Índice del contenido
Qué es la digitalización
Las ventajas de la digitalización para el capital
La barrera de los derechos laborales
La digitalización del propio mercado laboral
El sistema de trabajo digital de cada sector
Los paquetes de trabajo
La Plataforma de Gestión de Recursos Laborales
Online
Todos auto-empleados (la situación
antes-conocida-como ser autónomo)
La formación como problema de la empresa que asume
el empleado
La dependencia del “me gusta”
La mochila austriaca
La Renta Básica, el ingreso mínimo vital o el seguro
de subempleo
Los micro-pagos a la Seguridad Social y a Hacienda
Conclusiones
Notas
En el confinamiento de la
pandemia de coronavirus de 2020 muchos trabajadores se han
enfrentado por primera vez a una experiencia de teletrabajo. Aunque en la
mayoría de los casos los medios de que dispone su empresa para hacer productivo
el trabajo remoto son simplemente inexistentes, el resultado ha sorprendido a
muchos trabajadores, que no pensaban que desde casa pudieran trabajar más
tiempo y sacar más trabajo que desde su mesa habitual en la sede de la empresa.
La experiencia ha sido tan reveladora que estos días han corrido como la pólvora
una serie de delirantes teorías de la conspiración que relacionan el origen o
la reacción ante el virus con oscuros intereses alrededor del teletrabajo: los
de las empresas que venden los medios para trabajar en remoto, los de aquellas
empresas que ya estaban preparadas y pretendían cargarse a su competencia, una
confabulación de empresarios que han querido forzar a los trabajadores a irse a
trabajar a casa para ahorrar en gastos de alquiler y mantenimiento, o incluso
un plan del capital contra la organización de los trabajadores para que
perdamos nuestros vínculos sociales y sindicales al quedarnos aislados en casa.
No nos vamos a detener aquí en promover o desacreditar planes
maquiavélicos, ya lo han hecho otros mejor [1]. Sin embargo, sí que parece el
momento oportuno para arrojar más información sobre un tema que se nos quedó
pendiente en un artículo anterior. Y es que una cosa es que nos parezca
ridículo que el capitalismo cree una pandemia para imponer determinadas
prácticas laborales (como si lo necesitara), y otra cosa es no darnos cuenta de
que la crisis que va a suceder a la enfermedad, así como el temor a otra
situación similar, va a suponer la justificación ideal para cambios
legislativos y sociales de calado. Solo un infeliz puede pensar que esos
cambios vayan a ir por la línea de darnos más servicios públicos y subirnos el
sueldo. Todo lo contrario, ahora lo que la lógica del capital impone -igual que
en 2008- es aumentar la explotación de los trabajadores para que se pueda
recuperar la tasa de beneficios que se va a desplomar durante la crisis. Como
ya sabrán los lectores de nuestros artículos, el objetivo del modo de
producción capitalista es el incremento del capital, lo cual se consigue con
una tasa de beneficios positiva y en aumento. La producción de bienes y
servicios útiles -o menos útiles- no es más que el soporte necesario para que
el capital consiga dicho beneficio mediante la explotación de trabajo
asalariado.
Retomamos, pues, un artículo anterior [2] y (aquí), en el
que hicimos un análisis detallado de cómo las nuevas posibilidades de la
automatización potenciada con la inteligencia artificial podían afectar a la
clase trabajadora. En ese momento explicamos cómo el peligro era a la vez más
cercano, mucho más complejo y, a la vez, menos futurista de lo que parece
cuando hablamos de robots, un término asociado en nuestra mente a la ciencia
ficción. En aquel artículo explicamos (y criticamos) las propuestas que los
grupos de presión y los portavoces del capital realizan a los gobiernos con el
supuesto objetivo de contrarrestar los problemas provocados por la extensión de
la automatización. Una de las propuestas que expusimos quedó un tanto
misteriosa:
3. Dar carta de naturaleza a las empresas de contratación de trabajadores
autónomos por Internet.
Y un poco
más adelante en el texto realizábamos el siguiente comentario, con el que
dejábamos aparcada la explicación:
Alguien
habrá podido observar que en un artículo sobre cambio tecnológico y trabajo
asalariado se hace poca mención a empresas como Uber, Deliveroo, etc. La
realidad es que estas empresas no son sino la punta de lanza de un intento de
cambio en la legislación laboral que va a afectar a sectores y profesiones que
no imaginamos. Esto tiene que ver con el tercer punto de la lista y, por su
importancia, hemos preferido un artículo independiente en el futuro.
Pues bien,
este es el artículo que prometimos en aquel momento. Vamos a intentar explicar
de forma muy gráfica qué tipo de cambios se están proponiendo en la legislación
laboral, cómo estos cambios vienen propiciados por cambios tecnológicos pero, a
la vez, por qué se corresponden más con un cambio social que con un cambio
tecnológico.
Qué es la digitalización
Digitalizar
una cosa o un proceso significa convertirla en datos que se pueden tratar y
guardar como ceros y unos. Por ejemplo, cuando la música que escuchábamos en
casa no era digital, todos los sonidos que componían una pieza musical debían
convertirse al formato concreto con el que su productor nos lo quería hacer
llegar. Podían estar en los surcos de un disco de vinilo, en los cachitos de
hierro y cromo de una cinta de casete, o en las ondas de radio. Cada uno de
estos formatos tenía distintas calidades y capacidades, se deterioraban al
interactuar con su entorno (la calidad del sonido se veía afectada con la vida
y avatares del medio que los contenía o transportaba) y cada vez que se pasaba
de un formato a otro se perdía calidad. Por el contrario, cuando una pieza
musical se digitaliza, se convierte en una secuencia de ceros y unas
determinadas, y esa secuencia no hay que cambiarla a no ser que tengamos un
interés especial en ello. La misma combinación de ceros y unos en la que el
autor grabó la canción original puede reproducirse en un CD, en un pincho USB
en el ordenador de casa o en un enlace que selecciono en el móvil. La
combinación de ceros y unos no cambia con el tiempo, la puedo transmitir sin
ninguna alteración y puede ir cobrando nueva vida según aparezcan sistemas más
perfectos que todavía no se han inventado.
Bueno, hasta
ahora esto parece fácil. Con lo que hemos explicado es sencillo entender qué
significa digitalizar una cosa. El ejemplo que hemos visto se puede
aplicar por igual a la música, a una película, a un libro o a una declaración
de la renta. Pero al comenzar esta sección nos hemos referido a la posibilidad
de digitalizar una cosa o un proceso. ¿A qué nos estábamos
refiriendo al hablar de digitalizar un proceso?
Sigamos con
el ejemplo de la música para ver dónde nos lleva. Hasta ahora hemos hablado de
aspectos técnicos relacionados con los actos de guardar, transmitir y
reproducir la música digitalmente. Pero si nos fijamos en el mundo que nos
rodea, la digitalización de la música ha revolucionado totalmente la forma en
la que ésta se produce y se comercializa. Han
desaparecido en un alto porcentaje las fábricas y los trabajadores que antes
producían los soportes en los que ésta nos llegaba -discos de vinilo, cintas de
casete e incluso formatos digitales físicos como los CDs-. Ya no existen la
mayoría de los distribuidores que antes comercializaban los discos en soportes
físicos: grandes cadenas de ventas de música, así como los dependientes y
autónomos que vivían de este comercio. Ello no quiere decir que haya
desaparecido la música como mercancía, sino que la mercancía música se ha integrado
en otros modelos de negocio. Así, los reproductores de música digital han
quedado reducidos para muchos consumidores a componentes electrónicos o
aplicaciones de móviles, tabletas u ordenadores. Por su parte, los
distribuidores de música han digitalizado sus tiendas. Ha
desaparecido el concepto del Long Play como obra, y se venden
las canciones sueltas o al peso, en tarifa plana a través de planes de
suscripción de Apple o de Spotify. Los propios
productores de música, los autores e intérpretes, ven revolucionado el modo de
buscarse el sustento: lo barato que le supone a la industria promocionar una
nueva obra digital, hace que ahora los intérpretes -en muchos casos chavales
mediocres- sean encumbrados y despeñados en un año, el tiempo necesario para que
nunca decaiga la necesidad de mantenerse suscrito a una plataforma digital de
música, en busca del ídolo adolescente de la temporada.
Las ventajas de la digitalización
para el capital
Como podemos
ver, la digitalización no termina en el momento en que convertimos una
cosa en unos y ceros. En realidad, eso solo es el principio. El objeto
digitalizado adquiere la capacidad de desplazarse por canales digitales. Da
lugar, pues, a procesos digitales que transforman por completo
las posibilidades de lo que se puede hacer, de lo rápido y fácil que se puede
hacer y de lo que cuesta hacerlo.
La
digitalización tiene unas importantes repercusiones en los beneficios del
capital. Es posible que el capitalista que comienza a invertir en un servicio
digitalizado tenga que realizar una inversión alta en equipos informáticos y
redes de comunicación, así como en un equipo de profesionales técnicos
altamente cualificados. Pero lo importante es que la facilidad con la que el
producto o el servicio llegan a miles de millones de personas en lugares
remotos hacen que la inversión inicial se difumine ante la ampliación del
mercado potencial y los bajos costes de cada copia o ejecución. Es decir, da
lugar a que el proceso productivo “Capital inicial → Producción → Capital final
ampliado” se agilice y a que la diferencia entre el capital final y el inicial
(el beneficio) aumente.
De esta
manera vemos cómo aparecen (aparentemente) de la nada empresas que ofrecen
variantes digitalizadas de productos y servicios de toda la vida, que compiten
con los productores tradicionales, y a la larga los hacen desaparecer. Es lo
que hemos podido ver con la música, el cine, la fotografía, los libros o la
prensa, pero también con la venta de viajes y productos vacacionales o con la
misma banca. En realidad, la digitalización se ha infiltrado en decenas de
sectores desconocidos para el gran público, ya que no pertenecen al ámbito del
consumo, pero que mueven miles de millones en servicios a empresas y Estados.
La barrera de los derechos laborales
Ahora
sabemos lo suficiente para poder dar un salto más.
Una vez que
la empresa ha digitalizado sus productos y/o sus procesos, a la empresa le es
técnicamente indiferente dónde estén los trabajadores, o al menos parte de
ellos. La empresa tiene los medios de producción digitalizados. Ello implica,
entre otras cosas, que el proceso digitalizado es capaz de proveer al
trabajador con nuevas tareas que realizar, registra su actividad mientras las
lleva a cabo, su ritmo de trabajo, sus pausas, la tasa de éxito y la calidad en
la resolución de las tareas, la valoración del cliente interno o externo, etc.
Tal y como explicábamos en el artículo anterior cuando hablamos de la
automatización, la “maquina” -en este caso una máquina digital- es la que marca
el ritmo, y el trabajador no es más que un apéndice que debe completar las
tareas que le corresponden. Para medir la productividad que se espera de él no
es necesario que se encuentre en un edificio de la empresa, ni siquiera tiene
que estar en el mismo país o continente. De esta manera, el proceso
digitalizado asume simultáneamente las funciones de la cadena de montaje y las
de la persona que intentaba optimizarla con un cronómetro en la mano, con la
diferencia de que ahora esta “cadena de montaje” se aplica a oficios
intelectuales.
Y de la
misma manera que la cadena de montaje solo exigía a cada trabajador hacer una
tarea constante, simple y documentada, el proceso digital se orienta a requerir
tareas estandarizadas que pueda ejecutar cualquier trabajador con una formación
concreta. A esta facilidad para reemplazar al trabajador ayudan tanto el
establecimiento de estándares internacionales como la progresiva disminución
del número de herramientas a aprender conforme el mercado madura. Por eso los
planes de estudios se hacen más cortos y se centran en capacidades cada vez más
simples y concretas.
Llegamos así
a una situación en la que la fuerza de trabajo podría ser utilizada de forma
totalmente elástica. Por un lado, porque no interfieren barreras geográficas
para contratar o ubicar a los posibles trabajadores. Pero también porque se
podría prescindir de cualquiera de ellos cuando flojee el trabajo, teniendo la
tranquilidad de que se podrá encontrar fácilmente a otro con la misma
cualificación para esa tarea en cuanto se vuelva a necesitar mano de obra.
Si los
empresarios no pueden hacer esto hoy día es porque las protecciones laborales
que se establecieron en momentos de un mayor equilibrio de fuerzas entre el
capital y el trabajo, estorban ahora para contratar y despedir a los
trabajadores con la flexibilidad que los nuevos medios de producción
permitirían. De esta manera se establece una contradicción entre las
posibilidades técnicas de optimización de costes laborales que brindan las
nuevas tecnologías y la forma presente de las relaciones sociales, establecida
en leyes y regulaciones sociales y laborales que impiden lo que para el capital
sería una optimización.
Es en este
punto de bloqueo donde el capital decide utilizar a la propia tecnología como
justificación para exigir la supresión de esas regulaciones que le molestan.
Unas regulaciones que desde el punto de vista opuesto, desde el lado del
trabajo, se entienden y se viven como garantías.
La lucha ha
empezado con una apariencia engañosa. El primer frente de batalla se ha abierto
en un sector novedoso, nacido directamente en una precariedad que roza la
alegalidad y con un nivel de cualificación bajo. Nos referimos al sector de las
empresas de reparto tipo Deliveroo, Glovo, Uber eats, etc. Esta mezcla desconcertante
ha hecho pensar a la clase trabajadora en general que las condiciones de
trabajo en estas empresas no son extrapolables a otras ramas de la producción.
La digitalización del propio mercado
laboral
En realidad,
aunque la clase trabajadora no sea plenamente consciente, las condiciones están
dadas para que cientos de miles de trabajadores de cuello blanco (informáticos,
abogados, médicos, contables, sociólogos, operadores telefónicos, diseñadores,
profesores y formadores, ingenieros, etc.) pasen a trabajar en condiciones
formalmente similares a las que sufren los repartidores de Glovo. Las empresas
consultoras, los grupos de presión o los grupos de expertos llevan ya años
remitiendo a los gobiernos nacionales y de la Unión Europea unas recomendaciones
muy agresivas sobre cómo articular esta revolución en las condiciones
laborales.
Para hacer
más tangible al lector no técnico lo ambicioso del proyecto desregulador en su
conjunto, vamos a suponer que las medidas que el capital está solicitando ahora
se hubieran puesto ya en práctica. Bajo este supuesto vamos a ver la
experiencia laboral de una trabajadora de nuevo cuño. Aunque los detalles
concretos están “novelados”, todo el escenario expuesto recoge recomendaciones
reales que se están haciendo hoy día. Luego lo comprobaremos.
Carmen tiene
23 años. Ha estudiado FP de contabilidad de empresas. Posteriormente se pagó de
su bolsillo un curso de especialización en uno de los tres sistemas de gestión
de contabilidad en la nube que lideran el mercado. Preparada con esa titulación
se dio de alta en una de las Plataformas de Gestión de
Recursos Laborales Online más conocidas. Con la cuota anual que paga a la
plataforma, ésta le gestiona su currículum, le asesora acerca de lo que busca
el mercado en cada momento, incluye su perfil en la base de datos de asignación
de trabajos y le gestiona los trámites electrónicos cada vez que una empresa
requiere sus servicios. Carmen no es una empleada de la Plataforma, a ellos les
gusta utilizar el término “asociada”. En realidad, Carmen es una de los cientos
de miles de trabajadores discontinuos online que hay en el
país desde hace años.
Hoy hace dos
días que no le entra ningún trabajo, pero se acerca el fin del mes de marzo y
sabe que van a empezar a llegar las declaraciones trimestrales. Algunas le
llegarán a ella. Efectivamente, a primera hora aparece una notificación en el
software de la plataforma. Le han asignado un paquete de treinta y cinco
declaraciones que cerrar. La empresa que le ha tocado no le gusta, ya que
normalmente estima muy por lo bajo las horas del trabajo a realizar y encima
siempre le ponen una valoración mediocre por muy bien que lo haga. Pero no
puede rechazarla, ya que sabe que la Plataforma la penalizaría asignándole
menos trabajos en el futuro. Echa un vistazo a los datos del encargo y confirma
sus sospechas: le han valorado el trabajo en tres días y ahí hay curro para
cuatro o cinco. Le va a tocar trabajar doce horas al día para poder cumplir.
Resignada, pone una cafetera y se va al rincón de su casa que le sirve de
despacho. Entra en el sistema de gestión de contabilidad en la nube e introduce
la clave que ha recibido para comenzar a trabajar en el grupo de declaraciones
que le han asignado
Tres días
más tarde, después de haber completado la última declaración, ha terminado su
trabajo. Pero todavía no va a cobrar. Es necesario que el cliente confirme a la
Plataforma que está conforme con el trabajo realizado. Eso ocurre dos días más
tarde. Carmen comprueba que le han pagado por los tres días de trabajo y que le
han cargado en su “monedero” de la Seguridad Social el micro-pago por ese
trabajo. No sabe si esa empresa volverá a requerir sus servicios, pero tampoco
le importa; son unos gilipollas. Siempre le ponen una nota de 3 o de 4 sobre 5.
Esas notas que ponen las empresas clientes son importantes, pues suben o bajan
la valoración media de Carmen dentro de la Plataforma, y ese es uno de los
datos que ven otros posibles clientes antes de optar por elegirla a ella. Las
empresas clientes realizan tres tipos de valoraciones: la de “dotes sociales”,
la de calidad del trabajo y la de velocidad en la ejecución. Carmen sonríe al
pensar en su amigo Andrés. No sabe cómo lo hace, pero siempre acaba discutiendo
con la empresa que le ha asignado el trabajo, y su valoración de dotes sociales
está en el nivel más bajo. Carmen vuelve a ponerse seria cuando piensa que a
Andrés le va a costar bastante que le asignen nuevos trabajos. No entiende por
qué lo llaman “dotes sociales”;
piensa que sería más propio que lo llamaran “conflictividad laboral”, pues eso es lo que de verdad están
juzgando las empresas. Pero bueno, ella nunca discute con los clientes, y así
consigue mantener un ritmo de entrada de trabajos que le permite pagar el
alquiler.
Dos años más
tarde Carmen se enfrenta a una decisión difícil. El sistema de gestión de la
contabilidad en el que ella está especializada está perdiendo terreno frente a
la competencia. Los trabajos más sencillos ya no se pagan bien porque el nuevo
software es casi capaz de hacer las declaraciones él solo, y el humano solo
tiene que intervenir para confirmar los datos más dudosos. Piensa que debería
hacer un curso de formación para subir al nivel de asesor fiscal, pero la
decisión es difícil. Para pagar los diez
mil euros que cuesta el curso podría coger el dinero de su “mochila austriaca”, ya que la formación
laboral es uno de los conceptos para los que se puede utilizar. El problema es
que, si después no le entra el nivel de trabajo que ella espera, ya se habría
gastado el dinero de la mochila y no tendría derecho a desempleo. Con
veinticinco años, a Carmen todavía ni se le pasa por la cabeza el poder sufrir
problemas de salud, así que su debate interno está entre la formación que le
exigen y la tranquilidad de disponer del colchón del desempleo. ¡Parece mentira
que sean otros los que se van a beneficiar de su cualificación y sea ella la
que tenga que jugársela a cara o cruz! Si agotara su cuota de desempleo y no le
entraran trabajos, solo le quedaría el “seguro de subempleo”, y en ese caso se
vería forzada a volver a casa de sus padres o a recurrir a lo que encontrara,
pues todo el mundo sabe que con eso no se puede vivir.
Este
folletín de andar por casa sobre un futuro no muy remoto no es una colección de
desgracias laborales inventadas al azar. Todas las situaciones que se le
presentan a la protagonista en su relación laboral se corresponden con medidas
de precarización y desmontaje de derechos que están siendo reclamados en estos
momentos por los portavoces del capital. Para construir este relato nos hemos
basado en las medidas que se demandan en el informe final presentado a la
Comisión Europea por el “Grupo de Expertos de Alto Nivel sobre el Impacto de la Transformación Laboral en los
Mercados de Trabajo de la Unión Europea” [3].
[3] Report
of the High-Level Expert Group on The Impact of the Digital Transformation of
EU Labour Markets. Abril 2019.
“La investigación fue publicada el
pasado 8 de febrero, coincidiendo con la Conferencia de Alto Nivel sobre el Futuro
del Trabajo organizada por el Ejecutivo
comunitario en Bruselas. Un grupo de diez expertos, dirigidos por el profesor
de la Universidad de Utrech Maarten Goos, elaboraron el estudio El impacto
de la transformación digital en los mercados laborales de la UE (pdf en inglés) para
conocer el alcance de esta nueva revolución tecnológica. Y, sobre todo, para
guiar los pasos de los países miembros en los ajustes que serán necesarios en
sus regulaciones nacionales para "no dejar a nadie atrás", la premisa
de la Comisión Europea para encarar el avance de la digitalización.”
Veamos uno
por uno los conceptos clave en los que se apoya el informe y que hemos incluido
en el relato. Lógicamente, en nuestro análisis no utilizaremos la retórica con
la que adornan las medidas, sino que intentaremos entenderlas desde un enfoque
crítico de clase
El sistema de trabajo digital de cada
sector
Como
decíamos antes, el que exista una solución técnica digital (o unas pocas) para
que los trabajadores de un sector sean productivos, es una precondición para
que ese sector pueda entrar en este proceso. Es más, esa solución técnica debe
hacer a los trabajadores que la utilicen al menos tan productivos como lo eran
antes de adoptarla. Ya hemos explicado que esta solución que permite el trabajo
digital en cada sector equivaldría a su “cadena de montaje” particular. Es
decir, no hablamos más que de los medios de producción digitalizados de la
industria en cuestión.
También es
importante que el número de grandes soluciones que se pueden encontrar en el
mercado para un sector concreto sea limitado. Mientras esto no ocurra, es que
el sector no está maduro para dar el siguiente salto. Si el número de
proveedores de productos incompatibles y que siguen metodologías diversas es
alto, no existirá una masa crítica de trabajadores formados en cada una de
ellas que pueden ser contratados y despedidos a voluntad. En cualquier caso,
esto será una situación temporal: el propio mercado irá cribando las ofertas
menos competitivas, y la solución ganadora (o las pocas que sobrevivan) se irá
imponiendo hasta que sea fácil encontrar a trabajadores que puedan demostrar su
cualificación en ella.
En este
apartado no hay nada de ciencia ficción, e incluso hay sectores que ya han
alcanzado la madurez a la que nos referimos, como pueden ser la informática,
los recursos humanos, los centros de tele-márketing y atención telefónica, etc.
En todo
caso, repetimos que esta es la precondición técnica. Por supuesto que estas
mismas herramientas podrían ser utilizadas por trabajadores tradicionales
dentro de la empresa. Pero una vez están instaladas y la empresa ha integrado
su producción en los procesos digitales, se abren multitud de posibilidades
hasta ese momento impensables.
Los paquetes de trabajo
Y es que una
vez que el trabajo a realizar se puede paquetizar digitalmente y
se puede insertar en un proceso digital, a la empresa se le abren
miles de puertas para flexibilizar la relación con sus trabajadores. Cada uno
de esos paquetes debe contener toda la información para llevar a cabo el
trabajo, incluyendo cómo va a interactuar con otros paquetes de trabajo que
realizan otros trabajadores para que funcionen en conjunto. El proceso digital
coordinará que se despachen en el orden adecuado, llegando cada uno a un
trabajador con la cualificación requerida en cuanto quede libre; hará que se
reagrupen conforme son procesados; que se ejecuten las validaciones que
comprueban la calidad del resultado; que se escalen incidencias cuando haya
problemas o retrasos imprevistos, etc.
Alcanzado
este punto, el trabajador al que se asigna uno de estos paquetes de trabajo
puede estar sentado en la oficina, en la habitación contigua al servidor, o
puede estar en su casa a miles de kilómetros de distancia. Si la herramienta y
la metodología son lo suficientemente conocidas, se pueden contratar
trabajadores de refuerzo cuando hay más trabajo o despedirlos cuando este
flojea con la garantía de que será fácil encontrar otros cuando haga falta. Los
casos extremos no son más que alternativas igual de viables que el resto: sería
posible llevarse todo el trabajo a otro país sin mover los medios de producción
o sería posible despedir y contratar a los trabajadores hora por hora según el
volumen de paquetes por procesar.
La Plataforma de Gestión de Recursos
Laborales Online
Ahora ya
estamos preparados para entender qué están pidiendo los grupos de presión del
capital y sus equipos de “expertos independientes” con la medida que expusimos
en el artículo anterior:
Dar carta de
naturaleza a las empresas de contratación de trabajadores autónomos por
Internet.
Estas
empresas de contratación no son responsables de montar la línea de producción
digital de las empresas que las contratan, sino que se da por hecho que esas
líneas de producción digitales ya están operativas cuando se requieren sus
servicios. Su trabajo consiste en mantener cubiertos en ellas los huecos de
personal que exigen las empresas clientes de la manera más óptima para la
maximización del beneficio empresarial. Para ellos, la temporalidad debe ser
posible incluso tarea por tarea. El objetivo soñado sería que el trabajador
pudiera ser contratado para realizar una tarea o un conjunto de tareas y,
finalizadas estas, se cortara toda relación o compromiso hasta que la empresa
volviera a necesitarle.
Por lo que
atañe a su relación con la fuerza de trabajo, estas empresas de contratación
están interesadas en tener miles de trabajadores dados de alta en su sistema,
todos ellos esperando a que alguna de las empresas cliente tenga una tarea que
realizar para ser contratados. Ello no quiere decir que estos trabajadores sean
sus empleados, sino simplemente que están registrados en la plataforma. Como a
ellos les gusta decir, no son más que usuarios. En virtud de esto, estos
trabajadores pueden llegar a ser considerados también como clientes, ya que se
les presta “el servicio” de conseguirles trabajos ocasionales, gestionarles el
currículum y aconsejarles sobre cómo hacerse más atractivos para los posibles
empleadores, ofrecerles cursos formación pagados, tramitar sus papeleos, etc.
Para
hacernos una idea, estas empresas no son más que una versión actualizadas de
las ETTs, ahora adaptadas a los niveles aún mayores de desregulación que son
posibles gracias a la digitalización del trabajo. En realidad, estas empresas
de contratación online persiguen la digitalización del propio
mercado laboral, encargándose ellas de mantener la oferta de fuerza de trabajo
sincronizada hora a hora con la demanda fluctuante de los
empresarios.
Todos auto-empleados (la situación
antes-conocida-como ser autónomo)
El efecto en
la clase trabajadora de esta desregulación provocada por la digitalización del
mercado laboral, será que los trabajadores de sectores profesionales
cualificados y semi-cualificados se irán
convirtiendo progresivamente en autónomos. Perdón, queremos decir “auto-empleados online”, puesto que el término autónomo es cuidadosamente
evitado por los promotores de estas medidas para no partir de ataduras previas.
Ahora
podemos comprender por qué decíamos que la situación de los trabajadores en
empresas como Deliveroo, Glovo, etc., no era más que la punta del iceberg de
una tendencia con ambiciones expansionistas. Una tendencia que la clase
trabajadora no alcanza a comprender en todo su recorrido. Podemos pensar
que la aparición de un pujante sector basado en actividades tan “anacrónicas”
como el reparto en bicicleta en pleno siglo XXI ha confundido a la clase
trabajadora, y le ha hecho creer que las lamentables condiciones laborales en
esos sectores están asociadas a lo arcaico del trabajo. Sin embargo, la presión
desreguladora que este tipo de empresas está ejerciendo en las autoridades se
escuda en todo lo contrario, en la supuesta ruptura que el uso de la más
moderna tecnología justifica respecto a las relaciones laborales tradicionales.
Según ellos,
el hecho de que la empresa “solo ponga” la plataforma, y que los trabajadores
se den de alta en ella, rompe la relación empresario-asalariado, y los
trabajadores pasan a ser usuarios libres e independientes; autónomos que se han
apuntado a su plataforma y sobre los que ellos no tienen ninguna
responsabilidad.
Las
autoridades han jugado hasta ahora un papel muy medido en este tenso escenario.
En algunos momentos han dado pequeños respiros a los trabajadores con
sentencias que les dan la razón en temas de salud en el trabajo,
responsabilidad civil, etc. Pero se han
cuidado mucho de no dar la sensación en ningún momento de que puedan llegar a
forzar a estas empresas a contratar a los trabajadores como asalariados. En
todo momento, los estamentos europeos de más alto nivel han dejado claro que
este tipo de empresas que aportan “innovaciones” deben ser protegidas para ver
cómo dinamizan el mercado. Hablando en plata, que no pueden dejar que esto sea
la jungla, pero que las empresas van a conseguir el grueso de sus intereses.
Si leemos
entre líneas -lo cual no resulta muy difícil- la tendencia a seguir por los
legisladores parece perfilarse claramente. El modelo propuesto por estas
empresas va a ser refrendado y regulado. El referente actual más próximo, el
régimen de autónomo, no parece el más adecuado. En los próximos meses veremos
cambios en las legislaciones nacionales (Estatuto de los Trabajadores, etc.)
para establecer un marco legal que deje las cosas claras en cuanto a derechos y
obligaciones sin poner en peligro el plus de beneficios que estas empresas
obtienen de la sobre-explotación a través de la desregulación. Es lo que el
informe de la Unión Europea denomina como “europeos
con empleos no estándar” o “auto-empleados que trabajan para
plataformas online”.
Desde este
punto de vista, los sectores del reparto y de la economía de los bolos están
actuando como punta de lanza para forzar un cambio legislativo a partir del
cual se va a generalizar la aplicación del modelo. Una vez la figura legal de
contratación quede formalizada, lo que ha sido hasta ahora un modelo de
relación laboral reaccionario asociado a un sector de baja cualificación, se va
a convertir progresivamente en la relación laboral normalizada de millones de
trabajadores de cuello blanco
La formación como problema de la
empresa que asume el empleado
El hecho de
que el trabajador deba estar formado en la herramienta que utiliza la empresa
cliente no es un problema menor. Hemos visto cómo todo este sistema depende de
que los trabajadores estén disponibles masivamente con los conocimientos
necesarios para ser productivos en tareas de unas pocas horas. Esto requiere
obviamente que los trabajadores no tengan ninguna duda sobre cómo utilizar las
herramientas y sobre los procesos estandarizados que deben seguir para llevar a
cabo su trabajo.
Hemos visto
que en el inicio de la vida laboral esto puede venir dado por un sistema
educativo centrado en los grados medios y superiores eminentemente prácticos.
Este es el motivo de que las carreras generalistas y de larga duración hayan
dejado de ser del interés del capital (y del Estado que le representa) y se
haya optado por la multiplicación de estudios atomizados con títulos
esperpénticos. La implicación cada vez más palpable de las empresas en los
procesos educativos garantizará que los recién diplomados sean fácilmente
integrables en los procesos productivos digitales de cada sector.
El problema
viene porque la vida laboral de un trabajador se extiende actualmente a lo
largo de más de cuatro décadas. En un entorno como el actual, en el que las
metodologías pueden cambiar en diez años y las tecnologías en cinco, hacer que
la fuerza de trabajo se mantenga al día es una condición imprescindible para
que todo este sistema sea viable.
La puesta al
día más cotidiana se puede realizar de forma gratuita y aparentemente informal.
En Internet se pueden encontrar miles de tutoriales, video-cursos, sitios de
preguntas y respuestas entre profesionales, cursos gratuitos, etc. Las propias
plataformas de contratación online ofrecen su formación
“premium” para sus usuarios de pago o para los trabajadores que en ese momento
trabajan para una de sus empresas cliente. Todo está muy bien engrasado para
que la nueva clase trabajadora se pueda buscar la vida con relativa autonomía
sin detraer beneficios al capital en forma de educación pública financiada con
impuestos
Pero es
obvio que a lo largo de cuarenta años se van a producir saltos tecnológicos,
legislativos, etc., que van a hacer necesaria una formación más exhaustiva de
la que se pueda conseguir informalmente. Si los trabajadores fueran empleados
tradicionales, esa formación se podría proporcionar a cargo de la empresa, lo
cual garantizaría tener a la fuerza de trabajo al día de los requerimientos del
negocio, pero también a costa de un desembolso que reduce los beneficios
empresariales.
El nuevo
marco de relaciones laborales en ciernes no deja ningún detalle sin analizar, y
es obvio que este no es un problema menor para sus portavoces. Dan por hecho
que la formación es una obligación particular del “trabajador auto-empleado online”,
pero necesitan evitar que la carencia de medios económicos sea un impedimento
que deje a la fuerza de trabajo por detrás de las necesidades del capital
formativamente hablando.
La solución
viene por la vía de los nuevos “beneficios sociales” a la medida de la empresa.
En los nuevos marcos laborales propuestos, la formación se encuentra junto al
desempleo, las pensiones o la sanidad, en el conjunto de gastos a los que puede
acudir cada trabajador particular en su hucha privada de créditos acumulados
con cada trabajo realizado. Después veremos qué es la “mochila austriaca”, pero baste señalar ahora que los estrategas de
la digitalización del mercado laboral han cargado en ella la responsabilidad de
actualizar los conocimientos de la fuerza de trabajo durante su vida laboral.
La dependencia del “me gusta”
Es necesario
ser muy metódico en la explicación (y, consecuentemente, muy paciente en la
lectura) para que vayamos asimilando cómo todos estos conceptos están interrelacionados.
Si no, correríamos el riesgo de pensar que lo aquí expuesto forma parte de un
capítulo de “Black mirror”, y no la posible vivencia futura de
millones de trabajadores. Por desgracia, no hablamos de futuro, y, mirando
alrededor, podremos ver en marcha todos los procesos que estamos describiendo.
La “reputación profesional online” ya es a día de hoy un
elemento de medida de lo deseable que es un trabajador. No nos referimos a la
reputación que da o que quita el aparecer en un buscador como monitor de los
boy scouts o durmiendo borracho en la calle en una foto de Instagram. Nos estamos
refiriendo a la reputación profesional conseguida a raíz de que otros
trabajadores u otras empresas te hayan dado “me gusta” en base a actividades profesionales realizadas en
Internet.
Hoy día son
centenares las webs profesionales en las que un trabajador debidamente
identificado se pasa su tiempo libre respondiendo a preguntas que hacen otros
profesionales o subiendo trabajos prácticos de ejemplo que sirven de guía para
el trabajo de otras personas. Estas colaboraciones no se resuelven con unas
gracias. En la inmensa mayoría de sitios, el profesional es valorado a partir
de los que marcan su respuesta como válida o a través de los comentarios a su
aportación. El tira y afloja aparentemente ridículo que se establece muchas
veces por aceptar la aportación o el comentario como válidos pone de manifiesto
que lo que está en juego no es el amor propio, sino la subida o bajada de tu
rango en el perfil de “empleabilidad”.
Los
beneficios de estandarizar esta práctica para el capital son múltiples. Los trabajadores,
en busca de subir su calificación online, ocupan su tiempo libre en
aportar trabajo gratis al capital global en forma de ayuda o formación gratuita
a otros trabajadores que están trabajando en ese momento. El famoso
conocimiento como “bien común” del
que tanto hablan los desnortados progres se acaba convirtiendo en “capital fijo colectivo” del que se
apropian las empresas a través del incremento de productividad que ejerce sobre
sus empleados y de la digitalización de ese conocimiento a través de la
inteligencia artificial.
Por otro
lado, el sistema de calificación online una vez
institucionalizado no deja ser una base de datos compartida por todos los
capitalistas sobre la “reputación laboral” de ese trabajador. Es inevitable que
en una plataforma de gestión del mercado laboral (en manos privadas, no
olvidemos que no son sino ETTs online) la nota y los
comentarios que reciba un trabajador contengan matices implícitos o explícitos
sobre lo conflictivo que pueda ser como empleado. ¿Puso una denuncia a través de su sindicato? ¿Intentó contactar con
otros trabajadores para organizar una acción colectiva? Las mediciones de
reputación online tienen ligada de manera indisoluble la cara
B de actuar como listas negras en Internet (o de bloquear de raíz cualquier
reivindicación por miedo a que lo sean).
Los expertos
de la Unión Europea no pasan por alto la importancia de estos sistemas de
reputación, y ponen ejemplos como el de LinkedIn para ilustrar
cómo los trabajadores “se venden a sí mismos a empleadores potenciales”.
La mochila austriaca
La situación
de los auto-empleados online sería totalmente incompatible con
la Seguridad Social tal cual la conocemos. Primero porque la inestabilidad
laboral intrínseca a su situación no permitiría garantizar que coticen con el
volumen y la periodicidad suficientes para mantener el sistema. Pero segundo, y
no menos importante, porque el capital no está dispuesto a ahorrar en salarios
directos (lo que paga contante y sonante al terminar el mes o entregar el
trabajo) si luego tiene que financiar un volumen superior de salarios
indirectos en forma de seguro de desempleo para aquellos que están
temporalmente sin trabajo.
Afortunadamente
para el capital, ya hay una propuesta sobre la mesa en el Estado español que resuelve
perfectamente este (su) problema. Es una propuesta que viene amparada nada
menos que por el PSOE de Pedro Sánchez, que ha sido comprometida ante Bruselas,
y de la que no han dicho esta boca es mía los socios “anti-sistema” de Unidas
Podemos. Este no es el lugar para tratar con la profundidad que se merece un
tema tan complejo como la mochila austriaca, que así es el nombre
que recibe esta propuesta. En un artículo de Eduardo Luque donde hace una buena
introducción al tema [4] y [aquí] lo resume así: “Simplificando, es
una especie de plan de pensiones privado que acompaña al trabajador a lo largo
de su vida laboral. […] La empresa, en vez de pagar el despido, aporta un 1,53
% mensual del salario bruto del trabajador a un fondo de capitalización. Este
dinero se acumula independientemente del contrato que se tenga. El trabajador
dispone de ese dinero en el momento en que es despedido (y por tanto se elimina
la indemnización por despido) o cuando desee crear su propia empresa o dejarlo,
llegado el día, para que complemente su pensión de jubilación; incluso se podrá
heredar.”
La mochila
austriaca no ha nacido relacionada con la digitalización del mercado laboral,
es muy anterior. Pero es indudable que su creciente popularidad a nivel europeo
no es ajena a las necesidades imperiosas de un capital que necesita reducir el
salario en todas sus vertientes para incrementar al máximo los beneficios.
Existen distintas variantes de la mochila austriaca según los conceptos que
ésta incluya. Normalmente el desempleo y la pensión (ambos salario diferido) son
los componentes fijos. En otros casos también se incluye la sanidad. Pero lo
novedoso de la propuesta del mercado laboral digitalizado es que incluye
también la formación de los trabajadores. Así, cuando explicábamos antes que el
trabajador “auto-empleado” necesitaría formación de actualización durante su
vida laboral, la propuesta de los expertos en la materia es que pueda utilizar
los fondos que tiene almacenados en su mochila para costearse
a título personal esa formación que en realidad demandan las empresas de su
sector. Lo terrible del tema es que la mochila austriaca no tiene
compartimentos, y lo que uses para formación lo pierdes de paro o de pensión,
con lo que la vida del trabajador digital se va a convertir en un permanente
juego de ruleta rusa en el que cualquier decisión equivocada le deja sin
ninguna protección social en el momento más inoportuno
La Renta Básica, el ingreso mínimo
vital o el seguro de subempleo
Teniendo
esto en cuenta, los estudiosos del capital no quieren arriesgarse a sufrir un
estallido de inestabilidad o incluso violencia social si la situación de
desprotección total de cientos de miles de trabajadores auto-empleados se
generalizara en un momento dado. Es por ello que la mochila austriaca se está
intentando complementar con la versión capitalista-bastarda de un concepto
idealista que han publicitado con gran fuerza los progres durante la última
década. Al igual que nos pasó al hablar de la mochila austriaca, no vamos a
entrar en detalle en lo que realmente es la tan manida
propuesta de la Renta Básica. En este texto nos conformamos con enlazar dos
artículos muy clarificadores al respecto [5].
La Renta
Básica se popularizó bajo la forma utópica de un sector de la progresía que
pretendía que el capitalismo pagara a los trabajadores por tocarse los huevos
(si esto no es utopía no sé qué lo es). Pero su concreción cuando se habla
seriamente de implementarla ya no es tan utópica. La evolución del concepto se
puede percibir en los cambios de nombre que va recibiendo la propuesta según se
acerca la posibilidad de su puesta en práctica. Ya el propio vicepresidente del
Gobierno Pablo Iglesias se ha referido en abril de 2020 a la posible
implantación de un “ingreso mínimo vital” [6]. En la propuesta del grupo de
expertos sobre la digitalización del mercado laboral hacen referencia a un
“seguro de subempleo”.
En estas
versiones más próximas a lo que puede ser una propuesta funcional al
capitalismo, este ingreso mínimo vital adquiriría la función de un salvavidas
de último recurso para aquellos casos en lo que un trabajador se ha quedado sin
trabajo y ha agotado su prestación por desempleo tradicional o su mochila
austriaca. Su encaje con la propuesta de mochila austriaca es perfecto: las
cuentas del capital cuadrarán cuando la suma de la mochila austriaca y el
mínimo vital sea inferior a los actuales
gastos en desempleo, pensiones, y ayudas sociales de otra índole que quedan
suprimidas. El margen es muy
alto para que las cuentas salgan a su favor.
Pero en la
mayoría de las propuestas realistas (es decir, pro-capital) sobre la
implantación de un mínimo vital hay un factor añadido que potencia los
beneficios que rendiría a las empresas un mercado laboral digitalizado. Se
trata de la posibilidad de combinar el cobro de ese mínimo vital con el empleo
activo. La situación es la siguiente: si el mínimo vital está establecido en
600 euros y mi Plataforma de Trabajo Online solo me ha
conseguido este mes encargos por valor de 450 euros, recibiré 150 euros
adicionales del mínimo vital, que es la diferencia hasta completar los 600
euros fijados. Obsérvese que este mecanismo es ideal para el capital. Ya no hablamos de salario mínimo, sino de
mínimo vital, y el trabajador va a ser retribuido por lo mucho o lo poco
que haga falta en ese período, y si lo poco no llega para que se mantenga con
vida se le dará la parte que corresponda para completar la miseria que se ha
fijado como suelo. Es decir, los empresarios tienen a la clase trabajadora
disponible para trabajar lo que haga falta, sin más que costear entre todos un
fondo mínimo que impida llegar al hambre. En la propuesta del grupo de
expertos de la Comisión Europea no dan puntada sin hilo, e incluso tienen en
cuenta que esta simultaneidad en el cobro de prestaciones y seguir trabajando
digitalmente también alcance a las pensiones. Es decir, si mi mochila austriaca
me ha dejado con una pensión de 650 euros, a lo mejor me conviene seguir
aceptado trabajitos online con setenta años, si no quiero
malvivir al nivel de la mera subsistencia.
Los micro-pagos a la Seguridad Social
y a Hacienda
Vamos a
mencionar aquí un detalle menor de la propuesta presentada a la Comisión
Europea para que podamos comprobar que no se ha dejado nada al azar.
Según los
redactores del informe, el papeleo y la burocracia asociados a las obligaciones
de la empresa con la Seguridad Social y las retenciones fiscales serían dos
gastos nada desdeñables cuando las Plataformas de Gestión de Recursos
Laborales Online tuvieran que tramitar decenas de miles de
micro-contratos con sus trabajadores digitales. Por eso la propuesta sugiere
que los mecanismos para el pago de impuestos y cotizaciones sociales deberían
ser adaptados a los tiempos modernos. E igual que el trabajador sería
contratado a través de la Plataforma por un tiempo determinado y sin mayores
compromisos futuros, al finalizar el encargo la Plataforma debería tener la facilidad
de registrar electrónicamente la operación ante la Seguridad Social y Hacienda
y olvidarse de esa contratación definitivamente sin más papeleos ni gestiones
posteriores. Eso es hilar fino en el ahorro de costes y la maximización del
beneficio.
Conclusiones
Hemos visto
en este artículo que la posibilidad práctica del teletrabajo aplicado a un gran
porcentaje de las clases trabajadoras no es más que un hito puntual dentro de
un complejo proceso de evolución técnica posibilitado por la digitalización.
Pensar que todo se va a quedar ahí, que vamos a seguir manteniendo el mismo
tipo de relaciones laborales, solo que teletrabjando, no es más que una
ilusión. Cualquier análisis que tome el mundo actual como dado, e inserte el
teletrabajo como única situación variable, es que no se ha apercibido de todos
los cambios que han sido necesarios para permitirlo, ni tiene en cuenta que
esos cambios son parte de un proceso que no va a detenerse.
Esto no
quiere decir que se vayan a cumplir todas y cada una de las perspectivas que se
han abierto ante los ojos del capital y que han puesto sobre la mesa algunos de
sus portavoces. Ahora llega el momento en el que comenzarán a enfrentarse los
intereses y a medirse las fuerzas de las partes en conflicto. Por un lado las del
capital contra las de los trabajadores, ya que cambios del calibre de los
propuestos no se implementan sin un nivel de oposición fuerte. Pero también
habrá conflicto entre tipos de capitales, ya sea según sus zonas de influencia
o sus niveles de productividad. Un gran número de empresas de segunda fila no
dispondrán del capital mínimo para adentrarse en estos procesos tecnológicos, y
preferirán optar por la sobre-explotación de la vieja escuela mientras van
quebrando u ocupan puestos residuales en el mercado global. Para algunos, la
renta básica, aunque se llame ingreso mínimo vital, se percibirá como una
muestra de debilidad, y pensarán que tienen la fuerza necesaria en su área de
influencia para doblegar a los trabajadores sin darles nada a cambio. Es decir,
las posibilidades no son certezas, y las combinaciones entre los desarrollos
que hemos evaluado -y otros nuevos que aparecerán- dan lugar a una gran
variedad de combinaciones. En cualquier caso, y eso es lo importante en lo que
nos atañe como trabajadores, estamos obligados a entender la
interrelación entre todos estos fenómenos o los acontecimientos nos arrollarán.
En los
ámbitos donde la automatización y la digitalización llevan ya años de
desarrollo los trabajadores ya han empezado a reaccionar espontáneamente. Si
las empresas que gestionan centros de atención telefónica han sido lugares de
intensa lucha sindical en los últimos años, Amazon destaca por el carácter
internacional de sus conflictos laborales, y tanto los trabajadores de esta
empresa como los riders que reparten para Delivero, Glovo,
etc., han sido de los pocos [7] y (aquí) que se han puesto en pie para
defender su salud y sus ingresos en medio de la pandemia del covid-19 que nos
amenaza mientras escribimos estas líneas.
Estos
ramalazos de organización sindical alentados por la necesidad atestiguan que el
capital nunca encontrará la vía libre para hacer y deshacer a su antojo. Pero
por mucho que valoremos la importancia de la lucha económica de los
trabajadores cuando perciben que se enfrentan a un aumento de la explotación,
estamos convencidos de que esto no es suficiente. Si no hay una elevación de la conciencia política, de la conciencia de
clase, y eso no deriva en la organización política de los trabajadores, no
vamos a poder dar la batalla al nivel donde se encuentra la lucha hoy día.
Las medidas
a favor del capital y contrarias a los intereses del trabajo que hemos
explicado en este documento no se están acordando en reuniones secretas en las
que intervienen empresarios malvados de nariz afilada como el señor Burns. Son
reuniones auspiciadas por la Comisión Europea, con documentos públicos con el
membrete de la Unión, y en las que la participación española se presenta
avalada por el ministerio de la Presidencia de un tal Pedro Sánchez. El mismo
presidente Pedro Sánchez que se comprometió a finales del año pasado con las
autoridades europeas a implantar la mochila austriaca en nuestro país para
situar el déficit estructural de largo plazo al nivel que es compatible con el
mantenimiento de los beneficios empresariales. Por supuesto que el Partido
Popular y Ciudadanos contemplan medidas similares. Pero esto no hace más que
reafirmar que la lucha es política, no económica. PSOE-UP, PP y Ciudadanos no
son más que opciones intercambiables que situar al frente del Estado burgués,
porque asumen y defienden el capitalismo, y solo se diferencian en las líneas
de actuación que han elegido para gestionarlo. La pandemia actual habrá
desarticulado para siempre ciertas estrategias elaboradas por sus “expertos” no
muchos meses atrás, pero en estas semanas de encierro decenas de altos cargos,
economistas, comunicadores y lacayos habrán estado teletrabajando para
reorientar estas estrategias, salvar lo que se pueda, y también para hacer
funcionar a su favor el brutal impacto económico y psicológico que van
a sufrir las clases trabajadoras en los meses que se avecinan.
En estos
momentos los trabajadores y las trabajadoras conscientes tenemos la obligación
de transmitir a nuestra clase lo que está en juego. Tenemos que explicar al
resto de la clase trabajadora cómo todas las medidas que se tomen en los
próximos años serán medidas de salvaguarda del capital. Bajo ese prisma
deberemos explicar qué son y a quién benefician ciertos
conceptos que oiremos continuamente en boca de todos, tales como digitalización, flexibilidad, renta básica,
mochila austriaca, etc. Los vamos a encontrar disfrazados bajo infinidad de
nombres, y en los prolegómenos de la charla siempre dirán que son medidas
encaminadas a que disfrutemos de una vejez decente, de una seguridad vital,
etc. Apelarán a la necesidad de la unidad de todos para superar estos difíciles
momentos, y los que ayer se desgañitaban contra el régimen del 78 hoy querrán
reeditar los pactos de la Moncloa. Organizar a la clase trabajadora como clase
independiente comienza por negar estos intereses comunes, ni interclasistas ni
nacionales, que nunca lo fueron en época de “bonanza” y menos lo serán en
momentos de “emergencia”.
Por Duval
para Crónica de Clase
Notas
[1] Se
recomienda leer dos críticas serias a las teorías de la conspiración sobre el
coronavirus en los sitios web de Rolando Astarita y Marat:
[2] Duval,
Crónica de Clase, “Robots, automatización y trabajo asalariado”:
Robots, automatización y trabajo asalariado (parte I, II y III) por Duval
para el blog Crónica de Clase
[3] Report of the High-Level Expert Group on The
Impact of the Digital Transformation of EU Labour Markets. Abril 2019.
La
digitalización empuja al mercado de trabajo a una mayor desigualdad salarial
[4] Eduardo
Luque en El Viejo Topo explica lo básico de la mochila austriaca:
Pedro
Sánchez, la mochila austriaca o el arte del engaño
[5] Sobre la
Renta Básica aportamos dos textos muy pedagógicos, uno de José A. Tapia y otro
de Marat:
Lo que no te
cuenta los “progres” cuando hablan de Renta Básica Universal
La Renta
básica: una vía rápida a la precariedad
[6] Pablo
Iglesias abandona el término Renta Básica y ya solo habla de un “ingreso mínimo
vital”
30-12-2019
2.4.2.-
Desarrollaremos el Ingreso Mínimo Vital
como prestación de Seguridad Social. Comenzaremos en un primer momento por el
aumento decidido de la prestación por hijo/a a cargo para familias vulnerables,
y posteriormente mediante un mecanismo general de garantía de renta para
familias sin ingresos o con ingresos bajos.
[7]
Reacciones de colectivos de trabajadores de Amazon (a nivel internacional) y de
riders españoles ante las condiciones en las que se ven forzados a trabajar (o
a no trabajar y perder sus ingresos) durante la pandemia de covid-19
LOS
BENEFICIOS POR DELANTE DE LA SEGURIDAD DE LOS TRABAJADORES: DENTRO DE AMAZON
DURANTE LA CRISIS DEL COVID-19
Los beneficio por delante de la seguridad de los trabajadores: dentro de
Amazon durante la crisis del COVID-19
RAIDERS X
DERECHOS: NOTA DE PRENSA COVID19
Riders X Derechos: nota de prensa covid-19
La
pandemia del coronavirus COVID-19 en el BOE, desde el martes 10 de marzo de
2020 hasta el domingo 29 de marzo de 2020
Ingreso
mínimo vital y mochila austriaca, asistencialismo envenenado
“La clase
obrera está desarmada, necesita reconstruir su organización política”
Entrevista a Tita Barahona
Informe
de COESPE sobre a Mochila Austríaca, por Victoria Portas Mariño
Alfredo Grimaldos. Claves de la Transición 1973-1986 (para adultos) De la
muerte de Carrero Blanco al referéndum de la OTAN
El hundimiento del engranaje de la Transición: de aquellos polvos vienen
estos lodos
Donde dije digo digo Diego. ¿Derogación de la reforma laboral?:”de
entrada, no”. (Vídeo)
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