Escrito: En mayo de 1925.
Primera Edición: Aparecido en "Lo Stato Operaio" de Marzo-abril de 1931.
Digitalización: Aritz, setiembre de 2000.
Edición Digital: Marxists Internet Archive, 2000.
Primera Edición: Aparecido en "Lo Stato Operaio" de Marzo-abril de 1931.
Digitalización: Aritz, setiembre de 2000.
Edición Digital: Marxists Internet Archive, 2000.
Desde hace
casi cincuenta años, el movimiento obrero revolucionario italiano ha caído en
una situación de ilegalidad o de semilegalidad. La libertad de prensa, el
derecho de reunión, de asociación, de propaganda, han sido prácticamente
suprimidos. La formación de los cuadros dirigentes del proletariado no puede
realizarse, pues, por la vía y con los métodos que eran tradicionales en Italia
hasta 1921. Los elementos obreros más activos son perseguidos, son controlados
en todos sus movimientos, en todas sus lecturas; las bibliotecas obreras han
sido incendiadas o eliminadas de otra manera; las grandes organizaciones y las
grandes acciones de masa ya no existen o no pueden organizarse. Los militantes
no participan plenamente o sólo en medida muy limitada en las discusiones y en
el contraste de ideas; la vida aislada o las reuniones irregulares de pequeños
grupos clandestinos, el hábito que puede crearse en una vida política que en
otros tiempos parecía excepción, suscitan sentimientos, estados de ánimo,
puntos de vista que son con frecuencia erróneos e incluso a veces morbosos.
Los nuevos miembros que el Partido gana en
tal situación, evidentemente hombres sinceros y de vigorosa fe revolucionaria,
no pueden ser educados en nuestros métodos de amplia actividad, de amplias
discusiones, del control recíproco que es propio de los periodos de democracia
y de legalidad. Se anuncia así un periodo muy grave: la masa del Partido
habituándose, en la ilegalidad, a no pensar en otra cosa que en los medios
necesarios para escapar al enemigo, habituándose a ver posible y organizable
inmediatamente sólo acciones de pequeños grupos, viendo cómo los dominadores
aparentemente habían vencido y conservan el poder con el empleo de minorías
armadas y encuadradas militarmente, se aleja insensiblemente de la concepción
marxista de la actividad revolucionaria del proletariado, y mientras parece
radicalizarse por el hecho de que a menudo se anuncian propósitos extremistas y
frases sanguinolentas, en realidad se hace incapaz de vencer al enemigo. La
historia de la clase obrera, especialmente en la época que atravesamos, muestra
cómo este peligro no es imaginario. La recuperación de los partidos
revolucionarios, tras un periodo de ilegalidad, se caracteriza con frecuencia
por un irrefrenable impulso a la acción, por la ausencia de toda consideración
de las relaciones reales de las fuerzas sociales, por el estado de ánimo de las
grandes masas obreras y campesinas, por las condiciones del armamento, etc.
Así, a menudo ha ocurrido que el Partido revolucionario se ha hecho destrozar
por la reacción aún no disgregada y cuyas reservas no habían sido debidamente
justipreciadas, entre la indiferencia y la pasividad de las amplias masas, que,
después de todo periodo reaccionario, se vuelven muy prudentes y son fácilmente
presa del pánico cada vez que se amenaza con la vuelta a la situación de la que
acaban de salir.
Es difícil, en líneas generales, que tales
errores no se cometan; por eso, el Partido tiene que preocuparse de ello y
desarrollar una determinada actividad que especialmente tienda a mejorar su
organización, a elevar el nivel intelectual de los miembros que se encuentren
en sus filas en el periodo del terror blanco y que están destinados a
convertirse en el núcleo central y más resistente a toda prueba y a todo
sacrificio del Partido, que guiará la revolución y administrará al Estado
proletario.
El problema aparece así más amplio y
complejo. La recuperación del movimiento revolucionario y especialmente su
victoria, lanzan hacia del Partido una gran masa de nuevos elementos. Estos no
pueden ser rechazados, especialmente si son de origen proletario, ya que
precisamente su adhesión es uno de los signos más reveladores de la revolución
que se está realizando; pero el problema que se plantea es el de impedir que el
núcleo central del Partido sea sumergido y disgregado por la nueva arrolladora
ola. Todos recordamos lo que ha ocurrido en Italia, después de la guerra, en el
Partido Socialista. El núcleo central, constituido por camaradas fieles a la
causa durante el cataclismo, se restringe hasta reducirse a unos 16.000. En el
Congreso de Liorna estaban representados 220.000 miembros, es decir, que
existían en el Partido 200.000 adherentes después de la guerra, sin preparación
política, ayunos o casi de toda noción de doctrina marxista, fácil presa de los
pequeños burgueses declamadores y fanfarrones que constituyeron en los años
1919-1920 el fenómeno del maximalismo. No carece de significado que el actual jefe
del Partido Socialista y director de Avanti sea el propio Pietro Nenni, entrado
en el Partido Socialista después de Liorna, pero que resume y sintetiza en sí
mismo toda la debilidad ideológica y el carácter distintivo del maximalismo de
la posguerra. Sería realmente delictivo que en el Partido Comunista se
verificase con respecto al periodo fascista lo que ha ocurrido en el Partido
Socialista respecto al periodo de la guerra; pero esto sería inevitable, si
nuestro Partido no tuviera una línea a seguir también en este terreno, si no
procurase a tiempo reforzar ideológica y políticamente sus actuales cuadros y
sus actuales miembros, para hacerlos capaces de contener y encuadrar masas aún
más amplias sin que la organización sufra demasiadas sacudidas y sin que la
figura del Partido sea cambiada.
Hemos planteado el problema en sus términos
prácticos más inmediatos. Pero tiene una base que es superior a toda
contingencia inmediata.
Nosotros
sabemos que la lucha del proletariado contra el capitalismo se desenvuelve en
tres frentes: el económico, el político y el ideológico. La lucha económica
tiene tres fases: de resistencia contra el capitalismo, esto es, la fase
sindical elemental; de ofensiva contra el capitalismo para el control obrero de
la producción; de lucha para la eliminación del capitalismo a través de la
socialización. También la lucha política tiene tres fases principales: lucha
para contener el poder de la burguesía en el Estado parlamentario, es decir,
para mantener o crear una situación democrática de equilibrio entre las clases
que permita al proletariado organizarse y desarrollarse; lucha por la conquista
del poder y por la creación del Estado obrero, es decir, una acción política
compleja a través de la cual el proletariado moviliza en torno a sí todas las
fuerzas sociales anticapitalistas (en primer lugar la clase campesina), y las
conduce a la victoria; fase de la dictadura del proletariado organizado en
clase dominante para eliminar todos los obstáculos técnicos y sociales, que se
interpongan a la realización del comunismo.
La lucha económica no puede separarse de la
lucha política, y ni la una ni la otra pueden ser separadas de la lucha
ideológica.
En su primera fase sindical, la lucha
económica es espontánea, es decir, nace ineluctablemente de la misma situación
en la que el proletariado se encuentra en el régimen burgués, pero no es por sí
misma revolucionaria, es decir, no lleva necesariamente al derrocamiento del
capitalismo, como han sostenido y continúan sosteniendo con menor éxito los
sindicalistas. Tanto es verdad, que los reformistas y hasta los fascistas
admiten la lucha sindical elemental, y más bien sostienen que el proletariado
como clase no debiera realizar otra lucha que la sindical. Los reformistas se
diferencian de los fascistas solamente en cuanto sostienen que si no el
proletariado como clase, al menos los proletarios como individuos, ciudadanos,
deben luchar también por la democracia burguesa; en otras palabras, luchar sólo
para mantener o crear las condiciones políticas de la pura lucha de resistencia
sindical.
Puesto que la lucha sindical se vuelve un
factor revolucionario, es menester que el proletariado la acompañe con la lucha
política, es decir, que el proletariado tenga conciencia de ser el protagonista
de una lucha general que envuelve todas las cuestiones más vitales de la
organización social, es decir, que tenga conciencia de luchar por el
socialismo. El elemento "espontaneidad" no es suficiente para la
lucha revolucionaria, pues nunca lleva a la clase obrera más allá de los
límites de la democracia burguesa existente. Es necesario el elemento
conciencia, el elemento "ideológico", es decir, la comprensión de las
condiciones en que se lucha, de las relaciones sociales en que vive el obrero,
de las tendencias fundamentales que operan en el sistema de estas relaciones,
del proceso de desarrollo que sufre la sociedad por la existencia en su seno de
antagonismos irreductibles, etcétera.
Los tres frentes de la lucha proletaria se
reducen a uno sólo, para el Partido de la clase obrera, que lo es precisamente
porque asume y representa todas las exigencias de la lucha general.
Ciertamente, no se puede pedir a todo obrero de la masa tener una completa
conciencia de toda la compleja función que su clase está resuelta a desarrollar
en el proceso de desarrollo de la humanidad, pues eso hay que pedírselo a los
miembros del Partido. No se puede proponer, antes de la conquista del Estado,
modificar completamente la conciencia de toda la clase obrera; sería utópico,
porque la conciencia de la clase como tal se modifica solamente cuando ha sido
modificado el modo de vivir de la propia clase, esto es, cuando el proletariado
se convierta en clase dominante, tenga a su disposición el aparato de
producción y de cambio y el poder estatal. Pero el Partido puede y debe en su
conjunto representar esta conciencia superior; de otro modo, aquel no estaría a
la cabeza, sino a la cola de las masas, no las guiaría, sino que sería
arrastrado. Por ello, el Partido debe asimilar el marxismo y debe asimilarlo en
su forma actual, como leninismo.
La actividad teórica, la lucha en el frente
ideológico, se ha descuidado siempre en el movimiento obrero italiano. En
Italia, el marxismo (por influjo de Antonio Labriola) ha sido más estudiado por
los intelectuales burgueses para desnaturalizarlo y adecuarlo al uso de la
política burguesa, que por los revolucionarios. Así hemos visto en el Partido
Socialista Italiano convivir juntas pacíficamente las tendencias más dispares,
hemos visto como opiniones oficiales del Partido las concepciones más
contradictorias. Nunca imaginó la dirección del Partido que para luchar contra
la ideología burguesa, para liberar a las masas de la influencia del
capitalismo, fuera menester ante todo difundir en el Partido mismo la doctrina
marxista y defenderla de toda contrafracción. Esta tradición por lo menos no ha
sido interrumpida de modo sistemático y con una notable actividad continuada.
Se dice, sin embargo, que el marxismo ha
tenido mucha suerte en Italia y en cierto sentido esto es cierto. Pero también
es cierto que tal fortuna no ha ayudado al proletariado, no ha servido para
crear nuevos medios de lucha, no ha sido un fenómeno revolucionario. El
marxismo, o algunas afirmaciones separadas de los escritos de Marx, ha servido
a la burguesía italiana para demostrar que por la necesidad de su desarrollo
era necesario prescindir de la democracia, era necesario pisotear las leyes,
era necesario reírse de la libertad y de la justicia; es decir, se ha llamado
marxismo, por los filósofos de la burguesía italiana, la comprobación que Marx
ha hecho de los sistemas que la burguesía empleará, sin necesidad de recurrir a
justificaciones... marxistas, en su lucha contra los trabajadores. Y los
reformistas, para corregir esta interpretación fraudulenta, se han hecho
democráticos, se han convertido en los turiferarios de todos los santos
consagrados del capitalismo. Los teóricos de la burguesía italiana han tenido
la habilidad de crear el concepto de la "nación proletaria" y que la
concepción de Marx debía aplicarse a la lucha de Italia contra los otros
Estados capitalistas, no a la lucha del proletariado italiano contra el
capitalismo italiano; los "marxistas" del Partido Socialista han
dejado pasar sin lucha estas aberraciones, que fueron aceptadas por uno, Enrico
Ferri, que pasaba por un gran teórico del socialismo. Esta fue la fortuna del
marxismo en Italia: que sirvió de perejil para todas las indigestas salsas que
los más imprudentes aventureros de la pluma han querido poner en venta.
Marxistas de esta guisa han sido Enrico Ferri, Guillermo Ferrero, Achille
Loria, Paolo Orano, Benito Mussolini...
Para luchar contra la confusión que se ha
creado de esta manera, es necesario que el Partido intensifique y haga sistemática
su actividad en el campo ideológico, que se imponga como un deber de los
militantes el conocimiento de la doctrina del marxismo-leninismo, al menos en
sus términos más generales.
Nuestro Partido no es un partido
democrático, al menos en el sentido vulgar que comunmente se da a esta palabra.
Es un Partido centralizado nacional e internacionalmente. En el campo
internacional, nuestro Partido es una simple sección de un partido más grande,
de un partido mundial. ¿Qué repercusiones puede tener y ya ha tenido este tipo
de organización, que también es una necesidad de la revolución? La propia
Italia se da una respuesta a esta pregunta. Por reacción a la costumbre
establecida por el Partido Socialista, en el que se discutía mucho y se
resolvía poco, cuya unidad por el choque contínuo de las fracciones, de las
tendencias y con frecuencia de las camarillas personales se rompía en una
infinidad de fragmentos desunidos, en nuestro Partido se había terminado con no
discutir ya nada. La centralización, la unidad de dirección y unidad de
concepción se había convertido en un estancamiento intelectual. A ello
contribuyó la necesidad de la lucha incesante contra el fascismo, que
verdaderamente desde la fundación de nuestro Partido había ya pasado a su fase
activa y ofensiva, pero contribuyeron también las erróneas concepciones del
Partido, tal como son expuestas en las "Tesis sobre la táctica"
presentadas al Congreso de Roma. La centralización y la unidad se concebían de
modo demasiado mecánico: El Comité Central, y más bien el Comité Ejecutivo era
todo el Partido, en lugar de representarlo y dirigirlo. Si esta concepción
fuera permanentemente aplicada, el Partido perdería su carácter distintivo
político y se convertiría, en el mejor de los casos, en un ejército (y un
ejército de tipo burgués); perdería lo que es su fuerza de atracción, se
separararía de las masas. Para que el Partido viva y esté en contacto con las
masas, es menester que todo miembro del Partido sea un elemento político
activo, sea un dirigente. Precisamente para que el Partido sea fuertemente
centralizado, se exige un gran trabajo de propaganda y de agitación en sus
filas, es necesario que el Partido, de manera organizada, eduque a sus
militantes y eleve su nivel ideológico. Centralización quiere decir
especialmente que en cualquier situación, incluso en estado de sitio reforzado,
incluso cuando los comités dirigentes no pueden funcionar por un determinado
periodo o fueran puestos en condiciones de no estar relacionados con toda la
periferia, todos los miembros del Partido, cada uno en su ambiente, se hallen
en situación de orientarse, de saber extraer de la realidad los elementos para
establecer una orientación, a fin de que la clase obrera no se desmoralice sino
que sienta que es guiada y que puede aún luchar. La preparación ideológica de
la masa es, por consiguiente, una necesidad de la lucha revolucionaria, es una
de las condiciones indispensables para la victoria.
Para volver
al comienzo apriete aquí.
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