Le he añadido casi todos libros que hace referencia Pepe Gutiérrez
y algunos enlaces ilustrativos y aclaratorios
Por Víctor Serge
Jueves, 30 de mayo de 2013
Literatura y revolución, el libro que ahora edita La Cosecha
Anticapitalista, apareció originariamente en 1932 en los Cahiers Blue de la
editorial de George Valoios.
Prólogo de Pepe
Gutiérrez-Álvarez
Literatura y revolución, de Víctor
Serge. Una introducción.
El nombre de Víctor Serge fue uno de los que,
ya por entonces, comenzaron a “sonar” en nuestros círculos compuestos por
estudiantes desafiantes y por jóvenes obreros ávidos de conocimientos. Por este
hilo me viene a la memoria que por allá 1966 o 1967 uno de mis amigos
universitarios llegó a una de nuestras reuniones con uno libro de Víctor Serge,
y además publicado legalmente, algo que siempre suscitaba el comentario de
alguien que decía algo así como: “Vaya usted a saber”.
Aún y así, nuestro grupo de lectores
ávidos, ya un tanto distanciados de los jóvenes comunistas, tan entusiastas
como ajenos a aquel afán por leerlo, se había aclarado sobre la cuestión. La
habíamos tenido con una revista igualmente legal llamada Índice que no nos
ofrecía precisamente confianza a pesar de que algunos de sus artículos, como
los que Juan Gómez Casas sobre el sindicalismo revolucionario, nos había
servido para debatir de lo lindo, e incluso habíamos hecho copias a máquina y
en papel cebolla. Ya sabíamos que el régimen había aprendido de la derecha
internacional en general, y de sus colegas norteamericanos, a instrumentalizar
autores revolucionarios contra el “comunismo” donde nosotros ya habíamos
establecido una férrea distinción con el “estalinismo” que según y cómo, podía
ser justo lo contrario. A veces decíamos cosas muy fuerte, tales como “! Stalin
ha matado más comunistas que Hitler y Franco juntos ¡”, que dejaba bocabierto a nuestros
amigos del partido.
El título de aquel ejemplar era El
caso Tulav, obra escrita por Víctor Serge
poco antes de su muerte (1947) y editada por la no menos equívoca editorial
Luis de Caralt en 1954 (en traducción de Jesús Ruíz), y mi amigo universitario
aseguraba que era mucho mejor que El
cero y el infinito, de Arthur Koestler,
y con esta recomendación me quede con ella unas semanas durante las cuales pude
percibir que Serge tenía más claro que nosotros la diferencia entre “comunismo”
y “estalinismo”. En líneas generales, mantengo la memoria de que Serge ofrecía
una panorámica de Rusia de finales de los años treinta, rememora con detalle
las trágicas consecuencias de las “purgas” de la que se había librado en 1936
gracias a las gestiones de André Gide y de una potente campaña internacional ya
que Serge, aunque ciudadano del mundo, era medio francés y escribía en esta
lengua. También sabíamos que había escrito un potente testimonio de la huelga
general española de agosto de 1917 en El
nacimiento de nuestra fuerza de la que existía una edición de 1931, y
que alguien guardaba tenía por algún sitio, quizás el “compañero García”, el
veterano cenetista que era algo así como una biblioteca andante, primero porque
te pasaba los libros caminando, luego porque todo aquello, parecía un riesgo
mayor que cualquier aventura del caballero de la Triste Figura.
También recuerdo un largo capítulo
sobre la derrota de la revolución española y las implicaciones del aparato
estalinista en la Barcelona que había sido obrera, y como se pasa a un ambiente
que preludia los prolegómenos de la II Guerra Mundial. En éste contexto es
donde tiene lugar el asesinato de Tulaev, émulo de Serguei Kirov, que había
sido uno de los hombres de Stalin, y que sirve de pretexto para un alud de
detenciones, destierros y ejecuciones, de un monstruoso agujero negro que
acabará con toda la generación revolucionaria. No había una sola línea del
libro que no estuviese escrita desde la perspectiva de un antiguo anarquista
nacido en el seno de una familia de emigrados rusos ferviente antizaristas.
No hace mucho que requería a Juan
Manuel Vera, de la Fundación Andrés Nin madrileña un ejemplar de la novela que
figuraba en su catálogo (pero que ya no tenía), y menos todavía cuando
conversaba con Andy Durgan las posibilidades de editar Ciudad sitiada en
la magnífica traducción del poeta republicano Tomás Segovia (y en manos
extraviadas en los vericuetos de las sugerencias a El Viejo Topo), y
Andy que la había leído en fechas más recientes, me aseguraba que el caso
Tulaev, con toda probabilidad, era la mejor novela que se había escrito sobre
el “gran terror” estaliniano. Lejos quedaban los tiempos que la Fundación había
publicado al menos un par de “dossier”
sobre Víctor Serge que, entre los primeros compañeros de Trotsky y de Nin
en la Oposición de Izquierdas rusa e internacional, el mejor amigo del POUM. De
ahí que todos los poumistas fueran del maíz que fueran, hablaran con entusiasmo
de él y con él ya que mantuvo una extensa correspondencia con algunos de
ellos..
Esperemos que esta edición sea algo
así como la señala para otros libros, al igual que sucedió en los años
sesenta-setenta con parte de su obra, entre ellas El
año 1 de la revolución rusa (Siglo XXI, Madrid, 1972), uno de los
mejores libros sobre Octubre; Los años sin perdón (Planeta, Barcelona, 1977),
que abunda en la misma materia, sin olvidar Medianoche en el siglo
(Ayuso, Madrid, 1976), dedicado a los líderes del POUM asesinados o
encarcelados...Como no podía ser menos, Fontamara publicó Todo
lo que un revolucionario debe saber sobre la represión, un breve
estudio sobre los métodos de la policía zarista sobre el que la LCR hizo un uso
de manual como lo habían hecho los camaradas galos. Lástima que no se hiciera
de sus Memorias
de un revolucionario, igualmente traducida también por
Tomás Segovia, y sobre la que Siglo XXI de México ha hecho una
reedición reciente ilustrada con dibujos de su hijo, el destacado pintor Vlady
Serge. Estas memorias han contado finalmente con una muy cuidada edición
española en la editorial Veintisiete Letras y que recomendamos con la
convicción de que se trata de unas memorias comparables a Mi vida, de Trotsky, aunque con más
perspectiva por lo demás sobre el inicio del gran terror estalinista contra la
vieja guardia bolcheviques.
Dada la infame sequía editorial que
ha conocido su obra en los últimos treinta años, no debe de haber muchos
jóvenes que conozcan a este singular escritor exiliado de nacimiento, ligado a
la subversión prácticamente desde su más temprana infancia, alguien como Serge
sobre el que Susan Sontang dice en su muy anticomunista y discutible prólogo:
“Serge fue para mí un ejemplo de la fusión de dos cualidades opuestas: la
intransigencia moral e intelectual con la tolerancia y la compasión. Aprendí
que la política no es sólo acción...” Y yo añado: del que también podría haber
aprendido que puede (y deber ser) acción colectiva, debatida e ilustrada,
amante de la verdad, algo a lo que la muy individualista escritora
norteamericana no siempre resulta fiel, no hay más que leer algunos de sus
totalmente injusto y falsos comentarios sobre Trotsky.
Nacido en 1890 en Rusia, criado en
Bélgica, militó a comienzos del siglo XX en la radicalizada Joven Guardia
socialista de Bruselas, pero no tardó en ligarse con los anarquistas franceses,
concretamente con los llamados “ilegalistas”, allí conoció al padre de Jean
Vigo, y conoció la cárcel durante 5 años por sus no probadas implicaciones con
la audaz banda de Bonnot. Escritor militante desde que nada más salir denunció
el sistema penal francés en Los Hombres en la cárcel (y
que según nos cuenta Carmen Castillo, se ha convertido en una suerte de best
seller entre los presos, y se vinculó con los internacionalistas que se oponían
a la “Unión Sagrada”, época en la que colaboró con grandes del sindicalismo
revolucionario galo como Alfred Rosmer y Pierre Monatte, y con un tal Trotsky.
Viajero incansable, Víctor vivió en la Rosa de Fuego donde se hizo amigo de
Salvador Seguí. Sería en Barcelona donde nació como Víctor Serge ya que adoptó
el seudónimo para escribir en el semanario Tierra y Libertad y
como tal firmó la ya cita páginas catalanas de El nacimiento de nuestra
fuerza, obra que está esperando su reedición (y nueva
traducción) a gritos.
No hace mucho que el urbanista (y
antiguo izquierdista luego moderado y finalmente resucitado) Jordi Borja, la
citaba en uno de su artículo, ¿Hay un camino a la izquierda?:
“La ciudad fue nuestra
universidad política y como los ciudadanos de la revolución francesa nuestra
patria fue la izquierda, la resistencia al franquismo, las causas populares,
las esperanzas generadas por las ideas y los combates compartidos. Recuerdo
haber leído hace muchos años El nacimiento de nuestra fuerza de Victor Serge,
crónica novelada de la Barcelona obrera de 1916, relato dominado por la
presencia de Darío, que así llama al líder sindicalista el Noi del Sucre.
Darío, contemplando la ciudad desde la montaña le dice al cronista: esta ciudad
la hicimos los trabajadores, la burguesía nos la ha arrebatado pero un día la
conquistaremos, y será nuestra”.
Conmocionado con la Revolución rusa
como tantos otros, Serge se incorporó a las tareas revolucionarias en Rusia
aprovechando tanto su carácter de políglota como sus variadas relaciones con el
anarcosindicalismo y el sindicalismo revolucionario, fracciones que desde la
naciente Internacional Comunista se consideraban capitales para contrarrestar
la previsible influencia socialdemócrata En Moscú trató nuevamente con su alma
gemela, Alfred Rosmer, personaje no menos legendario, entre otras muchas cosas,
autor de uno de los testimonios más fehacientes de aquellos primeros años: Moscú
en tiempos de Lenin (Ed. ERA, México, 1982, tr. de Ana
Mª Palos), con Nin y con Joaquín
Maurín, que años más tarde escribió que "Víctor Serge era claro y
sincero; señalaba los defectos y las virtudes, los errores y los
aciertos".
Con semejantes actitudes y con un
entusiasmo a toda prueba, Víctor Serge desarrolló una intensa actividad en la
Internacional, de entrada fue el principal animador de La Correspondencia
Internacional (Imprecor), revista prestigiosa en su tiempo. Por entonces,
Zinoviev le confió misiones importantes en Berlín y en Viena, ciudades que
vivían una notable efervescencia revolucionaria. Sacando tiempo del sueño,
escribió obras como El año I de la Revolución rusa, Petrogrado en
peligro (1919), amén de toda clase de ensayos, por ejemplo sobre la
revolución china de 1927, una faceta sobre la que se ha hablado poco pero sobre
la que existe un hermoso libro publicado en Italia. Su nombre figuraba también
entre los artistas y poetas y fue amigo de poetas Esenin y Mayakovsky, así como
de escritores como Pasternak y Mandelstan. Años más tarde, su testimonio sería
fundamental para mantener la memoria de lo que había sido la literatura rusa de
los primeros años más creativos de la revolución.
Serge fue entonces abogado de
anarquistas y anarcosindicalistas, muchos de los cuales no le perdonaron su
adhesión al bolchevismo, su apreciación de figuras como Lenin y Trotsky, pero
su impronta libertaria se hizo notar como militante de la Oposición de
izquierdas rusa desde el primer momento. Luego, ya en los años 1927-1930,
cuando Stalin comenzaba a deportar a los oposicionistas rusos, pero que no se
atrevía aún a perseguir a los revolucionarios extranjeros conocidos, Víctor
Serge y Andrés Nin, amigos fraternales desde 1921, constituyeron, con
Alejandra Bronstein (primera esposa de Trotsky), uno de los escasos núcleos de
resistencia organizada al despotismo burocrático. Sobre estos años, Víctor
será, después de Trotsky, el más infatigable e informado opositor. Obras como
las de Panait Istrati (Vers l´autre flame) de la que Victor Serge fue
coautor aunque eso no consta en la edición, o el Regreso de la URSS, de
Gide, por no hablar de la temprana biografía de Stalin que escribió Boris
Souvarine, le deben mucho a sus consejos e influencia.
Nuevamente liberado, Serge asumió con
una voluntad de hierro y una energía sorprendente una labor excepcional de
desmitificación del estalinismo y la defensa de sus compañeros, militantes e
intelectuales perseguidos, deportados y asesinados. Poco antes de su
deportación, Serge había logrado enviar una carta-testamento a la entonces
trotskista, la escritora Madeleine Paz, en la que decía que era "un
resistente absoluto en tres principios: defensa del hombre, defensa de la
verdad y defensa del pensamiento". Tanto es así, que en cuanto se produjo
el primer proceso de Moscú, Serge creó el "Comité de defensa de la
libertad de opinión en la Revolución" y publicó Dieciséis fusilados. El
proceso Zinoviev-Kamenev-Smirrnov, el primer análisis serio y
preciso sobre el terror estalinista y los procesos de brujería que organizó la
GPU y contra los que sólo se levantaron el POUM en España y pequeñas minorías
del movimiento obrero y algunos pocos intelectuales de izquierda, sobre todo
los surrealistas con los que Serge tuvo una poderosa afinidad a pesar de que su
escritura es más deudora de Balzac y de Zola que del fantástico.
Muy poco tiempo después, ese mismo
Comité tuvo que promover una fuerte campaña internacional en solidaridad con el
POUM, para exigir una investigación sobre el paradero de Andreu Nin. En aquella
época, Serge mantuvo una intensa correspondencia y un arduo debate con Trotsky
en el que sobresalieron dos puntos: la cuestión del POUM, al que Serge apoyaba
sin condiciones, y las condiciones para crear una nueva internacional, proyecto
que Serge estimaba como precipitado y estrecho. Víctor Serge prosiguió
incansablemente su actividad en defensa de sus camaradas de la URSS y de
España. "Fue verdaderamente -escribió Serge años después- la lucha de un
puñado de conciencias contra el aplastamiento completo de la verdad, en
presencia de crímenes que decapitaban a la URSS y preparaban para pronto la
derrota de la República española".
Al mismo tiempo, Serge siguió
trabajando como escritor, traduciendo a Trotsky al francés, suya es la mejor
versión que se conoce de La
revolución traicionada, obra que, por cierto fue traducida al
castellano por Juan Andrade y estaba de publicarse en la Editorial Marxista
cuando estallaron las jornadas de mayo de 1937 en Barcelona y todo lo demás.
. También hizo obra propia, títulos como los ya mencionados, y otros como De
Lenin a Stalin, Retrato de Stalin, así como Destino de una Revolución, recuperada
por Los Libros de la Frontera (Barcelona, mayo 2010) en una edición muy
cuidada, con prólogo de Wilebaldo
Solano que falleció antes de ver la edición en las librerías ...La
ocupación alemana le llevó al México de Lázaro Cárdenas donde falleció en 1947
después de una última fase en la que reconsideró algunas de sus concepciones
marxistas para adoptar otras de mayor vocación humanista. Es evidente que la
experiencia estaliniana le marcó profundamente, sin embargo, en sus novelas no
se aportó ni un milímetro de las ideas ni de la gente con las que había
combatido. Nunca habría aceptado esa frívola amalgama entre verdugos y víctimas
que plumas como la de Susana Sontang (y no digamos otras todavía menos
rigurosas), pueden llegar a decir o a casi decir.
Antes escribió junto con Natalia
Sedova, un libro fundamental: La vida y la muerte de León Trotsky...Un
pequeño dato que desdice algunas de las opiniones aventuradas que Susan Sontag
destila en su brillante pero a veces extrañamente mal informado prólogo de esta
edición de El caso Tuláyev en traducción de David Huerta, y que
recomiendo con el mismo entusiasmo con que lo leí hace añora cerca de cuarenta
años, y por lo que he podido comprobar, se trata de un entusiasmo ampliamente
compartido. Tanto es así que la editorial Capitán Swing la ha vuelta a
publicar...
Literatura y revolución, el libro que ahora edita La Cosecha
Anticapitalista, apareció originariamente en 1932 en los Cahiers Blue de
la editorial de George Valoios. Algunos de sus capítulos fueron traducidos por
Juan Andrade para la revista Comunismo, órgano teórico de la Izquierda
Comunista española liderada por Nin y Andrade. Hubo una nueva edición francesa
en 1976 en chez François Maspero. En mayo de 1978 la publicó Editorial
Fontamara de Barcelona, y casi al mismo tiempo apareció de la Biblioteca Júcar.
En traducción de Eduardo Méndez Riestra, que comprendía además un apéndice ¿Literatura
proletaria?, y un anexo con comentarios del traductor en los que reafirma
la autonomía de la escritura en relación a cualquier otro factor, incluyendo la
revolución proletaria. Dado que existen otros materiales de Víctor
Serge sobre estas cuestiones, hemos preferido realizar una edición juntando
el citado apéndice y estos materiales.
Hay que entender Literatura y revolución,
como una suerte de prolongación de la famosa homónima de León Trotsky, su
principal camarada de aquellos años. Aborda casi los mismos problemas y debate
con las mismas escuelas, e igualmente, refleja un punto de vista que tanto
Trotsky como el propio Serge, modificarían en los años treinta como
consecuencia de sus propias reflexiones y del curso que había tomado la URSS
bajo el mandato totalitario de Stalin. Obviamente, tanto los temas como muchos
de los autores con los que polemiza, quedan actualmente muy lejanos cuando no
son pastos del más absoluto olvido. Incluso algunos de los más renombrados del
momento como Julien Benda, han quedado apartados de la historia. Pero esto no
desmerece el interés de esta obra que aborda, entre otras muchas cosas, el
papel de los escritores e intelectuales en el sistema capitalista, los
problemas de los trabajadores para acceder a la cultura, etc.
Inmerso en un activismo
extraordinario, Serge demuestra que no se ha olvidado de estar al tanto de la
marcha de las letras en la URSS y en Francia, ni ha dejado de preocuparse por
los problemas teóricos y éticos que plantea este debate.
En su preparación, hemos tratado de
corregir las erratas originales y las propias del escaneado, también hemos
ordenado las notas a pie de página de una manera que nos ha parecido más clara
y asequible.
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Julián Gorkin La muerte en México de Víctor Serge
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