NOTA DEL
EDITOR DE ESTE BLOG: Le he añadido algunos enlaces al primer artículo,
comprende tres artículos, no me identifico totalmente con los tres, pero da una
visión crítica.
13/11/2014
Alejandro Nadal es
social demócrata o keynisiano, por eso repite lo del estado de bienestar
Para los
países de Europa oriental la receta de política económica se redujo a
privatizar todos los activos públicos del estado de bienestar lo más rápido
posible
Las imágenes de miles de personas demoliendo secciones del muro de Berlín
en noviembre de 1989 fueron presentadas en la prensa internacional como la
victoria del pueblo sobre la tiranía. Aún antes del colapso de la Unión
Soviética en diciembre de 1991 se impuso la línea única de pensamiento: capitalismo
y mercado eran sinónimos de libertad y democracia.
Las voces de mesura fueron acalladas por el consenso estridente que en
todo el mundo insistía en los enormes beneficios que derivarían de la
liberalización económica. La creencia en las virtudes del libre mercado se vio
reforzada por el espectacular colapso del sistema de planificación centralizada
representado por la URSS y sus economías satélites.
Para los países de Europa oriental la receta de política económica se
redujo a privatizar todos los activos públicos [del estado de bienestar]
lo más rápido posible. Los miembros de las mafias que hoy son propietarias de
la mayor parte de esos activos en Rusia y Ucrania, por ejemplo, son algunos
elementos de la nomenklatura de los antiguos partidos comunistas
en esos países.
El espejismo de la nueva era de prosperidad que vendría se enmarcaba en
las promesas de la globalización, con su red de mercados sin límites y sin
barreras para los circuitos del capital. Los cambios tecnológicos en el plano
electrónico parecían ser portadores de una nueva era de crecimiento económico y
bienestar.
Pero debajo de este telón superficial, fuera de la mirada del público, se
desarrollaba otra historia. Sus personajes centrales eran y siguen siendo la
desigualdad creciente y la inestabilidad intrínseca que se inscribe en el
código genético del capitalismo. Sus comparsas son bien conocidas: la
corrupción y la codicia que alcanza niveles criminales. El mejor ejemplo de
todo esto en 1989 fue el escándalo de la quiebra de las cajas de ahorro y
préstamo. Estas instituciones habían sido objeto de una fuerte desregulación a
principios de los años ochenta y para 1986 los fraudes y quiebras se habían
multiplicado. Al caer el muro de Berlín, el tirano George Bush, en un alarde
de libertad y democracia, autorizó un rescate con recursos del erario por
1,4 billones (castellanos) de dólares destinados a sostener las maltrechas
cajas de ahorro.
La gigantesca estafa se desarrolló lejos de los reflectores que
iluminaban la fiesta de la libertad en Berlín. Pero sus rasgos esenciales eran
presagio de un oscuro porvenir.
Al caer el muro de Berlín en 1989 seguía vigente la llamada (en aquel
entonces) crisis de la deuda que había postrado a las economías del mundo
subdesarrollado frente a las potencias occidentales. Los programas de ajuste
estructural que se impusieron a los deudores habían completado la tarea de
desmantelar los frágiles esquemas del estado de bienestar que existían
en los países del hemisferio sur. Las tristemente célebres reformas estructurales
seguían su curso, destruyendo los sistemas de protección de la clase
trabajadora y eliminando cualquier reglamentación que pudiera obstaculizar el
tránsito de capitales. Esta apertura a los flujos de capital había sido el
sueño del capital financiero desde el colapso del sistema de pagos
internacionales de Bretton Woods. También era el umbral de la larga hilera de
crisis que se desarrollaría en la década de los años noventa.
Esas crisis marcaron un sendero de destrucción y dolor que pasó por México
en 1994 y siguió hasta Argentina en 1999, alcanzando el sudeste Asiático,
Corea, Rusia y Turquía, para regresar a EEUU, con la crisis de la nueva
economía (y el derrumbe del índice Nasdaq) en 2000. De tal suerte que en 2001
el colapso misterioso de las Torres Gemelas 'encontró' a EEUU en plena
recesión. La recuperación nunca existió y en cambio, sí preparó el escenario
para la gran crisis global que estalla en 2008. Hoy la desigualdad y la crisis
son rasgos permanentes de la economía capitalista mundial. Grandiosos ejemplos
de la vinculación entre capitalismo y libertad.
En la actualidad casi nadie recuerda que las reformas
neoliberales en Rusia fueron impuestas por Yeltsin en medio de la ilegalidad y
la violencia. Al disolver ilegalmente el parlamento en 1993, Yeltsin generó
las condiciones de un golpe de Estado contra su propio gobierno. El 4 de
octubre ordenó el ataque de artillería sobre el parlamento en rebeldía y la
libertad del mercado por fin llegó a la ex Unión Soviética, a punta de
cañonazos.
Hoy la crisis global tercamente se resiste a desaparecer. Los síntomas de
colapso económico y de una depresión larga están en todos los indicadores para
quien se tome la molestia de leerlos cuidadosamente. A nivel nacional e
internacional las alternativas existen y pasan por el rescate de la política
macroeconómica y sectorial, así como por la recuperación de los espacios
públicos en todos sus niveles. Para ello será necesario redibujar el paisaje
político.
Cambio de
época: a 25 años de la caída del Muro de Berlín
Lo
ocurrido en Berlín fue exaltado por los intelectuales orgánicos del imperio como el
alumbramiento de un nuevo orden mundial que duraría todo un siglo.
El 9 de
noviembre de 1989 cayó el Muro de Berlín. Poco después el contagio o efecto
dominó derrumbaría ya no muros sino a los regímenes supuestamente socialistas
erigidos como resultado de la nueva constelación geopolítica emergente a fines
de la Segunda Guerra Mundial hasta que, entre fines de 1991 y comienzos de 1992,
el proceso culminaría con la desintegración de la Unión Soviética. Estos
acontecimientos dieron lugar a eufóricas declaraciones por parte de
gobernantes, políticos, periodistas e intelectuales del mal llamado «mundo
libre»: fervientes promesas de paz y prosperidad se escuchaban en Washington,
Bonn, Londres y París, las que en el asfixiante clima neoliberal de los 90 se
repetían hasta el hartazgo en América Latina y el Caribe.
En esta
fragorosa batalla de ideas pocos textos pudieron captar el clima ideológico
imperante en las metrópolis del capitalismo con más precisión que el libro de
Francis Fukuyama, El fin de la historia y el último hombre, originalmente
publicado en 1992. En esa obra se argumentaba que la Guerra Fría había
terminado, y que su resultado final marcaba el triunfo definitivo de la
democracia liberal y el capitalismo de libre mercado a lo largo y a lo ancho
del planeta.
Un cuarto de
siglo después las tesis centrales del libro fueron impiadosamente refutadas por
la historia: primero, ésta no terminó sino que se aceleró, tornándose a la vez
más compleja y truculenta. La Guerra Fría, luego de un paréntesis, retomó
impulso con la renovada virulencia que vemos en estos días; y ni la democracia
liberal ni el capitalismo de libre mercado han triunfado. Por el contrario,
atraviesan una crisis que no pocos se atreven a calificar de terminal. Surgen
teorizaciones y prácticas que hablan de nuevas formas de democracia que superan
las limitaciones de su versión liberal (plasmadas, por ejemplo, en las constituciones
de Bolivia, Ecuador y Venezuela) a la vez que proliferan los análisis que
demuestran que el capitalismo ha chocado contra una frontera ecológica
insuperable.
¿Qué ocurrió
después de la caída del Muro? En el plano estrictamente doméstico, Alemania
Federal anexó a la República Democrática Alemana y, menos de un año más tarde,
el 3 de octubre de 1990, el canciller Helmut Kohl proclamó la reunificación.
Ésta se llevó a cabo con un apenas solapado ánimo de venganza. En los demás
países, una vez desaparecida la Unión Soviética, sus pueblos pudieron preservar
su identidad nacional. En el caso alemán, en cambio, la reunificación intentó
borrar hasta las más insignificantes huellas de la RDA.
Como comenta
Maxim Leo, un joven periodista que creció en la RDA, «nuestro país dejó de
existir y nosotros también». Lo que vino después fue una satanización de toda
aquella experiencia, simbolizada en dos detestables rasgos del viejo sistema:
la Stasi, temible policía secreta, el Muro de Berlín, y la rusticidad de los
automóviles Trabant. ¿Hubo algo más? Sin duda, y eso es lo que hoy en Alemania
se describe como «Ostalgia», porque «Ost» significa «Este» en alemán.
¿Nostalgia de qué? De varias cosas: había trabajo para todos, la vivienda era
barata, la atención médica era gratuita y de calidad y existía un muy buen
sistema educacional accesible para todos.
Como
recuerda el periodista Wolfgang Herr, «no todo era tan malo antes y no todo es
tan bueno ahora». Pese a los «paisajes floridos» que demagógicamente prometiera
el canciller Kohl (producto de la euforia del momento, según lo reconoció años
después) aquellos paisajes todavía hoy no se divisan. La brecha que separaba
las dos regiones antes de la reunificación apenas si se ha atenuado en algunos
aspectos, pero se ha acentuado en otros. El ingreso per cápita de las cinco
provincias orientales equivale a las dos terceras partes de sus congéneres
occidentales, un aumento si se considera que antes de la reunificación eran el
43%, pero hace varios años que esta brecha ha dejado de cerrarse y parece
haberse cristalizado en aquella proporción. Y la tasa de desempleo en el este
es casi el doble que la registrada en el oeste. Un año después de la caída del
Muro, el 61% de los alemanes orientales se consideraban a sí mismos simplemente
como alemanes; cuatro años más tarde este porcentaje se redujo al 35% a causa
de la desilusión causada por la unificación. Brechas que se acentuaron en
relación con los derechos de la mujer, el escaso apoyo en términos de
guarderías y jardines infantiles, acceso a la salud y educación. Una encuesta
revelaba, en 2009, que solo el 12% de los alemanes orientales creía que se
había alcanzado el mismo nivel de vida que en las provincias occidentales,
mientras que el 86% decía que no. Sin duda, ahora gozan de libertades que antes
no tenían pero en el capitalismo alemán, como en cualquier otro, esas
libertades tropiezan con enormes dificultades a la hora de ser realizadas.
Pueden salir a voluntad de Alemania, porque ya no está el Muro, pero sus
ingresos no se lo permiten. Pueden ir todos los días al KDW, la famosa tienda
de departamentos que relumbraba como un sol del otro lado del Muro, pero no
tienen dinero para adquirir lo que allí está a la venta.
Gasto
militar
En el
terreno internacional la caída del Muro fue el preludio del derrumbe de la
Unión Soviética y el inicio del breve y turbulento «unipolarismo»
estadounidense. Lo ocurrido en Berlín fue exaltado por los tanques de
pensamiento y los intelectuales orgánicos del imperio como el alumbramiento de
un nuevo orden mundial que, aseguraban, duraría todo un siglo. Eso pensaban los
integrantes del Proyecto del Nuevo Siglo Americano, que habrían de sufrir un
rudo despertar la mañana del 11 de setiembre de 2001 cuando todas sus
ocurrencias, que no ideas, se derrumbaron junto con las Torres Gemelas de Nueva
York.
La caída del
Muro y todo lo que se precipitó después modificó radicalmente la realidad
internacional. Los famosos «dividendos de la paz» prometidos por George Bush
padre y Margaret Thatcher, gracias al fin de la Guerra Fría y la presunta
disminución del gasto militar, se esfumaron de la noche a la mañana.
Cuando se
produce la implosión soviética, en 1992, el presupuesto militar de Estados
Unidos equivalía al de los 12 países que le seguían en la carrera armamentista.
Cuando en 2003 se decide la invasión y posterior ocupación de Irak el gasto
norteamericano ya era equivalente al de los 21 países que le seguían en ese
rubro. Las complicaciones de esa guerra, sumadas a la intensificación de las
operaciones en Afganistán, hicieron que, para 2008, el gasto militar de los
Estados Unidos sólo pudiera ser igualado si se sumaban los presupuestos
militares de 191 países. En 2010 la erogación estadounidense en armas y
pertrechos ya superaba al gasto militar de todos los países del planeta,
quebrando la barrera psicológica del billón de dólares. Otra consecuencia de la
caída del Muro, en el plano internacional, fue desencadenar la expansión de la
OTAN hacia el Este, desde las nuevas provincias alemanas y también desde países
como Polonia y la ex Checoslovaquia y, en general, de todos los que tenían
fronteras con Rusia. Proceso, vale aclarar, que en días recientes se acentuó
con la instalación de nuevas bases militares en Letonia, Lituania, Estonia,
Rumania y Polonia, países altamente dependientes del suministro del gas ruso.
El Muro de
Berlín fue caracterizado por la crítica del «mundo libre» como el «muro de la
infamia». A lo largo de su historia (13 de agosto 1961 - 9 de noviembre 1989)
murieron al intentar cruzarlo 136 alemanes. Es el único muro del cual se habla,
soslayando la presencia de otros que demostraron, y demuestran todavía, ser
mucho más letales que el alemán. Piénsese que en el que separa Estados Unidos
de México mueren cada año cerca de 500 personas. Que hay otro muro de la
infamia en la Ribera Occidental, erigido por Israel para contener a los
palestinos y cuyas víctimas también se cuentan por cientos. El gigantesco Muro
del Sahara Occidental, construido por Marruecos, un incondicional aliado de
Occidente, para aislar a la región controlada por el Frente Polisario, y el
alambrado construido en Melilla para impedir que desde ese enclave español los
africanos puedan ingresar a Europa, son otros tantos ejemplos de una infamia
que es ocultada ante los ojos de la opinión pública internacional. Sí, cayó el
Muro de Berlín y se acabó su ignominia, pero quedan varios en pie, solo que
blindados por el silencio cómplice del pensamiento dominante y su enorme aparato
propagandístico al servicio del capital.
(Publicado
en la Revista Acción del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, Nº 1158.
Segunda Quincena de Noviembre 2014)
5 cosas que
deberías saber del muro de Berlín
No hay comentarios:
Publicar un comentario