Este
interesante artículo aparecido en Zona Crítica sobre la
ideología de Podemos pretende poner las cosas en su sitio (http://www.eldiario.es/zonacritica/ideologia-Podemos_6_277232295.html).
Pero claro, si a su conclusión lo que se nos ofrece no son más que una serie de
preguntas abiertas y sin contestar, difícilmente podremos pensar que lo haya
logrado.
Es muy
cierto que el problema es el de comprender las transformaciones en la
estructura social del capitalismo post-industrial, tal y como se afirma en este
artículo. A la vista está que la aplicación a gran escala de la tecnología en
el sector secundario –la industria– ha acabado desplazando al conjunto de la
actividad productiva hacia el terciario –los servicios–. Las consecuencias de
ello quizás no sean tan evidentes, pero están ahí: la fragmentación y
dispersión de la tradicional clase trabajadora y la retahíla de efectos
derivados de ellas.
Muy
sintéticamente, a medida que se rompían las originarias concentraciones de los
trabajadores en grandes empresas se iba desvaneciendo la conciencia de clase.
En el lugar de tales concentraciones aparecía una constelación de trabajadores
autónomos y por cuenta propia dispersos por todo el tejido productivo en
pequeñas empresas personales de servicios o con muy pocos empleados. Las
condiciones para que esa clase trabajadora atomizada pudiera constituirse en
sujeto político transformador se tornaron entonces particularmente adversas. En
esas condiciones a los trabajadores les resultó cada vez más difícil identificar
con claridad al enemigo común de clase que los explotaba y los explota. Esos
trabajadores a duras penas podían y pueden percibir su propio cometido en la
superestructura económica poco más allá del afán por abrirse camino en la
jungla económica del mercado para sobrevivir o incluso para tener éxito en el
acceso a la riqueza económica.
Ahora bien,
como siempre la realidad es muy tozuda. Además de lo anterior, otra
consecuencia de la tecnificación acelerada de los procesos productivos en la
economía capitalista ha sido el incremento espectacular de la producción masiva
de bienes y servicios. De ahí viene la hipertrofia que han experimentado los
mercados y sus manifestaciones más evidentes a través de todas las patologías
del consumismo. En realidad, lo único que hoy parece dar salida a tal cantidad
de producción es el fenómeno de la omnipresente publicidad en los medios de
comunicación de masas como eficaz mecanismo para el estímulo artificial de las
necesidades humanas.
Pero ¿Qué
nos puede hacer pensar que el excedente de producción derivado de la
tecnificación de la economía se llegará a distribuir ajustado adecuadamente a
sus posibilidades reales y equitativas entre la sociedad? Nada. Incluso por
momentos, hoy, parece que ocurre lo contrario. Aquí no nos vamos a detener en
hablar del mecanismo interno que desencadena las crisis de superproducción
porque ya lo hemos hecho en ocasiones anteriores (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=184350).
Tan sólo recordaremos que la sustitución del factor humano por las máquinas en
la actividad productiva en la actualidad excluye de manera irremisible a
amplias capas sociales en el reparto del excedente de la producción de los
bienes y los servicios. Aunque hasta hace poco estas capas sociales eran
empujadas hacia el sector servicios, la fase actual del desarrollo capitalista
ya ni siquiera puede garantizarles alguna ocupación en ningún sector de
actividad.
Por eso a
nosotros nos resulta desconcertante la afirmación que se contiene en el
artículo de Zona Crítica de que “la revolución que propone
Podemos no sería obrera”. Es evidente que una revolución si no es “obrera” es
porque deja de tomar a los trabajadores en general como los únicos y exclusivos
protagonistas políticos, como los legítimos beneficiarios de su propia acción
económica: la producción de los bienes y los servicios. Así que, ya puestos a
hacernos preguntas ¿Quiénes van a ser los sujetos sociales que se beneficiarán
de las transformaciones derivadas de ese proceso revolucionario? ¿Acaso serán
las nuevas burguesías y las pequeñas burguesías a las que se refiere el
artículo, las mal llamadas clases medias? ¿Serán exclusivamente los que apenas
consigan sobrevivir en la jungla del mercado? ¿O serán los que hayan tenido
éxito en su acceso a la riqueza económica? ¿A lo mejor serán los que han sido
expulsados de su condición de trabajadores para malvivir en los márgenes del
sistema?...
¿Quiénes
serán?
La verdad es
que no tiene nada de extraño que en el artículo su autor concluya entre
interrogaciones dado el conocimiento parcial y el tratamiento superficial de
los procesos políticos, sociales y económicos a los que se refiere. Su posición
no le puede conducir a otro sitio que no sea a un montón de preguntas como
éstas últimas o las que él se hace.
La lógica de
los procesos históricos nos revela que cualquier proceso revolucionario
anterior ha sido precisamente para alumbrar un orden social, político y
económico más justo. Por mucho que se quiera negar, la desastrosa situación
actual de la economía en los países del capitalismo avanzado muy bien puede
apuntar a la necesidad de un nuevo orden acorde con los tiempos. En cuanto que
las consecuencias de la situación se acaben por trasladar a la sociedad y a sus
instituciones políticas de gobierno, en el caso de tener que darle una salida a
la creciente desigualdad, insatisfacción social y a la desafección política
¿Cuál sería la solución para amalgamar los intereses de la variada y dispersa
composición de las capas sociales del capitalismo actual?
En el
artículo citado su autor se acaba por plantear como desafío que, efectivamente,
para Podemos no existe más enemigo político común a batir que los poderes
financieros. Por eso viene a decir que Podemos sitúa la propuesta de democracia
radical frente a ellos. Es arto evidente que el discurso y el programa de
podemos hacen hincapié en la responsabilidad de las finanzas en la gestación y
en la eclosión de la crisis. Precisamente aquí es donde está la clave del
asunto ¿Es el capitalismo financiero el único responsable de la crisis?
Nosotros pensamos que no; pensamos que tiene gran parte de la culpa, pero que
no la tiene toda. El capitalismo es una estructura jurídico-política basada en
la propiedad de los medios de producción mucho más compleja que su sector
financiero. Seguramente también la codicia comercial e industrial tiene mucho
que ver con la crisis y con sus consecuencias. Aquí las únicas víctimas reales
de esta situación siguen siendo las de siempre.
Por eso lo
más lógico sería volver a pensar en el proceso de emancipación iniciado por las
clases desheredadas de la fortuna desde los orígenes históricos del capitalismo
a través de la lucha social y de las organizaciones obreras. Hasta que alguien
pueda demostrar lo contrario esas clases han sido, son y serán las clases
trabajadoras. Ellas son las que soportan el peso de la producción de bienes y
servicios, ellas deberían ser las verdaderas beneficiarias del nuevo orden de
cosas. Cualquier revolución posible debería apoyarse precisamente en ese sujeto
político transformador.
De no
hacerlo así, la nueva situación económica, política y social solo podría
asemejarse a la que ya padecemos y ya no sería nueva. Por mucho que el
excedente de la producción tecnificada permita excluir a muchos de su condición
de trabajadores o los someta a ese enemigo cada vez más invisible y distante
que se llama capital, la conquista del poder político la deberían llevar a cabo
las clases sociales trabajadoras y sus organizaciones políticas. Plantear que
es posible un verdadero cambio del status quo en general sin aceptar esta
premisa será aquello de lograr que algo cambie para que todo siga igual.
Esta última
es la única transformación posible para alcanzar la verdadera justicia social.
El consentir que las viejas clases propietarias sigan en sus puestos al mando
en la economía solo servirá para que, más tarde o más temprano, vuelvan a las
andadas y terminen por dictarle las políticas a los gobiernos de turno para
poder obtener mayores beneficios y riquezas. Una fórmula de democracia radical
participativa expandida no podría hacer mucho contra el chantaje de estas
burguesías hacia el estado ¿De que serviría tal democracia si a estas clases se
las sigue dejando que tomen las decisiones empresariales, si conservan su
iniciativa económica y la ambición de realizar lucrativos negocios explotando
las necesidades sociales?
El resultado
sería totalmente desconcertante porque el capitalismo se habría salido con la
suya: unos dirigentes políticos austeros, honestos y ejemplares para
estabilizar un sistema corrupto, podrido y reproductor de desigualdad. Esto lo
lograría gracias al prestigio público de unos gobernantes que se limitarían a
meter en cintura al sector financiero respetando al resto de la estructura
económica de la explotación capitalista. Eso se parece pasmosamente a un
proyecto reformista del tipo al que nos tiene acostumbrados la
socialdemocracia. Para ese viaje no hacían falta alforjas. Así es que nosotros
pensamos que con tal conclusión hemos dado cumplida respuesta a las preguntas
formuladas en el artículo de Zona Crítica. La democracia
participativa radical solo será posible cuando todos nos reconozcamos como
iguales en la única condición social y económicamente posible para sostener el
progreso: la de trabajadores.
¿Qué pasa
con la revolución?
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