados de Europa — como hace observar Marx en sus
luminosos estudios sobre la revolución española — las grandes monarquías se
crearon sobre las ruinas de las clases feudales, la aristocracia y las
ciudades. En los demás países, ”la monarquía absoluta apareció como un centro
de civilización, como un agente de unidad social. Fue como un laboratorio en el
cual los distintos elementos de la sociedad se mezclaron y transformaron, hasta
tal punto que les fue posible a las ciudades sustituir su independencia
medieval por la superioridad y la dominación burguesa”.2 En cambio, en España
la monarquía absoluta ”hizo todo cuanto dependió de ella para entorpecer el
aumento de los intereses sociales, que trae aparejada consigo la división
natural del trabajo y una circulación industrial múltiple, y así suprimió la
única base sobre la cual podía ser fundado un sistema unificado de gobierno y
de legislación común. He aquí por qué la monarquía absoluta española puede ser
más bien equiparada al despotismo asiático que comparada con los otros estados
europeos”.3 .
La poderosa
inteligencia de Marx señaló magistralmente, en estas líneas, el carácter
regresivo de la unidad española, en el cual hay que buscar la causa de su
inconsciencia y de la agudeza extraordinaria adquirida por los problemas de
emancipación nacional. A la luz de esta interpretación y de las consideraciones
expuestas en la primera parte de este estudio, aparecerán claramente los
motivos por los cuales los focos más considerables del movimiento de liberación
nacional se han concentrado, principalmente, en Cataluña y en Euskadi, es
decir, en los dos centros industriales más importantes del país.
La lucha de Cataluña por su
emancipación
Si los
rasgos distintivos de una nación los constituyen la existencia de relaciones
económicas determinadas, la comunidad de territorio, de idioma y de cultura,
Cataluña es indudablemente una nación. Cataluña, cuna de una burguesía
comercial poderosa, entra desde los primeros momentos en lucha con el estado
unitario español, representado por las castas parasitarias y feudales. Y
cuando, como consecuencia del descubrimiento de América, el Mediterráneo pierde
su importancia comercial y se prohíbe a los catalanes comerciar con el Nuevo
Mundo, la decadencia de la burguesía determina un colapso en el desarrollo
económico y cultural del país.
Con la aparición de la industria y de la burguesía
industrial, se acentúa el antagonismo con la oligarquía que rige los destinos
de España y se inicia el movimiento de emancipación nacional, cuya intensidad
aumenta en proporción directa con el desarrollo de la industria. La renaixença
literaria que caracteriza los inicios del movimiento no es más que la envoltura
externa, el medio de expresión inconsciente de ese antagonismo fundamental, que
no tarda en manifestarse en toda su desnudez. En efecto, cuando el catalanismo
empieza a tomar cuerpo como movimiento político, es para expresar las
reivindicaciones de carácter económico de la burguesía industrial. Y cuando,
con la pérdida de las colonias, Cataluña se ve privada de sus mercados más importantes
y la incapacidad de la oligarquía gobernante aparece en toda su trágica
magnitud, el catalanismo adquiere un nuevo y poderoso impulso. La protesta de
la burguesía catalana se acentúa y se precisa. En la prensa de la época aparece
reflejado el
2 Karl Marx.
La revolución española. Editorial Cenit, 1929, p. 78.
3 Ibid., p.
80.
Carlos Marx, La
revolución española, Editorial Cenit, Madrid 1929, 203 páginas.
antagonismo
de intereses entre la Cataluña industrial y la España agrariofeudal. La tesis
de la burguesía catalana, expresada por uno de sus órganos más caracterizados,
el Diario del Comercio, según un artículo que resumimos, es la siguiente: la
industria catalana necesita importar algodón, lino, cáñamo, seda, lana,
etcétera, con franquicia absoluta. A las demás regiones les conviene, en
cambio, exportar sus frutos y sus primeras materias en las mejores condiciones
posibles e importar, a bajo precio, los artículos manufacturados. ”Esta es la
verdad escueta que, sin ambages ni rodeos, cabe expresar concisamente de esta
manera: Cataluña, económicamente, es un pueblo independiente que se basta a sí
mismo; el resto de España, salvo raras y honrosísimas excepciones, es una
colonia.”4 Añádase a esto el descontento por el expedienteo, las trabas
administrativas opuestas al desarrollo económico y al establecimiento de las
industrias, y se tendrá una idea clara de los orígenes del movimiento catalán,
movimiento indudablemente progresivo frente al estado semifeudal y despótico.
En este
sentido, como hemos hecho ya observar más arriba, el movimiento de emancipación
nacional de Cataluña no es más que un aspecto de la revolución
democraticoburguesa en general, que tiende a destruir, en interés del
desarrollo de las fuerzas productivas, las reminiscencias de carácter feudal y
se distingue por los mismos rasgos característicos. La emancipación nacional
como la revolución democrática, no es posible más que con la participación de
las masas obreras y campesinas, y esta participación, en las circunstancias
históricas presentes, presupone la lucha contra los privilegios de la clase
capitalista, el desbordamiento de los límites fijados por la burguesía. De aquí
que ésta tienda al compromiso y a la alianza pura y simple con el poder central
para aplastar el movimiento de las masas. Así, en 1899, en uno de los momentos
más graves para el centralismo español, la burguesía catalana presta su apoyo a
Polavieja, el asesino de Rizal; en 1917, aterrorizada por la huelga general de
agosto, da dos ministros a la monarquía; en 1919-1922 colabora directamente en
la sangrienta represión ejecutada por los representantes del poder central; en
1923 facilita el golpe de estado de Primo de Rivera, y, finalmente, intenta
apuntalar a la monarquía tambaleante participando en su último gobierno.
La traición
de la gran burguesía en el terreno de la lucha por la emancipación nacional la
desplaza — exactamente igual como en la revolución democrática — de la
dirección del movimiento. Y entonces aparece, en primer término, la pequeña
burguesía, la cual, gracias, por una parte, a su radicalismo y a su programa
demagógico — es el caso de Maciá y de la Esquerra Republicana de Catalunya — y,
por otra, a la ausencia de un gran partido proletario, consigue arrastrar tras
de sí a las grandes masas populares. Pero la pequeña burguesía manifiesta desde
el primer momento las vacilaciones y la indecisión propias de una clase
incapaz, por su propia naturaleza económica, de desempeñar un papel
independiente. Llevada del impulso inicial, proclama la República catalana,
para batirse en retirada dos días después y contentarse con un Estatuto que
establece una autonomía limitadísima. Y cuando los campesinos obligan al
Parlamento catalán a consagrar de derecho — mediante la ley de Contratos de
Cultivo — lo que habían ya conquistado de hecho, adopta una actitud de rebeldía
frente al poder central, que se transforma progresivamente en actitud defensiva
y se transformará indefectiblemente en una claudicación o en un compromiso
equívoco.
Y, sin embargo, el movimiento nacional de Cataluña, por su
contenido y por la participación de las masas populares, es, en el momento
actual, un factor revolucionario de primer orden, que contribuye poderosamente,
con el movimiento obrero, a contener el avance victorioso de la reacción. De
aquí se deduce claramente la actitud que ha de adoptar ante el mismo el
4 Diario del
Comercio, de Barcelona, del 14 de enero de 1899.
proletariado
revolucionario:
l.° Sostener
activamente el movimiento de emancipación nacional de Cataluña, oponiéndose
enérgicamente a toda tentativa de ataque por parte de la reacción.
2.° Defender
el derecho indiscutible de Cataluña a disponer libremente de sus destinos, sin
excluir el de separarse del estado español, si ésta es su voluntad.
3.°
Considerar la proclamación de la República catalana como un acto de enorme
trascendencia revolucionaria;
y 4.o Enarbolar la bandera de la República
catalana, con el fin de desplazar de la dirección del movimiento a la pequeña
burguesía indecisa y claudicante, que prepara el terreno a la victoria de la
contrarrevolución, y hacer de la Cataluña emancipada del yugo español el primer
paso hacia la Unión de Repúblicas Socialistas de Iberia.
Anexos
Tesis sobre las nacionalidades 1
1. En el
tiempo transcurrido desde la última conferencia de la Oposición Comunista de
España se han desarrollado de tal forma los problemas que plantea la revolución
española que la realidad histórica obliga, en buena lógica, a hacer algunas
rectificaciones, si no de fondo en algunos, como en el problema de las
nacionalidades, por lo menos de forma y de táctica. En el proyecto de tesis
sobre la cuestión de las nacionalidades, aprobado por unanimidad en la
conferencia de junio de 1931, se estudian los problemas nacionales que tiene
planteados España de una manera uniforme y sin establecer diferencias entre
ellos. La experiencia nos ha demostrado que los comunistas no podemos
afrontarlos todos con el mismo criterio. Hay que hacer distinciones y
distinciones tan sustanciales que nos llevan a conclusiones totalmente
opuestas. Cada uno de los casos tiene tan distinta génesis y tan distinto
desarrollo y fundamento que equipararlos sería un error en el cual, como
comunistas, no podemos de ningún modo caer.
2. La
emancipación nacional es una de las reivindicaciones de la democracia, y por
esto el proletariado no puede desentenderse de ella. La emancipación nacional,
como las demás conquistas de la democracia, no puede ser alcanzada más que por
la acción de las grandes masas populares dirigidas e impulsadas por el
proletariado. España es, en la Europa occidental, el país económicamente más
atrasado, y en ella conviven las más opuestas economías. Ésta es la causa de
que en el transcurso de siglos no haya podido asimilar, ni económica ni
culturalmente, los distintos pueblos que en su origen la formaron al
constituirse como una sola unidad política. Mientras una parte del estado, la
menos extensa, se veía impulsada por el camino del progreso capitalista, otra
parte, la más importante y, por desgracia, la que tenía el predominio político,
permanecía en un estado agrario semifeudal, ligado fuertemente a la existencia
de la monarquía y de la Iglesia. Este desequilibrio tenía que producir
forzosamente una lucha entre la parte más avanzada y la más atrasada, en la que
a la vez coinciden, y no por casualidad, puesto que históricamente existen
razones para que sea así, la existencia de pueblos de lengua e idiosincrasia
distinta dentro de la unidad política española. Sin embargo, los dos
resurgimientos nacionales de España no tienen ni las mismas características ni
el mismo significado. Es eminentemente democrático y progresivo uno, el
catalán; el otro, el vasco, es, por el contrario, eminentemente regresivo.
3. Cataluña, en el conjunto del estado español, representa la
parte más avanzada y progresiva. La burguesía catalana, a la pérdida de las
últimas colonias de América, reconociendo el valor impulsivo del resurgimiento
catalán y tomándolo de manos de poetas y soñadores, hizo de él un arma para
amenazar y sacar ventajas para si a la monarquía, que tenía su principal
asiento en el atraso en que vivía y vive la mayor parte del estado, parte de él
sumido aún en un semifeudalismo que impide todo progreso democrático. El
capitalismo catalán, debido sin duda a lo poco sólidos que son los cimientos de
una industria que no tiene raíces naturales en el país, sino más bien nacida de
una voluntad tenaz y de la necesidad imperiosa de no perecer como pueblo, por
mediación de su partido representativo (la Lliga), olvidó pronto su misión de
democratizar el estado, y a cambio de concesiones que le permitieran subsistir y
progresar mediocremente como clase, dispuesta a no perder su influencia en la
dirección del estado, relegó las aspiraciones nacionales de Cataluña a segundo
término Esta posición de la gran
1 Comunismo,
n.° 11. Abril 1932, p. 39-44. III Conferencia de la Oposición Comunista
Española.
burguesía
catalana contribuyó a desplazar el movimiento nacional hacia la izquierda,
dando la hegemonía a la pequeña burguesía, que lo radicalizó y le dio un
contenido revolucionario.
4. Esta
etapa del movimiento nacional catalán desempeña un gran papel en el movimiento
revolucionario español, e incluso sus jefes, Maciá especialmente, llegan a
ilusionar no sólo a las masas de Cataluña, sino a buena parte de las masas
revolucionarias pequeñoburguesas y proletarias del resto de España. En este
sentido, las masas de la CNT, mientras sus dirigentes amenazaban con oponerse
hasta con las armas en la mano al movimiento separatista catalán, comprendían
su papel mucho mejor que sus jefes, aunque lo comprendían de una manera
inconsciente y poniendo en ello ilusiones que habían de ver defraudadas. Era
evidente el impulso que daba a la revolución española el movimiento nacional
catalán, radicalizado por la pequeña burguesía dirigida por Macia, el cual,
como había sido predicho por los comunistas, había de traicionar sus propios
ideales entregándose sin condiciones al gobierno central, continuador en este
aspecto, como en tantos otros, de la labor de la caída monarquía.
5. Hoy con
república, como ayer con monarquía, el problema nacional catalán significa un
impulso hacia adelante en la revolución democrática. Aún hoy, después de la
caída de la monarquía, el resurgimiento nacional de Cataluña representa la
lucha de la parte más avanzada de España contra la más atrasada; significa la
lucha de la democracia contra la parte feudal del estado. Los comunistas
tenemos el deber de defender incondicionalmente el derecho de Cataluña incluso
a su independencia; pero al mismo tiempo debemos denunciar a las masas el papel
de traición que los dirigentes de la pequeña burguesía juegan en esta lucha por
la independencia nacional de Cataluña. En la actualidad, la traición que han
llevado a cabo Maciá y sus partidarios es indudable, y ha sido denunciada por
algunos de los mismos que ayer le seguían. Pero a Maciá, en su mismo papel, han
de sustituirle otros que fueron sus partidarios y que todavía están más
próximos a la clase obrera y no del todo faltos de prestigio entre las masas
proletarias y las masas más proletarizadas de la pequeña burguesía de la ciudad
y del campo. Esto representa un verdadero peligro para la revolución.
6. No puede
tampoco la Oposición seguir a los dirigentes del BOC en su inconsciente
política nacionalista que tantos elementos de la pequeña burguesía les atrae, y
los cuales ven en el BOC no el partido de clase, el partido comunista, sino el
partido catalán, que ”va más lejos en su separatismo”. Esta política debe ser
implacablemente condenada por la Izquierda Comunista, pues podría hacer creer a
parte del proletariado que su emancipación depende sólo de la emancipación
nacional de Cataluña, y esto no es cierto. Esto lo saben muy bien los jefes del
BOC, que en aras a la popularidad abandonan la ruta del comunismo. La
emancipación del proletariado catalán no depende de la emancipación de
Cataluña, sino todo lo contrario; la emancipación de Cataluña, como la de todos
los pueblos, depende de la emancipación del proletariado, que al hacer su
revolución e instaurar su dictadura resuelve este aspecto de la revolución
democrática, como resuelve todos los demás que de ningún modo puede resolver la
democracia burguesa. Decir lo contrario a los obreros de Cataluña, igual que a
los de los demás países no emancipados, supone engañar a sabiendas a los
obreros y traicionar la causa del proletariado.
7. En
resumen, hay que reconocer que el problema catalán es una realidad y tiene sus
razones económicas que le dan un carácter progresivo y revolucionario. La
Oposición Comunista de Izquierda debe aprovechar y aun impulsar este movimiento
en lo que sí tenga de revolucionario, no olvidando en ningún caso evidenciar
ante el proletariado el carácter democrático del problema de las
nacionalidades, y que nunca la libertad de los obreros depende de la libertad
de los pueblos como tales, sino todo al contrario, que sólo el proletariado con
su triunfo puede dar realmente a los pueblos esta libertad que les niega la
democracia burguesa.
8. ¿Puede
acaso un comunista situarse del mismo modo ante el problema vasco que ante el
catalán? Puede decirse rotundamente que no. Todo lo que tiene de revolucionario
y progresivo el movimiento catalán tiene de reaccionario y atrasado el
movimiento vasco. Los comunistas, ante el significado tan distinto de estos dos
problemas, no podemos pronunciarnos del mismo modo ante uno y ante el otro. El
problema catalán debemos admitirlo como un factor revolucionario y hasta en
cierto modo debemos impulsarlo; pero ante el hecho nacional vasco hemos de
adoptar una actitud totalmente opuesta.
9. Si bien
en principio es verdad que los comunistas hemos de defender el reconocimiento
del derecho de las nacionalidades a disponer de sus propios destinos, ante un
movimiento nacional como el vasco, que representa todo lo que de atrasado y
retrógrado existe en España y se convierte en el baluarte de la reacción, los
comunistas, en defensa de la revolución, no sólo no debemos cruzarnos de brazos
por un respeto mal entendido a los principios, sino que en nombre de nuestros
principios de emancipación del proletariado debemos oponernos por todos
nuestros medios a este movimiento. En Cataluña, el movimiento nacional tiene su
base en los centros industriales, en la parte más avanzada de la población. En
el país vasco es precisamente en los centros industriales donde no se siente el
problema de la liberación nacional. Donde éste tiene más enemigos es entre las
masas obreras, las que le oponen una feroz resistencia. Su cuna y su fuerza
está entre la clase campesina, dirigida por la Iglesia, y en cierto modo
ayudados por la gran burguesía, que ve en el nacionalismo vasco la posibilidad
de constituir sindicatos obreros nacionalistas frente a las organizaciones de
clase, para así luchar mejor contra las aspiraciones del proletariado. Ya en
las luchas del siglo pasado entre la monarquía absoluta y la monarquía
constitucional, el particularismo vasco puso todas sus fuerzas al servicio del
absolutismo, y hoy, a la caída de la monarquía, el nacionalismo se ha aliado
sin tapujos con la reacción al servicio del régimen caído. El movimiento
nacional catalán impulsa la revolución democrática. El movimiento nacional
vasco frena y pone obstáculos a esta misma revolución. Los comunistas debemos
luchar con todas nuestras fuerzas contra este nacionalismo, baluarte de la
reacción más exacerbada.
10. La tan
conocida frase de Lenin: ”El reconocimiento del divorcio no excluye la
agitación contra el divorcio”, y mucho menos implica que haya que hacer
propaganda a favor del divorcio, señala a los comunistas la actitud que deben
adoptar ante otros problemas nacionales ficticios que algunos elementos, en
especial los jefes del BOC, pretenden crear en España. El movimiento nacional
de Galicia, de Andalucía y, según puede colegirse de sus propagandas, el
problema de Aragón, de Murcia, etc., etc., tantos problemas nacionales como en
regiones está dividido el estado español, tengan o no verdadero carácter
nacional, una base económica y cultural propia, han nacido de un afán de
izquierdismo pequeñoburgués. El problema nacional gallego no es tal problema ni
existe tal movimiento nacional en Galicia; Galicia, ni por su cultura
particular, que no la tiene, por lo menos con fuerza para diferenciarse del
resto de España; ni por su desarrollo económico, plantea ningún problema
nacional; Galicia no tiene grandes núcleos industriales que representen un peso
específico real en el estado. Galicia no ve coartado su progreso por el atraso
del resto de España, porque en realidad, económicamente, se halla en el mismo
estado de atraso del resto del país. En todo caso, si Portugal hubiera sido un
estado económicamente fuerte y avanzado, en Galicia, por su lengua y por su
tradición, hubiera planteado un problema de irredentismo. Pero los comunistas
no podemos especular sobre cosas que no existen, ni tampoco, en caso de que
esto último fuera cierto, en vísperas de una posible revolución proletaria,
íbamos a pretender seccionar parte del estado teatro de la posible revolución,
para integrarlo en un estado en el cual la burguesía fuera más fuerte.
11. Lo
mismo, o más todavía, podemos decir del llamado problema andaluz. Si el
problema gallego pudiera tener alguna razón de ser en la mente romántica de
literatos pequeñoburgueses, el problema andaluz no puede tener ni esta ínfima
base romántica de una lengua que muere. Andalucía, ni por razones étnicas, ni
por razones económicas ni culturales, ni siquiera por razones de puro
romanticismo, tiene planteado ningún problema nacional. El problema andaluz no
puede tener su origen más que en la mente desbocada de un literato que viva
fuera del tiempo y del espacio. Todo lo más, este falso problema nacional
andaluz podría convertirse un día en el baluarte del agrarismo feudal imperante
en la región. En cuanto a los demás problemas podemos decir lo mismo. Ni
Aragón, ni Murcia, ni ninguna otra región tienen planteados problemas de
emancipación regional. Acaso en Valencia y Mallorca, por su cultura, por su
lengua y por su origen, podría producirse un día un movimiento, pero de
integración a Cataluña. De todos modos, no vamos a ser precisamente los
comunistas los que creemos un movimiento de emancipación nacional, cuando la
fuerza de la realidad y las exigencias económicas no lo han producido.
12. No
deberíamos en esta tesis sobre las nacionalidades introducir el caso de
Marruecos; pero la forma en que el Partido Comunista de España, y especialmente
el BOC lo han equiparado a los problemas nacionales de la península, obliga a
ello. En el proyecto de tesis del BOC, hablando de los movimientos nacionales
de España, se dice: ”y sobre todo el de Marruecos”. Esto no es cierto. El de
Marruecos no es un problema nacional, porque en Marruecos no existe una nación,
porque en Marruecos no sólo no se ha desarrollado el capitalismo que es el
exponente más característico de la nacionalidad, sino que ni siquiera puede
casi decirse que viva en un régimen feudal, sino más bien de clan o de tribu.
En donde no existe la nación no puede haber de ningún modo un movimiento
nacional.
13. En
Marruecos no hay una nacionalidad, porque el estado colonizador no ha sabido
crear en él la unidad económica que despertara esta comunidad de intereses, que
clase por clase produce la existencia de una nacionalidad. España no ha sabido
crear en Marruecos una industria, no ha sabido introducir en él los progresos
del capitalismo, ni siquiera ha sabido hacer progresar el estado rudimentario
de su agricultura; tampoco ha sabido darle una cultura que propulsara su
unidad. Los marroquíes, al luchar con las armas en la mano contra los
invasores, no luchan por Marruecos, luchan por su aduar, lo más por su cabila.
Las cabilas e incluso los aduares son enemigos entre sí, y muchas veces luchan
entre ellos con más saña que contra los propios invasores que van a imponerles
la paz. Para los comunistas españoles el problema de Marruecos es un problema
totalmente aparte del de las nacionalidades. Es un problema colonial, y como
tal es como debe ser estudiado
14. Los
comunistas deben pronunciarse incondicionalmente por la libertad de los pueblos
oprimidos, llegando incluso a la separación, si ésta es su voluntad; pero
siempre en lo que tengan de democrático y de lucha contra la opresión.
Ahora bien;
el problema de Cataluña es un problema de carácter progresivo y revolucionario.
Los comunistas, como revolucionarios, tenemos el deber de reconocer a Cataluña
el derecho a su independencia, si ésta es la voluntad de las masas de Cataluña;
pero debemos al mismo tiempo advertir al proletariado catalán que la liberación
nacional de Cataluña no significa su emancipación, y que sólo la revolución del
proletariado catalán con la del resto de España concederá este derecho de la
revolución democrática. Los comunistas no debemos tender a escindir al
proletariado, sino a conseguir su unión.
15. Los
comunistas de Cataluña tienen el deber de denunciar la inconsecuencia de la
pequeña burguesía radical, combatir el chovinismo local y demostrar que la
burguesía es incapaz de resolver el problema de las nacionalidades. El
movimiento nacional vasco, contrariamente al catalán, es un movimiento
reaccionario y retrógrado. Por lo tanto, los comunistas, de acuerdo con el
sentir de las masas obreras de Vasconia, que rehusan y lo combaten, debemos
combatirlo como un dique que es a los avances de la propia revolución
democrática. Los comunistas no debemos aceptar los movimientos nacionales que
no tengan su base en la realidad. Debemos oponernos, por tanto, a lo que
pretenden algunos llamar movimiento nacional gallego, andaluz, etc., etc. La
burguesía española, por su debilidad, por los lazos que la unen económicamente
a las fuerzas feudales del país, por sus condiciones y contradicciones
internas, es incapaz de fundir los distintos pueblos en la potente unidad
política que los intereses del desarrollo económico de España exigen. Sólo la
victoria de la clase obrera históricamente progresiva, esencialmente
libertadora, unida por encima de las diferentes nacionalidades por un interés
común, garantizará el desenvolvimiento de los pueblos y el reconocimiento de
sus derechos acabando con toda opresión.
Tesis sobre la cuestión de las
nacionalidades 1
1. La caída
de la monarquía y la implantación de la República, como este cambio de régimen
no ha ido acompañado de la incorporación al nuevo estado político del programa
de la revolución democrática, no representa un avance muy sensible no sólo en
el orden de las relaciones de las clases sociales en pugna, sino tampoco en las
relaciones entre las colectividades nacionales que viven, de buen o mal grado,
dentro del marco del estado español.
2. Bajo la
monarquía, el estado imperialista pan-español, formado históricamente de
nacionalidades diversas, sobre las cuales ejercía su hegemonía el feudalismo de
Castilla vinculado estrechamente con la monarquía y dominando en las grandes
arterias capitalistas superpuestas sobre una economía semifeudal y
pequeñoburguesa, no había logrado fundirse en un sólo espíritu nacional. El
espíritu asimilista del imperialismo castellano no consiguió vencer la personalidad
de las naciones de la periferia: Cataluña, Galicia, Vasconia. Las demás
comarcas peninsulares — Portugal aparte — si bien no se han refundido
totalmente al embate del imperialismo castellano, su personalidad no se ha
destacado con bastante empuje y viven faltas de vigor, sin reivindicar aún como
Cataluña y Vasconia el derecho a la propia personalidad, si bien la
presentación de los Estatutos Catalán y Vasco, ha hecho que también lo
formularan Baleares, Valencia, Galicia, Aragón y Murcia.
3. El estado imperialista pan-español ha sido con relación a
las diversas nacionalidades ibéricas un aparato centralista al servicio de la
monarquía, la cual como expresión del régimen feudal, privaba la expansión y
florecimiento de las diferentes nacionalidades que integraban el estado. El
hecho de que estas nacionalidades no hayan aceptado la estructura unitaria y
que de una manera tímida hayan propugnado siempre por una nueva estructura del
estado y que frente a estas reivindicaciones — federalista, autonomista, regionalista
y nacionalista o separatista — la monarquía española hubiese desencadenado la
violencia para mantener la unidad estatal por la fuerza, demuestra la
existencia de un problema vivo de libertades nacionales que nosotros,
comunistas, hemos de plantear y resolver desde el punto de vista
1 La Batalla, n.° 82, 10 de marzo de 1932. II Congreso de la
FCC-B.
marxista
revolucionario y del leninismo, recogiendo además estos factores de vibración
revolucionaria como elementos para nuestra revolución.
4. Por regla
general, el estado ha sido el coronamiento de la lucha de los núcleos
nacionales contra la sociedad feudal; esto es, el triunfo de la burguesía como
clase nacionalmente directora contra el poder de la realeza y de los nobles y
sumando a sus intereses los de las masas trabajadoras aún no formadas
históricamente como clase antagónica a la burguesía. sí, pues, el estado no es
otra cosa que una estructura sobre el cuerpo social al servicio de la clase
dominadora: la burguesía.
5. Más el
estado español no ha seguido este curso histórico. Se ha formado el estado
antes que la nación. El estado castellano ha logrado poco a poco ejercer su
hegemonía sobre las demás nacionalidades ibéricas, destruyendo los organismos
estatales de estas nacionalidades. Los antiguos reinos que convivían dentro de
la península ibérica fueron sucumbiendo uno detrás de otro bajo el dominio del
feudalismo de la meseta central. La formación histórica del estado español no
se apoya, pues, sobre bases burguesas sino que toma todas las características
feudales, hostil, por tanto, al capitalismo industrial. Dentro del estado
español han ejercido la supremacía no las naciones más progresivas y de mayor
impulso industrial — Cataluña, Vasconia — sino las más atrasadas, los núcleos
donde aún impera el feudalismo agrario — Castilla, Andalucía, Extremadura,
etc.—. Este hecho, explica en parte la contradicción histórica de que el
capitalismo no se haya desenvuelto y que falto de impulso al tener que vivir
controlado y reglamentado por un estado de tipo feudal y adverso al capitalismo
industrial, éste haya tenido que vivir a la sombra del arancel, concesión que
le ha sido hecha por el latifundismo agrario como paga a su sumisión política.
6. La
pérdida del imperio colonial americano repercute dentro de las tierras que
forman el estado español en múltiples aspectos. Por lo que hace referencia al
problema nacionalitario, Cataluña, núcleo industrial más adelantado del país,
reaccionó en seguida de una manera más viva. El movimiento de renacimiento que
hasta entonces no había sobrepasado el estadio sentimental del movimiento
literario, floralesco y folklórico, toma un cariz marcadamente político. Se
apoya ya entonces sobre las fuerzas industriales agrupadas en torno de los que
más tarde habrían de integrar la Lliga Regionalista — partido político de la
gran burguesía catalana — que es, por tanto, la expresión política de sus
grandes órganos económicos: ”Fomento del Trabajo Nacional”, ”Instituto Catalán
de San Isidro”, ”Federación de Banqueros”, ”Unión Mercantil”, etc.
7. La
evolución del ”problema catalán” — Cataluña es, dentro del estado español, la
colectividad de personalidad más acusada, de mayor desarrollo industrial y con
un proletariado más formado — ha pasado a medida que iba avanzando el estado de
descomposición política de los órganos semifeudales del estado y del incremento
de la violencia coercitiva por parte de las fuerzas sobre las cuales se basaba,
para evitar la transformación en un estado de tipo democrático burgués, por las
diferentes corrientes ideológicas del federalismo interregional, del
autonomismo, del regionalismo y del nacionalismo separatista.
De todos
modos, es natural que estas tendencias no las haya aceptado unánimemente ni en
bloque el pueblo catalán. Los factores económicos, las clases sociales en
pugna, han jugado por ley natural un papel de primer orden en el desarrollo y
evolución del movimiento llamado genéricamente ”catalanista”.
8. El
movimiento obrero en Cataluña, sobre el cual ha ejercido durante décadas su
hegemonía el anarquismo, descendiente en línea directa del radicalismo
pequeñoburgués, del federalismo pimargalliano, al pretender los anarquistas del
país trocarlo de filosofía ”humana” en doctrina de clase que se desinteresaba
de los problemas políticos, y confundiendo lamentablemente la parte anecdótica
del catalanismo — el hecho de que estuviese controlado por la burguesía — con
el hecho esencial de una colectividad que comenzaba a reivindicar el derecho a
su personalidad independiente, produjo la gran paradoja de que un movimiento
esencialmente liberador no interesara a las masas obreras y que su solución,
por tanto, no fuese puesta en sus programas de clase. Más tarde, fracasado el
anarquismo como movimiento ”específico” y aliándolo con el sindicalismo, para evitar
su total desaparición, ha dado lugar al nacimiento de esta monstruosidad
teórica que se llama ”anarcosindicalismo”, que ha intentado ligar — ¡y ha sido
en pura pérdida para el movimiento obrero! — la acción de grupos — anarquismo —
con la acción de masas — sindicalismo. El anarcosindicalismo, teoría reformista
en su contenido, pero cubierta por un lenguaje extremista, ha seguido en el
terreno nacionalitario una táctica completamente equivocada. Por una absurda
interpretación del internacionalismo ha logrado apartar al proletariado de los
pueblos hispanos de la lucha por la liberación de las nacionalidades oprimidas
por el estado español, dejando así el camino libre a la burguesía para que se
sirviera de estos movimientos para sus fines de clase.
Esta actitud
de incomprensión de los anarcosindicalistas no ha cambiado en lo más mínimo
hasta hoy. En nombre de la ”unidad revolucionaria (?) del proletariado español”
los elementos directivos de la Confederación Nacional del Trabajo han llegado a
hacer la afirmación suicida, centralista y reaccionaria de que se ”levantarían
en armas contra todo intento de separación”, prestando así apoyo al centralismo
feudal y colocándose en una situación eminentemente contraria a sus postulados
libertarios.
Por otra
parte parece que existe una tendencia dentro de la CNT que a pesar de mostrar
su conformidad con los elementos de la CNT que elaboraron y firmaron la aludida
resolución, piensan ampararse en el Estatuto redactado por la burguesía
catalana, y afirman ilusoriamente que cuando el Estatuto esté aprobado, a su
sombra protectora, ¡será la hora de anarquizar al proletariado catalán! Ahí se
ve de una manera clara al reformismo anarcosindicalista convergiendo con el
reformismo burgués que en materia nacional es el Estatuto de Cataluña.
9. No
podemos hablar de la posición de los socialistas catalanes ante el problema
nacional de los pueblos hispanos porque éstos no tienen ninguna importancia
dentro del movimiento obrero catalán. Son un pequeño grupo de intelectuales
que, sin relación con la masa, han predicado estérilmente un socialismo
académico. El socialismo no ha arraigado en Cataluña, debido a su reformismo y
la masa, reaccionando contra él de una manera desproporcionada, ha caído en
manos del extremismo. Ahí puede aplicarse con razón el pensamiento de Lenin
cuando decía que muchas veces el extremismo en el movimiento obrero es un
castigo por sus pecados oportunistas.
La posición
ante el problema de las nacionalidades ibéricas de los hombres del Partido
Socialista Obrero Español, no se aparta ni poco ni mucho de la posición
adoptada por sus colegas, los partidos socialistas que giran en torno de la
Segunda Internacional. Con la sola diferencia que mientras los partidos
socialistas del resto de Europa han hecho declaraciones teóricas,
exclusivamente sobre el papel, proclamando el derecho a la libertad de las
naciones ”cultas” — y así sostenían de una manera directa el derecho de las
potencias imperialistas sobre los pueblos coloniales — sin que por otra parte
hicieran nada para ayudar prácticamente para que los pueblos ”cultos”
obtuviesen su independencia, el Partido Socialista Obrero Español ni tan
siquiera ha hecho estas declaraciones teóricas. Peor aún: como buenos sostenedores
del imperialismo pan-español se han pronunciado de una forma brutalmente
imperialista contra las reivindicaciones de los pueblos hispanos sometidos en
la ”cárcel de pueblos” que ha sido el estado semifeudal español y que continúa
siendo la República.
10. Tampoco
el Partido Comunista de España ha tenido una posición justa ante la cuestión
nacional. En éste como en tantos otros aspectos, su miopía mental ante la
realidad ha sido la causa primera de que no influyese en lo más mínimo el
movimiento de emancipación de las nacionalidades ibéricas. Oficialmente
obligados por la Internacional Comunista, han puesto de una manera fría y
mecánica en sus programas y entre sus consignas, el derecho de Cataluña,
Vasconia y Galicia a su libertad y a su independencia. Pero esto ha sido tan
sólo la aceptación del principio del derecho de los pueblos a su
autodeterminación como un simple formulismo verbal para no ponerse en
desacuerdo con las declaraciones y resoluciones de la IC respecto al papel que
tienen que desempeñar los partidos comunistas en los movimientos de liberación
nacional y en particular con los acuerdos de la IC respecto a las ”resoluciones
españolas” que declaran de una manera terminante que los comunistas y su
partido tienen la obligación de fomentar y sostener a los separatistas
catalanes, vascos y gallegos en su movimiento de liberación nacional.
Bajo la
influencia de una dirección incapaz, los militantes del Partido Comunista de
España, procedentes unos del socialreformismo y los otros del
anarcosindicalismo, han subrayado el problema de la lucha del derecho a la
libertad de las nacionalidades oprimidas por el estado español — uno de los
aspectos fundamentales de la revolución democrática — y ha sido la causa de que
en la práctica, las consignas lanzadas por el PCE sobre esta cuestión quedasen
sobre el papel y no realizase nada para tomar este movimiento de manos de la
burguesía ni para evitar que bajo su dirección y siguiendo sus orientaciones se
integraran fuertes núcleos obreros.
11. En todas
las desviaciones que hemos señalado a la posición de las tendencias proletarias
frente al problema de las nacionalidades ibéricas, radica la causa de que estos
movimientos no tomasen el cariz revolucionario que era necesario y cuando uno
de ellos se ha mostrado en este sentido (el separatismo catalán de Maciá y
Estat Català, de antes de la República) nos hemos encontrado que los obreros
que tomaban parte en él lo hacían bajo la guía de los jefes de la pequeña
burguesía, que todo su radicalismo de expresión — como lógica consecuencia de
su posición social — ha terminado por conducir el movimiento a una decapitación
vergonzante, traicionando los intereses de Cataluña y sometiéndose de una
manera servil a los dictados de la gran burguesía catalana en estrecha alianza
con la burguesía imperialista española.
2. La
aprobación del Estatuto de Cataluña no puede ser en manera alguna la solución
del pleito catalán. El Estatuto confeccionado por socialistas ”déclassés” —
Campalans, Xirau — por pequeña burguesía reaccionaria — Martín Esteve —, por
representantes del gran capitalismo — Jaime Carner y Pedro Corominas — fue
elaborado de espaldas al pueblo y hecho aprobar por chantaje. La masa obrera y
campesina no se siente representada en él. El Estatuto es una claudicación
vergonzante ante el estado imperialista. Ningún pueblo que tuviese dignidad de
su personalidad hubiera cometido la vileza de implorar que el parlamento del
estado dominador le hiciese la caridad de aprobarle las leyes que en uso de su
soberanía se había dado por una mayoría aplastante. Los parlamentarios
catalanes han situado Cataluña ante el estado español como una colonia
infra-europea que pide que le aflojen un poco las cadenas de la esclavitud.
La grande y
pequeña burguesía — Lliga, Partit Catalanista Republicà, Esquerra Republicana de
Catalunya y todos los demás partidos, núcleos y fracciones que fueron a la
lucha electoral enarbolando la bandera del Estatuto — están por este solo hecho
incapacitados para llevar la lucha por la libertad de Cataluña hasta sus
últimas consecuencias.
El 14 de
abril, Maciá, respondiendo a los deseos del pueblo proclamó la República
Catalana. Tan pronto como obedeciendo a Madrid la mató — y con él todos los que
convivieron en ello — liquidaba definitivamente todo su pasado revolucionario
por la libertad de Cataluña, sellando con una traición infamante el pacto con
el enemigo.
13. La
Federación Comunista Catalano-Balear como núcleo dirigente de la organización
de masas Bloque Obrero y Campesino, declara que siendo la cuestión nacional uno
de los puntos básicos del programa de la revolución democrática, revolución
democrática que no ha sido llevada a cabo como pretende la burguesía con el
simple hecho de haberse sustituido el régimen monárquico por el republicano,
luchará por el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos, llegando si
precisa a la separación, si tal es su voluntad.
Al hacer
esta declaración terminante, no perdemos de vista en lo más mínimo nuestra
posición ”únicamente” comunista. El proceso histórico que habremos de seguir
para llegar a la revolución social, nos determina el cumplimiento de la etapa
previa ”indispensable” de la revolución democrática, uno de cuyos puntos
capitales es la solución del problema de las nacionalidades oprimidas.
14. Como
comunistas y fieles a nuestra tesis de la autodeterminación de las
nacionalidades, precisa que luchemos también por la nacionalidad que, sometida
al dominio imperialista del estado español, ha luchado efectivamente contra su
dominio despótico demostrando así su voluntad de libertad. Nos referimos a las
posiciones coloniales que España tiene en el Norte de África. La libertad
nacional del pueblo marroquí, que con sus luchas heroicas contra el
imperialismo español ha sido uno de los factores esenciales de la caída de la
monarquía, debería de haber sido uno de los primeros actos de la República.
Pero no sólo no ha sido así, sino que la República ha continuado en Marruecos
la misma política de bandidaje que practicaba la monarquía. Es necesario, pues,
reivindicar y luchar por la libertad de los heroicos luchadores rifeños, los
únicos que se han batido con las armas en las manos contra la dominación del
imperialismo español, sostenido por la monarquía. La libertad de los países
coloniales no ha de dejarse en segundo término, como lo hacen los seguidores de
la II Internacional, dado que el problema de su libertad — Marruecos en nuestro
caso — además de ser un problema de justicia, va estrechamente ligado al
problema de la revolución social internacional puesto que sin la liberación de
los pueblos oprimidos de las colonias no será posible derrumbar el poder del
capitalismo.
15. La
revolución democrática que fue el objetivo histórico de la burguesía en su
época de poderío, actualmente, dado el grado de desarrollo de la sociedad
española en la cual conviven formas económicas semifeudales — agrarismo
andaluz, castellano, extremeño — con núcleos capitalistas — banca, región
minera asturiana, metalurgia bilbaína, industria catalana — y una capa
considerable de pequeña burguesía agraria — Galicia, parte de Cataluña — e
industrial — pequeñas fábricas por todo el país — y hasta sociedades
industriales de tipo ”trustista” y de monopolio — empresas tabaqueras, de
petróleos, de alcoholes, de azúcares, etc.—, hacen imposible que la burguesía
realice la revolución democrática, porque se encuentra que se ha formado ya
frente a ella una nueva base, el proletariado, que en un movimiento
revolucionario de gran envergadura no se contentaría con hacer un papel de
comparsa sino que por ser la clase históricamente más avanzada se pondría al
frente de la revolución y la completaría con la revolución socialista.
16. La
incapacidad revolucionaria de la burguesía peninsular hace que ésta no pueda
resolver el problema de las nacionalidades. El ejemplo de Maciá, del Estat
Català y de la Esquerra Republicana de Catalunya — sectores más avanzados de la
burguesía — claudicando ante la gran burguesía y el estado imperialista
dominador, plantea a los comunistas y, por tanto, a la Federación Comunista
Catalano-Balear, el problema de la toma del poder por el proletariado para
llevar a cabo la revolución democrática y, por tanto, la solución de la
cuestión de la liberación de las nacionalidades ibéricas.
17. El
problema de desarticular los restos del feudalismo español vinculado hoy por
culpa de la burguesía a la actual estructuración de la economía española tiene
que ser la obra de la clase trabajadora. En esta lucha juega un rol
importantísimo la lucha por la libertad de Cataluña, Vasconia, Galicia y
Marruecos. La Federación Comunista Catalano-Balear consciente de sus deberes
históricos como núcleo dirigente de las masas trabajadoras, al aceptar la
responsabilidad de la dirección de esta lucha a muerte contra los restos
feudales y contra la burguesía impotente que los sostiene con sus claudicaciones,
se pronuncia, pues, de una manera clara que no dejar lugar a dudas ni
equívocos: aceptamos e impulsamos
el separatismo como factor de descomposición del estado español, si bien como
comunistas no somos separatistas en el sentido burgués nacionalista.
Mas a pesar
de la lucha que mantengamos contra el estado imperialista español para lograr
la libertad de las naciones oprimidas, no solamente no será esto motivo para
provocar una ruptura entre el proletariado de los pueblos hispanos, sino que en
interés de esta misma lucha contra el enemigo común, el proletariado de
Cataluña, Marruecos, Vasconia y Galicia se mantendrá unido con el proletariado
de las demás tierras del estado español. Si aceptamos ”como comunistas” el
separatismo es sólo para desarticular el estado español. Mas, una vez lo
hayamos logrado y el proletariado dueño del poder político del estado,
garantizada efectivamente la libertad absoluta de todos los pueblos ibéricos,
no habrá ningún interés que los impulse a una separación suicida. Hay en este
aspecto el ejemplo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. No nos
interesa la balcanización de la península ibérica. Contrariamente, hacemos
nuestra la fórmula de Lenin: ”Separación en interés de la unión”. Esto es:
separar primero, para unir después. Sólo el proletariado en el poder podrá
lograr lo que la burguesía ha sido incapaz de conseguir: que las nacionalidades
ibéricas se federen voluntariamente y formen una unidad política que de hecho
aún no ha existido nunca dentro del estado español. La clase trabajadora está
llamada, pues, a cumplir la unidad ibérica, reincorporando Portugal al ritmo
general revolucionario del estado federal proletario y redimiendo Gibraltar del
vasallaje del imperialismo británico al cual está sometido.
18. Contra
el asimilismo centralista de tipo feudal, recubierto hoy con una fraseología
democráticoburguesa; contra las claudicaciones y las traiciones de la gran
burguesía de Cataluña, Vasconia y Galicia; contra el extremismo verbal,
demagógico e impotente de la pequeña burguesía, nosotros, comunistas,
levantamos simplemente — y lucharemos para que sea una realidad — el derecho de
los pueblos a disponer libremente de sus destinos. Con esta política justa
evitaremos en este aspecto las desviaciones de socialistas y
anarcosindicalistas.
Contra todas
estas tendencias burguesas o influidas por la burguesía, la FEDERACIÓN
COMUNISTA CATALANO-BALEAR declara a los obreros de toda la península que no hay
nada que, fundamentalmente, los separe y sí que ”como clase y como hombres”
infinidad de intereses que los unen. Oponemos, por tanto, a todas las
tendencias señaladas el federalismo voluntario de estado obrero a estado obrero
para formar libremente la UNIÓN DE REPÚBLICAS SOCIALISTAS DE IBERIA,
19. Para
conseguir esta finalidad la Federación Comunista Catalano-Balear pone en su
programa de lucha de clases el principio de la libertad de las naciones
oprimidas por el estado español y por que sea una realidad luchará
incansablemente para evitar que la clase obrera se integre en las
organizaciones específicamente ”nacionalistas” que pretenden solucionar la
cuestión social después de haber logrado la libertad de Cataluña — ”Estat
Català”, ”¡Nosaltres Sols!”—, olvidando lamentablemente el hecho de que el
problema de la libertad de Cataluña sólo puede hallar solución cuando las masas
trabajadoras al realizar la revolución social se hagan dueñas del poder.
Combatiremos, por tanto, este tipo de extremismo revolucionario nacionalista,
que es aún una tendencia burguesa, oportunismo de izquierda, dentro del
movimiento de liberación de las nacionalidades ibéricas en lucha contra el
estado español.
20. Al hacer
la precedente declaración, precisa que no se interprete en el sentido de que la
Federación Comunista Catalano-Balear en el terreno práctico de la lucha
revolucionaria por la libertad de las nacionalidades se cree, ni que no pueda
establecer circunstancialmente y sobre un programa concreto, contacto con
núcleos sinceramente revolucionarios para la acción conjunta de la lucha armada.
Mas estos pactos o alianzas no excederán jamás el carácter revolucionario
señalado ni tampoco su conclusión podrá llegar al extremo de integrar
orgánicamente los combatientes comunistas dentro de organismos ajenos. Los
comunistas lucharemos sin deshacer nuestros cuadros de combate y sin obedecer a
otras órdenes ni seguir otras consignas que las propias.
El POUM y la cuestión de las
nacionalidades 1
La
socialdemocracia no ha dado nunca al problema de las nacionalidades la
interpretación revolucionario debida. Si en el primero de esos aspectos ha
sacrificado la revolución a la frase, en el segundo, si bien teóricamente se ha
visto obligada a reconocer el derecho de los pueblos a su independencia, en el
dominio práctico ha sido incapaz de salir de los límites del nacionalismo
burgués.
La
revolución proletaria — y el ejemplo nos lo ha dado la revolución rusa —
triunfará en tanto que revolución democráticosocialista, hemos dicho. En el
estado actual de la historia, no puede haber ya revoluciones exclusivamente democráticas,
ni en cierta medida, revoluciones exclusivamente socialistas. La revolución ha
de ser democráticosocialista, en su primera etapa.
Pues bien, las tres fuerzas motrices de esa
revolución las constituyen: el
proletariado, el campesino que quiere conquistar la tierra, y el movimiento de
liberación nacional. Si esas tres fuerzas convergen y se encuentran, el
proletariado se convierte en el eje central del movimiento revolucionario. Sin
la unidad de esos tres frentes de lucha, la revolución democrático-socialista
no puede triunfar, sobre todo en un país como el nuestro en donde el aspecto
democrático de la revolución es tan pronunciado.
Estos movimientos de emancipación nacional tienen un
contenido democrático que el proletariado ha de sostener sin reservas. Una
clase que combate encarnizadamente todas las formas de opresión no se puede
mostrar indiferente delante de la opresión nacional. Los movimientos de
emancipación nacional constituyen un factor revolucionario de primer orden que
la clase trabajadora no puede dejar de lado.
1 Acuerdos sobre la cuestión nacional
adoptados en la fusión del Bloque Obrero y Campesino con la Izquierda
Comunista, en septiembre de 1935. Fueron publicados en el folleto Qué es y qué
quiere el Partido Obrero de Unificación Marxista, Ed. La Batalla, Barcelona,
1936.
Qué es y qué
quiere el Partido Obrero de Unificación Marxista
El
proletariado sólo puede tener una actitud: sostener activamente el derecho
indiscutible de los pueblos a disponer libremente de sus destinos y a
constituirse en estado independiente, si esta es su voluntad.
Sosteniendo
este derecho, el proletariado no se identifica con la burguesía nacional, que
quiere subordinar los intereses de la clase a los intereses nacionales y, en
los momentos decisivos, se pone al lado de las clases dominantes de la nación
opresora con objeto de aplastar los movimientos populares. El proletariado,
campeón decidido de las reivindicaciones democráticas, ha de desplazar a la
burguesía y a los partidos pequeñoburgueses de la dirección de los movimientos
nacionales que traicionan, y llevar la lucha por la emancipación de las
nacionalidades hasta las últimas consecuencias.
La lucha por
el derecho de los pueblos a la independencia no presupone, sin embargo, la
disgregación de los obreros de las diversas nacionalidades que componen el
estado, sino, por el contrario, su unión más estrecha, que es la única garantía
del triunfo.
El
reconocimiento del derecho indiscutible de los pueblos a disponer de sus
destinos, de un lado, y la lucha común de los obreros de todas las naciones del
estado, del otro lado, constituyen la premisa indispensable de la futura
confederación de pueblos libres.
Los
movimientos de emancipación nacional pasan por tres fases. En la primera, es la burguesía reaccionaria
quien los monopoliza, haciendo de lo que tiene un sentido progresivo y justo,
una fortaleza al servicio de la contrarrevolución. Es lo que sucedió en nuestro
país durante el siglo pasado cuando el carlismo se apoyó sobre el deseo
autonomista latente, y durante una parte del siglo actual en Cataluña y
Vasconia, principalmente, en donde las fuerzas conservadoras se han hecho suyo
el problema autonomista con objeto de utilizarlo como ganzúa para favorecer sus
intereses económicos y para impedir un desarrollo revolucionario.
La segunda etapa está caracterizada por el
paso del problema nacional a manos de la pequeña burguesía, que es lo que se da
actualmente entre nosotros, y de un modo particular en Cataluña. Durante esta
fase la pequeña burguesía — Esquera, en Cataluña — hace una gran demagogia
prometiendo la solución completa del problema nacional. Pero tan pronto como la
pequeña burguesía constata que la profundización de la revolución democrática,
en éste como en los demás dominios, en el de la tierra especialmente, aproxima
la revolución socialista, hace marcha atrás precipitadamente, llegando a la más
vergonzosa capitulación, como ocurrió en Cataluña, primero aceptando un
Estatuto que dejaba sin solución fundamental el problema planteado, y segundo,
entregándose al enemigo — octubre de 1934 — cuando vio que la defensa de la
cuestión nacional pasaba a manos de la clase trabajadora.
La tercera
fase es aquella en que el proletariado se hace suyo el problema nacional y le
aporta, revolucionariamente, la solución debida. Esta etapa se ha iniciado ya
en nuestro país. El problema nacional empieza a ser considerado por el
proletariado como un factor revolucionario.
El Partido
Obrero de Unificación Marxista trabajará por el desplazamiento de la pequeña
burguesía del frente del movimiento nacional con objeto de que sea el propio
proletariado quien lo dirija y solucione, llegando a la estructuración de la Unión Ibérica de Repúblicas Socialistas.
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