Nota 36
Partido progresista: partido liberal burgués, fundado en
la década del treinta del siglo XIX; los progresistas contaban con el apoyo de
la burguesía urbana media y pequeña, la intelectualidad y parte de la
oficialidad. La limitación de las prerrogativas de la monarquía fue su
reivindicación fundamental. En 1854, al empezar la revolución burguesa, los
progresistas, con Espartero al frente, tomaron el Poder. En el curso de la
revolución, atemorizados los progresistas por el desarrollo del movimiento
popular hicieron concesiones a la contrarrevolución, contribuyendo de este modo
a la instauración en España del régimen reaccionario
Nota 47
Moderados: partido de los adictos a la monarquía
constitucional que representaba los intereses de la alta burguesía y de la
nobleza liberal; fue fundado en los primeros tiempos de la revolución de
1820-1823 debido a la escisión del partido liberal en ala derecha (moderados) y
ala izquierda (exaltados), partidarios de la máxima limitación de
la prerrogativa regia. En las décadas del 40 y 50, el general Narváez,
organizador de la sublevación militar de 1843, fue uno de los líderes de los
moderados, pasando luego a ser de hecho dictador de España. Durante la
revolución de 1854-1856, los moderados se pronunciaron contra las
transformaciones liberales y llegaron a menudo a unirse a las fuerzas más
reaccionarias
Karl Marx y
Friedrich Engels Escritos sobre España (Extractos de 1854)
Karl Marx
Friedrich Engels Materiales para la historia de América Latina
Texto
publicado por Manuel Sacristán en 1983
Marx
sobre España
Incompleto
Carlos
Marx y Federico Engels La España
revolucionaria
Incompleto
MARX Y
ENGELS SOBRE ESPAÑA
He utilizado
este blog, únicamente porque recoge el libro de Andreu Nin.
Carlos
Marx, La revolución española, por Andreu Nin
F. Engels. Los bakuninistas en acción. Memoria sobre el levantamiento en
España en el verano de 1873
F.
Engels Los bakuninistas en acción
Memoria sobre el levantamiento en España en el verano de 1873
C. Marx
& F. Engels Las pretendidas
escisiones en la Internacional[1]
Circular
reservada del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores
Escrito: Por C. Marx y F. Engels, en
Londres, entre mediados de enero y el 5 de marzo de 1872.
Comunicación
confidencial sobre Bakunin
Escrito el 28
de marzo de 1870, (en alemán) por Marx como el secretario correspondiente de la
IWMA para Alemania, y enviado confidencialmente al Dr. Ludwig Kugelmann, quien
luego lo distribuyó a los líderes del Partido Obrero Socialdemócrata Alemán.
K. Marx: ESTATUTOS GENERALES DE LA ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE LOS
TRABAJADORES (Primera internacional)
Discurso inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores
"La Primera Internacional" 1.864
Constituciones
Españolas 1812 – 1978
La colección de Constituciones originales es sin duda alguna una de las
más importantes que custodia el Archivo del Congreso de los Diputados. Darla a
conocer constituye una obligación para la Cámara.
Existen numerosas publicaciones de Derecho e historia constitucional, pero pocas veces pueden verse en ellas reproducciones de los ejemplares originales de las Constituciones, documentos trascendentales para la historia de España.
La página web que presentamos contiene unos estudios divulgativos sobre cada una de las constituciones (1812, 1834, 1837, 1845, 1869, 1876, 1931 y 1978) y enlaces a los textos de las mismas en el formato original manuscrito o en ediciones impresas. También, imágenes de las personalidades políticas relacionadas con cada una de ellas y el escenario de los acontecimientos más relevantes que, lógicamente, en muchos casos es el Salón de Sesiones del Congreso de los Diputados.
Con todo ello se pretende acercar a los ciudadanos una parte significativa de nuestra historia política y constitucional cuyos documentos esenciales se conservan desde hace doscientos años en el Archivo del Congreso de los Diputados.
Existen numerosas publicaciones de Derecho e historia constitucional, pero pocas veces pueden verse en ellas reproducciones de los ejemplares originales de las Constituciones, documentos trascendentales para la historia de España.
La página web que presentamos contiene unos estudios divulgativos sobre cada una de las constituciones (1812, 1834, 1837, 1845, 1869, 1876, 1931 y 1978) y enlaces a los textos de las mismas en el formato original manuscrito o en ediciones impresas. También, imágenes de las personalidades políticas relacionadas con cada una de ellas y el escenario de los acontecimientos más relevantes que, lógicamente, en muchos casos es el Salón de Sesiones del Congreso de los Diputados.
Con todo ello se pretende acercar a los ciudadanos una parte significativa de nuestra historia política y constitucional cuyos documentos esenciales se conservan desde hace doscientos años en el Archivo del Congreso de los Diputados.
Discurso de
Dionisio Inca Yupanqui en las Cortes de Cádiz. 16 de diciembre 1810
REVOLUCIÓN
EN ESPAÑA por Karl Marx y Friedrich Engels
Índice
Karl Marx y Friedrich Engels
Biblioteca de Autores Socialistas
Biblioteca de Autores Socialistas
Carlos
Marx La España revolucionaria
Escrito: En
1854.
Primera edición: New York Daily Tribune, 9 de septiembre de 1854.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, noviembre de 2000.
Karl Marx
España Revolucionaria
Escrito: agosto-noviembre de 1854;
Primera publicación: en el New York Daily Tribune, del 9 de septiembre al 2 de diciembre de 1854.
Primera publicación: en el New York Daily Tribune, del 9 de septiembre al 2 de diciembre de 1854.
Los
bakuninistas en el trabajo. Una
narración de la revuelta española en el verano de 1873
Carlos
Marx La España revolucionaria
Escrito: En
1854.
Primera edición: New York Daily Tribune, 9 de septiembre de 1854.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, noviembre de 2000.
La revolución en España ha adquirido ya el carácter de situación
permanente hasta el punto de que, como nos informa nuestro corresponsal en
Londres, las clases adineradas y conservadoras han comenzado a emigrar y a
buscar seguridad en Francia. Esto no es sorprendente; España jamás ha adoptado
la moderna moda francesa, tan extendida en 1848, consistente en comenzar y
realizar una revolución en tres días. Sus esfuerzos en este terreno son
complejos y más prolongados. Tres años parecen ser el límite más corto al que
se atiene, y en ciertos casos su ciclo revolucionario se extiende hasta nueve.
Así, su primera revolución en el presente siglo se extendió de 1808 a
1814; la segunda, de 1820 a 1823, y la tercera, de 1834 a 1843.
Cuánto durará la presente, y cuál será su resultado, es imposible preverlo
incluso para el político más perspicaz, pero no es exagerado decir que no hay
cosa en Europa, ni siquiera en Turquía, ni la guerra en Rusia, que ofrezca al
observador reflexivo un interés tan profundo como España en el presente
momento.
Los levantamientos insurreccionales son tan viejos en España como el
poderío de favoritos cortesanos contra los cuales han sido, de costumbre,
dirigidos. Así, a finales del siglo XIV, la aristocracia se rebeló contra el
rey Juan II y contra su favorito don Álvaro de Luna. En el XV se produjeron
conmociones más serias contra el rey Enrique IV y el jefe de su camarilla, don
Juan de Pacheco, marqués de Villena.
En el siglo XVII, el pueblo de Lisboa despedazó a Vasconcelos, el
Sartorius del virrey español en Portugal, lo mismo que hizo el de Barcelona con
Santa Coloma, favorito de Felipe IV. A finales del mismo siglo, bajo el reinado
de Carlos II, el pueblo de Madrid se levantó contra la camarilla de la reina,
compuesta de la condesa de Barlipsch y los condes de Oropesa y de Melgar, que
habían impuesto un arbitrio abusivo sobre todos los comestibles que entraban en
la capital y cuyo producto se distribuían entre sí. El pueblo se dirigió al
Palacio Real y obligó al rey a presentarse en el balcón y a denunciar él mismo
a la camarilla de la reina. Se dirigió después a los palacios de los condes de
Oropesa y Melgar, saqueándolos, incendiándolos, e intentó apoderarse de sus
propietarios, los cuales tuvieron, sin embargo, la suerte de escapar a costa de
un destierro perpetuo.
El acontecimiento que provocó el levantamiento insurreccional en el siglo
XV fue el tratado alevoso que el favorito de Enrique IV, el marqués de Villena,
había concluido con el rey de Francia, y en virtud del cual, Cataluña había de
quedar a merced de Luis XI.
Tres siglos más tarde, el tratado de Fontainebleau -concluido el 27 de
octubre de 1807 por el valido de Carlos IV y favorito de la reina, don Manuel
Godoy, Príncipe de la Paz, con Bonaparte, sobre la partición de Portugal y la
entrada de los ejércitos franceses en España- produjo una insurrección popular
en Madrid contra Godoy, la abdicación de Carlos IV, la subida al trono de su
hijo Fernando VII, la entrada del ejército francés en España y la consiguiente
guerra de independencia. Así, la guerra de independencia española comenzó con
una insurrección popular contra la camarilla personificada entonces por don
Manuel Godoy, lo mismo que la guerra civil del siglo XV se inició con el
levantamiento contra la camarilla personificada por el marqués de Villena.
Asimismo, la revolución de 1854 ha comenzado con el levantamiento contra la
camarilla personificada por el conde de San Luis.
A pesar de estas repetidas insurrecciones, no ha habido en España hasta
el presente siglo una revolución seria, a excepción de la guerra de la Junta
Santa en los tiempos de Carlos I, o Carlos V, como lo llaman los alemanes. El
pretexto inmediato, como de costumbre, fue suministrado por la camarilla que,
bajo los auspicios del virrey, cardenal Adriano, un flamenco, exasperó a los
castellanos por su rapaz insolencia, por la venta de los cargos públicos al
mejor postor y por el tráfico abierto de las sentencias judiciales. La
oposición a la camarilla flamenca era la superficie del movimiento, pero en el
fondo se trataba de la defensa de las libertades de la España medieval frente a
las ingerencias del absolutismo moderno.
La base material de la monarquía española había sido establecida por la
unión de Aragón, Castilla y Granada, bajo el reinado de Fernando el Católico e
Isabel I. Carlos I intentó transformar esa monarquía aún feudal en una
monarquía absoluta. Atacó simultáneamente los dos pilares de la libertad
española: las Cortes y los Ayuntamientos. Aquéllas eran una modificación de los
antiguos concilia góticos, y éstos, que se habían conservado casi sin
interrupción desde los tiempos romanos, presentaban una mezcla del carácter
hereditario y electivo característico de las municipalidades romanas. Desde el
punto de vista de la autonomía municipal, las ciudades de Italia, de Provenza,
del norte de Galia, de Gran Bretaña y de parte de Alemania ofrecen una cierta
similitud con el estado en que entonces se hallaban las ciudades españolas;
pero ni los Estados Generales franceses, ni el Parlamento inglés de la Edad
Media pueden ser comparados con las Cortes españolas. Se dieron, en la creación
de la monarquía española, circunstancias particularmente favorables para la
limitación del poder real. De un lado, durante los largos combates contra los
árabes, la península era reconquistada por pequeños trozos, que se constituían
en reinos separados. Se engendraban leyes y costumbres populares durante esos
combates. Las conquistas sucesivas, efectuadas principalmente por los nobles,
otorgaron a éstos un poder excesivo, mientras disminuyeron el poder real. De
otro lado, las ciudades y poblaciones del interior alcanzaron una gran
importancia debido a la necesidad en que las gentes se encontraban de residir
en plazas fuertes, como medida de seguridad frente a las continuas incursiones
de los moros; al mismo tiempo, la configuración peninsular del país y el
constante intercambio con Provenza y con Italia dieron lugar a la creación, en
las costas, de ciudades comerciales y marítimas de primera categoría.
En fecha tan remota como el siglo XIV, las ciudades constituían ya la
parte más potente de las Cortes, las cuales estaban compuestas de los
representantes de aquéllas juntamente con los del clero y de la nobleza.
También merece ser subrayado el hecho de que la lenta reconquista, que fue
rescatando el país de la dominación árabe mediante una lucha tenaz de cerca de
ochocientos años, dio a la península, una vez totalmente emancipada, un
carácter muy diferente del que predominaba en la Europa de aquel tiempo. España
se encontró, en la época de la resurrección europea, con que prevalecían
costumbres de los godos y de los vándalos en el norte, y de los árabes en el
sur.
Cuando Carlos I volvió de Alemania, donde le había sido conferida la
dignidad imperial, las Cortes se reunieron en Valladolid para recibir su
juramento a las antiguas leyes y para coronarlo. Carlos se negó a comparecer y
envió representantes suyos que habían de recibir, según sus pretensiones, el
juramento de lealtad de parte de las Cortes. Las Cortes se negaron a recibir a
esos representantes y comunicaron al monarca que si no se presentaba ante ellas
y juraba las leyes del país, no sería reconocido jamás como rey de España.
Carlos se sometió; se presentó ante las Cortes y prestó juramento, como dicen
los historiadores, de muy mala gana. Las Cortes con este motivo le dijeron: «Habéis
de saber, señor, que el rey no es más que un servidor retribuido de la nación».
Tal fue el principio de las hostilidades entre Carlos I y las ciudades.
Como reacción frente a las intrigas reales, estallaron en Castilla numerosas
insurrecciones, se creó la Junta Santa de Ávila y las ciudades unidas
convocaron la Asamblea de las Cortes en Tordesillas, las cuales, el 20 de
octubre de 1520, dirigieron al rey una «protesta contra los abusos». Éste
respondió privando a todos los diputados reunidos en Tordesillas de sus
derechos personales. La guerra civil se había hecho inevitable. Los comuneros
llamaron a las armas: sus soldados, mandados por Padilla, se apoderaron de la
fortaleza de Torrelobatón, pero fueron derrotados finalmente por fuerzas
superiores en la batalla de Villalar, el 23 de abril de 1521. Las cabezas de
los principales «conspiradores» cayeron en el patíbulo, y las antiguas
libertades de España desaparecieron.
Diversas circunstancias se conjugaron en favor del creciente poder del
absolutismo. La falta de unión entre las diferentes provincias privó a sus
esfuerzos del vigor necesario; pero Carlos utilizó sobre todo el enconado
antagonismo entre la clase de los nobles y la de los ciudadanos para debilitar
a ambas. Ya hemos mencionado que desde el siglo XIV la influencia de las
ciudades predominaba en las Cortes, y desde el tiempo de Fernando el Católico,
la Santa Hermandad había demostrado ser un poderoso instrumento en manos de las
ciudades contra los nobles de Castilla, que acusaban a éstas de intrusiones en
sus antiguos privilegios y jurisdicciones. Por lo tanto, la nobleza estaba deseosa
de ayudar a Carlos I en su proyecto de supresión de la Junta Santa. Habiendo
derrotado la resistencia armada de las ciudades, Carlos se dedicó a reducir sus
privilegios municipales y aquéllas declinaron rápidamente en población, riqueza
e importancia; y pronto se vieron privadas de su influencia en las Cortes.
Carlos se volvió entonces contra los nobles, que lo habían ayudado a destruir
las libertades de las ciudades, pero que conservaban, por su parte, una
influencia política considerable. Un motín en su ejército por falta de paga lo
obligó en 1539 a reunir las Cortes para obtener fondos de ellas. Pero las
Cortes, indignadas por el hecho de que subsidios otorgados anteriormente por
ellas habían sido malgastados en operaciones ajenas a los intereses de España,
se negaron a aprobar otros nuevos. Carlos las disolvió colérico; a los nobles
que insistían en su privilegio de ser eximidos de impuestos, les contestó que
al reclamar tal privilegio, perdían el derecho a figurar en las Cortes, y en
consecuencia los excluyó de dicha asamblea.
Eso constituyó un golpe mortal para las Cortes, y desde entonces sus
reuniones se redujeron a la realización de una simple ceremonia palaciega. El
tercer elemento de la antigua constitución de las Cortes, a saber, el clero,
alistado desde los tiempos de Fernando el Católico bajo la bandera de la
Inquisición, había dejado de identificar sus intereses con los de la España
feudal. Por el contrario, mediante la Inquisición, la Iglesia se había
transformado en el más potente instrumento del absolutismo.
Si después del reinado de Carlos I la decadencia de España, tanto en el
aspecto político como social, ha exhibido esos síntomas tan repulsivos de
ignominiosa y lenta putrefacción que presentó el Imperio Turco en sus peores
tiempos, por lo menos en los de dicho emperador las antiguas libertades fueron
enterradas en una tumba magnífica. En aquellos tiempos Vasco Núñez de Balboa
izaba la bandera de Castilla en las costas de Darién, Cortés en México y
Pizarro en el Perú; entonces la influencia española tenía la supremacía en
Europa y la imaginación meridional de los iberos se hallaba entusiasmada con la
visión de Eldorados, de aventuras caballerescas y de una monarquía universal.
Así la libertad española desapareció en medio del fragor de las armas, de
cascadas de oro y de las terribles iluminaciones de los autos de fe.
Pero, ¿cómo podemos explicar el fenómeno singular de que, después de casi
tres siglos de dinastía de los Habsburgo, seguida por una dinastía borbónica
-cualquiera de ellas harto suficiente para aplastar a un pueblo-, las
libertades municipales de España sobrevivan en mayor o menor grado? ¿Cómo
podemos explicar que precisamente en el país donde la monarquía absoluta se
desarrolló en su forma más acusada, en comparación con todos los otros Estados
feudales, la centralización jamás haya conseguido arraigar? La respuesta no es
difícil. Fue en el siglo XVI cuando se formaron las grandes monarquías. Éstas
se edificaron en todos los sitios sobre la base de la decadencia de las clases
feudales en conflicto: la aristocracia y las ciudades. Pero en los otros
grandes Estados de Europa la monarquía absoluta se presenta como un centro
civilizador, como la iniciadora de la unidad social. Allí era la monarquía
absoluta el laboratorio en que se mezclaban y amasaban los varios elementos de
la sociedad, hasta permitir a las ciudades trocar la independencia local y la
soberanía medieval por el dominio general de las clases medias y la común
preponderancia de la sociedad civil. En España, por el contrario, mientras la
aristocracia se hundió en la decadencia sin perder sus privilegios más nocivos,
las ciudades perdieron su poder medieval sin ganar en importancia moderna.
Desde el establecimiento de la monarquía absoluta, las ciudades han
vegetado en un estado de continua decadencia. No podemos examinar aquí las
circunstancias, políticas o económicas, que han destruido en España el
comercio, la industria, la navegación y la agricultura.
Para nuestro actual propósito basta con recordar simplemente el hecho. A
medida que la vida comercial e industrial de las ciudades declinó, los
intercambios internos se hicieron más raros, la interrelación entre los
habitantes de diferentes provincias menos frecuente, los medios de comunicación
fueron descuidados y las grandes carreteras gradualmente abandonadas. Así, la
vida local de España, la independencia de sus provincias y de sus municipios,
la diversidad de su configuración social, basada originalmente en la
configuración física del país y desarrollada históricamente en función de las
formas diferentes en que las diversas provincias se emanciparon de la
dominación mora y crearon pequeñas comunidades independientes, se afianzaron y
acentuaron finalmente a causa de la revolución económica que secó las fuentes
de la actividad nacional. Y como la monarquía absoluta encontró en España
elementos que por su misma naturaleza repugnaban a la centralización, hizo todo
lo que estaba en su poder para impedir el crecimiento de intereses comunes
derivados de la división nacional del trabajo y de la multiplicidad de los
intercambios internos, única base sobre la que se puede crear un sistema
uniforme de administración y de aplicación de leyes generales. La monarquía
absoluta en España, que solo se parece superficialmente a las monarquías
absolutas europeas en general, debe ser clasificada más bien al lado de las
formas asiáticas de gobierno. España, como Turquía, siguió siendo una
aglomeración de repúblicas mal administradas con un soberano nominal a su
cabeza.
El despotismo cambiaba de carácter en las diferentes provincias según la
interpretación arbitraria que a las leyes generales daban virreyes y
gobernadores; si bien el gobierno era despótico, no impidió que subsistiesen
las provincias con sus diferentes leyes y costumbres, con diferentes monedas,
con banderas militares de colores diferentes y con sus respectivos sistemas de
contribución. El despotismo oriental sólo ataca la autonomía municipal cuando
ésta se opone a sus intereses directos, pero permite con satisfacción la supervivencia
de dichas instituciones en tanto que éstas lo descargan del deber de cumplir
determinadas tareas y le evitan la molestia de una administración regular.
Así ocurrió que Napoleón, que, como todos sus contemporáneos, consideraba
a España como un cadáver exánime, tuvo una sorpresa fatal al descubrir que, si
el Estado español estaba muerto, la sociedad española estaba llena de vida y
repleta, en todas sus partes, de fuerza de resistencia.
Mediante el tratado de Fontainebleau había llevado sus tropas a Madrid;
atrayendo con engaños a la familia real a una entrevista en Bayona, había
obligado a Carlos IV a anular su abdicación y después a transferirle sus
poderes; al mismo tiempo había arrancado ya a Fernando VII una declaración
semejante. Con Carlos IV, su reina y el Príncipe de la Paz conducidos a
Compiègne, con Fernando VII y sus hermanos encerrados en el castillo de
Valençay, Bonaparte otorgó el trono de España a su hermano José, reunió una
Junta española en Bayona y le suministró una de sus Constituciones previamente
preparadas. Al no ver nada vivo en la monarquía española, salvo la miserable
dinastía que había puesto bajo llaves, se sintió completamente seguro de que
había confiscado España. Pero pocos días después de su golpe de mano recibió la
noticia de una insurrección en Madrid, Cierto que Murat aplastó el
levantamiento matando cerca de mil personas; pero cuando se conoció esta
matanza, estalló una insurrección en Asturias que muy pronto englobó a todo el
reino. Debe subrayarse que este primer levantamiento espontáneo surgió del
pueblo, mientras las clases «bien» se habían sometido tranquilamente al yugo
extranjero.
De esta forma se encontraba España preparada para su reciente actuación
revolucionaria, y lanzada a las luchas que han marcado su desarrollo en el
presente siglo. Los hechos e influencias que hemos indicado sucintamente actúan
aún en la creación de sus destinos y en la orientación de los impulsos de su
pueblo. Los hemos presentado porque son necesarios, no sólo para apreciar la crisis
actual, sino todo lo que ha hecho y sufrido España desde la usurpación
napoleónica: un período de cerca de cincuenta años, no carente de episodios
trágicos y de esfuerzos heroicos, y sin duda uno de los capítulos más
emocionantes e instructivos de toda la historia moderna.
New York Daily Tribune,
9 de septiembre de 1854
España
Revolucionaria
Artículos
de Karl Marx en el New York Herald Tribune
Escrito: agosto-noviembre de 1854;
Primera
publicación: en
el New York Daily Tribune , del 9 de septiembre al 2 de
diciembre de 1854.
La serie de
artículos Revolutionary Spain fue escrita por Marx para el New York
Daily Tribune entre agosto y noviembre de 1854. Marx observó todos los
síntomas del movimiento revolucionario en Europa y prestó mucha atención a los
acontecimientos revolucionarios del verano de 1854 en España. Sostuvo que
la lucha revolucionaria allí podría proporcionar un estímulo para el desarrollo
del movimiento revolucionario en otros países europeos. En 1854, Marx hizo
un estudio exhaustivo de los acontecimientos de las revoluciones españolas de
la primera mitad del siglo XIX a fin de mejorar su comprensión del carácter y
las características específicas de la nueva revolución española; Marx
envió nueve artículos al New York Daily Tribunerelativa a la
primera (1808-14), segunda (1820-23) y en parte tercera (1834-43) revoluciones
burguesas españolas, de las cuales solo se publicaron las seis primeras (los artículos
del 29 de septiembre y 20 de octubre se imprimieron en cuatro números del
periódico) - así ocho artículos en total. Los otros tres no fueron
publicados y los manuscritos no han sido encontrados. Solo un pequeño
fragmento del borrador del manuscrito ha sobrevivido tratando las causas que
llevaron a la derrota de la segunda revolución. Probablemente sea parte
del octavo artículo y se reproduce aquí como Capítulo IX.
Los
artículos "Revolutionary Spain" fueron reproducidos en inglés en 1939
por Lawrence & Wishart Ltd. y International Publishers como Revolution
in Spain.
Tabla de
contenido
Escrito: En 1854.
Primera edición: New York Daily Tribune, 9 de septiembre de 1854.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, noviembre de 2000.
Primera edición: New York Daily Tribune, 9 de septiembre de 1854.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, noviembre de 2000.
Los
bakuninistas en el trabajo. Una
narración de la revuelta española en el verano de 1873
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