Contexto económico y social 2018, por Duval
http://eljanoandaluz.blogspot.com/2020/11/contexto-economico-y-social-2018-por.html
Contexto económico y social 2019 (Parte 1), por Duval
http://eljanoandaluz.blogspot.com/2020/11/contexto-economico-y-social-2019-parte.html
Globalización,
proteccionismo y nacionalismo.
Una de las
tendencias internas propias del capitalismo le empujan a la expansión, tanto hacia dentro como hacia fuera. La expansión hacia dentro ocurre cuando
conquista nuevos sectores de actividad dentro de sociedades que ya son
capitalistas. Esto es lo que ocurre
cuando se mercantilizan bienes y servicios que hasta ese momento no se
resolvían a través del mercado (p.ej. cuidados
a niños, enfermos o ancianos; sanidad o educación públicas…). Pero siendo
el capitalismo una versión particular de la economía de mercado, la mera
mercantilización no es suficiente: es necesario que esos servicios se
satisfagan desde una relación mercantil que, además, genere plusvalía a través
de la explotación de trabajo asalariado. Por eso, el proceso no se completa
hasta que se sustituye a los taxistas por empleados de Uber, a las tiendas por
supermercados, a los dentistas por cadenas o hasta que se gestiona el trabajo
doméstico remunerado a través de empresas multiservicios y no como un acuerdo
entre dos particulares.
Por su
parte, la expansión hacia fuera es la
que le lleva a conquistar áreas geográficas donde antes no primaba la
producción capitalista. Esto es algo que Marx y Engels ya reflejaron hace 170 años en el Manifiesto
Comunista al
señalar que
BURGUESES Y PROLETARIOS
“La
burguesía, al explotar el mercado mundial, da a la producción y al consumo de
todos los países un sello cosmopolita. Entre los lamentos de los reaccionarios
destruye los cimientos nacionales de la industria. Las viejas industrias
nacionales se vienen a tierra, arrolladas por otras nuevas, cuya instauración
es problema vital para todas las naciones civilizadas; por industrias que ya no
transforman como antes las materias primas del país, sino las traídas de los climas
más lejanos y cuyos productos encuentran salida no sólo dentro de las
fronteras, sino en todas las partes del mundo. Brotan necesidades nuevas que ya
no bastan a satisfacer, como en otro tiempo, los frutos del país, sino que
reclaman para su satisfacción los productos de tierras remotas. Ya no reina
aquel mercado local y nacional que se bastaba a sí mismo y donde no entraba
nada de fuera; ahora, la red del comercio es universal y en ella entran, unidas
por vínculos de interdependencia, todas las naciones”. Y lo que acontece con la producción
material, acontece también con la del espíritu. Los productos espirituales de
las diferentes naciones vienen a formar un acervo común. Las limitaciones
y peculiaridades del carácter nacional van pasando a segundo plano, y las
literaturas locales y nacionales confluyen todas en una literatura universal. (Marx y Engels, Manifiesto
Comunista, 1848)
En el texto
que escribimos hace un año vimos las dificultades con las que se topó el
capital desde finales de los años 1960 para aumentar el beneficio por medio de
sucesivos incrementos en la productividad, algo que había sido relativamente
fácil en la reconstrucción posterior a la Segunda Guerra Mundial. También vimos
cómo a partir de 1980 tomó cuerpo como alternativa el camino de la expansión a
través de varias vías. Lo que a partir de ese momento se popularizó con el nombre de globalización
no ha sido otra cosa que una versión acelerada de lo que Marx y Engels habían
llamado cosmopolitismo hace ya casi dos siglos. Es decir, de algo que
es consustancial al desarrollo capitalista.
A lo largo
de tres décadas, más de mil millones de trabajadores de Europa del Este, de
Rusia, de China y de la India se han incorporado en diferentes grados al modo
de producción capitalista (según la Organización Mundial del Trabajo, solo en
los últimos 25 años ha aumentado en 760 millones de personas el número de
asalariados en el mundo). Lo han hecho en
su doble faceta de productores de plusvalía y de consumidores de bienes y
servicios capitalistas. Este proceso ha coincidido en el tiempo con la
digitalización de la economía, y resultaría muy difícil -y tal vez estéril-
juzgar cuál de los dos factores ha influido más en la recuperación y
mantenimiento de la masa de beneficios durante ese período. Su influjo en el
crecimiento se prolongó incluso tras la crisis de 2008 en el capitalismo
occidental, cuando fueron los países del capitalismo emergente los que
consiguieron estirar el crecimiento global casi una década adicional.
La pregunta
ahora sería: si la vía de incremento de beneficios a raíz de la reconstrucción
de la posguerra mediante mejoras intensivas en la productividad se agotó a
finales de los sesenta, ¿se ha agotado ya la vía alternativa que se abrió a
partir de la expansión mundial que hemos conocido como globalización?
Y es que no
estamos planteando si el capitalismo se torna anti-cosmopolita o anti-global,
algo que ya hemos afirmado que iría contra su esencia. Estamos planteando si la
vía de la expansión ha topado con sus propios límites momentáneos o ha desatado
contradicciones que le hacen perder importancia como recurso de crecimiento
adicional.
Pero
responder con un sí o un no general significaría simplificar en exceso los
distintos procesos que han convergido en estas últimas décadas bajo el paraguas
de la globalización y que presentan orígenes, intereses y conflictos diversos.
Hagamos una enumeración muy superficial de los mismos para ver que hay posibles
trayectorias de evolución, de agotamiento o de choque.
• La Unión
Europea no es una mera zona de libre mercado formada por países independientes.
Es en realidad una unión efectiva de capitales que necesitan un paraguas más
amplio que el Estado-nación para alcanzar la fuerza que les permita seguir
compitiendo con otros bloques.
• Los países emergentes no son en ningún sentido un bloque homogéneo que vaya a
evolucionar como un conjunto. Muchos de ellos no han sido más que el destino de
lucrativas inversiones temporales -más o menos especulativas- que no dejarán a
su paso más que deuda y super-explotación. Otros, los pertenecientes al este de
Europa, actúan como zona de producción europea barata para capitales de la
Unión Europea y de Norteamérica.
• Sin embargo, algunos países del bloque emergente tienen el tamaño, los
recursos y la determinación -ya sea por parte de su burguesía o de una
burocracia- para optar a ser potencias en un mundo más multipolar. Son los
casos contados de Rusia y, especialmente, China. Sería incluso discutible si la
India puede llegar a reunir estas características.
• Por último, los antiguos núcleos de poder capitalista intentan jugar de nuevo
en este fin de ciclo sus bazas imperialistas. En ningún caso desean desarbolar
el mercado mundial, aunque es sabido que solo los grandes se arrogan la
potestad de decretar la sacralización del libre mercado o la tolerancia del
proteccionismo según convenga a sus propios intereses. Los Estados Unidos
intentan imponer reglas asimétricas a su favor usando un menguante -aunque
impresionante- poder económico y su incontestable poder militar. Mientras, una
parte de la burguesía del Reino Unido intenta reemplazar su integración en la
Unión Europea por un mero acuerdo preferencial -libre de compromisos no deseados-
a la vez que se esfuerza en reforzar su papel internacional como plaza
privilegiada de intercambios financieros.
Antes de
repasar alguno de estos casos particulares por separado, no debemos olvidar que
este complejo de intereses multipolares son extensiones de un mismo capital, lo
cual se refleja en datos. Entre 1990 y 2006 la proporción de todos los activos
mundiales en manos de capitales extranjeros casi se ha triplicado: de ser el 9%
de todos los activos ha pasado a ser el 26%. Así, el porcentaje en posesión de
extranjeros de los bonos de multinacionales pasó del 7% al 21%, el porcentaje
de bonos de deuda estatal pasó del 11% al 31% y el de acciones de
multinacionales saltó del 9% al 27%. Y estos datos no quieren decir que todos
esos activos en manos extranjeras se hayan concentrado en un país: si en 1980
los capitales norteamericanos controlaban el 28% de los activos globales
extranjeros, hoy tienen en su poder “solo” el 18%. Es decir, hay una parte
considerable de la globalización que ya no se puede deshacer porque el capital
ha desbordado las fronteras nacionales.
Pero, por
otro lado, la competencia por unos beneficios en retroceso ha ido carcomiendo
el marco en el que hasta hace poco podían ganar todos, terminando con la
facilidad con la que se alcanzaban acuerdos internacionales y ha comenzado a
dificultar la circulación de mercancías. También esto se ve en los datos: la
proporción de crecimiento de las exportaciones respecto al crecimiento del
Producto Bruto global ha descendido en los dos últimos años por debajo del
peldaño que ya bajó cuando comenzó el estancamiento.
En cualquier
caso, este menor interés por la integración no quiere decir que hayan perdido
su utilidad para el capital todos los tipos de vínculos que se han extendido
durante estas más de tres décadas.
Un caso
paradigmático es la Unión Europea. Se ha hablado muy a menudo en los
últimos diez años sobre la posibilidad de que la crisis actual termine en su
desmembramiento. Sin embargo, esta idea está basada en una simplificación que
hace de las leyes de la Unión una construcción artificial fruto de voluntades
pasajeras y no una necesidad inexorable del capital europeo en el mundo actual.
Si la Unión Europea desapareciera, los países que la integran necesitarían
volver a reconstruirla al menos en sus tres cuartas partes. Partiendo de que
los capitales nacionales europeos tienen aspiraciones globales, ninguno de los
marcos nacionales -ni siquiera Alemania- es lo suficientemente grande para
proporcionarles la base de respaldo suficiente: el capital necesita acumularse
para poder afrontar el nivel de inversión que la competencia de otros bloques
económicos le enfrenta, necesita un
mercado propio a su medida, necesita contar con regulaciones comunes para no
perder beneficios en adaptaciones locales, necesita flexibilidad en el acceso a
la fuerza de trabajo, necesita el respaldo de unas instituciones con la
autoridad internacional adecuada, necesita el desmantelamiento de las
legislaciones garantistas nacionales, etc. La Unión Europea es, así y ante todo, un producto a la medida de las necesidades del
capital. Como tal,
está inevitablemente enfrentado a los intereses de los trabajadores. Y, también
como tal pero en segunda instancia, alberga en su interior la competencia entre
capitales con intereses a veces enfrentados.
Si en el
resto de países europeos las ventajas expuestas en el párrafo anterior superan
ampliamente las tensiones nacionales entre competidores, en el caso británico
se suman a estas últimas ciertas características singulares, históricas y
materiales, que pueden llevar a la ruptura. La presión interior de parte de su
capital para permanecer en la Unión Europea es enorme, y a pocos días de la
fecha de salida aún puede llegar a forzar la situación hasta provocar un nuevo
referéndum en el que se corrija la decisión del anterior. Pero si esto no
ocurre, el acuerdo -o no acuerdo en caso de Brexit duro- de salida de la Unión
Europea será solo la mitad del camino. Quedarán por delante dos años más de
negociaciones en los que el Reino Unido y la Unión Europea concretarán las
condiciones de su nueva relación bilateral. Sin que las reglas de esta relación
futura estén claras, los capitalistas no se atreverán a hacer grandes
inversiones en el Reino Unido. En los dos
años que han pasado desde que tuvo lugar el referéndum, la economía británica
es una de la que menos ha crecido en Europa y su sector industrial prácticamente
se ha estancado, una situación que se mantendrá -con pocos empresarios
dispuestos a invertir- mientras no se conozca la futura relación que ligará a
las islas con el continente.
¿Por qué se
ha embarcado entonces el Reino Unido en este desgaste que pocas naciones
hubieran soportado? Las razones últimas no son realmente convincentes, como se
ve en las dudas que genera incluso en las propias filas de los partidos que
negocian la salida. Pero no se pueden comprender sin tener en cuenta su pasado imperialista.
El Reino Unido está acostumbrado a alternar sin complejos entre el
proteccionismo y el liberalismo, imponiendo sus intereses a otros. Es una
prerrogativa que tienen las grandes potencias, algo de lo que está por ver
cuánto le queda. Según esa lógica, cuando mi capital es el más productivo y sus
mercancías se defienden solas por su calidad y su precio, presiono al resto de
naciones para imponer el libre mercado, donde sé que saldré ganando. Pero si mi
capital tiene problemas de productividad para competir con capitales
extranjeros, pongo tasas de entrada a los productos del exterior, subvenciono a
los capitales locales y sobreexploto a la clase trabajadora para que produzca
más por menos. Se ha comentado mucho que los sectores agrícola y pesquero
británicos están presionando por la salida de la UE para quedarse en exclusiva
con su mercado interno, algo por otro lado muy habitual en otros países
europeos. Lo que es menos conocido es que, exceptuando al uno por ciento
superior de las empresas británicas -las más grandes e innovadoras-, el noventa
y nueve por ciento restante están a un nivel de productividad sensiblemente
inferior al de sus homólogas francesas y alemanas. Se suman así una masa
crítica de pequeños propietarios y empresarios del primer sector y de medianas
y pequeñas empresas industriales y de servicios que presionan por la vía
proteccionista.
El problema
es que, para que este sistema proteccionista funcione, el resto del mundo tiene
que dejarte exportar con menos restricciones que las que tú les aplicas a
ellos. El sistema imperialista clásico contaba con la fuerza de las armas, de
las colonias o del volumen de los capitales enfrentados, algo con lo que el
Reino Unido actual difícilmente puede contar. Obviamente, la Unión Europea no va
a dejar que las mercancías británicas entren en su territorio sin una
reciprocidad en las condiciones de exportación en sentido contrario. De ahí la
importancia de los nuevos acuerdos de relación bilateral que se comenzarán a
negociar a partir de que el Brexit sea efectivo (ya sea el duro o el blando).
Pero no se trata solo de los posibles aranceles a las mercancías: en los
acuerdos bilaterales se incluyen además muchas cláusulas que se asemejan a la
actual legislación comunitaria, solo que sin los beneficios de estar dentro
para tener voz y voto en su evolución. Por ejemplo, en los acuerdos comerciales
que firma la Unión Europea suele constar que los estados firmantes no pueden
subvencionar a las empresas exportadoras con dinero público para hacer sus productos
artificialmente más competitivos. Una cláusula de este tipo dificultaría que el
gobierno inglés pudiera aplicar las ventajas empresariales que sus pequeños
empresarios están esperando.
De todas
formas, los intereses del sector primario y de los pequeños empresarios
-comúnmente propensos al proteccionismo- pueden actuar como respaldo que suma
fuerzas, pero por sí mismos no pueden forzar a un movimiento del calibre del
Brexit en un país capitalista moderno. Para algo así es necesario el
beneplácito del gran capital. Aquí es donde entran ciertos factores singulares
que operan en el caso de Reino Unido. Por un lado tenemos la situación de la
City de Londres como centro de intercambios financieros internacionales, algo
que no se espera que se vea afectado por el brexit. Pero sobre todo nos
referimos a su relación especial con los Estados Unidos y con los países que
conforman la Commonwealth. Posiblemente la intención sea potenciar los acuerdos
con estas naciones e intentar conformar un área económica en la que el poder de
negociación británico sea superior al que detenta en la Unión Europea, donde
Alemania y Francia son contrapesos muy poderosos. La postura de Donald Trump
fomentando la ruptura puede hacer pensar que ya hay planes de acción
post-brexit. En cualquier caso, en un mundo con intereses crecientemente
enfrentados, depender de la lealtad de determinados socios puede ser una
apuesta realmente arriesgada.
En cualquier
caso, si dejábamos claro que la Unión
Europea es un producto del capital, en ningún caso queremos dar a entender
que esta marcha atrás al reloj de la historia en busca de un pasado glorioso se
haga en beneficio de la clase obrera. Los trabajadores británicos se han dejado
liar en medio de dos tipos de capitales que luchan por cómo gestionar un
capitalismo con beneficios esquivos. Solo con el paso del tiempo descubrirán
que nadie estaba pensando en salvaguardar sus intereses. El hecho de tener una
moneda y un Banco Central propio no ha jugado hasta ahora en su favor, algo que
contradice las recetas de los keynesianos que están contra el euro y a favor de
una supuesta soberanía monetaria. Es más, hasta ahora esta situación ha jugado
en su contra, debido a la debilidad de la libra y la inflación que ha
producido. La devaluación competitiva ha provocado que en los diez últimos años
sus salarios reales se encuentren entre los cuatro que más han bajado en
Europa, ligeramente por detrás de los españoles, y solamente mejor que Italia y
Grecia. Sus servicios públicos han empeorado, no por el uso que hayan hecho de
ellos los inmigrantes, sino porque la crisis capitalista ha hecho que descienda
el gasto público. Con o sin Brexit, nadie en la arena política británica
cuestiona las reglas capitalistas, y estas marcan que la posible recuperación
de la productividad se basará en la bajada de salarios directos e indirectos.
El caso de
los Estados Unidos es muy distinto. A pesar de la pérdida de importancia
económica relativa que este país viene registrando desde los años setenta, no
hay duda sobre su posición como primera potencia económica. El volumen de su
capital acumulado, su nivel de productividad o de consumo, el número y la
extensión de sus corporaciones, su control de organismos internacionales clave,
el poder de su moneda, su capacidad militar, etc., le garantizan este puesto.
Como cualquier país que ostente o dispute esta posición, debe desarrollar su
faceta imperialista para facilitar a su capital las fuentes de recursos y las
zonas de expansión necesarias para seguir creciendo. A los gobiernos de los
Estados Unidos nunca les ha temblado la mano para imponer sus intereses
aplicando el nivel de fuerza que consideren necesario.
Tal y como
estamos repitiendo en toda esta sección, la situación de beneficios
insuficientes para repartir entre los distintos bloques, hace que aquellos que
tengan la fuerza necesaria prefieran cambiar el escenario previo de acuerdos
internacionales en los que todos los capitalistas podían ganar por otro en el
que priman las posiciones de ventaja que cada parte pueda imponer. Este es el
papel que ha adoptado Donald Trump con el plan al que ha dado el significativo
título de “América Primero”. No es que haya cerrado las fronteras de su país al
comercio mundial, sino que está aplicando la presión que cree necesaria para forzar
la renegociación a su favor de los acuerdos bilaterales de su país con el resto
de grandes bloques económicos. Lo ha hecho con el NAFTA, que regula los
importantes flujos comerciales (incluidos los de producción en el exterior) con
México y Canadá. Lo está haciendo ahora con la Unión Europea, donde toda la
oposición que recibió el TTIP hace pocos años, puede venirse abajo en el nuevo
acuerdo que se está negociando a marchas forzadas bajo la amenaza de la
imposición de tarifas a la importación. Lo está haciendo con China, con la que
se espera una mesa de negociaciones en la primera mitad de 2019. También están
teniendo su fruto las constantes presiones de Trump a sus “aliados” para que
aumenten el gasto militar, fijando él mismo el porcentaje del PIB que éste
debería suponer: un 2%. El gobierno progre de Pedro Sánchez ya ha atendido
solícitamente la exigencia del presidente norteamericano, elevando el techo de
gasto militar hasta los 7.300 millones de euros hasta 2032. El anuncio ha
coincidido con la visita de la subsecretaria de estado norteamericana Julie
Fisher para Europa, que ha mantenido reuniones en los ministerios españoles de
defensa y exteriores.
En este
escenario, la credibilidad de la amenaza es fundamental. Trump tiene que
comenzar aplicando tarifas o restricciones para la exportación a los Estados
Unidos. Solo desde esa posición de daño a los intereses empresariales en el
bloque contrario puede forzar a la otra parte a abrir una negociación en la que
esta tenga que renunciar a parte de sus ventajas. En el proceso se asume el
casi seguro daño colateral al crecimiento mundial, que en estos momentos de
estancamiento no está para soportar restricciones añadidas al comercio. En
cualquier caso, la búsqueda de un beneficio propio a costa de un daño ajeno no
es exclusivo de Trump o de los republicanos. El presidente Barack Obama y su Secretaria de Estado Hillary Clinton no
tuvieron reparos cuando desestabilizaron grandes zonas del norte de África y
Oriente Medio, dando alas al terrorismo del ISIS, para favorecer los intereses
de Estados Unidos en Libia o en Siria. Tampoco es esta una manera de actuar
exclusiva de los norteamericanos. La
Unión Europea, guardiana de los valores europeos (signifique esto lo que
signifique), no duda en participar en
estas aventuras imperialistas como segundo de a bordo o de protagonizar las
suyas propias en los países de su zona de influencia.
En lo que sí
miente Trump es al afirmar que este proteccionismo de los intereses de las
corporaciones norteamericanas vaya a suponer un beneficio para los trabajadores
de su país. Las empresas están recibiendo una mayor protección de su Gobierno
en forma de ventajas fiscales, de blindaje de los derechos de propiedad
intelectual y a través de su aislamiento de la competencia de otros capitales.
Pero esas ventajas no son más que un añadido frente a sus competidores de otros
países; en ningún caso van a anular el hecho de que el beneficio en sí no puede
provenir más que de la plusvalía extraída a los trabajadores. Así, los
beneficios fiscales a empresas reducen el gasto público con el que se podrían
financiar programas sociales, sanitarios y educativos; los derechos de
propiedad intelectual son perfectamente compatibles con el traslado de los
centros de desarrollo de software a lugares tan remotos (y baratos) como India
o Serbia; y, en general, proteger a las multinacionales de la competencia en
ventas en su país de origen no tiene nada que ver con que trasladen sus
factorías de vuelta a él. Todo el proteccionismo del mundo no serviría para nada
si las empresas tuvieran que pagar salarios más altos que los de sus
competidoras extranjeras con igual nivel de productividad: sus mercancías
serían más caras y, por lo tanto, menos competitivas en el mercado mundial. El proteccionismo se enfrenta así con la
limitación de que no puede ofrecer a sus trabajadores una mejora de las
condiciones laborales. Es decir, la “protección” no les incluye a ellos.
Y es que
confundir el proteccionismo con ventajas para los trabajadores locales es un
error muy común… y actualmente muy fomentado. Hemos visto cómo la extensión y
la interconexión de los mercados fue utilizada como herramienta de crecimiento
tras la crisis de los setenta. Ahora, tras la crisis mundial de 2008 y toda una
década de estancamiento, la percepción de los trabajadores apaleados es que han
sido las políticas globalizadoras de estos más de treinta años las que les han
traído estas desgracias. La falta de una explicación coherente desde las que
dicen ser sus organizaciones, hace que los efectos aparezcan a sus ojos como
causas. Ante la perspectiva de una nueva crisis, el capital se enfrenta a dos
objetivos contradictorios: por un lado tiene que evitar que la situación
estalle, y por otro, aplicar todavía más explotación. Nada mejor que utilizar a
su conveniencia las falsas apariencias fomentadas en la fase anterior y darles
la vuelta para hacer pasar el fracaso del capitalismo por un error de
políticas. Se crea así un discurso demagógico con el que: a) se transmite que
se ha caído en la cuenta de que el marco globalizador era malo y se ha
rectificado, b) se da a pensar que el nuevo marco que se está construyendo deja
sitio para los intereses de los trabajadores y, c) se justifica, aún así, una
nueva vuelta de tuerca a la sobre-explotación y al autoritarismo necesario para
aplicarla, ahora desde una perspectiva de superación nacional.
Se consigue
así crear un único discurso que da cobertura a los dos elementos necesarios
para un momento de crisis como el actual. Por un lado el de la competencia
entre capitalistas por un beneficio insuficiente para todos y, por otro lado, el de la desactivación de la
lucha de clases, enrolando a los
trabajadores en un aparente interés común con su burguesía local. Este
discurso ha ido ganando posiciones en todo el espectro político. Arrancó
inicialmente en formaciones de extrema derecha, que han ido creciendo
lentamente incluso en países desarrollados. Pero según las tensiones entre
capitales y la necesidad de controlar a los trabajadores aumentan, se ha
convertido en un mensaje general de la derecha. Finalmente, ha comenzado a
calar entre pequeños sectores de la izquierda, confundido con la anti-globalización y el soberanismo.
Aún es muy
pronto para que podamos juzgar a este discurso por sus resultados. En el Reino
Unido aún está por ver si se afianzará, en Estados Unidos, Italia o Brasil es
pronto para hacer patentes sus contradicciones a ojos de los trabajadores.
Quizás, el
único país donde se puede ver este proceso funcionando en una forma más acabada
sea Hungría. Su líder, Viktor Orbán, se hizo conocido internacionalmente
por su violento rechazo al paso de inmigrantes hacia Centroeuropa en su huida
de Siria en 2015. Su agresivo discurso anti-inmigración se ha convertido en
santo y seña de su Gobierno de coalición de extrema derecha desde su llegada al
poder en 2010. Pero, aparte de esa postura demagógica, ¿se puede calificar a
Hungría de país proteccionista?, ¿repercute esto en una mejora de las condiciones
laborales de los trabajadores húngaros? La realidad es que su economía ha
basado todo su crecimiento en la instalación dentro de sus fronteras de
empresas extranjeras en busca de sus bajos salarios. A falta de inmigrantes,
los trabajadores nacionales deben asumir ellos solos toda la sobre-explotación
que hace atractivo al país para el capital extranjero. Su salario medio por
hora es el más bajo entre sus países vecinos, por debajo de la mitad del
español y cuatro veces por debajo del alemán. Dado que el desempleo no llega al
4%, la única manera de explotar más a los trabajadores solo puede pasar por
hacerles trabajar más horas. Dicho y hecho: si hasta hace unos meses los
empresarios podían exigir de forma legal a sus empleados hasta 250 horas extra
anuales, una ley aprobada en diciembre subió este límite hasta las 400 horas
extra, lo que equivale más o menos a trabajar un día extra cada semana. Y no
solo esto, sino que el empresario puede postergar el pago de esas horas extra
hasta tres años. La reforma laboral no viene sola: para poder controlar el
posible incremento de la conflictividad social, se instauran unos tribunales
administrativos, ajenos al poder judicial, que gestionarán todo lo relativo a
protestas públicas entre otros asuntos sensibles. Eso es lo que pueden esperar
los trabajadores cuando “les protegen”.
* * * * *
Hemos visto
cómo lo que hemos conocido como globalización no es más que una versión
acelerada de la tendencia a la expansión que es consustancial al capitalismo.
Durante más de treinta años, este mecanismo ha hecho aportes fundamentales a la
recuperación de los beneficios tras la crisis de los setenta: ha concentrado
capitales, les ha dado zonas de respaldo más grandes y poderosas, ha extendido
sustancialmente el mercado en número de productores y consumidores, y ha
domesticado a la clase trabajadora occidental al diluirla en la clase obrera
global. A partir de la crisis de 2008, se ha puesto de manifiesto que este
mecanismo ha perdido la efectividad extraordinaria con la que impulsaba la
economía en las últimas décadas. Enfrentados de nuevo con la escasez de
beneficios, los capitalistas que pueden adoptar una posición de fuerza -o que
creen poder hacerlo-, retornan a la competencia a cara de perro: proteccionismo, nacionalismo, etc.
Al concluir
el primer bloque nos quejábamos de cómo las izquierdas asumen el papel de
salvadoras del capitalismo, empeñadas en plantear fórmulas que, supuestamente,
lo pueden hacer compatible con los intereses “generales”. En estos
planteamientos el capitalismo no presenta problemas intrínsecos, sino que estos
aparecen a raíz de intervenciones equivocadas o egoístas desde fuera: el
neoliberalismo, la financiarización, etc.
En el
aspecto que nos ocupa ahora ocurre lo mismo. Las izquierdas también toman
partido en los bandos del proteccionismo y del libre mercado, como si alguno de
ellos supusiera una ventaja para los trabajadores. Por una parte, las izquierdas social-liberales
asumieron con convicción la causa de la globalización como medio de reactivar
los beneficios tras la crisis de los setenta. Para no hacer mención al libre mercado, que era la base material
del proceso, han ido construyendo toda
una serie de conceptos con reminiscencias positivas, tales como la multi-culturalidad, la colaboración entre los pueblos, la construcción europea, etc. El
agotamiento de este ciclo y la profunda crisis en la que ha derivado, ha
sembrado la desilusión entre la clase trabajadora y la pequeña burguesía
desposeída. Esto ha sido aprovechado por la extrema derecha para lanzar un
ataque contra esos conceptos-pantalla, una vez que, vacíos de base material,
aparecen más huecos que nunca. Mediante una crítica a la palabrería inventada
por esta izquierda pueden aparentar una denuncia de los perniciosos efectos de
la globalización sin poner en cuestión sus fundamentos reales.
Mientras
tanto, la otra parte de las izquierdas, las que en su día fueron críticas con
la globalización, asisten atónitas al espectáculo de una extrema derecha que
revive en medio de la crisis utilizando una denuncia que fue suya y que había
caído en el olvido en los momentos de crecimiento económico. En la confusión
ideológica reinante, estas izquierdas se
repliegan ahora hacia un discurso nacionalista-soberanista, que se complementa a la perfección con el de
las burguesías que se sienten perdedoras en un mundo global en crisis en el que
no tienen fuerza suficiente para asegurarse beneficios.
Es el caso del laborismo
británico, que mantiene como argumento público principal de apoyo al Brexit la supuesta soberanía que trae
aparejada, y que les capacitaría -según ellos- para llevar a cabo una política
de inversiones públicas que no sería aceptable en el marco de la Unión Europea.
No explican los laboristas (ni tienen posibilidad ni intención de explicarlo)
cuál sería el alcance real de esa soberanía y de su proteccionismo en el marco
de un capitalismo global. Como ilustración de esta contradicción, resultaría
incluso divertido -si no fuera por el drama del desempleo que conlleva- la
situación creada por el empresario James Dyson, el famoso fabricante de
aspiradoras de origen inglés. Este millonario “Sir” ha sido una de las figuras
públicas que más se ha comprometido en la campaña a favor del Brexit. Pues
bien, en los días previos a la votación en el Parlamento del acuerdo de ruptura
con la Unión Europea, el buen señor anuncia que se lleva su empresa a Singapur,
donde además diversificará su negocio hacia la fabricación de coches
eléctricos. Al final del comunicado en el que anuncia esta decisión deja una
gran lección que la izquierda no quiere aprender: termina afirmando que sigue
creyendo en el Brexit, y que su decisión de llevarse su empresa (y los puestos
de trabajo) a otro país no está relacionada con él. No es cinismo, es la
realidad del capitalismo.
Pero el del
laborismo no es el único caso. En Grecia tenemos a Syriza, y su pretensión naif
cuando accedió al gobierno de hacer valer los intereses de los griegos sentados
a una mesa de negociación frente a las reglas del capitalismo. En Argentina, la
izquierda orbita alrededor de la defensa en clave nacionalista de un partido
corrupto y ajeno a los intereses de los trabajadores, como es el de Cristina
Kirchner. En España tenemos el caso de Anguita, Monereo e Illueca,
reivindicando a los que “defienden la soberanía
popular y la independencia nacional y apuestan por la protección, la seguridad
y el futuro de las clases trabajadoras”.
No explica este trío por qué al Reino Unido no le ha servido el control de su
propia moneda para evitar la década de recesión que comparten con el resto de
países europeos. En la misma linea de fervor nacional, Pablo Iglesias pone nuestro
futuro en manos de “los empresarios patrióticos” frente a la trama del Ibex 35
controlada por BlackRock.
Podemos
encontró a los "empresarios patrióticos" en el hotel Ritz
¿Fascismo en italia? Decreto dignidad
Para
resituarnos en un punto de vista de clase, volvemos a acudir a un texto de
Engels de 1847, entonces todavía un joven, pero ya capaz de discernir con
claridad lo que nuestros progres, con toda sus politología encima, son
incapaces de asimilar casi dos siglos después:
“Existe, sin
embargo, junto a la burguesía, una considerable masa de personas llamadas
proletarios -las clases trabajadoras y no propietarias-.
“Por lo
tanto, una pregunta se alza: ¿qué gana esta clase con la introducción de un
sistema proteccionista? ¿Van a recibir más salario, se van a alimentar y vestir
mejor, van a vivir en casas más saludables, se van a poder permitir más tiempo
para el disfrute y la educación y más medios para la crianza más acertada y
cuidadosa de sus hijos?
“A los
señores de la burguesía que abogan por un sistema proteccionista nunca se les
olvida poner por delante el bienestar de la clase trabajadora. A juzgar por sus
palabras, una vida verdaderamente paradisíaca va a comenzar para los
trabajadores con el proteccionismo aplicado a la industria […] Pero escuchad
del otro lado a los hombres del libre comercio, y solo bajo su sistema podrán
los desposeídos vivir como reyes […] En ambos bandos existen mentes limitadas
que creen más o menos en lo que dicen. Pero los inteligentes de entre ellos
saben muy bien que todo esto es una vana ilusión […]
“No hace
falta recordar a los burgueses inteligentes que, ya sea bajo tarifas
proteccionistas, el libre comercio o una mezcla de los dos, el trabajador no va
a recibir mayor salario que para satisfacer su mera subsistencia. De una parte
o de otra, el trabajador obtendrá exactamente lo que precisa para seguir
rindiendo como una máquina.” (Friedrich Engels,
Protective tariffs or free trade system, 1847)
Si la
expansión continua (globalización, cosmopolitismo, etc.) es una característica
inherente al capitalismo, la táctica proteccionista o libre-mercantil es una
conveniencia pasajera de un capital concreto en un momento dado. El paso
primero e imprescindible para que el capital invertido obtenga una ganancia es la generación de plusvalía mediante la
explotación de trabajo asalariado. Solo después de existir esa plusvalía
podemos hablar de cómo se reparte en forma de ganancia entre los diversos
capitalistas. La contradicción primaria
es, pues, entre el capital y el trabajo. Y en ese punto, como señala
Engels, el interés de cualquier capitalista es aumentar la explotación al
máximo. Asociar el interés de los trabajadores al momento siguiente, al de ver
cuánta plusvalía cae del lado de cada capital, no es sino una variante del
error reformista que ya criticamos en el primer apartado: el de querer arreglar
en la distribución lo que se ha perdido en la producción. Quizás en este caso
con más delito, pues se crea la ilusión de que el trabajador tiene un interés
común con su explotador local.
Marx y
Engels identificaron unas reglas de funcionamiento en el capitalismo. No en el
capitalismo de Gran Bretaña o de 1860, sino en el capitalismo como sistema
basado en la explotación del trabajo asalariado. Muchos contrastamos esas
reglas con la realidad que nos rodea hoy día y constatamos su validez. Pero
Marx y Engels hicieron algo más que poner por escrito esas reglas:
desarrollaron su discurso y sus acciones de manera consecuente con ellas. Por
eso tuvo todo el sentido fundar una Asociación Internacional de
Trabajadores. Hoy día podría antojarse como un
intento visionario de hace siglo y medio, pero si de verdad mantenemos que el
capitalismo responde a las reglas que expusieron Marx y Engels, era la única
forma consecuente de actuar. No hay otra alternativa que la superación del
capitalismo, que por su carácter expansionista no puede ser aislado. El
enfrentamiento es de clase contra clase y, por lo tanto, ajeno a fronteras
nacionales. El planteamiento no puede ser sino internacionalista.
Después vino
el pacto de la Social Democracia alemana con su Estado, y más tarde la ruptura
definitiva del internacionalismo ante la Primera Guerra Mundial. Si se seguía
citando El Capital, era meramente para extraer frases célebres o para arroparse
con su prestigio; tras ese gesto, todo se podía retorcer a gusto del orador. Lo
que eran reglas explicativas de funcionamiento del capitalismo pasaron a ser
presentadas como teorías más o menos acertadas referentes a 1860. La acción se
desconectó del análisis. Desde entonces, en el imaginario de los trabajadores
ha pesado más la defensa de unos supuestos intereses comunes con la burguesía
local que la conciencia internacionalista de intereses comunes de clase con el
trabajador del otro lado de la frontera. Incluso la mayoría de las
organizaciones que se declaran comunistas revolucionarias no pueden escapar a
esta línea de pensamiento.
Mientras
tanto, el capital no ha cesado de evolucionar. No porque se reúnan y tracen
planes a no sé cuantos años vista (que también lo harán) sino porque no pueden
evitar seguir esas reglas que mueven su sistema y que escapan a su control. El
capital ha tenido que superar los límites nacionales en los que se incubó y ha
dado el salto a otros niveles. Con todas sus contradicciones, sin duda, pero lo
ha hecho. Así, cuando el nivel del
estado-nación se les quedó corto en el Viejo Continente, construyeron la Europa
del Capital.
Los
trabajadores acompañamos al capital en este viaje, pero no hemos evolucionado
nuestra conciencia ni nuestro ámbito de lucha en el mismo sentido. Trabajamos
en empresas que sirven al mercado europeo o mundial, compramos nuestros
alimentos en cadenas de alimentación francesas o alemanas, nuestros artículos
de consumo a través de webs con domicilio fiscal en Irlanda, nos los traen a
casa empresas de paquetería mundiales, nuestros compañeros de trabajo son del
este de Europa, de América Latina o de África, etc. Las leyes que en su día nos
protegían han sido abandonadas -cada día más menguadas- al nivel nacional,
mientras que las leyes que sirven de respaldo al capital -y que contradicen las
anteriores- se deciden en instituciones europeas o mundiales. En ningún caso
podemos menospreciar la lucha del aquí y ahora: si no damos esa pelea lo vamos
perdiendo todo. Pero es inevitable expandir el ámbito de la lucha allí donde
juega el capital, pues, sin ese movimiento, la realidad que sustentaba el
antiguo aquí y ahora habrá desaparecido bajo nuestro pies. En cualquier caso,
para dar la pelea de manera efectiva tanto a un nivel como a otro hay que dar
un mismo paso: recuperar el discurso
explicativo de clase y actuar, con coherencia, de acuerdo a él.
Autor: duval
(ir a parte 3. La situación
en el Estado español)
Fuentes
de datos y enlaces de interés (para las tres partes)
Banco de España; 2018; Boletines económicos 3 y 4/2018.
Boletín Económico 3/2018 - Banco de España y
Boletín Económico 4/2018 - Banco de España
2018
https://www.bde.es/bde/es/secciones/informes/boletines/Boletin_economic/index2018.html
https://www.bde.es/bde/es/secciones/informes/boletines/Boletin_economic/
· eldiario.es; 15/12/2018; Tres años de presupuestos participativos de Carmena:
desencanto y frustración en colectivos vecinales.
· eleconomista.es; 13/9/2018; La deuda de Telefónica ya es un 25% mayor de lo que vale en
bolsa; Carlos Jaramillo.
· El País; 1/1/2019; El Ibex 35 termina 2018 con una caída anual de casi el 15%,
la mayor desde 2010; Cristina Delgado.
· Espacio de Encuentro Comunista; 9/5/2018; El Gobierno busca despedir de la
Administración entre 700.000 y 900.000 temporales interinos.; encuentrocomunista.org
· Duval; 5/2/2018; Contexto económico y social 2018; Crónica de clase
· Expansión; 5/2/2019; La CNMC quiere controlar la deuda y el dividendo de las
energéticas
· Funcas; 2018; Innovación y competitividad: desafíos para la industria
española.
· Haldane, Andrew G.; 2018;
The UK’s productivity problem: hub no spokes; Bank of England.
· Instituto Nacional de Estadística;
2006-2018; Encuesta de Población Activa.
· Marx, Karl; 1877; Carta al director de “Otiechéstvennie Zapiski”; Marx desde cero
· Marx, Karl y Engels, Friedrich; 1848; Manifiesto del Partido Comunista.
Menéndez, Ávaro y Munido, Maristela, Banco de España
Boletín económico 4/2018
Resultados de las empresas no financieras en 2017 y hasta el tercer
trimestre de 2018
Resultados de las empresas no financieras en 2017 y hasta e
Menéndez, Ávaro y Munido, Maristela
Banco de España
Boletín económico 4/2019
Resultados de las empresas no financieras en 2018 y hasta el tercer
trimestre de 2019
https://repositorio.bde.es/bitstream/123456789/10114/1/be1904-art36.pdf
· Organización Internacional del Trabajo (OIT); 2018; Global Wage Report
2018/2019.
· Roberts, Michael; 2018;
Imperialism, globalization and the profitability of capital; https://rupturemagazine.org/2018/01/25/imperialism-globalization-and-the-profitability-of-capital/
Para comentarios de fondo y de actualidad sobre economía marxista:
Blog de Michael Roberts (El blog es en inglés. Es frecuente encontrar
traducciones de sus artículos en diferentes webs en castellano):
https://thenextrecession.wordpress.com/
Blog de Rolando Astarita:
https://cronicadeclase.wordpress.com/2019/02/24/contexto-economico-y-social-2019-parte-2/
El poder
político es simplemente el poder organizado de una clase para oprimir a otra.
K. Marx.
Bibliografía imprescindible sobre la concepción marxista del poder (En
Francia - Rusia- Alemania-España)
http://eljanoandaluz.blogspot.com/2019/11/bibliografia-imprescindible-sobre-la.html
Rosa
Luxemburgo. Tesis sobre las tareas de la socialdemocracia de la
socialdemocracia internacional (1916)
(Rosa Luxemburgo y la cuestión nacional)
http://eljanoandaluz.blogspot.com.es/2016/11/rosa-luxemburgo-tesis-sobre-las-tareas.html
Debate de Rosa Luxemburgo con Lenin, sobre la cuestión nacional y el derecho de
autodeterminación.
Rosa Luxemburgo y la
cuestión nacional (primera parte)
Segunda parte, tercera parte, cuarta parte , quinta parte, sexta parte
Carlos Marx, Federico Engels y Rosa Luxemburgo LOS NACIONALISMOS CONTRA
EL PROLETARIADO
http://eljanoandaluz.blogspot.com/2018/01/carlos-marx-federico-engels-y-rosa.html
El Manifiesto Comunista cumple 169 años de su publicación. Berth Andreas.
La Liga de los Comunistas. Documentos constitutivos
http://eljanoandaluz.blogspot.com/2017/02/el-manifiesto-comunista-cumple-169-anos.html
El
Manifiesto Comunista cumple 169 años de su publicación. Berth Andreas. La Liga
de los Comunistas. Documentos constitutivos
Bibliografía de Carlos Marx y Federico Engels
http://eljanoandaluz.blogspot.com/2017/09/bibliografia-de-carlos-marx-y-federico.html
Rusia y China actual, países imperialistas
http://eljanoandaluz.blogspot.com/2017/02/rusia-y-china-actual-paises.html
Cuba: La conceptualización del modelo y el futuro del socialismo. El
regreso al capitalismo en Cuba
http://eljanoandaluz.blogspot.com/2017/03/cuba-la-conceptualizacion-del-modelo-y.html
Sobre el golpe de Estado en Bolivia y los organizadores de derrotas. El
fracaso anunciado del socialismo siglo XXI y del capitalismo andino-amazónico.
http://eljanoandaluz.blogspot.com/2019/11/sobre-el-golpe-de-estado-en-bolivia-y.html
¿Quiénes son los burgueses que maneja el negocio de los puertos en el
Estado español? Campaña de desprestigio y calumnias hacia el colectivo de
trabajadores/as de estibadores/as, como "privilegiados" que se juegan
la vida.
20 de febrero de 2017
http://eljanoandaluz.blogspot.com/2017/02/quienes-son-los-burgueses-que-maneja-el.html
Partidos comunistas (marxistas leninistas) de Europa satisfechos con la
salida del Reino Unido de la Unión Europea o brexi
7 de julio de 2016
http://eljanoandaluz.blogspot.com/2016/07/partidos-comunistas-marxistas.html
Jeremy Corbyn del partido laborista y los cuatros partidos españoles,
como Unidos Podemos, defiende la permanencia de Gran Bretaña en la Unión
Europea, está en contra del Brexit
8 de julio de 2016
http://eljanoandaluz.blogspot.com/2016/07/jeremy-corbyn-del-partido-laborista-y.html
George Soros y Barack Obama defiende la permanencia de Gran Bretaña en la
Unión Europea, está en contra del Brexit
11 de julio de 2016
http://eljanoandaluz.blogspot.com/2016/07/george-soros-y-barack-obama-defiende-la.html
(Friedrich Engels, Protective tariffs or free trade system, 1847)
Artículos de Marx y Engels en Deutsche-Brüsseler Zeitung 1847
Aranceles protectores o sistema de libre comercio por Frederick Engels
https://marxists.catbull.com/archive/marx/works/1847/06/01.htm
Discurso inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores
"La Primera Internacional" 1.864
http://eljanoandaluz.blogspot.com/2016/06/discurso-inaugural-de-la-asociacion.html
K. Marx: ESTATUTOS GENERALES DE LA ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE LOS
TRABAJADORES (Primera internacional)
http://eljanoandaluz.blogspot.com/2015/08/k-marx-estatutos-generales-de-la.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario