De
Libia a Venezuela pasando por Siria y México, Ucrania, Afganistan o Irak… en lo
que va de la década actual hemos presenciado el despliegue planetario
permanente de la violencia directa o indirecta (tercerizada) de los Estados
Unidos y sus socios-vasallos de la OTAN, toda la periferia se ha convertido en
su mega objetivo militar. La ola agresiva no se aquieta, en algunos casos se
combina con presiones y negociaciones pero la experiencia nos indica que el
Imperio no agrede para posicionarse mejor en futuras negociaciones sino que
negocia, presiona con el fin de lograr mejores condiciones para la agresión.
Estas intervenciones cuando son “exitosas” como en Libia o Irak no
concluyen con la instauración de regímenes coloniales “pacificados”,
controlados por estructuras estables, como ocurría en las viejas conquistas periféricas
de Occidente, sino con espacios caóticos atravesados por guerras internas. Se
trata de la emergencia inducida de sociedades-en-disolución, de la
configuración de desastres sociales como forma concreta de sometimiento lo que
plantea la duda acerca de si nos encontramos ante una diabólica planificación
racional que pretende “gobernar el caos”, sumergir a las poblaciones en una
suerte de indefensión absoluta convirtiéndolas en no-sociedades para así
saquear sus recursos naturales y/o anular enemigos o competidores… o bien se
trata de un resultado no necesariamente buscado por los agresores, expresión de
su fracaso como amos coloniales, de su alta capacidad destructiva asociada a su
incapacidad para instaurar un orden colonial (“incapacidad” derivada de su
decadencia económica, cultural, institucional, militar). Probablemente nos
encontremos ante la combinación de ambas situaciones.
También es posible suponer que el Imperio en su decadencia se encuentra
prisionero de una maraña de intereses políticos, financieros, mafiosos…
conformando una dinámica audestructiva imparable que lo obliga a desplegar
operaciones irracionales si observamos al fenómeno desde una cierta distancia
histórica, pero completamente racionales si reducimos la observación al espacio
de la razón instrumental directa de los conspiradores, a su micromundo
psicológico (la razón de la locura como razón de estado o astucia mafiosa
imponiéndose a la racionalidad en su sentido más amplio, superior).
Aunque esos desastres no representan necesariamente acciones de verdugos
despiadados destruyendo paraísos periféricos, el capitalismo es una totalidad
global y lo que aparece como la decadencia del centro imperial es la
manifestación decisiva pero parcial de un fenómeno planetario que incluye a la
periferia atrapada por la sobredeterminación burguesa universal (decadente) de
sus sociedades. La operación de destrucción de Libia lanzando sobre su
territorio oleadas de mercenarios y bombardeos pudo triunfar aprovechando la
degradación del régimen kadafista, el golpe neonazi de Febrero de 2014 en
Ucrania capturó al gobierno de una “república” resultado del desastre soviético
que la había sumergido en una gigantesca podredumbre sucedido por la
instauración de un capitalismo mafioso, la desestabilización de Venezuela
orquestada por los Estados Unidos se apoya en sectores de las clases medias
conducidos por la vieja burguesía local que no fue eliminada después de quince
años de “revolución” (“bolivariana”, autoproclamada “socialista”) eternamente a
medio camino… esas élites no fueron barridas del escenario aunque si irritadas,
enfurecidas por el ascenso social de las clases bajas.
Todo esto nos conduce a la necesidad de establecer el momento de la
historia del capitalismo en que nos encontramos. ¿Se trata del burdel
sangriento global preludio de una nueva acumulación primitiva cuna de un futuro
suopercapitalismo o de los manotazos finales, desesperados de una civilización
que ha entrado en el ocaso?.
Propongo responder a ese interrogante utilizando aquella vieja y tan
repetida frase de Churchill en plena Segunda Guerra Mundial cuando al terminar
la batalla de El Alamein señaló que ese hecho no era “el comienzo del fin (de
la guerra) sino el fin del comienzo” de un proceso mucho más importante,
decisivo. Nos encontramos actualmente en presencia del fin del comienzo, va
concluyendo la etapa preparatoria de la declinación occidental que se prolongó
durante varias décadas y comienza a emerger el comienzo del fin, el
desmoronamiento del capitalismo como civilización que como otras civilizaciones
en declive probablemente recorra una trayectoria temporal compleja de duración
indeterminable de antemano.
Aunque no puedo dejar de señalar diferencias decisivas con las
civilizaciones anteriores como su carácter planetario (no limitada a una
región), la masa de población incluida en el proceso (actualmente unas siete
mil millones de personas y no unas pocas decenas o centenas de millones), el
descomunal desarrollo de sus fuerzas productivas por ejemplo con capacidad industrial
y militar como para destruir completamente la vida en el planeta. Lo que
plantea de manera radicalmente distinta la opción a la que se han enfrentado
todas las decadencias de civilizaciones: superación o hundimiento en un largo
desastre del que emergía más adelante una nueva civilización desde el espacio
anterior o impuesta por una fuerza externa. Esto no es la decadencia de
Babilonia devastada por los pantanos difusores de malaria generados por su
propio desarrollo ni la de la Roma imperial abrumada por el parasitismo y la
hipertrofia militar resultado de su dinámica imperialista marchando hacia el
abismo mientras buena parte del resto de la humanidad ignoraba esos hechos [1].
Violencia
y decadencia sistémica
El fenómeno sobrederminante es la decadencia, demostrada por numerosos
indicadores como la declinación en el largo plazo (desde los años 1970) de la
tasa de crecimiento económico global motorizada por el enfriamiento tendencial
del crecimiento de los países centrales y luego el acompañamiento de esta
tendencia por un proceso de hipertrofia financiera que se articula con un
despliegue parasitario sin precedentes: consumista, militar, burocrático.
Nos encontramos ante sociedades imperiales tan decadentes que ya no
pueden movilizar militarmente a su juventud como en el siglo XX, aunque su
capacidad financiera y sus avances tecnológicos le permiten contratar
mercenarios en remplazo de las fuerzas operativas tradicionales (la oferta de
lumpenes proveniente de todos los continentes es directamente proporcional al
progreso de la decadencia), utilizar armas como los drones y otros artefactos
mortíferos súper sofisticados que establecen una brecha técnica descomunal
entre agresores y agredidos y abrumar con manipulaciones mediáticas a sus
víctimas directas y al resto del mundo.
Estas “ventajas” son al mismo tiempo expresiones de poder y de debilidad,
de capacidad destructiva pero también de descontrol ideológico de sus propias
sociedades, de ilegitimidad interna de sus operaciones lo que sumado a su
deterioro económico les impide pasar de la destrucción a la reconstrucción
colonial de los territorios conquistados.
Las transformaciones burguesas de las sociedades europeas habían generado
desde fines del siglo XVIII la posibilidad de integrar al conjunto de la
población a sus distintas aventuras militares, de ese modo el ciudadano-soldado
y la guerra de masas reemplazó al mercenario y a los ejércitos de las
aristocracias. Los asesinos a sueldo dieron paso a los asesinos voluntarios o
forzados que daban su vida no por dinero sino en defensa de la “patria”, de la
“libertad”, etc.
Pero la decadencia del capitalismo y su transformación después del
aggiornamento burgués de China y del derrumbe de la URSS en sistema único (es
decir en dominación planetaria, visiblemente amoral de las élites parasitarias)
derrumbó los mitos, las legitimaciones que permitían a los estados fabricar
causas nobles para enviar a la muerte al ciudadano común.
La pérdida de legitimidad del aparato militar occidental aparece como un
rasgo decisivo de la decadencia pero la reproducción imperialista continúa y el
ejercicio de la violencia contra la periferia retoma la vieja tradición de los
ejércitos mercenarios.
Ahora la propaganda del poder hacia sus poblaciones no tiene como objetivo
arrastrarlas al campo de batalla (operación inviable) sino más bien obtener su
aprobación pasiva o diluir su rechazo ante aventuras físicamente distantes
presentadas como fenómeno virtual, como un elemento más del entretenimiento
brindado por la televisión y otros medios de comunicación.
El despliegue bélico fue teorizado por la llamada “Guerra de Cuarta
Generación” resultado de las reflexiones en el alto nivel militar de los
Estados Unidos posteriores a la derrota de Vietnam visualizada como “guerra
asimétrica” donde la fuerza enemiga con bajo nivel tecnológico y reducida
potencia de fuego pero bien integrada a la población pudo derrotar al ejercito
imperial poseedor de un elevado nivel tecnológico y un gigantesco poder de
fuego.
La nueva doctrina militar apunta no a la simple destrucción de la fuerza
militar enemiga sino principalmente al conjunto de la sociedad que la sostiene.
La desintegración social (económica, moral, cultural, institucional) pasa a ser
el objetivo buscado y ese proceso puede darse o no con intervenciones directas
sino más bien con combinaciones variables de intervenciones externas
(militares, mediáticas, económicas,etc.) y acciones de desestabilización
interna.
Se establece de ese modo una amplia variedad de escenarios de agresión.
En un extremo podemos ubicar a las guerras de Afganistan e Irak, en una zona
intermedia a Libia, Siria o Yugoslavia y en el otro extremo a las llamadas
intervenciones blandas o revoluciones coloridas como en Paraguay, Honduras o
Ucrania. Todas ellas implican el despliegue intenso de acciones violentas al
comienzo de la operación, en algún momento de la misma o como resultado de la
victoria imperialista. Pero estas guerras de configuración variable no
resuelven el problema de la dominación colonial de la periferia, el caos
instalado entorpece, encarece o a veces hace imposible los saqueos
sistemáticos.
El atajo de la Guerra de Cuarta Generación aparece como lo que realmente
es: el máximo posible de agresión en un contexto de debilidad estratégica del
agresor cuyo resultado no es solo la caotización periférica sino también la
degradación interna. Las operaciones mafiosas hacia afuera terminan por
consolidar practicas mafiosas dentro del aparato dominante del Imperio donde se
extienden las camarillas parasitarias, las tendencias irracionales, las locuras
elitistas, las rupturas de las reglas de juego institucionales.
Comienzo
del fin: el mundo después de 2008-2013
El sexenio 2008-2013 marca la transición entre la declinación
relativamente suave, controlada del sistema iniciada hacia comienzos de los
años 1970 y su degradación general de la que estamos presenciando los primeros
pasos.
La crisis desatada entre fines de los 1960 y comienzos de los 1970 no fue
superada como las anteriores a través de una gran ola depresiva destructora de
empleos y empresas que reduciendo salarios y concentrando la producción y la
demanda solvente disparaba un nuevo ciclo ascendente de la economía, la era de
las “crisis cíclicas” descriptas por Marx había concluido. Aunque Marx
explicaba que esas crisis recurrentes irían acumulando desorden en el sistema
hasta que las fuerzas entrópicas adquirieran una dimensión tal que ya ninguna
reconstrucción capitalista sería posible. Quedaba así pronosticada la crisis
general del capitalismo, el esquema teórico derivado de la lógica de su
dinámica de acumulación. Lo que de ningún modo podía ser pronosticado era su
desarrollo histórico concreto, sus tiempos, sus protagonistas de carne y hueso,
los atajos e innovaciones sociales que permitieran postergar o precipitar el
desenlace.
La evaluación prospectiva de Marx era un escenario muy general que daba
cabida a una amplia gama de futuros posibles, no se trataba de una profecía
apocalíptica en la que se establece una fecha o como calcularla, descripciones
precisas de actores y coreografía, etc. Pero ese esquema teórico permitía a
Marx y Engels explicar por ejemplo que “dado un cierto nivel de desarrollo de
las fuerzas productivas, aparecen fuerzas de producción y de medios de producción
tales que en las condiciones existentes provocan catástrofes, ya no son más
fuerzas de producción sino de destrucción” [2] lo que abría la reflexión acerca
del carácter autodestructivo de la civilización burguesa en su etapa decadente
más avanzada.
Y ello comenzó a ser innegable alrededor de 2008-2013 aunque mucho antes
de ese período fueron apareciendo alertas al respecto casi siempre ignoradas
por los grandes medios de comunicación y por las ciencias sociales, cuando se
referían a posibles desastres ambientales, sanitarios o políticos los atribuían
a manejos irracionales corregibles al interior del sistema. A lo que se
plegaron “desde la izquierda” algunos adoradores masoquistas del capitalismo
proponiendo una suerte de eternización de sus ciclos, tratando de destacar en
la crisis en curso las señales de la próxima recuperación del sistema, pero
esas señales eran puras fantasías o bien letanías conservadoras basadas en que
“siempre” el capitalismo había conseguido superar sus crisis por supuesto a
costa de los trabajadores lo que normalmente entristecía al auditorio (y no
mucho al disertante).
Entre los variados factores de la decadencia se destacan dos que resultan
decisivos: la degradación (e hipertrofia) financiera y la degradación (e
hipertrofia) militar.
Desde 1990 (aproximadamente) mientras el Producto Bruto Mundial venía
decrecíendo suavemente en progresión aritmética (desde los años 1970) la masa
financiera comenzó a crecer en progresión geométrica. Los productos financieros
derivados, su espina dorsal, pasaron de representar unas dos veces el PBM a
fines de los 1990 a unas 12 veces en 2008 pero a partir de allí la expansión se
estancó y tendió a decrecer poco a poco.
Durante su ascenso la especulación financiera fue la muleta parasitaria
que permitió a los consumidores, empresas y estados del Primer Mundo seguir
gastando e invirtiendo aunque los rendimientos marginales de la avalancha
financiera fueron decrecientes al cuadrado en términos de crecimiento del
producto bruto de los países centrales, cada vez hacía falta más droga
financiera para obtener cada vez menos expansión económica hasta que finalmente
en 2008 el mecanismo se quebró, el peso financiero se hizo insostenible y se
desató una seguidilla de auxilios estatales al sistema financiero para impedir
su derrumbe.
Pero estos auxilios no reactivaban la economía solo frenaban la debacle
financiera haciendo aumentar las deudas públicas hasta el punto en que el
estado norteamericano estuvo dos veces al borde del default mientras las deudas
publicas más las privadas de Japón llegaron en 2013 al 520 % del PBI, al 510 %
de Gran Bretaña, etc. A partir de allí los auxilios se agotaron y el Primer
Mundo ingresó en lo que en el mejor de los casos para él podría ser descripto
como un largo periodo de estancamientos, recesiones y crecimientos anémicos que
no debe ser pensado como una meseta de enfriamiento estable de la producción,
el consumo y el empleo sino como un tobogán descendente.
El crecimiento cero o la declinación aunque sea suave significan el
aumento tendencial del desempleo y en consecuencia el ingreso en un complejo
fenómeno de desintegración social.
Por su parte la militarización de los Estados Unidos no terminó con el
fin de la guerra fría, luego de un breve estancamiento hacia fines de los años
1990 recomenzó la expansión de los gastos militares de tal modo que para 2012
su volumen real (sumando todas la erogaciones con finalidad militar del estado,
no solo las del Departamento de Defensa) se llega a una cifra equivalente a
aproximadamente el 9 % del producto Bruto interno [3]. Lo que podríamos abarcar
como área militar y de seguridad se deslizó del pasado “clásico” poblado por
militares y agentes profesionales de tipo tradicional adscriptos directamente a
la administración pública a una nueva etapa con participación ascendente de
mercenarios, estructuras privadas contratadas por el estado, y una multitud de
organizaciones públicas y privadas informales oscilando entre la legalidad y la
ilegalidad, mezcladas con negocios clandestinos (drogas, prostitución, tráfico
de armas, etc.). Guerra de Cuarta Generación, lumpen-burguesía financiera y
lumpen-militarismo se conviertieron en el núcleo duro ideológico-físico de una
élite imperial degradada que algunos autores señalan como lumpen-imperialista
[4].
Pero así como la mega burbuja financiera apuntaló primero el
funcionamiento del sistema para luego convertirse en un salvavidas de plomo, la
degeneración militarista-mafiosa y su novedosa doctrina aparecieron como la
tabla de salvación de estructuras militares y de inteligencia ineficaces ante
una periferia aparentemente lista para ser devorada pero que se les escapaba de
las manos. Sin embargo esas esperanzas eran ilusorias, lo único que han
conseguido es destruir países, fracasar en el intento o ambas cosas al mismo
tiempo acumulando gastos y déficits fiscales: la criminalidad converge con la
estupidez.
La “transición 2008-2013” significó un cambio fundamental en las formas
de la guerra (su degradación radical) que dejó al descubierto el carácter de la
mutación en curso del conjunto del capitalismo. Hacia mediados de los años 1950
y haciendo referencia a la por entonces reciente practica bélica nazi Johan
Huizinga señalaba que históricamente la guerra siempre había formado parte de
las civilizaciones o culturas “puesto que una comunidad (en guerra) reconocía a
la otra (contra la que hacia la guerra) como humana… y separaba claramente y de
manera expresa la guerra de la paz, por un lado, y de la violencia criminal,
por otro. La teoría de la guerra total – destacaba el historiador- ha
renunciado al último resto lúdico de la guerra (es decir a toda regla de juego)
y con ello a la cultura, al derecho y a la humanidad en general” [5]
A mi entender la ruptura hitleriana con relación a la práctica y a la
teoría de la guerra, es decir la “guerra total” y sus genocidios fue un
anticipo, un primer ensayo en plena crisis capitalista de lo que actualmente
aparece como Guerra de Cuarta Generación. En el primer caso se trató de una
monstruosidad temprana, pionera “alemana” pero con antecedentes en la cultura
más reaccionaria de los Estados Unidos, autores como Domenico Losurdo han
establecido de manera rigurosa evidentes raíces ideológicas estadounidenses del
nazismo [6]. Ese desastre expresaba la enfermedad de una civilización que
todavía disponía de reservas sistémicas (morales, productivas, institucionales,
etc.) como para reponerse y que aún no había sufrido una metástasis general. El
tumor hitleriano fue extirpado a medias y el mal pudo sobrevivir ocultándose en
las sombras a la espera de una nueva oportunidad, llegaron los juicios de
Nüremberg, los crimenes de guerra (la violación de las reglas de juego de la
guerra moderna) fueron condenados selectivamente de manera prolijamente
desprolija.
Cuando hacia fines de los años 1930 Hermann Rauschning escribió una obra
esencial para entender el funcionamiento del fenómeno: “La revolución del
nihilismo”, acertó al señalar que “la esencia de la dominación nazi es el
nihilismo”, la negación a la vez criminal y suicida de la realidad humana, pero
se equivocó completamente cuando pronosticó que “ese fanatismo producido y
difundido por la maquinaria del poder es tan vacío, tan artificial e
inauténtico que todo ese gigantesco aparato podría derrumbarse de un día al
otro a causa de un solo acontecimiento sin dejar ningún rastro de vida
autónoma” [7]. Rauschning no supo (o no quiso) hundir el bisturí hasta el
fondo, de hacerlo se hubiera visto obligado a colocar en el banquillo de los
acusados al conservadurismo burgués en su conjunto y a partir de allí a los
aspectos destructivos (y autodestructivos) de la civilización occidental a la
que él se enorgullecía pertenecer.
Ahora cuando vemos al cáncer fascista propagarse tranquilamente por toda
Europa al ritmo de la crisis, desde el avance irresistible del Frente Nacional
en Francia hasta la victoria neonazi en Ucrania, pasando por Holanda, Belgica,
Croacia, Hungría, los países bálticos, Grecia, etc. no podemos dejar de
constatar el enraizamiento profundo del mismo no solo en la tragedia de los
años 1920-1930-1940 sino en historias muchos más antiguas, en fanatismos
religiosos, en genocidios coloniales y otras prácticas sociales de gran
crueldad (el nazismo clásico no era superficial ni inauténtico, hundía sus
raíces en la larga trayectoria criminal de Occidente).
Pero lo más significativo y terrible ha sido la reinstalación sin mayores
escándalos de la doctrina hitleriana de la guerra total, rebautizada Guerra de
Cuarta Generación y a veces edulcorada como “golpes blandos” o “suaves” o bajo
la delirante presentación de guerras o bombardeos “humanitarios”. Ahora ya no
se trata de una experiencia pionera y en cierto modo sorpresiva, “anormal” sino
de un vale-todo aceptado por el conjunto de las élites imperialistas. El hecho
de que la forma capitalista de hacer la guerra haya sufrido tal transformación
está estrechamente vinculado a (forma parte de) la transformación del
capitalismo en un sistema destructor de fuerzas productivas extendiéndose al
contexto ambiental con sus tierras, mares, montañas, animales, etc. apuntando
hacia la aniquilación de todo el patrimonio histórico de la humanidad, de toda
la acumulación de civilizaciones.
¿Retorno
al origen?
Podríamos establecer paralelos entre la coyuntura actual y los orígenes
de la modernidad. Robert Kurz puso al descubierto los orígenes militares del
capitalismo. Hacia el siglo XVI, según Kurz “no fue la fuerza productiva, sino
por el contrario una contundente fuerza destructiva la que abrió el camino a la
modernización, a saber, la invención de las armas de fuego. La producción y
movilización de los nuevos sistemas de armas no eran posibles en el plano de
estructuras locales y descentralizadas que hasta entonces habían marcado la
reproducción social, sino que requerían en diversos planos una organización
completamente nueva de la sociedad. Las armas de fuego, sobre todo los grandes
cañones, ya no podían ser producidas en pequeños talleres, como las premodernas
armas de punta y filo. Por eso se desarrolló una industria de armamentos
específica, que producía cañones y mosquetes en grandes fábricas” [8].
Un buen ejemplo de ello es la presencia en pleno siglo XVI del célebre
“Arsenal de Venecia” fabrica militar muy admirada en su época, probablemente la
primera industria moderna, que inspiró a muchos emprendimientos militares y
civiles posteriores y cuya organización productiva basada en una eficaz
división de tareas esbozaba el modelo que varios siglos después en el inicio de
la revolución industrial inglesa describió Adam Smith.
Fue efectivamente en torno de los desarrollos militares que se fueron
generando redes comerciales y financieras que permitían a los príncipes y demás
señores de la guerra lanzar sus aventuras.
Las mismas estaban destinadas a las luchas intestinas de las
aristocracias y a la represión de las masas campesinas pero su objetivo
principal era el pillaje de la periferia, disparador decisivo y alimentación
duradera, plurisecular de la emergencia y consolidación del capitalismo, sus
mercados internos centrales, su ciencia, su arte y su expansión industrial y
tecnológica (existe por ejemplo una sobreabundante literatura referida a la
incidencia de la inundación de oro y plata proveniente de las colonias
americanas en la transformación burguesa de Europa) [9].
Fue la alianza militar-parasitaria, entramado de mercenarios,
aristocracia militarizada, comerciantes-bandidos, usureros de alto nivel, etc.
la plataforma de lanzamiento de la conquista de la periferia permitiendo que
una relativamente pequeña economía guerrera realizara un pillaje desmesurado
con relación a su tamaño inicial. En el siglo XVI el producto bruto de
Occidente apenas superaba el 10 % de lo que podríamos considerar como producto
bruto mundial contra 23%-24 % China o 27%-28% India [10].
Hubo una primera tentativa: las Cruzadas cuando aproximadamente en los
siglos XII y XIII los occidentales lanzaron una sucesión de invasiones al rico
Cercano Oriente ocupando parte de su territorio [11].
Pero esa colonización fracasó pese a la enorme crueldad desplegada, los
pueblos invadidos disponían de una capacidad militar que les permitió expulsar
al invasor por medio de lo que podríamos llamar guerra de larga duración, la
disparidad militar entre invasores e invadidos no fue lo suficiente grande como
para sellar la derrota definitiva de las víctimas.
La situación fue cambiando desde el siglo XV y experimentó un gran viraje
en el siglo XVI en que Occidente adquirió una superioridad técnico-militar
decisiva sobre el resto del mundo.
La batalla de Lepanto (1571) probó la superioridad técnica occidental
sobre el Imperio Otomano, la eficacia del Arsenal de Venecia estuvo detrás de
esa victoria [12], medio siglo antes los españoles habían utilizado su
abrumadora superioridad técnica para aplastar al Imperio Azteca que no conocía
la pólvora ni las armas de metal.
Esa superioridad militar de Occidente no fue producto del azar, se apoyó
en el vertiginoso desarrollo de su ciencia militar durante los siglos XV y XVI,
la ingeniería militar estuvo en el centro del Renacimiento europeo, heredaba a
la ingeniería militar medieval que su vez mantenía vínculos con la ciencia
militar de la antigüedad greco-romana. Bertrand Gille relata que “cuando en
1328 Felipe V de Valois concibió el proyecto de partir a las cruzadas Guy de
Vigevano se convirtió en su consejero militar y escribió para el rey un tratado
sobre maquinas de guerra…que puede ser considerado como uno de los principales
antecedentes de la ciencia militar posterior”. Gille destaca que “ciertas
ilustraciones del tratado presentan analogías sorprendentes con algunas
imágenes de antiguos manuscritos griegos y romanos” que junto a otros
desarrollos medievales demuestran según el autor una clara continuidad
científico-técnica en el tema militar desde Grecia y Roma hasta llegar a los
siglos XV y XVI [13].
La continuidad histórica de la “demanda” (el militarismo) para esa
ciencia se remonta primero a la Edad Media europea una de cuyas características
principales fue el sobre dimensionamiento de sus dispositivos bélicos, la
excesiva proliferación de organizaciones militares conducidas por príncipes
aspirantes a emperadores y titulares de “imperios” como Carlomagno pasando por
señores de la guerra de todo tamaño, bandas de mercenarios, etc. Militarismo
feudal enlazado históricamente con la Antigüedad europea guerrera e
imperialista, constatemos solamente que como lo observa James O‘Donnell con
relación al imperio romano ya en decadencia: ”después de llegar al trono en el
año 284 el emperador Diocleciano y sus sucesores pudieron restaurar las
fronteras romanas y el orden romano multiplicando por cinco o diez el número de
soldados y funcionarios. Diocleciano aumentó el número de soldados a 400 mil y
más tarde llegó a alcanzar los 650 mil” [14].
En su libro “Matanza y cultura” [15] Victor Hanson desarrolla la larga
trayectoria belicista de Occidente y al referirse a sus victorias militares del
siglo XVI señala que “el dinamismo militar europeo era un continuo de la
Antigüedad clásica, no una consecuencia casual de la edad de la pólvora y del
descubrimiento del Nuevo Mundo… desde Grecia hasta el presente… las afinidades
demostradas por las sociedades occidentales en su forma de hacer la guerra
resultan asombrosamente duraderas” y agrega luego: “las falanges macedonias,
igual que el ejército de Cortés, la flota cristiana que combatió en Lepanto y
la compañía de fusileros británicos que defendió Rorque‘s Drift (1879-África,
las tropas coloniales fueron derrotadas por los zulúes) disponían de un
armamento muy superior al de sus adversarios”.
No se trata solo de superioridad técnica sino de la extrema crueldad en
su “forma de hacer la guerra” lo que lleva al autor (pese a su admiración hacia
Occidente) a señalar que: “algunos estudiosos equiparan a Alejandro Magno con
Cesar… o Napoleón con quienes compartía su voluntad de hierro, su genio militar
innato y la búsqueda de un imperio más poderoso de lo que los recursos
naturales de su tierra nativa les permitían. Alejandro en efecto guarda
afinidades con ellos, pero a nadie se parece más que a Adolf Hitler”. El
paralelo inevitable entre las falanges griegas, las legiones romanas, los
cruzados, las tropas coloniales españolas, inglesas, francesas y los ejércitos
hitlerianos establece el hilo conductor “occidental” de una larga sucesión de
guerras, conquistas y matanzas.
La acumulación originaria del capitalismo se basó, fue exitosa gracias al
saqueo desmesurado de una periferia y de recursos naturales gigantescos,
relativamente “infinitos” dado el nivel técnico y la capacidad de rapiña de los
imperialistas europeos de ese entonces. Pero esa desmesura es imposible
actualmente, el planeta es demasiado pequeño para las necesidades de lo que
sería un nuevo proceso de acumulación capaz de potenciar el parasitismo
occidental hasta generar una suerte de supercapitalismo global.
Las potencias centrales son lo suficientemente grandes como para destruir
al planeta (lo que significaría su autodestrucción) y es por ello, a causa de
su gigantismo que no pueden salvarse, iniciar un nuevo ciclo ascendente
devorando recursos humanos y naturales aunque para sobrevivir como imperio
necesitan alimentarse de sus víctimas. Esto marca una diferencia cualitativa
esencial con lo ocurrido hace cinco siglos, ahora la violencia imperialista no
es la de un monstruo vigoroso, en su infancia o juventud sino la de un monstruo
viejo y obeso.
Occidente
Es necesario asociar conceptos artificialmente disociados como
“civilización occidental”, “civilización burguesa”, “Imperio” (occidental) y
“capitalismo”. El capitalismo aparece como un fenómeno histórico con raíces
geográficas occidentales bien delimitadas cargando una pesada herencia cultural
específica. Occidente emergió como una empresa imperialista colectiva,
agrupando a varios estados expandiéndose globalmente y al mismo tiempo
enfrascados en feroces disputas intestinas, la unificación llegó luego de un
largo recorrido plurisecular al final de la Segunda Guerra Mundial bajo el
mando de una superpotencia neo europea: los Estados Unidos.
El estallido de la guerra en 1914 pero especialmente la ruptura rusa de
1917 marcó el inicio del declive occidental aunque la tendencia pareció
revertirse desde los años 1990 con el desplome de la URSS y en cierto sentido
antes a partir de la reconversión capitalista de China. Pero no fue así, de la
desintegración soviética luego de una década de desastres apareció Rusia como
potencia militar-energética crecientemente autónoma aunque manteniendo
estrechos lazos comerciales y financieros con Occidente y del aburguesamiento
chino no nació un país subdesarrollado dócil a los intereses norteamericanos
como India o México sino una potencia periférica también con importantes
márgenes de autonomía.
El deterioro general de la dominación occidental, de su jerarquía
imperialista, es decir del capitalismo como sistema mundial ha engendrado el
fenómeno de despolarización, de descontrol periférico, China y Rusia pero
también Irán, y los juegos más o menos independientes de algunos estados
“progresistas” de América Latina ilustran el proceso. Los “bárbaros” del siglo
XXI se organizan sin tutela romana o negociando con la Roma moderna ya no como
simples vasallos, pero esa Roma no puede reproducirse como tal, su parasitismo
no puede sobrevivir sin los tributos crecientes de sus súbditos periféricos, necesita
cada vez más sangre de sus víctimas (petroleo barato, litio, oro, cobre,
salarios miserables, mayores ventajas comerciales, mega-transferencias
financieras, etc.) mientras las víctimas van encontrando los caminos para
reducir el pillaje gracias precisamente al debilitamiento del parásito (lo que
no impide en ciertos casos que los bárbaros se pillen entre ellos).
Algunas
precisiones nos pueden ayudar a entender mejor lo que está ocurriendo
En primer lugar el hecho de que la consolidación de los estados burgueses
centrales ha estado (y sigue estando) estrechamente asociada a la expansión y
consolidación colonial, la extracción masiva de riquezas de la periferia
permitió y sigue permitiendo la integración de las sociedades centrales y la
permanencia de su guardián estatal-militar, el fin o el debilitamiento grave de
dicha explotación marcaría el eclipse de esos estados y de sus bases sociales.
En segundo lugar la comprobación de que el capitalismo es un sistema
basado en un encadenamiento de jerarquías fuertemente autoritarias, desde la
empresa ascendiendo hasta llegar al centro del poder mundial a través de una
compleja articulación de estados, grupos económicos, instituciones
internacionales, medios de comunicación, etc. La jerarquía imperialista del
capitalismo es inherente al mismo, es su forma histórica, concreta de
reproducción, nunca fue una articulación pacífica sino un ensamble violento e
inestable donde la autoridad es ganada y conservada con guerras, presiones,
trampas, etc. Pero hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial esa jerarquía
jamás pudo estructurarse en torno de un único centro estatal, superimperialista
de poder, desde los inicios de la modernización y su sombra colonial nos
encontramos ante sucesivas rivalidades y guerras interimperialistas.
La fantasía de la globalización regida por una sola potencia mundial
aunque insinuaba concretarse en los lejanos años 1990 se fue desvaneciendo en
la década siguiente, el sometimiento de Europa y Japón a la jefatura
estadounidense continúa basada en la degradación de ambos socios menores,
hechos recientes como los de Libia, Siria y Ucrania son buenos ejemplos de
ello. Pero ocurre que el jefe imperial también se degrada lo que plantea la
incertidumbre respecto del futuro de esa convergencia central. Por su parte la
periferia se va descontrolando precisamente cuando más es necesario su control
(superexplotación) para la reproducción del parásito, en consecuencia el
imperio se enfurece, se desespera, rescata toda su memoria racista no solo para
expulsar o reducir a la esclavitud a los intrusos periféricos que se instalan
en los territorios imperiales sino para convertir a sus países de origen en
zonas de libre cacería.
Está última etapa ilumina toda la historia anterior del sistema, destruye
sus mitos decisivos, deja al descubierto su falsedad esencial. Sobre todo el
mito del capitalismo como progreso, como etapa superior en la sucesión de
civilizaciones, es decir como la más potente negación de la barbarie.
Buena parte de las ideologías anticapitalistas de los siglos XIX y XX
planteaban la superación del capitalismo como una suerte de continuidad a un
nivel superior, de negación inicial, revolucionaria, apoyada en los logros
“positivos” del viejo mundo (el proyecto de ruptura albergaba condicionamientos
culturales que aseguraban la reproducción de aspectos decisivos de la
civilización burguesa).
Pero la degeneración en curso de ese sistema le quita el velo ideológico
a su verdadero rostro, los logros aparentemente positivos de su tecnología (donde
el capítulo militar es decisivo) aparecen inscriptos en un contexto de
conquistas coloniales con centenares de millones de asesinatos, con
liquidaciones de creaciones culturales calificadas despectivamente como atraso
o subdesarrollo, depredando hasta la extinción a una amplia variedad de
recursos naturales.
Podemos incluir un pequeño agregado entre paréntesis a la célebre
expresión de Voltaire para afirmar que la civilización (burguesa) no ha
suprimido a la barbarie sino que la ha perfeccionado. El capitalismo no debe
ser asumido como una etapa en última instancia positiva en la marcha del
progreso humano sino como una desgracia, como un desastre, una degeneración
cuya no existencia hubiera evitado numerosas tragedias. El balance histórico de
su evolución es globalmente negativo, muchos de sus progresos científicos y
tecnológicos habrían sido obtenidos siguiendo probablemente otros ritmos y
caminos pero en contextos sociales menos terribles.
Hegel en sus lecciones de filosofía de la historia establecía que el
desarrollo de la libertad, componente de la marcha de la Civilización entendida
como encadenamiento de civilizaciones, como la evolución del progreso
universal, nacía penosamente en Oriente (es decir en la periferia) para
realizarse integralmente en Occidente con la victoria mundial de su
civilización, de la modernidad burguesa [16]. La soberbia eurocéntrica le
impedía a Hegel percibir que la libertad periférica (embrionaria, en
desarrollo) había sido aplastada, abortada, liquidada por un Occidente
parasitario y depredador concretando la mayor matanza de la historia humana y
que su civilización sanguinaria solo podía afirmarse una y otra vez por medio
de la fuerza bruta, de sus dispositivos militares contra los pueblos oprimidos
de la periferia (y cuando fue necesario también contra sus propias poblaciones
como lo demostró el fascismo europeo del siglo XX ahora en pleno renacimiento).
La subestimación, el desprecio occidental, su visión deshumanizante de
las culturas periféricas constituye una pieza clave de su ideología imperial
estructurada durante muchos siglos de saqueo, la animalización de la imagen del
hombre del “resto del mundo” formó parte de la construcción psicológica que
facilitó al colonizador de Occidente la realización de los grandes genocidios
legitimados como obra civilizadora. La ignorancia o desprecio de las riquezas
culturales de la periferia, de la creatividad de sus bases sociales, del
potencial de autonomía de sus comunidades campesinas no solo atrapó a los
cerebros de las élites occidentales sino también a buena parte de sus enemigos
internos, así fue como Gramsci pudo llegar a afirmar que en la vieja periferia
precapitalista “el Estado era todo, la sociedad civil era primitiva y
gelatinosa” mientras que en Occidente existía una robusta sociedad civil [17]
lo que no permite explicar como hicieron las poblaciones andinas de América,
por ejemplo, para sobrevivir culturalmente al genocidio inicial de la conquista
seguido por más de cinco siglos de opresión y pillaje occidental u otras
proezas culturales de los periféricos de Asia y África.
Es necesario entender que la declinación en curso del mundo occidental se
convierte en degeneración de su trama ideológica y económica planetaria, es
decir del capitalismo como totalidad universal. Desde los años 1970 se
sucedieron las ilusiones referidas a las emergencias capitalistas no
occidentales, desde el milagro japonés, pasando por los tigres y dragones de
Asia (Corea del Sur, Taiwan, etc.) hasta llegar a China. En todos esos casos
era evidente que las expansiones industriales-exportadoras que lideraban los
desarrollos “milagrosos” se apoyaban en las necesidades de los mercados
occidentales o de mercados periféricos fuertemente dependientes de esas
demandas por consiguiente el deterioro de dichos mercados golpea a los
capitalismos no-occidentales. Además hechos tales como la hipertrofia
globalizada de las redes financieras establecían un solo espacio mundial
estrechamente intercomunicado, la imposible desfinancierización del capitalismo
constituye un bloqueo común del que no pueden escapar ni el centro ni la
periferia. Esta última además cuando se embarca en la prosperidad burguesa
queda sometida al modelo consumista, a las pautas ideológicas occidentales que
tienen un devastador efecto desestructurante (familiar, comunitario,
ambiental).
A mediados de 2008 en pleno estallido financiero Richard Haass,
presidente del Council on Foreign Relations de los Estado Unidos publicó un
artículo donde daba la voz de alarma: la unipolaridad estaba condenada a muerte
y no tendía a ser remplazada por la multipolaridad, estaba comenzado a emerger
un mundo no-polarizado que el autor cargaba de imágenes caóticas [18], Haass
percibía que el fin de la jerarquía imperialista, unipolar desde 1991 y
multipolar en toda la historia anterior del sistema (incluído el período de
auge de imperio británico) podía llegar a ser una suerte de “fin del mundo”, de
derrumbe de la “civilización”, es decir de desarticulación del capitalismo como
cultura universal y por supuesto adelantaba algunas medidas correctivas que
permitirían mitigar el supuesto desastre.
Haass tenía razón cuando alertaba acerca de que la no-polaridad albergaba
el fantasma del fin de la “civilización” (burguesa), George W. Bush y luego
Barak Obama han intentado impedir ese futuro introduciendo correctivos
militares que han terminado por agravar la enfermedad del Imperio propagando el
caos allí donde les ha sido posible.
Por su parte potencias periféricas como Rusia y China no están en
condiciones de reordenar, en el sentido burgués del término, el desorden
causado por la decadencia occidental desarrollando nuevos espacios capitalistas
jerarquizados en remplazo de los viejos espacios agonizantes, no son fuerzas
negentrópicas del sistema sino zonas capitalistas resistentes sumergidas
también ellas en la decadencia global. Intentan frenar los manotazos que contra
sus intereses lanza el imperio pero al resistir, contragolpear o avanzar sobre
los flancos débiles del adversario contribuyen al “desorden” general, bloquean
las tentativas de recomposición del dominio occidental del mundo y de ese modo
agravan la degeneración global capitalismo.
La
insurgencia global como necesidad histórica
Las élites dominantes de China y Rusia, también las de Brasil, India o Irán
creen en la posibilidad de desarrollar sus capitalismos nacionales, hacen lo
que hacen para no hundirse en el desastre al que lo quiere condenar Occidente
pero el carácter global, profundamente interrelacionado del sistema del que
forman parte condiciona sus astucias.
Todos esas zancadillas y empujones entre el centro y la periferia
contribuyen a crear un panorama global enrarecido que en cualquier momento
puede derivar en guerras y situaciones pre-bélicas a nivel regional amenazando
algunas veces con transformarse en confrontaciones mundiales como ocurrió en
2013 a raíz de la situación siria y en 2014 con Ucrania.
Karl Polanyi describía la larga “pax europea” (salpicada por conflictos
menores) vigente desde el fin de las guerras napoleónicas hasta 1914 resultado
según él del rol armonizador, apaciguador de conflictos cumplido por algunos
factores ocultos entre los que destacaba a la “haute finance”, los círculos
financieros europeos más encumbrados que poniéndose por encima de los intereses
políticos nacionales anudaban compromisos, negocios atravesando países y
calmando por consiguiente la disputas interimperialistas [19].
Pero Polanyi solo miraba la superficie del fenómeno en realidad los
negocios de la “haute finance” se fundaban en la vertiginosa acumulación de
capitales proveniente principalmente de la rapiña imperialista del mundo uno de
cuyos pilares esenciales era la acción de los estados occidentales, el
desarrollo de sus aparatos militares (decisiva fuente de negocios) y de las
consiguientes megalomanías “patrióticas” de las respectivas burguesías
nacionales rivales. Polanyi señala que “los Rothschild no estaban sujetos a un
gobierno; como una familia, incorporaban el principio abstracto del
internacionalismo ; su lealtad se entregaba a una firma, cuyo crédito se había
convertido en la única conexión supranacional entre el gobierno político y el
esfuerzo industrial en una economía mundial que crecía con rapidez” [20]. En
realidad el rol “pacificador” de los Rothschild formaba parte un doble juego
peligroso pero muy rentable, por un lado excitaban a las bestias alentando sus
ambiciones (y de inmediato les pasaban la cuenta) y por otro las calmaban
cuando amenazaban hacer un desastre, pero esa sucesión de excitantes y
calmantes aplicadas a bestias que absorbían drogas cada vez mas fuertes terminó
como tenía que terminar: con un gigantesco estallido (Agosto de 1914).
Trasladándonos al mundo actual es necesario afirmar que la globalización
de negocios no establece un manto transnacional pacificador sino todo lo
contrario, sobre todo en los centros globales de poder político-militar
incentivando megalomanías criminales.
Es al interior del sistema global decadente que se desarrollan las
ilusiones, esperanzas y rebeldías de la periferia. La ilusión de afianzar
capitalismos autónomos bajo las banderas de la restauración de la “identidad
rusa” o del “socialismo de mercado” chino o de un “socialismo” a medias como en
Venezuela o de una sociedad basada en el islam como en Irán o de capitalismos
“progresistas” como en Brasil, Argentina o Ecuador. Pero también la resistencia
al invasor en Afganistan o en Libia hasta llegar a la guerra prolongada por el
socialismo de las FARC en Colombia, a las protestas sociales en Europa, etc.
Ese gran rompecabezas no constituye una insurgencia global ni mucho menos un
movimiento en vía de articulación sino un proceso sumamente heterogéneo donde
se presentan erupciones efímeras, ciclos de larga duración, tentativas de
desarrollo capitalista relativamente autónomos, rebeliones anticapitalistas,
etc. que pueden ser vistos de distintas maneras, una de ellas es la de una gran
turbulencia periférica que se va expandiendo en medio de contradicciones de
todo tipo anunciando al mismo tiempo escenarios futuros de insurgencia popular
contra el sistema y su contrario: el hundimiento en degradaciones prolongadas.
Es ese espacio complejo al que las potencias occidentales tratan de
aplastar, aislar, demonizar, triturar, allí se reproduce un gigantesco
proletariado universal, varios miles de millones de campesinos, obreros,
marginales, comerciantes miserables, etc. condenados a la muerte o a la
supervivencia infrahumana por la dinámica decadente del sistema. Constituyen
una realidad plural que se opone naturalmente a la homogeneización esclavizante
de Occidente intentando preservar y/o construir identidades, espacios de
libertad, sobrevivir, vivir dignamente.
Los próximos años dirán si desde esa masa proletaria irrumpe la
insurgencia global que desplegando su pluralidad vaya convergiendo en la
segunda ofensiva contra el imperio, la primera ocurrió en el siglo XX a partir
de la Revolución Rusa convirtiéndose en una rebelión global que se prolongó
durante cerca de seis décadas abarcando desde China hasta Cuba, pasando por
Argelia, Vietnam, Nicaragua.
Hace medio siglo estaban de moda en Europa occidental autores que
denunciaban la pérdida de hegemonía de la región superada por superpotencias
extraregionales como la URSS, los Estados Unidos o Japón. Uno de esos textos,
de gran éxito editorial, fue “El rapto de Europa” [21] de Luis Diez del Corral,
su tesis era que naciones extra europeas le estaban robando o ya le habían
robado a Europa su mayor creación cultural: la modernidad.
Deslumbrado por el mito griego el autor no recapacitó lo suficiente
acerca de su significado histórico: Zeus roba, rapta a Europa, princesa del
Cercano Oriente engañada por el dios que mimetizado como toro la induce a que
lo monte cosa que aprovecha el ladrón para secuestrarla y llevarla a su isla.
El origen del Occidente histórico es el engaño y el robo, su propio nombre:
Europa es el de un trofeo producto del robo. En última instancia si el mundo no
occidental se apropiaría de la modernidad occidental no estaría haciendo otra
cosa que recuperar el capital más los intereses de las riquezas que el ladrón
le había quitado durante siglos: oro, plata, petróleo, cereales, centenares de
millones de vidas humanas. En realidad el planeta está hoy completamente
modernizado, para unos (el centro del mundo) eso significa desarrollo
capitalista, poder, privilegios mientras que para el resto quiere decir
subdesarrollo capitalista, miseria, frustraciones.
De todos modos la “apropiación periférica de la modernidad” es un anzuelo
envenenado, es la ilusión de reproducir los supuestos logros culturales de la
civilización burguesa de manera independiente o enfrentando a Occidente, cuando
el esclavo imita al amo o pretende regenerar a su comunidad adoptando-adaptando
sus fundamentos ideológicos lo que consigue es bloquear la creatividad revolucionaria
de su base social (así lo demuestra la experiencia histórica del siglo XX) [22]
[23], cree haber encontrado el hilo de Ariadna que le permitirá salir del
laberinto, se aferra al mismo y marcha triunfalmente hacia la salida… en
realidad se ha aferrado a la cola del diablo quien astutamente lo deriva hacia
pasadizos aún más siniestros.
Pero la modernidad ha ingresado al estado de decrepitud y la liberación
de sus víctimas centrales y periféricas solo puede ser lograda por medio de la
negación absoluta del capitalismo, su completa destrucción, para desde sus
cenizas construir un mundo nuevo. Nada autoriza a suponer que esa proeza (la
mayor de la historia humana) sea inevitable, la regeneración postcapitalista es
históricamente necesaria aunque no constituye un fenómeno inexorable impuesto
por supuestas leyes de la historia. Se trata de una tarea que requiere un
gigantesco esfuerzo voluntarista animado por ideas resultado de prácticas
insurgentes, rebeldías más o menos radicalizadas, de pruebas, errores,
fracasos, éxitos efímeros o duraderos.
Notas
[1] Las decadencias de civilizaciones anteriores y las reflexiones
contemporáneas sobre las mismas en la medida en que lograban una visión de
cierta amplitud asociaban a dichas decadencias con futuras renovaciones o
instalaciones de nuevas civilizaciones en el mismo territorio. A nivel mundial
mientras una civilización decaía otras permanecían o emergían. Ahora dado el
potencial autodestructivo del capitalismo global aparece la posibilidad
histórica del “fin de la historia” no en el sentido idílico (siniestro) del
mundo liberal feliz que hace algunas décadas nos proponía por ejemplo Francis
Fukuyama sino como desastre universal.
[2] Marx y Engels, “La ideología alemana”, Ediciones Progreso, Moscú,
1974.
[3] En 2012 los gastos del Departamento de Defensa llegaron a unos 700
mil millones de dólares, si a los mismos se les adicionan los gastos militares
que aparecen integrados (diluidos u ocultos) en otras áreas del Presupuesto
(Departamento de Estado, USAID, Departamento de Energía, CIA y otras agencias
de seguridad, pagos de intereses, etc.) se llegaría a una cifra cercana a los
1,3 billones (millones de millones) de dólares. Esa cifra equivale al 50 % de
los ingresos fiscales previstos o al 100 % del déficit fiscal. Esos gastos
representaron casi el 60 % de los gastos militares globales y si les sumamos
los de sus socios de la OTAN y de algunos países vasallos extra-OTAN como
Arabia Saudita, Israel, Colombia o Australia estaríamos entre el 75 % y el 80 %
del gasto global (Ref: Jorge Beinstein, “Capitalismo del Siglo XXI.
Militarización y decadencia”, Ed. Cartago, Buenos Aires 2013).
[4] Narciso Isa Conde, “Estados neoliberales y delincuentes”, Aporrea,
20/01/2008, http://www.aporrea.org/tiburon/a49620.html
[5] Johan Huizinga, “Homo ludens” (1954), Emecé Editores, Buenos Aires, 1968.
[6] Domenico Losurdo, “Las raices norteamericanas del nazismo”, Enfoques
Alternativos, nº 27, Octubre de 2006, Buenos Aires.
[7] Hermann Rauschning, “La
révolution du nihilisme”, Gallimard, Paris, 1980.
[8] Robert Kurz, “Los orígenes destructivos del capitalismo”, 1997,http://www.oocities.org/pimientanegra2000/kurz_origen_destructivo_capitalismo.htm
[9] En otros textos he presentado un concepto de Anouar Abdel Malek a mi
entender esencial para entender el fenómeno, se trata del “surplus histórico”
acumulado durante siglos por Occidente resultado de un saqueo universal sin
precedentes, patrimonio imperialista basado en la destrucción del contexto
ambiental y de civilizaciones de todos los continentes (Anouar Abdel Malek,
“Political Islam”, Socialism in the World, Number 2, Beograd 1978.
[10] Angus Maddison,”The
World Economy: Historical Statistics”, OECD 2003.
[11] René Grousset la calificó como “la pimera expansión colonial de
Occidente”. Renée Grousset, “Las cruzadas”, EUDEBA, Buenos Aires, 1965.
[12] “El poder veneciano se basaba en su capacidad para fabricar armas de
acuerdo a los modernos principios de la especialización y la producción
capitalista” señala Victor Davis Hanson para agregar que “tres años después de
Lepanto el monarca francés Enrrique III, que se encontraba en Venecia, visitó
el Arsenal que, para su asombro, montó, botó y equipó una galera en una hora!
En condiciones normales , el Arsenal, recurriendo a principios de construcción
naval, financiación y producción en masa comparables únicamente a los del siglo
XX, era capaz de botar una flota entera de galeras en el espacio de unos pocos
días”, Victor Davis Hanson, “Matanza y cultura. Batallas decisivas en el auge
de la civlización occidental”, Fondo de Cultura Económica-Turner, México D.F. /
Madrid 2006.
[13] Bertrand Gille, “Les ingénieurs de la Renaissance”, Herman, Paris
1964.
[14] James O‘Donnell, “La ruina del imperio romano”, Ediciones B,
Barcelona 2010.
[15] Victor Davis Hanson, op
cit.
[16] G.W.F Hegel, “La Raison
dans l`Histoire”, Union Générale d`Editions, 10/18, Paris 1965.
[17] Antonio Gramsci, “Cuadernos de la cárcel”, Ed. Era, México, 1999.
[18] Richard N. Haass, “The
Age of Nonpolarity. What Will Folow U.S. Dominance”, Foreign Affairs, Mai/June
2008.
[19] Karl Polanyi, “The
Great Transformation.The Political and Economic Origins of Our Time”,
Bacon Press, Boston, Massachusetts, 2001.
[20] K. Polanyi, op. cit.
[21] Luis Diez del Corral, “El rapto de Europa”, Alianza Editorial,
Madrid 1974.
[22] Desde los avatares burocráticos de la historia soviética hasta
llegar al realismo burgués de los dirigentes chinos pasando por los diversos
nacionalismos más o menos “socialistas” o capitalistas del Tercer Mundo.
[23] Desde los avatares burocráticos de la historia soviética hasta llegar al realismo burgués de los dirigentes chinos pasando por los diversos nacionalismos más o menos “socialistas” o capitalistas del Tercer Mundo.
[23] Desde los avatares burocráticos de la historia soviética hasta llegar al realismo burgués de los dirigentes chinos pasando por los diversos nacionalismos más o menos “socialistas” o capitalistas del Tercer Mundo.
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