CONTEXTO
ECONÓMICO Y SOCIAL 2018
Índice del contenido
Situación mundial de estancamiento
Globalización ¿avanza o retrocede?
Caracterización de la crisis capitalista en nuestro país
Respuesta de los trabajadores
Situación
mundial de estancamiento
La mayoría
de economías avanzadas -a diferencia de la española- habían dado la crisis de 2007 técnicamente por superada
aproximadamente dos años más tarde. Hay
que aclarar que una crisis termina oficialmente no cuando se recuperan trabajo,
salarios o condiciones de vida, sino cuando el producto interior bruto (PIB)
encadena dos trimestres consecutivos de subida.
Sin embargo,
en los diez años que han pasado desde entonces el crecimiento del PIB en estas
economías ha sido muy reducido, muy lejos de los valores previos a la crisis,
pero también incluso en comparación con sus valores medios en los últimos
veinte años. Mientras tanto, las llamadas economías emergentes -China, Rusia,
Brasil, países del este de Europa…-, que no estuvieron afectadas por la crisis
y que actuaron como motor del capitalismo en los primeros años de ésta, también
bajaron su crecimiento a la mitad hace ahora tres años.
Las
previsiones de organismos económicos y los primeros datos de 2017 han traído un
ligero repunte del crecimiento después de dos años en los que éste se ha
mantenido por debajo de la media histórica. Una nota -es pronto para saber si
coyuntural- con la que intentan insuflar optimismo a unos informes oficiales
que no aportan datos sólidos para prever un cambio de tendencia en el medio
plazo. El período abierto por la Gran Depresión de 2007 se ha transformado en
la Larga Depresión.
Crisis
económica española de 2008
Crisis española de 2008-actualidad
Pero hablar
de PIB no explica nada, es solo el termómetro que indica que el paciente está
enfermo sin apuntar al origen del problema.
Desde una
explicación marxista, lo que hace a la economía capitalista moverse es la
perspectiva de obtención de beneficio por parte de los poseedores de capital.
Sin embargo, tras un pequeño pico antes de final de siglo, los rendimientos
obtenidos en la producción en relación al capital invertido no han hecho más
que bajar. Hay que aclarar que en los años previos a 2007 el rendimiento que
siguió creciendo no fue el del capital productivo, sino el del capital
financiero, que tomó su relevo como fuente de beneficios hasta que la
discrepancia entre el valor reclamado como ganancia y el valor realmente
generado se hizo insoportable.
Pues bien,
una vez agotado aquél paréntesis de euforia financiera con el estallido de una
crisis ya inaplazable, el escenario de beneficios decrecientes volvió a quedar
al descubierto. Y es esta escasa rentabilidad del capital la que está en el
origen del resto de variables negativas que aparecen en los pesimistas informes
económicos.
Porque en
ausencia de beneficios esperados no hay motivo para la inversión. No hay
inversión en capital fijo, que en Estados Unidos ha marcado la proporción
mínima desde la Segunda Guerra Mundial, y que no ha superado en ningún momento
desde 2008 la media histórica. Sin inversión en capital fijo no hay aumentos de
productividad, lo que explica los bajos incrementos de ésta en los últimos diez
años. A su vez, la productividad estancada por falta de inversión fuerza a que
la obtención de mayores beneficios se apoye únicamente en la contención
salarial, hecho que también reflejan las estadísticas a nivel global.
Esta
situación se denomina sobreacumulación de capital, pues el problema no es la
falta de capital para invertir, sino la falta de sectores productivos en los
que invertirlo con una rentabilidad aceptable. Los bancos centrales han puesto
miles de millones a muy bajo interés a disposición del sistema crediticio y de
las propias empresas sin conseguir mover la economía, los fondos de inversión y
las gestoras de fondos de pensiones buscan dónde situar los miles de millones
que manejan, incluso las treinta compañías más grandes de EEUU -como Apple,
Microsoft o Google- suman entre todas 1,3 billones de dólares que prestan a
otras empresas por no saber cómo invertirlo en su propio negocio de una manera
productiva.
A esta
situación de estancamiento económico global se unen una serie de desarrollos
locales -muy conectados con el escenario descrito- que no parecen empujar en la
dirección de una posible recuperación.
Ya hemos
visto en los párrafos anteriores datos relativos a la economía estadounidense.
Su situación general es la misma que vamos a encontrar en el resto de países
avanzados. El crecimiento de su Producto Interior Bruto per capita comenzó a
caer en 2002, pocos trimestres después de que los beneficios tocaran techo.
Desde entonces ha seguido descendiendo, y lo sigue haciendo hasta ahora, tras
superar durante solo un año el profundo valle de la crisis de 2007.
Sin embargo,
se avecinan cambios en la política económica norteamericana que pueden tener
importantes consecuencias internacionales. Hasta hace unos meses, y con objeto
de favorecer la inversión, tanto la Reserva Federal de los EEUU como el Banco
Central Europeo, mantenían desde hace años unos bajísimos tipos de interés y,
desde hace un par de años, unos programas de compra de deuda de grandes
empresas que actúa como una especie de préstamo directo a las mismas.
Quizás una
prueba más de la falta de inversiones rentables ha sido la escasa incidencia
que ha tenido esta enorme inyección de dinero en el crecimiento de la economía.
Pero el hecho es que este dinero barato ha sido utilizado con muchos fines, no
sabemos si eran los esperados: desde mantener a flote empresas con problemas,
pasando por el reparto de dividendos en grandes compañías, hasta la inversión
productiva en economías emergentes. En estos momentos, la deuda en manos de
empresas alcanza techos históricos en los Estados Unidos y sigue siendo una
gran preocupación en Europa.
Pues bien,
entre los objetivos declarados de Donald Trump durante su presidencia figuran el incremento considerable del gasto
militar y, simultáneamente, la reducción de impuestos a las empresas y a las
rentas más altas. Para conseguir esta cuadratura del círculo no va a bastar
con el previsible varapalo al gasto social, sino que también va a ser necesaria
la entrada de mucho capital extranjero en el país norteamericano. Con este
objetivo, la Reserva Federal comenzó en diciembre -y ha continuado en junio-
una subida de los tipos de interés que pretende atraer capitales
internacionales.
La subida ha
sido justificada con la excusa de evitar un recalentamiento de la economía y un
descontrol de la inflación, objetivos difícilmente creíbles cuando el
crecimiento es mínimo y la inflación ronda el 2%. En cualquier caso, una subida
de tipos en EEUU tiene un tirón inmediato en todos los mercados, con lo que la
época del dinero barato puede estar llegando a su fin. Aparte de los bancos, a
los que una subida de los tipos de interés les elevará las ganancias, los
efectos negativos son imprevisibles. Cientos de miles de empresas en occidente
aún no se han liberado de las deudas contraídas durante la crisis o en sus
momentos previos, y es posible que no aguanten una subida de los tipos de
interés. Pero, incluso para las empresas más desahogadas, un incremento del
precio del dinero puede significar el fin de la escasa inversión que ahora se
está produciendo. En los países emergentes y no desarrollados se teme, no solo
el fin del crecimiento, sino la imposibilidad de afrontar el pago de las deudas
contraídas. Incluso los países occidentales con una deuda pública alta verán
elevadas las partidas que dedican al pago de intereses.
Por su
parte, China sigue inmersa en una reordenación de su economía, que presenta
problemas complejos. Aunque en los años posteriores a la crisis de 2007 actuó
como salvavidas de la economía mundial (manteniendo con sus compras de materias
primas la economía de muchos países y prestando dinero a occidente), el
crecimiento se descontroló -como no puede ser de otra manera en el
capitalismo-. Por un lado, la industria elevó demasiado su capacidad
productiva, calculando mal la capacidad de consumo de un occidente sumido en
una larga crisis. Por otro lado, se desarrolló una burbuja inmobiliaria de
proporciones superiores -en porcentaje del PIB- a la que existía en EEUU en los
momentos previos al crash de 2007. Intentar conducir una economía en este
estado hacia un hipotético equilibrio es luchar contra la tendencia intrínseca
del capitalismo, que es a desarrollar el desequilibrio hasta resolverlo en una
crisis cuando es insostenible. Se está intentando desinflar el endeudamiento
sin provocar quiebras, lo cual es complicado mientras se promueve el consumo
interno para compensar la bajada de las exportaciones.
La realidad
es que la economía China dejó de crecer por encima del diez por ciento desde el
2012, año que supuso una segunda inmersión en la crisis a nivel global. Desde
ese momento el descenso del crecimiento ha sido paulatino hasta detenerse en el
seis por ciento el año pasado. Este lento declinar del que actúa como motor de
la producción mundial ha arrastrado tras de sí a todos los países productores
de petróleo y materias primas -entre los que se encuentran la mayoría de los
emergentes-, pues la reducción de su consumo hizo descender los precios. Aunque
los informes oficiales intentan agarrarse a la evolución del PIB chino de los
últimos seis meses, que parece haber detenido su caída, la evolución futura de
la economía del país no puede despejarse mientras persistan los niveles de
burbuja en el mercado de valores, en la deuda y en el sector inmobiliario.
En Europa la
situación sigue la tónica general de mínimo crecimiento, aunque el factor
añadido de ser un espacio económico plurinacional añade problemáticas
adicionales que hacen muy difícil encontrar un camino de salida colectivo a la
situación de estancamiento. En cualquier caso, para explicar la evolución de la
economía europea en la formación y “resolución” de la crisis requiere hacer una
división -quizás un poco burda- en grupos de países y analizar la interacción
de los intereses -la mayoría de las veces contradictorios- entre ellos.
Por un lado
están los países de mayor peso, las economías de Reino Unido, Francia y, por
encima de todos, Alemania. Estas economías, junto a las también productivas del
norte y centro de Europa (Austria, Dinamarca, etc), volvieron a ver su PIB caer
en 2012 tras una salida relativamente rápida de la crisis. Desde entonces su
crecimiento ha estado muy por debajo de la media de la década anterior. El peso
de estos países ha hecho que la media global del área euro haya seguido su mismo
patrón. Italia, que históricamente pertenecía a este grupo de países más
fuertes ha quedado ahora descolgada, acumulando incluso un crecimiento neto
menor que cero en los últimos diez años.
Por otro
lado, los países del este de Europa del antiguo bloque soviético se pueden
encuadrar en el área de producción de las empresas alemanas, además de recibir
inversión de fuera del continente gracias a su mano de obra cualificada y al
bajo coste de reproducción de su fuerza laboral. Muchos de estos países han tenido
un crecimiento alto más o menos sostenido, habiendo algunos de ellos sorteado
la crisis sin entrar en recesión.
Por último,
podríamos formar un tercer grupo con los países que resultaron más dañados con
el estallido de la crisis. Todos ellos, no por casualidad, formaron parte del
grupo fundador del euro. Su suerte ha sido diversa: mientras Grecia y Portugal
han sufrido una caída continua en estos diez años, España comenzó a crecer muy
tarde, en 2013, situándose por encima de la maltrecha media europea a partir de
2015; finalmente, Irlanda remontó en
2012 gracias a factores singulares, como su posición de paraíso fiscal para
multinacionales o su alto índice de emigración.
En realidad,
esta división en grupos de características tan marcadas dentro de un área
económica común -incluso con países que comparten moneda- no es un dato neutro
sin más. Es la garantía de que unos desajustes de partida, lejos de converger
como afirma la teoría económica ortodoxa, se irán transformando en contrastes
más y más extremos con solo dejar actuar a la Ley del Valor, con mucho más
motivo si ésta actúa en un libre mercado virtual.
Los países
que adoptaron el euro en 2002 tenían realidades económicas muy distintas. La
productividad del centro de Europa era muy alta, sus productos de un alto valor
añadido. Eran economías exportadoras con capital excedentario para invertir. El
caso más extremo es Alemania, tanto por lo acusado de estas condiciones que
comentamos como por el volumen de su población. En el lado opuesto están España, Portugal o Grecia, con una
productividad muy baja y una industria en su mayoría formada por pequeñas y
medianas empresas de escaso valor añadido. Italia dispone de grandes
empresas, pero su productividad no está a la altura del centro de Europa.
Como las
reglas deben ser comunes, se marcan las reglas que benefician al capital más
fuerte, misión delegada en el Banco Central Europeo. Al capital alemán,
austriaco o danés le interesa un euro fuerte, pues ellos producen de forma
eficiente artículos de calidad que pueden competir incluso con un tipo de
cambio adverso. A cambio, con una moneda fuerte su capital inversor vale más
para comprar fuera del país.
Para países
como Francia o Reino Unido este no es el mejor escenario, pero tienen fuerza
para aguantar, e incluso sus grandes corporaciones salen tan beneficiadas como
las alemanas. Sin embargo, en los países del sur la balanza de pagos se
desequilibra, exportando poco e importando mucho al no poder competir sus
productores con los productos altamente tecnológicos y más baratos de sus
vecinos centroeuropeos. La situación no se nota en la calle, ya que al importar
en su mayoría de países que comparten moneda, no entran en juego los mecanismos
automáticos que antaño hubieran llevado a una devaluación de la moneda
nacional. Pero sí que cabe hacerse una pregunta: si en estos países sale más
dinero del que entra, ¿de dónde viene el dinero con el que continúan comprando?
Si estuviéramos hablando de distintas regiones de un mismo país, podríamos
explicarlo a través de los mecanismos fiscales que distribuirían la riqueza
entre ellas, pero en la Unión Europea no hay ningún mecanismo de
redistribución. Pues bien, la solución la aporta el mismo sistema: como los
países de centroeuropa tienen excedente de capital, están encantados de
prestarlo a los países del sur a cambio de su correspondiente interés. Así se
crea el círculo de préstamos-compras por el que el capital va y viene entre el
centro y la periferia, revalorizándose en cada vuelta.
Cuando
estalla la crisis el círculo se rompe. Los países del centro exigen su dinero y
sus intereses. E igual que en la época anterior el mecanismo de redistribución
no era fiscal, sino de mercado, al ir las cosas mal los problemas se resuelven
como acreedor y deudor, no como “socios comunitarios”. La deuda, que son en
realidad las ganancias obtenidas por una plusvalía aún no creada, son exigidas
a sangre y fuego. Y en unos países de baja productividad como son los deudores, la generación de plusvalías solo puede
provenir de un lugar: la sobreexplotación de los trabajadores. Así se
entienden las políticas de austeridad a que han estado sometidos los Estados
del sur de Europa en la última década.
Paradójicamente,
la ayuda del Banco Central Europeo que no se activó en los primeros años de la
crisis, cuando los problemas estaban sólo en la periferia, nos llegó de rebote
cuando los países del centro entraron en su segunda crisis seguida de
estancamiento a partir de 2012. Desde ese momento sí que se relajó el precio
del dinero e incluso se empezó a comprar deuda de empresas. Este balón de
oxígeno dirigido a los grandes ha contribuido a una cierta recuperación de
Portugal y, sobre todo, de España.
Sin embargo,
al igual que ha ocurrido en Estados Unidos, en las economías europeas más poderosas
la reactivación económica no ha tenido lugar. El patrón es exactamente el
mismo: escasos rendimientos frente al capital invertido, falta de inversión
productiva, crecimiento anormalmente bajo de la productividad e inflación baja.
Y es en esta
situación fluctuante entre la crisis y el estancamiento que las contradicciones
internas de la Unión Europea se ponen de manifiesto y surge la pelea entre
tipos de capital por el reparto de una ganancia insuficiente. Desgraciadamente, el conflicto capital-trabajo
solo se ha manifestado en una dirección: la presión económica y política del
capital para obtener más plusvalía. La carencia de una organización propia
de los trabajadores, y menos aún en un ámbito internacional, ha evitado que
estos plantaran cara por sus propios intereses al mismo nivel al que se estaba
decidiendo el partido.
Así, incapaz
de materializarse la contradicción principal capital-trabajo como lucha
independiente, la crisis capitalista en la Unión Europea se ha manifestado como
una crisis nacionalista, de lucha de capitales menores y de la pequeña
burguesía por buscar amparo en la antigua estructura estatal frente a un
mercado global para el que no están preparados. Muchos trabajadores, faltos de
referentes propios y hartos de oír a los Varoufakis
de turno repetir las consignas vacías de “otra Unión Europea es posible”, han
sido arrastrados a las filas de un nacionalismo pequeñoburgués de más o menos
extrema derecha.
El caso del Reino Unido es distinto, pues en este
país hay parte del gran capital que prevé conseguir más beneficios siguiendo
una senda independiente de Alemania, lo que ha permitido que se materialice un
proceso de separación apoyado por uno de los dos grandes partidos. El Reino
Unido cuenta con un socio internacional más afín en los Estados Unidos de
América y posee una presencia internacional en la que pretende apoyarse para
actuar en busca de sus propios intereses. Hay que observar cómo en 2015 se
convierte en el primer socio occidental de China en su proyecto de Banco
Asiático de Inversiones en Infraestructura -con el manifiesto desagrado de su
socio americano-, o como está intentando alcanzar acuerdos bilaterales de libre
comercio con el mismo país o con India, así como para negociar sus monedas en
la City londinense.
Hasta ahora
el sistema europeo ha conseguido resistir los envites. La victoria de Macron en Francia ha sido una victoria para Merkel,
que consigue mantener a su aliado indispensable -la Unión Europea carecería de
sentido sin el eje germano-francés- en la línea europeísta. Sin embargo, es
significativo que todos los planes de ampliación de las competencias
comunitarias hayan dejado de mencionarse hasta nuevo aviso.
A modo de
resumen, podemos ver cómo el capitalismo ha registrado en los últimos veinte
años un descenso de la rentabilidad de sus actividades productivas, lo que ha
reducido la inversión en capital fijo y, por tanto, la productividad. Los picos
de crecimiento antes de las crisis se corresponden con la utilización de
capital financiero para prolongar unos beneficios a los que el capital
productivo no puede llegar, como en el 2000 (acciones
punto com) o en 2007. Tras esta última crisis, la bajada de
actividad ha terminado contagiando a las economías emergentes, que habían
conseguido sortearla con éxito. La evolución a corto plazo es imprevisible, lo
mismo puede declararse una crisis inmediata por algún factor desestabilizante,
que prolongarse el estancamiento a medio plazo o desencadenarse algún tipo de
crecimiento especulativo que acabe en poco tiempo en una crisis genuina. En
cualquiera de estos tres escenarios la clase trabajadora global va a salir
perdiendo.
Globalización
¿avanza o retrocede?
En la
sección anterior hemos expuesto una serie de tensiones internacionales que,
aunque son consustanciales al capitalismo, quizás se agudicen durante las
crisis. Estas tensiones son presentadas muchas veces en los medios como una
lucha entre globalizadores y no globalizadores, dando a entender que una
victoria asociada a los que ellos encuadran en el segundo grupo hace retroceder
el proceso de la globalización. Veamos una semblanza del proceso de
globalización acelerado de las últimas décadas antes de entrar en este debate.
A mitad de
los años sesenta del pasado siglo comienzan a disminuir los beneficios empresariales
fáciles que venía obteniendo el capitalismo occidental desde el final de la
Segunda Guerra Mundial. Este proceso se transforma en crisis abierta a
principios de los setenta con el engañoso nombre de crisis del petróleo. Tras una década de
medidas más o menos descoordinadas, va tomando cuerpo una estrategia de largo
alcance que configura el capitalismo actual. El proyecto político cobra
plenamente forma al comenzar la década de los ochenta en los Estados Unidos de
Ronald Reagan y en el Reino Unido de Margaret Thatcher. En paralelo, y sin
dejar de estar relacionado con lo anterior, se configura lo que hoy conocemos
como el proceso de globalización económica.
En realidad,
hablar de globalización del capitalismo es una redundancia, por lo que
calificarlo de nuevo es ignorar lo que ha ocurrido en el mundo en los últimos
doscientos años. Sin embargo, la evolución desde 1980 no es un avance
cuantitativo más; por el contrario, el salto ha sido cualitativo, hasta poder
afirmar que el capitalismo es ahora absolutamente global. Una serie de factores
interrelacionados nos permiten hacer esta afirmación:
- En 1972 el presidente
norteamericano Richard Nixon visita por sorpresa la China
comunista y escenifica una normalización de relaciones que marca su
integración en los mercados mundiales
- Entre 1982 y 1994 se negocia la
Ronda Uruguay de la Organización Mundial del Comercio (iniciada como GATT) en la que se constituyen los
nuevos acuerdos que rigen el comercio mundial actual
- La Comunidad Económica Europea de diez países,
entendida como acuerdo aduanero, se transforma en la Unión Europea de veintiocho y la
moneda única de diecinueve países.
- Enormes áreas de América Latina
y Asia abandonan los modos de producción no mercantilizados
- Proliferan los acuerdos
comerciales multilaterales
- Y, por encima de todo, desaparece el bloque soviético como
sistema económico alternativo no mercantil
Este salto,
repetimos, cualitativo configura un nuevo escenario mundial caracterizado por
la extensión de las relaciones mercantiles a todas las áreas geográficas y,
dentro de estas, a todos los ámbitos, así como por una libertad de movimientos
del capital a lo largo y ancho del globo en busca de la máxima rentabilidad.
Lógicamente,
este proceso no discurre de forma fluida y sin obstáculos. Está atravesado
inevitablemente por las dos grandes
contradicciones del capitalismo: una
entre clases, por la que los capitalistas disputan la máxima plusvalía a la
clase trabajadora, y otra dentro de la propia clase capitalista, la que pelean
a muerte entre ellos por apropiarse del máximo de ganancias o desaparecer. Desde
este segundo enfoque es como se pueden comprender los movimientos tácticos que
pueden ser confundidos con un supuesto retroceso de un proceso de globalización
que es inherente al sistema.
Así, cuando
Margaret Thatcher, declaradamente “euroescéptica”, decide prestar su apoyo al
Acta Única Europea en 1986, punto de partida de la moderna Unión Europea, está
actuando decididamente por la consecución de una globalización aún no
conseguida y que es de interés general del capital, incluido
el británico. Cuando su mismo partido va adelante con el Brexit en 2016 está
actuando en busca del que creen el máximo beneficio de su capital
en un mundo al que ya saben irreversiblemente globalizado. Ambas posturas son
lógicas en sus momentos respectivos y ninguna de ellas juega en contra de las
reglas generales de la globalización.
En la década
que la economía mundial lleva, primero en crisis y, luego, en relativo
estancamiento, el volumen del comercio mundial ha disminuido en términos netos,
pero lo ha hecho en proporción al producto global también menguante, lo que
indica que mantiene la misma magnitud. La inversión extranjera directa (IED) ha
mantenido también niveles muy altos, incrementándose incluso el capital global
en acciones en manos extranjeras. Es reseñable cómo en los últimos años está
creciendo más la IED entre países desarrollados que entre países desarrollados
y emergentes, debido tanto al riesgo por estancamiento y sobreendeudamiento de
estos últimos, como por la centralización del capital a niveles
internacionales. Sin embargo, no se trata de un fenómeno centro-periferia: no
solo hay más países que invierten en el exterior, también los emergentes
participan con mayor fuerza. Así, China ha triplicado sus inversiones en el extranjero
desde 2007.
En este
sentido, esta nueva configuración global del capitalismo ha dado lugar a una
nueva contradicción: una reordenación de los mapas de influencia con nuevos
actores queriendo ocupar papeles principales. Y mientras la inversión y el
intercambio no dejan de fluir entre todas las partes, surgen tensiones de corte
interimperialista que tratan de defender intereses esenciales o actuar como
cinturones sanitarios. En este sentido pueden ser interpretados los conflictos
de Ucrania, Afganistán, Irak, Libia o Siria. Lo importante es comprender que
esta evolución es un indicativo de la profundización de la globalización, y no
una señal que indique su fin.
De hecho, en
el contexto general de atonía que explicábamos en la sección anterior, y en el
que el volumen de negocios ha disminuido, no ha cambiado la estructura de
producción en cadenas globales de valor levantada en las últimas décadas. Se
llama cadenas globales de valor al mecanismo por el que una mercancía final se
va produciendo por componentes en diferentes países, en busca de unos costos de
producción mínimos. Para que nos hagamos una idea de la extensión de este
fenómeno, estas mercancías a medio fabricar suponen hoy en día la cuarta parte
de las exportaciones mundiales. Ningún estado puede quitar a su capital el
acceso a este recurso cuando los salarios más bajos en otros países pueden
reducir el coste de producción en tres cuartas parte; sencillamente, el capital
se marcharía a otro sitio para evitar desaparecer.
Más allá de
las manifestaciones demagógicas de ciertos líderes políticos -ya sea en el tono
utópico de una izquierda añorante de un pasado en el que “nos explotaban menos”
o en el tono nacionalista de una derecha que se ofrece gustosa a explotar más
a sus trabajadores-, la realidad es que la globalización no
tiene vuelta atrás en el capitalismo. Que el capital lo comprendió claramente
se ve en los hechos de los últimos cuarenta años. Sin embargo, la clase obrera,
que comenzó su andadura como clase consciente en forma internacionalista, se
muestra ciega a los hechos dejándose engañar por las palabras, comprando la
idea de un nacionalismo que nunca ha dejado de ser un concepto burgués y ahora,
además, anticuado.
Caracterización
de la crisis capitalista en nuestro país
Han pasado
ya diez años desde el inicio de la crisis capitalista de 2007, una crisis que, en base a
su intensidad y duración, ha pasado de ser comparada con la gran depresión de 1929 a ser llamada por muchos
economistas simplemente así, La Gran Depresión, como si ya hubiera igualado o
superado a la que tuvo lugar hace ochenta años.
En el año
2007 tocó techo un ciclo capitalista, y lo hizo por la conjunción de una serie
de factores que, sin ser en absoluto nuevos en el capitalismo, sumaron sus
fuerzas en una combinación y/o una intensidad especial. Por un lado, una
economía productiva que había llegado -con mucha anterioridad- al límite de lo
que la productividad del momento permitía convertir en el nivel de ganancias
esperado. Por otro lado, y dado que la fuerza motriz del capitalismo son las
ganancias, una economía financiera que, con el recurso al crédito, estiraba la
obtención de beneficios más allá de lo que los límites productivos permitían.
Por último, una libertad de movimientos del capital en todas sus formas,
potenciada con nuevos bríos desde principios de los ochenta, que hizo que el
riesgo financiero se extendiera de diversas formas por unos mercados
capitalistas plenamente globalizados.
Y no nos
estamos refiriendo a ninguna mala práctica local contagiada a países
“inocentes”. Si en Estados Unidos la manifestación fueron las famosas hipotecas
“subprimes”, en la desequilibrada Europa del euro lo fue la deuda
centro-periferia, capital excedentario centroeuropeo que encontraba su vía de
escape en los distintos sumideros -especulativos o no- del continente, de los
que el inmobiliario español fue un caso concreto. El que la crisis de las
“subprimes” estallara en el país capitalista por excelencia lo convirtió en un
cómodo chivo expiatorio en manos de los economistas vulgares y de los voceros
del poder. La realidad es que meses antes del pánico en Norteamérica, el
Gobierno de Zapatero ya se enfrentaba con señales claras en todos los frentes
de que la fiesta capitalista se había acabado.
La reacción
estatal persiguió dos objetivos, ambos con una manifiesta orientación de clase.
Por un lado, garantizar las ganancias obtenidas -pero aún no materializadas- en
la etapa anterior. En esta línea hay que
entender los rescates bancarios y la conversión de la deuda -hasta entonces
privada- en deuda pública.
El segundo
objetivo vino a continuación: sentar las bases para las ganancias futuras,
intentando poner en marcha un nuevo ciclo de acumulación. Antes de
entrar en los detalles de este segundo objetivo, no podemos dejar pasar por
alto la profunda relación entre ambos. En lo que respecta a los trabajadores
está claro: cualquier derecho o ingreso que se les consiga arrebatar queda
inmediatamente disponible para ser usado como pago de deuda o como futura
ganancia. Pero por mucho que se recorten los gastos sociales para pagar deuda,
solo un detrimento de las ganancias futuras podrían saldarla. Esta es una
contradicción más del sistema que se hace patente en los intereses enfrentados
de distintos tipos de capitalistas y en la toma de partido por parte de sus
representantes en el poder: qué tipos de impuestos se suben, qué inversiones se
mantienen o se condenan, etc. Muy posiblemente, en un futuro, y tras años de
sangría en forma de intereses, parte de esa deuda deba ser condonada por
impagable.
Pero
volvamos al hilo argumental. Tras actuar de urgencia para garantizar la
ganancia del ciclo anterior que consta como deuda, ya el Gobierno de Zapatero
comenzó a aplicarse para volver a poner en marcha el motor del capitalismo.
Tras un escandalosamente fallido intento en la línea keynesiana -el plan E-, el
Gobierno socialista tuvo la misma revelación que Mitterrand a principios de los
ochenta y cambió de rumbo para actuar en la única línea que incentiva al
capital: la obtención de beneficios. En esa línea debemos entender el último
período del Gobierno socialista y toda la política -con mano de hierro- del
Partido Popular desde que está en el poder.
Y es que el Partido Popular no tardó más que semanas en
empezar a legislar para el capital. Quizás la renuencia de Mariano Rajoy a
hablar en público se deba simplemente a que no tiene nada que decirnos, no
trabaja para nosotros. Por lo demás, como ejecutor, ha demostrado ser un
representante intachable de la clase a la que representa.
- Dos reformas laborales (una del PSOE y otra del PP)
- Una reforma de las pensiones
(del PSOE,
mientras el PP anuncia otra en camino)
- Una reducción brutal del gasto
público en múltiples frentes: fin de la sanidad universal, degradación de
servicios públicos, repagos en medicamentos, subidas brutales en la
educación no obligatoria, etc
- Orientación redistributiva
regresiva en la modificación de impuestos: subida del IVA (Impuesto al Valor Agregado) -con su
repercusión trascendental en las clases trabajadoras- frente a la creación
de las SOCIMI como nueva figura para que las
empresas y grandes fortunas eludan impuestos
- Represión en el sentido más
amplio para paralizar la previsible reacción: represión a la labor
sindical, a la protesta, rotura de huelgas por “arbitrajes” o imperativos
comunitarios, etc.
Su efecto
combinado es un incremento de la productividad “a lo pobre”, sin invertir en
tecnología: trabaja menos gente, los que lo hacen ganan menos y, sin embargo,
trabajan con más intensidad.
- Han caído los salarios directos,
indirectos (servicios públicos) y diferidos (seguro de desempleo y
pensiones)
- El paro ha alcanzado en nuestro
país niveles que han batido récords en occidente.
- Las grandes empresas han
aprovechado para aplicar “prejubilaciones”
(despidos con nombre biensonante) a trabajadores con condiciones antiguas.
Si los puestos han vuelto a ser cubiertos, se ha acudido a las peores
condiciones que la nueva legislación laboral permite.
- En un contexto así la
sobreexplotación está a la orden del día: horas extra no pagadas, jornadas
flexibles a conveniencia del empresario, ritmo de trabajo extremo, etc.
Para que nos
hagamos una idea de la magnitud combinada de estas medidas, debemos fijarnos en
que el PIB español se ha mantenido prácticamente constante durante la crisis
con el trabajo de tres millones y medio de ocupados menos. Además, las medidas
no se ciñen a lo coyuntural para salir de esta crisis concreta; las reformas de
las pensiones o los cambios en la legislación laboral o de derechos están
pensadas para seguir actuando por generaciones.
Pero, como
decíamos, hay otros factores que entran en juego en la búsqueda de la
recuperación del beneficio. En cada crisis concreta pueden ser unos factores u
otros, en función de novedades tecnológicas, imposición de nuevas prácticas
laborales o cambios legislativos, relación de fuerzas, etc. En este caso nos
hemos encontrado con:
- Inversiones ahorradoras de
trabajo y de costes. Aunque el modelo de bajo valor añadido y el bajo
precio de la mano de obra no favorece que este tipo de recurso sea usado
por la pequeña y mediana empresa, en las grandes empresas sí que ha sido
utilizado.
- Optimizaciones en el proceso de
distribución: pequeño comercio vs. grandes cadenas vs. Amazon.
- Apertura de nuevos nichos de
negocio y/o de nuevos modos de relación laboral: Uber, Airbnb, Just Eat,
etc. En cualquier caso, poner a rendir al capital en sectores
tradicionalmente en manos de particulares o autónomos y con la mínima
responsabilidad del empresario frente al trabajador.
- La salida al mercado de gran
cantidad de recursos y antiguos servicios públicos. Aquí entran las ventas
a precios a precios de saldo de propiedades públicas, las privatizaciones
completas o en las distintas modalidades de gestión público-privada, la
minimización o abandono de la prestación de servicios públicos, la
creación de nuevos nichos privados en antiguos sectores públicos
(educación superior) o incluso paquetes mixtos (como la venta de pisos de
protección oficial con sus inquilinos dentro).
- Y, por supuesto, una menor
competencia como consecuencia de las quiebras y de la concentración
propiciada por la crisis.
Es interesante
pararse a analizar determinadas características de este último bloque.
En primer
lugar, hay que observar que en esta crisis concreta la innovación tiene un
componente más social que técnico. Ni Uber, ni AirBnb ni las empresas de
reparto de comida a domicilio han hecho ninguna aportación tecnológica
novedosa. Más bien se están intentando amparar social y legalmente en un
supuesto vacío de reglamentación cuando las relaciones
empresa-proveedor-trabajador se establecen por vía electrónica, aduciendo que de
este modo pueden eludir las medidas de protección del trabajador vigentes
durante décadas. Por mucho que estas nuevas empresas, los periódicos de página
sepia, la Unión Europea y los nuevos progres de la economía “colaborativa”
quieran hacer el teatro de vestirlo de novedosa relación mercantil que no hay
que descartar precipitadamente, salta a la vista que los trabajadores que
reciben encargos de Uber o de Just Eat actúan como asalariados sobreexplotados.
De forma parecida actúa el modelo de alquiler de pisos, ya sea para vacaciones,
de estudiantes o en cualquiera de las otras variantes que han aparecido: más
allá de la anécdota del uso del móvil, la novedad está en la puesta en valor
capitalista de unos recursos distribuidos que antes estaban mayoritariamente en
manos de particulares -posiblemente clase media, sí, pero en cualquier caso de
forma improductiva para el capital-.
En estos
casos, el Estado -o el supra-Estado Unión Europea- actúa, con mayor o menor
sutileza, al servicio de los intereses del capital. Ya es llamativo en un
primer vistazo la inflexibilidad en caracterizar la situación laboral de los estibadores españoles como algo
inaceptable que hay que eliminar, a la vez que se pide calma para examinar con
detalle las posibilidades de estos nuevos modelos empresariales-laborales que
están causando tanta contestación. Pero no se trata solo de tolerar, por debajo
se están tomando medidas de largo recorrido nada improvisadas. Por un lado,
eliminando las barreras anteriormente puestas en la legislación laboral gracias
a una lucha de clases que ha dejado de librarse o, en los diferentes
ordenamientos urbanos, ambientales, etc, creando una ciudad-negocio en la que
no hay sitio para el hogar y el disfrute de las clases populares. En otros
casos, la actuación estatal demuestra ser aún más meditada. Véase el régimen
fiscal de las SOCIMIs, con exención de impuestos en la gran propiedad de
activos inmobiliarios, que está siendo aprovechado masívamente por los sectores
logístico, turístico y, obviamente, inmobiliario; justamente los sectores reyes
de las nuevas economías.
Podemos ver
cómo, en última instancia, sobre las espaldas de los trabajadores han caído
todos los ajustes consecuencia de la crisis, así como todos los sacrificios
para devolver la rentabilidad al sistema. Veamos cómo lo caracteriza el Banco de España en su último informe anual: “La
elevada generación de rentas de las sociedades no financieras apoyó su gasto en
inversión [..] en el notable crecimiento del excedente bruto de
explotación, a su vez relacionado con la moderación de los gastos de personal”;
“La notable creación de empleo se ha producido en un contexto de mantenimiento
de la moderación salarial. En las ramas del sector privado se registró un
descenso de las remuneraciones del 0,2%, tasa similar a la observada en los dos
años anteriores. [..] las nuevas contrataciones tuvieron lugar a un salario
medio inferior al de los trabajadores empleados previamente, lo que contribuyó
a una deriva salarial negativa de algo más de 1 punto.”; “los resultados
comparativamente más favorables de las exportaciones españolas [..] ponen de
manifiesto cómo las ganancias de competitividad basadas en contención de
precios y costes han permitido que las ventas al exterior hayan crecido a un
ritmo más elevado que sus mercados” y, por último, “la principal fuente de
financiación de la inversión productiva durante los últimos años ha sido el
ahorro bruto de las empresas no financieras. [..] en un contexto de
recuperación de los recursos generados internamente por las empresas, que se ha
visto impulsada por [..] la evolución contenida que han mostrado los gastos de
personal”.
Tras volver
las empresas al crecimiento a partir de la segunda mitad de 2013, el repunte de
la necesaria inversión y el muy paulatino descenso del paro -basado en la
temporalidad y en los salarios bajos- ha reactivado progresivamente un consumo
interno que estaba por debajo del mínimo de subsistencia de nuestros países
vecinos (esto se puede constatar cuando se comprueba que el mayor aporte al
crecimiento interno ha venido del incremento en el número de asalariados). La situación internacional ha aportado
además diversos alivios coyunturales. Por un lado, los bajos precios del petróleo, que en nuestro país actúan de dos
formas: reduciendo el valor de nuestras importaciones y, paradójicamente,
favoreciendo nuestras exportaciones, ya que los productos de baja tecnología
españoles, más consumidores de petróleo que los de nuestro entorno, se hacen
más competitivos en esta situación. Por otro lado, la política monetaria europea que, orientada a reavivar las
estancadas economías centroeuropeas, ha abierto el grifo del crédito barato. Este es el triste panorama de
sobreexplotación y ventajas pasajeras que el Gobierno del PP defiende ahora con
triunfalismo, prometiendo que en un impreciso futuro próximo se cerrará el
hueco del millón y medio de parados que aún nos separan de los niveles
de hace diez años.
Y en este
punto es importante preguntarnos. ¿Qué fuerza interna tiene está recuperación?
¿es sostenible? ¿puede ir a más, especialmente en términos de empleo, como
promete el Gobierno?
Lo primero
que hay que recordar es que la economía global, y en especial la europea,
trabaja al ralentí. Aunque los países de Centroeuropa salieron de la crisis a
principios del año 2010, las tasas de crecimiento han sido muy bajas,
incluyendo una segunda recaída en 2012. Pensar que España, ausente de la
mayoría de cadenas de valor de la producción internacional, va a seguir
creciendo de forma independiente una vez pasado el breve periodo de “puesta al
día” no es más que un mensaje para que el personal aguante mientras espera un
futuro mejor. Incluso en una economía mundial en fuerte expansión -cosa que no
se espera-, nuestra posición en la división internacional del trabajo, la ya
comentada ausencia en las cadenas de valor y las limitaciones de productividad
de nuestra economía la condenan a quedar rezagada respecto a las economías de
cabeza.
Además, de
los tres factores coyunturales más importantes, dos están en riesgo de volverse
en nuestra contra. El precio del petróleo comenzó hace meses a subir, tirando
de una inflación que llevaba años estancada. El Banco de España advierte que, para que esta subida que tanto afecta
a los hogares no afecte al crecimiento, es imprescindible que no se refleje en
los salarios. Es decir, que la subida del precio del petróleo la asuman los
trabajadores. El otro factor que se puede volver en nuestra contra es el de la
política crediticia. Como se comentó anteriormente, la nueva política económica
de Donald Trump en EEUU puede originar un efecto dominó que termine con el
dinero barato en nuestro continente.
En esta
situación, para justificar el optimismo oficial se hace de la necesidad virtud,
y se enmascaran las limitaciones de nuestra economía presentándolas como dones
del cielo dignos de envidia.
Así, por
ejemplo, es un lugar común decir que España
es un país de pequeñas y medianas empresas, y que lo que hay que hacer es
apoyarlas -canto místico que, por otro lado, tampoco se traduce en medidas
concretas-. Parecería una característica económica neutra, o incluso positiva,
cuando tener un país de pequeñas y medianas empresas, que se crean y se
destruyen a capricho de los altibajos de la economía, no es nada de lo que
estar orgullosos. Las economías fuertes
se basan en empresas fuertes, empresas que contratan a muchos trabajadores
cualificados y utilizan medios de producción modernos para aportar el máximo
valor añadido. Oír la cantinela de la pequeña y mediana empresa en toda la clase política, de un lado al otro del arco
parlamentario, es un reflejo de su resignación a jugar en la segunda división
del capitalismo que con tanto ahínco defienden.
Otro lugar
común, aferrarse a las posibilidades del
turismo. Hagamos un ejercicio de comparación con datos del año 2015. En ese año, Francia, el país con mayor recepción de
turistas del mundo, ingresó un 33% más
que España como resultado del turismo y, sin embargo, la influencia del turismo en el PIB francés fue de un 7%,
frente a un 11% en el caso español. Es decir, las economías fuertes no basan su
fortaleza en el turismo. El turismo puede ser un complemento que puede
generar muchos empleos, pero volvemos a la misma: la fortaleza de una economía solo se puede basar en la producción -ya
sea material o intelectual-, y en la
producción con el máximo valor añadido. El turismo es, además, un recurso
muy fluctuante, que nos es propicio en los últimos años por la pérdida de
interés momentánea de otros destinos competidores.
Por último,
otro mensaje que también se deja oír incluso en la izquierda parlamentaria: el
mito del consumo interno. Según este mensaje, nuestro país parece ser una
máquina de movimiento perpetuo única en el mundo, que una vez que recibe un
empujoncito adecuado, se puede mantener en marcha autónomamente aumentando el
PIB a base de consumo interno. El consumo interno es importante, tanto por su
aportación a la economía como por ser indicador -cuando está repartido- de la
capacidad de satisfacer necesidades vitales. De hecho, en estos momentos indica
justamente lo contrario. En las gráficas de los tres últimos años el
crecimiento del consumo interno está linealmente ligado con el número de
asalariados, lo cual indica -por lo inelástica que es esta variable- que el que
se queda sin trabajo no puede consumir. Esta
es una situación terrible en un país con un millón y medio de parados de larga
duración y una proporción muy alta de empleo temporal o estacionario.
Sin embargo,
una cosa es luchar por el empleo y los salarios que garanticen la capacidad de
consumo necesaria, y otra es hacer creer que una economía en el siglo XXI se
puede realimentar de forma autárquica a base de consumo interno. En un país en
el que importamos todos los bienes de consumo más elaborados del exterior y
exportamos productos agrarios sin elaborar, el consumo interno nos lleva
indefectiblemente -lo ha hecho en todos los ciclos expansivos históricos- al
desajuste de la balanza de pagos, nunca a ningún crecimiento automantenido.
Precisamente, uno de los factores que han ayudado a la estabilización del
capitalismo español en estos últimos años ha sido el descenso del consumo
provocado por la caída de la masa salarial. Por un lado, la reducción del
consumo de bienes importados ha contribuido a volcar la balanza de pagos (la
resta de las exportaciones menos las importaciones) hacia el lado positivo. Por
otro lado, el descenso de los salarios ha hecho los productos españoles -que
son pobres en inversión tecnológica- más competitivos, aumentando nuestras
exportaciones.
La realidad
es que no hay ninguna base para justificar un futuro crecimiento de la economía
española que llegue a desbordar el ámbito de los beneficios empresariales y se
difunda en forma de empleo amplio, de calidad y en mejora de salarios. Más bien
los datos apuntan en otra dirección. Por un lado, como ya se ha comentado, las
previsiones de crecimiento de la economía mundial son conservadoras y no
invitan a pensar en una ola en la que subirse. Por otro lado, los niveles de
empleo que el capital se ve obligado a tomar como referencia son los de 2007, y
no olvidemos que esos niveles correspondieron en nuestro estado al pico de una
burbuja, no son niveles a los que aspirar en una economía casi plana.
Ausentes así
las bases de un crecimiento del beneficio productivo con los márgenes
requeridos por las enormes reservas de capitales internacionales, el
capitalismo no le haría ascos a una nueva fase de expansión financiera. Hace
tiempo que se oyen voces que piden la anulación de las escasas medidas
proteccionistas establecidas en los mercados financieros tras la Gran Depresión
de 2007, parece que se ha perdido rápido el miedo. El Gobierno español, formado
en una escuela que no sabe distinguir corrupción de economía, lo estaría
deseando.
Pero es que
tampoco se encuentran alternativas entre los “progres” antiguos o de nuevo
cuño. Así lo demuestran los ayuntamientos “del cambio”, muy orgullosos de
ahorrarlo todo para cancelar anticipadamente la hipoteca recibida de sus
antecesores y, cuando las inmobiliarias llaman a su puerta, prestos a apuntarse
a cualquier operación milmillonaria indistinguible de las que hace solo pocos
años calificaban de especulativas, insostenibles o “gentrificantes”.
Respuesta
de los trabajadores
Frente a
esta movilización del capital en persecución de sus intereses no ha habido
ninguna respuesta organizada de la clase trabajadora. Han existido,
naturalmente, enfrentamientos puntuales sectoriales o en empresas, y un mayor
ruido de fondo en el sector público, pero nada acorde a la magnitud del ataque.
Los
sindicatos de concertación han realizado protestas simbólicas en los momentos
en que se hacían públicas medidas gubernamentales lesivas, pero solo lo justo
para guardar las apariencias. Su trabajo de fondo ha sido el de aceptar que el
sacrificio de los trabajadores era necesario, y echarse totalmente a un lado
para dejar vía libre a la apisonadora capitalista. Si acaso, en las grandes
empresas han actuado para negociar las mejores condiciones de “baja pactada”,
nunca para oponerse a los despidos en sí. Solo se han hecho notar públicamente
de vez en cuando para recordar que estaban actuando con “responsabilidad”, y
que debían ser premiados con el cargo de “interlocutor válido” -con sus
correspondientes subvenciones- de la clase trabajadora a la que ellos mantenían
apaciguada. Su situación es tan débil que ni esto han conseguido, el Gobierno
se llevó por delante la negociación colectiva, gran parte de las subvenciones y
ha criminalizado el sindicalismo más pegado al terreno, todo ello ante un
silencio total.
A esto se
suma una involución de las relaciones laborales durante las últimas tres décadas que no favorece la sindicación la que
están orientadas las grandes centrales sindicales. Todas las reformas laborales
de la democracia han avanzado en la subcontratación, externalización,
temporalidad, etc., de las relaciones entre trabajador y empresa. Los
sindicatos de concertación no han hecho caso a los millones de trabajadores que
entraban al sistema laboral en estas nuevas condiciones. Su base de actuación
eran los trabajadores con antiguas condiciones laborales estables. En esta
última crisis está desapareciendo -vía bajas incentivadas- la última generación
que entró en estas condiciones. Millones de trabajadores, aún estando sus ocho
horas de trabajo en una gran empresa, no saben lo que es un sindicato que les
apele a ellos. La proliferación de los centros logísticos, de los falsos
autónomos, de las empresas multiservicio; el recurso a la temporalidad, a la
media jornada, a los turnos arbitrarios; la mezcla de nacionalidades, de
lenguas, de maneras de entender la relación laboral; todo ello opera contra
unos sindicatos que no parecen entender dónde está la clase trabajadora y qué
problemas tiene.
La situación
es un reflejo fiel de lo que ocurre en el terreno político. Los partidos
socialdemócratas del siglo XX limitaron su campo de actuación a la “reforma”
del capitalismo, pero no abandonaron la dicotomía empresario-trabajador -aunque
la suavizaran con la invención de la “clase media”-. Los nuevos partidos
reformistas han abandonado esa dicotomía, cambiando a otra del tipo 1 frente al
99 por ciento. Los trabajadores sufren con más rigor que nunca en muchas
décadas la contradicción capital-trabajo, pero por primera vez en más de cien
años existe el riesgo tangible de que desaparezca de su marco ideológico.
El discurso
económico reformista no ha cambiado en lo relevante. Sigue confundiendo el crecimiento capitalista con el crecimiento del
bienestar; lo mismo que los ortodoxos, pero al revés. No podrá haber
recuperación económica si no hay mayor consumo de los trabajadores, decían.
Ahora que hay crecimiento de los beneficios hay que repartir, dicen. No quieren
aceptar públicamente que es nuestra ausencia en el reparto la que hace subir
los beneficios, que son el único leitmotiv del sistema, porque eso significaría
que hay que cambiar de sistema. Mientras tanto, la regresión ideológica se deja
notar en la teorización de sistemas económicos visionarios -del bien común, de
los cuidados, etc-, siempre compatibles con el capitalismo en el corto plazo,
con los que prometen nada menos que pleno empleo, sistemas teóricos más propios
del socialismo utópico del siglo XIX. En cualquier caso, cualquier
confrontación con la realidad del poder acabará como siempre, con la firma del
nuevo memorándum de Siriza o con la reforma constitucional, laboral y de las
pensiones de Zapatero.
La
incapacidad de estos falsos interlocutores de clase no pasa inadvertida por
mucho tiempo para la clase trabajadora. A la larga se ve que no tienen
respuestas, que no tienen una propuesta que trascienda el capitalismo presente.
A falta del papel de referente que en su época jugaba el marxismo revolucionario, esta intuición de vivir un conflicto no
resuelto -un conflicto capital-trabajo al que no se sabe situar- acaba siendo
explotada por una derecha que ofrece respuestas simples y de una radicalidad de
tintes fascistas. Hemos visto al repasar la situación mundial cómo la baja
rentabilidad, la Gran Depresión y el largo período de estancamiento están
provocando tensiones entre distintos tipos de capitales, incluso dentro de las
fronteras de cada país. Hemos comentado como, en algunos casos, estos intereses
han derivado en requerimientos proteccionistas, nacionalistas, con los que la
fracción menos competitiva del capital pretende protegerse del mercado mundial.
En estas refriegas, intentan arrastrar a la clase trabajadora apelando a un
supuesto pasado idílico en el que, cada cual en su lugar y en su clase,
hacíamos que el capitalismo trabajara en provecho de todos. Sería casi un pacto
ingenuo si no ocupara programas electorales reales: el capitalista ofrece al
trabajador la sobreexplotación en exclusiva y propone cerrar fronteras a la
importación pero dejarlas abiertas a la exportación, promesas absurdas que no
puede cumplir en ninguno de sus aspectos.
Este tipo de
manifestación se da con diferentes intensidades por occidente, según el vacío
dejado en su debacle por los antiguos referentes de clase. Pero la táctica de
enfrentar a distintos tipos de trabajadores para sacar del foco el conflicto
entre clases, es de uso común entre la derecha. Si no es la de los
trabajadores-hormiga centroeuropéos contra los trabajadores-cigarra del sur, es
entre los inmigrantes adictos a las ayudas sociales contra los trabajadores
locales desatendidos, o si no entre los refugiados-que-encubren-a-terroristas
frente a las costumbres ancestrales de nuestro país a las que no quieren
adaptarse. El “otro” se convierte en chivo expiatorio de los problemas del
capital, pero un otro del que tampoco interesa prescindir: mantenerle en ese
estado de exclusión supone disponer de un sector de último recurso de fuerza de
trabajo dispuesta a aceptar las condiciones que nadie aceptaría. Junto a este
planteamiento se sitúa una izquierda que, al articular su réplica desde el
humanitarismo, refuerza el mensaje de la derecha, pues renuncia a enfrentar al
capital contra sus límites y contradicciones.
autor: duval
https://cronicadeclase.wordpress.com/2018/02/05/contexto-economico-y-social-2018/
El Espacio de Encuentro Comunista ante la oleada electoral
16 de abril de 2019
http://eljanoandaluz.blogspot.com/2019/04/el-espacio-de-encuentro-comunista-ante.html
Gran Recesión- Crisis económica española de 2008 - Crisis española
de 2008-2016.
¿Otra Europa
es posible?
7/01/2016
https://ctxt.es/es/20160106/Firmas/3621/UE-Cambio-PSOE-Podemos-IU.htm
Francia, Grecia y Brasil .Mentiras y engaños en la “izquierda”: la
política de la autodestrucción
http://eljanoandaluz.blogspot.com/2015/04/francia-grecia-y-brasil-mentiras-y.html
Los espejismos de "Syriza" y "Podemos “artículos
relacionados
http://eljanoandaluz.blogspot.com/2015/03/los-espejismos-de-syriza-y-podemos.html
Gobierno Syriza de Grecia promete servir a la Troika. Varoufakis hace
públicas sus intervenciones y propuestas al Eurogrupo. La presentación de su
proyecto
http://eljanoandaluz.blogspot.com/2015/02/gobierno-syriza-de-grecia-promete.html
CONTEXTO
ECONÓMICO Y SOCIAL 2019 (PARTE 1)
https://cronicadeclase.wordpress.com/2019/02/19/contexto-economico-y-social-2019-parte-1/
CONTEXTO
ECONÓMICO Y SOCIAL 2019 (PARTE 2)
https://cronicadeclase.wordpress.com/2019/02/24/contexto-economico-y-social-2019-parte-2/
CONTEXTO
ECONÓMICO Y SOCIAL 2019 (PARTE 3)
https://cronicadeclase.wordpress.com/2019/03/06/contexto-economico-y-social-2019-parte-3/
No hay comentarios:
Publicar un comentario