5-12-2017
En octubre
de 1916 miles de mujeres obreras fueron a recibir a Rosa
Luxemburg a su salida de la cárcel (en la que entraría unos
meses más tarde como presa preventiva). Pocos meses después de la caída del muro de Berlín, a
principios de los noventa, más de 100.000 ciudadanos de la Alemania occidental
desfilaron ante su tumba en el Berlín oriental. Aquellos
homenajes inesperados, espontáneos y sentidos a una revolucionaria
internacionalista demostraban que, pese a los silencios, a los
"olvidos" y a la tergiversación selectiva de sus escritos, aquella
"Rosa la roja" había dejado su impronta en el movimiento obrero de la
primera preguerra y en al menos una parte de la izquierda europea
contemporánea.
Esos
silencios y tergiversaciones que han perseguido la obra y a la persona de Rosa
Luxemburg nos dicen mucho sobre el talante de sus enemigos y censores:
estalinistas, derechas contrarrevolucionarias, neoliberales y nacionalistas.
Sus "pecados": ser polaca de origen, judía, revolucionaria, marxista
no leninista, internacionalista, pacifista y mujer.
Rosa
Luxemburg había nacido, efectivamente, en 1871 en la parte de Polonia
anexionada a Rusia tras el reparto del país en 1815 entre Rusia,
Austria-Hungría y Prusia. Militó desde muy joven en el partido socialdemócrata
polaco, integrado ideológica y orgánicamente en la socialdemocracia rusa, para
ingresar muy pronto (1898) en la socialdemocracia alemana (SPD), entonces el
partido marxista más importante e influyente de la II Internacional, y que ya
constituía un verdadero estado dentro del Estado: un millón de afiliados y casi
5 millones de electores que a partir de 1906 ya serían mayoritariamente de
clase media, intelectuales, funcionarios y profesiones liberales. En ambas organizaciones desarrollaría Rosa prácticamente toda
su actividad política hasta su muerte, tanto en calidad de militante y
periodista como de teórica del ala izquierda. Pocos días antes de su muerte, en
enero de 1919, fundaría, junto a muchos escindidos de la SPD, los partidos
comunistas de Polonia y de Alemania.
En Rosa
Luxemburg confluían tres grandes tradiciones culturales: el cosmopolitismo
(internacionalismo), el marxismo y una confianza casi ciega en la capacidad y
las aspiraciones revolucionarias de las masas populares. Estaba, pues, en
situación relativamente privilegiada para argumentar sólidamente y desde una
perspectiva nítidamente de clase, una visión crítica de la imparable
derechización y aburguesamiento de la SPD, de la II Internacional y de los
sindicatos de su época (véase su Reforma o Revolución escrita en 1898).
Pero si en algo destacó su "heterodoxia" fue su crítica contra el
nacionalismo y los nacionalismos que emergían en Austria-Hungría, en el Imperio
otomano y los Balcanes, en el Cáucaso, en Polonia y también en la propia
Alemania.
Su activismo
radical en la calle y en los periódicos de la SPD le granjeó muchos enemigos a
derecha e izquierda y la alejó no sólo de muchos líderes socialdemócratas de
entonces, más atenazados por las cuestiones tácticas y estratégicas del
momento, sino también del marxismo ortodoxo cada vez más empobrecido,
esclerotizado y dogmático de la II Internacional y de la SPD.
Pero son
precisamente esa "heterodoxia" y su compromiso con la ética de clase
los elementos que la convierten en una autora todavía moderna o al menos
parcialmente vigente. Cabría mencionar, entre otros, su valiente revisión
marxista de Marx mediante aportaciones innovadoras a la hora, por ejemplo, de
señalar que la teoría marxista no era un todo acabado y completo, sino una
teoría actualizable capaz de adecuarse a nuevas situaciones históricas. Para
Rosa, estimular el pensamiento, la crítica y la autocrítica era el legado más
original que Marx nos había dejado. Con esa convicción, en La acumulación del capital dice que la capacidad depredadora del capital iba
más allá del antagonismo básico marxiano entre capital y trabajo porque en su
ADN estaba ocupar y expandirse ad infinitum por pueblos, espacios vitales y
hábitos insospechados por el maestro, como por ejemplo las regiones,
poblaciones y ámbitos no capitalistas —que hoy llamaríamos Tercer y Cuarto
Mundo—, el factor consumo (que Rosa tan sólo apunta sin sospechar su alcance
posterior), el expolio de recursos ajenos, el sector financiero, etc.
También su
posición crítica frente a los timoratos sindicatos alemanes, al proponer la
huelga de masas como mejor táctica revolucionaria, habla de su compromiso con
la revolución, lo mismo que su denuncia de la guerra y a favor de la paz, pero
sobre todo su crítica al socialpatriotismo (que en su versión polaca ya
prefiguraba el nacionalsocialismo posterior)… Todas ellas son reflexiones que
siguen siendo hoy pertinentes para encarar un debate actualizado sobre el
futuro del movimiento y del pensamiento marxistas (¿comunista?).
Durante
décadas, las tesis de Rosa Luxemburg en este y en otros muchos temas, como su
crítica al reformismo político de la SPD pero también al leninismo y a la
propia revolución rusa en sus inicios, fueron consideradas erróneas con el
argumento de que en Polonia y en Alemania finalmente no había triunfado la
revolución. Rosa "se había equivocado" y, por lo tanto, sus escritos
se podían borrar de la faz de la tradición emancipadora del marxismo. Pero las
realidades posteriores, como el fin de la Internacional, la Gran Guerra, el
nacionalsocialismo, los gobiernos fascistas en la Polonia de posguerra, o las
realidades despóticas que ya asomaban en las "repúblicas soviéticas",
convierten sus escritos en premonitorios. Incluso el saqueo de los recursos del
Tercer Mundo y las terribles desigualdades sociales y migraciones masivas
actuales demuestran que, ya entonces Rosa Luxemburg "lo vió venir",
avisó de los peligros y las miserias que el capitalismo era capaz de provocar
(su lema "o socialismo o barbarie") con la complicidad del seudosocialismo
y que nadie más supo ni quiso ver.
Un buen
compendio de su examen crítico del leninismo lo encontramos en el texto que
escribió en 1918 desde la cárcel sobre la revolución rusa y que sólo se publicó
clandestina y póstumamente en 1921, en un momento en que Stalin ya empezaba a
descabezar a los líderes espartakistas del recién creado Partido Comunista de
Alemania (KPD) y condenaba oficialmente el luxemburguismo como herejía. Rosa
consideraba que su crítica a Lenin, "minuciosa y meditada" era
necesaria, porque señalar errores durante un proceso revolucionario era la
mejor escuela para que las masas trabajadoras acumularan experiencias y
enseñanzas. Errores, según ella, peligrosos si se hacía de la necesidad virtud.
Fueron
fundamentalmente cuatro las decisiones políticas de Lenin que Rosa criticó,
pese a ser plenamente consciente de los enormes obstáculos y fuerzas
contrarrevolucionarias que se cernían sobre el proceso revolucionario ruso:
1. Su
reforma agraria que, contrariamente al propio programa de los bolcheviques,
había fragmentado la tierra en pequeñas explotaciones para el campesinado en
lugar de nacionalizar la gran propiedad terrateniente, una reforma que había
creado, según Rosa, "un nuevo y potente estrato social de enemigos del
socialismo en el campo" [1].
2. Los
bolcheviques, inicialmente comprometidos con la revolución mundial, finalmente
decidieron —obligados por las circunstancias— firmar en 1917 la paz con
Alemania —"la potencia militar más reaccionaria de Europa"— optando
por "el socialismo en un solo país" y cortocircuitando así los nexos
con la eventual revolución alemana y europea;
3. Contra la
consigna inicial de "todo el poder a los soviets", en noviembre de
1917 Lenin había disuelto la Asamblea Constituyente para dar "todo el
poder a los bolcheviques", suprimiendo el sufragio universal, la libertad
de prensa y de reunión y las libertades democráticas fundamentales de las masas
populares. Pero "el remedio […], la supresión de la democracia en general,
es aún peor que el mal que se quiere evitar. Sofoca, en realidad, la fuente
viva de la que únicamente pueden surgir las correcciones […]: una vida política
activa, libre y enérgica de las más amplias masas" [2]. Y Rosa
avisa no contra "la dictadura del proletariado, sino contra la dictadura
de un puñado de políticos […] que conduce ineluctablemente a la
arbitrariedad [3]. "La libertad reservada sólo a los
partidarios del gobierno, sólo a los miembros del partido no es libertad. La
libertad es siempre y únicamente libertad para quien piensa de modo distinto" [4].
4. El
reconocimiento por parte de Lenin del derecho a la autodeterminación de varias
naciones del Imperio ruso (de Finlandia, Ucrania, Países Bálticos, Bielorrusia,
Polonia, etc.) para tratar al menos de no alienarse a sus burguesías
independentistas ante la revolución, aseguraba la disgregación de Rusia y
convertía el "derecho de autodeterminación" en un instrumento
contrarrevolucionario que arrojaba a los explotados en brazos de sus
explotadores y quebraba la solidaridad de clase del proletariado internacional,
ya muy mermado por la guerra..
¿Se puede
aprender algo de su legado? En la actualidad, frente a la vía muerta o agónica
del movimiento obrero organizado, al agotamiento de la vía del
"comunismo" estalinista pero también de la alternativa socialdemócrata
como fuerza anticapitalista, la voz de Rosa Luxemburg nos invita a repensar
nuestras herramientas de análisis para abordar las nuevas —y viejas— formas de
explotación en el mundo actual. El antidogmatismo de Rosa Luxemburg, su
antiburocratismo, su lealtad y fe en la capacidad revolucionaria
—¿excesivamente "naif"?— de "las masas populares", su
denuncia de la deriva autoritaria y de la esclerosis de los partidos
socialdemócratas y su defensa de derechos fundamentales incluso en momentos
revolucionarios la convierten quizás en la mejor continuadora de Marx. No hay
que olvidar que ella, a diferencia de los Lenin, Trotsky, Mao, etc. se movió, actuó, pensó y escribió en el marco de un país ya
entonces muy industrializado de capitalismo avanzado.
Un último
apunte sobre su asesinato en enero de 1919. Sólo desde los años 1990 se sabe a
ciencia cierta que los responsables directos de su muerte fueron los líderes ya
claramente contrarrevolucionarios del que había sido su partido, la SPD
(auténticos "demoledores del socialismo", según ella) que en aquellos
primeros meses de posguerra y tras la dura derrota bélica, se habían hecho con
el gobierno de la recién creada República de Weimar. Fueron especialmente
Friedrich Ebert, nuevo canciller, Heinrich Scheidemann, primer ministro, y
Gustav Noske, ministro de defensa, quienes crearon y organizaron, junto con la
vieja casta militar prusiana, las tropas paramilitares que la asesinaron. En
agosto de 1914 el internacionalismo y la II Internacional habían quedado tocadas
de muerte cuando la SPD votó los créditos de guerra. En enero de 1919, con la
muerte de Rosa Luxemburg, germinaron las semillas del odio y del nacionalismo
más irracional que ella tanto había denunciado y que acabaría degenerando en la
barbarie de la que ella fue una de sus primeras víctimas.
¿Fue Rosa
Luxemburg optimista en exceso respecto a la voluntad y la capacidad
revolucionaria de las masas? ¿Hicieron realmente las masas la revolución de
noviembre? Y finalmente y ante los múltiples retos —planetarios— que plantea la
mal llamada "globalización" ¿han muerto definitivamente la voluntad y
las esperanzas que determinaron la creación de la Internacional?
Notas:
[1] Rosa Luxemburg, La revolución
rusa. Madrid, Castellote Ed., 1975, p. 39.
[2] Ibid., pp. 57-58.
[3] Ibid., pp. 68-69.
[4] Ibid., p. 64
Rosa
Luxemburgo. La Revolución Rusa
Michael Löwy: EL MARXISMO OLVIDADO (R. Luxemburgo , G. Lukács)
En inglés
Rosa Luxemburg: Cartas de prisión (1918)
Diego Guerrero Jiménez. Sobre la cuestión nacional y los nacionalistas.
Rosa
Luxemburgo y la cuestión nacional (primera parte)
Lenin y
el socialismo en un solo país. El término marxismo-leninismo fue creado por
José Stalin
V. I.
Lenin. EL SOCIALISMO Y LA GUERRA (La actitud del P. O. S. D. R. ante la guerra)
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